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LA REPÚBLICA AL TRAVÉS DE SUS ESCRITORES Marcelo Pogolotti

La Republica Al Traves de Sus Escritores

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LA REPÚBLICA AL TRAVÉS DE SUS

ESCRITORES

Marcelo Pogolotti

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Edición / Teresa BlancoRedacción y corrección / Ingry GonzálezDiseño de cubierta / Adriana VázquezIlustración de cubierta / Foto de la estatua de La República. Capitolio

Nacional, La HabanaComposición computarizada / Jacqueline Carbó Abreu

Evelio Almeida Perdomo

© Herederos de Marcelo Pogolotti, 2002© Sobre la presente edición:

Editorial Letras Cubanas, 2002

ISBN 959-10-0701-9

Instituto Cubano del LibroEditorial Letras CubanasPalacio del Segundo CaboO´Reilly 4, esquina a TacónLa Habana, Cuba

E-mail: [email protected]

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A la memoria de mi madre,a mi mujer y a mi hija.

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RASGOS INCIPIENTES

La República de Cuba, tan zarandeada y escarnecida porsus propios hijos, posee sin embargo el encanto de su ju-ventud, ya que cincuenta y tantos años son muy poca edadpara una nación. Si bien algunas han sucumbido antes decumplirlos, en este caso podemos afirmar sin excesiva com-placencia que estamos bien de salud, gracias. Eso sí, laeducación deja un poco que desear, pero no anda demasia-do mal tampoco. Esto lo declaramos no obstante el maltrance que atraviesa en estos momentos, ya que se palpauna vitalidad extraordinaria en la que se conjuga la firmedecisión y la aptitud para salir de él. La joven sigue come-tiendo sus yerros, pecados y travesuras, y, aunque no haaprendido todavía a distinguir con claridad entre las bue-nas y las malas influencias, no resulta de las más atrasadaspara su edad, cabiendo esperar que su discernimiento ga-nará con el decursar de los años, hasta emparejarse con losmayores. Su conducta no ha sido peor que la de muchascompañeras a su edad; y si bien hay que confesar, en honora la verdad, que no merece precisamente una medalla, tie-ne un expediente que puede ser calificado de notable, puestoque no tendría seso juzgar con excesiva severidad sus prime-ros tumbos y traspiés. Al revés de las repúblicas europeas,vino al mundo sin saber lo que es gobernarse a sí misma.Gestada durante el duro régimen colonial, lleva en las entra-ñas ciertas malas influencias prenatales de las que aún no

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ha logrado librarse por completo, pero en la lucha contra símisma y contra la codicia ajena ha mostrado una voluntaddigna de encomio. Ha tenido sus altibajos, sus vacilacionespeligrosas, sus desvíos, sus debilidades e incluso sus erroresgraves. Mas, en la áspera escuela de la experiencia, ha idoaprendiendo; y su tránsito de la infancia a la pubertad, deaquí a la adolescencia, con los extremismos que le son pro-pios, para desembocar en su prima juventud actual, delataun progreso moderado pero incuestionable.

En vez de hacer un recuento de hechos, observaremos lametamorfosis mirando las hojas de su álbum de fotogra-fías, ateniéndonos lo más posible a esos testimonios, sinque pretendamos impedir que un poco del sentimiento denostalgia que suele suscitar el examen de tales documen-tos y la simpatía que despiertan los primeros pasos en lavida de una muchacha no tiñan levemente lo que consig-naremos. Vale decir que, pese a nuestra condición de cu-banos, procuraremos ser objetivos. Ello no obstante, y dadoel despiadado rigor con que la república ha solido ser en-juiciada por sus ciudadanos, tememos que la imagen ha deresultar un tanto peyorativa. Mas, a fin de no incurrir enuna idealización que, por sincera no dejaría de ser irreal,hemos preferido ceñirnos a lo que refieren los testigos ocu-lares, que, por tratarse de impresiones personales, ofrecenla ventaja de ser jirones vivos. Discretamente, a fin de rec-tificar las deformaciones, introduciremos alguno que otrodato histórico, pero no sacrificaremos las palpitacioneshumanas aun cuando dimanen del prejuicio. Con todo, evi-taremos, en cuanto sea viable, lo puramente factual ya queno deseamos hacer crónica, sino seguir la evolución y elcrecimiento de una joven república, la formación de sucarácter y mentalidad, con sus angustias y ansiedades; ensuma todo cuanto se relacione con el proceso cultural.

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Hubiéramos querido contraernos tan sólo a los novelis-tas, pero éstos son tan escasos que nos será preciso recurrirtambién a los ensayistas. En revancha, sin embargo, elcostumbrismo está tan arraigado en Cuba que los novelistascon que contamos, bien que de poco valimiento, brindan, enconjunto, una posibilidad excepcional para reconstituir bue-na parte de la fisonomía de su país. De esta literatura se pue-de extraer una vasta galería de retratos fieles y minuciososde personajes típicos, y las obras de Carlos Loveira consti-tuyen de por sí verdaderos tratados de sociología cubana.Pese a su construcción desosada y gran copia de hojarascaredundante, el ensamblamiento de sus precisas y exhausti-vas descripciones presenta un panorama amplio y verídico.Sería difícil encontrar un dechado entre nuestras novelascomo tales, pero las mismas contienen un material abun-dante y útil aunque un tanto crudo, que a menudo vuelcauna luz sorprendente sobre el rostro de la república, en tantoque las insuficiencias cualitativas y cuantitativas son com-pensadas por un crecido número de ensayos críticos de todaíndole que iluminan los rasgos que las obras literarias dejanen la penumbra. Añadamos que el predominio casi absolutode las novelas llamadas de tesis resulta en sumo grado ven-tajoso para dilucidar las preocupaciones que surgían a cadapaso, a pesar de que la mayor parte de las obras de marrasostentan el sello del diletanttismo.

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VARONA Y LA COLONIA

¿Valía la pena el ingente sacrificio que costó a los cuba-nos la conquista de su independencia? La república ha sidotan denostada por algunos que cabe hacer a rajatablas di-cha pregunta, aun cuando la misma, hace todavía pocosaños, en pleno fervor nacionalista, hubiera provocado in-dignación. La respuesta es, desde luego, enfáticamente afir-mativa, cualquiera que sean los reparos. Por defectuoso ycorrompido que haya sido el régimen republicano, las con-diciones de vida bajo la colonia se hicieron tan intolera-bles que a los cubanos no les quedó mas remedio quelanzarse a la manigua para arrebatar, machete en mano, lalibertad que merecían, tras de haber agotado todas las for-mas suasorias posibles, encaminadas a lograr un entendi-miento razonable y una colaboración armoniosa con lametrópoli. Tal era el parecer sustentado sin titubeos ni am-bages por Enrique José Varona, pensador en extremo pon-derado y comedido, a cuyo criterio podemos acogernos sintemor a dejarnos arrastrar por la pasión patriótica. Los tiem-pos de vacilaciones y reservas habían periclitado: en 1895no existía otra salida al problema cubano que la de la libe-ración por la fuerza. «La guerra es una triste necesidad.Pero cuando un pueblo ha agotado todos los medios hu-manos de persuasión para recabar de un opresor injusto elremedio de sus males; si apela en último extremo a la fuer-za con el fin de repeler la agresión permanente que consti-

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tuye la tiranía, ese pueblo hace uso del legítimo derecho dedefensa...» empieza declarando significativamente el au-tor en el manifiesto Cuba contra España.

Sus artículos, manifiestos, discursos y conferencias de1895 a 1898, cuando se encontraba como emigrado revo-lucionario en Nueva York dirigiendo, después de la muer-te de Manuel de la Cruz, el órgano independentista Patria,son igualmente diáfanos al respecto. La sobriedad de susalegatos, fundados en datos precisos, hacían de él un pro-pagandista sumamente eficaz y respetado, en el que se adi-vinaba a un sabio entregado a la defensa de una causa justa.Sin recurrir a efectos de retórica, persuadía con la elocuen-cia de hechos contundentes. Su argumentación límpida,basada en premisas irrefutables, golpeaba con fuerzademoledora en la conciencia de electores y oyentes.

Esta impecable requisitoria contra el régimen colonialpone al descubierto otra faceta de los múltiples conoci-mientos de Varona, quien, filósofo y poeta, aquí demues-tra ser jurista, historiador y economista. Con acopio depruebas, descorre el velo de la falacia de las concesionespolíticas hechas por la metrópoli. Señala cómo medianteleyes electorales amañadas, se asegura la mayoría a los es-pañoles que sólo representan el 9,3% de la población, altiempo que de 1 600 000 habitantes tan sólo 53 000 tienenderecho al voto, es decir el 3%. Como caso específico, apun-ta que Güines, con 13 000 habitantes y 500 españoles ycanarios, cuenta en su censo electoral con 32 naturales deCuba y 400 españoles, vale decir 0,25% cubanos y 80%españoles. Las exacciones y una política económica insen-sata elevaron la deuda del país a $295 000 000 la más altadel mundo. Los intereses de esta deuda imponen al cubanouna carga de $9.79, mientras que el francés, el más recar-gado, sólo paga $6.30. Las entradas del Estado represen-

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tan 40% de las rentas. En Cuba el impuesto per capita eramás de dos veces el de España. No se capitalizaba porqueno se lo permitía el régimen fiscal y la casi totalidad de losingresos de los españoles iba a la Península, sin contar queel Banco Español había absorbido las demás empresas ban-carias. Las fuentes de riqueza —el azúcar y el tabaco—fomentadas por el cubano y levantadas, mediante un pro-digioso esfuerzo, a un alto nivel de producción, pasaban amanos extranjeras. En cambio, el presupuesto de Instruc-ción Pública alcanzaba no más de $182 000 y la Universi-dad, que carecía de laboratorios y agua para las experiencias,producía incluso dinero al Estado. Todos los países deAmérica, excepto Bolivia, sin excluir siquiera Guadalupey Trinidad, gastaban mucho más que Cuba en la instruc-ción del pueblo. Las mercancías españolas tenían libre en-trada, en tanto que las nuestras pagaban onerosos arancelesen la Península. En cuanto al famoso self government pro-metido por España a Cuba, «superior en todos los concep-tos», concluye Varona a un momento dado, «lo poseen lasBahamas o las Islas Turcas».

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RAIMUNDO CABRERAY LAS LACRAS COLONIALES

Como suplemento y confirmación de la inapelable conde-na del régimen colonial en Cuba formulada por EnriqueJosé Varona, vienen de molde las imputaciones deRaimundo Cabrera, no menos contundentes si bien el es-critor evolucionó hacia el autonomismo tras el fracaso dela guerra de los Diez Años, en la que intentó participarcuando contaba tan sólo diecisiete años. Las páginas deMis buenos tiempos están henchidas de nobles sentimien-tos patrióticos y de edificantes cuanto sabrosas evocacio-nes de su infancia en Güines, centro rural de progresivapoblación cubana del que Varona ofrece datos sobremane-ra elocuentes; y de su adolescencia inflamada por la ideade libertar a Cuba. Fue apresado mientras se dirigía a losEstados Unidos, oculto en la cala de un vapor, para unirsea los insurrectos, y deportado a Isla de Pinos. Más tardeestudió derecho y se dedicó a la abogacía, sin perder, em-pero, de vista el destino de su país, desempeñando con lapluma y la acción un papel descollante en las dos primerasdécadas de la república, lo mismo que en su período auto-nomista, sin permitir que la pasión empañase la severapureza del criterio. En 1887, es decir en plena época colo-nial, publica Cuba y sus jueces, con una plétora de gravesacusaciones contra la dominación española.

De este libro conviene entresacar algunos de losinapelables cuanto instructivos cargos que contiene. Abun-

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dan los ejemplos concretos y significativos, escogidos concertera puntería. De la absurda política fiscal y arancelariaincluye algunos harto convincentes. «Algunas calles estánadoquinadas. Esta novedad data de 1862 y fue celebradacon grandes fiestas; pero las más no lo están, porque eladoquín es piedra importada, y los ayuntamientos no hanpodido soportar los crecidos derechos que el arancel lesimpone. Hay alcantarillas pero mal construidas, sirven sólode receptáculo de inmundicias, y no hay aguas abundan-tes para la limpieza, aquí donde sobran manantiales. Lasobras públicas no han preocupado al Gobierno colonial,que mientras señala ocho millones ciento sesenta y cincomil ciento ochenta y ocho pesos al presupuesto de Guerra,asigna un millón doscientos treinta y ocho mil setecientosdos pesos para Fomento... y estos invertidos casi totalmenteen el personal.»

Sobre las cuestiones etnográficas y esclavistasdescúbrense observaciones no menos significativas. «Tro-pezarás en verdad por las calles, con una turba abigarrada.Los negros, por el color de su piel y por su número, llama-rán tu atención; te recordarán la esclavitud, importada poreuropeos al suelo americano. Recuerdan, además, alhistoriógrafo que España recibió en 1817, de Inglaterra,cuatrocientas mil libras esterlinas para abolir la trata, y quela emancipación, primero gradual (ley Moret, 1870), lue-go absoluta (Cortes de 1886) y nunca indemnizada, se de-bió a las reclamaciones generosas de los reformistas yfinalmente de los autonomistas cubanos. Verás el chino,tipo que trae a la memoria otra importación: la del colonoo contratado —por no decir esclavo—, y a la que se haopuesto al fin el mundo civilizado, en tanto que los esta-distas españoles acarician el bello ideal de contratar cua-trocientos mil chinos para emplearlos en Cuba en los

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trabajos agrícolas, no obstante el tratado de Pekín... podráasombrarte... que sea un nuevo venero de explotación acostas de la moralidad pública, y que de sus juegos y rifaslibren la subsistencia y se enriquezcan funcionarios de po-licía y... otros empleados.» Nótese que el atroz trato inhu-mano infligido a los asiáticos de Macao movió la airada yenérgica protesta del cónsul de Portugal, el ilustre escritorEça de Queiroz; y que el enriquecimiento de las autorida-des con el producto del juego y otros vicios es una lacraque perdura hasta nuestro presente republicano.

Sobre la estructura económica y la corrupción tambiénhay pasajes contundentes. «Este es un país monopolizadoy explotado; el cabotaje es la aspiración al monopolio su-premo. Y en cuanto a la contribución de sangre la hay cuan-do hace falta. Durante la guerra separatista, los cubanosfueron alistados, reclutados y llevados a campaña sin dis-tinción de clases, menos los que pagaron al general Con-cha y a sus secuaces mil pesos por redención.»

Divide el cuerpo social de la colonia en dos clases. Una,la dominadora, estaba compuesta de «peninsulares que vie-nen a labrar una fortuna no prometida en el suelo patrio,ejerciendo el comercio y las industrias urbanas; de losempleados que disfrutan del presupuesto...; de los licen-ciados del ejército que, en los empleos civiles o en las in-dustrias entretienen su retiro... y en suma, de todos losdemás advenedizos de la Metrópoli que forman el perso-nal de la colonización, pero que en general no descuellanpor su cultura». «Forman la otra clase [y en ella, comoapéndice, incluyo a los hombres de la raza negra, ya libre]los cubanos, los hijos del país, los dominados, el elementopermanente de este cuerpo social que cultiva los campos,ejerce las artes, los oficios y las profesiones; pero que estáexcluido sistemáticamente de los cargos de la Administra-

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ción, que no goza de ningún privilegio, que paga y sufre ysoporta la injusticia de los explotadores.»

«Las letras...», declara Raimundo Cabrera, «no sirvenen Cuba para medrar; han servido sólo para obtener prisio-nes, destierros... y otras amarguras». Después de lúcidasconsideraciones sobre la prensa, la imprenta y los dere-chos políticos conculcados, el autor hace una reveladoraincursión en el predio de la docencia. «En 1793 sólo habíasiete escuelas de varones en la capital de Cuba a la queasistían 408 niños blancos, y 144 de la raza de color libre.El esclavo no tuvo nunca ese derecho..., que, por entonces,bien escatimado estaba para sus señores.» «La SociedadEconómica fundó dos escuelas gratuitas para los dos sexosy recabó del Gobierno una autorización para acordar, conel obispo y el Ayuntamiento de la Habana, los medios dearbitrar recursos para la enseñanza... Escribo con repug-nancia en este punto el nombre del obispo, don Félix Joséde Tres Palacios, que esterilizó con su ciega y torpe oposi-ción, los laudables empeños de los Amigos del País, soste-niendo que era innecesario el establecimiento de másescuelas. Pero aquel grupo de cubanos eminentes no se diopor vencido, por más que de 1793 a 1816 el aumento de lasescuelas y del número de alumnos es relativamente bienpequeño. En el resto de la isla sólo existían en 1817 no-venta escuelas, todas, o casi todas, fundadas por particula-res, como acontecía en la capital.» «La instrucción públicaen Cuba estaba totalmente abandonada por nuestro Gobier-no; pero el patriotismo cubano se sobreponía al abandono.En 1826 sólo había en la isla 140 escuelas, y de ellas nadamás que ¡dieciséis! gratuitas... Hasta 1841, como quien dicehasta el día de ayer, no se reconoció en Cuba como deberdel Estado el dar enseñanza primaria a las clases pobres.»La perseverancia y la acción de los cubanos pudieron, al

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cabo, más que la desidia del gobierno colonial. «...el Esta-do, que levantaba en Cuba un presupuesto de ingresos de25 millones de pesos, no había invertido en ellos un solocentavo en la instrucción pública. ¡Un solo centavo no ha-bía dedicado la madre España a la educación popular enCuba!... ¡En tanto sosteníamos los cubanos las atencionesde Fernando Poo, lugar de penoso destierro; dábamos enaquel año $3 495 700 pesos a la Metrópoli, y se nos impo-nían 2 333 210 pesos por gastos de la reincorporación deSanto Domingo y 2 500 000 de la insensata expedición aMéxico! ¡No se nos enseñaba a leer, pero... se nos hacíapagar demasiado!»

Son siempre de largo alcance los apuntes de RaimundoCabrera y cargados de implicaciones. Su cuadro del estadode la enseñanza y la sanidad bajo el régimen colonial avalay acrece la importancia de las realizaciones en esos cam-pos, acaso los únicos dignos de loa, durante el gobiernoautoritario del general Wood y enérgicamente ampliadaspor Estrada Palma. Como remate citemos algunas aprecia-ciones que delatan el origen de ciertas taras heredadas, perono vencidas, por la república. «¿Es extraño... que a cadapaso se repitan escándalos como las falsificaciones de li-bramientos de la Junta de la Deuda; que en hermosas ma-ñanas de primavera aparezcan limadas por dentro las rejasdel almacén de papel sellado y timbres del Estado, y sus-traída considerable cantidad de estos valores...; que apa-rezcan vendidos dos billetes de un mismo número, serie ysorteo de la Lotería Nacional, premiados con doscientosmil pesos y que los juzgados de primera instancia esténcolmados y se colmen todos los días de expedientes crimi-nales por esos delitos: por sustracciones de sellos de lasnóminas, de sellos de matrícula, de billetes que deben que-marse [subrayado por nosotros]; por desfalcos, alzamien-

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tos y por tantos inconcebibles escándalos, en grande y enpequeño, que se realizan en nuestras oficinas, y que la jeri-gonza de los iniciados ha comprendido gráficamente enlos ingeniosos vocablos chocolate, manganillas y filtra-ciones?» «No hay en nuestra máquina administrativa rue-da que funcione bien.» «...ayuntamientos arruinadosabrumados de deuda, cuyos desfalcos encandalizan, cuyosempleados se alzan, cuya contabilidad no ha existido nun-ca en orden...» «...no hay higiene, ni calles empedradas, nialcantarillado, ni aguas abundantes, ni buen alumbrado, niaceras, ni paseos, ni hospitales, ni caminos vecinales, nipuentes ...ni escuelas, ni bibliotecas, ni nada de lo que tie-ne derecho a disfrutar el pueblo, que paga por hombre máscontribución que ningún otro en la nación y en el mundo».

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TRANSICIÓN

Entre los intelectuales cubanos que volvieron a su patria apoco de terminarse la guerra de Independencia estabanMariano Aramburo y Raimundo Cabrera. Mas, fuera dedicha circunstancia, un abismo separaba esas dos mentes.El primero venía de España con todo el empaque de loshonores académicos que allí había recabado tras de cursarcon brillantez derecho y filosofía en Zaragoza. Llegaba en1899 en vísperas de cumplir los treinta, sintiéndose bienarmado para conquistar una cátedra, sin que el éxito coro-nase, empero, tal empeño. Por lo demás, gran parte de suvida estaba condenada a la frustración, pese a la vastedadde los conocimientos que poseía. Manejaba con propiedadel lenguaje pero su prosa, bien que correcta, resultaba de-sabrida y tediosa. Pacato y conservador en extremo, no sehallaba en sincronía con el momento histórico. Por haberpasado el período de su formación intelectual en la Penín-sula mientras ésta se esforzaba por estrangular la rebelióncubana, el hijo de veterinario del ejército español nuncallegó a comprender de veras a su país natal.

Así, sus disquisiciones metafísicas y ensayos jurídicos nopasan de ser abstracciones sutiles o eruditas carentes de sus-tancia vital, las cuales han caído en un olvido del que contoda seguridad no despertarán. En cambio, Raimundo Ca-brera, con menos conocimientos académicos, padeció losrigores de la colonia. Tras de probar el pan duro del exilio

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en Nueva York, laborando sin desmayo por el movimientorevolucionario, arribó a Cuba a fines de 1898 contandocuarenta y seis años, hondamente penetrado del drama, laangustia y el pensamiento de la liberación de su patria.

Se trataba de dos contexturas ideológicas y tempera-mentales muy distintas: Aramburo estaba, por decirlo así,fuera de ambiente, desarraigado, y nunca se sintió verda-deramente identificado con las doctrinas que informaronla independencia, al paso que Raimundo Cabrera, alma ysustancia de Cuba, venía con óptica ajustada a la reali-dad. Por eso sus escritos seguirán conservando validez.Polemista sólido y fogoso, había peleado en la guerra de1868 y participado luego en la corriente autonomista, desuerte que conocía a fondo el sentir y el pensar de su pue-blo, con el que estaba plenamente compenetrado.

Autor de varias novelas, presenta en Sombras eternasun cuadro incisivo y amplio del nacimiento de la repúblicay los pródromos de su decadencia. Describe el entusiasmopopular ante el paso de la tropas españolas que se van reti-rando día tras día de cada uno de los barrios de La Habana,de acuerdo con las condiciones de la rendición; así comoel grandioso recibimiento a Máximo Gómez. No permite,sin embargo, que el derroche de colorido desborde los con-tornos de la realidad. Su reseña de la transición es admira-ble. Muestra con irónica sagacidad cómo los instrumentosde la colonia se infiltraban ya en la Junta Patriótica, el puen-te entre el antiguo régimen y la ocupación americana; cómolos integristas y voluntarios de la víspera se truecan en pa-triotas cubanos, y cómo algunos de los propios artífices dela independencia van entregando por dinero la república alos amos de la colonia. Los logreros del país se ligan conlos extorsionistas de antaño y los aventureros recién lle-gados del extranjero, en una vorágine de negocios tur-

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bios a costa del bienestar del país e incluso de las pen-siones de los veteranos, y apropiándose de las herenciasde combatientes muertos, perdidos y depauperados porla concentración. Este impresionante proceso está expues-to sin estridencia, pero con la penetración de un autor quese apoya en su vasta experiencia de abogado. Al mismotiempo contrasta la disolución producida por el contactocon elementos perniciosos después de la emancipación,y la familia cubana de tiempos de la colonia, unida y pa-triarcal precisamente a causa de la persecución, lo cualhacía, asimismo, que las mujeres viviesen dedicadas a sumarido y a sus hijos. La oposición al régimen obligaba alas familias a ser excluyentes, pero acogedoras con losverdaderos amigos y a moderar las fiestas.

Con sus repeticiones, con sus largos parlamentos expli-cativos e inapropiados para los personajes, Sombras eter-nas es sumamente defectuosa y apenas se puede llamarnovela, lo mismo que las otras del propio autor, pero cons-tituye un valiosísimo tratado de sociología cubana.

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EL BILIOSO BOBADILLA

Si Mariano Aramburo es el cubano de formación españolaque se radica intempestivamente en la república sin llegarjamás a comprenderla, y Jesús Castellanos el joven inte-lectual idealista que se torna acomodaticio, EmilioBobadilla es el fiscal impenitente. Hizo sus estudios dederecho en España y pasó la mayor parte de su vida en elextranjero, mas conocía muy bien a sus compatriotas, asícomo el régimen colonial. Pertenecía de lleno a la promo-ción cosmopolita de fines de siglo. De haber sido buennovelista, hubiera representado la versión cubana deHenry James, quien aspiraba a ver a sus conciudadanoscomo un inglés y a los ingleses como un americano.Bobadilla sin embargo nunca se sintió español, pero suanhelo de objetividad le inducía a contemplar a su paíscon pupila de europeo. Hijo legítimo de su tiempo, que-ría ser eso mismo; un positivista a machamartillo, que sepica de hacer crítica objetiva mediante el empleo de méto-dos estrictamente científicos. Con todo, a veces se dejabaarrastrar por pasiones muy poco científicas. Por otra parte,ese prurito suyo le movía a aplicar con exagerado rigor unsistema de medidas no obstante harto ficticio, basado en lagramática y el buen gusto, empírica aquella y relativo éste,de suerte que, además, quedaba excluida la sensibilidad,factor fundamental para la apreciación artística. Con elloderivaba a menudo hacia un criterio opuesto al que busca-

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ba: el académico. Su severidad le valió numerosas enemista-des que conspiraron en su contra para sumirle en un olvidoinjusto, ya que como crítico no le superó ningún compatriotadel primer período republicano, sin excluir a Piñeyro y Varo-na, si bien éstos le aventajaban en solidez de cultura.

Cabe, eso sí, preguntarse si el rigor y la violencia de susresponsos no resultaban excesivos para una república enplena infancia. Cierto, su crítica se trocaba con frecuenciaen diatriba, pero la pasión y el énfasis eran ingredientesútiles para excitar el interés por la cultura en un pueblosumido en la opresión y la ignorancia, primero, y que des-pués se iniciaba en la vida libre. El humorismo cáusticopero a menudo chispeante demolía o rebajaba los valoresinflados al tiempo que constituía una apetitosa levadura.Sus burlas despiadadas no agradaban a sus víctimas máso menos culpables, pero divertían. Hay que tener en cuentaque, a más de sus connotaciones con Clarín tenía, espe-cialmente en su primer período colonial, y acaso por lasmismas razones, algo de la sátira intencionada de loscostumbristas cubanos, aunque su ironía era más aguda yacerada. Un acabado ejemplo nos lo ofrece su estampadel Parque Central en 1883, invadido por una legión demendigos de todas procedencias, entre los cuales se cuenta—afilada ironía— un veterano combatiente español conlas piernas amputadas, pidiendo una limosna al autor, uncubano. Como polemista, si bien por momentos cae en lachabacanería, fustigó duramente a los integristas, ridiculi-zó a los falsos valores hispanos de acá, y cruzó el acero desu espada y de su ingenio con el de las más sonadas figurasliterarias de la Península.

Emilio Bobadilla, al igual que Martí, no creía en la doc-trina del arte por el arte. Como militante de ideas literarias,empleaba una forma periodística de combate en la crítica,

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que con el tiempo fue afinándose un tanto. Esa actitud devoceador impuso el estilo coloquial que le caracteriza, aunen las finas estampas de sus viajes por España. La guerra deindependencia le sorprende en España, y el resto de su vidase convierte en una larga residencia europea, como cónsulde Cuba. Con ello rompió el contacto con su país, pero elhecho mismo de que, más que chocarle, le dolía el inmensodesnivel cultural entre éste y el Viejo Continente, demues-tra que no perdió de vista a Cuba ni dejó de sentirse cubano.

Sin duda asoma en sus ataques a sus compatriotas y a lamediocridad de los escritores del patio la hiel del resenti-miento que le producían la incomprensión y la indiferen-cia de los cubanos, pero hubo también mucha verdad,mucha denuncia de imposturas. Lo cierto es que poseía laprosa más movida de entonces en Cuba. Propagandista li-terario, progresista convencido, saturado de Macaulay,Taine, Lombroso, Nordau, Flaubert, Zola y naturalismo,fue un informador cultural en extremo útil.

Si Bobadilla sobresale en nuestras letras como críticopolemizador, de prosa liviana, coloreada y flexible, resultaun fracaso indubitable como poeta y novelista. Está más pre-ocupado por demostrar que interesado en producir obra decreación, acaso porque ésta carece de la tan decantada obje-tividad científica que él pretendía mantener a toda costa, in-cluso del arte y aun del buen gusto. La pasión, empero, tiñey distorsiona el supuesto realismo a que aspiraba, de suerteque su novela A fuego lento es un balde de hiel hirviente.Impelido en parte por el rencor y en parte sublevado porcircunstancias deplorables, presenta en la misma un luju-riante y salvaje país tropical, una república imaginaria delCaribe con veladas alusiones a Cuba, como miembro de lacomunidad hispanoamericana de dicha zona, donde convi-ven negros y mestizos junto con indios, introducidos por el

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autor para despistar, ya que la excesiva crudeza de la obrahubiera podido atraer represalias demasiado desagradables.Si bien Bobadilla no se dejaba amilanar fácilmente, necesi-taba la ayuda material que su cargo de cónsul le traía.

Más que una novela, las dos partes de que consiste la obrason dos cuadros contrapuestos que oponen la civilizaciónparisiense al estado semi-selvático de las repúblicas del Ca-ribe, donde la existencia resulta, en última instancia, aunpeor que en la selva misma. Al tormento de los mosquitos,alimañas, bestias y privaciones usuales de la jungla tropical,se añaden todos los vicios y males de la civilización. Laignorancia, el curanderismo y la superstición campean porsus respetos al tiempo que el alcoholismo embota el enten-dimiento y la voracidad de los políticos sume al país en elatraso y alienta la degradación. Un puñado de gobernantes ymercachifles explota a un pueblo de analfabetos, corrom-piendo su salud física y moral. Todo ocurre, sin embargo,en medio de un exuberante decorado silvestre, con pasmosodesbordamiento de naturaleza exótica y opulenta. El autorpone a contribución las excelentes dotes descriptivas quedemuestra en sus apuntes de viaje europeos y algunos ensa-yos, haciendo asimismo gala en su léxico de una luminosa yvariada paleta. Los seres humanos parecen disminuidos anteel poder de los elementos. Las lluvias torrenciales anegan ybarren todo; el calor tórrido consume, aplasta y aniquila alos hombres en tanto que hace proliferar la vida vegetal yanimal. La humedad y la temperatura sofocan el aliento y elvigor humanos; estimulan la lubricidad y fecundan las en-fermedades. La excitación nerviosa sustituye la verdaderaenergía, mientras la vida se escapa con el sudor de los cuer-pos exprimidos como esponjas bajo el peso de una atmós-fera cargada de calor y agua.

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El personaje central es el doctor Baranda, lo cual permi-te al novelista poner de manifiesto sus conocimientos mé-dicos, de acuerdo con los preceptos del naturalismocientífico entonces en boga, donde la patología lo resuelvetodo... en efecto, los términos hidropesía, epilepsia,albuminuria, lepra, neurastenia, histeria, elefancía griega,fiebres varias, etc., se suceden sin interrupción. El autorpuede, de paso, exhibir las teorías lombrosianas sobre laepilepsia y el genio, a la sazón de moda y que le eran tancaras. La petulancia con que alude a opiniones científicashoy superadas, impartiéndoles un carácter definitivo, lehace parecer ingenuo ahora. En la botica de Portocarrero,émulo del Homais de Madame Bovary, se reunían los es-píritus liberales. Petronio desde su crónica elegante ense-ñaba a aquella gente semidesnuda la mejor manera de llevarel frac. El médico de marras, de vuelta a Gangas tras decursar sus estudios en París, tenía ideas avanzadas. Creíaque no debe confiarse el cuidado de los hijos a padres queno saben nada de educación, por cuanto la pedagogía es lamás complicada de las ciencias, pues lo abarca todo, desdela patología hasta la estética. Es partidario del divorcio, yya se advierte la crisis del matrimonio, la cual habrá depreocupar también a Carrión y Loveira. En contraste conel retraso general, abundan los nombres de personalidadesilustres: Epaminondas, Newton, Plutarco.

La trama de la sangrienta sátira de Emilio Bobadilla so-bre los países del Caribe intitulada A fuego lento, tiene uncolofón donde el autor ridiculiza el comportamiento de loshabitantes de dichas latitudes en París. El haitiano Hibbertha escrito una deliciosa novela humorística en la que semofa también de sus compatriotas que arriban a la capitalde Francia pero, al revés del escritor cubano, no lo hacecon venenosa malevolencia. El médico de la obra de

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Bobadilla se hospeda en casa de Olimpia —nótese el nom-bre helénico, que acentúa lo grotesco— prendándose deAlicia, su hija adoptiva, una india hermosa y en extremosensual. Surge entre ambos una relación ilícita, caldeadapor la temperatura tropical y nutrida por los exóticosefluvios de la zona tórrida; la cual termina por obligar algaleno a dejar el país, al tiempo que una reunión de veci-nos «decentes» que protestan contra el ultraje tiene comoremate, al igual que todo en Gangas, una estupenda bo-rrachera. El seductor, fascinado por la libidinosa atrac-ción de la india, se casa con ella. Instalado en París, eldoctor Baranda —tal vez un doble del doctor Albarrán—conquista una magnífica clientela, y se agota trabajandopara satisfacer los caprichos y el insaciable afán de lujode Alicia. Pero entre él y su bella mujer analfabeta mediaun infranqueable abismo de incomprensión y desnivelcultural. No logra, sin embargo, sustraerse a su hechizo yvolver al regazo de Rosa, la antigua amante, toda delica-deza, con la que se siente profundamente compenetrado.El autor, que se las daba de sicólogo, funda la conductadel médico en el aserto de que el amor siente, no analiza.Olimpia, su mujer y Petronio, alcanzan al doctor Barandaen la Ciudad Luz, constituyendo en su derredor un ridículoy cominero núcleo provinciano; y, sin hacerse cargo delpapel grotesco que desempeñan, declaran que tienen amucha honra ser nativo de Gangas.

Por su parte, Plutarco admira modestamente a su maes-tro; Petronio, que ha conseguido un cargo consular del quees dejado cesante a los pocos meses —¿se habrá tomado así mismo de modelo para ese personaje?— se deja engatu-sar por una rica jamona austriaca que le hace firmar paga-rés por su ayuda monetaria, a fin de mantener sojuzgado alantiguo cronista de Gangas, hasta que éste, atosigado por

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las deudas y el juego, se suicida, lanzándose al Sena. Eldoctor Baranda muere enfermo y exhausto.

Bobadilla también ridiculiza la colonia extranjeraparisiense, en particular a las viejas eróticas, pero con másbenevolencia. Las lluvias torrenciales y el fuego solar deGangas representan, de cierto modo, las fuerzas brutalesde los elementos, al paso que la llovizna y el endeble solartificial de París, simbolizan el refinamiento de la civili-zación francesa. A fuego lento no es siquiera una novela,sino una sátira bufa, en la que a veces la chocarrería embo-ta el filo del acerado y bilioso humorismo de Bobadilla,cuyo resentimiento le ha conducido demasiado lejos en elcamino de la exageración. La realidad constituye un con-junto, por eso un aspecto parcial nunca refleja la imagencabal de la misma. Por mucha verdad que diga Bobadilla,y la dice, su inquina, perspectiva y unilateralidad la desna-turalizan. Pretendió ser objetivo y mostrar sin piedad losrasgos feos de un pueblo que se le tornaba ajeno con eltiempo y la distancia, pero olvidó que el prejuicio es elpeor enemigo de la comprensión.

Con todo, fue un hombre de su tiempo. Lo reflejó a car-ta cabal en los yerros al par que en los aciertos, y eso essuficiente, no obstante las distorsiones temperamentalesde su espejo. Captó la vibración mundial del momento li-terario y la propagó con su estilo coloquial, enfático, ner-vioso, fluyente y cáustico al través de sus ensayos; el cualno tiene par en el primer ventenio de nuestra república. Sumodalidad literaria influyó en la misma España, y el pro-pio Azorín ha declarado sin tapujos cuánto le debe. No sepuede pedir mucho más a un escritor. Reconozcamos susméritos y seamos más indulgentes de lo que fue él conalgunos de sus contemporáneos.

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UN CUBANO EN EL UMBRAL DEL SIGLO

El comienzo del siglo está a la vez tan remoto y tan próxi-mo que, ahora resulta curioso para la mayor parte de nues-tra población, la cual no había aún nacido por aquelentonces, o bien era demasiado joven para percatarse de loque ocurría. Tal vez lo que más interesa en este caso es elestado de ánimo reinante entre nuestros intelectuales, yaque las costumbres y la apariencia exterior en general hansido difundidas, en tono un poco burlón, especialmente porel cine. Pero el escritor Jesús Castellanos, que alcanzaba lamayoría de edad al nacer la nueva centuria, ofrece un buenpunto de referencia para vislumbrar lo que pensaba la ju-ventud literaria. Además, habiendo muerto en 1912, nues-tro juicio al respecto no puede estar sujeto a ulterioresopiniones del aludido autor. Nos presenta, pues, una ima-gen limpia y sin retoques; y aunque las distorsiones de supunto de vista conservador son claramente visibles, resul-ta fácil percibir los rasgos verdaderos de la fisonomía cul-tural del momento.

Sus preocupaciones son comunes a todos los jóvenes lite-ratos cubanos de entonces, ansiosos de reanudar nuestra tra-dición literaria, interrumpida por la lucha independentista yla desaparición de Martí, Casal y Mitjans, sin olvidar la deManuel de la Cruz, de quien había sido discípulo. Si bien lapérdida de estos valores parecía irreparable, esforzábasepor levantar la cultura de la república, sin arredrarse ante

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las difíciles premisas que confrontaba. El país desangradoy depauperado, sumido en la ignorancia por la incuria y laopresión del régimen colonial, y la carencia de institucio-nes, planteaban un problema casi insoluble, tanto más envista de la creciente indiferencia de una población anhelosade resarcirse de sus largas privaciones y con sus apetitosmateriales azuzados por el espectáculo de las fabulosas ri-quezas acumuladas por el utilitarismo mercantil del veci-no. Por eso Castellanos se adhiere al arielismo proteico deRodó, a la sazón en boga, compartiendo con Lanuza «elsanto horror a los hombres prácticos», considerado como«negación de todo avance social». No escatima, sin em-bargo, su admiración por «la formidable nación yanki».

Lo que condena es el lucro como fin. Aunque reconoceque el optimismo es cuestión de época y de naturaleza in-dividual, lo practica como consigna, con moderación, envirtud de una doctrina meliorista basada en la comproba-ción de la existencia del progreso. Opone la salud aldecadentismo enfermizo. Funda, en suma, su consoladoroptimismo en la «ecuación» de Rodó: «Reformarse es vi-vir.» Se ufana de ser hombre del siglo XX, tomando lasnormas económicas de los Estados Unidos, país que de-fiende a despecho del antagonismo suscitado por la En-mienda Platt y a la intervención. Pero para la vida delespíritu vuelve la mirada hacia París, con ostensible des-dén para España; y los autores que más menciona sonMirbeau, Bourget, Maupassant, Daudet, Zola, Flaubert, sinolvidar al entonces muy respetado Nordau. Entre los filó-sofos menciona, incluso, a Bergson, Guyau y Beecher. Semuestra partidario del realismo sicológico en la novela y,si bien manifiesta ya una fuerte aversión por los artificiosdel modernismo encarnados en Casal, encomia elsimbolismo, reaccionando contra el pesimismo románti-

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co. A veces sus juicios son certeros, como cuando calificade sincera la conversión de Huysmans y de acomodaticiaslas de Bourget y Coppée, pero yerra cuando predice queVerlaine y Rimbaud serán olvidados. También resulta in-consecuente al considerar «anémico y soporífero» a ValleInclán, mientras que el año siguiente celebra «el lenguajepulcro y a un tiempo sembrado de audacias de don Ramóndel Valle Inclán». Rompe, además, toda mesura al situar anuestro Emilio Bobadilla junto a Rodó.

Fue, sin embargo, consecuente con su optimismo al afa-narse por crear la novela cubana, inspirándose en Villaverdey Nicolás Heredia al tiempo que, hombre muy enterado,aplicaba las nuevas tendencias sicologistas francesas. Mien-tras tanto, fundó la Sociedad de Conferencias, porque pen-saba que era la mejor manera de difundir la cultura en unpaís que carecía de editores. Por sus visos cientificistas,por sus esperanzas y aprehensiones, por su apego al meri-diano de París y ocasional empleo de vocablos franceses,por su apasionado empeño en sentar los cimientos de lacultura de la república, Jesús Castellanos ejemplifica el in-telectual consciente en los umbrales del siglo.

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LA REPÚBLICA EN PAÑALES

Al morir el siglo, nació la república. Gestada durante ladecimonona centuria, fue un parto de moribunda. Susprimeros vagidos y balbuceos eran, sin embargo, los deuna criatura que encarnaba un pensamiento vivo toda-vía, pero que, roído por el escepticismo, iba a sucumbirestruendosamente en la guerra de 1914, arrastrando con-sigo monarquías y privilegios. Con la consiguiente cri-sis de valores, se produjo una desenfrenada orgíaideológica. Salidos del vientre de la pasada centuria, talera la coyuntura que afrontaban los cubanos de la nuevarepública. Los jóvenes pensadores y literatos venían teñi-dos de elegante y refinado escepticismo, atemperado, oacaso agravado, por un optimismo científico. Mas, para elpueblo, una cosa era luchar contra la colonia, y otra afir-marse como nación. De allí la importancia de contar enaquellos momentos con guías idóneos. Precisaba contem-plar el porvenir con esperanza; y el batallador Sanguily seestaba poniendo viejo en tanto que el sabio Varona no eraprecisamente el hombre indicado para encender el entu-siasmo. Jesús Castellanos ejemplifica por su preparación,al par que por su ubicación social y política, un matiz, aca-so el más difundido, de la joven élite intelectual de enton-ces. Por haber llegado a la mayoría de edad con eladvenimiento de la república, y habiendo muerto en 1912,su vida activa representa cabalmente la prima infancia de

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Cuba Libre, sin que nuestro juicio pueda ser empañadopor ulteriores enmiendas en su comportamiento. Sus co-nocimientos, por lo demás, fueron excepcionales, tanto mássi tenemos en cuenta la oscuridad de las postrimerías de lacolonia y los aprietos de la emigración que el escritor co-noció en su adolescencia.

Muy preocupado por levantar la cultura de su país, susescritos encierran, no obstante, un germen derrotista, el cualse evidencia tal vez más en sus obras literarias que en losensayos. Ello se debe a la influencia casi exclusiva de losescritores finiseculares franceses, cuyo ingenio sutil y bri-llante le fascinaba. Tanta agilidad en el estilo, gracia en laexpresión, pulcritud en la forma y finura de pensamientoproducían un extraordinario impacto en su sensibilidad.Pero los refinamientos de una aristocracia cansada y des-creída no eran propios de jóvenes forjadores de una patrianueva, y si bien Castellanos repudiaba el exotismo de unCasal, se dejaba seducir por el frío impersonalismo y eldiseco descreimiento de Maupassant. Así, pues, no se tra-taba siquiera del escepticismo indulgente de AnatoleFrance. Lo peor del caso es que esa postura adquiere visosde claudicación, de renuncia y acomodamiento ante el es-pectro de la miseria, como en Los argonautas. En La ma-nigua sentimental que es, sin embargo, uno de los mejoresrelatos en su género de nuestra literatura se trasluce, sopretexto de realismo, una indiferencia frente a los idealesindependentistas que resulta un poco chocante, si se tieneen cuenta que las heridas de la lucha emancipadora apenassi habían restañado. Conducido por un afán de realismosicológico a lo Paul Bourget, en «Un epicúreo» roza el ci-nismo. Su humorismo, a la par que el de Maupassant, sue-le ser amargo, cuando no «diabólico» a lo Barbey. Estadisplicencia de aristócrata que está de vuelta de todo resul-

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taba peligrosa para quienes, conforme ocurría con la pri-mera promoción de forjadores de la república, empiezan.

Pero el clima del momento favorecía la eclosión de unescepticismo prematuro. El Yo ante el mundo, propio de lanovela sicológica de aquella época, se traduce en el indivi-duo frente a la sociedad, una sociedad que se precipitabahacia el mercantilismo, superponiendo los valores mate-riales a los del espíritu. «El llanto de las hadas» que pre-senta analogías con «El rubí» de Darío, con forma ycontenido que revelan el influjo de las parábolas de Rodó,tiene un final significativo: una compañía inglesa arriba ala isla para explotar los yacimientos de diamantes hechosde lágrimas. El mal congénito de la república también in-cuba el escepticismo. A poco de cumplir la misma tan sólodos años, apuntaba ya la desidia, el apetito y el chantageen el Congreso, y aparecían «los forros y las porras» elec-torales, hechos que Castellanos comenta amargamente.

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EL JUANCRIOLLISMO

No cabe duda de que la mente cubana está avasallada porel erotismo, coyunda de la que no puede librarse ni en lavejez. El acaudalado don Roberto, personaje de Juan Crio-llo, cae víctima suya en la ancianidad, y sus hijos y nietosestán también poseídos de la misma fiebre sensual, al parque Juan, el humilde recogido. El mismo fuego los devo-ra a todos, sin distinción de clase. Aquí Freud no hubiesetenido dificultad alguna en comprobar su teoría, tan ob-vio resulta que la vida está condicionada por el mismodeseo biológico, exacerbado por un clima que caldea nues-tra sangre, de por sí ardiente. Juan Criollo, hijo de barbe-ro gallego y mulata camagüeyana, huérfano de padretísico, conoce desde muy temprano las humillantespromiscuidades forzosas de la madre, la cual ha perdidosu trabajo como lavandera de la Beneficencia; y conoceasí mismo la vida miserable de niño arrojado al arroyo yla degradación de pillo hamponesco. Para este mucha-cho, tenaceado por el hambre y toda suerte de apetitos,criado en las malandanzas callejeras, la existencia no tie-ne secretos. La buena fibra materna, su propia naturaleza yuna serie de azares le ponen, empero, al amparo de la de-lincuencia. La novela presenta su crecimiento y evolución,entre los imperativos del Yo, la necesidad más implacabley los requerimientos libidinosos, hasta dejarle en el dintelde una senaduría. Los episodios eróticos están expuestos

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con insólita minuciosidad, pues Carlos Loveira aplicabalos preceptos de la escuela naturalista con extremo rigor,con escrupulosidad de clínico digna de Claude Bernard.Por momentos excede al propio maestro en observaciónacumulada y, si bien sus descripciones no llegan a prolon-garse como la de la agonía del borracho en La taberna deZola, reincide tanto que su obra casi se convierte en unasucesión de escenas eróticas, lo cual es probablemente suintención, a fin de mostrar un cuadro exacto de la exis-tencia en el trópico. Mas, si estas hojas clínicas puedeninteresar al sicólogo, resultan por repetición, un pococargantes para el lector, sin contar que el afán de realismodescarnado a veces hace que el autor incurra en pequeñasgroserías que chocan un tanto, por exento de ñoñapudibundez que se esté.

Con todo, Juan Criollo es una de las novelas cubanasmás valiosas. Su interés principal reside en el panorama dela vida colonial y de los primeros años de la república. Suanálisis de buena parte del material humano que nos legóel antiguo régimen es acabado y preciso, y de inestimableutilidad para la comprensión de nuestras idiosincrasias re-publicanas, cargadas de lacras del pasado. Juan Criollo,según lo quiso su autor, no es bueno ni malo. Nacido en lamiseria moral y económica de las postrimerías de la colo-nia, trae lo bueno de sí que ha podido rescatar de la corrup-ción que le rodeó desde la infancia. Él mismo habíaaprendido casi todo lo que sabía, salvo lo que pudo ense-ñarle un maestro «uñisucio, nicotinoso, asmático; de fúne-bre terno ensalivado; soñoliento y temblequeante por elhambre y la ginebra». Las lecciones de moral las recogióllevando recados a las amantes de don Roberto, «protec-tor» de la viudez de su madre, y a las de los hijos de aquél.Cuando estalla la revolución del 95, no se decide ir a la

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manigua, donde morían «tantos otros que no supieron con-servarse para ministros, senadores y presidentes de Repú-blica». Así, marcha a Yucatán, incorporado al séquitofamiliar de un hijo de don Roberto. En Mérida se educatrabajando como lector de tabaquería, se nutre de doctri-nas revolucionarias y de ideas nietzscheanas bajo el influ-jo del barbero Cirilo y la emigración cubana, al tiempo quereanuda su amistad con Julián, antiguo compañero de co-rrerías de pillo callejero. Mientras tanto ha tenido tiempopara casarse con una india mestiza, hacerle un hijo, dejarlay ligarse con una hermosa meretriz rubia.

Al triunfar la insurrección, vuelve a La Habana. Tienetras de sí una retahíla de mujeres abandonadas, un hijo na-tural y otro legítimo, pero, habituado a vivir a la vera de lafamilia de don Roberto, no acierta a encontrar trabajo, nopudiendo contar con la ayuda de la misma a causa de susroces amorosos con una nieta. Además, no ha peleado enla manigua ni es pariente de veterano, por lo que se le cie-rran muchas puertas. Conoce el hambre y la bohemia, has-ta que Julián le encauza en la política y la burocraciagubernamental y, poniendo a contribución sus conocimien-tos de autodidacta y talento literario, se abre paso comoperiodista de estridentes denuncias, hasta llegar a ser re-presentante. Casa con una oficinista, tiene varios hijos, au-tomóviles, queridas y envía una mesada a la chola deYucatán.

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LOS PRIMEROS AÑOSDE LA INDEPENDENCIA

No puede Rafael Martínez Ortiz ser reputado un estilistapero, aunque su prosa tampoco constituye un dechado, po-see suficiente fluidez y riqueza de expresión para que se lelea sin dificultad. Así lo atestiguan sus dos enormes volú-menes sobre los primeros años de la independencia de Cuba.Si bien la obra es fundamentalmente política, resulta de sumautilidad para apuntalar los atisbos del ambiente social y enmenor grado del cultural, los más interesantes para noso-tros, que recogemos de otras fuentes. Como escritor culto yprotagonista, de cierta importancia, ha logrado presentar uncuadro amplio, preciso y sugestivo de los acontecimientoshistóricos en que tuvo participación más o menos directa,moteado de ligeros pero vívidos esbozos de algunas figurasdescollantes que trató personalmente, sin que su propia pos-tura política distorsione el sentido de los hechos registrados.Se trata, en suma, de una verdadera cornucopia de datos,cartas y proclamas, donde investigadores de distinta índolepueden despacharse a su gusto. Se perciben con diáfana cla-ridad los pasos torpes y vacilantes de la república reciénnacida, sin que el autor procure atenuar o justificar los tro-piezos, que fueron graves y numerosos. El lector, sin em-bargo, no puede menos de advertir que no podía ser de otromodo. La propia sobriedad de la exposición, exenta a la parde condenas y disculpas, permite la libre formación de unjuicio ecuánime y comprensivo. Asombra, empero, la pre-

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cocidad con que apuntan los vicios que habría de subvertirlos altos principios que presidieron el nacimiento de la repú-blica, desnaturalizándola y pervirtiéndola desde su puber-tad, hasta comprometer su existencia misma, tan soloparcialmente rescatada por la revolución de 1933.

El autor describe el parto político bajo la luz de la espe-ranza y con la ocupación norteamericana actuando comoeficiente comadrona. El ingenuo entusiasmo de las masaspopulares recibe ya en 1901, durante la Constituyente, laducha fría de la Enmienda Platt. Todos se percataron de quela misma equivalía a una renuncia casi total de nuestra sobe-ranía en el concierto internacional, pero algunos acabaronpor aceptarla con resignación, considerándola un mal inevi-table por el momento, al ver que un león de la independen-cia, como lo era Manuel Sanguily, así lo recomendaba. Otrotanto ocurriría bajo el gobierno de Estrada Palma, con lacesión de las bases carboneras de Guantánamo y Bahía Hon-da. Con todo, ello contribuyó en no poca medida, junto conel deterioro de la situación interna, a la eclosión de un senti-miento derrotista en el cubano. En efecto, la situación geo-gráfica y el escaso tamaño del país, al par que su inmadurezmoral e intelectual, parecían convertir la idea de una CubaLibre e independiente en vana ilusión. La creencia de queuna isla pequeña y atrasada, a los pies de un coloso fuerte ytécnicamente a la cabeza del mundo, pudiera devenir unanación importante con personalidad propia, empezaba a pa-recer como un sueño hermoso pero irrealizable. Muchoshonestos combatientes de antaño fueron al retraimiento, en-tre ellos el propio Varona. Otros, menos escrupulosos, en-contraban en ello pie para entregarse sin miramientos alprovecho personal. «Total, ¿qué más da?» se decían, y aellos se sumaban los naturalmente inmorales que no nece-sitan justificación para cometer sus tropelías.

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Apunta Martínez Ortiz que desde temprano había quie-nes no se forjaban ilusiones sobre el porvenir del país, se-ñalando entre ellos algunos de los más sobresalientes queno tenían pelos en la lengua para decirlo. Así, Varona «re-nunció al honor de ser presentado como candidato para elcargo de delegado, por Camagüey, a la Convención Cons-tituyente... y González Lanuza hizo lo propio con su can-didatura». Añade Martínez Ortiz que ambos apreciaban lasituación de inferioridad de Cuba en el plano internacio-nal, pero se pregunta si hacían bien «...hombres deintelectualidad y de prestigio...» en sustraerse a la misiónque el pueblo quería confiarles. También el venerableMarqués de Santa Lucía hizo declaraciones pesimistas alrespecto, pero mantuvo una actitud combativa. Por otraparte, los Estados Unidos habían deslumbrado como na-ción y como potencia por su eficacia en poner término a laguerra con España, y los cubanos extendieron su ejemploa la estructuración política, calcando su Constitución so-bre el modelo norteamericano, sin tener en cuenta los fac-tores locales que, según Martínez Ortiz, aconsejaban unsistema parlamentario.

No obstante su primer desengaño, el pueblo acogió conjúbilo la proclamación de la república. La elección deEstrada Palma había revestido caracteres de plebiscito portratarse de un candidato único al par que por el fervorososentimiento nacional que la animó. Pese al afecto y la esti-ma que se dispensaba al general Bartolomé Masó, el cualno se postuló, no obstante cierto recelo que infundía el fa-vor norteamericano que se rumoraba haber recaído sobredon Tomás, éste gozaba de una indubitable profunda sim-patía popular, a más de estar activamente respaldado porel propio libertador Máximo Gómez, idolatrado por todos,sin contar que la larga y límpida ejecutoria revolucionaria

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del elegido le hacían acreedor a una confianza absoluta.No podemos resistir la tentación de trasegar aquí algunasde las certeras y ágiles pinceladas de Martínez Ortiz: «DonTomás Estrada Palma era un revolucionario de viejo cuño...La característica de su temperamento era la tenacidad; ensus resoluciones llegaba hasta la obstinación y la terque-dad, cualidades poco recomendables para un hombre degobierno... Defendía los fondos escasos de la Revolución,tanto o más que pueda defender los suyos propios, el máseconómico y meticuloso administrador, y mantuvo alto ensus relaciones con los prohombres norteamericanos, por laausteridad de sus costumbres domésticas y por la seriedadde su carácter, el prestigio del nombre cubano. Modestomaestro de escuela, le daba punto y raya a los quealardeaban de listos, y ni había modo de hacerle aflojar loscordones de la bolsa para malgastar un centavo... Todo loveía y todo lo contaba y no transigía con movimiento malhecho... De estatura pequeña, pero erecto y firme, llevabamuy bien sus años; ya frisaba en los setenta, ...el color son-rosado de su rostro daban a su fisonomía cierta mezcla defirmeza y de bondad inspiradora de respeto...». Semejantehombre era un maestro ideal para dirigir los primeros pa-sos de una república en su infancia.

Mientras tanto se instauraba un período de bonanza queaquietó un poco a los aprehensivos, creando un sentimien-to de estabilidad. Los ingenios crecían en número y capa-cidad, y los fondos del bien administrado tesoro públicoaumentaban prodigiosamente. Este clima de seguridad yaustera honradez propiciaba las inversiones al tiempo queengrosaba la corriente inmigratoria, bajo el amparo de unapolítica de brazos abiertos al extranjero y de olvido paralos cómplices de la opresión colonial. Ello tuvo, sin em-bargo, una repercusión inmediata en las clases trabajado-

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ras que culminó, apenas seis meses después de la toma deposesión del primer gobierno, en la tumultuosa huelga delos tabaqueros, los cuales pedían la prohibición de emplearaprendices españoles, ya que éstos estaban desplazando alos cubanos. Mas, después de este vigoroso sobresalto, lavida volvió a normalizarse.

Por otra parte, empero, la niña república seguía hacien-do sus travesuras, pese al ojo vigilante del maestro. Har-to precoz, pronto aprendió los manejos tortuosos que lepermitían procurarse con facilidad ricas y abundantes go-losinas prohibidas. «Había sido el pago del Ejército Li-bertador el tema más discutido de la época», dice MartínezOrtiz, «todos los oradores echaron mano de él en sus dis-cursos de propaganda, y al abrirse las Cámaras, por pri-mera vez, inició los trabajos legislativos. ...Pronto empezóuna especulación inusitada sobre los créditos. Se forma-ron compañías para adquirirlos; los agentes pulularon portodas partes, y procuraron hacerlos suyos al menor pre-cio posible. Se daban pocas esperanzas y se procurabaengañar a los incautos... y hacíaseles creer que sus alcan-ces eran letra muerta... Se lograron fortunas fabulosas yrápidas... Cualquiera daba su crédito por la cuarta partedel valor, y cuando vieron los interesados ir la cosa deveras, era ya tarde... habían entregado por nada, o pocomenos, los haberes ganados en la guerra». Los empobreci-dos patriotas del campo y de la ciudad habían sido vícti-mas de la primera gran estafa colectiva del períodorepublicano. Afortunadamente, don Tomás Estrada Palmahizo uso del derecho de veto para derribar la ley sobre lalotería, pasada con buena mayoría por el Senado; e hizootro tanto con la abusiva Ley de Inmunidad Parlamenta-ria, aprobada por ambas cámaras, pero mal recibida por laopinión pública.

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A poco la carrera de la joven república por la vertientede la perdición se hizo acelerada y parecía incontenible.Las trampas se multiplicaban tanto que ya el maestro noacertaba a prevenirlas todas. Se extendían a todos los ór-denes, y la precoz criatura mostró en breve plazo consu-mada habilidad en el empleo de mañas sorprendentes. Lograve era que comenzaba a tornarse desvergonzada. Así,la misma persona que había declarado en 1891 a don To-más que la lotería era una gangrena social, ahora proponíauna ley para crearla. Cuando la república contaba apenasdos años de edad, se iniciaba con ímpetu en el uso del frau-de para sus fines políticos. Por parte y otra se cometierondesmanes que abarcaban una vasta gama de falsificaciones,irregularidades y violencias. Tanto los opositores como lospartidarios del gobierno ponían en juego las más repu-diables prácticas para asegurarse el triunfo. Trabajo costóconstituir después la Cámara, tantas eran las reclamacio-nes. «Los republicanos se decidieron a dar un golpe de manopara salir del atolladero», escribe Martínez Ortiz. «...unosamigos del Presidente señor la Torre le invitaron a almorzary le retuvieron en el salón de comida: estaban decididos allegar a la violencia en caso necesario». Mientras tanto, losconjurados se reunían bajo la presidencia del señorMalberty, a fin de integrar el quórum y aprobar los dictá-menes correspondientes a las actas de las seis provincias.De hecho, la población estaba aún inmadura y la persona-lidad de los caudillos contaba más que las ideas políticas.

Con el andar del tiempo, don Tomás se dejaba engatu-sar por los ambiciosos que le rodeaban. El ejemplo de al-gunos presidentes norteamericanos que fueron ratificadosvarias veces en el poder empezaba a inspirar su pensamien-to, con miras a ampliar y cimentar su obra constructiva.Algunas personas de confianza acabaron por atraerle, con-

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venciéndole que aspirara a la reelección desde el PartidoModerado, lo cual desató una violenta reacción entre lossecuaces de José Miguel Gómez dentro de esa organiza-ción. Decidido ya a mantener su propósito, Estrada Palmacreó su célebre «Gabinete de Combate». Inicióse el inno-ble sistema de las cesantías para segregar a los partidariosde la oposición. Con esta amenaza se sojuzgaba a los em-pleados públicos, obligándoles a votar por el gobierno. Lapresión alcanzó proporciones tales que el propio libertadorMáximo Gómez, otrora sostenedor de Estrada Palma, hizopatente con fiera indignación su protesta en una carta alseñor Casuso. No obstante, numerosos ayuntamientos fue-ron intervenidos y se procedió contra varios alcaldes, a finde arrebatar de manos de los adversarios cualquier recursoadministrativo. Los excesos de los agentes gubernamenta-les durante y después de las elecciones fueron de tal mag-nitud que provocaron el alzamiento de agosto.

Mas, en su misma culpa encontró el castigo la jovenrepública, pues los cubanos tuvieron que soportar la ver-güenza de una injerencia extranjera en los asuntos de supaís. Estrada Palma no tuvo fuerzas suficientes para sofo-car la rebelión, siendo necesario apelar a la intervenciónamericana. Cometió el error de subestimar a sus enemi-gos, creyendo de buena fe que no podía haber personasdecentes entre ellos; y su terca intransigencia le impidiótratar con sus adversarios para llegar a una avenencia. Nocomprendió la situación, y abandonó el poder desengaña-do, sin saber por qué el pueblo lo vituperaba después dehaberse entregado a él en cuerpo y alma. Dejaba en el teso-ro $13 625 539.65, habiéndolo encontrado exhausto: ha-zaña notable si se tiene en cuenta que el país había sidoasolado por las guerras de independencia. Lo más trágicoera, según opinan los más, que hubiera ganado las eleccio-

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nes sin recurrir al fraude, el soborno y la coacción, porcuanto se reconocía generalmente que su gestión había sidohonesta y provechosa, auspiciadora de un período de pros-peridad y progreso. La extrema complacencia y prodigali-dad de Magoon, que le reemplazó, redujo su herencia,trabajosamente amasada, a $2 809 476.08. Bajo la inter-vención, empero, se observó una imparcialidad tan abso-luta que algunos tildaron de Poncio Pilato, y se efectuaronelecciones bien supervisadas.

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LA INTERVENCIÓN

La Enmienda Platt y la segunda intervención, si considera-mos la primera la ocupación norteamericana que siguió laderrota de España, dejaron una profunda herida sicológicaque apenas comienza a cicatrizarse algunos años despuésde la caída de Machado en 1933, si bien queda una porciónque sangra todavía. Tanto es así que la mentalidad cubanano resultará del todo comprensible si no se tienen presen-tes esos dos hechos sobremanera lamentables. La interven-ción ostenta además una faceta que, unida a ciertos rezagosde la colonia de alongadas raíces, explica en buena medidael deterioro moral de la política y la vida republicanas: Elsentimiento de total dependencia se ha ido alojando, asi-mismo, al extremo que los aspirantes al poder anteponenla obtención del visto bueno del vecino del Norte a la con-quista del voto electoral; y para mantenerse en el gobiernoles preocupa más la aprobación de Washington que la desus propios conciudadanos. Este mal arranca ya de la exal-tación a la presidencia de Tomás Estrada Palma, habiendohecho desistir a su adversario Bartolomé Masó. El histo-riador y polemista Herminio Portell Vilá no difiere funda-mentalmente de Martínez Ortiz sobre las circunstancias yel carácter del primer período presidencial y las aristas per-sonales de su incumbente, aunque puntualiza de modo másconcreto y preciso, según se desprende de su imponenteHistoria de Cuba en sus relaciones con los Estados Uni-dos y España.

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Sin preocuparse poco ni mucho de doctrinas y filosofíasde la historia, se ciñe a copiosos hechos y documentos re-cogidos y compulsados con método, tenacidad y cuidado,siguiendo paso a paso el asaz complicado desenvolvimientoa partir de la incubación de la Joint Resolution de 1898, envirtud de la cual los Estados Unidos reconocen de hecho yderecho la independencia de Cuba. En el tramo que cubrela segunda intervención despliega todos los factores y mó-viles que redundaron en tan deplorable operación y expo-ne con larga perspectiva todas sus turbias implicaciones ydesastrosas consecuencias para Cuba.

Abunda con Martínez Ortiz en el pintoresco retrato delpaternal pero obstinado maestro que acaba por creerse elregidor providencial de los destinos del país, el que su ter-ca soberbia lo lleva a entregar a la intervención extranjeraantes que a sus compatriotas del bando contrario, triunfa-dores en la lucha política. No por eso quedan eximidos deculpa los codiciosos financieros e industriales norteños quepara su provecho económico, mal entendido, ansiaban anu-lar la vigencia de los justos y nobles conceptos expresadosen la Joint Resolution, mediante la anexión de la Isla. Con-taba para ello con la complicidad de buen número de acau-dalados españoles ingratos, de privilegiada posición, quepoco antes temblaban al presenciar la retirada de las tropashispanas, temerosos de que los cubanos, que sin embargohicieron con rara generosidad todo lo contrario, lesexpoliasen sus bienes y derechos, refiere con sugestiva iro-nía Raimundo Cabrera en ciertas escenas de Sombras eter-nas. Los antiguos amos preferían entenderse con los nuevosantes que con sus propios hijos liberados. Pero lo grave eraque a tales maniobras prestasen su concurso algunos cuba-nos indignos y acaso otros tan sólo movidos por la creen-cia en la escasa aptitud de sus compatriotas para gobernarse

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a sí mismos, opinión equivocada que precisamente procu-raban alentar los referidos grupos extranjeros, asentándolaal socaire de los efectos sicológicos de la intervención.

Con límpida diafanidad Portell Vilá muestra todo loapuntado en el terreno firme de los hechos concretos es-crupulosamente concatenados, todo sembrado de documen-tos probatorios. Influido sin duda por la óptica positivistade Fernando Ortiz y el determinismo económico de RamiroGuerra, no pierde de vista los intereses que entran en jue-go. Señala cómo el ministro Squiers, que con desenfadadainconsecuencia censuraba en un momento dado la incapa-cidad de los cubanos y en otro encomiaba su habilidad, erade los que veían en la reelección de Estrada Palma unanueva posibilidad para el anexionismo mientras los libera-les representaban el golpe de muerte para ese movimiento.De allí que en tanto que el diplomático norteamericano, enconnivencia con intereses de su país, favorecía activamen-te dicha reelección, Villuendas denunciaba esas maquina-ciones enderezadas a abrir las puertas a la intervencióncomo medida propicia al anexionismo, en célebre telegra-ma al periódico La Lucha.

Las extralimitaciones e injerencias, al par que las trope-lías gubernamentales, inducen a José Miguel Gómez a re-nunciar a su candidatura, dejando el campo libre a losmoderados que se despacharán a sus anchas en las eleccio-nes. Mas, en los conatos revolucionarios de los liberales,algunos intervencionistas del Norte vislumbraban con ra-zón, so pretexto de restaurar el orden, consecuencias favo-rables al anexionismo, para el cual actuaban de consunociertos grupos financieros y gran parte de los acaudaladosespañoles con quienes los cubanos se habían mostrado tangenerosos al renunciar a las represalias por los daños sufri-dos durante la colonia. Mientras tanto, Estrada Palma y

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sus partidarios no paraban mientes en la situación tensa yconvulsa provocada por su política de fuerza. Finalmente,será el propio presidente quien, tras el alzamiento de agos-to de 1906, invitará a la intervención en estrecha complici-dad con el cónsul Steinhart, el cual había asociado hastaentonces su medro personal a la permanencia del gobiernousurpador en el poder. Pero Portell Vilá estima que Rooseveltno tenía el menor deseo de llevar a cabo la intervención yaque, no obstante sus veleidades imperialistas, era partidariode la independencia por la que había luchado.

La obstinación de Estrada Palma hacía fracasar todo in-tento de avenencia. Sin embargo, los años han mostradoque el probo bien que terco, ensoberbecido y obcecadopresidente tenía razón cuando afirmaba que sus opositoresprocedían movidos tan sólo por un desmedido afán de lu-cro. Lo cierto es que, en última instancia, tanto en un cam-po como en el otro los viejos mambises trocados en políticosde nuevo cuño estaban prestos a recurrir a la intervenciónpara satisfacer sus ambiciones personales. Con todo, unainmensa responsabilidad recae sobre Estrada Palma porhaber renunciado de modo irrevocable junto con su gabi-nete sin trasmitir el poder a un sucesor o gobierno provi-sional, haciéndole así el juego a Steinhart y sus allegados,los cuales columbraban en el estado acéfalo de la repúbli-ca la ineluctabilidad de la intervención; mientras que losliberales y algunos moderados se esforzaban por llegar aun entendimiento. En resumen, ese honesto, laborioso ysencillo presidente que llegó a creerse, bajo el influjo deaduladores interesados, un gobernante providencial,despechado por haber sido contrarrestado en su tal vez bienintencionada determinación de prórroga de mandato, pre-firió sacrificar la duramente ganada independencia y en-tregar la república al extranjero antes que a sus opositores

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del país, beneficiando a los anexionistas conjurados delinterior y del exterior. Así, Taft anunciaba en septiembre29 que había comenzado la segunda intervención.

Corrobora Portell Vilá que el gobierno interventor deCharles E. Magoon despilfarró con abrumadora prodigali-dad el dinero cubano en indemnizaciones injustificables,entre otras a España y a la Iglesia, así como en obras públi-cas mal presupuestadas, a menudo innecesarias pero de ca-rácter político, para complacer a amigos y adictos, alextremo que un kilómetro de carretera que costaba $6 278bajo Estrada Palma, se pagaba $18 345. Si bien la lacra delos empleos imaginarios databa de la colonia, Magoonreinició esa práctica, destruyendo la obra de adecentamientoiniciada por sus antecesores y «el peculado, la improvisa-ción y la falta de sanciones echaron sus raíces, con las cua-les han vivido hasta nuestros días». Gastó cerca de cienmillones de pesos, trayendo el triunfo del derroche admi-nistrativo. Hay indicios de que Taft designó a Magoon afin de obtener los medios que facilitaran su elección.

Destaca Portell Vilá que el acomodaticio gobernadorprovisional, con ostensible carencia de sentido democráti-co, no se rodeó de un consejo de secretarios cubanos. «Te-nía más poderes discrecionales que un capitán generalespañol durante el breve régimen autonómico: prohibió lareunión del Congreso y anuló elecciones; cobró y gastó asu antojo las rentas públicas; pactó con naciones extranje-ras, dictó leyes orgánicas, encarceló e indultó, otorgó con-cesiones ruinosas a costa de Cuba e hizo en suma todo loque correspondía esperar de un dictador.» Mas, no hizonada para organizar la economía cubana, crear un sistemabancario independiente, diversificar la producción y fomen-tar el desarrollo de la pequeña propiedad. Despojó al paíscon indemnizaciones tan infundadas como la de las armas

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abandonadas por España en su retirada, que el propioEstrada Palma repudió con firmeza. Concretóse ciertasreformas administrativas de utilidad, oscureciéndolas sinembargo con la complacencia inaudita mostrada a intere-ses espurios y la vuelta a una corrupción desvergonzada.Sus maniobras turbias así como sus indultos encamina-dos a asegurarse en la Constituyente la mayoría necesa-ria para la aprobación de la Enmienda Platt, alcanzandolos perdones en el espacio de dos años la cifra astronómicade 1 140; marcan el inicio de una de las lacras más degra-dantes de la república.

Los liberales de la facción de José Miguel Gómez, conastucia y habilidad, se aprovechan del descrédito que se-pulta las huestes moderadas sostenedoras de la prórrogade Estrada Palma, acaudilladas por Mario G. Menocal; ylogran captar gran número de intelectuales descollantes.Así se inicia la sangrienta y enconada lucha política quedividiría la república durante un cuarto de siglo en dos ban-dos, bajo el caudillaje de Menocal y de José Miguel, Zayasy Machado. La indiferencia hacia la política por parte delas clases adineradas, conforme apunta Portell Vilá, se debea que la mayor parte de éstas, en la que se apoyaba la tác-tica norteamericana, era de raigambre española, mientrasque los cubanos que habían entregado su fortuna a la causade la independencia quedaban relegados, junto con sus des-cendientes, al ejercicio de las profesiones y a los cargosadministrativos, desajuste acrecentado por la nocivaestructuración fiscal y económica establecida por el auto-ritario Wood. Téngase en cuenta que sumaban cuarentamillones de pesos los bienes confiscados por los españolesa los patriotas cubanos mientras que éstos, realizada su li-beración, dejaron indemnes las fortunas de sus antiguosopresores, actitud que contrasta con la de los mismos ame-

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ricanos, los cuales, al lograr su independencia, se apodera-ron de un total de ochenta millones en bienes de los ingle-ses y sus cómplices. Agrega el autor que, en vez de concertarempréstitos para las realizaciones de utilidad como bancosde refacción agrícola, una marina mercante, una enseñan-za técnica y la alfabetización, Magoon prefirió emplear talescréditos en empresas con amplios márgenes que permitie-sen el rápido enriquecimiento personal. También se paga-ron deudas dudosas como la de las gestiones en torno a laJoint Resolution. Fue una orgía de millones consentida porlos trece y tantos millones dejados por Estrada Palma, losmás de cincuenta y cinco recaudados y el segundo emprés-tito de la república. De lo expuesto se desprende la decisi-va importancia del influjo ejercido por los primeros añosde vida republicana en la formación de la mentalidad delcubano, el cual tuvo que sufrir resignado la humillante ydescorazonadora afrenta de la intervención extranjera. Pa-radójicamente, el triunfo electoral de los liberales, aunqueestos se pronunciaron explícitamente contra la EnmiendaPlatt, admitida por los conservadores, agradó a losinjerencistas al demostrar la usurpación de Estrada Palma,justificando así la intervención.

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VARONA Y LA REPÚBLICA

Varona tenía demasiado sentido crítico para hacerse ilu-siones. Comprendió, es cierto, la necesidad perentoria dereemplazar el caduco régimen español por el republicano,el cual permitiría el pleno y libre desarrollo de los recursosdel país, pero también se percataba de que las propias defi-ciencias del sistema colonial habían afectado la conforma-ción mental de los cubanos. A más de diezmados ydepauperados por la guerra, la incuria y la explotación, sehallaban en un enorme estado de atraso con respecto alresto del mundo civilizado. El ilustre pensador, que a lasazón contaba ya con la ópima madurez de más de mediosiglo pletórico de estudio, experiencia y observación, en-tendía que uno de los problemas más urgentes era, pues, elde la educación, complementado por el de la reeducación.Se trataba no sólo de alfabetizar a las tres cuartas partes dela población, sino de sustituir la vieja enseñanzamemorística y ergotizante por otra más a tono con laspremisas del momento. Había, en suma, que preparar alcubano para la vida moderna. Así, cuando le fue encomen-dada la reforma de la enseñanza, se inspiró en ese criterio,y lo hizo con energía y decisión. Lo primordial era incul-car un sentido práctico al ciudadano que le permitiera aten-der a las ingentes necesidades materiales de su país,preteridas por un régimen basado en la expoliación; preci-sando asimismo pertrecharlo de los imprescindibles cono-

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cimientos científicos de que le habían privado dos siglosde enseñanza anacrónica cuando no ausente por completo.Con este ánimo de preparar constructores para la patria,suprimió del programa educacional todas las disciplinasdel espíritu. Las consecuencias de este bien intencionadocelo, justificable entonces pero que con el andar de los añosse mostró excesivamente unilateral, pueden palparse en laactual decadencia cultural. Con todo, de no haber surgidootros factores, previstos hasta cierto punto por el propioVarona, ello hubiera favorecido aún más nuestro desarro-llo industrial. Lo cual no impide que gobiernos ulteriores,de ser capacitados, hubieran podido introducir las modifi-caciones necesarias a su debido tiempo.

Por lo mismo que Varona supo poner al desnudo la ca-ducidad, ineptitud y corrupción del régimen colonial, vis-lumbró y denunció las flaquezas de la república. En reciasy medulares páginas, previó el lamentable alcance de lainsurrección de agosto de 1906, que ensombreció de in-quietud la mente de muchos ciudadanos dignos, preocupa-dos por el porvenir de la independencia de su país. Fustigóel egoísmo partidarista que amenazaba con poner a saco lapatria recién nacida. «Mayorías liberales y mayorías mo-deradas...», escribía el 31 del propio mes de agosto, «todoshan procedido bajo la obsesión de que ellos y sólo elloseran la república». Lamentaba que nuestras prolongadasconvulsiones políticas hubiesen coincidido con el períodode transformación industrial en el resto del mundo, por locual quedamos muy a la zaga. Mientras tanto, se concen-traba nuestra industria incipiente en manos extranjeras,dejando al cubano en una condición de resistencia econó-mica aún inferior, no ya a la de 1868, sino a la de 1895.«Cuba no es ya una colonia», decía en septiembre del mis-mo año, «pero sigue siendo una tierra de explotación». Se-

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ñalaba, asimismo, en un discurso de 1911, que «produci-mos para exportar, empleamos todo nuestro esfuerzo entrabajar para el comercio exterior; y, en cambio, todo loque es necesario para el consumo más rudimentario... elcubano necesita que se lo aporten». Estimó que los cuba-nos hubieran hecho mejor en allanar sus diferencias porotro camino en vez de alzarse, pegando la boca del fusilcontra el pecho de sus compatriotas, aun cuando tuviesenrazón, puesto que el intervencionismo americano se incli-naría siempre, como es natural, a reconocer el gobierno defacto. Creía, por otra parte, que don Tomás hubiese gana-do las elecciones de todos modos, sin necesidad de recu-rrir a la brava.

Su pensamiento político y económico revela la mismaponderada sagacidad de sus ensayos filosóficos y litera-rios. En uno y otro caso preside el mismo metódico espíri-tu analítico que, al descubrir desde temprano las flaquezasde la república, se sume en creciente pesimismo. Desenga-ñado por las taras del gobierno conservador a que pertene-ce, Varona se retira de la vida pública y docente, paraentregarse de nuevo a las letras. El desmoronamiento de larepública democrática trueca la duda del escéptico en unpesimismo afianzado en la seguridad del fracaso compro-bado. «La juventud cubana piensa más en las bolas deLuque y los puños de Kid Chocolate que en el porvenir deCuba», afirmaba en el ocaso de su vida, pero el movimien-to de protesta estudiantil contra Machado acabó por en-cender en él un fulgor de esperanza.

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CUBA CONTEMPORÁNEA

En enero de 1913 nacía la revista Cuba Contemporánea, lacual recogería durante catorce años —larga vida para unapublicación de su tipo y talla entre nosotros— el fruto de laspreocupaciones de los espíritus más conscientes del país. Supropósito manifiesto era seguir el ejemplo, sin pretender igua-larlo, de la Revista de Cuba, de José Manuel Cortina y laRevista Cubana de Enrique José Varona, el cual, sin embar-go, escribía en una carta a sus fundadores que la tarea deéstos sería más difícil que en tiempos de la colonia, por cuanto«hoy somos nosotros mismos los que estamos unos frente aotros, ciegos por la pasión y enconados por la lucha. Enton-ces se pugnaba por ideas; hoy se combate por orgullo o porcodicia». La revista respondía de veras a una necesidad his-tórica, y valga el lugar común, puesto que a la vuelta devarias graves zozobras que pusieron en peligro la existenciamisma de la república, resultaba imprescindible difundir sinrestricciones el pensamiento más preclaro, generoso y pon-derado de la nación. El criterio que asumiría la revista iba aser, muy atinadamente, en sumo grado liberal ya que ladifícil coyuntura del momento precisaba la colaboración decuantos escritores estuviesen dispuestos a poner su pensa-miento al servicio del país, ya sea contribuyendo con solu-ciones propias, con la divulgación de ideas o al mejoramientodel nivel cultural. Su fin no era, en efecto, imponer opinio-nes sino darlas a conocer, aunque estuvieran en pugna

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con las sustentadas por la Dirección. Esta se proponíarevivir las energías de sus conciudadanos, «adormecidaspor concupiscencia de unos y la mala fe de otros». En elprimer editorial se afirmaba con modestia que podíanerrar, pero no a sabiendas, de suerte que lo que no cabeponer en duda es la rectitud de intenciones que movía aestos jóvenes de entonces.

En el primer número hay una conferencia sobre RudyardKipling de Jesús Castellanos, muerto prematuramente elaño anterior. Antonio Sánchez de Bustamante, por su par-te sostiene que la capacidad no debe estar reñida con lademocracia, la cual excluye los privilegios sociales perono los derechos de la aptitud. La restricción de la entradade inmigrantes, con miras al blanqueamiento de la pobla-ción en conformidad con la tesis sustentada tres cuartos desiglos antes por Saco, es el tema de un artículo de CarlosVelasco, director de la revista, el cual apoya sus alegatosdemográficos en argumentos económicos-sociales, comoel envilecimiento de los sueldos debido a la competenciadesleal de braceros jamaiquinos y haitianos. El autor apro-vecha esta coyuntura para denunciar la violación por partedel gobierno de José Miguel Gómez de la ley contra laimportación de trabajadores contratados.

Si bien la Ley Morúa Delgado prohibiendo la forma-ción de partidos raciales había resuelto en el terreno jurídi-co-político la cuestión racista, ésta continuaba debatiéndosea causa de la sangrienta represión del alzamiento de Estenoze Ivonet, propugnadores del Partido Independiente de laRaza de Color; y es preciso consignar que la opinión pre-valeciente en los trabajos publicados sobre la cuestión enaquellos años por esta revista al par que en la prensa, erade tinte racista más o menos subido.

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La próxima inauguración del monumento a Luz Caba-llero en el Parque de la Punta, posteriormente trasladado ala vera del antiguo Seminario de San Carlos, constituyepara Julio Villoldo una excelente ocasión para abogar porel desarrollo y la protección del colegio cubano, inspiradoen las normas de El Salvador. Sostiene la necesidad de di-fundir los grandes ejemplos cívicos nacionales y cita fra-ses juiciosas al par que sugestivas de Martí en relación conlos peligros que la educación de los niños en el extranjeroentraña para el porvenir de la conciencia nacional. Tam-bién se discute la disyuntiva entre la enseñanza laica y lareligiosa, pero salvo en el caso de Luis A. Baralt, los crite-rios favorecen, con mayor o menor énfasis, la primera.

No estaba desatendido el campo específico de las le-tras en Cuba Contemporánea. Cultivadores cubanos dela crítica, historia y teoría literarias, tales como ReginoBoti, J. M. Chacón y Calvo, J. M. Poveda, Emilio Blanchety Bernardo G. Barros, e hispanoamericanos como Francis-co Contreras, Rufino Blanco Fombona, Alfonso Reyes, Po-rras Troconi y Pedro y Max Henríquez Ureña, amén deotros muchos, contribuían con valiosos estudios sobre ta-les materias. Eso sí, los amagos novelísticos no son en ge-neral, dignos de mención a no ser como ejemplos decursilería. En cambio, hay una deleitable cuanto gráfica yveraz evocación de la toma de Santiago debida a AlfonsoHernández Catá, en la que menudean los detalles vívidos yelocuentes. Al través de las pupilas de niño que era a lasazón este escritor que pone a contribución con eficaciasus dotes de cuentista para realizar una suerte de reportajeretrospectivo que comienza por las tertulias de los estrategasde café que sostenían con aplomo la víspera del aconteci-miento la imposibilidad de un desembarco norteamerica-no, para presentar una serie de instantáneas de los momentos

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culminantes, desde que los tres primeros cañonazos ate-rran y desconciertan la población. Cuando los marinos es-pañoles vuelven a los buques que pronto habrá de tragarsela mar, al paso de un joven y bello teniente alguien lamen-ta verle marchar a su muerte, y aquél vuelve la cara, comosi hubiese oído. El éxodo civil desata los más crudos con-trastes del alma humana ante el hambre y el desamparo:unos comen escondidos a fin de que no les pidan, otrosfingen haber comido para que no les rechacen lo que ofre-cen y hay niños pequeños que quieren compartir un men-drugo con su madre. El relato cierra con un giro del azar:desde una ventana alguien reconoce en un militar norte-americano a un viejo amigo y le grita que venga a visitarle.Otros números reproducen Los argonautas de Jesús Cas-tellanos, que ya comentamos; la tragedia El traidor y unamordaz sátira de costumbres de José Antonio Ramos, sincontar algunas colaboraciones de crítica literaria madrile-ñas y parisienses de Justo de Lara, quien por aquel enton-ces remitía sus crónicas a La Discusión.

Pese a la tónica más bien moderada de la revista, seabordaban con franqueza los candentes problemas con-temporáneos de Cuba. La elección de Mario G. Menocalmotiva un articulo de Carlos Velasco que revela las pre-ocupaciones del momento. Allí se presentaban al nuevogobierno las aspiraciones nacionales, tales como laconcertación de contratos con las compañías de navega-ción para contrarrestar los efectos de la próxima aperturadel Canal de Panamá; la entrada libre de impresos con mi-ras a propiciar el movimiento cultural; rebaja de arancelesprohibitivos para productos ajenos a la industria nacional;contracción de presupuestos; reforma escolar y adecuaciónde maestros; deslinde de tierras del Estado para su arren-damiento, protección de la riqueza forestal; institución de

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bancos agrarios, y la ley del divorcio que iba a situarse enel primer plano polémico y legislativo durante más de unlustro, y que era favorecida por R. Sarabasa, GonzálezLanuza y otros muchos. La cuestión habría de invadir, se-gún veremos, los predios de la novela. Desde 1906, conmotivo de la presión electoral ejercida sobre la burocraciagubernamental por el llamado Gabinete de Combate, lacondición del empleado del Estado ocupaba, y seguiríaocupando hasta el presente, la atención de la ciudadaníaansiosa de orden y estabilidad. Así, Mario Guiral Morenosolicitaba del gobierno recién electo la aplicación de la Leyde servicio civil implantada bajo Magoon, con modifica-ciones tendientes a conservar los cargos imprescindibles ya evitar reducciones abusivas de los sueldos en perjuiciode la calidad del trabajo rendido. Por su parte, José Sixtode Sola, cuya existencia estaba a punto de extinguirse en elapogeo de su juventud, movido por el ardor de su bullentecorazón de patriota, iniciaba con un artículo sosteniendo elderecho de Cuba sobre Isla de Pinos y con otro donde po-nía en guardia contra la penetración demográficaejemplificada por el caso de Hawai, su campaña por el re-conocimiento definitivo de nuestra soberanía sobre dichadependencia de la provincia de La Habana, problema queencontraría años más tarde su justa y feliz solución en elTratado Hay-Quesada.

El espíritu conservador que se advierte en la mayor par-te, si no en todos los colaboradores de Cuba Contemporá-nea durante el período de la primera guerra mundial, sedebe en buena medida a la corrupción y la chabacaneríapopulachera del gobierno de José Miguel Gómez, pero tam-bién a la presencia de una personalidad intelectual tan esti-mada como lo era Enrique José Varona, al lado de MarioG. Menocal ocupando el cargo de vice-presidente. Con

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todo, resulta notable la sagacidad que algunos revelan en elexamen y definición de la mentalidad cubana. Algunas desus idiosincrasias más salientes y su etiología son estudia-das por José Sixto de Sola en un penetrante trabajo titulado«El pesimismo cubano». Este ensayista situaba certeramentelas raíces de dicho sentimiento en el efecto desmoralizadorcreado por el clima de provisionalidad propio del régimende factoría que implantaron en Cuba los españoles durantemás de tres siglos. La población que sólo venía de tránsitopara otras tierras o para enriquecerse y marcharse lo máspronto posible, no se identificaba con el país. La ignoranciay la pobreza en que el régimen colonial sumía a quienes sequedaban, entorpecía la floración del sentido cívico. Bajo larepública, el desengaño de las masas deseosas de palpar elbeneficio material del gobierno de Estrada Palma, el cual notuvo tiempo de emplear los veinte millones que había ateso-rado y que fueron dilapidados por sus sucesores, contagióotras capas sociales. Añádase las posteriores defraudacio-nes políticas, y podrá explicarse nuestro pesimismo y la con-siguiente falta de sentimiento patriótico. Muestra, sinembargo, un excesivo optimismo Sola al cifrar esperanzasen la cubanización del comercio español y en el progresodemográfico basado en las sucesivas generaciones de hijosde extranjeros nacidos en Cuba.

Dentro del mismo orden, Mario Guiral Moreno examinaalgunos «aspectos censurables del carácter cubano». Abun-dando con Varona en torno a la necesidad de impedir la fal-sificación del sufragio, comenta nuestra indisciplina en elacato de la voluntad mayoritaria. Describe, además, con acier-to el sensualismo y el «choteo», que define como propen-sión a burlarse con sorna de todo lo estimable y a escarnecerlas personalidades, lo cual equivale al relajamiento del res-peto mutuo, que se concreta en el confianzudo tuteo y la

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palmadita en el hombro, así como en la informalidad en eltrato social. He aquí, sin lugar a dudas, una de las modali-dades más específicas de nuestra convivencia, que enton-ces tocó también J. M. Poveda, la cual habrá de ser analizadae interpretada con mayor amplitud por Jorge Mañach treslustros más tarde, en tanto que Fernando Ortiz rastreará elorigen africano de algunos ingredientes.

Es natural que en un período formativo como lo era elque cruzaba la república cuando no había cumplido aúnlos quince años, la enseñanza mereciese la atención pri-mordial de los intelectuales. Así, Julio Villoldo achaca a lamala educación nuestra indisciplina, la cual ya se inicia enel ámbito familiar. Apoya su demostración en dos casostípicos ilustrados por nuestra literatura: el mal ejemplo deCándido Gamboa en Cecilia Valdés, al par que el morbosoamor materno de su esposa; y una carta de la Condesa deMerlín destacando la debilidad materna y la extrema pre-cocidad del desarrollo infantil. «Cuando en el hogar seenseñe a ser patriota», concluye, «el culto a los héroes y areprimir ciertas pasiones se extinguirá el tipo del políticoaudaz y ambicioso». Enrique Gay Calbó indica, no sin gra-cia, el efecto negativo de la enseñanza colonial, cuyosrezagos no se habían extinguido aún, y que se caracteriza-ba por su índole memorística a expensas de las demás fa-cultades mentales, así como por los cogotazos, las palmetasy el cuartito, y el hacinamiento en bancos sin respaldar. Deesa escuela cuartel, afirma, salían cadáveres morales, hom-bres sin iniciativa ni entusiasmo por el estudio; y oponía laescuela nueva con su concepto de orientación infantil ha-cia los objetivos de la existencia. José Sixto de Sola apoyala prédica de J. A. Ramos en favor de la sincronización dela enseñanza con el progreso del país; y critica los apetitosy el libertinaje desmoralizador del gobierno de José Mi-

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guel Gómez. Encomia la moderación de los cubanos queperdonaron a sus opresores mientras las heridas que éstosles habían infligido sangraban todavía, y destaca el agra-decimiento a los colaboradores de la independencia; perodenuncia la malquerencia de aquéllos y el desprecio deéstos. Mientras tanto, Guiral Moreno y González Lanuzase declaraban contrarios a la abolición de la pena de muer-te, entonces ya contemplada por el Poder Legislativo.

Pese al certero enfoque de la mayor parte de los proble-mas del momento, en muchos casos apenas superado des-de entonces, el concepto literario que informaba la revistaera arcaico. Su prosa redundante, estirada, lerda y ampulosapertenecía, con sus largos períodos en crescendos, al fa-rragoso género español del siglo pasado. Mas, en la poéti-ca los trabajos de Regino Boti delatan inquietudes bienapuntaladas. En cuanto a la prosa, Luis A. Baralt y Zacharieaboga por nuevas orientaciones rítmicas, denunciando elvicio del perezoso vaivén del género hispano y opone elcarácter dinámico de una prosa de ritmos más complejos,sutiles y sorprendentes. Con todo, corresponderá a la Re-vista de Avance, iniciar en 1927, bien que con algún retra-so, el nuevo estadio en este campo.

Dentro del ámbito exclusivo de las letras, el mismo añoen que nace Cuba Contemporánea, 1913, Juan F. Sariolfunda en Manzanillo Orto, que recogería la herencia y loslineamientos de El Pensil, transformado luego en el Re-nacimiento, término que entrañaba una implicación local,vista la letal modorra cultural en que había caído el país.Esta nueva revista, cuyo título fue sugerido por Juan JerezVillarreal, continuadora de la renovación modernista ini-ciada con algún retraso por su predecesora en 1910, bajo laégida espiritual de Julián del Casal, desempeñaría una fun-ción rectora en Oriente y otras provincias digna de sus con-

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géneres capitalinos, con una longevidad única en nuestratierra, ya que se mantiene aún en vida. Semejante perseve-rancia resulta tanto más notable si se tiene en cuenta quedurante esa alongada existencia hubo lapsos en que las ru-das sacudidas económicas, sociales y políticas dejaron a larepública huérfana de otros órganos puramente literarios.Además de las colaboraciones del primer grupo, que com-prendía a los Boti, los dos Poveda, Luis Felipe Rodríguez,el dominicano Sócrates Nolasco, Vázquez de Cubero,Galliano Cancio, Armando Leyva, Recaredo Répide, ÁngelGiraudy y Fernando Torralba, Orto fue admitiendo expo-nentes, muchos de ellos antes de alcanzar su consagración,de sucesivas modalidades, no ya de provincia y la capital,sino del resto del mundo de habla hispana.

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LA REPÚBLICA DEGENERALES Y DOCTORES

Mientras Juan Criollo, con sus botones de oro en la camisay hebilla de plata en el cinturón, es el hijo del pueblo quese deteriora no tanto por maldad innata como a causa deldegradante influjo ambiental y por la carencia de educa-ción; Ignacio García procede de la clase media inferior ysu personalidad moral permanece indemne. Ambos nacenen la penúltima década de la colonia, pero de cuna un pocomás privilegiada que la de aquél, éste se mantiene a salvode la acción infamante del hampa y de la condición humi-llante de huérfano recogido. Mas, hijo de un honesto fac-tor del ejército español y de igualmente honrada mujercubana, pero sobrino de pícaro bodeguero integrista, supoencontrar por sí mismo el camino de la justicia y seguirlohasta el fin de sus días. Desde muchacho devoraba a hurta-dillas literatura separatista, de suerte que su conciencia depatriota cubano estaba formada cuando, adolescente aún,estalló la insurrección del 95, hallándose pronto a empu-ñar las armas, al paso que Juan Criollo marchaba a Yucatán.Las circunstancias le habían llevado a Nueva York, perose enrola inmediatamente en las fuerzas revolucionarias, yal enterarse de lo necesitadas que estaban de profesionalesútiles, emplea el tiempo de espera para estudiar odontolo-gía, a fin de tener más seguridad de que le enviaran a lamanigua. Y, efectivamente, en 1898 se le incorpora a unaexpedición que desembarca en Oriente. Estas primeras eta-

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pas de su vida ocupan la mayor parte de Generales y doc-tores, otra novela de Carlos Loveira, paralela a Juan Crio-llo, y, como ésta, rico y realista trasunto de las postrimeríasde la colonia y la infancia de la república, aunque con me-nos visos de experimentalismo sicológico.

Terminada la guerra de independencia, el lector se en-cuentra de súbito a fines de la segunda década republicana.El contraste es impresionante. Los males que afloraban enlos albores de Cuba libre, constituyen ahora un cáncer pro-fundamente enraizado. Ignacio García, casado con la noviade su mocedad y que ejerce su profesión en un pueblo decampo, se encuentra en un tren con un personaje vulgar yrumboso, pero opulento y reverenciado por todos los pasa-jeros. Al cabo se reconocen: es su tío el bodeguero trampo-so, el integrista furibundo que gritaba por las calles deMatanzas «¡Viva España con honra!» Ahora está hecho unrico hacendado, tiene título de doctor y es un potentado dela política cubana. El personaje corresponde a don Cayetanoen Sombras que pasan, de Raimundo Cabrera. La Habanaes un enjambre de generales improvisados y doctores queno profesan, parásitos de la política ajenos a los intereses dela nación, que han vendido la economía del país a monopo-lios extranjeros. Advenedizos, criminales y aventureros detoda laya dirigen los destinos de la patria. El Nene, delin-cuente que había agredido a Ignacio con un puñal en tiem-pos de la colonia y estafado a su tío el bodeguero con elllamado timo de la guitarra, se ha transformado en generaldel Ejército Libertador, cabecilla político, alcalde vitaliciode un pueblo del interior y representante.

Hercúleos miembros, que diríase reclaman el arado, elmachete o el banco del carpintero, se ocultan bajo la blan-cura del dril 100, trocados en instrumentos de politiquería;dedos rollizos ensortijados, rutilantes de pedrería; revól-

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veres de grueso calibre y conversaciones en voz alta paradeslumbrar: tal es la metamorfosis operada en la gente delpueblo aprovechada, gracias a la república. Por más que seha dicho que la república será agrícola o no será, todossiguen haciendo doctores de sus hijos. En el país no haymás que diez o doce nombres perennes, insustituibles. Losperiódicos sólo informan de lo que ha dicho el generalMontalvo, lo que opina el doctor Alfredo Zayas, declara elgeneral Asbert, la asamblea que preside el general Pino Gue-rra, la entrevista con el general y doctor Freyre de Andradey sobre el viaje del general Gómez. El propio Ignacio Garcíaaccede a un curul de representante con el dinero de su tío,pero desde allí prosigue su obra de rescate, mientras «losveteranos no se vayan a dormir el sueño eterno a la tierraque tanto les debe... y en tanto los doctores sin clientela nosean arrollados por las fuerzas vivas del país... y por el pue-blo que es lo menos podrido». Aquí, pues Carlos Loveiramuestra una visión más optimista que en Juan Criollo.

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EL BOVARISMO CRIOLLO

Los problemas morales, sicológicos y sociales de la clasemedia es de lo que trata principalmente Miguel de Carriónen su díptico Las honradas y Las impuras; y, de modoparticular, la condición de la mujer cubana. Después de laliberación nacional, y en virtud de la rápida incorporacióndel país a las corrientes mundiales imponíase la emancipa-ción de la mujer, aún condenada por la herencia de cos-tumbres coloniales a vegetar en sus funciones hogareñasmientras el marido proseguía sus andanzas con todas lasprerrogativas de un señor feudal. El progreso material y laproximidad a los Estados Unidos, donde se luchaba inten-samente por los derechos femeninos, favorecían el esfuer-zo liberador. En este aspecto, aunque en otros Las impurasla supere, la primera de las dos novelas citadas resulta másinteresante. Cuando fueron publicadas, en 1918 y 1919,respectivamente, Cuba se adentraba en su gran período debonanza económica, recordado con añoranza como el de«las vacas gordas», y la ley del divorcio estaba a la ordendel día. Victoria, la heroína de Las honradas, es unaMadame Bovary cubana. Educada con todo el rigor de lausanza española en las postrimerías de la Colonia, en evi-tación de todo contacto extraño, recibe sus conocimientosprimarios sin salir del recinto de su casa, en la paz provin-ciana de Santa Clara. Luego cursa unos años de estudiosen un colegio norteamericano, donde atisba otro género de

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vida. Terminada la guerra de independencia, su padre, unexprocurador y terrateniente villaclareño, se establece enla capital, donde un golpe de fortuna le coloca en un im-portante cargo administrativo. Tal es el medio social y elmarco urbano en que la joven alcanza la edad de mujernúbil, pero ella resulta ser una inadaptada.

Penetrada de lectura de novelas, anhelaba otro génerode existencia. Se preguntaba si «habría nacido con algo demás o de menos en el alma, al igual que ciertas criaturascontrahechas desde la cuna que no podrían gozar jamás dela alegría de las otras». Lo cierto es que repugnaba el ero-tismo pedestre de ciertas amigas. Sin creerse romántica,acariciaba otros sueños. Era, en suma, una incomprendida,al igual que su congénere normanda del siglo pasado. Y enefecto, cuando casa con un químico azucarero, correcto,atento, formal, éste no logra, empero, adueñarse de su co-razón. Es más, hay otra analogía que completa el paralelo:cuando un comprensivo caballero de finos y suaves moda-les penetra el desierto de su vida provinciana en el ingenio,ella sucumbe sin que el marido se entere.

Mas, no hay desenlace trágico. El gusto y la corrienteoptimista, del momento no lo permitían. Ahíto del disfrutede su presa, el acaudalado tenorio la abandona, y todo re-torna a su cauce; ella, curada de su frigidez sexual, y elquímico feliz de verse padre de una hermosa niña. De paso,el autor puede hacer alardes de penetración sicológica, aveces atinada en lo tocante a la contención de Victoria,pero a menudo cargantes cuando extiende y reitera en de-masía los momentos eróticos, so pretexto de un realismoque, de hecho, se asemejaba más bien a las elucubracionesde El Caballero Audaz o Pedro Mata. Se trata de una cues-tión de estética y no de pudibundez, por cuanto la redun-dancia cansa. El mismo tema ha sido manejado con aún

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mayor crudeza, y sin embargo no ha resultado chocante.Miguel de Carrión, dominado por el naturalismo científicofrancés, pone a contribución sus conocimientos médicospara trazar un cuadro verídico de una operación y el retratoexacto del cirujano, todo lo cual luce empero un tanto traí-do por los cabellos. A partir de aquí y al través de la escenacon la comadrona, la novela tiene mucho en común conFecundidad de Emilio Zola, incluyendo los ribetes cientí-ficos y su, aunque más disimulada, moraleja. A fin de com-plementar su exactitud científica con la autenticidad deldocumento humano a lo Goncourt o Mirbeau, el autor pre-senta la obra como un escrito de la propia protagonista, enque ésta lega a su hija la verdad descarnada. Es poco pro-bable, sin embargo, que una madre hubiese mostrado a suhija con tanta complacencia y extensión la desnudez deciertos hechos, lo cual va en detrimento de la veracidadcientífica a toda costa, precisamente tan en boga a la sazónentre los escritores naturalistas experimentales y sicológicoscomo lo era Miguel de Carrión, entre cuyos méritos hayque abonarle, empero, el de haber trazado una viva estam-pa del provincianismo a la sazón imperante.

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LA CUESTIÓN DEL ADULTERIO

En los albores mismos de la república, un joven escritorcubano, José Antonio Ramos, hacía del adulterio el temade su novela primericia, Humberto Fabra, la cual, publi-cada en 1910, era asimismo una de las primeras en apare-cer después de la independencia. El hecho en sí pareceríabanal por cuanto el adulterio ha venido moviendo muchasplumas desde tiempos inmemoriales, si la ulterior evolu-ción de los derechos de la mujer durante el período repu-blicano, hasta culminar en la Ley de Equiparación de 1950,no le confiriera a dicha obra notables ribetes de anticipa-ción. El que el autor haya previsto o no el sesgo de losacontecimientos en ese terreno, o si no hizo más que se-guir la corriente teatral y literaria del momento, no amenguamucho el interés que suscita la temprana presencia de lanovela de marras. Por lo demás, sabemos que el autor sedaba con ahínco al estudio de la sociología, a tono con elmovimiento positivista aún imperante, lo cual permite su-poner que supo captar el verdadero alcance de la campañafeminista que a la sazón agitaba los países anglosajones.En todo caso, Miguel de Carrión hubo de seguir su ejem-plo al escribir, con un enfoque más restringido pero máspreciso, Las honradas, en tanto que en 1918 se aprobaríala primera ley del divorcio. Pero en 1930 se derogaría laley sobre el adulterio, de suerte que José Antonio Ramosluce más previsor todavía, ya que éste trata pura y simple-

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mente el tema del adulterio y aquél lo contrae al problemaespecífico de la incomprendida; y puesto que dicha legis-lación acaba de poner a la mujer en un plano de absolutaigualdad con el hombre, cuyas inconstancias habían sidohasta entonces tácitamente toleradas, en cuanto a las obli-gaciones matrimoniales. En Humberto Fabra el autor noformula ni insinúa tesis alguna, a no ser, tal vez, la delvitalismo, que en aquellos años estaba en pleno apogeo; y,precisamente, la ley de marras responde, hasta cierto pun-to, a esa corriente, incluso si hemos de atenernos al acervode Carlos Azcárate en su admirable, aunque un tanto idea-lista, tratado sobre la cuestión, en sentido de que la grave-dad de un delito no depende del peligro que el mismorepresenta para la sociedad. Lo que cuenta es el grado deculpabilidad, determinado por factores sicológicos ycircunstanciales. En suma, la vida misma mantiene sus fue-ros sobre los preceptos.

Así el joven Humberto Fabra, bien que transido de cier-tas inquietudes ideológicas, es una persona honesta, since-ra y pulcra al extremo de separarse de su amigo y compañerode estudios, por no tolerar su comportamiento licencioso.Y sin embargo, acaba por cometer un acto abominable:seducir a la esposa de su propio tío, el mismo que le acogepaternalmente bajo su techo, al quedar aquél huérfano depadre. La pureza de Albertina es, asimismo, firme y límpi-da. Su resistencia ante los ardorosos avances de Humbertoes realmente heroica, al tiempo que resulta conmovedorala confianza del tío en su sobrino, pese al desconcierto quele producen las ideas ácratas de éste, el cual pone la con-ducta de las bestias como pauta para los hombres. Pero losefluvios campestres y el poder de la afinidad al cabo quie-bran la voluntad y anulan los buenos propósitos. El equili-brio entre «la pasión de la moral y la pasión», como diría

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Carlos Azcárate, se rompe. La naturaleza tuvo la mayor cul-pa, y acaso también el buen tío Rosendo, por haber tomadoesposa demasiado joven para él. No hubo agresión. Al obe-decer sus impulsos en un dominio donde la ley no tiene ju-risdicción, los jóvenes violaron tan sólo el decoro y ladignidad. Por su parte, el tío Rosendo, en lugar de violentarse,debió simplemente acogerse al caso previsto por la ley deldivorcio. He allí el nuevo concepto del adulterio, el cualcompleta la emancipación jurídica de la mujer y que suplan-ta el de la «honra», subterfugio, en este caso, para salva-guardar los fueros del pater familias, los cuales confieren almarido burlado hasta el derecho de matar a la adúltera y a sucómplice, siempre y cuando los descubra in fraganti y queel castigo alcance a los dos delincuentes.

Hoy día en Cuba el adulterio es pecado, quizá, pero nodelito, y por consiguiente la ley penal no lo alcanza. Puedeser que el no poder el marido aplicar la pena de muerte porsu cuenta haya debilitado el matrimonio, pero el amor es ellazo más firme de todos. De no existir éste, tales son losgajes de la total emancipación de la mujer. Por otra parte,conforme apunta Azcárate, el excesivo pudor de uno delos cónyuges provoca la impudicia del otro: allí tenemosel caso de Ricardo y la calambuca Benita en Los ciegos deLoveira. José Antonio Ramos escribía con más gusto ysoltura que Loveira y Carrión, pero el final trágico-román-tico de Humberto Fabra, con sus ingenuidades perdonablesen un autor que contaba tan sólo veinticinco años, echa portierra el realismo positivista de esta novela.

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INDEPENDENCIA DE LA MUJER

En la época de Las honradas la cirugía, impulsada por losprodigios experimentales efectuados en los hospitales desangre de la primera gran guerra, se hallaba en su apogeo,y Miguel de Carrión, que era médico, se pudo despachar asu gusto en la novela de marras. Ya se estaba poniendo demoda operarse preventivamente del apéndice, y era consi-derado chic que el acontecimiento apareciese en la crónicasocial. Los personajes novelescos no pasaban simplemen-te al otro mundo sino que morían de un mal específico y envida muchos llevaban trazas ostensibles de una enferme-dad bien determinada. También Carlos Loveira y Miguelde Carrión se dejaron seducir por esa pedantería que for-maba parte del cientificismo entonces aún imperante, peroGeorges Duhamel, que había servido en la guerra con elcuerpo médico francés, abogaba por los fueros del arte.Mientras tanto, empezaba a cobrar inusitado auge en elmundo civilizado la lucha feminista, favorecida por el des-tacado papel que venía desempeñando la mujer en el fren-te mismo al par que detrás de las líneas, como enfermera yoperaria, ganándose el corazón de los espíritus liberales yavanzados, a la sazón en ascenso. La actitud cientifizantetuvo esto de bueno: que al explicar todo veía el mal conindulgencia, lo mismo en lo social que en lo sicológico, yello contaba, asimismo, con el endoso del persistente nihi-lismo nietzscheano. La prostitución no se miraba como un

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pecado sino como un fenómeno social o patológico quedebía ser curado en vez de condenado.

Hemos visto cómo en Las honradas, el autor absuelve ala mujer de su pecado y procura rescatar la personalidadfemenina. En Las impuras, segundo cuadro del díptico,defiende la independencia de la misma. Mas, a pesar de supostura científica, el autor se muestra por momento un tantoromántico-sentimental, v.g.: en la noche lluviosa de la lle-gada de Teresa a La Habana. Además, a lo largo de la no-vela idealiza cada vez más al personaje, que al principio sedeja llevar por una frívola pasión en un ambiente vicioso.Existe una ostensible analogía con la perdida de Sombrasque pasan de Raimundo Cabrera, contemporáneo suyo, yaque ambas mujeres observan un comportamiento digno yse sacrifican para mantener a sus hijos en buenos colegios,alejados del medio en que ellas viven. En Los ciegos Car-los Loveira reivindica a la amante, convirtiéndola en espo-sa legítima al enviudar, situándola por encima de la primeramujer, cuya angosta mojigatería le impidió comprender asu marido. En suma, la crisis del matrimonio, que enton-ces pasaba por su período agudo en Cuba, iba a tener suculminación jurídica en la Ley del Divorcio.

Teresa, hija de un matrimonio cuyos nexos se habíantruncado por incompatibilidad de caracteres, era volunta-riosa desde su infancia. No se doblegaba bajo ninguna vo-luntad ajena. Tuvo un desarrollo precoz, como sueleacontecer en nuestro clima, y su espíritu independiente seconsolidó con los años. Su propio hermano la censurabapor la indocilidad que mostraba, añadiendo que las muje-res así no eran bien aceptadas por nuestra sociedad. Antesus excesos, una amiga madura y viciosa le advierte sinembargo que «aunque el matrimonio sea un disparate, esmejor casarse que dejarse engañar como una estúpida».

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Teresa se sale, no obstante, con la suya y, renunciando a sufortuna se entrega al hombre que quiere, a pesar de estarél casado, dándole libertad de abandonarla tan pronto seaburra de ella, pues «cuando un hombre no quiere ya auna mujer otra lo atrae. Esto quiere decir que si no meencuentras, te hubieras enamorado de una parecida amí...Y yo no soy injusta: no me excluyo de la regla». Muycaro habría de costarle este razonamiento, pues el objetode su amor no pasaba de ser un hombre vulgar, y despre-ciable que no merecía semejante sacrificio. Pero ella fueconsecuente consigo misma y con él, pagando el preciocon reciedumbre y altivez dignas de mejor causa. Orgu-llosa y tenaz afrontó cuantos vejámenes y privaciones leacarreaban su precaria situación social y económica, quela condenaba a existir en un medio de repelente pobrezamoral y material. La implicación, un tanto ingenua, deldíptico de Carrión es que las impuras pueden ser más hon-radas que las «honradas».

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LA VIDA GALANTE

Otro resultado de la tendencia cientifizante en la vida y elarte fue el tratamiento sin tapujos de todos los temas. Nohabía más cuestiones «tabú» tanto para la literatura comoen las conversaciones, especialmente en los círculos avan-zados, donde eludir el punto de vista científico se conside-raba démodé y gazmoño. Esta postura dimanaba delnaturalismo cientificista a lo Zola, Goncourt y Mirbeau,con derivaciones sicológicas a lo Bourget, que no era, em-pero, aún tolerado por la Gran Bretaña victoriana ni losEstados Unidos, puritánicos todavía. No obstante, en laprimera postguerra la licencia se abrió paso en todas par-tes. Cae la prohibición contra James Joyce, que sin embar-go tanto le benefició, mientras en el Reino Unido surgíanAldous Huxley, D. H. Lawrence y Llewellyn, y enNorteamérica Teodoro Dreiser, Sinclair Lewis, Dos Passosy otros muchos. En Cuba, el terreno había sido abonado yapor las novelas francesas cuando Miguel de Carrión y Car-los Loveira hubieran escandalizado todavía a los paísesanglosajones. Lo malo es que ambos autores, a fuerza dereincidir y extenderse demasiado sobre las mismas esce-nas eróticas y de registrar detalles triviales, con el pretextode hacer realismo, pecan de chabacanería, dándose el casoque su exagerado afán de verismo falsea la realidad, y locrudo se torna soez. André Gide ha demostrado que se pue-de presentar la verdad desnuda sin devenir vulgar.

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Hechas estas salvedades, cumple afirmar que las obrasde estos dos novelistas entreabren un extenso panoramasocial de los dos primeros decenios de la república. En Lasimpuras Miguel de Carrión esboza un cuadro de la vidagalante habanera en su tercer lustro de existencia republi-cana con inferencias que penetran asaz hondamente elsubstrato de la impresión superficial. Hay atisbos que evo-can la Naná de Zola y las Escenas de la vida bohemia deMurger, pero se adivinan las repercusiones de la promis-cuidad de los estudiantes con elementos del hampa y laprostitución. En efecto, no cabe duda de que las conse-cuencias de este temprano contacto con un medio crapulo-so, por falta de casas adecuadas o dormitorios universitarioshabrían de manifestarse más tarde en esos futuros profe-sionales llegados del campo. Su prematuro involucramientoen la política, por aquel entonces ya corrompida hasta eltuétano, con ausencia total de un partido sano o de ideolo-gía bien definida, debió afectar, asimismo, la mentalidadde aquellos jóvenes, muchos de los cuales estaban llama-dos a dirigir el país. Una cosa es el ambiente de las grandesciudades universitarias europeas y muy otra el relajamien-to moral que conocían nuestros estudiantes, contaminadosdel derrotismo oportunista que se había adueñado de suspadres tras la frustración inicial de la república.

Como sucede en las novelas de Loveira y Cabrera, laidentidad entre algunos protagonistas y conocidas perso-nalidades reales es claramente perceptible. Entre ellas sedestaca la extravagante cortesana Carmela, derrochadoraimpenitente «que había sido casada y tenía, antes de entrarde lleno en el torbellino de la vida galante, cierto refina-miento de modales y de gustos». Son asimismo significa-tivas estas otras palabras de Carrión: «En La Habana esdifícil que una mujer galante pueda vivir de las liberalida-

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des de un solo hombre. Nuestros ricos son tacaños, comosi conservaran todavía en esto la tradición de sus venera-bles antepasados, los tenderos y los almacenistas de tasa-jo, que a duras penas amasaron sus fortunas. La gran riquezapatrimonial no existe ya, y la de los políticos, enriquecidospor el fraude es demasiado reciente para que pueda pesaren un balance de nuestras costumbres nacionales.» Todaslas clases sociales, ricos y pobres, jóvenes y viejos, casa-dos y solteros, recurrían al mercado de ese vil sucedáneodel amor, en parte impelidos por el insaciable erotismo tro-pical, y en parte por disparidades dentro del matrimonio,ejemplificadas por el desnivel cultural entre Benigna yRicardo en Los ciegos de Loveira y el desnivel sensitivoentre Victoria y Joaquín en Las honradas. Pero, al revésde Loveira, Carrión reivindica en su díptico la personali-dad femenina a expensas de la masculina, interpretando suanhelo de independencia. Hasta la «carpinterita», la niñaviciosa, suspira por el día en que tendrá edad para ser libre.Carrión presenta ciertos visos de precursor al rozar el temade la represión sexual, tan ampliamente tratado despuéspor los novelistas seguidores de las doctrinas de Freud.

Al propio tiempo, hay ocasiones en que este autor tocarápidamente, pero con tino, la cuestión político-social. Así,el rico almacenista peninsular, infatuado con Teresa, dueñode la casa de vecindad en que ella vive, declara: «Soy ex-tranjero y no puedo hablar. Pero mis hijos son cubanos, y nointervienen en estos asuntos [de matonismo político]. ¡Quéhan de intervenir! Los elementos serios del país se echan aun lado, y dejan que la canalla siga...¡Por eso van las cosascomo van! ¡Y los yanquis relamiéndose de gusto!»

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POVEDA PROSISTA

Así como Jesús Castellanos encarna un prototipo del pri-mer decenio literario de la república, José Manuel Povedalo es del segundo, tanto más si se tiene en cuenta que elgrueso de su obra fue escrito durante la guerra de 1914.Sin pasar por alto sus disparidades temperamentales, re-sulta provechoso comprobar en qué medida cada uno re-gistra los cambios de tiempos e ideas. Ya hemos examinadola personalidad de Castellanos en función del pensamientouniversal, tomando a París por línea de referencia. Povedase orienta por el mismo meridiano, ya que Nietzsche, consu vitalismo personalista, influye de modo apreciable enlos pensadores y literatos galos de la época, sólo que entreellos el influjo comienza a producirse mucho antes que entrenosotros, vale decir en la última década del siglo pasado,en Bergson y Gide, por ejemplo. Hay que señalar, sin em-bargo, que aquí el efecto fue mucho menos beneficioso, encuanto las ideas del autor de Zaratustra tendían a excitarla propensión a la rimbombancia y la megalomanía ingé-nitas en todo el continente, justificando a un tiempo la tira-nía y el individualismo. Claro que se trataba de un conceptodesnaturalizado del superhombre, que situaba más allá delbien y del mal lo mismo a los cabecillas que a los poetastros.El máximo vulgarizador de esta manifestación del egoís-mo alemán lo fue, como se sabe, Vargas Vila, de quienPoveda exhibe ¡ay! no pocos rasgos, si bien la filosofía

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barata del escritor colombiano no contamina toda su obra,en la que el acento vargasviliano estalla con más estrépitoa lo largo de la exégesis del individualismo libertario. Laprosa de Castellanos, adepto del realismo sicológico, esplana, pese al acopio de adjetivos un tanto rígida y abun-dante en términos científicos y expresiones galas, al pasoque la de Poveda es flexible, ágil, modulada y de vivo co-lorido literario.

Ambos repudian el modernismo y desdeñan la produc-ción literaria española de su tiempo, acaso movidos en partepor el mismo recuerdo vivo de la colonia y la luchaemancipadora. Pero Poveda es el más americanista, aun-que, al revés de Castellanos, yankófobo, lo cual no le im-pide profesar un culto profundo y fervoroso a WaltWhitman, al extremo que toda su poética está calcada en laversificación libre del recio bardo norteamericano. Talescontradicciones son, empero, frecuentes. Así, condenan elmodernismo, pero aquél admira a Darío, y lo imita a ratos;y éste no oculta su devoción por Silva, Darío y Lugones,criticando, asimismo, la voluntad de dominio de Nietzsche,lo cual no pasa de ser una cortina de humo o, incluso, ig-norancia, ya que dicho filósofo nunca tuvo reparos en fus-tigar el militarismo prusiano. Poveda se mostró, sinembargo, partidario del decadentismo de Baudelaire, notanto por espíritu conservador, ya que se trataba de unadoctrina anterior al modernismo, sino porque veía en lasdrogas un medio de superar y ampliar el horizonte de suYo, lo cual no estaba, por lo demás, en oposición con suindividualismo nietzscheano.

Lo que importa a Poveda es la afirmación de su Yo, noel análisis sicológico. De allí su estilo enfático ypolicromado. Sin excesiva bambolla y pedrería, alcanzacierta belleza literaria cuando depone la rimbombancia del

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pregonador. La expresión del individuo se confunde con ladel vate, que es lo que prima en Poveda y, pese a su deseo demantener claro el deslinde entre prosa y poesía, así lo de-muestran las pulsaciones de su emoción y el derroche ima-ginativo. Con todo, algunos de los artículos y ensayos de larecopilación prologada por Rafael Esténger, revelan afina-da y penetradora perspicacia en el manejo de los conceptosestéticos. Sus ideas son universalistas, oponiendo el «granarte» al «arte de fronteras». Sustenta un pesimismo que poneal desnudo certeros atisbos de nuestra endeblez social ymoral, resbaladiza y cominera. Sus breves escritos sobre elcarácter evasivo del cubano, siempre al acecho del caminomás fácil, y sobre el humorismo salaz y burlón del «cubaneo»,pueden contarse entre los juicios más agudos y atinados quehasta el presente se han hecho al respecto.

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LOS INMORALES

El principal problema que Loveira plantea en Los inmoraleses el divorcio. Lo que Carrión apenas insinúa en Las impu-ras, aquí está vivamente denunciado, con toda la enfáticacrudeza y el descarnado realismo de que era capaz el autorde Generales y doctores. Su fogosa inquietud le impide, des-de luego, circunscribirse al tema, demasiado angosto para laamplitud panorámica de su campo visual, de suerte que lacuestión le da pie para involucrar otras zonas sociales consu habitual inequívoco criterio doctrinal de socialista. Y comocada cual tira para lo suyo, habiendo sido él mismo maqui-nista, trae a cuento un turbulento conflicto ferroviario ocu-rrido en Camagüey en 1906 que permite, al cotejarlo con laimportante huelga tabacalera de 1902, descrita por MartínezOrtiz, hacerse una idea del movimiento obrero desde los ini-cios de la república hasta las luchas gremiales en el terrenoazucarero del tiempo de las «vacas gordas», expuestas porel propio novelista en Los ciegos. Al autor le es dable, pues,hablar con conocimiento de causa, y pese a que reitera yalarga con exceso, logra producir la sensación de veracidad,presentando un convincente cuadro de las torpezas, desave-nencias y exabruptos que malograron aquella huelga, lo mis-mo que habría de ocurrir con tantos otros movimientosclasistas de la república en pañales. Al través del maquinis-ta Jacinto, Loveira concreta sus propias opiniones al res-pecto, denunciando los anarcoides actos impulsivos y

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abogando por una acción más coordinada, y reflexiva, conla emoción debidamente dirigida por la razón. Pero susllamamientos a la cordura son objeto de escarnio por partede los elementos anarquizantes que arrastran a las masas auna huelga impetuosa y desorganizada. Jacinto se adhierecontra sus convicciones, por solidaridad, pero al fracasarel movimiento por falta de preparación, pierde su trabajo.El autor mantiene un enfoque semejante en su presenta-ción del proceso gremial azucarero de Los ciegos, con sutrágica culminación.

Al quedar cesante Jacinto, se agravan sus dificultadesdomésticas al par que las económicas. Su mujer no sehace cargo del verdadero motivo de la desgracia ocurri-da, ensanchándose así la distancia que les separa, abiertaya por toda clase de divergencias de criterio, motivadaspor un gran desnivel cultural y la supersticiones que em-bargan a la esposa. La situación, antes más llevadera porla falta de problemas pecuniarios y mitigada por las au-sencias impuestas por la índole del trabajo del maquinis-ta, se hace intolerable. El marido acaba por encontrar laanhelada comprensión en Elena, dominada por las mis-mas preocupaciones intelectuales que él, y casada asimis-mo con una persona que no le es afín. Ambos resuelvenunirse y marchan a Panamá con el dinero que brindangenerosamente al maquinista sus compañeros, en virtudde esa «francomasonería», así denominada por el autor,entonces existente entre los ferroviarios, que tenía más dehermandad que de gremial, y que en la república de ahoraestá estrictamente codificado bajo el rótulo de subsidiossindicales. Las vicisitudes de la pareja en sus andanzas porla América del Sur constituyen el alto precio de su acopla-miento ilegal y permiten al autor hacer una defensa deldivorcio. Atisbos de la angustiosa cuanto precaria existen-

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cia de los familiares de Elena, constituyen una argumenta-ción de por sí convincente. Loveira presenta al marido amo,que se vale de sus prerrogativas de padre para tiranizar alos suyos, abofeteando e injuriando a sus hijas con las pa-labras más soeces so pretexto de salvar su moral, siendo élmismo un vicioso. La mujer se somete con resignación, enla creencia de que así cumple con su deber. Los hijos vi-ven oprimidos y «educados» por este padre ignorante, in-capaz de ganarse el sustento con su oficio de carpintero. Elnovelista releva también con extraordinaria agudeza de ob-servación, las vejaciones a que están sujetas en Cuba lasmujeres pobres, incluso por parte de sus iguales de clase; eilustran vívidamente el calvario del débil, si falto de pro-tección; o de la mujer sola, especialmente cuando viajaba,en los primeros lustros de la república. Al propio tiemporidiculiza a los legisladores que votan contra el divorciopero que buscan placeres extramatrimoniales. Es de notarque esta novela fue publicada en 1918, o sea casi al mismotiempo que Las impuras de Carrión, y mientras RicardoDolz presentaba su ley del divorcio. El título, Los inmora-les, se debe más bien al episodio de Panamá, a donde laconstrucción del canal atraía gente de todas clases y razas,y cuando un poderoso tahúr que dominaba la justicia localpersigue a Jacinto, honrado trabajador, porque la mujer deéste le niega ciertas complacencias. El hecho corrobora lanecesidad del divorcio, en vista de los avances a que se veexpuesta una mujer ilegalmente unida a un hombre. Nohay que pasar por alto el significado de la angustiosa odi-sea del personaje, a la que se veían condenados a la sazónquienes buscaban su sustento, llevando el estigma de unamilitancia sindical.

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LA VIDA RURAL

Mientras La Habana iba adquiriendo sus ribetes capitali-nos y corrompiéndose bajo la égida conjugada de loslogreros de la guerra de independencia y la supervivenciade las fuerzas económicas coloniales combinadas con lasnuevas, la vida rural se ajustaba a las idiosincrasias repu-blicanas. El ritmo había cambiado tal vez menos que lascondiciones. Los campesinos que habían sobrevivido alhambre y las epidemias de la reconcentración, ideada porla mente bárbara de Valeriano Weyler, habían vuelto a sussitios o conucos. En vez de estar condenados a la mendici-dad en ciudades depauperadas por el aislamiento y lasexacciones impuestas por un régimen empeñado en man-tener su opresión y caducidad contra un pueblo decidido agobernarse a sí mismo, el guajiro se sustentaba de nuevocon el producto de la tierra, ya sea extrayéndolo directa-mente de su propio corral y hortaliza o mediante el corte yel cultivo de la caña para la creciente industria azucarera.Tampoco era perseguido por los guerrilleros y las autori-dades a causa de su simpatía pasiva o activa por la inde-pendencia, ni las batidas del ejército español devastabansus campos, ni los insurrectos incendiaban los ingenios ycañaverales de los hacendados partidarios de la domina-ción colonial. A no ser por esporádicos alzamientos inofen-sivos, Cuba Libre vivía en paz mientras en Europa tronabanlos cañones de la primera guerra mundial. Eso sí, la guardia

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rural, al servicio de los «pejes gordos», campeaba por susrespetos, suministrando justicia, si bien no la administraba.

Sobre esa rústica existencia de relativa legalidad repu-blicana, muy anhelada pero un tanto tediosa, las alcohóli-cas conversaciones en la pulpería, y ocasionales fiestas ysobresaltos, publicó Luis Felipe Rodríguez en 1923 unanovela, La conjura de la ciénaga, refundida en 1937 bajoel título simplificado de La ciénaga; pero se trata menosde una novela que de una serie de cuadros de costumbres,en su primera mitad, y de un cuento estirado en la segunda.La ubicación es un pequeño poblado de la provincia deOriente en el imaginario término de Tontópolis, probable-mente Manzanillo. Aunque a veces sobran palabras, lasescenas están esbozadas con sencillez, donosura y seguri-dad, destacándose las tertulias, los banquetes y sobre todolos cultos espiritistas, «ventana por donde salir del mundovisible a otro más maravilloso». El narrador, VicenteAldana, se hospeda con Santiago Hermida en casa del acau-dalado colono don Venancio la O, padre de dos mucha-chas incoloras locas por encontrar novio, y principal sosténdel Partido Cívico, que vela porque no se cumpla la ley ensu territorio. Ambos han venido de La Habana, el primeropara efectuar un censo y el segundo para preparar el terrenocon miras a un acta de representante, en tanto que recogedatos para una novela. Mientras lleva a cabo su trabajo,Aldana puede apreciar el arraigo oposicionista, ya que laspersonas consultadas suelen responder a su apelación con lafrase «para servir a usted y no al Gobierno». Asimismo, losjóvenes son muy recelosos, pues temen que se trata dereclutarlos para pelear en la guerra europea, estando dispues-tos a regar con sangre y sudor su tierra, pero no la ajena.

Mongo Paneque, guajiro con su sitio de siembra de yuca,plátanos y caña, es el guapo del pueblo. Liborio Bartolo

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Morejón pasa por descendiente de Juan el Indio, que, conJuan el Negro y Juan Blanco, encontró la Virgen del Co-bre, es el gracioso pintoresco. A la bodega de ExuperancioMartínez van los amigos a darse los tragos de ron y aguar-diente. Fengue Camacho no hace nada más que vivir de lapolítica. El comandante Fundora, del Ejército Libertador,tiene una hija, Conchita, hermosa y ardiente, que MongoPaneque persigue tozudamente, pero ella se prenda de San-tiago Hermida al cruzarse a caballo con el apuesto foraste-ro, junto a la ciénaga que impone su nombre al poblado; yhe aquí que comienza el enredo.

El presunto candidato a representante corteja a la sen-sual guajira poniendo todos los recursos de su afinada edu-cación capitalina y un arsenal de atenciones conmovedoras,ante la mirada recelosa del rústico pretendiente. Ella, porsu parte, ejerce una seducción avasalladora con la cálidalozanía de su pasión, y entre los dos se establece una pode-rosa corriente que los atrae irremisiblemente con tan sóloel contacto de la mirada. Al cabo, Conchita sucumbe a losrequerimientos amorosos del galán habanero durante unpaseo a caballo, accediendo a encontrarse con él la nochesiguiente junto a un cañaveral, a la vera de la ciénaga. Bajoel ensalmo aterciopelado de la penumbra iluminada porlos astros nocturnos, con la suavidad envolvente de las fra-ses amorosas y el incendio de la pasión aventado por losexcitantes efluvios de la afiebrada naturaleza tropical, todaresistencia a los impulsos primarios entre hombre y mujerresultaba fútil, y se cumplió lo que la ley de la creacióndetermina en tales casos. Las citas cotidianas entre losamantes siguieron repitiéndose no se sabe por cuánto tiem-po ante la enorme pupila, quieta y tenebrosa de la ciénaga.Mientras tanto la suspicacia y el odio crecían en el burdocorazón de Mongo Paneque, quien se las daba de Don Juan.

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Herido en su vanidad de tenorio, el crudo campesino urdióun plan para deshacerse de su afortunado rival, recurrien-do cobardemente al auxilio de unos amigotes. Una noche,tras de asegurarse la retención de la joven por parte de supadre, mediante previo aviso anónimo al viejo comandan-te, los conjurados irrumpieron súbitamente en el lugar decita de los amantes y, abalanzándose sobre SantiagoHermida, le echaron en la ciénaga.

La narración es sobria y está exenta de efectosmelodramáticos. Luis Felipe Rodríguez, la lleva a su trági-ca culminación con un impersonalismo digno de la mejorescuela realista francesa. Pero al final no puede contraersemás a la simple exposición de los hechos, de suerte que elhundimiento de Santiago Hermida en la charca inmundadeviene un símbolo. «En aquel momento, por lo que esta-ba diciendo, más que un pez, Fengue Camacho me parecíaun caimán, pero un caimán de paso; por ejemplo: caimándel paso de esta ciénaga que se había tragado a SantiagoHermida. Símbolo de nuestro hundimiento social y econó-mico en la gran ciénaga colonial. ¡Nuestra política! ¡Siem-pre esta política! ¡Qué fatalidad para nuestros pueblos deAmérica! Por un raro espejismo de mi espíritu los seres ylas cosas que habían girado en torno de esta tragedia rural,tomaban ante mis ojos la realidad profunda del emblema.Aquella ciénaga iba ensanchándose hasta tomar las dimen-siones de toda la tierra de Hispanoamérica, y me parecíaque en ella, desde el tiempo de la Conquista, habían veni-do hundiéndose, como Santiago Hermida, las más purasaspiraciones de sus mejores hijos.» La propia Conchitaadquiere, asimismo, un sentido simbólico: «...no era la hijadel comandante Fundora, sino la hija del sol, nuestra repú-blica del dulce, nuestra isla exuberante, crédula, espontá-nea, ardiente y sensual». Es más, después de la tragedia

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surge inopinadamente otro campesino, noble y laboriosoveterano de dos guerras, el cual se ve arrancado del lote detierra que ha venido trabajando toda su vida, a consecuen-cia de ciertos manejos de políticos cubanos en combina-ción con intereses económicos americanos.

El corte y la factura de La ciénaga recuerdan, más queninguna otra de las novelas francesas entonces tan en boga,a Madame Bovary, a la que no es del todo ajeno el tema dela provinciana seducida por el refinamiento del galán capi-talino. La diferencia está en que Flaubert entrevera lasimplicaciones políticas, al paso que Luis Felipe Rodríguezañade, además, una moraleja al final, sin poder ceñirse alas excelentes caracterizaciones del curso mismo de la na-rración o a símiles como: «...siendo el jagüey uno de losmás grandes parásitos de la flora tropical de la imagen vivay rotunda de un cacique político capaz de comerse él soloel antiguo ingenio de “¡La Demajagua!”» Y es que a lasazón imperaba en Cuba la novela de tesis.

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LA REVISTA SOCIAL

En enero de 1916 nace Social. Esta revista de lujo, decla-radamente frívola y mundana, por completo despreocu-pada de cuestiones de doctrina, política y asuntosinternacionales, no obstante las tremendas repercusionesmundiales de la guerra europea, desempeñaría un papeldigno de nota en el proceso cultural de la república. Sindirigirse a la élite intelectual que frecuentaba Cuba Con-temporánea, dedicaba buena parte de sus páginas a lasletras y las artes, emulando con El Fígaro y otras publi-caciones similares que, sin embargo, barajaban colabora-ciones de plumas tan excelsas como Enrique Piñeyro,Rafael Montoro, Manuel Sanguily y Enrique José Varonacon hojas de anuncios y fotografías del peor gusto, pési-mamente impresas y emplanadas, con procedimientos ar-caicos, aunque el contenido en su conjunto aventajaba enuna distancia inconmensurable el de los chabacanos y cha-puceros semanarios de morboso sensacionalismo que hoycirculan con tanta profusión en todos los medios, inclusolos más encopetados. Existía una zona apreciable del pú-blico que se interesaba, o por lo menos mostraba curiosi-dad, por las creaciones del espíritu, ahora restringido a unaminoría de iniciados a consecuencia de la plebeyizaciónoperada a partir de la tercera década por una mal entendidademocracia. Con todo, la antigua clase dirigente cubana,consumida y depauperada en la lucha independentista y en

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trance de corromperse con la incipiente degradación polí-tica y moral republicana, se engrosaba con las legiones deadvenedizos que arribaban enriquecidas al amparo de laprosperidad deparada por la vertical subida de las cotiza-ciones azucareras impulsadas por las guerra y por los ju-gosos manejos políticos y las remuneraciones otorgadaspor los monopolios extranjeros. La función que se arrogóla nueva revista fue pulir y barnizar estas capas, allegándolasa los rezagos de la más distinguida aristocracia criolla einiciándolas en el estilo de vida elegante y cosmopolita deEuropa y Norteamérica. Contribuyó, sin duda, de modoconsiderable a la americanización, mas no mediante losmuñequitos y demás vulgaridades, sino al través de las for-mas mantenidas por los núcleos más selectos y las produc-ciones literarias y artísticas novedosas.

Acaso el papel más valioso de Social se asumió en elpredio de la estética, a pesar de sus lineamientos conserva-dores. En la técnica tipográfica, fue la primera publicaciónrealizada por entero con el procedimiento offset, lo queconstituía una revolución no sólo en Cuba sino en el restodel mundo. Su fundador, el caricaturista Conrado W.Massaguer, le impartió a sus páginas un sello personal sin-gular y agradable, entremezclando con frescura el dibujo yla letra de molde, al revés de las demás revistas existentesque remedaban los más resobados convencionalismos odeterminadas revistas forasteras. Supo, asimismo, poner acontribución con raro sentido práctico la vanidad y el sno-bismo para lograr el éxito económico y la difusión del buengusto. Social se encontraba en las antípodas del socialis-mo. Sus normas estaban ceñidas a las del buen gusto, aspi-rando no más que a impartirle una tónica a nuestra sociedadmundana, con un nivel que contrasta con la vulgaridad delas publicaciones que en la actualidad se hallan en las me-

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sas de los salones de nuestra improvisada aristocracia mo-netaria. Esta función «social» abrió las puertas de nuestrasmanifestaciones culturales a sectores en que ahora sólo tie-nen entrada los deportes, los muñequitos y los jaiboles.Por supuesto que una revista no podía derribar de la nochea la mañana la cursilería y el provincianismo imperantes, yque aún perduran, acaso con mayor fuerza y agresividad.Pero algunas de las facetas de Social, que a primera vistaparecen reflejar la vanidad del advenedizo, dejan traslucirloables propósitos. Así, las páginas que ostentan opulentasresidencias nuevas, están destinadas a estimular el gusto porla arquitectura en un país que no había salido de los híbridose insulsos merengues de los maestros de obra catalanes.

La revista fue un eficaz órgano de acercamiento conNorteamérica, cuyo influjo se circunscribía, sin embargo,a la vestidura y al avance técnico, comercial y amistoso.Mas, París era el hontanar intelectual. Poco o nada veníade España, con la que la mantenía, empero, vinculada enMadrid Alfonso Hernández Catá, a la par como observa-dor y literato. Salvo en el caso de Valle Inclán, el contac-to con la generación del 98 se establecerá una década mástarde, principalmente al través de la Revista de Avance.La corriente estética dominante es el hedonismofinisecular, siendo su canal más firme y ancho el asiduoFrançois G. de Cisneros, perenne informador de la actua-lidad literaria, artística y teatral de Lutecia, con un leveretintín de afectación y rebuscamiento, aunque sin frisaren lo ridículo como su colega Héctor de Saavedra. Menu-deaban los extranjerismos ingleses y franceses, tales comofive o clock, smart set, high life y garden party, causeur,jeune fille, chez, demi-modaine, connaisseur, coup dechapeau y tete a tete. Los deportes considerados más ele-gantes eran el hípico, las regatas y el polo. Pero también se

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estimaba, al revés de ahora, que un aristócrata debe serculto o por lo menos medianamente enterado. Claro quelas dosis servidas eran pequeñas, a fin de no aturdir lascabecitas de las lindas lectoras. Con todo, se realizaba unencomiable intento de culturización de la nueva burguesíarepublicana, mediante el acoplamiento con los más des-granados vestigios de la vieja aristocracia criolla que ha-bía sobrevivido a la colonia, con una tónica cosmopolitacalcada en el ejemplo de las élites de Europa y Norteaméricay una elevación del nivel intelectual y, sobre todo, artísti-co, preterido por las revistas anteriores, sin descuidar losvalores autóctonos. En este sentido, Emilio Roig deLeuchsenring iniciaba, con sus remembranzas históricas ycrítica de costumbres una labor útil que iría radicalizándosecon el andar del tiempo.

Mientras Teodoro Bailey daba a conocer las bellezas dela decoración interior, cuyas posibilidades habían sido ig-noradas hasta entonces en Cuba, aún absorbida y devasta-da solo pocos años antes por su tenaz lucha emancipadora;los dibujos de Massaguer amenizaban las páginas, hacien-do desfilar semblanzas de clubmen, financieros y perso-nalidades políticas, literarias y artísticas, tan benévolas ycomedidas que apenas si pueden reputarse caricaturas. Sulápiz inquieto a la par que sereno iluminaba como al des-gaire los espacios en blanco con alusivas notas de bonhomíahumorística, que mitigaban la pavorosa aridez del archi-piélago de letras de molde, espantajo de ojos poco dados ala lectura. Cabecitas de girls y jeune filles asomaban aquíy allá, bonitas pero un tanto insulsas como las propias frí-volas y alegres niñas bien, con raqueta de tenis y ampliopañuelo multicolor, que las contemplaban. El optimísticobuen humor del caricaturista que sonreía por doquier, esta-ba acorde con el que invadía el mundo de los negocios,

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embriagado por la bonanza de las vacas gordas, cuando secompraban perlas por libra, pero que ¡ay! tramontaría muypronto. La sociedad cubana se divertía mientras el extranjerose adueñaba de sus tierras. La poesía no estaba aún desterradade este predio, ocupando un rincón que recogerá con crecien-te fidelidad los ecos de las nuevas corrientes, del modernismoal postmodernismo, hasta empatar con la vanguardia, repre-sentada más cabalmente por otras publicaciones.

Una hojeada al primer número dará una noción del ses-go que, con mayor amplitud, variedad y madurez, habrá detomar la revista. En la presentación del director, hallamosestas palabras que definen la tónica de la revista a la vezque delatan el sentimiento de inferioridad que ya angustia-ba a los cubanos: «Social será una revista consagrada úni-camente a describir en sus páginas por medio del lápiz ode la lente fotográfica, nuestros grandes eventos sociales,notas de arte, crónicas de modas y todo lo que pueda de-mostrar al extranjero, que en Cuba distamos algo de ser loque la célebre mutilada, la sublime intérprete de “L’Aiglon”nos llamó hace algún tiempo.» En El dandismo de tres cu-banos François G. de Cisneros describe otras tantas figu-ras arquetípicas de la pervivencia de la antigua aristocraciacriolla de nobles arrestos y dadas a resolver con las armaslas cuestiones de honor, las cuales aún vivían rodeadas delos objetos de arte de sus viejas casonas del Cerro. Le si-gue «El equívoco», cuento por Henri Duvernois, de trivialhumorismo. La visita de una pareja de danzarines, motivauna caricatura de Massaguer y un pie de grabado que nostrae un soplo de la atmósfera del momento: «La Habanacomo todas las grandes capitales del mundo, se ve tambiéncontagiada del “dancing-fever”, ya se baila en todos loscafés, hoteles, roof-gardens y centros de moda. En este mesnos han visitado el gran danseur Maurice y su inseparable

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miss Florencer Walton.» Las páginas gráficas compren-den fotos de damas, bodas, modas, carreras de caballos,diplomáticos, clubes y obras arquitectónicas de tipo resi-dencial. Hay, además, una caricatura hípica de Massaguery noticias sociales. El número de febrero se abre con unadeliciosa fábula modernista de Manuel Ugarte, titulada «Loque había en el alma de Ninón», siguiéndole una crónicasatírica de François G. de Cisneros sobre Geraldine Farrar,la célebre cantante de ópera norteamericana, bajo el inten-cionado rótulo «Una gitana de Boston». «El Retrato» deCharles Geniaux, traducido por la señorita Terina de laTorre, es una melancólica estampa esteticista, con unamoraleja un tanto patriotera que opone la belleza de unadama francesa a la clásica. De Rubén Darío, se reproduce«París de noche». En el próximo número, el título de unacolaboración de Luis G. Urbina, «El álbum, el abanico y latarjeta postal», es todo un programa del sentir de una épo-ca que hoy resulta remota.

La mención de nombres y de algunos rótulos que apare-cen en ediciones sucesivas, resulta de por sí reveladora:Alfonso Hernández Catá, Graciela Garbalosa, un comen-tario de Francisco Acosta sobre Nijinsky, el genial danza-rín que a la sazón triunfaba en todos los escenarios deEuropa, un capítulo de Sombras que pasan, novela deRaimundo Cabrera, Maurice Barrès, Maurice Maeterlinck,Rodó y Nervo. En noviembre de 1916, recíprocas carica-turas de Caruso y Massaguer traen a la memoria el inolvi-dable episodio de la bomba en la ópera que puso en solfa,al famoso divo, haciéndolo huir a la calle vestido deRadamés. La actualidad literaria está presente en reseñasde libros y trozos de novelas cubanas como Magdalena deEmilio Bacardí, Las honradas, de Miguel de Carrión y Losinmorales de Carlos Loveria, del que también se publicarán

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cuentos. El estreno en La Habana de Los bandidos, por A.Hernández Catá y Alberto Insúa, autores cubanos, motivaráuna reseña, al igual que otros acontecimientos teatrales.

François G. de Cisneros dedicará un comentario a losincomparables Ballets de Diaghileff, que constituían el mo-mento artístico de París. Reconocidas firmas extranjerascomo Anatole France y Eça de Queiroz acompañan otrasque el tiempo consagraría, como la de Paul Claudel.

El año 1918 marca un hito importante. François G. deCisneros hace un crítica de Romañach, destacando el efec-to aniquilador del acerado cerco de la indiferencia y la in-comprensión artística de los nuevos magnates. Hay laexplicación que Antonio S. de Bustamante hace de su votoen favor de la ley del divorcio, recién aprobada, la que en-tonces constituía una de las cuestiones más candentes. Tam-bién se consigna en marzo la apertura del primer Salón deBellas Artes. El fino crítico Bernardo G. Barros, proce-dente de El Fígaro y hoy injustamente preterido, con agu-do sentido de la actualidad de aquellos primeros lustrosrepublicanos, rebate la tesis que sostiene la superioridaddel régimen despótico sobre el democrático en el fomentode la creación artística, a causa de la madurez de la aristo-cracia y la improvisación de la plutocracia. El autor pre-senta un convincente panorama de la pobreza y tosquedad,con su lerdo e incorrecto neoclasicismo, del período colo-nial que contrasta con la vasta perspectiva que ofrece lademocracia. También hace un sugestivo cotejo del suave ycomedido humorismo de Massaguer con la fustigadorasátira de Rafael Blanco. Varona hace su entrada prestigian-do la revista con un trabajo sobre Esteban BorreroEchevarría. La poesía comprende a Sánchez Galarraga, F.Pichardo Moya, Luisa Pérez de Zambrana y Gerardo deNerval. En 1919 se introducen las firmas de Juana Borrero,

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Rafael Heliodoro Valle y Carlos de Velasco, y en 1920Juana de Ibarbourou, Gay Calbó, Lugo Viña, FigarolaCaneda, Emilio Bobadilla con el seudónimo Fray Candil yF. de Ibarzábal. En 1921 se publican versos de AlfonsinaStorni y un cuento de la poetisa María Villar Buceta.Salomón de la Selva, J. M. Chacón y Calvo, GabrielaMistral, Cosme de la Torriente, Sergio Carbó, Miguel deUnamuno, Alfonso Reyes y José Ingenieros, quien habráde ejercer un vibrante influjo en el movimiento estudian-til, ingresan en 1922. También verán la luz versos deRabindranath Tagore y Rubén Darío, así como un cuentode Enrique Heine.

1924 será un año crucial. Las páginas de la revista seabren por primera vez al cine. En marzo harán irrupción, amás de Fernando Ortiz, Juan Marinello con unos versos yJorge Mañach que hará una presentación del grupo de losminoristas que equivale a un reconocimiento oficial de esafalange integrada por Emilio Roig de Leuchsenring, RubénMartínez Villena, José Z. Tallet, J. A. Fernández de Cas-tro, F. Lizaso, Agustín Acosta, su hermano el dibujantecon visos cubistas José Manuel, Mariano Brull, Luis A.Baralt y Alejo Carpentier, quienes salvo Lamar Schweyer,por su entrega al dictador Machado, habrán de ocupar lavanguardia intelectual durante una década. Todos ellos iráningresando en el cuerpo de colaboradores de la revista. Seecha de ver, por este breve esquema, la evolución de So-cial hacia las nuevas tendencias, no obstante su pergeñomoderado, con su esteticismo finisecular, que cuadraba alpúblico a quien se dirigía a partir de los ingenuos balbu-ceos y leves vicios prosódicos de su infancia. Cierto dejoprovinciano resultaba inevitable en una república de cator-ce años, ansiosa de igualarse a las adultas que Massaguerrepresentaba con su bonachona gracia y una indulgencia

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atinada, como una niña vivaracha; y cuya capital apenasrebasaba el cuarto de millón. Chic quiso compartir su lu-gar poniendo igual derroche, pero quedó muy por debajo,y Grafos tomará la antorcha en la década del 30, con mejormaterial literario y artístico quizá, pero sin el cachet quehacía de Social una revista singular en cualquier parte delmundo. En el terreno exclusivo de la literatura, espigaránsucesivamente la Revista de Avance, Espuela de Plata,Clavileño, Orígenes y Ciclón.

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EL COCHE Y EL AUTOMÓVIL

En los salones y fiestas del Vedado, a los novedosos com-pases del fox-trot rítmico y sincopado que suplantaba lasuave cadencia del danzón y las aladas vueltas del vals, losnuevos ricos arribados con el brisote de bonanza bélicaque soplaba desde la Vieja Europa, sacudida por la prime-ra guerra, accedían al gran mundo elegante, codeándosecon los remanentes de la empobrecida aristocracia, apo-sentada en el Cerro. Los colonos enriquecidos se iniciabanen la vida urbana, a costa de risibles experiencias a la parque de gruesas sumas. Asimismo, en febrero de 1917Menocal remataba su brava electoral derrotando en la ma-nigua con las fuerzas militares el alzamiento de los libera-les. Pero, mientras tanto, en la capital se efectuaba otrarevolución: la de los motores de gasolina. Estos ruidososvehículos de autopropulsión, principalmente de marcaseuropeas, habían empezado a llegar en exiguas cantidades,adquiridos por algunas personas pudientes, más de unadécada antes de 1914. Hasta esa fecha, sin embargo, loscoches conservaban aún el predominio. A los transeúntesde Obispo y O’Reilly todavía les era dable escuchar, a lasombra de los toldos extendidos de lado a lado, el amorti-guado sonido de los cascos tecleando sobre el adoquinadode madera las últimas cuartillas de una larga historia, pun-teada por el celestial tintineo de los timbres. El fiacre crio-llo prevalecía sobre el taxi, harto escaso para detener en

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las márgenes del Almendares, como en las del Marne, a unejército germánico. Pero si bien el conflicto bélico contu-vo la llegada de automóviles europeos, el mismo favore-ció la invasión de los norteamericanos, victoriosa ya en elmercado de los particulares, se apercibían a penetrar la plazade los alquileres, mediante una máquina buena y barata,aunque no bonita: el Ford.

En las calles se libró una lucha cruenta y tenaz, mientrasen los elegantes paseos del Prado cruzaba con persistenciaen su charolado coche su letal palidez la misteriosa damaconocida por «la muerta viva», como aparición de tiemposmejores. El último superviviente de esta contienda, el fa-moso «Malanguita», siguió transitando en el pescante desu vetusto coche, tirado por esquelético y encorvado ja-melgo, hasta hace pocos años. Haciendo eco al conflictode ultramar, los cocheros se denominaron «aliados» y loschoferes, «alemanes», ulteriormente también conocidoscomo «fotingueros». Para competir con las ruedas del pro-greso, aquéllos bajaron su tarifa a diez centavos, y éstos lamantuvieron a solamente una peseta. En torno de este epi-sodio histórico hay un notable cuento, titulado «Aliados yalemanes». Aquí Lino Novás Calvo, uno de nuestros escrito-res de más garra y nervio, esboza un pequeño cuadro que abar-ca, sin embargo, toda la contienda sobre el punzante telón defondo de los misérrimos estratos sociales en que se desarrollael drama, con ese realismo populista que floreció con exube-rancia durante la década de los treinta en toda Hispanoaméri-ca, siendo su procedencia norteamericana, empero, al par quelas otras tendencias del autor. Más que anécdota, su indubita-ble ingrediente autobiográfico, es sustancia vivida.

Con sencillez rayana en lo elemental, que a veces haceparecer impropias ciertas finuras de matiz, el relato se es-tructura con incisivos rasgos sintéticos. Los personajes es-

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tán reducidos a tres protagonistas de primer plano, repre-sentativos sin derivar hacia un esquematismo demasiadosimbólico. El viejo Pedralves, cochero, encarna la claseque periclitaba; Tilburí la que surgía y su hijo la que debíasucederle en virtud del ineluctable avance técnico. Al prin-cipio los cocheros parecen tener las de ganar, con sólo pon-char las gomas, talón de Aquiles de los autos. No obstante,éstos se multiplican y gozan del amparo de las autorida-des. Además se les encimaban a los coches, espantandoa los caballos con los ronquidos de las bocinas. A ratosla pugna se tornaba tumultuosa, con furia semejante a lade los obreros arremetiendo contra las máquinas cienaños atrás, a raíz de la mecanización de la industria. Contodo Pedralves, a pesar de su pasado anarquizante, eracontrario a la violencia. Mas, una bomba hace saltar elFord de Tilburí, quien mata luego al autor del atentado.Pedralves asume la responsabilidad del homicidio, trasde encomendarle a Tilburí el cuidado de su propio hijo,que él había recogido y criado, en la medida de sus po-bres medios desde pequeño.

Lino Novás Calvo presenta sin ñoñerías sentimentalesal noble anciano, procediendo simplemente como quiencomprende que su causa está perdida y debe retirarse parael bien de todos. Tampoco sermonea. El abandono de unacriatura, hecho harto frecuente en Cuba, en el caso del hijode Tilburí, el cual no sabía siquiera a punto fijo quién erasu padre, parece más bien un atisbo de las costumbresimperantes en las clases carentes de instrucción a la parque de medios adecuados de subsistencia, miseria que tam-bién se refleja en los niños que juegan en los cenagalesaledaños y mueren por racimos. El impacto de tales datosapuntados a secas no sería mayor si fuesen decantados.Igual mesura se advierte en el empleo de los localismos,

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las palabrotas y las repercusiones sociales de la derrota delos cocheros. «Se veía que los caballos enflaquecían, y loscocheros tomaban un aire triste, y hablaban en voz sorda ybaja en pequeños grupos, como conspiradores, en la pi-quera, en la fonda, en la bodega. El odio era contra losfores.» «Tilburí había sido también cochero, antes de quelos fores echaran tanta cría. Entonces malbarató el coche,regaló los caballos... y compró un fotingo. Fue en ese en-tonces cuando todos los cocheros dejaron de reír al entrarTilburí insultando a todo el mundo.» «Yo adoraba ya aTilburí, porque era el hombre que sabía manejar la máqui-na, y ésta era un dios.» «Los cocheros de coches viejos ycaballos esqueléticos se arruinaban, y cuando más iban amenos, menos carreras había.» «La mayor parte de los hom-bres de aquel solar vivía de los coches: preparándolos, re-parándolos, curando los caballos, haciendo aparejos.» Laimpotencia de las virtudes y las armas humanas ante la fríafuerza superior del destino decretado por el progreso im-parte al desarrollo de este cuento una inexorable corrientetrágica, donde el vencido distancia en talla al vencedor.

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LA DANZA DE LOS MILLONES

La danza de los millones, un tanto pomposamente clasifi-cada como «novela histórica» por su autor, Rafael A.Cisneros, es una obra que a despecho de su acusadodilettantismo resulta significativa para quien desea seguirlos avatares de la república. El hecho de ser la única quetrata de un período sumamente crítico le acrecienta el va-lor. Su tema es la repercusión social de la súbita cuantofabulosa Jauja con la aún más brusca y vertiginosa depre-sión que produjo en el país la rápida alza hasta un nivelinusitado del precio del azúcar, causada por la primeraguerra mundial, asunto del que un Zola, un Upton Sinclairo un John Dos Passos hubieran sacado, cada cual a su ma-nera, un partido extraordinario. El autor, un venezolano«aplatanado», recoge sin embargo algunas palpitacionesverídicas dentro de una supuesta nueva forma literaria queno es sino una variante de la excéntrica modalidad deVargas Vila, entre cuyas innovaciones está, según reza elprefacio de sus editores hamburgueses, la de «escribir lí-neas cortas cuando el pensamiento es corto; y líneas largascuando aquél es largo», así como la de violar deliberada-mente ciertos preceptos gramaticales: y en algunos pasa-jes en torno a la vida campesina se insinúan cadencias dedécima. Pese a su notoria ingenuidad, la fluidez del estilodelata la presencia de un escritor que, con mayor madurez,hubiese logrado quizá acoplar la solidez y la originalidad

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con desenvoltura. De todos modos, tuvo el tino de querernovelar aquel extraordinario período de tan sólo dos o tresaños de duración, en el que los guajiros repentinamenteenriquecidos iban a las joyerías a comprar libras de perlascomo si se tratara de arroz. He aquí cómo el autor se expre-sa al respecto: «El obrero era el rey y el amo: orgullosoandaba por las calles con su tabaco entre la boca y sus bi-lletes en la bolsa. Había que suplicarle para obtener su con-curso y estaba de moda entre ellos el hacer rabiar a losricos, abandonando los trabajos, por encontrar sobrada con-trata en todas partes y a precios de locura. Surgieron entoda la isla millonarios, capitalistas, caciques populache-ros y una millarada de propietarios de nuevo cuño que nosabían ponerse una corbata ni siquiera llamar por teléfonoa sus amigos de cumbancha danzarina.»

La novela es en exceso alegórica. A fuerza de ser tiposen situaciones típicas, los personajes devienen generaliza-ciones demasiado abstractas, de suerte que todo resulta muyesquemático. El guajiro cuya hija quiere raptar el podero-so administrador del ingenio, se llama, incluso, «Liborio»,y su hijo, Homobono. Dejemos hablar a Rafael A. Cisneros:«Don Luis... un mal cubano perteneciente a la más altachusma de eso, borroso y siniestro, que el vulgo llama condesprecio “la aristocracia de arriba”... Yeyo era la aristo-cracia de “abajo”. Y Liborio y los suyos eran la Cuba deverdad, la Cuba honrada y fuerte: la de 1868 y la de laepopeya gloriosa de 1895. Un verdadero contraste de águi-las y gusanos.» Nótese el sabor vargasvilesco de la últimafrase. El administrador se venga de la resistencia de la jo-ven guajira a sus avances, incendiando la siembra de cañadel colono. «Los cañaverales arden tan fácilmente que elincendio de ellos en Cuba es cosa corriente y siempre vis-ta. El colono tiene siempre una esperanza blanca: la zafra.

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Y tiene también un temor negruzco: el incendio de su caña.»El guajiro de marras es un liberal activo, así como los peones,los cuales han participado en la llamada guerrita de febre-ro de 1917 al lado de José Miguel Gómez, y murmurancontra el administrador del ingenio, que es conservador altiempo que se solidarizan con el colono. «¡Ah! ¡Si JoséMiguel gobernase!» suspiran esos «chambeloneros» quearriesgaron su pellejo por ese cacique político. El doctorAlbano, representante liberal, defiende la causa de Liborio.En medio del escándalo nacional, mientras le conduce aPalacio para que Mario G. Menocal, presidente conserva-dor, resuelva patriarcalmente la cuestión, los periódicosanuncian la repentina subida del precio del azúcar a veinti-trés centavos libra: la fortuna ha venido en auxilio del cam-pesino, y el administrador del ingenio se ve obligado apagarle la impresionante suma de cien mil pesos por sucolonia. Desde luego que el doctor Albano retiene una co-misión de veinte mil pesos.

Había comenzado para Cuba con increíble pujanza ymagnitud la prosperidad que todos los pueblos anhelan.La fortuna vertía sobre la patria el dorado contenido deuna enorme cornucopia. Los cubanos, perplejos y confun-didos al principio, no tardaron en desbordarse como niñosdejados solos y libres ante una mesa repleta de golosinas.Hacia la capital convergían con los bolsillos atiborradosde oro y billetes los otrora humildes colonos para despilfa-rrar la riqueza que inopinadamente les habían deparado conlargueza acontecimientos que les eran ajenos y remotos,de índole y alcance que muchos ni siquiera acertaban acomprender plenamente. El dinero salía de las bolsas conla misma facilidad con que había entrado, y los cubanoscreían llegada la hora del desquite, a la vuelta de un siglode opresión, sangre y miseria bajo el yugo colonial y tres

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lustros de frustraciones republicanas. Pocos pensaban quela bonanza podía terminar. También los hacendados crio-llos, como Ricardo en Los ciegos de Loveira, ampliabany modernizaban sus ingenios a fin de engrosar sus ganan-cias, y se instalaban en La Habana. Otros, menos em-prendedores y más apurados, vendían a precio nuncasoñado sus tierras e industrias. En la barriada del Vedadosurgían como setas, a un costo exorbitante, palacetesenormes cuanto pretensiosos, pero de dudoso gusto. Loprimero que hizo Liborio fue comprarse uno, así comoun flamante automóvil y darse al boato, secundado conentusiasmo por su hijo Homobono.

Querían compensar los años de privaciones entregándo-se al derroche más vertiginoso; vivir como señores a fin deborrar el recuerdo de las humillaciones sufridas como co-lonos que dependían para la venta de su caña del despóticoadministrador del ingenio. Su hija Tatá, empero, no perdiólos estribos, prefiriendo la paz y el trabajo de una sanavida campesina al boato de la capital. Así, a despecho de laoposición de su padre, se casa con el guajiro Bibiche, asen-tándose con él en una finca de las cercanías de Guanajay.En cambio, Homobono corteja la hija díscola y consentidade un caudillo liberal, el general Botello, la cual le engatusapara encubrir un escándalo que ha protagonizado y conmiras a resolver la precaria situación económica del padre.

Mientras tanto, los conservadores siguen disfrutando delpoder. Mas, la prosperidad no era óbice para que los libe-rales prosiguieran desde la prensa y demás medios de pro-paganda su campaña oposicionista. De súbito, se produceen la Bolsa de Nueva York una baja vertical en el preciodel azúcar, que pasa de veinticuatro centavos la libra a tansólo uno y medio. Lo grave era, según se decía, que losnorteamericanos rehusaban comprarnos la zafra próxima,

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en venganza por los altos precios cobrados anteriormente.Ello significaba la interrupción brusca y brutal del doradoperíodo de Jauja. El Banco Nacional redujo primero, y sus-pendió luego, los pagos. Una tras otra quebraban las insti-tuciones bancarias que habían comprado el azúcar adieciocho centavos. Los depositantes hacían cola ante lastaquillas o se agolpaban frente a las puertas cerradas, re-clamando en vano sus haberes. La ruina fulminó la pobla-ción, rica y próspera la víspera. Pero, conforme declara el«aplatanado» Rafael A. Cisneros, el cubano «es un ser raro;delicioso y atrayente, que tiene la virtud de estar alegreaun en medio a los dolores y la tristeza». «A pesar de lafiera crisis que ahora azotaba a Cubita bella, no faltaban enlos rotativos estupendas caricaturas que hacían morir derisa al que en ellas ponía sus ojos.» En efecto, «no quedabatítere con gorra», pero los más preferían poner «a malostiempos buena cara». Mientras tanto, las maniobras políti-cas proseguían sin desmayo. José Miguel Gómez encabe-zaba sus hordas populacheras, al paso que Menocal, viendodeclinar su prestigio, concertaba una alianza con Zayas ysus «cuatro gatos», al compás de

Tiburón no va,no va, no va, no va!Y ahí viene el chino ZayasCon la Liga Nacional...

Los liberales ripostaban con su ya tradicional «Aé, aé,aé, la Chambelona...» Como se sabe, la coalición ganó laselecciones y José Miguel se retiró de la política.

El manirroto Liborio es despojado de sus bienes por losacreedores. El general Botello, en precario y vencido enlas elecciones, embarca para los Estados Unidos, no sinanular antes el compromiso entre su hija y Homobono, el

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cual ya no resulta un buen partido, pero el matrimonio serealizará más tarde en las más absurdas circunstancias detipo Hollywood. En este torbellino Bibiche, asistido de sumujer, tiene ribetes de triunfador, ya que ha conservado sutierra y los frutos menores a cuyo cultivo se dedica, consti-tuyen el único producto que alcanza un precio remunerati-vo en el mercado. Así termina La danza de los millones,trama elemental con actuación de personajes harto con-vencionales; recuento ingenuo y limitado, pero único, deuna peripecia inolvidable de nuestra existencia nacional.

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LA ÚLTIMA LECCIÓN

Acaso lo que más merece retenerse de La última lecciónde Carlos Loveira es el desnivel cultural entre el hombre yla mujer, aún existente en los primeros años del tercer de-cenio de la república. El resto es de secundaria importan-cia, si excluimos el fárrago de relleno cuyo valor esfrancamente nulo. La novela ganaría mucho si se desecha-ran las redundancias machaconas y la gran copia detrivialidades que la abultan. Aquí, como en todas sus obras,Loveira pormenoriza demasiado so pretexto de realismo,y se regodea pintando minuciosamente escenas sexualescarentes de interés a fin de probar, quizá, que no se arredraante nada cuando se trata de presentar sin prejuicios todala verdad. Lo cierto es, también, que el donjuanismo crio-llo hacía que los novelistas de la época se preciaran de sercatedráticos en cuestiones amorosas, no dejando pasar unaocasión para demostrar sus conocimientos de los resortessupuestamente secretos de la mujer que, de hecho, son desobra conocidos; y Loveira sobrepasa a todos los demás eneste sentido. Se trata, hasta cierto punto, de compensar laspropias frustraciones, y el resultado es contraproducente,ya que la pretendida madurez se trueca en risible puerili-dad. El autor quiere presentar a los «erotómanos» —segúnél mismo los denomina— del trópico, excitados por el cli-ma y obsedidos por el deseo insatisfecho por motivos so-ciales. El caso resulta obvio para el sicoanalista, pero lo

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malo es que el escritor se toma demasiado en serio cuandola ridiculez pide una caricatura. Así, pues, habría que de-purar reiteraciones superfluas al par que tediosas, no tan-to por pudibundez como en nombre de la estética.Añadamos que aquí el autor se ha excedido hasta conver-tir su obra en una vulgar novela erótica plagada de cursi-lerías, incluyendo las científicas, al extremo que las hijasdel doctor le preguntan a su padre cómo sigue de su «ce-falalgia» en lugar de decir simplemente «dolor de cabe-za», término aquél de todo punto digno de «fotofobia»,palabra empleada por el propio autor para significar «des-lumbramiento» en Los inmorales.

La novela no deja de ser, sin embargo, interesante, comotodas las de Loveira, para quienes escudriñan los cambiosde la fisonomía social de la república. Al través de la mis-ma puede apreciarse cuánto han evolucionado la condi-ción y la personalidad de la mujer cubana, que a la sazónno pasaba de ser una muñeca destinada a agradar al hom-bre. A ello se deben en gran parte, sin lugar a dudas, lastribulaciones del personaje central, un viudo cincuentónque anhela colmar los años que le quedan de vida erótica.Médico distinguido que se ha retirado con un apreciablecaudal de ahorros, posee los recursos personales y econó-micos necesarios para satisfacer a plenitud su deseo. De-masiado fino para conformarse con una mujer vulgar, buscauna compañera sensible y medianamente culta.

Pero he aquí la tragedia: nuestra sociedad galante deentonces no está en grado de brindársela. Creyendo sin em-bargo que La Habana se ha tornado suficientemente cos-mopolita para ello, se prenda de una presunta emigradarusa que conoce en una muy selecta academia de baile.Ella parece reunir todos los requisitos: belleza física, finu-ra espiritual, educación y sugestivo interés exótico. La há-

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bil cortesana, que embauca al galeno soñador, resulta serno más que una hermosa cubana de Cienfuegos. Despuésde gastarse con ella una pequeña fortuna y estar a pique dehacerla su esposa, él logra, empero, salvarse a tiempo. Supapel luce, por supuesto, un tanto grotesco, como lo essiempre el del hombre maduro que se empeña en ignorar elveredicto de los años, conservando las ilusiones de la ju-ventud. La peripecia conlleva, no obstante, lamentablesinferencias en lo tocante al grado de nuestra evolución so-cial de la época, ya que tampoco la cincuentena implica undescreimiento absoluto. El ambiente habanero de enton-ces debió ser asaz desolado para un hombre deseoso deencontrar una compañera capaz de compartir su vida inte-rior en el plano intelectual a más del sentimental, que enéste sí las había: eran las lectoras de Marcel Prévost, perolos hombres también leían a Zola, Goncourt, Nordau... Y apropósito de novelas francesas: en éstas sí que existíanligazones basadas en la comprensión, similitud de idealesy afinamiento espiritual. Nuestra pobreza en ese campopor aquel entonces está corroborada por el caso de Claraen Los ciegos, la cual, sin bien cumple tan cabalmente sucometido de consorte extramatrimonial que deviene espo-sa legal al enviudar Ricardo, el inicio de su ligazón no dejade ser fundado en un vulgar trato de conveniencia moneta-ria. Lo curioso es que Loveira, pese a sus ideas avanzadasy su defensa de la emancipación económica de la mujer,ridiculiza el feminismo entonces incipiente en Cuba, conalusiones a La Garzona, a la sazón en boga. Y es que elnovelista de marras, salvo en Los inmorales, delata algúnresentimiento, acaso debido, precisamente, a la condiciónde la mujer en la sociedad que conoció.

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ADOLESCENCIA DE LA REPÚBLICA

La moratoria y bancarrota de 1920 fueron para el país elúltimo eslabón de una cadena de tremendas frustraciones,un golpe brutal y anonadante. La nación entera quedó per-pleja y aturdida, sin saber calibrar de primer intento el ver-dadero alcance del suceso, lisonjeándose de que se tratabatan sólo de un contratiempo pasajero. Mas, poco a poco,las dolorosas implicaciones de la lección se hicieron pal-pables, destilando un insidioso veneno que engrosaba lacorriente de pesimismo, corroedora del ánimo de la repú-blica desde su nacimiento. La Enmienda Platt al disminuirsu personalidad exterior, la concesión de estaciones carbo-neras que arrancaban jirones de su cuerpo y la interven-ción que vapuleó su soberanía interior, menguaron la fe enla independencia. Tras la ansiedad del período pre-repu-blicano y la Constituyente, la angustia de la Enmienda y lahumillación intervencionista, muchos cubanos creyéronseincapaces de gobernarse a sí mismos y, si bien veían pasara manos extranjeras gran parte de sus bienes, contaban conla posibilidad de ir levantando su propia economía al ladode las empresas foráneas. Ahora, sin embargo, hasta esapostrer esperanza se nublaba, y su puesto en su propia tie-rra —que ya no iba siendo suya— parecía contraerse al delburócrata gubernamental o mercantil, a las órdenes de uncaudillo político criollo o al servicio de compañías norte-americanas, ya que los comerciantes españoles preferían

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emplear a sus compatriotas. Arraigóse así ese escepti-cismo que ya vimos reflejado en novelistas comoLoveira, Carrión, Cabrera y Luis Felipe Rodríguez, yen pensadores como Varona y Sanguily. La actitud setornó francamente derrotista con la presencia del obser-vador Enoch Crowder, motivada por una apelación delos propios liberales, temerosos de que unas eleccionesamañadas diesen al traste con sus aspiraciones políti-cas. Los cubanos se sonrojaban al ver que un extranjerotenía que velar por su moralidad, con lo que justificabanla vigilancia que aquél ejercía, de paso, sobre los intere-ses de sus propios conciudadanos.

Así resume Manuel Márquez Sterling en El cesarismo enCuba, el proceso de nuestra desintegración económica inte-rior: «...[los cubanos] especulaban con sus propios manan-tiales de riqueza o vendían sus ingenios y sus tierras a lascorporaciones norteamericanas invasoras. Y propendieronpor igual, gobernantes y hacendados, a la consolidación dellatifundio para empresas anónimas extranjeras». En otra parteesboza de este modo la trayectoria del descalabro bolsísticoazucarero: en mayo de 1920 el precio es 22 centavos, enjunio y julio dieciocho y medio y dieciséis y medio respec-tivamente; once centavos en agosto, siete centavos en octu-bre, cinco y cuarto centavos en noviembre y tres y tres cuartoen julio del año siguiente. En 1928, prosigue el escritor pe-riodista con incisivo sentido de síntesis, las inversiones nor-teamericanas alcanzarán $1 435 000 000, abarcando en estasuma sesenta por ciento de la industria azucarera. Señala,por otra parte, que los propios liberales, al interesar en lacandidatura del partido a los magnates del azúcar, pensa-ban que la Enmienda velaría por la intangibilidad del su-fragio, y postularon vice a Miguel Arango, miembro deltrust Cuba Cane. Luego concluye que «los gobiernos in-

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terventores y los gobiernos criollos, han dejado la Repú-blica sin conciencia política y sin ideología económica ysocial». En Un cuarto de siglo de vida republicana RamiroGuerra apunta que el estancamiento universitario se pro-duce antes de superar la primera etapa esbozada por Varo-na durante la primera intervención, y que los institutos nohan recibido la menor ampliación. En cuanto a la primeraenseñanza, señala que existen menos escuelas proporcio-nalmente que veinte años antes. Así, pues, la crisis educa-cional había comenzado a producirse antes de que elmanómetro de la Bolsa indicase la quiebra económica.

Con todo, en el orden material el progreso había sidoconsiderable. Una vasta red ferroviaria comunicaba de pun-ta a cabo la Isla, y los caminos habían aumentado segúnRamiro Guerra, más de novecientos por ciento. Se cons-truyeron acueductos y todos los grandes colosos azucare-ros de la envergadura de Jaronú, Cunagua y Delicias,estaban ya terminados antes de estallar la crisis de 1920.Mas, aunque parezca paradoja, bajo Zayas «los ingenioshabían molido su caña con obreros que trabajaban por lamerced única de la comida», para decirlo con las tajantespalabras de Márquez Sterling. Los trapiches de las empre-sas forasteras extraían de la caña el dulce zumo y sólo de-jaban con el bagazo unos centavos para los cubanos; perolos primeros brotes de rebeldía estudiantil preludian ya ellargo y convulso período de adolescencia republicana.

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CAMBIO DE FRENTE

Cuando el péndulo llega al final de su oscilación empren-de la carrera en sentido contrario. Su período tiene un lími-te irrebasable, lo mismo que el aire su máximo grado desaturación. Hasta los buques que se hunden se detienencuando llegan al fondo del mar. Pero los pueblos al igualque las personas no se extinguen pasivamente. La vida eslucha y todo ser o entidad viviente está sujeto a esa leyfundamental de la naturaleza. Así, como un enfermo queha entrado en su fase crítica, el cubano, deprimido por laola de pesimismo que le embargaba, comenzó a reaccio-nar. El fenómeno se debió, sin embargo, a la intervenciónde la juventud. Las capas más viejas de la población esta-ban definitivamente perdidas y serían segregadas poco apoco cual células muertas o como un cuerpo tóxico. El pro-ceso habría de ser lento y penoso, pero inexorable, y alcabo la vida nacional les expulsaría, ya sea por inactivos obien por nocivos. Porque, en efecto, tales elementos po-dían dividirse en dos grupos: los escépticos desengañadospor los sucesivos descalabros de la independencia que flo-taban inertes o expeliendo su pesimismo tóxico, y los cíni-cos que corrompían y devoraban el cuerpo comomicroorganismos letales. En cambio, la generación quehabía nacido con la república, o poco antes, tan sólo teníanoticias de las frustraciones pero palpaba las consecuen-cias sicológicas. Ocurría como con la generación europea

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que siguió a la primera postguerra, la cual conoció la exis-tencia del conflicto sin participar en él, salvándose así dela amargura y el desengaño que le hubiera producido elhorror y la perversidad de la carnicería humana, de suerteque el hecho se alojaba en la conciencia sin herirla de muer-te. Mas, la experiencia de la guerra europea echaba portierra una serie de mitos peligrosos, al paso que la Enmien-da y la dependencia económica creaban un estado de cosashumillantes al par que estrangulador, sólo que los viejos loconsideraban inconmovible en tanto que los jóvenes esta-ban dispuestos a remediarlo a toda costa.

La nueva generación venía con su decoro intacto y seindignaba cuando los mayores afirmaban sin empacho quedeseaban la intervención extranjera. «Esto solamente losamericanos pueden arreglarlo», decían con frecuencia. Perolos cubanos que vinieron al mundo con la independenciatenían fe en el destino de la república y en la capacidad delpaís de gobernarse a sí mismo. Por eso las manifestacionesestudiantiles constituyeron el primer síntoma de reacciónsalutífera precisamente cuando el gobierno de Zayas su-mía el país hasta el tope en la corrupción; y en la universi-dad habría de producirse uno de los principales brotes derebeldía contra el régimen de Machado. Ello no acredita,sin embargo, la teoría orteguiana de las generaciones, porcuanto la quiebra de 1920 que propinó el golpe de gracia alos viejos y extravasó la copa del pesimismo pudo haberocurrido años antes o después, sin contar que el movimientorenovador se extendería rápidamente a otras capas y eda-des bajo la acción catalizadora del machadato, contra elcual se aglutinó un verdadero frente único nacional. Elhambre y la miseria aguijonearon el sector obrero, dondelas explosiones anarquizantes se trocaron en movimientoracionalmente organizado, de cariz socialista. Así, la co-

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rriente emancipadora habría de arrastrar casi toda la pobla-ción, bajo la bandera antiimperialista.

El mundo entero devenía un afiebrado hervidero ideoló-gico, y sus vapores invadían la gran antilla, suscitandonuevas inquietudes en todos los órdenes, incluyendo losde la ciencia, las letras y las artes. A la lectura de los con-sabidos naturalistas y realistas franceses se añadía la deHenri Barbusse y nacía un interés por autores norteameri-canos, alemanes, españoles, rusos e ingleses. Entre los pin-tores, sin embargo, Francia seguía ejerciendo la principalatracción, incluso cada vez más exclusiva, y hacia la patriade Cezanne se dirigían quienes habrían de efectuar la re-novación pictórica cubana. Este sobresalto nacional quesuplanta en parte eso que Marinello llamó nuestro«fatalismo riente» constituye un testimonio irrecusable devitalidad fecundadora. De no ser así, ¿hubiera emprendidoMañach en 1927 su Indagación del choteo?

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EL PERFECTO FULANISTA

Con la eclosión de la república se planteó el problema dequiénes debían ser los llamados a dirigir la política del país.La cuestión no pareció difícil, al extremo que la opiniónunánime ponía en manos de los veteranos de la gestaemancipadora esa alta y ardua misión. No sólo les corres-pondía ese honor por haber sido los artífices de la indepen-dencia, sino que el hecho mismo de haber participadovoluntariosamente en la sangrienta cuanto tesonera acciónliberadora dabe fe de que poseían en grado sumo los senti-mientos patrióticos requeridos para regir los destinos deuna nación recién nacida, vacilante e inexperimentada. Eralógico que los hombres fraguados en la lucha y animadospor el ideal revolucionario fuesen los más idóneos paraencabezar la vida republicana. A la sazón se preveía que elveteranismo iba a constituir un monopolio de la cosa pú-blica, del tipo oligárquico, del que quedaba excluido el restode la ciudadanía; y que, más preocupado por mantener susfueros que deseoso de propiciar el bien común, drenaría elTesoro, a más de entorpecer el desenvolvimiento social yeconómico. En su sagaz Manual del perfecto fulanista, es-crito en 1914 y publicado en 1916, José Antonio Ramostambién reconocía que en el campo de batalla se había he-cho una selección de los patriotas más decididos, pero alpropio tiempo aclaraba que se requerían, además, otrasdotes. Y es que ya se habían producido ingentes malversa-

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ciones y escándalos públicos tales como el de los chequesen blanco de Don Tomás, el del arsenal y el del dragado,los cuales delataban la baja condición moral de algunos delos más sonados héroes de la manigua. Por otra parte, Cuba,necesitada de hombres capaces, pasaba la esponja sobre elpasado, invitando a colaborar desde el poder a los persona-jes más señalados que, dentro del autonomismo, habían per-manecido del lado de España hasta el último día de la colonia.

Asombra por igual la rapidez con que se formó la castade políticos y la perspicacia con que José Antonio Ramosen tan temprana época perfila los arquetipos que se hanmantenido hasta el presente con ligeras variantes. El fula-no es el cacique, por aquel entonces, de abolengo y ejecu-toria mambí. Los fulanistas son sus secuaces, tales comomiguelistas, menocalistas, zayistas, o los tantos «istas» queaún perduran en el cincuentenario de la república. Elmuñecón, especie de segundón, equivale al cachanchán deahora, y el sargento, de categoría más modesta, es el agen-te de barrio, que todavía conserva igual denominación. Elautor del mencionado ensayo de sociología política, afir-ma que, aunque diezmada por las revoluciones, existía enCuba una verdadera aristocracia, creada por la más bri-llante inteligencia, de innata decencia y fuerza de espíritu,que, diseminada por los distintos partidos, era la que, enúltima instancia, gobernaba y dirigía, coyuntura que, des-de la revolución de 1933, ha cambiado radicalmente. Porotra parte estima el ensayista que el fulanista, con todossus inconvenientes, representa la única superioridad de laraza hispanoamericana sobre su pueblo matriz, entoncesentregado a un bizantinismo enervante por no tener verda-deros fulanos, ídolos populares capaces de sacudir el ma-rasmo producido por la excesiva duración de las tradiciones.Ello no impedía que para ser electo fuese necesario afec-

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tar, aunque no se sintiese, cierta chabacanería, porque «en-tre nosotros nada hay que se pague tan caro como un gestode orgullo». Más adelante señala que en el elemento direc-tor de la clase civil entraban múltiples factores, proceden-tes unos del primericio partido revolucionario cubano yotros, de los adictos tácita o expresamente al gobierno me-tropolitano español, constituyendo todos ellos una élite in-telectual, con letrados distinguidos, dado que el derechofue siempre la profesión predilecta de las familias patriciascubanas. Después el autor lamenta la ruina infligida a lossectores más dignos de las clases adineradas criollas, porlas distintas guerras de emancipación; y condena elausentismo de los terratenientes y propietarios que salva-ron sus bienes y que disfrutan de sus rentas en el extranje-ro, desinteresándose de la suerte de Cuba. Luego contrastaesta actitud con el patriotismo de las clases trabajadoras.Coincidiendo con Julio Villoldo, denuncia el egoísmo y eldesinterés por la política que la madre cubana, con su ex-ceso de mimos, inculca en los hijos. En este aspecto, em-pero, con el crecimiento de la clase media y la revoluciónde 1933, se operará una mejora considerable, pese al re-traimiento de los sectores más limpios de la aristocraciamambisa y al deterioro de los políticamente activos, y noobstante el vergonzoso derrumbe de la llamada generacióndel 30, sucesora de la oligarguía política de la primera eta-pa republicana. Con todo, la reacción regeneradora espigabajo el gobierno de Zayas, con el movimiento juvenil ypatriótico capitaneado por Martínez Villena.

Demuestra José Antonio Ramos cómo la políticaelectorera fomenta el egoísmo de las masas. El aspiranteadula a tal extremo que el elector se siente solicitado ydisputado, olvidando que el sufragio es un deber y que suvoto entraña una responsabilidad, y comienza a creer que

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el mismo es una cosa negociable que tiene derecho a ven-der o cambiar por una promesa de beneficio directo parasí. Por otra parte, los políticos no se dedican a darse presti-gio a sí mismos sino a desacreditar al adversario, degra-dando de esta suerte todo el proceso. El ensayista vislumbraen la empleomanía, ya muy crecida en 1914, un pródromodel socialismo estatal. No cabe duda de que el tiempo haconfirmado la certeza de tales apreciaciones.

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LA ECLOSIÓN DEL MACHADATO

La eclosión del sombrío y angustioso régimen de GerardoMachado se produce, hasta cierto punto, y valga la parado-ja, con la anuencia del público. En todo caso, su programainicial de regeneración concretado en el famoso cuantocautivador trinomio «agua, caminos y escuelas» respondíaa un profundo anhelo de la población. Es decir que, pese ala apatía o inconciencia política de las capas populares,depauperadas pero sedientas de diversión y poseídas decreencias supersticiosas, que Félix Soloni presenta en susnovelas, y el pesimismo de los desengañados por el dete-rioro de la república, aún ardía en muchos pechos la llamadel patriotismo y la esperanza de renovar al país. Una pruebapalmaria la ofrece el entusiasmo multitudinario que aco-gió la toma de posesión del nuevo presidente, el 20 de mayode 1925. El propio Machado lo sabía mejor que nadie, yhubo de sacarle el máximo partido a la coyuntura, aunqueno acertó en el cálculo de su coeficiente de resistencia, enparte a causa de la cortina de humo levantada por los con-sabidos turiferarios aprovechados y consejeros intelectua-les del tirano. Con todo, fue merced a ese estado de opiniónque pudo desbrozar el camino hacia la prórroga de pode-res, la cual empezó a inquietar al principio tan sólo a losespíritus avisados que recelan, ¡ay! con razón, de tales re-formas en países hispanoamericanos. Pero el futuro dicta-dor había sabido ganar a su causa una buena porción de

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indiferentes, mediante el mirífico proyecto de la carreteracentral que uniría al resto del país numerosos puntos inco-municados, colocando en los mercados gran copia de fru-tos perdidos en el campo a causa de la falta de transporte, yabaratándolos gracias a la competencia con los ferrocarri-les cuyo indisputado imperio les había permitido mante-ner los fletes más elevados del mundo. Añádanse a esto lasproezas de ingeniería civil realizadas por Carlos Miguelde Céspedes, quien en un abrir y cerrar de ojos restituía lafisonomía de la capital devastada por el ciclón de 1926 otrazaba una nueva avenida en su centro; y se comprenderáel deslumbramiento del público, ingenuo aún, que lemotejaba «El Dinámico».

Enrique III impuso el papa Clemente II y luego se hizocoronar por él; Napoleón fue más expedito y se ciñó élmismo la corona, y Mussolini puso en escena la marchasobre Roma para simular una revolución, pero Machadoquiso perpetuarse en el poder paso a paso, con medios apa-rentemente legales, lo cual delata cierto respeto para laopinión cubana que, por lo visto, no hubiera tolerado unvulgar cuartelazo, malgrado su «fatalismo riente». Lasmismas elecciones en que triunfó fueron las más honradasque se habían efectuado hasta entonces, y Gonzalo deQuesada Miranda ha consignado cómo Rafael Iturralde, elministro de gobernación que las supervisó, podía ufanar-se, no sin razón, de que aquellos fueron los primeroscomicios realizados en Cuba cuyos resultados se daban aconocer con bastante exactitud la noche misma del día enque se celebraran. Desde luego que reinaba todavía elcaudillismo político, pero lo cierto es que entró en juegomás de parte de Menocal que de Machado, cuya candida-tura se debió a las hábiles maniobras de sus adictos, lascuales vencieron la popularidad con que le aventajaba

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Mendieta, su contendiente dentro del Partido Liberal que,por otra parte, aureolaban largos años de oposición.

El progreso material repercutía en la vida cotidiana yalteraba los conceptos. El transporte motorizado se habíaimpuesto por completo después de la primera guerra mun-dial, que en las calles de La Habana se libró entre la trac-ción animal y la mecanizada, vale decir entre «aliados» y«alemanes», conforme los denominaba el vulgo. Y efecti-vamente, en las novelas de Raimundo Cabrera se habla sólode coches, los cuales predominan, asimismo, en Las honra-das, de Carrión pero no en Las impuras; en la mayor partede las obras de Loveira coexisten coches y automóviles,mientras que en La última lección hay no más que auto-móviles. Al propio tiempo, decaía la enseñanza y aumen-taba la proporción de analfabetos, después de la mejoraregistrada en las postrimerías del gobierno de Magoon. Porotra parte, existían indicios que acreditaban la madurezpolítica de ciertos sectores intelectuales y estudiantiles,cuales son el manifiesto del Grupo Minorista y la renunciade la juventud a volver a la Constitución de 1901 y al esta-do de cosas de 1925, según lo preconizaban los viejospolíticos de las tendencias de Mendieta y Menocal. Loque hizo, pues, el régimen sangriento y contradictorio deMachado —el nacionalista que pagaba las deudas al ex-tranjero aun a costa del hambre de su pueblo y elantiimperialista que abría los brazos a la injerencia paraluego cerrarlos— es seducir primero con su programa ycatalizar después el proceso ideológico cubano.

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LA VIDA POPULAR

Echemos una mirada a esa corriente cálida e impetuosaque anima y colorea el rostro de la república. Dejemos laélite del cerebro y veamos circular esa sangre hervorosaque nutre y renueva, sin la cual las instituciones estructu-rales de la nación serían no más que cuerpo muerto. Paraconocer algo de ese substrato inquieto y vivificante tal comolucía en 1925, permitamos que Félix Soloni nos muestreun atisbo con su Mersé. En el barullo de la calle los vende-dores ambulantes pregonan sus mercancías: helados, vian-das, fritas, churros y tamales que «pican y no pican». Porlas aceras transita un gentío polícromo, en tanto que con-versan las comadres y las compradoras regatean. En la al-garabía del patio hormiguean los chiquillos y las lavanderasse inclinan sobre sus bateas, frotando y hundiendo la ropaen espumosa agua con fuerte olor a jabón. Dos hileras depuertas entreabiertas muestran habitaciones encaladas conla deprimente uniformidad de su pobreza mobiliaria, per-filada contra la desértica blancura de las paredes que sólointerrumpen algunos oasis de fotografías de artistas de ciney peloteros y mugrientos cromos chillones. Tufos de coci-na flotan entre las colgaduras de ropa mojada. En un cuar-to sencillo pero sobrio, donde un crucifijo de pasta sustituyela habitual herradura, Candelaria, la madre de la lindaMersé, pasa muchas horas rezando mientras su hija borday cose para una fiel y selecta clientela, desde que su madre

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no pudo seguir trabajando en la casa de los Zarzas. Son decolor, deseosas de superarse y vivir con decoro, pero cier-tas vecinas envidiosas las difaman y hacen circular rumo-res insidiosos sobre ellas. La misma que roba un pomo deesencia al chino vendedor ambulante de perfumes, es unade las más pertinaces difusoras de chismes. Soledad, lahermana de Candelaria, vive con su marido, que conocióla esclavitud, y sus dos hijas, Charo y Clemencia, en unsuburbio obrero. Pero ella y los suyos son espiritistas. «Mihermana cree en los santos y yo en los seres», dice. Ade-más, pese a sus años, todavía le gusta bailar, sólo que aho-ra la música americana está desplazando el danzón... Perosi bien el fox-trot invadía, no ya nuestra isla, sino el mun-do entero, los ritmos afrocubanos resurgirían muy prontoal socaire de la revolución nacional antiimperialista, paradifundirse en escala universal.

El autor presenta algunas instantáneas de la bohemiaperiodística rozando las capas populares en las faenasreporteriles de las casas de socorro y en reuniones ameni-zadas por el guitarrista cancionero Tata Villegas, de la ca-mada de Manuel Corona, Pancho Majagua y otros cuyapresencia corpórea en las fiestas también habría de ser rá-pidamente suplantada por la radio. Candelaria muere y suvelorio se efectúa en el solar, acto que desde entonces lacostumbre ha transferido a la funeraria, al menos en lasgrandes ciudades; y los cirios naturales han sido reempla-zados así mismo por las bombillas eléctricas. El peninsu-lar don Pepe, a la vez dueño y encargado del solar, actuabade maestro de ceremonias vistiendo un traje de alpaca ne-gra, en tanto que los periodistas de la casa de socorro apro-vechaban la ocasión para hacer conquistas fáciles. Cuandolos chiquillos alborotaban se les amonestaba así: «Mucha-chos, respeten, que hay un cadavre.» La espiritista Sole-

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dad y sus dos hijas llegan vestidas de blanco con cinturónnegro, y aquélla rompe a llorar pero, al llamarle la atenciónuna de éstas, se contiene musitando: «Es verdad, no debe-mos llorar por los que desencarnan», lo cual hace fruncir elceño a doña Clarita, miembro, como la difunta, de la archi-cofradía de San Nicolás. Petronila la chismosa sirve el café.

Mientras tanto, don Pedro Zarzas, bodeguero gallegoque llegó a ser dueño del ingenio que luego vendió a pesode oro a una compañía americana, se había negado a per-mitir que su hija Cuca se casara con Ernesto, cuyo padre,colono, quedó arruinado por la moratoria de 1920. Alquedar huérfana, Mersé pasó breve tiempo en la casa deese ricachón, donde su madre había trabajado como do-méstica. Luego irá a vivir con su tía Soledad, pero incom-patibilidades de gusto, naturaleza y creencias no tardaríanen crearle una situación penosa. Tras de su recatado com-portamiento en el baile de la Tutelar, sus primas le tildande aguafiestas, y desde entonces se la mira con crecientesorna. Así, en la peregrinación de San Lázaro, descritacon donoso realismo, al cruzarse con doña Clarita, cre-yendo que es su madre quien se la envía desde el cielo,resuelve dirigirse a ella en busca de ayuda como miem-bro de la archicofradía de San Nicolás, lo cual consi-gue. Instalada ya por su propia cuenta como prósperamodista, compromete, movida por su agradecimiento aCuca, su propia honra para encubrir la deshonra de ésta.Una noche, tras de absorber una dosis excesiva de veronal,muere en la casa de socorro, atendida por Ernesto, a quienadora, siendo correspondida. Tal parece que el autor re-curre a este desenlace para soslayar el obstáculo que elprejuicio racial levanta frente al matrimonio.

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LA VIDA DE LAS OBRERAS

La industria ligera nacional fue insignificante hasta cuan-do el régimen de Machado aceleró su desarrollo. La manode obra femenina estaba confinada casi exclusivamente ala fábrica de cigarros y la servidumbre doméstica, y con larepública la mujer obtuvo un creciente acceso a la buro-cracia, al mostrador y a las profesiones, hasta alcanzar pro-gresivamente, a partir de la revolución de 1933, su presentetotal equiparación con el hombre. Desde luego que siem-pre mantuvo sus fueros en el campo de la costura, perogran parte de este trabajo se hacía en la casa, sin contar queincluso en el giro de las confecciones el país dependía, hastacierto punto, de la importación. Con todo, la expansióngradual de un escaso número de manufacturas le abrió al-gunas puertas más. De uno de estos renglones, el de la lito-grafía, trata una novela de Félix Soloni. Se intitula Virulillay ocurre en 1926, o sea en el umbral del primer período deMachado. Menos colorista que Mersé, delata un mayordominio del oficio, y en vez de mostrar un diorama popu-lar, se restringe más a un solo sector. En ambos casos aso-man por doquier las duras aristas del torvo rostro de lamiseria, pero el buen humor criollo ilumina y colorea lastinieblas, como ocurre en El conventillo del brasileño Luisde Azevedo. Nada de sombríos abismos desoladores. Lanarración está conducida con donosura y humorismo dematiz local, sin soslayar empero la triste realidad, y los

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personajes se comportan con el alegre estoicismo y el«fatalismo riente» tan peculiares del pueblo cubano, siem-pre reacio a la seriedad. La nota retozona del choteo estallaen los instantes más deprimentes. Soloni escribe sin pre-tensiones, como si temiese lucir grave y encopetado, obe-deciendo a ese pudor del cubano ante lo trascendental, quele inclina a tomarlo todo a chacota. Desciende familiar-mente a los sumideros de la pobreza, describiendo con lla-neza las privaciones y las angustias, pero descubriendo aquíy allá un rayo de luz, un sentimiento delicado en las almassencillas revestidas de simple ropaje.

De hecho, Virulilla no pasa de ser una novela rosada,pero transida de realidad observada con puntería, en la queel príncipe, un señor ventrudo y canoso, si bien no llenapor completo su cometido, proporciona a la heroína unafelicidad parcial, levemente teñida de melancolía. Viudo,padre de dos muchachas adolescentes, curtido, condueñode la litografía en que ella trabaja, la rescata de la penuriahaciéndola su esposa. El remoquete «Virulilla», significajovenzuela barriotera, liviana y poco cuidadosa de su re-putación, aunque no siempre pecadora, amante de los bai-les y las diversiones, poco escrupulosa en cuanto a susamistades masculinas. El apodo resultaría un maligno sar-casmo, si no dimanara de una metáfora basada en la etimo-logía del término, el cual se aplicaba a los viejos sombrerosde paja que se pintaban de negro para ahorrar la compra deuno nuevo, en el período precario que siguió al de «lasvacas gordas», fenecido en 1920. Por analogía se le impu-so a la joven el día que entró por primera vez en el taller delitografía, pues llevaba, con motivo de la reciente muertede su padre, un desvaído vestido negro. Su hermana ma-yor, Yoya, no podía ya contribuir al sostén de la familia,porque estaba tísica, recluida en el sanatorio La Esperan-

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za, donde había logrado ingresar tras de largas y penosasgestiones. Huérfana, ahora ella tenía que mantener a unhermano poltrón y a su hermanita, Beba. Una mañana, eltroquel que acortaba corazones de papel dorado le tronchael anular izquierdo, invalidándola por algún tiempo. Lacompañera Leocadia, cuarentona líder feminista, hace unacolecta entre el personal. Juanelo, el alcahuete que consi-gue las obreritas más hermosas para el patrón, ofrece lagenerosa protección de éste. Beba sustituye a su hermanaen el trabajo. Ya no tenían que pedir fiado al bodeguero, ninuevos plazos al casero, y pudieron abandonar la promis-cuidad de la habitación compartida por el hermano y lashermanas, mudándose a una casita.

Virulilla vivió unas semanas embargada por la ansie-dad de la convalescencia, la angustia de no quedar capa-citada para sostener a la familia y fugaces sueños de queun día el amor quizá la visitaría, impartiendo plenitud yun nuevo sentido a su pobre existencia. De improviso,surge la hollywoodesca proposición matrimonial de supatrón, libertino arrepentido, necesitado de cariño autén-tico. Desconcierto, vacilaciones, temores. Al cabo,Virulilla, pensando en el bienestar de los suyos, accede.Después del suicidio de su esposo, atosigado y doloridopor el desliz de una hija, su amor verdadero pero imposi-ble se le declara. Mas, ella le rechaza y él le introduce lasortija en el anular de la derecha, el de la amistad, en vezdel izquierdo, inexistente. La tercera dimensión de estecuadro de la vida de las obreras es escasa, pero no posee-mos otro, ya que El dios maltrecho de J. F. Esares Donse pierde con su despalilladora en una interminable jor-nada sentimental.

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TRANSCULTURACIÓN

Los negros siguieron siendo considerados no más que comofuerza de trabajo aun después de la abolición de la esclavi-tud, pese a su participación efectiva en las guerras de inde-pendencia. En las primeras dos décadas de la república eranvistos, incluso por buena parte de los intelectuales más li-berales, como un grupo etnográfico extraño que podía de-venir peligroso. Se les restringió tácitamente el acceso a lavida política, desde donde Morúa Delgado y Juan GualbertoGómez ejercieron un sabio influjo, propiciando el acerca-miento y, especialmente en el segundo caso, protección asus hermanos de raza. Quienes deseen ampliar sus conoci-mientos en este campo pueden remitirse a las obras de au-tores como Horrego, Costa y Portuondo, toda vez que elproceso cultural de la república es lo que nos interesa aquí.El primero en ocuparse de la cuestión racial desde ese án-gulo es Fernando Ortiz, cuya tarea indagatoria al respectono ha sido igualada en vastedad y alimento. Llegó al temapor el doble camino de la sociología y la criminología,empezando antes por aquél. Efectivamente, cuando prepa-raba su doctorado en derecho, en Madrid, Aguilaniedo yConstancio Bernardo Quirós, a quien conocía, publicaroncon inusitado éxito un libro sobre la mala vida en la capi-tal, obra que el estudiante cubano leyó con fruición, le hizopensar que una análoga sobre La Habana tendría igual aco-gida. Volvió a Cuba finalizando el siglo, y enseguida se

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dio al trabajo que se había propuesto, con lo cual se pusoen contacto con la depauperada población de color, cuyasituación económica era prácticamente la misma que entiempos de la esclavitud. Interesáronle sus ritos y costum-bres, pero encontró que no había nada escrito sobre losmismos. Tan sólo existían los trabajos de Nina Rodríguezcon relación al Brasil, país menos rico que el nuestro enfolklore africano, pese a su enorme extensión. Como pe-nalista, Ortiz no tardó en vislumbrar un terreno fértil parala criminología aplicada a los complejos sicológicos racia-les y a ciertos sacrificios taumatúrgicos.

Había descubierto un mundo social, misterioso y aluci-nante, pletórico de arte y ritos sugestivos, más puros y va-riados que en el propio Haití, aislado de sus fuentes y cuyaextracción etnográfica estuvo limitada casi exclusivamen-te al Congo y el Dahomey, al paso que Cuba seguía reci-biendo esclavos procedentes de distintas partes de África,afluencia que alimentaba y mantenía vivas las respectivastradiciones, a despecho de la vigilancia oficial. Los hacen-dados no miraban con buenos ojos la injerencia de las au-toridades coloniales y clericales, prefiriendo que no setrastornase en demasía la existencia de los esclavos fueradel trabajo, interviniendo en sus costumbres. Al socaire detales circunstancias, y con la insólita capacidad de adapta-ción de los negros, éstos volcaron muchas de sus creenciasen los moldes de la religión de sus amos, lo cual constituyeun frecuente fenómeno de transculturación, ciencia funda-da por Fernando Ortiz; corroborando al mismo tiempo lateoría de que existen numerosos factores comunes a todaslas religiones, especialmente en lo tocante a los elementosde la naturaleza. Pero no bien comenzó sus pesquisas, eljoven investigador se halló frente a un intrincado dédalode rutas llamadas lingüística, mitología, historia, etnogra-

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fía, estética, antropología —la viviente a más de la físi-ca—, etcétera, etcétera. Así, a medida que se pertrechabade conocimientos en tales materias genéricas, se adentrabaen la selva virgen afrocubana, columbrando con asombroun inmenso acervo de leyendas, formas musicales, bailes,pantomimas, sistemas sociales, inquietantes evocacionesprehistóricas y ritos y liturgia de sugestivo simbolismo;topándose asimismo con herméticas cuanto poderosas or-ganizaciones locales, entre las que se destaca el ñañiguismo,especie de masonería con análogas miras políticas, sobrela cual no hay aún nada escrito.

Con todo, no se trataba únicamente del proceso detransculturación de la raza negra, con su angustiosa y aveces dramática incorporación al nuevo medio, erizado depenosas cuanto sutiles contingencias sociales; sino de laaportación de dicho núcleo etnográfico al país de adop-ción forzosa. Su influjo no podía menos de ser considera-ble, por cuanto la lactancia y el cuidado de casi todos losniños blancos de la época de la colonia se encomendaban alas negras, madres de tan singular ternura y devoción queen el Brasil se les ha erigido un monumento y que en el surde los Estados Unidos, no obstante sus crudos sentimien-tos racistas, se les confiere el afectuoso apelativo demammy. Aparte del ostensible efecto sobre el léxico y lamúsica, la dilatada presencia de las razas africanas ha re-percutido en las creencias, supersticiones, costumbres, ca-rácter y temperamento nacionales, impartiendo al cubanoesa mezcla de espontaneidad, despreocupación, alegría yhumorismo burlón y mímico, así como la excepcional ca-pacidad de adaptación, que le distinguen de todos sus her-manos del continente. Su papel en la formación delsentimiento nacional no es desdeñable, como lo acreditanmanifestaciones tan palpables como el desplazamiento del

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vals y el fox-trot por los bailes afrocubanos durante losprimeros años del machadato; y al través de la enorme in-filtración en la vida popular y del extenso mestizaje de lasclases trabajadoras, conforme puede apreciarse en Merséde Félix Soloni. Es de esperar que en un futuro próximo seborren los resentimientos legados por la esclavitud y atiza-dos por la discriminación, con su secuela de complejos deinferioridad; al par que las neurosis suscitadas por los con-flictos entre la contención impuesta por el loable deseo desuperación y la necesidad de dar libre expresión a los im-pulsos naturales de la raza y los rezagos de sus tradiciones.

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EL CHOTEO

El choteo responde, tal vez, a una característica innata delpueblo cubano. Pero como fenómeno sicosocial, su agudi-zación en determinado período de nuestro siglo pareceobedecer a un estado de ánimo provocado por motivos his-tóricos los cuales, por su pertenencia a una fase de nuestravida republicana, solicitan aquí una atención particular einsoslayable. El tema había sido tocado ya con punteríapor José Manuel Poveda en el tercer lustro republicano,incidiendo en algunos puntos ampliados y ahondados mástarde por Mañach. Por ese motivo y por la confirmación delas implicaciones históricas que señalaremos más adelan-te, entresacamos de un artículo suyo del Heraldo de Cubaalgunas apreciaciones significativas, especialmente por sucoloración pesimista. Helas aquí: «Parece lógico que em-pezáramos... por fijar la atención en el modo como ríe elverso cubano, los temas que provocaron su risa, y hasta lasbocas con las cuales ríe. No, desde luego, para hacerlo ca-llar —demasiado faltos estamos de alegría—, sino para en-noblecer su risa, y acaso para enseñarle qué cosas son lasque merecen un gesto distinto.» «La falta de conciencianacional da sitio al tendencioso deletéreo que opone a loideal una sonrisa. ...Cuando una voz invita a horadar elobstáculo imprevisto, sonreímos, y nos vamos de tangen-cia. Las arengas son obra, las recriminaciones son boberas,la claudicación fácil marcha al grito de arriba con el him-

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no. Poner en solfa las virtudes es lo viril, o una chanzonetamal intencionada, y cuando no una pornografía, son lasdos notas humorísticas más socorridas.» «Es que el versodrolático se ríe del verso noble, del rico, del serio, del tris-te, ...prendiéndole rabos y sonándole trompetillas.»

La sagaz y medular Indagación de Jorge Mañach, pese aciertas facetas importantes que pasa por alto, es sin disputael más acabado trabajo sobre la materia y acaso el másprofundo y enjundioso de ese ensayista. El autor, coinci-diendo con Poveda, comienza por revelar el aspecto peyo-rativo, el cual imparte la tónica general de la interpretación,pese a ciertas salvedades ulteriores. «El choteo», empiezadiciendo, «—cosa familiar menuda y festiva— es una for-ma de relación que consideramos típicamente cubana ...fe-nómeno psicosocial tan lamentado». Luego se refiere a ladefinición del hombre de la calle, «no tomar nada en serio»,para fundamentar su opinión en lo tocante al carácter frívolodel choteo. Añade que es cosa habitual y sistemática en elcubano que revela una postura de constante oposicionismo,encaminada a crear «ambientes de libertinaje frente a la au-toridad». Aclara que quienes más acostumbran recurrir alchoteo son «dotados casi invariablemente de una educaciónelementalísima... desconocen todas las dignidades y proe-zas del espíritu; empedernidos de sensibilidad... Son losnegadores profesionales, los descreídos a ultranza, losegoístas máximos, inaccesibles a otra emoción seria queno sea la de rango animal... y cuando les habláis de patria,de hogar, probidad o de cultura, urgen una cuchufleta y osdicen a lo sumo, que todo eso es “romanticismo”». Másadelante el ensayista recapacita mitigando el rigor de susreproches, y señala que «parece que hay un choteo ligero,sano, casi puramente exterior, que obedece principalmen-te a vicios o faltas de atención derivadas de la misma psi-

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cología criolla, y otro choteo que pudiéramos llamar pro-fundo y escéptico, perversión del anterior y originado enuna verdadera quiebra del sentido de autoridad que antesanalizábamos». Esta apreciación corrobora la existencia enla época colonial de un espíritu humorístico parecido que,a nuestro entender, se corrompe con el advenimiento de larepública y sus frustraciones. Y en efecto, añade el propioMañach, «la burla es un subterfugio ante el fuerte», lo cualpermite suponer que el criollo se valía de la misma paradenigrar la opresión española.

Por otra parte afirma que «es un acto fundamentalmenteegoísta o irreflexivo, mediante el cual el choteador parecereírse con el solo fin de estar alegre... lo peligroso es quecon frecuencia tiene por objeto una víctima». Ello nos dapie para sostener que el humorismo de elevada intenciónpolítica ha sido degradado por el veneno amargo de losdesengaños de la independencia, convirtiéndola en instru-mento utilizado por personas de baja estofa, deseosas devolcar su rencor sobre sus semejantes. Por desgracia losdemás se han valido inocentemente del mismo medio comoválvula de escape, sin hacerse cargo del daño que infligen,movidos por la necesidad de «hacer de tripas corazón».

Afirma Mañach que el choteo es enemigo del orden y lanegación de la jerarquía, apoyándose en la teoría de lo có-mico desarrollada por Bergson en su conocido ensayo so-bre la risa. También podía haberse acogido al viejo conceptode la dignidad caída. Por otra parte, pasando a la provinciade la sicología, se refiere con mucho tino a Scheler, citan-do textualmente estas palabras alusivas a la burla: «des-carga que elimina esa dinamita psíquica que se llamaresentimiento»; pero declara que el resentimiento y el ren-cor no son característicos del choteo. Cabe suponer, porconsiguiente, que se trata de una postura que ha devenido

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hábito. Lo que al principio era un medio de legítima defen-sa contra un orden opresor, se convierte en actitud negati-va ante las deficiencias republicanas, que se extiende a todoslos demás órdenes de la existencia. Hemos vuelto a tocaresa tecla porque da la nota que más suena en el estado deánimo imperante a un momento dado de nuestra historiaindependiente, tanto que los mismos Mañach y Poveda con-cuerdan en lo tocante al escepticismo burlón del cubanofrente a instituciones como la nación y el hogar.

En Los bailes y el teatro de los negros en el folklore deCuba ofrece Fernando Ortiz algunas observaciones útilespara la determinación de ciertos ingredientes y manantia-les de nuestro humorismo. «En los cantos pantomímicosse reflejan los sucesos interesantes de la vida cotidiana... yen ellos es donde fluye la admirable inspiración satírica yburlona, choteadora de los negros.» «El negro es el ser hu-mano que más y mejor sabe reír» afirma, y luego cita alrespecto esta apreciación de Frobenius: «Un humor brota-do de un sentimiento muy profundo constituye un elemen-to fundamental de la espiritualidad africana... Quien tienelas emociones vivas se olvida pronto. Entre dos terrores secanta y baila...y se ríe. Se ríe de todo... Hasta del juez seburlan, hallándole ridiculeces.» Seguidamente agrega porsu cuenta Fernando Ortiz: «Los negros se ríen y se burlan,por eso son maestros en la sátira. Son los manantiales delchoteo, de esa catarata de ingenio que refresca los sofocosde las gentes tropicales mucho más que las brisas mareras.Su inextinguible buen humor y su espíritu burlesco, que leayudan a defenderse contra los desajustes sociales y lasinclemencias de la vida, se traducen en todo momento poruna desbordada afluencia satírica, que a veces llega a sar-cástica...» No puede ponerse en duda la existencia de esteelemento sano a la raíz del choteo, pervertido luego por las

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circunstancias. La desmoralización es a la vez causa yefecto del choteo, término que, según apunta Mañach,equivale a «desprestigio»; y este desprestigio o choteode los valores dimana del descrédito general de las ins-tituciones reverenciadas. El negro tiene la simpáticacapacidad de burlarse hasta de sí mismo, con la que seha contagiado el cubano blanco, y esta inclinación se haextendido al plano nacional a consecuencia de la defrau-dación republicana, agravada bajo la presidencia deZayas. Nótese que la Indagación de Mañach se efectúaa comienzos del machadato, en 1927, y en este sentidoson muy significativos estos dos juicios emitidos en elumbral de la dictadura: «la rebeldía produjo la Repúbli-ca; la adulación... la guataquería»; añadiendo que el es-píritu de independencia se exterioriza en una burla detoda forma no imperativa de autoridad.

La familiaridad, el chiqueo, la nivelación y el igualitarismopropios del choteo, señalados por el ensayista, nacieron sinduda de la convivencia en el barracón de los esclavos a laque se acercaron los demás cubanos para volverse contra elenemigo común. Mañach achaca la autoburla a nuestradebilidad como nación, pero sería más exacto atribuirla aldesprestigio de nuestras instituciones republicanas y susjerarcas, que ya vislumbraba Raimundo Cabrera en Som-bras que pasan. Recuérdese que el cubano había pasadopor los desengaños de la Enmienda, las bases carboneras,el Tratado de Reciprocidad, las intervenciones directas eindirectas, el derrumbe económico y la corrupción de susadalides políticos, de suerte que la degradación actuabamás que la debilidad. Eso sí, como país pequeño que so-mos, todos nos conocemos y soportamos mal los alardesde los impostores. De allí la terrible eficacia del choteopara poner al desnudo la pobre verdad de cuantos se cu-

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bren de fingida grandeza, y, como apunta Mañach, la auto-ridad falseada exaspera al criollo. Fuimos hermanos más omenos bien llevados cuando sufrimos la opresión colonialy lo seguimos siendo en presencia de la corrupción, de suer-te que nada puede ocultársenos. El propio ensayista insi-núa que el choteo amaina bajo la dictadura, pero el régimende Machado se encargó de desmentirlo, al extremo que elmismo resulta temible tanto para el almacenista españolcomo para el politicastro o el aspirante a tirano del patio.Acaso tiene más razón cuando afirma que con el adveni-miento de la república la restauración económica fue tanrápida y pingüe que se creó pronto una atmósfera deventurina propicia al choteo. Este se mantuvo, no obstan-te, al través del período de miseria.

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LA REVISTA DE AVANCE

En la Revista de Avance se condensan los vapores de in-quietud que flotaban ligeros y dispersos en el ambienteintelectual cubano desde hacía dos o tres años, un pocotardíos en comparación con algunas otras repúblicas his-panoamericanas. Nuestro medio, más aislado de Europaque el de los países hermanos de habla española, era me-nos asequible a las corrientes renovadoras del Viejo Con-tinente, sin contar que nuestro escepticismo burlón, yaapuntado, desacreditaba de antemano todo intento de su-peración. Éramos reacios a las innovaciones no tanto porconservadorismo como por descreimiento; pero, de ha-berse prolongado esta actitud, nuestra cultura se hubieravisto seriamente comprometida. Deslumbrados por los fa-bulosos progresos de nuestros vecinos norteños admitía-mos sin resistencia todos los adelantos técnicos, pero enlos predios más impalpables de la cultura estábamos ce-rrados a las innovaciones. Contra tan empedernida repu-dia, en la propia revista José Antonio Ramos decíaenfáticamente «yes en jazz», con sincopada donosura,condenando en intencionada jerga popular el «¿a míqué?», esa expresión de indiferencia ante las corrientesrenovadoras que soplaban del extranjero. En otro núme-ro, Juan Marinello se pronuncia, asimismo, contra nues-tro incurable espíritu de «choteo» que ridiculiza ydesestima sistemáticamente las nuevas aportaciones

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foráneas. En efecto, parecíamos decididos a no ir más le-jos que el naturalismo cientifizante seguido por Carrión yLoveira, el primero muerto ya y el segundo a todas lucesagotado con La última lección, y el cual no dejaba de ser,pese a su tendencia socializante, un sensualista finisecularque cebaba su gula con suculencias culinarias y mujeresjamonas, pasadas de moda tanto en América como en Euro-pa. Precisaba, pues, ponerse en sincronía con las últimasmanifestaciones estéticas e ideológicas del extranjero. ¿Sig-nifica esto renunciar a la lucha antiimperialista que esboza-ba en otros sectores? De ninguna manera. Ello contribuiría alevantar el nivel de la nación y por ende su capacidad dehombrearse con los demás países.

La Revista de Avance se arrogó la función de introducirlas nuevas ideas artísticas, literarias y filosóficas, abriendouna ventana sobre el mundo lo mismo que la Revista deOccidente lo había venido haciendo, en mayor escala, enEspaña con respecto a Europa, y puede afirmarse que ensus cuatro años de vida cumplió cabalmente la misión quese impuso. Cabe añadir que, pese a la diferencia de forma-to, la impronta ideológica al par que estilística de Ortega yGasset se perfila íntegramente. Al mismo tiempo, deconsuno con la Institución Hispanocubana de Cultura, di-rigida por Fernando Ortiz, contribuyó más que ningún otromedio a efectuar la reconciliación intelectual con España,ayudando a restañar las heridas aún recientes del régimencolonial al propiciar la comprensión al través de la cultura,puesto que los dos países ya no eran los mismos. Ambosempezaban a hermanarse en la lucha contra la dictadura, yEspaña dejaba de ser la odiosa Península, en tanto que lageneración del 98, al reconocer el derecho de Cuba a laindependencia, alejaba los fantasmas del pasado oprobio-so al tiempo que desplazaba a los Pereda, Pérez Lugín y

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Palacio Valdés, mantenidos tan sólo por maestros soño-lientos para aburrir a los escolares. Al allegar criterios pro-gresistas en política y afines en estética se robusteceríanuestro movimiento de liberación social y económica a lapar que se depurarían nuestras letras, saturadas degalicismos y norteamericanismos.

Los fundadores de la revista, Alejo Carpentier, MartíCasanovas, Francisco Ichaso, Jorge Mañach y JuanMarinello, rubricaban sus editoriales con el pseudónimocolectivo «Los Cinco». Al anunciar su posición en el pri-mer número, se comparaban con la tripulación de un ba-jel que concretaba la revista. El símil significaba elabandono de las viejas ideas en un viaje hacia aguas máspuras. Esta profesión de fe no implicaba acogimiento adoctrina alguna, conforme lo expresa el palmario sentidopragmático de estas palabras: «el goce... de la vida noestá en la contemplación de los propósitos, sino en la ges-tión por conseguirlos.» «Por ahora sólo nos tienta la diá-fana pureza que se goza más afuera, lejos de la playa sucia,mil veces hollada, donde se secan, ante la mirada irónicadel mar, los barcos inservibles o que ya hicieron su jor-nada.» Para dejar bien sentado su actitud independiente,se declara de entrada que el bajel «lleva al viento un ga-llardete alto, agudo y azul. Para la emergencia posible,banderín rojo. Lo que no va en su bagaje es la banderablanca de las capitulaciones».

La Revista de Avance blasonaba desde el principio susentido dinámico y su propósito de recoger cuantas inno-vaciones brotasen en el mundo. Lo primero en estas pala-bras: «queremos movimiento, cambio, hasta en el nombre»,el cual variaría según pasaron los años, rotulándose con elnúmero correspondiente al que se cursaba, a partir de 1927,seguido de 1928, 1929 y así sucesivamente. De hecho, «re-

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vista de avance» no era más que un subtítulo programático.En cuanto a lo segundo se declaraba que se tenía «laantena lista para cuantos mensajes de otras tierras, y deotros mares, podamos interceptar...» De arrancada, en tresartículos, Jorge Mañach se pronunciaba en favor delvanguardismo con ese comedimiento que habría de ser cre-ciente característica suya, encaminada a salvar al mismotiempo la col y la cabra. Aquí olvidaba que una cosa sonlas obras maestras del pasado y la otra sus imitaciones delpresente, pero reconocía la temporalidad de los valores es-téticos. En Francisco Ichaso se advierten idénticos resa-bios conservadores al través de un reproche suyo dirigidoa Martínez Ruiz —Azorín— por su respuesta a los críticospublicada hacía poco en el ABC, la cual calificaba de «so-berbia». Mas, en otro artículo combate los prejuicios. Fran-cisco Ichaso rinde, no obstante, con sus atildados yenjundiosos trabajos una labor crítica de divulgación denuevos conceptos y valores del teatro muy apreciable. Lapublicación del penetrador ensayo de Gómez de la Sernasobre Goya, acogida a la vez con júbilo y sorpresa porMañach, Ichaso y Lizaso, delata la misma indecisión. 1928distaba mucho de predicar el vanguardismo desde la grupade un elefante, y sus colaboradores dan la impresión deestar un poco asustados. Acaso la culpa debe achacarse enparte a la actitud de espectador mesurado mantenida por laRevista de Occidente, dechado que todos tenían por irre-prochable. Las páginas de la publicación quincenal cuba-na estaban, sin embargo, abiertas a las manifestacionesliterarias más audaces.

El primer colaborador español que figura en la revistaes Luis Araquistain, hecho harto significativo, dada la dic-tadura existente en la Península, secundada por la que segestaba en Cuba. El ilustre sociólogo se hallaba aquí de

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visita, invitado por la Hispanocubana a ocupar su tribuna,eficaz difusora de las ideas de sus más ilustres compatrio-tas republicanos. Las orientaciones de este pensador insig-ne guiaron a los cubanos en sus nuevos derroteros políticos,sociales y económicos. A su paso por el país dejó trabajos,tales como La agonía antillana, que proyectaron más luzsobre fundamentales problemas insulares. En el ambienteantiimperialista del momento, su artículo inicial de 1927revestía un significado peculiar en cuanto exhortaba a loscapitalistas españoles a identificarse con los intereses na-cionales de los países en que se habían enriquecido. Tam-bién se albergaban otros autores hispanos distinguidísimos,como lo son Fernando de los Ríos, Gregorio Marañón,Unamuno, Díaz-Plaja, Benjamín Jarnés, Juan Chabás yEugenio D’Ors, cuyos matices ideológicos se han ido acu-sando desde entonces en diversas direcciones.

De Hispanoamérica se recogían trabajos de Alfonso Re-yes, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Rafael Pocaterra,Mariano Azuela y otros; de Norteamérica, Jorge Santayana,Sherwood Anderson, Waldo Frank y Eugenio O’Neill; deInglaterra, Bertrand Russell. Entre las de otros franceses,aparecían las firmas de Paul Valéry. Henri Bergson y JulesSupervielle, la de éste tal vez por su connotación urugua-ya, de suerte que la influencia gala, si bien no faltaba, dis-minuía en comparación con las décadas anteriores y el siglopasado, en beneficio, principalmente, de España. Para lospintores, en cambio, París seguía siendo el polo de atrac-ción, puesto que lo era para el mundo entero, incluyendo alos españoles. El propio movimiento futurista italiano mi-raba hacia allí. Si los españoles Picasso, Miró, Gris, Borésy tantos otros, los italianos de Chirico, Severini, yPrampolini, los polacos Marcoussis y Kisling, los rusosChagall, Soutine y Anenkoff, los germánicos Max Ernst y

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Hans Arp, los uruguayos Figari y Torres García, etcétera,etcétera, tenían que ir a la capital de Francia en busca decultura, comprensión y alimento, era natural que los cuba-nos hicieran lo propio. Cierto, se empezaba a mirar haciaMéxico; y en la Revista de Avance Carpentier presenta aDiego Rivera, Cardoza y Aragón a Carlos Mérida. Por otraparte, se destaca de la propia revista el papel preponderan-te a la sazón desempeñado por la pintura, lo cual confirmala apreciación de Max Rafael en tal sentido.

El primer cuento cubano que publica 1927 es «El malefi-cio de la guitarra» de Luis Felipe Rodríguez. Aquí el autortoca irónicamente una de las cuestiones fundamentales delmomento, zarandeando al guajiro que vive desaprensivo conel dinero que ha recibido del comprador extranjero a cambiode su tierra, mientras el marabú, pertinaz y estéril, devorabacon sus raíces estranguladoras la riqueza del suelo. Despo-seído a causa de su propia desidia, el guajiro canta embele-sado, acompañándose con la guitarra, «Cuba es un jardín deflores...» A poco se iniciaba en las letras Carlos Montenegro,cuentista nato, inclinándose empero más hacia la fantasía ylo folklórico. Lino Novás Calvo, autodidacta salido de lasfilas del proletariado, fue otro descubrimiento de la revista.Mientras tanto, Juan Marinello mostraba la insoluble disyun-tiva antibiológica del intelectual, condenado a la incompren-sión del público grueso. También examinaba la difícilposición del artista, obligado a escoger entre lo asequible alas masas y los valores estéticos, y pondera las gravesimplicaciones de esa incompatibilidad. Por su parte,Hernández Catá se pronuncia contra las teorías sobre arte.Después de La indagación del choteo de Jorge Mañach, Fran-cisco Ichaso hace un breve pero agudo Examen del embu-llo, afirmando que el vocablo procede de «bulla» y queesta ruidosa manifestación del entusiasmo colectivo con-

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duce a la embriaguez; y que puede aplicarse, incluso, afenómenos económicos tales como «el embullo del azú-car» o el del petróleo. Se trata, claro está, de un fenóme-no sicosocial que brota del espíritu extravertido delcubano. Más adelante, Mañach consigna lo pródromosde una eclosión de fagocitos nacionalistas en el arte cu-bano, por contagio con México, Perú y otros países ame-ricanos; y condena el dogmatismo doctrinal en este campoa la par que en el proletario. Se advierte un creciente inte-rés en la producción hispanoamericana, que se concretaparticularmente en las aportaciones de Félix Lizaso; enun valioso trabajo donde Medardo Vitier sostiene que DonSegundo Sombra marca el abandono de la modalidad ro-mántica dentro de la literatura argentina; y en un númeroentero dedicado a la memoria de Mariátegui.

Tampoco falta el predio filosófico cubano el cual, si bienun poco despoblado por aquel entonces, no carece de re-presentantes estimables. Eso sí, el que fuera en un tiemposu máximo exponente, Enrique José Varona, declara, enun punzante artículo, que «la filosofía es el opio de los queno se tienen por pueblo», agregando que «en eso de lametafísica hay algo de magia, de brujería, por lo menos deprestidigitación». Pero con ello no hace más que permane-cer fiel a su pensamiento positivista. Roberto Agramontecomenta el concepto del norteamericano Fite, que sitúa lamoral en la imaginación, considerándola como actitud crí-tica ante la vida más que en función de lo económico. Elmatancero Fernando Lles considera la oposición entre loafectivo y lo intelectual, sin fijar, empero, el debido des-linde entre el campo del conductismo individual y el delracionalismo social.

Los editoriales revelan a menudo una combativa postu-ra antiimperialista. El VI Congreso Panamericano da pie a

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críticas ásperas sobre la imposición de decisiones tomadasde antemano y la denuncia de los atropellos de Santo Do-mingo, Nicaragua y Panamá. Se declara que no se debensoslayar cuestiones como la Enmienda Platt, y que un con-greso en que se acata sin discutir, huelga. Después de laclausura, se dirigen severos reproches a Orestes Ferrarapor sus claudicaciones. En otro editorial se ataca el trata-miento vejaminoso, fundado en el escamoteo y la tergiver-sación, que Chapman nos da en A History of the CubanRepublic; y se señala que el único que ha ripostado esRamiro Guerra. Pero la revista languidece paulatinamentebajo la asfixia de la dictadura de Machado. Los nuevosnúmeros adelgazan y las colaboraciones de cubanos esca-sean cada vez más. La Directiva ha quedado reducida acuatro: Tallet sustituyó a Carpentier desde el primer mes,pero se retiró más tarde: y Félix Lizaso reemplazará a MartíCasanovas, al que el tirano manda dar con sus huesos en elbuque prisión Máximo Gómez. La revista muere con el úl-timo número de 1930, dirigiendo una patética apelación aMachado, para que se le concedan al proletariado en Cubalos derechos elementales que se le reconocen en todas par-tes del mundo, petición apoyada por la propia AmericanFederation of Labor.

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PROCESO MUSICAL DE LA REPÚBLICA

También la música es parte del mismo todo que integranlas letras y las artes plásticas, con idénticos lineamientosestéticos epocales. Esta corriente común demuestra que losritmos y las sonoridades aparentemente abstractos están,de hecho, cargados de sustancia palpable. En el caso deCuba esta condición se evidencia con particular diafani-dad. La renovación musical cuaja en la década del veinte,coincidiendo con la de todos los demás ámbitos, desde elpolítico-social al del cine, que se integra a las grandes ybásicas preocupaciones humanas en tanto que impone susfronteras territoriales y conquista sus fueros privativos, conla crítica que introduce en 1929 J. M. Valdés Rodríguez,reconociéndole a la pantalla ingredientes propios, a másde los puramente dramáticos los únicos hasta entonces con-siderados en Cuba. Esta fecha tardía al par que la de larevolución pictórica iniciada en 1925, así como la de lasletras, no muy anterior, le confieren a la música ciertossorprendentes ribetes de precursora, si bien esta cronolo-gía no corresponde a la europea. Dicha anticipación se pre-senta en el plano formal y el nacionalista, el cual invadirátoda la vida política, social y cultural en crescendo, alcan-zando el apogeo en los años treinta y prolongándose en loscuarenta. En la música ligera bailable irá desplazando elfox-trot y sus derivados, que penetra durante la guerra del14; hasta predominar por completo con el son, la rumba, la

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conga, el sucusuco, el mambo, el chachacha y demás va-riantes, sesgo que, sin embargo, no es tan sólo local sinoque forma parte de un fenómeno mundial que data de lairrupción de las distintas manifestaciones del arte africanoen Europa, en la primera década del siglo.

Con gran copia de erudición y sentido crítico, AlejoCarpentier expone toda la trayectoria, trazada con una plu-ma que posee la agilidad del periodista y la sensibilidaddel escritor de ley, en La música en Cuba. A tono con laliteratura, en los albores de la república, la música ostentaun sello cosmopolita. Guillermo Tomás, de «solidísimaformación», hacía un prodigioso esfuerzo por familiarizaral público con autores extranjeros. Su actividad educacio-nal, «casi sin paralelo en el resto del Continente», com-prendía la divulgación de obras wagnerianas, así comoBach, Haydn, Scarlatti y fragmentos de óperas de Gluck,Paisiello, Cimarosa y Pergolesi. Estrenaba, además, crea-ciones tan recientes como Muerte y transfiguración, el pre-ludio de Fervaal de Vicente d’Indy, El aprendiz de brujoy, lo que resulta increíble, dos fragmentos de Peleas yMelisenda de Debussy, estrenada en París tan sólo tres añosantes. Si bien el público no sabía medir el alcance de tama-ño esfuerzo, los músicos se habilitaron para integrar en 1922la primera orquesta sinfónica cubana. El muy notable em-peño cultista de Sánchez de Fuentes, resultó fallido en elterreno operático a causa de un exotismo que no respondíaa las premisas de tiempo y lugar, así como por su búsque-da de raíces indígenas inexistentes en nuestra isla.

En cambio el elemento afro estaba al alcance de la mano.El primero en comprenderlo fue el valenciano Mauri quien,en su ópera, bien concebida en cuanto al asunto, La escla-va, situada en un batey camagüeyano de 1860, utilizó ma-teriales y ritmos folklóricos que aún perviven. En 1925, al

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cabo de un lustro de iniciación a la luz de las investigacio-nes de Fernando Ortiz, Amadeo Roldán comienza a «ex-plotar con toda conciencia esa prodigiosa cantera». Lareacción en favor de la música guajira fracasaría a causade la inamovilidad de su angosto molde que estrangula lainvención melódica. Contemporáneo de Roldán y libandoen las mismas fuentes, García Caturla, «el temperamentomusical más rico y generoso que haya aparecido en la isla»,exhibe características opuestas «dinámicas e incontrola-bles... como una fuerza telúrica», «...vuelve a los danzonesde su adolescencia», atrayéndole «aquella música hechade una lenta fusión de elementos clásicos, de temas fran-ceses, de remembranzas tonadillescas, con ritmos negroidesforjados en América». En Roldán, «todo es medido, colo-cado en tiempo oportuno, merced a un cálculo previo, queno se exime, a veces, de una cierta frialdad. En Caturla... laorquesta puede ser terremoto, nunca relojería».

Amigo y discípulo de Roldán, José Ardévol se liga es-trechamente a la vida musical del país, a raíz de su llegadaen 1930. Su papel habría de ser tan considerable que loconducirá a encabezar tendencias que informan la crea-ción artística local, cultivando, según un crítico norteame-ricano, un arte humanista y universal, libre de referenciasexóticas y con visos neoclásicos. Julián Orbón, nacido en1926, «derriba los obstáculos a puñetazos sin perder la lí-nea ni el garbo». «Se vincula a la tradición española, locual nos parece mucho más lógico, para un compositorcubano, que vivir con la mente puesta en lo que se hallamás arriba de los Pirineos.» En cambio, Hilario González«es el criollo que siempre ha pensado en criollo; el criolloangustiado por hallarse a sí mismo, dentro del ambientepropio...» Harold Gramatges permanece ajeno a toda es-peculación sobre el folklore sin que se advierta, empero, la

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influencia de los grandes modelos que tan a menudo impo-nen su sello a los compositores latinoamericanos. «...siHilario González podía ser considerado como herederodirecto de Caturla, Argeliers León lo era de AmadeoRoldán». «Trabaja... con materiales de esencia afrocubana,pero sin entregarse a los impulsos frenéticos del autor dela rumba.» Autodidacta, Pablo Ruiz Castellanos «comen-zó a escribir tarde, con el espíritu llevado hacia un nacio-nalismo concebido en cuanto a lo externo a la manera deun Smetana... aspira a cantar los ríos, las montañas, losvalles y los hombres de su tierra». Existe, pues, cierta con-tinuidad de maestro a discípulo, al revés que en las artesplásticas, las cuales, en general, han permanecido ajenas alinflujo afro, debido al cercenamiento del cordón umbilicalcon el continente negro, desde los orígenes mismos de laesclavitud en Cuba. Pero, después del baño nacionalista yafrocubano, se advierte una aspiración, que abarca tam-bién la literatura, a emerger hacia aires más universales.

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MÚSICA MULATA

Las corrientes sociales y económicas que obligaban al paísa pensar con angustiada preocupación en su propio resca-te, indujeron a fijar más la mirada cultural en lo autóctono.La tensión del crítico y musicólogo Alejo Carpentier y delos compositores Amadeo Roldán y García Caturla fueabsorbida, sin perder de vista las tendencias generales dela nueva estética, por los abundantes tesoros inéditos quepodía ofrecer la versión popular, pletórica de nuevos mati-ces, del venero africano yacente en la población negra ymestiza. Fernando Ortiz, que desde el nacimiento de la re-pública había previsto la importancia cultural de ese grue-so núcleo étnico, fue el impulsor del referido movimiento,alimentándolo con sus copiosas investigaciones. Comocoronación de sus apasionadas cuanto pacientes y acuciosasindagaciones que comprenden varios imponentes volúme-nes, publica en 1951 un lúcido estudio titulado Africaníade la música folklórica de Cuba, donde se advierte contoda claridad el sello del autor, tan atinado en la acuñaciónde neologismos técnicos que ha ejercido un influjo en laterminología universal, conforme lo ilustra la palabratransculturación, por él creada, y que ha sido ya larga-mente empleada por escritores de distintos países. Estacontribución suya al esclarecimiento de nuestro pasadomusical persenta un carácter polémico, como es fuerza queasí suceda en la etapa inicial de toda tarea indagatoria, bien

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que prolija, en que los criterios no están todavía consoli-dados por tratarse de una ciencia nueva. Gracias a ello,empero, el lector puede disfrutar en mayor medida delingenio, de esa gentil ironía, de la peculiar agudeza deeste autor que pone directamente el dedo en la llaga,pero haciendo cosquillas a fin de atemperar el dolor, yque pudiéramos calificar de «don fernandismo» al igualque de «arcinieguismo» la alegre bonhomía del ensayista ehistoriador colombiano. De todos modos, allí queda demos-trado que la erudición puede ser seria al par que amena.

Este libro contiene toda la genealogía de la rama africa-na de nuestra música actual, desde su prehistoria en el con-tinente negro. El producto que ahora tenemos es propio,distinto, vernacular, aunque cuenta con gran acopio de va-riantes, cuyas raíces arrancan de las más dispares regionesde Europa, África e incluso Asia. Fernando Ortiz se con-trae a lo afrocubano, que él denomina con gracia «músicamulata» y si bien hoy día toda la música del mundo esmestiza, el autor quiere destacar con ese término el saborespecífico de lo nuestro, cuidando bien, sin embargo, desubrayar que, al revés de lo sustentando por Sánchez deFuentes, no perdura el menor rastro indio.

Al contraerse Fernando Ortiz a las influencias africa-nas, concentra sus pesquisas en los barrios de las grandesciudades donde quedó depositado el sedimento de las co-rrientes originarias, y se mofa de quienes han buscado conescaso provecho entre las poblaciones dispersas del inte-rior de la república. Aunque parezca paradójico, la tradi-ción de los ritos afros pervive más en los centros populosos.La óptica del autor es vasta y profunda en cuanto abarcalos aspectos sociales, etnográficos, litúrgicos, sicológicose históricos al par que los artísticos. Es más, estima que lamúsica mulata, lo mismo que la negra, resume en su alma

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colectiva todos esos ingredientes. Sin embargo, aclara queel campo etnográfico de Cuba está aún por estudiar en susmanifestaciones históricas y culturales. «Las camadasétnicas producidas por las sucesivas inmigraciones duran-te varios siglos están por describir, la dinámica social delas distintas fluencias culturales está por analizar. Es in-dispensable tener alguna idea de esos factores... para po-der deducir algo científico en cuanto a la música afrocubana,que no se ha originado por una simple mezcla de esenciassino por un proceso muy accidentado.» Y destaca, parailustrar estos asertos, la disparidad entre la música de LaHabana y la de Santiago, resultantes de fuerzas étnicas yculturales distintas. Luego señala la importancia del influ-jo de las condiciones locales y la categoría y tipo de losauditorios.

El autor examina las analogías poéticas y musicales, ypresenta un estudio absorbente de los motivos religiosos ysu sentido críptico, apuntando que los estribillos que serepiten de manera tan obsesionante son frases litúrgicas oconjuros mágicos. Refuta la pretendida carencia de melo-día en la música negra, si bien admite que la línea melódi-ca es más propia de los europeos. Por otra parte, el sentidorítmico del negro no tiene igual, resultando incomprensi-ble para los demás la complejidad del mismo. El ensayosobre el origen, la evolución y el carácter de los instru-mentos constituye uno de los tramos más notables de laobra. Allí se analizan con agudeza y penetración los suti-les matices de los distintos tambores y sus escalas, así comola calidad tonal y la técnica del empleo de los mismos. Encuanto a las voces, afirma con sobrada razón que los can-tadores negros poseen tan amplio registro que pueden ir«en cuerda floja» o glisando desde los bajos profundos aque descienden los cantores esclavos hasta los agudos que

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recuerdan las voces de los eunucos de la Capilla Sixtina,criterio que el autor sustenta con el respaldo de Coeuroy ySchaefner. Lamenta don Fernando la desnaturalización dela música popular negra, impuesta por el cine y los caba-rets que la mixtifican e intoxican con ingredientes extra-ños, degradándola para gozarla sin hacer de ella un genuinoelemento de creación.

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LA REVOLUCIÓN PICTÓRICA

Para completar el cuadro artístico-cultural que se traduceel través de la Revista de Avance y de los estudiosafrocubanos de Fernando Ortiz, no están de más algunoscomentarios sobre la coyuntura pictórica correspondiente.Acaso fue la pintura el vehículo que más contribuyó a sa-cudir la modorra cultural en que había caído paulatinamenteLa Habana de 1925. Sin embargo ella había sido la másolvidada de todas las formas de expresión artística. Duran-te la colonia y los primeros lustros de la república, las le-tras ocupaban el primer lugar entre las actividades creativas,siguiéndoles el teatro y la música. Aunque la dedicación aesta última fuese reputada propia de artesanos, mestizosen su mayoría, al igual que la pintura, gozaba de muchomás favor y estaba más integrada a la vida, tanto de lasclases elevadas como de las bajas. Compositores y virtuo-sos del calibre de White, Brindis de Salas, Cervantes y DíazAlbertini habían levantado el prestigio de la música, mien-tras que la Academia de San Alejandro mantenía un grupode conformistas que enseñaba una serie de reglas obsoletascomo medio de ganarse cómodamente el sustento sin res-catar la pintura de su posición de cenicienta. Fue entoncesque convergió un puñado de jóvenes pintores movidos porla misma necesidad, compuesto por Víctor Manuel,Gattorno, Abela, Carlos Enríquez y el autor de estas pági-nas. Todos volvían de estancias más o menos largas en el

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extranjero. Mas, comprendían que resultaba absurdo inter-pretar el paisaje humano y natural cubano con fórmulassurgidas de otras realidades geográficas, culturales y, so-bre todo, temporales. No se podía mirar con los ojos de unitaliano del siglo XVII, un español del XVIII, un románticodel XIX y ni siquiera de un impresionista, habituado a veren otros climas luces distintas. Precisaba actualizar la pin-tura, a más de adecuarla. Los primeros frutos fueron pre-sentados en la ya histórica exposición de 1927, bajo losauspicios de la Revista de Avance y organizada por el infa-tigable Martí Casanovas, quien marchaba a México pocodespués, de suerte que los pintores, que nunca habían con-tado al revés de los músicos, con un teorizante de la tallade Carpentier, quedaron huérfanos de agente propulsor yaglutinante.

Percatáronse sin embargo, de la peligrosa seducción delpintoresquismo, incluso realizado con la desbridada liber-tad y el intenso cromatismo de un fauvista. Tampoco de-bía reducirse la cuestión al establecimiento de una temáticacubana. Había que buscar las esencias ocultas debajo delropaje, tan pronto misérrimo como deslumbrante de colory luz tropicales. Los encomiables intentos del robustoGattorno derivaron hacia el costumbrismo y tal era el ries-go que corrían los que se esforzaban por apartarse de lovisual pintoresco. Había que buscar, pues, las esencias den-tro de uno mismo y abandonar la reproducción más o me-nos exaltada y novedosa de las apariencias exteriores. Ellocomportaba numerosos y arduos problemas pictóricos queobligaban a incorporarse a las nuevas corrientes estéticas.Los pintores más inquietos se dirigieron a París, centromundial de experimentos y descubrimientos pictóricos, enbusca de medios aptos a resolver sus problemas. Abela pro-duce entonces, bajo la égida de Carpentier, sus conocidos

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cuadros expresionistas de rumbas, atravesados de frenéti-cos ritmos. Pero las motivaciones afras, al contrario de lamúsica incluso de concierto y de la poesía de Tallet,Ballagas y Guillén, no penetran mucho la pintura, debidoal entredicho religioso colonial contra las formas plásticasafricanas. El propio Abela las abandonará. Carlos Enríquezle concederá una atención parcial en sus incursionesfolklóricas y populistas al redescubrir a Cuba después desu regreso de 1934, movido en parte por el pujante nacio-nalismo de entonces. Durante su segunda estancia en Pa-rís, por el año 1930, Víctor Manuel elabora más y asientasu criollismo idealizado.

Por supuesto que el régimen de Machado nada tuvo quever con la eclosión de ese riguroso movimiento de renova-ción pictórica. Antes bien, la dictadura no sólo estuvo apique de estrangularlo, sino que sus consecuencias poste-riores alteraron la normalidad en un grado tal que incubóun clima de desasosiego, retardando el desenvolvimientocultural, al desviarlo hacia imperiosos cauces políticos quelo engulleron casi por completo.

Asimismo, por aquellos años lo social invadía parcial-mente la pintura. Pero el ambiente harto convulso hizodeteriorar los valores y las inquietudes de orden pictórico.Esta decadencia motivó una reacción contra las preocupa-ciones extraartísticas, encabezada por el crítico Guy PérezCisneros en el predio de la plástica y José Lezama Lima enel de las letras. Inicióse así en 1938, no obstante la crudezade la lucha contra la dictadura militar de Batista, la restitu-ción de la supremacía de las consideraciones estéticas, conun salutífero afán depurador que sin embargo, desemboca-ría en un aislamiento pernicioso, si bien el nacionalismoimperante propició la indagación crítica e histórica de nues-tro pasado artístico y su debida valorización, bajo la égida

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del profesor Luis de Soto y llevada a cabo principalmentepor Guy Pérez Cisneros. En este movimiento importante,segunda etapa del surgido en 1925, que a pesar de su fun-ción superadora y la riqueza de sus variantes no aportónada nuevo desde el punto de vista formal, participaronpintores de fuste como Mariano, a la sazón teñido demexicanismo, y el múltiple Portocarrero, así como Loza-no, sólido escultor. Mientras tanto, habían emergido lasacuosas vaguedades pictóricas, a ratos místicas, de FidelioPonce, y en 1939 aparecerá en el firmamento de París conla brusquedad de un nuevo astro, no obstante su larga eje-cutoria en Madrid, Wifredo Lam con sus sutiles y refina-das reminiscencias afrocubanas de connotación surrealista.El fundamental ingrediente étnico se transforma así enalquitarada elaboración culterana. Couceiro reanuda lapostura de beligerante rebeldía política.

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EL CONTRABANDO

El contrabando ha existido desde que se impusieron losprimeros aranceles y las primeras restricciones. Hoy día semantiene aún en las naciones que poseen los más adiestra-dos, vigilantes y poderosos servicios de inteligencia. Haypequeños países, como la República de Andorra, que sub-sisten abiertamente gracias a ese tráfico ilícito, y el de losnarcóticos no tiene fronteras. El misterio y el peligro delclandestinaje al par que la audacia y la astucia que requierela práctica del contrabando sedujeron la afiebrada imagi-nación y la intensa emotividad de los escritores románti-cos, por lo demás en extremo favorable a todo cuantomuestra visos de irregularidad. La trata de negros ha sidoobjeto de una sonadísima obra de erudición novelada, bajoel título de Pedro Blanco el negrero, por parte de LinoNovás Calvo. Pero Enrique Serpa, que en ocasiones es elFrancis Carco del hampa y la vida galante habanera confacetas diabólicas a lo Barbey d’Aurevilly, ha añadido unadosis de Joseph Conrad para producir un vívido y velozreportaje, discretamente novelado, aunque con cierta car-ga de hojarasca sobre dos géneros de contrabando que flo-recieron en la tercera década de la república, suscitadospor la aplicación en Norteamérica de la Ley Volstead y lasrestricciones inmigratorias.

La enorme extensión del perímetro costeño, con sus in-numerables bahías, puertos y caletas, siempre ha propicia-

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do en Cuba, al socaire de la venalidad de los funcionarios,el tráfico ilícito, pero adquiró singular prosperidad y carizen el mencionado período, que para los alcoholes finiquitóen 1933 al suprimir Franklin D. Roosevelt la tan discutidaprohibición. En lo que toca a la inmigración furtiva de pro-cedencia europea y asiática, una acrecentada vigilancia enlos Estados Unidos y la segunda guerra mundial acabaronpor detenerla casi por completo.

Conforme lo demuestra con sugestiva lucidez Serpa, elnegocio creció bajo el machadato, a despecho del rigurosocontrol policíaco, debido a la pavorosa crisis económica.Tan grande era la penuria que la cherna se vendía sólo doscentavos y medio la libra y el serrucho a cuatro, sin contarque mucha pescadería se corrompía por falta de compra-dores de suerte que el negocio de la pesca resultaba ruino-so. Condenados a la inactividad e incluso al hambre,muchos dueños de viveros se veían forzados a dedicarse alcontrabando de alcoholes y emigrantes. Serpa expone conriqueza de color y detalles sabrosos todo el mecanismo. Eldueño de La Buena Ventura, ágil y flexible yate de placeradaptado a la industria pesquera, se ve precisado a venderun vivero e hipotecar otro a fin de reanudar los fondos ne-cesarios para la adquisición de mil galones de alcohol. Contodo, la compra hubo de hacerse a una destilería clandesti-na, ya que los impuestos exorbitantes, superiores al costomismo, hubieran hecho irrisorio el beneficio. Bien lleva-do, el negocio resultaba harto remunerativo, aunque peli-groso, pudiendo acarrerar seis años o más en una prisiónnorteamericana con pérdida de la inversión. El mismo setramitaba mediante un agente yanki que recorría los cafésy cabarets crapulosos, el cual adelantaba una suma. El res-to se pagaba en alta mar, después del trasbordo de la mer-cancía en un punto convenido. El trato era de palabra, de

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riguroso cumplimiento bajo el código moral del hampa,cuya justicia es implacable, conforme lo ilustran ciertasmuertes misteriosas, relatadas por el autor. El pintorescocuanto temible patrón Cornúa, el intermediario que per-suade al dueño de La Buena Ventura, cuyo proceso mentalestá expuesto con rasgos de convincente veracidad, lo mis-mo que la peculiar sicología de los marineros, muchos deellos asesinos ocasionales o pasionales, y la de elementa-les tipos hamponescos. Los datos y personajes tomados dela realidad, con sorprendentes detalles minuciosos, estántrasegados con el don de la instantánea privativo del autor.

Hay tretas bien referidas y seleccionadas, como la delembarque de los emigrantes bajo las narices de la policíaque aguantaba para atrapar al culpable con las manos en lamasa, esperando que subiese a bordo, mientras él quedabapaseando en la orilla en tanto que la lancha partía rápida einopinadamente. También hay atisbos del contrabando detabaco, difundido en casi todos los países del orbe, peroparadójico en este caso, por proceder del Norte hacia latierra de la hoja de Vuelta Abajo. Abunda la imagineríamarina, a la que Serpa parece haber querido ceñir sus me-táforas, empleando, por otra parte, con sumo tino y loablediscreción el lenguaje popular. Su libro es un vasto y ex-haustivo fresco de la vida ribereña, hazaña notable en cuantose ha dicho con razón que los cubanos viven de espaldas almar. El exceso y el ingenuo realismo de las escenas eróti-cas estilo Ramos, Loveira y Carrión, así como algunastrivialidades estiradas, son manchas que afectan un tantola unidad y la limpidez del conjunto.

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LAS ANDANZAS DE MARCOS ANTILLA

Tanto Loveira como Carrión eran más ilustrados que LuisFelipe Rodríguez, y sus obras, especialmente las del pri-mero, constituyen verdaderos tratados de sicología cuba-na, al paso que las del tercero poseen más calidad de novela.Si bien su prosa, un tanto monótona y farragosa, deja quedesear, La ciénaga resulta más homogénea y mejor lleva-da y construida que cualquier novela salida de la pluma deaquéllos, en las que lo demostrativo suele predominar so-bre lo expositivo. Alberto Delgado Montejo define Mar-cos Antilla como «doce frescos rurales» y «colección derelatos que porta en sus entrañas el germen que segura-mente habrá de producir la gran novela agraria de Cuba».No cabe duda de que el libro en cuestión representa unanueva piedra miliar en el camino de la literatura cubana; yque, por su frescura y originalidad, supera inclusive La cié-naga. El autor ha constituido un matrimonio muy bien lle-vado entre la amenidad y el estoicismo. La sonrisa nodisimula la verdad, sino que enaltece a quien sobrelleva sudolor con demasiado orgullo para exhibir una lágrima. Lastribulaciones del cortador de caña, si bien no se atisba lacruda dureza de su trabajo, están expuestas con tajante cla-ridad, sin recurrir al género sórdido de que ya se empezabaa abusar en los tiempos de Marcos Antilla. Cuba llevabacerca de un decenio de antelación en el deterioro económi-co mundial de la primera postguerra. El azúcar no valía

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casi nada, de suerte que muchos ingenios estaban inacti-vos y otros habían reducido la producción a una pequeñaparte de su capacidad, repartiéndose a prorrata la cuotageneral asignada al país. Los pocos años dichosos de las«vacas gordas» se borraban en la bruma del pasado, y lu-cían como un cruel espejismo en tanto que la llamada dan-za de los millones se transformaba en danza macabra.

El país entero, sujeto a los altibajos de su principal in-dustria, vivía en precario. Sus tierras habían ido cayendoen manos ajenas, de modo que el nativo se hallaba comoun extraño en su patria y condenado a depender de los due-ños extranjeros para su subsistencia. Los macheteros ape-nas si podían procurarse con lo que ganaban unaalimentación suficiente para rendir su ruda labor. Tenían,por añadidura, que compartir su pan con haitianos yjamaiquinos que venían a envilecer sus jornales medianteuna competencia desleal. Sin embargo, Marcos Antillaconfraternizaba con ellos, mirándolos más bien como her-manos de infortunio, y comentaba su avatares y los de élcon el mismo socarrón buen humor. Así, un haitiano famé-lico que nunca tuvo una comida completa entre el ombligoy el espinazo es incitado a robar un puerco. El infeliz sigueel consejo de sus compañeros, pero cae muerto a tiros, sinhaber tenido tiempo de probar siquiera el suculento man-jar porcino. Un día llega al barracón de los peones un evan-gelista jamaiquino para difundir la palabra de Dios.Decepcionado por el escaso beneficio de su prédica, la cualredunda en la venta de tan sólo dos biblias, se vuelve pararecoger los demás ejemplares, pero el paquete ha desapa-recido. Insinúa acusaciones ligeramente penetradas de unaira incompatible con la serena paciencia propia de un mi-sionero. Mas, los macheteros son pobres trabajadores perono ladrones. Cuando se le devuelve el paquete, los veinte

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cortadores de caña se ríen de la broma, es decir dieciocho,ya que los dos jamaiquinos se abstienen por solidaridad...

En una familia cubana, para colmo de ironía, se carecede azúcar. Uno de los hijos sale en busca de una soluciónal problema, pero en el camino se encuentra con su amantey al día siguiente amanece muerto junto a un haz de caña,creyéndose que le han matado por robo. El caso de la ri-queza de los Almarales ilustra el proceso del paso de lapropiedad cubana a manos extranjeras. Se trata de una fa-milia que se ha ido desprendiendo paulatinamente de susvastas tierras, ya sea por desidia, incapacidad o deseo dedinero fácil, hasta que el último de este linaje, un trabaja-dor harapiento, muere triturado por un trapiche. Mientrastanto, en el amplio paisaje social cubano pintado por LuisFelipe Rodríguez campean por sus respetos dos mayora-les. El otro, que el autor denomina «el pelirrojo», surgetodas las mañanas para castigar a los macheteros con sulátigo de fuego.

Las caracterizaciones son incisivas, certeras, penetradoras,sintéticas y genuinas. Escuchemos a Marcos Antilla descri-bir algunos de los altos funcionarios norteamericanos delCentral Punta Gorda. «Mr. Norton, el administrador es todoun hombre con toda la barba rasurada. Es el hombre de lasdesapariciones súbitas, de los silencios solemnes, de los re-cogimientos inaccesibles, de las carreras momentáneas y delos monosílabos secos y herméticos. ...En el batey, Mr.Norton parece mostarse más humano y más atento. Con lamirada fija en un punto del espacio, con su pipa y su pelocolor de peluza de maíz, él escucha la palabra del hombrede pelo negro y sombrero de jipijapa. ...De pronto Mr.Norton, como movido por un resorte, emprende una carre-ra hacia su oficina, después de una despedida que nadapromete. Todo el mundo en la Cubanacán Sugar Company

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conoce esta carrera siempre inesperada de Mr. Norton.Cuando se mira de frente a George Henry Norton se lecree descendiente de Escocia... Pero cuando se le obser-va de perfil, Mr. Norton parece ser el heredero deNorteamérica de un astuto y calculador esclavista, amigodel tabaco fuerte y de la aritmética tortuosa y absorbentede Wall Street, que se trae a Cuba todo ese misterio ytodas esas carreras apresuradas para despistar a Liborio...»Volvámonos ahora a otro personaje: «El subadministradorya es otra cosa, en verbo de hombre norteamericano. Conuna corta y sólida quijada de héroe del ring, Mr. Grey no ledemuestra muy amplia simpatía a los muchachos de acáque trabajan en las oficinas, quizás por una condescenden-cia humanitaria de la “Cubanacán Sugar Company”, se-gún el leal saber y entender de este magnífico dolicocéfalodel estado de Utah. Saluda muy contadas veces a los crio-llos... Por el aire con que mira los vagones plenos de caña...se comprende a ojos vista que Mr. Grey no ama la cañade azúcar. Se apostaría el dedo índice contra el meñiquea que Mr. Grey es mormón, remolachero y miembro delas tres K... está completamente convencido de que loscubanos son pícaros y haraganes...» Mas, no todo estápodrido en Dinamarca. «...nuestro buen amigo Teddy nopiensa de ese modo. Teodoro Darling de Boston fraternizacon los muchachos criollos y algunas veces se va con ellosde rumba a espaldas de Mr. Norton. El buen yanqui apre-cia al hombre por sí mismo cuando es honrado y trabaja-dor y al país donde convive; mas para él sólo hay doscosas grandes en este mundo: el box y la eficiencia en eltrabajo. El enorme Teddy es risueño y optimista, y entrenosotros viene a ser el espejo fiel del hombre de aquí y deallá, que no tiene pasado porque es el hijo más puro ygenuino de su presente y de su porvenir que construye

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con el esfuerzo propio. Él juzga a los cubanos individual-mente... A su juicio sólo les hace falta concentrarse en elesfuerzo colectivo y tener menos tendencia por la “rumbita”que hasta a él mismo le sacó de quicio algunas veces».

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NOVELA DE CONTRASTES

Lástima que Alberto Lamar Schweyer se pusiese al servi-cio de la dictadura de Machado. No importa que lo hiciesepor convicciones o por conveniencia, o por ambos moti-vos. Con ello, a más de mancillar su nombre, encadenabasu pensamiento, que es lo más grave, por cuanto lo prime-ro puede lavarse un poco, andando el tiempo, si la obra loreclama. Pero la coyunda tuerce y vicia la creación, cuan-do no la asfixia, incluso si se trata de adictos a la tiranía; yen el caso de Machado los desmanes y las atrocidades lle-garon a ser de tal jaez que ningún espíritu realmente sano yde buena fe podía compartir la responsabilidad de tamañosexcesos. Penetrado de las ideas de Nietzsche, el autocráticoLamar Schweyer era tal vez un sincero creyente en los fue-ros de la élite, pero en vez de situarse más allá del bien ydel mal, el sátrapa cubano fue a caer en pleno mal, y elautor que a la sazón le servía en la censura no tuvo el cora-je de separarse de él, y mucho menos de combatirlo. Fue lapluma más inteligente y culta de su promoción, y , contodo, no logró zafarse de los grillos que se había impuesto.No obstante, unos tres años después de la caída de Macha-do, produjo la mejor novela que se había escrito hasta en-tonces en Cuba, Vendavales en el cañaveral, pese a que lamisma se resienta de la posición contradictoria del autor ydel régimen funestamente paradójico que sirvió, el cualcerraba los centros educacionales mientras pretendía me-

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jorar la enseñanza, simulaba ser nacionalista, al tiempoque debaja de pagar los sueldos a los cubanos a fin desatisfacer los compromisos y las conexiones con el ex-tranjero, sacrificaba a los pequeños hacendados del paísen bien de los poderosos de fuera... Con todo, el libroestá cuajado de verdades contundentes. Nadie ha descri-to con tanta comprensión y claridad el mecanismo admi-nistrativo y represivo de un ingenio, aunque Luis FelipeRodríguez le aventaje en básico contenido humano. Pue-de afirmarse que en Marcos Antilla éste es horizontal, entanto que aquél es vertical en Vendavales en el cañave-ral, donde va de arriba abajo abarcando todas las clasessociales interdependientes, a semejanza de la novelísticade John Dos Passos, aunque con enfoque distinto.

No es la primera vez que un escritor presenta, a despe-cho de sus opiniones políticas, aristas de la realidad estric-tamente objetivas: Balzac y Maupassant son dos ejemplostípicos. La mentalidad de Márquez, el administrador cuba-no afiliado a intereses americanos, al tiempo apasionado yresentido servidor, revela sus contornos precisos, lo mis-mo que el distante y displicente, el fino y ecuánime calcu-lador Goldenthal, presidente de la compañía. Panchito, elguajiro lépero y adulón, aconseja con astucia a Márquezque levante la prohibición contra el velorio del ahijado deVega, a fin de romper la reunión de los huelguistas, loscuales irán en gran parte a emborracharse gratis a la veradel muerto, sin necesidad de pagar el trago a diez centavosen la cantina. El círculo de hierro que rodea a los trabaja-dores del ingenio, el sistema de paga con vales que despo-ja a los obreros de parte de sus ganancias reduciéndolos ala condición de esclavos, en fin todo lo que constituía elfeudo del ingenio, está pintado con exactitud, pero el autorno dice que aquello se hacía bajo la protección de Macha-

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do, y que fue barrido por el gobierno revolucionario deGrau en 1933. Otro tanto puede decirse del cubano al quese le podía «hacer todo, pero ¡vaya usted a maltratar a unjamaiquino! Salta el Ministro y hay que indemnizarlo.¿Se expulsa a un isleño revolucionario? ¡Protesta del Em-bajador! El único sin protección es el cubano...» No acla-ra, empero, el autor que tan injusto y suicida estado decosas fue mantenido por Machado y abolido por la legis-lación revolucionaria.

En contraste con los episodios del ingenio, vera dicta-dura dentro de la dictadura cómplice del machadato, alter-nan escenas de exquisiteces sensuales en Francia, propiasde un sibarita finisecular. Los cubanos ricos, sin constituirningún dechado, no desempeñan allí el lamentable papelridículo que les asignaba unos treinta años atrás EmilioBobadilla. Los hombres son un tanto estridentes y algunasmujeres desfogan los ardores que reprimían en su país, peronadie resulta grotesco. El acaudalado asturiano entretienesus ocios de viejo solterón con una pimpante joven france-sa a la que no exige, por sabio, una fidelidad absoluta.Quiere a Cuba, pero con un poco de amargura por los tra-bajos y las humillaciones que le costó amasar su fortuna,empezando como dependiente de bodega. Ahora teme quela huelga del ingenio le arrebate el monopolio que allí lepermite despojar a los obreros de sus ganancias. Arias, elabogado de la Compañía, derrocha el dinero que ha hechogracias a la herencia del suegro, en tanto que su mujer lehace cornudo. El profesor Maret, con toda probabilidad elpropio autor, vive un fino idilio con Paulette, cuyo maridotiene una aventura con la mujer de Arias. Hay en esta exis-tencia de ocio refinado en la Costa Azul reminiscencias deJean Lorrain, y de Paul Morand en las fiestas y experien-cias a bordo del trasatlántico. La sucesión de contrastes

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entre el mundo de delicados placeres artificiales, en queel Dr. Maret pide que las mujeres sean frescas como lasostras y tengan los mismos matices carnosos, y el férreoinfierno tropical del ingenio resulta eficaz, si bien a ve-ces los cambios interrumpen el pleno desarrollo del efec-to ambiental. Con todo, la cultura literaria y el conocimientofilosófico que Lamar Schweyer poseía le imparten a Ven-davales en el cañaveral gran copia de síntesis y análisis,riqueza de pensamiento y una plétora de sutiles momen-tos fugaces, que hacen de esa novela la más sustanciosaque se había escrito en Cuba hasta entonces en lo que lle-vábamos de siglo.

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EL ACOSO

Los últimos dos años de la dictadura de Machado, los másatroces y lóbregos, engendraron una morbosa excrecenciasocial que aún no ha sido posible extirpar: la de los llama-dos grupos de acción. Si bien este pertinaz cáncer se incu-bó al calor de la desesperada necesidad de encontrar unmedio de socavar y subvertir un régimen que hundía inape-lable y progresivamente al país en la opresión y el hambre,sin otra salida factible; la táctica terrorista perduró hastamucho después que cesaron los imperativos que habíanjustificado su eclosión. Las organizaciones de abnegadosestudiantes y jóvenes decididos a destrozar los cimientosde un gobierno nefasto por medio de atentados dinamiterosy a mano armada, poco a poco se metamorfosearon, a par-tir de la caída del déspota y de los sucesivos gobiernos defuerza que la siguieron a la sombra de Batista, en vulgarespandillas de bandoleros que aspiraban a vivir del presu-puesto. Estos degenerados descendientes criminales noconservaban de sus nobles predecesores otros rasgos queun arrojo desnaturalizado a la par que un tanto mitigado yuna fraseología política vaciada de contenido hasta rayaren lo grotesco. Sus sangrientas fechorías de la última etapabeneficiarían de una indulgencia que, so color de demo-cracia, no dejaba de ser criminal. Los audaces ataques alos patibularios agentes del tirano que gozaban del respal-do de una poderosa maquinaria armada sin parangón al sur

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del río Grande, se trocarían en simples asaltos arteros amiembros aislados de pandillas rivales.

En El Acoso, novela publicada en 1956 y con toda probabi-lidad escrita poco antes, Alejo Carpentier presenta el dramainterior de uno de aquellos esforzados combatientes subterrá-neos de las postrimerías del régimen de Machado. La obrafue compuesta, pues, unos veintitrés años después del derro-camiento de la dictadura, lo cual conlleva ciertas ventajas a lapar que inconvenientes. Entre las primeras hay que anotar laperspectiva histórica que permite una evaluación más cabaldel significado y la magnitud, al par que la superación deldeterioro literario de la década del 30, absorbida por la polí-tica. La principal desventaja de una reconstrucción tan tar-día reside en la pérdida del temblor del momento, delestremecimiento de una realidad aún palpitante. En talescasos la experiencia vivida resulta indispensable, a menosque el autor haya mantenido un contacto estrecho con losprotagonistas y presenciado de cerca los hechos. Ahora bien,Carpentier estuvo lejos del escenario en los momentos álgi-dos, aunque conoció y sostuvo apretados lazos amistososcon algunos de los descollantes revolucionarios que lucha-ron en la sombra, con bombas y armas de fuego, contra latiranía. Por penetradora que sea la capacidad de introyección,las obras esecritas a posteriori y a largo plazo, no puedenpor menos que ser elaboraciones intelectuales de hechos evo-cados, más o menos imbuidos de sentimientos personales.La tarea deviene más fácil y azarosa todavía cuando,amurallándose el escritor dentro del personaje, la forma esco-gida es la del monólogo interior. De allí que el lector adquieraun poco la impresión de que está asistiendo a las vivencias deCarpentier disfrazado de terrorista.

Con todo, El Acoso es una de las más bellas piezas lite-rarias escritas hasta el presente en la Cuba republicana. Su

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prosa sutilmente modulada corre mostrando en sus múlti-ples facetas un derroche de finos atisbos, destellos de ex-quisitas emociones artísticas y sugeridoras remembranzasarquitéctonicas del Vedado de fines del primer tercio desiglo. Columnas, balaustradas, entablamentos, metopas,cúpulas y pináculos integran las pomposas fachadas ba-rrocas de palacetes nuevos todavía, hoy desaparecidos,que eran los opulentos cascarones ya vaciados de su re-ciente riqueza. En un mirador se oculta un joven terroris-ta perseguido, un estudiante de arquitectura que abandonala regla y el cartabón por combatir con la bomba y la es-copeta recortada al régimen que aplasta y desangra al país,cierra la Universidad y asfixia la cultura. Su vida de sa-crificio transcurre en un angosto ámbito oscuro suspen-dida en un hilo, realizando audaces golpes de mano bajola vigilancia ubicua y omnímoda de una policía sedientade vengarse en sus carnes. Sus relaciones con el resto delmundo se reducen al trato indispensable con un exiguonúmero de personas. La muerte súbita y violenta acechaen todo momento. Además, hay que resistir el asedio delhambre. Una noche el terrorista es capturado y conduci-do al castillo de Atarés y torturado hasta que las tenazasaplicadas a las partes más sensibles le arrancan las codi-ciadas delaciones. Puesto en libertad, se encuentra, dehecho, más perseguido que antes, ya que sigue siendosospechoso para los sabuesos a la vez que tiene que res-ponder ante sus compañeros traicionados. El cerco se es-trecha y el final resulta sobremanera teatral e insólito. Serefugia en una conocida sala de conciertos, donde el aco-sado vive cuarenta y dos minutos de angustia transida decompases musicales y de incisivas estampas de suserizantes experiencias. Acorralado, al término de la sin-fonía, lo ultiman las balas de sus antiguos camaradas.

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MANUEL MÁRQUEZ STERLINGY EL MACHADATO

Desbordaría el marco del presente trabajo avalar la justifi-cación que en El cesarismo en Cuba Manuel MárquezSterling ofrece de su aceptación del cargo de Embajadorde Cuba en México, precisamente cuando el gobierno deMachado necesitaba que le representase una figura de re-lieve, por cuanto el asesinato de Mella había menguadoconsiderablemente su prestigio en la nación hermana, afec-tado ya por las noticias de numerosos crímenes perpetra-dos por aquel régimen de terror, las cuales comenzaban adifundirse en el extranjero. Tampoco nos proponemos de-mostrar si la conciliación entre el dictador y sus adversa-rios, intentada por dicho diplomático, era factible o siquieraconveniente. El aspecto político sólo nos interesa aquí encuanto atañe a la cultura, y en este caso sus repercusionesfueron inmensas. Además, la opinión de tan ágil, versadoy penetrante periodista merece ser tenida en cuenta, tantomás en vista de su patriótica ejecutoria anterior, especial-mente en la lucha por la abrogación de la Emienda Platt.En este punto resulta edificante revelar que fue precisa-mente el gobierno de Machado quien pretendió levantarse,movido por singulares circunstancias adversas de últimahora, contra la injerencia norteamericana, en tanto que al-gunos opositores la deseaban para poder derrocarlo. Otraparadoja la constituye el hecho de que, estando ligado a unmonopolio americano y habiendo recibido del mismo ayu-

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da para su campaña electoral, fue Machado el iniciador delproteccionismo arancelario encaminado a favorecer la pe-queña industria ligera nacional. Lo que soprende, por otraparte, es que el embajador y peridodista estuviese tan malenterado de la sangrienta represión machadista como parapresentar una renuncia harto tardía y vacilante aunque, ala postre, efectiva.

Manuel Márquez Sterling hace una síntesis preliminardel proceso del rápido deterioro de las prácticas comicialesque precedieron la elección de Machado, la cual fue, em-pero, relativamente pulcra. En efecto, el clima de recelocreado por la espuria reelección de Estrada Palma se agra-vó con la «brava» de Menocal en 1916 y las impurezas de1920, de suerte que, de ser honrados los comicios, podíadarse por seguro en 1924 el triunfo de los liberales, mer-ced al prestigio que les conferían sus largos años en la opo-sición. No deja de ser significativo, sin embargo, quedespués de las repetidas apelaciones a la injerencia norte-americana por parte de los liberales, a fin de garantizar lalimpieza de los sufragios que ellos estimaban les seríanfavorables, Machado se tornase antiintervencionista cuan-do tan solo trataba de asegurarse su permanencia en el po-der. Ello le imparte un sabor un tanto irónico a lasacusaciones que el embajador Márquez Sterling dirige des-de México a la oposición, en sentido de que el injerentismode ésta conduciría al sacrificio de retazos de nuestra sobe-ranía. Acierta, sin embargo, cuando escribe que Machadopone a contribución, para sacar al país del desbarajuste le-gado por el gobierno precedente, las mismas dotes de or-ganizador que le permitieron vencer antes, dentro del propioPartido Liberal, la popularidad de Mendieta. Es, asimis-mo, certero, al apuntar que el presidente delataba ya susinclinaciones dictatoriales cuando elogiaba las autocracias

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electivas en su discurso de la Universidad, al recibir el tí-tulo de doctor honoris causa; a la par que en sus rudosataques a la oposición, con el pretexto de que la mismaobstruccionaba su empresa regeneradora.

Esboza a grandes rasgos los pasos que llevaron a la pró-rroga y de allí a la reelección. Apunta el auge de las doctri-nas comunistas en tanto que se expulsaba a los estudiantesinsumisos. Ante la creciente oposición, Machado recrude-ce las medidas represivas a fin de seguir en el poder des-pués del vencimiento de la prórroga. El hambre propicia laagitación de las masas populares, aunque Márquez Sterlingseñala que la impasibilidad de las mismas ante la heroicalucha de los estudiantes contra la represión obedecía alderrotismo engendrado por la Enmienda, y a la concupis-cencia de los políticos. Machado pensó aplazar las elec-ciones de noviembre de 1930 hasta febrero de 1931, perolos aprovechados consejeros del gobierno impusieron elcriterio de que ello constituiría un signo de debilidad. Fueentonces que Márquez Sterling, según escribe, emprendiósus gestiones conciliatorias encaminadas a levantar el en-tredicho contra los partidos y la libertad de palabra y a ga-rantizar las elecciones, a fin de evitar la intervenciónamericana, su caballo de batalla.

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EL MACHADATO SEGÚNGONZALO DE QUESADA Y MIRANDA

Hemos dado la precedencia a la versión de Márquez Sterlingpor motivos cronológicos, ya que la de Gonzalo de Quesaday Miranda, la más diáfana y completa historia delmachadato escrita hasta el presente, fue publicada en 1938,o sea cinco años más tarde. Ambas coinciden en los he-chos principales e incluso en la interpretación del procesopreliminar hasta la reforma constitucional, desde el puntode vista político, pero difieren en la apreciación del mal yen la explicación de sus colaterales económicos, eludidospor el primero, quien, por lo demás, llega tan solo al año1931. En cambio, Gonzalo de Quesada, al no haber em-prendido la obra para defender su comportamiento, hablacon mayor libertad y pone el dedo en la llaga, sin escamo-teos ni evasivas. No polemiza, pero su mera exposición dehechos, tales como la anuencia de Coolidge y el apoyo deHoover solicitados y obtenidos por Machado, desmientela pretendida independencia de su gobierno. Asimismo,Márquez Sterling destaca el respaldo que el embajadorGonzales proporcionó al presidente Menocal, pero calla lacomplicidad de Guggenheim con Machado, ampliamenterevelada por el hijo del secretario de Martí. Pero lo queconquista la simpatía del lector en la historia de Gonzalode Quesada y Miranda es su peculiar acento humano, lo-grado con la mayor sencillez, sin el empleo de recursosretóricos. El lenguaje, que delata la formación sajona del

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autor, es lo más llano que se pueda imaginar en un escritorprofesional, lo cual, unido a un ostensible afán de verdad yjusticia, produce una emocionante sensación de sinceridad,modestia y pureza, en que la honradez intelectual no pudoadormecer el corazón. A estas cualidades se suman las delperiodista nato y activo, de suerte que su obra posee elritmo y la vibración del reportaje sin dejar de ser historia,vista con cinco años de perspectiva. Como espectador ubi-cuo, alerta y bien enterado, aunque no participa en la epo-peya, presenta un acopio de rasgos, frases, ceremonias,gestos y discursos captados directamente que constituyenun extenso testimonio vivo y verídico.

Su cuadro del debate, las maniobras y las intrigas en elseno del Partido Liberal, donde el joven Vázquez Bellovence al maduro y astuto Ferrara, y que culminaron en lacandidatura del nefasto Machado, muestra el buen trabajoque puede rendir un periodista imparcial en función de his-toriador contemporáneo. La introducción, a manera de sig-nos ominosos, del incendio de The Havana Post y el tiempolluvioso del día de la toma de posesión del futuro tirano, esun recurso escénico que no infringe la veracidad histórica,sino que la completa. El autor se propone asimismo, refle-jar el estado de opinión en el momento en que se producecada hecho. La amplitud de la obra no excluye la necesi-dad de otras historias más particularizadas sobre los secto-res estudiantil, obrero y político.

Gonzalo de Quesada tiene en cuenta los factores econó-micos desde los albores de la dictadura. En lo tocante a laconstrucción de la Carretera Central, revela que Machadohace caso omiso del proyecto concebido anteriormente porel gobierno de Zayas, basado en impuestos sobre solaresyermos, de cinco pesos sobre cada turista y diez centavossobre cada saco de azúcar, sustituyendo este plan racional

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por una serie de exacciones gravosas para amortizar el cé-lebre empréstito de cien millones. A poco Heliodoro Gildimite de su cargo en la Comisión Parlamentaria Liberal,debido a las excesivas facultades concedidas a los milita-res en las expropiaciones, lo cual constituía uno de los pri-meros pródromos de la dictadura. El autor apunta,asimismo, la restricción de las zafras de acuerdo con elPlan Chadbourne, la cual beneficiaba las grandes empre-sas extranjeras y un reducido número de asociados locales,a expensas de muchos hacendados y colonos cubanos,inhabilitándolos para mantener su puesto en la producciónmundial. Esta disposición, cuya ineficacia se demostró tam-bién al aplicarse en otras partes al café y al trigo acabó dehundir al país en la miseria, en contradicción con el su-puesto nacionalismo de la política arancelaria y del caca-reado pero tardío antiinjerentismo extranjero. Mientrastanto, so color de respaldar al hombre providencial que ibaa regenerar al país, se implantaba el llamado cooperativis-mo en ambas cámaras y se aprobaba la prórroga de pode-res. La población, empero, permanecía impasible, absorbidapor los triunfos pugilísticos de Kid Chocolate y los juegosde pelota. Tan sólo el Grupo Minorista lanzó un manifies-to, y un número de estudiantes emuló la protesta de dichaasociación de intelectuales. También se sumaron los polí-ticos de la Unión Nacionalista, con otros fines pero la dic-tadura ya estaba en marcha, asfixiando libertades yacumulando asesinatos.

Así se llegó al año 1930 y a la muerte de Trejo en lamanifestación estudiantil del 30 de septiembre. Ante estesangriento suceso, los universitarios resuelven combatir ladictadura hasta el fin, aunque con una táctica confusa, lla-mada de las «tánganas», nueva versión criolla del terroris-mo. Pronto se galvaniza la opinión pública sana, que no

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veía en los estudiantes las mezquinas ambiciones de losviejos sectores políticos, sino altos ideales patrióticos. Lasmujeres se unen a la lucha, con eficacia y valentía dignasde sus abuelas mambisas. Suspendidas las garantías cons-titucionales, las manifestaciones se disuelven a tiros y plande machete, y las víctimas de la represión se amontonan.Pero divergencias ideológicas separan a los estudiantes delos políticos fosilizados de la oposición, y fracasa la cons-piración de los nacionalistas. Mientras la tiranía se sumeen el cieno y la sangre, Carlos Manuel de la Cruz, José I.Rivero y Fernando Ortiz presentan sendos programas paraun cambio de gobierno, en el último de los cuales se pidepor primera vez el castigo de los culpables. Los miembrosdel gobierno fueron sepultados bajo una avalancha de car-tas anónimas, insultantes las unas, y serenas y razonadaslas dirigidas a los sectores del ejército que se quería atraer;a todo lo cual Machado contestaba que a él no se le podía«tumbar con papelitos», pero mientras tanto acentuaba elterror, llegando hasta a crear la «porra femenina», agrupa-ción de hamponas para agredir a las damas. Las torturas semultiplicaban en el siniestro castillo de Atarés.

Con todo, el político oposicionista Mendieta tenía feen el Tribunal Supremo, cuya indecisión en condenar lareforma de la Constitución agravaba, sin embargo, el de-sasosiego; y su petición de castigo se reducía al encarce-lamiento y al tratamiento médico. Méndez Peñate, amigode las «tánganas» y todo cuanto tendiese a combatir almachadato, resentía, no obstante, la prevención de los es-tudiantes contra los viejos políticos, pronunciando estaspalabras previsoras: «Veremos, si llegan a ser Poder, sisabrán resistir tantas tentaciones como este viejo político.»Por su parte, Carbó escribía artículos con miras a captarseal ejército, en vez de prometer, como Mendieta, la reduc-

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ción de las fuerzas armadas. Francisco Peraza se alza ypierde la vida con un puñado de estudiantes en Loma delToro. Menocal y Mendieta son derrotados en Río Verdesin que fuese necesario disparar un solo tiro. La expedi-ción de Gibara es vencida por una acción combinada demar, aire y tierra. Todas estas intentonas fracasaron porfalta de coordinación. De parte del primero caen algunosde los agentes más sanguinarios, tales como Calvo y GarcíaSierra, y el parlamentario Vázquez Bello; y entre los revo-lucionarios la lista sería demasiado larga, pero pueden des-tacarse el cuádruple asesinato de el «Gallego» Álvarez ysus tres hijos, y el triple de los hermanos Freyre deAndrade... El comienzo de 1933 fue una alborada de san-gre, una pesadilla de horror y atrocidades en que los asesi-nos a sueldo del tirano cebaron más que nunca sus instintoscriminales, aunque la toma de posesión del nuevo presi-dente norteamericano, Franklin D. Roosevelt, el 4 de mar-zo, morigeró un poco el terror. Sabían, sin embargo, lacólera y la soberbia del déspota quien, decidido a perpe-tuarse en el poder contra la voluntad del pueblo, apelaba ala dignidad nacional contra la intervención extranjera. Lallegada del nuevo embajador, Sumner Welles, propició suderrocamiento y, si bien la mediación que llevó a cabo te-nía en vista la salvaguarda de los intereses de su país másque el bien de Cuba, el golpe del 4 de septiembre encarnólas aspiraciones revolucionarias de la nación aunque nopuso fin a la lucha fratricida.

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CÓMO CAYÓ MACHADO

Hay libros olvidados que cobran singular actualidad. Sonlos objetos depositados en el fondo que las aguas agitadaspor la tempestad arrojan a la superficie. Sus autores de-saparecidos parecen volver a la vida para ponernos en guar-dia, ofreciéndonos los conocimientos adquiridos en situa-ciones análogas a las que estamos atravesando. Siempreconviene prestarles atención. Tal es el caso de AlbertoLamar Schweyer en Cómo cayó el presidente Machado, apesar de que se trata de un portavoz del tipo de régimenrepresivo y sanguinario que los hombres de buena volun-tad aspiran a suprimir de la faz de la tierra. Los datos y losfrutos de la experiencia resultan útiles por la importanteposición ocupada por quien los recoge, avalados por unapenetrante capacidad de observación, aun cuando lapretensa honradez intelectual no logra vencer los prejui-cios y las limitaciones del punto de mira. Incluso las inter-pretaciones acarrean inferencias significativas, no obstantelas distorsiones, si se sabe leer entre líneas. No deja de serirónicamente significativo, por ejemplo, el vigoroso anti-intervencionismo y los ardientes sentimientos patrióticospor parte del dictador que, con su secretario de Estado,había mostrado una docilidad servil ante el extranjero yuna fría determinación en someter a sangre y fuego al país,coincidiendo el cambio de actitud con la pérdida de pro-tección norteamericana. También son edificantes las ma-

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niobras de Machado, en su caída, por renunciar en favor desu adepto el general Herrera, a fin de prolongar la existen-cia del régimen, pretextando la necesidad de un períodotransicional. Lo mismo sucede con la enérgica demandade seguridades, una vez perdida toda esperanza de cual-quier forma de continuidad, para los miembros y agentesdel gobierno saliente, en vista de la sed de venganza, quealentaban los oprimidos. En efecto, tal sed de venganza nohubiera existido si realmente el régimen derrocado hubie-se sido de orden y justicia.

Son instructivas las semejanzas como las diferencias conel presente. Lamar Schweyer reconoce que, a más del go-bierno, vastos sectores de la juventud y el estudiantadooposicionistas repudian la injerencia, pero calla la dispari-dad de motivos. Señala, sin embargo, con razón que, porotra parte, esos mismos sectores desconfiaban de los vie-jos políticos mancillados, tales como Menocal, Mendietay Miguel Mariano. Condena las campañas de losoposicionistas en el extranjero, acusándolos de desacredi-tar la república, propaganda hoy día mucho más eficaz porla posición que ocupa Norteamérica en la ONU, mientrasque entonces no formaba parte de la SDN. Acierta al apun-tar que las causas que determinaron la actuación deRoosevelt fueron, antes que nada, económicas, pero olvi-da que un gobierno socavado hasta el tuétano por una re-pulsa que le obligaba a mantenerse por la violencia, noofrece garantías para tratados comerciales o de otra índole.De allí que las amargas lamentaciones del ensayista porhaber entrado en juego las consideraciones políticas resul-ten, cuanto menos, intempestivas. Indica airadamente cómolos atentados terroristas proseguían mientras se efectuabanlas negociaciones y denuncia la parcialidad del mediador,sin tener en cuenta que lo que califica de tal no es sino la

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derivación de la coyuntura misma, frente a un gobiernoprácticamente derrocado o a pique de sucumbir en mediode atroces convulsiones sociales y económicas. Acortar laagonía resultaba, pues, deseable desde todo punto de vista.El autor atina al destacar el papel principal desempeñadoen la lucha por la clase media, hecho que se ha acentuadoaún más en la actualidad.

Es bastante cierto que el fracaso de la expedición de Gibaraen agosto de 1931 determinó un cambio de táctica, aunqueno demostró la completa periclitación del insurreccionalismorevolucionario. Nació el terrorismo, que sembró la angustiay la inestabilidad, a cuya sombra se tejió una vasta red deresistencia subterránea y un movimiento de opinión que, conla huelga general, resquebrajaron al régimen. Mas, al revésde lo sustentado por Alberto Lamar Schweyer, la supresiónfísica de los adversarios del gobierno se había iniciado mu-cho antes, de suerte que tienen visos de sarcasmo las argu-mentaciones oficiales en favor de la prolongación del poderusurpador a fin de evitar hechos de sangre, así como sustardías apelaciones al patriotismo.

La formación del ABC, organización secreta de profe-sionales y, en general de la clase media, constituyó un he-cho importante aunque no decisivo y no siempre feliz,trocándose en francamente negativo a partir de la media-ción de Sumner Welles en 1933. A los pocos meses dehaberse fundado contaba en sus filas con numerosos afi-liados. Señala el autor que su mismo carácter secreto faci-litaba a muchos enemigos del régimen de Machadocombatirlo en la sombra, a la vez que seguir percibiendosueldos en distintas dependencias públicas. Por su parte elDirectorio Estudiantil Universitario, considerando a losviejos políticos oposicionistas como miembros de una ge-neración pasada y que habían sido en su tiempo gobierno

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poco más o menos en la forma que se quería suprimir,desconoció la jefatura de los mismos y decidió actuarpor su propia cuenta. Se derivó hacia el terrorismo y laacelerada cadencia de muertes violentas disminuyó elvalor de la vida humana. Los estudiantes, sañudamenteacosados por sabuesos sanguinarios de patológica cata-dura criminal, cazaban a los policías y especialmente a losllamados, no sin ironía, expertos. Aumentaron las medidasrepresivas y se cometieron las más espeluznantes atrocida-des. El gobierno rodaba por la pendiente del asesinato y latortura en su malvado cuanto tozudo empeño de mantener-se en el poder frente a la repulsa cada vez más vigorosa yla catastrófica depresión económica, en un clima de an-gustia e incertidumbre.

El autor declara que a partir de agosto de 1931, despuésde la expedición de Gibara y su descorazonador desenlace,nadie creía en nadie, aunque falsea la realidad al afirmarque el pueblo no creía en Machado pero que tampoco dabacrédito a sus enemigos, cifrándose la única esperanza enWashington. No desacierta, empero, en relevar el gran dañoque hizo a Cuba la Enmienda Platt, engendrando unfatalismo proclive a poner en manos del extranjero la solu-ción de los problemas nacionales. Mas, yerra al achacar elorigen del sentimiento antiimperialista a la equivocadaacción de Sumner Welles. Sin duda el injerentismo espigóen la dirigencia del ABC y de la vieja política, pero no enla juventud y el estudiantado ni en las capas de la pobla-ción trabajadora que integrarían los sectores más sanos dela oposición después de 1933. El recrudecimiento de lapersecución mantenida por un gobierno obcecado y deci-dido a conservar el poder a sangre y fuego contra la volun-tad popular aventada por una pavorosa penuria económica,encalleció los sentimientos, exacerbando el odio y la des-

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confianza engendrada por una estranguladora red de es-pionaje. La tradición del terrorismo como arma de luchacontra la dictadura se asentó en la juventud estudiantil,degenerando años más tarde en técnica del atraco, con de-pravado cariz antisocial.

En Palacio suscitó inquietud que pronto se trocaría enalarma la llegada del nuevo embajador Sumner Welles enmayo de 1933, no obstante su reserva inicial. La calmaque allí produjeron sus aseveraciones, recogidas por laUnited Press y el Diario de la Marina, en sentido de queno intervendría en las cuestiones políticas sino exclusiva-mente en las económicas, no tardaron en disiparse. El go-bierno alentó por un momento la esperanza de que tal actitudcontribuiría, claro está, al robustecimiento de su poder. Porsu parte, la oposición, como es natural, sintióse un tantodefraudada. Pero pronto resultaría evidente que lo que bus-caba de entrada el diplomático norteamericano era una tre-gua en la áspera pugna política, con adecuadas garantíaspara la oposición, ya que un gobierno tambaleante e impo-pular no podía firmar con mano ensangrentada un acto queofreciese sólidas y limpias perspectivas. Mas, también esverdad que la oposición, que nunca había estado firme-mente unida, se agrietó aún más tan pronto apareció SumnerWelles como mediador amistoso. «Los estudiantes y losobreros se pusieron frente a los mediacionistas y a estoselementos contrarios a la injerencia se sumaron todos losabecedarios inconformes con la actitud de la célula direc-triz», apunta con razón Lamar Schweyer, añadiendo quede allí nació el ABC Radical. Desprendióse, asimismo, delseno de la OCRR la UCRR. Los mediacionistas, los cualesarribarían al poder gracias a la protección de Welles, yatenían formado desde ese momento el germen de la oposi-

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ción que habría de arrebatarles el mando veintidós díasdespués de la caída de Machado.

Martínez Sáenz estaba a pique de hallarse aislado porcompleto de sus filas abecedarias, pero las negociacionescon el mediador y el gobierno proseguían, mientras enlas calles la oposición descontenta levantaba la voz ha-ciendo estallar bombas. Gestionábase una ley de amnis-tía, con lo que Lamar Schweyer califica de perdón para laoposición y castigo para los del gobierno, lamentándoseque los oposicionistas sólo querían «su justicia». Pero elGoebbels de Machado pierde de vista que los culpableseran los criminales que habían impuesto a sangre y a fue-go sin asomo de piedad un odioso régimen de terror ypersecución, basado en la injusticia y la fuerza de las ar-mas, huérfano de respaldo nacional y por ende ilegítimo.Sin embargo, la ley que Machado propuso al podercolegislador exigía un perdón para todos sus amigos ysus contrarios. El presidente reconocía que la coopera-ción de Welles era de su espontánea voluntad y que noobedecía a instrucciones ni mandato del gobierno de losEstados Unidos. La soberanía del país quedaba pues, asalvo. Agregaba que la mediación no realizaba ningúnacto que pudiera mermar la soberanía de la Cámara. Nodeja de presentar patéticos ribetes de ironía esta preocu-pación de un primer magistrado al garete, por defenderlos fueros de un congreso ficticio, a fin de exhibir algúnvestigio de apoyo legal. «La mediación», decía el tene-broso dictador, con hipócrita mansedumbre, «no repre-senta ningún gobierno extranjero, como lo ha declaradorepetidas veces el mediador, sino que es gestión sola de unamigo de los cubanos. La oposición lo ha aceptado, y no-sotros, que debemos ser cubanos amantes de la libertad, dela democracia y de la justicia, hemos querido estar de acuer-

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do con todos y dar un mentís a los que dicen que hay tira-nía donde hay solo un Presidente cubano».

Este disfraz de paladín de la integridad nacional no lla-mó a engaño. Al día siguiente, el 27 de julio, se iniciaba lahuelga de ómnibus, la que marcaría el comienzo del golpedecisivo. Quince días después el movimiento se habíatrocado en un paro general que derrumbaría el execradorégimen de hambre y opresión, haciendo superfluo el pro-yecto de reforma constitucional esbozado a la sombra dela mediación. La suspensión de las garantías que deseabanaplicar las esferas oficiales, a pesar del pacto de tregua queofrecía las seguridades indispensables para negociar conla oposición al través del mediador, no hubiera detenidoya el proceso. Pero antes de caer la dictadura quiso clavarpor última vez sus colmillos ensangrentados en la carnehumana. La noticia de la renuncia de Machado volcó a lacalle una inmensa multitud jubilosa, la que fue ametralladasin miramientos por la policía de un gobierno que persis-tía con tenacidad digna de mejor causa en ocupar a lafuerza un poder ilegítimo. Esta espantosa matanza de unamuchedumbre inerme, una hazaña más del lombrosianobrigadier Ainciarte ocurría el 7 de agosto. El 12, tras unpostrer esfuerzo por prolongar el poder en la persona delgeneral Herrera, caía Machado, cediendo, según LamarSchweyer, a las amenazas de intervención por parte delgobierno norteamericano. Seguramente que el brillanteportavoz de la dictadura no se hubiera mostrado tan deci-dido adversario de la injerencia si Washington le hubiesebrindado protección económica al régimen de tortura, muer-te y miseria que servía.

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PASIÓN Y MUERTEDE LA ENMIENDA PLATT

La hora de la muerte de la odiada y odiosa Enmienda Plattempezó a sonar cuando Ramón Grau San Martín nombróla delegación cubana a la VII Conferencia Panamericana,la cual se inauguró en Montevideo el 3 de noviembre de1933. Aunque el acta de defunción se firmaría tan sólo el29 de mayo del año siguiente, se inició la supresión delvergonzoso entredicho que ensombrecía y anulaba casi porcompleto la independencia, y a la joven república le seríadable, al menos desde el punto de vista formal, mirar alextranjero con la cara en alto y sin sonrojo en sus tiernasmejillas. El hecho revestía una importancia moral ysicológica inmensa al eliminar un mal congénito que habíavenido viciando toda la vida nacional desde sus inicios.Fue uno de los mayores aciertos de aquel efímero gobier-no revolucionario, si bien la incubación databa de muchoantes. Mas, no siempre los gobiernos proceden de acuerdocon las exigencias del momento, ni atinan si tales son suspropósitos. En este aspecto Grau San Martín se mantuvo ala altura de las circunstancias, nombrando la combativa re-presentación cubana presidida por Herminio Portell Vilá,conservando a Manuel Márquez Sterling en la embajada deWashington al declinar éste la oferta de encabezar la referi-da misión; y en su conducta de las gestiones hasta su renun-cia al cargo presidencial en enero de 1934, uno de cuyosfines era propiciar una avenencia con los Estados Unidos,

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hostiles a su gobierno, que desembocaría en la abolicióndel humillante Tratado. Por supuesto que el terreno ya es-taba abonado. Franklin Delano Roosevelt había manifes-tado en Warm Springs su disposición, condicionada a laexistencia en Cuba de un gobierno que gozase, según él,del apoyo popular y mostrase la estabilidad necesaria. Mien-tras tanto se robustecía la solidaridad latinoamericana ensentido favorable a la anulación de la Enmienda, cristali-zándose plenamente en la reunión de Montevideo.

Por otra parte, Manuel Márquez Sterling, Emilio Roigde Leuchsenring, Juan Gualberto Gómez y Gonzalo deQuesada Miranda habían sostenido en diversos frentestenaz y alongada lucha. De la ejecutoria del tercero y suactuación en la Constituyente de 1901, el lector que ladesconozca podrá encontrar amplias noticias en la exce-lente biografía del fraternal amigo de Martí compuestapor Octavio R. Costa y al capítulo XIII de la Historia dela Enmienda Platt, la que examinaremos aquí tan sólo enel tramo que cubre la vida republicana, a fin de no des-bordar el marco del presente trabajo que, por lo demás,repetimos, se contrae a los aspectos políticos que afectanel de- senvolvimiento cultural, moral y sicológico. Peropor lo mismo precisa exponer con algún detenimiento latrayectoria republicana de la Enmienda, conforme se per-fila en la obra del mentado autor y en la del propio Ma-nuel Márquez Sterling, titulada Historia del Proceso dela Enmienda Platt, para reanudar el hilo interrumpidodespués del epígrafe sobre la Segunda Intervención, ba-sado en la parte correspondiente de la voluminosa obrade Herminio Portell Vilá sobre las relaciones entre Cubay los Estados Unidos y España.

En la agradable prosa de Manuel Márquez Sterling seconjugan los vivaces rasgos personales y ambientales cap-

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tados por el periodista de raza y el trasfondo del juego deintereses al través de las inferencias protocolares, legales ysicológicas, vistas con pupila de diplomático. Indica conironía el autor, por ejemplo, que en la exégesis norteameri-cana de la Enmienda se hace un distingo entre los términos«intervención» e «injerencia», pretendiéndose que se tratano más que de acción formal, acudiéndose asimismo a lacorrupción de palabras técnicas para evitar que se malo-gren los contactos con la América del Sur. Se trataría, ensuma, según los propugnadores norteamericanos, de sal-vaguardar con la intervencionista cláusula 3, la indepen-dencia de Cuba, cuando se reafirmaba en realidad laconquista y el consiguiente derecho de intervención arre-batados a España.

El efecto causado por la bomba de la Enmienda Plattcaída en el seno de la Constituyente de 1901, con ostensi-ble carácter de ultimatum, debió ser desolador y descon-certante. Muy pronto parecían haberse arrepentido losvecinos del Norte de la liberalidad mostrada en la JointResolution, revelándose premiosos los financieros y losindustriales de recuperar la hermosa presa que se les habíaescapado por culpa de los remolacheros. Si bien no falta-ban en la Asamblea los anexionistas latentes, se produjouna perplejidad general. En pocas palabras ManuelMárquez Sterling esboza un cuadro objetivo del momentosicológico. «Ninguno de los delegados actuantes, inclusolos dos tildados de “reaccionarios” que aparentaban inexo-rabilidad vaciada en bronce, ninguno, repito, miraba conmirada simpática la mutilación de la Independencia; y to-dos, en sus diversas posiciones, respondían de pronto alvínculo espiritual que los ligaba; y sucede, por eso mismo,que los campeones de las más opuestas tendencias institu-yen de improviso el concierto patriótico y la unanimidad

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política. No son todos los liberales enemigos de la Enmien-da, ni todos los conservadores la desean aunque argumentena su favor. Llevan en el alma degollada la fe. La duda losatormenta, y rinden pleitesía resignadamente al fatalismo.»

En la delegación que se nombró para dilucidar en Washingtonla cuestión se incluyeron dos periodistas en función de tales:Manuel María Coronado, director de La Discusión, periódicofavorito de la derecha, y Manuel Márquez Sterling, el cual mante-nía en El Mundo la tesis irreconciliable de la izquierda. Lassiluetas políticas que al respecto publica a partir del 20 deabril, son amenas, ágiles y certeras. En su libro cuenta que almotejar a González Llorente «abuelito de barba blanca», saliópublicado «carta blanca». Sintiéndose muy apenado por laequivocación del cajista, quiso excusarse, pero el anciano sesintió sumamente satisfecho con la errata, atribuyéndole unsentido metafórico que significa «libre de prejuicios». Inte-graban la comisión que aquel descollante personaje presi-día, Portuondo, Méndez Capote, Betancourt y Tamayo. Conlos corazones oprimidos por el pesimismo, sentiánse en elfondo como una humilde peregrinación en busca de una for-ma de aceptación de la Enmienda que no dañase la digni-dad. Iban a encontrar, en efecto, una pétrea intransigenciavelada de afable cortesía. Así, un periodista del Post, decla-raba respecto a ellos que «sentirán su resistencia debilitadaal verse atendidos y obsequiados como príncipes».

En cuanto a la ominosa y draconiana piedra angular dela Enmienda, el autor comenta: «En ese artículo terceroreposa el sistema coercitivo de la ordenanza impuesta comogrillete de usurpación a los ideales tronchados de la Repú-blica sin soberanía. Suprimid la cláusula tercera, y las otrascláusulas perderán el color siniestro que les imprime laubicuidad amenazadora del capítulo de intervención.» Des-taca la brillante refutación con que González Llorente man-

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tiene a raya en el terreno formal al sutil Elihu Root, Secre-tario de la Guerra. «Supongamos a Francia, a la Franciadel marqués de Lafayette y de Rochambeau tan fuertes res-pecto de los Estados Unidos como los Estados Unidos sonrespecto de Cuba, y que a causa de su cooperación a laindependencia de las trece colonias insurreccionadas con-tra el Imperio Británico, hubiérales impuesto la tercera cláu-sula del senador de Connecticut, pretextando guardarlasora del enemigo interno, llámase caos faccioso, desordenadministrativo o revuelta política, ora de lejanos invasoresque marcharan a conquistarlas», observa el agudo perio-dista. «Sin embargo, la ordenanza de Mr. Platt, poderosotentáculo de naturaleza mercantil, no contiene la previ-sión de remotas consecuencias económicas y cívicas y seinspira en un vulgar capitalismo que no excede a la cortaciencia de los compaginadores de compañías anónimas.Así, la República de Cuba, condenada a perpetua niñez,transfórmase en órgano importante y exclusivo de la pros-peridad ingente de Norteamérica, de tal manera, que si elobjeto de la segunda cláusula es y ha sido engordar nues-tra riqueza, la cláusula inmediata dispone que sirva dealiento a la plutocracia de Chicago y Nueva York.» Sinembargo, la Constituyente reunida en La Habana, aprobóla inclusión de la Enmienda por quince votos contra ca-torce, prevaleciendo la opinión que sólo así podía salvar-se la república. Mas, Lacret declara que Cuba ha muerto.Quedó, pues, incorporada «la Enmienda sin enmienda nicláusulas aclaratorias».

Apunta Márquez Sterling las incongruencias jurídicasinternacionales entre la Enmienda, la cesión de las carbo-neras, el Tratado de Reciprocidad Comercial y otros con-venios que comprometían la soberanía nacional ycontradecían el reconocimiento de la independencia, explí-

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cito en la Joint Resolution. En este punto Carlos MárquezSterling continúa la Historia del Proceso de la EnmiendaPlatt, truncada por la muerte, sin la misma galanura, viva-cidad y penetración humana pero del modo conciso y con-creto propio de un profesor, aunque haciendo hincapié enciertos extremos y opacando otros con maña de político.Incluso delata por momentos falta de elegancia de espíritu,como cuando omite toda alusión a la labor de la delega-ción cubana en Montevideo, amenguando así su fuerzapersuasiva, tanto más en vista de la ostensible exaltaciónditirámbica del papel desempeñado, valiosísimo sin dudapero no único, por determinada persona en el logro de laabolición de la Enmienda. Sin embargo su exposicón nocarece de diafanidad y datos interesantes. Releva la aplica-ción de la fórmula preventiva de la Enmienda, concretadapor primera vez con esa finalidad en el desembarco deDaiquirí, efectuado por los americanos, pese a las protes-tas del entonces presidente José Miguel Gómez, con moti-vo de la sublevación racista del 20 de mayo de 1912, pordecisión del secretario de estado Knox, impartiéndole ca-rácter preventivo y no como intervención.

Por otra parte, en una declaración «se advertía a los cu-banos que en opinión del gobierno de la Casa Blanca, elartículo segundo de la Enmienda prohibía a Cuba contra-tar sin consentimiento de los americanos cualquier deudapública». Advirtióse asimismo que se «autoriza a este go-bierno a amonestar al de Cuba en contra de una impruden-te política fiscal, bajo el entendimiento de que tal políticapodría posiblemente, por ella misma o en conexión con lascondiciones generales de Cuba, producir una situación queobligara a los Estados Unidos a intervenir por cualquierade los motivos prescriptos en este artículo». La soberaníafinanciera, económica y fiscal quedaba, por ende, anulada.

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En relación al alzamiento de José Miguel Gómez en de-manda del acato al resultado electoral que le favorecía,Carlos Márquez Sterling trae a colación el apoyo norte-americano al gobierno de Menocal que se expresaba en lanota entregada por el ministro Gonzales, alusiva al hechode «que los Estados Unidos solamente prestaban su apoyoy confianza a los gobiernos constitucionales». Ello deter-minó la caída del rebelde que reivindicaba sus derechos,en Caicaje el 7 de marzo de 1917. El autor evoca que elacontecimiento movió la pluma del propio Manuel MárquezSterling para defender la justicia que asistía al Partido Li-beral; y que el periodista analizaría en su célebre artículotitulado «A la ingerencia extraña la virtud doméstica», elproblema planteado a la soberanía de Cuba, protestando alpropio tiempo contra la injerencia. Por su parte, CarlosMárquez Sterling comenta que «la Enmienda Platt era in-terpretada en Cuba como un cuerpo internacional, unilate-ral, impuesto al país a la fuerza y del que no se desprendíansino derechos por parte de los Estados Unidos», llegándo-se a infiltrar esa opinión en las capas populares, con la ayudade algunos intelectuales.

En el extranjero se entendía igualmente que la Isla de Cubaera una donación americana, que podía ser regulada, restrin-gida o suprimida a voluntad del gobierno de Washington.Mientras nuestros diplomáticos se sonrojaban en el extran-jero, los tratadistas partidarios del intervencionismo propa-gaban la idea de que Cuba era un protectorado de los EstadosUnidos. El influjo negativo fue echando raíces en las postri-merías del gobierno de Menocal, a tal extremo que el propioPartido Liberal, temeroso de ser víctima de nuevas tropelíaspor parte de los menocalistas, acordó en desdoro de la digni-dad nacional, solicitar la supervisión norteamericana de laselecciones de 1920. Combatieron, sin embargo esta moción

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Juan Gualberto Gómez, irreductible antiintervencionista,y otros, al par que Manuel Márquez Sterling desde las co-lumnas de su periódico La Nación. Estaban acordes conla referida moción Alfredo Zayas y José Miguel Gómez.Se propuso al general Crowder como supervisor, a tí-tulo de experto avalado por la estructuración del códi-go electoral que, en realidad, afirma Márquez Sterling,había sido creado por Fernando Ortiz y Gonzalo Freyrede Andrade. A partir de entonces el general se convirtióen verdadero interventor residente en el país, ostentan-do el cargo de embajador. Y en efecto, proclamado Zayaspresidente, fue su propio secretario de Estado,Desvernine, quien pediría a Washington que dicho altofuncionario se quedara permanentemente para asesoraral gobierno en sus futuras reformas. Manuel MárquezSterling se manifestaría decididamente contrario en unaserie de artículos.

Mas, inicióse entonces una nueva fase de la política dela Enmienda, en virtud de la cual Crowder pretendía tenerderecho a inspeccionar la cosa pública y a sugerir medidasde administración en todos los órdenes, por sobre la leveoposición de Zayas. «A la acción política se unía la acciónfinanciera, y a ésta la supervisión administrativa. El país,aplastado por una tremenda crisis bancaria y azucarera,motivada por el cese de la guerra europea, no ofrecía resis-tencia sino en muy contadas personas. La guerra civil y losodios y pasiones políticas hacían que cada grupo usara laacción fiscalizadora de Crowder en provecho de sus inte-reses y de sus pasiones. Todo era injerencia.»

Las arcas vacías y el estancamiento económico le resta-ron libertad de acción a Zayas. Crowder aprovechó la co-yuntura para anunciar que «era necesaria su sanción paraconcertar un empréstito que permitiera poner a flote la ad-

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ministración y pagar las deudas crecientes». Optó Zayaspor transigir a fin de evitar la bancarrota, tomando nota delos memoranda del interventor que le llovían, atinentes in-cluso a las cuestiones más insignificantes, de suerte que laimpaciencia del público ante la gravedad de la situación,convirtió el despacho de Crowder en una segunda oficinade la Presidencia.

Con el gabinete llamado de la honradez, nombrado parainiciar la reforma del fisco y la lotería, deseadas por el in-terventor, se llega al cenit de la influencia de Crowder. YZayas designará delegado a la V Conferencia Panamerica-na, reunida en Chile, a Manuel Márquez Sterling en virtudde su diáfana e inflexible postura contra el injerentismo.Cuando Machado ocupe la presidencia, el camino habráempezado a desembarazarse de la injerencia. Así, se diri-girá a los Estados Unidos anunciando que laborará por laabolición de la Enmienda Platt, pero, de hecho, se inclina-rá ante los grupos de intereses financieros que favorecen elmantenimiento de la misma. Parece ser que en la VI Con-ferencia Panamericana, celebrada en La Habana el año1928, donde se planteó la cuestión de la injerencia, Ma-chado obtuvo de Washington la aprobación de su reformaconstitucional que habría de prolongar su mandato, a cam-bio de ciertas concesiones financieras. Ello explicaría porqué fundó su política en el pago religioso de los interesessobre los empréstitos, temeroso de que la injerenciacomenzase por la interpretación ya dada a la cláusula. Mas,al extremarse la grave crisis económica y política, el re-cién electo Roosevelt nombra embajador a Sumner Welles,quien habría de actuar como mediador a fin de propiciaruna pacífica vuelta al orden interior. Pero su misión se trocóen una forma velada de injerencia.

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El gobierno interino de Céspedes, hechura de Welles,que sucedió al de Machado, esbozaba ya la intención deabrogar la Enmienda al través de su embajador ManuelMárquez Sterling. Pero fue derrocado por el golpe del 4 deseptiembre, lo que hizo brotar en Washington nuevas ve-leidades intervencionistas, so color de contener posiblesdesórdenes. Ello motivaría una importante gestión por partede Puig Casauránc, Ministro de Estado de México, cercade los gobiernos de Argentina, Chile y Brasil para iniciaruna acción conjunta, encareciendo de entrada a Grau SanMartín que se esforzase por mantener el orden, en evita-ción de medidas intervencionistas, con miras a propiciarun ulterior movimiento en favor de la derogación de la En-mienda, apoyada en la solidaridad continental. Mas, al cabola acción colectiva no fue debidamente coordinada. De to-dos modos, la determinación de Puig Casauranc obedecíaa un estado de ánimo muy difundido ya, si bien cabe supo-ner que la amistad personal de Manuel Márquez Sterlingno fue por entero ajena a la gestión del ministro mexicano.

La actuación del gobierno revolucionario de la pentarquíahija del golpe del 4 de septiembre, fue enérgica y atinada enel horizonte internacional. Grau nombró la delegación a laVII Conferencia Panamericana, abierta el 3 de noviembreen Montevideo, con vista al logro de la abolición de la En-mienda, designando a Herminio Portell Vilá para presidirla,tras de haber rehusado ocupar ese cargo M. Márquez Sterling,alegando razones de salud, aunque aceptó seguir con el deembajador en Washington. El 13 de diciembre el EveningStar, de esa capital, hablaba de la conveniencia de abrogarla Enmienda Platt, espina en el costado de Cuba, la que al-gún día puede dar pie a las imputaciones imperialistas yankispor parte de los agitadores extremistas. El 13, MárquezSterling podrá anunciar por cable la existencia de un am-

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biente favorable a la supresión de la Enmienda, si los cu-banos arreglan sus diferencias, lo que en buen romancesignificaba la eliminación del gobierno de Grau. ManuelMárquez Sterling vuelve a Cuba para ocupar la Secretaríade Estado. El 10 de enero Grau renunciaba para abrir pasoa un gobierno que mereciese la confianza de Washington ypropiciase, por ende, la anulación definitiva de la Enmien-da Platt. Mendieta asume el cargo y al presentar de nuevoMárquez Sterling sus credenciales en Washington,Roosevelt revela su disposición a entrar en negociacionespara modificar el Tratado Permanente. Mientras tanto, elsenador King presenta una moción para el estudio de laconveniencia de abolir la Enmienda, y las negociacionesse inician entre ambos países por la vía diplomática. El 29de mayo de 1934, al cabo de múltiples trámites y gestio-nes, se firma el tratado abrogatorio, con tan sólo la confir-mación de los límites existentes de la carbonera deGuantánamo y sin las superfluas restricciones sanitarias, ala vuelta de treinta y tres años y un día de humillante me-noscabo de la soberanía nacional, conforme apunta CarlosMárquez Sterling.

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MÁS EN TORNO A LA ENMIENDA

Si bien Emilio Roig de Leuchsenring pasa por alto los sa-gaces atisbos sicológicos, los raudos toques irónicamentesignificativos y los jugosos rasgos personales, enhebradosen la ágil prosa de M. Márquez Sterling, su encandiladasinceridad alienta una vehemencia de expresión que im-prime incisivos contornos a los hechos que expone. El po-lemista patriótico le impele a decantar la realidad sindeformarla; el hombre de corazón peralta al historiador fríoque, por lo mismo, permanece insensible al trasfondo que,en última instancia, es lo que precisa discernir, tanto másen una cuestión de hondas repercusiones humanas comolo fue la aplicación de la Enmienda Platt. Tras de una vastay documentada génesis de ese instrumento que arrebatabaa Cuba una libertad alcanzada a costa de treinta años delucha tenaz, enconada y sangrienta como pocas, el referi-do historiador sigue el curso del hondo y desgarrador sur-co que la malhadada Enmienda iba abriendo en las entrañasde la recién nacida república. Releva cómo la misma soca-vó rápidamente la fe en el gobierno y el esfuerzo propio.La pérdida de la dignidad habrá de constituir una de lasconsecuencias más dolorosas para los ciudadanos de reciaconciencia cívica. Con el corazón herido, el autor registrasin atenuaciones el triste espectáculo de cubanos buscan-do el apoyo de los Estados Unidos, al amparo de la En-mienda Platt, para mantenerse en el gobierno o acceder a

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él, y señala el brote de un degradante afán de continuismopara seguir en el poder a todo trance, contra la voluntad delos propios conciudadanos, ejemplificado por la apelacióndel ensoberbecido Estrada Palma, otrora honesto y bona-chón, a la nefasta cláusula 3. Pero también destaca el in-digno comportamiento de los liberales acudiendo aWashington para ganarle al adversario político, mediantela supervisón norteamericana de las elecciones cubanas.

Al mismo tiempo confirma, sin embargo, la denunciade los métodos lesivos y corruptos instaurados por la ges-tión intervencionista de Charles E. Magoon; así como lasulteriores intervenciones, reñidas con los principios delderecho internacional que amparan las naciones libres.Aclara que García Vélez, J. M. Gómez y Manuel Sanguilyse levantaron contra tales injerencias, al par que Cosme dela Torriente durante el primer gobierno del propio Menocal,quien habría de tolerar, sin embargo el afianzamiento de lapolítica extradiplomática de las visitas directas a Palacio delministro americano, no tanto para imponer justicia como paraasegurar la prevalencia de los intereses del país que repre-sentaba. Así, el 15 de mayo de 1917, el secretario Lansinganuncia la decisión de los Estados Unidos de actuar por sucuenta en defensa de los intereses azucareros, vista la situa-ción creada por la guerra, sometiendo a los rebeldes si éstosno deponían las armas, a pesar de que luchaban por el re-conocimiento de su triunfo electoral. Mientras tanto, elministro Gonzales iniciaba la costumbre de utilizar direc-tamente los periódicos para publicar notas dirigidas al pue-blo y a los revolucionarios, saliéndose de las víasdiplomáticas. «Pero más inaudito fue que el gobierno deMenocal diera públicamente las gracias al ministro norte-americano y a su Gobierno por esas notas, pensando, no enel honor de la república, sino en que ellas significaban un

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apoyo decisivo para los planes reeleccionistas del generalMenocal.»

Apunta el autor que en las postrimerías del gobierno deMenocal, Crowder arriba sin avisar siquiera que venía comosupervisor. Mas, irónicamente, a poco ambos bandos, elde Menocal y el de los liberales, se disputaban el favor delenviado americano. Es más, agrega con amargo humoris-mo, Menocal hace un regalo maquiavélico a su sucesor,Alfredo Zayas, en la persona del propio Crowder, solici-tando a Washington su presencia permanente en Cuba.

Antes de tomar posesión de la presidencia en 1925, Ma-chado revela su intención de abolir la Enmienda Platt yrecuperar las tierras cubanas con lo que se granjeó la sim-patía de no pocos intelectuales. Pero, en realidad, no haríasino actuar en connivencia con ciertos grupos financierosnorteamericanos, no obstante sus medidas de protección alas pequeñas industrias nacionales, respondiendo a un impe-rativo categórico de supervivencia planteado por la calami-tosa crisis azucarera. Pero después de ocupar el gobierno,no habría de mencionar la derogación del Tratado. Sus mé-todos y procedimientos estaban en abierta contradicción conel logro de dicho objeto. En la VI Conferencia Panamerica-na, celebrada en La Habana en febrero de 1928, su portavoz,Ferrara, no hizo más que alabar la intervención, sin sumarsea los delegados hispanoamericanos que la combatieron. Arenglón seguido el historiador enumera nueve pruebas con-tundentes que comprenden hasta el asesinato, de la aplica-ción de drásticas medidas en favor de la política injerentista.Este sometimiento estaba enderezado a obtener el vistobueno de Washington para la prórroga del poder. De he-cho, Hoover aplicará el intervencionismo para apoyar ladictadura de Machado pero no para salvaguardar la vida ylos bienes individuales agredidos por la misma, conforme

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lo hubiera exigido la aplicación estricta de la cláusula 3de la Enmienda. En efecto, uno de los problemas másespinosos que tendría que afrontar Roosevelt al acceder ala presidencia, era la caótica situación de Cuba, cuya pre-caria economía la eliminaba casi por completo del merca-do norteamericano.

Aborda Roig de Leuchsenring la etapa que se inicia conel envío del nuevo embajador Sumner Welles, al través delcual pensaba el presidente recién electo resolver la coyun-tura creada por Machado; subrayando el recelo con que elDirectorio Estudiantil Universitario miraba «toda media-ción en que intervenga el Embajador de los Estados Uni-dos», la cual «lleva implícita la fuerza coercitiva», basandoesta opinión «en las relaciones que a través de la historiahan mantenido los Estados Unidos con respecto a Cuba».Y el autor estima por su parte que no bastaba un simplecambio de hombres, sino que era preciso reestructurar todopara suprimir las condiciones que habían engendrado losmales históricos de Cuba. Opina, asimismo, que había quereaccionar contra el sentimiento de inferioridad nacional yno aceptar la mediación, ya que toda injerencia ibaineluctablemente encaminada a beneficiar los interesesextranjeros antes que los cubanos. Según él, la mediaciónhubiese durado mucho más, de no haberla precipitado lahuelga general. Machado nunca hubiera entregado el go-bierno, a no ser a resultas de una acción de fuerza. Recuer-da que, ateniéndose a la constitución espuria surgida de latiranía de Machado, Welles quiso imponer al generalHerrera como sustituto del dictador, pero que Julio Sanguilyrepudió tal solución en nombre del ejército. Nombróse asía Céspedes secretario de Estado, a fin de que pudiese re-emplazar legalmente al tirano derrocado. Por otra parteresultó imposible reunir a los congresistas para conceder,

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con aparente legalidad, licencia a Machado, por estar es-condidos o en fuga para resguardar sus vidas. De allí elque se optase por levantar un acta en la que se daba porcelebrada la sesión de marras.

Emilio Roig expone con su expresión fogosa y tajante yrápidos trazos la farsa legalista representada por Céspe-des, empeñado en mantener el congreso amañado, impuestopor el tirano. El Directorio Estudiantil y la opinión públicase opusieron, exigiendo un gobierno de facto y la elecciónde una nueva constituyente. En suma, reitera el autor, sehabía escamoteado la voluntad cubana mediante un merocambio de hombres. Es entonces que, tras el golpe del 4 deseptiembre, el gobierno colegiado, conocido por laPentarquía, exalta al doctor Grau San Martín a la Presi-dencia, quien debería acatar, en líneas generales, el pro-grama del Directorio Estudiantil, pasando por alto tanto laconstitución de 1928 como la de 1901. Ello equivalía a larepudiación de la Enmienda Platt, que tenían como apén-dice. Mas, las inconsecuencias sociales y políticas, no obs-tante las indubitables reformas de liberación nacional,propiciaron la preponderancia del ejército. En tales circuns-tancias, Caffery, sustituto de Welles, comprendió que elhombre fuerte del momento era Batista. Carente del apoyode las fuerzas armadas, Grau renunció.

Remontándose de nuevo a los comienzos de las profun-das repercusiones sicológicas y morales producidas por laintroducción de la Enmienda Platt, Roig de Leuchsenringtrae a cuento los escritos de Lainé y José de Armas, anima-dos tal vez de buena fe, en favor de la protección norteame-ricana contra las tendencias insurreccionales en Cuba. Evocaque en 1900 González Lanuza se había declarado partidariodel protectorado; y que Francisco Figueras fue más lejos,defendiendo incluso la penetración pacífica norteamerica-

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na a fin de resolver el desequilibrio interior. Mas, en 1909,Camaño de Cárdenas fundará una liga antiplattista, cuyoprincipal órgano habanero sería El Triunfo. La SociedadCubana de Derecho Internacional surgirá en 1915, dedi-cándose, entre otros estudios, al de la posición de Cubaen dicho aspecto. También realizaría importante labordivulgadora. Emprendióse, asimismo, la organización detodas las capas sociales en un frente único contra la En-mienda. Con carácter más extremista y combativo, de raízestudiantil, nace en 1924 la Liga Antiimperialista. Parauna amplia e incisiva imagen del deterioro causado por laaplicación de la Enmienda, remitimos al lector a Elintervencionismo, mal de males de Cuba republicana, delmismo autor.

La historia de la abrogación en sí es harto sucinta, lamisma fue la coronación de un largo y penoso proceso. Talparecía, de acuerdo con la versión de Carlos MárquezSterling, que fue la coronación del esfuerzo de un solo hom-bre: Manuel Márquez Sterling. Sin apologías ni ditirambospersonales, Emilio Roig de Leuchsenring enumeraexhaustivamente las organizaciones y las personalidadesque se dieron a la supresión de la vergonzante coyunda. Esmás, reconoce con lealtad, por sobre el justo resentimientopersonal engendrado por la agresión al honor patrio, que elmovimiento en pro de la derogación había progresado enNorteamérica, tanto que la misma estaba comprendida enel programa del Partido Demócrata para las elecciones de1932. También releva el discurso de Cordell Hull en Mon-tevideo, proclamando la política de no intervención y delbuen vecino; y que el mismo da pie a Portell Vilá paraafirmar la voluntad de Cuba de valerse de ella a fin de lo-grar la abolición de la Enmienda Platt, y que, no obstante,la delegación tuvo que trabajar con ahínco para allegar los

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criterios aún dispares, en el seno de la VII ConferenciaPanamericana. El autor, radical pero objetivo en su ardien-te adhesión patriótica a la causa, estima, fundándose eningente copia de documentos legales y estadísticos, que laanulación de la Enmienda no modifica, antes bien agrava,la dependencia económica y política de Cuba, vistas lascondiciones impuestas por el nuevo Tratado de Reciproci-dad que mantienen al país reducido al monocultivo y amerced del mercado norteamericano. Con todo, es precisoadmitir que, por lo menos desde el punto de vista formal,la soberanía se ha librado de una de las cadenas y que elsentimiento nacionalista ha engrosado la corrienteemancipadora, pese a las amarras subsistentes y si bien losjefes del Estado siguen gobernando con un ojo siemprevuelto hacia Washington.

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LA ESTRATIFICACIÓN SOCIAL

En este punto es dable ya visualizar la estratificación socialde la república, aunque las capas no están consolidadas porcompleto. De hecho, nunca lo están definitivamente en nin-guna parte, por cuanto la sociedad se transforma de conti-nuo, bien que a un paso más o menos acelerado. Hay lugaresen que el ritmo histórico parece estancado mientras que enotros corre vertiginosamente, demoliendo barreras y pre-cipitando los acontecimientos hasta salirse de madre o des-embocar en la anarquía. Mas, al cabo toman un cursodefinido. En Cuba, sin embargo, el proceso no parece cua-jar, aunque se advierte una evolución constante pero con-vulsa que no da tiempo para que los estratos se asienten yse estructuren firmemente. También en este aspecto aquíse vive bajo el signo de la provisionalidad y la improvisa-ción. Para diafanizar los contornos de las sucesivasestratificaciones, viene de molde consultar los deslin-des que en Perioca hace Elías Entralgo con límpida con-cisión, matizando e impartiendo movimiento al certeropero estático y reducido atisbo ofrecido por RaimundoCabrera. Conviene, en efecto remontarse por lo menos alúltimo medio siglo de la colonia a fin de llegar a las raí-ces de la presente conformación social de la república.

En el mentado opúsculo el sagaz observador de nuestravida nacional apunta la asimilación étnica y social de losnegros esclavizados y los manumisos, al rayar la pasada

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centuria. Su incorporación se efectúa en el artesanado du-rante medio siglo con un pequeño núcleo de hombres li-bres, de piel oscura. Como albañiles, zapateros y sastres,sus módicos ingresos les alcanzaban para vivir al día, conmayor o menor libertad en el trabajo, mayor o menor roceen las jerarquías sociales y mayor o menor responsabili-dad en la tarea. La burocracia española procedía de tresclases de ineptos: los que habían delinquido pero gozabande poderosas influencias; los destituidos por incapacidaden la Península y los que venían a Cuba en busca de cargosque compensarían los fracasados intentos de conseguirlosen su propio país. Llegaban con desmedido afán de enri-quecerse, marchándose tan pronto lograban su propósito.Los militares, por la índole de su ocupación, tambiénpropendían a mantener la inestabilidad demográfica. Loscomerciantes, en cambio, por no depender del Estado, eranmás aptos a echar raíces, y dado el tiempo más dilatadoque precisaban para hacer su fortuna, estaban más dispues-tos a contraer matrimonio con cubanas.

El desarrollo de la industria azucarera aumentó las dife-rencias, separando la parte agrícola de la industrial. Fue-ron multiplicándose las propiedades. La bienandanza trajouna mayor experiencia y un variado contacto con el mun-do. Los descendientes de estos hacendados criollos se edu-carían fuera de Cuba, principalmente en Francia y EstadosUnidos, con la consiguiente formación democrática. Lasideas avanzadas así adquiridas se dividirían en dos tenden-cias: la abolicionista, de origen inglés; y la favorable a unademocracia aristocratizante, basada en la conservación dela esclavitud, aunque admitiendo la posibilidad y conve-niencia de su paulatina reducción. Ambas, empero, esta-ban teñidas de sentimientos humanitarios.

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Por otra parte, a la rebeldía cubana aportarían su contri-bución tres sectores: los conspiradores, los emigrados ylos insurgentes. Los primeros la propagan en las poblacio-nes, los segundos en el extranjero y los últimos en los cam-pos. Entralgo la considera nacional, aunque el espacioocupado por la guerra de 1868 se localizara casi siempre enlas provincias de Oriente y Camagüey. Formaban a la sazónlas clases bajas los esclavos, los proletarios y los campesi-nos; en tanto que las clases medias estaban integradas porburócratas españoles y algunos cubanos, militares españo-les y cubanos, y comerciantes detallistas españoles. Las cla-ses altas se componían de terratenientes y propietariosindustriales cubanos y altos comerciantes importadores yexportadores españoles. Los esclavos negros importados vandisminuyendo por el influjo de la cesación de la esclavituden Estados Unidos y por las persecuciones que recibe latrata. Subsiste el artesanado negro pero tiene que luchar abrazo partido con la rivalidad de la mano de obra gratuitadel esclavo urbano al par que con la naciente competenciadel obrero blanco. La insurrección de 1868 fracasó, perolas ideas revolucionarias se difundieron y la dirigencia, queal comienzo ocupaban los industriales y terratenientes cu-banos, en 1878 estaba en manos de antiguos campesinos,muchos de ellos mulatos y negros.

La confiscación de bienes de los sublevados, la devasta-ción de más de dos provincias, la fuerte competencia al azú-car y el tabaco y la abolición de la esclavitud producen undistinto cuadro social en la antevíspera de 1895, por supues-to mucho más complicado. Entralgo lo resume con nitidez.En las clases populares distingue los proletarios urbanos,constituidos por cubanos blancos, mulatos y negros, princi-palmente tabaqueros y campesinos, siendo negros los corta-dores de caña, amarillos los trabajadores en el trapiche y

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blancos los cultivadores de tabaco. Formaban las clasesmedias profesionales e intelectuales, que eran cubanos blan-cos; burócratas, en su mayoría españoles; militares y co-merciantes, españoles. En cambio ahora integran las clasespoderosas terratenientes y propietarios industriales españo-les en vez de cubanos, así como grandes comerciantes eimportadores y exportadores españoles. Mas, existía un sen-timiento de patria y de nacionalidad definitivamente forma-do, con clara conciencia. El proceso de mulatización estabamuy avanzado, ya que el éxodo de los negros hacia las gran-des poblaciones propició el mestizaje. Apunta Entralgo quela invasión, sin duda el esfuerzo colectivo más notable, fueun empeño mulato, por los hombres y por los nombres, porsus soldados anónimos y por sus jefes famosos.

Tal es la composición étnica y social de la recién nacidarepública, y que ésta no logró integrar y depurar en benefi-cio propio. Una élite industrial diezmada por la guerra delos Diez Años, sucedida por una nueva casta española en-riquecida a sus costas; y una élite intelectual caída en lalucha o dispersada. Las clases populares depauperadas ysumidas en la ignorancia por el esfuerzo emancipador y eldesgobierno español. Este pueblo desangrado en la con-quista de la libertad, no se liberaría, sin embargo, de lasangría del comercio español y de la dominación extranje-ra. Como afirma Entralgo, la intervención militar america-na no estaba capacitada para comprender la magnitud delproblema. No hizo nada por impedir la entronización delas oligarquías políticas ni por destruir los cimientos eco-nómicos de la factorización, ni logró que se asimilaran lasmejores normas educativas saxo-americanas. «Mantuvoinvariablemente la línea de desconocer la personalidadcubana, y por aquí o por allá, procuró irle mutilando alnuevo Estado los nervios vitales de la soberanía.»

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«Ese cúmulo de circunstancias adversas», prosigue en otraparte el autor, «se desarrollaba durante el primer tercio desiglo de Separación (1839-1933), en que primero fue nece-sario restaurar los daños ocasionados por la guerra separa-tista, y después fue preciso empujar el progreso económico».«El resultado ha sido un escepticismo disolvente, frente alcual no ha podido fraguarse la autogenia que efectúe la sóli-da fusión de las... clases.» En las capas populares Entralgodiscierne campesinos que comprenden cortadores de cañacubanos de todos los colores y algunos españoles, así comohaitianos y jamaiquinos en la segunda quincena del períodoademás, trabajadores en el trapiche, cubanos y chinos, y cul-tivadores de tabaco, cubanos blancos y españoles de Cana-rias; y por último soldados y obreros urbanos, cubanos detodos los colores, españoles, gallegos, y asturianos. Integranla clase media burócratas del Estado, cubanos blancos enmayoría, mulatos y negros en minoría; oficinistas privados,cubanos blancos casi todos; jefes y oficiales de las fuerzasarmadas, cubanos blancos en su casi totalidad; profesiona-les e intelectuales, cubanos blancos casi todos; pequeñospropietarios urbanos, españoles y cubanos blancos; comer-ciantes detallistas catalanes en la provincia de Oriente, ygallegos y chinos en las otras provincias. Las clases adine-radas están compuestas de altos jefes políticos, cubanos blan-cos; industriales de variadas dedicaciones, españoles yalgunos cubanos blancos al principio, y últimamente mayo-ría de americanos y hebreos; grandes propietarios, minoríade cubanos y mayoría de españoles; grandes comerciantes,importadores y exportadores, al principio españoles, mástardes hebreos del Oriente europeo; tabacaleros y hacen-dados azucareros, algunos cubanos, muchos españoles ymuchísimos norteamericanos; mineros, norteamericanossolamente; latifundistas azucareros, norteamericanos; ban-

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queros, pocos cubanos, algunos españoles e ingleses ymuchos norteamericanos.

Entralgo presenta con trazos contundentes el sector in-telectual. «La mezcla confusa de valores positivos —delos claros y preclaros talentos, de las vastas y sólidas cul-turas, de las fuertes originalidades y las firmes capacida-des creadoras —con los tipos falsos— improvisados,fanfarrones, farfulladores, faramalleros, eruditos a la vio-lencia o farragosos, escribanos con torpe ambición de es-critores, salidos del periodismo, de la política local o de ladiplomacia revestida de internacionalismo aunque jamáshaya saludado una obra sistemática de derecho internacio-nal ni por la cubierta.»

Por su parte, algunos políticos de la primera promociónrepublicana, codiciosos de posición y dinero, hacen matri-monio de conveniencia con hijas de extranjeros ricos. Es-tas camadas de ambiciosos profesionales provincianos hanabastecido las Cámaras de la república de abogados repre-sentantes de tales comerciantes e industriales. Asimismo,«las clases adineradas han sido las más desintegradoras dela sociedad estatal y aun las más disociadoras de la socie-dad nacional». Esta insignificante minoría, por procedi-mientos económicos y no sociales, «ha decidido del adversomodo de vivir material y espiritual de grandes, inmensasmayorías de la sociedad cubana de los tiempos de la Sepa-ración». Hace resaltar Entralgo el contraste entre la gélidaindiferencia hacia el país del que dichos pequeños gruposde financieros absentistas han extraído sus ganancias a costadel sudor de los nativos; y la conducta tan distinta de loscapitalistas cubanos de las postrimerías del siglo XVIII y detodo el XIX, «los cuales se preocuparon y ocuparon de laniñez desvalida e ignorante y de las clases popularesiletradas...» Los enriquecidos de Cuba o sobre Cuba en la

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actualidad, «que en tantos casos no han estado nunca enCuba, los cuales jamás han sido ricos en Cuba, jamás hanrevertido una pequeña parte de sus cuantiosas fortunas paraproteger las necesidades de salud y alimentación de losniños desvalidos o los ancianos indiferentes, o las aspira-ciones de cultura de los jóvenes pobres».

Con todo, opinamos que, si bien la situación básica de-lineada con recia e incisiva claridad por Entralgo no hacambiado fundamentalmente, el gobierno revolucionariode 1933 robusteció el sentimiento nacional, impuso la pro-tección de la tan desamparada mano de obra nativa, redujode rechazo las clases parasitarias extranjeras y abrió laspuertas a una mayor participación de las masas en la cosapública, al tiempo que la industria azucarera y la bancacubana han ido recuperando parte del terreno perdido. Enlos últimos tres lustros han espigado pequeñas minorías dejóvenes más ávidos de bien cimentada cultura que sus im-provisados predecesores inmediatos. El factor negativo loconstituyen los elementos castrenses que tuercen la políti-ca para su beneficio particular.

En un trabajo sobre la evolución cultural que acompañael proceso social de la república, José Antonio Portuondodestaca que tras la explosión romántica que traduce la gue-rra de los Diez Años, la luz del intelecto alumbra la ponde-rada burguesía cubana que se acoge al autonomismo, lacual era culturalmente superior, y con mucho, a sus opre-sores españoles, conforme apuntaba Raimundo Cabrera.Después de abundar con J. M. Chacón y Calvo en lo tocan-te al «fetichismo cientifista» de la misma, el ensayista de-clara que «la cultura de Cuba republicana se inicia bajo elsigno de nuestra frustración política», y puntualiza agre-gando que «el verso de Byrne como el de Miyares dicen laangustia de nuestra frustración». Es más, la cultura cubana

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continúa «minada de pesimismo» a la sombra de la revis-ta Cuba Contemporánea, conservando un caráctereuropeizante a lo largo de la primera etapa republicana,en la que Chacón y Calvo aspira «a ser el continuador denuestros humanistas del siglo XIX».

A poco al socaire del alza del azúcar engendrada por laprimera guerra mundial, «el rastacuerismo criollo» se ex-hibe en París. La bonanza paga los viajes a estos «indiosen levita», en tanto que «los chivos y pucherazos se ha-cen con aires de Rigoletto». Mas, la Gran Guerra no trajosolamente a Cuba republicana la riqueza y con ella elrastacuerismo de sus colonos enriquecidos y de su burgue-sía, en juego entonces de nuevos ricos, sino la inquietud,también, a sus espíritus más altos, y, la interrogación an-gustiada de los tiempos... El ensayista ve la angustia quealienta Poveda prolongarse en los demás poetas, tal comoRamón Rubiera con su fuga simbolista, los hermanosLoynaz con su melancolía desesperada, Juan Marinello consus versos a lo Nervo.

La inquietud seguirá expresándose en las peñas del caféMartí. Pero los poetas empezarán a volver su mirada espe-ranzada hacia el pueblo, con sus carnes doloridas, en elque hay que buscar la salvación. Bajo la escandalosa co-rrupción del gobierno de Zayas, se produce la primera re-acción positiva, voceada en la viril protesta de los 13, «enque por vez primera los hombres de letras se daban a lu-char públicamente en la República por el decoro ciudada-no». En el manifiesto de los 13 inspirado por MartínezVillena se aglutinará el grupo de los Minoristas, que tanimportante papel cultural y cívico desempeñará en el re-manente de la década de los 20.

A grandes y certeros trazos resume Portuondo el naci-miento de una corriente que habrá de ser decisiva en la

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voluntad de regeneración nacional que entonces despunta.«En el año 1923 ocurre la incorporación a nuestra vidacultural y política de un elemento hasta entonces margina-do y más bien retrógrado a través de toda la historia deCuba: la universidad. La inquietud del mundo, y la especí-fica de Cuba en bancarrota, pusieron tenso el ánimo estu-diantil...» «Un poderoso movimiento de repulsa a launiversidad anquilosada y a los procedimientos de compa-drazgo politiquero en la provisión de las cátedras y contralos profesores ineptos, se produjo en la Universidad de LaHabana a la voz de Julio Antonio Mella, despertando ladormida conciencia estudiantil.» «Nació la Universidad Po-pular, bajo el nombre de Martí, y la sirvieron en este perío-do inicial de su vida: José Z. Tallet como Presidente, JulioAntonio Mella, Secretario, y como profesores, además deMella y de Tallet, Rubén Martínez Villena, GustavoAldereguía, Alfonso Bernal del Riesgo, Jorge Vivó,Leonardo Fernández Sánchez, Raúl Roa, Ángel RamónRuiz, Aureliano Sánchez Arango y algunos más...» Se tra-taba del primer esfuerzo por acercar el pueblo a la cultura«y apretar el intelectual su hombro al del trabajador, enunánime esfuerzo por salvar a Cuba de la servidumbre alextranjero». Recuérdese que a la sazón también nacía laLiga Antiimperialista.

Apunta Portuondo que el minorismo entraba cada vezmás en la búsqueda de la voz auténticamente cubana parasus poetas y prosistas. El movimiento nacionalista pene-traba así el predio de la cultura. «Un loco afán de exaltar loautóctono», declara el ensayista y crítico, «nos llevó a ca-minos extraviados alguna vez e hizo una figura nacionaldel guarachero Sindo Garay. Alejo Carpentier y José An-tonio Fernández de Castro se lanzaron a mejores aventu-ras, como la frustrada de un auténtico teatro cubano; pero

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todo quedó en proyectos...» Para Portuondo, «el año 1930marca una fecha capital en la evolución de nuestra cultura:el abandono de las viejas modas intelectualistas y del gestoque pecaba de engolado de la Revista de Avance, frente a losproblemas vitales de la nación y del mundo para asumir unaactitud de comprensión y de simpatía humanas vuelta hacialos estratos más ricos y profundos del alma nacional. Elpopulismo hizo entre nosotros su verdadera aparición...» Enlo que toca al tono de la Revista de Avance y al insoslayableimperativo en el que el rescate del país se conjugaba con lasupervivencia humana misma, sería difícil estar en desacuer-do con Portuondo. Pero pasada la emergencia que convertíaen primordial la acción política y concentró la atención delos escritores en la angustiosamente dramática situación delpueblo, empezaría a declinar el populismo, que tan sólo os-tenta en su haber poco más que el admirable Marcos Antillade Luis Felipe Rodríguez, en el predio de la prosa, con másvastos logros poéticos de acento afrocubano. No tardaría,sin embargo, en imponerse la necesidad de volver a los va-lores menoscabados por preocupaciones extraliterarias, sinque el clamor social ahogue la voz interior del hombre.

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EL PERIODISMO

En el umbral de la república existían tres periódicos, Dia-rio de la Marina, La Discusión, y La Lucha, uniéndose aeste triunvirato en abril de 1901, El Mundo, el cual no tar-daría en asumir, tras de un año de arduas vicisitudes, sufunción independiente como diario del hogar cubano, pues-to y tradición que habrá de mantener, con los inevitablesaltibajos, en el seno de la clase media hasta el presente.Todos eran matutinos y dos de ellos desaparecerían antesde cerrarse la segunda década. La prensa proliferaría, sinembargo, evolucionando técnicamente. Pero iría perdien-do aliento combativo, después de alcanzar la cúspide de laparábola al soltar la mordaza del machadato. De hecho lasopiniones se han descolorido tanto en intensidad como enmatices, convirtiéndose cada vez más empresas burocráti-cas mientras los periodistas olvidan su misión de ardientesy puros defensores de una causa. La radio recoge ahora lasestridentes vociferaciones de improvisados paladines deun partido al servicio de un cabecilla cualquiera, impacien-tes por escalar las lucrativas cimas del poder a golpes dedemagogia, utilizando al pueblo como trampolín. Se care-ce de doctrina y de verdadero deseo de ilustrar e informar.La ambición personal suele mover las plumas más que elanhelo de contribuir al bien del país. La Constitución de1940, presidencialista más que semiparlamentaria, confor-me lo ha señalado Ramón Infiesta, parece interpretar el

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afán de acogerse a un protector, de arrimarse al sol quemejor calienta, en tanto que se agrava la plebeyizacion in-telectual. La llama y el sincero deseo de luchar por lalibertad de Cuba, que ardía en los corazones de los lla-mados a formar la opinión en tiempos de la colonia, seapaga. Faltan periodistas del temple del uruguayo JoséBatlle, del peruano Manuel González Prada y de nues-tro Miguel Coyula. Sin embargo, en el pueblo late unvigoroso anhelo de superación.

Muy ducho en piruetas periodísticas, el fulminante sa-gitario y polemista Ramón Vasconcelos, ha expuesto enLa letra de molde la trayectoria de la profesión en Cubarepublicana. No se trata de una novela, ni siquiera de unbuen reportaje novelado, sino de una caracterización devarios arquetipos que dialogan cuando es preciso debatiruna cuestión, con pervivencias —aún aquí— decostumbrismo, pero la exposición es clara e ilustrativa.Está escrito en clave, aunque Bermúdez representa, sinduda, al autor idealizado, a guisa de justificación. Termi-nado en 1933, presagia la decadencia del periodista cuba-no, si bien por aquel entonces se esgrimían aún reciasplumas de combate.

Declara Vasconcelos que se extinguía el lirismo pa-triótico de los libertadores, desalojados por el frenesí delos grandes negocios. Las especulaciones escandalosasestaban a la orden del día. Lo poco que se hacía despuésde siete u ocho años de administración republicana, lanación lo pagaba con exceso. Todo ello es cierto, con-forme hemos advertido al examinar la llamada «segun-da intervención», dirigida por Magoon. Para un periódicode combate sin escrúpulos, opina el autor, la hora nopodía ser más propicia. Los periódicos mal impresos, eransábanas de enojoso manejo, con soporíficos artículos de

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fondo, esquelas mortuorias, anuncios de compañías devapores, acertijos en primera página y una informacióndeficiente, salpicada de comentarios y chistes de malgénero para hacer un vano alarde de agudeza y perspi-cacia. Todos tenían matiz político y salían por la maña-na. Hacía falta un diario de la tarde.

Así, Barrera, un abogado fracasado, funda un períodicode la noche. Se ocupó por primera vez de noticias obreras,hasta entonces preteridas, a despecho de la marcha ascen-dente del proletariado. Las campañas contra los monopo-lios, los bancos resquebrajados por las especulaciones, lasempresas industriales mal cimentadas y los chivos al prin-cipio no dieron resultado. Fue preciso un ataque que hirie-ra por el flanco vulnerable al gobierno, para que la policíasecuestrara la edición, encarcelara al director, se produjeraun tremendo revuelo en la cámara y se dictara una amnis-tía personal, para que la popularidad del periódico subieracomo espuma. Entonces, cuenta el autor, muy versado entales manejos, los bancos le abrieron crédito, los contratis-tas lo tomaron en cuenta, las sociedades anónimas fomen-tadas con capital imaginario le pagaron en acciones de aguaque hubo quien comprara de un modo u otro. «Adquiriómáquinas» —prosigue—, «contrató servicios especiales,constituyó una compañía publicitaria e interesó en ella apersonas que no tenían más remedio que someterse paraevitar campañas que las pondrían en evidencia y las arras-trarían al descrédito y a la ruina. Se le solicitaba, se le aga-sajaba, se le adulaba».

En la ciudad de los tejados de vidrio había que estar deacuerdo con el golfo que lanzaba piedras al aire por puradiversión —observa metafóricamente el periodista escritor.Era preciso que no se filtraran noticias de los manejos de

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quienes pavimentaban las calles con oro y trocaban papelessin valor en fajos de billetes de banco. Se vivía en un des-lumbramiento constante y, por ende, desorientado, —comen-ta filosóficamente Vasconcelos. Reputábanse afeminadosquienes no ingurgitaban cuatro rones o dejaban asomar labárbara punta de un revólver debajo de la americana. Todoestaba permitido, menos lesionar los intereses creados delperiódico. «Se podían falsear las noticias, deformar las in-formaciones, atacar o defender determinados puntos devista filosóficos, literarios o políticos, loar a Cristo o invo-car a Mahoma, lo mismo daba; lo esencial era que los in-gresos regulares e irregulares no mermaran por tomardemasiado al pie de la letra la misión depuradora yorientadora de la prensa.» Esto era lo que tenía que apren-der Bermúdez, llegado del interior de la república, dispuestoa difundir ideales y defender principios inalterables.

Hasta entonces se pensaba que en el periodismo se pue-de decir todo si se sabe cómo, pero ahora el director pensa-ba que lo fundamental no era el cómo sino el cuándo. Unaentrevista o un simple telefonema podía cambiar el sesgode la campaña, pero Bermúdez se alarmaba con la brus-quedad de los cambios. Mas, las máquinas no se muevencon lirismo. Un diario moderno, estimaba Barrera, es unamercancía con sus altos y bajos en las cotizaciones. Ya noera una tribuna como en el siglo XIX. Si fuera así, el públi-co se conformaría con la doctrina neta, con el tuétano de lacolumna editorial y las colaboraciones de rúbricas ilustres.Pero la profusa información cablegráfica, telegráfica, po-licíaca, deportiva, financiera y económica, a más de lasilustraciones, requería un presupuesto considerable. Enefecto, la opinión pública la forman los periódicos, perolos lectores no quieren sino ideas hechas, frases hechas,

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redondas y acuñadas como monedas. En esa pereza mentalcolectiva radica la fuerza de la prensa. En los diarios ves-pertinos, sin embargo, es más grave el problema del espa-cio y el tiempo, por cuanto en los de la mañana losredactores tienen toda la noche para recapacitar, sopesar ycavilar.

Por otra parte, el periodista no tenía, como ahora, gre-mio ni capacidad de resistencia contra la explotación delgarrotero, siendo despreciado por el tipógrafo de clase ce-rrada y horas bien reglamentadas, al revés de su antecesor,que se identificaba con la gente de pluma y el movimientorevolucionario. Blanchet pertencía a esta última casta, y sereunía con Bermúdez al final de la jornada para comentarlas noticias. Boada, el reportero de vocación, que se desvi-vía para dar el palo periodístico, era sacrificado a la conve-niencia, la noticia sensacional o se la robaba el colega.

El periódico andaba mal porque el director lo perdía todoen el póker, por lo que los periodistas pasaban la semanasin cobrar, y si renunciaban, habría otros dispuestos a ocu-par su trabajo por la mitad del sueldo. Quijano, el periodis-ta espadachín, consideraba que la espada abre el caminomás expedito a la gloria y el dinero, rubricando con la tizo-na la fama de valiente que le permitía esgrimir impune-mente las acusaciones y difamaciones provechosas. Elcronista social impartía distinción a los acontecimientosde sociedad. En las noches de gala contaba con el mejorpalco del teatro, dictaba normas e imperaba por su omnipo-tencia. Vivía como un príncipe y gozaba de más autoridadsocial que el propio director del diario. Las casas de moda leofrecían tímidamente corbatas, perfumes y demás prendas,con temor a que los rechazara. Un olvido intencional delcronista significaba el vacío. Las triviales noticias munda-

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nas abultadas por deferencia hacia personalidades influyen-tes, desplazaban la doctrina de los editoriales, las sanas di-rectrices, los comentarios atinados, las denuncias certeras,la crítica y las buenas colaboraciones literarias.

Bermúdez pasa a otro periódico, El Pueblo de Cuba. «...sesentía a sus anchas en aquella atmósfera de batalla, caldeadapor la solidaridad y por la fe en el triunfo final de la luchacontra la dictadura. Todo era distinto... desde el edificio...hasta la moral de la redacción... Las zonas estaban bien de-limitadas; los reporters, en la oficina y en la calle; los redac-tores en sus mesas, tejiendo libremente el comentario... Losingresos irregulares estaban prohibidos. El repórter cobrababuen sueldo pero debía responder de la autenticidad de lasinformaciones. Nada de colecturías, contratas, sinecuras niconcomitancias con las secretarías. La empresa era rica ypodía hombrearse con los bancos y con el gobierno. Teníaun director y dueño ausente, profesor universitario, tribuno,líder, hombre de grandes arrestos, de ideas bastante radica-les, habituado al combate desde su mocedad de estudianteen las aulas europeas, soldado de la independencia, capaz deir a un duelo, escribir un artículo, dictar una conferencia ysostener un debate parlamentario en el espacio de unas ho-ras, y después devorar un banquete pantagruélico y dedicarlas horas ociosas a la galantería».

Los espadachines de El Pueblo de Cuba se adiestrabantodos los días. Los artículos que motivaban los duelos vo-laban sobre las poblaciones interiores, reproducidos clan-destinamente. Mas, todas las mordazas eran insuficientespara silenciar la voz estentórea del periódico. «Los recur-sos empleados para acallarlo, desde el soborno y la intimi-dación hasta el sostenimiento de una prensa adicta,fracasaban... Por lo pronto, si no a todos, se encerraba a los

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más significados folicularios. Los que censuraban las tro-pelías de la soldadesca en el campo, los abusos de la poli-cía en las ciudades, las sangrías al tesoro, los fraudes, elpillaje administrativo cuyo rastro eran los inmensos des-lindes, las fincas de recreo inmediatas a la capital, los au-tos, el boato, las francachelas, el derroche a la vista delpueblo esquilmado, anemiado por las contribuciones, tri-turado en el torniquete del sistema dictatorial... esos, te-nían reservada su celda en la prisión.»

Era posible enriquecerse con sólo no atacar al presi-dente. «Métete con los cardenales pero deja en paz alPapa.» Pero, como se podía hacer todo menos ir contra elgobierno, Bermúdez fue condenado por el juez correc-cional, verdadero déspota que dicta sentencias inapelables,a cuatro meses de prisión con motivo de la inconvenienteadjetivación de otros tantos artículos. Sumido en ese an-tro de vicio, intriga y perversión, donde se podía inclusoconseguir drogas mediante el soborno, el periodista so-portaba todo menos la falta de cuartillas y lectura. Mas,no toleraba los castigos abusivos a que eran sometidoslos presos, lo que le valió un traslado a una cárcel delinterior, en peores condiciones. Mientras tanto se le pro-longaba indefinidamente la clausura. El ardid consistíaen que alguien presentara una nueva querella por inju-rias, antes de extinguirse la condena. Mientras tanto, amedida que se alargaba su ausencia caía en el olvido, puesen política hay que estar presente.

Surgía un periodismo de frases hechas, falsa monedapuesta en circulación. En Cuba, afirma el autor, nunca ha-bía existido la verdadera democracia. «El derecho era unaabstracción, el pueblo soberano un ente fantástico, los par-tidos una asociación de intereses, el gobierno un aparato

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de succión económica y las reservas moderadoras de la so-ciedad un bello mito.» El sable convertía las derrotas entriunfos. La falta de fe y la duplicidad estaban considera-das como prueba de talento. A poco Blanchet caía en lacárcel con Bermúdez, detenido por dinamitero, para susti-tuir al culpable de haber colocado una bomba en un teatro, alque no habían logrado echarle el guante. En las amnistías delos periodistas culpables de delitos de impresos, se incluíancriminales protegidos por los grandes bufetes y dispuestos aservir de guardaespaldas a los cabecillas.

A la postre El Pueblo de Cuba se vende al gobierno,pero los muchachos de la redacción ponen tienda aparte,buscando un caballo blanco. Precisaba demostrar que po-día existir un periódico independiente, al margen de lasmanipulaciones de un dueño ávido. Con seguridad losanunciantes se pondrían a su lado y los vendedores semultiplicarían, voceando al verdadero defensor del pue-blo. Pero la aventura habría de resultar una buena lec-ción: el caballo blanco tomó el trote hacia los pesebresoficiales, y el público no había respondido a las virtudespuritanas de sus iniciadores.

Los más sensibles no pueden seguir soportando losgolpes. Uno se suicida, otro sucumbe víctima de las dro-gas y el tercero, popular y ameno cronista, después depasar a otro periódico sin que el público lo siguiese, seextingue por desencanto. Agobiados por las tribulacio-nes los compañeros se desbandan, con las nuevas gene-raciones pisándoles los talones. Bermúdez no encuentraempleo, pues temen su independencia, y las redaccio-nes siguen el camino que les conviene, sin admitir pun-tos de vista personales. Otros se colocan en empresascomerciales. El único que encuentra las puertas abiertas

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es el eficiente empleado administrativo. Bermúdez clau-dica, tomando las de Villadiego por la vía marítima. Estepesimístico final de tragedia resultaría más impresio-nante si no estuviese encaminado a legitimizar un aco-modaticio descreimiento. Pero esta filosofía periodísticano es privativa de Vasconcelos.

Remitimos a quienes se interesen en el aspecto anecdó-tico del periodismo cubano, a Caras y Caretas y Grandezay miseria del periodismo, por Enrique Montero.

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PLUMAS DE COMBATE

Cuando arrecian las pugnas sociales, éstas invaden todaslas manifestaciones de la existencia humana. Así la dicta-dura de Machado absorbió por completo la actividad delespíritu, desviando el esfuerzo creador y especulativo ha-cia metas de utilidad inmediata. Las mentes más claras ylos corazones más puros se dieron con ardor a la tarea ur-gente de rescatar al país del sangriento cenagal en que lohabía hundido el tirano. Antes de pensar en su obra, loscubanos tenían que salvar su existencia misma como pue-blo y nación, y para lograrlo era preciso empeñar hasta elúltimo recurso y estar dispuestos a hacer cualquier sacrifi-cio, incluso el de la propia vida. Había que poner en juegotodas las estratagemas y prácticas concebibles, emplearcuantas armas estuviesen al alcance del hombre. En estaguerra a muerte para sobrevivir, los escritores tenían suparte, siendo menester que renunciasen a los más finos yelevados placeres del espíritu para dedicarse a una activi-dad beligerante y convertir la pluma en arma de terriblefuerza penetradora y explosiva, cual barreno de mentes yvehículo de ideas. La literatura tenía que ser un medio, noun fin. El machadato detuvo el desenvolvimiento de la cul-tura y el progreso de las letras cuya renovación se habíainiciado alrededor de 1925; no sólo con la censura sino porla persecución y la miseria que obligó a los escritores dig-nos de su función y jerarquía a dejar de lado el afinamiento

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y la profundidad, para concentrarse en el derrocamiento deese angustioso régimen de opresión y oscuridad. Ello diolugar a la eclosión de una literatura de combate, más pre-ocupada de propagar consignas, agredir la tiranía y denun-ciar sus crímenes, que de calar hondo en el ser; la cualfloreció mejor por razones obvias, después de la caída delsátrapa, cuando se trataba de reestructurar la vida social eimpedir el resurgimiento de los males del antiguo régimenantes de que el nuevo estuviese firmemente establecido.

Acaso el más levantado exponente de esa literatura decombate lo fue Pablo de la Torriente Brau, a la vez partíci-pe y expositor de nervio, quien fijó su atención en el bu-llente sector estudiantil, de primordial importancia en elsacudimiento de la coyunda machadista. El juvenil desali-ño de su estilo posee el apasionado énfasis, la vibrante ener-gía y la límpida pureza emocional de la mocedad robusta eimpoluta. Las dictaduras tienen esto de bueno: atraen a lahez, dejando atrás las más recias y nobles esencias, las másfuertes y verdaderas, que resisten todas las pruebas. Deesta implacable depuración salió íntegro Pablo de laTorriente Brau, moderno hidalgo de la santa causa de lahumanidad, que escribe con su penacho la gesta de la mu-chachada heroica que derribó al gigante monstruoso y re-pelente. Sus páginas sobre los horrores de la penitenciaríade Isla de Pinos pueden allegarse a las de El presidio polí-tico de Martí. Sus denuncias aceradas revelan cómo losasesinos morbosos entran al servicio de los tiranos paracebar su perversión con la sangre y el dolor de sus vícti-mas. Este indomable escritor revolucionario pone a contri-bución su sentido pictórico para subrayar con sarcasmo laatrocidad infrabestial de los carceleros, como en la des-cripción del plácido y exuberante remanso de selvática ycoloreada naturaleza tropical, en cuyas cristalinas aguas

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habita el cocodrilo que los guardianes alimentan con lascarnes de los prisioneros inmolados por ellos. Al hablardel enorme hoyo en cuya excavación murieron de calor ycansancio muchos presos, dice en lo tocante a la extrac-ción del barro: «—Una grúa?... ¿Para qué si el hierro nosufre...» Refiriéndose al abyecto subalterno del alcaide,escribe: «Encontré a Goyito Santiesteban, hombre a quienLombroso hubiera llevado ahíto de orgullo, de congresopenal en congreso penal, como un húngaro lleva su oso deferia...» Tales expresiones punzantes jalonan sus diatribascontra los sicarios del tirano.

Pero no sólo se ocupa Pablo de la Torriente Brau de lavil y repugnante degradación criminal de la dictadura. Haymomentos sublimes como el de la última sonrisa del jovenestudiante Rafael Trejo quien, herido de muerte en unademostración contra el tirano, anima con una sonrisa a sucompañero, menos gravemente lesionado y que habrá desalvarse. Otro ejemplo lo tenemos en su amena exposiciónde la vida y presidio de aquella alegre y generosa mucha-chada revolucionaria que se inmolaba de buen grado com-batiendo a un régimen de terror y abyección; con la felizimpetuosidad que le infundía la noble causa a que se daba,con un poco de la candorosa euforia de niños que estánparticipando en una acción loable.

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EL RÉGIMEN PENITENCIARIO

El horror de Hombres sin mujer escrito en 1935 hace palide-cer los vívidos e impresionantes colores de los cuadros delignominioso presidio político de la dictadura de Machado,trazados con toda la incisiva elocuencia de que era capaz lapluma juvenil de Pablo de la Torriente Brau. Sin vehemen-cia ni indignación, en el soez lenguaje elemental y la procazimaginería de los propios condenados, Carlos Montenegrovuelca la atroz cuanto repugnante verdad de las galeras. Nadatiene que añadir a la elocuencia de los hechos. Frío, impasi-ble, como si tuviese la sensibilidad encallecida por sus doceaños de presenciar y protagonizar el espectáculo, muestra laterrible realidad, capaz de estremecer el plomo del linotipo,en un libro descarnado, tan repleto de horror que devienemonótono. El autor ni siquiera se toma el trabajo de asumirel tono de denuncia, porque ya no le quedan ilusiones. Sabeque sería fútil. Después de conocer a fondo la perversiónhumana, luciría demasiado ingenuo y hasta tonto esperar unrasgo generoso de compasión y mucho menos un acto efec-tivo de reparación. Pero relata los hechos sin quitar ni poneruna coma, para quien quiera enterarse. Tira su libro erizanteen el regazo del remolón arrellanado en una butaca leyendoEl infierno de Dante, y le dice: «Allí está la realidad descar-nada, no la fantasía»; sin pretender, empero, provocar unmovimiento de reprobación, ya no cree en nada. Piensa sen-cillamente que el crimen existe porque está en el hombre,

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y que tan culpable es él como la sociedad que mantiene ladepravación de las prisiones. El lector que tenga concien-cia no puede por menos de darle toda la razón, y concluirque todos somos delincuentes mientras no suprimamosel actual régimen penitenciario, uno de los más feos lu-nares de la república, que aún subsiste a pesar de todoslos amagos reformadores, comenzando por los muy re-motos del obispo Espada, de suerte que el concepto delcastigo, con tenebrosos visos vengativos, prevalece toda-vía sobre el de la reeducación.

La penitencia que se impone es de un sadismo digno delMarqués, de una perversión tan hipócrita como diabólica yrefinada. So color de moral y austeridad se condena al de-lincuente, por lo regular rebosante de energía, a una absti-nencia sexual absoluta. Si tal postura podía explicarse antes,ahora que la siquiatría ha demostrado las graves repercu-siones patológicas de la represión, resulta criminalinfligírsela a seres con frecuencia tarados y corromper conla misma a los sanos. Aún admitiendo que las más de lasveces se trata de casos incorregibles, si bien la siquiatría ylas ciencias sociales demuestran lo contrario, ¿qué pensarde una sociedad que se complace en torturar inútilmente atales seres? Tampoco resulta razonable aplicar el mismotratamiento a los delincuentes natos, los ocasionales y lospasionales. Por lo demás, los hechos escuetos expuestossin argumentación por Montenegro revelan cómo muchosjóvenes ingénitamente sanos e incluso de finos sentimentosse pervierten irremisiblemente. Espantados por el horrorde las galeras, caen sin percatarse bajo la nefanda protec-ción de los presos degenerados, que los pervierten mediantemañas de pasmosa sutileza y habilidad. Los propios cauti-vos degradados no pueden soportar la presencia de los quequieren superarse, y les colocan piedras en el camino me-

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diante tretas abyectas, intrigas y calumnias insidiosas. Elnoble y robusto Pascasio Speeck, un Jean Valjean despo-jado de romanticismo, que procura durante ocho años lle-var una conducta digna, aislándose y encerrándose en unaimpenetrable coraza de silencio, acaba por sucumbir. Lalenta trayectoria de su caída que le conduce a cercenarselas propias manos con la sierra mecánica del taller, en unacto desesperado para suprimirse los puños, instrumentode violencia, movido por un absurdo conflicto de celos yfrustrados propósitos de rectitud; constituye el único hilopatético de la sucesión de deprimentes estampas de per-versión asquerosa del régimen penitenciario que nos endilgala pluma tajante de Montenegro.

Sumergir a los hombres en un pozo de aberraciones, auncuando se trata de criminales, es impropio de una sociedaddecente. Las prisiones en que la maldad impera al extremode permitir exprofeso que los enfermos se mueran sin aten-ción médica, donde los mandantes lanzan baldes de aguahirviente sobre los presos o se valen de sus prerrogativaspara corromperlos, donde el rancho repugna tanto que algu-nos prefieren morir de inanición antes que comerlo, dondese mojan los pisos de las celdas para obligar a los condena-dos, desnudos, a dormir en cuclillas, donde los delincuentesconviven con locos e idiotas, donde se vive en degradantepromiscuidad sin el menor esparcimiento; son inmundoscultivos de vicios y bajas pasiones de los que no se salvan nilos que tienen alma de santo o fibra de héroe. No todos losdelincuentes son incorregibles y, si el hombre medio sólocontiene sus impulsos criminales ante la amenaza de unasanción, castíguese a los culpables, pero edúqueseles enun ambiente adecuado. Mas, conforme lo acredita el pavo-roso documento de Carlos Montenegro, los penales de larepública son depravación y muerte, no castigo.

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LA RÁFAGA

La ráfaga es un raudo reflejo de la agonía y muerte de ladictadura de Machado. Empieza en el año 1931, cuando lamisma estaba todavía fuerte pero mostrando irrecusablessíntomas de grave enfermedad. El autor, Roberto Pérez deAcevedo, traza con lápiz reporteril sobre las páginas de undiario la trayectoria del descenso hasta el fin y de los pri-meros meses de los regímenes revolucionarios subsiguien-tes. Se trata, en suma, del relato de un testigo simpatizante,de un reportaje retrospectivo tejido con el hilo novelescode una experiencia personal. Como obrero técnico de lacompañía de teléfonos, el narrador está situado en uno delos centros nerviosos de la nación, hoy día de vital impor-tancia para el mantenimiento del orden y la cohesión, asícomo para el trabajo subversivo. Desde el primer momen-to el lector roza el movimiento revolucionario, al irrumpiren un gran banquete político organizado al aire libre enMatanzas; como homenaje de las clases populares al dic-tador. Este, temiendo ser envenenado, delata su preocupa-ción mientras come. Cuando al comenzar su discurso anteel micrófono, ocurre una interrupción en el funcionamien-to del aparato, se torna ostensiblemente nervioso, pregun-tando con visible alarma qué es lo que sucede. El empleadotelefónico a cuyo cargo está la transmisión, se halla a sulado y lo observa todo, pudiendo comprobar, al desmontarla instalación, que se trataba de un sabotaje, puesto que

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había un alambre cortado. Mientras tanto un grupo de es-tudiantes, a todas luces revolucionarios, le invitaba a to-mar un trago, con el fin de distraerlo. El día de lainauguración del Capitolio hubo de pasar el tirano otromomento desagradable ante el micrófono, al dispararseantes de tiempo la salva de un cañón.

Eran los tiempos de la depresión económica, en que labaja de los alquileres era tal que el narrador podía vivir,pese a los sucesivos desmoches de la jubilación paterna,en un palacete, junto con su padre y dos hermanos meno-res, Luisa y Antonio, perteneciente este último al ABC,organización revolucionaria de estructura piramidal y co-lor verde-fascista. Una noche Guillermo Balbón, el na-rrador, asiste a una función teatral que resultó ser un actode agitación oposicionista estudiantil, destinado a trocarseen una de esas célebres «tánganas». Al descorrerse el te-lón quedó descubierta una enorme pintura chillona de unhombre hambriento y depauperado sosteniendo una ban-dera cubana, el cual representaba el pueblo de Cuba. Seproduce una conmoción inmediata de tal magnitud que elpúblico tiene que evacuar el teatro. Fuera, suenan nume-rosos disparos. Muchas personas se echan en el suelo,entre ellas Guillermo, el cual siente que una mano feme-nina aferra la suya y lo conduce a una calle lateral. Allí ladueña de la misma le pregunta si él es de los suyos. EsIrma, una muchacha menuda pero vibrante de vitalidad yhenchida de fe en sus ideales de justicia y libertad. Él,prudente en su conducta y moderado en las ideas hastaparecer pacato y pusilánime, contesta que no. Ella replicadulce y persuasiva que no se puede permanecer neutral antela realidad que confrontaban los cubanos; que por lo me-nos, si no se actuaba, era preciso comprender. Esa chiqui-

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lla a la vez suave y enérgica, tierna y firme, acaba porfascinarlo, y él la sigue en la lucha clandetina sin compar-tir sus convicciones.

Entre los conspiradores se abre paso la opinión de quees preciso apelar a la intervención americana, para impedirque la lucha dure demasiado. En 1933 las discrepanciascomienzan a dividir las filas del ABC, el cual acepta ofi-cialmente la mediación del nuevo embajador Welles, se-parándose del resto del movimiento revolucionario. El 7de agosto la radio difunde la falsa noticia de la renunciadel dictador, a fin de promover una masacre del públicoque se echa a la calle para manifestar su júbilo. Mientrastanto, la huelga se generalizaba, los periódicos no salían yla basura se amontonaba en las calles. La población sentíalas mordeduras del hambre y las privaciones. El 12 cae porfin el tirano, pero cunde el desengaño al ser sustituido por elacomodaticio Céspedes, apoyado por el ABC, el OCRR y laUnión Nacionalista. Ello acarrea el golpe del 4 de septiem-bre. Irma jubilosa ante la perspectiva de ver realizados susideales se entrega a Guillermo, ya que se siente desasida desus compromisos revolucionarios, de los cuales él estabaceloso. El nuevo presidente se pronuncia en contra de laEnmienda Platt y las deudas espurias. El proletariado pre-senta sus demandas y el ABC emprende su contraofensivacon ayuda extranjera, ocupando las estaciones de policía ylos cuarteles de San Ambrosio y Dragones, y se dirige haciael campamento de Columbia. Estalla la lucha fratricida en-tre los aliados de antaño contra la dictadura. En esta intento-na del 8 de noviembre, frustrada por el ejército, muere,peleando en las filas del ABC, Antonio, cuyo cadáver «te-nía los ojos abiertos, y en su mirada postrera, me parecióencontrar el asombro de la muchachada». De todo esto,

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que es historia, Pérez Acevedo hace un reportaje novelado,incluyendo la llegada de Caffery en diciembre, las dificul-tades económicas y los ataques convergentes de derechase izquierdas contra el gobierno revolucionario; para termi-nar con un dejo amargo.

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LA REVOLUCIÓN DE LAS MUJERES

Ha sido radical el cambio operado en la mujer cubana des-de los inicios del tercer decenio de la república. Conformela presenta Carlos Loveira en sus novelas, por aquel en-tonces parecía incapaz, y a veces indigna, salvo excepcio-nes, de marchar junto al hombre como compañera. Hoydía no sólo se ha emparejado el desnivel, sino que se in-vierte con frecuencia, especialmente en el terreno cultural,al extremo que la igualdad va siendo una meta masculina,más que femenina. ¿A qué se debe esa evolución tan rápi-da? No cabe duda de que el agente catalizador, tan paradó-jicamente como en otros extremos, fue el machadato. Lalucha contra la dictadura sacó a la mujer a la calle, dondese mostró de todo punto digna del comportamiento de susabuelas mambisas en la manigua. De cómo secundó y am-plió la labor de los rebeldes, de cómo protestó en la víapública y encubrió a los perseguidos, dan fe algunas pági-nas de Gonzalo de Quesada y Miranda. Por su parte, Pablode la Torriente Brau hace una vívida reseña del acto deprotesta contra la muerte de Rafael Trejo a manos de lapolicía machadista, organizado por un grupo de mujeres.Irma, el frágil pero decidido, enérgico y puro personajeque en La ráfaga, de Pérez Acevedo, simboliza la revolu-ción, no constituye de modo alguno un caso excepcional.La mujer revolucionaria cubana se mostró a la altura delhombre en toda circunstancia. Por eso, al caer la dictadura,

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se encontraba junto a él, en igualdad de condiciones, com-partiendo sus derechos y deberes. Acaso la obra que mejorcuenta da de ese progreso es Cuando libertan los esclavos(sic), la novela de Lesbia Soravilla que capta los brotes defeminismo y sus aspiraciones culturales que preludian elmachadato, los cuales habrán de afianzarse y extendersedurante ese período.

Rebeca, uno de los principales personajes, acaso el mástípico y mejor perfilado, es una escritora y conferencianteque trabaja en un periódico. Sumamente afectada, de almafría y diseca, aparenta con aire de superioridad el hastío dequien está de vuelta de todo alimentando empero la creen-cia un tanto ingenua de que equiparación de sexos signifi-ca masculinización, lo cual no le impide mostrar un agresivodesdén hacia los hombres. Acoge bajo su techo a Marianela,que servía a la vez de amante, modelo y cocinera para unpintor vanguardista, a más de procurarle ocasional ayudamonetaria por vías inconfesables; y del que la autora poseeun concepto pueril más propincuo al romanticismo deMurger que al del prototipo moderno. Al cabo encuentraun trabajo para su protegida, cuyo jefe le hace renunciar alempleo por no responder a sus avances, a lo cuál ella acce-de con el gusto que le proporciona el sentirse dueña de sudestino. Y en efecto, al través de la obra se repiten confrecuencia alusiones a la emancipación de la mujer, enca-denada por los hombres y las costumbres.

Berenice, la heroína, es una joven que, tras de su decep-ción matrimonial, escribe una novela y prefiere vivir solaen la pobreza a depender de su marido, buscando en vanoun consuelo en las caricias vacías. Cuando no le alcanza elproducto de la venta de su libro, trabaja en una oficina,donde le es dable observar que una compañera que figuracomo empleada es en realidad la amante del dueño de la

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empresa. Le repugna la castidad aparente de estas mujeresque no se dan pero se venden, de cuya bonitura los hom-bres hablan como si se tratara de una hermosa yegua re-cién importada para correrla en la próxima temporada.Prefiere las que rompen las ataduras de la propiedad y lasconvenciones, para entregarse libremente a su vida sexual.A medida que crece la opresión de Machado, advierte cómose agrava la miseria física y moral y desea combatirla, perono se decide a afiliarse a ninguna tendencia política, yaque repudia el radicalismo de las izquierdas al par que elreaccionarismo de las derechas, y el centrismo le parecedemasiado acomodaticio; de suerte que opta por aliviar elmal cómo y dónde quiera que pueda. Así, utiliza sus en-cantos para lograr la intervención de un político influyenteen favor de presos revolucionarios, lo mismo que para con-seguir el dinero con que pagar la cura de algún amigo en-fermo o socorrer a un hambriento. Lo malo y lo bueno,estima, se encuentran por igual arriba y abajo, cualquieraque sea el sistema social.

La novela tiene rasgos de un descarnado realismoimpresionista, pero a veces resulta vulgar, recordando in-cluso, por momentos, ciertos slogans de cosméticos yfarmacopea norteamericanos. La crítica social es excesi-vamente unilateral, ya que los hombres no son tan maloscomo los pinta, ni es tan raro el amor. Hay detalles obser-vados con certera agudeza, pero todo transpira un extre-mismo de adolescente, por lo demás muy propio de aquellaépoca en Cuba. La decepción de Berenice en lo tocante asu marido es demasiado brusca para parecer real, ya que lavulgaridad del mismo es tan crasa y ostensible que no po-día pasar inadvertida durante el noviazgo. Por otra parte,el hecho recuerda el bovarismo de Victoria en Las honra-das de Carrión. En el libro no hay más que mujeres desen-

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gañadas, desde la dueña de la casa de huéspedes hasta Re-beca, la cual repudia los adornos, desprecia a los hombresy fuma sin cesar, encendiendo cada nuevo cigarrillo con lacolilla del anterior; pero su dureza resultará de mayor pro-vecho que la piedad de Berenice. Esta, ante el dilema deconvertirse en prostituta legalizada, casándose con un ricoa quien no ama, o vivir libre al margen de la ley con unhombre casado y sometido a los convencionalismos, optapor el segundo partido. La pretensión de que Berenice ha-bía dicho en su novela Simiente heroica lo que ningunamujer en Cuba se había atrevido a escribir hasta entonces,estaba muy en consonancia con el petulante espíritu de re-beldía de aquellos años.

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FOTUTO

Con su cornucópica y abracadabrante prosa barroca, Mi-guel de Marcos encarna la última expresión del largo yrespetable linaje costumbrista cubano, el cual no parecehaberse extinguido aún. El motivo de esta lozanapervivencia entre nosotros de un género que ha caducadoen otros países merece un estudio aparte, aunque cabeadelantar que ello significa que no hemos pasado todavíapor completo del estadio de los apuntes críticos al de lanovela. Seducido por el sabor y el deslumbre de las pala-bras gustosas y extravagantes, Miguel de Marcos vuelcasobre las páginas desérticas cuernos de abundancia, re-pletos de vocablos que son suculentos y sazonados man-jares culinarios franceses y óptimos frutos del huertoantillano. Su obsesión gastronómica, chorreando salsas yrezumando jugos, no le abandona ni en los momentos mássolemnes, los cuales, por lo demás, toma a chacota, pintan-do un cuadro grotesco y pantagruélico de todas las manifes-taciones de la vida nacional. Este opíparo Rabelais tropicalpresenta una vasta galería tipológica criolla, con un rico ban-quete verbal del que deben abstenerse, empero, puristas ycastizos, académicos y clasicistas, so pena de morir deembolia. Este goloso zumbón no reconoce cánones ni medi-das. Sus hiperbólicas caricaturas decantan una existencia quees de por sí exageración y desquiciamiento. Una de ellasrepresenta a Fotuto, nacido dos años antes del siglo, valedecir con la independencia.

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Quienes logran vadear las cuatrocientas cincuenta y ochopáginas de la fluvial verbosidad de Marcos, salen empapa-dos de la burbujeante esencia de nuestro choteo capitalino,jacarandoso y burlón que deriva con frecuencia hacia losoez y chocarrero. El autor pone hábilmente a contribu-ción su vasta experiencia como reportero y cronista parla-mentario para descubrir con subido cromatismo la bohemiaperiodística, callejera y política, enhebrando un cúmulo dehechos típicos, arrancados de la crónica de sucesos coti-dianos, sin perder de vista un solo instante lo grotescamenteabsurdo del acontecer criollo. Su Fotuto es un guajiro apá-tico hasta la abulia que por su incapacidad de labrar la tie-rra deviene, gracias a la mediación de su padre, mozo debotica en Trinidad, y que por aburrirse allí, marcha a LaHabana, sin más recursos que los cincuenta pesos que leentrega el apotecario. Mezcla de candor, ingenuidad y senti-mentalismo con un mínimo de astucia; de pasividad y súbi-tos exabruptos románticos; despreocupación y adaptabilidad;desprendimiento y humildad con arrestos de orgullo; tipificael sano pueblo cubano. Resignado y fatalista sin amargura,parece una pelota en manos del destino. Con todo, se despa-bila y se abre paso en la capital; o, más bien, se «defiende»,para emplear el preciso término popular. Empieza como de-pendiente de un efímero espendio pascual de lechón, en losportales de Galiano. Expansivo y un poco plantillero, dejaque un periodista elabore sobre su pasado. En efecto, merotestigo casual del secuestro de un rico hacendado permiteque se le crea el rescatador que puso en fuga a los temiblesbandoleros Solís y Álvarez; simple acompañante del do-mador de una pantera escapada de un circo, el cual la per-sigue en vano, se hace pasar tartarinescamente por elmatador de la fiera. Al estallar la llamada guerrita de fe-brero en 1917, cuando contaba apenas diecinueve años, el

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azar le hace parecer como salvador de un personaje en laoscuridad de un pasillo pero, involuntariamente también,como revolucionario. Un aspecto verdaderamente profun-do de la obra es que Fotuto parece desprovisto de iniciati-va propia, como si sólo actuara espoleado por la necesidad,característica precisamente muy difundida. Claro que lacarencia de oportunidades en La Habana del primer terciode siglo propiciaba dicha veleidad.

Menudean los instantes tragicómicos estilo Chaplin,como la despalilladora Catalina y su pasión, muerte y ve-lorio, y el matrimonio de Fotuto con la loca. Pero la ola delras de mar arrebatando de los brazos de Fotuto, después delo que pudiera considerarse su segunda viudez, a su hijitode tres meses mientras lo salvaba de la casa siniestrada porel ciclón, es una escena digna de las más punzantes delgenial artista de cine. El sencillo personaje resulta un tantoapabullado por el derroche lingüístico erizado de galicismosy neologismos. Con frecuencia los conceptos y la expre-sión son impropios de la mentalidad del sujeto. Tal pareceque en ciertos aspectos al autor no le importa ser conse-cuente, dejando que todos sus personajes hablen como él.

Simple juguete de las circunstancias, Fotuto, tras de re-sultar herido por la explosión de una bomba, es arrestado ygolpeado por los esbirros de Machado como autor del he-cho, sin haber tenido arte ni parte en el mismo. Pero a par-tir de este punto el guajirito resignado se subleva y, dueñode su destino, se convierte en uno de los enemigos másdecididos y temerarios de la dictadura. Con nervio perio-dístico y opulencia satírica renacentista sazonada a la cu-bana, Miguel de Marcos ha trazado la trayectoria de unarquetipo primigenio de la república, engullido por la re-volución a pesar de su despreocupada mansedumbre. Elepisodio tomado de un hecho verídico en que Fotuto, con-

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fundido en la muchedumbre que acude a contemplar el arri-bo del Indianápolis con propósitos intervencionistas, ex-trae su revólver para dispararlo contra el poderoso cruceronorteamericano constituye un dramático acto desesperadoen que se conjuga el simbolismo y la catarsis.

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ROMANCE DE UNA DESPALILLADORA

De la sórdida y pobre existencia de una despalilladora ofreceun atisbo la sin embargo voluminosa novela El dios mal-trecho. Cualquiera que sean sus méritos, esta obra reflejaen parte la tónica social y afectiva de la década del 30, tanhuérfana de buena literatura, si bien fue escrita al finalizar elsubsiguiente decenio. El tema es la pasión que un revolucio-nario enciende en el corazón sencillo de una obrerita tabaca-lera, con sus chispeantes arengas ante el micrófono. La radioes, en efecto, el nuevo vehículo que agita la atmósfera socialy política con sus extraordinariamente eficaces cargas ex-plosivas que se difunden en las zonas populares durante todoel período de marras. La novela está compuesta de dos dia-rios, pero el de Niñita es de prosa demasiado correcta y devocabulario impropio para una muchacha que no ha termi-nado la escuela primaria. Por constar de dos relatos parale-los, el de la obrerita y el de Alfert, su seductor, cotejados yampliados por Pineda, que es también uno de los persona-jes, la forma resulta novedosa. Otro más recoge y presentalos manuscritos, y un tal Martínez, más bien testimonio queprotagonista, emite al final, junto con Pineda, su opiniónsobre los sentimientos y la conducta de Niñita y Alfert. Todoello tiende a crear la impresión de que se trata de un caso dela vida real. Basar una novela en un supuesto documentoverídico es un viejo procedimiento. Los románticos, en suafán de realzar las pasiones, lo empleaban con frecuencia a

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fin de hacerlas parecer más reales. Un ejemplo lo ofrece elAdolfo de Benjamín Constant, al que se emparenta la pre-sente novela también por sus pretensos ribetes sicológicos.La originalidad de ésta reside, sin embargo, en la simulta-neidad de los diarios y la manera en que están presentados,con el giro jurídico de la conclusión, donde se examina,post mortem, la culpabilidad de los personajes, existiendo,en este repecto, una contradicción entre el aserto de que nose trata de poner en causa el aspecto moral, y el hecho deque se examina, precisamente, la conducta de cada perso-naje. Mas, el autor, que encubre su identidad bajo el seu-dónimo de J. F. Esares Don, no logra peraltar su profesiónde abogado, ajustándose, asimismo, acaso sin percatarse,a las implicaciones morales que conlleva el carácter de pré-dica mantenido por las doctrinas literarias socialistas.

El documento humano desempeñaba un papel fundamen-tal en la escuela realista, pero se le tomaba a secas. Mas, enla novela que nos ocupa, el autor, especialmente en la pri-mera parte, grapiña a Niñita en un almíbar sentimental queestá en oposición con su comportamiento, desde el princi-pio mismo, donde ella se entrega a Alfert sabiendo queestá casado y a punto de ser padre. Aunque puede com-prenderse el hambre afectiva que padece la desamparadaobrerita, la forma en que ella lo persigue desmiente su pre-sunto recato extraordinario de un modo tal que ni siquierael fuego de la pasión explicaría. Una mujer cabal, de finurainnata, conforme se la supone, no se dejaría arrastrar por laprostitución a causa del despecho o por un amor frustrado.De hecho, el tema es típicamente romántico y, en efecto,descubrimos un precedente en «La venganza de una mu-jer» de Las diabólicas de Barbey d’Aurevilly. El gusto dis-cutible es, por lo demás, propio de un período poco dado adiscernir los matices emocionales.

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En síntesis, Niñita, una humilde y honesta despalilladoraabandonada ya por su marido, y con dos hijos y la madreenferma a su cargo, se enamora, contando apenas diecio-cho años, de un distinguido abogado y dirigente político,llamado Alfert. Apocada primero por el brillo y la posi-ción social del adalid, no tarda en arrojarse en sus brazos.Ardiendo de pasión, y pese a su pulcritud inicial, quiereromper el matrimonio de su amante. Este resiste, pero sedeja arrastrar poco a poco, si bien no se decide a dejar asu esposa y a su hijito. Ella, celosa y sin poder lograr sudeseo, rueda por la pendiente hasta caer en la prostitu-ción. Mientras tanto, él se consume y degrada bajo el dobleazote de la pasión y el conflicto anímico. Niñita toma lapuerta del suicidio y él pierde la vida en España, a dondeha ido a resolver un embrollo de herencia, pero que, dehecho, representa una huida. Hay mucho tango a lo largode la obra, conforme cuadra al momento de cursilería sen-timental y de penuria estética que atravesaba Cuba. En elsupuesto de que el tema esté tomado de la vida real, unoquisiera que el autor se hubiese ceñido más a los docu-mentos escuetos, desnaturalizados por una excesiva do-sis de sentimentalismo barato. Pineda, enamoradoincorrespondido de Niñita, resulta ñoño y pegajoso, perohay que admitir que las personas como él existen. Asímismo, la afición de Alfert por las carreras de caballos,impropia en un verdadero revolucionario, ilustra la con-fusión de los conceptos imprecisos sustentados por laslegiones de los que entonces se tenían por tales,autocalificándose de auténticos. En estos aspectos El diosmaltrecho, como espejo de un período que no descue-lla por la depuración intelectual, estética y afectiva,contiene una gran dosis de verdad. Hay atisbos edi-ficantes de la población pobre al par que del complejo

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de inferioridad de ese sector ante el fausto mundano. Tam-bién debe acreditársele la inconspicuidad del estilo, enconcordancia con el sesgo contemporáneo, refractario ala bambolla y la retórica.

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EL TINILISMO

Conforme les cumplía, nuestros escritores no han perdidode vista el campo, ni siquiera en sus novelas urbanas, sal-vo en los casos de Félix Soloni y Enrique Labrador Ruiz.José Antonio Ramos, Miguel de Carrión y Carlos Loveirasitúan en el interior de la república por lo menos un puntode referencia. Ello se explica por nuestra carencia de gran-des ciudades superada tan sólo en los últimos años, y porel hecho incuestionable de que tanto la raíz como la saviade nuestra existencia están en el agro de donde procede,incluso, la mayor parte de nuestra población capitalina; sibien resulta curioso comprobar que en las novelas de CiriloVillaverde, apenas exceptuando Cecilia Valdés, el elementourbano predomina más que en las de nuestros autores con-temporáneos. Excluimos de esta enumeración las obras entorno al machadato, por cuanto el ascenso y la caída de ladictadura tuvieron por escenario la capital. Con todo, senota la ausencia de un personaje específico que encarna alguajiro como Juan Moreira o un Martín Fierro al gaucho,hasta que el Tilín García de Carlos Enríquez vino, en 1939,a llenar el vacío. El Marcos Antilla de Luis FelipeRodríguez, surgido en 1932, representa un intento enco-miable, pero, aunque ello no vaya en desdoro de la obra ensí, no constituye propiamente un carácter bien perfilado,como en el caso de Tilín García. Tal vez la serie de gran-des personajes, símbolos vivientes del pueblo, la cual culmi-

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na en Segundo Sombra, constituyendo en nuestro conti-nente un blasonado privilego de las letras argentinas, co-rrobora la pervivencia de la tradición hispana, ya relevadapor Unamuno, y creadora de don Quijote y Sancho, donJuan, fray Gerundio y tantos otros. Y acaso supo a CarlosEnríquez, por ser pintor, llenar esa carencia de nuestra mi-tología literaria, en cuanto su pupila de retratista le permi-tió ver y fijar los contornos del personaje alegórico a la vezque presente de cuerpo y alma en nuestra población cam-pesina, pese a que, ostensiblemente, don Segundo Sombrale sirvió un poco de modelo.

Al igual que sus congéneres, Tilín García tiene de real yde legendario a la vez; cual Robin Hood y sus derivadosrománticos alemanes, tiene algo de bandolero en funciónsocial. Conserva algunos de los rasgos revolucionarios deManuel García, Rey de los Campos de Cuba; como él, alpar que Juan Moreira y Martín Fierro, es, hasta cierto pun-to, producto de las circunstancias, aunque más bien políti-cas y económicas que legales. Los geófagos habíanabsorbido gran parte de las tierras de su padre. Y él noestaba dispuesto a que le despojaran de lo que poseía. Paraello se precisaba ser guapo de verdad, pero él se defende-ría contra quien fuera con el filo de su machete. Los cen-trales azucareros arrasaban los bosques de maderaspreciosas y engullían las tierras para sembrar caña. «...bro-taron de la tierra como hierba mala... buscando tierras vír-genes que devastar... infestaron los campos con suscachazas hediondas, regando el virus de la ambición y dela esclavitud...» Se extorsionaba, se robaba la tierra «contodas las de la ley», para sembrar caña. Al morir su padre,volvió de la escuela a donde él le había mandado, y se rióde la ley. Había aprendido bastante: «Las leyes amparan almás fuerte.» Ahora en sus tierras laboraban sitieros que

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habían sido desposeídos como su padre, mediante presio-nes económicas y prácticas leguleyescas. Pasaría a la con-traofensiva, cual moderno Quijote enderezando entuertos.Si el país estaba destinado a convertirse en un inmensocañaveral, constituiría una enorme cooperativa de colonosque molerían su propia caña, prescindiendo del hacenda-do. Cuando fuese menester, extorsionaría a la fuerza el di-nero de los ricos. Así, le vemos andar a campo traviesa,montado en su fogoso Lucero, vomitando groserías y obs-cenidades, en compañía de don Esteban, a quien ha podidoganar a su causa. Este hombre que emplea el producto desus exigencias de dinero para rescatar las tierras perdidas yque castiga a los cuatreros, es un esforzado justiciero errantepara los guajiros empobrecidos y faltos de protección.

Pese a su carácter episódico carente de enredo, es unade las novelas mejor construidas de nuestro período repu-blicano, así como de las menos farragosas y de más livianofluir. Hay madera de escritor en la soltura del estilo y en elacertado cuanto discreto empleo del léxico camagüeyano.Mas, pintor al cabo, Carlos Enríquez ha recargado un pocoel pintoresquismo de su personaje, aunque su intenso cro-matismo y la índole de sus imágenes revelan el influjo deun escritor de raza, Ramón del Valle Inclán; los atisbosselváticos se asocian a Horacio Quiroga. El autor se rego-dea en el uso y abuso de palabras obscenas, así como en lainclusión de detalles de craso realismo: «...escupió feroz-mente, levantando el salivazo polvo de entre el polvo, yrodando después convertido en pelotilla de fango». El mon-taraz Tilín, con su desprecio por los hediondos pueblos deprovincia que recogen los ineptos para las grandes ciuda-des lo mismo que para el monte, nacido del proceso lati-fundista azucarero precipitado por el machadato yconcreción viviente de la sed de venganza y reconquista,

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seguirá cabalgando en la imaginación de los guajiros y enlas páginas permanentes de nuestra literatura. Acaso elúnico reparo serio que puede hacerse a la obra es la excesi-va prolijidad de sus partes dialogadas, ya que lo hablado esteatro; lo escrito, novela.

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LA REPÚBLICA DE LABRADOR RUIZ

Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Puesbien: hemos visto cómo después del derrumbe, en 1920,del mercado azucarero y la consiguiente bancarrota, no que-daba en Cuba ni siquiera eso. También hemos visto el vi-raje que empezó a producirse en el segundo decenio de larepública, cuando se había llegado al fondo del abismo.Surge entonces un movimiento de rescate que pronto to-maría un cariz de vigorosa corriente nacionalista que hizovolver la atención de los escritores hacia el interior del país,lo cual confirió a Luis Felipe Rodríguez, que venía de allícon su bagaje campesino, visos de precursor. Libertado porlos batalladores intelectuales antimachadistas, salió delpresidio Carlos Montenegro para volcar con maticesfolklóricos un cúmulo de absorbentes evocacionesmontunas, junto con punzantes relatos de la atroz degrada-ción de la vida carcelaria. Siguióle Lino Novás Calvo, consus turbadoras narraciones y rico caudal de variadas y du-ras experiencias. Dora Alonso arribó con sus alforjas re-pletas de estampas guajiras. Formóse una escuela condiferentes tintes realistas, representada por Carlos Enríquez,Onelio Jorge, Agustín Guerra y otros cuentistas, que co-mienza, empero, a sistematizarse, a mostrar síntomas decansancio y agotamiento; y cuyos sucesores derivan haciala epidérmica seducción del colorido. Por otra parte, mien-tras en esa mirada introspectiva nacional unos ojos se de-

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jaban atraer por el ensalmo del cromatismo, otras pupilaspermanecían adheridas a los contornos dibujados por las doc-trinas sociales. Igual camino tomaron los primeros intentosde arte dramático, según la minuciosa exposición de Nativi-dad González Freire en Teatro cubano contemporáneo.

Mas, no cabe duda de que el período de relativa estabili-dad que se inicia por el año 1940 propició un movimientode liberación literaria, desasido del elemento telúrico alpar que de las contingencias político-económicas, estas úl-timas morigeradas por la prosperidad del período bélico.Mientras nuestros escritores de la tierra podían inspirarseen el ejemplo de Horacio Quiroga, José Eustasio Rivera oRafael Pocaterra, otros preferían las corrientes renovado-ras universales. Las letras cubanas, supeditadas a impera-tivos más categóricos, transitoriamente remozadas por elinflujo efímero de la Revista de Avance, impetraban depu-ración y galanura. De la camada de escritores que respon-dieron, Enrique Labrador Ruiz es uno de los representantesmás típicos y excelsos, siendo el primer novelista de la erarepublicana que ostenta ribetes de estilista. Sus novelasgaseiformes plasman un dionisíaco gesto de liberación.

Quimérico, con las transparencias superpuestas de sussueños, cabalga sin riendas por los campos abiertos de sumundo, el del hombre, medida de todas las cosas. Desliga-do de los problemas nacionales y las tesis, preocupado porla donosura de la expresión y las esencias vaporosas, nodeja de ser medularmente cubano. En él renace el choteode ley, el inquieto, el pujante, el optimista. No es ningúnsanto, ¡gracias a Dios! Es malicioso y a veces malévolo.La sátira verdadera no puede estar contrahecha y rebajadapor el rencor que la reduce a las dimensiones personales, opor lo menos no aparentarlo, al revés de lo que le ocurría aBobadilla. Las penetrantes flechas de Labrador Ruiz están

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hechas de un material más liviano y refulgente. Su sanochoteo criollo es fino, atildado y retozón, con su peculiarsocarronería alegremente intencionada, a la que respondedócilmente una prosa a la vez dúctil y firme, flexible yrecia, fluyente pero no desosada. En La sangre hambrien-ta, con las exclusas del recuerdo ampliamente abiertas, vuel-ca una alucinante sucesión de estampas impregnadas delexcitante licor anaranjado de su destilería humorística. Lasevocaciones van de un babélico edificio de apartamentosvenido a menos, que sobresale de la mediocre alzada de lacapital, a un ángulo de provincia. En el colmenar citadinopoblado de artistas, comediantes e intelectuales más próxi-mos a resolver la cuadratura del círculo que el problemainsoluble de unos frijoles en la redondez de un plato, ocu-rren escenas absurdamente cómicas, propias del remolinode subversión social y despampanantes contradicciones quedejó a su paso el delirante primer gobierno de Grau SanMartín. De allí el recuerdo conduce a un pueblo de LasVillas, cuajado de cominería, chismes, ruindades, pobre-za, prejuicios y supersticiones. Con todo, no se trata deuna «aldea gris», triste y sórdida, sino de una aldea cuba-na, blanca y rosada, bajo un cielo azul y riente, pese a lassombras de la miseria y a los planazos de la guardia rural,porque en ninguna parte de la república puede faltar el cho-teo, el cubaneo y el relajo. La población está hecha de esospersonajes grotescos y verídicos que sólo sabe reclutar coninfalible y paciente puntería el autor presentándolos conlabradoriano regodeo fonético e idiomático y salpicandola sal con discretas, muy discretas, gotas de miel, como lasdel efímero cuanto conmovedor peregrino descalzo EscipiónHipólito con su perro y chivichana caritativa. El astro deldía ha suplantado las estrelladas alucinaciones nocturnasde Trailer de sueños iluminando los colorines de la exis-

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tencia cotidiana. La novela no termina porque, calentadapor un sol de fuego pero burlón y alegre, la sangre siguehambrienta de carne, sedienta de placer y anhelosa de di-versiones, corriendo en perenne círculo vicioso. Es el tor-bellino frenético de la república en pos de una escurridizafelicidad, tan pronto real, tan pronto ficticia.

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GUY PÉREZ DE CISNEROSY LAS ARTES PLÁSTICAS

La revolución de 1933 fue estéril para la cultura, reputadasuperflua en el encauzamiento político y sindical de lasmasas, cuyo dominio se disputaban por igual las derechasy las izquierdas. Tampoco gozaba de favor entre los ele-mentos castrenses de nuevo rango mandados por Batista yprocedentes de la hez social. En menor escala lo mismosucedía, dentro del ámbito literario, con la corriente nacio-nalista, que repudiaba todo influjo extranjero, al par queentre los seguidores de la tendencia populista y sus afines,temerosos de alejarse de las formas rudimentarias de ex-presión, asequibles a las capas más ignorantes. Por otraparte consideraban ocioso pensar en los sentimientos másocultos y matizados cuando les preocupaba no más que larealidad cruda y elemental de las masas oprimidas ydepauperadas. La docencia también decayó, no obstante lamultiplicacón de los centros de primera y segunda ense-ñanza, convertidos en fuentes de cargos para las amistadespolíticas por medio de nombramientos en vez de oposicio-nes; y otro tanto ocurriría con la Universidad, antes cerra-da por Machado y ahora presa de las pandillas de pistoleros.La Dirección de Cultura, instituida en 1934 por JorgeMañach, languidecía por falta de créditos a pesar de losesfuerzos de J. M. Chacón y Calvo, quien logró apenaspoco más que rescatar del olvido a ciertos valores del pa-sado mediante reediciones y mantener la Revista Cubana.

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Sólo en 1948 recibirá el referido Departamento una dota-ción decorosa, bajo la dirección de Raúl Roa, siendo mi-nistro de educación Aureliano Sánchez Arango. Con esosrecursos se realizó una obra efectiva de divulgación al tra-vés de ediciones, grandes conciertos populares, concursosy misiones al interior de la república. En 1938 Chacón yCalvo auspició, sin embargo, la Escuela Libre de ArtesPlásticas que, no obstante sus pocos meses de existencia,marcó el inicio de un nuevo hito. La misma puso a GuyPérez Cisneros, que había llegado a Cuba cuatro años an-tes con sólida formación cultural francesa, en contacto connuevos valores latentes, para sacarlos a la luz y encaminary robustecer la renovación, entonces declinante, iniciadapor el grupo de 1925, liberándola, empero, de atadurasextraartísticas. Simultáneamente, José Lezama Lima lle-varía esta depuración al terreno literario, aunque el espíri-tu de minoría, natural en aquellos instantes, lo condujo a ély a sus acólitos a refugiarse en su concha, haciéndolos per-der de vista los ulteriores cambios de circunstancias, conla consiguiente desvitalización. Participarán en este movi-miento Ángel Gaztelu y Gastón Baquero el cual tomará elcamino del periodismo.

El rigor analítico, la consistencia del método y el depu-rado juicio crítico, forjados en la escuela francesa, asisti-dos de un ardiente deseo de laborar en la eclosión ycrecimiento de un arte cubano, le confirieron de entrada aGuy Pérez Cisneros una posición de mentor. Después delos contactos iniciales, la Escuela Libre puso a su alcanceun núcleo organizado de artistas en ciernes sobre el que leera dable influir eficazmente al través del trato cotidiano ycomprobar los resultados inmediatos traduciéndose manoa mano en la realización de las obras. A partir de 1939 iríaregistrando sus normas y conclusiones en la revista Espue-

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la de Plata, de la que fue cofundador con Lezama Lima.Su doble propósito de salvaguardar los fueros del arte y deproseguir la lucha contra el academismo, desatada en 1925,estaba bien encaminado. Pronto Mariano, Portocarrero yLozano recompensarían sus esfuerzos con una rica cose-cha de pintura y escultura. Con ello terminaba la segundaetapa del movimiento de renovación artística en Cuba, pe-ríodo en el que continúa la áspera porfía de la rebelión ini-cial, pero en el que precisa, a más de reafirmar una presenciay un desafío, conquistar terreno y ganar adeptos.

Aún soplaban los vientos revolucionarios que habíaninterrumpido repetidas veces los trabajos universitarios yque destruían con sus azotes la libre actividad del espíri-tu. Por otra parte, las consecuencias desastrosas de la su-presión casi completa de los estudios humanísticosdecretada por Varona en el sistema educacional de la re-pública, comenzaban a palparse desde hacía dos o tresdécadas. Las mentes más claras del momento se ocupa-ban con los problemas nacionales de urgencia perentoria,empapándose de doctrinas sociales y económicas que pu-diesen ofrecer una solución, y la juventud intelectual se-guía el mismo camino. Este clima sofocaba, cuando nosuprimía de cuajo, toda expresión artística de los anhelosmás profundos del hombre. Era indispensable, pues, llevarel mensaje de la cultura a la Universidad. Así, de acuerdocon la Asociación de Estudiantes de Derecho, un grupo dejóvenes, entre los que se encontraba Guy Pérez Cisneros,fundó la revista Verbum, dedicada exclusivamente a lasartes y las letras.

Inmediatamente, el crítico presentaba, en aquel mismocentro docente una exposicón de ocho pintores. A la sazónPérez Cisneros, si bien opinaba con tino que tanto la ex-presión como la naturaleza cubanas exhiben un carácter

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barroco, tenía un sentido un tanto restringido de lo nacio-nal en el arte, debido a las aspiraciones que llevaba en elcorazón al desembarcar en su tierra soñada, pues era pa-triota en la más alta acepción, en tanto que el encendidonacionalismo imperante aventaba en él dicho sentimiento.Cossío del Pomar señala, significativamente, que en aquelentonces se plantea al público la cuestión de la existenciamisma de un arte cubano.

De allí los reproches que Pérez Cisneros dirige a los pre-cursores de 1925 , reputándolos decadentes extranjerizantes,motivo por el que les opone los que él denomina de la «ge-neración de 1937». Mas, andando el tiempo, amplía y re-visa ese criterio, reconociendo la multiplicidad de lasmanifestaciones artísticas con derecho a la ciudadanía. Enefecto, el estrecho concepto nacionalista deriva hacia elcolor local, al paso que la verdadera esencia de la naciónse traduce en el conjunto de sus manifestaciones.

En 1940 empieza la tercera etapa del movimiento de re-novación artística en Cuba republicana. A partir de enton-ces se instala en el país un período de relativa calma políticay social, al socaire, un tanto paradójicamente, de la bonan-za económica propiciada por la segunda guerra mundial.En este mismo año, conjuntamente con Domingo Ravenet,el crítico organiza y dirige, auspiciado por la Universidadde La Habana, un magnífico ciclo de tres exposiciones queabarcaron el arte del presente y el pasado en Cuba, así comoel extranjero representado en las colecciones locales. Porprimera vez se desplegaba aquí tan vasto panorama, el cualpermitía apreciar la amplitud exacta de nuestros tesorosartísticos, dentro de su pobre medianía, al par que una com-pleta perspectiva histórica. La exposición del Capitolio,en 1941, con el enorme acopio de ilustraciones de su catá-logo, fue la muestra más exhaustiva de arte cubano con-

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temporáneo realizada hasta entonces. En 1945, la hermosaexposición de México ofrecía por primera vez al extranje-ro un conjunto representativo de nuestra pintura moderna,ya en su madurez. Sería tedioso enumerar todas las mani-festaciones artísticas presentadas en esos años por GuyPérez Cisneros. Paralelamente con su labor de discernir,aquilatar y respaldar nuevos valores, el crítico proseguíasu combate en el terreno ideológico, en favor de la renova-ción estética. Pero, al atender al presente, no olvidaba elpasado. Con devoción y pupila ávida, investigó la historiade nuestro arte, arribando a sagaces conclusiones y produ-ciendo jugosos juicios sobre Vicente Escobar, el grabadorBarañano y otros.

Su estilo exhibe un vivificante tono polémico, con fre-cuencia enfático, merced a discretas y hábiles reitera-ciones, hecho sin embargo de fina mesura y vigorosomodelado francés, nunca cae en la estridencia. Por mo-mentos lo anima un sutil humorismo de la misma cepa.Mas, Pérez Cisneros, no se contrajo a la porfía elegante,bien que ardiente y pertinaz. Desde las páginas deGrafos, que contiene muchos de sus ensayos críticossobre artistas cubanos, entre los cuales se destaca el dePonce, llevó adelante un ingente trabajo de reculturación,mediante traducciones de escritos pertenecientes a im-portantes autores contemporáneos tales como Valéry,Alain, Gide, Focillon, Claudel, etc.

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LAS ARTES INDUSTRIALES

Cuba accedió a la independencia después que la produc-ción mecanizada se hubo adueñado casi por completo delas artes industriales, y el bajo costo de la fabricación enserie impidió la floración de las mismas en nuestro suelo.Los objetos de procedencia extranjera invadieron el mer-cado a precios tan ventajosos que hacían del todo imposi-ble la competencia vernácula. Ni los recursos económicosni los conocimientos técnicos eran suficientes para nivelarel inmenso retraso frente a los modernos medios de pro-ducción europeos y norteamericanos. Si a esto se añade lacarencia artística nacional, la perspectiva en este camporesulta de una aridez desértica. Si bien esta deplorable fal-ta de tradición se deriva en gran parte del crónico estadode provisionalidad en que sumía al país el régimen de fac-toría y de estación de tránsito instituido por España, justoes reconocer que la república no hizo nada por fomentar eldesarrollo de las artes industriales, conformándose con vi-vir de los beneficios inestables, en buena medida indirec-tos, de la producción azucarera. Bien vista, la desidia delos sucesivos gobiernos cubanos supera en este terreno ladel español, ya que en la época colonial surgieron un estiloy un artesanado con rasgos autóctonos pese a sus raícespeninsulares. En el período republicano sólo se ha mante-nido un escaso número de escuelas de artes y oficios, contodo el acento en lo segundo, pobres y deficientes no obstan-

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te los esfuerzos de algunos profesores. La total pretericiónde la enseñanza estética, acaso consecuencia inesperadadel utilitarismo preconizado por Varona, ha redundado enla ausencia de artes aplicadas populares y nacionales quepusiesen a contribución motivos inspirados en la flora, lafauna y las costumbres locales, causa a su vez de la esteri-lidad económica de nuestras rudimentarias artes industria-les. Tan sólo los empeños personales de artistas talentososcomo lo son Marta Arjona, Amelia Peláez, Luis MartínezPedro, María Elena Jubrías y Elia Rosa Fernández Mendía,así como de Rodríguez Cruz, médico trocado en industrialentusiástico, han aportado un remedio ejemplar con susbellas creaciones en cerámica, basadas en modernoslineamientos estéticos, ignorados por las escuelas oficia-les, tanto de artes y oficios como de bellas artes.

Mas, no se puede hablar de las artes industriales enCuba sin acudir a la vasta y minuciosa obra que sobre lamateria ha forjado Anita Arroyo. Este fruto opulento deuna de las plantas más lozanas que ha espigado en elhuerto fértil del Departamento de Historia del Arte de laUniversidad de La Habana, cultivado con amorosa de-dicación y fina inteligencia por Luis de Soto; habrá dealimentar durante muchos años las referencias de quie-nes se inclinen, para estudiar o investigar, sobre el pa-sado y el presente de nuestras artes industriales. Laautora, tras de un somero recorrido histórico general,realiza un inventario de los vestigios precolombinos yun examen del arte colonial en Cuba, que suplementalas valiosas investigaciones de Joaquín Weiss y Martade Castro, aborda la cuestión en el período republicano,con madurez de criterio y sólidos conocimientos. De-muestra primero la existencia de consumados carpinte-ros y ebanistas a partir del siglo XVII, con atinadas

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observaciones sobre los admirables trabajos de artesonadoen iglesias y conventos, entre ellos el de Santo Domingo,en La Habana, considerado por tan alta autoridad hispáni-ca como Calzada uno de los tres o cuatro mejores ejem-plos de arte mudéjar en toda América, derribado en 1916para levantar un edificio lucrativo, que no se llegó a cons-truir. En efecto, la piqueta demoledora de comerciantes in-conscientes, ganosos de aumentar sus ingresos, se conjugacon la indiferencia de los gobernantes, absortos en jugososmanejos y distracciones de fondos; para acabar asimismocon nuestros tesoros artísticos.

Prosigue Anita Arroyo examinando rejas, balaustradas,balcones, celosías y puertas, así como el mobiliario y demásobjetos de madera y hierro, al par que las lucetas y demástrabajos de cristalería cromática, al través de las variacionesestilísticas del tiempo de la colonia. Al cruzar el meridianodel siglo XX, señala que en la evolución del mobiliario lagran característica de la república es el eclecticismo, la cualse extiende a las otras manifestaciones artísticas también. Eltipo de mueble más de moda en la fase inicial, en la prolon-gación de las modalidades francesas, es el Luis XIV cuba-no, con curiosas y originales variantes, derivadas de lasdefectuosas copias de los antecedentes locales, con sus típi-cas perillitas. La influencia catalana impondrá pronto suversión del art nouveau, con el detestable predominio delelemento floral. De Norteamérica llegarían enseguida elMisión e Imperio, de pulida caoba. En 1920 surge la bogade Luis XVI, a base de rejillas, adornos de pasta y esmalta-dos en gris Trianón, posteriormente sustituido por el Rena-cimiento Español, adulterándose con el crecimientodesmesurado de la producción en masa. No obstante la vul-garización del mueble barato fabricado en serie, la ejecu-ción y el gusto de algunos ebanistas se afinan, impartiendo

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al mueble de calidad, dentro de los lineamientos estéticoscontemporáneos, un alto rango. Otro tanto se aplica al hie-rro, si bien los forjadores del período colonial habían alcan-zado ya pericia notable. La lampistería, que durante la coloniacuajó en bellísimas realizaciones, sigue ocupando un lugareminente, pero las industrias actuales «suministran lámpa-ras en serie con un criterio más comercial que artístico»,adaptadas «al mal gusto imperante en la decoración... de loshogares de la masa del pueblo cubano».

En la industria del souvenir en cuero, madera y otrosmateriales, prevalece la falta de originalidad, imitándoselos modelos extranjeros, especialmente los renacentistas,«ajenos en absoluto a nuestros motivos vernáculos». Haceresaltar la ensayista que casi toda la enseñanza de las artesindustriales procede en la era republicana de la iniciativaprivada, descollando los ejemplos de La Progresiva, lossalesianos y Ana María González, en conexión con el co-mercio de objetos de arte que ella fundó, quienes han man-tenido por cuenta propia cursos de aprendizaje técnico.Destaca la autora la vasta labor docente de Isabel Chapotín,encaminada a la utilización de nuestra rica gama de made-ras preciosas, semillas, conchas y otros materiales del paísen la elaboración de pequeños objetos típicos. Podríamosagregar el inesperado efecto favorable de la construccióndel Capitolio, sobre la formación de nuestro artesanado.La arquitectura ha seguido una evolución propincua a ladel mobiliario, desde el pésimo gusto de los merenguesfloreados de los maestros de obra catalanes, el presuntuo-so eclecticismo barroco renacentista de los palacetes le-vantados por los advenedizos del período llamado «de lasvacas gordas» hasta las recientes edificaciones que siguende cerca el sesgo contemporáneo.

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Concluye Anita Arroyo que, si bien estamos lejos deposeer un arte industrial propiamente cubano, pudiéramosrecabar más provecho de los atisbos de arte taíno al parque de nuestro decorado local, siendo preciso, empero, lacooperación docente y económica de las esferas oficiales.En lo que toca a lo primero, hace hincapié en la importan-cia sicológica y moral de la educación vocacional, así comoen los beneficios materiales que puede acarrear en caso denecesidad. Al propio tiempo lamenta la completa preteri-ción del cultivo del sentido estético, sin el cual seguiremossiendo huérfanos de artes industriales de buen gustosustancialmente cubanas. Mas, hay que tener en cuenta quehoy las corrientes universalistas, tanto estéticas como in-dustriales, pugnan con la eclosión de modalidades pura-mente nacionales.

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MARIANO ARAMBURO

Mariano Aramburo vino en la arribazón de emigrados quedevolvió a las playas de Cuba la terminación de la guerrade independencia. Hijo de un mariscal de artillería españoly de una cubana, no fue a la Península por causas políticas,sino para hacer sus estudios universitarios. Nacido en 1870,en Camagüey, al partir contaba unos dieciséis años y veinti-nueve cuando regresó, de suerte que llegaba a su país adultoy con su formación intelectual completada, al revés de loque le sucedía a Jesús Castellanos. Graduado en filosofía yderecho de la Universidad de Zaragoza, poseedor de sólidosconocimientos y de sonadas distinciones académicas, nologró, empero, conquistar una cátedra, ni una magistraturaen el Tribunal Supremo, ni siquiera un cargo digno de susprendas y valores intelectuales. Conforme ya hemos seña-lado, esta conmovedora circunstancia se debe menos a laadversidad que a una incomprensión de nuestro proceso re-publicano. De firmes principios morales, sus conviccionesestaban no obstante, en pugna con el tipo de democracia quese estaba gestando en el país. De incuestionables sentimentospatrióticos, su mentalidad, fraguada en un ambiente tradi-cionalista, era ajena por completo a la nueva realidad cu-bana. Hecho al socaire de un medio fundamentalmentemonárquico, su tímido republicanismo era excrecenciapostrera del autonomismo anacrónico que aún reinaba enEspaña en plena guerra de independencia. En 1901 vuelve

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a España, donde permanece hasta 1908, para pasar luegounos años como diplomático en Suramérica, ausentismoque amplía la brecha que le separa de su país. Adversariodel patrón constitucional norteamericano, al condenar des-de la Península la intervención de 1906, su criterio íntimoestá más próximo al de Saco que al de un separatista.

Expresa así su postura conservadora: «La patología so-cial registra en nuestra época dos mortíferos morbos queno se han dado en ningún otro tiempo: el odio a todo loantiguo y el amor apasionado a todo lo nuevo... son dosextravíos mentales que se corresponden y combinan en elespíritu moderno.» Yerra ostensiblemente al enjuiciar elderrocamiento de Machado y el sentido profundo del mo-vimiento revolucionario que tuvo tal culminación se le es-capa, conforme se desprende de los siguientes asertos: «Lainsurrección que entonces se produjo no se inició contra laConstitución, sino contra la tiranía. No era aquella la causade los desmanes que soliviantaron al pueblo. El esfuerzocívico se encaminaba a deponer al dictador, y no más. Perolos intereses de partido aspiraron a teñir de revolucionario,es decir de reformador radicalismo, el movimiento insur-gente, y se habló del cambio de régimen, palabra equívocaen aquellos momentos...» Con frecuencia se lamenta de lacondición del hombre moderno, «amante de la fuerza» oque «se convierte en esclavo»; y se muestra contrario a lasexacciones para sostener las medidas de protección social.Por otra parte, afirma que «...la democracia tiene defectosy peligros considerables, y el mayor de ellos es la tenden-cia latente... a la demagogia... la desorbitación del princi-pio de igualdad humana que lleva a la abolición de lasjerarquías y la inevitable impureza del sufragio universal,en ninguna parte limpio y honesto, porque no puede serloninguna operación en que toman parte igual todos los ciu-

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dadanos, sea cual fuere el nivel moral de cada uno. Procli-vidad tan funesta sólo puede contrarrestarse eficazmentecon un escrupuloso sistema electivo, que confía el desem-peño de los altos cargos de poder y mando a ciudadanosque merezcan ser clasificados entre los mejores. Así seformaría una verdadera aristocracia...» Lo que propugnaes, en suma, el sufragio preferencial.

Su ideología pertenece más al moderado republicanismodemocristiano europeo, que al espíritu americano. «Esterégimen mixto de democracia y aristocracia tiene su nom-bre clásico, que ya no circula en el lenguaje de la políticaporque lo ha puesto en desuso el olvido de la idea que sig-nifica el arrumbado vocablo. Es el régimen que preconizóSanto Tomás de Aquino en el siglo XIII.» Al propio tiemposugiere la necesidad de medidas de contención, so pretex-to de que los periódicos pueden ser portadores de «ideasinfecciosas e impulsos siniestros». Lo cierto es que, a des-pecho de su vasta y conceptuosa cultura, Mariano Aramburono supo aprehender, en el sucio hollín de la corrupción queinficiona nuestra atmósfera política, la verdadera fisono-mía de la república que se está gestando trabajosamentedesde la independencia. Murió en 1942, completamentefuera del tiempo y del ambiente.

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EL GATILLO ALEGRE

Después de Contrabando, La trampa. Puede ser que al-gún siquiatra vislumbre en esta secuencia algún nexo conel mundo oscuro del subconsciente, pero de lo que nohay duda es que delata la enfermedad moral, social y po-lítica de la república. En su obra más reciente, en la queEnrique Serpa muestra un reducido círculo del infiernoconsciente y perenne que vive el país, la palabra que os-tenta como título tiene un significado restringido, cuyaacepción podría, sin embargo, hacerse extensiva al senti-do moral. En la crisis de honestidad que atravesamos, latrampa subvierte todos los valores, desnaturaliza las ins-tituciones, entroniza el contrabando, deteriora el régimenconstitucional democrático, degrada los sentimientos cí-vicos, mancilla las relaciones humanas. La trampa des-truye la legalidad. Jugar limpio ha devenido unanacronismo ridículo en una tierra de tramposos. Lo jus-to, lo razonable, lo equitativo, junto con la buena fue, hanperdido vigencia. Las armas de fuego tienen la palabra.No hay más lógica que la de las balas. Los primeros capí-tulos de La trampa de Enrique Serpa permiten anticiparuna concepción vigorosa, sugestiva y efectiva. Las pági-nas iniciales presagian un impresionante y significativocontraste entre la grave e imponente pujanza de la prima-ria fuerza creadora de la naturaleza y la endeblez y pobre-za de las empresas humanas. El espectáculo doliente y

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trabajoso de traer un nuevo ser al mundo, rodeado de laangustia del suspenso y la ansiedad de la expectación, quese opone a una escena de café en que hombres adultos dis-cuten de política, constituye una elocuente introducción queparece anunciar un contrapunteo entre la poderosa corrientefundamental del proceso biológico y la efímera superestruc-tura, de pretensiones racionales pero a la merced de los ins-tintos más elementales, levantada por los hombres.

Mas, este impacto no tarda en disiparse. Lo que prome-tía ser una novela de altura, acaso la expresión cabal denuestro momento, se convierte en reportaje, notable porcierto, pero sin estructura ni concepción de novela. La fac-tura supera la de Contrabando en ritmo, homogeneidad ydepuración. Abundan las rápidas y vívidas captaciones deque tantas muestras ha dado ya el autor, de pupila despier-ta y observadora. La tipología es exacta y copiosa, aunqueresulta excesiva por sus repeticiones. El autor se detienedemasiado para dibujar con fruición sus personajes, mien-tras bastaría con unos cuantos rasgos cogidos al vuelo. Aquíse transparentan resabios costumbristas, siendo esta obra,de cierto modo, una galería de cuadros de costumbres, sa-turados de verismo. También el periodista prevalece sobreel novelista, al extremo que uno se lo imagina, lápiz y blocen mano, en los distintos lugares que describe. Losexistencialistas han puesto de moda los diálogos como ex-presión directa de los personajes. Los de Serpa tan prontoparecen copias fielmente registradas como medios de de-sarrollar tesis, que recuerdan un poco los de Carlos Loveira.Lo que al comienzo se vislumbraba como un robustocontrapunteo, se convierte en mecánica alternancia entrela casa del policía Fileno y la parturienta, y las reunionesde las pandillas de pistoleros. Está claramente analizada lamentalidad de los integrantes de estos grupos de parásitos

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de nómina estatal, de escasa o ninguna doctrina pero degrandes arrestos revolucionarios para justificar su conduc-ta monstruosamente absurda, que se imponen mediante elterror y la connivencia de ciertos senadores y representan-tes. Incluso hay una génesis esquemática pero asaz precisade estos núcleos de frustrados que habían dedicado añosde su vida a una causa, al cabo de los cuales se encontra-ban en la calle y sin recursos, en situación de inferioridadeconómica con respecto a quienes no habían pensado másque en su medro personal o se habían acomodado con pro-vecho a las coyunturas políticas más opuestas. De allí sunecesidad de ganarse el sustento a punta de pistola, dadauna básica carencia de nobleza, altura de miras y forma-ción de conciencia, con la consiguiente derivación hacia lamoral del hampa, hasta en sus virtudes.

Mas, los cuadros están faltos de marco adecuado. Porsobre el patetismo de clisé no se columbra un personaje deenvergadura y calado que acabe de perfilarse por comple-to, capaz de impartirle elevación a la obra. Bien está queuna novela no presente más que un sector limitado, peroéste ha de ser como el pequeño ojo de la cerradura, por elque se percibe un mundo más vasto. Serpa, al mostrar nomás que los desechos de la revolución con su fraseologíapostiza, los aísla del proceso a que pertenecen, falseandoasí la realidad, a cuyo fondo no llegan las atinadas críticasdel doctor Dávila, portavoz de los desengañados retraídos.Después de los baños de sangre que ha padecido la repú-blica en los últimos años, tras la interminable lucha agónicade sus hijos por alcanzar una forma superior de conviven-cia dentro de un régimen de libertad, justicia y progreso,que la víctima inocente sea un agente del servicio de repre-sión, resulta un sarcasmo sangriento, a lo que hay que aña-dir la cursilería de novela radial del sentimentalismo

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chapucero de las circunstancias del hecho. El personajedigno de compasión es el pueblo de Cuba en lucha con sutrágico destino, no el sabueso caído mientras iba en buscade una influencia para rescatar al ratero, hijo de una vecinabuena y servicial.

Después del prólogo, un admirable pequeño interior ín-timo con un hombre y una mujer a la mesa, sobre cuyapobreza flota una nube ominosa, Gregorio Ortega empiezasu reciente novela donde termina La trampa de EnriqueSerpa, o sea con el asesinato de un individuo por miem-bros de una pandilla de pistoleros. También presenta Unade cal y otra de arena los mismos productos bastardos dela frustrada revolución cubana de liberación nacional. Seentremezclan ingredientes novelísticos de los géneros debajos fondos, gansteriles norteamericanos y de la más afor-tunada, aunque no exenta a su vez de fallas, revoluciónmexicana. Al igual que en los relatos análogos de esta ter-cera variante, los protagonistas se escudan detrás de unaideología social o justificación demagógica, ofreciendo uncurioso fenómeno específicamente hispanoamericano. Encambio los gangsters norteamericanos no se excusan. Im-ponen sus extorsiones a punta de pistola o bravatas y ame-nazas que fundamentan con hechos ejemplares; e inclusopara la corrupción sindical no suelen recurrir a demostra-ciones doctrinales. Gregorio Ortega emplea algunos recur-sos técnicos de escritores estadounidenses que se dedicana tales sectores, conservando, empero, íntegra la sustanciade nuestro país, Mas, a veces pierde momentáneamenteritmo al detenerse en los retratos individuales, muy certe-ros sin embargo. Con todo, resultaría más eficaz contraer-se a un rasgo saliente: como en el atisbo de las ligas rosadasy el nudo de la corbata al remangarse Jacobo. Los decora-dos son elocuentes y están trazados con destreza. Pero el

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primer tercio del libro está un tanto recargado de persona-jes y descripciones, como en los cuadros de los primitivosy los principiantes que con su horror al vacío no puedendejar un rincón desocupado, o como si el autor no quisieserenunciar a ningún dato valioso, trabajosamente recogido.

Pero Gregorio Ortega tiene buena madera de escritor yprobablemente de novelista también, no obstante ciertosresabios reporteriles, peligro inherente al género que culti-va. En este predio, un factor de capital importancia es te-ner garra, como sucede en la segunda mitad de su novela,donde el relato se torna más orgánico y va cobrando fuer-za. Ya no se trata de una sucesión de estampas, sino de unproceso con un substrato inquietante que va haciendo pre-sa en el lector. Bien que un tanto caricaturales, y no existearte sin más o menos caricatura, de indubitable calado. Entreellos, Dámaso con sus rezagos romántico-revolucionariosde utopía sansimoniana, el barbero de pertinaces convic-ciones religiosas que no se ablanda con ninguna violenciay Antero el soldado arribista y encallecido en el que, noobstante, un leve vestigio de humanitarismo constituye unadebilidad. La delincuencia juvenil entre los estudiantes desegunda enseñanza, bajo un disfraz político, al revés de laamericana, se revela sin atenuantes sentimentales, en todasu crudeza real, en un orden de cosas que permite que lasambiciones espurias se apoderen de los organismos estu-diantiles para conquistar desde allí prebendas y posicionesgubernamentales.

De no ser por su despreciable material humano, las pug-nas entre los llamados grupos de acción, con lo que tienende fuerzas ocultas en constante acecho que sitúan a cadaadversario en una condición semejante a la del hombre fren-te al destino, tendrían algo de trágico. Pero a pesar de laslimitaciones del medio en que se mueve, en ciertos intantes

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Gregorio Ortega logra impartir a su relato una elevaciónsobrecogedora, como en el caso del asesinato de Lamaspor sus rivales, acorralado ante una cerca de púas, en eldescampado de un breñal próximo al mar rugiente dentrode la relampagueante boca de la noche. Lo mismo ocurreen los inicios con el fatum que se cierne sobre Romilio y lacreciente intensidad de la convulsiva huelga estudiantil quese trunca al borde de un abismo, sin que el lector sepa sihabrá de precipitarse la república corrupta, con su epider-mis ribeteada de erupciones purulentas.

Enrique Serpa presenta el pistolerismo juvenil como unengranaje inextricable que aprisiona de modo gradual eimperceptible a quienes delinquen por primera vez, lleva-dos por la corriente de hechos interconexos engendradospor una situación anormal o por el deslumbramiento antela aureola de los bravucones que alcanzan rápida nombra-día, e incluso por el desafío al valor personal que para cier-tas mentes débiles o inmaduras constituye la incitación aparticipar en una empresa peligrosa. Este juicio no carecede fundamento. Pero Gregorio Ortega, dentro del coto an-gosto de su novela, integra más cabalmente los protago-nistas en el proceso de corrupción social y política que consorprendente rapidez socava el poder estatal, descomponeal aparato administrativo y deteriora por completo el yadesacreditado Congreso. Vastos sectores de la población yparte del estudiantado se desmoralizan. Falséanse los va-lores y las normas de conducta se subvierten. Reina la con-fusión. Pero en el pueblo y en el estudiantado subsistencorrientes sanas y una voluntad de rescate. Las pugnas seextienden y acaloran. El terrorismo practicado con arrojoy abnegación por quienes ponían a diario en juego su vidapara derrocar al tirano Machado adquirió ribetes de tradi-ción respetable a la sombra de hazañas de legendaria auda-

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cia, pero devino un virus que se propagó en sectores estu-diantiles que se habituaron al manejo de las armas y a laimpune acción homicida. Allí el morbo se agravó. El te-rrorismo que antaño había minado los cimientos delmachadato, se trocó, cuando ya no tenía razón de ser, en elinstrumento más eficaz de la juventud proclive a la delin-cuencia para la consecusión de prebendas y sinecuras gu-bernamentales y jugosos diezmos extorsionados a loscomerciantes. Contra estos pistoleros de fraseología revo-lucionaria se veían obligados a combatir los estudianteshonestos, decididos a contribuir al mantenimiento de la jus-ticia y la seguridad, dentro de un pulcro y bien estructura-do orden democrático, orientado hacia el mejoramientogradual de las condiciones económicas y sociales del país.Gregorio Ortega deja entrever la cruenta pugna entre estaaspiración y el bandolerismo político, pero no llega a suculminación. Hubiera cabido esperar un desenlace más fe-liz que el otorgado por la historia, de no haber truncadobruscamente el golpe del 10 de marzo de 1952 la trayecto-ria, ascendente a pesar de todo, de la joven república.

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CORRIENTES DE PENSAMIENTOEN LA REPÚBLICA

La república nace y crece bajo el signo del positivismo,pero en la primera década y media Rodó ejerció un influjoconsiderable, o tal vez una atracción, sobre algunos inte-lectuales ansiosos de emanciparse de la coyunda del crasoy degradante utilitarismo que empezaba a introducirse enHispanoamérica. El arielismo mostraba un elevado planode vida serena y armoniosa, al que podían acceder quienesestaban dispuestos a desasirse del fardo que gravaba susesfuerzos por alcanzar un grado superior de existencia, máslibre y pleno, sin ataduras pedestres. Pero se trataba de unidealismo que, si bien respondía a una seria necesidad deafinamiento, resultaba demasiado contemplativo ante losurgentes imperativos materiales del momento. Lo más pe-rentorio en Latinoamérica era conquistar la independenciaeconómica y reestructurar la sociedad sobre nuevos y sóli-dos cimientos. Precisaba llevar a ese campo el progresoespiritual del proteísmo de Rodó, y a esa meta conducía elpensamiento de José Ingenieros, el cual imprimió una di-námica al empinado hedonismo de aquél. Sin dejar de com-batir la vulgaridad, insufló un sentido constructivo a laprédica proteica de Rodó, al que habría de sustituir muypronto en la función de orientador continental, y fácil es decomprender su rápida penetración en nuestra joven repú-blica, tan apremiada como estaba por aprender a andar solay levantarse sobre bases sólidas.

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A la actitud contemplativa del pensador uruguayo, JoséIngenieros oponía la acción. Fustigaba la mediocridad y larutina, a fin de que surgiese una élite pujante y creadora.Penetrado del evolucionismo darwiniano, creía en la su-pervivencia de los más aptos y, por consiguiente, en unproceso selectivo aplicado al campo social, donde los máscapacitados han de encabezar e imponer el progreso hu-mano. De allí su ardiente apología de la personalidad, delos caracteres fuertes de la originalidad. Su estilo se tornarimbombante a medida que se aleja de la influencia deRodó, lo cual se explica, dada la índole de sus prédicas.Vargas Vila, con sus hueras resonancias, con sus frasesvaciadas del prístino contenido, con sus exageraciones yvulgaridades grotescas, representaba la caricatura del pen-sador argentino. En la filosofía social de Ingenieros se en-trelazan el idealismo y el cientificismo. Temeroso, empero,de los delirios de la metafísica, creía en ella tan sólo a lamanera de Aristóteles, «como especulación trascendentede los datos de la física», conforme apunta el venezolanoRangel Báez. Empírico convencido, ve en el ideal una for-midable fuerza propulsora.

Enemigo de las doctrinas inmutables, afirma que «al anti-guo idealismo dogmático que los ideologistas pusieron enlas ideas absolutas,... nosotros oponemos un idealismo ex-perimental que se refiere a los ideales de perfección, ince-santemente renovados, plásticos, evolutivos como la vidamisma». Visionario práctico, declara que «la imaginaciónconduce por la mano a la experiencia. Que, sola, no anda».«Aristóteles enseñaba que la actividad es un movimientodel ser hacia la propia “entelequia”: su estado perfecto», re-cuerda, y añade en otra parte, «la hipótesis vuela; el hechocamina». Por momentos exhibe ribetes nietzscheanos, aligual que Vargas Vila, al atacar la honestidad, la hipocre-

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sía, la religión y la domesticidad, así como en su exalta-ción de la personalidad. Al propio tiempo presagia elprovidencialismo de la doctrina aprista, en asertos comoeste: «Ningún filósofo, estadista, sabio o poeta alcanza lagenialidad mientras en su medio se siente exótico o inopor-tuno; necesita condiciones propicias de tiempo y de lugarpara que su actitud desempeñe una función.» Andando eltiempo, con estos gérmenes deterministas, se encamina,no obstante, hacia el socialismo.

Esta ardiente fe progresista, fundamentada en la bio-logía, proporcionó el reactivo necesario a los cubanosansiosos de rescatar su país, sumido en un derrotismoletal. Las pujantes exhortaciones de Ingenieros, bien quedeclamatorias, o tal vez por lo mismo, animaron a quie-nes estaban dispuestos a levantar la patria del fondo delabismo en que había caído al rayar el tercer decenio desu existencia. El hombre mediocre y Las fuerzas mora-les constituyeron un vademecum de la juventud. Por otraparte, el hombre que había movilizado a los estudiantesdel Continente contra las viejas prácticas pedagógicas yadministrativas, induciéndoles a participar en el gobier-no de las universidades, no podía menos de encender elentusiasmo de nuestra llamada generación del ‘30, lacual desempeñó un papel de suma importancia en el de-rrocamiento de Machado. Por lo demás, nuestra litera-tura de combate de aquellos años delata un indubitableinflujo de Ingenieros.

Enrique José Varona tenía demasiados ribetes de filóso-fo para encabezar un movimiento de afirmación republica-na; y Manuel Sanguily, que sí hubiera podido galvanizarlas masas, estaba convencido de que la posición geográfi-ca y económica de Cuba hacían de su independencia inte-rior y exterior una quimera. De hecho, ambos habían

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perdido su fe en la república. El primero, por su disciplinade investigador que comprueba de continuo la veracidadde sus observaciones, lo ponía todo en duda, tanto porhábito como por sistema. Hombre de gabinete, no bajabaa la calle. Ese tipo de acción le parecía más fútil a medidaque los resultados de sus investigaciones asentaban en élla convicción fatalista de que el mundo estaba regido porun determinismo inexorable. Claro que la Enmienda Platty las claudicaciones subsiguientes, al par que la desinte-gración moral del país, habían influido de modo decisivoen la reticencia de los dos intelectuales; pero, especial-mente en el caso de Varona, la excesiva miopía de supragmatismo, le hizo perder de vista los horizontes máslejanos, hacia los cuales dirigía su «proa visionaria» JoséIngenieros, cuya patria no había sufrido los aniquiladoresgolpes que desde el exterior le fueron propinados a lasoberanía de Cuba, en los albores mismos de su vida in-dependiente. Varona traiciona la honda amargura de sudecepción en esta sentencia: «La historia se reduce a re-motos, vagos y tenues indicios de algo que pudo habersido.» Sin embargo, por la ceñida sobriedad de su expre-sión, por el rigor de sus investigaciones, la concisa clari-dad de sus bien sustanciados asertos, la madurez de susconceptos, tiene más talla de pensador que el vibrante pro-pagandista argentino, si bien ambos pertenecen, con mati-ces propios, al empirismo de su época —con más visos devitalismo, éste; más sociólogo positivista, aquél.

Parece ironía su publicación en 1903, precisamente alrayar la república, de su Fundamento de la moral. Allí con-signa que en las sociedades divididas en oprimidos y opre-sores se estima la duplicidad y la astucia, virtudes de losdébiles, concepto a cuya formación contribuyó probable-mente su propia experiencia bajo el régimen colonial y sus

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rezagos. Por eso comparte, asimismo, la opinión de que elmedio social modifica los estados emocionales, al par quela teoría de la herencia como factor en lo moral, ya que elindividuo es un foco en el que convergen distintos rayos,creando rasgos adquiridos o modificados. Divide los sen-timientos en tres categorías: biológicos, psíquicos y mora-les; lo cual no está en desacuerdo con las tendenciassicológicas actualmente predominantes. Y en efecto, reco-ge con sagaz comprensión las más recientes ideas de sutiempo, adoptando el postulado somático de Ribot sobrelos sentimientos; pero en lo tocante a lo social es evidenteque su criterio fue informado de modo considerable porlos efectos de la dominación española, los cuales le hacíanabundar aún más con Taine en lo tocante a la importanciadel influjo del medio. Todo ello debió afianzar su creenciaen la ley del menor esfuerzo, y de que el hábito se aloja enla indiferencia subjetiva. Vivió e interpretó, pues, cabal-mente su momento histórico. Mas, no obstante sudeterminismo materialista, echa por tierra el utilitarismocraso de Bentham, al afirmar que hay distintas clases deegoísmo en que interviene la síntesis intelectual. Asímorigera su escepticismo proclamando su fe en la cultura,la cual proporciona al hombre que la posee más motivospara ser moral. También limita el alcance del factor social,cuya influencia no extirpará, según asevera, lo que encuen-tra en el agregado individual, pero lo modificará. Artista alcabo, reconoce que la conciencia moral depende, asimis-mo, de la sensibilidad.

Con el andar del tiempo se sumirá cada vez más en elpesimismo, delatando su sentimiento de impotencia en afo-rismos de este jaez: «Nuestra vida implica el más tremen-do conflicto lógico. No conocemos sino lo general; y novivimos sino lo individual. Por eso todas las teorías mora-

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les quiebran lastimosamente en la práctica.» Sombrío pre-sagio de la fenomenología existencialista. Por otra parte, cuan-do la república cumplía unos veinticinco años, se pregunta:«¿Nuestra vida apolítica ha sido un progreso?» Y a renglónseguido se contesta: «Sí, un encharcamiento progresivo.»

Enrique José Varona, con todo el acendrado rigor de supensamiento, no era, pues, el llamado a impulsar una fuer-te corriente renovadora. Espíritu demasiado crítico y ana-lítico, alumbraba, pero no podía encender la pasión por lasgrandes causas. Ello no obsta para que la presencia de unamente tan preclara y excelsa constituyese un orgullo al parque un ejemplo para los cubanos. Cabe apuntar, sin em-bargo, que, dentro de la penuria y decadencia del pensa-miento especulativo de nuestra etapa republicana, laactividad filosófica no estuvo del todo ausente. Junto conel metafísico tomista Mariano Aramburo y el helenistamatancero Fernando Lles, podemos señalar, a despecho desu descarrilamiento político que habría de convertirlo enesa suerte de atemperado Vallenilla Lanz del césar Macha-do, a Alberto Lamar Schweyer. Su libro sobre Nietzscheatestigua a la vez la persistencia del influjo del apólogo deZaratustra y el origen intelectual de la asociación de dichoescritor con la dictadura. Sin embargo, los ensayos del mis-mo revelan una notable información sobre el momento fi-losófico de su época y atisbos previsores de un interés queno sería justicia pasar por alto, cualquiera que sean los re-paros de orden personal. Así, señala en 1923 que nada haymás ilógico que el pensamiento humano, basándose en in-terpretaciones recientes de la historia de la filosofía. Tam-bién declara que «un soplo anárquico ha barrido el campofilosófico...» y que empiezan a derrumbarse los dogmas,«adquiriendo visos de certeza ciertas explicaciones». Yagrega que Enrique Poincaré demuestra cuán poco estable

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es el edificio de las matemáticas. Las viejas hipótesisinconmovibles conviértense en suposiciones y Euclides caeen desuso a fines del siglo pasado. Consigna, asimismo, latendencia a considerar la materia como equilibrio de ener-gía contra el concepto cartesiano de extensión, leibnitzianode esencia y spinoziano de causa, al par que la disociaciónde la materia, tomando el átomo como fuente de energía yno receptáculo. «La filosofía actual depende del laborato-rio», afirma, pero se pregunta «¿seguirá siendo así?»

Sostiene que el neocriticismo hacía depender la filoso-fía demasiado del laboratorio, pero considera excesivamen-te liberal a Bergson, cuyo intuicionismo fue también objetode burla por parte de Varona. Hay que destacar, sin embar-go, la óptica previsora de Lamar Schweyer cuando escri-be: «Dueño absoluto de la humanidad primitiva, elmisticismo pesa hoy sobre nosotros y en lucha abierta conla lógica racional, logra en ciertos casos vencerla.» Mien-tras tanto iba a surgir la dictadura de Machado, con su mi-seria y persecución, exacerbadoras de antagonismos eincubadoras de odios. Con sus bárbaras medidas de fuerzadesencadenó los extremismos y recrudeció las luchas so-ciales, propiciando un auge extraordinario del marxismo.

Pero a partir de los últimos años de la tercera década delsiglo se esboza en las generaciones que conocieron elmachadato, sin que tuviesen, no obstante, edad suficientepara participar en su derrocamiento, un viraje inspirado enel raciovitalismo de Ortega, y Carlos González Palacioscondenará al través de un amplio ensayo las orientacionesde Varona, especialmente en el dominio de la enseñanza.Conforme anota Humberto Piñera, el contacto con los in-telectuales desterrados por la guerra civil española, quearribaron a nuestras playas, despertó en la juventud cuba-na un nuevo interés por la filosofía. A poco, siguiendo cier-

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tas corrientes europeas, se produce una creciente reacciónantideterminista y un salto hacia los espacios ilimitados dela metafísica, reputada por Varona como teniendo algo demagia, brujería, o por lo menos de prestidigitación, o como«una telaraña de hilos de oro, irisada por el sol de la poesía»,que por momentos le parece «sublime». Pero, por su parte,los jóvenes de las nuevas promociones se niegan a conside-rar, como él, que la moral procede de lo social, prefiriendoadherirse al concepto de Francisco Romero; y ante la crisis yavilumbrada por Lamar Schweyer, se dan a una revisión de lateoría de los valores. El período de calma y prosperidad re-lativa frente al caos mundial, que se abre con la década de1940, produce una floración del pensamiento especulati-vo. Se funda la Sociedad Cubana de Filosofía, caja deresonancia que recoge las voces del pensamiento univer-sal, y donde predomina el grito de angustia existencialistaentre expresiones más contenidas de racionalismo,neopositivismo, neotomismo e intuicionismo. En estegrupo conviven Humberto Piñera, Máximo Castro, lashermanas García Tudurí, Justo Nicola, Vicente Aja,Dionisio de Lara y otros, perdiendo a veces de vista larealidad, por lo que podría acaso aplicárseles sin malicia,aunque no sin ironía, la sentencia de Varona: «La filosofíaes el opio de los que no se tienen por pueblo.» Mientrastanto, en José Antonio Portuondo, Guy Pérez Cisneros,Lezama Lima, Cintio Vitier, Salvador Bueno y Ramón Loy,se advierte un despertar de la crítica, adormecida desde lostiempos de Piñeyro y Bobadilla. También tiene importan-cia el cotidiano trabajo de divulgación de los nuevos valo-res, realizado a través de la prensa por Rafael Marquina yAdela Jaume.

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EL ESQUEMA GENERACIONAL

Al término del primer medio siglo del proceso cultural dela república, es dable ofrecer un esquema de las sucesivasgeneraciones que en el mismo intervinieron. Para ello vie-ne como anillo al dedo el nítido trabajo de indagación yordenamiento realizado por Raimundo Lazo. Pasamos poralto la parte preliminar, donde el autor expone, tras de unacrítica sagaz de las deficiencias y la rigidez de la teoríaelaborada por los predecesores, un concepto más elástico,enriquecido por las jugosas observaciones derivadas de laaplicación práctica efectuadas hasta el presente. Si bien elénfasis puesto en la voluntad como factor activo redundaen un apriorismo que nos parece un tanto excesivo, y auncuando no compartimos la teoría generacional misma, ellúcido ensayo, con su acucioso y profundo estudio de nues-tro pasado literario, presenta un orden de agrupaciones enfunción del momento correspondiente a cada una que per-mite una estructuración del conjunto evolutivo. Sería pun-to menos que imposible resumir tan condensado trabajo,por cuanto equivaldría a quintaesenciar la quintaesencia.Nos contraemos, pues, a ceñirnos escuetamente al mismo.

Discierne Raimundo Lazo en La teoría de las genera-ciones y su aplicación al estudio histórico de la literaturacubana, once generaciones en poco más de siglo y mediode movimiento literario definido. De estas promocioneshistóricas, seis se relacionan en parte o totalmente con la

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república Entre ellas, distingue dos generacionesfiniseculares. Tan sólo incluiremos aquí los nombres cita-dos en nuestro trabajo. La primera es la de Enrique Piñeyro,(1839-1911), Manuel Sanguily, (1848-1925), Enrique JoséVarona, (1849-1933), Raimundo Cabrera, (1852-1923); lageneración de Martí, (1853-1895), cuyos límites puedenextenderse hasta Juan Gualberto Gómez, (1854-1933). Lasegunda generación finisecular es la de Aniceto Valdivia,(1859-1927), Manuel de la Cruz, (1861-1896) y AlfredoZayas, (1861-1934). «Los primeros se incorporan a la ges-tión histórica en los años de la guerra del 68; literariamenteson los últimos seguidores del romanticismo del siglo XIX,aunque en algunos de ellos como en Martí, el más genial,se perfila ya un arte nuevo...» «La segunda generaciónfinisecular... se diferencia... de la primera en lo literario,por la generalizada adhesión al impulso renovadormodernista...» Durante el siglo actual podemos distinguirtres generaciones con obra hecha, y una que apenas se ini-cia al promediar esta centuria.

«Hacia 1880, nacen los hombres de la primera genera-ción republicana, la que iniciará su gestión histórica conla república.» Se divide en dos grupos: el que inicia susactividades cerca de 1900, y el que las desarrolla, indu-dablemente con más pugnacidad y gusto más exigente,hacia 1910. En el primero predomina el lirismo, la admi-ración a los antecesores inmediatos, el gusto por lo orato-rio y la afición al tema heroico nacional; en el segundohay tendencia a la crítica, mayor sobriedad y la nota cos-mopolita sin perjuicio del sentimiento americanista delos tiempos felices del arielismo, que permite cultivarel optimismo sin gran esfuerzo. A ella pertenecen Mi-guel de Carrión (1875-1929), Regino Boti (1878), JesúsCastellanos (1879-1912), Fernando Ortiz (1881), Carlos

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Loveira (1882-1928), Mario Guiral Moreno (1882), FernandoLles (1883-1949), Carlos de Velasco (1884-1923), AlfonsoHernández Catá (1885-1940), Max Henríquez Ureña (1885)José Sixto de Sola (1888-1916), José Manuel Poveda (1888-1926), Luis Felipe Rodríguez (1888-1947), Emilio Roig deLeuchsenring (1889), Enrique Gay Calbó (1889). En JoséAntonio Ramos, en parte desarraigado, la nostalgia agudizala preocupación cubana y Luis Felipe Rodríguez se incorporaa la obra de la generación siguiente.

«En la tercera década del siglo aparece la segunda gene-ración de los tiempos de la República, promoción cuyoadvenimiento y triunfo queda encerrado entre las dos últi-mas guerras mundiales. Sus hombres viven hoy los añosde una madurez bien lograda...» «Las fechas de nacimien-to de los componentes de esta promoción se extienden desdeel comienzo de la última década del siglo XIX hasta las proxi-midades de la primera guerra mundial.» Así aparecen en1891 Mariano Brull y Félix Lizaso; en 1893 J. M. Chacóny Calvo y José Z. Tallet; en 1894 Manuel Navarro Luna yMiguel de Marcos; en 1897 José A. Fernández de Castro;en 1898 Jorge Mañach y Juan Marinello; en 1899 RubénMartínez Villena, Enrique Serpa, Rafael Esténger y CarlosMárquez Sterling; en 1900 Francisco Ichaso, Núñez Olano,Carlos Montenegro, Aurelio Boza Masvidal, Félix Soloniy Lydia Cabrera; en 1901 Pablo de la Torriente, HerminioPortell Vilá; en 1902 Alberto Lamar Schweyer, CarlosGonzález Palacios, Enrique Labrador Ruiz y NicolásGuillén; en 1903 Elías Entralgo, Roberto Agramonte, Ale-jo Carpentier; en 1905 Lino Novás Calvo; en 1909 RaúlRoa; en 1910 Emilio Ballagas.

Confirma Raimundo Lazo que «a los hombres queirrumpieron en la historia de Cuba examinando, con cru-deza y hondura, la crisis de la República, y pidiendo a ésta

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rectificaciones urgentes demandando resonancias para laspreocupaciones e innovaciones de los nuevos tiempos,publicando una revista de avance... a esta generación queha querido llevar la inteligencia, gobernada por las ideas,por la fidelidad a los principios, a la política, a muy diver-sas clases de política, ha sucedido otra promoción pura-mente especulativa que, cualquiera que sea la justificaciónque de tal conducta se intente, significa apartamiento de larealidad social, olvido de las circunstancias en busca de unarte para iniciados, de puras esencias poéticas...»

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SALDO

La república nunca se repuso de las drásticas podas quesufrió en sus entrañas la víspera misma de su llegada almundo. La inmolación de Martí, Mitjans, Casal y Ma-nuel de la Cruz equivalía al cercenamiento de los nerviosmás sensibles de su sistema afectivo. Sin sus más finos ydelicados órganos de percepción emocional, quedabacomo entumecida, paralizado el sentimiento que aventa-ba la llama creadora. La fragua interior se detuvo y unfrío letal invadió el taller literario. Los hilos estaban cor-tados, de suerte que las corrientes emotivas no circula-ban. El ser que había engendrado dos grandes precursoresdel modernismo, se sumía en la esterilidad poética. Sóloconservaba un muñón preclaro de su cerebro, contamina-do sin embargo de escepticismo y contrayendo su aten-ción al crecimiento físico, pese a lo cual la salud corpóreaprosperó poco y la moral menos todavía. Así, las bienintencionadas pautas pragmáticas sentadas por Varonadesde la cabecera, durante las horas del parto, por ordende la comadrona, encaminadas a desarrollar la educacióntécnica exclusivamente, a expensas de la humanística,habría de producir una criatura inculta, ajena a las pre-ocupaciones morales y espirituales, truncadas ya por lapérdida prenatal de sus fibras más sensitivas.

En la primera etapa republicana, la cual termina en 1933,las células cancerosas de los aprovechados de la guerra de

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independencia aniquilan las más sanas, las de los verdade-ros patriotas que repudiaban las tácticas deshonestas. Losmás voraces y menos escrupulosos se adueñaron del po-der, desde donde dominaban al resto de los cubanos, redu-cidos a depender del Estado o de las empresas extranjeras.No les quedaba otro recurso: depauperados por las guerrasde independencia, no habían tenido tiempo de resarcirsede sus pérdidas, por cuanto ya no disponían de la mayorparte de sus fuentes de riqueza y, presionados como esta-ban por la necesidad, las pocas que aún tenían se les es-capaban de las manos, a causa de su inexperienciacomercial. Por su parte, las mejores plumas se veían obli-gadas a plegarse ante los políticos que se habían posesio-nado de las riendas del gobierno, a consumirse en lapenuria o a embotarse bajo la carga de un quehacer pro-fesional. Después de la caída de Machado, se inicia unperíodo de recuperación nacional, merced a la protecciónde la mano de obra del país, que también se había vistoprivada de medios de subsistencia por la competenciadesleal de la importada; al par que a través de restriccio-nes arancelarias destinadas a favorecer la industria, quehallaría, por su cuenta, un nuevo estímulo en la segundaguerra mundial. Mientras tanto, un ingente cúmulo de le-yes sociales iría afianzando la seguridad y la fuerza de laclase trabajadora. Al propio tiempo, los sectores económi-cos cubanos se ampliaron y fortalecieron, y los azucarerosreconquistaron parte de sus posesiones.

Pero, si la revolución nacional de 1933 dio al traste conla plaga del veteranismo acaparador de la administración ysus prebendas, y fortaleció la posición del nativo, desatóun plebocracia que invadió e inficionó todas las esferas dela nación. Los advenedizos, los arribistas y los aprovecha-dos sedicentes revolucionarios asaltaron el poder y el teso-

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ro, lo mismo que antaño los malos veteranos, supuestos overdaderos segregaron a los pulcros, subvirtiendo valo-res y deteriorando todo cuanto tocaban. La osadía, la vul-garidad, la ignorancia y la piratería administrativa seenseñorearon del país. Fácil es imaginarse las repercu-siones culturales de ese descenso ético y social. Las artesy las letras quedaron sepultadas por esa ola de apetitosbajos, de codicias feroces, de nulidades encumbradas, don-de los que se habían dado por entero a la producción deuna obra de calidad tenían que ceder el paso a los impro-visados, beneficiarios de los gobiernos de Batista y GrauSan Martín.

Mas, buena parte de la culpa por la desestima en quecayeron las obras de creación, debe achacarse al propioVarona, quien, al pensar no más que en la construcciónmaterial de la nación, dejó la patria intelectualmente iner-me para su defensa, sin vista para los verdaderos peligrosy carente de esa actividad espiritual que madura los valo-res morales. La miopía de esa educación utilitaria, ceñidaa los fines inmediatos, ha redundando en una ominosa in-diferencia hacia las artes y las letras, aniquiladora del pro-greso espiritual. Ahora el público lee sólo con mirasprácticas, para adquirir conocimientos que puedan aumen-tar sus ganancias o propiciar su medro social. De sensibili-dad encallecida, inasequible a las motivaciones más finasde la belleza, busca el placer en distracciones elementalesy no en las emociones de la lectura. Ha perdido el gustopor la buena prosa y los giros sabrosos, de suerte que sulenguaje se ha tornado pobre y desabrido. En la desoladaoquedad de su vida interior no caben problemas sicológicos,ni matices insólitos, ni sutiles estados de ánimo. Los escri-tores mismos propenden a dedicarse a tareas de erudición,más remunerativas y apreciadas. Así, en el primer período

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republicano el número de novelistas es proporcionalmentemayor que en el segundo.

En resumen, las causas principales de la actual decaden-cia literaria son las siguientes: la pérdida irreparable de lasmejores plumas de fines de siglo, las taras coloniales, elsentido puramente utilitario de la enseñanza, la represiónmachadista y el opio tóxico de la radio, destructora delhábito de la lectura; a más de la depredatoria invasión delos aprovechados de la revolución, ya apuntada. Con todo,la independencia y el movimiento de rescate nacional de1933, han sido de un incuestionable beneficio social y elpoder del estado cubano ha crecido. Las fuerzas retrógra-das del caudillismo político declinan y la conciencia popu-lar se afirma con creciente pujanza. Pero lo que se precisaes una revisión de las normas educacionales, buenas paralas necesidades inmediatas de los primeros años de inde-pendencia pero insuficientes para desarrollar el juicio deuna nación próxima a la adultez, con sus costumbres do-mésticas a la zaga de la economía.

Una educación humanística proporciona un auxilio ina-preciable para perfeccionar y afinar la forma, y el conoci-miento filosófico habilita para hacer el análisis y la síntesisdel contenido, captar con agilidad su significado y descu-brir sus conexiones con las grandes corrientes motrices.La carencia de estos instrumentos en la casi totalidad denuestros novelistas resulta lamentable, siendo más tangi-ble aún en los contemporáneos. Entre éstos, sin embargo,espigan algunos que reparan con ahínco esa deficiencia.Lamar Schweyer distó mucho de ser un escritor inculto, yLabrador Ruiz, Alejo Carpentier, y Virgilio Piñera son mag-níficos prosistas que manejan con fina sensibilidad y do-nosura todos los recursos del oficio. La crítica, con rarasexcepciones ausente desde los albores del siglo a causa de

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la inmadurez republicana, ahora tiene un sagaz exponenteen Guy Pérez Cisneros. El grupo de la revista Orígenes seda con monástica dedicación, pasando lo mismo de la filo-sofía de lo inmediato existencial a lo trascendente, de loracional a lo intuitivo, para expresar los más inasibles ma-tices del espíritu, las más alquitaradas esencias, las con-vulsiones del inconsciente, con un lenguaje libre a la parque depurado, y simbólico, más propincuo a la poesía quea la prosa. Estas minúsculas bandadas que vuelan sobre unocéano de vulgaridad auguran, quizá, mejores tiempos. Lapresencia de tales minorías, que por pequeñas que sean,son las que siempre han marchado a la vanguardia, man-tienen la continuidad literaria, aun cuando el público em-botado por los deportes, refractario a las vivencias del alma,prefiera los escarceos musculares a los del ingenio, las ex-periencias físicas a las de la sensibilidad, lo concreto a loabstracto, lo materialmente útil a lo puramente creativo.La riqueza exterior a la interior. En cuanto a lo demás, re-cordemos que el propio Varona, positivista radical, afir-maba que un hombre culto tiene más motivos para sermoral. Y si se logra contener la horda de hambrientos ad-venedizos de la revolución del ’33, hay sobrados motivosy circunstancias que pronostican un cambio de clima so-cial, más favorable a la floración literaria al par que a lacosecha económica. No será una república perfecta, perotampoco vulgar, ni lechuza ni paloma, lozana pero no in-sensible, en cuyos profundos ojos sensuales titila una chis-pa, que llevará con propiedad una estrella en su gorro frigio.Tal era la perspectiva en 1952 antes de que el golpe del 10de marzo, obstruyera el curso de las fuerzas renovadorasdentro del cauce democrático.

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ÍNDICE ANALÍTICO

El conventillo. 129.Azorín (José Martínez Ruiz). 28,

145.Azuela, Mariano. 146.

Bacardí, Emilio. 96.Magdalena. 96.

Bach, Juan Sebastián. 151.Báez, Rangel. 280.Bailey, Teodoro. 94.Ballagas, Emilio. 160, 289.Balzac, Honorato de. 171.Baquero, Gastón. 260.Baralt y Zacharie, Luis A. 58, 63,

98.Barañano, Leonardo. 263.Barbey d’ Aurevilly, Jules. 33,

162, 248.«La venganza de una mujer»(Las diabólicas). 248.

Barbusse, Henri. 118.Barrès, Maurice. 96.Batista y Zaldívar, Fulgencio.

160, 174, 207, 259, 293.Batlle, José. 221.Baudelaire, Charles. 81.Beecher. 30.Bentham, Jeremy. 283.Bergson, Henri. 30, 80, 138, 146,

285.

ABC. 145.Abela, Eduardo. 158-160.Acosta, Agustín. 98.Acosta, Francisco. 96.Acosta, José Manuel. 98.Agramonte, Roberto. 148, 289.Ainciarte, Antonio. 191.Aja, Vicente. 286.Alain (Émile Chartier). 263.Albarrán, Joaquín. 27Aldereguía, Gustavo. 218.Alonso, Dora. 255.Álvarez (el «Gallego»). 184.Anderson, Sherwood. 146.Anenkoff, Yuri. 146.Aquino, Tomás de. 271.Aramburo, Mariano. 19, 20, 22,

269, 271, 284.Arango, Miguel. 114.Araquistain, Luis. 145.

«La agonía antillana». 146.Ardévol, José. 152.Aristóteles. 280.Arjona, Marta. 265.Armas, José de. 207.Arp, Hans. 147.Arroyo, Anita. 265, 266, 268.Asbert, Ernesto, general. 67.Azcárate, Carlos. 72, 73.Azevedo, Luis de. 129.

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Bernal del Riesgo, Alfonso. 218.Bernard, Claude. 36.Betancourt, Pedro. 195.Blanchet, Emilio. 58.Blanco Fombona, Rufino. 58.Blanco, Rafael. 97.Bobadilla, Emilio (Fray Candil).

22-28, 31, 98, 172, 256, 286.A fuego lento. 24, 26, 28.

Bonaparte, Napoleón. 124.Borés, Francisco. 146.Borrero Echevarría, Esteban. 97.Borrero, Juana. 97.Boti, Regino. 58, 63, 64, 288.Bourget, Paul. 30, 31, 33, 77.Boza Masvidal, Aurelio. 289.Brindis de Salas, Claudio. 158.Brull, Mariano. 98, 289.Bueno, Salvador. 286.Byrne, Bonifacio. 216.

Cabrera, Lydia. 289.Cabrera, Raimundo. 13, 16, 17,

19, 20, 47, 66, 75, 78, 96, 114,125, 140, 210, 216, 288.Cuba y sus jueces. 13.Mis buenos tiempos. 13.Sombras eternas. 20, 21, 47.Sombras que pasan. 66, 75,96, 140.

Caffery, Jefferson. 207, 238.Calvo, Miguel. 184.Calzada, Andrés. 266.Camaño de Cárdenas. 208.

El intervencionismo, mal demales de Cuba republicana.208.

Carbó, Sergio. 98, 183.

Carco, Francis. 162.Cardoza y Aragón, Luis. 147.Carpentier, Alejo. 98, 144, 147,

149, 151, 154, 159, 175, 218,289, 294.El acoso. 174, 175.La música en Cuba. 151.

Carrión, Miguel de. 26, 68, 70,71, 73, 74, 76-79, 83, 85, 96,114, 125, 143, 164, 165, 241,251, 288.Las honradas. 68, 71, 74, 75,79, 96, 125, 241.Las impuras. 68, 75, 78, 83, 85,125.

Caruso, Enrico. 96.Casal, Julián del. 29, 30, 33, 63,

291.Casanovas, Martí. 144, 149, 159.Castellanos, Jesús. 22, 29-34, 57,

59, 80, 81, 269, 288.Los argonautas. 33, 59.La manigua sentimental. 33.«El llanto de las hadas». 34.«Un epicúreo». 33.

Castro, Marta de. 265.Castro, Máximo. 286.Casuso, Mario. 44.Cervantes, Ignacio. 158.Céspedes, Carlos Miguel de. 124,

201, 206, 207, 237.Cezanne, Paul. 118.Chabás, Juan. 146.Chacón y Calvo, José María. 58,

98, 216, 217, 259, 260, 289.Chagall, Marc. 146.Chaplin, Charles. 245.Chapman, Charles E. 149.

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A History of the CubanRepublic. 149.

Chapotín, Isabel. 267.Chic. 99.Chirico, Giorgio de. 146.Cimarrosa, Domenico. 151.Cisneros, François Guy de. 93,

95-97.El dandismo de tres cubanos.95.«Una gitana de Boston». 96.

Cisneros, Rafael A. 104, 105,108.La danza de los millones. 104,109.

Clarín (Leopoldo Alas). 23.Claudel, Paul. 97, 263.Clavileño. 99.Clemente II. 124.Coeuroy, Andrés. 157.Concha, general (Gutiérrez de la

Concha, José). 15.Conrad, Joseph. 162.Constant, Benjamín. 248.

Adolfo. 248.Contreras, Francisco. 58.Coolidge, Calvin. 180.Coppée, François. 31.Corona, Manuel. 127.Coronado, Manuel María. 195.Cortina, José Manuel. 56.Cossío del Pomar, Felipe. 262.Costa, Octavio R. 132, 193.Couceiro, Manuel. 161.Coyula, Miguel. 221.Cristo. 223.Crowder, Enoch. 114, 199, 200,

205.Cruz, Carlos Manuel de la. 183.

Cruz, Manuel de la. 11, 29, 288,291.

Cuba Contemporánea. 56, 58, 60,63, 91, 217.

Dante Alighieri. 232.El infierno (La divina come-dia). 232.

Darío, Rubén. 34, 81, 96, 98.«París de noche». 96.«El rubí». 34.

Daudet, Alfonso. 30.Debussy, Claude. 151.

Peleas y Melisenda. 151Delgado Montejo, Alberto. 165.Desvernine, Pablo. 199.Diaghileff, Serge. 97.Diario de la Marina. 189, 220.Díaz Albertini, Rafael. 158.Díaz-Plaja, Guillermo. 146.Dolz, Ricardo. 85.Don Segundo Sombra (Ricardo

Güiraldes). 148.D’ Ors, Eugenio. 146.Dos Passos, John. 77,104, 171.Dreiser, Teodoro. 77.Duhamel, Georges. 74.Duvernois, Henri. 95.

«El equívoco». 95.

Eça de Queiroz. 15, 97.El aprendiz de brujo (Camile

Saint-Saëns, ) 151.El Fígaro. 91, 97.El Mundo. 195, 220.El Pensil. 63.El Triunfo. 208.Enrique III. 124.

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Enríquez, Carlos. 158, 160, 251-253,255.Tilín García. 251.

Entralgo, Elías. 210, 212-216,289.Perioca sociográfica de lacubanidad. 210.

Epaminondas. 26.Ernst, Max. 146.Escobar, Vicente. 263.Espada y Landa, Juan José Díaz,

obispo de. 233.Esténger, Rafael. 82, 289.Estenoz, Evaristo. 57.Estrada Palma, Tomás. 17, 39-44,

46, 48-52, 55, 61, 120, 178,204.

Euclides. 285.Evening Star. 201.

Farrar, Geraldine. 96.Fernández de Castro, José Anto-

nio. 98, 218, 289.Fernández Mendía, Elia Rosa.

265.Fernández Sánchez, Leonardo. 218.Ferrara, Orestes. 149, 181, 205.Figari, Pedro. 147.Figarola-Caneda, Domingo. 98.Figueras, Francisco. 207.Fite, Warner. 148.Flaubert, Gustave. 24, 30, 90.

Madame Bovary. 26, 90.Focillon. 263.France, Anatole. 33, 97.Frank, Waldo. 146.Freud, Sigmund. 35, 79.Freyre de Andrade, Gonzalo. 67,

184, 199.

Freyre de Andrade, Guillermo.184.

Freyre de Andrade, Leopoldo.184.

Frobenius. 139.

Galliano Cancio, Miguel. 64.Garay, Sindo. 218.Garbalosa, Graciela. 96.García Caturla, Alejandro. 152-154.García Menocal, Mario. 51, 59,

60, 100, 106, 108, 124, 125,178, 180, 184, 186, 198, 204,205.

García Sierra. 184.García Tudurí, Mercedes 286.García Tudurí, Rosaura. 286.García Vélez, Mario. 204.García, Victor Manuel. 158, 160.Gattorno, Antonio. 158, 159.Gay-Calbó, Enrique. 62, 98, 289.Gaztelu, Ángel. 260.Geniaux, Charles. 96.

«El retrato». 96.Gide, André. 77, 80, 263.Gil, Heliodoro. 182.Giraudy, Ángel. 64.Gluck, Cristóbal. 151.Goebbels, Joseph. P. 190.Gómez de la Serna, Ramón. 145.Gómez, José Miguel. 44, 48, 51,

57, 60, 62, 67,106, 108, 197-199, 204.

Gómez, Juan Gualberto. 132,193, 199, 288.

Gómez, Máximo. 20, 41, 44, 67.Gómez, Miguel Mariano. 186.Goncourt, (hermanos Edmond y

Jules). 70, 77, 112.

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299

Gonzales, William E. 180, 198,204.

González Barros, Bernardo. 58,97.

González Freire, Natividad. 256.Teatro cubano contemporá-neo. 256.

González Lanuza, José Antonio.30, 40, 60, 63, 207.

González Llorente, Pedro. 195.González Palacios, Carlos. 285,

289.González Prada, Manuel. 221.González Urbina, Luis. 96.

«El álbum, el abanico y la tar-jeta postal». 96.

González, Ana María. 267.González, Hilario. 152, 153.Goya y Lucientes, Francisco de.

145.Grafos. 99, 263.Gramatges, Harold. 152.Grau San Martín, Ramón. 172,

192, 201, 202, 207, 257, 293.Gris, Juan. 146.Guerra, Agustín. 255.Guerra, Ramiro. 48, 115, 149.

Un cuarto de siglo de vida re-publicana. 115.

Guggenheim, Harry F. 180.Guillén, Nicolás. 160, 289.Guiral Moreno, Mario. 60, 61, 63,

289.Guyau, Jean Marie. 30.

Haydn, Joseph. 151.Heine, Enrique. 98.Henríquez Ureña, Max. 58, 289.Henríquez Ureña, Pedro. 58.

Heraldo de Cuba. 136.Heredia, Nicolás. 31.Hernández Catá, Alfonso. 58, 93,

96, 97, 147, 289.Los bandidos (El bandido, encolaboración con AlbertoInsúa). 97.

Hernández Miyares, Enrique.216.

Herrera. 186, 191, 206.Hibbert, Fernand. 26.Hoover, Herbert Clark. 180, 205.Horrego y Estuch, Leopoldo J.

132.Hull, Cordell. 208.Huxley, Aldous. 77.Huysmans, Joris Karl. 31.

Ibarbourou, Juana de. 98.Ibarzábal, Francisco de. 98.Ichaso, Francisco. 144, 145, 147,

289.Examen del embullo. 147.

Indy, Vicente d’. 151.Fervaal. 151.

Infiesta, Ramón. 220.Ingenieros, José. 98, 279-282.

Las fuerzas morales. 281.El hombre mediocre. 281.

Insúa, Alberto. 97.Los bandidos (El bandido, encolaboración con AlfonsoHernández Catá). 97.

Iturralde, Rafael. 124.Ivonet, Pedro. 57.

James, Henry. 22Jarnés, Benjamín. 146.Jaume, Adela. 286.

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300

J. F. Esares Don (José FresnedaEtchegayen). 131, 248.El dios maltrecho. 131, 247,249.

Jerez Villarreal, Juan. 63.Jorge Cardoso, Onelio. 255.Joyce, James. 77.Jubrías, María Elena. 265.Justo de Lara (José de Armas y

Cárdenas). 59.

Kid Chocolate (Eligio Sardiñas).55, 182.

King, W. H. 202.Kipling, Rudyard. 57.Kisling, Moise. 146.Knox, Philander C. 197.

La Discusión. 59, 195, 220.La Lucha. 48, 220.La Nación. 199.Labrador Ruiz, Enrique. 251,

255, 256, 289, 294.La sangre hambrienta. 257.Trailer de sueños. 257.

Lacret Morlot, José. 196.Lafayette, María José, marqués

de. 196.Lainé, D. T. 207.Lam, Wifredo. 161Lamar Schweyer, Alberto. 98,

170, 173, 185-187, 189-191,284-286, 289, 294.Cómo cayó el presidente Ma-chado [; una página oscura dela diplomacia norteamerica-na]. 185.Vendavales en el cañaveral.170, 171, 173.

Lansing, Robert. 204.Lara, Dionisio de. 286.Lawrence, D. H. 77.Lazo, Raimundo. 287, 289.

La teoría de las generacionesy su aplicación al estudio his-tórico de la literatura cubana.287.

León, Argeliers. 153Lewis, Sinclair. 77.Leyva, Armando. 64.Lezama Lima, José. 160, 260,

261, 286.Espuela de plata. 99, 260.Orígenes. 99, 295.Verbum. 261.

Lizaso, Félix. 98, 145, 148, 149,289.

Llanas Aguilaniedo, José María.132.

Lles, Fernando. 148, 284, 289.Llewellyn, Richard. 77.Lombroso, César. 24, 231.Lorrain, Jean. 172.Loveira, Carlos. 9, 26, 36, 66, 67,

73-75, 77-79, 83, 85, 96, 107,110-112, 114, 125, 143, 164,165, 239, 251, 273, 288.Generales y doctores. 66, 83.Juan Criollo. 35, 36, 66, 67.La última lección. 110, 125,143.Los ciegos. 73, 75, 79, 83, 84,107, 112.Los inmorales. 83, 85, 96, 111,112.

Loy, Ramón. 286.Loynaz, Dulce María. 217.Loynaz, Enrique. 217.

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301

Lozano, Alfredo. 161, 261.Lugones, Leopoldo. 81Lugo-Viña, Ruy de. 98.Luque, Adolfo. 55.Luz y Caballero, José de la. 58.

Macaulay, Thomas Babington,lord. 24.

Machado, Gerardo. 46, 51, 55,98, 117, 123-125, 129, 141,149, 160, 170-172, 174, 175,177-181, 183, 185-188, 190,191, 200, 201, 205-207, 229,232, 235, 241, 245, 259, 270,277, 281, 284, 285, 292.

Maeterlinck, Maurice. 96.Magoon, Charles E. 45, 50, 52,

60, 125, 204, 221.Mahoma. 223.Malberty, Jose A. 43.Mañach, Jorge. 62, 98, 118, 136-

141, 144, 145, 147, 148, 259,289.Indagación del choteo. 118,137, 140, 147.

Marañón, Gregorio. 146.Marcos, Miguel de. 243-245, 289.

Fotuto. 243.Marcoussis, Louis. 146.Mariátegui, Carlos. 148.Marinello, Juan. 98, 118, 142,

144, 147, 217, 289.Márquez Sterling, Carlos. 197,

198, 202, 208, 289.Márquez Sterling, Manuel. 114,

115, 177-180, 192-196,198-203, 208.«A la ingerencia extraña la vir-tud doméstica». 198.

[Las conferencias de Cho-rebam] El cesarismo en Cuba.114, 177.Historia del proceso de la En-mienda Platt. 193, 197.

Marquina, Rafael. 286.Martí, José. 23, 29, 58, 180, 193,

230, 288, 291.El presidio político en Cuba. 230.Patria. 11.

Martínez Pedro, Luis. 265.Martínez Ortiz, Rafael. 38, 40-43,

46, 47, 83.Martínez Sáenz, Joaquín. 190.Martínez Villena, Rubén. 98, 121,

217, 218, 289.Masó, Bartolomé. 40, 46.Massaguer, Conrado W. 92, 94-98.

Social. 91-93, 95, 98, 99.Maupassant, Guy de. 30, 33, 171.Mauri, José. 151.

La esclava. 151.Max Rafael. 147.Mella, Julio Antonio. 177, 218.Méndez Capote, Domingo. 195.Méndez Peñate, Roberto. 183.Mendieta, Carlos. 125, 178, 183,

184, 186, 202.Mérida, Carlos. 147.Merlín, condesa de (María de las

Mercedes Santa-Cruz yMontalvo). 62.

Mirbeau, Octave. 30, 70, 77.Miró, Joan. 146.Mistral, Gabriela. 98.Mitjans, Aurelio. 29, 291.Montalvo, Rafael. 67.Montenegro, Carlos. 147, 232-234,

255, 289.

Page 302: La Republica Al Traves de Sus Escritores

302

Hombres sin mujer. 232.Montero, Enrique. 228.

Caras y caretas. 228.Grandeza y miseria del perio-dismo. 228.

Montoro, Rafael. 91.Morand, Paul. 172.Morúa Delgado, Martín. 132.Muerte y transfiguración (Arnold

Shönberg). 151.Murger, Henri. 78, 240.

Escenas de la vida bohemia. 78.Mussolini, Benito. 124.

Navarro Luna, Manuel. 289.Nerval, Gerardo de. 97.Nervo, Amado. 96, 217.Newton, Isaac. 26.Nicola, Justo. 286.Nietszche, Federico. 80, 81, 170, 284.

Así hablaba Zaratustra. 80.Nijinsky, Vaslav. 96.Nolasco, Sócrates. 64.Nordau, Max. 24, 30, 112.Novás Calvo, Lino. 101, 102,

147, 162, 255, 289.«Aliados y alemanes». 101.Pedro Blanco, el negrero. 162.

Novo, Salvador. 146.Núñez Olano, Andrés. 289.

O’Neill, Eugenio. 146.Orbón, Julián. 152.Ortega y Gasset, José. 143, 285.Ortega, Gregorio. 275-278.

Una de cal y otra de arena. 275.Ortiz, Fernando. 48, 62, 98, 132,

133, 139, 143, 152, 154, 155,157, 158, 183, 199, 288.

Africanía de la músicafolklórica de Cuba. 154.Los bailes y el teatro de losnegros en el folklore de Cuba.139.

Paisiello, Juan. 151.Palacio Valdés, Armando. 144.Pancho Majagua (Francisco

Sabo). 127Peláez, Amelia. 265.Peraza, Francisco. 184.Pereda, José María de. 143.Pérez Cisneros, Guy. 160, 161,

259-263, 286, 295.Pérez de Acevedo, Roberto. 235,

238, 239.La ráfaga. 235, 239.

Pérez de Zambrana, Luisa. 97.Pérez Lugín, Alejandro. 143.Pergolesi, Juan Bautista. 151.Picasso, Pablo. 146.Pichardo Moya, Felipe. 97.Pilato, Poncio. 45.Pino Guerra, Félix. 67.Piñera, Humberto. 285, 286.Piñera, Virgilio. 294.

Ciclón. 99Piñeyro, Enrique. 23, 91, 286,

288.Platt, Orville H. 196.Plutarco. 26.Pocaterra, Rafael. 146, 256.Pogolotti, Marcelo. 158.Poincaré, Enrique. 284.Ponce, Fidelio. 161, 263.Porras Troconi, Gabriel. 58.Portell Vilá, Herminio. 46, 48-51,

192, 193, 201, 208, 289.

Page 303: La Republica Al Traves de Sus Escritores

303

Historia de Cuba en sus rela-ciones con los Estados Uni-dos y España. 46.

Portocarrero, René. 161, 261.Portuondo, Fernando. 132.Portuondo, Rafael. 195.Portuondo, José Antonio. 216-219,

286.Poveda, Héctor. 64.Poveda, José Manuel. 58, 62, 64,

80-82, 136, 137, 139, 217,289.

Prampolini, Enrico.146.Prévost, Marcel. 112.Puig Casauránc. 201.

Quesada y Miranda, Gonzalo de.124, 180, 181, 193, 239.

Quiroga, Horacio. 253, 256.Quirós, Constancio Bernardo de.

132.

Rabelais, François. 243.Ramos, José Antonio. 59, 62, 71,

73, 119-121, 142, 164, 251,289.El traidor. 59.Humberto Fabra. 71-73.Manual del perfecto fulanista,apuntes para el estudio denuestra dinámica político-so-cial. 119.

Ravenet, Domingo. 262.Renacimiento. 63.Répide, Recaredo. 64.Revista Cubana. 56, 259.Revista de Avance. 63, 93, 99,

142-144, 147, 158, 159, 219,256.

Revista de Cuba. 56.Revista de Occidente. 143, 145.Reyes, Alfonso. 58, 98, 146.Ribot, Teódulo. 283.Rimbaud, Arthur. 31.Ríos, Fernando de los. 146.Rivera, Diego. 147Rivera, José Eustasio. 256.Rivero, José Ignacio. 183Roa, Raúl. 218, 260, 289.Rochambeau, Juan Bautista. 196.Rodó, José Enrique. 30, 31, 34,

96, 279, 280.Rodríguez, Luis Felipe. 64, 87,

89, 90, 114, 147, 165, 167,171, 219, 251, 255, 289.Marcos Antilla. 165, 171, 219,251.«El maleficio de la guitarra».147.La conjura de la ciénaga (o Laciénaga). 87, 90, 165.

Rodríguez, Mariano. 161, 261.Rodríguez, Nina. 133.Rodríguez de la Cruz, José Mi-

guel. 265.Roig de Leuchsenring, Emilio.94,

98, 193, 203, 206-208, 289.El intervencionismo, mal demales de Cuba republicana.208.Historia de la Enmienda Platt.Una interpretación de la rea-lidad cubana. 193.

Roldán, Amadeo.152-154.Romañach, Leopoldo. 97.Romero, Francisco. 286.Roosevelt, Franklin Delano. 163,

184, 186, 193, 200, 202, 206.

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304

Roosevelt, Teodoro. 49.Root, Elihu.196.Rubiera, Ramón. 217.Ruiz Castellanos, Pablo. 153.Ruiz, Ángel Ramón. 218.Russell, Bertrand. 146.

Saavedra, Héctor de. 93.Saco, José Antonio. 57, 270.Sánchez Arango, Aureliano. 218,

260.Sánchez de Bustamante, Antonio.

57, 97.Sánchez de Fuentes, Eduardo.

151, 155.Sánchez Galarraga, Gustavo. 97.Sanguily, Julio. 206.Sanguily, Manuel. 32, 39, 91,

114, 204, 281, 288.Santa Lucía, marqués de (Salva-

dor Cisneros Betancourt). 40.Santayana, Jorge. 146.Santiesteban, Goyito. 231.Sarabasa, Ricardo. 60.Sariol, Juan Francisco. 63.

Orto. 63, 64.Scarlatti, Doménico. 151.Schaefner, André. 157.Scheler, Max. 138.Selva, Salomón de la. 98.Serpa, Enrique. 162-164, 272-275,

277, 289.Contrabando. 272, 273.La trampa. 272, 275.

Severini, Gino. 146.Silva, José Asunción. 81.Sinclair, Upton. 104.Smetana, Bedrich. 153.Sola, José Sixto de. 60-62, 289.

«El pesimismo cubano». 61.Soloni, Félix. 123, 126, 129, 130,

135, 251, 289.Mersé. 126, 129, 135.Virulilla. 129, 130.

Soravilla, Lesbia. 240.Cuando libertan los esclavos(Cuando libertan las escla-vas). 240.

Soto, Luis de. 161, 265.Soutine, Chaïm. 146.Squiers, Herbert G. 48.Steinhart, Frank. 49.Storni, Alfonsina. 98.Sumner Welles, Benjamín. 184,

187-190, 200, 201, 206, 207,237.

Supervielle, Jules. 146.

Taft, William H. 50.Tagore, Rabindranath. 98.Taine, Hipólito. 24, 283.Tallet, José Zacarías. 98, 149,

160, 218, 289.Tamayo, Diego. 195.Tata Villegas (Carlos Díaz De

Villegas). 127.The Havana Post. 181, 195.Tomás Bouffartigue, Guillermo.

151.Torralba, Fernando. 64.Torre, Terina de la. 96.Torres, Carlos de la. 43.Torres García, Joaquín. 147.Torriente Brau, Pablo de la. 230-

232, 239, 289.Torriente, Cosme de la. 98, 204.Trejo, Rafael. 182, 231, 239.

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305

Tres Palacios, Félix José de. 16.

Ugarte, Manuel. 96.«Lo que había en el alma deNinón». 96.

Unamuno, Miguel de. 98, 146, 252.

Valdés Rodríguez, José Manuel.150.

Valdivia, Aniceto. 288.Valéry, Paul. 146, 263.Valle, Rafael Heliodoro. 98.Valle Inclán, Ramón del. 31, 93,

253.Vallenilla Lanz, Laureano. 284.Vargas Vila, José María. 80, 104,

280.Varona, Enrique José. 10-13, 23,

32, 39, 40, 53, 54, 56, 60, 61,91, 97, 114, 115, 148, 261,265, 281, 282, 284-286, 288,291, 293, 295.Cuba contra España. 11.Fundamento de la moral. 282.

Vasconcelos, Ramón. 221, 223, 228.La letra de molde. 221.

Vázquez Bello, Clemente. 181, 184.

Vázquez de Cuberos, Luis. 64.Velasco, Carlos. 57, 59, 98, 289.Verlaine, Paul. 31.Villar Buceta, María. 98.Villaurrutia, Xavier. 146.Villaverde, Cirilo. 31, 251.

Cecilia Valdés. 62, 251.Villoldo, Julio. 58, 62, 121.Villuendas, Enrique. 48.Vitier, Cintio. 286.Vitier, Medardo. 148.Vivó, Jorge. 218.

Weiss, Joaquín. 265.Weyler, Valeriano. 86.White, José. 158.Whitman, Walt. 81.Wood, Leonard. 17, 51.

Zayas, Alfredo. 51, 67, 108, 115,117, 121, 140, 181, 199, 200,205, 217, 288.

Zola, Emilio. 24, 30, 36, 70, 77,78, 104, 112.Fecundidad. 70.La taberna. 36.Naná. 78.

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ÍNDICE

Rasgos incipientes / 7Varona y la colonia / 10Raimundo Cabrera y las lacras coloniales / 13Transición / 19El bilioso Bobadilla / 22Un cubano en el umbral del siglo / 29La república en pañales / 32El juancriollismo / 35Los primeros años de la independencia / 38La intervención / 46Varona y la república / 53Cuba Contemporánea / 56La república de Generales y doctores / 65El bovarismo criollo / 68La cuestión del adulterio / 71Independencia de la mujer / 74La vida galante / 77Poveda prosista / 80Los inmorales / 83La vida rural / 86La revista Social / 91El coche y el automóvil / 100La danza de los millones / 104La última lección / 110Adolescencia de la república / 113

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Cambio de frente / 116El perfecto fulanista / 119La eclosión del machadato / 123La vida popular / 126La vida de las obreras / 129Transculturación / 132El choteo / 136La Revista de Avance / 142Proceso musical de la república / 150Música mulata / 154La revolución pictórica / 158El contrabando / 162Las andanzas de Marcos Antilla / 165Novela de contrastes / 170El acoso / 174Manuel Márquez Sterling y el machadato / 177El machadato según Gonzalo de Quesada y Miranda / 180Cómo cayó Machado / 185Pasión y muerte de la Enmienda Platt / 192Más en torno a la Enmienda / 203La estratificación social / 210El periodismo / 220Plumas de combate / 229El régimen penitenciario / 232La ráfaga / 235La revolución de las mujeres / 239Fotuto / 243Romance de una despalilladora / 247El tinilismo / 251La república de Labrador Ruiz / 255Guy Pérez de Cisneros y las artes plásticas / 259Las artes industriales / 264Mariano Aramburo / 269

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El gatillo alegre / 272Corrientes de pensamiento en la república / 279El esquema generacional / 287Saldo / 291Índice analítico / 297

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