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La Verdadera Historia de Pulgarcito Carlos B. Delfante

La Verdadera Historia de Pulgarcito

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Un relato de quimérica ficción repleto de sucesos y lances interesantes, combinan las páginas de esta novela corta intitulada “La Verdadera Historia de Pulgarcito”, permitiendo que el lector discurra por algunos hechos interesantes de la vida real que fueron disimulados por la invención del autor. Las anécdotas relatadas por dos impagables personajes de fondo, es la conclusión de narraciones de diversos episodios de humor que llegan a representar los auténticos sucesos convencionales del ser humano, posibilitando rescatar algunos recuerdos que sobrevienen comúnmente en determinadas circunstancias del día a día.

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La Verdadera Historia de Pulgarcito

Carlos B. Delfante

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La felicidad humana

generalmente no se logra con

grandes golpes de suerte, que

pueden ocurrir pocas veces, sino

con pequeñas cosas que ocurren

todos los días.

Benjamín Franklin

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La Verdadera Historia de

Pulgarcito

Un relato de quimérica ficción repleto de sucesos y

lances interesantes, combinan las páginas de esta novela

corta intitulada “La Verdadera Historia de Pulgarcito”,

permitiendo que el lector discurra por algunos hechos

interesantes de la vida real que fueron disimulados por la

invención del autor.

Las anécdotas relatadas por dos impagables

personajes de fondo, es la conclusión de narraciones de

diversos episodios de humor que llegan a representar los

auténticos sucesos convencionales del ser humano,

posibilitando rescatar algunos recuerdos que sobrevienen

comúnmente en determinadas circunstancias del día a día.

Las características de algunos de los personajes

creados por el autor de la obra, son puntualizadas sobre el

ángulo de lo ridículo, de lo irreflexivo, de lo ingenuo,

permitiendo consentir la manifestación de algunos

procedimientos del auténtico muestrario de nuestra

colectividad, dejando al descubierto que nuestros

semejantes, no son más que un producto de su propia

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misantropía y de la naturaleza del medio ambiente en

donde habita.

Cinismo, mofa, mordacidad y desvergüenza, son

parte de los personajes, y fruto de ellos mismos, e imitan

las acciones de personas que existen en cualquier paraje, o

hacen parte de nuestro cotidiano.

El autor hace constar también su inmenso

agradecimiento a los famosos creadores literarios de otros

singulares personajes y de las obras que aquí fueron

nombradas y señaladas, cuando estas sirvieron de

sustentáculo para esta trama hilarante… A ellos, sus más

sinceros agradecimientos.

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Buscando restablecer la autenticidad de los

acontecimientos de acuerdo con la orden correcta como

ellos se sucedieron realmente en la historia, y ventilando

tan solo una parte de las correspondencias concomitantes

de lo que verdaderamente ocurrió con este personaje en

cuestión durante su pasaje terrenal; espero lograr restituir

y corregir lo que la mayoría de los lectores pensaban

saber, aunque es sabido que especulaban en lo lóbrego sus

mentes, que todavía era necesario atar algunas puntas

sueltas que aun existían en la vieja leyenda antiguamente

escrita tan magistralmente por el impagable Charles

Perrault.

Debo confesarles que mi desafío no fue una tarea

difícil de concretizar, ya que al abrir mi baúl de

correspondencias, retiré de él las docenas de cartas que

refrendan los fundamentos que ahora pretendo sacar a la

luz del sol presente.

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Quien viene en mi auxilio y atestiguará mi

manifestación, es nada menos que Sherlock Holmes, el

eximio investigador que, con lupa crítica y lógica

deductiva, siempre centrado en los métodos de un agudo

raciocinio y en los doctos poderes de observación y

deducción que asentaba con insuperable maestría, me

narró en más de un centenar de carillas, lo que un día

investigó contenciosamente su estimadísimo y no menos

excelso, Auguste Dupin, cuando éste decidió seguir los

pasos de Ornato Pereira, el verdadero nombre bautismal

de nuestro protagonista.

Fueron pasos que Auguste había seguido con

espíritu de verdadero sabueso, hasta que, finalmente, éste

se los repasó a nuestro veneradísimo inspector cerebral por

excelencia, para que los examinase y razonase.

Posteriormente, y es lamentable tener que decirlo,

reconozco que mi amigo Sherlock, al enterarse de las

peripecias del protagonista, percibiéndose aliquebrado

mentalmente por esa revelación, terminó por malgastar su

olfato en el albo tamo, con el fin de estimular sus

facultades intelectuales, donde luego a seguir, debido al

abuso de su uso, se perdió en medio del polvo blanco de

los fármacos que, a bien de la verdad, hoy sabemos que no

era nada más que un níveo talquito de marca “Pon-Pon”

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que él utilizaba para suavizar su permanente irritación en

los glúteos, cuando se sentaba a la sombra para poder

tocar tranquilamente su Stradivarius.

No obstante, haciendo un rápido paréntesis, debo

rescatar a luz de la verdad, que esa peripecia husmeadora

en la cual nuestro calificado maestre de la investigación

hundió sus narinas, terminó por rendirle una homenaje

póstuma por parte de una reconocidísima industria

norteamericana fabricante de dicho producto, la cual

terminó por agraciarlo con la máxima condecoración que

ellos otorgan a ciertas celebridades: la medalla del

“Johnson & Johnson President Awards”, concedida a él

en detrimento de un otro deportista no menos famoso,

llamado: Don Diego Armando Maroma que, a última hora,

perdió la oportunidad de recibir éste trofeo porque decidió

firmar contrato con la competencia, y rubricó su firma

junto a la empresa Suiza Nestlé, para ser el sponsor de la

láctea leche en polvo que estos producían.

En tiempo, aviso que a éste noble prohombre del

deporte, tampoco debemos confundirlo con el otro Diego,

el zorro de la Vega, porque ese sí, tenía un odio visceral

con lo blanco, razón por la cual, maliciosamente, algunos

llegan a afirmar que a éste personaje sólo le gustaba el

negro… Cosas de gente perturbada, pienso yo.

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Pero aunque no lo crean, quien me relató esta

acotación, fue mi gran amigo Archicha, un correligionario

natural de la pacata ciudad de Piedras Verdes, y un eximio

conocedor de los inverosímiles procedimientos y

costumbre del ser humano que, a boca llena, un día, al

encontrarnos discurriendo filosóficamente sobre el éste

singular tema, me dijo con acento apremiante:

-¡Cuidado! No te confíes. Ese es un Zorro

desquiciado que siempre le gusta andar con el negro

puesto.

Les parecerá estrafalario, pero su advertencia hace

sentido, porque un día, mi amigo me contó que su abuelo

lo había conocido personalmente allá en Galicia, donde

vivía, cuando éste enigmático caballero pasó de tiros

largos fantaseado de gitano y montado en una mula

manca, por un pueblito llamado Meaño, que queda situado

en la región de Rías Baixas, y yendo rumbo al puerto de

La Coruña.

Él me relató que fue un momento de sumo apremio

en que el negruzco caballero, huyendo de los guardias del

Rey, pernoctó en el Monasterio de la Armenteira, y al día

siguiente continuó viaje intentando embarcarse en el

bergantín “Madre de Dios” perteneciente al capitán

Santiago de León, para retornar fugado para la población

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de Los Ángeles que, en aquel entonces, era territorio

mexicano de las Indias Españolas. Hecho éste que ya fue

muy bien puntualizado y documentado por la

trascendental periodista chilena Isabel Allende.

Todo esto me trae a la memoria el entristecido

relato que mi compadre Archicha sacaba seguidamente a

la luz de la añoranza, cuando, algunas veces con los ojos

humedecidos por algunas lágrimas contenidas, me contaba

las peripecias ocurridas con sus padres, al querer

establecerse en Piedras Verdes…

-Desde su juventud y hasta el día que llegó a

Piedras Verdes –me señaló Archicha al referirse a su

progenitor-, siempre fue conducido por el fervoroso deseo

de hacerse rico y ser dueño de una casa de comercio, ya

que no le faltaban ejemplos de varios patricios suyos. Por

ello, don Manuel alimentaba con igual tamaño, la

posibilidad de realizar un sueño hasta ese entonces,

imposible: tener casa propia.

-Antes de venir para estos pagos, -me aclaró

Archicha con voz comedida y palpitante-, su padre había

sido un poblador pobre de una aldea apartada de

Sanxenxo, apenas a algunos abundantes kilómetros de

Rías Baixas, y mismo así, vivía en casa alquilada.

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-Date cuenta que en esa misma aldea, había tan

solo unos otros cuatro pobladores viviendo el mismo caso,

–finalmente advirtió mi amigo con fatigado acento.

-Era una situación que a mi padre lo perturbaba

enormemente, porque las casas, de manera generalizada,

podían ser feas, pequeñas, poco confortables o pobres,

pero cada una, –me acentuó con ahínco-, pertenecía a su

morador.

-Entonces, mi madre, que todavía no lo era, porque

yo aun no había nacido, entraba de vez en la historia,

cuando le decía:

-¡Manuel!... cuando nos casemos…

-Ya avizoro lo que tú me quieres decir, mujer –se

atajaba mi padre.

-¡Una casa! –el hombre enseguida le afirmaba

constreñido.

-¡Nuestra casa!, –ella le remarcaba, poniéndose

más firme que rulo de estatua.

-Tenemos que comprar una… ¿No crees, Manuel?

–me enfatizó Archicha al imitar la voz de su madre.

-Creer, la verdad que él creía, pero el dinero de la

labranza, momentáneamente, no le permitía que llevase el

asunto adelante… –Archicha explicó a seguir poniendo

voz dolida.

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-Entonces, ya casados desde hacía tres años,

continuaban a vivir en la misma casa alquilada desde el

tiempo en que mi padre era soltero y, lo que era peor, sin

contar con las economías que le permitiesen, tan siquiera,

juntar lo suficiente para pagar el valor de la entrada de una

casa, -agregó mi amigo, pensativo.

Al llegar a ese punto de su relato, yo quise saber

cómo habían logrado venir para estos pagos, si la situación

era tan apremiante, y mal les sobraba dinero para comer.

-Ahí que está –Archicha exclamó con desmesurado

júbilo- porque un día, la mujer, mi madre, le dijo de forma

repentina: ¡Manuel, tengo una sorpresa para ti!

-Bueno, -alegó mi amigo con una mueca suave y

un ademán de brazo-, la verdad que lo que Albertina, mi

madre, llamaba de sorpresa era, en realidad, una dádiva

que a mi padre le caía del cielo: ¡Dinero!

-¡Diablos!, –exclamó entonces mi padre,

desconcertado- ¿Qué dinero es ese?

-He estado economizando desde el día que nos

casamos –prontamente ella le esclareció.

¡Cuéntalo, Manuel!, –le ordenó quitándole el habla

a su marido, mi padre, -aclaró Archicha.

-Ve si eso ahí nos alcanza para dar la entrada de la

casa nueva –insistió mi madre.

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Sin darme cuenta, yo dejé escapar una exclamación

de admiración, porque no me imaginaba que, dentro de la

penuria que mi amigo me relataba, la mujer fuese capaz de

economizar lo que su marido no lograba.

-Mi padre –volvió a exteriorizar mi amigo dando

proseguimiento a su relato-, contó y recontó las pesetas de

doña Albertina, pero él ya no pensaba en la casa. Creo que

en ese momento, lo que germinaba en la cabeza de don

Manuel, era la visión del vapor que partiría en breve del

puerto de La Coruña, rumbo a Sudamérica.

-¿Brasil? –le preguntó admirada mi madre, cuando

don Manuel le avisó de sus verdaderas intenciones.

-¡No Albertina! Iremos para un país un poco más

abajo…, creo que allí va ser mejor para nosotros -le sentó

él.

-Escucha aquí… -le fue explicando mi padre,

queriendo contarle más de una docena de óptimos

ejemplos ya concretizados.

-Pero ella también ya sabía de muchos convecinos

que, salidos en estado menesteroso de sus aldeas, hoy

disfrutaban de envidiosas y desahogadas situaciones

económicas –testificó Archicha, quizás queriendo

resguardar la incertidumbre de quien sería su futura madre.

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-¿Tú sabes, mujer, que algunos de ellos, ya son

dueños de excelentes casas comerciales? –arguyó mi padre

ante la reticencia momentánea de la esposa, y a lo mejor

buscando reforzar sus registros al mencionar casos

notables de prosperidad existentes por estas bandas.

Yo lo escuchaba con circunspección, pues el relato

de Archicha era para mí, no menos intrigante, ya que me

estaba narrando una aventura de diablo cojuelo, y que

envolvía el misterioso deseo que sienten las personas en

querer arriesgarse en tierras extrañas, justamente en una

época en la cual las informaciones demoraban en llegar, y

cuando llegaban, tenían tantas distorsiones, que forjaba al

más cándido de los cristianos a sospechar de los relatos.

-Claro que mi madre tenía sus dudas, -continuó a

explicarme Archicha-, eran algunos temores al respecto;

pero como era la voluntad de su marido, ella sentía que

debía respetarla con sujeción…

-¡Oh! como eran obedientes y vasallas las mujeres

en aquel tiempo –exclamó mi amigo al exhalar un suspiro

de mezquindad; y yo pienso que tal vez, él lo dijo por

recordarse de otros sucesos más actuales.

Entonces, ¿fue precisamente así que ellos se

vinieron? –yo le pronuncié fehacientemente, como para

sacarlo un poco de su preocupaciones melancólicas.

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-Bueno, te voy a economizarte la parte del viaje –

aclaró mi amigo-, pero ya hacia como tres años que ellos

estaban viviendo en Piedras Verdes, y no fueron pocas las

oportunidades que aparecieron para que la tan deseada

casa fuese comprada –apuntó de vez Archicha-. No en

tanto, don Manuel siempre proponía, infaliblemente, dar

una otra aplicación para el dinero que juntaban.

-Antes que todo, el bar –mi padre sentenciaba seco,

ensimismado que estaba con la idea de convertirse en un

próspero comerciante, aunque más no fuese un bolichero.

-Bien, que sea –avenía Albertina con sumisión.

-En todo caso, creo que doña Albertina siempre

pensó con prudencia –acotó Archicha al analizar el

comportamiento obediente de su madre-. Porque ser

propietarios de un bar con buen movimiento, -concluía

ella-, seguramente sería más inteligente que comprar una

casa, y de esa forma evitar que su marido Manuel tuviese

que continuar como empleado, reventándose los riñones

haciendo trabajos brazales.

-Felizmente un día terminaron comprándolo,

porque ellos dedujeron que la recaudación del bar, donde

serían patrones, podría apresurar las economías que

proporcionarían la realización de un sueño congelado, ya

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éste venía siendo alimentado pacientemente a más de seis

años.

-Bueno, creo que mi padre no tanto –determinó mi

amigo-, porque después que lo compraron, el trabajo atrás

del mostrador lo dejaba postrado al llegar la noche. Sin

embargo, doña Albertina, diariamente contaba el dinero

que economizaban, y lo guardaba en una caja de cartón.

¿Medio arriesgado, no? –murmuré yo, sin la

intención de soslayar la actitud roñosa de su madre.

-En ese caso, -enunció Archicha con

circunspección-, mi madre juzgaba que si procedía de otra

manera, alguien la iría a tomar por una de esas mujeres

imbéciles que viven a guardar su rico dinero en los

bancos, quienes diariamente estaban siendo asaltados.

-No la defiendo, -declaró mi amigo-, porque ella

podía no ser una mujer letrada, ya que había trabajado la

juventud entera en las viñas de su aldea, y no tuvo la

oportunidad de frecuentar escuelas, pero te garanto que no

tenía nada de idiota –me subrayó con énfasis.

¡Comprendo! –le declaré para ser complaciente con

su reflexión.

-Parece mentira, cómo las historias se repiten a lo

largo de la vida. ¿No te parece? –me preguntó, y sin dar

tiempo a que yo reaccionase a su comentario, agregó:

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-Lo que en realidad ella entregó para mi padre, fue

un regalo de Navidad… Lo llamó a la pieza del fondo, un

resumido lugar que ellos ocupaban como morada, y le dijo

toda sonriente:

-Aquí tengo tu regalo de Navidad, Manuel –y

extendiendo su brazo, le entregó una bolsa de papel de

estraza.

-Como mi padre se quedó parado al igual que si

estuviese en un limbo, ella abrió de vez la bolsa y sacó la

famosa caja de cartón, depositándola en las manos de don

Manuel.

-¡Anda! Abre –ella le ordenó ella.

-Él la abrió y se le agrandaron los ojos… Don

Manuel no sabía si reía o lloraba con lo que veía dentro de

la caja.

-¡Coño! ¡Rayos!- exclamó mi padre en voz alta,

mientras en silencio pensaba como habría hecho su esposa

para conseguir todo ese dinero.

-¿Cuánto hay? –fue lo único que le dijo.

-La verdad, –comentó Archicha desplegando la

duda en su semblante-, es que no se decirte si era mucho o

poco, pero en aquel momento mi madre propuso dichosa:

-No es mucho, Manuel, pero quien sabe, allí dentro

no hay lo suficiente para que negocies la casa vecina, ya

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que ella es ideal para nosotros, por el tamaño y la

proximidad del bar.

-Demás está decirte que la tentativa de comprarla

resultó en nada…, -comentó mi amigo, acompañado sus

palabras con un gesto de angustia en el rostro-, …pues, ni

el vecino estaba dispuesto a venderla, ni el dinero

alcanzaría para el propósito.

-¿Y qué hicieron ellos con el dinero? –yo le

pregunté, desconfiando que estaba de que sus padres

hubiesen procedido igual que muchos en aquel tiempo,

colocándolo abajo del colchón.

-El mismo vecino fue quien les sugirió que

abriesen una caja de ahorros en el banco, y que lo

depositasen hasta que surgiese una otra oportunidad de

concretar su sueño.

-Interés…, corrección monetaria… un poco más

que lograsen juntar, fueron las inmediatas cavilaciones de

don Manuel, y así procedieron los dos a cumplir con el

consejo recibido –definió mi amigo, con una entonación

que demostraba apoyar la actitud correcta de su padre en

aquel entonces.

Yo busqué contener mis comentarios, para permitir

que Archicha discurriese por el pasado de su vida, y se

tomase el tiempo necesario para narrarme la historia, que

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si no me conmovía, por lo memos me despertaba

curiosidad.

-Un año después, la casa apareció. ¡Podrás

imaginarte!, –me dijo él con entono jovial- Era

exactamente la casa del vecino, quien ahora estaba

dispuesto a venderla.

-¿Cuánto quiere? –le preguntó mi padre.

-Pido tanto –le anunció el vecino.

-Era justo el “tanto” que ellos poseían. Y el “tanto”

pedido, era una pichincha –expuso Archicha con ojos

brillando, tal vez de emoción, tal vez de ternura; la verdad

es que no sé como describirlos correctamente.

-No en tanto, existía un empero –me pronunció

lacónico al retomar su relato.

-Tengo otros pretendientes –les habría dicho el

vecino-. Pero les doy un plazo –concordó el dueño.

–Si me traen el dinero hasta las cuatro de la tarde,

la casa es de ustedes. Si no, se la vendo al otro

pretendiente –estableció el hombre de forma sumaria.

-Ese día, ya eran como las dos y media de la tarde,

-aclaró mi amigo-. Don Manuel sabía que, a pie, no

demoraría más que diez minutos en llegar al banco.

Entonces con noventa minutos, fácilmente daría para

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llegar a la entidad bancaria, retirar el dinero de la caja de

ahorros, volver a casa y entregárselo a su vecino.

-Mejor que vayas en un taxímetro –le propuso

entonces doña Albertina, impacientada por el posible

surgimiento de cualquier contratiempo.

-Esa tarde, ella se quedó en el bar, esperando. Tres

horas. Tres y quince. Tres y media. Tres y cuarenta y

cinco… Como mi padre no aparecía, ella intentó una

dilatación del plazo. El vecino negó.

Hasta ese punto, yo continué mudo y observando

los mohínos tristes en las facciones de mi amigo, mientras,

de ojos rutilantes, él dejaba escapar las palabras de su boca

como si estas se arrastrasen.

-Cuatro horas. Cuatro y cuarto… -Si el otro

comprador aparecer, le vendo la casa -le advirtió el vecino

a mi madre.

-Doña Albertina, la señora ha de comprender, que

palabra dada, es palabra a ser respetada, –insinuó el tipo,

como disculpándose por su rectitud.

¿Y qué sucedió? –inquirí curioso.

-Bueno, el otro postulante apareció. Mi madre

entendió, o no entendió.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 20

-En verdad, ella quería saber que había ocurrido

con mi padre… Un asalto, un accidente, un… -¡Mi Dios! –

ella suplicó bajito.

A mí me pareció que mi amigo pronunció la

exclamación, como si estuviese imitando a su madre, pero

no dije nada.

-Don Manuel… –agregó mi amigo después de su

suspiro- …apareció como media hora después, nervioso,

queriendo explicar lo inexplicable, y dando una razón de

su atraso, único motivo para la pérdida de la tan soñada

casa.

¿Qué le sucedió? –murmuré apremiado.

-Mi padre, de cara fruncida, le explicó a mi madre

con bastante malhumor:

-¡La escalera rodante, quebró, mujer! Tuve que

esperar casi dos horas, para que unos tipos la reparasen.

2

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Antes de proseguir, o más bien de retornar al tema

de éste libro, les debo disculpas por dejarme llevar

pusilánimemente por los emocionantes vericuetos de otras

historias no menos interesantes que, sin darme cuenta,

terminaron por apartarme momentáneamente de lo

propuesto inicialmente; o sea, elucidar de una vez por

todas, lo relatado emocionalmente, o erróneamente, por

Charles Perrault.

Para refrescarles la memoria, aclaro que Perrault

fue un celebérrimo escritor francés, esencialmente

reconocido por haber dado forma literaria a embaucadores

cuentos clásicos infantiles, tales como: Barba Azul,

Caperucita Roja, El Gato con Botas, La Bella Durmiente,

La Cenicienta, Las Hadas, Piel de Asno, Riquete el del

Copete, entre otras obras que escribió a lo largo de su

vida, de un total de 46. Sin embargo, a excepción de los

cuentos infantiles, toda su obra se compone, de chupa

medias que era, mayoritariamente, en ensalzar loas al rey

de Francia.

Conforme lo propuesto inicialmente, les ventilaré a

seguir, no sin antes apartar el polvo existente entre las

toneladas de papel viejo que guardo en mi baúl y quitar

una infinidad de lepidópteros voraces que perniciosamente

habitan entre ellos, una parte de las correspondencias

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 22

concomitantes de lo que verdaderamente ocurrió con el

personaje del cuento, desvendando de esa forma la

Historia que elucidará vuestra incomprensión.

Antes de avanzar en el tema, transcribiré una parte

de la analítica reflexión realizada sobre la persona del ya

referido escritor francés, surgida en medio de una notoria

discusión entre Holmes y su estimado amigo John:

-No es para menos, -le pronunció el eminente

Sherloch Holmes con voz encumbrada a su estimado

amigo el doctor John H. Watson, y agregando a seguir la

célebre frase: Elementary, my dear Watson…, o sea:

-¡Sí!.. Elemental, mi querido Watson, porque como

éste hombre jamás fue capaz de levantar un dedo, ni luchó

contra el sistema, eso fue lo que le facilitó la

supervivencia en una Francia muy convulsionada

políticamente, y en la cual se podía apreciar a los favoritos

del soberano caer como moscas con demasiada frecuencia.

La deducción de Holmes, fue acertadísima, porque

como la vida de Charles Perrault siempre fue dedicada al

estudio, esa actitud le dejaba escaso margen a la fantasía.

Digo esto, porque en su primer libro “Los muros de

Troya”, escrito en 1661, se muestra nada infantil, como

fácilmente lo puede apreciar cualquier lector en el

contenido de la obra.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 23

Esto se debe a que, a lo largo de su burocrática y

aburrida existencia de funcionario privilegiado, lo que más

escribió, fueron: odas, discursos, diálogos, poemas, y

obras que halagaban al rey y a los príncipes, lo que le

valió poder llevar una vida colmada de honores, que

realmente él supo muy bien aprovechar. Pero cuidado, le

advierto que alguna similitud con personajes de la política

actual, es pura casualidad.

No obstante, volviendo a lo principal, expondré

aquí, lo que descubrí en medio de los cerúleos papeles que

encontré escondido en los anaqueles de la penumbrosa

sinuosidad de mi desorganizada biblioteca que, para el

asombro de los tolos, el espanto de los lánguidos

decadentes, la perplejidad de los burgueses domesticados

y, siempre en busca de la verdadera rehumanización de

Arte, no sirven más que para la suavidad de la nada. Pero

prometo que a partir de este parágrafo dedicaré el espacio

ocupado por el cerebro, a pensar en la coherente historia y

transcribir los acontecimientos de esta patraña.

Todo habría comenzado cuando la hermana más

joven del detective, que se llamaba Enola Holmes, habría

dejado olvidado sobre la mesa de su biblioteca, un librito

con el controvertible cuento de Charles Perrault. Después

de leerlo, los dos, Holmes -el Sherloch- y el Dr. Watson,

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 24

mantuvieron un diálogo rellenado de deducciones sobre el

contenido, que terminaron por dejar Watson

completamente atónito.

-Ciertamente, hay dos o tres indicios en esta obra –

expuso Holmes un tanto brusco-, que concluyentemente,

nos da las bases para tirar varias deducciones –registró

después de analizar las páginas del libro.

-¿Se me ha escapado algo? –alcanzó a preguntarle

al Dr. Watson, dándose ciertos aires de importancia.

-La verdad de hoy, es una prueba cabal de que no

se inventan más mentiras como antiguamente –contestó el

detective asesor de Londres.

-Francamente –tendría dicho el Dr. Watson-,

mismo que tengamos que encarar la Verdad, siempre será

mejor si eso ocurrir de modo indoloro.

-¿Acaso hay alguna minucia inconsecuente de la

que no me haya percatado? –insistió en aclarar Holmes,

cuando no concordó con las alegaciones levantadas por su

consultante.

-Fuera de los ávidos editores, de los biógrafos

maliciosos, de los críticos melifluos, y de un público

estúpidamente generoso que se postra delante de obras

finiquitadas a precio vil, entonces, la busca del lucro se

vuelve ordinaria –determinó su amigo, mientras revolvía

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 25

el whisky con el dedo, y sus ojos acompañaban las

delicadas oscilaciones del líquido dentro del vaso.

-Me temo, querido Watson, que la mayoría de sus

conclusiones son erróneas.

-¿Por qué?

-Simplemente, porque es bueno recordar a

Francesco Petrarca que, ya en su tiempo, hablaba con

pesimismo y desconfianza sobre el carácter de los

hombres y del futuro del mundo, y justo en el momento

que redactaba sus reflexiones en endecasílabos, ese mismo

mundo se consumía en la Peste que sesgaba la vida de

jóvenes, viejos, y la de las mujeres más famosas y los

poetas más brillantes.

-Es verdad. Pocos escapaban de su furia

devastadora -concordó Watson, ebrio de elocuencia.

-Fue así que este celebérrimo humanista italiano

ilustró el periodo negro del Renacimiento, cogitando

siempre, ciertas veces apoyado en la realidad insidiosa de

la vida, y en otras, en las intuiciones personales que él

tenía sobre la índole de los empodrecidos del alma que ya

estaba próximos a sucumbir, conforme Dante lo anteviera

en su Divina Comedia –declamó Sherlock con

pragmatismo.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 26

-¿Y eso, que tiene que ver con el tema? –preguntó

su acompañante.

-¡Nada! pero me gusta ejercitar la mente y el

razonamiento deductivo –le respondió Holmes de forma

desabrida, mientras daba una nueva fumarada en su pipa.

-Mejor filosofar en el bidé, que darle atención a

usted –murmuró el amigo cronista, ya bisojo de tanto

mirar los embates del hielo en el fondo del vaso vacío.

Después de ensancharse mutuamente con

atiborradas divagaciones del intelecto, el detective expone

en sus facciones un aire de viveza y de resolución, y

comienza a narrarle la historia de Pulgarcito, un niño que,

según Perrault, nació tan pequeño como un pulgar.

-Entonces, se confirma que era un enanito –

comentó Watson.

-Elemental, mi querido Watson –definió Holmes,

tras dar una profunda bocanada, y prosiguió con el relato.

-Resulta que Pulgarcito era el menor de los siete

hijos de un leñador y una leñadora, tan pobres, que se

vieron obligados a abandonar a sus hijos en el bosque.

Llegado el momento, Pulgarcito, que había oído el plan de

sus padres, fue dejando caer piedras blancas por el camino

y así, él y sus hermanos, pudieron volver a su casa justo

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 27

cuando un golpe de suerte había mejorado la economía de

sus padres…

-¡Imposible! –Apuntó el detective, al hacer una

pausa en su relato-. Esto es una chapucería… ¿En cuál

bosque existen piedras blancas? –preguntó brioso.

-¿No sería en la Siberia? –acotó el doctor,

apretando los labios al fruncir la boca, haciendo un piquito

de duda.

Holmes no llevó en cuenta la sugestión de su

amigo, y retomó la lectura:

-Esta racha de buena suerte duró poco y, los padres

de Pulgarcito, nuevamente se vieron obligados a

abandonar una vez más a sus hijos. Esta vez, Pulgarcito

fue arrojando migas de pan en lugar de piedras, pero los

pájaros se las comieron y no fue capaz de encontrar el

camino, así que se vieron obligados a dar vueltas por el

bosque hasta llegar a una casa que resultó ser la de un

ogro, aficionado a comer niños, que vivía junto con su

mujer y sus siete hijas.

-¿Te das cuenta, cuantas chambonada ha escrito

éste hombre? –Holmes preguntó incrédulo, levantando la

vista del libro.

-Claro, si eran pobres, pienso que no tendrían ni

pan duro –dedujo el doctor.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 28

-¿Y qué más? –inquirió Holmes.

-¡No sé apuntarlo!

-En primer lugar, mi querido Watson, ¿el ogro era

un animal, o un ser humano?, que bien podría ser definido

como: bárbaro, monstruoso, feroz, salvaje, repugnante,

deforme, etc., etc.

-Sin embargo…, sin embargo… –repitió, para dar

tiempo a echar una nueva tragada en su pipa- …y si él era

un ser tan cruel y atroz como Perrault lo describe, y que le

gustaba comer niños, ¿cómo es que tenía siete hijas en

casa?

-No sabría responderte, pero lo mejor de todo, es

saber que, un hueco, tanto puede ser identificado a través

del lado cóncavo como del convexo, siempre según el lado

que se le observe –enunció Watson, con la voz arrastrada

por el efecto de la malta destilada que se había bebido.

-Esa insania elocuencia tuya, me lleva a creer que

la estupidez contemporánea esté más parecida a los

forúnculos en el apogeo de su maturación, y prontos a

explotar de forma pirotécnica -manifestó Holmes,

intelectualmente inquieto.

-¿Sabes? La cordura de tu discernimiento, te

asemeja a Aldous Huxley con su preocupado trastorno con

los roles sociales tan bien descriptos en “Un mundo feliz”,

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 29

cuando este anarquista hace un hermosísimo ejercicio

“somático” de ideas místicas –respondió el otro, pero lo

dijo sólo por responder alguna cosa.

Sherlock lo miró de reojo, y atinó que era mejor

continuar con la narración, visto que las secuelas

dipsómanas estaban afectando el poder de deducción de su

compañero.

-El ogro…, -comenzó a disertar- …al descubrir a

los niños en su casa, quiso comérselos, pero la mujer,

siempre precavida, como toda mujer, -observó Holmes-, le

convenció para alojarlos y así guardarlos para cuando

escasease la comida. Pero Pulgarcito aprovechó la noche

para cambiar su gorro y el de sus hermanos, por las

coronas de las hijas del ogro y así, fueron éstas las que,

mientras dormían, murieron a manos de su propio padre a

la mañana siguiente.

-Ahora, me quedé despistado… ¿será que soy un

tarambana? –pronunció Holmes, frunciendo el ceño y

haciendo una nueva pausa, mientras encendía la pipa

apagada.

-¿Por qué?

-Porqué…, porqué…, porqué… -expresó de forma

intransigente, mientras daba profundas bocanadas.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 30

–¿No te das cuenta, mi querido Watson? Como si

fuese poco, este embustero de Perrault, ahora se le antoja

describir al ogro, como si fuese ciego.

Watson frunció el entrecejo, hizo un puchero de

desgano, pero se mantuvo callado, aguardando por el resto

de la historia.

Holmes la retomó en el punto que había parado y

agregó: -De esa forma, Pulgarcito y sus hermanos

pudieron huir… Cuando el ogro advirtió lo que había

sucedido, persiguió a los niños calzando sus botas de siete

leguas, llamadas así porque esa era la distancia que ellas le

permitían abarcar con cada zancada. El ogro buscó a…

-Tienes razón Sherlock –interrumpió Watson-

Perrault no es muy claro en la descripción de su cuento.

-¿A qué conjeturas llegaste? –quiso saber el

detective.

-Porque no dice si son: leguas comunes, o

marítimas.

-No hay mucha diferencia entre ellas –señaló

Holmes haciendo un ademán como quien dice… déjate de

joder.

-¡Hay, sí! –Se exaltó el otro- La legua es una

medida itineraria que equivale a 5.572 metros y 7

decímetros, pero la legua marina, corresponde a 5.555

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 31

metros y 55 decímetros… Si el ogro calzaba botas de siete

leguas, quiere decir que, a cada paso dado, existe una

diferencia de…

-Diecisiete metros y quince. Pero ha de suponerse

que, siendo en el bosque, no pueden ser leguas marinas –

dedujo el detective con celeridad.

-Pero si el asunto es de suposición, ¿qué mal hace

que Perrault escribiese el cuento como le dio la gana?

-Porque todo el cuento es un engaño –apuntó

Holmes con berrinche- ¿Cómo es posible que el ogro de

zancadas de siete leguas, si estaba corriendo en el bosque?

¿No te suena ilógico?

-¡No! Porque supongo que es una narración

destinada a chicos de mente obtusa e imaginación

abobada… Por eso…

-Ahora, y de una vez por todas…, -pronunció

Sherlock, cerrando el libro- …reafirmo que, la arqueología

y la literatura, a pesar de, aparentemente antípodas, se

encuentran tan próximas, que se me hace imposible

distinguirlas, a no ser, claro, por un perturbador olor a

humedad.

-¿Y cómo termina el cuento? –preguntó Watson.

-Dice que el ogro buscó a los niños durante tanto

rato, que acabó agotado y se echó a dormir sin saber que

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 32

Pulgarcito lo vigilaba –respondió Holmes en medio a un

bostezo.

Luego enseguida, con voz pachorrienta, retomó el

cuento diciendo: -Éste le robó las botas y las usó para

llegar hasta el palacio del rey y ponerse a su servicio como

mensajero, lo que le hizo enriquecerse de tal modo que ni

él, ni su familia, volvieron a pasar hambre.

-Como puede ser fácilmente notado, mi amigo,

aquí también asoma la sorna del Perrault, dejándonos claro

que él es un desencantado de la vida -manifestó Holmes

con una risita irónica en la comisura de los labios.

-No advertí por cual razón tú concluyes ese

pensamiento –anunció el Dr. Watson, atrás de lacónico

bostezo.

-Sí, porque después de terminadas sus hazañas, -

anunció el detective-, Pulgarcito logró comprar cargos de

nueva creación para su padre y para sus hermanos; y los

fue colocando a todos por ahí, al mismo tiempo que él

mismo se creaba una excelente posición en la Corte –

Holmes pronunció conciso, y cerró el libro con fuerza,

anunciando que ya era muy tarde y prefería irse a dormir.

En todo caso, no me caben dudas que después de la

excelente deducción filosófica que me fue aventada por el

magistral Sherlock, hasta yo mismo concluyo que esta

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 33

historia, por su similitud, puede haber sido escrita

tomando como base lo que ocurre seguidamente en alguna

de las cortes sudamericanas.

Claro, sé que muchos apuntarán que estoy

equivocado en mi juicio, pero les diré que si bien no hay

reyes por estos países, igualmente sé que existe una

pléyade de supeditados al igual que Pulgarcito, que no son

más que prototipos de personajes hábiles y afortunados

que viven comprando cargos para adquirir una excelente

posición en los Congresos, Cámaras, y otros círculos

varios del poder…

¿O será que mi razonamiento está confundido?

3

Retomando el tema propuesto en las páginas

iniciales, y esclarecidos ya los laberintos emocionales que

llevaron a mi vanidoso amigo Sherlock a querer elucidar

definitivamente la historia de tan pusilánime personaje, y

que tan bien me fueron redactadas en las correspondencias

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 34

que el noble detective otrora me remitió, entraré de vez en

su relato.

-No tengo dudas, que, vivir y morir sin nada

comprender, es el privilegio de la muchedumbre –expresó

socráticamente Sherlock Holmes para su amigo, el doctor

Watson, después de tragar el último mordisco que había

dado en su galleta predilecta.

-No me caben dudas, mi estimado amigo, pero no

veo razón para que tú me expreses un pensamiento tan

sublime.

-Digo y afirmo, porque la verdadera historia de

Pulgarcito, son pocos los que las conocen como yo.

-¿Cómo la has descubierto? –pronunció su

compañero, demostrando un gran escepticismo en la

mirada.

-A decir verdad, el que la descubrió y comenzó a

seguir los primeros pasos de Ornato Pereira, fue mi gran

amigo y no menos eminente investigador, Auguste Dupin

–afirmó de manera erudita.

-¿Y se puede saber, quién era ese tal de Ornato

Pereira?

-Según me lo contó Dupin, una vez, cuando él

visitó el pueblo de Piedras Verdes, allí se encontró con

alguno de sus descendientes, y tomando por los cuernos el

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 35

hilo de la madeja, siguió su sombra a través del tiempo y

rescató lo que ya había caído en el olvido… Por eso su

descubrimiento no deja de ser fascinante… ¿No te parece?

-¿Y porque miércoles Auguste Dupin fue dar en

ese culo del mundo?

-En verdad, parece que ese entonces, él era muy

amigo de un tipo que era medio metido a detective, y

entonces, éste lo habría convidado para elucidar algún

caso oscuro que por allí ocurría… Pero eso ya es otra

Historia que en su debido momento, ya dará lo que hablar.

-Si es así, ahora comprendo porque tu hiciste esa

acotación… -aclaró Watson.

-¿Cuál? –inquirió el investigador, dudando del

comentario.

-La de tomar el hilo por los cuernos… No sabía

que el hilo los tenía…

-Bueno… bueno, no te pongas tan neurasténico,

Watson. Lo que en realidad yo quería relatarte, fue el

contenido de la conversación que mantuve con Dupin.

Recuerdo que en su momento, él me dijo con entonación

afligida:

-Tímido que soy, quedo constreñido de contar esas

cosas, pero mismo así, se me hace inevitable decirlas,

sobre todo, cuando notada la esquizofrenia ajena, soy

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 36

obligado a vestir mi uniforme de contestador, para poder

probar que mi reputación permanece tan sólida cuanto la

de un obispo.

-En ese caso, siendo así, lo comprendo, pobre

Dupin... Pero, ¿quién era, ese tal de Ornato Pereira? –

indagó Watson, con aire de compunción.

-En su soberbia línea de trabajo, Auguste Dupin

descubrió que se traba de una persona que padecía de

enanismo, un trastorno del crecimiento que, si bien lo

había impidió de crecer, el hecho no le imposibilitó que

sufriese con tan triste designio divino –apuntó Holmes con

su genialidad excéntrica.

-Entonces, quiere decir que se trata de un enanito.

Y por deducción de su nombre esdrújulo, te diría que, más

que un simple “Ornato”, podría ser considerado como: un

“aderezo de llavero” –expuso Watson con una sonrisa

burlona.

-Elemental, mi querido Watson – declaró el

detective- Ese era, justamente, uno de los apodos que

Ornato tenía: “aderezo de llavero”. Si bien que, la familia

y los amigos, casi siempre lo llamaban de: “Pulgarcito”.

-Comprendo… Comprendo –el doctor gesticuló

con la cabeza, al acompañar el conjunto de palabras que

integraban la idea.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 37

-Es por eso que yo no estoy de acuerdo con el

relato de Charles Perrault, ya que la verdadera historia que

Dupin ha descubierto, es muy diferente de la de él –

exteriorizó Holmes, mientras se quitaba, con la mano, y

dando leves manotazos en la entrepierna, algunas miguitas

de galleta que se habían caído sobre los pantalones.

-Que los hombres nacen libres e iguales, sin duda,

es una de las mayores gansadas de la Revolución Francesa

–coreó el doctor de forma encumbrada-. E imaginar que

tal abstracción sea el nivelador punto de partida para que

todos parezcan estereotipos de si propios, es pura asnería,

y sólo debería ser pronunciada por todos aquellos que no

conozcan patavinas de la antropología surrealista…

¿Usted no conviene conmigo, mi amigo?

-Estoy totalmente de acuerdo con tu sentencia, y

para que veas como la vida es cruel, te cuento que la

primera bofetada de la vida que este mocoso llevó, fue

cuando arribó el “Gran Circo Norteamericano”, en la

pacata ciudad de Piedras Verdes.

-¿No me digas?

-¿Digo, o no digo? –preguntó confuso, el detective.

-¿Decir, el qué?

-Bueno, creo que eso, no es tan elemental como

parece, mi querido Watson.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 38

-Óptimo, pero ¿y el cuento del circo?

En ese momento, Sherlock tenía la mirada aguda y

penetrante, como si estuviese perdido en las tinieblas del

pensamiento, o quisiese ubicar entre sus recuerdos la

escabrosa historia que le había contado su prestigioso

amigo Auguste Dupin.

De un momento para otro, se acomodó en su

afelpado sillón, completó la pipa con su predilecto tabaco

“Half & Half”, dio dos tragadas seguidas, y comenzó su

relato.

-¿Quieres ir al circo? –fue lo primero que Holmes

pronunció de sopetón.

-¿Yo? ¿Para qué? –quiso saber Watson, al recibir

tan esdrújula invitación.

-Tú no, mi estimado alcornoque. Eso fue lo que el

padre de Pulgarcito le dijo esa mañana, cuando lo invitó a

ver el espectáculo.

-¡Ah! Disculpa mi desliz.

-Está bien, pero no me interrumpas, que si no, soy

capaz de olvidarme como todo sucedió –dijo Holmes al

dar otra fumarada, y luego largó el verbo:

-Al escuchar a su padre, Pulgarcito saltaba de

alegría. Creyó que su padre era algún tipo de vidente, pues

simplemente, adivinara su deseo.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 39

-Vaya y pídale a su madre para que lo vista –le

ordenó su padre.

-La madre engalanó a Pulgarcito. Buscó vestirlo

con una ropita que lo deje bien a voluntad para la ocasión.

-Van a la platea –ella les pregunta, como para decir

alguna cosa.

-No, a las graderías. Un espectáculo de circo que se

preste, debe ser asistido desde los tablazones –anunció

Eleuterio, el padre, mientras ve que el niño concuerda con

su determinación.

-Los dos salen de manos dadas –dijo Holmes-.

Pulgarcito, en esa época, tenía unos siete años. Y también

hacía siete que esperaba por la hermana que le habían

prometido sus padres.

-Los dos aguardaron en la parada, por el ómnibus

que los llevase hasta el circo.

-Finalmente éste aparece… Está vacío… El padre

luego se da cuenta que pueden escoger el lugar.

-Pulgarcito, inquieto y travieso como todo chico

normal, muda de asiento seguidamente. Va de una

ventanilla para otra. Elige un banco más atrás, luego otro

más adelante. Su movimiento constante perturba al

conductor –ilustra Sherlock detrás de la humareda de su

pipa.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 40

-¡Incordio! Quédate quieto un poco –avisa el

chófer, lleno de impaciencia.

-Ven para aquí, Pulgarcito –advierte Eleuterio, su

padre.

-Pulgarcito se sienta a su lado. Está impaciente,

excitado por el circo que lo espera y que él tanto esperaba.

-¿Tiene animales? –le pregunta ansioso a su padre.

-No sé. Cuando lleguemos, la gente descubre.

-¿Será que tiene trapecio?

-Debe tener… Debe tener… -dice Eleuterio,

vacilando de su afirmación rancia.

-Pulgarcito no logra contener los nervios. Se

levanta de su lugar, anda por el corredor refregando la

mano por todos los asientos vacios.

-De repente se resbala cuando el autobús da un

inesperado barquinazo y, sin querer, golpea la espalda del

conductor con su mano.

-Ven para aquí, Pulgarcito –ordena su padre.

-No estorbes al señor –agrega sin mucha

determinación.

-El niño va, pero no consigue permanecer sentado

más que tres minutos seguidos. Ahora, mete la cabeza por

las ventanillas abiertas, se desliza por el pasillo vacio.

Mete la mano en la caja de colocar las fichas…

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 41

-¡Oh, pendejo insoportable! –exclama el chofer, ya

visiblemente malhumorado.

-El conductor reclama una vez más, hasta que

finalmente éste le da una palmada, de leve, en la mano de

Pulgarcito.

-Pulgarcito hace pucheros, llorisquea, y mira a su

padre; quien sabe, -comentó Holmes-, buscando por

alguien que saque la cara por él; tan chiquito, tan

indefenso.

-¡Oiga, don! No le pegue a mi hijo… ¿oyó?

-Como el padre y el hijo son los únicos pasajeros,

el chofer le larga una espeluznante palabrota en respuesta

a la advertencia recibida.

-Pulgarcito mira a su padre con esa cara de: ¿y ahí?

-Es su única defensa. Él sabe que su padre sabe lo

que está sintiendo en ese momento.

-El conductor, moreno, fuerte, grande como un

elefante, no se arrepiente de haber dado una palmada en

ese incordio de botija.

-Vení aquí, y ve si podes quedarte quieto un poco –

dictamina Eleuterio, el padre.

-Pulgarcito obedece, pero ya no mira más a su

padre. Se limita a sentarse en un asiento más adelante,

humillado, suprimido, prohibido, condenado por nada.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 42

-¿Que incordio, no? –murmura el doctor Watson

rascándose el mentón.

-El padre se levanta y camina inseguro por el

pasillo –prosiguió diciendo Holmes-. El hombre se sienta

junto a su hijo y le toma la mano, apretándola fuerte entre

sus manos húmedas por un sudor nervioso, angustiado.

-Al observar aquella mano tan chiquita, percibe en

el dorso de la mano de su hijo, la marca encarnada de los

dedos del conductor.

-El padre levanta los ojos, y se da cuenta que el

cobrizo mastodonte que manejaba el ómnibus, lo está

mirando por el espejo retrovisor. Se da cuenta que el

individuo tiene un sonriso victorioso en el rostro.

-¡Que cobardía…! ¡Pegarle a un niño! –reclama el

padre, pronunciando las palabras mucho más para infundir

coraje en su hijo, que otra cosa.

-¡Ve si no me rompe los dátiles, don! -exclama el

pardo, agarrado del manubrio.

-Pulgarcito vira el rostro, haciendo de cuenta que

espía el movimiento de la calle. Sin embargo, él nada

percibe del rápido paisaje que desfila a su frente, porque

tiene los ojos turbados. Entonces su padre se da cuenta que

su hijo está llorando.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 43

-Dejá, hijo… educación, no es todo el mundo el

que la tiene… Caballo, es y siempre será caballo hasta

morir –afirma con rimbombancia.

-¿Quien es, caballo? –vocifera el conductor,

mirándolo por el retrovisor.

-Pulgarcito se empequeñece aun más. Se aparta

para un rincón del asiento. Está temblando, de angustia, de

espanto, de recelo por lo que puede suceder.

-De repente el padre se levanta y se para bien al

lado del chofer, menor y mucho más flaco, pero tomado

por un coraje y una audacia que le llega llena de

preocupación.

-Eso mismo –dice determinado, expresando las

palabras en tono elevado, como si quisiese mostrar el

tamaño de su coraje a su hijo, Pulgarcito.

-La trompada que recibe de forma gratuita, lo

derrumba como bolsa de papas por el corredor del autobús

vacio –anunció Sherlock, acompañado de una pantomima.

-Al final, Eleuterio consigue levantarse con la

ayuda de su hijo. En la próxima esquina, se bajan sin

pagar el boleto.

-El fornido conductor no le da importancia. El tipo

sabe que tiene cosas más serias con lo que preocuparse.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 44

-Desde la acera, el padre ve al vehículo

desaparecer, doblando al llegar a la avenida. Tiene un hilo

de sangre saliéndole de la nariz. Se la seca con la manga

de la camisa. Busca coraje para mirar a su hijo y no

consigue.

-Los dos, tomados de la mano, andan caminando

por la calzada, sin saber para donde se dirigen.

-Papá, vamos para casa –balbucea Pulgarcito.

-¿Y el circo? –pregunta su padre, aturdido por el

golpe, por el rencor, por la deshonra, por su poca bravura.

-Quien sabe, el próximo domingo vamos… Hoy,

hasta que estaba sin muchas ganas de ir –manifiesta

Pulgarcito con serenidad.

-Ahora, los dos lloran mientras cruzan la calle para

esperar el ómnibus que los lleve de vuelta a su casa.

-El padre sabe que necesita hablar, pero no

consigue imaginar la frase que debe decir, las palabras que

debe articular.

-El hombre se limita a posar la mano sobre el

hombro de su hijo. Siente que tiene un diente flojo, y que

probablemente tenga hasta el hueso de la nariz, quebrado.

Tal vez una fractura, piensa mientras resiste el dolor.

-No obstante, Eleuterio sabe que está llorando por

causa de un dolor diferente. Peor. Mucho peor.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 45

El Dr. Watson, que hasta ese momento sorbía

tranquilamente su escoses puro, movió la cabeza de un

lado a otro en aquel movimiento universal de negación, se

incorporó, dio dos pasos hasta donde estaba la diáfana

botella del dorado líquido, se sirvió otra gratuita dosis, y

comenzó a poner paño al púlpito:

-Muy emotiva y susceptible historia, mí estimado

amigo. Esos hechos deben de haber marcado la niñez de

este… “aderezo de llavero” –dijo, y pronunció con

excesiva énfasis en el adjetivo.

-Sin embargo, también se que esta manera enfática,

hiperbólica y persuasiva con que son revestidos ciertos

conceptos de la humanidad, pueden subyugar el sistema,

transformando un banal paisaje del watercloset, en una

enloquecedora visión de Troya, donde el sexo galopaba en

las sutilezas textuales de Homero, para quien, la visión de

Helena, podría significar algo más que la simple invasión

de Argólida, sobre una retumbante tensión de la argolla en

Epidauro, o hasta quien sabe, en Las Termopilas.

-Excelente hipérbole, mí estimado Watson. Porque,

obstinado y pensando en el asunto, continúo hallando

fascinante usar el cráneo para separar las orejas. Y si tú

prefieres, mejor que lo que afirmo, sólo lo que está ahí, o

sea, fragmentos de la inutilidad ilusoria que,

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 46

escenográficamente, parecen hacer sentido, todavía, de

nada han servido para las exacciones metafísicas

impuestas por la sociedad con su moral, religión, ética y

otras obscenidades convencionales que nos rodean.

-Inmejorable epílogo, mí distinguido amigo.

Principalmente, porque a pesar del aparente escepticismo

con el cual busco incrustar fantasiosas opiniones en

simbólicos orinales filosóficos, me parece utópico decir

preciosidades que sólo la convivencia con la lógica

justifica.

-¡Es verdad…! ¡Es verdad!

4

Dando proseguimiento a lo propuesto, y siempre

buscando relatarles lo que el noble detective descubriera

sobre las verdades no dichas del personaje principal de

esta obra, una cierta tarde se escuchaban los arpegios del

Stradivarius despilfarrándose resplandecientes por todo el

ambiente, mientras Sherlock, alto, delgado, frío, irónico,

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 47

nariz fina y aguileña, daba al conjunto de sus facciones un

aire de viveza y de resolución al frotar rítmicamente las

cuerdas con el arco, y así, lograr arrancar sonidos

melódicos y agradables del instrumento.

Cuando el Dr. Watson entró de vez en la sala, vio

que su amigo tenía el rostro levemente volteado para la

izquierda, el brazo siniestro ligeramente elevado de una

forma escandalosa que le pareció que si le quitasen el

violín de las manos, Holmes suscribiría ese aire social de

afeminación que tienen los que son acometidos de una

desvergonzada afectación cuando sacuden con la punta de

sus dedos el pañuelito de puntillas… ¡Qué horror! –pensó

para sí.

Antes de abrir su boca y hablar, Watson cerró los

ojos con fuerza, sacudió ligeramente el rostro para apartar

esa maliciosa y libertina imagen que lo dominaba, suspiró

hondo, y finalmente pronunció con entonación

aristocrática:

-Así, en la vida como en la muerte, lo importante

mismo, es mantener el peinado.

-En realidad, Watson, lo que hay de fantástico en la

música es, precisamente, ayudarnos a meditar las

abstracciones, o mejor dicho: generarlas –respondió el

aficionado violinista, después de recomponer su postura.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 48

-A mi no me caben dudas, mi congratulado amigo.

Porque a Bach, por ejemplo, se le daba por caminar más

de trescientos kilómetros hasta llegar a Lübeck, y tan sólo

para escuchar a Buxtehude tocar.

-¡Es verdad! Toda Alemania sabía que, a pesar del

nombre que tenía, cuando el gran Dietrich se sentaba en el

órgano, nadie soltaba un pío, sobre todo, para apuntarle

eventuales obscenidades cometidas en público.

-Ya que hablamos de píos, mi amigo… ¿Pulgarcito

asimiló bien su primer tropiezo emocional? –quiso saber

Watson, buscando retomar el tema principal que pretende

desenmascarar nuestra cuestión.

-Lamentablemente, aquel desafortunado suceso

ocurrido con su padre, fue mucho más que un marco en su

vida. Sin miedo a equivocarme, podría afirmarte que fue el

verdadero cartabón de una existencia repleta de picardías y

fechorías.

-¿Fue tan impactante como tú lo dices?

-Bueno, por lo que mi estimado Dupin afirma,

fuera de ese primer deplorable traspié emocional, éste

muchacho tuvo una vida muy progresa en eventos

subrayados.

-¿Cómo así? –curioseó el doctor, arqueando una

sola ceja.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 49

-Pues te cuento, caro Watson, porque en secuencia

de aquel doliente acto del día del circo, debo decirte que

los registros de Dupin indican que, en éste nuevo

momento de su vida, ellos eran tres, además de Pulgarcito,

que era el jefe del grupo –pronunció Holmes al

acomodarse en su sillón.

-¡Ah! entonces es una nueva historia –arguyó

Watson con el rostro inexorable.

-¡Por supuesto! Y para dar inicio a nuestra plática,

te diré que hasta ese momento, parece que cada uno de

ellos sabía de memoria lo que les habían adjudicado en el

plan a ser puesto en práctica. Sin embargo, Pulgarcito

creyó por bien que en aquella reunión que realizaban, las

cosas necesitaban volver a ser recordadas. Quería pasar en

limpio el deber a cumplir.

-Huguito… -de repente preguntó Pulgarcito a los

que allí se encontraban con él, y encarando directo a los

ojos de aquel que parecía ser el dueño del nombre.

-Yo me quedo en la puerta, cuidando a quien pasa,

y por si el individuo quiere entrar o salir –el inquirido le

respondió determinado.

-¡Correcto! –elogió Pulgarcito-. Pero recuerda que

solamente debes utilizar la violencia, como un último

recurso –determinó el jefe al dar un último consejo.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 50

¿Y tú, Luisito? –Preguntó, volviendo ligeramente

el rostro hacia otro de los presentes en la reunión.

-Yo pego el matute, jefe –Luisito se apuró en

responder.

-¿Sabes de cuánto tiempo dispones para agarrar el

botín y desaparecer?

-Usted ya lo dijo, jefe: ¡un minuto y treinta y cinco

segundos! ¿Correcto?

-¡Excelente! Pero no te olvides. Un minuto a más,

y podrás poner todo a perder –exhortó Pulgarcito con

rostro severo.

-Quédese tranquilo, jefe. No demoraré más que un

minuto y treinta y cinco segundos. Creo que antes de eso,

todo el matute ya estará en la bolsa… Puede contar

conmigo –afirmó convicto de su prontitud.

-¡OK! ¿Y tú, Miguelito? –preguntó Pulgarcito,

dirigiéndose al tercero.

El Dr. Watson, que hasta ese momento permanecía

silencioso escuchando el relato del conciso investigador,

de repente anunció jocoso:

-Pero mi amigo, con esos nombres, parecería que

ellos son los sobrinos de Donald.

-¡Elemental, mi querido Watson!, –declaró el

detective con su peculiar mirada aguda y penetrante-. Tú

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 51

no puedes olvidarte, de que nosotros estamos hablando de

fábulas infantiles.

-¡Oh! Disculpe mi desastrosa interrupción, mi

honorabilísimo amigo, creo que sin querer, patiné en la

mayonesa –se excusó Watson con el rostro sonrojado.

-¿Y qué le respondió el tercero? –agregó el doctor

de inmediato, estimulando a Holmes para proseguir con su

relato.

-Bueno…, Miguelito lo miró, y anunció resuelto:

Yo recibo la bolsa de Luisito y desaparezco con ella en un

santiamén.

-¿Sabes para donde debes llevar la bolsa? -le

preguntó Pulgarcito para cerciorarse.

-Para la casa de Tristán, donde después nos

encontraremos para dividir el botín.

-Muy bien… Entonces vamos ajustar nuestros

relojes –Pulgarcito solicitó, satisfecho con el

procedimiento.

-Los punteros fueron ajustados. El trabajito sería

dentro de dos días y, durante esas cuarenta y ocho horas,

el jefe recomendó que uno no debiera hablar con el otro.

Tendrían que evitar encuentros, aparentar hasta que eran

desconocidos si fuese el caso.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 52

-¿No era un poco anticipado para querer ajustar los

relojes? –preguntó Watson.

Sherlock lo fusiló con su gélida mirada, pero

omitió la acotación de su amigo, y continuó hablando: -

Pasadas las cuarenta y ocho horas, finalmente había

llegado el momento de la acción.

-Cuando llegaron al local combinado, Huguito hizo

su parte. Permaneció en la puerta en una actitud

displicente: un mondadientes colocado en la boca, otro

para limpiarse la uñas, de ojos vigilantes.

-No contrajo un músculo, no denunció un gesto

siquiera al momento que Luisito entró, pasando por él

como si cruzase por una estatua -testificó Sherlock con

entusiasmo.

-Una vez adentro, un silencio siniestro dominaba el

ambiente –enunció Holmes poniendo voz de ultratumba.

-Huguito, en la puerta, vio a Luisito inclinarse

sobre la mesa y, con toda calma, abrir discretamente la

gaveta de modo a no despertar la atención de nadie.

-Los ojos de Huguito brillaban cuando vio el

matute ser colocado en la bolsa grisácea que Luisito

llevaba bajo el brazo.

-Nada de lo ocurrido hasta el momento fue capaz

de llamar la atención. Todo corría como planeado.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 53

-Luisito salió con la misma discreción que entrara.

-Miguelito, diez pasos adelante, ya lo esperaba,

despistando a todos con aire de disimulo, mientras hacia el

cuatro con el pie recostado en la pared.

-La bolsa grisácea fue pasada por Luisito para las

manos de Miguelito que, sin correr, paso firme y

constante, desapareció por el ascensor que lo llevó a la

planta baja, primera etapa de la caminata hasta la casa de

Tristán.

-Luisito bajó por las escaleras con el mismo aire

inocente que tiene un fraile franciscano. Huguito ya estaba

parado en la puerta del ascensor, aguardando por su

llegada, la que ocurrió justamente cuando el dueño,

abriendo la gaveta, dio falta del matute que había

guardado allí hacía menos de cinco minutos atrás.

-¡Fui robado! Gritó –Holmes gritó imitándolo.

-¿Cuándo? ¿Cómo? –quiso saber el doctor, que

agrandó sus ojos sorprendido por el grito y por su

significado, casi derramando la bebida de su vaso.

-¡Yo no, tarambana! El que gritó, fue el del cuento,

cuando éste se dio cuenta que lo habían robado.

-¡Excúseme, mi amigo! Fue un lapsus de mí

parte… Puede proseguir, nomás –indicó Watson, antes de

echar un nuevo sorbo de whisky en su boca.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 54

Holmes retomó la palabra y anunció: -En ese

exacto momento, la puerta del ascensor se abrió y, ya

dentro, Huguito dejaba escapar un largo sonriso.

-Justo en ese momento se vuelve a escuchar:

¡Robaaado! Fui robaaado… El grito retumbaba por todo el

edificio, en un desespero inútil, comienzo de locura.

-Poco después, ya en la casa de Tristán, los cuatro

se reunieron otra vez.

-Nadie toca en la bolsa –ordenó el jefe, siendo

obedecido.

-La bolsa gris, apoyada sobre una mesa, pesaba

apenas en la conciencia de los cuatro. Tristán estaba

excluido. Él, solamente había cedido su casa para las

reuniones. Como no estuvo presente en ninguna de ellas,

tenía, en su defensa, el argumento de que allí estaban sin

su conocimiento.

Mientras Sherlock buscaba su pipa, Watson dio un

bostezo amplio y dejó escapar un comentario ambiguo:

-Es prudente recordar que, mismo bajo un sol

escaldrante, el Sahara continúa siendo el lugar ideal para

pensamientos sombríos.

-Elemental, mi querido Watson –exclamó Holmes,

luego de dar una tragada en su pipa, sin llevar en cuenta la

frase dicha.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 55

-Volviendo al asunto –dijo- Fue el jefe quien

comenzó a hablar:

-Como prometí, esto será dividido igualmente… Ni

yo, ni ninguno aquí, ira recibir una pizca a más do que el

otro –anunció Pulgarcito con pronunciación firme,

mientras juntaba el dedo gordo con el indicador, para

señalar lo que era una pizca.

-Lo dividiremos en cuatro partes iguales, y

después, cada uno le dará a Tristán lo que haya que él se

merece por habernos cedido la casa.

-Los otros tres deliberaron, y combinaron que sería

más justo dividir el botín entre cinco. Al final, Tristán se

había portado muy bien con ellos.

-¡OK! –les dijo Pulgarcito, vanidoso.

-Yo no esperaba otra actitud de parte de ustedes,

pero no quise que la idea partiese de mí –dijo todo

soberbio.

-Me alcanza luego la bolsa, Huguito –solicitó

finalmente estirando su brazo.

-¡Mmmm! El tipo de carácter que tiene este

muchacho… Me parece ser muy correcto –deliberó el

doctor, desperezándose, mientras el detective volvía

encender su pipa nuevamente.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 56

-Abierta la bolsa –anunció Holmes dejando que el

humo se le escapase por las narinas-, el botín apareció

delante de cuatro pares de ojos que crecieron con la

sorpresa.

-Miguelito dejó escapar un chiflido exclamativo y

advirtió: -¡No calculaba que llegase a tanto!

-Ahí debe tener… comenzó a manifestar Luisito

-¡No interesa!, –exteriorizó Pulgarcito con pulso

firme.

-No vamos contar primero para dividir después…

Serían dos trabajos. Iremos contando, al mismo tiempo

que hacemos la división, -anunció determinado

-Así lo dijo, y así lo hizo –comentó el investigador,

dando una pausa para encender nuevamente su pipa

meerschaum.

-Para ti… Para ti… Para ti… -pronunciaba

Pulgarcito, al mismo tiempo que le entregaba una parte a

cada uno, y haciendo que el monte del matute depositado

sobre la mesa fuese disminuyendo de tamaño.

-¿Y cuanto fue el monto que le tocó cada uno? –

preguntó Watson, poniendo cara seria.

-Le tocó ciento treinta y dos para cada uno,

incluyendo la parte de Tristán, que Pulgarcito ya había

puesto de lado –avisó el otro.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 57

-¡Nada mal!

-Es verdad, y finalmente, Pulgarcito llegó a la

conclusión que, al haber dado cuenta redonda, evitaba una

posible discordia con los números quebrados.

-Ahora –habló Pulgarcito poniéndose de pie-,

quien dé con la lengua en los dientes, sabe lo que le va a

pasar… -dijo en tono amenazador, pasándose el dedo

indicador por el pescuezo como si fuese un cuchillo pronto

a degollar.

-Quédese tranquilo, jefe –manifestó Huguito,

embolsando su parte, mientras que con su lengua, bañaba

los labios por causa de la alegría de lo ganado.

-Nadie aquí va a contar nada –afirmó Huguito a

seguir.

-Tristán llegó pocos minutos después. Los miró a

todos, y sin decir palabra, guardó bajo el colchón la parte

que le tocara.

-Los otros cuatro: Huguito, Luisito Miguelito y

Pulgarcito, de a uno por vez, fueron saliendo disimulados

y silenciosos, para volver campantes a sus casas.

-¿Y se llevaron la plata, nomás? –comentó el

doctor con cara de sorpresa.

-¿Qué plata, Watson? Lo que cada uno llevaba en

el bolsillo, eran ciento treinta y dos figuritas del álbum de

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 58

la copa, en cuanto que Ribete, el hermano menor de

Ornato, lloraba en el hombro de su madre.

-Fui robado, mamá… ¡Fui robado!

5

Después de terminar de engullir unos pedazos de

galleta crean cracker que estaba mordisqueando, Sherlock

aclaró su garganta y expuso de manera profesoral para su

compañero etílico de aventuras:

-Aunque perciba lo cuanto es difícil clamar para

que alcance el éxito merecido, insisto y persisto en la vieja

fórmula existencial evocada por Girolamo Fracastoro, el

médico y poeta italiano que, más allá de ser amigo de

Copérnico y sentirse el más feliz de los hombres cuyos

ambiciosos proyectos siempre resultaron en nada, mismo

así, se juzgaba ser beatificado solamente por imaginar que

la humanidad debería fenecer al igual que los

gasterópodos, en el ultrajante sistema que ella propia creó.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 59

-Pobre hombre… –lamentó el Dr. Watson con

fisonomía compungida- …en su zigomática estupidez, éste

caballero jamás sospechó que, rastreramente, el mismo ser

humano que se auto intitula “sapiens”, jamás llegará a ser

un escargot, exactamente por eso: por la ambición total de

querer transformar el verbo en acción, y al final acaba

escargando por sobre todo lo que pisa.

-Ya que tú has tocado en el tema de la verdad

rastrera, -exclamó Holmes-, eso me hace recordar de la

historia que me contó Auguste Dupin, cuando la madre de

Pulgarcito vivía reclamando para que éste parase de andar

bobeando por la orilla del camino, y dejase de estar

contando cuantos automóviles pasaban por allí.

-Entonces, cuéntela nomás, mi amigo… Que soy

todo oídos –anunció el doctor.

-Esa manía es para los chiquilines que no tienen

más nada que hacer –protestaba la dama, exasperada y

dura –empezó a declamar Holmes, justo cuando con la

palma de la mano, apartaba unas diminutas migajas que se

le habían colado en su cuadriculada chaqueta.

-¿A dónde ocurrió? -investigó el doctor, con aire

desigual.

-En Piedras Verdes, ¿donde más sería? –aclaró

Holmes con tirria en su mirada.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 60

-Yo pregunto, porque resulta que algunas veces los

hechos significativos se mezclan con detalles que, al ser

innecesarios, nos distraen de los detalles objetivos que

llevan a la resolución del caso –opinó Watson, después de

degustar un sorbo del líquido divino.

-Bueno, yo te digo que aquello por lo cual la madre

reclamaba, no dejaba de ser una verdad –puntualizó

Sherlock arqueando las dos cejas.

–Tu deberás comprender que, hijo de matrimonio

pobre, hermano mayor de otros tres, cuando el padre sale

para el labrantío y se encuentra ocupado en los quehaceres

diarios del campo, el hombre de la casa, necesariamente,

tendría que ser Pulgarcito, por causa de su edad –agregó

semánticamente.

-Me parece muy laudable, principalmente para

poder inculcarles desde temprano a esos mocosos por ahí,

una buena educación –juzgó Watson con el semblante

circunspecto.

-En esta familia también era así, pues Pulgarcito,

en sus once años, era quien pasaba a ser el responsable por

realizar los servicios pesados: el agua a ser tirada del

aljibe, sacar la basura para el fondo del terreno, hacer

algún que otro mandado que requiriese fuerza, y otras

pequeñeces por el estilo –continuó detallando Sherlock.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 61

-Los hermanos eran menores y, la madre, -

enmendó en detective con semblante recogido-, infeliz

mujer, con aquella hinchazón miserable en las piernas, si

tuviese que cargar peso, sólo Dios sabe en qué estado

deplorable irían quedar. Por ese motivo, doña Filomena

tenía razón en querer prohibir que Pulgarcito se ausentase

de casa.

-Actitud justa y meritoria –murmuró el doctor,

haciendo rodar el hielo en el vaso, con un leve jueguito de

pulso.

-Si ese pendejo, al menos saliese para realizar

algún servicio que prestase, tal vez ella no reclamase -

argumentó Holmes, apoyando el pensamiento de la pobre

madre-. Al final de cuentas, ¿no era así que Pulgarcito

obraba cuando, de tarde, iba a la casa del señor Silva, en el

centro de la ciudad, para aprender a leer?

-¡No sé! ¿Iba? –vaciló Watson con sorpresa.

-No te lo estoy preguntando… Es una forma de

expresión –refutó Sherlock, mientras, con la mano, daba

leves golpes en su característico sombrero de gomos, para

quitarle inexistentes partículas de polvo.

-Si fuese para estudiar, y por lo menos demostrase

que tenía voluntad para convertirse en gente derecha, hasta

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 62

podría no volver –Holmes gesticuló con un ademán de

duda sobre lo pronunciado, e inmediatamente se corrigió:

-No, eso también no; pero podía aparecer

solamente cuando se le antojase, que seguramente, doña

Filomena no iría reclamar, ni ser tan cargosa.

-Pero, donde se vio, un niño crecido, que iba

completar los doce años en un par de meses, abandonase a

su madre y los hermanos menores, carentes de auxilio,

para quedarse sentado encima de un tronco seco al costado

de la carretera, contando cuantos coches pasaban. ¿Tiene

cabimiento una cosa así? –razonó Sherlock meditabundo.

-Puede ser que estuviese aprendiendo a contar –

comentó el Dr. Watson al exponer su pensamiento, como

si quisiese defender la actitud de Pulgarcito

-¡Watson! No te estoy preguntando nada. ¡Sólo

estoy narrando la historia! –demandó el detective,

mientras lo fusiló con su mirada.

Recogidos, uno encendió la pipa, el otro dio un

sorbo largo de whisky. Ambos no se dijeron nada; pero,

dando secuencia a los recuerdos, Sherlock pronunció en

voz extremadamente alta:

-¡Pulgarcito!

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 63

-¿Adónde? –se sorprendió Watson, ya

aproximándose a la ventana para dar un ojeada y ver si

encontraba alguien en la calzada.

-¡No! ¡Alcornoque! Ese fue el grito que doña

Filomena dio, pero ella no obtuvo respuesta –enmendó

Holmes, cuando notó que Watson se asustara con su

alarido.

-Ella se mordió la boca de la rabia que le dio…

Otra vez insistió con su griterío, ahora más agudo, pero

con la mano colocada al costado de los labios, como si ella

estuviese queriendo empujar el grito para el lado donde

quedaba la carretera.

-¡Pulgarcito…! –volvió a gritar la madre.

-¿Quién dice? –insistió Holmes después del grito.

¿Quién dice lo qué? –preguntó Watson, ya sin

entender más nada.

-¡La madre! –le respondió el detective al verse

sorprendido por la pregunta.

-¡Sí! ¡Sí! ¿Pero qué fue lo que dijo?

-¡No, hombre! ¿Quien dice que Pulgarcito le

respondió? No dio ni respuesta, ni noticia –corrigió

Holmes. –Y mirá que doña Filomena era una mujer

tolerante; tanto era así, que ella nunca le contaba a su

marido esas idiotices de todo día, cuando Pulgarcito

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 64

insistía en desaparecer de casa para ir a contar coches en la

carretera... Pero esta vez, estaba resuelta… Iría contar –

completó pausadamente el investigador, y continuó:

-Cuando tu padre llegue, yo le cuento… ¡Ribete! –

vociferó la mujer a seguir.

¿Quién es Ribete?

-El hermano más viejo, dos años más joven que

Pulgarcito… Fue él quien acudió al llamado de su pobre

madre.

-Anda hasta la carretera para buscar a tu

hermano… Decile a ese descocado que yo lo mandé

llamar urgente –ordenó la mujer en tono malhumorado.

-Ribete perdió el viaje. El tronco, donde todas las

tardes Pulgarcito se sentaba, estaba vacío. Entonces volvió

y le contó a su madre. Claro, contó apenas lo que sabía:

que Pulgarcito no estaba –declaró el sabio investigador.

-¿Y dónde miércoles está? –exclamó ella,

fastidiada.

-Eso, realmente Ribete no podía saber. ¿Cómo

adivinar que, justo en aquel momento, sintiendo el rostro

acariciado por una brisa suave, Pulgarcito caminaba, por el

borde de la carretera, al lado de un hombre exquisitamente

blanco, extrañamente flácido?

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 65

-¡Ni me lo imagino! –acotó Watson frunciendo los

labios y encogiendo el ceño.

Sherlock ignoró la referencia de Watson, de tan

acostumbrado que estaba a esas impertinencias. Enseguida

escarbó la pipa meerschaum para quitarle el resto de

ceniza, y completarla nuevamente con su tabaco predilecto

“Half & Half”, y luego retomó el relato en el punto que

había sido interrumpido por su amigo.

-¿Cuál es tu nombre, muchacho? –le preguntó el

hombre flácido.

-Ornato Pereira, pero todo el mundo me llama de

Pulgarcito.

-¿Ornato? ¡Mmmm! ¿O “aderezo de llavero”? –se

rio el hombre.

-Bueno, no importa. Te llamaré de Pulgarcito –le

dijo-. Y como te expliqué antes, verás que a ti te va gustar

pasear conmigo –anunció el individuo.

-Que coraje, que tenía ese muchacho –murmuró

Watson.

-En este caso, Pulgarcito no se preocupó si iba a

gustarle o no, y si eso realmente sucedería. ¿Gustar por

qué?, fue lo único que se preguntó. Al final de cuentas, el

hombre lo convidara para caminaren juntos y el aceptara.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 66

Estaba simplemente caminando a su lado, sin interesarse si

iba ser bueno o malo.

-¡Igual! Hay que tener mucho coraje –repitió el

doctor al llevarse el vaso a la boca.

-¡Sí! Pero él resolviera caminar, y eso era todo lo

que él se había propuesto… Aceptó, porque la tarde no

estaba calurosa y había esa brisa suave, leve, que le

acariciaba el rostro. Nada más –discurrió Holmes con

aserción.

-¿Sabes por qué, a ti te va gustar caminar conmigo?

–insistió en preguntarle a Pulgarcito, ese sujeto de aspecto

flácido.

Watson abrió la boca para hacer alguna acotación,

pero ante la mirada furibunda de Holmes, se tragó las

palabras, mientras su amigo continuó el cuento:

-No, señor –Pulgarcito le respondió insensible.

-Porque yo hablo con los bichos –exclamó el

hombre.

Al instante, el Dr. Watson no se contuvo, e

interrumpió la narración exclamando con el ceño fruncido:

-¡Jáaa! Que individuo orgulloso y fanfarrón.

-Eso es bien verdad. Porque el orgullo –replicó

Holmes-, es un defecto muy común en la naturaleza

humana, y por todo lo que tengo estudiado sobre el asunto,

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 67

estoy convencido que es muy frecuente ver en la mayoría

de los seres que nos rodean, la manifestación de una

tendencia muy acentuada para el orgullo.

-En este caso, no puedo discordar contigo, mi

reverenciadísimo amigo, ya que son poquísimos los

hombres que no alimentan ese sentimiento, fundados en

alguna cualidad real o imaginaria –concordó el doctor, con

aire jactancioso.

-Sin embargo –objetó el inspector-, la vanidad y el

orgullo son cosas bien diferentes, mismo que esas dos

palabras, las personas las utilicen muy frecuentemente

como sinónimos.

Cavilando sobre la alocución del detective, el

doctor no pudo dejar de rascarse la pera acentuando aun

más su tic nervioso, y emitió su concordancia con voz

grave:

-Una persona puede ser orgullosa sin ser vanidosa.

El orgullo, está más relacionado con la opinión que

tenemos de nosotros mismos; en cuanto que la vanidad,

está con lo que desearíamos que los otros pensasen de

nosotros.

-Elemental, mi querido Watson. Así mismo lo

afirmaba mi amadísima Jane, siempre yendo directamente

al asunto, sin necesidad de darle muchos floreos.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 68

-¿Quién? ¿La esposa de Tarzán?

-No seas tarambana, hombre –rebatió

reticentemente el detective- Estoy hablando de Jane

Austen, la escritora.

-¡Ah! Disculpa. Me confundí de doncella –repuso

el doctor, visiblemente nervioso por su desliz, y agregó:

-¿Pero, esta damisela no era medio empecinada?

-Te engañas una vez más, mi susceptible amigo.

Indiscutiblemente, yo sé que ella era muy enturbiada de

ideas, por causa de su corta visión; pero ese inconveniente

físico no le quita la excelente calidad que ella poseía para

describir el carácter del ser humano sin necesidad de usar

metáforas, y con excelente profundidad psicológica.

-Válgame Dios –suspiró Watson con flaqueza de

espíritu.

-¿Pero, qué fue lo que el compañero de Pulgarcito

quiso decir con: “lograba conversar con los animales”? –

insistió en preguntar, para que Holmes continuase con su

relato, ya que notó que el tema se le escapaba de las

manos.

-En este caso, cuando el individuo le apuntó sus

cualidades, Pulgarcito paró, y lo miró con ojos

desorbitados.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 69

-¿Qué peste de hombre era aquel? -se preguntó,

sintiéndose confuso. Bien, pero en ese caso, yo creo que

de nada iba servir que el hombre se intentase en explicarle

lo que era un ventrílocuo.

-¿Será que Pulgarcito iba comprender, lo que

significaba ser un ventrílocuo? –examinó el doctor.

-Creo que no, porque el mismo caminante atinó

que, en lugar de explicarle lo que para el niño sería

incomprensible, halló que sería mejor que le exhibiese

cómo funcionaba su arte. Fue en ese momento que el

hombre, al ver un chancho del otro lado de la carretera, se

decidiese a atravesarla para demostrárselo in loco.

-¿Para donde es que tú estás yendo, chancho

zafado? –el sujeto le preguntó al animal con singular

exclamación.

-¿Yo? Voy a ver si aprovecho para descansar un

poco –respondió el propio ventrílocuo, imitando, sin

mover los labios, la probable voz del chancho.

El Dr. Watson largó una carcajada, pero, cuando

sintió la fulminante mirada que Sherlock le otorgó,

recompuso su flema y restauró su semblante, sin chistar.

-En ese momento, -prosiguió Holmes-, Pulgarcito

quedó como si estuviese aturdido, y sintiéndose

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 70

desconcertado por el suceso que sus ojos presenciaban, le

pidió un “bis”.

-El hombre se lo concedió y todavía conversó, más

adelante, con la gallina ponedera de doña Zulma, con la

perrita de don Raimundo, con el gallo viejo de doña

María, y hasta con un gato barcino que estaba echado a la

sombra de un árbol.

-¿Ni mismo así, -Watson le siguió la pista-,

Pulgarcito logró darse cuenta que era todo una farsa?

-Realmente, -dijo Holmes-, lo que él más quería en

ese momento, era que su padre, su madre y sus hermanos,

estuviesen allí, junto con él, para que ellos también

confirmasen lo que estaba sucediendo. Estaba seguro que

si se los contase, ellos no iban a darle crédito cuando les

relatase que era amigo de un santo hombre, capaz de

conversar con cualquier bicho.

-Seguramente que sí –aprobó Watson, forjando el

comentario de forma clara.

-Así fueron los dos, hasta alcanzar una curva de la

carretera que quedaba luego después de una subidita leve,

toda tomada por un pastizal alto y verde. Allí se

encontraba la mula de don Eustaquio, tranquila de la vida,

merendando en la pradera mientras sacudía el rabo para

espantar a las moscas caprichosas.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 71

-Buenas tardes, doña Mula –expresó alegremente

el ventrílocuo, para hacer más una vez, alarde de sus

mañas.

-Pulgarcito, nervioso por lo que creía venirse

cuando la mula le respondiese, rápidamente tiró de la

pierna del pantalón del hombre, y le dijo bajito con aire de

aconsejador:

-¡Oh, no, don!, no hable con esa mula, ¡no!... Ella

miente mucho.

6

Sherlock, que siempre se garbaba de la solidez de

sus opiniones, de repente abandonó su Stradivarius sobre

la mesa, miró a los ojos de su amigo Watson,

recordándose de que lo había conocido a bastante tiempo

en el Hospital Saint Bartholomew, y enseguida le expuso

su cavilación, en tono profesoral:

-No obstante, enterado que estoy de que la mayoría

de los hombres insiste en gastar la primera parte de su vida

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 72

para convertir en miserable la otra segunda, te confieso

que no desisto y persisto, utilizándome de mágicos

recursos, para intentar rehabilitarlos del caos existencial en

que se metieron.

-¿Será que tú eres un predestinado para tal encargo

que, bañándote en la piadosa luminosidad de los santos

humildes y las vírgenes piadosas, lograras tus benéficas

intenciones? –subrayó el Dr. Watson.

-Te afirmo, mi querido amigo, -exteriorizó

Sherlock-, que estoy imbuido hasta la médula de los

mejores sentimientos anacreónticos y de ideas

ennoblecedoras. Por eso, siempre me veras deambular por

ahí en busca de las olfatorias señales que todavía restan de

la Verdad.

-Convengamos, -acentuó circunspectamente su

amigo y compañero-, esas revelaciones del más puro

escepticismo del canon holmesiano, siempre acaban por

exhibir ciertos flashes de la realidad que, sólo a los

iniciados, le es permitido vislumbrar.

-Sí, porque trabajando bajo camufladas

grandiosidades e influenciado por venéreas obsesiones, sé

que, hincado de rodillas, me pongo a camino de la

Historia, donde la perplejidad de muchos es compinche de

los travestidos e ilusorios propósitos neoliberalizantes. Por

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 73

ese motivo, yo me hago cómplice secreto de tantas

experiencias místicas, plenas del más puro éxtasis -

concluyó Holmes, con los ojos brillantes.

-No me caben dudas, mi elocuente amigo –le

afirmó Watson con afinco-. Entiendo que, teniendo tú que

trajinar por esos caminos casi siempre tortuosos, te ha de

invadir esa extraordinaria sensación que te lleva a narrar

algunos extraños hechos que, tal vez, por algún otro

motivo menos noble, quedarían absolutamente relegados a

la Nada… -¿No es verdad?

-Yo tampoco tengo dudas. Porque esa, es una

exclusividad de mi carácter, que me permite ostentar la

aparente insolencia de fruncir el entrecejo, apuntar el dedo

como si fuese una ametralladora giratoria, inflar los

pulmones y preguntarle a todos:

-¿Por qué, ese Ornato era tan mequetrefe?

-¿Por casualidad, te referís al “aderezo de llavero”?

-Sí, porque lo que tengo a decirte, tiene que ver con

el día que éste badulaque de Pulgarcito aprontó una de las

suyas, en la prosaica Piedras Verdes.

-Bueno, ¿a ver, como fue la historia? –convino el

doctor, incentivando a su amigo para que diera inicio a la

narración del caso.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 74

-Todo ocurrió en la fiesta de San Juan, que siendo

tradición en ese pueblo de mala muerte, los vecinos

siempre agasajaban al santo, organizando una Kermese.

-¡Cosa de pueblerinos de espíritu y bolsillo pobre!

–acotó Watson.

-Bueno, en ese tipo de espectáculos, los aldeanos,

desde que el mundo es mundo, se ventilan y esparcen su

osamenta a la sombra del Creador… -empezó a divagar el

detective.

-Lo entiendo, pero me gustaría que me contases lo

que allí ocurrió –insinuó su amigo, trayéndolo a lo

principal del asunto: la Historia.

-¡Ahí que está! Ese día, en el picadero que habían

armado en la plaza, a cada pinote que daba, el caballo

subía como dos metros de altura, retorciendo el espinazo,

arregazando los dientes, y relinchando de forma pujante

que ni los caballos de las películas de Tom Mix.

-¡Emocionante! ¡Muy emocionante! –apuntó el

doctor, empapando sus labios con un nuevo buchito del

dorado líquido.

-Dicen que el animal, era el propio diablo en

persona –anunció Holmes con aspaviento.

-¿Conoces como hace al gato cuando ve a un perro

con hambre? Pues bien… ¡Era igualito! –agregó mientras

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 75

encrespaba los dedos de la mano y arqueaba la espalda

para imitarlo.

-Era en aquella misma actitud que el caballo se

encontraba… Crina volante, el troc-troc feroz de sus patas

golpeando fuertemente en el piso, el pescuezo

bamboleando de un lado al otro, ojos prometiendo coz al

más incauto, mientras sobraban patadas para todos lados…

¡Un verdadero demonio!

-Una descripción muy despampanante;

principalmente, cuando noto que tú lo imitas muy bien –

exclamó el doctor, largando una carcajada.

-Pues bien, te digo que ese caballo, era el diablo en

figura de animal. Pienso, hasta que ya dije esto. Pero

puedo volver a repetirlo, por ser una verdad verdadera –

aquilató el detective.

-Por todo ello, ese potro era una inusitada atracción

en la Kermese de San Juan. Frecuentada, por lo que

imagino de un modo general, por esa misma gente que no

sabe lo que significa “inusitado”, -le fue explicando con

indulgencia, Holmes, hasta que de pronto silenció su voz,

caviló y luego preguntó:

-¿No te parece que eso es realmente inusitado?

-En ese caso, todo lo que es homérico y

extraordinario, siempre parece ser asombroso y

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 76

sorprendente –el investigador escuchó decir a su amigo, en

una notable e imponente respuesta. Sin embargo, el lógico

detective meneo su cabeza y arguyó:

-Delante del pasmo y del sepulcral silencio de la

platea, puedo afirmar con serena humildad, que si yo

estuviese allí, asombrado, ungido y heroico, parado en

medio de tantos ofidios rastreros y lagartos sediciosos que

integran el exotismo escenográfico del entonces y ahora,

ondulantes y corrompidos que se encuentran por sus

propias ponzoñas; seguramente, yo también acabaría

concibiéndome un ser inusitado.

-Has expresado un elocuente pronunciamiento, mi

estimado amigo –incentivó el doctor en tono más

melancólico que animoso.

-Esa camaleónica primacía filosófica que acabo de

exponer, como se sabe, sólo sirve para equilibrar las

neuronas desgobernadas, y recalcar sabios axiomas, mi

estimado Watson.

-Muchas gracias por tus notabilísimas palabras, mi

honorabilísimo amigo –éste le respondió haciendo venia-.

¿Pero, no comprendo que tiene que ver el caballo

indómito, con Pulgarcito? –inquirió, al levantar una de las

cejas.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 77

-Es que justamente, todo tuvo inicio en ese lugar,

como ya te lo relataré de inmediato –agregó Holmes.

-¡En buena hora! – respondió el otro, dando un

bostezo desmayado.

-De repente se escuchó gritar: ¡A ver! ¿Quién es el

guapo que se anima a subirse en el lomo de Ventarrón?

–Era la voz del dueño del animal, que sonaba ronca

mientras su resuello diseminaba una cacofonía de ginebra,

con no menos hediondez. Tenía una boina sobada y sebosa

a cubrirle los pocos pelos que le quedaban. Estaba parado

al lado del animal, y permanecía con una mano en el

bolsillo y otra sujetando las riendas.

-¡Quieto, Ventarrón! –le gritaba. Era sólo a él que

el caballo obedecía.

-¡Pronto! Era sólo el hombre hablar, y el caballo

viraba un corderito, más manso que gato de apartamento.

Cabeza baja, ojos clavados en el piso, rabo entre las

piernas. Al momento que el dueño hablaba, ponía cara de

zonzo, y hasta parecía que era una monja en un convento

de las hermanas Carmelitas.

-Me imagino –murmuró el doctor, con semblante

sospechoso.

-Era todo un desafío querer montarlo. El hombre

cobraba cinco pesos de quien se animase a montar su

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 78

caballo, y en el caso de que el jinete permaneciese veinte

segundos encima de esa fiera, él le pagaba quinientos.

-¡Nada mal! –afirmó Watson que, suspicaz,

acompañaba el relato.

-Hacía como dos horas que el espectáculo

acontecía y, hasta aquel momento, unos treinta habían

intentado montarlo, y el que se habíase salido mejor en la

prueba, ahora estaba bajo los cuidados terapéutico de un

farmacéutico, con escoriaciones generalizadas, además del

reloj quebrado.

-¡Un gran infortunio! Lo de el reloj, claro –apuntó

el amigo, bebiendo un otro poquito más de whisky.

Al escuchar tan necia acotación, Sherloch atinó que

era mejor economizar sus comentarios sobre las

mortificantes exclamaciones de su amigo, y prosiguió

hablando:

-Dicen que en ese momento, el gentío del pueblo

estaba parado alrededor del picadero, todos entre

mirándose de reojo, mosqueados. La mayoría, realmente,

prefería asistir al espectáculo, que aventurarse en él.

-En ese tipo de cuestiones tácticas, tu sabes que

siempre habrá gente en demasía, que adora poder asistir a

las desgracias de los otros –señalizó, concluyendo Holmes

de forma socrática.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 79

-Principalmente, cuando el mismo es gratuito –

arguyó el doctor, remolineando despreocupadamente el

líquido del vaso.

-Elemental, mi querido Watson. Sin embargo, debo

decirte que, lo inusitado, fue cuando, abriéndose paso

entre un individuo y el cura, apareció de vez Pulgarcito.

Sin darse cuenta, al empujar a las personas, él quedó de

cara frente para la rueda, dedo en la nariz, cara de

preguntante, ojos descomunales.

-¡Tu ahí!, Germano, ven –le ordenó el dueño del

caballo, así que lo vio.

-Primeramente, Ornato miró para ambos lados,

para ver si tan enfático decretó tenía otro destinatario, pero

como nadie se movió, él fue.

-¡Aquí está!, –gritó el hombre a pulmón partido-.

¿Nadie quiere, no? Pues Germano les va a mostrar ahora,

que macho, es un adjetivo que él siempre escribe con “M”

mayúsculo y “ch”. ¿No es verdad, Germano? –éste

preguntó rimbombante y mirando directamente a los ojos

de Ornato.

-Pulgarcito se rió… No sabía muy bien porque se

estaba riendo, pero hizo lo posible para agradar a la platea,

en ese momento, eufórica.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 80

-¡Anda, Germano! Sube de una vez en el lomo de

Ventarrón, así te ganas esos quinientos mangos a los que

tendrás merecidamente derecho, porque parece que

solamente tú, eres capaz de hacerlo, Germano –lo incitó el

hombre, el de la voz ronca.

-Pulgarcito, medio perdido, miró en vuelta de la

rueda de personas, y encontró al cura que, solemne, le

enviaba un gesto divino, como respuesta.

-El caballo, acomodado, quieto, con aire de zonzo,

masticaba un pastito que se exprimía entre dos piedras del

picadero improvisado. Estático, ni se daba el trabajo de

espantarse las moscas y los tábanos que posaban en sus

ancas.

-¡Vamos!, subite aquí, Germano –insistió el

hombre.

-Las manos entrelazadas del dueño, sirvieron para

que Pulgarcito hiciese de estribo que, tras dar un único

impulso, quedó montado en el lomo de Ventarrón,

provocando a seguir, aquel murmullo que hace la multitud

cada vez que siente envidia de quien realiza algún acto

bisoño y audaz.

-¡Que muchacho intrépido! –pronunció Watson, sin

darse cuenta que estaba imitando el mismo bisbiseo de la

multitud.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 81

-Agarrá firme las riendas, Germano –dictaminó el

hombre.

-Orden dada, orden obedecida. Enseguida,

Pulgarcito se acomodó mejor en la montura, adaptando

aquella parte anatómica que era suya y poco usaba, y

envolviendo las tiras de los arreos en la mano. Una vez

más, paseó una mirada perdida por la muchedumbre.

-Dios te proteja –le gritó el cura, persignándose

tres veces.

-Antes que el cura completase la tercera señal de la

cruz, la voz del dueño retumbó grave, libertando a

Ventarrón para el servicio.

-¡Arre, Ventarrón! –gritó.

-Fue un único salto –comentó Holmes con una

punta de sonriso en los labios-. Al primer corcoveo que el

caballo dio, Pulgarcito fue lanzado por encima de la

multitud que cerraba la rueda, y yendo a caer bien arriba

de un quiosco que vendía maní caliente, cuyos precios

estaban en promoción, en la opinión del propio

quiosquero.

-A eso, es lo que se le puede decretar cómo: un

corto periodo de audacia, o tres segundos de fama –

anunció Watson, con el semblante severo.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 82

-En el hospital, -continuó conversando Sherlock-,

dijeron que el muchacho tuvo como quince fracturas.

-¿Muy graves? –inquirió Watson, interesado por el

tema.

-¡No! ¡No! El médico lo tranquilizó; le dijo no se

iba a morir, pero le avisó que tendría como seis meses de

internación en el nosocomio. Eso era cosa garantida.

-Tuvo mucha suerte –añadió Watson en tono

flemático.

-Es verdad, pero al volver en sí después de la

anestesia, Pulgarcito, lleno de yesos y de talas, solamente

dijo una frase:

-¡Y lo más cómico de todo, doctor, es que yo no

me llamo Germano…!

7

Sentado sosegadamente en su diván predilecto,

Sherlock se sentía iluminado por los templados y oblicuos

rayos de sol que entraban por la ventana que, sin querer, lo

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 83

dejaban cegajoso. Mientras tanto, ocupaba su tiempo

degustando apaciblemente sus galletas crean cracker

favoritas, y se entregaba a la cavilación resignada de

preponderantes asuntos escolásticos de la vida.

En un determinado momento de su sesgada

abstracción, con una mano en el mentón, y la otra apoyada

sobre el tomo de un libro de tapas roídas, lentamente alzó

sus cejas y sonrió para su amigo Watson, disertando:

-Mismo que la textura cremosa y untuosa del

queso Camembert, tenga menos viscosidad filosófica que

la del picante Provolone, insisto en la fermentada tesis con

la cual la psicología nos ha legado verdaderos exponentes

de humanitaria beneficencia.

-Sobre todo, si es en Suiza, lugar donde igualmente

se fabrican excelentes bombones y los mejores paisajes

agrestes rellenados con vacas escenografías –enmendó su

amigo, en una introspección complementaria de resignada

ideología.

-Notado ese detalle bovino de tú prestidigitación

rumiante, -retocó Holmes con acentuación doctrinaria-

…sin querer me haces evocar la memoria de Jean-François

Coindet, el notable médico suizo que cambió esa cretina

ropita tirolesa usada en la Oktoberfest, por la aséptica

sesudez de los uniformes blancos.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 84

-Comprendo, -respondió su amigo-, porque éste

prudente hospitalario, luego de tener un arroto de

presunción, salió en dirección al campo, intentando

realizar allí un extraordinario programa de profilaxis

contra el bocio… ¡Una pena!

-Sin embargo, días después, -señalo Sherlock al

terminar de masticar su galleta- …éste caballero,

deprimido y aliquebrado, se deparó con tantos bozales a su

alrededor, que desistió de su idea, pasando solamente a

implantar un eficaz programa de erradicación del

cretinismo epidémico y sus complicadas derivaciones

diurnas.

-Sin darse cuenta, -confirmó Watson-, el erudito

galeno, juntó allí el hambre con las ganas de comer,

poniendo las mismas voluntades debajo del mismo foco

indigesto de las vicisitudes humanas.

-¿No le parece que fue fantástica la obstinación que

él demostró por la búsqueda de la utopía de las

voracidades intangibles?

-En todo caso, te diré que comportándose como un

cuco maluco y tirando en la misma dirección, Claude

Lévi-Strauss pasó años estructurando teorías, sólo para

probarnos que el indio, lo que quería mismo, eran

espejitos y otras bojigangas.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 85

-Elemental, mi querido Watson. Porque para mí,

peor que él, fue Theodore Simon, aquel psiquiatra también

de origen helvética que intentó medir la inteligencia

infantil, y acabó absolutamente senil por causa de la

estupidez demostrada por esos escuincles pendejos.

Watson lo miró con semblante pensativo, de como

quien se encuentra abstraído en importantes cuestiones

dogmáticas, y a seguir, pronunció de forma inconcusa:

-Lo que tú dices, mi idolatrado amigo, es

igualmente interesante para nuestra inagotable colección

de inutilidades diarias, adonde el heroísmo sólo podría

llevar a la raza humana donde la llevó, o sea, más o menos

a lugar alguno.

- Evidentemente obvio. ¿No crees? –indagó

Holmes con los ojos perdidos más allá de su ventana.

-Todas esas perlas metafísicas que tú maduras con

incuestionable sabiduría, mi querido Holmes, yo las

considero como si fuesen “atavíos” de alguna joya muy

especial; y al recordarme sobre esos minúsculos

“aderezos” filosofales de tu cultura, eso me lleva a

preguntarte si tu susceptible amigo Dupin, no te contó más

nada sobre la vida de Pulgarcito.

-¡Sí! Hay una parte de su vida que hace referencia

a la época relapsa e indisciplinada de este diminuto

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 86

matrero –alertó Holmes, al recordar los pormenores de la

contingencia.

-¿No me digas que éste se encauzó de vez por el

camino de la delincuencia?

-Bueno… Es lógico que bandido –subrayó Holmes

con énfasis en el adjetivo-, no es una de las profesiones

más bonitas o simpáticas. Pero, ¿qué es lo que Pulgarcito

podría hacer en contrario, si la vida lo empujaba

invariablemente en ese sentido?

-Ciertamente, aunque hay muchas otras

ocupaciones que pueden llegar a ser admirables. ¿No te

parece? –acentuó el doctor, al enfatizar su discordancia.

-En este caso, bien que él intentó encontrar

ocupaciones más dignas y menos peligrosas. No fueron

pocos los días que, de diario enrollado bajo el sobaco,

salió en busca de uno de esos empleos llamados decentes.

El doctor lo miró, meciendo la cabeza en señal

afirmativa y, de rostro fruncido, murmuró un

concomitante: -¡Comprendo!

-Es evidente que Pulgarcito, siempre acababa

escuchando las inmutables y decepcionantes frases de

disculpas que le regalaban en las entrevistas.

-¡No hay plaza vacante! –le decían taxativos.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 87

-Si tuviese venido ayer… -otros le explicaban,

dejando la duda en la disculpa.

-El puesto ya fue ocupado –le anunciaban algunos,

ya sin piedad.

En este punto hizo una pausa, y antes de continuar

con el relato, Sherlock preparó su pipa, y recomenzó:

-Varias veces, Pulgarcito madrugó en la puerta de

las industrias, en tiendas y diversas oficinas, con la

esperanza de encontrar una vacante todavía existente,

siendo llevado por el deseo de mudar, y de la promesa

realizada para su mujer, de acabar de vez con ese asunto

de asaltos.

-Una vez más, mi noble amigo –puntualizó

Watson-, nos queda claro con su actitud, que Pulgarcito

nos demuestra su grande fuerza de carácter.

-Es verdad, pero no hay que olvidarse que esa vez,

la mujer le había preguntado: ¿Juras por quién?

-Por nuestro hijo. ¡Juro por él! –le prometió

Pulgarcito.

-¡Que alma insigne! –exclamó el doctor, con aire

de complacencia.

-Bueno. Él juró por el hijo. Pero fue por el mismo

hijo, que todavía organizó la misma gavilla con la cual

trabajara en algunas decenas de asaltos bien sucedidos.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 88

Pero ellos nunca habían atacado un banco o realizado cosa

de igual magnitud. Prefería almacenes, panaderías…

-¡Ah! Entonces Pulgarcito se conformaba con poco

–aquilató el doctor.

-Sí, es verdad, mi amigo, quería poco, nada más

allá del dinero que le pudiese garantir un mes sin hambre.

No tanto por él. Comía poco; pero era más por la mujer,

pobre mujer, tan flaquita y con el hijo en brazos, a quien,

la leche en polvo, de modo alguno podría faltarle.

-Por lo que entendí, ¿quiere decir que organizó la

gang, por causa del hijo?

-Es verdad. Eran seis, contando con él. Pero

determinaron que, desde ese momento en delante, nada de

continuar a practicar asaltitos menores. Estaba en la hora

de pensar más alto.

-¡Oh! Más alto, para éste “aderezo de llavero”…;

¿sería qué? Cinco centímetros ya sería lo suficiente –

apuntó Watson soltando una risotada mientras hacia un

gesto para demostrar ese tamaño en la separación del dedo

gordo y el indicador.

Holmes dijo que sí, apenas con un leve

movimiento de cabeza, y continuó: -¡Al final, la pena es

casi igual!

-¿Qué pena? ¿Sentía algún dolor?

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 89

-¡La condenación!, tarambana –bramó el detective,

encrespado por tener que escuchar tantas preguntas

desquiciantes de su amigo.

-¡Ah! ¡Claro! ¡Claro! discúlpame…

-En fin, sus compinches concordaron con lo

propuesto, y por eso que Pulgarcito les afirmó resoluto:

¡Vamos robar el pagamento de una empresa!

-¿No es arriesgado? –le preguntaron los

compañeros, recelosos con la empleita.

-Quédense tranquilos, muchachos. Yo, ya sé cómo

hacerlo –Pulgarcito les garantizó confianzudo.

-Intrépido, el muchacho. ¿No? –exclamó Watson,

con sorna.

-En ese caso, Pulgarcito ya había copiado su plan

con extrema exactitud al anotar todo lo que había visto en

una película, pero había tomado el cuidado para no ir a

incurrir en el mismo error final del asaltante

cinematográfico.

-No me hagas reír –protestó el doctor, tomado por

un virulento ataque de risa.

Holmes escuchó aquella paráfrasis dando de

hombros, y agregó: -¡Presten atención! –les dijo Pulgarcito

de forma enfática.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 90

-Fue en ese momento que, con admirable

convicción y brillante clareza de detalles, Pulgarcito

expuso a sus secuaces todo el plan magistral que había

trazado. El asunto, era de tal modo bien imaginado y

perfecto, que apenas dos, de los seis cómplices, serían

suficientes para ejecutarlo a contento.

-¿No me digas? ¿Era tan estupendo así?

-Por lo que parece, sí, ya que en el momento, todos

concordaron. Gente demás, en este caso, perjudica –los

otros le dijeron unánimes.

-¿Quién debe ir? –fue la pregunta siguiente

realizada por el jefe.

-Discutieron. Y resolvieron. Irían Cacho, un

moreno espigado, sin dientes, a no ser por un único

puntero izquierdo que le quedaba, pero que era súper

desembarazado en ese tipo labores; y Beto, un brioso

compañero de manos hábiles, y vencedor de innúmeras

luchas contra cualquier cerradura.

-A seguir, les entregaron a esos dos las

herramientas que serían necesarias para realizar la

operación y, por las dudas, como una garantía adicional,

fueron repasadas otra vez las instrucciones del plan.

-¿Alguna duda? –les preguntó Pulgarcito.

-¡Ninguna! –respondieron los involucrados.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 91

-¿Y tú, Beto? –insistió el jefe de la gang.

-Ninguna. Sólo falta saber el día –respondió

confiado.

-¿Y ninguno de ellos desconfió que el plan era

ficticio? –quiso saber el doctor, receloso con el tamaño de

la imbecilidad que escuchaba.

-Por la perfección de lo planeado, no hubo

nerviosismo por parte de uno u otro. Al contrario. Ambos

comentaron que, con un método tan bien elaborado, les

daba enorme gusto de trabajar.

-¿Trabajar? –discrepó el doctor poniendo ojos

bovinos.

-Elemental, mi querido Watson. Es sólo una fuerza

de expresión.

-¡Ah! Comprendo… Comprendo… -asintió de

mala gana.

-Esa noche, ellos durmieron tan tranquilamente,

que ni parecía que al día siguiente, a esa hora, ya estarían

dividiendo los millones que correspondían a la liquidación

de salarios de los empleados de la empresa fiduciaria de

“Economías y Contabilidad de Piedras Verdes”

-¡Que audaces! –Watson murmuró entre dientes,

sin querer interrumpir una narración cada vez más

aberrante.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 92

-Llegado el momento del atraco, Pulgarcito y los

otros tres miembros de la cuadrilla permanecieron en el

galpón de Jeremías, punto de reunión ahora adoptado, y a

la espera de la llegada de Cacho y Beto.

-En los cálculos iniciales, el horario pronosticado

para el retorno de los dos maleantes, sería a las catorce

horas. Sin embargo, diez minutos antes de lo previsto,

ellos llegaron… Tristes, no en tanto.

-¿Cómo, tristes? –exclamó el doctor, sorprendido

por el contratiempo.

-¡Sí!, porque al verlos llegar con caras de lo más

afligidos, Pulgarcito corrió hacia ellos y preguntó

nervioso:

-¿Salió todo bien?

-¡Todo! –los dos respondieron secos que ni una

pasa de uva de la Navidad anterior.

-Entonces, ¿qué fue lo que ocurrió? –insistió

Pulgarcito, ya preocupado con la expresión de decepción

estampada en el rostro de los dos compinches.

-¿Qué hubo? ¿Dónde está el dinero del pago de los

empleados? –quisieron saber, todos al mismo tiempo.

-Cacho entregó la bolsa marrón para Pulgarcito. Él

lo encaró con angustia y, de la bolsa, retiró dos miserables

notas de quinientos y tres o cuatro de menor valor.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 93

-¿Qué les pasó? –volvió a interrumpir Watson,

también sorprendido con tal desmadre.

-No, en aquel momento, Pulgarcito no les dijo

eso…, solamente les preguntó: ¿Sólo esto?

-¡Sólo eso! –le respondió Beto con voz

melindreada.

-Pero el dinero a ser robado, era la cuantía

destinada para el pago de sueldo de los empleados…

¡Manga de imbéciles! –les gritó Pulgarcito, furioso.

-¡Es ese!... Está todo ahí –le explicó Cacho, con

cara de bobo- La empresa, actualmente, sólo tiene un

empleado.

-Al escuchar el relato, Pulgarcito se dejó caer

pesadamente sentado en la silla, desalentado, cabizbajo…

Todo el esfuerzo había sido realizado en vano -se dijo para

sí.

-¡Pero qué diablos! –protestó a seguir…

-¿Cómo podría imaginarse que, exactamente en

aquel último mes, la empresa había adquirido un

computador?

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 94

8

Creo conveniente hacer una digresión en el relato

de estas historias, para que el lector puede conocer un

poco más del competente, intachable e industrioso

averiguador Chevalier Auguste Dupin, corrientemente

conocido por los deletéreos leyentes como Auguste Dupin.

Debo agregar que éste susodicho indagador de la vida

ajena, vive en la deslumbrante y orgiástica París; pero la

distancia geográfica que lo separa de Inglaterra, no lo

inhibe de mantener corrientes correspondencias y

encuentros con los sajones, no menos notables, Sherlock

Holmes y Hércules Poirot; excelsos colegas de profesión,

con los cuales, una vez juntos, logran dedicarse al

intercambio de opiniones, experiencias y juicios sobre los

patibularios asuntos que asolan el planeta.

A esta información, agrego que Dupin pertenece a

la “Légion d'honneur”, donde algunos facundos de

plantón, dicen que ese epígrafe le fue otorgada por causa

de los convenientes servicios prestados a la República. Sin

embargo, hay controversias al respecto, porque su título,

según otros gárrulos, habría sido conferido por causa de

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 95

una estrecha amistad que tuvo con Napoleón, antes de que

éste emperador hubiese, por mero olvido, dejado la puerta

de la heladera siberiana abierta y sacrificado allí a millares

de correligionarios galos a tener que morir congelados en

las estepas rusas, pero esta ya es una historia para

narrárselas en otra ocasión.

Por supuesto, añado que haciendo uso del

raciocinio, Dupin es un hombre que combina su

considerable intelecto y creatividad, incluso, algunas veces

poniéndose a sí mismo en la percepción del malhechor.

Estos singulares talentos que posee, están tan

desarrollados en su cerebro que, fuera de no sobrarle allí

lugar para acumular boñiga, es lo que le permite algunas

veces, con su excelsa aptitud, leer la mente enigmática de

los facinorosos.

Sus motivaciones para resolver los misterios

cambian al compás de la valsa, o del ritmo dictado por el

Stradivarius de su no menos eminente colega Holmes,

pero el infalible método de Dupin, es identificarse con el

criminal sin necesidad, hasta por que la popular Kodak

descartable aun no existía, de tener que utilizar fotografías,

y es eso lo que le permite adentrarse a lo que piensa la

mente del sicario.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 96

Sin embargo, para quien tuvo la oportunidad de

conocerlo tan íntimamente como yo, me permite afirmar

que no deja de ser un jactancioso, pues seguidamente lo he

escuchado aseverar que, sabiendo cómo piensa un

delincuente, no le es imposible resolver cualquier

problema, ya que, irrefutablemente, domina de memoria

hasta la tabla del nueve; y hasta porque con ese sistema, es

que él logra combinar la lógica científica con la

imaginación artística y aritmética.

Siempre que lo he visto actuar, lo vi

comportándose como un verdadero observador, ya que

presta especial atención en todo aquello que nadie nota,

como la indecisión, la impaciencia o una casual o

involuntaria palabra, y hasta llega a fijarse si la persona

tiene la uñas cortas, el pantalón planchado, zapatos

lustrados y otras nimiedades por el estilo.

No en tanto, Dupin siempre fue retratado como una

deshumanizada máquina de pensar, un hombre cuyo único

interés es la lógica pura, que investiga los asesinatos sólo

para entretenerse y probar la inocencia de un hombre

falsamente acusado.

No se sabe a ciencia cierta, qué fue que lo inspiró

para actuar de esa forma, pero es un hombre generalmente

reconocido como el primer detective que utiliza

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 97

eficientemente la destreza deductiva y su considerable

pericia y observación para resolver crímenes. Con

veracidad, puedo agregar que Dupin no se basa en el

misterio en sí, sino más bien en los sucesivos pasos que

permiten al observador analítico resolver los problemas

que podrían ser desechados por cualquier ser humano.

Entendiendo ahora un poco de la enigmática figura

del verdadero descubridor de la historia de éste libro, es

posible comprender en el momento el pensamiento del

Doctor Watson que, utilizando su agudo raciocinio y los

parcos poderes de observación y deducción que asienta, en

un determinado momento llegó a comparar la capacidad

de Holmes con la Dupin, generando la inmediata reacción

de su amigo, a lo que el mismo le respondió de rayano:

-No hay duda de que crees que estás halagándome,

mi querido Watson… -le recriminó con tirria- …pero en

mi modesta opinión, Dupin es un tipo bastante inferior. Y

te digo más, a pesar de la manera de proceder que éste

inocuo y remilgado detective desenvuelve, a la legua, se

ve que está claramente inspirada en mí.

-Sin embargo, -contestó su amigo-, cuando Dupin

viajó por los Estados Unidos para investigar las

circunstancias de la misteriosa muerte de Alan Poe; según

cuentan, fue exactamente ahí que surgió la oportunidad de

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 98

descubrir la verdadera historia de un tipo que, de tan bajito

que era, lo llamaban de “leñador de bonsái”.

-¿Quién fue que te lo dijo? –regañó Holmes,

enfurecido, cachetes colorados que ni tomate maduro.

-Tú no me lo vas a creer, pero hace pocos unos días

recibí un telefonazo de mi grande amigo Hércules

Poirot…

-Ese no sabe nada –protestó ardientemente el

detective, interrumpiéndole la explicación- Ese infeliz,

vive debajo de las polleras de Agatha.

-Pues, para que tú sepas, es justamente por causa

de asuntos de polleras, que Dupin se enteró de las

peripecias de nuestro subrepticio “aderezo de llavero” –

advirtió el doctor con el semblante radiante, por saber que

una parte de la historia, anfibológicamente, se habría

escapado de las manos de su amigo.

-¡Por favor! Entonces no pierdas más tiempo y

cuéntamela ya, mi apreciado amigo –insistió Holmes,

largando el violín de lado, acomodándose en su sillón y

preparándose para llenar la pipa meerschaum, con el

predilecto polvillo “Half & Half”.

-Parecería que todo ocurrió un cierto día, cuando

Pulgarcito se preparaba para viajar –inició Watson con

flemático acento.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 99

Holmes dejó escapar una bocanada por entre sus

narinas ya dilatadas por el níveo polvo blanco que

utilizaba seguidamente, y circunspecto, oyó el inicio del

relato.

-¡Anda luego, mujer! –Gritó Pulgarcito, ya en la

puerta de calle, con las valijas al lado, gabardina colgada

sobre el brazo, sombrero en la cabeza –anunció el doctor.

-No te olvides que el ómnibus sale a las siete, y ya

son seis y quince –le agregó canoro desde la puerta.

-En ese momento, la mujer se emperifollaba en el

toilette, abusando de rouge un poco más allá de lo

necesario, diseñando mal el trazo que le alargaba la línea

del ojo, refregando un labio en el otro con exageró, para

mejor poder esparcir un lápiz labial de color granate y

gusto dudoso.

-¡Ya estoy casi pronta, Ornato! –le respondió la

mujer.

-Pulgarcito, nervioso, consultó su reloj de pulso

confiriendo si la hora que marcaba, coincidía con la del

reloj que había sobre el trinchante, e insistió en llamar

nuevamente a la mujer, que se retrasaba:

-¡Seis y veinte, Clo! –le gritó una vez más.

-Clo, parada dentro del bidé, giraba en torno de sí

misma, en la tentativa de ver la parte de atrás de las

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 100

piernas en el espejo de la pared del baño, verificando si la

costura de la media de nylon, seguía la impecable línea

vertical que ella deseaba. A seguir, usando el pincelito,

colocó un poco más de polvo, para amenizar el rouge que

exorbitaba.

-¡Ya voy, querido! –le respondió Clo.

-De acuerdo con lo que descubrió Dupim, -

esclareció el doctor-, ella era dos años más vieja que él, y

ocho más vivida; fórmula matemática que le garantía el

dominio de la casa, y sobre Pulgarcito.

-¿Y los hijos? –preguntó Holmes, por el puro gusto

de abrir la boca e interrumpir el relato.

-En verdad, parece que ellos no tenían hijos, -

afirmó Watson con cejo fruncido- porque Clo, desde el

tiempo en que danzaba profesionalmente en una oscura

cantina nocturna, había tomado justas providencias

quirúrgicas que le prohibían quedar momentáneamente

embarazada –finalmente concluyó el doctor,

manteniéndose en su trece.

-¡Interesante! ¡Interesante! –comentó el detective,

párpados bien abiertos-. Pero prosigue –le ordenó.

-¡Voy a perder el ómnibus! –volvió a vociferar

Pulgarcito, estregando el zapato derecho en la pierna

izquierda del pantalón, buscando sacarle un brillo mejor.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 101

-En el baño, Cló, ex Marilú, daba los últimos

retoques en su maquillaje exagerado, hábito que no

lograba perder, y resquicio que quedara de una vida

antigua.

-¿No me digas? –pronunció Holmes, boquiabierto.

-¿Digo, o no digo?

-Evidentemente, obvio que sí, mi querido

tarambana –protestó Sherlock dando una rencorosa

aspirada en su pipa.

-Bueno, parece que finalmente ella apareció,

metida en un vestido ciclamén, y enseguida poniéndose de

espaldas, a fin de que Pulgarcito le prendiese en el

pescuezo, un collar de perlas, falsas.

-Son casi seis y media –rezongó Pulgarcito,

mientras enganchaba el collar.

-Calma hombre, que el mundo es nuestro –

refunfuñó Clo.

-Si yo pierdo ese ómnibus…

-No quieras poner la culpa en mí –gruñó ella-

¿Sabes que más? Ahora te vas sólo… Yo me voy al cine –

le zampó irritada.

-¡Que mujer de ínfulas! –indicó Holmes detrás de

la humareda de su pipa.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 102

-¡Así es! Pues conforme descubrió Dupin –dijo

Watson sesudo- Pulgarcito todavía intentó contornar la

rabieta de Clo, pero la mujer fue irreductible.

-¿Qué le voy hacer? –finalmente él se conformó,

ya que Clo era así mismo y explotaba por cualquier cosa;

pero aparentemente ya estaba acostumbrado con sus

rampantes.

-Esa Clo, debería ser una dama de mucho

engreimiento y humos… -intervino Holmes desde su

sillón.

-No tantos como los de tu hedionda pipa –criticó el

doctor.

-Está bien, dale, continua con el relato –ordenó el

otro con un leve ademan de mano y chasqueando los

dedos.

-Parecería que ellos se despidieron sin el besito

habitual, y después, Pulgarcito tomó un ómnibus en

dirección a la Estación Terminal, mientras ella tomó otro

para el cinematógrafo.

-¡Ah! No hay dudas que esa tal de Clo tenía un

genio virulento –manifestó Sherlock, casi escondido detrás

de una nube de humo.

-A las seis y cincuenta, él se bajó en la Terminal.

Al ingresar en el hall, una vos dieléctrica salía de un

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 103

altoparlante avisando que una muralla de tierra

interrumpiera la carretera, y ese domingo, no saldrían

ómnibus con destino al norte.

-¡Que mala suerte! Todavía esto –lamentó Holmes,

abanicando el aire para disipar el cargoso humo de la pipa,

que lo envolvía por completo.

-Es lo mismo que dijo pulgarcito –circunscribió el

doctor con circunspección-, pues en ese momento, él se

limitó a recoger las valijas que había depositado sobre el

mostrador de la compañía, volviendo a colocar su ticket de

viaje en el bolsillo.

-¿Y entonces, que hizo? –preguntó Holmes con

rostro apesadumbrado.

-Todo lo que le restaba en ese entonces, era volver

para casa. Porque quienes lo aguardaban en su destino,

deberían comprender que él no tuviera cualquier culpa con

ese inesperado trastorno… Viajaría el día siguiente.

-Según informó Dupin, cuando Pulgarcito llegó en

casa, extrañó que la luz estuviese prendida. Tenía la

impresión que había dejado todos los interruptores

apagados, y Clo, a esa hora, debería estar en el

cinematógrafo.

-¿Será que entró algún ladrón? –pensó

inmediatamente.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 104

-¿No me digas? –exclamó Holmes, ya sintiéndose

intrigado por el curso que la historia comenzaba a tomar.

-¡Bueno! Yo te lo voy a decir igual –le afirmó el

doctor, con desdén- Puesto que también Pulgarcito pensó

en llamar a un guardiacivil, idea que rápidamente cuidó de

tirar de la cabeza, por motivos obvios y sabidos, y al final

de cuentas ¿él era, o no, un hombre? –se habría

preguntado.

-En ese momento, Pulgarcito pensó que lo mejor,

sería entrar haciendo ruido. Los ruidos espantan a los

ladrones –recapacitó con autoridad.

-En fin, pasado el momento de la sorpresa inicial,

parece que al final metió la llave en la cerradura con

fuerza despropositada, y como si fuese poco, la abrió y

cerró tres veces, fingiendo un defecto en la tranca.

Posteriormente, cuando creyó que había hecho barullo

suficiente, desplegó la puerta hacia atrás, y desde el dintel,

observó la sala vacía y las ventanas cerradas.

-Al final del corredor estaba el dormitorio de Clo.

Un hilo de luz salía filtrada por debajo de la puerta.

–Ridículo- raciocinó Pulgarcito de inmediato, pues

de repente, como en un pase de mágica, la luz desapareció.

-Quiere decir que había un ladrón –dedujo el

detective, ya atento al relato.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 105

-Bueno, alguien, en el dormitorio, debía haber

apagado la luz, y eso le hizo presentir su presencia. En

todo caso, Pulgarcito indujo que el ladrón estaría en el

cuarto.

-Elemental, mi querido Watson. No tengo dudas

sobre esa conjetura.

-Bueno, conforme manifestó Dupin, Pulgarcito,

enseguida especuló nervioso: -¡Mi Dios! ¡Las joyas de

Clo!

-¡Evidente…! ¡Evidente…! -murmuró Holmes con

sus quinqués oculares bovinamente desproporcionados.

-Dicen que Pulgarcito tosió fuerte para confirmar

al facineroso, que ahora había gente en casa. Después,

comenzó a caminar en dirección al dormitorio, marcando

lo más posible cada paso que daba. Pero, al llegar a la

puerta del cuarto, excitó.

-¿Será que el ladrón lo habría escuchado? ¿Y si es

un malhechor corajoso? ¿Será…? –eran esas las mil y una

interrogantes que invadían su mente en aquel momento.

Llegó a pensar que el maleante podría estar atrás de la

puerta, como siempre ocurría en las películas de “Los

Intocables”.

-¡Bien capaz! –balbuceó Sherlock, tremendamente

admirado con el relato.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 106

-Voy a meter el pie en la puerta –pensó Pulgarcito,

tomado por una especie de onda de coraje que se evaporó

más rápido que el éter, y no se animó.

-¿Qué hizo?

-En primer lugar, giró el picaporte con fuerza,

como si quisiese arrancar la aldaba… Después, abrió la

puerta un centímetro y, con el pie, la empujó de modo que

se abriese hasta tocar la pared.

-¿Y qué vio? –quiso saber Holmes, estático en su

sofá.

-A Clo, en la cama, sábana hasta el pescuezo,

durmiendo –dijo Watson, agregando un acento de misterio

a su relato.

-¿Nada más? ¿Y quién apagó la luz? –murmuró

entre dientes el detective, con mente aguzada.

-¡Nada! Y acto siguiente, Pulgarcito corrió

rápidamente la mirada por el dormitorio y enseguida

encendió la luz del techo, ocurrencia que obligó a la mujer

a que abriese un ojo por la mitad.

-¡Uee! ¿No viajaste? –dijo ella.

-¡Uee! ¿No fuiste al cine? –preguntó él.

-Las cortas frases pronunciadas, dichas

simultáneamente, no dieron tiempo a respuestas. Clo,

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 107

explicó que ya había visto la película que eligiera.

Pulgarcito, contó de la interrupción de la carretera.

-A seguir, él se sacó la ropa, que tiró encima de la

silla, se metió en un pijama de rayas azules y blancas,

encajó los pies en las chancletas de fieltro, verificó las

ventanas para ver si estaban cerradas, y enseguida, se

acostó.

-Cuando tiró de la sábana para sí, y se tapó, de

reojo, bajo el lienzo, percibió toda la desnudez de Clo.

-¿Estás sin ropas? –indagó sorprendido, y sin

lograr contener la pregunta.

-Con éste calor húmedo… –ella le respondió

balbuceando, virada para el otro lado…

¿Quién es que aguanta dormir vestida? Anda,

duerme de una vez –enseguida le ordenó fastidiada.

-Sin embargo, él todavía rezó el acostumbrado

padrenuestro de todas las noche, después le dio un beso a

su mujer, se dio vuelta para el lado de la cómoda,

habituado que estaba a dormir siempre sobre el lado

izquierdo, brazo debajo de la almohada.

-Desde allí, en esa posición que tanto le agradaba,

podía ver la cortina floreada de la ventana.

-Sin embargo, debajo de la cortina, habían dos

zapatos marrones que el cortinón no lograba esconder.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 108

-Pero, ¿de quién eran? –investigó Holmes, con la

pipa colgada en uno de los lados de la boca.

-En un primer momento, Pulgarcito forzó la vista y

luego se dio cuenta que los zapatos no eran suyos.

Entonces, silenciosamente, respiración contenida, se

cubrió el rostro con la sábana.

-¿Y de quienes eran? –insistió en saber el

detective.

-¡Bueno! Dentro de los zapatos, estaba el hombre

que él tenía certeza que era el ladrón, el hombre que,

mucho más que el propio Pulgarcito, estaba a lamentar

enormemente la interdicción de la carretera.

9

-Tocas divinamente bien, mi preciado amigo –

pronunció Watson luego de entrar en la sala y advertir a su

amigo, aun con el característico sombrero de cazador de

gamos que el detective llevaba colocado en la cabeza, y en

aquella ridícula posición de afectación anatómica,

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 109

insistiendo en querer arrancar armónicos y entonados

sonidos de su Stradivarius.

No en tanto, no queriendo escamotear opiniones

polémicas, pero fiel a su estilo tradicional que lo mantiene

detrás de su originalidad; Holmes dio un tiempo en la

partitura, suspiró hondo, y lo miró con adquisición al

pronunciar:

-Dentro de los desfallecimientos escatológicos que

me producen ciertas músicas, como si yo fuese un

sobrehumano relicario, me entrego a los placeres sonoros

del cool jazz, esa modalidad divina que debe haber

provenido de Bach, directo para el oído izquierdo de

Lester Young, del derecho de Coleman Hawkins y, claro,

bien en el cerebro de Gerry Mulligan, el magistral genio

saxofonista, compositor, arreglista y director de orquesta –

disertó elocuente.

-Percátome de tu intención… -respondió el doctor,

mismo sin comprender esa tan ideológica enunciación

canora-. No en tanto, no podemos olvidarnos que, a su

juicio, esa compleja y jazzística ponderación que has

hecho, te convierte en un Hércules eremitorio de

preciosidades, particularmente, en una época en que todo

se transforma en una estrepitosa presunción, y el

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 110

raciocinio dicho colectivo, asume formas de viejos

auditorios de radio.

-Elemental, mi querido Watson. Para tu

información, mi postura obedece a cinco razones

primordiales: soy un violinista democrático, un

protofeminista, un pos freudiano, postmoderno, y

demasiado Hollywoodiano, principalmente por ser un

hombre sensacionalista que busca la acción fácil, y se

repite mucho.

-Narcotizados por las aparentes benevolencias

otorgadas por las utopías mediáticas, -teorizó Watson-,

veo que la sociedad claudica sonriente, sin percibir que,

entre su ilusoria sensación de bienestar auditivo, se

encuentra su propio declino mental.

-Has acertado en el clavo, mi querido amigo,

porque fue exactamente así, que Schömberg lo

vislumbrara en el “Concierto para cuatro manos y dos

manicuras”, como siendo lo ideal y absolutamente

adecuado para el uso del cuotidiano burgués.

-Es por eso que yo afirmo, que la insania

instrumental de los japoneses…, -manifestó el doctor,

visiblemente inspirado por algún tipo de modulaciones

mentales ilusorias-, …me lleva a creer que la estupidez

contemporánea este así, como si fuesen pústulas en el

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 111

apogeo de su maturación, prestes a explotar de una forma

semisinfónica.

-Escuchando lo que tú me expones, -exteriorizó el

detective-, tampoco puedo dejar de recordar a Erik Satie

con toda su excentricidad, irreverencia y la actitud

dadaísta que hacen parte de los ingredientes que

configuran la vida y la música de este notable pianista

francés, donde alcanza a denotar todo su lirismo sutil en

“Tois gymnopédies”, realizando con un extraordinario

ejercicio de malabarismo poético, los no menos

impresionantes acertamientos celestiales que cometió con

fugas, contrapuntos, claridad, y armonía, expresados en su

llamada “música de mobiliario”.

-Yo imagino que él debe haberlos compuesto en la

oscuridad búfana de los burdeles, o en las penumbrosas

luces titiriteras de los cabarets de Montmartre -comentó

Watson con esnobismo.

-Es posible, pero no me caben dudas que lo que él

produjo, es mucho mejor que las locuras cometidas por

Ornato, nuestro protagonista –exteriorizó Holmes.

-¿Por acaso, te refieres a nuestro “aderezo de

llavero”?

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 112

-El mismo. Justamente, porque me viene a la

memoria otra de sus memorables epopeyas –manifestó

Sherlock, con una presuntiva mirada.

-Entonces, no pierdas tiempo, y cuéntame ya qué

fue lo que le ocurrió.

-Resulta que los periódicos hablaban tanto de

asaltos, y todos ellos con apariencia de haber terminado

con éxito, -reveló Holmes después de engullir un pedacito

de su galleta-, que Pulgarcito, junto con otros dos amigos

malvivientes, resolvieron que, asaltar un Banco, no sería

una mala idea.

-¡Que cosa! Siempre buscando la vida fácil –

exteriorizó el doctor, mostrando una mueca de

circunspección.

-Bueno, no importa, pero fue por eso que ellos

marcaron una reunión sigilosa, a ser realizada en un

rancho abandonado que quedaba en la periferia de Piedras

Verdes, en donde elaboraron un plan que consideraron

perfecto.

-Bajo la tenue luz de un candelero, -continuó

contando Holmes-, Pulgarcito, Beto, y un otro secuaz más,

dibujaron de la mejor manera posible, el mapa de la

ciudad, con sus calles, pasadizos y callejones, trazando el

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 113

mejor trayecto a ser seguido, después, por el coche con el

dinero robado del Banco.

-Calculaban que conseguirían echar mano y salirse

con algo más de un millón, dinero de la municipalidad,

tesoro que seguramente ellos irían sacar a pulso, costase lo

que costase. Sería el fin de sus penurias y miserias.

-Pulgarcito viajó para la capital, aparentando tener

la misma inocencia de una “Hija de María”. Iría comprar

los guantes que impedirían el descuido de las impresiones

digitales dejadas en algún punto del Banco.

-Por lo visto, esta vez estaban tomando todas las

precauciones –comentó Watson, mientras se tomaba una

soberbia dosis de whisky.

-Sí, porque Beto fue con destino a otra ciudad,

donde se encontraría con un tal de Gumersindo, hombre

que les prestaría las armas con las cuales trabajarían. Tres

pistolas y un Máuser. Cuanto al otro, prepararía las

máscaras, el alfayate era él.

-¿Máscaras o capuchas?

-No, eran máscaras que les cubriría el rostro por

entero, de modo que apenas los ojos quedasen al

descubierto –anunció Sherlock, demostrando con las

manos, el modelo del prototipo de indumentaria, haciendo

un ademán alrededor de su cabeza.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 114

-¿Y el automóvil?

-Ellos dijeron que robarían uno, media hora antes

del asalto –comentó Holmes- después, lo abandonarían en

la carretera por donde huirían.

-Pero, ¿y cómo iban a volver? ¿O querían huir para

otra ciudad?

-Planearon volver a sus casas, exactamente

viniendo por el lado opuesto de la carretera donde

abandonarían el coche, y por eso necesitaban atravesar los

campos a pie.

-Perfecto, comprendí la estrategia -aseveró el

doctor con un leve movimiento de cabeza- Pero, ¿y qué

harían con el dinero?

-Ellos entendieron que era mejor enterrarlo, y sólo

le echarían mano unos cinco meses después, cuando el

ambiente en la ciudad estuviese más calmo. Era una

artimaña que ellos creyeron ser la mejor, para evitar que la

policía los descubriese.

Como el doctor se dio por satisfecho con la

respuesta de Holmes, y no dijo nada, el detective continuó

narrando la historia.

–Para rematar el plan, ellos combinaron que

también harían un depósito bancario, treinta minutos antes

del asalto. Pulgarcito sería el responsable de esa parte del

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 115

intento. No en tanto, Beto iría al Banco veinte minutos

antes del robo, para retirar un talón de cheques, y

aprovecharía la ocasión para conversar dos minutos con el

cajero.

-¿Y el otro?

-Era el encargado de conseguir el vehículo. Sería el

único a no tener un casi álibi, pero de cualquier manera,

ese revés, lo aceptaba con tranquilidad y ojos brillantes,

principalmente, por la ponchada de dinero que le tocaría.

-Gumersindo, el tipo que les prestaría las armas, -

agregó Holmes-, recibiría quince por ciento del botín, y,

perito que era en asaltos, había encontrado perfecto todo lo

que los tres habían imaginado, y que ya le había sido

expuesto en detalles por Beto, cuando éste fue a buscar las

pistolas.

-Un valor alto, para quien no arriesgaba nada –

concluyó Watson, al realizar un cálculo mental de la

cuantía que le tocaría.

-Bueno, Pulgarcito y Beto volvieron de sus viajes,

en días diferentes, para no levantar sospechas. El otro

partidario de la gavilla ya tenía las máscaras preparadas

que, experimentadas, quedaron perfectas. Era día 5,

víspera del día marcado para el robo. Esa noche no

durmieron.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 116

-Al otro día, todo el dinero que poseían, algo más

de doscientos pesos, Pulgarcito lo llevó al Banco para ser

depositado.

-Cuando llegó, dijo: Quiero hacer un depósito –

expresándolo bien alto, para hacerse notar.

-Salió justo en la hora que Beto entraba para pedir

una chequera nueva. Desde la puerta, Pulgarcito pudo

verlo conversar con el cajero, de acuerdo como lo habían

proyectado.

-¿Y cómo fue que hicieron para efectuar el robo? –

interrumpió el doctor, justo cuando tomaba su último

buchito licoroso.

-Los tres se juntaron en una esquina, a tres cuadras

del Banco –anunció Sherlock. –El tercero venía en la

dirección del coche robado, más calmo de lo que era de

suponerse. Parecía un veterano. En el trayecto hacia el

Banco, las máscaras fueron colocadas.

-El auto paró en la puerta del establecimiento, y los

tres enmascarados se bajaron con la Máuser apuntada para

el vigía, que fue obligado a echarse al piso, de bruces, ya

sin el arma reglamentaria que llevaba en la cartuchera.

-¿Usaban algún apodo, para comunicarse?

-No. Sólo por señas. No hablaban para que la voz

no los develase.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 117

-Precavidos, los muchachos –balbuceó Watson, al

hacer una mueca con los labios.

-Una vez adentro, los empleados del Banco,

temerosos de un tiro, levantaron los brazos

específicamente –dijo Holmes, mientras le mostraba in

loco, como era.

–Dos o tres clientes, que a esa hora estaban junto al

mostrador, se aquietaron lo más posible.

-Sin reluctancia, el cajero les entregó todo el dinero

que tenía en la gaveta, y el gerente, bajo amenaza del arma

de Pulgarcito, abrió la caja fuerte, de donde los montes de

paquetes de dinero saltaron para la maleta que ellos

llevaban.

-¿Nadie llamó a la policía?

-Es posible que sí, pero los guardiaciviles,

solamente llegaron al Banco dos minutos después que

ellos habían partido…

-Por un pelo… –murmuró el doctor, atento a las

minucias del relato.

-A esa hora, el automóvil ya salía de la carretera,

ocultándose por los pastizales crecidos y los matorrales,

donde fue abandonado. Tres bicicletas, una de las cuales

con bagajero, allí los esperaban desde la noche anterior.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 118

-En el bagajero, pusieron las maletas rellenadas de

dinero y, por el camino de tierra solamente utilizado por

caballos y carretas, pedalearon hechos unos locos, en

busca del rancho abandonado.

-Un plan muy minucioso, por lo que observo –

completó Watson, haciendo uso de su deducción analítica.

-Una vez en el rancho, liquidaron, una a una las

pruebas del crimen, y volvieron a pie para la ciudad,

donde llegaron ya hecha la noche.

-En ese caso, nadie los podría acusar de nada. No

habían dejado pruebas que los incriminasen –Watson

expresó con presunción.

-Ahí que está. En la puerta de la casa de Pulgarcito,

cuatro hombres lo esperaban y les dieron voz de prisión,

mientras lo esposaban y le colocaban los grilletes,

metiéndolo inmediatamente dentro de un coche.

-¡Nooo! ¿Quién los denunció?

-Nadie. Y te digo más. Cuando Beto también llegó

en su casa, seis hombres saltaron sobre él, inmovilizándolo

y llevándolo preso sin mayores explicaciones.

-¿Y el otro?

-El otro, fue agarrado en la esquina de la sastrería.

Lo empujaron para dentro de un patrullero de la policía y

se lo llevaron a la comisaría.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 119

-Algo les falló –volvió a interrumpir el doctor, con

el semblante serio. -¿Qué sería lo que les salió mal?

-Exactamente. Dos horas después del atraco sin

erros, Pulgarcito, Beto y el otro, esposados y vencidos,

escuchaban la frase seca y autoritaria del comisario.

-Muy bien. ¿Dónde está el dinero? –éste les

preguntó autoritario.

-Incrédulos, los tres no lograban entender lo que

les había pasado. ¿Dónde estaba el error? Los guantes, las

máscaras, el depósito bancario, la chequera nueva, la

conversación con el cajero, los álibis perfectos, el vehículo

abandonado, el camino de tierra recorrido de bicicleta con

mucho sacrificio y sin una viva alma que los viese, el

dinero y todo lo demás, bien enterrado. Las bicicletas, que

ya habían ido a parar en el fondo del río…

-¿El dinero, donde está? –gritó nuevamente el

comisario.

-¡Sí! ¿Donde lo habían metido? –quiso saber

Watson

-Contaron todo, para que las cosas no empeorasen

más de lo que ya estaba. Mismo así, no atinaban a

descubrir el tropezón que habían cometido.

-¿Cuál habría sido el lapsus, entonces? –

conjeturaba el doctor.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 120

-De Piedras Verdes, siempre sin lograr entender

como mierda ellos habían sido descubiertos, los tres

fueron enviados para cumplir pena en la capital.

-Entonces. ¿Podes decirme ahora cuál fue la falla

de tan meticuloso plan? –se le antojó saber a Watson.

-Bueno, te digo que ellos fueron puestos en celdas

separadas. Pulgarcito, Beto y el otro sujeto… Los únicos

“leñadores de bonsái” que había en Piedras Verdes -

suspiró Holmes.

10

La tarde estaba, como siempre, húmeda y lluviosa

en la londinense ciudad, y las circunstancias del escenario

externo, convidaban a que en el salón se desenvolviese un

erudito cenáculo entre los circunspectos amigos. En ese

momento, uno estaba con su violín en puño, el otro, con su

mano derecha reciamente aferrada al vaso que contenía el

dorado néctar de los dioses escoses.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 121

Dentro de ese contexto, experimentaban ensanchar

las eficiencias de un agudo raciocinio y los poderes de

observación y deducción que ambos poseían con

insuperable maestría; sin embargo, en esa hora llamada de:

casi crepuscular, Holmes demostraba esa característica

desconcertante y extraordinaria de sus virtudes, puesto que

acusaba la extraña síndrome del intestino-filosófico preso,

pero cuando esa original situación se producía en su

mente, a continuación, engendraba una disentería de

verborragia que inundaba toda la biósfera, y se propagaba

más allá de las costas de la Galia y de la propia Inglaterra.

-De acuerdos con mis últimos cálculos –expresó

Sherlock con fisonomía inexorable-, si el mal gusto

musical que está ahí a persistir, no cambia, seguramente

llegará el día en que las personas simplemente se volverán

tan o más gelatinosas, tal cual un postre “Royal”, y

acabaran escurriéndose por las alcantarillas de las cloacas

existenciales, convertidas en una de esas desabridas

sobremesas humanas que tanto ambicionan ser.

-Mi estimado amigo, creo que tienes un lapsus

linguae de semántica –notificó Watson, al interrumpir el

docto raciocinio de su compañero.

-Digo y afirmo –se justificó el detective-, que ellos

perderán el verdadero sentido de la magia sonora y, por

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 122

eso, su primitivo referencial óptico, pronto irá para el local

correcto, dejándolos a mingua y totalmente entregues a la

decrepitud de tener que aplaudir la Nada.

-En cuanto a mí, reafirmo preferir los énfasis

griegos, cuando lo Sublime, quedaba restricto a Euterpes

con su flauta y a los viajes musicales en busca de lo

Humano –comenzó a disertar el doctor.

-Cosas sumamente sanas, como sin duda lo es, eso

de querer participar en competencias de resistencia en

Cochabamba, extraer la raíz cuadrada de whiskys

redondos, o confundir tragedias de Sófocles con comedias

de Plauto… ¡Sólo eso! –concluyó.

-Esa diarrea oblitero-chocante, -argumentó

Sherlock con la debida entonación de importancia-, es la

que lleva a algunos a destacar su estulticia, a punto de

hacerme recordar de Jan Huss, el reformador checo que, al

ser torrado en las hogueras de la iglesia, todavía tuvo la

generosa creatividad de desenvainar su mejor latín y

canturriar: -Santa simplicitas… lá-lá-rí-lá-lá-lá…

-Visto que es imposible santificar mediocridades

con el uso de la lógica surrealista, paso a cercar mí

raciocinio, para evitar la invasión de cucarachas, el

deterioro de lo bello, y principalmente, la idea cada vez

más creciente de que si hoy, Wanda Landowska volviese

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 123

al mundo y se dejase globalizar por la vesania general, ella

también iría confundir pedagogía con pedofilia, rally con

relé, muñecas con…

-Por eso –interrumpió el doctor, después de dar un

ligero sorbo en su predilecto licor-, que, cada vez más

imbuido por el gargallo musical de las perplejidades, me

desligo por unos momentos del sonido caótico que

proviene de la urbe y, prudente, me agarro todo lo más que

puedo, intentando comparar la álgida suavidad de la Nada,

con la cálida insipidez de lo real.

-En esa versada relación musical que tú

manifiestas, -enunció Holmes con grandilocuencia-,

haciendo una amalgama entre lo divino y lo sagrado, es lo

que se nos hace imposible olvidarnos de Gregorio I, el

Papá que insertó cánticos que llevan su nombre en la

liturgia de los cultos, mismo sabiendo que ni todo fiel es

culto, y ni que el propio Gregorio, era un gregario.

-Es por eso, que el grande Quintiliano, con

soberbia sabiduría, dijo alguna vez que: “el poeta nace, el

orador se hace” –disertó el doctor antes de llevarse el vaso

a los labios.

-Sin embargo, -pronunció Holmes, ensimismado-,

hay que considerar que: “los tigres de la cólera, son más

sabios que los caballos del saber”.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 124

-Si es por eso, te afirmo que: “las prisiones están

construidas con las piedras de la Ley, mientras que los

burdeles son erguidos con las piedras de la Religión”.

-Elemental, mi querido Watson. Tu conocedora y

licenciada fraseología, me conmueve, pero no tanto como

la actitud de Pulgarcito.

-¿Por acaso, tienes algún otro hallazgo

paleontológico de este “aderezo de llavero”?

-Conforme lo registró Dupin en los anales de su

pesquisa, todo ocurrió durante un día que Pulgarcito

volvió para buscar a Clo.

-¿No me digas? ¿Qué ocurrió?

-Te lo diré igual, porque buscaré mencionarlo

exactamente como sucedió.

-Por mí, te aviso que soy todo oídos -anunció

Watson.

-Trim… Trim… Trimmm… -gesticuló Sherlock, al

imitar el sonido del timbre.

-Por más que Pulgarcito insistiese, la puerta del

408 no se abría –dijo Holmes, dando inicio a la narración-.

Hacía rato que él estaba allí, meta apretar el botón del

timbre que, extrañamente, todavía no se había quebrado.

-Trim… Trimmm… -siguió insistiendo Pulgarcito.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 125

-De vez en cuando hacia una pausa, intentando

adivinar, con el oído colado en la puerta, algún

movimiento dentro del apartamento y, después de percibir

que más ese toque había sido en vano, volvía a colocar el

dedo en el botón, con creciente violencia.

-Trimmm… Trimmmm… Trimmmmmmm…

-Estaba con la barba si hacer, los pelos

desgreñados. La valija depositada a su lado, mostraba que

volvía de un viaje. Lo mismo insinuaba la corbata aflojada

en el cuello de la camisa, por el cual, le salían los largos

pelos del pecho.

-Trim… Trim… Trimmm… -Pulgarcito volvió a

instar con el dedo en el timbre.

-Se abrían, vez por otra, las puertas de servicio del

404 y del 405, de donde se asomaban rostros de empleadas

y comadres, incomodadas por el irritante barullo de la

campanilla que, realmente, ya pasaba de la cuenta.

-Y, al toque inútil del timbre, no pocas veces juntó

majaderos golpes de puño, inicialmente discretos, en la

puerta, junto con patadas dadas, primero, con la punta del

pie, después con el talón, por comodidad y por dolor en

los dedos.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 126

-¡Un necio! –llegó a balbucear Watson, haciendo

bailar por las encías, el delicioso buchito que se había

tomado.

-El ascensor paró en el cuarto piso, y la puerta se

abrió. Pulgarcito se viró en la esperanza que del ascensor,

saliese… ¡No! No era. Era Germán, ropa de playa, estera

enrolada bajo el brazo, lentes de sol en lo alto de la

cabeza, sandalias hawaianas en los pies.

-Pulgarcito se olvidó del hombre y volvió a colocar

el insistente dedo en el timbre. Trimmm… -era sólo lo que

el timbre decía al ser accionado.

-Creo que ella no está –dijo Germán, al pasar por

Pulgarcito, mientras seguía y entraba en el 409, su

apartamento.

-Pulgarcito acompañó los movimientos del hombre

con la mirada, hasta el momento en que la puerta del 409

se cerró, tirando Germán de su vista.

-¿Y por qué no le preguntó alguna cosa? –indagó el

doctor.

-Bueno, es que justo en ese momento, Pulgarcito

abandonó el timbre del 408, y tocó el del 409. Fue el

propio Germán quien abrió.

-Pues no… -le dijo educado.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 127

-Soy yo –le respondió Pulgarcito, y apuntó para la

puerta del 408, identificándose como el sujeto con quien

Germán recién acabara de hablar.

-Sí, yo sé, -respondió Germán...

-Cuando usted pasó por mí, dijo que ella salió.

-Esta engañado, caballero –corrigió Germán- Yo

dije “creo”, que ella salió.

-Claro que con su explicación, quedaba claro que

Germán, patentemente, quería tirar el culo de la jeringa -

razonó Holmes.

-¿Se iba a vacunar? –quiso saber el doctor,

poniendo cara de sorprendido.

-No, tarambana, es una manera de decir. Él quería

tirar el cuerpo de cualquier malentendido, razón por la

cual “recalcara” muy bien el creo.

-¡Ah! -exclamó Watson, al comprender el dicho.

-Eso mismo. -¡Ah!- exclamó Pulgarcito en un

desaliento muy grande, mientras lanzaba una mirada triste

en dirección a la puerta cerrada del 408.

-Germán aprovechó para observarlo, mientras

Pulgarcito observaba la puerta vecina que no se abría.

-En la sala, a un desquiciado cucú se le antojó salir

para cantar, avisando con su trino, que ya pasaba media

hora de la una hora de la tarde.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 128

-Imagino que ella esté en casa y no quiera abrir la

puerta –aventó Pulgarcito, para comentar alguna

justificativa.

-No creo. Seguramente, ella debe haber salido –

alegó Germán, imperturbable, parado entre el marco y la

puerta semiabierta.

-¿Será? ¿Tendrá salido? –murmuró Pulgarcito,

meneando de leve la cabeza en negativa, sin saber lo que

hacer.

-Pues… -pensó finalizar Germán, al ser

interrumpido.

-¿Puedo esperar aquí, hasta que ella llegue? –

solicitó Pulgarcito con raigambre.

-Bien… -el otro comenzó a cavilar lo que debería

responder, ya que Germán vivía sólo y, por necesitar

tomar un baño y salir para almorzar, ya que era domingo y

ese día no tenía empleada, no hallaba muy indicado que

concordase con la presencia de aquel desconocido en su

apartamento, durante el tiempo que estuviese en la ducha.

-Muy lógico, supongo –murmuró el doctor, de

mano en la pera.

-El hombre del timbre percibió sus pensamientos, y

le dijo:

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 129

-Yo soy el marido de Clo –explicándolo, en un

esclarecimiento que provocó cierto espanto en Germán.

-¿Marido? ¿Y usted se olvidó de las llaves? –le

preguntó ensimismado.

-No. Bien…, es que… -Pulgarcito balbuceó, medio

confuso- Creo que lo correcto, sería decir “novio”.

-Entiendo –dijo Germán sin nada entender- Usted

quiere decir, que el señor es algo así como novio, pero con

derechos de marido. ¿Correcto?

-Más o menos –Pulgarcito le confirmó impreciso-

Yo, por mí, me considero más novio que marido, a pesar

de la verdad ser opuesta. Es que nosotros dos, yo y ella, ya

hace algún tiempo…

-Germán no quiso saber de más detalles. Prefirió

dejarlo entrar. Mismo, porque las comadronas del 402 y

del 403, ya fingían esperar el ascensor con las orejas

paradas, atentas a la conversación de los dos.

-No en tanto, su concordancia fue por maldad, ya

que Germán prefirió escuchar él solo, el resto de los

detalles.

-Pulgarcito entró, depositó la valija sobre el sofá y

extendió la mano para presentarse y saludarlo.

-Ornato Pereira, mucho placer –le dijo.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 130

-Mi nombre es Germán. Siéntese, por favor –

ordenó con un solapado sonriso, porque en el fondo de su

mente, subrepticiamente se preguntó: ¿ornato ó aderezo?

-Para disimular esa sensación hilarante, Germán

abrió las cortinas, y la luz entró con fuerza en la pieza.

Vivía para el lado que el sol se pone.

Al momento que las corrió, Pulgarcito se mudó de

lugar en el sofá, porque el sol lo encandilaba.

-Germán sintió que era necesario encontrar un

modo de reatar la conversación, y era eso que él buscaba

en el exacto momento en que, Pulgarcito, notando esa

secreta ansiedad de su vecino, le ofreció el plato pedido.

-¿No me digas que iban a comer juntos? –Watson

preguntó azorado.

-¡Mi Dios!, –exclamó Sherlock, visiblemente

fastidiado por las majaderías de su amigo- Cuando me

refiero al “plato pedido”, pedazo de un alcornoque, es que

él iba a continuar relatándole su relacionamiento con Clo.

-¡Ahhh! Discúlpame por mi irreflexión –balbuceó

el doctor, con un semblante desconsolado.

Holmes lo miró como quien pasa las penas del

purgatorio, y continuó su relato diciendo: -Somos novios

oficialmente. Pero ya… ya… -Pulgarcito buscó las

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 131

palabras que pudiesen explicar lo que Germán ya sabía

desde el dintel de la puerta.

-¿Entonces, está de llegada…? –instigó Germán, en

cuanto servía vermut roso en dos vasos altos, donde se leía

los nombres de las dosis: “for ladies, for men, for horses”.

Sirvió “for horses”.

-Pulgarcito revolvió el hielo con el dedo indicador,

y allí lo dejó descansar un poco, intentando adormecerlo.

Era el mismo dedo de apretar el timbre, y le dolía mucho.

-Estoy trabajando en una ciudad lejos de aquí, -

comenzó a explicar Pulgarcito-, y tengo recibido muchas

cartas contando ciertas cositas de mi… mi… -excitó más

de lo que sería razonable- …mi novia –dijo por fin.

-Diga “su señora” que yo le comprendo –indicó

Germán, queriendo ser gentil.

-Gracias. Pero me imagino que usted sabe como

son esas cosas. Cartas que surgen contando hechos que

son incontestables. Que apuntan detalles, horarios. Hasta

fotografías, me mandan. ¿Usted puede creer una cosa así?

-Puede tutearme nomás,… Ornato –ahora fue

Germán el que excitó, trabando justo a tiempo la tentación

de decirle: “aderezo de llavero”.

-Pulgarcito agradeció, y retiró una billetera del

bolsillo del blazer, y de ella, sacó las fotos de Clo, en

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 132

donde su novia aparecía posando con un hombre al lado.

Las fotografías no eran muy nítidas. Habían sido

amateuristicamente sacadas por alguien. En algunas, ella

aparecía de lejos. No en tanto, todas era lo suficientemente

claras como para que Germán reconociese su vecina del

408. Inclusive, daba para percibir algo más.

-Estoy notando, Ornato, que el hombre…

-No es el mismo –reconoció Pulgarcito- ¿Percibió?

-Percibí –murmuró Germán, ahora muy atento en

hacer un nuevo examen más detallado de las fotos.

-Es que ella siempre aparece con un hombre

diferente –completó Pulgarcito, chupándose el dedo

helado, y colocando el otro indicador en el hielo.

-Su actitud, es mucho peor, ¿no le parece? Porque

si ella me hubiese cambiado por otro, capaz que yo

entendería. Dejó de gustar de mí, está gustando de fulano

o zutano, hasta que comprendería; pero la variedad, es lo

que torna todo insoportable.

-Sí, noto que por las fotos, ella está gustando de

fulano, zutano, mengano, José, Antonio, Pedro… -esa vez

Germán fue perverso.

-Es por eso que yo le digo. La variedad me

compele; es una sinvergüenza, eso sí… ¿Usted no

concuerda conmigo?

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 133

-Concuerdo –concordó Germán, mientras devolvía

las fotos para Pulgarcito, sintiéndose un hombre muy feliz

por no haberse visto en ninguna de ellas.

-Usted me disculpe, ¿pero vino aquí para…? -él

quiso saber Germán, sin lograr terminar la frase…

-¡Vine para matarla! –anunció Pulgarcito de forma

determinada.

-¿A matarla? –exclamó el doctor, dejando el vaso

vacío sobre la mesa.

-Fue lo mismo que Germán exclamó después de

haber entendido claramente lo que Pulgarcito confesó

intempestivamente, pero quiso pensar que tal vez estuviese

engañado, por eso preguntó nuevamente.

-¿Usted dijo…? –preguntó como si estuviese

pidiendo un bis.

-Vine a matarla… ¡Matarla! –Pulgarcito dijo, e

hizo un gesto con el indicador todavía hinchado, imitando

como si estuviese apretando un gatillo imaginario, y

apartó el blazer para que Germán viese el “Colt” que traía

metido en la cintura.

-¡Que pedazo de hombre determinado! –murmuró

Watson con el cejo fruncido, y sin querer interrumpir la

narración de su amigo.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 134

-Te digo que Germán, nunca imaginara tener que

pasar por una situación igual, y fue por eso que se decidió

a reabastecer el vaso de vermut del calculista asesino,

mientras buscaba una manera de contornar aquella poco

bizarra situación.

Watson quiso decir alguna cosa, pero Holmes lo

interrumpió con un ademán, diciendo:

-Terminado de servir el vaso, Germán le preguntó:

¿Cuál es la ventaja de querer matar?

-Ninguna –contestó Pulgarcito- Mato, y después

voy preso –afirmó convicto.

-¿Y lo qué es, que usted gana con eso? ¿Qué

ventaja usted lleva con ese desbordamiento de heroicidad?

Mata a la mujer, lo meten preso por diez o doce años, o

más, ¿y qué gracia usted ve en todo eso?

-El tipo tenía razón –apoyó el doctor con un

balbuceo.

-Mientras exponía sus coherentes

cuestionamientos, Germán mostraba, abiertas en abanico,

las varias fotografías de la mujer de Pulgarcito -pronunció

el detective, a la vez que mostraba su mano vacía.

-¿Entonces, usted piensa que yo debo perdonar una

mujer que me hace eso? –le dijo Pulgarcito, mientras

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 135

movía levemente el mentón hacia adelante y clavaba los

ojos en las fotos expuestas que ni cola de pavorreal.

-No digo perdonar, -acotó Germán, con voz

tranquila-, porque, en su caso, yo no sé si también

perdonaría, pero, no sé si no sería mejor… olvidar. Deje

todo como está, hombre, y olvídese de lo ocurrido.

-Usted, en mi lugar, ¿se olvidaría?

-Creo que sí –afirmó Germán, endureciendo la

fisonomía como si estuviese haciendo pucheros, y

subiendo y bajando los hombros para quitarle un poco de

importancia al asunto.

-Es una cuestión de temperamento. Admito que

haya hombres que perdonen –convino Pulgarcito-, si ellos

tienen que vivir una situación igual, Sin embargo, hay

hombres como usted, Germán, que simplemente olvidan el

asunto, y no tocan más el tema. Pero yo, Ornato Pereira,

tengo otro temperamento –y al terminar la frase, se arregló

mejor el “Colt” en la cintura.

-¡Aijuna, carajo! Hombre de bríos, este “leñador de

bonsái” –exclamó Watson.

Sherlock lo miró, sorprendido por el arrobo de su

amigo, y puso la culpa de su exclamación intemperada, a

las dosis de bebida que su amigo ya se había tomado.

Después, prosiguió:

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 136

-Tiene razón –concordó Germán en aquel

momento- Nadie debe forzar una situación. Sólo que…

-La frase quedó inconclusa, porque ambos

escucharon nítidamente que, la puerta del apartamento 408

era empujada produciendo aquel ruido característico al ser

cerrada. Los dos se callaron automáticamente.

-Es ella –dijo Pulgarcito, apartando el vaso de

vermut al momento que fue aferrando la valija por el

asidero, y levantándose del sofá.

-Germán, lívido, no conseguía articular palabra,

cuanto más una frase. En eso Pulgarcito extendió la mano

en forma de despedida silenciosa. Germán se la apretó con

la fuerza de la emoción. Pulgarcito agradeció el vermut, la

hospitalidad, y salió.

-Y al final, ¿la mató, o no? -Indagó el doctor,

ansioso.

-Por la noche, cuando pasó de brazo dado con ella,

Pulgarcito fingió que no vio a Germán que, en el zaguán,

conversaba con el portero del edificio. No obstante, en

aquel momento, aun le dio tiempo a Germán para

descubrir que Pulgarcito llevaba las orejas muy coloradas.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 137

11

-Es necesario escuchar las enseñanzas

“demoníacas”…, -expresó Holmes, de pie, frente a la

estufa, buscando calentase el alma con el calor de las

brasas-, …cuando ellas proclaman que, alma y cuerpo,

poseen equiparable dignidad, y que la energía y el

dinamismo, son la auténtica delicia eterna. Por eso,

únicamente predican la moderación, quienes son lo

bastante débiles para no apasionarse.

-Es verdad, mi estimado amigo. El camino de los

excesos, invariablemente nos conduce al palacio de la

sabiduría –enunció el Dr. Watson que, como siempre,

sostenía el vaso del licor de los dioses en la mano, e

inspiraba sus metáforas observando las ondas doradas

danzando en el cristalino recipiente.

-Elemental, mi querido Watson. Así como los

escatológicos que viven en otra aurora, digamos, entre alfa

y omega, aquel que desea pero no obra, termina por

engendrar la peste.

-Un hombre libertino, -le respondió el doctor-, no

es aquel individuo que se siente libre de ceñirse a los

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 138

códigos morales tradicionales; yo pienso que un verdadero

libertino, es un hombre cuya mente es libre, un hombre

que está siempre en busca de la verdad sobre la vida y los

deseos que mueven a todos los hombres.

-Sin embargo –retrucó Sherlock, apartándose de la

estufa para agarrar otra de sus galletas preferidas-, cuando

a veces observo los estrechos límites en el que se hallan

encerradas las facultades activas e intelectuales del

hombre; cuando veo que el objetivo de todos nuestros

esfuerzos es proveer necesidades que, por sí mismas, no

tienen otro fin sino prolongar nuestra miserable existencia

y por consecuencia, toda nuestra tranquilidad, noto que en

ciertos puntos de nuestras buscas, eso no pasa de una

resignación soñadora, que la gozamos pintando de figuras

variadas y perspectivas luminosas, dentro de las cuatro

paredes que nos mantienen prisioneros.

-En ese caso, yo agregaría que, un cuerpo capaz, no

es nada sin una mente esclarecida –replicó Watson, ahora

de pie, y de espaldas para la estufa, a fin de calentarse un

poco la parte del tercer ojo.

-¡Es verdad! –afirmó Holmes-, el tipo siempre fue

un verdadero polifacético. No en tanto, todo eso, terminó

por reducirlo al silencio eterno.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 139

-¿Quién murió? –pronunció el doctor, con cara de

pena, ojos tristones.

-¡Ora pues! ¿Quien más, sino Ornato Pereira?

-¿No habrá sido por causa de un ataque de

dismenorrea mental?

-Bueno, esa parte no quedó muy bien esclarecida –

explicó prestamente el detective- Lo único que mi

estimado Auguste Dupin registró, fueron los gritos de:

¡El enanito murió! ¡El enanito murió!

-¡Sí!, entiendo, pero, ¿quién fue el que gritó?

-Fue un vecino, que en ese momento salió

anunciando por la cuadra entera, que acababa de morir el

sujeto más conocido de toda Piedras Verdes.

-¿Quién murió? –preguntó don Teófilo, eterno

morador de una de las casas del barrio, mientras chupaba

una sopa aguada, haciendo un ruido extraordinario.

-El “leñador de bonsái” –apuntó el vecino.

-¡Ah! ¿El “aderezo de llavero”? Que Dios lo tenga,

pobre hombre –invocó el anciano en tono de recogida

plegaria.

-Dicen que cuando el velorio terminó, el cuerpo de

Ornato fue llevado para una camioneta de la empresa

funeraria que estaba parada en la puerta de la casa donde

fuera velado el cuerpo.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 140

-En el traslado, Clo, la mujer de Pulgarcito, un

palmo a más que él, escuchó otra vez las frases de

consuelo desnecesarias.

-Dios, sólo se lleva a los que son buenos… alguien

pronunció.

-Tienes que ser fuerte, Clo –dijo otra mujer,

abrazándola compungida.

-Los hombres de la funeraria, desligados del

problema, cargaron el cajón con la mayor facilidad. Era un

cajón de niño, sólo que en el negro de los adultos.

¿Pesaba, qué? ¿Unos 30 kilos? –dijo Holmes, haciendo un

mohín.

-Probablemente, un poquito más –corrigió el

doctor, ecuménicamente.

-Que sea, pero dentro del féretro, vestido de negro,

Pulgarcito partía para su último viaje –indicó Holmes,

haciendo un guiño de congoja.

-El detective se dio cuenta que su amigo se

persignaba tres veces repetidamente, ojos clavados en el

piso, alma compungida, corazón apretado. Meneó la

cabeza vaya saber pensando el qué, y continuó con el

relato diciendo:

-En la calle, Joaquín, el mismo tipo que había

salido gritando que Pulgarcito se había muerto, poniendo

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 141

una cara de lo más fulera, comentó con José Pedro, su

vecino, en una entonación de comediante:

-¿Para qué enterrarlo en un cajón? Usaban una caja

de zapatos, y pronto.

-Pulgarcito, que durante la vida entera ambicionó

hacer carrera en varios oficios e intentara ingresar hasta en

el circo, el poso seguro de los de su especie, nunca logró

conseguir un empleo estable, pero esa parte ya la sabemos,

concluyó Holmes.

-¡Es verdad! Abreviadme de esos comentarios

sutiles, por favor, mi bienquisto amigo –solicitó el doctor

con los ojos vidriados, no por causa de la tristeza del texto,

y sí, por los posteriores efectos licorosos.

-En el barrio, pocos sabían que su nombre era

Ornato Pereira, a no ser doña Clo, y sus hijos Lozano y

Mustio, exquisitamente grandes, extrañamente normales.

-La verdad, es que la anomalía de los padres, era de

una extrañeza mayor, porque el padre de Pulgarcito medía

un metro y setenta, altura igual a la de la madre, mujer

que, por ser alta y muy fina, tenía hasta un estilo de

modelo de desfile, salvo, por algún que otro defecto

anatómico.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 142

-Cuanto a los padres de Clo, eses si, tenían

problemas –comentó Sherlock, con un sonriso irónico en

los labios.

-La madre, era crecida, pero el padre,

empequeñecido, tenía hasta un cerro en la espalda, donde

irritantemente, los desconocidos pasaban la mano en la

joroba, creyendo que eso les daría suerte.

La risa de Watson sonó en la sala como si fuese un

murmullo de hojarascas, pero no rumoreó cualquier

comentario, prefiriendo escuchar el relato, y sintiéndose

cada vez más abstraído por el placer de su bebida.

-El padre de Clo, en la calle, era llamado de “dije

de alhaja” y, cada vez que oía el apodo, saltaba enfurecido,

haciendo bananas con el brazo, para los que le gritaban la

calumniosa alcurnia.

-Yo soy pequeño de altura –les gritaba furibundo-,

pero aquí ¡oh!..., y aquí, y… se agarraba el imaginado con

la mano pequeña, teniendo, para eso, que curvarse, pues

los brazos pequeños, acababan un poco más abajo del

pecho.

-Muy esclarecedora tu oratoria, pero, ¿adónde lo

enterraron? –interrumpió el doctor, conduciendo a

Holmes, con su pregunta, para el camino correcto del

relato.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 143

-Bueno, finalmente el cortejo fue formado. La

camioneta negra adelante, con el extinto Pulgarcito dentro.

Atrás, el coche de Clo, con los hijos sentados a su lado. A

seguir, un Pontiac donde iban los padres del fallecido,

Eleuterio y Filomena, llorando más que lo esperado.

Después, seguía otro coche con el “dije de alhaja” y su

esposa, ella llorando, de cara embadurnada. Más atrás,

varios coches más, llevando parientes lejanos, amigos o

conocidos, y gente de toda la cuadra, que en ese momento

quería acompañar el entierro hasta el final, cosa que

hallaban de lo más cómica.

-Yo no sabía que enano muere –preguntó uno de

los presentes en el cortejo.

-¡Muere! –Afirmó un otro- Lo que no puede, es

vivir en el último piso –añadió.

-¿Por qué? ¿Se marea? –quiso saber el interlocutor

-¡No! Se cansa –le dijo el sujeto, con la fisonomía

justa.

-¿Cómo, que se cansa?

-¡Claro!, el dedo no alcanza a tocar en el botón del

tablero del ascensor –el individuo explicó serio.

-¿Hablaban eso en el velorio? –preguntó el doctor,

boquiabierto.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 144

-No. Esa conversación existía en el noveno coche

de la fila, que ya andaba en dirección al cementerio donde

Pulgarcito sería enterrado.

-Es verdad –acotó el doctor, compungido-, quieran

o no, los occisos, siempre terminan siendo llevados al

cementerio.

Holmes hizo de cuenta que no escuchó la

impertinencia de su amigo, y continuó con su recitación.

–En la calle, la gente se descubría al ver pasar el

cortejo. Había los que querían asilar el mal de ojo tocando

madera, llegando a pasar los dedos hasta en las cajas de

fósforos brasileñas. Mujeres se persignaban más de tres

veces, al ver el pasaje del féretro. Niños paraban sus

juegos y, por un instante, miraban, con aquel aire

inexpresivo de niño que no da valor a la muerte.

-Pero, de repente, en una subidita del camino, la

camioneta paró –anunció Holmes con solidez.

-Los coches, que eran veintidós, pararon atrás,

callados, ciertamente esperando que se solucionase lo que

había originado la parada repentina.

-Tal vez, paró por causa de algún semáforo –

alguien murmuró dentro de unos de los últimos coches.

-Es lo que yo me imagino, -murmuró Watson,

pesaroso.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 145

-Sin embargo –dijo otro de los allegados-, como

los coches siguen pasando por nosotros, semáforo, no es –

comentó con afirmación catedrática, al ver otros vehículos

pasar al costado del cortejo, indiferentes al hecho.

-¿Qué les pasó? –preguntó el doctor, que hasta ese

momento se había mantenido callado y expectante.

-La camioneta tenía un desperfecto. El chofer, de

traje convenientemente negro como se exige en estos

casos, se bajó y abrió el capó del motor; se agachó sin

gracia, como queriendo encontrar el defecto que

presentaba ese coche inútil que dirigía, tal cual Pulgarcito,

su principal ocupante –pensó mientras miraba el motor.

-Lozano, el hijo más viejo de Ornato…, perdón,

Pulgarcito es más esclarecedor, –se corrigió Holmes en el

momento-, sacó la cabeza por la ventanilla.

-¿Algún problema? –le preguntó al conductor, que

estaba parado junto al cordón, al lado del furgón.

-¡Paró! –dijo el hombre, con un desconsolado abrir

de brazos y mueca de ignorancia.

-Paró… paró… –esclareció Lozano a los ocupantes

del automóvil: el chofer, la madre y Mustio.

-Mustio, por la otra ventanilla, se viró para el

coche de atrás y gritó para el conductor, que la camioneta

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 146

había tenido algún inconveniente mecánico, –se rompió-,

volvió a gritarle.

-El padre de Pulgarcito abrió la puerta y fue hasta

el furgón, en cuanto que el aviso del desperfecto, seguía de

coche en coche, informando a todos los veintidós, del

inesperado problema que surgiera.

-¿Qué fue? –preguntó Eleuterio, el padre de

Pulgarcito, al chofer del furgón.

-¡No sé! –Informó el chofer, con cara de no saber-

Debe ser alguna avería, pero no sé, la camioneta no anda.

-¿Y ahí? –preguntó el cariacontecido padre.

-Y de ahí, no anda –completó el chofer, ya

quitándose el saco.

-Tenemos que hacerla andar. ¡Esto es un absurdo!

–protestó el otro.

-Mi hijo está allí dentro. Tenemos que ir para el

cementerio. El entierro está marcado para las cinco…

-Yo sé, mi amigo, pero paró, -volvió a explicar el

conductor.

-Eleuterio, el padre de Pulgarcito, no dijo más nada

y cuando volvía para su lugar, pasó por el auto donde

estaba la viuda y metió la cabeza por la ventanilla de la

puerta delantera.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 147

-Mandaron un furgón de mierda, disculpe el

término –señaló indignado, y dicho esto, volvió al coche

donde la esposa esperaba noticias de lo acontecido.

-¿Quebró mismo, Eleuterio? –preguntó intranquila.

-En vez de mandar un furgón como la gente,

mandan una porquería como esta –protestó el hombre al

entrar en el vehículo.

-Del auto a seguir, donde estaban acomodados los

padres de Clo, llegaron los ocupantes.

-¿Pésima hora, no? –comentó uno de ellos,

atizando aun más los ánimos exacerbados de Eleuterio.

-¿Está viendo? Mi hijo, hasta en la muerte, tiene

que pasar por humillaciones. ¿Es correcto? ¡No, no es! ¿Es

correcto? ¡No, no es! –repetía que ni un papagayo.

-Ya había gente aglomerándose en la vuelta del

cortejo. Los más curiosos, poniéndose en puntas de pie,

fisgoneaban el interior del furgón, queriendo ver el cajón,

descubrir quién era el muerto.

-Es un cajoncito así –dijo uno de los que miraban,

indicando el diminuto tamaño con las dos manos

separadas.

-Un niño –dijo, triste, otra señora, transeúnte.

-Sólo que el cajón es negro –añadió el que había

hecho el descubrimiento.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 148

-Mientras tanto, el conductor tocaba en diferentes

partes del motor. Apretaba aquí, golpeaba allí, sacudía un

cablecito más allá, tocaba en las bujías, pasaba el dedo en

el carburador, torcía otra cosa, apretaba una tuerca… En

fin, daba para ver que estaba haciendo lo posible.

-José, entra ahí, y ve si tú consigues que arranque –

le ordenó al auxiliar.

-La camioneta gemía un ñenn-ñenn-ñenn-ñenn

suspirado, pero más allá del ñenn-ñenn-ñenn no salía.

-Doña Clo se levantó y quiso ver de cerca lo que

ocurría, y salió del coche.

-¡Una enana! –exclamó un morocho, al descubrir el

tamaño de la mujer.

-Risadas por las veredas, llantos superados en los

otros coches, sudor en las manos y en la cabeza del

conductor del furgón, arrodillado, como si le estuviese

pidiendo perdón a la camioneta.

-Doña Clo, rostro escabroso, pequeño dedo en

ristre, avisaba, con una voz de querubín que disimulaba

énfasis, para el conductor:

-¡No voy a pagar un centavo! Estoy avisando con

tiempo. Mi dinero –protestaba-, seguro que ustedes no lo

van a ver.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 149

-¿Y yo tengo culpa, doña? El furgón quebró, ¿No

ve?

-No quebrase. Nunca vi furgón fúnebre, quebrar –

rezongaba airada.

-Máquina es máquina –se disculpó el hombre,

poniendo cara de pena.

-Váyase a la mierda –le dijo ella, y se dio media

vuelta.

-Cuando volvió al automóvil, se sentó entre sus dos

hijos Lozano y Mustio, los dos completamente

avergonzados.

-Una voz que partió del balcón de una casa de dos

pisos que quedaba próxima, gritó algo parecido con un:

“llévenlo de bicicleta”, lo que irritó profundamente

familiares y amigos.

-¿Por qué vos no llevas a tu madre para dar una

vuelta en la bicicleta, maricón? –le gritó Ribete, en un acto

de gran solidaridad para con las exequias de su hermano.

-Un negrón musculoso, de ojos tirando más para el

rojo del vino, se aproximó de bicicleta, queriendo dar una

mano solícita para el conductor del furgón.

-¿Ya miró el carburador, don? –aventó,

aproximándose y metiendo la cabeza bajo el capó.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 150

-Yo no manyo nada de esa mierda de motores –

confesó el chofer, mientras los olores de claveles y muerte

ya se hacían sentir en toda la cuadra.

-El padre de Pulgarcito ya hervía de rabia. –¡Esto

es un desbarajuste! ¡Qué desorganización! Esa avería no

existe. Fueron ustedes, los que no supieron escoger una

funeraria decente.

-La suegra de Pulgarcito gemía. -Que ruindad…,

que bajeza…, que picardía… Pobrecito de mi yerno. ¿Es

posible una cosa de esas? No, no es –gimoteaba y se

quejaba sin parar.

-¿Y a esas alturas, que hora era? –interrumpió

Watson, que se mantenía concentrado en las palabras

enunciadas por su amigo.

-Ya eran más de las cuatro y media. Por eso,

alguien dijo: Es mejor llamar para la funeraria, pidiendo

otro furgón.

-No se sabe de quién partiera la idea, pero era la

solución correcta. Del almacén de enfrente telefonearon.

Quien llamó fue don Teófilo, el de la sopa, y el mismo que

volvió al grupo formado en vuelta de la camioneta, muy

desesperanzado.

-¿Van mandar? -preguntó el conductor del furgón.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 151

-Nadie atiende. Esperé tocar más de veinte veces.

Nadie atendió –dijo don Teófilo con cara de afligido.

-Es que hoy es feriado –recordó José, el auxiliar

ayudante del chofer, mientras despreocupado, llenaba un

volante de apuestas de la lotería.

-¿Y que tiene que ver, que sea feriado? ¿Las

personas no se mueren en los feriados? Lo que pasa, es

que esta funeraria, es una bosta, eso sí –protestó Eleuterio,

el padre de Pulgarcito.

-Yo no tengo nada que ver con eso, doctor. Yo soy

empleado, nada más –buscó argumentar el conductor.

-Entonces, arregle esa mierda de furgón de una vez

por todas, en lugar de estar mostrando desconsideración y

provocando sacrilegio para con el fallecido –retrucó el

hombre, poseso.

-En ese momento, un guardiacivil ya se encargaba

de desviar un tránsito que pasaba despacito por al lado del

séquito. De los autos salían chistes y dichos graciosos para

con los integrantes del cortejo.

-En el boliche de la esquina, algunos amigos del

muerto, en un devorar de aperitivos, comenzaban a

desinteresarse por el entierro de Pulgarcito.

-Este enterramientito, ya era –indicó uno de ellos,

voz alegre.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 152

-Quién sabe, vamos a darle los pésames aquí

mismo, y salimos de finito –apuntó otro, con voz

arrastrada.

-Parado junto a los automóviles que avanzaban por

el tránsito desviado, el padre de Pulgarcito se dio cuenta

que pasaba gente conocida.

-¡Miren! ¡Miren!, –exclamó- Hay gente que ya se

está yendo –le dijo a su mujer, indignado con lo que estaba

sucediendo.

-Te tranquiliza un poco, Eleuterio –solicitó la

esposa.

-¡Se están yendo! ¡Mira para atrás! –Se quejó el

hombre- ¿A ver, mira cuantos coches hay?

-El cementerio va a cerrar –alguien dijo que metió

la cabeza por la ventanilla.

-Pues también había ese problema. El padre de

Pulgarcito, expedito, halló mejor enviar uno de los coches

del cortejo para que fuese al campo santo y avisase de lo

ocurrido, así aprovechaban para pedir que esperasen por la

llegada del occiso.

-Uno de los amigos de Pulgarcito se ofreció,

viendo allí una oportunidad para no tener que quedarse allí

parado hasta que la maldita camioneta resolviese andar y,

principalmente, tener que escuchar las chacotas que les

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 153

hacían, participante que era de los que hallaba todo eso un

desastre.

-La tarde ya principiaba a querer oscurecer. Un

leve frescor en el aire comenzaba a incomodar, haciendo

que los acompañantes entrasen en los automóviles,

subiendo los vidrios.

-Den un empujoncito para ver si arranca –imploró

el conductor del furgón.

-Clo, la viuda, fue contra, pero Lozano y Mustio

empujaron, con la ayuda de los pocos que todavía

restaban, y José, el auxiliar.

-La camioneta corcoveó, amenazó arrancar, y

nada… Ahora el cortejo era de apenas seis coches.

-Don Teófilo, rostro muy serio, intentando evitar el

vaho de vino con la mano, discretamente cubriendo los

labios, apareció de repente en la ventanilla del coche de

doña Clo.

-La señora me disculpe, pero yo entro a trabajar a

las seis… -le dijo disculpándose, y se fue.

-Ese ya está en pedo, eso sí –dijo Mustio para

Lozano, apretándose la nariz con los dedos.

-En ese momento, frente del furgón, paró un taxi

de donde se bajo un gallego, para ver si dándole una

mano, ayudaba al circunspecto conductor.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 154

-¿No xerá la bomba de agua? –preguntó con el

mismo acento cargado desde la madre patria.

-¿Que agua? ¿Usted ve algún charco ahí? –le

respondieron de malhumor.

-El taxista, irritado, entró en su auto aun gritando: -

Agarra exe furgón y metételo en el… -y desapareció

doblando la esquina llevando consigo las últimas palabras

de su ecuménica frase.

-De repente, ya no quedaban ni los curiosos. El

desperfecto de la camioneta ya diera lo que hablar. Si

fuese posible mirar el cortejo desde las alturas, lo que se

vería, era el furgón, con más tres coches parados atrás.

Junto a la camioneta, el conductor, mirando,

desconsoladamente, el capó abierto que mostraba un

motor inútil. José, el ayudante, adormilado, cabeceado,

echado a los pies de un árbol.

-Mientras tanto, Lozano y Mustio, disimulados,

aprovechaban para tomar una cervecita en el boliche de la

esquina; entretanto doña Clo, sola, en el automóvil, rezaba

con un fervor que merecía la atención de la santa a quien

imploraba.

-Eleuterio, el padre de Pulgarcito, fue hasta la

farmacia un instante. –Puedo usar el baño –solicitó con

cara contrita.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 155

-De allí volvió, explicando para la esposa: -Alguna

cosa me estragó el estómago. Estoy con una diarrea que ni

te imaginas. Tú sabes cómo soy yo, de delicado. Todo

aborrecimiento, luego se me refleja en los intestinos.

¿Y cómo consiguieron arreglar el furgón? ¿O les

vino otro coche para sustituirlo? –preguntó Watson,

preocupado con la demora, no del entierro, y si del cuento.

-Finalmente, a las cinco y diez, consiguieron

descubrir cual el desperfecto –anunció Holmes de ojos

exorbitantes y jubilosos.

¿Y lo qué era? –exclamó el doctor.

-¡Falta de combustible! Fue sólo aparecer un bidón

de 10 litros de nafta, volcarlo en el tanque del furgón, que

el motor rugió que ni león en el zoológico.

-Luego a seguir, se escucharon gritos de “viva” en

la calle, seguido de aplausos que partían de los balcones y

ventanas de los vecinos.

-Finalmente el cortejo salió, a los trancos primero,

acompañado por los tres autos que quedaban, yendo

rumbo al cementerio donde, los sepultureros, irritados, al

ver bajar el cajón guardando los restos de Pulgarcito,

todavía cometieron el pecado de comentar:

-¿Y esperamos tanto, por eso?

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 156

-El entierro ocurrió sin lágrimas y sin la presencia

de Eleuterio que, en la puerta del cementerio, acometido

por otra cólica, tuvo que ir al baño, y allí quedó rezando y

cagando, cagando y rezando…

12

Después de formulada su última sentencia, y con la

cual daba por elucidado el descubrimiento de la leyenda

que envolvía la desdichada vida de ese subrepticio

“leñador de bonsái”, Sherlock, con el rostro fastidiado por

las circunstancias del caso, se levantó apresuradamente de

su poltrona como si hubiese sido impelido por alguno de

los viejos resortes que se habrían escapado del almohadón,

no en tanto, dio unos pasos decididos y se encaminó

directamente hasta la mesita, para tomar entre manos su

predilecta pipa meerschaum.

A seguir, la completó pacientemente con su tabaco

favorito marca “Half & Half”, y la encendió desplegando

un ritual aristocrático, dejando a seguir que el humo le

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 157

saliese expelido abundante y nebulosamente por los

agujeros las narinas, ni que fuese chimenea de una

locomotora.

Sin más, perdido entre la bruma de su tabaco

quemado, luego buscó el capote a cuadritos y su sombrero

de cazador de gamos, indumentarias características del

detective, y salió puerta afuera sin decir más nada.

Watson, que mientras tanto acompañaba sus

movimientos y lo miraba con ojos bovinos, meneó su

cabeza resignadamente, y pronunció para sí:

-Ahora que él ya sabe lo sucedido, seguramente

intentará olvidarlo todo, pues como siempre le gusta

afirmar al encerrar sus casos, “es de mayor importancia

que los datos inútiles no desplacen a los útiles”.

El doctor, que en ese momento se sentía

embaucado y extasiado por los efectos del dorado líquido

que contenía su vaso, no pudo dejar de ponerse a

reflexionar sobre las historias que dilucidaban la vida de

ese pequeño “aderezo de llavero” llamado Pulgarcito.

No obstante viéndolo así, meditabundo y

ensimismado, establezco que a veces nuestras vidas,

metidas de lleno en la incertidumbre que nos envuelve,

muchas veces nos vemos repletos de preguntas que urgen

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 158

por una respuesta. Por eso creo que en su caso no podría

ser diferente.

Sin embargo, hay preguntas que están formuladas

para abrir la mente, para hacernos bucear en nuestro

interior y hacernos tomar decisiones de largo alcance. Y

ciertamente, como hemos de vivir nuestra vida, es una de

ellas.

-¿Será que Pulgarcito se lo preguntó? –pensó

Watson irresoluto.

Los más antiguos cuentan que Sócrates se pasaba

el día deambulando por las calles atenienses, dedicándose

a la dialéctica mayéutica, o sea, esclareciendo a mi

animado lector, explico que “Mayéutica”, (del griego

μαιευτικη, por analogía a Maya, una de las pléyades de la

mitología griega), es una técnica que consiste en interrogar

a una persona para hacerla llegar al conocimiento no

conceptualizado. Y de ahí que la mayéutica se basa en la

dialéctica, la cual supone la idea de que la verdad, está

oculta en la mente de cada ser humano.

Por consecuencia, esa técnica consiste en preguntar

al interlocutor acerca de algo (un problema, por ejemplo),

y luego se procede a debatir la respuesta dada, por medio

del establecimiento de conceptos generales. El debate

lleva al interlocutor a un concepto nuevo desarrollado a

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 159

partir del anterior. Por lo general la mayéutica suele

confundirse con la ironía o método socrático, y ella se

atribuye a Sócrates.

Dicen que la invención de este método del

conocimiento, se remonta al siglo IV a.C. y se imputa por

lo general a un Sócrates histórico, en referencia a la obra

Teeteto de Platón. Pero la controversia persiste, porque

parecería que el Sócrates histórico empleó la llamada

ironía socrática, para hacer comprender al interlocutor

que lo que se cree saber no está en lo que se pensaba como

creencia, y que su conocimiento estaba basado en

prejuicios.

Por eso que la mayéutica, contrariamente a la

ironía, se apoya sobre una teoría de la reminiscencia. Es

decir, si la ironía parte de la idea que el conocimiento del

interlocutor se basa en prejuicios, la mayéutica cree que el

conocimiento se encuentra latente de manera natural en la

conciencia y que es necesario descubrirlo. Este proceso de

descubrimiento del propio conocimiento se conoce como

dialéctica y es de carácter inductivo.

En derivación a lo aquí dicho, entendemos que ese

mismo Sócrates se dedicaba a interrogar a sus

conciudadanos hasta desbrozar la verdad que podía

ocultarse tras el bosque de creencias y prejuicios que

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 160

anidaban en sus mentes. Sin embargo, como los únicos

documentos que atribuyen la invención de la mayéutica a

Sócrates, son los diálogos de Platón en “El banquete” y

“Teeteto”, por lo tanto, no está históricamente demostrado

que Sócrates haya sido su inventor, de lo que deduzco que

las charlas de éste famosísimo filósofo ateniense, eran

pura charlatanería de comadre, y loco que estaba para

enterarse de algún chimento nuevo. Pero eso ya es otra

historia que un día necesitará ser esclarecida como debe

ser.

Creo que finalmente he logrado mi propósito al

puntualizar con detalles lo que estos excelsos detectives

sacaron a luz de la verdad, porque creo que hay cosas que

caen de maduro, o sea, que nos se caen cuando uno ya está

maduro. Pero en fin, hay cosas, tan obvias, en las que ni se

nos ocurre pensar, cuando en otras, por una extraña

conjunción de circunstancias, hace que la diversidad nos

ayude a vivir mejor.

Pero a veces, también parecería que ese aparatito

que todos tenemos incrustado en el cráneo y llamado de

cerebro, mismo que dentro de él y en lugar de ser materia

gris, algunos la tengan marrón, parece que hace un clic

mágico que ni yesquero Bic, y nos sacude sin anestesia

con un maremágnum de informaciones perturbadoras.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 161

Puede que ese haya sido el error de mi querido

Charles Perrault cuando escribió su obra, pero eso lo dejo

a criterio analítico del prestigiado leyente, al comparar las

dos Historias. Yo sólo tuve la intención de sacar al sol

algunos viejos papeles.

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 162

BIOGRAFÍA DEL AUTOR

Nombre: Carlos Guillermo Basáñez Delfante

País de origen: República Oriental del Uruguay

Fecha de nacimiento: 10 de Febrero de 1949

Ciudad: Montevideo

Nivel educacional: Cursó primer nivel escolar y secundario

en el Instituto Sagrado Corazón.

Efectuó preparatorio de Notariado en el

Instituto Nocturno de Montevideo y dio

inicio a estudios universitarios en la

Facultad de Derecho en Uruguay.

Participó de diversos cursos técnicos y

seminarios en Argentina, Brasil, México

y Estados Unidos.

Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico &

Cia, donde se retiró como

Vicepresidente de Ventas y

Distribución, y posteriormente, 15 años

en su propia empresa. Realizó para

Pepsico consultoría de mercadeo y

planificación en los mercados de

México, Canadá, República Checa y

Polonia.

Residencia: Desde 1971, está radicado en Brasil,

donde vivió en las ciudades de Río de

Janeiro, Recife y São Paulo.

Actualmente mantiene residencia fija en

Porto Alegre (Brasil) y ocasionalmente

permanece algunos meses al año en

Buenos Aires (Rep. Argentina) y en

Montevideo (Uruguay).

Retórica Literaria: Elaboró el “Manual Básico de

Operaciones” en 4 volúmenes en 1983,

el “Manual de Entrenamiento para

Vendedores” en 1984, confeccionó el

“Guía Práctico para Gerentes” en 3

volúmenes en el año 1989. Concibió el

“Guía Sistematizado para

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 163

Administración Gerencial” en 1997 y

“El Arte de Vender con Éxito” en 2006.

Obras concebidas en portugués y para

uso interno de la empresa y sus

asociados.

Obras en Español: Principios Básicos del Arte de Vender –

2007

Poemas del Pensamiento – 2007

Cuentos del Cotidiano – 2007

La Tía Cora y otros Cuentos – 2008

Anécdotas de la Vida – 2008

La Vida Como Ella Es – 2008

Flashes Mundanos – 2008

Nimiedades Insólitas – 2009

Crónicas del Blog – 2009

Corazones en Conflicto – 2009

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. II – 2009

Con un Poco de Humor - 2009

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. III – 2009

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. IV – 2009

Humor… una expresión de regocijo -

2010

Risa… Un Remedio Infalible – 2010

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. V – 2010

Fobias Entre Delirios – 2010

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. VI – 2010

Aguardando el Doctor Garrido – 2010

El Velorio de Nicanor – 2010

La Verdadera Historia de Pulgarcito -

2010

Misterios en Piedras Verdes - 2010

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. VII – 2010

Una Flor Blanca en el Cardal - 2011

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. VIII – 2011

¿Es Posible Ejercer un Buen Liderazgo?

- 2011

La Verdadera Historia de Pulgarcito Página 164

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. IX – 2011

Los Cuentos de Neiva, la Peluquera -

2012

El Viaje Hacia el Real de San Felipe -

2012

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. X – 2012

Logogrifos en el vagón del The Ghan -

2012

Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas

Vol. XI – 2012

El Sagaz Teniente Alférez José

Cavalheiro Leite - 2012

El Maldito Tesoro de la Fragata - 2013

Carretas del Espectro - 2013

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