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LEONARDO BOFF : "ANTE LA CRISIS, CAMBIO DE
RUMBO". (Conferencia en Sevilla, 21 de mayo)Mar, 29/05/2007 - 12:26 — amfuente
LEONARDO BOFF EN SEVILLA
(Presentación)
Esteban Tabares
Leonardo Boff es una de las voces más limpias y robustas de la teología
latinoamericana de la liberación. Es uno de los teólogos que más ha contribuido a su
formulación coherente y sistemática, que él extiende a los problemas relacionados
con el medio ambiente y fundamenta en prácticas solidarias de liberación.
Leonardo nació en 1938 en Concordia (Brasil). A los 12 años entra en un seminario de
franciscanos alemanes. A los 27 años termina sus estudios en Petrópolis y se ordena
de sacerdote dentro de la orden franciscana. Recibió clases de patrística y
espiritualidad por Evaristo Arns, cardenal de Sao Paulo. Después, durante cinco años
estudió en Munich teología dogmática y exégesis bíblica.
En 1970, bajo la dirección del profesor Joseph Ratzinger, entonces amigo suyo y hoy
Papa, terminó su doctorado en teología con la tesis “La Iglesia como sacramento”. El
mismo Ratzinger le concedió una beca de 13.000 marcos y le ayudó a publicarla.
Cuando Boff se encontró por primera vez con el Papa de entonces, fue el mismo
Ratzinger quien personalmente lo acercó hasta él, diciendo con orgullo delante de
todos: “Éste es el nuevo teólogo latinoamericano”. Pero cuando empezó el proceso
judicial, siendo ya Ratzinger prefecto del exSanto Oficio, cambió todo.
Boff ha sido profesor de teología sistemática en la Facultad de Filosofía y Teología de
Petrópolis y director de la editorial brasileña Vozes. Actualmente es profesor de
espiritualidad, ética y teología en la Universidad de Río de Janeiro. Ha escrito más de
ochenta libros.
Roma le impuso un silencio penitencial por tiempo indefinido, debido a los debates
que levantan sus planteamientos teológicos. Hasta que en 1992, después de afrontar
un duro proceso con el Vaticano, da a conocer en una carta pública sus razones para
dejar de ser franciscano y sacerdote institucionalmente.
También ha trabajado en la promoción humana de los pobres de las “favelas” de
Petrópolis. Ahí conoció a Marcia, su esposa. Ella trabajaba en la promoción de la gente
del gran basurero de la ciudad, donde alrededor de una 200 familias viven de la
basura, seleccionando los plásticos, la madera, las latas... para luego venderlo. Es una
guerra entre cuervos, personas y cerdos, todos mezclados y viviendo de lo mismo. Ahí
crearon una comunidad de base, un preescolar, un centro comunitario, una escuela, e
incluso una fábrica de reciclaje de toda la basura.
Cuando le impusieron silencio desde el Vaticano, Pedro Casaldáliga le diría lo
siguiente:
LEONARDO BOFF:
TEÓLOGO DE LA GRACIA LIBERADORA
¿Qué le diría mi compadre San Francisco
a su hijo Leonardo Boff?
Hermano Leonardo,
teólogo de la Gracia Liberadora
por el designio del Padre:
Comparte en profundidad el misterio de los Pobres
que no tienen voz en la Sociedad ni en la Iglesia.
Escucha el grito de los oprimidos
que brota de este continente de la muerte y la Esperanza
y el canto nuevo que ya rompe de las aldeas indias,
de los campos y de las ciudades.
La noche va pasando
y el día se avecina.
El viento libre del mar de Tiberíades
y las aves evangelizadoras del monte de las bienaventuranzas
invadirán, para alegría de los Pobres,
todo el ámbito de la Iglesia de Jesús.
___________
De entre sus más de ochenta libros recordemos algunos títulos:
Teología del cautiverio y de la liberación.
El rostro materno de Dios.
Eclesiogénesis.
Jesucristo y la liberación del hombre.
La Trinidad, la sociedad y la liberación.
La nueva evangelización.
Mística y espiritualidad.
Ecología: grito de la Tierra, grito de los pobres.
Brasas bajo cenizas.
El águila y la gallina: una metáfora de la condición humana.
La dignidad de la Tierra.
El despertar del águila.
Ética planetaria desde el Gran Sur.
El cuidado esencial.
Gracia y experiencia humana.
La voz del arco iris. Etc....
-----------------------------------------------------------------------------------
Más abajo se adjunta el texto de su conferencia pronunciada el día 21 de mayo en el
salón de actos de la Facultad de Pedagogía de Sevilla ante unas 800 personas
asistentes. En su mayor parte coincide con el texto publicado en la Revista ÉXODO nº
88 de abril-07, que es el que reproducimos.
ANTE LA CRISIS, CAMBIO DE RUMBO
Leonardo Boff
Hay que salvar la Tierra
La marca registrada de la Iglesia de la liberación, y de su correspondiente reflexión,
consiste en la opción preferencial por los pobres, contra la pobreza y en favor de la
vida. En los últimos años empezó a percibirse que la misma lógica que explota a las
personas, a otros países y a la naturaleza, explota también a la Tierra como un todo, a
causa del consumo y de la acumulación a nivel planetario. De ahí la urgencia de
incluir en la opción por los pobres al gran pobre que es la Tierra. Hoy lo más
importante no es la opción por el desarrollo -ni aunque fuera sostenible-, ni por los
ecosistemas en sí, sino por la Tierra. Ella es la condición previa para cualquier otra
realidad. Hay que salvar la Tierra.
El informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático
(IPCC) que involucró a 2500 científicos de 130 países, reveló dos datos aterradores.
Primero, que el calentamiento planetario es irreversible y que ya estamos dentro de
él; la Tierra está buscando un nuevo equilibrio. Segundo, que el calentamiento es un
fenómeno natural, pero que se aceleró enormemente después de la revolución
industrial debido a las actividades humanas, hasta el punto de que la Tierra ya no
consigue autorregularse.
Según James Lovelock, en La venganza de Gaia (2007), anualmente se lanzan a la
atmósfera cerca de 27 mil millones de toneladas de dióxido de carbono que,
condensadas, equivaldrían a una montaña de un kilómetro y medio de altura con una
base de 19 kilómetros de extensión. Es la causa del efecto invernadero que, según el
Grupo, puede elevar todavía la temperatura planetaria en este siglo entre 1’8 y 6’4
grados centígrados. Con las medidas que tal vez se lleguen a tomar, es posible que el
aumento se quede en 3 grados, pero no menos de eso. Las consecuencias serán
incontrolables: los océanos subirán de 18 a 59 cm., inundando ciudades costeras,
como Río de Janeiro; habrá una devastación fantástica de la biodiversidad y millones
de personas correrán peligro de desaparecer.
Jacques Chirac, expresidente de Francia, a la vista de estos datos ha dicho con
acierto: "Ha llegado la hora de una revolución en el verdadero sentido de la palabra:
una revolución de las conciencias, de la economía y de la acción política”.
Efectivamente, como no podemos detener la marcha del calentamiento, podemos por
lo menos desacelerarlo mediante dos estrategias básicas: adaptamos a los cambios -
quien no lo haga, correrá el peligro de morir-; disminuir las consecuencias letales,
permitiendo la supervivencia para Gaia, para los organismos vivos, y, especialmente,
para los humanos.
A las tres famosas erres (reducir, reutilizar y reciclar) hay que añadir una cuarta:
rearborizar todo el planeta, ya que son las plantas quienes capturan el dióxido de
carbono y reducen considerablemente el calentamiento global.
Esta cuarta erre es fundamental para la conservación de la Amazonia. Sus selvas
húmedas son las grandes reguladoras del clima terrestre. El desafío es cómo combinar
el desarrollo con el mantenimiento de la selva en pie. No podemos deforestar al nivel
en que lo estábamos haciendo. Pero no somos ni de lejos los campeones de la
deforestación, como recientemente ha revelado E.E. Moraes en su libro “Cuando el
Amazonas desembocaba en el Pacífico” (2007): África mantiene sólo el 7,8% de su
cobertura forestal, Asia el 5,6%, América Central el 9,7%, y Europa, que es la que más
nos acusa, apenas el 0,3%. Brasil aún conserva el 69,4% de sus selvas primitivas y el
80% de la selva amazónica. Esto no disculpa nuestros niveles de deforestación ni es
motivo de orgullo, es un desafío a nuestra responsabilidad mundial para el bien del
clima en todo el Planeta.
Vuelta a la casa común: marco para una espiritualidad ecológica.
Los datos expuestos nos hacen ver que el momento de la civilización actual presenta
distorsiones y anomalías graves, que deben ser diagnosticadas y curadas con
urgencia si queremos sobrevivir. Hay quien habla de la crisis señalando en ella un
doble aspecto: el estructural y el terminal. Estructural, porque afecta a la totalidad y
terminal porque no parece que el sistema disponga ya de mecanismos internos para
restañar sus contradicciones y superarlas.
La alarma, pues, la tenemos encima: está amenazado el patrimonio común de la vida,
crece la pobreza, se degrada el ambiente, progresa el desempleo estructural, nunca
hemos tenido tanta riqueza, pero nunca la hemos tenido tan pésimamente distribuída,
la sociedad se dualiza en ricos cada vez más ricos y en pobres cada vez más pobres,
podemos dañar gravemente la biosfera y destruir las condiciones de vida de los seres
humanos. La Tierra es como un corazón. Gravemente lesionado, el resto de los
organismos vitales se verán afectados, los climas, las aguas potables, la química de
los suelos, los microorganismos, las sociedades humanas. La sustentabilidad del
planeta, tejida por millones de años de trabajo cósmico, puede verse desbaratada.
Razones para un cambio de modelo de espiritualidad.
Afortunadamente, está surgiendo la conciencia de que nosotros no podemos seguir
actuando con la mentalidad que hasta ahora nos ha poseído. Nuestra visión
cartesiano-newtoniana de la naturaleza nos ha hecho dualistas, en el sentido de
contraponer el hombre a la tierra. Nosotros estaríamos sobre la tierra y contra la
tierra, como seres extraños y hostiles, mirándola como un conjunto de recursos y
materias primas que se pueden explotar indefinidamente.
En este sentido, se nos han venido abajo dos ilusiones, la de creer que la Tierra es
inagotable y la de que nuestro Progreso hacia el futuro es ilimitado. Llevamos así 400
años y el modelo ha hecho quiebra. El objetivo que perseguíamos se ha vuelto contra
nosotros: de dominadores hemos pasado a ser dominados.
Sencillamente, estamos descubriendo que, por delante, por encima y por debajo de
todos los hallazgos y laberintos tecnológicos, se halla nuestra casa perdida, nuestro
común hogar olvidado: la Tierra, la Comunidad Humana y Cósmica. Ya no admitimos
que la Tierra sea una simple reserva físico-química de materias primas. Es un
organismo extremadamente complejo y dinámico. Es la gran Madre que nos nutre y
transporta. El destino común exige un cambio de rumbo.
Causas, de tipo religioso, de la crisis.
Pero, para acertar en este cambio, debemos preguntarnos cómo ha sido posible que
hayamos llegado a esta situación de guerra entre el ser humano y la naturaleza. Ha
habido unas causas. Y, si no damos con las causas, difícilmente podemos dar con el
remedio. Quiero fijarme principalmente en la incidencia que la religión cristiana ha
ejercido en esta crisis. En la tradición cristiana podemos descubrir dos
orientaciones: una integradora y otra desintegradora.
La primera es la que, partiendo de que Dios es el Creador y el Bienhechor, no puede
haber creado algo hostil a la vida y a los sistemas vitales. La revelación de Dios es
positiva y benéfica, profundamente integradora del ser humano con la naturaleza. La
segunda es la que le atribuye una buena responsabilidad en todo este proceso de
distorsión, al haber propiciado la secularización, la falta de veneración a la Tierra y el
resurgir del proyecto de la tecnocracia. Señalo algunos puntos de esta tradición
cristiana de carácter antiecológico.
a) Patriarcalismo:
El patriarcalismo se caracteriza porque ensalza los valores masculinos y hace que
ocupen los principales espacios sociales, en tanto que las características femeninas
quedan marginadas. Dios mismo es presentado como Padre y Señor absoluto. Se da
aquí, indudablemente, un reduccionismo que afecta al equilibrio de los sexos y que
condiciona una ruptura de la ecología religiosa con la social.
b) Monoteísmo:
Existen razones más que suficientes para sustentar el monoteísmo, pero tal como se
formuló psicológica y políticamente supuso una lucha incansable contra el politeísmo
de cualquier signo, negando en él cualquier momento de verdad. La radicalización del
monoteísmo desacralizó el mundo, contraponiéndolo y distinguiéndolo de Dios, separó
excesivamente al mundo de Dios, no supo discernir las energías divinas en el universo
y especialmente en el ser humano.
Políticamente se lo invocó para justificar el autoritarismo y la centralización del poder:
un solo Señor en el cielo, un solo Señor en la tierra, un solo jefe religioso, una sola
cabeza ordenadora de la familia. Esta visión destruyó el diálogo, la equidad y la
comunidad universal que supone el ser todos hijos e hijas de Dios. Se afirmó que
únicamente el ser humano ha asumido la representación de Dios en la creación, sólo
él es prolongador del acto creador de Dios. Se relegó al olvido a la gran comunidad
cósmica, portadora del Misterio y por ello reveladora de la Divinidad.
c) Antropocentrismo:
El texto bíblico de "Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad
sobre los peces del mar, las aves del cielo" (Gn 1,28) es una invitación a la demografía
ilimitada y al dominio de la tierra ilimitado. Otros textos (Gn 9,7; 9,2; Sal 8,6-8...)
expresan un claro sentido antiecológico.
d) Ideología tribal:
Me refiero a la ideología que ha hecho que hebreos, cristianos y musulmanes se
considerasen pueblos elegidos de Dios, con lo que no supieron eludir el riesgo de la
arrogancia y la lógica de la exclusión. De hecho así ha ocurrido en las guerras de unos
contra otros, en el intento de querer imponer las propias convicciones a los demás en
nombre de Dios, llegando a vivir en una fraternidad del terror contra toda diversidad
del pensamiento (inquisición, fundamentalismos, guerras de religión).
La naturaleza caída: La ruptura de la religación universal.
La creencia en la naturaleza caída afirma que todo el universo cayó bajo el poder del
demonio debido al pecado original introducido por el ser humano. El universo perdió
su carácter sagrado y pasó a ser materia corrupta, pecaminosa, decadente. Razón por
la cual, la naturaleza y el mundo mismo dejaron de tener aprecio, se produjo un
desinterés religioso por cualquier proyecto histórico, se amargó la vida ya que se puso
bajo una pesada sospecha todo placer y, lo que es más grave, se retardó la
investigación científica.
En consecuencia, la Tierra llegó a ser castigada a causa del pecado humano. En
opinión de muchos, este binomio pecado/redención sería una de las mayores
características del cristianismo. Examinado todo esto, el resultado parece ser que
entre el universo y el Creador se producido una ruptura. La tradición judeo-cristiana
llama a esta ruptura pecado original o pecado del mundo. Original porque afectaría al
fundamento y sentido de su propio ser; y pecado porque sería como una subversión
de todas las relaciones en que está inserto el ser humano, una especie de marca
negativa en su misma condición humana.
Esta doctrina del pecado original intenta explicar la experiencia fundamental de ese
enigma que acompaña al ser humano entre lo que es y lo que podría ser, de la
disfunción entre los seres humanos y la naturaleza.
En nuestro tiempo se da una interpretación sobre ese pecado original, bastante
diferente de la tradicional. La caída no sería sino la misma naturaleza in fieri, en su
devenir, como sistema abierto, pasando de niveles menos complejos a niveles más
complejos. Dios no creó el universo como algo acabado de una vez por todas, sino que
desencadenó un proceso abierto hacia formas cada vez más organizadas de vida y de
conciencia. La imperfección del proceso cosmogénico y evolutivo no traduce el
designio último de Dios, sino un momento de ese inmenso proceso siempre abierto. El
paraíso terrenal, dentro de esta interpretación, significaría la promesa de un futuro
que aún está por llegar. El destino del universo, más que una realidad primera
perdida, está todavía por realizarse.
Se pueden entender desde esta perspectiva, las palabras de S. Pablo: "La creación
entera gime hasta el momento presente y sufre dolores de parto" (Rom 8,22). La
naturaleza no ha alcanzado aún su madurez, no ha llegado a su hogar definitivo. El ser
humano participa en ese proceso de maduración, también él gime y gime la creación
entera en espera ansiosa de la maduración de los hijos y las hijas de Dios. Sólo
entonces, al término, Dios podrá decir: "Y todo era bueno".
El ser humano tiene la capacidad de pilotar todo el proceso. Habitado por el fuego del
deseo es una máquina de fabricar utopías, captar lo que podría ser y aún no es,
organizar su actividad a fin de aproximar el sueño a la realidad. Siempre habrá un
abismo entre el sueño y la realidad. Por eso el ser humano siente el deseo de una vida
sin fin. Y a la vez se da cuenta de que la vida tiene fin y que él muere efectivamente.
Lo que somos y lo que nos gustaría ser.
El ser humano puede aceptar su condición de mortalidad o puede rebelarse contra
ella. Si la acepta, puede entregarse en manos de Alguien que pueda realizar su vida
sin fin. Muere, pero pasa a otro tipo de vida, muere para vivir más y mejor, para
resucitar. Si no la acepta, no acepta el designio de Dios, que supone la religación de
todas las cosas y el hecho de que, tras pasar por el tiempo y a través de la muerte,
regresen a su corazón.
No sé si el ser humano, al organizardo todo en función de sí mismo, de su propio
interés, sin poder escapar a la muerte, se aparta de la fraternidad y sororidad
universales, se siente acongojado y acaso por ese miedo usa de su poder en contra de
la naturaleza. Por el contrario, la alianza de paz y confraternidad entre el ser humano,
la naturaleza y Dios constituye el horizonte de esperanza imprescindible para
cualquier compromiso ecológico eficaz.
Una nueva relación sinergética con la tierra.
La teología de la liberación se percató de que la lógica que oprimía y saqueaba a la
naturaleza era la misma que oprimía al pobre. En este contexto, el ser más
amenazado de la creación no son las ballenas, sino los pobres, condenados a morir
prematuramente. La teología de la liberación parte de la ecología social para desde
ella, desde la justicia social, llegar a una nueva alianza de los humanos con los demás
seres. La Tierra también clama bajo la máquina depredadora de nuestro modelo de
sociedad y desarrollo.
La liberación, para ser operativa, tiene que hacerse desde este marco sociopolítico y
cosmológico. Todos deben ser liberados, pues todos estamos bajo un paradigma que
nos esclaviza, el del maltrato de la tierra, el del consumismo, el de la negación de la
alteridad y del valor intrínseco de cada ser. ¿En qué medida Occidente, con su
tecnociencia y cultura, y con su cristianismo, con su bagaje espiritual garantiza un
futuro colectivo?
El reto está en que los humanos se entiendan como una gran familia terrenal junto
con otras especies y redescubra su camino de vuelta a la comunidad de los demás
vivientes, la comunidad planetaria y cósmica. Los seres humanos debemos sentimos
hijos e hijas del arco iris, mediante relaciones nuevas de benevolencia, compasión,
solidaridad cósmica, y profunda veneración por el misterio que cada cual porta y
revela.
Cada vez entendemos mejor que la ecología se ha convertido en el contexto de todos
los problemas: de la educación, del proceso industrial, de la urbanización, del derecho
y de la reflexión filosófica y religiosa. A partir de la ecología se está elaborando e
imponiendo un nuevo estado de conciencia en la humanidad que se caracteriza por
más benevolencia, más compasión, más sensibilidad, más enternecimiento, más
solidaridad, más cooperación, más responsabilidad entre los seres humanos hacia la
Tierra y hacia la necesidad de su preservación.
En esta perspectiva alimentamos una perspectiva optimista. La Tierra puede y debe
ser salvada. Y será salvada. Ella ya pasó por más de 15 grandes devastaciones. Y
siempre sobrevivió y salvaguardó el principio de vida. Y llegará a superar también el
actual impasse, pero bajo una condición: que cambiemos de rumbo y de óptica. De
esta nueva óptica surgirá una nueva ética de responsabilidad compartida y de
sinergia para con la Tierra. Tratemos de fundamentar este nuestro optimismo.
1- Somos Tierra que piensa, siente y ama.
El ser humano, en las diversas culturas y fases históricas, reveló una intuición segura:
pertenecemos a la Tierra; somos hijos e hijas de la Tierra; somos Tierra. De ahí que
hombre venga de “humus”. Venimos de la Tierra y volveremos a la Tierra. La Tierra no
está frente a nosotros como algo distinto de nosotros mismos. Tenemos la Tierra
dentro de nosotros. Somos la propia Tierra que en su evolución llegó al estadio de
sentimiento, de comprensión, de voluntad, de responsabilidad y de veneración. En
una palabra: somos la Tierra en su momento de auto-realización y de auto-
consciencia.
Inicialmente, pues, no hay distancia entre nosotros y la Tierra. Formamos una misma
realidad compleja, diversa y única. Ha sido lo que han testimoniado los diversos
astronautas: Humanidad y Tierra forman una única realidad espléndida, reluciente,
frágil y llena de vigor. Esta percepción no es ilusoria, es radicalmente verdadera.
Dicho en términos de moderna cosmología: estamos formados con las mismas
energías, con los mismos elementos físico-químicos dentro de la misma red de
relaciones de todo con todo que actúan hace 15 billones de años, desde que el
universo, dentro de una inconmensurable inestabilidad (bing bang-inflación y
explosión), emergió en la forma que hoy conocemos. Cinco grandes actos estructuran
el teatro universal del que somos co-actores: El primero es el cósmico; el
segundo es el químico; el tercero es el biológico.
El cuarto es lo humano, subcapítulo de la historia de la vida. El principio de
complejidad y de auto-creación encuentra en los seres humanos inmensas
posibilidades de expansión. La vida humana floreció, cerca de 10 millones de años
atrás. Surgió en África. A partir de ahí, se difundió por todos los continentes hasta
conquistar los confines más remotos de la Tierra. Lo humano mostró gran flexibilidad;
se adaptó a todos los ecosistemas, a los más gélidos de los polos, a los más tórridos
de los trópicos, en el suelo, en el sub-suelo, en el aire y fuera de nuestro Planeta, en
las naves espaciales y en la Luna. Sometió a las demás especies, menos a la mayoría
de los virus y de las bacterias. Es el triunfo peligroso de la especie homo sapiens y
demens.
El quinto acto, es el planetario; la humanidad que estaba dispersa, está volviendo a la
casa común, al planeta Tierra. Se descubre como humanidad, con el mismo origen y el
mismo destino de todos los demás seres de la Tierra. Siéntese como la mente
consciente de la Tierra, un sujeto colectivo, por encima de las culturas singulares y de
los Estados-naciones. A través de los medios de comunicación globales, de
interdependencia de todos con todos, está inaugurando una nueva fase de su
evolución, la fase planetaria. A partir de ahora, la historia será la historia de la especie
homo, de la humanidad unificada e interconectada con todo y con todos.
2. ¿Qué es la dimensión-Tierra en nosotros?
¿Pero qué significa concretamente, más allá de nuestra ancestralidad, nuestra
dimensión Tierra? Significa, en primer lugar, que somos parte y parcela de la Tierra.
Vivimos de ella. Somos producto de su actividad evolutiva. Tenemos en el cuerpo, en
la sangre, en el corazón, en la mente y en el espíritu elementos Tierra. De esta
constatación resulta la conciencia de profunda unidad e identificación con la Tierra y
con su inmensa diversidad. No podemos caer en la ilusión racionalista y objetivista de
que nos situamos ante la Tierra como delante de un objeto extraño.
En un segundo momento, podemos pensar la Tierra. Y entonces, sí, nos distanciamos
de ella para poder verla mejor. Ese distanciamiento no rompe nuestro cordón
umbilical con ella. Por tanto, este segundo momento no invalida el primero. Tener
olvidada nuestra unión con la Tierra fue el equívoco del racionalismo en todas sus
formas de expresión. El generó la ruptura con la Madre. Dio origen al
antropocentrismo, en la ilusión de que, por el hecho de pensar la tierra, podemos
colocamos sobre ella para dominarla.
Por sentir-nos hijos e hijas de la Tierra, por ser la propia Tierra pensante y amante, la
vivimos como Madre. Ella es un principio generativo. Representa a lo Femenino que
concibe, gesta y da a luz. Emerge así el arquetipo de la Tierra como Gran Madre,
Pacha Mama. De la misma manera que todo genera y entrega la vida, ella también
acoge todo y todo lo recoge en su seno. Al morir volvemos a la Madre Tierra.
Regresamos a su útero generoso y fecundo. El Feng-Shui, la filosofía ecológica china
representa un grandioso sentido de la muerte como unión con Tao y con los ritmos de
la naturaleza, de donde todos los seres vienen y a donde todos vuelven. Conservar la
naturaleza es condición también para que puedan nacer nuevos seres humanos y
hagan su recorrido en el tiempo.
Sentir que somos Tierra nos hace tener los pies en el suelo. Nos hace percibir todo de
la Tierra, su frío y calor, su fuerza que amenaza tanto como su belleza que encanta.
Sentir la lluvia en la piel, la brisa que refresca, el huracán que avasalla. Sentir la
respiración que nos entra, los olores que nos embriagan o nos repelen. Sentir la Tierra
es captar el espíritu de cada lugar, inserirse en un determinado lugar. Habitando, nos
hacemos en cierta manera prisioneros de un lugar, de una geografía, de un tipo de
clima, del régimen de lluvias y vientos, de una manera de morar y de trabajar y de
hacer historia. Ser Tierra configura nuestro límite. Pero también significa nuestro sitito
de contemplación de todo, nuestra plataforma para poder alzar vuelo por encima de
este paisaje y de este pedazo de Tierra, rumbo al Todo infinito.
Por fin, sentir-se Tierra es percibirse dentro de una compleja humanidad de otros hijos
e hijas de la Tierra. La Tierra no tan sólo nos produce a nosotros seres humanos.
Produce la miríada de microorganismos que componen el 90 % de toda la red de la
vida. Para todos produce las condiciones de subsistencia, de evolución y de
alimentación, en el suelo, en el sub-suelo y en el aire. Tierra es sumergirse en el
mundo de los hermanos y de las hermanas, todos hijos e hijas de la grande y
generosa Madre Tierra, nuestro hogar común. Esta experiencia de que somos Tierra
constituyó la experiencia matriz de la humanidad en el Paleolítico. Ella produjo una
espiritualidad y una política.
Primero una espiritualidad: por todas partes, a comenzar por África, especialmente a
partir del Sahara hace algunos millares de años, de 7000-6000 años antes de nuestra
era, cuando era todavía una tierra verde, rica y fértil pasando por toda la cuenca del
Mediterráneo, por la India y por la China predominaban las divinidades femeninas, la
Gran Madre Negra y la Madre-Reina. La espiritualidad era de una profunda unión
cósmica y de una conexión orgánica con todos los elementos como expresión del
Todo.
Al Iado de una espiritualidad surgió, en segundo lugar, una política: las instituciones
matriarcales. Las mujeres formaban los ejes organizadores de la sociedad y de la
cultura. Surgieron sociedades sagradas, penetradas de reverencia, de
enternecimiento y de protección a la vida. Hasta hoy arrastramos la memoria de esta
experiencia de la Tierra-Madre, en la forma de arquetipos y de una insaciable
nostalgia por la integración, inscrita en nuestros propios genes. Los arquetipos
continúan irradiando en nuestra vida porque rememoran un pasado histórico real que
quiere ser rescatado y obtener todavía vigencia en la vida actual. El ser humano
precisa rehacer esta experiencia espiritual de fusión orgánica con la Tierra, a fin de
recuperar sus raíces y experimentar su propia identidad radical. Precisa también
resucitar la memoria política del feminismo para que la dimensión de “ánima” entre
en la elaboración de políticas con más equidad entre los sexos y con mayor capacidad
de integración.
Esta nueva óptica podrá producir una nueva ética, orientada a la afirmación y el
cuidado por todo lo que vive. En el nuevo paradigma emergente la Tierra y los hijos e
hijas de la Tierra será la gran centralidad, el nuevo sueño del siglo XXI.
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Revista ÉXODO, nº 88. Abril-07