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Texto sobre Shakespeare y Kogan para la Revista Levadura.
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LÚCIDA VÍSCERA —Pensar a Shakespeare; actuar en Kogan.
En febrero de 2013 comencé a estudiar dirección escénica con el maestro David
Olguín. En su clase, la batalla se libraba contra la ocurrencia, el oropel y la gratuidad;
y el culmen era dar sentido a nuestras propuestas. El esfuerzo se aplicaba en
apartar las nebulosas de las ideas para generar un microcosmos escénico propio,
sostenido en el agón de los actores por precisar sus pensamientos. El tránsito por
este proceso se apoyó en la metodología de Sam Kogan1, para quien actuar no es
otra cosa que la serie de pensamientos que tiene un actor a lo largo de una obra
(2010, p. 247)—concepto y arma contra el sinsentido escénico.
Una engañosa euforia por renunciar a la estructura y al sentido ha dominado
el teatro durante los últimos años. La formación dejó de mirarse con rigor para ceder
paso a una horda de profesionistas escénicos que desconocen el arte y, en su
ausencia, detentan una “verdad” con impostaciones naïf de intelectualismo
(literalmente perversas) cuya resulta es una penosa trivialidad. Aparecen a diario
cursos que ofrecen, por ejemplo: Acting couch con pedagogías no especificadas;
Creación de personaje a través de varias metodologías a la vez, y con alguna
corriente pretendida como filosófica (pero sólo new age); Actuación y superación
personal en un solo paso; etcétera. Todas, legado de la flexibilidad y el insustancial
pluralismo posmodernos, y de su rechazo ignorante o cobarde a los criterios
objetivos.
Esa enseñanza de la actuación sigue basándose en el prejuicio que, acaso,
parafrasea a Aristóteles y hace suponer que ser actor es entrenar la voz para
mostrar emociones. Desde esa limitación, actuar no requiere una educación formal
ni se rige por criterios artísticos determinados; apenas se posa en opiniones
personales destinadas a acrecentar el gremio de los idiotas sensibles —como decía
Ludwik Margules. Ante ese panorama es imprescindible y apremiante inaugurar
1 Sam Kogan (Czernowitz, Rusia 1946 – Londres, Inglaterra 2004). Actor director e investigador, alumno de María Knebel en el Teatro de Arte de Moscú. Creador de la que llamó “ciencia de la actuación”.
procesos de diálogo entre ciencia y arte; para intentar descubrir si es posible
establecer criterios que conciban la actuación a partir de estándares formativos que
posibiliten puntos de referencia y estimulen la reflexión, a favor de generar una
incidencia de verdad. Kogan apuesta por eso. Su ciencia de la actuación se propone
transparentar los procesos a través de los cuales se logra una buena actuación. El
artista y teórico se sirve de explicaciones científicas para construir un método cuyo
contenido es conocimiento concreto —y no otra ocurrencia sobre el arte del actor.
En enero de 2016 suscribí las pautas de Kogan para impartir, junto con Antonio
Trejo, el curso de actuación La vertiginosa cercanía. Llevada a cabo en Monterrey,
la experiencia tuvo por cometido aplicar la ciencia de la actuación a la interpretación
contemporánea de personajes de Shakespeare —al caso, Ofelia y Hamlet. El
espacio íntimo fungió como contrapunto de los actores durante la creación de sus
personajes y, al cabo, lograron cabalgar emociones complejas, articular un
pensamiento reflexivo y estructurar una imaginación profunda.
Elegimos algunas revisiones que autores actuales han hecho del texto de
Shakespeare. Consideramos, pues, la acotada duración del curso (seis días), el
quórum (18 cursantes) y la sugerencia de Jan Kott en su libro Shakespeare, nuestro
contemporáneo: “Hay que seleccionar, hay que abreviar y cortar. Sólo se puede
representar uno de los Hamlet que caben en este superdrama. Siempre será un
Hamlet más pobre que el shakesperiano, pero al mismo tiempo también puede ser
enriquecido de toda nuestra contemporaneidad” (2007, p.76).
Pero volvamos a Kogan, y a la pregunta inaugural de su tratado: ¿Qué es
una emoción?
Cuando Kogan preparaba su primera cátedra reparó en la palabra “emoción”;
la había escuchado y repetido mientras estudiaba el Método de Stanislavski en el
Teatro de Arte de Moscú, pero aún (dilucidó) ignoraba su significado cabal. La
bibliografía formativa del actor seguía sin definir a la emoción con claridad —y para
que un actor llegara a ella, era esencial precisarla. Tras un intenso trabajo, concluyó
que la emoción es el resultado psico-biológico de un pensamiento (2010, p.6).
Lo siguiente puede sonar chocante al oído cursi: para emocionarnos
artísticamente hay que dominar lo que pensamos. Pero ¿cómo operan estos
pensamientos al momento de actuar? Nuestros pensamientos se dividen en dos:
los que llegamos a advertir y los que no. El actor debe atender aquellos
pensamientos que comúnmente ignora; todos ésos, inadvertidos, son su material
de trabajo y con ellos moldeará el carácter del personaje. Para Kogan, esto se logra
con una sutil técnica basada en practicar conceptos como: objetivos, propósitos,
acciones y eventos (OPAE), así como en cartografiar los que denomina como datos
sensibles. Podemos encontrar sus respectivas definiciones en The Science of
Acting (2010), editado por Helen Kogan.
Durante La vertiginosa cercanía advertimos que el actor produce emociones
complejas a medida que precisa con rigor sus pensamientos; que su vida interna
(pensamientos, imágenes e impresiones) nos lleva a profundidades mayores que
su acción; que apasionar un pensamiento filosamente tenso, genera un contraste
lúcido y visceral.
Una semana de curso apenas le alcanza al actor para acercarse a su batalla;
pero ese cercanía, ese coqueteo con el vértigo ante el sentido, ya develaba solo
mucho más que cualquier sensiblería aparatosa.
Sobre ese punto (la exageración), el propio Hamlet, daba las siguientes
pautas a sus actores:
Hamlet: Recita el parlamento, te lo ruego, como te lo
pronuncié yo con agilidad de la lengua; pero si lo vociferas,
me parecería como si hubiese pronunciado las líneas el
pregonero. Tampoco cortes demasiado el aire con las manos
así, sino hazlo todo con suavidad; pues en el mismísimo
torrente, tempestad y (podría yo decir) torbellino de la pasión,
debes conseguir y tener una templanza que les dé suavidad.
Ay, me duele hasta el alma oír a un robusto individuo con
peluca hacer pedazos una pasión, dejarla en verdaderos
jirones para romperle los oídos al vulgo del corral que (en su
mayor parte) no atiende a nada salvo a las pantomimas
inexplicables y al ruido. Podría mandar azotar a ese individuo
por superar a Termagante: es más Herodes que Herodes. Te
ruego que evites eso.
(Shakespeare: 2009, p. 166)
Nuestra personaje-maestro aconsejaba a sus histriones huir de la falsedad, de la
exageración y de la risa fácil. Shakespeare continúa dirigiéndose a nosotros: nos
insta a la templanza, a distanciarnos del ruido, para guardar la mente clara e iluminar
la escena desde dentro. En otro fragmento dice:
Hamlet: (…) que los que hacen el papel de vuestros payasos
no hablen más que lo que les está asignado. Porque los hay
que se reirán ellos mismos para hacer que cierto número de
zafios se rían también, aunque durante ese tiempo tenga que
considerarse algún asunto necesario de la obra: eso es
infame y manifiesta una muy lamentable ambición en el
payaso que lo acostumbra.
(Shakespeare: 2009, p. 168)
Aquí Hamlet se convierte en Shakespeare para lanzar una advertencia a los
charlatanes: sé quién eres, sé cómo actúas, no puedo deshacerme de ti, pero sí
puedo evidenciarte.
Actuar es un trabajo del intelecto; otra cosa es inhumana. Sólo articulando la
inteligencia, sosteniéndonos en la crisis álgida por hacerlo, nos salvaremos de
padecer la muy lamentable ambición del payaso.
—Mónica Jasso
Directora de teatro. Egresada de la Maestría en
Dirección Escénica de la Escuela Nacional de
Arte Teatral. Actualmente realiza proyectos
escénicos y de formación con su Compañía
Balam Teatro, y coordina el ciclo teatral 7
Golpes.
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Bibliografía
Kogan, Sam (2010). The Science of Acting. Oxon, UK: Routledge - Helen Kogan.
Kott, Jan (2007). Shakespeare, nuestro contemporáneo. Barcelona, España: Alba
Editorial.
Shakespeare, William (2009). Hamlet —traducción de Tomás Segovia. Ciudad de
México, México: Universidad Autónoma Metropolitana - Ediciones Sin Nombre.