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ELÍAS ZELEDÓN CARTÍN (1935). Realizó sus estudios primarios en la Escuela Porfirio Brenes, de Moravia y en la Escuela de la Cuidadela Rodrigo Facio en Ipís de Guadalupe. Los secundarios en el Liceo Nocturno José Joaquín Jiménez Núñez. Cursó estudios de Bibliotecología en la Universidad de Costa Rica. Ha laborado para el Ministerio de Cultura y Juventud, en la Biblioteca General de Museos y en la Dirección de Publicaciones. Además, laboró en el Banco Popular y de Desarrollo Comunal. Elías Zeledón Cartpin ha logrado combinar muy bien su profesión de bibliotecario con la de investigador, ya que ambas profesiónes están muy ligadas. Como investigador se ha preocupado por recuperar nuestros valores en el campo del folclor, la literatura, la ciencia y la historia de Costa Rica, como editor de las revistas El Rualdo, La Edad del Oro y Turi-Guá, estas dos últimas dedicadas a los niños.

Leyendas de Costa Rica

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Un pequeño ejercicio de rediseño editorial

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Elías ZElEdón Cartín (1935). Realizó sus estudios primarios en la Escuela Porfirio Brenes, de Moravia y en la Escuela de la Cuidadela Rodrigo Facio en Ipís de Guadalupe. Los secundarios en el Liceo Nocturno José Joaquín Jiménez Núñez. Cursó estudios de Bibliotecología en la Universidad de Costa Rica. Ha laborado para el Ministerio de Cultura y Juventud, en la Biblioteca General de Museos y en la Dirección de Publicaciones. Además, laboró en el Banco Popular y de Desarrollo Comunal. Elías Zeledón Cartpin ha logrado combinar muy bien su profesión de bibliotecario con la de investigador, ya que ambas profesiónes están muy ligadas.Como investigador se ha preocupado por recuperar nuestros valores en el campo del folclor, la literatura, la ciencia y la historia de Costa Rica, como editor de las revistas El Rualdo, La Edad del Oro y Turi-Guá, estas dos últimas dedicadas a los niños.

lEyEndas dE Costa

riCa El Padre sin cabeza 1La carreta sin Bueyes 9Leyenda del Turrialba 15La cuesta del Toro 19El Cadejos 23El Mico Malo 27La Cegua 31Leyenda de La Yegüita 35La Llorona 39

Leyendas de Costa Rica 1

El PadrE sin CabEZa

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Eran aquellos tiempos de fusil de chispa, no tan distantes que digamos. Tiempos de oro y de alegría en que nuestros antepasados, libres del aprisionamiento fastuoso de la moderna civilización, vivían a su modo, pobre y humildemente, pero siempre contentos y alegres. Nuestro pueblo, de labriegos sencillos formado, conservó de los conquistadores gallegos que vinieron de la Madre España en busca de oro y de tierras para aumentar el poderío del León Ibero, su amor entrañable al hogar, su fe religiosa y la sonsería peculiar que le hizo crédulo y creyencero. A más de las fiestas de iglesia, que formaban lista en el año, nuestros abuelos celebraban con menos pompa, pero sí con más alegrías, dos festivales cívicos: el veintisiete de abril y el de la independencia, esto es, el aniversario del golpe de cuartel del general don Tomás Guardia y el quince de setiembre, adoptado en Centroamérica como fecha de la emancipación política de España. El programa era corto: bailes populares al aire libre y repartición de licor; estallido de cohetes y bombas; gritos y, de cuando en cuando, algunos mojicones, por copa de más o de menos. Y nuestros campesinos, todos guardaban su pala y el machete, limpiaban un poco sus manos, blanqueaban a fuerza de "eje", sus agrietados pies, y salían al anochecer a divertirse con sus respectivas familias, danzando al claro de la luz que despedían los faroles de canfín o los reverberos de manteca, y al compás de las músicas de las marimbas, acordeones y guitarras. Y aquí entramos en nuestra relación respecto al suceso de la Calle del Cura.

Ñor Juan Rafael Reyes era el viejo más alegre del distrito de Patarrá y no perdía, por nada de este mundo, los festivales del veintisiete de abril y la independencia, que bastante tenía que sudar los demás días del año para atender a su manutensión y la de su familia, para no aprovechar la ocasión de echar una canita al aire. En su caserío eran bastante recogidos, ajenos a todo, sólo pensaban en la quema de la piedra de cal que les daba, entonces, más que ahora, el sustento. Las fechas memorables pasaban casi inadvertidas, por lo que ñor Juan Rafael se veía obligado a ir hasta la villa para colmar sus ansias de fiesta. Allí era cosa de ver: las taquillas permanecían abiertas la noche entera; los vecinos principales iluminaban los frentes de sus casas; en la plaza pública el entusiasmo no decaía hasta rayar el nuevo sol y la ilustre Corporación Municipal solía disponer el reparto de "guaro" a todos los ciudadanos que vitoreaban al ciudadano presidente. Y esto entusiasmaba a ñor Reyes que, muy a pesar de sus años, que ya eran carga, gustaba de amanecer en vela, bailando a ratos, libando copas, mascullando su chicagre y enterándose en los corrillos de cuanto ocurría en el gran mundo y soltando de cuando en vez su gracejada, para no quedarse atrás con los cuentos, enredos y chistes, que los contertulios iban enhebrando como para amenizar el rato.

Acertó a caer la fecha de la independencia en domingo y desde luego la fiesta fue el sábado en la noche. Por las vísperas se saca el día, y para cumplir con el adagio popular, de antes y con antes comenzaba la alegría. Ñor Reyes no prescindía de baja a la "suidá a marcar" su mantención, lo que hacía todos los sábados al amanecer y menos dejar de pasar a la parranda. Había que compartir la obligación con la devoción. Verdad es que podría ajilar por

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la calle de Dos Ríos y evadir así la atención de la villa, pero sólo una ves se celebraba al año la independencia y para el siguiente ya podía estar bajo tierra. Había que aprovechar la oportunidad, que por algo la suelen pintar calva. Ñor Reyes, --lo decía su mujer--, sería parrandero y bebedor, eso sí, muy cumplido con sus obligaciones. Compraba el "diario" y lo que quedaba libre, era lo que podía beberse en ron o guaro de la Fábrica Nacional. Y callendo y levantando, podía llegar ya al anochecer a su casa, pero con sus alforjas repletas, con provisiones para la semana. También lo decía: --Los almadiados todo lo pierden, menos la memoria.

Ella se lo perdonaba a su marido, porque en su "alacena" todo abundaba; porque nunca la hizo ayunar, excepto los viernes de cuaresma, --ya que era bien católico--; ni la obligó a solicitar prestado el puñadito de frijol ni de sal, o la jarra de arroz, como le sucedía a la Piedades, su vecina, que a más de la vigilia en que vivía eternamente por las largas y repetidas parrandas de su hombre, que le duraban hasta ocho días larguitos, solía recibir un ajuste de azotes. Y todo se puede aguantar, menos eso de que un "manguela" alce la mano contra su mujer.

Pues ñor Reyes salió aquel sábado muy temprano, caballero en su yegua rosilla, vistiendo los trapitos de dominguear, los de coger misa. Lucía su banda tinta, de seda, que le daba varias vueltas en la cintura, dejaba que las barbas salieran fuera del ruedo del chaquetón; no faltaba el pañuelo floreado al cuello ni la realera de puño de hueso y plata, compañera de los días de gran solemnidad.

Estuvo en la ciudad; hizo sus compras; provocó más de una risa sabrosota, con sus chistes y sus relatos, que salían de la boca como borbotones; sorbió sus copas de guaro

nacional, más sabroso y más claro que el de "charral", según su opinión de buen bebedor y al atardecer dispuso el regreso, pasando por los "Samparados".

Ya preludiaban las marimbas y chisporroteaban los candiles, cuando hizo su entrada a la villa llevando sobre la albarda sus grandes alforjas bien repletas. En la casa del compadre ñor Pedro, el matador, amarró su rruca, sin desensillarla, dejó a buen recaudo las alforjas y su ramita de espino, que le servía de espuela y la varillit de anono que hacía de fuete y tras un saludo en que hacía recuento de la salud de todos los de la casa, se salió a comenzar la juerga, relamiéndose de gusto, porque no había dejado de salir sin sorber la jícara de chocolate con sus biscochos y embustes.

Bailó fandango y punto; sorbió copas; tuvo más de una disputa y pudo regresar a casa del compadre, sano y salvo, gracias a la intervención de algunos amigos. Allí le montaron en su bestia y lo pusieron en camino, tocándole el corazón, con el recuerdo de los suyos, que estarían en vela, deseosos de verle llegar. Y la bestiecilla cogió el trote, calle arriba... Era la madrugada oscura y fría. Mientras el jinete dormitaba, dejando floja la rienda, la ruca trotaba. Bien sabía ñor Reyes que montaba en un animal manso, que conocía el trillo de la casa, como de memoria. Por eso se dejaba llevar, confiado y tranquilo. Pasó por San Antonio sin novedad. Todo mundo dormía. Uno que otro perro ladró a su paso y vino a ahuyentar el sueño. Cuando cruzó el río Damas y entró en su jurisdicción, apuró la yegua el trote, porque ya estaba próximo el

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momento de probar bocado y quedar libre del aparejo, el jinete y la carga.

Próximo el recodo llamado "la Calle del Cura sin Cabeza". Alla se bifurca el camino y dan sombra los altos higerones. Era un sitio temido, porque decía el rumor popular que asustaban. Muchas historietas de aparecidos circulaban de boca en boca. Pero ñor Reyes ni era hombre de miedo ni padecía de nervios; más bien se envalentonaba cuando sorbía sus copas.

Frente a la plazuela, donde solamente se levantaba una casa de peones de la finca, vio una ermita. Se restregó bien los ojos, porque no tenía memoria de que allí hubiera existido esa construcción. Pero como para desvanecer sus dudas, repicó la campana llamando a misa. Y deseoso de enterarse por sus propios ojos de que no "eran visiones" ni cosa del otro mundo, se desmontó y entrose al templo, que estaba iluminado a media luz. Se hincó y se dispuso a oír misa. Todo fue muy bien, mientras el sacerdote no volvió la cara, para cantar el "Dominus Vobiscum" y se dió cuenta de que al padre le faltaba la cabeza. La impresión lo levantó como con resortes y lo hizo abrirse en estampida. Al pasar bajo el coro, oyó un ruido infernal y sintió que la campana le seguía repicando su badajo...¡No supo más!

Allí cerca, sobre el zacate, fue encontrado, sin sentido, por los carreteros madrugadores, que llevaban carga a la ciudad. Lo recogieron y lo trasladaron a su residencia, donde pasó muy malito algunos días. Costó que volviera en sí. hasta la pronuncia había perdido. Tenía que ser cosa mala la que vio, comentaban los familiares.

Pronto cundió la noticia del aparecido de la "Calle del

Cura sin Cabeza". Los curiosos llegaban a inquirir detalles del suceso y se tejían los más variados fantásticos comentarios. El tío Melitón, que era muy ladino, definió el asunto: --Acechanzas del demonio; ñor Reyes había asistido a sus propios funerales, en castigo de sus pecados. Naturalmente, nunca más volvió a pasar en "deshoras" por ese camino. Si iba a la ciudad, rgresaba tempranito y por si tenía que viajar con carreta, para evitar que los bueyes se asolearan, madrugaba, pero siempre esperaba otros compañeros. Que dos hombres se valen mejor que uno solo. La moralidad pública habría ganado mucho, ya que se consumía menos licor nacional en la villa, si se le ocurre a un vivo, llevar al barrio licor clandestino de Agua Caliente, evitando así el viaje a la villa, pasando por la "Calle del Cura sin Cabeza" en horas de la noche. Han pasado muchos años; el suceso apenas si se recuerda; el trecho de camino conserva el nombre de la "Calle del Cura sin Cabeza", y la conseja del aparecido, sigue siendo como una lección de moral. Pero nadie escarmienta en cabeza ajena.

Fuentes: Elías Zeledón "Leyendas Costarricenses" Compilador. Núñez, Francisco María. "El padre sin cabeza".

Victor Lizano. Leyendas de Costa Rica, pp.125-129

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la CarrEta sin buEyEs

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De todas las colonias, fue Costa Rica la única donde los hispanos tuvieron que trabajar como siervos en el labrantío de las tierras; de no hacerlo habrían perecido. La tradición nos habla de uno de éstos llamado Pedro, a quien todos conocían con el mote de "El Malo", tanto por su crueldad para con los indios como por su manifiesta incredulidad de la que hacía alarde en todo momento y ocasión.

Pedro vivía solo y al igual que sus coterráneos labraba las tierras que le habían sido asignadas. Tenía su yunta de bueyes con los que se ayudaba en el labrantío, así como su carreta, más bien cureña, de eje de madera rolliza, ruedas de una sola pieza sin aro y cuñas de madera, pero no de la misma que el eje, que no hay peor cuña que la del mismo palo y Pedro El Malo lo sabía bien.

Eran continuas las fiestas religiosas de aquel pequeño poblado que crecía a la sombra protectora de su pequeña ermita ya casi al terminarse; pero ninguna tan majestuosa, con todo y la pobreza de la colonia, como la del quince de mayo, día de San Isidro Labrador.

En ese día, después de la misa, se bendecían las carretas. Y aunque pocas, todos las llevaban. Aquél día Pedro llevó la suya, pero con malsana intención. Al efecto la colocó distante de las otras, bien cerca de la puerta de la ermita. Y cuando el sacerdote le pidió que la alineara donde se hallaban las otras, Pedro El Malo le respondió que no la había traído para que él se la bendijera pues ya estaba bendecida por el diablo. Yo la traje, dijo, para entrar con ella a la ermita; y al efecto trató de impulsar sus bueyes hacia el pórtico con manifiesta intención de hacerlos avanzar. Pero los bueyes resistieron a pesar de los chuzazos que Pedro enfurecidamente les daba. Tan manifiesto sacrilegio

escandalizó a los presentes y todos trataron de impedirlo, llevándose a Pedro, pero éste, endemoniado, hincaba más y más sus bueyes lanzando toda clase de improperios renegando a voz en grito.

Entonces fue cuando el sacerdote echó su maldición, sobre él y su carreta: pero salvando a los bueyes que resistieron. "Andarás con tu carreta por toda la eternidad", díjole, y al instante, en medio del terror general, los bueyes se desunieron de su carreta y ésta salió sola, calle abajo seguida por Pedro El Malo. Desde aquel día la carreta de Pedro El Malo, la bendecida del diablo y maldita de Dios, anda sola, sin bueyes que la conduzcan, causando espanto por doquiera que pasa.

Si a media noche oís su bien conocido "Traca, taca, tarata" rezad el trisagio, mujeres piadosas. Y vosotras, niñas, cubríos bien la cabeza con vuestra cobija y haced la señal de la cruz, que es el diablo que pasa y alguna desgracia se avecina. Y vosotros, hombres que a medianoche andáis en alguna zanganada mientras solas quedan vuestras esposas en casa, cuando oigáis el "Traca, taca,tarata" de la carreta sin bueyes, de esa carreta de Pedro El Malo que el mismo Satanás conduce, huid despavoridos que el diablo anda ya muy cerca de vosotros.

Traca, taca, tarata, se oye a lo lejos. Si resistimos el terror que inmediatamente se apodera de nosotros al oírlo; si podemos sobreponernos al espanto que nos domina, la oiremos avanzar, avanzar, hasta el frente mismo de nuestra casa y luego, de pronto, ya la oímos distante, a lo lejos. Todos los que a esa hora se hayan despiertos, la escuchan. Que es bien conocido su traca, taca, tarata.

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La carreta sin bueyes, Santo Dios. ¿Qué irá a pasar? Ahora anda por la ciudad de Alajuela. ¿Qué desgracia se avecina? Todos lo comentan, todos hablan de ella, de esa carreta sin bueyes espanto de niños y terror de ancianas. Anoche pasó por casa comenta una. Y otra le dice que por su casa también. Porque como si fuera una sola casa toda la ciudad de Alajuela, a la misma hora, en el mismo instante, todos han escuchado su paso. Ese paso tan conocido y aterrador de la carreta sin bueyes.

Fuentes:Elías Zeledón "Leyendas Costarricenses " Compilador.González Feo, Mario. "La carreta sin bueyes". Constantino

Láscaris. La Carreta Costarricense, pp. 114-115.

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lEyEnda dEl turrialba

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Muchos años ha, antes de la conquista, habitaban esta fértil región, indios fuertes y valientes. El Cacique, viejo viudo, cuidaba como único tesoro a su hija, hermosa joven de quince años, de cuerpo esbelto, de pechos en maduración, carnes morenas provocativas.

La Tribu vivía feliz. Cira, tal era el nombre de la joven india, era caritativa y amorosa con todos; manejaba el arco y la flecha con destreza.

Una tarde de verano en que el sol, como gota de sangre, se hundía tras la montaña, Cira sintió el encanto de la selva murmuradora y se inició por ella; fue recogiendo florecillas, internándose cada vez más. Ya el cielo arrojaba sus lágrimas. Cira, cansada, sentóse sobre un viejo tronco, la oscuridad de la selva la envolvía; sintió miedo, gritó, pero las tinieblas devoraban su grito; comenzó a llorar; su cuerpo fatigado buscó la fresca hierba, se quedó dormida. Los árboles dejaron penetrar hilos de plata que iluminaba el rostro de aquella virgen salvaje.

La selva crujió ante el paso de un hombre, los árboles lanzaron un quejido; un indio herrante, de otra raza, entraba en la selva; caminó un poco, se detuvo asombrado; ante sus pies estaba Cira, sus ojos dieron con aquel diamante rodeado de esmeraldas; se inclinó y posó sus labios, como roce de alas, sobre los de la hermosa india; la virgen se estremeció, púsose de pie, quiso huir, pero unos brazos fuertes rodearon su cintura; el indio alzó su presa y corrió hacia la cima, ahí se detuvo y sentó a Cira a su lado, le cantó su amor acompañado del leve suspiro de las hojas que crujían ante el alba que nacía, débil cinta de plata iluminaba a la pareja feliz; las estrellas temblorosas, como pétalos de rosa que se marchita, comenzaban a huir.

En la tribu de Cira había confusión; los caracoles punzaron el espacio con su grito de alerta.El viejo cacique, el primero, se internó en la selva que ocultaba a su diosa. Todos los indios con sus arcos listos, le seguían de cerca. Caminaron, caminaron; el sol se desprendía alegre y coquetón de la cima.

El viejo cacique lanzó un grito que hizo temblar la selva; Cira estaba allí, en brazos de otro hombre; los arcos inflaron sus vientres, prestos a arrojar sus lenguas mortales, pero la selva se agitó, abrió un inmenso vientre y ocultó a dos seres felices ya; una columna de humo sagrado salía de aquel vientre, como apoteosis del amor de dos razas.

Años después, cuando los intrépidos conquistadores allaron esta región, sus ojos se extasiaron ante aquella columna de humo sagrado, le dieron el nombre de torre-alba, que luego, con el trotar de los años, los moradores de esta región lo cambiaron por el de Turrialba.

Así nació nuestro Volcán Turrialba.

Fuentes: Elías Zeledón. "Leyendas Costarricenses". Compilador.

Salas, Arnoldo. "La leyenda del Turrialba.". Diario Nacional, 10 de agosto de 1954, p.51.

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la CuEsta dEl toro

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Las tardes enrredaban sus fulgores sobre la maraña del bosque. Bullía el cromo e incendiaba en rojo los sotos del camino... Sobre la montaña había un danzar innumerable de oro.

Moreno él árbol se erguía. Los pobladores primeros, los que llevaron en su pecho como una joya prendida, una ilusión, no abatieron con sus hachas victoriosas este árbol, casi seco, corroído por la uña implacable de los días y los años.

Solitario el árbol se erguía. Era un gigante. Sobre sus hojas verdes, cuando joven, se posaban miles y miles de pájaros; el árbol entonces era como un pentagrama raro que estuviera floreciendo y, así, ungido por la armonía de las aves como pedazos impasibles de iris.

Impertérrito, soportó bravamente la lluvia persistente, el gotear de las gotas de agua sobre sus hojas verdes. Recibió bautismos singulares: el del sol y el del agua; indiferente, único, impasible como el dolor.

Así pasaron años... El viento al pasar penetraba sus concavidades y producía un bramido prolongado y espantoso... ¡En la noches, claras de luna, maravillosas, pensárase en un toro colosal! He aquí el origen, he aquí la leyenda de esta senda que por sobre la espalda de la cumbre, asciende en espiral siempre hacia arriba.

...He aquí el porqué de la "CUESTA DEL TORO". Y esta senda es brava y única. Airosa como un toro que en las noches quietas y perfumadas, cuando hasta los rayos de la luna tienen miedo de turbar la sagrada paz eólica, irrumpe de pronto, violenta y rápidamente en un bramido

sordo y prolongado que se pierde en la hondonada, en lo profundo del río, hasta pasar como un himno fúnebre sobre la dormida quietud de los campos...

Fuentes:Elías Zeledón. "Leyendas Costarricenses" Compilador Chavarría Trino. "La cuesta del toro". Album de

Granados.

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El CadEjos

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"Tiene un orígen vulgar pero con la edad va cogiendo prestigio y decoro". "Fue el tercer hijo varón parrandero y vago de un gamonal de Escazú. Siempre hechado de día, en las noches envolvía un yugo en cobijas, lo ponía en la cama y se escabullía a parrandear. El padre furioso, y los hermanos no mucho menos, le llevaron casi a la fuerza al monte, a "tapar" frijoles. Apenas llegó a la finca se echó a sestear. Entonces ocurrió: el padre le maldijo:"Echado y a cuatro patas seguirás por los siglos de los siglos, amén". Y súbitamente se transformó en ese perro grande, adusto, flaco, erizo que trota al lado de los parranderos que viven lejos y les acompaña con su trotecillo ligero, triste y advertidor". "¿No has oído su aullido venteando la muerte entre los alarmantes cipreses de los cementerios aldeanos? El oye el pasar de las almas que se van, el vuelo de las prófugas del purgatorio y el aletear del Angel del Misterio".

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El MiCo Malo

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"Una niña muy joven metió su ´pata de banco´ (parió un hijo adulterino). El padre la echó de la casa y ella dormía a escondidas, entre el bagazo del trapiche. Una noche el abuelo la encontró asfixiándose con una estola negra al cuello. En el volante del trapiche estaba arrodajado el Mico Malo, que es un león de "falda". (Hay tres clases de leones infernales: el de falda, que es desnudo de pelo, el pintado a rayas, y el coludo que tiene rabo inmenso de mico). El abuelo se quitó su escapulario y se lo puso a la chiquilla mientras rezaba "La Magnífica". La estola negra desapareció y el Mico Malo dando saltos gigantes se alejó silbando como un hombre una canción descarada. El abuelo llevó a la chica a casa de padre que la perdonó, pues parece que el Mico Malo era cómplice del seductor".

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la CEgua

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La Cegua también conocida como Segua o Tzegua, es un personaje de una leyenda típica de Centroamérica y que habla de un ser espectral con cuerpo de mujer que se suele aparecer con una larga cabellera hecha de las crines de caballos y el rostro pintado de blanco, la cual se transforma en un ser que se dice tiene una cabeza de caballo con la apariencia como si estuviera en un estado de putrefacción.El mito de la Cegua tiene un origen común y está relacionado con el mito de la Siguanaba.

Se denomina Cegua a un ser monstruoso que, según la leyenda, se aparece de noche a los hombres mujeriegos que viajan solos, bajo la forma de una hermosa muchacha. Al verla, ella convencería al varón que inebitablemente la suba al caballo de su victima, para que al voltear la cabeza el hombre para contemplar lascivamente a la joven, se encuentre con que realmente ha subido a su caballo a un espectro que, donde tenía cabeza de mujer, ahora presenta una calavera de caballo cubierta con carne podrida.Según la tradición, la terrible Cegua que espanta a los hombres sería realmente una bruja traicionada, la cual esta en busca de venganza encontra de los mujeriegos trasnochadores. Se dice que para que este personaje adquiere su grotesca apariencia, primero tiene entrar en la oscuridad de la noche a un maizal, donde hace un pacto con el señor de las tinieblas. Luego ella realizaría un ritual en donde vomitaría su alma en un guacal o vacija, para perder su alma y con ello poder empezar su transformación; con lo cual adquiriría los poderes de la Siguanaba. Así a través de los poderes demoniacos unidos al de la siguanaba puede lograr comvertir su cara en la de una yegua esqueletica, sus cabellos se vuelven como el pelo del maíz y sus dientes como los granos de mazorca podrida. Además de eso el

resto de su cuerpo se transforma, su piernas se vuelven tan largas y robustas como las patas traseras de un caballo, sus pies se hacen más grandes lo mismo ocurre con sus brazos, dándole a ella gran fuerza física y velocidad que le asegurarán no dejar escapar a su víctima.Cuando el trasnochador no es precavido, la cegua primero lo emboscaría jugando con el, para luego atormentarlo pero sin matarlo inmediatamente. El espectro se apodera del hombre y le muerde la mejilla dejándole la marca de picaflor e infiel. Se dice que todos los que la ven terminan locos; ya que al dejarlo ir, cuando este es encontrado por alguien, se ve en su cara el terror de haberla visto, sus ojos desorbitados también con una fuerte y fiebre y otros sintomas como diarrea. Posteriormente la victima casi como loco antes morir, lo único que dice es: ¡la vía, la ví!.Los más sabios indican que la única forma de protegerse es llevando semillas de mostaza y un sombrero cualquiera, luego habría que mostrarle este con la copa boca arriba, acto que la impresionaría mucho. Seguido de eso habría que sacar las semillas de mostaza y arrojarlas contra ella; esto ya que se dice que la semilla de mostaza es sagrada (Mateo 13:31-32), con esta acción la cegua se dispondría a tratar de recojerlas, lo cual le resultaría imposible al estar transformada, por que cada vez que termine de recoger los granos estos caerán de sus manos nuevamente y ella otra vez intentará recogerlos, si no hace este ritual moriría de vergüenza por haber vomitado su alma. Así, de cualquier forma ella no dejaría de hacerlo nunca y al llegar al amacenar moriría irremediablemente; para renacer nuevamente solo hasta la noche siguiente. Se dice que esta tradición ha permitido a los caminantes escapar muy fácilmente de ella mientras intentaba recoger los granos de mostaza.

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lEyEnda dE la yEgüita

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En Nicoya existe la leyenda de que en el tiempo de la conquista, un indio encontró una veta en el camino a Curime. De ésta sacaba oro el cual cambiaba, entre los españoles, por alimentos y ropa; en la Villa de Nicoya fue perseguido en secreto y uno de los pobladores logró conocer el sitio de la mina. El acostumbra a ir también para recoger pepitas, pero un día el indio y su mujer lo sorprendieron. Los dos hombres comenzaron a pelear a muerte y la india, temblando de miedo, se arrodilló y suplicaba ayuda a la Virgen de Guadalupe. Al momento, una yegua negra apareció y se metió entre los combatientes. Frente a tal milagro se detuvo la lucha para salvación de ambos.

Fuentes: Elías Zeledón. "Leyendas Costarricenses". Compilador.

Stone, Doris. "Leyenda de la Yegüita". Apuntes sobre la fiesta de la Virgen de Guadalupe, celebrada en la ciudad de

Nicoya. San Ramón: Museo Nacional, 1954.

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la llorona

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La leyenda costarricense de la Llorona habla de una muchacha que, en la versión más difundida, era campesina y viajó a la ciudad de San José. Allí, comenzó a imitar las extravagantes maneras de la aristocracia josefina, y al poco tiempo, quedó embarazada. Cerca de nacer el niño(o niña, según algunas versiones) lo abortó y lo lanzó a un río(o bien, fue un parto prematuro con el mismo desenlace).Arrepentida, vagó por todo el cauce del río en busca del niño que había asesinado. Se dice no sabe que ya murió. Va errante y llorando a lo largo de ríos, lagos, lagunas o incluso charcos, por cualquier lugar donde hay agua, persiguiendo al alma de su hijo, pero cuando lo va a rescatar de las aguas, este desaparece.Existen otras versiones de la leyendas, pero todas coinciden con la causa del lamento de la Llorona. Unas dicen que fue violada, otras no la sitúan en la ciudad, si no en un poblado, y una incluso habla de que fue hija de un cacique que, con la llegada de Vázquez de Coronado, se unió a un soldado español de ese gobernador, teniendo como resultado un bebé que, antes de matar a su amante y morir herido por el español, lanzó al río su padre.

rEdisEño dE libro dE lEyEndas

CostarriCEnsEsUniversidad Creativa

Diagramación Digital / Ricardo BolañosJose Carlo Vargas

I Cuatrimestre 2011