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“LECTURAS PSICOPOLITICAS DE LOS DERECHOS HUMANOS EN
LATINOAMERICA”
AUTOR:
ELIO RODOLFO PARISI
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Quizás por que este es mi primer libro, mi dedicatoria es múltiple.
Está dedicado a quienes constituyen el principio de mi vida
y la continuación de ellas: mis padres y mis hijos.
A mis queridos amigos,
que con su compañía la vida es más tolerable.
Y, por cierto, a mis queridos hermanos.
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AGRADECIMIENTO
No puedo menos que agradecer este libro a mi querido amigo Ángel Rodríguez Kauth.
Su generosidad, su sapiencia, su ímpetu, su energía incansable y hasta su poca paciencia
han sido siempre rectoras en la difícil tarea de enseñar, de provocar en uno los desafíos
de la escritura, de las ideas, de la ideología (aunque él sostenga, a la usanza marxista,
que ésta es una falsa conciencia) y de creer que la historia se construye desde la razón y
desde los hechos. Profesor primero y ahora colega, ha sido sobre todo, desde los más
sencillos y simples aspectos, un gran amigo.
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INDICE
PAG.
1. INTRODUCCION...................................................... 1
2. DEFINIENDO LA PSICOLOGIA POLÍTICA
LATINOAMERICANA ............................................ 16
3. LOS DERECHOS HUMANOS ................................ 29
4. HISTORIA SUMARIA DE LA EVOLUCION DE
LOS DERECHOS HUMANOS ................................ 45
5. ASPECTOS JURIDICOS ..........................................57
6. LA TORTURA .........................................................79
7. LA JUSTICIA INTERNACIONAL ........................ 106
8. GLOBALIZACION Y DD.HH. ...............................123
9. EL NACIONALSOCIALISMO ...............................141
10. ALGUNAS CONDUCTAS DISCRIMINATIVAS 162
11. CORRUPCION Y PROTECCION DE LOS
DERECHOS HUMANOS ......................................179
12. LOS DERECHOS HUMANOS Y LA POBREZA . 200
13. CONCLUSIONES ...................................................225
14. BIBLIOGRAFIA GENERAL ................................. 232
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INTRODUCCION
Este libro es el resultado de un intenso trabajo que intenta agregar y ampliar el
conocimiento de los derechos humanos expuestos en la Declaración Universal de los
Derechos del Hombre y proclamados por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10
de diciembre de 1948. Fundamentalmente en aquellos referidos a los derechos a la vida, la
libertad, la igualdad, la dignidad, la seguridad de las personas; y analiza finalmente, los
derechos sociales -vistos desde una perspectiva latinoamericana- y, además, rastrea los
orígenes de los derechos humanos en la cultura occidental, a través de su historia, desde su
particular concepción y considerando las variaciones que en los mismos se han ido
sucediendo.
El trabajo implica diferentes puntos de vista acerca de los derechos humanos, que no
son contradictorios entre sí, sino que intentan convertir a ésta en una mirada amplia y
compleja respecto de la importancia y el valor de los derechos humanos en la vida cotidiana
de las personas y de las sociedades, en la construcción de significantes sociales y culturales,
que buscan el ideal de justicia, y que deben estar presentes en imaginario social, para así
poder bregar por ellos desde los diferentes lugares que cada uno ocupe en este quehacer.
El análisis implica un reconocimiento de los valores subyacentes en los derechos
humanos y pretende estudiarlos con profundidad, para lograr la comprensión de los
mismos. Por cierto que esta mirada, tal como expresé, está teñida de un profundo
sentimiento de pertenencia latinoamericano que me embarga y al cual debo mi búsqueda de
identidad política y social, y por el cual, con una inmensa dignidad y coraje, dan y dieron su
vida millares de personas, sin que esto, de ninguna manera, les reste, a los derechos
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humanos, su categoría universal.
Esta mirada analítica, crítica, y dialéctica, la realizo desde la Psicología Política
Latinoamericana, disciplina en pleno desarrollo, en la que se intenta el análisis de los
hechos sociales y políticos desde una doble visión -psicología y política- situada
históricamente en un tiempo y espacio: Latinoamérica; para contribuir -en la medida de lo
posible- en la construcción de un discurso político e ideológico que nos contenga como
región y nos permita avanzar en la recuperación de nuestra historia, para poder lograr la
reparación de nuestros errores y comenzar a reconstruir nuestra identidad como
latinoamericanos.
En el desarrollo del trabajo he procurado insertar el análisis político dentro del
contexto histórico en que se produce. Y no me estoy refiriendo a un contexto de tipo
histórico-cronológico, sino más bien al contexto histórico como una "variable" en sí misma,
que tiene efectos clarísimos sobre los posibles análisis que podemos realizar. En ese
sentido, creo que no hay capítulos en los cuales la historia y el contexto particular (América
Latina), en el cual se desenvuelven las violaciones a los derechos humanos, haya sido
dejado de lado, exceptuando el referido al nazismo.
El lector encontrará que los análisis sociopolíticos están inseparablemente unidos a
un análisis sociohistórico. Esto es debido a que se trata de un acercamiento en sentido
literal. Es decir, acercarse a la realidad y a la historia, entrar en contacto con ella como
forma de revisarla y hacerla inteligible en fenómenos sociales y psicológicos que se están
desarrollando en la actualidad.
La lectura histórica también está presente en la propia elección de los temas que se
desarrollan en cada capítulo. Así, el lector se podrá encontrar con un recorrido por las
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situaciones, acontecimientos, momentos, acciones, etc., que implicaron -e implican- la
violación sistemática de los derechos humanos.
Por otra parte, he intentado plantear un tema original, sobre todo en su perspectiva,
debido a que estimo que carecemos aún de análisis políticos detallados de la significación
de los derechos humanos y de nuestra incapacidad histórica -como ciudadanos
protagonistas de la historia- para hacerlos valer.
El trabajo aquí expuesto está atravesado, inevitablemente, por la contemporaneidad
de hechos y situaciones que atentan contra la vigencia de los derechos humanos. Me refiero
a la desigualdad entre las naciones ricas del Norte y las pobres del Sur, al profundo y
profundizado conflicto entre riqueza y pobreza -al hiato que ella conlleva- al avasallamiento
de nuestras regiones, al autoritarismo político como conducta cotidiana y frecuente en los
sistemas de poder de Latinoamérica, con sus expresiones comunes como la tortura, la
desaparición forzada de personas, etc., y a expresiones de intolerancia como la xenofobia, la
desigualdad ante la ley, etc., que son generados desde estos sistemas económicos de poder
que se han enquistado en la vida política, para lograr la consolidación y expansión de los
mismos y, que a su vez, operan como generadores de pobreza, marginalidad, inmensos
márgenes de exclusión social, etc.
También se encontrará el lector, a lo largo del trabajo con un análisis y lectura de la
corrupción imperante en los sistemas políticos, una reflexión de los efectos que está
generando el fenómeno de la globalización, un análisis de las estructuras psicosociales del
nazismo: como así también de otras conductas perversas que nos alejan de los principios
filosóficos que sustentan los derechos humanos, y, en el último capítulo, un análisis de la
pobreza contemporánea.
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Existe una idea central que guía y le da sentido a este trabajo. Pero es necesario
dejar aclarado que estas reflexiones no buscan confirmar o negar esta idea. Intentar eso
implicaría más bien un nutrido estudio histórico, que excedería los alcances y límites de
esta libro. Me estoy refiriendo al hecho histórico y político de concebir el surgimiento de la
cultura occidental, veintiocho siglos atrás, en la lejana época de la antigüedad Griega, como
un acontecimiento único e irrepetible, asentado y contenido a partir de los siguientes
pilares:
a) el de la aparición de los conceptos de los derechos de los hombres, frente a los
atropellos del Estado;
b) de defensa de los derechos del hombre, de la mano de los tan criticados sofistas;
c) del surgimiento de la democracia, como expresión de gobierno de la mayoría,
donde se pretende la igualdad de oportunidades y del manejo del gobierno en
manos del pueblo, en la búsqueda de su propio destino;
d) el surgimiento de la filosofía como disciplina del pensamiento, en el seno de una
cultura real y unitaria que contiene una concepción integral del mundo y de la
vida;
e) del surgimiento del pensamiento racional, que acarrearía luego el nacimiento de la
ciencia moderna y nos permite alejarnos del mito y del pensamiento mágico, en
tanto nos universaliza un lenguaje al crear símbolos unívocos; y,
f) del surgimiento de la pedagogía institucionalizada, a partir de la paidea.
Estos pilares, a mi entender, comprenden un tipo de sociedad determinada, donde
los derechos humanos tienen una relevancia particular en la construcción de la misma.. Por
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cierto que me estoy refiriendo a las llamadas “sociedades democráticas occidentales y
cristianas”. Esto no niega ni trasciende en absoluto que otras sociedades y otras culturas, ya
sean antiguas o sean contemporáneas, ofrezcan sus particularidades respecto de los
conceptos de justicia, igualdad, libertad, etc. Pero sí implica la afirmación de esta cultura en
particular. Y en estas culturas occidentales, observamos, por ejemplo, a través de la historia
de las mismas, que al verse violentada la democracia, en cualquier lugar y tiempo, ya sea
por golpes de Estado, por abuso de poder, por la falta de respeto a la división de los
poderes, por ser meramente una democracia de tipo formal, por ser una democracia invalida
y débil, por carecer de representatividad y legitimidad, u otros casos, se afectan,
inmediatamente el resto de los pilares en que se asienta: se pierden por el camino los
derechos de los hombres, se afecta la educación, se daña la ciencia, se olvida, se pierde,
tortura y desaparece el discurso racional para dar lugar a los discursos fundamentalistas y
mezquinos, etc.
La implicancia de estos pilares en la interioridad e integridad de los otros pilares es
recíproca: en tanto afectemos cualquiera de ellos estamos afectando el discurso que subyace
a este tipo de sociedad, la que no podría expresarse en su discurso original, ya que sus
pilares forman parte de un todo. Ese todo, tal como sostuve, es una sociedad que, en sus
raíces, pretende la justicia, la igualdad, etc. Esto implicaría que no pueden sostenerse los
discursos ni las formas democráticas cuando cualquiera de sus pilares se ve dañado. Existe,
a mi entender, una mecánica íntima, valorativa, categórica, que dialectiza los pilares de las
sociedades occidentales, dándoles sentido a partir de la aplicación, permanencia y sujeción
de los otros. Y sobre todos esos pilares es que surge la legitimación del discurso que
fundamenta los derechos humanos, como consecuencia inevitable de la vida misma en
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sociedad. Por eso se verán, en este mismo trabajo, las fuertes críticas al status quo, al
autoritarismo, al capitalismo, a la globalización, al despotismo, entre otros conceptos,
porque, con su existencia, y sus nefastas consecuencias, se afecta el sostenimiento de
políticas que permitan la generación y aplicación de los derechos humanos.
A partir de estas reflexiones alguien podría preguntarse: ¿pueden aplicarse los
derechos humanos en las formas en que se expresa el capitalismo salvaje, o neoliberalismo?
¿Puede existir la democracia cuando la educación está sometida a los mandatos de una
tiranía, ya sea política, ya sea científica?. ¿Se puede pensar en respetar los derechos
humanos cuando el propio Estado es el que utiliza metodologías terroristas?
Entonces uno observa que, con las frágiles medidas que muchos países toman en
relación con el respeto por la aplicación de los derechos humanos, se está reflejando, en
realidad, la fragilidad de esos mismos sistemas democráticos. Y de esta manera, se están
subvirtiendo los valores liberales que sostienen a los derechos humanos. Esto pone en
discusión la legitimidad de esas democracias.
Estos análisis y lectura de sucesos realizados desde la Psicología Política
Latinoamericana no pretenden encontrar una verdad universal, sino resignificar a su interior
su propia historia, develando las conspiraciones a las que, Latinoamérica, permanentemente
ha estado expuesta, sometida y expoliada por patrones imperiales que la sojuzgan.
También intento en este trabajo lo que practico desde mi desempeño como docente:
el hecho de relatar la historia desde el lugar de los vencidos, de los que siempre pierden, o
que se los deja de lado por “predecir la fatalidad” de lo que va a suceder en términos
histórico-sociales, a partir de ciertas coyunturas; el hecho de resignificar los
acontecimientos desde el lugar del conocimiento, de la información, del compromiso con la
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búsqueda de la verdad histórica y la reflexión. Realizando estos análisis desde una posición
fuertemente crítica, apoyados en una lectura establecida y construida desde la
Epistemología Instrumental, desde donde observamos, permanentemente, que el aparente
sin sentido suele reflejar el verdadero sentido de las cosas.
Tales análisis los hago desde una realidad social y particular, que atraviesa todos los
rincones de las universidades latinoamericanas, en las que el conocimiento, la libertad, el
pensamiento libre y responsable, la política y su práctica fueron perseguidos, atormentados
y dañados hasta producir su muerte y, por sus propios anticuerpos, su resurrección, aunque
ésta esté aún recorriendo un lerdo y sinuoso peregrinaje. Se trata de una universidad -la
latinoamericana- que ha estado sujeta a los caprichos de los autoritarios mandantes
mesiánicos e ignorantes, el lugar desde donde se intentó el desprestigio y la marginación del
conocimiento, que es uno de los caminos, a mi entender, para alcanzar las verdades.
Verdades que puedan contribuir al engrandecimiento de nuestros pueblos y desterrar la
manipulación de los sometidos.
Este intento en estrechar la relación entre la sociedad y la universidad ha sido
siempre una preocupación de los intelectuales. Pero de aquellos intelectuales que concebían
y conciben la universidad como aquella que puede y debe contribuir a la creación de una
cultura latinoamericana. La universidad debe elaborar una visión Latinoamericana de la
cultura universal, de su historia y de sus hechos. De lo contrario “... se permitiría el
contraste del absoluto desamparo con la sabiduría intensa y la riqueza extrema, lo que
crearía un Estado injusto, cruel y rematadoramente bárbaro” (Villegas, 1991), que, con
gran tristeza, lo vemos señorear a diario.
Vasconcelos (1981) sostenía que: “… la universidad tiene como misión elaborar
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una ley de la educación nacional para que los conocimientos se esparcieran por toda la
Nación, invitando a los universitarios a salir de sus torres de marfil, a sellar pacto de
alianza con la Revolución -se refiere a la revolución mexicana de Villa y Zapata-. Alianza
para la obra de redimirnos mediante el trabajo, la virtud y el saber”. Y así rechazó las
profesiones y el conocimiento como una forma de expresión elitista: “… las revoluciones
contemporáneas quieren a los sabios y quieren a los artistas, pero a condición de que el
saber y el arte sirvan para mejorar la condición de los hombres”.
Estos últimos párrafos bien pueden coincidir con el artículo 17 de la Declaración
Universal de los Derechos del Hombre, que sostiene que “… toda persona tiene derecho a
tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a
participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten”.
De lo contrario continuaremos generando profesionales que no vuelquen en la
comunidad que los formó sus conocimientos y que, tal como sostiene Zaid (1988), se
limiten a formar parte de una nueva élite: “… se habla mal del capitalismo monopolista y
de los socialismos reales, pero no se habla mal de lo que está detrás de ambos: el
capitalismo curricular, la acumulación de méritos, de realizaciones, de lucimiento, de
servicio a la sociedad, que permite servirse con la cuchara grande y además ser aplaudido.
El capital curricular tiene buena prensa universal. Ya no creemos en los títulos de nobleza
que daban derecho a rentas; que permitían cobrar por ser de buena clase. Perdieron
legitimidad las rentas nobiliarias. Pero las rentas curriculares parecen más legítimas que
nunca en los países socialistas; la acumulación de méritos curriculares es la forma
legítima de explotación. Los que tienen más currículo pueden quedarse con la plusvalía de
los que tienen menos; ganar más, comer mejor, viajar al extranjero, comprar en tiendas
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especiales, dar órdenes. Sucede lo mismo en la parte socializada de los países capitalistas:
el Estado, las grandes empresas, los grandes sindicatos, las grandes instituciones
académicas, las grandes cooperativas, etc.; es decir: los aparatos administrativos donde el
poder y las prebendas se adquieren por acumulación de currículo”. Agregando Zaid: “…
que la verdadera función de un título no es certificar el aprendizaje sino dar la
oportunidad de aprender. Gracias a un título se tiene acceso al poder, a la fe en los otros,
a las relaciones, a los contactos, a la información confidencial, a los lugares, a los
instrumentos, a los presupuestos; al privilegio de ejercer”.
Elegir una profesión universitaria para ingresar a una élite o para acumular capital es
una realidad contraria a la que pensaron nuestros intelectuales de principio del Siglo XX y
de las décadas de los sesenta y de los setenta. Y siendo así, nada tiene que ver con la
posibilidad de que el conocimiento se convierta en una herramienta de poder para que el
poder llegue -alguna vez por fin- a los sometidos, a los marginados, a los que el sistema
expulsa, echa a menudo afuera, al frío de la ignorancia, al hambre del saber, acompañado
esto de la pobreza y la marginación absolutas.
La ignorancia nos sentencia, así como el ostracismo de la universidad nos condena a
la oscuridad. Por eso creo, responsable y firmemente, que la Universidad Nacional, como
institución privilegiada de la Nación Argentina, generadora de espacios intelectuales,
productora de notables y distinguidos pensadores e investigadores, debe de una vez por
todas, contribuir a la generación de un proyecto nacional, laborioso, con identidad nacional,
que nos contenga y nos guíe, que nos conduzca a recuperar el orgullo nacional, que nos
devuelva la ilusión de la patria grande. Que nos recupere de este destino oscuro, titubeante
y perdido.
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Por eso pretendo que estas páginas lleguen no sólo a mis colegas y a mis alumnos
como un mero análisis sobre hechos particulares. Pretendo que estas reflexiones atraviesen
el pensamiento e inquieten el alma de nuestros alumnos y colegas, para que ellos, en su
labor profesional y social puedan contribuir a generar el proyecto con identidad nacional y
entre todos, comencemos a devolver todo lo que la sociedad, a través de la universidad, nos
ha ofrecido y posibilitado.
De lo contrario, caeremos en los lugares comunes de los discursos educativos,
quedándonos en los espacios del “quietismo”, la pasividad sin reflexión, sin discusión,
simplemente alimentándonos con la mezquindad y pobreza intelectual de quien concibe que
está todo dicho, que está todo escrito, que nada nuevo es posible aportar. Qué, además, no
debemos ni podemos aportar. Que nuestro discurso disciplinario dista de ser científico. Que
para ser científico debemos regirnos por la tiranía de un único método científico que ya ha
sido sancionado y establecido de manera definitiva. Continuar con el sonsonete de que a la
Universidad se va estudiar, no a hacer política. Que ciencia es otra cosa. Que nosotros -los
que trabajamos en las disciplinas humanísticas- no hacemos ciencia. Que la ciencia es sólo
la de las “ciencias duras”. Que esa es la única religión posible... mientras engordan sus
cuotas de poder desde sus opacos espacios, limitados a realizar sus propias carreras
académicas al margen de la gente, colocando a un costado los principios elementales de la
solidaridad, tratando solamente de procurarse mejores espacios en el competitivo mercado
laboral cual se ha convertido el ámbito universitario.
Bibliografía específica
VASCONCELOS, J. “Textos sobre educación”. S.E.P. 80, 1981. México
15
VILLEGAS, A.: (1991) “La Universidad para los Derechos Humanos”. Rev.
Universidades, México, N° 2.
ZAID, G.: (1988) De los libros al Poder. F. C. E., México.
16
CAPITULO 1
DEFINIENDO A LA PSICOLOGIA POLITICA LATINOAMERICANA1
En este capítulo situaré el campo epistemológico desde el cual he venido realizando
el desarrollo de este libro que, tal como lo sostuviera en la Introducción, es a partir de la
moderna disciplina llamada Psicología Política Latinoamericana.
Tal como sostiene Fouce (2000), cualquier investigador que se desarrolle en
nuestros tiempos debe comenzar planteándose la cuestión epistemológica acerca del tema
que va a trabajar. Todo investigador debe confrontarse con este tipo de cuestiones
trascendentales en el quehacer investigativo, ya que son imprescindibles para aclarar el
panorama de lo que se ha de trabajar. Si no se parte de un planteamiento acerca de qué
puede conocerse y cómo y porqué puede hacerlo, entonces, el resto de las cuestiones que en
su trabajo futuro como científico aborde, serán construidas bajo una falta de reflexión –y
estrechez de miras- con respecto a los elementos esenciales de su quehacer.
La Psicología Política Latinoamericana es una disciplina nueva, que conforma un
campo de saber propio. Se la comienza a nombrar como tal a partir de la convocatoria que
realiza Maritza Montero -desde la Universidad Central de Venezuela- para mediados de los
años ´80, a un grupo de colegas e intelectuales que estaban trabajando en el campo de la
Psicología Social y que lo venían haciendo tangencialmente en la materia o bien, que lo
hacían sin saber aún que lo estaban haciendo, es decir, sin ser conscientes que en realidad
estaban produciendo antecedentes de Psicología Política. El producto de aquel trabajo, que
puso el puntapié inicial a desarrollos ulteriores, se resume en el primer manual de
Psicología Política Latinoamericana, que fuera editado bajo ése título en 1987.
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Esta disciplina que aquí me ocupa pertenece a un área de la Psicología
Contemporánea que se dedica al análisis de los fenómenos políticos en función de la
intervención de sus aspectos psicológicos, la participación en fenómenos de incidencia
política en función de principios psicológicos, el análisis crítico en la interpretación de
fenómenos políticos y el análisis de algunos tópicos selectos, como el poder, el liderazgo
político, la corrupción, etc. (Oblitas Guadalupe Y Rodriguez Kauth, 1999).
Como tal, dichos análisis de la Psicología Política tienen una identificación
territorial y sociogeográfica definida: “nuestra” –en el decir de Simón Bolívar y José Martí-
Latinoamérica. Resulta incorrecto sostener que es la única que existe, ya que se estaría
forzando y falseando la información al respecto, puesto que existen desarrollos en ésa área
tanto en Europa como en los Estados Unidos, pero que no tienen el significado de una
Psicología Política Latinoamericana, sino que significan, desde otros campos del saber, una
Psicología Política situada no solamente en otro contexto geográfico y político, sino, lo más
importante a la hora de marcar las diferencias, en un contexto ideológico diferente. De
todas maneras, tal como lo señala Maritza Montero (1999), aunque existen relaciones e
influencias mutuas en los tres desarrollos citados -EE.UU., Europa y Latinoamérica-, las
temáticas, los enfoques y los recursos metodológicos utilizados en todos esos espacios,
implican una distintividad del quehacer psicopolítico surgido en cada uno de ellos.
Como disciplina posee una característica interesante de hacer resaltar, que también
surgió con su nacimiento y que es vital para su perdurabilidad como espacio de saber con
una episteme propia: la de la positividad de sus análisis, aún cuando éstos se encuentren
bajo una limitación espacial, geográfica y temporal. Foucault (1997) sostiene que la
1 Publicado en la Revista Psicología Iberoamericana (1999). Nro. 3. México
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positividad no está en relación con el hecho de que las ciencias puedan ser formalizables
desde la aplicación de la matematización, sino a que en las condiciones históricas que
hicieron posible la aparición de las ciencias sociales no se encuentra una nueva forma de
hacer matemáticas, ni ésta irrumpe abruptamente en el plano del estudio del hombre.
Las matemáticas parecen retirarse de la escena para dar lugar a otras
configuraciones. Tales configuraciones son organizaciones empíricas, como la vida, el
lenguaje y el trabajo. Las ciencias sociales encuentran su lugar en el intersticio de estos tres
saberes: la biología, la lingüística y la economía. Es decir, en el volumen definido por éstas
tres dimensiones del saber humano: saber sobre la vida, sobre el lenguaje y sobre la relación
trabajo-riqueza. En este sentido, la constitución de las ciencias sociales parece responder a
una suerte de “desmatematización”. El abandono de la utilización de la matemática como
espacio de representación es lo que permitió que el hombre se convirtiera en objeto de
estudio de la ciencia. Cuando la investigación se dirigió reflexivamente hacia las
representaciones del trabajo, de la vida y del lenguaje, imbrincándose entre sí estos tres
factores, se posibilitó y determinó este nuevo dominio del saber: el saber sobre el hombre,
un saber reflexivo sobre este ser empírico que es en el tiempo, cuyo pensamiento está
oscuramente tejido con lo impensado. Tal forma de surgimiento ofrece a las ciencias
sociales su caracterización especial.
Por lo tanto, el surgimiento de la Psicología Política Latinoamericana, como espacio
de saber, análisis, reflexión y compromiso con una realidad particular, determina las
causales epistemológicas que, a su vez, le sirven de fundamento. A partir de los constructos
teóricos de algunos epistemólogos historiadores -Khunn, Bachelard, Feyerabend, Foucault,
etc.- se podría dar razón de su existencia no porque esta disciplina deba rendir cuentas por
19
su método de aplicación e investigación científica, sino por el contexto de descubrimiento -
las condiciones políticas, sociales, económicas, geográficas, etc.- que posibilitaron su
existencia. Y en el caso que nos interesa, la realidad difícil y complicada de Latinoamérica -
su “realismo mágico”, en las poéticas palabras de García Márquez- desde la llegada de los
conquistadores españoles a estas tierras hace más de quinientos años -de lo contrario no se
podría hablar de latinos-, hasta la dominación casi total de la economía y de las libertades
por parte de los oligarcas locales, aliados con los norteamericanos en la actualidad, lo que
hace que esta realidad esté regada de pobreza, de dependencia, de ostracismo, de fatalismo,
de búsqueda de la identidad regional. Tales causas -y otras más- han configurado, por la
propia fermentación, sus particulares espacios de pensamiento, en tanto éstos puedan tener
identidad y ser representativos de las cotidianeidades, de lo particular y de lo general de
nuestra América Latina.
Tres de sus más distinguidos representantes de esta nueva disciplina, Maritza
Montero en Venezuela; Angel Rodriguez Kauth -expulsado de la Universidad durante la
dictadura fascista de 1976/1983- en la Argentina; e Ignacio Martín Baró -a quien asesinaron
por sus ideas y compromiso con ellas en 1989- en El Salvador, vinieron trabajando, cada
uno por su lado, durante más de 30 años, creando ésta disciplina a partir de un trabajo con
un alto grado de compromiso político y académico. Y los tres tuvieron otro elemento en
común y que en sus comienzos ha sido una constante: comenzaron su tarea desde la
Psicología Social, investida ésta de la necesidad de aplicar el cientificismo de la
Epistemología normativa -llamada también reduccionista- el que plantea un método
científico único, el cual es tomado prestado del espacio de las ciencias naturales.
Si bien, al decir de Rodriguez Kauth (1992) la Psicología Política se desprende de la
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Psicología Social, constituye un nivel de análisis e interpretación de la realidad superior, ya
que utiliza conceptualizaciones psicosociales como resultado de una sínlibro que absorbe e
integra los datos psicológicos y sociológicos del entorno político con mayor alcance teórico
que su antecesora. De todas maneras, como campo de conocimiento nuevo, incorpora a su
metodología, fundamentos que pueden provenir de diferentes disciplinas psicológicas que
hagan su aporte, a lo social, lo personal -de la situación particular de aquellos involucrados
en el fenómeno que se estudia en ése momento- y a la situación personal del investigador,
es decir, “el decir del investigador”, desde su óptica de lectura, incorporando su condición
social, política y formativa. Vale hacer notar que, inclusive, Rodriguez Kauth (op.cit.) tiene
en cuenta la situación laboral en que está insertado el investigador y de la cual depende para
su sustento.
Por lo que un psicólogo que esté formado desde el psicoanálisis no tendrá las
mismas impresiones -“ … representación especial por la que transite cada trabajador del
quehacer psicosocial” Rodríguez Kauth (op.cit.)- que otro psicólogo que provenga desde
otro campo teórico a la hora de realizar sus evaluaciones en el campo de la Psicología
Política. Esta situación puede provocar diferentes interpretaciones de la realidad, que no
necesariamente han de ser confusas ni contradictorias, sino que han de enriquecer el campo
de la Psicología Política. Esto, en tanto el investigador pueda realizar su propia vigilancia
intelectual, tal como lo plantea Bachelard (1981).
Rodriguez Kauth (1991) sostiene que “… para arribar al campo de la Psicología
Política, los psicólogos debían superar dialécticamente el estado en el que se hallaban.
Para esto es necesario reunir dos condiciones, que se pueden desarrollar paralela o
interactivamente, según cuál sea la situación laboral y la representación especial por la
21
que transite cada trabajador del quehacer social. Estas dos condiciones son: a) atravesar
los límites de la interpretación de hechos o datos puntuales acotados a una inmediatez
circunstancial, en donde se prestigiaba el rigor metodológico (la matematización), para
dar espacio a una explicación abarcativa e integral del fenómeno estudiado; y b) asumir
un compromiso reflexivo y práctico con la realidad política que se está viviendo, el que los
siente como suyos, le duelen, los sufre”. A lo cual añade que “Esto se logra cuando se toma
conciencia de la situación afligente que atraviesan nuestros pueblos y -consecuentemente-
se resuelve poner el conocimiento y la praxis psicológica al servicio de causas políticas o
movimientistas”.
Con respecto al momento mismo del nacimiento de la Psicología Política
Latinoamericana propiamente dicha, Rodriguez Kauth (op.cit.) agrega que “… este
momento se caracteriza en que se procura trabajar los datos del comportamiento
político/social con plena conciencia, no sólo de la realidad externa, sino de la realidad
interna en cuanto se refiere a los condicionamientos de clase del analista y de la
parcialidad perceptiva que le afecta y que puede llegar a sesgar la objetividad con que
trabaja los elementos aportados por el entorno y la realidad”.
Hasta aquí hemos venido observando la importancia que posibilita la apertura
epistemológica planteada desde la Psicología Política Latinoamericana, como disciplina
original, que no intenta aferrarse a los paradigmas positivistas tradicionales, lo que le
posibilita una amplitud de miras concomitante con los objetos que aborda. Y en estos
aspectos es interesante observar que la “mirada” que se vuelca sobre los objetos que estudia
y analiza, carece de exactitud, pero como mencionara anteriormente, tiene alcances a un
territorio determinado y poseen positividad de acuerdo con lo expresado por Foucault
22
(op.cit.). En esto coincide con las demás disciplinas sociales y, en cierta medida, con la
manera especulativa que posee la filosofía para acercarse a sus objetos.
Rodriguez Kauth (op.cit.) nos dice, haciendo referencia al nacimiento de la
Psicología Política Latinoamericana: “... este momento se caracteriza en que se procura
trabajar los datos del comportamiento político/social con plena conciencia, no sólo de la
realidad externa, sino también de la realidad interna en cuanto se refiere a los
condicionamientos de clase del analista y de la parcialidad perceptiva que le afecta y que
puede llegar a sesgar la objetividad con que trabaja los elementos aportados por el
entorno y la realidad mediata que estructuralmente determina los cortes de análisis que se
proponga. Sin perder de vista los propios intereses políticos -y porqué no ideológicos- el
psicólogo que se ubica en este momento del desarrollo de la disciplina, puede trabajar los
datos y hechos que le ofrece su cotidianeidad -y también los más extensivos- a partir de
una reflexión y praxis profesional que le permita acumular una mayor y mejor calidad de
datos que le faciliten interpretar integral y acabadamente la realidad en que se mueve y
con la que trabaja”.
Es de destacar el ánimo y la apertura epistemológica que plantea Rodriguez Kauth
en la definición y concepción que da de la Psicología Política Latinoamericana.
Desconociendo si Rodriguez Kauth ha trabajado bajo la mirada de Bachelard, en el párrafo
anterior encontramos -nuevamente- elementos de base de otro de los epistemólogos
historiadores que ha echado luz respecto de la actividad de los que trabajan científicamente.
Bachelard (1981) sostiene que “... psicológicamente no hay verdad sin error rectificado”.
Con esta frase paradojal nos introduce en uno de sus conceptos esenciales respecto de la
formación del espíritu científico: el error “la falta”, reconocido como etapas del progreso
23
del pensamiento que de otra forma no tendría lugar. En otro momento sostiene: “Así, según
nosotros, el hombre que tuviera la impresión de no equivocarse nunca, se equivocaría
siempre”.
A partir de estos conceptos, Bachelard, pretende, en el terreno de la investigación
científica, una especie de confesión intelectual de cada quién, de sus propios errores
intelectuales. Esta mirada de corte introspectiva busca la superación de los obstáculos -
epistemológicos- que nos separan de la pretendida verdad científica. Bachelard expresa que
el espíritu científico debe estar constantemente en alerta, abierto y despierto. Ese alerta va
en busca de los obstáculos: “… no se trata de considerar los obstáculos externos, como la
complejidad o la fugacidad de los fenómenos, ni de incriminar a la debilidad de los
sentidos o del espíritu humano: es en el acto mismo de conocer, íntimamente, donde
aparecen, por una especie de necesidad funcional, los entorpecimientos y las confusiones.
Es ahí donde mostraremos causas de estancamiento y hasta de retroceso, es ahí donde
discerniremos causas de inercia que llamaremos obstáculos epistemológicos. El
conocimiento de lo real es una luz que siempre proyecta alguna sombra. Jamás es inédita y
plena. Las revelaciones de lo real son siempre recurrentes. Lo real no es jamás <<lo que
podría creerse>>, sino siempre lo que debería haberse pensado. El pensamiento empírico
es claro, inmediato, cuando ha sido bien montado el aparejo de las razones. La idea de
partir de cero para fundar y acrecentar sus bienes, no puede surgir sino en culturas de
yuxtaposición, en las que todo hecho conocido es inmediatamente una riqueza. Más, frente
al misterio de lo real el alma no puede, por decreto, tornarse ingenua. Es entonces
imposible hacer, de golpe, tabla rasa de los conocimientos usuales. Frente a lo real, lo que
cree saberse ofusca lo que debería saberse. Cuando se presenta ante la cultura científica,
24
el espíritu jamás es joven. Hasta es muy viejo, pues tiene la edad de los prejuicios...”
Si utilizamos las ideas expuestas por Bachelard para analizar las palabras de
Rodriguez Kauth (op.cit.) se podrá observar la permeabilidad que utiliza el nivel de análisis
de la Psicología Política Latinoamericana para acercarse a los objetos que estudia.
He citado, de alguna manera, el nacimiento de la Psicología Política
Latinoamericana. Asimismo, ubicándome a partir del pensamiento de Tomás Khunn
(1962), me animo a encuadrar ese momento como el perteneciente a una Revolución
Científica al interior del pensamiento psicológico, especialmente el de las ideas de la
Psicología Social -por cierto esta revolución no sería de exclusividad de esta disciplina,
sino que se enmarcaría en una revolución de la ciencia en general- situación que se viene
observando desde los inicios mismos del siglo XX.
Pero este movimiento de ideas ocurre no porque la Psicología Política
Latinoamericana tenga un ensañamiento particular con la Psicología Social, sino porque
esta nueva disciplina pone entre dos signos de interrogación los hechos leídos por la
Psicología Social, tal como viene sucediendo en otros campos del saber. Esto se enmarca en
uno de los mayores procesos sucedidos en el siglo que acaba de terminar. Tal proceso
constituye una ruptura del discurso científico de naturaleza normativa. Este proceso de
ruptura epistemológica comienza en el siglo pasado. Fernando Domínguez (1998) sostiene
que la ruptura produce la fractura del concepto de Verdad directamente relacionado con la
Razón (por lo menos en ese momento histórico: siglo XIX). La fractura de estos conceptos
proviene de la aparición de diversos paradigmas explicativos cuya pretensión es holística.
Anteriormente a esta ruptura, La Verdad aparecía como un concepto unívoco, atemporal,
irreprochable, bien relacionado con Dios –según los deístas- bien con la Razón, según los
25
iluministas. Esta univocidad de La Verdad quedó rota cuando se le concedió historicidad a
dicho concepto, cuando se la observó como un constructo social, cuando se comprendió que
ella no tiene por base una instancia atemporal como puedan ser la Divinidad o la
Racionalidad. Su base es contingente, variable; es la comunidad, el pueblo quien, en su
devenir histórico, genera sentidos. Se subvierten las relaciones: a) Dios es creado por los
hombres (Feuerbach, Nietzsche) y b) la Razón resulta “esclava de las pasiones” (Hume).
Ambos elementos –la divinidad y la racionalidad- son creaciones humanas, cuya base es de
orden material (Marx) y, por ende, cambiante. Por ello, pasamos de La Verdad a una más
modesta posición de, las verdades. Ahora bien, con el surgimiento de las verdades aparece
la siguiente controversia: ninguna de ellas puede arrogarse la posesión de ser la verdad
absoluta, la única, lo cual no es óbice para que en más de una oportunidad algunos lo hayan
pretendido.
El discurso que propone y articula la Psicología Política Latinoamericana se
constituye en una herramienta conceptual que le da un sentido general e incluso
trascendente -ya que la variable histórica y la contextualización de los hechos juegan un
papel central en sus análisis- a los hechos políticos, económicos y sociales que ocurren en
Latinoamérica que, las más de las veces, terminan por ser instrumentos de la dependencia
política y económica de los patrones imperiales.
Pero aquel discurso no propone ni busca poseer La Verdad absoluta, sino que
propone verdades contextualizadas, tanto en lo espacial como temporalmente.
Otra de las características de la Psicología Política Latinoamericana, al decir de M.
Montero (1999) es que desde su constitución ha sido un campo interdisciplinario; algo
totalmente comprensible si se tiene en cuenta que “lo político”, juntamente con “lo
26
psicológico”, constituyen áreas en las cuales confluyen diferentes ramas del saber y de la
práctica. Estas diferentes perspectivas, tal como dijimos, son:
Perspectiva psicosocial o psicosociológica, con dos tendencias: una
cognoscitivista y otra comportamental;
Perspectiva psicoanalítica;
Perspectiva discursiva, con dos tendencias: una pragmática y otra teórica; y
Perspectiva estructural funcional.
Las mismas se manifiestan a través de diversos modelos:
Modelo liberacionista-crítico;
Modelo psicopolítico de la psicología colectiva;
Modelo retórico-discursivo;
Modelo psicohistórico;
Modelo racionalista y
Modelo marxista
No abordaré la definición de cada perspectiva, ni de cada modelo. Los menciono a
efectos descriptivos. Para profundizar en ellos, ver Montero (1999)2.
Para finalizar este capítulo, observamos que Fernández (1987) sostiene que es
importante apreciar que la Psicología Política Latinoamericana si bien contiene una
multiplicidad de modelos, aún no ha sido capaz de superar un problema fundamental de la
propia disciplina: el olvido de la intersubjetividad, la separación teórica y analítica de
individuo y sociedad. Ante esto, Sánchez Moreno y Trejo Pérez (1999) plantean que “… en
2 Maritza Montero (1999) refiere que se distinguen cinco niveles de análisis: a) perspectiva psicosocial con
dos tendencias: una cognoscitiva y otra comportamental; b) perspectivas psicoanalíticas; c) perspectiva
discursiva, con dos tendencias: una pragmática y otra teórica; d) perspectiva estructural-funcional.
27
la obra psicosociológica de Martín Baró, y en su tratamiento de diversos temas
directamente ligados a la Psicología Política Latinoamericana, se nos ofrecen las
herramientas fundamentales para constituir una psicología social de los fenómenos
políticos que pone en contacto individuo y estructura social. En otras palabras, se trata de
identificar el núcleo teórico fundamental (ya presente en su definición de Psicología
Social) que moldea y está presente en el pensamiento de Martín Baró en torno a diversos
objetos de estudio propios de la Psicología Política, como pueden ser la pobreza, la
violencia, las actitudes o cualquier otro. Este hilo conductor no es otro que la importancia
teórica y empírica de la estructura social para la comprensión psicosociológica de
distintos fenómenos humanos. No se trata únicamente de la recomendación más o menos
explícita de tomar en consideración los elementos de la estructura social (tales como clase
social, género, etc.) para cualquier explicación de la conducta individual, o la necesidad
de incorporar dichos elementos en nuestros diseños empíricos. De lo que se trata es de
mostrar cómo la estructura social cobra en los escritos de Martín Baró una importancia
teórica capital, hasta el punto que supone el eje explicativo fundamental de la conducta
humana desde una perspectiva sociopsicológica.”.
Entiendo que con lo desarrollado en este capítulo se dejan sentadas las bases y
propuestas para continuar definiendo la Epistemología de la Psicología Política
Latinoamericana. Es necesario una discusión más profunda, que probablemente se irá dando
en la medida que esta disciplina continúe generando hechos investigativos y académicos en
28
su particular interpretación de los hechos de la realidad política social latinoamericana3.
Bibliografia específica
FERNÁNDEZ, P. Consideraciones teórico-metodológicas de la psicología política. En M.
Montero (Coord.). Psicología política latinoamericana. Caracas: Panapo. Venezuela. 1987.
FOUCE, G.: (2000) “Frente a la postmodernidad”. Universidad Complutense de Madrid.
Inédito. Madrid.
DOMINGUEZ, F.: (1998) “El Discurso Roto”. Revista Material Memoria. N° 1. Facultad
de CC. Políticas y Sociología. UCM. Madrid.
MONTERO, M. (1999) “Modelos y Niveles de Análisis de la Psicología Política”. En
Oblitas y Rodríguez Kauth.
MONTERO, M. y Otros. (1987) Psicología Política Latinoamericana. Editorial Panapo,
Caracas.
OBLITAS, L. y RODRIGUEZ KAUTH, A.: (1999) Psicología Política. Ed. Plaza y
Valdés. México.
SANCHEZ MORENO, E. y TREJO, Z.: “Individuo y Sociedad: la aportación de Ignacio
Martín-Baró”. Rev. de Psicología Iberoamericana, México, Vol. 7, N° 3.
3 Ahora bien, esta forma de analizar los hechos puede transportarse a otras realidades, en tanto los que la
apliquen estén totalmente involucrados en esa realidad.
29
CAPITULO II
LOS DERECHOS HUMANOS
Un hombre quiso burlarse de la sabiduría de un sabio.
En la palma de su mano izquierda llevaba una mariposa.
Le preguntaría al sabio si la mariposa estaba viva. Si éste
decía que sí, cerraría la mano para así matar a la mariposa
y desacreditar al sabio. Si decía que no, le mostraría que
la mariposa vivía.
Cuando interrogó al sabio, éste respondió:
“La respuesta está en tus manos”.
¿Por qué los derechos humanos?. ¿Qué son los derechos humanos?. ¿Por qué
preocupan tanto a diversos sectores de la sociedad?. ¿Por qué se los defiende –y ataca
simultáneamente- en todo el mundo?. ¿Qué discurso y qué lectura sociopolítica sostiene la
vigencia de los derechos humanos?
Ante estos interrogantes –a los cuales es imposible despejarlos a todos de una
manera precisa- debo aclarar que los derechos humanos representan un ideal social, que
tiende a establecer –o instaurar- la justicia en un mundo profunda y netamente injusto. Las
injusticias vienen de la mano de los mismos hombres, no de una naturaleza injusta o de un
destino despiadado: los derechos humanos, o los derechos del hombre, tal como se los
enunció en su Declaración Universal (1948), representan las viejas y antiquísimas luchas
30
del hombre contra el mismo hombre. La acumulación del poder en algunos hombres contra
la indefensión de las mayorías.
Las injusticias son terrenales y se circunscriben a todo un tiempo histórico: el
tiempo de la humanidad, el tiempo desde que el hombre apareció por primera vez en este
planeta. Desde el hombre rudimentario hasta el hombre tecnológico, desde el hombre
atravesado por un pensamiento e ideas del universo mágicos, hasta el pretendido hombre
racional que hoy rige los destinos del mundo.
Los derechos humanos representan la bisagra entre el mundo real, injusto y un
mundo ideal con justicia e igualdad de oportunidades. Representan el sueño de millones de
individuos, que desean, día a día, un mundo mejor.
Los derechos humanos encierran en sí mismos el paradigma de nuestra época.
Representan la sínlibro dialéctica de las sociedades actuales. Un mundo atravesado por la
tecnología, con avances permanentes, con posibilidades de desarrollo en áreas
fundamentales de la ciencia, que fracasa también, de manera permanente, en las
posibilidades de equidad social e igualdad de oportunidades, y en la repartija de la riquezas.
Los derechos humanos, no conceptualizados de esta manera, pero sí con su
omnipresencia en la génesis y en el discurso de las sociedades occidentales, que los
consagraron como tal, vienen de la mano de las democracias. Tal como sostuve en la
Introducción, es bastante impensable un régimen gubernamental alejado del sistema
democrático que pueda sostener a los derechos humanos como tal, no sólo desde el discurso
complaciente, sino en la práctica cotidiana habitual.
Más aún, cuando nos muestra la experiencia de la historia, que las distintas formas
de gobierno no democráticas, suelen ser altamente autoritarias. En ese marco, la vigencia de
31
los derechos humanos suele caer en interrogantes sin respuesta. El autoritarismo se
configura en el manejo discrecional del aparato del Estado y en la abrogación de los
derechos y libertades de los ciudadanos.
Camps (1989) sostiene que “El culto de nuestro tiempo es el de los derechos
humanos. Producto de la secularización de la cultura, ocupan el lugar que en tiempos tuvo
la religión: el lugar de los mandamientos y deberes morales inspirados en la revolución
divina. Son la instancia legitimadora de los programas políticos. El más alto tribunal de
apelación en las disputas sobre la justicia de la ley. La educación ha ido sustituyendo la
formación ética cuyo horizonte lo constituyen los derechos fundamentales. Todo el proceso
hacia los derechos ha significado el esfuerzo por pasar de la heteronomía moral a la
autonomía, así como el progreso con vistas a una mayor eficacia en el camino hacia la
igualdad y la dignidad de todos los humanos. El derecho al respeto y a la protección de las
libertades básicas, el derecho a la no discriminación o a la calidad de vida, son demandas
más claras, algo más concretas, que el precepto cristiano del amor al prójimo”.
Si tenemos en cuenta las afirmaciones de Camps, podemos reflexionar respecto de
entender los derechos humanos como ideales de justicia de las sociedades contemporáneas.
Tal como sostuve, la lucha por los derechos humanos tiene una larga, sinuosa y
difícil historia y está ligada, necesaria y forzosamente, a la historia de la sociedad
occidental. La sociedad occidental si bien tiene sus particularidades según el sitio histórico
y geográfico desde el cual nos ubiquemos, está atravesada, socio políticamente, por la lucha
por los derechos humanos. Podríamos animarnos a describir a estas sociedades -así como
hablamos de sociedades industrializadas, o sociedades primitivas, etc.- de sociedades que
aspiran a alcanzar el ideal de los derechos humanos. Sueño difícil, complicado, con una
32
carga connotativa muy fuerte, pero que conduce y jerarquiza los más altos ideales humanos.
Las sociedades del nuevo milenio deberán continuar con su lucha por la justicia. Se
nos ha avecindado un nuevo siglo y como sociedad tenemos las mismas deudas y los
mismos compromisos incumplidos con los más desposeídos. El enfrentamiento entre
sociedad y Estado, entre individuo y Estado, continúan siendo conflictos sociales difíciles
de resolver. Más aún en estas economías capitalistas, donde el desentendimiento de las
obligaciones del Estado, nos ha conducido a una vejez prematura de nuestras sociedades,
quienes se han vuelto mezquinas y expulsivas. Entonces el discurso y las representaciones
respecto de los derechos humanos ha de lograr un crecimiento en los espacios sociales, que
trasciendan las coyunturas, para solidificarse como discurso auténtico y valedero. Estas
sociedades del nuevo milenio deberán resignificar el compromiso con los derechos
humanos. Partiendo del pleno conocimiento de éstos, y de la posibilidad creativa de ampliar
el alcance a límites actualmente insospechados. Así como se está comenzando a perfilar, no
sin resistencia, y aún sin los alcances esperables, una justicia global, qué, regida por el
derecho internacional, sacude la obnubilación, los compromisos con el status quo y la
pereza dañina de las justicias regionales, poniéndose por encima de ellas, afirmando que los
derechos humanos son superiores a los derechos de los Estados. Esta política es la que
puede legitimar la consagración de los derechos humanos de la mano del derecho
internacional, por lo menos en los que respecta a las torturas, desapariciones y genocidio.
Por cierto que esto no alcanzará para hacer justicia. Debe equilibrarse la ecuación
norte-sur -así como la ecuación ricos-pobres- para que las naciones del sur puedan crecer
como naciones y dejar de estar sometidas a los caprichos de organismos financieros, que,
como el Fondo Monetario Internacional, prestan un dólar y hay que devolverle 8 por cada
33
dólar prestado. Además de arrogarse los lineamientos políticos de los países deudores,
instando a la generación de mayor pobreza, bajo la máscara y el discurso de la modernidad
y de la efectividad.
Cuando ocurre lo que ocurre con una nación como la Argentina, que debe pagar
anualmente más del 50% de su producto bruto, con las consecuencias que esto acarrea:
pobreza, recesión, desigualdad de oportunidades, etc., no podemos hablar de derechos
humanos, puesto que hay una desigualdad entre las naciones. Existiendo, peligrosamente, la
posibilidad de las democracias formales, donde se cree que los que gobiernan representan a
sus gobernados, cuando en realidad sólo representan al establishment.
Eduardo Galeano (1989) escribe al respecto:
“Mapamundi/2
Al sur, la represión. Al norte, la depresión.
No son pocos los intelectuales del norte que se casan con las revoluciones del sur
por el puro placer de enviudar. Prestigiosamente lloran, lloran a cántaros. Lloran a mares,
la muerte de cada ilusión; y nunca demoran demasiado en descubrir que el socialismo es el
camino más largo para llegar del capitalismo al capitalismo.
La moda del norte, moda universal, celebra al arte neutral y aplaude a la víbora
que se muerde la cola y la encuentra sabrosa. La cultura y la política se han convertido en
artículos de consumo. Los presidentes se eligen por televisión, como los jabones, y los
poetas cumplen una función decorativa. No hay más magia que la magia del mercado, ni
más héroes que los banqueros.
La democracia es un lujo del norte. Al sur se le permite el espectáculo, que eso no
se le niega a nadie. Y a nadie molesta mucho, al fin y al cabo, que la política sea
34
democrática, siempre y cuando la economía no lo sea. Cuando cae el telón, una vez
depositados los votos en las urnas, la realidad impone la ley del más fuerte, que es la ley
del dinero. Así lo quiere el orden natural de las cosas. En el sur del mundo, enseña el
sistema, la violencia y el hambre no pertenecen a la historia, sino a la naturaleza, y la
justicia y la libertad han sido condenadas a odiarse entre sí.”
A continuación analizaré cómo se llegaron a determinar cuáles debían ser los
derechos humanos que debían figurar como tales en la Declaración Universal (1948).
Respecto de los derechos humanos que se encuentran enunciados en la Declaración
Universal por los Derechos del Hombre, Villegas (1991) sostiene que éstos derivan de una
idea del hombre y de la historia, y poseen un carácter axiomático. Es decir, son verdaderos
derechos fundantes de todos los demás y no dependientes de ningún orden jurídico. El
filósofo alemán Cassirer (Villegas, 1991) advertía, que en ese sentido, todo orden jurídico
que comienza anunciando tales principios y luego deriva de ellos el resto de la legislación,
se parece a la Etica demostrada de manera geométrica, obra fundamental de Baruch
Spinoza, célebre filósofo del siglo XVII. Se dice esto para advertir que los que primero
enunciaron la lista de los derechos humanos, deseaban que tuviera la evidencia y la
necesidad lógica de la construcción geométrica. Por cierto que se trataba de una ilusión de
la razón ilustrada, creyente ella misma de la estructura eterna de la razón humana.
Desde luego, no se imaginaban que, después, algunos geómetras cambiarían a
capricho los principios de la geometría construyendo otras geometrías varias y distintas a la
de Euclides. Así podía también cambiarse el concepto del hombre del cual parecían
derivarse tales derechos.
Jaques Maritain (en Villegas, op.cit), uno de los filósofos que elaboró el documento
35
para la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, criticó a cierto positivismo
lógico que identifica el derecho con el derecho vigente. En una concepción tal no cabe más
idea de justicia que la que poseen los legisladores en un momento dado. Y eso resulta muy
grave porque tales ideas no podían servir de base a una crítica del fascismo, responsable de
la Segunda Guerra Mundial que recién terminaba. De alguna manera la justicia debía de
estar por encima de algunas legislaciones inaceptables y de ahí la necesidad de enunciar
unos derechos humanos que se apegaran a la naturaleza humana y que sirvieran de criterio
para la elaboración de la legislación positivista (Villegas, op.cit.).
Asimismo, Villegas continúa sosteniendo que Maritain, como filósofo católico, no
ignoraba que con esas consideraciones estaba sumergido hasta el cuello en una metafísica,
la del jusnaturalismo, pero afirmaba, con razón, que el positivismo jurídico, al rechazar al
jusnaturalismo de la Ilustración, se colocaba en una posición reaccionaria y hacia
impensable la aplicación de un concepto general de justicia a los sistemas jurídicos. La
metafísica jusnaturalista ha sido un motor para la acción: fue el motor para la Revolución
Francesa, el de la Independencia Norteamericana, y que todavía el énfasis que se pone en
los derechos humanos, tenga una explicación histórica. La naturaleza humana tiene una
expresión histórica, tal como lo mostró el documento de las Naciones Unidas, que recogía
las enseñanzas de las hecatombes ocurridas durante la primera mitad del siglo XX.
Ahora bien, los desarrollos del socialismo internacional en los político determinaron
que el documento de las Naciones Unidas considerara al hombre como un individuo
poseedor de ineludibles derechos sociales. Esto implicó una doble consideración, al mismo
tiempo se lo interpretó como individuo y como colectividad: en el artículo 17 se refiere al
derecho a la propiedad, lo mismo que en artículo 21.
36
Esta filosofía liberal, representante de la burguesía, permitió la elaboración de 30
artículos que representan un verdadero hito a la libertad y a los derechos de todos los
hombres, en los que se persigue la igualdad de oportunidades, y que cobran concreción en
las leyes. Estos derechos son principios filosóficos y no solamente derecho positivo.
A continuación citaré en toda su extensión la Declaración Universal de los
Derechos Humanos:
Preámbulo:
Considerando que la libertad, la justicia y la paz tienen por base el
reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables
de todos los miembros de la familia humana;
Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos
humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la
humanidad; y que se ha proclamado como la aspiración más elevada del hombre,
el advenimiento del mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la
miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias;
Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un
régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo
recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión;
Considerando también esencial promover el desarrollo de relaciones
amistosas entre las naciones;
Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en
la Carta, su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el
valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres; y
37
se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de
vida dentro de un concepto más amplio de la libertad;
Considerando que los Estados Miembros se han comprometido a
asegurar, en cooperación con la Organización de las naciones Unidas, el respeto
universal y efectivo a los derechos y libertades fundamentales del hombre; y
Considerando que una concepción común de estos derechos y libertades
es de la mayor importancia para el pleno cumplimiento de dicho compromiso;
La Asamblea General Proclama la presente DECLARACION UNIVERSAL
DE DERECHOS HUMANOS como ideal común por el que todos los pueblos y
naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las
instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la
enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren,
por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y
aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados
miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción.
Art. 1. Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y
derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse
fraternalmente los unos con los otros.
Art. 2. 1) Toda persona tiene los derechos y libertades proclamadas en esta
Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión
política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica,
nacimiento o cualquier otra condición.
2) Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política,
jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una
38
persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo
administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de
soberanía.
Art. 3. Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad
de su persona.
Art. 4. Nadie estará sometido a la esclavitud ni a servidumbre; la esclavitud
y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas.
Art. 5. Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles,
inhumanos o degradantes.
Art. 6. Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento
de su personalidad jurídica.
Art. 7. Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual
protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda
discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal
discriminación.
Art. 8. Toda persona tiene derecho a un recurso efectivo, ante los
tribunales nacionales competentes, que la ampare contra actos que violen sus
derechos fundamentales reconocidos por la constitución o por la ley.
Art. 9. Nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado.
Art. 10. Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a
ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial,
para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de
cualquier acusación contra ella en materia penal.
Art. 11. 1) Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma
39
su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio
público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias para su
defensa.
2) Nadie será condenado por actos u omisiones que en el momento de
cometerse no fueron delictivos según el Derecho nacional o internacional.
Tampoco se impondrá pena más grave que la aplicable en el momento de la
comisión del delito.
Art. 12. Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su
familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su
reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales
injerencias o ataques.
Art. 13. 1) Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su
residencia en el territorio de un Estado.
2) Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio,
y a regresar a su país.
Art. 14. 1) En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar
asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.
2) Este derecho no podrá ser invocado contra una acción judicial realmente
originada por delitos comunes o por actos opuestos a los propósitos y principios
de las Naciones Unidas.
Art. 15. 1) Toda persona tiene derecho a una nacionalidad.
2) A nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho a
cambiar de nacionalidad.
Art. 16) 1) Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tiene
40
derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a
casarse y fundar una familia; y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al
matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio.
2) Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá
contraerse el matrimonio.
3) La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene
derecho a la protección de la sociedad y del Estado.
Art. 17. 1) Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y
colectivamente.
2) Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad.
Art. 18. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de
conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o
de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual
y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica,
el culto y la observación.
Art. 19. Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión, y de
expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones,
el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin
limitaciones de fronteras, por cualquier medio de expresión.
Art. 20. 1) Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y de
asociación pacificas.
2) Nadie podrá ser obligado a pertenecer a una asociación.
Art. 21. 1) Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su
país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos.
41
2) Toda persona tiene el derecho de acceso, en condiciones de igualdad, a
las funciones públicas de su país.
3) La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta
voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse
periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro
procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto.
Art. 22. Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la
seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación
internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la
satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a
su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.
Art. 23. 1) Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su
trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección
contra el desempleo.
2) Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario
por trabajo igual.
3) Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y
satisfactoria, que le asegure así como a su familia, una existencia conforme a la
dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera
otros medios de protección social.
4) Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la
defensa de sus intereses.
Art. 24. Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo
libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones
42
periódicas y pagadas.
Art. 25. 1) Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que
asegure así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la
alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales
necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo,
enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de
subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.
2) La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia
especiales. Todos los niños, nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen
derecho a igual protección social.
Art. 26. 1) Toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe
ser gratuita al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental.
La instrucción elemental será obligatoria. La instrucción técnica y profesional
habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para
todos en función de los méritos respectivos.
2) La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad
humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades
fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia, y la amistad entre todas
las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos; y promoverá el desarrollo de
las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.
3) Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación
que habrá de darse a sus hijos.
Art. 27. 1) Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida
cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso
43
científico y en los beneficios que de él resulten.
2) Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y
materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas,
literarias o artísticas de que sea autora.
Art. 28. Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e
internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración
se hagan plenamente efectivos.
Art. 29. 1) Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad puesto que
sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad.
2) En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda
persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el
único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades
de los demás, y de satisfacerlas justas exigencias de la moral, del orden público y
del bienestar general en una sociedad democrática.
3) Estos derechos y libertades no podrán, en ningún caso, ser ejercidos en
oposición a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.
Art. 30. Nada en la presente Declaración podrá interpretarse en el sentido
de que confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para
emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión de
cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta declaración.
44
Bibliografía Específica
CAMPS, J.: (1989) “El descubrimiento de los Derechos Humanos”. En Muguerza, Javier,
etc. al. , El Fundamento de los Derechos Humanos, (Edición preparada por Gregorio Peces-
Barba Martínez), Colección Universitaria, Editorial Debate, Madrid.
GALEANO, E.: (1989) El libro de los abrazos. Siglo XXI, Madrid
VILLEGAS, A.: (1991) “La Universidad para los Derechos Humanos”. Rev.
Universidades, México, N° 2.
45
CAPITULO III4
HISTORIA SUMARIA DE LA EVOLUCION DE LOS DERECHOS HUMANOS
En este capítulo se han de rastrear los antecedentes más notables del tema de los
derechos humanos en lo que se ha dado en llamar la cultura occidental y cristiana, en la cual
estamos inmersos y de la que participamos.
Para arribar a este objetivo creo necesario empezar por presentar al acontecimiento
político-social que considero fundamental en la temática, y que significó que apareciera en
el panorama de la práctica y de las ideas esto que nosotros conocemos como derechos
humanos.
Este planteo si bien entiende que hay puntos de contacto entre los dichos de los
primeros filósofos griegos que desarrollaron un tratamiento intensivo sobre los derechos
políticos del hombre -me estoy refiriendo a los presocráticos- y, con posteridad, a las
revoluciones burguesas ocurridas más de veinticinco siglos después, permite descartar la
experiencia de una línea de continuidad temporoespacial entre un fenómeno y otro.
Es necesario presentar el nacimiento de la preocupación por los derechos humanos -
en el marco de la cultura occidental- con la dirección de un acontecimiento, dicho esto en el
sentido dado al término por A. Badiou (1994), vale decir, encuadrado en una situación
histórica por los hechos políticos, los económicos, lo sociales, etc.; por una pluricausalidad
de causas que han determinando que este hecho social haya aparecido. Por lo tanto,
entiendo el hecho del nacimiento como un episodio excepcional, que alcanzó a establecer
modificaciones más o menos duraderas que influyeron hasta en la vida cotidiana de los
4 Publicado en la Revista Extensiones. Vol.4, Nro 1 y 2. (1997) México.
46
pueblos.
Las transformaciones que se fueron sucediendo en los diferentes escenarios políticos
en que se presentaron, que favorecieron el desarrollo de las revoluciones burguesas,
estuvieron acompañadas con modificaciones substanciales en el orden de las ideas
hegemónicas vigentes hasta el momento de su ocurrencia.
Comenzaremos observando la preocupación que existía por el hombre, por el
individuo, por la persona durante la época antigua, la época de la épica griega -que ya fuera
citado en la Introducción y que será ampliada en el capítulo sobre los episodios del
Nazismo- y de ahí nos centraremos en el momento de la aparición de los derechos humanos
–la revolución inglesa en el siglo XVII y la revolución francesa durante el siglo XVIII-.
Respecto de lo que puntualizara anteriormente acerca de las expresiones de los
primeros filósofos sobre sus preocupaciones por los derechos políticos del hombre, el
antecedente más remoto se remite a la época del surgimiento de la polis como institución
ciudadana; de la filosofía, en las colonias griegas, de la mano de los primeros filósofos,
tales como Anaximandro, Heráclito, Demócrito, los sofistas, etc. De todos modos ellos no
hacían referencia alguna a los derechos humanos, tal como son entendidos en la actualidad.
Entre el siglo VI y el siglo IV antes de la Era que significa al pensamiento
occidental, se comienza a producir la diferenciación entre el individuo y la masa. Así
emerge el concepto de la personalidad humana, que será clave en ulteriores desarrollos. En
ese punto es dónde se enlaza la problemática en su relación con los temas de la ley y el de la
justicia; en un primer momento –ya lograda la hominización- todo lo que tenía que ver con
la ley y la justicia estaba radicado, era colocado, en la distancia sideral del universo, es
47
decir, formaba parte del cosmos: hay cosmos porque existe orden, porque hay armonía,
porque hay justicia. Ese criterio sería luego trasladado a los hechos de la vida humana, por
lo que la preocupación pasa a ser la justicia entre los hombres.
Asimismo, con la instauración de la “polis” griega vuelve a plantearse el
interrogante crucial de qué es el hombre –esto en un sentido metafísico- y cuáles son las
relaciones que se establecen entre la justicia humana y la justicia cósmica.
Esto se observa claramente en el pensamiento de Anaximandro. Quien sostenía que
todas las cosas existentes -incluido lo humano- tenían su origen en el “apeiron” (lo
indefinido) y debían pagar por una falta cometida, teniendo que cumplirse el ciclo natural
de la vida para, después, volverse a reintegrar las cosas al todo. Esto también le cabe al
sujeto humano, porque su ciclo tiene que ver con una legalidad.
El primer proceso de individuación del hombre, en su relación con la masa, se da en
Grecia, durante el período de florecimiento de la polis. Esto se observa no solamente con
los desarrollos espectaculares en el ámbito de la filosofía; con la presencia de los sofistas,
especialmente Sócrates -entre otros- que cuestionaban el tema de la ley, sosteniendo que la
misma es solamente una dimensión de lo humano, ya que se trata que sea algo natural ni
sobrenatural, sino que es específicamente humano; también esto mismo aparece planteado
en los textos de la tragedia griega.
En su Historia de la Teoría Política, George Sabine (1974) ratifica y justifica lo
sostenido anteriormente. La mayor parte de los ideales sostenidos por la modernidad -como,
por ejemplo, la justicia, la libertad, el régimen constitucional y el respeto por los mandatos
del derecho- o al menos sus definiciones, comenzaron con las reflexiones de los pensadores
48
griegos sobre las instituciones que imperaban en el ámbito de la Ciudad-Estado de aquél
entonces.
Pero en la larga y fecunda historia del pensamiento político, el significado con que
se cubrían de tales términos se ha ido modificando de modos muy diversos y, en
consecuencia, es preciso entenderlos siempre a la luz de las instituciones que habían de
realizar esos ideales y de la sociedad en la que operaban las mismas.
La Ciudad-Estado de la antigüedad griega era tan diferente de las comunidades
políticas en que viven los hombres modernos, que pretender reflejar su vida social y política
requiere un no pequeño esfuerzo de imaginación. Los filósofos griegos reflexionaban sobre
prácticas políticas muy diferentes de cualesquiera que hayan prevalecido de modo general
en el mundo moderno y todo el clima de opinión en que realizaron su trabajo era diferente
de los de la posteridad. Aunque los problemas que se les presentaran no dejan de tener
analogías con los del presente, no fueron idénticos a los problemas de la modernidad, y el
aparato ético con que se valoraba y criticaba la vida política difería mucho del que hoy
pretende prevalecer de manera hegemónica. Para comprender de modo adecuado y exacto
lo que significaban sus pensamientos y reflexiones, es necesario tener presente, en primer
lugar, aunque sea en líneas muy generales, acerca del tipo de instituciones que tenían a la
vista y de lo que para el público al que se dirigían comportaba el sentido de ciudadanía,
tanto de hecho como ideal a alcanzar.
Por otra parte, Jean Pierre Vernant (1979), relata que cuando en el siglo XII antes de
la era cristiana, el poderío micénico se quiebra bajo el avance de las tribus dóricas que
irrumpen en los territorios de la Grecia continental, no es una simple dinastía lo que
49
sucumbe en el incendio que devora sucesivamente a Pilos y a Micenas, sino que es un tipo
de particular de monarquía lo que se destruye para siempre; se trata de toda una forma de
vida social y política, que tenía como centro al palacio, lo que queda definitivamente
abolido. Es un personaje, el Rey divino, lo que desaparece del horizonte griego. El
hundimiento del sistema micénico desborda ampliamente, en sus consecuencias, el dominio
de la historia política y social. Repercute sobre el hombre griego mismo; modifica su
universo espiritual, transformando algunas de sus actitudes psicológicas.
La desaparición del Rey pudo desde entonces preparar, al término del largo y
sombrío período de aislamiento y retracción que se denomina la Edad Media griega, una
doble y solidaria innovación: la institución de la ciudad y el nacimiento de un pensamiento
racional.
Más adelante, el propio Vernant sostiene que Grecia se reconoce en una cierta forma
de vida social y en un tipo de reflexión que definen a sus propios ojos su originalidad, su
superioridad sobre el mundo bárbaro: en lugar de que el Rey ejerza su omnipotencia sin
control ni límites alguno -en el secreto de su palacio- la vida política griega quiere ser
objeto de un debate público, realizado a plena luz del día, en el ágora, por parte de unos
ciudadanos a quienes define iguales y de los cuales el Estado es ocupación común; en
reemplazo de las antiguas cosmogonías imperantes.
A continuación nos remitiremos específicamente al tema del nacimiento de los
derechos humanos. Schwelb (1979) sostiene que la expresión “derechos humanos”, como
término específico, es de origen reciente. Incluso en su fórmula de inspiración francesa,
“derechos del hombre” (droits de l’homme), se remonta únicamente a las últimas décadas
50
del siglo XVIII.
Sin embargo, la idea de una ley o de un legislador que define y protege los derechos
de origen legal de los seres humanos –entendiendo principalmente los derechos recíprocos
de los miembros de la comunidad- es realmente muy antigua.
En el clásico Derecho Romano –que está representado por el conjunto de leyes que
rigió a Roma desde su fundación hasta su división en el Siglo IV de la era cristiana- ya se
encuentra que el modelo jurídico de la antigua forma republicana garantizaba al ciudadano
romano (no así al extranjero ni a los esclavos) la facultad de tomar parte en el gobierno de
su Estado, mediante la participación en el ejercicio de la justicia, especialmente la civil,
muchas de cuyas instituciones tienen vigencia en la actualidad; el derecho penal; en la
elección de funcionarios públicos e incluso, en el desempeño de las funciones de policía.
Los conceptos del derecho civil romano, formulados por el genio jurídico del
Imperio -con el fin de hacer justicia en las relaciones mutuas entre los individuos-
constituyen en esencia una definición práctica de los derechos del hombre, a la vez que un
criterio razonable y de peso al que pueden apelar a quienes persiguen la justicia y la
proyección de la dignidad inherente a la persona humana. Esto puede afirmarse tanto del
derecho romano, según fue aplicado en el ámbito del continente europeo, como del common
law de los países anglosajones.
El common law (derecho común) y el derecho civil, son diferentes en sus
instituciones y técnicas y, simultáneamente, presentan similaridades en sus criterios sobre lo
que es definible como jurídicamente justo; ellos ofrecen un patrón objetivo para juzgar la
conducta de los hombres desde el punto de vista de los derechos y libertades individuales.
51
Ambos sistemas han tolerado también, por supuesto, instituciones y prácticas que no
son admisibles para la concepción moderna de un orden público protector de la dignidad
humana. No obstante han existido, a través de siglos, comunidades en las que al menos una
parte de los que hoy se consideran como derechos humanos fundamentales, estaban lo
suficientemente bien protegidos por cuerpos de normas complejas y de refinada técnica.
En la Inglaterra del siglo XVII tuvieron lugar cruentas batallas en defensa de los
antiguos derechos de los ingleses y contra la falta de respeto a los mismos. De estas luchas
nacieron dos grandes documentos: The Petition of Right, de 1628 y The Bill of Right, de
1689. Los mismo no tuvieron el propósito explícito de definir los derechos humanos
fundamentales de toda la humanidad. Su finalidad era la de reparar agravios específicos
mediante la aplicación de limitaciones al poder del monarca y, simultáneamente, al
fortalecimiento del poder del Parlamento y de los tribunales. Sus ideas, incluso las palabras
que testimoniaban ese discurso se reflejan, sin embargo, en la obra de los revolucionarios
franceses y norteamericanos del siglo XVIII: en algunos de los pasajes inmortales de la
Declaración de Independencia Norteamericana, en la Declaración de Derechos de Virginia
de 1776, en la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y en la
Declaración de Derechos Norteamericanos.
En el curso de los siglos XIX y XX, el ejemplo dado por los revolucionarios
franceses y norteamericanos de incorporar a sus constituciones los derechos, o de
promulgar declaraciones de derechos, fue seguida por la mayoría de los países del
continente europeo, extendiéndose el movimiento a América, Asia y África,
particularmente a partir de los éxitos rebeldes y revolucionarios que impulsaron los
movimientos independentistas locales en sus luchas de liberación.
52
Creo necesario detenerme para analizar con algo más de detalle la significación de la
Revolución Francesa en la historia de las ideas y los hechos políticos. Aquella constituyó,
con las revoluciones holandesa e inglesa del siglo XVII, la coronación de una larga
evolución económica y social que había hecho la burguesía, de acuerdo con Albert Soboul
(1972), la institución social por excelencia con pretensiones inequívocas de dueña y señora
del mundo.
Durante 1779, cuando en Francia aún dominaba el Antiguo Régimen y la sociedad
mandante seguía siendo fundamentalmente de esencia aristocrática, ésta tenía como
fundamentos principales en que asentarse al privilegio del nacimiento, es decir, el linaje y a
la riqueza material que se testimoniaba en la tenencia de territorios. El ocio, y sus
concomitantes, era el pasatiempo favorito de la aristocracia y la alta burguesía, según lo
expresara oportunamente el economista y sociólogo T. Veblen (1899).
No obstante, tal conformación de la estructura social estaba siendo minada por la
evolución de la economía, que aumentaba la importancia de la riqueza mobiliaria y con
ellos el poder de la burguesía. Es en ese momento, a medida que se desarrollaba y
progresaba el conocimiento positivo en el orden de las ideas, surgido del Iluminismo, y el
impulso conquistador de la filosofía de la Ilustración, que se iban socavando los
fundamentos ideológicos del orden establecido.
Las clases populares, en su mayoría campesinas -debido a la particular distribución
demográfica característica de la época, en que las urbes tenían poca población y la mayoría
de ella se distribuía por la ruralia- cargaban con el peso impositivo del Antiguo Régimen y
con los restos aún humeantes del feudalismo decadentista. Estos sectores populares no
53
tenían conciencia, aún, de cuáles eran sus derechos y el poder que éstos podían llegar a
alcanzar. Soboul (op. cit.) sostiene que la burguesía se les presentaba de una manera
natural, con su fuerte armadura económica y su brillo intelectual, como la única guía
posible a seguir.
La burguesía francesa del siglo XVIII fue capaz de elaborar una filosofía que
correspondía a su pasado, a su papel y a sus intereses, pero con una amplitud de miras y
apoyándose de una manera tan sólida en la razón, que esta filosofía que criticaba al Antiguo
Régimen y que a la par contribuía a arruinarle, revestida de un valor universal, se refería a
todos los franceses y a todos los hombres.
Así, la filosofía de la Ilustración sustituía la idea tradicional de la vida por un ideal
de bienestar social, fundado en la creencia de un progreso indefinido del espíritu humano y
del conocimiento científico. De esta forma el hombre podía recuperar la dignidad que había
perdido por los intríngulis de los caminos de la historia. Al respecto, el propio Soboul dice
textualmente: “La burguesía brindaba la promesa de la plena libertad en todos los
dominios económicos y políticos, los filósofos le concedían como fin el conocimiento de la
naturaleza para dominarla mejor y el aumento de la riqueza en general. Así las sociedades
humanas podían madurar por completo”.
Por entonces gobernaba en Francia el Rey Luis XV. La monarquía era de derecho
cívico y quien poseyera el trono de Francia era considerado como el representante legítimo
de Dios sobre la tierra, lo que llevaba consigo a que pudiera gozar de un poder absoluto.
Para el año de 1787, dos antes de la Revolución, Luis XV abdicó el poder en favor
de la aristocracia que lo acompañaba. Sin embargo, esto no mejoró las condiciones de vida
54
–muchas veces infamantes- del pueblo llano bajo el Régimen, puesto que no se lograron
realizar reformas de corte estructural –en lo económico y político- que satisficieran los
reclamos de los burgueses ni del proletariado y el campesinado. Hubo, por lo tanto,
múltiples aspectos económicos, sociales y políticos que produjeron una situación de crisis
irreversible para las condiciones de gobernabilidad bajo el Antiguo Régimen.
Instaladas las condiciones que hicieron posible la Revolución –en el imaginario
colectivo popular francés- es interesante resaltar, aunque sea escuetamente, que hubieron
dos momentos: a) una revolución ideológica que se manifestó en el ámbito de lo jurídico y
b) que la misma fue el precedente de una revolución popular.
Es en el ámbito de la revolución jurídica, donde los que se enfrentaban eran los
intereses cruzados del clero, de la nobleza y de los representantes de los campesinos y de
los ciudadanos comunes -conocidos como el Tercer Estado- que se redactaron, a lo largo y
ancho de Francia, unos sesenta mil Cuadernos de quejas. Estos cuadernos se redactaban en
las asambleas populares y por cada asamblea se redactaba un cuaderno.
Soboul (op. cit.) sostiene que los cuadernos elaborados por los tres estamentos
apuntaban unánimemente en contra del absolutismo vigente. Sacerdotes, nobles y burgueses
reclamaban la redacción de una Constitución política que limitase los poderes absolutos de
la monarquía, a la par que estableciese un sistema de representación nacional que votara las
gabelas o impuestos y redactase las leyes, a la vez que se dejase la administración local a
los estados provinciales electivos.
Los tres estamentos estaban en un todo de acuerdo para pedir la refundación de la
política fiscal imperante, como asimismo la reforma de la administración de justicia y de la
55
legislación criminal, la garantía de la libertad individual y de la libertad de prensa, la que ya
estaba haciendo sentir su influencia y poderío.
De todas maneras, es preciso hacer notar que los cuadernos del clero guardaban
silencio sobre la cuestión de los privilegios –fueros- y la libertad de conciencia, cuando no
rechazaban –a esta última- abiertamente por oponerse a sus mezquinos intereses. Por su
parte, la nobleza defendió en general el voto por estamento, al que consideraba como la
mejor garantía de la sobrevivencia de los privilegios, aceptando la igualdad fiscal, pero
rechazando para la mayoría la igualdad de los derechos y la admisión de todos los franceses
a todos los empleos públicos. A su vez, el Tercer Estado, reclamó en su conjunto la
igualdad civil íntegra, la abolición del diezmo, la supresión de los derechos feudales, de los
cuales muchos de los cuadernos se contentan con pedir su amortización.
A partir de la concreción de las asambleas, a principios de julio de 1789, la
revolución se iba logrando en el plano jurídico. La soberanía nacional había sustituido en el
plano jurídico al absolutismo real gracias a la alianza de los diputados del Tercer Estado,
los representantes del bajo clero y la fracción liberal de la nobleza. El pueblo no había
entrado aún en el juego político. Ante las amenazas de la reacción, su intervención permitió
a la revolución burguesa ganar definitivamente.
La investigación bibliográfica realizada garantizaría lo sostenido al comenzar este
capítulo. No existe una línea de continuidad perfecta entre los primeros pensadores de
nuestra cultura occidental, que innegablemente definieron la manera de pensar occidental
respecto de las revoluciones burguesas ocurridas unos cuantos siglos después; pero esto no
significa que los puntos de contacto que mantienen hacen una estricta referencia al
56
momento del nacimiento de nuestra cultura.
Esto me llevaría a afirmar que en la cuna de nuestra civilización no sólo se gestó una
cultura, la cual se testimonia en una legalidad tendiente a la búsqueda de la justicia y del
respeto por el Otro y los Otros.
Nuestra cultura debió transitar un largo y doloroso derrotero, plagado de abusos e
injusticias, hasta alcanzar el logro del referente; le puso nombre y apellido a aquello que
tanto necesitaba: “derechos humanos”. Pero, como todo bautismo, fue precedido por un
parto: hizo falta una extensa lista de injusticias hasta que llegaron las utopías y su
consecuencia necesaria: las revoluciones políticas y sociales.
No obstante, el germen, la semilla de la necesidad, del respeto por los Otros y de no
abusar de aquellos, vino de la mano de los primeros filósofos griegos. Ellos pudieron
pensarlo y pudieron decirlo, las revoluciones inglesas y francesas, más jóvenes, le dieron
una forma, un contenido y le pusieron, tal como vimos, su nombre: “los derechos
humanos”.
Bibliografía específica
BADIOU, A.: (1994) “La ética”. Revista Acontecimiento, Bs. Aires, N° 8.
SABINE, G.: (1987) “Historia de la teoría política”, Fondo de Cultura Económica.
México.
SCHWELB, E.: (1979) “Derechos Humanos”. En Enciclopedia Internacional de Ciencias
Sociales, Tomo 3, Ed. Grijalbo S.A., Bilbao.
SOBOUL, A.: (1972) “Compendio de la Historia de la Revolución Francesa" Editorial
Tecnos, Madrid.
VERNANT, J. P.:N (1979) “Los orígenes del pensamiento griego”. EUDEBA, Buenos
Aires.
VEBLEN, T.: (1899) “Teoría de la clase ociosa”. Fondo de Cultura Económica. México,
1964.
57
CAPITULO IV
ASPECTOS JURIDICOS5
Durante el desarrollo de este capítulo intentaré desplegar un tratamiento -desde la
perspectiva social- respecto de los aspectos jurídicos de los derechos humanos. A partir de
un análisis de los derechos subjetivos realizaré una descripción de cómo se
conceptualizaron los derechos humanos como derechos positivos y pasaron a formar parte
de las leyes.
Hans Kelsen (1994) sostiene que es el derecho positivo el que constituye el objeto
de la ciencia jurídica, ya que se trate del derecho de un Estado particular o del derecho
internacional. Sólo un orden jurídico positivo puede ser descripto por las reglas de derecho
y una regla de derecho se relaciona necesariamente con tal orden. La regla de derecho que
afirma: “Si alguien comete un robo, un tribunal debe penarlo”, sólo tiene sentido en el
marco de un orden jurídico determinado.
Los vocablos “derechos”, “deberes” y “obligaciones” pertenecen al discurso
normativo. Es decir, son utilizados para prescribir conductas conforme con normas y tienen
alcance descriptivo y prescriptivo solamente si se asume que la norma tiene vigencia; vale
decir, si la norma es ampliamente cumplida; cuando saber lo que una norma exige de la
gente es saber también qué hará probablemente. De todas maneras, utilizar palabras como
las nombradas implica una norma de algún tipo, de la cual deriva una descripción
particular.
Desde una perspectiva lógica, sostener que “Juan tiene derecho a un juguete” es
5 Publicado en la Revista Idea, de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis,
Nro. 28. Argentina.
58
totalmente diferente a decir que “Juan tiene una juguete”. La segunda afirmación puede
verificarse mediante la observación del hecho; la primera afirmación tiene que ser
establecida con referencia a normas.
Jhonson (1965) postula que el concepto de norma -social- que es esencial en
sociología, encierra el hecho de que una norma es una pauta abstracta, mantenida en la
mente, que determina ciertos límites para la conducta. Una norma “operativa” es la que no
sólo tiene existencia en el pensamiento, sino que es valioso seguirla en la conducta real; por
lo tanto, uno siente que debe conformarse de acuerdo con ella. Este sentimiento significa
que uno “acepta” la norma. La conformidad con la norma significa que uno guía su
conducta en relación con ella, manteniéndose dentro de ciertos límites. Las normas nunca
pueden prescribir cómo debe ser la conducta, en sus detalles, en un acto concreto. Esto es
porque cada acto es único. Cuando una persona realiza un acto que viola una norma que es
importante para ella, esto depende de la interpretación que cada uno haga de la norma; por
tanto, debe aplicar esta interpretación al acto particular, constriñiéndose a la forma abstracta
o a la pauta de la norma e ignorando muchos detalles sin importancia del acto.
Es de destacar, que en el caso de las normas sociales, el hecho de que una norma se
aplique o no a una determinada persona depende de su posición social en el sistema. Una
norma social puede institucionalizarse cuando es ampliamente aceptada en un grupo, y al
mismo tiempo está profundamente arraigada en las personalidades de sus miembros. Otro
de los factores que es fundamental está referido a que la norma debe estar debidamente
sancionada.
Respecto de los derechos subjetivos y los deberes, siguiendo lo sostenido por S. I.
Benn y R. S. Peters (1984), se observa que las normas sociales prescriben comportamientos,
59
y al hacerlo imponen “deberes” u “obligaciones”. Cuando decimos que Mercedes tiene el
deber de actuar de una cierta manera, queremos decir que hay una norma que no le deja otra
alternativa, una norma que le “exige” tal actuación.
Esto mismo no sucede con un derecho. Si Pedro tiene derecho a X, puede tener o
hacer no X, según prefiera. Por lo tanto, es posible preguntarse por qué se dice que los
derechos derivan de normas, si las normas prescriben o exigen comportamientos... Y la
respuesta estaría en la relación entre derechos y deberes, relación tal que establece que el
derecho de Juan sea el deber de Mercedes. Sin la posibilidad de un deber correlativo en
alguna parte, la atribución de un derecho a Juan carecería de sentido. El derecho de José a
tener libertad personal implica el deber de los restantes a no interferir con su libertad. Por
consiguiente, un derecho, como el citado, puede importar una actividad efectiva por parte
de algún otro individuo, o al menos, la no interferencia de dicho derecho por parte de los
demás hombres en general específicamente hacia el mismo.
El tipo de relación entre derechos y deberes no es moral o jurídica, es una relación
de tipo lógico. La norma que da nacimiento a un derecho no produce un deber como una
entidad separada y diferente. En una misma relación normativa se relacionan deber y
derecho. Por consiguiente, al enunciar un derecho se está expresando de una manera distinta
la enunciación de un deber.
De ahí que nuestros reclamos en defensa y protección de los derechos que nos
competen, es la resultante de la implicación de que nosotros respetemos los derechos de los
demás, caso contrario nuestro discurso carecería de un contenido falaz y quedaría apoyado
en la injusticia. Esto me hace pensar en que la Junta Militar que asoló a la Argentina entre
1976 y 1983 (a través de la toma violenta del poder, las Fuerzas Armadas derrocaron al
60
gobierno constitucional e instauraron el Proceso de Reorganización Nacional, que puso en
funcionamiento un sistema perverso para perseguir y castigar a quienes ellos consideraban
los enemigos del régimen. Durante su dictadura desaparecieron más de 10.000 personas,
otras tantas fueron torturadas, de acuerdo con el dictamen que brindó la CONADEP,
Comisión Nacional para la Desaparición de Personas; en tanto que organismos de Derechos
Humanos hablan de 30.000 personas) y que cometió delitos de lesa humanidad -además de
los delitos económicos que, en Argentina, se les perdonan a todos los relacionados con el
poder- tuvo la posibilidad de ser juzgada con las leyes de la constitución -recibiendo los no
merecidos pasos procesales como los producidos por las leyes de Punto Final, la
consideración de la llamada Obediencia Debida y el Indulto Presidencial (ver Capítulo VI),
otorgado por el Gobierno de Carlos Menen (1989-1999), que, aunque no les quita
responsabilidad de lo hecho, dejó en libertad a los genocidas-; pero aquéllos, desde la suma
del Poder político que usurparon en nombre del poder de la fuerza, nunca les brindaron esa
posibilidad a quienes no tuvieron defensa ante la tortura, la violación, el robo y el asesinato
a que fueron sometidos y vejados impunemente por una autoridad que solamente era
soberana ante sí misma.
También se sostiene que los derechos implican deberes en otro sentido. Poder
disfrutar un derecho está condicionado al cumplimiento de deberes. Y acá se da una
relación moral entre derecho y deber.
Al respecto, Hans Kelsen (1994), sostiene que “cuando en una regla de derecho
expresamos que la consecuencia debe seguir a la condición, no adjudicamos a la palabra
“debe” ninguna significación moral. Que tal conducta sea prescrita por el derecho no
significa que lo sea igualmente por la moral. La regla de derecho es un instrumento que
61
sirve para describir el derecho positivo tal como ha sido establecido por las autoridades
competentes. De aquí se desprende que el derecho positivo y la moral son dos órdenes
normativos distintos uno del otro. Esto no significa que sea menester renunciar al postulado
de que el derecho debe ser moral, puesto que, precisamente, sólo considerando al orden
jurídico como distinto de la moral cabe calificarlo de bueno o de malo. Sin duda, el derecho
positivo puede en ciertos casos autorizar la aplicación de normas morales. Es decir que
delega en la moral el poder de determinar la conducta por seguir. Pero desde que una norma
moral es aplicada en virtud de una norma jurídica, adquiere por tal circunstancia el carácter
de una norma jurídica. Inversamente, puede suceder que un orden moral prescriba la
obediencia al derecho positivo. En este caso el derecho se convierte en parte integrante de la
moral, la cual tiene una autonomía puramente formal, dado que al delegar en el derecho
positivo el poder de determinar cuál es la conducta moralmente buena, abdica lisa y
llanamente en favor del derecho y su función queda limitada a dar una justificación
ideológica al derecho positivo”.
Tomando lo que sostienen Benn y Peters (op. cit.) es posible observar que los
derechos y deberes en cuestión son atribuidos a la misma persona y no son simplemente
diversas maneras de ver una misma relación normativa. La pretensión de que existe la
correlación moral entre derechos y deberes requiere, en consecuencia, ser sustentada en un
argumento racional y, aunque puede ser verdadera en la mayoría de los casos, hay
ciertamente instancias en que esto no sucede. Atribuimos derechos a menores de edad,
insanos e incluso a animales, a los cuales sería absurdo atribuirles deberes. Decir que una
persona tiene el deber de hacer algo, presupone que es de alguna suerte capaz de, como no
lo son los menores, ni los insanos, ni los animales; básicamente esta argumentación apunta
62
a conocer la norma y a tener la libre determinación de actuar de conformidad con ella o
contra ella.
Atribuir en cambio un derecho no implica tal presupuesto, puesto que la efectividad
de un derecho depende de que un tercero, y no el sujeto del derecho, preste conformidad a
la norma; a lo sumo el derecho exige del sujeto que haga lo que quiera. Así observamos que
no hay una conexión necesaria entre los derechos de Juan y sus deberes, aunque se pueda
mostrar que el ejercicio de un cierto derecho depende del cumplimiento de algún deber
hacia otro. Hay una reserva importante que debemos agregar a esto: el caso de una norma
de aplicación tan general que todos somos sujetos del derecho como del deber que la norma
especifica. Los derechos tradicionalmente considerados fundamentales como el derecho de
libre expresión, o el derecho a la seguridad personal, pueden provenir de normas de este
tipo. En un caso así, sería irrazonable exigir que los otros cumplan con sus deberes hacia
uno, en tanto uno se abstiene de cumplir los mismo deberes hacia los otros, ya que la
definición de una norma lógicamente implica que todos aquellos que satisfacen las
condiciones que impone están igualmente obligados a cumplirla. Sin embargo, no se sigue
que si Juan deja de respetar los derechos de Ángel, Ángel quede absuelto de sus deberes
hacia Juan. Esto podría ser verdad en ciertos derechos contractuales. Pero si Esteban roba a
Ángel, Ángel no queda facultado a robar a Esteban. Caso contrario no nos regiríamos por el
derecho actual, sino por la Ley de Talión: “ojo por ojo, diente por diente”. Esto significa
pena igual a la ofensa, que existía en la religión mosaica. Pero, como decía el célebre
pacifista dirigente hindú, M. Ghandi, “ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”.
Intentando detenerme un tanto en este punto, se puede llegar a pensar en que la
primer reacción que tiene un individuo ante un atropello, de cualquier tipo que este sea, es
63
la de buscar revancha, aplicando o haciendo aplicar un castigo similar, o a veces superior,
que equipare o repare el daño ocasionado.
Retomando el tratamiento anterior, es dable observar que mientras es verdad que la
misma norma que confiere un derecho a Juan también le impone un deber, si satisface las
condiciones correspondientes, no se sigue necesariamente que su ejercicio del derecho esté
condicionado al cumplimiento de su deber.
Anteriormente sostuve que los términos “derechos (subjetivos)” y “deberes”
solamente tienen sentido en contextos normativos y que los enunciados en que figuran
expresan relaciones normativas que prescriben cómo una cierta persona debe actuar en
relación con otra. Las teorías positivistas de los derechos subjetivos fracasan por ignorar
este punto, e intentan interpretar los enunciados que mencionan “derechos” y “deberes”
como descripciones fácticas, es decir, descripciones de hechos. El filósofo panteísta
holandés, B. Spinoza (1667) desde el Siglo XVII, puede aportar un ejemplo de tal posición
“… por derecho natural entiendo las mismas leyes o reglas de la naturaleza, conforme a
las cuales todo acaece; en otras palabras, la potencia natural misma. Y así el derecho
natural de naturaleza universal, y por ende, el derecho de toda cosa individual, se extiende
en la medida de su potencia; por consiguiente, todo lo que un hombre haga de acuerdo con
las leyes de su naturaleza, lo hace por el supremo derecho natural, y tiene tanto derecho
sobre la naturaleza como potencia tiene”.
Cuando se constituye la sociedad civil y se establece un gobierno, “… el derecho de
las autoridades supremas no es nada más que un simple derecho natural, limitado, claro
está, por la potencia, no de cada individuo, sino por la potencia de la multitud, que es
guiada, por decir así, por una mente; es decir, así como cada individuo en el estado
64
natural, así el cuerpo y el alma de un súbdito tienen tanto derecho como potencia tienen. Y,
de esta suerte, cada ciudadano o súbdito individual tiene menos derecho cuando más lo
tiene la comunidad política, y cada ciudadano, en consecuencia, no tiene ni puede hacer
nada, sino lo que se le permite por un decreto general de la comunidad política”, sostiene
el mencionado Spinoza (op. cit.).
A través de las anteriores transcripciones se puede advertir, no sin cierto espanto,
que Spinoza (op. cit.) equipara los derechos con el poder. Y a comienzos del presente siglo,
cuando la justicia se encuentra jaqueada por el poder político y económico, las palabras de
Spinoza toman una inusitada actualidad.
Kelsen retoma la explicación de los derechos subjetivos en términos de poder:
“Todo derecho, ya sea jurídico, divino o moral, reposa en un deber correlativo; es decir, en
un deber que incumbe a una parte, o partes, distinta de la parte, o partes, en donde reside
el derecho. Y, claramente, ese deber correlativo no sería un deber substancialmente, si el
derecho que lo impone no estaría sustentado en la fuerza”.
Su postura es similar a la sostenida por Spinoza, admitiendo la posibilidad de
derechos subjetivos diferentes de los estrictamente jurídicos, ya que concede que pueden
darse sanciones que no sean jurídicas, por ejemplo, la de un castigo divino que en su
bondad deje a todo un pueblo sin comida por culpa de una prolongada sequía.
De esto puede colegirse que para los mentores de las teorías positivistas de los
derechos subjetivos, no hay derecho alguno donde no hay poder suficiente para asegurar el
objeto del derecho, y el poder proviene del ejercicio de sanciones coercitivas destinadas a
hacer cumplir el deber correlativo.
Esto me recuerda la siguiente cita de Shelley:
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Un republicano a la caída de Bonaparte
...Yo sé
muy tarde, cuando Francia y tu estáis en el polvo,
que la virtud tiene un enemigo más eterno
que la fuerza y el fraude : las viejas costumbres, el
crimen legal, y la fe ensangrentada, el más inmundo
nacimiento del tiempo.
Hubo en la historia de la humanidad diferentes maneras de justificar el poder, para
así poder ejercerlo y, por ende, sostenerlo. Aún cuando se recurriera a lo religioso como
legitimador del poder. Albert Soboul (1972) en su recorrido histórico de la Francia anterior
a la Revolución Francesa, nos habla de la monarquía del derecho divino, durante el reinado
de Luis XVIII, y cita a los teóricos de la monarquía católica, que dieron a ella el carácter de
derecho divino. Ahí encontramos las siguientes palabras de Lebret: “De donde se puede
inferir que nuestros reyes sólo tienen su cetro por Dios, y que no están obligados a
someterse a una potencia de la tierra y que gozan de todos los derechos que se atribuyen a
la soberanía perfecta y absoluta, y que son totalmente soberanos en su reinado”.
Eso llevaba al absurdo de que el rey, al día siguiente de su proclamación, procedía a
tocar a los enfermos y decía a cada uno de ellos: “El rey te toca, Dios te cure”. Con este
ceremonial se establece el carácter divino de la monarquía, la consagración contribuye a
rodear al rey de una especie de veneración religiosa.
Enrique Vázquez (1985), en su libro sobre llamado Proceso de Reorganización
Nacional -1976, 1983- hace referencia a los mentores intelectuales del mismo y de aquel
texto voy a transcribir alguna notas para así poder clarificar cuál y cómo era el pensamiento
66
de los generales mesiánicos que, curiosamente, traducía de manera clara la posibilidad de la
posesión de derechos diferentes de los estrictamente jurídicos, apoyados en concepciones
religiosas: “La Nación que es la Patria vista en la continuidad de las generaciones
solidarias en una responsabilidad común, viene después de Dios en la jerarquía de los
valores y en el amor de los hombres arraigados en una misma tierra histórica”.
“El populismo es radicalmente subversivo; quebranta el orden natural y cristiano
de la Sociedad y del Estado; invierte la escala de todas las jerarquías sociales,
encumbrando los escalones más bajos hasta los últimos. Es una subversión hacer recaer la
soberanía política, esto es, el señorío sobre todo lo que es propio de una Nación, en la
multitud numéricamente considerada”.
“Como enseña la Iglesia al respecto..., el poder o soberanía política viene de Dios;
pero no desciende hacia quien no puede ejercerlo; por esto es que el pueblo materialmente
considerado como multitud de individuos, no es titular primero, ni segundo del poder, por
su ineptitud.”
“Hay que impedir que la persona y la familia se dejen arrastrar al abismo donde
las empuja la socialización de todas las cosas. Es con la última energía que la Iglesia
librará esta batalla en la que están en juego los valores supremos: la dignidad del hombre
y la salvación eterna de las almas”.
Otra manera en que se puede encarar el estudio de los derechos es como si se tratara
de una descripción de hechos. Este corresponde al análisis de los realistas, que consideran
los derechos no como poder, sino como expectativas. Esto se puede sintetizar de la
siguiente forma: un hombre tiene derechos cuando hay motivos razonables para esperar que
sus pretensiones serán sustentadas, por ejemplo, por un tribunal.
67
De todas maneras, Benn y Peters (op.cit.) sostienen al respecto: “La circunstancia
de que Juan tiene derecho a X posee esta fuerza casi descriptiva en algunos contextos, da
verosimilitud a las explicaciones positivistas, especialmente en jurisprudencia. Cuando el
objeto estudiado es un sistema legal, sustentado en la existencia de jueces, policías y
prisiones, es en gran medida verdad que los derechos subjetivos jurídicos corresponden al
poder efectivo, y que tener un derecho es contar con ciertas expectativas de cómo los
jueces resolverán en ciertos casos. Pero ello no es lo que significa tener un derecho; esas
cosas suceden porque el derecho en cuestión proviene de un sistema de normas que la
policía hace cumplir y los jueces respetan y aplican. La norma y, por ende, el derecho, son
lógicamente anteriores al poder y a la expectativa. Y si esto es así, no hay razón alguna
para que podamos hablar de otros tipos de derechos, derivados de normas que no son
ejecutadas de aquella manera. La debilidad de la exposición austiniana sobre los derechos
subjetivos reside en que excluye tal posibilidad. Recurre a un sistema definitorio en el cual
“derecho” deriva de “deber”, “deber” de “derecho objetivo” (law), y “derecho objetivo”
de “orden”, “sanción” y, en último término, de “poder” . El paso criticable está en el paso
de “deber” a “derecho objetivo”, puesto que si aceptamos la definición “derecho
objetivo” en términos de poder, no es posible usar luego “deber” en relación con otras
normas que no son de “derecho objetivo”.
Si aceptáramos esa relación estaríamos imponiendo una restricción arbitraria en el
uso del término “derecho (subjetivo)”, ya que no podríamos tener en cuenta la variedad de
contextos en que aparece el término.
Respecto de los derechos subjetivos jurídicos y morales, observamos que las normas
pueden ser clasificadas de diferente manera; ya sea por su origen, por las actividades que
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regulan o por el grado de formalidad. Algunas existen por costumbres o convenciones
sociales, otras son producto de las actividades legislativas y otras son incorporadas por los
individuos como reglas morales. Pero hay algo en común entre ellas: todas prescriben
conductas y, por cierto, imponen derechos y obligaciones. Si un deber es debido a una
persona específica, nada hay de particular en afirmar que posee derechos conforme a la
norma. Así, según las reglas de ciertos juegos de naipes en que el que saca la carta más
grande tiene derecho a jugar primero, el que saca la carta más baja tiene el deber de esperar
que juegue el otro primero. Acá no surge ninguna reprimenda ni sanción pero igualmente
hablamos de un derecho derivado de las reglas del juego.
De tal modo, los derechos se pueden clasificar en formas correspondientes a las
clasificaciones de las normas sociales. Por tipo de actividades que regulan podemos hablar
de derechos económicos (derecho a trabajar); derechos civiles (derecho a ser representado
por un abogado); derechos políticos (derecho a votar). También se pueden clasificar los
derechos según la forma en que son establecidos y mantenidos, diferenciando los legales de
los morales. Los legales son establecidos por las instituciones estatales. Los morales se
mantienen por la fuerza de la opinión de la mayoría, aún cuando no sean reconocidos por el
derecho objetivo. Así vemos que la distinción entre derechos jurídicos y morales
corresponde exactamente a la distinción entre normas jurídicas y morales.
Desde el siglo XVII se comenzó a hablar de los derechos naturales, según los cuales
todos los hombres poseen ciertos derechos “por naturaleza”, que son fundamentales, sin
tomar en cuenta las instituciones específicas, sociales, políticas o jurídicas; y que esos
derechos pueden ser demostrados por la razón. Locke sostenía que nacemos libres como
nacemos con razón; sean cuales fueran los derechos otorgados a una persona como
69
ciudadano de este o aquel Estado, sus derechos naturales van con él donde vaya, son
derechos inalienables, imprescriptibles e inderogables. Ningún gobierno o derecho positivo
puede privar a la persona de ellos, ni ninguna pretensión puede ser superior. Si ha de
limitarse su ejercicio, sólo puede serlo con el consentimiento del titular.
Una teoría de los derechos naturales suscita ciertos problemas especiales. Si
atribuimos derechos a los individuos, absolutamente, nos tenemos que declarar incapaces
de solucionar los conflictos que estallen entre los individuos. En una situación de guerra, o
de gran escasez de, por ejemplo, alimentos, el derecho a la vida de un hombre puede
llevarlo a violar el derecho a la propiedad de otros, por ejemplo, por el robo de alimentos
para saciar su hambre o el de su familia. Aquí se ve claramente que entran en conflicto dos
principios, igualmente supremos, absolutos y razonables. Pero si los derechos son absolutos
no habrá un tercer principio que permita encontrar una solución. Hans Kelsen (op.cit.)
sostiene que las regulaciones sociales son un proceso continuado de ajuste entre
pretensiones en conflicto. Por eso vemos que las teorías de los derechos naturales absolutos
imposibilitan tal desarrollo. Rodríguez Kauth (1989) opina que en un conflicto es la ética
quien puede dirimir lo conflictivo, ya que durante el desarrollo de un conflicto puede primar
“la fuerza de la razón o la razón de la fuerza”; en el primer caso interviene la ética ya que es
el elemento que ha tenido a través de la legislación vigente, el sentido de lograr que se
llegue a obrar por el deber. De lo contrario, en el segundo caso el conflicto se resuelve a
través de la guerra.
En el desarrollo de un juicio no existen los absolutos. De ahí que existan los
agravantes o los atenuantes y se consideren las situaciones particulares. Eso le permite al
juez, en un determinado rango de condena, determinar el grado de culpabilidad y disponer
70
una condena particular. Por eso vemos en el Código Penal de la República Argentina las
siguientes formas en que están expresadas las penas: “Art. 119. Será reprimido con
reclusión o prisión de seis a quince años el que tuviere acceso carnal con persona de uno u
otro sexo en los casos siguientes...”. Será el juez, quien luego de todo un proceso judicial,
determine cuántos años de condena le corresponderán a determinada persona. Así se dará el
desarrollo que irá regulándose de acuerdo con las pretensiones de cada parte, en este caso lo
que solicita la defensa contra lo que pide la fiscalía.
Los derechos naturales fueron considerados como universalmente válidos por el
hecho de poder ser deducidos racionalmente de la naturaleza humana. Pero esto dejó afuera
las consideraciones circunstanciales.
Benn y Peters (op. cit.) sostienen que “La idea de que la “naturaleza del hombre”,
al margen de toda circunstancia, podía producir un conjunto de derechos subjetivos, ha
sido atacada con mayor profundidad. Como no puede haber un derecho sin una norma,
abstraer al hombre de la sociedad es abstraerlo de todo contexto normativo y, por ende,
hacer toda discusión sobre derechos, algo vacuo. Puesto que los derechos subjetivos
implican deberes, implica también que alguien se encuentra en alguna relación social con
el titular del derecho, que puede ser el obligado. Robinson Crusoe no contaba con
derechos hasta la llegada de Viernes”.
De todas maneras, podemos sostener que la teoría de los derechos naturales fue una
teoría de derechos morales, que estuvo condicionada por los rasgos típicos de su época,
como ser la necesidad de afirmar el valor de la iniciativa, la opinión y las creencias
individuales contra las de las autoridades religiosas y políticas. Esta teoría subrayó la
autonomía de la conciencia individual e insistió en garantizar la libertad de palabra y las
71
instituciones representativas. Esto la llevo a tener una gran influencia sobre el pensamiento
que originó la Revolución Francesa, a partir del hecho de dar expresión formal a los
derechos “naturales”, “fundamentales” o “humanos”, situación que no cesó con la
revolución mencionada, puesto que los constituyentes han considerado desde entonces las
declaraciones de derechos como el preámbulo o epílogo de sus labores. Así observamos en
el Capítulo II, que el Preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas afirma su “fe en
derechos humanos fundamentales”; “en la dignidad y valor de la persona humana” y “en la
igualdad de derechos entre los hombres y mujeres”. En 1948, luego de vastas discusiones
ocurridas en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, realizadas sobre la
base de una encuesta sobre problemas teóricos realizada por la Unesco, la Asamblea
General adoptó una Declaración Universal de los Derechos Humanos (ver Capítulo III).
Ahora bien, ¿a quién se les atribuyen los derechos naturales o humanos ?. Esto viene
a colación por el hecho de que sus normas pretenden ser aplicadas a todos los hombres - no
a los acreedores, a los deudores, a los propietarios, etc.- universalmente. Esta pretendida
universalidad involucra una o dos condiciones : a) que pueden darse situaciones en que los
derechos serán desconocidos; b) que enunciarlos al margen de toda circunstancia específica
los llevará a tal generalidad que podrán convenirles diferentes aplicaciones bajo
condiciones diversas.
En la Declaración Universal de 1948, leemos que “se trata de un modelo común por
alcanzar por todos los pueblos y naciones, para que todo individuo y todo órgano de la
sociedad, teniendo constantemente presente esta Declaración, se esfuerce, por medio de la
enseñanza y la educación, por promover el respeto por estos derechos y libertades; y,
mediante medidas progresivas, nacionales e internacionales, se asegure su reconocimiento
72
universal y efectivo, tanto entre las poblaciones de los Estados Miembros mismos, como
entre los pueblos de los territorios bajo su jurisdicción”.
Es necesario tener en cuenta que debieron pasar muchos años, tal como he sostenido
en el final de los Capítulos II y III, cargados de violentas y permanentes violaciones contra
los derechos humanos para que, finalmente, se conceptualizarán los mismos como derechos
positivos y pasaran a formar parte de la jurisprudencia. Es decir, para que las libertades
fundamentales de los hombres y las garantías más importantes fueran recogidas como leyes
por los Estados.
Este camino, sinuoso y largo, fue desarrollándose a lo largo de nuestra historia de la
mano de grandes luchas y reiteradas violaciones. Comparto con Carlos Eroles (1996) que la
historia contemporánea puede ser interpretada en el marco de la lucha por la afirmación de
los derechos humanos.
Si bien el desarrollo histórico del concepto de las libertades individuales se remonta
al surgimiento de nuestra cultura occidental, nunca antes de las dos grandes revoluciones
del siglo XVIII y de los movimientos independentistas que ellas originaron en Europa y
América en el siglo XIX, los derechos humanos tuvieron una connotación universal.
Por lo tanto, los derechos humanos han tenido durante los siglos XVIII, al XX un
verdadero empuje desde las luchas, las ideas y las leyes, al punto de contar con una
Declaración Universal y con Organismos Internacionales que los protegen. Lo lamentable
es que - paradójicamente - durante estos siglos han habido gravísimas violaciones a los
derechos humanos. Esto nos refiere a que la vigencia del respeto a los mismos constituye
una tarea ciclópea que nos compromete a todos.
El hecho de que en la actualidad existan leyes que protegen a los derechos humanos
73
se debe a las preocupaciones de la Comunidad Internacional. “Existe consenso entre la
naciones respecto de la necesidad de regular jurídicamente los derechos a fin de evitar la
repetición de situaciones que han puesto en riesgo la paz y la seguridad internacionales o
que han avasallado por completo la dignidad de las personas” (Assorati, 1996).
Todos los tratados, pactos, declaraciones, leyes, etc., que hacen referencia a la
protección de los derechos humanos, apuntan a la defensa de los mismos frente a los
avasallamientos que comete el Estado a través de sus agentes o personas que cuentan con su
aquiescencia. Debemos destacar que una Declaración no es para el derecho internacional de
carácter jurídicamente obligatorio. No así un tratado, pacto o convención, que sí bien son
jurídicamente vinculantes para el Estado, es decir, el Estado está obligado a respetarlas. Si
así no lo hiciese, puede ser juzgado por una Corte Internacional Penal.
Ahora bien, a partir de la mitad del siglo XX, una vez finalizada la Segunda Guerra
Mundial, hubo un marcado interés, por parte de la Comunidad Internacional, de que no se
repitieran las masacres y las barbaridades cometidas durante la guerra, cuyo mayor
exponente vino de la mano del tristemente célebre Adolfo Hitler y su régimen nazi, el cual
solamente puede ser comparado con la dictadura stalinista que imperó en la Unión
Soviética.
Fue así como surgieron las Naciones Unidas, cuyo antecesor fue la Sociedad de
Naciones. Su mayor interés consistía en garantizar la paz mundial, aunque para lograrlo y
he aquí una contradicción, tuviera fuerzas militares propias, aportadas por los países
miembros. Esto, con las diferencias lógicas, me lleva a pensar en aquellas ideologías que
sostienen que la paz se logra con buenos ejércitos y gran cantidad de armamento. Esa paz es
muy parecida a la paz de los cementerios.
74
A medida que fue pasando el tiempo y debido al elevado nivel de generalidad que
significaba hablar de derechos fundamentales o humanos, fue que las declaraciones de
aquellos fueron haciéndose más específicas en su contenido y extensión. Esto debido al
hecho de que con este tipo de derechos hay dificultades al intentar relacionarlos con las
normas sociales, ya que ninguna acción definida se sigue como consecuencia necesaria de
tales principios. De todas maneras, sirven para prestarle atención a aspectos importantes
que comparten la mayoría de los hombres, como el interés por la vida, la seguridad personal
y la seguridad patrimonial.
En 1948, luego de la creación de las Naciones Unidas, se aprueba la Declaración
Universal de los Derechos Humanos que, tal como sostuvimos, no era vinculante para los
países miembros. Pero sí era una verdadera declaración de principios, que comenzó a
generar una serie de hechos, materializados en posteriores agregados a la misma
declaración.
A continuación haré un somero detalle de las diferentes declaraciones,
convenciones, pactos, etc. que fueron sumándose a la Declaración Universal de los
Derechos Humanos.
1948: Se aprueba la Convención Internacional para la Prevención y Sanción del delito
de Genocidio.
1949: Se aprueban las cuatro Convenciones de Ginebra sobre el Derecho Humanitario o
Derecho de la Guerra; la Eliminación del tráfico de Personas y la Explotación de la
Prostitución Ajena.
1951: Se aprobó la Convención relativa al Estatuto que protege a los Refugiados. La
década del 50 estuvo signada por las consecuencias de la guerra y el inicio de lo que
75
se denominó la Guerra Fría. El tema de los refugiados se planteaba por el hecho de
que por la guerra se habían desplazado muchas personas ya que se producían nuevas
divisiones políticas debido a que el mundo quedó dividido en dos bloques ideológicos
contrapuestos.
1954: Se aprobó la Convención relativa al Estatuto de los Apátridas.
1952: Se aprobó la Convención sobre los derechos políticos de la mujer (es de destacar
que en la provincia de San Juan -Argentina- las mujeres votan desde 1926 y que en el
resto del país, el voto femenino se instaló a finales de la década del cuarenta, de la
mano de Eva Perón). Estos derechos se vieron impulsados porque muchas mujeres
pasaron a ser quienes comandaban su familia.
1959: Se aprobó la Declaración sobre los derechos del Niño. Como consecuencia de las
guerras quedaron multiplicidad de niños huérfanos o abandonados.
1960: Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos
coloniales. Estos derechos son los de segunda generación.
1965: Se aprobó la Convención internacional sobre la eliminación de todas las formas de
Discriminación Racial. Estos planteos vienen de la mano de la independencia de
muchos países africanos.
1967: Se aprobó la Declaración sobre la eliminación de todas las formas de
Discriminación contra la Mujer.
1969: Se adoptó la Convención Americana de Derechos Humanos o Pacto de Costa
Rica, que recién en 1979 entró en vigencia. El tema del pacto se debe a que se tenía
que comprometer jurídicamente a los Estados para que avanzarán en la realización
efectiva de los derechos humanos.
76
1970: Se diseña el Procedimiento 1503. Este permitía considerar las comunicaciones que
hicieran sospechar que en un determinado país se estaba configurando una violación
masiva de los derechos humanos. Con el Procedimiento 1235 se crearon Grupos de
Trabajo para las Desapariciones Forzadas o Arbitrarias.
En este mismo año, en la OEA se reforma la Carta de la misma mediante el protocolo
de Buenos Aires, lo cual permite a la Comisión Interamericana una mayor capacidad
de acción para realizar visitas “in loco” e investigar acerca de las situaciones de
violaciones que se estaban sucediendo, aún en aquellos estados que no hubieran
ratificado el Pacto de San José de Costa Rica.
1973: Convención Internacional sobre la supresión y el castigo del crimen conocido
como del Apartheid.
1975: Declaración sobre la Tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanas o
degradantes.
1977: Se aprobó el Protocolo adicional a los Convenios de Ginebra sobre Derecho
Humanitario para la protección de los conflictos armados no - internacionales.
1979: Se sancionó la Convención internacional contra todas las formas de
discriminación contra la mujer. Ese mismo año entró en vigencia el Pacto de Costa
Rica.
1981: Declaración sobre la eliminación de todas las formas de intolerancia y
discriminación basadas sobre la religión.
1984: Declaración sobre el derecho de los pueblos a la Paz.
1984: Convención contra la tortura y otros tratos o penas considerado crueles,
inhumanos o degradantes.
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1985: Convención Interamericana para prevenir y sancionar la tortura.
1989: Convención internacional sobre los derechos del Niño.
1990: Conferencia mundial sobre el medio ambiente.
1991: Entra en vigor el Protocolo a la Convención Interamericana sobre la abolición de
la pena de muerte6.
1992: Declaración sobre los derechos de las personas pertenecientes a minorías raciales,
étnicas, lingüísticas o religiosas.
1993: Conferencia mundial de Derechos Humanos en Viena.
Esta recorrida sobre algunos hitos más notables, pone de relieve todas las acciones
tendientes a lograr el respeto por los derechos humanos y la configuración de los mismos
para sugerir sus diferentes especificaciones.
Cabe, a título de conclusión, lo vertido durante el desarrollo del presente capítulo.
La lucha por los derechos humanos ha sido y será una larga confrontación entre oprimidos y
opresores. Los derechos humanos, aún cuando filosófica y moralmente sean atribuidos por
el mero hecho de ser persona, sólo se consiguen con su permanente defensa. De esto ya se
dio cuenta la Comunidad Internacional, pero con eso sólo no es suficiente. La defensa es
una tarea de todos y la misma debe estar presente en todas las acciones que los humanos
llevemos a cabo.
6 Cesare Beccaria (1764) sostenía, respecto de la pena de muerte lo siguiente: “Esta inútil prodigalidad de
suplicios, que nunca ha conseguido hacer mejores a los hombres, me ha obligado a examinar si es la muerte
verdaderamente útil y justa en un gobierno bien organizado. ¿Qué derecho pueden atribuirse éstos para
despedazar a sus semejantes? Por cierto, no el que resulta de la soberanía y de las leyes” . Luego agrega: “No
es útil la pena de muerte por el ejemplo de atrocidad que da a los hombres. Si las pasiones o la necesidad de la
guerra han enseñado a derramar sangre humana, las leyes, moderadoras de la conducta de los mismos
hombres, no debieran aumentar este fiero documento, tanto más funesto cuanto que la muerte legal se da con
estudio y pausada formalidad. Parece un absurdo que las leyes, esto es, la expresión de la voluntad pública,
que detestan y castigan el homicidio, lo cometan ellas mismas, y para separar a los ciudadanos del intento de
asesinar ordenen un público asesinato”.
78
Bibliografía específica
ASSORATI, M.: (1996) “Perspectiva Histórica y desafíos futuros de los derechos
humanos”. Conferencia presentada en el Seminario “Universidad y Derechos Humanos”.
Universidad Nacional de San Luis. Argentina.
BECCARIA, C.(1764) “Tratado de los delitos y de las penas”. Colihue. Bs. As. , 1998.
BENN, S. Y PETRS, R.: (1984) “Los Principios sociales y el Estado democrático”.
EUDEBA, Bs.As.
CÓDIGO PENAL DE LA REPÚBLICA ARGENTINA.: (1977) Editor Víctor de Zavalía.
Bs. Aires.
EROLES, C.: (1996) “Conferencia sobre los Derechos Humanos”. Conferencia presentada
en el Seminario “Universidad y Derechos Humanos”. Universidad Nacional de San Luis.
Argentina.
JHONSON, H.: (1965) “Sociología”. Paidós. Bs. As.
KELSEN, H.: (1994) “Teoría Pura del Derecho”. EUDEBA. Bs. As.
LOCKE, J.: (1698) “Tratado sobre el Gobierno Civil”. Alianza. Madrid, 1990
RODRIGUEZ KAUTH, A.: (1989) “Los psicólogos y el derecho de los humanos a la paz”.
Rev. de Política Internacional, Belgrado, N° 941.
SOBOUL, A.: “Compendio de la Historia de la Revolución Francesa" Editorial Tecnos,
Madrid, 1972.
SPINOZA, B.: (1667) Tratado teológico político. Alianza. Madrid. 1986
VAZQUEZ, E.: (1985) PRN La Ultima. EUDEBA, Bs.As.
79
CAPITULO V
LA TORTURA7
En este capítulo abordaré el siempre complejo y, personalmente, difícil tema de la
tortura, fenómeno que puede ser leído como una expresión testimonial de las múltiples
violaciones de los Derechos Humanos que se sucedieron en la Argentina8 hasta no hace más
de dos décadas, en lo que estrictamente respecta a los derechos fundamentales de los seres
humanos.
Fernando Ulloa (en Terrorismo de Estado, 1987) sostiene que “… el área de los
derechos humanos no es un área cómoda en la realidad argentina. Nadie pretende
comodidad en materia tan necesariamente militante. Se dirá más bien que es incómoda por
lo menos en dos sentidos. En primer término, somos los que no queremos olvidar, los que
importunamos con la memoria de hechos terribles contra la condición humana. Pero es
también incómodo sostenerse y sostener nuestras tareas. ¡Quién quiere convivir próximo al
horror y sus efectos¡ Solamente desde una convicción ética podemos hacerlo. Aquí no
valen voluntarismos ni curiosidades más o menos macabras. Son de corto aliento para una
permanencia”.
Los caminos para hablar de la tortura son complicados y, valga el juego polisémico,
se representan tortuosos. El tema se puede abordar desde múltiples aristas: una sería
enfrentarlo desde la experiencia de los relatos personales; también se pueden hacer
investigaciones colectivas o bien, otra forma de intentarlo, es buscar las causas que llevaron
7 Publicado en Revista Iniciativa Socialista, Nro. 51. (1998) Madrid.
8 Como también ocurrió en el resto de “nuestra” América Latina.
80
a tales atrocidades reñidas con las más elementales normas de convivencia. Pero cualquiera
sea la manera o estrategia que se utilice para acercarse al tema, ésta nos conducirá necesaria
e ineluctablemente a un inevitable dolor. Es altamente probable que, tanto el autor –que
puede dar cuenta de lo que siente- como el lector, sintamos que estamos siendo objetos de
torturas.
Al ser sujetos involucrados de una manera necesaria en la misma historia 9, con la
misma geografía y con la triste certeza de que aquellos que torturaron, en el tristemente
pasado Proceso de Reorganización Nacional se encuentran en libertad, mezclados
anónimamente algunos de ellos con el resto de los ciudadanos; en tanto que otros están
claramente identificados, como es el caso del ex Capitán de Fragata Alfredo Astiz, llamado
el “ángel de la muerte”, que impúdicamente nos abofetea con declamaciones de terror desde
su tortuosa existencia, entre nosotros -los otros- sin ningún rasgo de remordimiento o culpa,
no puedo dejar de sentir miedo, miedo del pasado y del futuro.
Al abordar el tema por el lado de los testimonios, me puedo permitir relatar que un
amigo que vivió de cerca todo el horror de aquella época, me confesó que cada vez que se
cruza con un uniformado automática e impulsivamente tiende a agachar la cabeza. Cuando
los hechos represivos, él residía en la provincia de Córdoba, Argentina, allá por el año
1976. Su casa fue “invadida” por los “servicios” -denominación que reciben las distintas
fuerzas parapoliciales y paramilitares que actúan impunemente sin uniforme y de manera
clandestina, pero que provienen de las fuerzas represivas del Estado- y su padre fue
torturado en presencia de toda su familia. Esto quizás explique la mezcla de dolor y odio
9 Porque, entre otras cosas, somos historia.
81
que se entrecruzan en su interior cuando aparece ante su vista un uniformado.
La historia reciente, que parece extraída del infierno del Dante, nos involucra a
todos los seres humanos, y nos convoca a la reflexión. Es inevitable hacer referencia a ella
en este trabajo, así como es inevitable sentir dolor, miedo, bronca, impotencia y una enorme
soledad. Esa soledad producida por el enfrentamiento del hombre, con todas sus bajezas,
con el mismo hombre, con toda su nobleza.
La tortura se aplicó a los detenidos políticos, o sospechados de hacer política “fea y
sucia”, entiéndase por esto adherir a ideologías progresistas, centristas o de izquierda10
,
desde la evaluación hecha a partir de la particular lectura que tenían los militares -y las
demás fuerzas policiales- durante la época de la década de los años ´70, y especialmente
desde que las Fuerzas Armadas arrasaron con las instituciones y se enquistaron en el poder
a principios de 1976. Rodríguez Kauth (1997) sostiene que estas “malas costumbres”
incorporadas por los militares Argentinos, fueron parte de una estrategia diseñada en los
EE.UU., en la Escuela de las Américas, que estuvo en funcionamiento en Panamá entre
1946 y 1984. A partir de 1984 la trasladaron a terreno norteamericano (¡cómo si Panamá no
lo hubiera sido!), en el Estado de Georgia.
En aquella “Escuela” se utilizaban siete Manuales, preparados por el Pentágono, la
CIA y el Departamento de Estado yanqui, que pertenecían al Proyecto “X”, el cual
pretendía ser de asistencia en inteligencia al exterior por parte del Ejercito de EE.UU.. En
esa Escuela estudiaron más de sesenta mil oficiales y suboficiales latinoamericanos,
10
Utilizara sus neuronas para horrorizarse ante una injusticia: Cualquiera sea esta : política, social, educativa,
etc.
82
financiadas sus estancias por nuestros gobiernos. En sus oscuros claustros no aprendieron a
leer, precisamente, El Quijote de la Mancha ni El Principito; aprendieron a reprimir y a
hacer desaparecer a todo insurgente con olor o aroma a comunista o algo semejante que
estaba ligado con lo que consideraban subversivo. Situación que convirtió a todo aquél que
pensara, es decir, que utilizará sus neuronas para horrorizarse ante una injusticia, en
sospechoso, dando así por resultado -en la pobre y triste imaginación militar- un número
elevadísimo de comunistas que hubiera envidiado el mismo Lenin, que “atentaba” contra
los ideales “occidentales, democráticos y cristianos”. De hecho, el grave problema de la
izquierda en general y del comunismo en particular, en la Argentina, fue siempre el escaso
número de adherentes a sus ideas y los escasos instrumentos o estrategias para atraer
“camaradas”, con un discurso lastimero de reivindicaciones en el cual todo un país –hasta el
proletariado- se creía rico. En dónde existía una clase media fuerte y un proletariado
manejado -desde mediados de la década de los ´40- por el populismo peronista. Los
militares del proceso de reorganización nacional, en pos de sus perversos objetivos,
falsificaron una guerra, a la que bautizaron con el nombre de “guerra sucia”. Andersen
(1987) sostiene que “… en esa supuesta guerra, muchos de los guerrilleros estaban
infiltrados por los organismos de seguridad hasta un grado tal que cabe cuestionar los
verdaderos propósitos de varios de los actos más violentos y la autenticidad de la amenaza
que presentaban”.
La razón de aquel entrenamiento militar mencionado en los primeros párrafos del
capítulo, respondió a la necesidad imperiosa y arcaica de los Estados Unidos de
Norteamérica de manejar a nuestra Latinoamérica como su patio trasero, obviamente que
83
esta consideración obedecía al interés por hacer excelentes negocios en sociedad con la
oligarquía local. Para eso, durante años, ha invertido dólares y esfuerzos, que han sido
recompensados enormemente, para penetrarnos con su imperiocapitalismo, siendo sus
archienemigos aquellos que están en oposición de su proyecto de colonización y
explotación de los países dependientes.
Por cierto que la tortura ya era una práctica ampliamente utilizada por las fuerzas
policiales vernáculas. Los militares, “los defensores de la patria”11
, la utilizaron contra
mujeres embarazadas y personas indefensas, tratando de “arrancar” confesiones o datos
sobre el enemigo. Torturaban a los padres delante de los hijos, y viceversa.
En el libro de la CONADEP (Comisión Nacional para la Desaparición de Personas,
creada por el Ex presidente Raúl Alfonsín, en 1984, que recopiló información sobre
desapariciones y detenciones ilegales y los volcó en un informe llamado “Nunca Más)
figuran testimonios de las víctimas de la represión militar que en muchos de los casos se
asemejan al Holocausto producido por los nazis contra los judíos.
La tortura no sólo fue física. En Rodríguez Kauth (op.cit.) leemos: “El detenido era
también sometido torturas psicológicas, como lo era la situación de aislamiento forzado y
de no reconocimiento del paso del tiempo por estar encerrado en una fosa, o en una celda,
aislado y sin comunicación alguna que no sea la que le efectuaba periódicamente su
“interrogador”, para el cual se recomendaba que éste utilizara un nombre de combate, es
decir, falso. Básicamente las recomendaciones ofrecidas -desde los manuales- apuntaban a
11
O los salvadores de la patria al decir de S. Bullrich.
84
quebrar psicológicamente a los detenidos, para la cual el factor sorpresa en el operativo
de detención era uno de los elementos claves. Con relación al aislamiento del detenido,
tenía por objeto el de quebrar sus resistencias psicológicas para prestar colaboración con
los interrogadores, a los cuales consideraba sus enemigos (¿acaso no lo eran...?). La
inmovilidad, la pérdida del conocimiento del paso del tiempo, el desconocimiento del lugar
de detención, la ruptura de las rutinas en cuanto a horarios y comidas. A todo esto debe
sumársele la falta de regulación térmica del recluso por falta de vestimenta adecuada con
la humedad ambiental y a las temperaturas que oscilaban del frío al calor
discontinuamente; como así también la privación de estimulación sensorial y hasta el uso
de drogas verdaderas o falsas (placebos)”.
Un ex profesor de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina, el Dr. Eduardo
Llosa, estuvo detenido durante ocho largos años, prácticamente durante toda la dictadura
militar. Relataba que a los reclusos no les permitían ningún tipo de expresión afectiva entre
los detenidos. No podían tocarse, ni abrazarse, ni darse la mano. No les permitían cantar.
Cuando él recuperó la libertad, le entregaron las cartas enviadas por sus hijos durante los
años de cautiverio, cartas de las que él tuvo desconocimiento hasta cuando recién salió en
libertad.
La tortura no ha sido exclusiva de la Argentina, sino que ha sido una práctica
corriente en el resto de Latinoamérica, en Sudáfrica, en Rusia, en la China y en todos los
confines del mundo12
. No deja de ser un dato que llama poderosamente la atención, el
hecho de que los militares argentinos, entrenados en la tortura, asesinato y desaparición de
12
Y este no es un juicio arbitrario de generalización.
85
personas fueron los primeros instructores de los contras nicaragüenses durante el gobierno
sandinista de Ortega. Los militares salvadoreños y los jefes de los escuadrones de la muerte
también fueron apoyados y entrenados por los militares argentinos (Mohamed Alí
Seineldín, militar argentino, detenido y condenado por alzarse contra la democracia en el
gobierno de Menem, fue asesor y confidente de Manuel Noriega en Panamá). Los militares
peruanos sostenían que para derrotar al grupo terrorista Sendero Luminoso debía emplearse
una “solución argentina”, en clara alusión a la forma de exterminio utilizada durante los
años de plomo (Andersen, 1987).
En Chile la tortura también estuvo presente durante los años en que la salvaje
dictadura de Pinochet alcanzó el poder militar y político luego del derrocamiento del
Presidente constitucional Salvador Allende, en 1973. Héctor Pavelic Sanhueza (1998),
detenido por los militares chilenos en el campo de concentración de Pisagua, al norte de
Chile, con elocuencia relata en sus “Noches de no dormir”:
“Los tormentos comenzaban cuando caía la noche, era como revivir todo de nuevo,
comenzaban los temblores, entre el dormivelia (sic) venían los saltos en la cama, era como
si la corriente penetrase nuevamente en ti y recorriera las partes más sensibles de tu
cuerpo, luego venían las imágenes, ahí era cuando comenzaba nuevamente la tortura, pero
esta vez era en tu mente y es tan atroz como lo fue en el momento que tuve que estar en
manos esos canallas, sentía su fétido olor, los excrementos y la orina se mezclaban con los
vómitos, la sangre y su olor lograba sepultar los demás, el dolor de la descarga eléctrica te
sacudía una y otra vez hasta dejarte inconsciente, te revivían con los golpes de puño y las
preguntas que te volvían a aturdir, ¿dónde están ?, ¿dime dónde está Miguel ?, ¿dónde
86
tienen las armas?... Esas son las palabras que recorren mi cuerpo mancillado por el dolor
infligido en esas terribles noches y días que tuve que soportar, luego vino lo más atroz ...”
En estos momentos de libertad política que vivimos, es casi increíble pensar que
hayan ocurrido los hechos denunciados. Que nuestra sociedad haya estado tan dividida, que
los valores fundantes hayan quedado olvidados en las vidas que se llevó El Vesubio13
; en
los niños que se robó el proceso, en las bocas que se silenciaron en la ESMA14
; en los
cuerpos que “volaron” -y esta expresión no es en absoluto metafórica- desde los aviones de
la Aeronáutica Naval15
; en los cadáveres que no tienen nombre y esperan silenciosamente
en fosas comunes y en cementerios aún no encontrados que en alguno de esos lúgubres
lugares alguien los identifique y se pueda cerrar la etapa tan dolorosa del duelo por parte de
sus deudos y sobrevivientes; en la memoria de los heridos y lastimados físicos y
psicológicos; en las incansables e insolentes caminatas de las Madres de Plaza de Mayo que
en sus vueltas en derredor del centro de la misma pareciera que buscaran lo inhallable, pero
que en el caminar estuviera el éxito; en los que no pudieron volver del exilio exterior y que
dejaron a sus familiares y sus raíces abandonadas en el olvido de un exilio forzado por el
miedo a “ser boleta”16
, el cual no es en absoluto reprochable; en los que no pudieron volver
del horror en que fueron sepultados en vida; en todos los libros que se quemaron en las
bibliotecas públicas y privadas, como una forma de eliminar el pensamiento; en las ideas
13
Centro clandestino de detención y tortura de personas dependiente del Servicio Penitenciario Federal,
ubicado en Buenos Aires 14
Siglas con que se ha popularizado el nombre de la Escuela de Mecánica de la Armada, uno de los centros
clandestinos de detención que funcionaba bajo la dependencia de la Armada Argentina. Esta ubicado en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 15
Datos estos que estuvieron mucho tiempo transitando el imaginario popular, pero que fueron confirmados y
confesados por uno de sus protagonistas, el Capitán de Corbeta (R) Francisco Scilingo en el Libro “El Vuelo”,
de Horacio Verbitsky (1995). 16
Término que en la jerga de aquellos años de plomo significaba que o bien estaba condenado a morir en un
enfrentamiento o a ser desaparecido en los oscuros vericuetos de algún centro de detención.
87
que se mataron, no solamente al eliminarse físicamente a sus portadores, sino también al
dejar que la utopía cayera en la desesperanza y el oportunismo; en fin, en el país que no
pudo ser porque se les ocurrió a los esclarecidos mesiánicos de uniforme verde oliva -o azul
marino, o gris- y que lo asesinaron, pero primero fue múltiples veces violado, ultrajado,
picaneado, atormentado y atropellado.
Y en este punto podemos presentar algunas preguntas: ¿Qué lugar ocupamos y qué
responsabilidades nos cabe a quienes por ser demasiado jóvenes no teníamos la posibilidad
de la participación. Es conveniente tratar estos temas en estos momentos con la tranquilidad
que ofrece la distancia temporal. ¿Es que acaso debemos hacer un silencio respetuoso por
todo el dolor producido, o ese silencio puede convertirnos en cómplices de la macabra
historia?.
Y, simultáneamente a las preguntas van surgiendo algunas respuestas
espontáneamente, otras salen de los oscuros espacios de la meditación y la reflexión. Pero
todas estas palabras quieren luchar contra el silencio. Silencio que no es olvido, sino que es
miedo producido por la censura del terror de Estado. Ha sido el silencio de la autocensura,
que muchos de nosotros hemos recibido como un mandato social, una obligación a cumplir:
“no te metas”; “por algo se lo llevaron”; “yo, argentino” a lo que cabe agregar que esto
último suena a decir, “yo no me comprometo”.
En nuestra sociedad occidental el psicoanálisis nos ha enseñado que solo podremos
tener un presente mejor en tanto revisemos nuestra historia. Y esta parte de la historia
social, colectiva, que es traumática y traumatizante, es la que nos toca revisar en este
momento. Por eso el dolor que se siente y atenaza las entrañas. Aún cuando nunca una
88
picana se acercó a nuestro cuerpo físico, pertenecemos a un cuerpo social que continúa
lastimado y también dividido. La historia común nos involucra socialmente. No somos otra
cosa que sujetos que estamos sujetados a nuestra historia. Y nuestra historia personal está
necesariamente atravesada por la historia social. Por eso no podemos llamarnos a hacer
silencio. La historia intenta hablar por nosotros. Por eso las cicatrices sociales siguen
sangrando y muchas heridas las vemos en nuestros brazos y en nuestras manos. Por eso nos
cuesta escribir... Esas heridas que mantienen a la sociedad argentina dividida, reclamando
justicia a una de las dos argentinas en que podemos escindir arbitrariamente al país, a la vez
que reclamando olvido y gratitud a la otra Argentina, la Argentina de los genocidas,
secuestradores y ladrones de bebés nacidos en cautiverio.
Pero es necesario enfrentar la historia, que es la única manera con que contamos
para poder resignificarla. Podemos describir los hechos de la manera en que sucedieron,
pero necesitamos tener la suficiente claridad intelectual para saber en dónde estamos
parados. Esta claridad ideológica que es la que cuestiona y condena totalmente a la tortura,
como práctica social de los Estados terroristas y/o de los grupos u organizaciones
terroristas. Esta cuestión está fuera de discusión. Tampoco queremos -en un afán regresivo
de revancha- la tortura para los que torturaron, que ellos se la arreglen solos con su propia
consciencia, con sus esfuerzos por esquivar los alcances de la justicia y con el peso del
castigo silencioso y reprochante que la historia les ha reservado. No obstante, queremos que
se haga justicia.
La tortura –física o psicológica- es una de las violaciones más flagrantes a los
derechos humanos que se puedan concebir. La mayoría de las veces se tortura a quienes
piensan diferente, específicamente en lo que respecta a ideas políticas. Es un castigo
89
primitivo donde parecería que la fantasía de aquél que la aplica está en dañar el cuerpo del
que en su registro personal percibe el universo desde otro lugar. Se intenta que el otro expíe
la culpa del pensar distinto, aplicándole un castigo que provocará un gran sufrimiento
físico, como si de esa manera las ideas pudiesen arrancarse del cuerpo; como si sólo el
cuerpo guardase las ideas...
El torturador aprovecha el estado de indefensión en que se encuentra su torturado, a
quién no se le permite defenderse. Lo somete a una terrible humillación, de tipo
psicológica, social, física. Vuelca en él toda la perversión de su resentimiento, todo el
silencio que esconde su ideología autoritaria y fascista.
La total intolerancia aparece en el acto mismo de la tortura. Ahí el torturador intenta
una comunión con su torturado borrando las diferencias personales, ideológicas, de clase,
de educación, de valores; buscando la indiferenciación con el otro. La víctima debe pensar
como su torturador; el torturador no soporta en su mente las diferencias y se aproxima al
cuerpo del torturado a través de su intolerancia, la que convierte en castigo y humillación
física y moral. Al igual que en la antigua Inquisición, el torturador contemporáneo presume
que le está haciendo un favor a su torturado: lo está purificando, lo redime a través del dolor
y de la humillación de su universo creído como certero. Sólo el torturador conoce cuál es la
verdad, la única verdad, y está dispuesto a compartirla con su torturado. La aproximación
desde el torturador sólo es física, no puede hacerlo desde las ideas. Su pensamiento no
seduce; sólo puede acercarse al otro a través de su cuerpo que viola, ultraja, humilla, daña,
mancilla, enajena. Sin darse cuenta que él mismo también se está enajenando con su
lenguaje de dolor y sufrimiento. Sin reconocer la gravedad de su acto. Sin entender que al
dañar a un hombre daña a la humanidad, a la que también pertenece. Pero el torturador no
90
entiende esa categoría valorativa; por el contrario, él sostiene que ha hecho una redención,
por eso no se arrepiente; es más, busca que la sociedad, que los otros, lo premien por su
labor.
La tortura fue abolida en la Argentina en 1813, conjuntamente con la esclavitud y
otras formas de violencia contra el ser humano. Es un delito que está penado con prisión,
encuadrado en el Código Penal en los delitos contra las personas, capítulo II, Lesiones,
Artículo 89, 90, 91. Además, está prohibida por la Convención de Ginebra de 1949, donde
se aprobaron las cuatro convenciones sobre el Derecho Humanitario o Derecho de la
Guerra, tal como se detalló en el capítulo anterior.
Durante la dictadura militar que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983, la práctica
de la tortura fue permanente y se consolidó, conjuntamente con el asesinato, la desaparición
de personas y el robo de bienes materiales y hasta de menores, como una práctica del terror,
la cual era esgrimida y sostenida desde el Estado.
Al respecto, Duhalde, en el libro Terrorismo de Estado (1987) sostiene que “… la
forma de perversión de las instituciones y de la convivencia social que es el terrorismo de
Estado aparece generalmente identificada con la actividad del Estado dictatorial”. Sin
embrago, más adelante agrega, “… ambos no son expresiones indivisibles. Por ello las
prácticas terroristas de estado no comenzaron en nuestro país el 24 de marzo de 1976.
Perseguidos políticos, desaparecidos, asesinados y presos políticos al margen de toda
juridicidad formaron parte de la degradación de las instituciones de la Nación con
anterioridad a esa fecha. Es precisamente ese proceso creciente de las prácticas ilegales
promovidas desde el propio estado el que fue generando las condiciones para la
91
instauración del modelo antidemocrático donde el uso sistemático del terrorismo se fue
implementando hasta convertirse en un verdadero Estado terrorista”.
Duhalde (op.cit.) añade en otro párrafo: “Lo absolutamente grave de la situación
descripta es que el ejercicio del terrorismo de Estado no se limita a la violación de su
propia normativa por parte de determinados gobiernos o sectores de poder dentro de los
aparatos del Estado democrático, sino que ha ido constituyéndose en una filosofía y una
doctrina política, que señala el grado de crisis de este modelo social. Por cierto que -
aunque no sea el objeto de análisis de estas reflexiones- el nacimiento de esta filosofía
justificadora del terrorismo de estatal está simbióticamente ligada, las más de las veces, a
la supervivencia de modelos económicos y sociales injustos basados en el hambre y
explotación de amplias capas de la población”. “La filosofía del terrorismo de Estado se
enuncia partiendo de supuestos que contradicen las bases fundamentales del Estado
democrático burgués, sosteniendo que el principio de sujeción a la ley, la publicidad de los
actos y el control judicial de los mismos, incapacitan definitivamente al Estado para la
defensa de los intereses de la sociedad. Razón por la cual se afirma que es imprescindible
apelar a medios <no convencionales> y violentos para luchar eficazmente contra el
terrorismo y la subversión. <Nadie puede ampararse en los derechos y las leyes para
violarlas>, se dice, y en consecuencia, <no puede haber protección de la ley para los que
están al margen de la ley>”. “Aparece como sustrato de dicha concepción la necesidad de
la estructuración de actividades ilegales y clandestinas, y de utilizar el terror como
método”. “Como bien sostiene Amnistía Internacional, <el medio habitual al que recurren
los gobiernos para encubrir su responsabilidad en los homicidios políticos es el ocultar la
identidad de los homicidas, pretendiendo que los crímenes fueron obra de grupos
92
clandestinos fuera del control del Gobierno”. “Desde la práctica sistemática de la tortura,
la autorización policial para matar en lugar de capturar vivos, junto a las represiones
brutales a colectivos sociales, hasta llegar al crimen político y a la organización de
<operaciones ilegales especiales>, la escala ascendente del terrorismo de Estado necesita
también -aunque no se asuma públicamente esta filosofía- niveles de legitimación social”.
Existieron, en la Argentina, alrededor de 34017
centros clandestinos de detención y
tortura, que dependían de las Fuerzas Armadas (Ejercito, Armada y la Fuerza Aérea), de la
Policía Federal Argentina, de la Gendarmería Nacional, de la Prefectura Naval y de las
Policías provinciales. En esta exposición mencionaré algunos de ellos: “La Mansión Seré”,
que funcionaba en el casco de la estancia de la familia Seré, en Morón, Buenos Aires; “La
Perla”, que fue el principal campo de concentración de la provincia de Córdoba, ubicado a
12 kilómetros de la capital, donde actualmente funciona el Escuadrón de Exploración de
Caballería Paracaidista IV; “El Campito”, que estaba en la guarnición militar de Campo de
Mayo, en la Provincia de Buenos Aires. En este último, a los detenidos se los recluía en un
galpón cercano al aeródromo desde donde partían los llamados “vuelos de la muerte”, que
hacen referencia al hecho aberrante en el que a los detenidos, luego de inyectarles drogas
sedantes, los subían semi conscientes a aviones militares y luego os arrojaban al Río de la
Plata, donde perecían ahogados. Asimismo vale recordar a la Compañía VIII de
Comunicaciones del Ejercito, en la provincia de Mendoza; “El Olimpo”, en el barrio de
Floresta, Buenos Aires. Allí se encuentra en la actualidad la Planta Verificadora y sección
mantenimiento de automotores de la Policía Federal; “El Pozo de Banfield”, en Buenos
Aires, que es actualmente la sede de la Policía Ecológica; “El Pozo de Arana”, en Quilmes,
93
también en Buenos Aires, donde hoy está la Brigada de Investigaciones de Quilmes; “La
Escuelita”, en la provincia de Tucumán, llamada así porque había sido instalada en lo que
había sido una escuela rancho. Actualmente allí funciona la Escuela Diego de Rojas de
Famaillá; “El Motel”, también en Tucumán, donde funciona en la actualidad un geriátrico;
también en Tucumán, en pleno centro de San Miguel, funcionó un centro clandestino de
detención en la Jefatura Central de Policía, donde en la actualidad está la Secretaría de
Educación de la provincia; “Automotores Orletti”, en Floresta, Buenos Aires. Era un
antiguo taller alquilado por el ex integrante de la “Triple A” (Alianza Anticomunista
Argentina), que era miembro de un grupo parapolicial, Aníbal Gordon, dónde, como si allí
nunca hubiese pasado algo significativo, funciona el taller mecánico Automecánica.
Todo esto no significa que no se reconozca que también la guerrilla utilizó aquellas
prácticas tenebrosas, reprochables desde todo punto de vista, pero se hace necesario
distinguir la actividad de aquellos que eran comandados desde el Estado Nacional, lo que
los convertía a este en un Estado terrorista, de aquellos grupos que intentaban tomar el
poder, cuyo poder de movimiento y de fuerzas era mucho menor en relación al que poseía el
Estado que, es el que dispone del monopolio de la “fuerza”. A partir de esta distinción
observamos con una grave preocupación el hecho de que el Estado, que debe ser quien
proteja la vida de las personas a través de garantizarle sus derechos, se haya convertido
durante esos largos y tristes años en el promotor del terror, torturando a gran cantidad de
personas y haciendo desaparecer a otras tantas. El Estado es quien tiene el monopolio de la
fuerza por cesión explícita de la ciudadanía, pero para mantener la paz interior, aplicando
para ello las normas constitucionales en vigencia.
17
En la actualidad se están encontrando datos de que existieron más centros de detención.
94
A partir del 24 de marzo de 1976, el ordenamiento jurídico constitucional de la
Argentina fue alterado por las disposiciones emitidas desde el gobierno militar, las que
afectaron la plena observancia y ejercicio de los derechos humanos, no obstante que en el
Acta del 24 de marzo de ese año, por la que se fijó el propósito y los objetivos básicos para
el proceso de reorganización nacional, se establecieron entre sus objetivos la “… vigencia
de los valores de la moral cristiana, de la tradición nacional y de la dignidad del ser
humano” y la “vigencia plena del orden jurídico y social”. Estas manifestaciones aparecen
como una burla a la inteligencia y sensatez humana, ya que los que usurparon el poder en
nombre de la patria y de los consabidos valores cristianos, no respetaron a la ley, puesto que
guardaron celosamente la Constitución Nacional bajo la llave de la omnipotencia, la
prepotencia, la ignorancia, la violencia y el horror.
En el “Informe sobre la situación de los derechos humanos en la Argentina” (1984),
aprobado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de los
Estados Americanos el 11 de abril de 1980, encontramos un apartado que hace referencia a
los apremios ilegales y torturas. En el mismo se detalla lo siguiente:
la tortura y los apremios físicos se llevaban a cabo principalmente en la
etapa de los interrogatorios a detenidos/desaparecidos;
muchos de los medios para la aplicación de apremios ilegales y para la
ejecución de la tortura física, como psíquica y moral, se habrían puesto en
práctica en lugares especiales de detención donde las personas fueron
llevadas para interrogatorios. Los mismos se conocieron como
“chupaderos”, e inclusive, en algunos casos, en los propios centros
95
carcelarios del país. Estos procedimientos de tortura se prolongaron en
muchas ocasiones hasta por varios meses en forma continua, en las
llamadas “sesiones para interrogatorios”.
Hubo varias modalidades de torturas:
golpizas brutales en perjuicio de los detenidos, que en muchos casos
significaron quebradura de huesos y la invalidez parcial; en el caso de
mujeres embarazadas la provocación del aborto; también estas sesiones de
tortura coadyuvaron al posterior deceso de algunas personas que fueron
detenidas. Estas palizas fueron proporcionadas con diferentes tipos de
instrumentos, con los puños, patadas y con herramientas metálicas, de
goma, madera o de otra índole. Hay denuncias que refieren casos en que la
vejiga había sido reventada y habían sido quebrados el esternón y las
costillas o se habían producido lesiones internas graves;
el confinamiento en celdas de castigo, por varias semanas, de los detenidos
por motivos triviales, en condiciones de aislamiento desesperante y con la
aplicación de baños de agua fría, para quebrarles la moral;
la sujeción de los detenidos, maniatados con cadenas, entre otros lugares
en los espaldares de camas y en los asientos de los aviones o de los
vehículos en que fueron trasladados de un lugar a otro, haciéndolos
objeto, en esas condiciones, de toda clase de golpes e improperios;
la actuación de simulacros de fusilamiento y en algunos casos el
fusilamiento de detenidos en presencia de otros detenidos, inclusive de
96
parientes de los mismos;
la inmersión mediante la modalidad denominada “submarino”, consistente
en que a la víctima se le introduce por la cabeza, cubierta con una capucha
de tela -de manera intermitente- en un recipiente de agua, con el objeto de
provocarle asfixia al no poder respirar, y obtener en esa forma tan
cristiana y humana, la declaración que se esperaba sacarle;
la aplicación de la llamada “picana”18
eléctrica, como método
generalizado de tormento, sujetándose a la víctima a las partes metálicas
de la cama al tiempo en que se aplicaba el paso de corriente eléctrica.
Toda esta maniobra de una exquisitez propia de los inquisidores, a efectos
de que el torturado reciba elevados voltajes de electricidad, entre otras
zonas del cuerpo, en la cabeza, las sienes, la boca, las manos, las piernas,
los pies, los senos y en los órganos genitales; con el complemento -bien
sádico, por cierto- de mojarles el cuerpo para que se faciliten los impactos
de las descargas eléctricas. En muchos de los casos de aplicación de la
picana se mantenía un médico -cómplice de los torturadores y miembro de
las Fuerzas de seguridad- al lado de la víctima para que controle la
situación de la misma, y evitar que el “paciente” se les muera en la sesión
como consecuencia de los “shocks” que se producían durante el
tratamiento;
otra práctica habitual era la quemadura de los detenidos con cigarrillos
18
Cabe acotar que existen quiénes sostienen, con orgullo lleno de picardía, que la picana es un triste invento
argentino puesto en funcionamiento por la Policía Federal Argentina en la época en que era comandada por el
Coronel Ramón Falcón.
97
encendidos -o apagarles colillas- en distintas partes del cuerpo, hasta
dejarlo cubiertos el mismo de llagas ulcerosas;
la aplicación a los detenidos de alfileres y otros instrumentos punzantes en
las uñas de las manos y los pies;
las amenazas o consumación de violaciones genitales tanto de mujeres
como de hombres;
el acorralamiento de los prisioneros con perros bravos entrenados por los
captores para tal efecto, hasta llegar al desgarramiento muscular del
detenido;
el mantenimiento de los detenidos encapuchados por varias semanas,
acostados y atados de pies y de manos mientras no se perdía oportunidad
de golpearlos insistentemente y sin misericordia alguna;
la suspensión de los detenidos amarrados o esposados de las manos y
sujetos por barras metálicas o de madera -u otros artefactos- del techo,
manteniéndoles los pies a pocos centímetros del suelo, el que se cubría con
pedazos de vidrio. También casos en que las víctimas son colgadas de las
manos o de los pies produciéndoles fracturas de la cadera o de otras
partes del cuerpo, además del consabido dolor físico o terror psicológico;
el mantener a los detenidos/desaparecidos por tiempo prolongado -largas
horas- de pie e inmóviles;
la aplicación de drogas a los detenidos, o de suero e inyecciones como
consecuencia de las prolongadas torturas cuando perdían el conocimiento
y para que pudieran continuar en la “sesión”;
98
el clásico procedimiento de requisas carcelarias a los detenidos, el que se
llevaba a cabo en forma minuciosa y con abusos ultrajantes en todas
partes del cuerpo (ano, vagina, por ejemplo);
la aplicación del tormento conocido como el “cubo” consistente en la
inmersión prolongada de los pies en agua bien fría y luego en agua
caliente.
Estas son algunas de las múltiples descripciones escalofriantes a que
nos remite la investigación y la memoria. Nos remontan a las lejanas épocas
del primitivismo humano; cualquiera de los hechos relatados no pueden menos
que dejar de escandalizar a cualquier persona que tenga un mínimo de
sensibilidad humana. Fue el Estado puesto al servicio del terror, generando el
terror desde adentro de sus entrañas. Si se quiere, se trató de la cultura del
nacional socialismo alemán recorriendo nuestras pampas y matando a nuestras
gentes.
Kordon y otros (1986) sostienen que si bien la tortura no puede ser calificada en
términos psicológicos, involucra, por ser un método de represión política, procesos
de naturaleza psicológica. Los describen de la siguiente manera:
Ataque a la identidad: la tortura pretende afectar la identidad de la víctima,
entendiendo por identidad el conjunto de representaciones y la valoración que un sujeto
posee de sí, que le produce un sentimiento de mismidad y que le permite mantener la
cohesión interna a lo largo del tiempo. La agresión física y psicológica, instrumentada con
modalidad sádica, intenta colocar a la víctima en situación de “estar a merced” y producir
los efectos de la despersonalización. Los ataques físicos tienden a producir vivencias de
99
aniquilamiento y de destrucción del esquema corporal. El desaparecido es una persona
sometida a una deprivación sensorial y motriz generalizada (manos atadas, ojos vendados,
prohibición de hablar, limitación de todos los movimientos), en condiciones de
alimentación e higiene propia de subhumanos, sin contacto con el mundo exterior, que no
sabe dónde está aunque a veces pueda adivinarlo, y que sabe que afuera no saben dónde está
él, con absoluta incertidumbre sobre su futuro. Para el caso de los presos reconocidos se
producían permanentes traslados de una lugar de detención a otro con los ojos cerrados y
que terminaban siempre en golpizas. La posibilidad de ser transformados en desaparecidos
o ser torturados, fuera del penal o en el calabozo de castigo, estaba siempre presente como
un fantasma que se movía entre sombras tortuosas.
Omnipotencia: se presenta un modelo bipolar, a través de la lógica arcaica
omnipotencia-impotencia. Los torturadores pretendían crear efectos de impotencia física y
psicológica en la víctima, presentándose ante ella como dueños absolutos del poder sobre
los destinos de su vida e integridad y con supuestas garantías de impunidad.
Escarmiento e intimidación: se tiende a reproducir en el sujeto el efecto de los
castigos sufridos en la infancia. Con tal efecto de escarnio se pretendía alcanzar a aquellas
personas que, sin haber sido torturadas de manera directa, conocen la existencia de que la
misma es practicada y, el terror que ésta determina, los lleva a grados diferentes de
inhibición del pensamiento y la acción o a actuaciones.
Vicisitudes de la autoestima: entendiendo por autoestima, en sentido amplio, la
valoración que un sujeto posee acerca de sí mismo. En el individuo objeto de torturas se
produce una confrontación entre la imagen que tenía de sí y la que surge de su
comportamiento frente a una situación ante la cual debe necesariamente ofrecer una
100
respuesta. La tortura es una experiencia que pone en movimiento todos los resortes del yo,
las ideas y la capacidad defensiva de la víctima. Aquellas personas que mantuvieron una
actitud de no responder a los requerimientos de información a que se los sometía,
preservaron en mejor medida su autoestima y se hallaron en mejores condiciones de
retomar su vinculación con el entorno sin necesidad de recurrir a actitudes de aislamiento o
cambio de grupos de carácter amistoso, laboral o ideológico. Estas personas, en situaciones
límites, mantuvieron o reforzaron la autoestima, ya que respondieron a su ideal del yo.
Un procedimiento intencional utilizado frecuentemente por el torturador es
promover efectos de intensa desvalorización o denigración en los detenidos, creando
situaciones grupales de rechazo entre sus compañeros a través de falsas imputaciones y el
surgimiento de sospechas mutuas de, por ejemplo, haber delatado a un compañero durante
una sesión de picana eléctrica. Una joven que al ser detenida fue torturada varios días
mediante el uso de distintos métodos, recuerda como su experiencia más traumática –entre
todas las que sufrió- fue la de haber sido acusada de homosexualidad por sus guardias en el
penal, lo que se produjo poco después de haberse negado a firmar una declaración en la que
renegaría de su ideología.
Angustia: se produce la angustia automática, que es la reacción de un individuo que
se encuentra en una situación traumática, es decir, sometido a una afluencia de excitaciones
de origen –tanto externo como interno- sobre las que él no tiene dominio alguno. Ese efecto
es buscado por los torturadores, aunque al tener honda significación individual les resulta
difícil de detectar, lo cual les impide utilizarla a su favor repetidamente.
La condición misma de desaparecido, el hecho de no ser llamados por el nombre
durante largo tiempo, también producen angustia automática.
101
Comprensión intelectual: la comprensión intelectual de lo que está ocurriendo actúa
como defensa, defensa entendida en sentido amplio, como acción protectora del yo, y no
como mecanismo de defensa. Bruno Bettelheim (citado en Kordon y otros, 1986) sostiene
“… la defensa intelectual mediante la comprensión era la seguridad más eficaz de que no
se estaba indefenso del todo, y hasta se podía salvaguardar la personalidad ante una
amenaza crítica”. “Me estaban destrozando el cuerpo, pero la cabeza me seguía
funcionando, y aunque ellos no creían, yo estaba pensando” (se trata de expresiones de un
ex detenido).
La comprensión intelectual de lo que sucede favorece, además, la posibilidad de
tolerar en mejores condiciones los períodos prolongados de detención.
Vinculado a esta actitud defensiva ubicamos al reconocimiento del lugar que cada
uno ocupa en la situación de tortura, es decir, la comprensión de que el acto de tortura
corresponde a una situación social que determina su existencia y que las posiciones de
torturado y torturador están determinadas por la inserción en dicho sistema en lugares bien
definidos, no tratándose de un ejercicio individual de sadismo. “Uno es libre para elegir”.
“No es por mí que me torturaron”.
Intensificación de los sentimientos de pertenencia social: este sentimiento se
incrementa durante los períodos de la detención y la tortura, ya que está al servicio de
preservar al yo, teniendo en cuenta la situación de aislamiento real respecto del mundo
exterior.
Mantenimiento de la dignidad personal: esta actitud está relacionada con dos
apartados que ya fueron descriptos: la preservación de la autoestima y la comprensión
intelectual.
102
Muchas mujeres detenidas, a pesar de saber que serían torturadas desnudas, se
niegan a desvestirse o solicitan hacerlo sin la presencia de los torturadores.
Secuelas: se observaron secuelas en todas las personas que han sido torturadas. En
algunos casos se generan síntomas de carácter estable, que no requieren estímulos
específicos para su reproducción, por ejemplo frigidez, amenorrea, o la aparición de
ansiedades de tipo fóbico o paranoide. La presencia de situaciones que desencadenan
neurosis traumáticas o equivalentes menores de las mismas es general. La percepción de
ruidos fuertes o de conversaciones en voz muy alta producen, durante largo tiempo, en
muchas personas, crisis intensas de angustia por hallarse esos estímulos asociados a gritos
de torturados. Bocinas, silbatos de trenes, sirenas, etcétera, provocan efectos similares. El
encuentro callejero circunstancial con un torturador puede producir momentos de intensa
angustia paralizante. Una persona describe que se agita intensamente cada vez que escucha
pasos cerca de su departamento, sintiendo algo así como “me vienen a buscar”. Un ex
detenido relata que necesita beber mucha agua y no tolera la idea de no tener agua y pan
disponible, vinculado esto a la situación de tortura, detención y privación prolongada.
Para cerrar el capítulo del tratamiento que hacen Kordon y otros (1986) donde se
menciona el tema de la tortura, los autores señalan que resulta interesante apuntar que casi
todos los entrevistados por ellos sostenían que la tortura es una experiencia de carácter
personal tan intensa que no suelen hablar de ella en su vida cotidiana.
En Ulloa (1987) encontramos, en relación con el trabajo que se ha hecho desde el
Movimiento de Solidario de Salud Mental que -en su trabajo clínico- “… una de las dudas
más terribles que se presentan en algunos historiales de niños afectados, testigos
presenciales directos en general e inevitablemente próximos a la tragedia en todos los
103
casos, es acerca de la oportunidad de elaboración que tienen de los hechos”. “En muchos
casos su comportamiento está tan atrozmente marcado, que parecería transformarlos en
actores permanentes, más o menos explícitos, del horror al que asistieron”. “La
experiencia muestra, por otra parte, que cuanto más pequeños, cuantas menos palabras
tenían en el momento de los hechos, más tienden a actuarlos. Sin duda, esto plantea
interrogantes de difícil respuesta sobre las indicaciones terapéuticas y sobre el
pronóstico”. “Son las raíces que cuarenta años después observan los europeos con los
descendientes de las víctimas desaparecidas a causa del nazismo. Son grandes y graves las
dificultades a la hora de poder elaborar el duelo en las generaciones posteriores a los
familiares muertos en los campos de concentración”. “Los que trabajamos con adultos
afectados directos de los secuestros y desapariciones, sabemos que la oportunidad de
elaborar el duelo se ve notoriamente favorecida cuando estas personas han podido
desarrollar una actividad orgánica, solidara y militante con otros afectados”. “El
psicoanálisis puede hacer mucho por ellos, y no sólo el psicoanálisis como acción
terapéutica, sino también otros recursos terapéuticos como los que trabajan con el cuerpo,
tan comprometido frente al sufrimiento directamente recibido o conocido”. “Pero es
legítimo pensar que si estos niños, a través de cuyo comportamiento sintomático persiste la
memoria incómoda del pasado horroroso del que fueron víctimas, no encuentran un cuerpo
social que haya hecho verdad y justicia con los agentes y los sistemas que cometieron los
crímenes, tendrán muy mermadas sus posibilidades de zafarse de ser memoria sintomática
y de acceder a una real elaboración. Como si la amenaza de un cristalización de la
violencia sintomática los condenara a ser exhumación viviente de la tragedia de sus
mayores. Esto no sólo acontecerá en su generación sino, tal lo enseña la experiencia
104
europea, en las generaciones que les continúan”. “Ellos documentan un eslabón
importantísimo en la transmisión social de una memoria penosa”.
A título de cierre de este capítulo, concluyo en entender que la política del terror que
he señalado a lo largo del mismo, acudió para frenar proyectos colectivos de cambios
sustanciales que surgieron durante los años ´60 y ´70. Estos años estuvieron plagados de
ilusiones de cambio social –hasta revolucionario- en procura de un mejoramiento del orden
social. Fueron años de utopías y luchas. De sueños y a la vez de desencuentros sociales.
Pero nos despertamos de los sueños y de las utopías de la mano de la tortura, del asesinato y
de las desapariciones. Fue necesario tanto terror para frenar tanta ilusión... Las cicatrices
sociales perdurarán por años. Los miedos mantendrán a muchas generaciones dormidas.
Pero dormidas sin sueños que, según el poeta A. Machado, lo mejor de los sueños es
despertarse. Hoy tenemos al menos una generación íntegra embotada. Están narcotizadas
con el opio de la banalidad que se les vendió a buen precio. Adormecidas por el dolor y la
falta de proyectos. En estos tiempos que corren, las utopías son impensables, casi son
sinónimos de imbecilia. El dolor y el terror pudieron sujetarlas y domeñarlas. Se lastimó el
cuerpo social, y se logró hacer desaparecer a buena parte de él. Va a ser necesario un nuevo
cuerpo. Pero llegaremos a él cuando podamos pensar y resignificar la historia. Cuando
entendamos que existen intereses enormes para que nuestra sociedad civil esté dividida y
enfrentada. Cuando construyamos nuestro proyecto nacional y defendamos los intereses de
todos. Cuando ser argentinos no sea una pesada carga sobre nuestras espaldas. Cuando
reconozcamos que existen cómplices nacionales de los ladrones y asesinos foráneos.
Cuando aceptemos como un hecho en sí que en este país desapareció gente inocente y la
105
que no fue inocente mereció la aplicación de la justicia, pero no de la justicia militar19
, que
fue arbitraria y caprichosa. Cuando entendamos que los militares saquearon el país en lo
más íntimo y lo humillaron hasta el hartazgo. Cuando seamos capaces de entender que los
extremismos no son expresiones sanas y las terminan pagando los inocentes. Cuando
comencemos a animarnos a hurgar en aquellas heridas que están abiertas; aquellas heridas
que quedaron abiertas después de tantas torturas.
Bibliografía Específica
“CÓDIGO PENAL DE LA REPÚBLICA ARGENTINA”.: (1977) Editor Víctor de Zavalía.
Bs. As.
ANDERSEN, M.: (1987) Dossier Secreto: El mito de la guerra sucia. Ed. Planeta, Bs.
Aires.
KORDON Y OTROS: (1986) Efectos Psicológicos de la Represión Política.
Sudamericana-Planeta. Buenos Aires.
MOVIMIENTO SOLIDARIO DE SALUD MENTAL: (1987) Terrorismo de Estado. Ed.
Paidós. Bs. Aires.
RODRIGUEZ KAUTH, A.: (1997) “Identidad Social y Ciudadanía”. Inédito.
SANHUEZA, H.: (1998) “Pisagua, de Colonia Penal a Campo de Concentración”. (E-
Mail).
VV.AA: (1984) El Informe Prohibido. Secretaría General. OEA. Editorial La Constitución.
19
Según Groucho Marx la justicia militar es a la justicia lo mismo que la música militar es a la música.
106
CAPITULO VI
LA JUSTICIA INTERNACIONAL
Terminada la Segunda Guerra Mundial, el mundo observó que era necesario
aplicar alguna suerte de castigo justo a quiénes habían cometido los más abyectos
crímenes que conociera la humanidad. De tal forma, en la ciudad alemana de
Nuremberg20
fue el espacio dónde tuvo lugar el primer juicio internacional contra los
criminales de guerra. Dicho Tribunal quedó investido de autoridad y legitimidad merced a
dos instrumentos jurídicos: a) el Acuerdo de Londres -firmado el 8 de agosto de 1945 por
las representaciones de Estados Unidos, del Reino Unido, Francia y la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviética- y; b) por la llamada Ley número 10, que fuera
promulgada por el Consejo Aliado, en Berlín, el 20 de diciembre de 1945.
El primer instrumento había previsto la instalación de un Tribunal Internacional Militar
con el fin de juzgar a los criminales de guerra que fueron capturados. El mismo estaría
compuesto por un juez y otro sustituto por cada uno de los Estados triunfantes en la
contienda, con el objetivo explícito de someter a juicio a los genocidas y a los propios
crímenes de guerra.
Así se clasificaron tres categorías: a) crímenes contra la paz -la planificación,
inicio y desarrollo de la guerra- 2) crímenes de guerra propiamente dichos, que consistían
en las violaciones de las leyes de la guerra, las cuales estaban contenidas en la
Convención de Viena y eran reconocidas por los ejércitos de las naciones contendientes y
3) crímenes contra la humanidad, es decir el genocidio de grupos étnicos o religiosos, así
107
como las atrocidades que fueron cometidas en desmedro de la población civil afectada al
conflicto. El Tribunal comenzó a sesionar el 18 de octubre de 1945 teniendo como
acusados a 24 personas, para los que se incluía una variedad de crímenes y latrocinios,
como la instigación a la guerra, el exterminio masivo de colectivos étnicos y religiosos,
asesinatos reiterados por parte de las tropas de ocupación, malos tratos a la población
civil, torturas y millares de deportaciones de pobladores de los territorios ocupados por
los nazis durante su invasión europea. Entre los más prominentes acusados estaban las
figuras de H. W. Goering –mariscal de la aeronáutica alemana y segundo hombre en
importancia dentro de la estructura nacionalsocialista, fue hallado culpable de todos los
cargos y la sentencia a morir en la ahorcado no se pudo cumplir debido a que se
envenenó, el 15 de octubre de 1946, pocas horas antes de lo previsto para su ejecución- y
Rudolph Hess –quién era otro líder partidario- como así también el diplomático J. von
Ribbentrop, el poderoso industrial del acero transformado en fabricante de armas Gustav
Krupp, el almirante Erich Raeder, el mariscal de campo Wilhelm Keitel, el almirante Karl
Dönitz –quien fue el creador de la flota de submarinos alemana y sustituyó al Raeder
como comandante de la Marina alemana en 1943; fue nombrado por Hitler jefe del
Ejército del Norte y del Mando Civil cuando el derrumbe militar del Tercer Reich, en su
testamento político y su sucesor en la Presidencia del Reich, intentó firmar la paz con
norteamericanos, franceses y británicos para luchar contra los rusos, pero debió rendirse
incondicionalmente; fue sentenciado a diez años de prisión21
- como así otros 17 líderes
20
Con alto valor simbólico, ya que en ella se había fundado el Partido Nacional Socialista Alemán un par de
décadas antes. 21
Tanto su acusación como su juicio desenmascararon la hipocresía de la guerra, ya que fue sentenciado por
declarar la guerra submarina total contra los aliados. En tanto el almirante norteamericano Nimitz, que había
hecho lo mismo que aquél fue condecorado y recibido con los máximos honores por su país.
108
militares y civiles. Entre ellas figuraban organizaciones nazis como las SS, la Gestapo, las
SA y las SD.
Aquel histórico juicio dio comienzo el 20 de noviembre de 1945 y el Tribunal
Internacional Militar dictó sentencia en octubre de 1946, condenando a muerte a doce de
ellos, a siete a sufrir penas privativas de la libertad mayores de 10 años y hasta
perpetuidad, en tanto que tres acusados fueron absueltos de los cargos. Asimismo, fueron
encontradas culpables la Gestapo, las SS y las SD.
A los fines que nos interesan en el desarrollo de esta libro, la conclusión más
interesante fue el hecho de que se rechazó el argumento de la defensa de que no eran
responsables de sus actos, debido a que actuaron por “obediencia debida”, pues “… lo
importante no era la existencia de las órdenes superiores inmorales, sino si la no
ejecución de las mismas era de hecho posible o no”.
Debe tenerse en cuenta que después de este primer proceso de Nuremberg,
tuvieron lugar otros 12 más, donde hubo 185 acusados, entre los que cabe mencionar a
médicos, jueces, industriales, miembros de las SS que dirigieron campos de
concentración y altos mandos civiles, militares y policiales.
Más éste no fue el único juicio por crímenes de guerra, ya que el mismo fue
seguido por el que se instaló con el Tribunal Militar Internacional para el Lejano Oriente
el 19 de enero de 1946, en Tokio y estuvo basado en los argumentos aprobados por el
Acuerdo de Londres. Durante su desarrollo se acusó 28 personas, de las cuáles siete
fueron condenadas a muerte mientras que 19 fueron sentenciados a cadena perpetua y dos
absueltos.
109
Ambos juicios sentaron bases relevantes en la evolución del Derecho Penal
Internacional, aunque su credibilidad se vio disminuida porque los procesos fueron
llevados adelante por los triunfadores, lo que dejó un manto de sospecha acerca de los
crímenes que pudieron haber cometido las tropas Aliadas y, en esto no se sospeche
solamente de los soviéticos, que sembraron la devastación y el pánico a su paso por
Europa Oriental hacia Berlín, sino que también han quedado sin resolver algunos
episodios de violaciones sexuales y robos por parte de las tropas norteamericanas,
francesas y británicas. De cualquier modo, esto no desmerece en absoluto el importante
hecho de que con tales juicios se hayan robustecido los mecanismos del Derecho
Internacional.
Asimismo, en 1960 el prófugo criminal de guerra A. Eichmann, quién fuera el
responsable del asesinato de millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial ya
que tuvo a su cargo “la solución final del problema judío” fue enjuiciado en Jerusalén por
un Tribunal israelí. El genocida había logrado escapar de la Alemania ocupada –merced al
apoyo de una red nazi conocida como “La Araña”- pero, tras largos años de búsqueda por
parte de los servicios de inteligencia judíos, como así también por una agencia privada
que funcionaba en Viena, fue localizado en Buenos Aires por agentes israelíes del Mossad
en 1960, los que lo secuestraron aprovechando los fastos de la celebración del
sesquicentenario de la Revolución de Mayo y le llevaron a Israel. Fue acusado de
crímenes contra la humanidad y condenado a morir en la horca dos años más tarde.
Tiempo después, en la década de los ´90 se recuperó el mecanismo de los
tribunales internacionales para juzgar crímenes de guerra. De tal suerte, las Naciones
110
Unidas crearon dos tribunales penales internacionales, con sede en Holanda y en
Tanzania, para someter a juicio a los crímenes de guerra ocurridos en las guerras que se
sucedieron a lo largo de la década en la antigua Yugoslavia y el genocidio producido en
Ruanda como consecuencia del conflicto interétnico entre las tribus tutsis y hutus.
Y, para finalizar con estos antecedentes, valga recordar que el oficial nazi K. Barbie,
más conocido como “el carnicero de Lyon”, que fuera responsable de crímenes de guerra y
contra la humanidad, y que logró huir a Sudamérica, fue localizado en Bolivia, luego de
haber sido contratado por el servicio de contraespionaje del Ejército norteamericano y que
después de usar sus servicios le facilitó la documentación necesaria para emigrar a Bolivia
cuando ya no les hacía más falta. En Bolivia fue asesor de “seguridad” de los gobiernos
militares que se sucedían en ése país, pero recién en 1983 se logró su extraditación a
Francia, donde ya había sido sentenciado en ausencia en 1952 y 1954. Se lo volvió a juzgar
en Lyon, en 1987, y finalmente se lo condenó a cadena perpetua por 177 delitos de
crímenes contra la humanidad.
Vale decir, estos precedentes citados, sirven para tener en cuenta que los crímenes de lesa
humanidad no prescriben con el paso del tiempo.
A continuación, pasaré a revisar lo ocurrido en la Argentina en particular y en “nuestra”
América en general.
México fue uno de los tantos países que recibieron innumerables exiliados
argentinos durante la pasada dictadura militar (1976-1983), a los que cobijó y contuvo, y
desde donde se organizaron, incluso, unas redes de solidaridad entre los exiliados y los
residentes, donde con el aporte algunos cantantes como Joan Manuel Serrat -también en
calidad de exiliado, pero del nefasto Franco-, Mercedes Sosa, Piero, etc., y de
111
organizaciones sociales, se costeaban los viajes de los familiares que no habían podido salir
del país porque no alcanzaba el tiempo, el dinero, o por otros motivos, como por ejemplo,
el hecho de que había que huir de manera clandestina, por alguna de las rutas que se
utilizaban para poder salir con vida del territorio. Esas redes también cumplían la misión de
ubicar a los exiliados en casas de colaboradores, ayudarlos a conseguir trabajo, etc.
Paradójicamente, en el mismo México –contemporáneo- detuvieron al torturador de
la ESMA, Miguel Angel Cavallo, mientras que el poeta Juan Gelman, también argentino,
con un hijo y su nuera desaparecida durante la misma dictadura, y habiendo logrado
encontrar a su nieta secuestrada en Montevideo, fue premiado con el Premio Juan Rulfo.
Ese símbolo involuntario creado a partir de la contemporaneidad de los dos hechos
mencionados -premian a quien fue víctima y detienen al torturador- nos lleva a reflexionar
sobre los caminos que la historia, en algunas ocasiones, le va reservando a la justicia.
Juan Gelman es un poeta de izquierda, cuya trinchera la construyó desde el
periodismo, donde siempre tuvo una actitud ética y dignificante, ajena a toda objetividad:
siempre tuvo una actitud militante y comprometida con los más altos ideales humanos. La
prensa argentina lo ha definido como un símbolo del resistencialismo.
Eduardo Galeano (1989) escribió:
“El poeta Juan Gelman escribe alzándose sobre sus propias ruinas, sobre su polvo
y su basura. Los militares argentinos, cuyas atrocidades hubieran provocado a Hitler un
incurable complejo de inferioridad, le pegaron donde más le duele. En 1976, le
secuestraron a los hijos. Se los llevaron en lugar de él. A la hija, Nora, la torturaron y la
soltaron. Al hijo, Marcelo, y a su compañera, que estaba embarazada, los asesinaron y los
desaparecieron.
112
En lugar de él: se llevaron a los hijos porque él no estaba. ¿Cómo se hace para
sobrevivir a una tragedia así? Digo: para sobrevivir sin que se te apague el alma. Muchas
veces me lo he preguntado, en estos años. Muchas veces me he imaginado esa pesadilla del
padre que siente que está robando al hijo el aire que respira, el padre que en medio de la
noche despierta bañado en sudor: Yo no te maté, yo no te maté. Y me he preguntado: si
Dios existe, ¿por qué pasa de largo? ¿No será ateo, Dios?.
En 1975, amenazado por la Triple A -Alianza Anticomunista Argentina-, manejada
por el ministro de Bienestar Social del gobierno de Isabel Perón, el tenebroso López Rega,
Gelman debió abandonar el país. Un tiempo después serían secuestrados y desaparecidos su
hijo Marcelo -también periodista- y su nuera María Claudia Iruregoyen. Marcelo había sido
torturado en el centro clandestino de detención Automotores Orletti (denominado en la
jerga militar como El Jardín).
Los restos de Marcelo se encontraron trece años después, en 1989, metidos en un
tambor de cemento y arena junto a los cuerpos de otras siete personas. La pericia forense
determinó que Marcelo fue torturado hasta morir y que después fue rematado a tiros.
Y el poeta Gelman escribió:
Carta abierta VII
desijhándote mucho/desijhándome/
buscándote por tu suavera/
paso mi padre solo de vos/pasa/
la voz secreta que tejés paciente/
como desalmadura de mi estar/
¿niñito que pasás volando por
113
los trabajos grandísimos?/
¿atando?/¿desatando?/¿atando para
que no me quepa en vos?/¿me fuese afuera
de este dolor?/¿a dónde?/¿qué país
sangrás/para que sangre carnemente?/
¿por dónde andás/tristísimo de tibio?
Durante la dictadura desaparecieron 93 periodistas, y sólo el cuerpo de Marcelo ha
sido encontrado.
Cuando cayó estrepitosamente la dictadura militar, luego del fracaso de la Guerra de
Malvinas, que costó la muerte de unos 600 jóvenes -tal como fuera mencionado- el
gobierno elegido democráticamente de Raúl Alfonsín llevó a cabo una investigación muy
profunda a través de la CONADEP, Comisión Nacional para la Desaparición de Personas,
que emitió un informe llamado y conocido como el “Nunca Más”, donde se receptaron
alrededor de 9.00022
denuncias sobre secuestros, desapariciones y torturas varias.
Esas denuncias se convirtieron en pruebas23
que sirvieron para llevar al banquillo de
los acusados a más de un centenar de militares, lo que se constituyó como el histórico juicio
a las Juntas Militares.
Crearon tal conmoción los juicios a los militares, que de la mano de varias asonadas
22
Las Madres de Plaza de Mayo y otras organizaciones civiles sostienen que son 30.000 los desaparecidos.
Pero esto no quita ni pone nada original, aunque hubieran sido diez, uno solamente, ya es más que suficiente
como para considerarlos actos delictivos. 23
El informe de la CONADEP fue precedido por el conocido “Informe prohibido”, en realidad denominado
Informe sobre la situación de los derechos humanos en Argentina, realizado por la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos, de la OEA, que recogió importantes y cuantiosos testimonios sobre secuestros, torturas
y desapariciones en el año 1979, en plena dictadura militar. Ese fue el primer documento institucional que
denunció los hechos atroces que estaban ocurriendo.
114
militares, éstos lograron ejercer una fuerte presión sobre el gobierno de Alfonsín24
, quien
sancionó las leyes de Obediencia Debida -que tuvo por finalidad librar de culpas a la
oficialidad joven y a la suboficialidad que cumplía, teóricamente, órdenes superiores-, y la
ley de Punto Final -que tuvo por objetivo darle un corte temporal a la sucesión de denuncias
y juicios que venían sometiendo a diferentes miembros de las castas militar-.
Bajo la presidencia de Menem, para la Navidad de 1990, éste indultó a los pocos
militares que estaban cumpliendo condenas, aunque esto no les quitara responsabilidad
alguna en los episodios acontecidos.
Miguel Angel Cavallo, quedó amparado por las leyes de Alfonsín, aunque, como
una gran parte de los militares argentinos de aquella época, sintiera un gran desprecio por la
Constitución Nacional y por las leyes dictadas por los “civiles” en los estamentos
parlamentarios.
Con esas dos leyes y con el indulto presidencial, quedó gran parte de la historia sin
poder juzgarse. Y los culpables y responsables, viviendo entre nosotros, ajenos a la
responsabilidad y con la convicción de que “salvaron” al país de las hordas comunistas.
Desde aquellos años, sólo se ha escuchado la voz de un militar arrepentido, me
refiero a Scilingo, que cuando salió a contar que él participaba de los “vuelos de la muerte”,
donde se tiraban al mar o al Río de la Plata, a personas drogadas e indefensas, sólo
consiguió que el gobierno de Menen lo detuviera por una causa de unos cheques robados,
para así llamarlo a silencio. A tal extremo lo atosiga la culpa a Scilingo, que fue a declarar
voluntariamente ante el juez B. Garzón, en España, a sabiendas que iba a quedar detenido.
24
Gobierno democrático con debilidades institucionales históricas, debido a que desde 1930 sólo dos
gobiernos democráticos pudieron concluir sus mandatos, ya que siempre había a mano algún militar que
detuviera el proceso constitucional.
115
Con aplicación de las nuevas leyes mencionadas, la justicia local quedó detenida,
amarrada, imposibilitada de juzgar a tantos asesinos. Asesinos que comenzaron a escudarse
bajo los conceptos de la impunidad, de crear las sospechas por lo que pasó con retóricas
como: “¿pero, acaso los desaparecidos no están viviendo en otros países?” , o “los militares
argentinos son incapaces de hacer esas maldades”, o “pudo haber habido excesos, pero es
imposible hablar de un plan criminal”...
En realidad, tal como he venido sosteniendo, la dictadura del “proceso” tuvo un plan
criminal. Los militares respondieron a directivas precisas. Las torturas no fueron excesos,
fueron herramientas utilizadas con precisión. Los militares argentinos, tal como señalara en
el Capítulo anterior, fueron entrenados con los Manuales X, en la Escuela de las Américas,
que por ése entonces estaba con asiento en Panamá, pero siempre en manos de los militares
norteamericanos.
Existieron precisiones, tácticas y estrategias. Nada fue dejado ni librado al azar. Los
militares venían rumiando con mucho tiempo el golpe militar que destruyó un estado de
bienestar que estaba al alcance de gran parte de la población, destruyeron las vidas de miles
de ciudadanos, la utopía de un mundo mejor y dejaron huellas imborrables en nuestra
sociedad. Dejaron un país devastado, empobrecido, con una deuda externa siete veces
mayor a la existía cuando llegaron al poder25
.
Respecto de Miguel Ángel Cavallo (también conocido por "Ricardo", "Marcelo" o
"Sérpico"), se le imputan 227 casos de detenciones ilegales, como así también torturas
sistemáticas, desapariciones forzosas y asesinatos, motivo por el cual el juez español
25
La deuda externa era de 7.000.000.000 de dólares, y cuando los militares dejaron el poder ascendía a
49.000.000.000 de dólares, con empréstitos tomados para hacer autopistas, comprar armas, etc.
116
Baltazar Garzón Real solicitó la extradición para que sea juzgado en España.
Tal como mencionara anteriormente, los hechos de los que se acusa al procesado en
el referido escrito formulado por los fiscales Julio C. Strassera y Luis G Moreno Ocampo,
son los referentes a su participación en la desaparición y torturas de 227 personas, hechos
estos que fueron acreditados en la Causa 13/84, cuyo fallo dictó la Cámara Nacional de
Apelaciones Criminal y Correccional Federal de Buenos Aires. A consecuencia de lo
ordenado en el punto 30 de la sentencia dictada en la causa 13, la Fiscalía Argentina
presentó escrito de acusación en el marco de la causa Nº 761. Este procedimiento judicial
no continuó su tramitación procesal al dictarse la Ley 23.492 de "Punto Final", promulgada
el 24 de diciembre de 1986, que eximía de responsabilidad penal a todos los autores y
responsables investigados por los crímenes cometidos durante la última Dictadura Militar
Argentina. Por tanto, no existió condena alguna a los acusados en el escrito presentado por
la Fiscalía Argentina en la mencionada causa 761.
Cito a continuación algunos de los 227 casos que se le imputan a Cavallo :
- CASO Nº 61: REPOSSI, Oscar
Privado de su libertad el 16 de diciembre de 1976 en Herrera al 1700 de Barracas. Fue
conducido a la ESMA donde se lo sometió a condiciones inhumanas de vida. Fue liberado
el 6 de enero de 1977.
- CASO Nº 62: LOZA, Carlos
Privado de su libertad el 16 de diciembre de 1976 en Herrera al 1700 de Barracas. Fue
conducido a la ESMA donde se lo sometió a condiciones inhumanas de vida. Fue liberado
el 6 de enero de 1977.
- CASO Nº 63: PICHENI, Rodolfo Luis
117
Privado de su libertad el 16 de diciembre de 1976 en Herrera al 1700 de Barracas. Fue
conducido a la ESMA donde se lo sometió a condiciones inhumanas de vida. Fue liberado
el 6 de enero de 1977. Durante se cautiverio fue torturado para obligarlo a proporcionar
información.
- CASO Nº 64: GUELFI, Héctor
Privado de su libertad el 16 de diciembre de 1976 en Herrera al 1700 de Barracas. Fue
conducido a la ESMA donde se lo sometió a condiciones inhumanas de vida. Fue liberado
el 6 de enero de 1977.
- CASO Nº 65: LABAYRU DE LENNIE, Silvia
Privada de su libertad el 29 de diciembre de 1976 en Azcuénaga y Juncal estando
embarazada. Fue conducida a la ESMA donde se la sometió a condiciones inhumanas de
vida. Se la atormentó para obligarla a proporcionar información. Fue liberada el 16 de junio
de 1978.
- CASO Nº 66: DELLA SOPPA, Emilio Enrique
Privado de su libertad entre fines de 1976 y principios de 1977. Fue conducido a la ESMA
donde se lo sometió a condiciones inhumanas de vida. Se lo atormentó para obligarlo a
proporcionar información. Fue liberado.
- CASO Nº 67: HACHMANN DE LANDIN, María Elisa
Privada de su libertad el 5 de enero de 1977 en su domicilio de Brown 20, San Martín,
provincia de Buenos Aires. Fue conducida a la ESMA junto con su esposo Edmundo
Landin, allí se la sometió a condiciones inhumanas de vida. Se la atormentó para obligarla a
proporcionar información. Fue liberada a los pocos días.
- CASO Nº 68: LANDIN, Edmundo Ramón
118
Privado de su libertad el 5 de enero de 1977 en su domicilio de Brown 20, de San Martín,
provincia de Buenos Aires junto con su esposa María Elisa Hachman. Fue conducido a la
ESMA donde se lo sometió a condiciones inhumanas de vida. Se lo atormentó para
obligarlo a proporcionar información. Fue liberado a los pocos días.
Tal como vengo sosteniendo, personajes de la catadura tanto intelectual como moral
y con el frondoso prontuario como ha sido Cavallo –entre tantos otros centenares- quedaron
eximidos de presentarse ante la justicia a rendir cuentas por sus crímenes.
Pero la historia tiene caminos curiosos, y de la mano de un tribunal internacional se
pretende, jubilosamente, hacer justicia. Lo más paradójico es que el lugar más seguro del
mundo para estos siniestros individuos –y sin exagerar en lo que digo- es la propia
Argentina, dónde estos nefastos personajes deambulan en libertad.
De las extensas fundamentaciones esgrimidas por el juez Baltazar Garzón para el
pedido de extradición, que son impecables, podemos citar las siguientes, donde se cuestiona
la validez de las leyes dictadas por el gobierno de Alfonsín:
Los crímenes de lesa humanidad se rigen por el derecho de gentes: Los crímenes de
lesa humanidad y las normas que los regulan forman parte del jus cogens (derecho de
gentes). Como tales, son normas imperativas del derecho internacional general que, tal
como lo reconoce el Artículo 53 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los
Tratados (1969), no pueden ser modificadas o revocadas por tratados o por leyes
nacionales. Este Artículo dispone: "una norma imperativa de derecho internacional
general es una norma aceptada y reconocida por la comunidad internacional de Estados
en su conjunto como norma que no admite acuerdo en contrario y que sólo puede ser
119
modificada por una norma ulterior de derecho internacional general que tenga el mismo
carácter".
... Esto significa que todos los Estados tienen la obligación de perseguir
judicialmente a los autores de estos crímenes, independientemente del lugar donde estos
fueron cometidos o de la nacionalidad del autor o de las víctimas. Existe la obligación
internacional de investigar, juzgar y condenar a los culpables de crímenes contra la
humanidad así como un interés de la comunidad internacional para reprimir esta clase de
crímenes.
Pero además, en virtud del principio de supremacía del derecho internacional -
principio que además esta codificado en el artículo 27 de la Convención de Viena sobre el
Derecho de los Tratados, ratificado por Argentina en 1972-, el derecho interno de los
Estados no es pertinente para modificar, mediante actos de los poderes públicos de ningún
tipo, incluidos los indultos y las amnistías, la naturaleza jurídica de los Crímenes contra la
Humanidad ni las obligaciones internacionales que tiene el Estado de juzgar y sancionar
los autores de estos crímenes. Asimismo, las normas relativas a los crímenes contra la
humanidad tienen la jerarquía de ius cogens y, como tales, no admiten acuerdo en
contrario: esto significa que no puede reconocerse validez jurídica a actos unilaterales de
los Estados tendientes a dejarlas sin efecto dentro de su respectiva jurisdicción y tales
actos unilaterales no son oponibles frente a los demás Estados y a la comunidad
internacional en su conjunto.
La expedición de las leyes de "Punto final" y "Obediencia debida", dictadas por un
gobierno "democráticamente elegido" respecto de los hechos cometidos por un régimen de
facto, es violatorio del Derecho Internacional de los Derechos Humanos en vigor.
120
Como se ha mencionado con anterioridad, de la jerarquía de ius cogens que tienen
las normas relativas al crimen de torturas se desprende que tales normas no admiten
acuerdo en contrario: esto significa que no puede reconocerse validez jurídica a actos
unilaterales de los Estados tendentes a dejarlas sin efecto dentro de su respectiva
jurisdicción y tales actos unilaterales no son oponibles frente a los demás Estados y a la
comunidad internacional en su conjunto. Esto quiere decir que a estas normas no le son
oponibles ningún tipo de amnistías ni legislación pro impunidad y mucho menos aún
cuando tales actos han sido cometidos en el marco de crímenes contra la humanidad,
incluido el genocidio.
Tales leyes de amnistía e indultos son contrarios al derecho internacional. Así lo
han expresamente afirmado el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de los Estados
Americanos. El Comité de Derechos Humanos consideró que las leyes de Punto Final y
Obediencia Debida deniegan el recurso a un derecho efectivo que tienen las víctimas de
violaciones de derechos humanos, con lo cual constituyen una violación a varios derechos
reconocidos por el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y su vigencia
contribuye a fomentar "un clima de impunidad". [Comité de Derechos Humanos,
"Observaciones finales - Argentina", Documento de las Naciones Unidas CCPR/C/79/Add.
46, de 5 de abril de 1995, párrafo 10]
El Comité contra la Tortura de las Naciones Unidas consideró que la expedición de
las leyes de "Punto final" y "Obediencia debida", dictadas por un gobierno
"democráticamente elegido" respecto de los hechos cometidos por un régimen de facto, "es
incompatible con el espíritu y los propósitos de la Convención [contra la Tortura y Otros
121
Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes]". [Comité Contra la Tortura,
Comunicaciones Nº. 1/1988, 2/1988 y 3/1988, Argentina, decisión de 23 de noviembre de
1989, párrafo 9]
Por su parte, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos consideró que las leyes
de Punto Final y de Obediencia Debida así como el Decreto Presidencial de indulto No.
1002 del 7 de octubre de 1989 de Argentina, eran incompatibles con la Declaración
Americana de Derechos y Deberes del Hombre y con la Convención Americana sobre
Derechos Humanos. [Informe No. 28/92, Casos 10.147, 10.181, 10.240, 10.262, 10.309 y
10.311, Argentina, 2 de octubre de 1992]
Esta postura está respaldada por la Declaración y Programa de Acción de Viena,
adoptada por la Conferencia Mundial de Derechos Humanos en 1993, que insta a los
gobiernos a "abrogar la legislación que favorezca la impunidad de los autores de
violaciones graves de derechos humanos, como la tortura, y castigar esas violaciones,
consolidando así las bases para el imperio de la ley". [Documento de Naciones Unidas,
A/CONF.157/23]. Igualmente, la Conferencia reafirmó que "es una obligación de todos los
Estados, en cualquier circunstancia, emprender una investigación siempre que haya
motivos suficientes para creer que se ha producido una desaparición forzada en un
territorio sujeto a su jurisdicción y, si se confirman las denuncias, enjuiciar a los autores
del hecho" [Ibídem]. Igualmente, la Declaración sobre la protección de todas las personas
contra las desapariciones forzadas de las Naciones Unidas, aprobada por la Asamblea
General en su resolución 47/133 de 18 de diciembre 1992, establece en su artículo 18 que
los autores o presuntos autores de desapariciones forzadas no se beneficiarán de ninguna
ley de amnistía especial u otras medidas análogas que tengan por efecto exonerarlos de
122
cualquier procedimiento o sanción penal...
Al parecer, una parte de la justicia de los hombres comienza a funcionar. El derecho
internacional comienza a actuar cuando tanta injusticia ha quedado sin resolver. Quizás esta
sea una ventaja de la globalización -tema que analizaremos en el capítulo próximo-. Quizás
comienzan a querer correr vientos tímidos con nuevos aires. Ya lo veremos.
Y con esto, muchos Juan Gelman podrán comenzar a alejarse, aunque sea poco a
poco, del terror. Podrán iniciar el camino de la resignación desde el duelo realizado. Desde
la justicia que se incita, que no teme, que no olvida, que sigue vendada, pero no
amordazada.
Sólo la justicia puede recuperarnos como pueblo y como hombres. Aunque la
universalización de la justicia es un tema que requiere un discusión más amplia y compleja.
BIBLIOGRAFIA ESPECIFICA
“ Juan Gelman, la consagración y el exilio” .Suplemento Cultura y Nación. Diario Clarín.
Bs. As. 17 de septiembre de 2000.
GALEANO, E.: (1989) El libro de los abrazos. Siglo XXI, Madrid.
PARISI, E.: (1999) “La Globalización y los Derechos Humanos”. Rev. Iniciativa
Socialista, N° 54.
PARISI, E.: (1999) “Psicología Política Latinoamericana”. Rev. de Psicología
Iberoamericana, Vol. 7, N° 3. México.
PARISI, E.: (2000) “Los curiosos caminos de la justicia”. Rev. de la Universidad
Autónoma de Yucatán, N° 215
123
CAPITULO VII
GLOBALIZACION Y DERECHOS HUMANOS26
El ya pasado 10 de diciembre de 1998 se cumplió el cincuenta aniversario de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos y, frente al contexto político y económico
del mundo en que estamos inmersos, cabe que inicie estas reflexiones con una serie de
preguntas, que van a ser las que van a servir de guía directriz del presente capítulo:
Es posible hacer referencia, en relación con aquella Declaración Universal, que los
derechos humanos, luego de cincuenta años de vigencia legal son, efectivamente,
¿“universales”?;
La globalización, tal como la mencionáramos en el capítulo VI, procesos en el que se ha
sumergido el mundo contemporáneo, implica la globalización de la vigencia de los
derechos humanos, o -en sentido contrario- el mismo estado globalizador ¿no es más que
un atentado contra ellos o un facilitador de su violación?;
La pasada detención de Pinochet en Inglaterra, a pedido del Juez español Baltazar
Garzón, implicó la universalidad de la justicia, ¿o fue un paso más de la globalización
capitalista?.
La detención de Pinochet supuso que, en el futuro, la dirigencia política y la justicia
¿serán capaces de hacer valer el estatuto de los derechos humanos por encima de los
mezquinos intereses políticos y económicos de quienes detentan el poder?.
Giner y otros (1998) sostienen, al hacer referencia a la globalización, que la palabra
mundialización aparece, a veces, en un contexto ideológico para justificar recortes
salariales, flexibilidad de plantillas laborales y, en general, para el desmantelamiento de lo
26
Publicado en Revista Iniciativa Socialista, Nro.59 (1999). Madrid.
124
que fue el Estado de Bienestar (Keynes, 1936). Con independencia de aquél uso, la palabra
se utiliza -por lo menos- en dos sentidos que no son necesariamente incompatibles entre sí.
Por una parte, denota la creación de redes, sobre todo financieras y monetarias, pero
también culturales y políticas, que abarcan al mundo entero. Más, en particular, hace
referencia al creciente papel de las empresas multinacionales y transnacionales y, sobre
todo, al aumento producido a lo largo de la década de los noventa en los flujos de
intercambios financieros entre empresas transnacionales. Esta aparente homogeneización
va, sin embargo, acompañada por innegables procesos de fragmentación, los que se
constituyen en su contradicción dialéctica. Por otra parte, y desde la perspectiva de la teoría
de los sistemas-mundo, globalización significa la expansión de un sistema (el capitalista)
que, partiendo de la Europa Central, habría acabado cubriendo el orbe, hasta ser el primer
sistema-mundo, el cual, ya a finales del siglo XIX, llegaba a ser realmente mundial en un
proceso simultáneo de unificación y fragmentación de las estructuras sociales y culturales.
La primera forma de entender la mundialización se refiere a unidades que aparecen
como integradas (sobre todo económicas), cuyas relaciones primero son creadas, después se
afianzan y terminan teniendo su propia lógica y una relativa autonomía frente a los Estados
Naciones. La segunda forma de entender a la mundialización, en cambio, parte de una
lógica (la capitalista), con su propia autonomía, que se afianza en una parte del globo
(Europa) y se extiende rápidamente al resto, bajo la regla de oro de la acumulación
incesante del capital, con sus ciclos financieros (Génova, Países Bajos, Gran Bretaña,
Estados Unidos) y con sucesivas crisis terminales como resultado de la transferencia de
crecientes cantidades de dinero que pasan del ámbito del comercio y la producción a los de
la intermediación financiera y la especulación bursátil.
125
Para Wallerstein (1994) un sistema-mundo es una unidad compuesta de una única
división del trabajo y múltiples sistemas culturales y que puede estar dotada de un sistema
político común, en cuyo caso se trata de un imperio-mundo, o puede no estarlo y, entonces,
se trata de una economía-mundo. Hasta el siglo XVI, las economías-mundo habían sido
estructuras inestables que tendían a desintegrarse o a ser conquistadas por otros grupos y,
por tanto, a ser transformadas en un imperio-mundo que también acababa con la
desintegración o la conquista. Sin embargo, en la Europa del siglo XVI (1450-1640) una
economía-mundo no se transformó en un imperio-mundo, sino que se desarrolló hasta
convertirse en la economía-mundo capitalista, dentro de la cual se integran múltiples
procesos de producción. Dichos procesos están organizados en torno a una división axial
del trabajo, o tensión entre la burguesía y el proletariado que, juntas, permiten la incesante
acumulación de capital que define al sistema capitalista. Estos procesos están unidos
mediante un sistema interestatal en el que los Estados que lo conforman, son entidades
creadas (o transformadas) dentro del marco de este sistema-mundo, aunque no son los
únicos actores sociales o categorías que han sido creados o transformados.
Las naciones, los grupos étnicos, las unidades domésticas, incluso las civilizaciones
son, en su forma y significado contemporáneos, fenómenos que emergen del desarrollo del
sistema-mundo moderno como también lo hacen las dos divisiones centrales del sistema: el
género y la raza27
. En el funcionamiento de este sistema adquieren relevante importancia
los ciclos económicos-financieros y los procesos políticos que los acompañan, ya que le
ofrecen la hegemonía necesaria para permitirles continuar desarrollándose y crecer.
27
Aunque éste último concepto cada día esté más devaluado, gracias a los aportes del Proyecto Genoma
Humano que demuestran que genéticamente no existen diferencias de más del 0,2% entre individuos de
diferente color u origen “étnico”.
126
El concepto de globalización28
hace referencia a que todos los sujetos del mundo y
sus pueblos, están “englobados”, es decir, están siendo afectados unos por otros, en una
suerte de imaginario colectivo común, el que se encarga de mezclar etnias, expresiones
lingüísticas, religiosas y diferentes formas culturales, sin hacer distinción alguna entre ellos,
como sí, por fin, hubiera llegado algo más que nos emparejara (ideal utópico) a todos los
hombres, como lo ha sido siempre la tan temida y resistida muerte (Feuerbach, 1830).
Este englobamiento sería, al decir de aquellos interesados, una suerte de mecanismo
de facilitación del achicamiento de las distancias entre los pueblos; con las indudables
ventajas que esto acarrearía consigo. Se habla -desde los cenáculos del Poder- de un mundo
unificado, sin barreras y con la posibilidad de tener la tan anhelada información al alcance
de todos..
Estimo que siempre que se echa mucha luz sobre algo, es preciso detenerse en las
sombras. Y las sombras en que se oculta la globalización son las que me ocupan y
preocupan.
¿Cómo encaja el respeto a los derechos humanos en un mundo globalizado?. Es
decir, ¿si los derechos humanos han sido globalizados?, ¿entonces existen las posibilidades
de justicia, de trabajo y de seguridad para todos los individuos que habitan en el mundo?.
El fenómeno de la globalización es un hecho social, político y económico creado por
el sistema capitalista. Lo que se han globalizado son las desigualdades de un capitalismo
que cada vez se expresa de manera más salvaje. Basta ver la masiva situación de opresión y
miseria de tantos pueblos y personas en el Tercer Mundo -como así también en los propios
bolsones de pobreza dentro del Primer Mundo- como para no dejar de reconocer que si hay
28
Algunos hablan de una “globocolonización”, el nuevo nombre del colonialismo.
127
un factor que los unifica y los toma por un mismo rasero es la miseria. La globalización -al
igual que el mítico Dios/Rey Jano- es algo así como una moneda de dos caras.
Por una de sus caras, se la observa aproximando a los pueblos, inhibe -no siempre
con éxito, como lo han demostrado las sucesivas contiendas en los Balcanes y en el
territorio africano, durante la última década del milenio- las guerras entre las naciones. Sin
embargo, a la par convierte el acceso a la información mucho más ágil29
. De todas maneras
ésta podría ser una forma más de penetración ideológica -de dónde proviene la información,
cómo se seleccionan las fuentes, quién posee una verdadera infraestructura para volcar
información en la red- que se substanciaría como consecuencia de los negocios que genera
este movimiento informativo, en apariencia, tan importante. De hecho, el común de la
gente, le da a la Internet, una utilidad de entretenimiento y, en muchos casos, de acceso fácil
a la pornografía, más que considerarla como una fuente informativa30
.
Por otra parte, la globalización, privilegia a las naciones industrializadas que
disponen de la tecnología de punta para llegar con ella a los más recónditos rincones del
planeta, quienes hacen excelentes negocios vendiéndosela a los países más pobres que
ingenuamente creen que de esa manera se incorporan al codiciado Primer Mundo, como
una forma de expresar el pensamiento “avanzado” de sus gobernantes.
Observo, no sin preocupación, tal como vengo sosteniendo, que la única
universalización que verdaderamente existe, de manera exitosa, en aquella finisecularidad
vigesimonónica que recientemente se convirtiera en historia, es la extensión y expansión del
29
Sobre todo para aquellos que disponen de los medios económicos suficientes como para acceder a Internet,
la televisión y otros remanidos instrumentos tecnológicos.
30
Valga hacer notar que en una Universidad Nacional argentina, en un mes hubieron 120.000 accesos a
periódicos y algo más de la mitas –62.000- a páginas pornográficas o similares.
128
capitalismo transnacional, desde donde sólo una minoría -la que participa de los bienes
materiales y simbólicos suficientes y necesarios- parece que tiene sus derechos ampliamente
reconocidos y respetados. Todo esto frente a las mayorías poblacionales del planeta, que se
encuentran desposeídas del reconocimiento práctico -de hecho- de sus derechos más básicos
e indispensables para vivir la vida con un sentido básico de dignidad, vale decir, como es la
única forma en que entiendo que es posible y merecedor vivirla.
Esta globalización, de la que vengo escribiendo, ha llevado a que se nieguen las
referencias a las personas, para pasar a hablarse de Pueblos, Naciones o Estados. Lo
paradójico es que se haced referencia a Naciones o Estados, en tanto éstos han dejado de
cumplir con sus obligaciones legales para con la población: progresivamente se ha
abandonado la seguridad, se ha descuidado la educación pública y se han dejado las demás
responsabilidades en manos de empresas privadas. Rodríguez Kauth (1998) sostiene que
hablar del Estado –en estos tiempos- implica que se constituyan entelequias del
conocimiento vacías de piel. Los Estados solamente tienen la capacidad de constituirse en
lo que son, a partir de las personas que en ellos habitan. Son las personas las que le dan
forma y contenido a las instituciones supra individuales, llámense a estos Estados, Países o
Naciones. Sin los habitantes, las personas, sean estos hombres o mujeres, niños, adultos y
ancianos, nacionales o extranjeros, como cualquier otra categorización de habitantes que se
quiera realizar, repito, sin ellos y solamente con ellos es posible encontrar a los que le dan
el sentido de existencia a las entidades sociales que los trascienden y contienen.
Podría plantear, a partir de lo sostenido, que es sumamente difícil significar el
concepto de derechos humanos, en tanto los “humanos” vienen siendo dejados de lado,
hasta desde el propio discurso de la centralidad. La globalización ha traído consigo la
129
pérdida de la dimensión ecuménica de lo humano. Se globalizan los mercados, se globaliza
el concepto de globalización, pero se dejan en el margen a los millones de personas que son
afectado por los efectos perversos de la globalización. Y hasta acá se va respondiendo sola
la primer pregunta que hiciera al inicio del capítulo, respecto de sí los derechos humanos
son universales, luego de cincuenta años de sancionados. La respuesta revela que tal
perspectiva parece hoy una exigencia teórica y ética ineludible, precisamente cuando nos
referimos a algo como los derechos humanos que, desde su propio sentido teórico, tiene la
obligación moral de referir e incluir en ella a todos los seres humanos.
Juan Antonio Senent de Frutos (1998), al respecto sostiene: “La perspectiva de la
universalidad de los derechos humanos exige estar concretada y orientada para no caer en
mistificaciones de la sociedad mundial hoy existente. En nombre de una perspectiva global
no podemos adoptar un punto de vista minoritario, un punto de vista que se centre en una
pequeña parte de la humanidad que disfruta los beneficios del sistema social mundial, y
que además pudiera parecer que representa el estadio histórico más avanzado del
reconocimiento y disfrute de los derechos humanos universales Necesitamos ir más allá de
una posición eurocéntrica, que identifique en última instancia la marcha o la dinámica de
las sociedades primermundistas, su nivel de desarrollo material y los avances éticos
sociales, con la dirección del proceso histórico global. De este modo, podría parecer que,
alcanzada una civilización que genera unas `sociedades del bienestar’ y que ha
descubierto unos principios éticos universales, el propio desarrollo histórico de toda la
humanidad tendiera por su propia lógica a universalizar esos desarrollos”.
Frente a estos dichos ineluctables, es preciso adoptar una posición crítica.
Precisamente porque en el Tercer Mundo, la realidad de sus pueblos, que constituyen la
130
inmensa mayoría de la humanidad, transita sus vidas en unos niveles paupérrimos de
subsistencia. No existe trabajo para toda la gente y cuando existe para algunos, sus
condiciones suelen ser impiadosas; los salarios son tan bajos que recuerdan a la esclavitud;
la marginación y exclusión social están a la orden del día; los presos comunes continúan
siendo tratados como animales feroces mediante castigos, las cárceles más que parecer
lugares de privación de la libertad -que ya es suficiente castigo- se asemejan a los espacios
de reclusión y tormento de la Inquisición; los negros y las mujeres son discriminados por el
solo hecho de ser tales, lo cual se testimonia en menores salarios para las segundas y en una
mayoría estadísticamente significativa de los primeros en las prisiones; los indígenas tienen
sus tierras invadidas por aquellos que las usufructúan sin darles cabida a sus legítimos
propietarios; los movimientos populares son tratados como casos policiales y no como lo
que son: casos o cuestiones políticas; los pobres -que cada vez son más- no cuentan con
derechos fundamentales, tales como alimentación, salud, educación y seguridad. La
inmensa e inmoral deuda externa -tal como la definieran Fidel Castro y el Papa Juan Pablo
II- de estos países pesa sobre las sufridas espaldas de las poblaciones, quienes pagan con
“sangre, sudor y lágrimas” los intereses y las amortizaciones de capital. Por ejemplo, Brasil
es el país más populoso de América Latina. Son cerca de 160 millones de personas, de los
cuales más de 63 millones viven por debajo de lo que eufemísticamente se conoce como “la
línea de la pobreza”, con una renta mensual inferior a los 30 dólares. Tienen 15 millones de
agricultores sin tierra; 7 millones de desempleados; cerca de 500.000 prostitutas menores de
edad; 3 millones de niños, con edades de 7 y 14 años, sin asistencia a la escuela, etc. Estos
grupos humanos están desposeídos de toda protección a causa de los ordenamientos
sociales e históricos que les han situado en una posición de privación relativa y absoluta
131
(Merton, 1964). Y se encuentran excluidos frente a las minorías aristocráticas y elitistas,
que conforman la menor parte de la población, a la vez que utilizan en su provecho
inmediato la mayor parte de los recursos disponibles. A lo cual es preciso añadir que la
utilización que hacen de los recursos naturales se lleva adelante sin el más mínimo cuidado
ni respeto por los “derechos ecológicos” del resto de la humanidad que advierte, con
alarma, el modo en que se van destruyendo los mismos.
Observar el lugar de estos pueblos, que representan a millones de personas que
sobreviven en pésimas condiciones y que no tienen en el horizonte solución alguna, nos
permite visualizar -de una manera “global”- cómo se ofrecen las condiciones sociales -para
las mayorías- en que se vive en el mundo actual. Lo que existe son unas estructuras y unos
modos de relación globales que son controlados y orientados según el propio beneficio de
una minoría elitista que tiene el manejo monopólico de la economía y de los destinos de la
humanidad toda.
En tal espacio de situación, se hace una tarea muy dificultosa la de presentar la
universalidad de los derechos humanos. Si, precisamente, las desigualdades sociales que
ofrece el capitalismo al interior de un país o de un sistema social, en la actualidad se han
extendido “globalmente” a la totalidad de los países del mundo. Todo esto con el agravante
de que, una vez finalizada la guerra fría, los EE.UU. se han convertido -por su propia
decisión y la complicidad del resto- en los gendarmes del mundo, cuidando, con la excusa
del respeto de los derechos humanos31
, los intereses, los negocios, la economía de aquéllos
que están a su servicio. Por esa razón, sus autoridades no dudan en invadir, o castigar, con
sus ataques arteros a los países que no detentan poderío bélico suficiente y, además, se
132
atreven a no aceptar ni cuestionar las políticas externas que les pretenden imponer desde el
Nuevo Orden Internacional32
.
Ese carácter dialéctico que se manifiesta en una sociedad mundial donde las
relaciones de poder benefician a una élite minoritaria y que simultáneamente marginan
seriamente a una inmensa mayoría, no permite ni facilita una efectiva aplicación de la
universalidad de los derechos humanos.
Por lo tanto, estos más de cincuenta años de vigencia legal internacional de los
derechos humanos, aún no caminan ni transitan gran parte de los caminos de los pueblos del
Tercer Mundo, ni siquiera los enormes senderos de pobreza e injusticia que se encuentran
en su propio territorio. Todo esto debe tenerse en cuenta a la hora de señalar que las
diferencias sociales -a las que he hecho mención- tienden progresivamente a agravarse de
una manera geométrica. Podría afirmar que el proceso de “la globalización” marginó
sensiblemente el respeto de los derechos humanos, ya que extendió un salvaje sistema
capitalista a lugares remotos del mundo, creando redes de marginación y dominación. Es
preciso comprender esto por más que dicho pensamiento refleje un estado de cosas
altamente pesimistas, sin embargo, es útil para sincerar -a mi entender- la realidad que nos
rodea y que a veces, por reflejo o costumbrismo, se la tienda a tomar como cotidiana, como
una cosa “natural”. La globalización –e internalización- del capitalismo ha debilitado a los
sistemas democráticos, ya que está creando democracias formales, que prestan un
conformismo novedoso a los países centrales.
31
Que muy poco han respetado ellos durante las elecciones presidenciales del año 2000, ya que el pueblo no
eligió a su Presidente, sino que el mismo fue electo por una decisión judicial, antojadiza, por cierto. 32
Coincidentemente con la celebración del cincuentenario de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, EE.UU. atacaba a Irak, en un alarde de fuerza y omnipotencia.
133
En la Argentina, el gobierno de Menem33
mostró una política hacia los EE.UU.
vergonzante para la historia de nuestro país, donde se hablaba -desde la propia Cancillería
argentina- de “relaciones carnales” con los “gringos”, sometiendo las decisiones nacionales
a las voluntades foráneas, cosa que solamente fue vista en nuestra historia cuando se la
hiciera con disimulo, pero que en la actualidad se realiza con similar desenfado, de manera
semejante a lo que ocurrió durante las dictaduras militares.
Estas democracias precarias, como lo es la chilena, en la que el gobierno vivió en
una mezcla de temor y alegría -en la soledad de los despachos gubernamentales- durante la
detención de Pinochet en Londres, por la posibilidad de un golpe de Estado que fuera
llevado adelante por los militares golpistas que repetirían el triste episodio del 11 de
septiembre de 1973. En estos países, al igual que sucede con tantos otros de la región, sus
gobernantes no luchan por establecer sistemas políticos y sociales justos, con igualdad de
oportunidades para todos sus habitantes.
Pareciera que no solamente se está lejos en el tiempo de aquellas reivindicaciones
europeas -que se iniciaron con la Revolución Francesa- donde se proclamaba “Libertad,
Igualdad, Fraternidad”, también estamos muy lejos de llevarlas cabo.
Ahora bien, cabe preguntarse si la detención de Pinochet en Europa, marcó una
posibilidad de ¿“globalización de la justicia”?. O acaso no fue una forma de hacernos creer
desde los países europeos que ellos realmente se preocupan por los derechos humanos de
los países del Tercer Mundo, mientras se olvidan de las reiteradas violaciones a los
derechos humanos de las minorías que pueblan en sus territorios de la “centralidad”.
Creo que nos cabe el derecho a la sospecha. Aún cuando algunos inescrupulosos
33
Entre 1989 y 1999 la gobernó Carlos Menem.
134
crean que esta sea una forma encubierta de defender a Pinochet34
.
La pregunta que se esconde en el párrafo anterior se refiere a sí la justicia tiene
límites y, por ende, cuáles y quiénes son los hechos y personajes que limitan a la justicia a
operar en una sola dirección y para el beneficio de un único destinatario.
Los crímenes cometidos por Pinochet y su gobierno, impuesto por la fuerza luego de
derrocar y asesinar al gobierno democrático de Allende, se los llama de lesa humanidad y,
de acuerdo con los cánones del derecho internacional, tal como mencionáramos en el
Capítulo V no prescriben con el paso del tiempo. Además, por ser delitos contra la
humanidad en toda su magnitud, toda la humanidad tiene la potestad de condenarlos y, en
este caso, aplicar justicia a través de las instituciones establecidas a tal efecto. Por esa causa
el juez español Baltazar Garzón inició procesos judiciales contra los ex dictadores de la
Argentina y de Chile. Pinochet, a solicitud del juez Garzón, quien luego de servir a los
ingleses con lealtad y sometimiento, fue preso por éstos mismos, en uno de sus habituales
viajes al “viejo y querido Londres”.
Los militares argentinos involucrados directamente en la pasada dictadura militar -
1974 a 1983- se cuidan bien de salir del país -exceptuando al represor Cavallo, citado en
capítulo V- para que no les ocurra lo que al genocida Pinochet, con quién si bien comparten
la metodología de trabajo homicida y el “Plan Cóndor”, los separa la colaboración que
aquél prestó a los británicos durante la Guerra de las Malvinas.
En mi país, a pesar de que varios de los militares ya fueron juzgados –pero no se
puede olvidar que fueron liberados por una decisión del ex presidente Menen- y, que
actualmente, son juzgados por el secuestro, robo y cambio de identidad de bebés, más
34
Lo que recuerda a la novela de García Márquez: “El coronel no tiene quien le escriba”.
135
gozando de los beneficios del arresto domiciliario en virtud de su avanzada edad. Estos
personajes siempre se las arreglan para conseguir los beneficios de la ley en su favor, siendo
que siempre ellos se encargaron de violarla.
El Derecho Internacional especifica que los autores de crímenes contra la
humanidad están sujetos a jurisdicción universal, incluidos los ex jefes de Estado. Este no
es un principio nuevo ni original de la contemporaneidad. Sólo que la detención de
Pinochet en Londres confirmó su existencia.
La instrucción judicial, por parte de la justicia española, de los procesos contra los
militares argentinos y chilenos implicados en crímenes contra la humanidad, significará un
paso significativo en la lucha por la efectiva promoción y protección de los derechos
humanos.
La denuncia entablada contra Pinochet sostenía que éste era “... uno de los
responsables máximos de la creación de una organización internacional, que concibió,
desarrolló y ejecutó un plan sistemático de detenciones ilegales (secuestros), torturas,
desplazamientos forzosos de personas, asesinatos y/o desaparición de numerosas personas,
incluyendo ciudadanos de Argentina, España, Reino Unido, Estados Unidos y Chile y otros
Estados, en diferentes países, con la finalidad de alcanzar los objetivos políticos y
económicos de la corporación, exterminar a la oposición política y múltiples personas por
razones ideológicas, a partir de 1973...”.
Pero el tema en cuestión, que plantea una interesante y fértil polémica, es el título
que habilita a los jueces españoles para procesar a Pinochet. El gobierno de Chile insistió en
el carácter exclusivo de su jurisdicción, invocando un principio de territorialidad dimanante
inmediatamente de la soberanía. A entender de Remiro Brotons (1999), lo planteado ante
136
los reclamos del Juez B. Garzón es una base de jurisdicción indiscutible, la primera de
ellas, preferente y recomendable: los delitos pueden y deben ser juzgados allí donde se han
cometido, más aún cuando los responsables y las víctimas son nacionales y residentes en el
territorio. Lo que no puede admitirse es el reclamo de exclusividad que hizo el gobierno
chileno asociado con los defensores legales de Pinochet. Dejando de lado otros principios
acogidos por los ordenamientos estatales y permitidos, dentro de ciertos límites, por el
Derecho Internacional para fundamentar una jurisdicción extraterritorial, el llamado
principio de persecución penal universal no sólo permite, sino que anima, a los Estados a
afirmar su jurisdicción sobre los crímenes contra la humanidad, sea cual sea el lugar en que
se produzcan y con independencia del origen y condición de los sujetos activos y pasivos.
Dos de las tres figuras delictivas que se le imputan a Pinochet, genocidio y terrorismo, se
encuentran entre esos crímenes sobre los que extienden su jurisdicción, atendiendo al
principio mencionado, los jueces españoles (art. 23.4 de la Ley Orgánica del Poder
Judicial).
La jurisdicción de los tribunales chilenos para conocer de los delitos de lesa
humanidad y, el primero, el de genocidio, cometidos en su territorio, no es sólo un derecho
que dimana de la soberanía territorial de Chile, sino una obligación internacional
expresamente asumida por la República de Chile, al menos frente a los demás Estados que
son partes en el Convenio para la prevención y la sanción del delito de genocidio, que fuera
firmado durante 1948. En el mismo, en efecto, se dispone en el art. 6° que las personas
acusadas de genocidio “... serán juzgadas por un tribunal competente del Estado en cuyo
territorio el acto fue cometido, o ante la corte penal internacional que sea competente
respecto a aquellas de las partes contratantes que hayan reconocido su jurisdicción”. En
137
este punto, el gobierno chileno apelaba a dicha resolución por el mero hecho de que durante
50 años no se formó un tribunal internacional. Entonces reclamaban para sí una
competencia exclusiva para este caso. De todos modos, aunque este planteo sedujo a un
fiscal español, en realidad encubre, no un descuido internacional, sino la falta de justicia del
país en cuestión. La realidad indica que de no haber sido por el pedido inicial del juez
Garzón, que luego fue seguido por algunos de sus pares de Francia, Suecia y Canadá, entre
otros países que efectuaron reclamos semejantes, Pinochet continuaría paseando su ominosa
figura de genocida y terrorista de Estado por diestra y siniestra35
.
De hecho, esto se confirma por el hecho de que en ningún momento, ni los
abogados del ex dictador, ni el gobierno de Chile han siquiera intentado negar los cargos
que se le imputan, los de genocida, asesino, torturador, terrorista de Estado, etc.; sino que
establecen criterios de territorialidad, inmunidad, y hasta de humanidad por su avanzado
estado de decrepitud física y psíquica.
Como latinoamericano me produjo mucha vergüenza la defensa que hizo el
gobierno chileno de su ex dictador. Pareció que hubieran detenido a un inocente y no a un
asesino al que se le imputan tres mil desapariciones, además de otros crímenes aberrantes,
entre ellos, los económicos, delitos que pareciera que nadie recuerda, pero que han llevado
a la marginación y hasta incluso al exilio a millares de chilenos.
Eduardo Galeano (1998), sostuvo al respecto y con el talento que lo caracteriza, que
en Europa estaba ocurriendo lo que, simplemente, debió haber ocurrido en Chile mucho
antes.
35
Especialmente por siniestra, aunque fue la enemiga preferida y dilecta del ex dictador chileno.
138
Los presidentes latinoamericanos -reunidos en Portugal- en el momento de la
detención de Pinochet, asistieron al conocimiento de la misma con cierta cuota de asombro
y otro tanto de espanto. Un hecho normal, como la detención de un asesino que ha generado
hechos de terrorismo de Estado, a través de la aplicación del Derecho Internacional, les
produjo estupor. Y esto es debido a que en América Latina estamos, desgraciadamente,
acostumbrados a la vigencia de la impunidad. Impunidad que ha sido acompañada y bien
vista por el poder central y omnímodo, que nunca respetó la libre autodeterminación de los
pueblos, produciendo y facilitando golpes de Estado en toda América Latina, a la vez que
apoyando a los dictadores de turno. De hecho, desde los EE.UU. se levantaron voces, desde
el mismo núcleo del poder, para apoyar a Pinochet y en su defensa; como también es
preciso indicarlo, surgieron voces condenando al anciano ex dictador y hasta ofreciendo
documentación que lo comprometería seriamente.
Como dije anteriormente, la sospecha de la universalidad de la justicia, en este caso
ejercida, o con pretensiones de ejercerla, desde la vieja Europa nos plantea una serie de
dudas. ¿Serán capaces los jueces europeos de juzgar a Clinton por sus “universales” ataques
a los derechos humanos?. ¿Detendrán a Kissinger36
en Inglaterra por su apoyo explícito al
imperialismo norteamericano, que tanto ha hecho para violar los derechos humanos de
miles de personas y de pueblos en el mundo?. ¿Acaso A. Blair será juzgado en algún
momento por su complicidad en la “Operación Zorro del Desierto” contra el pueblo irakí?.
¿Será que quedarán impunes los ataques misilísticos contra la capital de Yugoslavia?.
¿Quedarán detenidos algunos de los cientos de militares ingleses que han desparramado
colonialismo por todo el mundo, atentando contra la libertad individual y la libre
139
autodeterminación de los pueblos?. ¿Qué reacción tomarán los jueces europeos contra
aquellos que fabrican armamentos y contribuyen a crear focos de tensión en los lugares más
remotos de la tierra?. ¿Y contra los que están produciendo armas nucleares y
bacteriológicas, aprovechando cualquier circunstancia para probar las mismas contra
poblaciones indefensas?. ¿Qué sucederá con aquellos qué, con sus políticas neocapitalistas,
generen mayor pobreza en sus pueblos?.
El escepticismo que se trasluce en estas líneas manifiesta el derecho a dudar sobre la
universalidad de la justicia. Pinochet no fue conocido recién luego de su detención por
Scotland Yard el pasado año 1998. Toda Europa mantuvo relaciones diplomáticas con el
gobierno de Pinochet durante su sangrienta dictadura. Este era recibido con los honores de
Jefe de Estado en las principales capitales del mundo. Y fuera de las voces de protesta de
los exiliados y de agrupaciones de derechos humanos, Europa y EE.UU. fueron cómplices
de sus atrocidades con su silencio en el momento en que debieron haberlo denunciado.
Si bien, íntimamente, sentí una gran conformidad por la detención de Pinochet, así
como me solazo con la detención de Cavallo en México, insisto en que cuando a Europa
deja de convenirle la relación con algún gobernante -o ex gobernante- entonces aparece,
como en este caso, el abandono y la denuncia. Hasta que ellos mismos decidieron que, por
razones humanitarias, debían liberar al viejo Pinochet, quien al llegar a su país caminó sin
ayuda de su silla de ruedas...
La dama de hierro37
-apelativo decididamente curioso para alguien que ha sido una fiel
representante de los añejos piratas- fue la única persona que demostró en todo momento
36
Familiares del chileno General Prats, asesinado en Buenos Aires, han denunciado a Kissinger y lo han
responsabilizado de su asesinato (2002) 37
Margarhet Thatcher.
140
coherencia en sus conductas, ya que no abandonó a su amigo dictador. Al respecto, y
rememorando ese encuentro, me surge espontáneamente una frase de Borges, dónde dice
“No los une el amor, sino el espanto...”.
Bibliografía específica
FEUERBACH, L.: (1830) Pensamientos sobre Muerte e Inmortalidad. Alianza, Madrid,
1993
GALEANO, E.: (1998) “El Ojo del Cíclope”. El Mundo. Noviembre.
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Juristas Progresistas. Madrid.
GINER, S, y otros: (1998) Diccionario de Sociología. Madrid, Alianza.
KEYNES, J. M.: (1936) Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero. Fondo de
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RODRIGUEZ KAUTH, A.: (1998) Temas y lecturas de psicología política. Editores de
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y los pueblo oprimidos”. Rev. Exodo, Madrid, N° 46.
WALLERSTEIN, T.: (1994) Agonías del liberalismo. Iniciativa Socialista, Nº 31, Madrid.
141
CAPITULO VIII
EL NACIONAL SOCIALISMO
En este capítulo, tal como lo indica su nombre, trataré el hecho político y social
que significó el nazismo, ya que para nuestra memoria colectiva y generacional considero
de gran importancia arribar a un conocimiento del mismo que exceda la utilización vulgar
que se hace del mismo.
Es interesante observar que en los escritos que se han escrito respecto del nazismo,
o nacional socialismo, todos hacen referencia al antisemitismo que movilizaba a los
alemanes en sus acciones contra los judíos. Es como si no se pudiera hablar o referirse a
los alemanes bajo el gobierno nazi, sin dejar de soslayar el tema de los judíos. Aunque el
movimiento político, llamado Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, tuviera otros
componentes y referentes tan graves y peligrosos como lo fue la persecución y masacre de
seis millones de judíos.
Si de algo se caracterizó el nazismo alemán fue de su permanente violación a los
derechos humanos. Esta afirmación se puede entender en un análisis histórico,
sociológico, político y psicológico, comprendiendo que existieron condiciones de
posibilidad, orientadas por un marco ideológico de tipo totalitario, que permitieron y
facilitaron toda una gama de conductas violatorias de los derechos humanos. Por lo que
sostengo que el nazismo era en sí -intrínsecamente- violador y violatorio de los derechos
humanos.
En los siglos XIX y comienzos del XX hubo en Alemania, una verdadera y
142
poderosa tradición antiliberal, contraria a los movimientos desencadenados en Inglaterra
y Francia, con la llamada Revolución Inglesa del siglo XVII y la Revolución Francesa
del siglo XVIII respectivamente, que tenían como estandarte y sostén ideológico los
conceptos de derecho natural, libertad individual, universalismo, igualdad, fraternidad y
paz.
La filosofía social, representada con el auge del romanticismo, fue el movimiento
más importante del pensamiento alemán, cuyos mentores, tales como Hegel, Adam
Müller, Julius Langbehn, Paul de Lagarde, Heinrich von Treitschke, J. G. Fichte y
Moeller van den Brick, sostenían conceptos de poder, autoritarismo, nacionalismo,
racismo e imperialismo. Estos conceptos ideológicos eran totalmente opuestos a los que
sirvieron de motivo para las revoluciones burguesas mencionadas.
Tanto en Francia como en Inglaterra, el romanticismo estuvo limitado a la
imaginación literaria, como una forma de protesta contra la tradición clásica de medida y
orden; en cambio, en Alemania, se convirtió en una filosofía sistemática constituida por
una serie de libro elaboradas y coherentes sobre el hombre, la sociedad, el derecho y el
Estado. Los románticos alemanes, en su teoría del Estado, formularon una concepción
organicista basada en la raza y en la comunidad, donde el individuo ocupaba un lugar
relativamente secundario, rechazando la teoría del Estado liberal de occidente basada
sobre el contrato social, donde el individuo tenía derechos anteriores a los del propio
Estado. En cuanto a lo económico, los románticos alemanes calificaron a la economía de
libre mercado como de “egoísmo desalmado”, defendiendo la restauración de la
economía cerrada medieval controlada en cada detalle por la comunidad. Los más típicos
de los de los románticos alemanes, como Adam Müller, no atacaron éste o aquél punto
143
determinado de la tradición ética, política o económica, sino que combatieron, por el
contrario, en bloque contra la tradición humanista y racional (Ebenstein, 1979).
Durante el siglo que precedió la aparición del nazismo existieron sobrados
elementos que le dieron forma y constitución a este movimiento político. Las teorías e
ideas racistas dominaban la escena alemana. La corriente liberal alemana, representada
por Goethe, Kant, Lessing y Von Humboldt nunca alcanzó una posición dominante en
Alemania, teniendo influencia solamente en los círculos académicos y literarios, pero no
en los políticos. Los intentos realizados en 1848 y 1918 por parte de los liberales
alemanes para orientar a la sociedad hacia los ideales occidentales de gobierno y, por
ende, de sociedad, fueron aplastados con violencia por las fuerzas autoritarias y
militaristas.
Los siguientes son dos aspectos seductores y esenciales de la teoría del Estado nazi.
El primero es la concepción de la nación como una comunidad de individuos de raza
homogénea, cuya misión es dominar el mundo. El segundo es la idea de que el Estado es
superior a los individuos y a las leyes. El Estado, para el racismo, es una consecuencia de
la lucha entre las razas. En una época determinada, la raza más fuerte -la aria- venció y
sometió a las razas inferiores, fundando entonces al Estado.
Estos argumentos ideológicos que sostuviera el nazismo aparecen, en una lectura
histórica de la cultura occidental, como una desviación severa y perversa de los ejes
fundantes de esta cultura, tal como lo sostuve en la Introducción y en el Capítulo II. Los
elementos fundantes, que se remontan anteriormente a la era cristiana (siglo VI), se
refieren a:
144
a) al surgimiento de la democracia en Grecia, como expresión de la lucha
de los derechos individuales y de la necesidad de libertad individual
frente a los atropellos del Estado;
b) a la aparición de la filosofía y del pensamiento racional, entendidos
estos hechos no como accidentales, sino como necesarios para la
consolidación de la cultura a la cual pertenecemos. Al haber
abandonado el mito -como forma exclusiva de interpretar la realidad- y,
de esa manera, ser capaces de pasar al pensamiento racional, implicó
que el hombre, al conectarse desde sus faltas e ignorancias con su
mundo, visualizando sus límites temporales y terrenales, tuviera la
necesidad de ser activo en su propia vida y en la de su comunidad, ya
no aferrándose a un destino prefijado, sino construyendo su propio
horizonte;
c) el surgimiento de la ciencia, como manera de simbolizar la realidad y de
dar respecto de ella una explicación racional a los problemas e incógnitas
presentados; y
e)el nacimiento de la paidea, como mecanismo de transmisión de los
conceptos elaborados por la ciencia y por la filosofía.
La cultura e ideología nazi se sustentó y abrevó de otras fuentes. Pero fue más que
una restauración de la ideología antiliberal alemana. El nazismo rechazó el principio de
racionalismo occidental y, en la persona de Alfred Rosemberg -uno de los principales
145
ideólogos de Hitler- acusó a Sócrates, por ejemplo, de ser el primer “socialdemócrata” de
Europa y el causante de la “enfermedad” del racionalismo, por haber establecido el
principio de que se debe intentar una solución mediante la argumentación y la discusión.
Rechazó la religión cristiana, calificándola de complot diabólico judío para debilitar el
vigor y la valentía militar alemanes. Las ideas nazis fueron sumamente peligrosas y se
llevaron a su punto extremo de nihilismo, rechazando todos los conceptos morales y
tradicionales de Occidente, conceptos referidos a la naturaleza humana y su inalienable
dignidad como persona humana. Ese nihilismo se manifestó claramente en las conductas
de terror y asesinato utilizadas como política oficial de un estado totalitario.
Los campos de concentración y las cámaras de gases nazis fueron algo más que
fenómenos ocasionales o meramente accidentales en el proceso general del nazismo.
Fueron y constituyeron su propia esencia, ya que en ellos los judíos fueron destruidos
como seres morales y fueron reducidos a un simple número tatuado en sus cuerpos. Esos
campos de concentración fueron construidos para asesinar a los judíos, no para castigar a
delincuentes ordinarios o políticos. La mayoría de las víctimas no fueron ni siquiera
acusados de haber hecho algún delito. Si el objetivo hubiera sido únicamente la matanza
de los “enemigos” se podría haber hecho de otra manera. El exterminio, los campos de
concentración, las cámaras de gas, la humillación, etc., demostraron a todas las
poblaciones bajo el dominio nazi, y al mundo entero, que toda persona era potencialmente
un recluso, y que su persona, su espíritu, su dignidad, podían ser reducidas a polvo, jabón
o cenizas, si esa era la voluntad de los nazis. En el esquema del nihilismo totalitarista nazi,
la degradación del hombre no era el producto secundario del asesinato, sino que el
asesinato era el producto secundario del proceso sistemático de degradación (Ebenstein,
146
op. cit.).
Si bien puede objetarse que el Partido Nazi ascendió al gobierno de Alemania de
manera democrática, ya que lo hizo sobre una mayoría de electores, se podría decir que fue
uno de los extraños casos de totalitarismo apoyado por la mayoría del electorado y
aprobado por el parlamento de la Nación. Pero una vez que llegó al poder, en 1932,
estableció, en primer lugar, los campos de concentración para los adversarios políticos.
Luego logró una total uniformidad de aquiescencia pasiva por parte de la población.
Fueron suprimidos todos los demás partidos políticos, incluso los ultraconservadores que
originalme4nte le dieron su apoyo para formar gobierno en el Parlamento. Los periódicos
con tradición democrática y liberal fueron abolidos o incautados. La educación quedó en
manos y bajo el control del partido nazi. El Frente del Trabajo gubernamental sustituyó a
todos los sindicatos, que fueron declarados ilegales. Se atacó la estructura de la familia
tradicional. Los hijos fueron alentados a denunciar la opinión expresada por sus padres en
los ámbitos privados familiares, a la par que las mujeres solteras eran incitadas a procrear
una “nueva raza”, o “raza superior”, a partir de la unión con jóvenes arios.
El nazismo utilizó las reglas de juego de la democracia para lograr el poder y, una
vez que lo consiguió, arrasó con ella. Así fue como rigió los destinos de Alemania desde
1932 hasta 1945, en que fue derrotado en los campos de batalla -no en las urnas ni por la
propia población en un movimiento revolucionario-. Este movimiento comenzó en 1919.
Al principio estaba constituido por un pequeño grupo de descontentos de Munich. En sólo
14 años, incluyendo en sus filas a personas provenientes de todos los estratos sociales, se
constituyó como un gran movimiento de masas. Quizás el más grande de la historia
alemana. En él estaban representados los obreros sin empleo, los trabajadores provenientes
147
del socialismo, anarquismo y el comunismo; los empresarios grandes a pequeños, los
miembros de las casas reales de los Estados alemanes y hasta los miembros de la familia
imperial de los Hohenzollern.
Ebenstein (op.cit.) sostiene que de las clases sociales de Alemania, la clase obrera
fue la que menos respondió, proporcionalmente, al llamado del nazismo. Los trabajadores
manuales no estaban prácticamente representados en el partido nazi, mientras que los
trabajadores de “cuello blanco” y las personas de clase media representaban la gran
mayoría, en relación con la población alemana. Los trabajadores urbanos seguían en gran
medida al partido socialdemócrata. La clase obrera no sólo no se interesaba por el
nazismo, tampoco se interesaba por el comunismo. La baja clase media -los asalariados-
fue la que, numéricamente, dieron el apoyo popular más fuerte al nazismo.
Tuvo una gran repercusión el apoyo prestado por las clases superiores de
industriales y grandes terratenientes, numéricamente poco significativa, pero social y
económicamente muy fuerte. Se sostiene que apoyaron al nazismo por dos razones: en
primer lugar los nazis prometieron abolir los sindicatos libres, y en segundo lugar, los
industriales comprendieron que la remilitarización de Alemania unida a una política
exterior agresiva, sería beneficiosa para sus negocios. El apoyo de la industria siderúrgica
fue muy importante, especialmente la pesada. Antes y durante la segunda guerra mundial,
la industria pesada alemana, gracias a sus alianzas con el nazismo, se benefició con la
aportación de varios millones de trabajadores extranjeros deportados a Alemania desde los
territorios ocupados por sus tropas, particularmente los del Este europeo. Como ejemplo,
bastan recordar la película la Lista de Schindler –dirigida por S. Spielberg- donde se
observa cómo se beneficiaba el protagonista de la mano de obra gratuita obtenida por parte
148
de los judíos detenidos por el nazismo y, a su vez, en la notable obra de P. Levi (1958) que
tan bien describe aquella situación de los “judíos económicamente útiles” para la
consideración de los mandamases de los campos de concentración, paso previo a los
campos de exterminio, a dónde irían a dar con sus huesos –para convertirlos en cenizas
esparcidas al viento- cuando perdieran aquella valiosa cualidad económica.
Otro grupo de poder importante que brindó su apoyo al nazismo fue el de los
militares, que en Alemania han constituido desde antaño una suerte de “casta”. Ese apoyo
se justificó en el deseo por parte de los militares, de la militarización de Alemania, para de
esa forma rescatar el viejo modelo bélico germano y vengar la humillación sufrida por la
firma del Pacto de Versalles que dio por concluida la Primera Guerra Mundial. Sin
embargo, este apoyo fue disminuyendo a medida que la guerra se iba perdiendo en los
campos de batalla.
En 1923 los nazis trataron de conquistar el poder político por la fuerza, pero el
intento fracasó. En las elecciones parlamentarias de 1932 el partido nacionalsocialista
obtuvo 196 posiciones en el Congreso, que se componía de 584 miembros. En enero de
1933, luego de triunfar en las elecciones parlamentarias, el presidente von Hindenburg
nombró a Adolfo Hitler -el fundador y dirigente de los nazis- Canciller de Alemania.
Desde esa posición los nazis lograron consolidarse en el poder, y en las elecciones de
marzo de 1933 el partido obtuvo 288 delegados al Congreso. La constitución democrática
de 1919 –sancionada por la República de Weimar- fue suspendida por Hitler, quien
comenzó a legislar mediante decretos. En agosto de 1934 falleció el presidente von
Hindenburg y –entonces- Hitler suprimió el cargo de Presidente de la República y asumió
el gobierno con el título de Führer (caudillo o líder).
149
Hitler utilizó la teoría de la selección natural de las especies y la aplicó a la
política. Exaltó el antisemitismo que yacía y transitaba el imaginario social de casi todos
los alemanes desde hacía al menos un siglo. A la vez sostuvo que el Estado no podía
mantenerse sólidamente en un régimen de economía pacífica, y que su instinto de
conservación lo impulsaba a las luchas económicas y a la conquista de nuevos territorios.
Al exaltar los valores de la raza aria, determinó -por las dificultades que conllevaba
determinar quienes pertenecían a la misma- que se debía emplear un criterio político: el
hecho de pertenecer al nazismo constituía el criterio de la selección de la raza. Para Hitler
la conducta moral y política de los individuos constituía la raza.
En el libro “Los verdugos voluntarios de Hitler”, su autor, Daniel Jonah Goldhagen
(1997), sostiene que fue el antisemitismo, como ideología basal del pueblo alemán, el que
permitió y condujo al terrorífico Holocausto. Por lo cual Goldhagen ubica como factor
esencial al antisemitismo por encima de cualquier otra causa. Sostiene: “Es preciso
reconocer lo que durante tanto tiempo han negado u ocultado en general tanto los
intérpretes académicos como los no académicos: las creencias antisemíticas que los
alemanes tenían sobre los judíos constituyeron la causa básica del Holocausto, y lo
fueron no sólo de la decisión que tomó Hitler de aniquilar al pueblo judío en Europa
(cosa que muchos aceptan) sino también de la voluntad que tenían los perpetradores de
matar y tratar brutalmente a los judíos. La conclusión de esta obra es que el
antisemitismo impulsó a muchos millares de alemanes corrientes a asesinar judíos y, de
haberse encontrado en una posición adecuada, habría impulsado a millones más. Ni los
apuros económicos, ni los medios coercitivos de un Estado totalitario, ni la presión
psicológica social, ni unas tendencias psicológicas inalterables, sino las ideas acerca de
150
los judíos que se habían generalizado en Alemania desde hacía décadas, indujeron a unos
alemanes corrientes al exterminio de millares de hombres, mujeres, y niños judíos
desarmados e indefensos, de una manera sistemática y sin piedad”.
De todas maneras, el antisemitismo como expresión xenófoba era anterior al
nazismo y se remonta al antiguo Egipto, 400 años a. de Cristo, cuando un grupo de
sacerdotes egipcios destruyeron un templo judío sin causa ni razón alguna, situado en un
isla del Nilo. En la actualidad, los egipcios siguen sintiendo aversión contra los judíos,
especialmente contra los que habitan en Israel, ya que al igual que todo el Oriente Medio
no los consideran un pueblo, sino un ejército de ocupación. El mundo árabe y los
elementos pro-árabes de América Latina, EE.UU., Europa y Africa son antisemitas. La
Europa Oriental compartiría ese mismo sentimiento.
Arnold Rogow (1975) sostiene que existen diferencias entre las formas modernas
de antisemitismo y las variedades de otra época. Por los datos recogidos durante el
nazismo, tienen, las versiones modernas de antisemitismo, un carácter más ideológico y
más virulento que en otros tiempos. Tómese como ejemplo lo que ocurría con los griegos
antisemitas. Estos decían que los judíos eran “diferentes”, pero esas diferencias no eran las
mismas que las que se señalaron posteriormente en la era cristiana. A los griegos les
resultaba complicado entender la práctica del judaísmo y lo poco que comprendían lo
rechazaban. Al ser los griegos politeístas, con su gran variedad de cultos y de dioses, con
sus festivales, celebraciones, ceremonias y ritos, la imagen del monoteísmo que predicaba
el ayuno, la atrición -que es el dolor de haber ofendido a Dios-, la observancia dietética y
sexual y otras restricciones, les provocaban rechazo. Los judíos actuaban el papel de
puritanos en un mundo pagano y esto provocaba curiosidad y aversión. Tácito, el gran
151
historiador romano, al observar que los judíos adoraban a Baco, comento: “… el culto de
Baco era incongruente ya que este dios se consagraba a ritos de alegría y optimismo,
siendo así que el ritual judío es absurdo y morboso”. Tácito sostenía que las costumbres
judías eran “impías y abominables” y habían logrado imponerse gracias a la “depravación
de los judíos”. Sobre la prosperidad de los judíos decía que se debía en gran parte a que los
judíos “mantienen una obstinada lealtad entre ellos y siempre están dispuestos a
compadecerse entre ellos, siendo así que por el resto del mundo sienten odio y hostilidad”.
El biógrafo griego Plutarco decía que los judíos se abstenían de comer carne de
cerdo porque ese animal era objeto de veneración. Apion, que era el más devoto antisemita
del mundo antiguo, tenía el resquemor de que los judíos bebían la sangre de los niños
gentiles y elaboró una teoría sin antecedentes sobre la observancia judía del sábado. Apion
decía que los judíos habiendo marchado durante seis días, desde Egipto, “… se les
formaron tumores en las ingles y por esa razón decidieron reposar el séptimo día una vez
llegados sanos y salvos al país llamado actualmente Judea, y llamaron a este día
Sabbaton, conservando el término egipcio, pues el mal de ingles se llama en Egipto
sabbö”.
De todas maneras, la diferencia entre el mundo antiguo y nuestra
contemporaneidad, es que ni los griegos, ni los romanos trataron de destruir las raíces y las
ramas del judaísmo.
Los dos primeros siglos de la era cristiana son un tanto confusos en relación de las
actitudes que se tuvieron hacia los judíos. El emperador Adriano prohibió a los estudiosos
judíos dar clase o reunirse con sus alumnos. En el año 212, Caracalla les concedió plenos
152
derechos de ciudadanía a los judíos. Durante el reinado de Alejandro Severo (222-235) se
reconoció formalmente la identidad étnica y religiosa del judaísmo. Si bien no se les
permitió hacer proselitismo, se les permitió convivir en paz y practicar su religión.
Durante el Imperio Romano la posición de los judíos sufrió grandes vicisitudes. Se
llegó hasta utilizar la fuerza para que los judíos se convirtieran al cristianismo. Se les
prohibía el acceso a los puestos de autoridad y el matrimonio entre judíos y cristianos. Se
prohibió la construcción de sinagogas y frecuentemente hubieron actos individuales y
colectivos contra los judíos. Aún así, la cultura judía sobrevivió en partes de Europa, sobre
todo en España, Italia y Francia. En la España del siglo XI tuvieron una época de
florecimiento. Desde el siglo XI al siglo XIII inclusive, existió la “edad de oro” de los
judíos españoles que vivían bajo el Islam, en el sur de la península, gozando de libertades
y privilegios desconocidos en los países cristianos de Europa. Tanto judíos como
musulmanes sintieron el estímulo de la aleación de sus culturas y ello condujo a
descubrimientos de enorme trascendencia en medicina, matemáticas, física y astronomía.
Los judíos pudieron por primera vez desempeñar varias profesiones en las que hicieron
valiosas contribuciones al carácter y formas de vida en la España musulmana. Esos
privilegios que gozaron en España no tuvieron paralelo en otros países. En Francia y
Alemania fueron perseguidos. Las cruzadas, a fines del siglo X causaron matanzas ciegas
de miles de judíos y el suicidio de muchos de ellos. Ese fue el preludio de lo que ocurriría
durante la Alta Edad Media, donde las matanzas de los judíos se convertiría en moneda
corriente. Además se multiplicaron las restricciones legales y de toda índole, sobre todo a
raíz de los Concilios de Letrán (tercero y cuarto, 1179 y 1215). El cuarto Concilio
determinó que los judíos eran parias, a los que no cabía la menor relación social y mucho
153
menos el matrimonio. Se les prohibió tener sirvientes cristianos, ocupar puestos públicos y
salir a la calle la semana de Pascua. Se determinó que por ser infieles, los judíos debían
llevar una marca especial en sus prendas superiores -un disco de tela amarilla-. A su vez,
en 1290 los judíos fueron expulsados de Inglaterra. Lo mismo ocurrió Francia en 1394,
luego de extorsionarlos y de que ocurrieran varias matanzas. Los alemanes clasificaron a
los judíos de servi camerae, es decir, siervos del Estado. Esto condujo a que debían pagar
severos impuestos y a que se les confinaba a los trabajos más humildes.
En España recién se les expulsó en 1492, pero durante el siglo y medio que
precedió la expulsión, los reyes de Castilla y Aragón mantuvieron una persecución
constante de los judíos. Esto sucedió en el mismo momento en que se expulsó a los árabes
de España. Aún los judíos que se convirtieron públicamente a la fe católica fueron
torturados por el Tribunal de la Santa Inquisición38
. La inquisición había sido instituida
por el papa Inocencio III -cuyo papado duró desde 1198 hasta 1216- para terminar con la
herejía de los albigenses -éstos constituían una secta de herejes del siglo XI-. En España, la
Inquisición fue creada por concesión del Papa Sixto IV y establecida por los Reyes
Católicos en 1480. Dirigida por el tristemente célebre Torquemada, estaba destinada a
perseguir a los herejes, a los judíos, a los musulmanes conversos y más tarde a los
luteranos. Esa intolerancia medieval tenía su origen en el fanatismo religioso. Los jerarcas
de la Iglesia Católica creían que los judíos eran culpables de varias tendencias heréticas,
como ser el movimiento de los albigenses. La grey católica culpaba a los judíos de la
muerte de Jesucristo39
y les adjudicaban extraños ritos y misteriosas prácticas religiosas.
38
Llamados “marranos”.
39
Similar argumento utilizaron los nazis.
154
La Iglesia Católica durante siglos sólo aceptó de los judíos la conversión de éstos al
cristianismo. El que no lo hacía era tratado como paria. El papa Pablo IV les exigió que
utilizarán un signo que hiciera patente su calidad de pueblo distinto e inferior. Asimismo
creó los ghettos al obligar a los judíos a vivir separados de los cristianos en territorios
delimitados a ese efecto. Además, como si todo esto fuera poco, elaboró una lista de las
profesiones y ocupaciones que habrían de estar vedadas a los judíos.
Los protestantes fueron con los judíos tan intolerantes como los católicos. Martín
Lutero manifestó su intolerancia al sostener que los judíos nunca se convertirían
fácilmente al cristianismo. Se preguntaba: “¿Qué habremos de hacer, nosotros los
cristianos, con esta raza condenada y proscrita de los judíos?... He aquí mi honrado
parecer. Primero, habrá que prender fuego a las sinagogas. Segundo, habrá que
desbaratar o destruir sus hogares. Tercero, habrá que privarlos de sus libros de
oraciones. Cuarto, habrá que prohibir, bajo pena de muerte, que sus rabinos sigan
enseñando... Sexto, habrá que prohibir que ejerzan la usura. Séptimo, habrá que obligar a
los judíos y judías jóvenes y fuertes a que empuñen el hacha, el azadón, la pala y la rueca,
para que se ganen el pan con el sudor de su nariz. Y si hubiese peligro, habrá que
echarlos del país y acabar con ellos de una vez para siempre.” (Marcus, 1960).
En el siglo XVIII los judíos habían sido expulsados de casi toda la Europa central y
occidental. Donde quedaban grupos eran obligados a vivir en ghettos y a sufrir enormes
humillaciones. Los ejércitos cosacos, en 1648, dieron muerte a millares de judíos alemanes
que habían emigrado a Polonia.
155
A finales del siglo XVIII se dio paso a una era de relativa tolerancia. En 1791, la
Asamblea Nacional francesa reconoció a los judíos la plenitud de sus derechos civiles,
ejemplo que las tropas de Napoleón trataron de imponer en aquellas tierras por las que
pasaron. En 1860 Inglaterra proclamó la emancipación de sus judíos. Esto se vio
favorecido por el hecho de que la Reina Victoria tuvo como primer Ministro durante dos
periodos, a Disraeli, un judío que jamás se avergonzó de su origen y que logró que los
judíos ingresarán a la Cámara de los Comunes. Por esa misma época, Alemania reconoció
la igualdad de los derechos de los judíos (1870)40
.
De todas maneras, la población judía que vivía en la Europa oriental estaba
sometida por el poder ruso a vivir en un gran ghetto, que era objeto de permanentes
persecuciones, hecho que duró hasta 1917. Unos pocos lograron emigrar a la Europa
occidental y otros a los EE. UU. El resto fue víctima de las cruentas incursiones del
ejército imperial, de la policía zarista, de los cosacos, de los polacos, de los rusos blancos
y de otros.
Los años que precedieron a la primera guerra mundial parecía que anunciaban años
estupendos para los judíos. El tratado de Versalles intentaba garantizar los derechos
políticos, sociales y culturales de las minorías de la Europa oriental. En la nueva República
de Polonia se proclamó la emancipación de los judíos. En 1917 el secretario de Estado de
asuntos exteriores británico sostuvo en la declaración de Balfour: “el Gobierno de Su
Majestad ve con buenos ojos la creación en Palestina de un hogar nacional para el pueblo
judío...”
40
Estos acontecimientos se encuadran en los objetivos de las Revoluciones Burguesas donde el individuo
lucha por el reconocimiento de sus derechos por sobre los atropellos del Estado.
156
Pero las matanzas de los judíos que se produjeron en los años veinte en Polonia,
Rumania y Ucrania sirvieron de antecedentes al exterminio nazi: hecho que se constituyó
en el más aberrante de todos los ocurridos contra el pueblo judío.
Este rápido repaso histórico respecto de los permanentes atropellos contra el
pueblo judío nos remiten a comprender diferentes etapas de nuestra cultura occidental. Se
puede apreciar cómo en la cuna de nuestra civilización, en la Grecia antigua, los judíos
eran considerados diferentes, pero eran tolerados. Esa misma civilización fue la que valoró
los derechos individuales, la que creó la democracia, la que apreció la racionalidad y la
que pasó del mitos al logos. A través del paso del tiempo las condiciones fueron variando.
Se produjeron muchos atropellos contra los judíos. Luego, y durante varios siglos de
oscurantismo, de la mano de las Revoluciones Burguesas -la inglesa y la francesa- se
vuelven a respetar los mentados pilares de la civilización occidental: democracia,
racionalidad, derechos humanos, etc. y es en ese preciso momento en que se abren nuevos
espacios de tolerancia y respeto para las minorías.
El nazismo, como dije anteriormente, fue, en sí mismo, totalmente violador de los
derechos humanos. Se apartó de los supuestos históricos de la cultura occidental y se
recostó en la criminalidad del fanatismo, la ignorancia, la intolerancia y la perversión.
Hubo en ese periodo un retroceso histórico inmenso, donde sólo le cupo lugar al
salvajismo desenfadado. En su discurso ideológico, en sus fantasías conscientes e
inconscientes, en sus pretensiones económicas y de poder, en su necesidad de alimentar su
descarada omnipotencia, los nazis creyeron encontrar en la llamada “solución final”41
la
resolución de todos sus males sociales, económicos, religiosos, culturales, etc.
157
Goldhagen (op.cit.) sostiene que el antisemitismo particular del pueblo alemán no
puede ser obviado en un análisis respecto de las causas concretas del holocausto. Dice que
no se puede negar ni minimizar la importancia de la ideología nazi y la de los
perpetradores, sus valores morales y el concepto que tenían de las víctimas como
elementos motivadores de la voluntad de matar a aquellas personas. Los alemanes
“corrientes” eran impulsados por una clase particular de antisemitismo, que les llevó a la
conclusión de que los judíos debían morir. A partir de esa afirmación, es que Goldhagen
interpreta, tomando los hechos puntuales, que los perpetradores no quisieron negarse a
cometer el genocidio. En este punto podemos observar cómo se apartaron los alemanes de
un pensamiento racional -tal como señalara al comienzo de este Capítulo-, para abrevar en
pensamientos mágicos, que tomaron una dimensión social escalofriante, puesto que la
sociedad no pudo detener ese tipo de irracionalidad, sino, por el contrario, la alimentó. Lo
mágico del pensamiento radicaba en la idea de que haciendo desaparecer, a través de
cualquier forma, pero especialmente a través de la muerte a los judíos se les terminarían
todos los problemas -de los alemanes-. Por cierta que esta idea no venía sola, sino que se
acompañaba con la idea megalómana de la raza superior, la militarización alemana, la
invasión a Europa, etc. Ideas que conformaban valores, actitudes y conductas. En los
Capítulos previos veíamos que la intolerancia frente al otro aparecía en el acto de la
tortura.
En el caso de los nazis, la intolerancia hacía los judíos excedió la discriminación
social, el rechazo cotidiano, la agresión permanente, la molestia diaria, y superó
ampliamente la tortura física, mental y moral para arribar a la muerte del “otro” como
41
Se referían a la muerte de los judíos.
158
única y verdadera solución. Estas ideas recorrieron todo el imaginario social y se
constituyeron en acciones. Y ahí se institucionalizó la intolerancia. Y lo hizo a través de
una forma organizada como lo fue un partido político que llegó al poder: el nazismo. En
ese punto, el discurso oficial no era ajeno a la gente corriente, por lo menos a la gran
mayoría. Reflejaba, por el contrario, un germen racial que estaba latente en el imaginario
social de los alemanes de aquella época. Por eso se pudo llevar a cabo la matanza de seis
millones de judíos42
. Por que las acciones de los nazis reflejaban un discurso intolerante,
petulante, omnipresente y omnipotente, pero que ya estaba presente en el cuerpo social
alemán. Entonces lo que estorbaba era, concretamente, el “cuerpo social de los judíos”.
Por lo que había que matarlos43
.
Los alemanes del nazismo no pudieron apartarse de su mitología endemoníaca. No
pudieron aprovechar sus pensamientos racionales y se guiaron por la paleocorteza del
pensamiento primitivo. Se dejaron llevar por una afectividad -negativa- que no pudo, ni
quiso ser controlada. El terror se constituyó en la expresión más grande del totalitarismo.
Y fue terror de Estado. El Estado dejó a las minorías sin sus garantías y derechos sociales
y constitucionales. Se los arrebató, así como luego les arrebató la vida. El Estado, frente a
una sociedad complaciente, institucionalizó el terror montando una enorme estructura para
la desaparición, explotación y humillación de los judíos, gitanos, europeos del este y
opositores.
Y el Estado estuvo gobernado y representado por Hitler. Al respecto, Goldhagen
42
Otra de las minorías que fue arrasada por los alemanes fueron los gitanos, Mataron a más de medio millón
de ellos. 43
También se estableció el robo de los bienes de los judíos, que en la actualidad constituye fortunas
incalculables y que aún no han sido restituidos plenamente.
159
(op.cit) dice: “Hitler fue la fuerza impulsora detrás de la política antijudía. En los primeros
años de su mandato, se conformó con unas soluciones de compromiso al problema judío,
debido a la imposibilidad aparente, inmediata o incluso a largo plazo, de resolverlo según
sus deseos. Todas las soluciones que él y sus subordinados pusieron en práctica derivaban
directa e inmediatamente del mismo diagnóstico del problema, expresado con claridad por
su antisemitismo racial eliminador en uno de los eslóganes coreados con más frecuencia
durante los años del nazismo: Mueran los judíos. Las políticas de los alemanes hacia los
judíos no eran más que variaciones del tema eliminador común. Si bien las variaciones
tenían unas consecuencias en extremo diferentes para las víctimas, eran más o menos
equivalentes funcionales desde la posición ventajosa de los ejecutores: tenían el mismo
motivo, que era el elemento crucial para explicar la trayectoria de la persecución. Las
líneas de acción hacía los judíos compartían dos importantes características y objetivos:
1. Convertir a los judíos en seres socialmente muertos, unos seres a los que
se dominara por la violencia, se les alienara por su origen y se les
deshonrara en general y, una vez logrado esto, tratarlos como tales.
2. Apartar a los judíos, de la manera más completa y permanente que fuese
posible, del contacto físico con el pueblo alemán y, en consecuencia,
neutralizarlos como un factor en la vida alemana.
Estas dos características se hallaban siempre en las dos líneas de acción hacia los
judíos, al margen de cuáles fuesen las medidas adoptadas. La creencia en la deseabilidad
de estos objetivos componía los axiomas de la política antijudía, su modelo cognitivo
subyacente. La puesta en práctica de tales objetivos incluía una serie de líneas de acción y
160
medidas variables, algunas de las cuales se superponían temporalmente:
Agresión verbal.
Agresión física.
Medidas legales y administrativas para aislar a los judíos de quienes no lo eran.
Obligarlos a emigrar.
Deportación forzada y nuevo establecimiento.
Separación física en guetos.
Matar por medio del hambre, la debilidad y las enfermedades (antes del
programa genocida formal).
Trabajo de esclavos como alternativa de la muerte.
Genocidio, principalmente por medio de fusilamientos en masa, hambruna
calculada y cámaras de gas.
Marchas de la muerte.”
Es evidente que tales líneas de acción, manifiestas y conscientes, estaban asociadas
a los dos objetivos fundamentales de la política antijudía: producir la “muerte social” de
los judíos y eliminar su presencia e influencia de la sociedad alemana. Porque molestaban
como cuerpo social. Existía la fantasía de que había que liberar a Alemania del “yugo
destructor” de los judíos. La expulsión de los judíos también fue de las actividades
económicas. Esto se llevó a cabo con leyes promulgadas por el Estado alemán.
De todas maneras, el problema del antisemitismo, excede lo sucedido en la
161
Alemania nazi. Aún cuando los datos históricos del nazismo resulten eternamente
escalofriantes. Creo que la única posible solución contra el antisemitismo, como axioma
generador de valores y conductas, sea oponerle un fuerte pensamiento racional, tolerante y
ético. Generado en el conocimiento del pueblo judío, su historia, sus conductas y sus
debilidades. Sólo nos puede salvar una conciencia racional. Aquella que, desde los
antiguos griegos, viene asomándose de la mano de la tolerancia, la ciencia y la
democracia.
Bibliografía específica
EBENSTEIN, A.: (1979) “Nazismo”. En Enciclopedia Internacional de Ciencias Sociales,
Tomo 8, Ed. Grijalbo S.A., Bilbao.
LEVI, P.: (1958) Si esto es un Hombre. Muchnik Editores, Barcelona, 2000.
GOLDHAGEN, D.: (1997) Los verdugos voluntarios de Hitler. Ed. Taurus. Madrid, 1998.
ROGOW, A.: (1979) “Antisemitismo”. En Enciclopedia Internacional de Ciencias Sociales,
Tomo 2, Ed. Grijalbo S.A., Bilbao.
162
CAPITULO IX
ALGUNAS CONDUCTAS DISCRIMINATIVAS
En este capítulo abordaré el estudio y reflexión de una conducta humana que ha
favorecido la discriminación, la cual ha provocado un profundo daño al entramado social y
que, por desgracia, tiene la mala costumbre de reproducirse cotidianamente con más
frecuencia de la esperable..
Me estoy refiriendo al prejuicio, el que no es más que una conducta socialmente
aprendida que viene cargada con una fuerte connotación discriminativa. Al prejuicio se lo
puede intentar definir desde diferentes lugares del conocimiento. Por su raigambre
etimológica, el mismo proviene del latín “preiudicare”, que significa juzgar las cosas antes
del tiempo de conocerlas o sin un conocimiento cabal.
Para la Psicología Social el prejuicio es una actitud. Myers (1991), sostiene que el
prejuicio es una actitud injustificablemente negativa hacia un grupo y hacia sus miembros,
tomados individualmente. El prejuicio implica preconceptos, los cuales nos predispone en
contra de una persona por el solo hecho de que pertenezca a un determinado grupo sobre el
cual se tienen prejuicios. El prejuicio es, en definitiva, una actitud negativa, que
proporciona una tendencia a actuar de una determinada manera. Esa manera constituiría la
conducta discriminativa. La discriminación es una de las conductas humanas más antiguas,
tanto como lo han sido los agrupamientos sociales producidos en el largo proceso de
hominización sobre la tierra. La discriminación es una de las formas más comunes que
tienen las culturas para enfermar socialmente. La palabra discriminar está compuesta de dos
términos: la partícula dis, que significa negación o contrariedad, y por otra parte la raíz
criminar, que tiene su origen etimológico en el vocablo discrepar el que, a su vez, significa
163
estar en desacuerdo. El término está tomado del latín discrepare que significa disonar, o
sonar diferente. La palabra discriminación hace referencia a conductas en las que, “por
culpa de las características que el otro posee” -piel negra, origen “racial”, falta de dinero,
etc.- se lo menosprecia porque suena diferente y se los piensa y siente diferencialmente. Por
ello se lo separa, se lo aísla, o se le coloca al margen, en consecuencia, se lo margina
socialmente, en definitiva, se lo excluye de derechos y hasta de deberes. Es decir, el otro es
el responsable, el culpable de ser como es y, por lo tanto, debe pagar su culpa a través de
una condena social.
Myers (op. cit.), sostiene al respecto que las actitudes pueden coincidir con el orden
social no sólo como medio de racionalizarlo, sino también porque la discriminación lastima
a sus víctimas. Al respecto, G. Allport señala (1978), con acierto, que: “No es posible
machacar una reputación dentro de la cabeza sin que eso produzca un efecto en el
carácter”. Es decir, se culpa a la víctima; entonces se produce el hecho de la profecía
autorrealizada que está al acecho. A partir de la discriminación, se dan una serie de efectos
en los que es posible convertir a alguien en víctima. Allport (op. cit.) catalogó 15 efectos
posibles de la conversión en víctima, que podrían reducirse a dos tipos básicos: a) aquellos
que implican culparse a sí mismo, como por ejemplo retraimiento, autoaborrecimiento,
agresividad contra el propio grupo; y b) los que significan culpar a las causas externas
(contragolpe, suspicacia, orgullo grupal exacerbado). Si los resultados netos son negativos -
por ejemplo, tasas más elevadas de ilegitimidad, familias deshechas, desocupación y
delincuencia- a estos elementos se los puede utilizar como para justificar la perpetuación
del prejuicio y de la discriminación el colectivo que porta tales características, cosa que –
paradójicamente- contribuye a mantenerlos.
164
Rodríguez Kauth (1996) sostiene que las primeras teorías sociológicas toman como
base al prejuicio racial para el conocimiento del tema y las posibles soluciones que se
presentan a este problema. Problema que puede ser encuadrado dentro de los graves
conflictos sociales y culturales que permanecen a través del tiempo y de la historia de la
humanidad. Sirvan de ejemplo, tal como veíamos en el capítulo anterior, los hostigamientos
y las matanzas que le han sucedido al pueblo judío, desde hace alrededor de cincuenta
siglos.
De todas maneras y con fines didácticos, es necesario diferenciar la palabra
discriminación, que constituye una conducta negativa, injustificable, hacia determinado
grupo y los individuos que lo componen; del prejuicio, que es una actitud
injustificablemente negativa hacia un grupo y hacia sus miembros, tomados estos,
individualmente. La palabra prejuicio indica que no existen los conocimientos suficientes
del otro, ya que aún no se ha elaborado un juicio previo extenso y abarcativo respecto del
otro. Por lo tanto, el prejuicio resulta ser una actitud irracional, ya que no permite que la
razón haya puesto en marcha sus mecanismos. Sólo es posible vislumbrar el contenido
afectivo de una actitud de naturaleza negativa44
.
Creo necesario -en este momento del discurso- que se intente definir al término
racismo, el cual puede ser interpretado desde dos lugares: a) Individualmente, actitudes
enraizadas en el prejuicio y conductas discriminatorias hacia las personas de una
determinada raza o religión; b) Socialmente, la puesta de manifiesto de prácticas
44
Existen aquellos que diferencian los prejuicios negativos de los positivos. Los negativos serían similares a la
definición que dimos, en tanto que los positivos también excluirían un juicio racional, ya que la actitud hacia
el otro sería afectivamente positiva, aún sin un conocimiento del otro. Por ejemplo, en la Argentina para una
gran cantidad de la población, todo lo que provenga de EE.UU. es bueno, sea una persona, un producto, una
serie televisiva, etc.
165
institucionales que colocan en posición inferior en la escala de estratificación social a
personas de determinadas razas o religiones, que –casualmente- son las que no coinciden
con las de la mayoría de la población de un lugar o país. No es de necesariedad forzosa que
las actitudes prejuiciosas generen acciones hostiles, como así tampoco lo es que toda forma
de opresión tiene su origen en el prejuicio. El racismo y el sexismo45
-individualmente:
actitudes enraizadas en el prejuicio y conductas discriminatorias hacia personas de
determinado sexo; socialmente: prácticas institucionales que colocan en posición inferior a
las personas de sexo femenino- no sólo se refieren a las actitudes prejuiciosas de un
individuo sino también, como se ha intentado describir, a las prácticas institucionales que
provocan tal discriminación, aún en ausencia de todo intento derivado del prejuicio.
De todas maneras, no debe olvidarse que las instituciones representan a hombres
atravesados por determinadas ideologías. Por tanto, esas instituciones están manejadas por
hombres que van a continuar persistiendo con la aplicación de las ideologías originales,
aunque existan cambios que, la mayoría de las veces en el corto tiempo, son formales, de
naturaleza cosmética y, tienden a apaciguar cualquier intento de cambio -hacer como que
las cosas cambian para encubrir su quietismo- en la mejor expresión del gatopardismo
(Lampedusa, 1958).
Las instituciones representan a las sociedades, aunque algunas veces sólo –quizás
más de las necesarias- estén representando a los sectores dominantes de las mismas,
fundamentalmente a los intereses de los poderosos, o al statu quo vigente. Resulta difícil
45
Actitudes enraizadas en el prejuicio y conductas discriminatorias hacia personas de determinado sexo;
socialmente: prácticas institucionales que colocan en posición inferior a las personas de sexo femenino: Jhon
Lennon, el desaparecido Beatle, decía que la mujer era el negro del mundo.
166
encontrar en grupos democráticos a instituciones discriminatorias46
.
Históricamente se ha podido observar cómo fue necesario el apoyo del pueblo
alemán para que prosperara y luego se sostuviera en el poder el nazismo. Y aún, más cerca
en el tiempo, es posible observar como en Chile se exasperaron los ánimos de gran parte de
la población cuando detuvieron al ex dictador -y ex General- Augusto Pinochet en
Londres47
. Pinochet no hubiera sido el asesino de masas que fue, si buena parte de la
población chilena no le hubiera prestado –en su momento- un apoyo irrestricto a sus
políticas represivas.
Otra de las formas de discriminar, por parte de los sujetos y de las instituciones, está
dada por conductas peyorativas hacia sujetos extranjeros (curiosamente, stranger, en inglés,
significa extraño y tiene como sinónimo a extranjero) -circunstancia común en todos los
países- y por legislaciones diferenciales que los colocan en franca y notoria desventaja
frente a los ciudadanos locales.
Esta situación se ve agravada, en el caso de las conductas de los sujetos,
especialmente cuando el extranjero proviene de un país pobre48
y busca trabajo, que puede
llegar a quitárselo al nativo.
Esas conductas de diferenciación entre el nativo y el extraño están tipificadas con el
nombre de xenofobia, término que significa odio u hostilidad hacia lo extranjero; aunque no
46
Aunque en la actualidad se puede observar cómo la institución policial, en Argentina, reclama que los
derechos humanos sólo son respetados para los delincuentes. Es decir, que los grupos que luchan por el
respeto de los derechos humanos, no tienen en cuenta los derechos humanos de los policías cuando alguno de
ellos es muerto o tratado con violencia. En este ejemplo la policía se siente discriminada por instituciones que
luchan contra la discriminación.. 47
Lo más paradojal del caso fue que el entonces embajador chileno en Londres, que tuvo que estar exiliado en
los EE.UU. debido a que la dictadura pinochetista lo quería matar, en ese momento luchó diplomáticamente
para que liberaran a Pinochet.
167
siempre la xenofobia viene asociada al patrioterismo o al nacionalismo.
Los extranjeros conforman, la mayoría de las veces, minorías que son definidas
como un grupo de personas -distintas de otras de la misma sociedad por su raza,
nacionalidad, religión o lengua- que se consideran -a sí mismas- y que son consideradas
como grupo diferenciado del nativo, pero con la adjudicación de connotaciones negativas.
En gran parte de los casos, estas minorías nacionales carecen de altas cuotas de
poder político, en términos relativos y de aquí que sean sometidas a algunas exclusiones,
discriminaciones y otras diferencias de trato social y cotidiano. Cabe consignar que no
necesariamente las minorías son representadas por extranjeros, de hecho los bantús
representan el 80% de la población de Sudáfrica y si bien podrían ser considerados como
minoría, ya que se encontraban en situación de dominación, marginación y exclusión social
durante la época del apartheid, instituido por la minoría blanca dominante, sin embargo su
número relativamente alto indica que eran –y continúan siéndolo- la mayoría poblacional.
Rose (1979) sostiene que son tres los tipos de actitudes de hostilidad o prejuicio con
que el grupo dominante mira a las minorías y con los que ésta trata de defenderse
devolviendo los golpes agresivos recibidos. En primer lugar, presenta una actitud en la que
el poder es el principal elemento, es decir, el grupo dominante desea explotar a la minoría
con fines económicos, políticos o sexuales, o por cuestiones de prestigio social;
simultáneamente, el grupo minoritario procura, en general, de escapar a esa situación de
explotación enajenante. Aún cuando la manifestación de poder, en términos de uno o más
de esos codiciados valores, puede ser brutal (incluyendo la esclavitud de la minoría), rara
48
En la Argentina se les suele decir, de manera muy peyorativa, “bolitas ” a los bolivianos , “perucas” a los
peruanos, “chilotes” a los chilenos y “uruguachos” a los uruguayos.
168
vez tiene carácter personal, ni -a no ser accidentalmente- lleva a la muerte de una persona
de la minoría -éste no es precisamente el ejemplo de lo sucedido en Sudáfrica en las épocas
del tristemente célebre apartheid-. La segunda actitud es de tipo ideológico: el grupo
dominante cree tener –tiene la certeza- el monopolio de la “verdad”, cosa que también
puede creer la minoría. El ejercicio del poder por parte de los grupos ideológicos
mayoritarios supone medidas drásticas para convertir a la minoría a la versión que el grupo
dominante tiene de la “verdad” -quien tiene el poder tiene el saber y el conocimiento
(Foucault)-; si no consigue estos objetivos, hace desaparecer a la minoría mediante el exilio
o la muerte, como sucedió bajo el imperio del nazismo con los habitantes judíos de las
zonas tomadas o invadidas militarmente La tercera actitud es claramente racista: el grupo
dominante cree ser biológicamente superior al grupo minoritario y, en consecuencia,
estereotipa a la minoría en términos de características negativas (la minoría puede tener la
misma actitud respecto del grupo dominante; pero careciendo de poder, por lo que la
cuestión influye poco o nada en el comportamiento).
Las minorías son, con frecuencia, portadoras de una cultura diferente de la del grupo
dominante o ya establecido y, el contacto y choque entre culturas diversas, ha sido
considerado –desde la antropología- como una rica fuente de transformaciones sociales y de
cambio cultural. Incluso, cuando las minorías no poseen una cultura tradicional y propia, su
exclusión parcial de la sociedad general en que habitan sirve de base para el desarrollo de
una cultura distinta. Por otra parte, las minorías son fuente de insatisfacción e inquietud
social entre los miembros de la mayoría, condiciones ambas de la transformación de la
sociedad, en la cual suelen existir individuos o grupos progresistas que descubren valores
interesantes y elementos a tomar en cuenta e imitar entre los miembros de aquellas minorías
169
nacionales, religiosas o raciales que han llegado a vivir a sus territorios.
Ya se ha dicho en este texto que una de las formas de expresarse la discriminación
es a través de la xenofobia. Este síntoma hace eclosión y se exacerba ante la presencia de
extranjeros en el propio territorio, especialmente cuando el número de éstos es significativo
o cuando comienzan a colisionar los intereses -generalmente los económicos- de la
población nativa con los de aquellos. En general el extranjero no suele gozar de los mismos
derechos que el nativo o ciudadano, a menos que adopte la ciudadanía del país en que se
encuentre. Y esto último no es garantía de aceptación social. Ahora bien, ¿qué es ser
ciudadano de un país determinado?. Rodríguez Kauth (1997) sostiene que el término
ciudadano es un referente con un alto nivel de abstracción social y de intemporalidad. La
noción de ciudadanía conlleva a mezclar en una misma fuente las diferencias de género,
étnicas, religiosas, idiomáticas, lingüísticas y, fundamentalmente, de clase social. El
término ciudadano es usado –en general- de manera equívoca, ya que jurídicamente se
refiere al sujeto que le asisten los derechos y obligaciones de aquél que es miembro de un
Estado/Nación. Pero también se utiliza el mismo término para referirse al “natural o
habitante de una ciudad”, aunque se le adjudican las características legales de la ciudadanía
entendida en su concepción jurídica. Muchos extranjeros son habitantes de diferentes
ciudades, sin por eso tener los atributos del ciudadano del país en que moran. Desde hace ya
varios años, muchos habitantes de los países del Tercer Mundo -específicamente aquellos
que no tienen posibilidades concretas de una vida digna en sus países de origen- aspiran a
obtener la ciudadanía de países importantes, dicho esto en términos de los estándares de
calidad de vida con que se vive en ellos, de su economía, de las tecnologías en uso y de las
efectivas posibilidades de inserción laboral, para poder así residir en esos países gozando de
170
las ventajas que mencioné anteriormente49
. Entre los países más codiciados por los
habitantes del llamado Tercer Mundo, se encuentran los Estados Unidos de Norteamérica,
Canadá y -en general- los países de la Europa Occidental.
Este fenómeno migratorio se produce como una consecuencia de las desigualdades
económicas, laborales y de nivel de vida que existen entre los diferentes países del mundo,
en los que se repiten las diferencias de clase, a un nivel de escala mayor, es decir, hay países
pobres y países ricos. Esto no significa que se deba olvidar que en los países ricos también
existen grupos con bolsones de pobreza, como del mismo modo, en los países llamados
pobres, coexisten con la miseria más absoluta pequeños grupos de individuos con altos
niveles de riqueza y ostentación de la misma.
Esta invasión de extranjeros, provenientes de regiones “periféricas”, suele
acarrearles serios problemas a los ciudadanos locales de los países “centrales”, ya que la
competencia por el mercado laboral y de bienes se ve acrecentada en una lucha que en más
de una oportunidad ha sido definida como salvaje. Pero, este hecho, simultáneamente
favorece a los sectores de la producción y servicios locales, ya que de esa manera es posible
conseguir mano de obra barata.
El problema de la presencia de inmigrantes extranjeros –o migrantes locales- se
agrava de manera notable cuando existe un estado de recesión económica en el lugar de
residencia elegido y la posibilidad de trabajar se vuelve difícil -o imposible- tanto para el
ciudadano local, como para el extranjero. Esto se produce por el hecho de que el trabajador
extranjero, jaqueado por sus necesidades inmediatas de trabajo, lo hace por costos muy
inferiores -que siguen siendo superiores a los que ganaría en su país de origen- a los
49
También otra forma de permanecer es la de conseguir la Residencia o, en su defecto, habitar como ilegales.
171
demandados por los ciudadanos locales. Entonces el extranjero no sólo es una amenaza para
los nativos por sus diferencias de raza, nacionalidad, cultura, religión, etc., sino también por
que puede dejarlos sin la fuente de trabajo, que es la actividad que está dentro de los bienes
más demandados en el mercado, aunque con una baja cotización. Y es acá donde,
convocados por sentimientos primitivos -generalmente exaltados por algún dirigente que
enarbola discursos derechistas- cuando comienza la persecución a los extranjeros,
provocándoles daños a sus bienes y a sus propias vidas. Es en ese momento cuando el
extranjero pierde hasta sus más elementales derechos humanos. El extranjero se transforma
-de ese modo- en el depositario de todas las frustraciones sociales, convirtiéndose, para el
imaginario social que atraviesa a los vernáculos, en el culpable de todos los males sociales
y, consecuentemente, en un objeto fácil para perseguir desde la paranoia de quiénes se
sienten perseguidos. Las situaciones de crisis sociales –como son las económicas-
predisponen a gran parte de la sociedad a encontrar factores equívocos para dar
explicaciones ramplonas a lo que acaece. Así aparecen las interpretaciones fútiles, banales,
producto de análisis incompletos o mal hechos y, como consecuencia, la creencia en las
soluciones de tipo mágico. Como sucede, por ejemplo, al responsabilizar a los extranjeros
de cuanto problema social esté sin resolver dentro del ámbito nacional que se trate. Otras
veces, los responsables también pertenecen a las minorías y no necesariamente son
extranjeros. Como fue el caso de los judíos en la Alemania del nazismo. Si bien este caso
no estaría conceptualizado por la xenofobia, ya que también el nazismo persiguió a los
judíos alemanes, la discriminación llevada a cabo por los nazis -que llegó a alcanzar ribetes
trágicos- estaría conformada por componentes similares a los que presenta la situación
172
xenófoba.
Esta última, es una conducta socialmente aprendida, que viene acompañada de
componentes psicológicos de naturaleza primitivos, los cuales están ligados a cuestiones
instintivas. En tal caso, lo que primaría en sus portadores es un pensamiento mágico –
ilusorio- y una consecuente ausencia de racionalidad, elementos que no permiten elaborar
un conocimiento valedero de aquello a lo que tanto se le teme y odia. Dentro de ese
contexto, que atraviesa el imaginario social de una sociedad en un momento determinado -y
que es exaltada en situaciones críticas- entonces es cuando el extranjero se convierte en la
representación de todos los males existentes y su eliminación es la posible -y quizás única-
solución de aquellos males que se padecen. Es en este momento y lugar, dónde la sociedad
en su conjunto retrocede en la evolución histórica “civilizada” como sociedad o como
colectivo. Comienza la agresión y persecución a los extranjeros -cualquiera sea su
expresión, siempre la misma debe ser calificada de desmedida- se violan los principios de
convivencia y se inicia el camino de internarse en la noche de las explicaciones burdas y de
las soluciones rápidas, aunque socialmente costosas y, sobre todo, dolorosas para quienes
deben padecerlas de manera directa.
Ya dije que ese lugar no solamente lo ocupan los extranjeros. Cualquier minoría
puede ocuparlo, al decir de la sociedad representada por el Otro Generalizado (Mead,
1930), la responsable de los equívocos que provoca ella misma. Y es ahí donde abundan las
explicaciones discriminatorias que sirven para utilizaciones políticas banales, aunque son
útiles para calmar las propias ansiedades: “los pobres están como están porque no
trabajan”, “los negros son todos unos delincuentes ”, “los que hacen reclamos sociales son
173
subversivos, o desestabilizadores”50
, etc.
Otro agrupamiento que puede encuadrarse dentro la categoría de las minorías y que
se encuentra fuera de su país o continente por motivos políticos, o étnicos, o por escapar a
las dolorosas y traumáticas situaciones de guerras, son los grupos de personas conocidas
con el nombre de refugiados. Estos son sujetos que han perdido la sujeción a su tierra y que
se encuentran en situación de desarraigo cultural, mientras procuran establecer un nuevo
arraigo a una sociedad que les es extraña, todo esto con los consiguientes procesos
dolorosos que suponen los procesos de aculturación. Tales desplazamientos de poblaciones
han adquirido nuevas dimensiones durante el transcurso del Siglo XX, a tal punto esta
situación ha cobrado vigencia, que los mismos han comenzado a ser considerados -en
mayor grado- dentro de la órbita del derecho Internacional (Seligman, 1986).
Cuatro imperios cayeron en Europa al cabo de unos años de que estallara la Primera
Guerra Mundial (el imperio ruso, el alemán, el austrohúngaro y el otomano). Fueron estos
hechos históricos los que produjeron éxodos de importantes dimensiones, de personas que
se debieron alejarse de sus países originales y, en muchos casos lo hicieron para no regresar
más. Así, los países a los que arribaron se convirtieron en sus refugios y estos sujetos
adoptaron la condición de refugiados.
Luego de la aparición del fascismo en Italia, del nazismo en Alemania y de la
Guerra Civil española, el fenómeno de los refugiados presentó ramificaciones
internacionales complejas. Las cuales se vieron agravadas con la polarización política del
mundo, producida luego de la Segunda Guerra Mundial, donde Europa quedó divida
50
En la Argentina se les llama negros a los pobres, a los que orillan la pobreza, a los que no acceden a una
educación formal superior, a los que no tienen “clase”, etc.
174
política, económica y estratégicamente en dos partes: el Este respondiendo a los mandatos
de la “democracia” y el Oeste que respondía a las órdenes de Moscú.
Cuatro oleadas de refugiados llegaron a América Latina; en primer lugar los
refugiados rusos y armenios; después los judíos que huyeron del nazismo, como así también
españoles republicanos que fueron vencidos en la cruenta guerra civil o aquellos que no
podían continuar soportando las hambrunas que se vivían en España; y, por último,
refugiados de distintos países de Europa del Este. A esta lista vamos a agregarle la gran
cantidad de europeos -italianos, franceses, alemanes51
, etc.- que arribaron a las costas de
nuestro subcontinente -particularmente las de la Argentina- cuando terminó la guerra, a
quienes no calificamos dentro de la categoría de refugiados, pero que sí pueden ser
considerados como exiliados políticos y económicos, que vinieron en busca del trabajo y las
posibilidades de desarrollo económico que no existían en ese momento en Europa.
De hecho, la Argentina está poblada en gran parte por europeos y por su
descendencia52
. En todos estos casos, los grupos de extranjeros refugiados que
constituyeron -en un primer momento- una minoría, con el paso del tiempo lo dejaron de
ser, para pasar a ser integrantes de la comunidad con todos sus derechos y obligaciones que
ello implica.
En 1943 se creo la UNRRA -que era la Administración de Socorro y Rehabilitación
de las Naciones Unidas- y en 1947, la IRO -Organización Internacional de Refugiados, que
51
La Argentina también se convirtió en un refugio para criminales de guerra nazi, que huían de la justicia una
vez que terminó la guerra, los que ingresaron al país con otra identidad –en general provista por el Vaticano- y
con el apoyo y conformismo del Peronismo gobernante. En la actualidad se extraditaron a dos criminales de
guerra: E. Priebke, como responsable de la matanza de las fosas Ardeatinas, en Italia (que fue condenado a
cadena perpetua y en noviembre de 1998 trasladado a una prisión militar en Italia); y D. Zakic, un comandante
de campamento de prisioneros que está siendo juzgado en Croacia por crímenes de lesa humanidad. 52
Uno de los grandes problemas socio políticos que tiene la Argentina es el de la definición de su identidad
nacional; es decir, el de definir qué es ser argentino.
175
funcionó hasta 1952- para enfrentar los graves problemas que se generaron luego del
desarraigo de millones de personas víctimas de la persecución nazi. Debido a la acción de la
UNRRA, siete millones de personas desplazadas pudieron retornar a sus hogares. Las
acciones de la IRO permitieron reinstalar a más de un millón y medio de refugiados en
nuevos países.
El problema jurídico que planteaba el hecho de ser refugiado, es que éste se
diferenciaba del extranjero común, ya que no podía hacer uso de la protección que
normalmente ofrecen a sus nacionales las autoridades consulares y diplomáticas, esto
debido a qué entre el refugiado y sus autoridades de origen, estaban cortados todos los
vínculos diplomáticos y políticos.
Esta particular situación, dio lugar a que se llevaran a cabo la firma de tratados
internacionales, cuyo objetivo era la protección de los derechos más elementales del
refugiado. Cuando se comenzaron a realizar estos tratados internacionales, los países
miembros de las Naciones Unidas debieron brindar una definición universal del refugiado -
anteriormente se daba una descripción por grupos o nacionalidades; rusos, armenios, turcos
y luego refugiados de Alemania y Austria-. Reunidos en Nueva York, durante 1950, los
países miembros de las Naciones Unidas, buscaron una solución más amplia que cubriera
todas las situaciones que produjeran personas desplazadas en el mundo. Existieron dos
tendencias:
a) una definición limitada en el tiempo y geográficamente; y
b) quienes procuraban obtener una definición más universal, genérica,
siendo ésta última posición la que obtuvo mayor número de adhesiones
(Seligman, op. cit.).
176
Fue así como surgieron dos instrumentos claves para la interpretación y búsqueda de
protección de los refugiados:
a) el 1° de enero de 1950, el Estatuto de la Oficina de ACNUR, que contiene una definición
de tipo institucional;
b) la Convención de 1951, que contiene una definición de tipo contractual -que fue
modificada parcialmente en 1967- y que persiste en la actualidad: “Es refugiado
cualquier persona que se halle fuera del país de su nacionalidad, o, si carece de
nacionalidad, fuera del país en el cual tenía su residencia habitual, por tener o haber
tenido temores fundados de ser víctima de persecución por motivos de raza, religión,
nacionalidad u opiniones políticas, y no pueda o, debido a ese temor, no quiera
acogerse a la protección del gobierno del país de su nacionalidad o, si carece de
nacionalidad, no quiera regresar al país donde antes tenía su residencia habitual”.
Dos elementos son determinantes para esta definición: el temor fundado y la
persecución.
El temor fundado está referido -en primer lugar- al elemento “miedo”, que hace
referencia al estado de ánimo y condición subjetiva que atraviesa a los individuos de esa
condición. Al mismo se le agrega el calificativo de “fundado”, el cual implica que no es
solamente el estado de ánimo de la persona interesada lo que determina su condición de
refugiado, sino que debe estar basada en una situación que sea objetivamente probable.
Debido a la importancia que este último elemento presenta, es necesario tener en cuenta los
antecedentes personales y familiares del solicitante, su pertenencia a un determinado grupo
racial, religioso, nacional, social o político; la forma en que interpreta su situación y sus
experiencias personales, es decir, cuanto las indicaciones puedan servir para demostrar que
177
el motivo predominante de su solicitud es el temor (Gómez, op. cit.).
En lo que respecta al elemento objetivo, las declaraciones del solicitante no pueden
ser tomadas en abstracto, sino que estarán insertas dentro del contexto político y económico
de la situación en su país de origen, en tal sentido, el temor será fundado sí se puede
demostrar en medida razonable que la permanencia en su país de origen se le ha hecho
intolerable por las razones indicadas en la definición o, por esas mismas razones, le
resultaría intolerable y peligraría su vida en caso de que regresara a él.
Respecto de la persecución, la práctica internacional le ha dado un contenido que
puede ser interpretado sin demasiados problemas. El artículo 33 de la Convención indica
que las amenazas injustas a la vida o a la libertad, siempre constituyen una persecución.
Otras violaciones graves de los derechos humanos podrían ser consideradas como
persecución si hacen que las condiciones de vida se vuelvan insoportables o llevar una vida
normal se convierta en un imposible.
Todas estas medidas -y otras que no son mencionadas en este capítulo- apuntan a
proteger a los refugiados de dos tipos de discriminaciones, por un lado, la de su país, en
tanto aquél sea un generador de situaciones que hagan la existencia insoportable para los
ciudadanos; y, por otro lado, la del país que lo recibe, por no gozar de la protección que
brindan las autoridades consulares de su país de origen.
En materia de Derecho Internacional mucho se ha avanzado en este tema; situación
que es loable de por sí, aunque todavía queda por recorrer un largo camino –quizás nunca
alcanzable ante la multiplicidad de situaciones particulares- en la búsqueda de soluciones
integrales para todos aquellos que deben escapar de sus países de residencia habitual.
Algo que debería lograrse –desde el punto de vista ético del deber ser- para
178
acompañar estas modificaciones jurídicas, son los cambios de actitudes en los habitantes de
las poblaciones receptoras, respecto de las conductas discriminatorias. Pero para esto, se
deben producir todavía enormes cambios de orden psicosocial. Y en esto la historia aún no
ha dado su veredicto definitivo. Por una razón muy sencilla, la historia es siempre
cambiante y no tiene límites a su desarrollo.
Bibliografía específica
ALLPORT, G. (1954) La Naturaleza del Prejuicio. Eudeba, Bs. Aires, 1964.
LAMPEDUSA, G. T.: (1958) Il Gattopardo. Ed. Feltrinelli, Roma.
MEAD, G.: (1930) Espíritu, persona y sociedad. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1964.
MYERS, D.: (1991) Psicología Social. Editorial Panamericana. Madrid.
RODRIGUEZ KAUTH, A. y FALCON, M.: (1996) La Tolerancia. Atravesamientos en
Psicología, Educación y Derechos Humanos Ed. Topía, Bs. Aires.
RODRIGUEZ KAUTH, A.: (1997) “Identidad Social y Ciudadanía”. Inédito.
ROSE, A.: (1979) “Minorías”. En Enciclopedia Internacional de Ciencias Sociales, Tomo
8, Ed. Grijalbo S.A., Bilbao.
SELIGMAN, M.: (1981) Indefensión. Editorial. Debate, Madrid. 1986.
179
CAPITULO X
CORRUPCION Y PROTECCION DE LOS DERECHOS HUMANOS
En este capítulo abordaré el complejo tema de la corrupción, entendiéndola como
una barrera difícilmente franqueable para la aplicación y consagración de los derechos
humanos.
El fenómeno generalizado de la corrupción no nos permite crecer como sociedad en
la medida en que crezcan los bolsones de pobreza y la marginación social, mientras que
unos pocos hacen excelentes negocios con el Estado, logrando una altísima concentración
económica y otros, la mayoría, debe repartirse la miseria sobrante y creciente. Esa forma de
exclusión social ha sido favorecida con la aplicación del capitalismo salvaje, que en sí
mismo es intrínsecamente corrupto.
Pareciera ser que la corrupción es una enfermedad endémica de las sociedades
contemporáneas, la que afecta particularmente a nuestros pueblos latinoamericanos y que se
repite como una constante imparable en los pueblos del Tercer Mundo. Obvio es que
también la corrupción está presente en los países del Primer Mundo, sólo que en ellos
aparece solapada tras las máscaras hipócritas de los discursos y actitudes de doble mensaje:
un primer mundo progresista, prolijo, preocupado por la defensa y protección de los
derechos humanos, por el cuidado del medio ambiente53
, etc.; mientras que aplica políticas
económicas y de “mercado” para nuestro tercer mundo y para los países dependientes, las
cuales son, per se, corruptas, ya que tienden a generar endeudamiento, pobreza,
dominación, vasallaje y sometimiento, a la par que tolera –y hasta auspicia- a mandatarios
53
Aunque en el primer cuatrimestre de 2001 el Presidente Bush –elegido por cinco jueces de la Suprema
Corte- haya rechazado de plano los acuerdos de Kyoto, ya que uno de los principales negocios de sus socios
en el gobierno es el petróleo.
180
altamente corruptos -de los países dependientes- a cambio de que estos pongan en práctica
políticas que beneficien los intereses de sus empresas transnacionales y, consecuentemente,
a la economía de sus países que, en última instancia, responden a los intereses del
imperialismo del Nuevo Orden Mundial.
Por otra parte, urden ataques constantes –y perversos- a través de sus poco santas
organizaciones, léase tales como la OTAN, etc., sobre aquellos países que no comulgan con
sus políticas y que se resisten a su dominación, como caso puede tomarse los ataques
arteros que le propinaron -a finales del Siglo XX y cuando la Guerra Fría no era más que un
hecho del pasado- al territorio de la ex Yugoslavia y a los irakíes.
Al hablar de enfermedad endémica de la sociedad, hay que tener la precaución de no
caer en el lugar común de creer que la enfermedad, en este caso, es algo que proviene del
afuera, del medio ambiente, como un virus o una bacteria y que toma desprevenidos a
nuestros anticuerpos. La corrupción, como fenómeno social, no sucede por cuestiones
meramente accidentales, ni por que seamos latinoamericanos y exista en nuestra
constitución personal o biológica -racial dirían los nazis- cuestiones azarosas o genéticas
que determinen la presencia de aquella. Es que intervienen en su conformación cuestiones
históricas, culturales, sociológicas y psicológicas, las cuales han permitido -y permiten- el
avasallamiento permanente a las normas legales, a los fondos dinerarios del Estado,
especialmente por parte de aquellos gobernantes que de manera autocrática confunden lo
que es comunitario, es decir, lo que es de todos, con lo particular, en este caso, con sus
intereses privados, egoístas y que no son los de la comunidad.
Gamboa (2000), sostiene al respecto que tanto monto de corrupción en
Latinoamérica radica –en buena parte- en que toda la estructura institucional de los Estados
181
Latinoamericanos son víctimas de la privatización de los espacios públicos. El aparato
estatal en América Latina sufre, desde la época de la fundación de sus repúblicas, de los
vicios del patrimonialismo, vale decir, desempeñar las funciones públicas como si ellas
fueran propiedad privada de quienes detentan, en un momento dado, el Poder del Estado.
Esto lleva a que los funcionarios públicos –elegidos por el voto popular- no estén en
condiciones de concebir -y diferenciar- que sus conductas públicas sean reguladas y
controladas por sólidas reglas e instituciones políticas que hacen a la forma de vida
republicana.
La corrupción crea una íntima relación entre espacio y poder: cuanto más cerrado es
el espacio de actuación, sucede la condición de mayor poder y prestigio; e, inversamente, el
"deber ser" se convierte en: cuánto más abierto y público es el espacio, menor prestigio y
poder para quienes detentan los atributos de mando.
Como una prueba irrefutable de lo sostenido, es posible observar lo que ha estado
ocurriendo en la Cámara de Senadores de mi país, Argentina, durante el segundo semestre
del tercer milenio; donde se han denunciado prácticas corruptas como el cobro de coimas
para la aprobación de leyes. Esta es una conducta que se ha constituido en una verdadera
práctica política perversa, que data de antaño, y que era sospechada por la sociedad del
pueblo llano en su conjunto. Con la mencionada denuncia, surgida desde el propio ámbito
parlamentario, se produjo una ruptura, un quiebre en esa lealtad de tipo mafiosa, la que ha
desatado un verdadero torbellino en el ambiente político. Esto ocurrió a partir de que un
senador del Peronismo denunció la existencia del cobro de coimas.
A continuación transcribiré las declaraciones de uno de los senadores que habría
recibido coimas, hechas a la prensa, dónde, por cierto, no citó su nombre, eso sería
182
demasiada valentía para un corrupto. Las declaraciones del caso, hechas a la periodista
pidiendo mantener la reserva, pertenecen a un senador del interior del país, de una norteña
provincia relativamente pobre, de apellido Cantarero:
Que son varios los senadores de su partido que aceptaron los pagos, pero
se negó a dar más detalles para no quebrar ciertos "códigos de la mafia".
Ante la pregunta de cuánto dinero cobró, el legislador dijo que "si le digo,
me va a mirar con cara de asco". Cuando le preguntaron qué había hecho con el dinero,
respondió: "Y, la guita -dinero- se gasta".
El sistema está pervertido. Todo el mundo viene y te pone la mosca -dinero-.
¿Las empresas privadas? Claro. Pero esta vez es la primera vez que lo hace un Gobierno
con la oposición".
"Nunca pensé que esto se iba a manejar así. Lo peligroso fue que unos
recibieron más y otros menos, entonces algunos se sintieron usados".
"No estoy dispuesto a hacer una denuncia ni un arrepentimiento en público.
Si hice algo me lo tengo que bancar -aguantar-. Esos son los códigos".
"Todos estamos en esto..., aunque hubo algunos boludos que quedaron
afuera y hablaron".
Una sola pregunta descolocó al legislador: cuando lo consultaron sobre qué
pensaría su familia si se descubriera la verdad. "Si mis hijos se enteran, me cagan a
patadas" respondió el senador.
Según la periodista el senador habló con completa naturalidad y no mostró
signos de arrepentimiento.
Las declaraciones transcriptas muestran el total desparpajo y la falta absoluta de
183
ética y pudor por parte de quienes –en este caso uno que decidió decir lo que otros callan-
son elegidos para representar a la gente, al pueblo de a pié. Ellos son -los legisladores- a
quienes se les pagan sueldos siderales -que ellos mismos establecen bajo el eufemístico
nombre de “dietas”- en medio de una situación generalizada de recesión económica
recalcitrante, a quienes se les dan prebendas, privilegios y beneficios simbólicos de los que
no goza el resto de la población.
La práctica de la corrupción está constituida sobre tácticas y estrategias de acción
planificadas, orquestadas con precisión milimétrica, en las que suelen tener una activa
participación todo tipo de profesionales de las artes liberales -particularmente abogados,
economistas, estadistas, etc.- que son los que diseñan y pergeñan cómo estafar al fisco, al
Estado, a un particular, o a varios países, aunque siempre amparados por la ley.
La corrupción, tal como la interpretamos desde nuestro espacio de psicólogos
políticos, es un vicio o solamente un abuso de Poder en cosas no materiales, que llega a
afectar seriamente los derechos humanos del otro y de los otros, como por ejemplo, ocurre
con la corrupción en el ámbito de la moral pública y privada. A partir de éstas formas de
corrupción, será posible cualquier otro tipo de corrupción material. Vale decir, quien
abandona los valores supremos de la sociedad, o de su Nación, o del Estado de Derecho en
el que dice participar, en un momento determinado, está capacitado para cualquier otro tipo
de transacción ilegítima e ilegal: de valores, códigos, amistad, etc.
El diccionario El Ateneo sostiene que la corrupción es un sinónimo de
descomposición, putrefacción. Otra de las acepciones hace referencia a la depravación,
perversión; cohecho, soborno; hedor, pestilencia.
Fernando Jiménez Sánchez, en el Diccionario de Sociología (1998), sostiene que -
184
"… el sentido de la palabra tiene que ver con la idea de descomposición o perversión. En
un contexto social, una conducta corrupta es aquella que se desvía de las normas. El
concepto aparece así en Tucídides y Aristóteles. Estos autores lo entendían como una
enfermedad del cuerpo político, que era consecuencia de la decadencia del orden político-
moral y que traía consigo la degeneración de los principios sobre los que se asienta el
régimen. En la actualidad, el sentido de la expresión se ha restringido, utilizándose
preferentemente como corrupción política o económica".
Simultáneamente, A. J. Heidenheimer -en el mismo Diccionario de Sociología
(op.cit.)- ha sintetizado los tres tipos básicos de definiciones más usados en las ciencias
sociales:
1- las que están centradas en la idea del cargo público (se establece un concepto del
cargo público y se define como corrupción las desviaciones del patrón de
conducta que debe seguirse según ese concepto);
2- las económicas (elaboradas por quienes han estudiado sociedades en las que las
normas que regulan el comportamiento de los cargos públicos no estaban bien
articuladas o no existían, y sostienen que el funcionario público corrupto
considera su cargo como un negocio cuyos ingresos trata de maximizar); y
3- las que giran en torno al interés público (que ven a la corrupción como una
perturbación de éste, independientemente de que se trate de actividades legales).
Estas definiciones más modernas no logran resolver el problema normativo que se
les plantea a las definiciones clásicas. Ninguno de los tres tipos consigue superar la
dificultad que consiste en decidir cuáles van a ser las normas con las que distinguir los actos
corruptos de los que no lo son. ¿Cuál es la noción de cargo público?, ¿Qué noción de
185
interés público?, ¿Son normas morales?, ¿O también jurídicas?. Ni siquiera las definiciones
basadas en el mercado trascienden ese problema, ya que parten de una noción implícita de
comportamiento corrupto que tienen que ver con las características que distinguen al
"mercado negro" del libre mercado. Esta imposibilidad de establecer de antemano cuáles
son esas normas hacen suponer que la corrupción sea un problema abierto, cuya concreción
recae de hecho sobre la opinión pública, quien es la que en definitiva juzga las mismas y
hasta aplica sanciones sociales de tipo moral, aunque también tiene la posibilidad de aplicar
sanciones políticas a través del voto de repudio a los corruptos cuando llega el momento de
expresarse electoralmente, como ocurrió en España con la derrota del Partido Socialista y
en Argentina con la expulsión del peronismo del gobierno en 1999.
En Grondona (1993) leemos “La raíz indoeuropea de la palabra corrupción es reut
que quiere decir <arrebatar>. La primera definición que de este verbo da la Real
Academia Española es “quitar o tomar alguna cosa con violencia y fuerza". En tanto que
el verbo <corromper> significa `alterar o trastocar la forma de alguna cosa´. La `forma´
es, para la tradición del pensamiento escolástico, la naturaleza de algo, el fin para el que
ese algo existe. Corromper es desnaturalizar, desviar una cosa del fin hacia el cual
naturalmente tiende".
Por cierto que todas las definiciones del término, provengan del campo de la ética o
del jurídico, tanto como de la física, apuntan a hechos donde se atenta contra -según la
definición y el campo del saber- el estado de conservación, la virtud, la moral, lo ético, la
justicia, la vida, etc. Lo corrupto es alterador, es invasor y es determinante. La corrupción
afecta la dimensión ética de las instituciones y se produce por la flagelación de las leyes que
sostienen un orden jurídico.
186
Durante las dictaduras militares que asolaron a este subcontinente, la corrupción
comenzaba desde el momento mismo en que eran violadas las Constituciones de los
Estados merced a golpes encabezados por militares, aunque sin olvidar, que éstos lo hacían
con la complicidad de alguna parte de la civilidad. El autoritarismo –todas nuestra
dictaduras fueron autoritarias- como forma de expresión política, es intrínsecamente
corrupto, ya que viola substancialmente las leyes que protegen y regulan un Estado de
Derecho, por ende, violan, tal como lo mencionaba anteriormente, los derechos humanos de
los ciudadanos, es decir, no solamente la posibilidad de elegir a sus representantes, sino
también la posibilidad de ejercer los derechos adquiridos constitucionalmente.
En el meollo del autoritarismo está inserta la corrupción. Aún cuando muy a
menudo uno de los discursos que son sostenidos desde la estructura política autoritaria
provenga de la lucha contra la corrupción. No se puede atentar contra la Constitución desde
el lugar de la "salvación" de las instituciones democráticas, en tanto se está atentando contra
ellas y no se les permite la articulación de sus propios anticuerpos. Y, en el caso de los
regímenes autoritarios, éstos no permiten la puesta en marcha de los mecanismos de control
propios de la democracia. Baste como ejemplo citar un ítem de las Bases políticas
sostenidas por el Ejército Argentino para justificar al proceso de reorganización nacional -
"El pluralismo, establecido como requisito deseable para el adecuado funcionamiento de
la democracia, debe corresponderse con un real respeto por la oposición, o lo que es lo
mismo, el reconocimiento a disentir en paz" (Vázquez, 1985). Mientras esto se decía
explícitamente, trituraban a la Constitución Nacional –y eufemismos al margen, también a
miles de ciudadanos- se habían dado el lujo de derrocar a un gobierno elegido
democráticamente y estaban en pleno proceso de hacer desaparecer a 30.000 personas.
187
Esto, por cierto, no exceptúa de conductas semejantes a los regímenes democráticos,
si es que se pretende diferenciarlos del autoritarismo de los regímenes dictatoriales. En este
caso, son otras las formas de corrupción que se presentan a la consideración de la faz
pública.
Sirve para el caso, estudiar lo ocurrido durante el Gobierno del Presidente Carlos
Menem, en la Argentina (1989-1999), quien promovió una de las situaciones más groseras
y graves que ha tenido la sufrida Argentina durante toda su historia. En dicho período,
hubieron más de 120 de los funcionarios de su gestión denunciados públicamente -mediante
la labor incomparable del periodismo- y ante los propios estrados judiciales, por flagrantes
actos de corrupción. De todas las causas que oportunamente se iniciaron, sólo tres de ellas
terminaron con la prisión de sus responsables y, vale acotar, los mismos fueron sancionados
con las penas mínimas previstas. Además, el Gobierno del Presidente Menen tuvo el
atrevimiento de hacer aumentar el número de los integrantes de la Corte Suprema de la
Nación para, de ese modo, poner hombres en el máximo nivel judicial que fueran leales a
los intereses espurios de quienes lo acompañaban en la acción de gobierno54
. Obvio es que
para poder realizar tal maniobra política y jurídica, debió contar con la colaboración
aquiescente del Parlamento, que le era adicto en tanto contaba con la mayoría absoluta de
los legisladores.
Asimismo, otra de las artimañas que se utilizaron durante ése período para frenar las
causas por corrupción que llegaban a manos de los jueces que mantenían una relativa
independencia con el Poder Ejecutivo de turno, era la de producir el ascenso en la carrera
judicial a los jueces no adictos a aquél para, de tal forma, sacarles las causas de su
54
De seis integrantes que fueron históricamente, pasó a tener nueve miembros.
188
jurisdicción. Es verdad, se podrá argüir que el ascenso en la carrera judicial no significa otra
cosa más que los mismos individuos estarán ubicados en instancias superiores del quehacer
Judicial pero, de esta forma, serán controlados en los tribunales de alzada por otros
miembros de los mismos que siempre votarán a favor de los intereses e indicaciones del
Poder Ejecutivo de la Nación e impondrían sus decisiones al voto minoritario de los
magistrados "rebeldes". Por cierto que la otra parte de la Justicia -la que era "leal" al
menemismo- siempre estuvo bajo la sospecha pública, ya que ella fue complaciente con el
Poder Ejecutivo y colaboró con el estado de corrupción que asoló a este país.
Asimismo, desde una lectura económica, hay que añadir que durante el gobierno de
C. Menen, en diez años, se duplicó la deuda externa nacional, la que pasó de unos 60.000
millones de dólares a más de 120.000 millones; pese a que se vendieron las empresas
públicas a precio vil -en acuerdo entre los compradores y los funcionarios de los entes
reguladores que hacían la puesta en venta- a la par que permitió la creación de monopolios
de empresas de servicios; las que en la actualidad producen ganancias cuantiosas a sus
tenedores y que no reinvierten dinero alguno de sus utilidades en el país.
Asimismo, existió un enriquecimiento desmedido e incontrolado del peculio
particular del Presidente y del de sus adláteres, a los que también podría calificarse
cómplices. Un ejemplo antipático para sacar a luz, es el que se conoció con el deceso del
hijo de Menen, quien murió en 1995 al desplomarse el helicóptero en el que viajaba. Ese
joven veinteañero dejó una herencia de dos millones de dólares, que nadie sabe cómo lo
obtuvo, ya que no tenía trabajo conocido alguno y la logró a muy temprana edad. A su vez,
la hija de Menem posee un capital aún mayor que el citado, sin poder tampoco explicar
189
cómo lo ganó55
.
El investigador periodístico Miguel Bonasso (1999) sugiere que Menen posee una
fortuna personal que supera los 2.000 millones de dólares, los cuales -obviamente- fueron
logrados –en su mayor parte- en sus diez años en la función como Presidente de la
República.
Sin embargo, pese a que el gobierno que ganó las elecciones presidenciales de
octubre de 1999 la Alianza UCR-FREPASO56
- hizo múltiples promesas de investigar estos
hechos de corrupción, no se ha ordenó -por parte de la fiscalía- que se investiguen los
bienes patrimoniales del ex presidente Menen, ya que este fue uno de los compromisos de
la Alianza ante el pueblo y que le valió el apoyo electoral en las urnas; ya que el pueblo
estaba hastiado del estado de corrupción que se vivía cotidianamente, sobre todo, por la
exhibición parafernálica de bienes malhabidos en medio de unas condiciones sociales y
económicas en que impera la desocupación y la recesión, todo lo cual significa un alto
grado de empobrecimiento del pueblo llano.
Retomando el tema en cuestión, es posible observar que para lograr una situación de
corrupción generalizada, la receta debe ser amplia y abarcar a muchos niveles de la vida
social e institucional. Así, es necesario que participe la Justicia, precisamente observando
pasivamente lo que ocurre -y si es posible mirando para otro lado- a la vez que haciendo la
defensa activa de los involucrados, de tipo corporativa; también es necesario que participen
quienes tienen la obligación de administrar los bienes y patrimonios del Estado y debe, de
55
Una conocida diseñadora de ropa denunció que ésta le debía una suma de 2.000.000 de dólares por ropa que
ella le vendía.
56
El Gobierno, por su falta de gobernabilidad y de cumplimiento de sus promesas electorales, cayó a fines del
2001 por una protesta ciudadana.
190
manera inevitable por tratarse de una relación dialéctica, participar el sector privado.
Grondona (op.cit.) sostiene que uno de los desafíos de la democracia contemporánea
es la de luchar contra el flagelo de la corrupción que azota en todas partes, aunque preciso
es anotarlo, no con igual magnitud. Este autor diferencia entre "acto corrupto" y "estado de
corrupción"; el primero no es más que la solución perversa de un conflicto de intereses.
Tiene lugar cuando una persona obligada -moral o legalmente- hacia un interés ajeno, que
no es el suyo, lo pospone en función de un interés propio, de naturaleza egoísta. Esta
definición amplia del acto corrupto incluye tanto al sector público como al sector privado
de la vida económica. Grondona clasifica a los actos de corrupción según sea su gravedad
social y jurídica. El primer grado es el de la propina -o regalo- que se ofrece como signo de
gentileza o gratitud por un favor recibido y que no está al margen de la ley. Al segundo
grado lo denomina exacción, esto es, la extorsión de un funcionario –generalmente público-
a un ciudadano para que pague tras bambalinas y para su propio beneficio por obtener lo
que, de todos modos, le corresponde por derecho, aquello que le pertenece legalmente. Por
último, Grondona clasifica al cohecho, que es el pago que un particular ofrece a un
funcionario para que este realice actuaciones que no son las debidas, más aún, que están
fuera de la legislación vigente, con el fin de evitar de pagar, por ejemplo, una multa u
obtener un permiso de edificación en áreas urbanas restringidas.
En tanto que, según dicho autor, un "estado de corrupción" existe como tal cuando
los actos de corrupción señalados se han tomado una dimensión de habitualidad, se han
convertido en cotidianos, no se los percibe como ilegales; en consecuencia, la corrupción se
convierte en un sistema de vida y de administración. En la primera categoría, el acto de
corrupción, lo que se desnaturaliza es la acción emprendida, en tanto que para la segunda
191
categoría, la del estado de corrupción, lo que se ve desnaturalizado es el sujeto de la acción,
que en este caso -y normalmente así ocurre- es el propio Estado, cuya finalidad última y
única -servir al bien común- está siendo desvirtuada, transformándose de un bien común
éticamente deseable, en un resultado en el que quienes sacan provecho de la misma son
unos pocos "elegidos".
Volviendo a los dichos de Gamboa (op.cit), éste sostiene que cuando no existe una
separación efectiva y nítida entre lo que es público y lo que es privado, entonces el efectivo
funcionamiento de las leyes depende de quién sea el individuo que cometa el delito, pues
éste sabe cómo manejar las normas a su gusto, valiéndose de una serie de sofismas jurídicos
que hacen al orden de lo procesal, o bien a artilugios contables cuando es acusado de algún
delito57
. A todo esto, deben sumársele las inestables condiciones económicas imperantes –
moralmente pésima- en Latinoamérica que son el producto, en buena medida, por parte del
estado de corrupción que se ha instalado y las que provocan que el Estado sea como una
suerte de botín de guerra, se convierte en el más rentable de todos los negocios.
Continuando con los ingratos ejemplos, pero que mucho dicen respecto a la temática
que venimos tratando, cabe señalar que la Argentina es un país que gasta -en promedio- por
legislador, en el término de un año, la friolera suma de 650.000 dólares58
, en tanto que en
los Estados Unidos de Norteamérica se gasta por igual trabajador59
, en el mismo plazo,
solamente 325.000 dólares, vale decir, un país con un alto crecimiento económico -medido
en su Producto Bruto Interno- gasta la mitad que lo que gasta un país que día a día se
empobrece más y más.
57
En este punto Gamboa cita al matemático Quetelet, quien dice que “las estadísticas son el arte de mentir
con precisión cuando las circunstancias así lo requieren”. 58
Esto fue hasta la pesificación ocurrida en 2002, por el Gobierno de Duhalde.
192
Esta sería una forma "legal" o "formal" de producir corrupción en nuestro territorio,
más si para ello se tienen en cuenta las "coimas" denunciadas –y ya citadas- ocurridas a
mediados del año 2000 en el ámbito del Senado de la Nación y que, entre otras cosas,
provocaron la renuncia del Vicepresidente de la República Carlos Alvarez. De más está
decir que sospecha semejantes recaen sobre los miembros de la Cámara de Diputados de la
Nación, cuando ambos estamentos legislativos no dejan de llamarse, eufemísticamente, a sí
mismos bajo el adjetivo de "Honorables".
El Indice de Corrupción, publicado en 1999, que produce la organización no
gubernamental que actúa en la mayor parte del mundo, Transparency International, ubicó a
la Argentina en el puesto 7160
, con una puntuación de 3 en una escala decimal en que el
máximo puntaje equivale a la mínima expresión de corrupción, en tanto que la puntuación
que más se acerca al 1 es el testimonio de la máxima corrupción. Vale anotar que el Reino
de Dinamarca está en el primer puesto con el puntaje ideal de 10. El mismo índice, aplicado
a principios del año 2000, ubicó a Argentina en el puesto 5761
, vale decir, mejoró la
percepción nacional e internacional respecto al estado de corrupción, aunque en la lectura
de esos datos debe hacerse constar que para la fecha del relevamiento aún no había tomado
estado público el tema del pago de coimas a algunos de los miembros del "Honorable"
Senado de la Nación –en particular a los de la bancada opositora, justicialista, que es
mayoría en ése cuerpo legislativo- para que sancionaran una ley que favorecía los intereses
políticos del gobierno y los económicos de los empresarios locales e internacionales que, de
tal forma, tendrían un excelente instrumento -uno más de los muchos con que ya cuentan-
59
Un legislador no es más que un trabajador al servicio del pueblo que lo eligió. 60
Sobre un total de 90 países estudiados.
193
de explotación sobre la clase trabajadora.
Estas razones –y muchas más que sería largo y enojoso enumerar aquí- hacen que en
Argentina, como en el resto de la mayoría de nuestros países subcontinentales, la política no
sea un apostolado, sino que se haya convertido -en todo caso- en un excelente negocio para
los que actúan en ella.
En este quehacer lo único que está devaluado –gracias a la ley de convertibilidad
que hace que falsamente un peso sea igual a un dólar- es el discurso político, el que
funciona como un gas, no tiene forma ni contenido, y es un modo de encubrir todas aquellas
acciones que provocan corrupción, por lo que se vuelve perversamente corrupta. Esta
situación atípica ha venido generando una notable devaluación de la palabra en el nivel
público, lo que a la vez se convierte en un generador de escepticismo y desesperanza para
con el sistema político democrático. Por lo que las instituciones de la democracia, que tanto
dolor y luchas le han costado a los pueblos de América Latina, se conviertan en vulnerables
al estar sometidas a la corrupción en el que las envuelve el quehacer perverso de la política
contemporánea practicada por sus hacedores vernáculas.
Uno de los problemas que esto acarrea es que en tanto y en cuánto no se delimiten
de una manera explícita los espacios reservados a lo público y a lo personal, esto es en los
términos de manipular al quehacer político y así generar expectativas en el colectivo social
respecto de su utilización como camino para el enriquecimiento personal y acceso a la
riqueza y el poder, entonces el sistema democrático de vida queda expuesto a la codicia
humana y sujeto a los vaivenes políticos que esto conlleva, produciendo una significativa
devaluación del discurso político, que afecta sensiblemente la connotación del concepto de
61
En el año 2002, Argentina se ubicó en el lugar 75.
194
democracia.
Acá, en Argentina y en nuestra América Latina, los espacios privados y públicos se
suelen confundir y son enmascarados, encubiertos, a través del discurso político -tanto el
expresado oralmente, como con conductas- lo que se convierte en una herramienta al
servicio de la corrupción. Esto es lo que permite que se vaya ampliando “generosamente” el
espacio social al que afecta el fenómeno de la corrupción.
El peligro de que esto ocurra es inminente, a la par que preocupante para quiénes se
ocupan de los temas referentes a la "salud pública"62
. Ya dijimos que el autoritarismo como
expresión política era íntima e intrínsecamente corrupto. Ahora es posible ver, no porque
esto sea de manera alguna novedoso, sino como consecuencia de que está generando un
fuerte rechazo social en la población llana el hecho que la política y las desmedidas
ambiciones personales de los políticos profesionales también generan una profunda
corrupción, que envilece a la institución democrática.
Cuando la corrupción avanza sobre el discurso político y lo deja envuelto en un
hálito de sombras y sospechas, la desconfianza que este fenómeno produce en los
ciudadanos -que son los principales protagonistas del hecho político- se corre el riesgo
cierto de que se convierta más tarde en malestar cultural (Freud, 1929) y social, el cual se
manifiesta en síntomas de desesperanza y descreimiento en las instituciones democráticas,
lo que hace surgir el temor ante los discursos demagógicos antidemocráticos.
El pensador J. Capdevila (1978) sostiene que la democracia, la libertad y la justicia -
las grandes palabras que llenan los eslóganes electorales y con las cuales se limpian la boca
62
Nadie pretende que un dirigente político sea un santo, pero sí al menos que se comporte de acuerdo con las
normas éticas de los compromisos asumidos.
195
buena parte de la dirigencia política establecida- están frecuentemente ausentes en
sociedades proclamadas a sí mismas demócratas, libres y justas y que la mayoría de la
población acepta como tales. El estado de corrupción de los conceptos es generalizado y el
análisis de los mismos plantea profundas dificultades por lo muy manoseadas que están
algunas de las palabras -como democracia, justicia y libertad- que se encuentran ya gastadas
antes de haber sido aplicadas. Por otra parte, se trata de un análisis que pretende ser
universal, puesto que en el mismo se estudian conceptos que sirven de escudo a quienes
gobiernan hoy las vidas de buena parte de los seres que pueblan el mundo. Los que
participan en el juego del Poder -gobernantes, opositores, partidos, sindicatos, etc.-
imponen a sus seguidores paquetes doctrinales indiscutibles y desacreditan a cuántos se
atreven a salir del rebaño aquiescente, cualquiera sea el valor que puedan tener sus
opiniones, las mismas les importan un rábano a los artífices del Poder.
El propio Capdevila (op.cit.) agrega que si bien es cierto que se nos bombardea
intensamente -a través de los medios de comunicación- con un fárrago de palabrerías
pretendidamente robustas con sus contenidos políticos a fin de hacernos creer que
participamos en el juego, es decir, aquello que fuera definido por Marx (1847) como "falsa
conciencia", no hay que llamarse a engaño: nuestras vidas están totalmente manipuladas por
el Estado, dueño del poder, para quien tan pronto somos simples unidades estadísticas
productivas, como peones militarizados, sujetos imponibles o clases pasivas abandonadas a
su suerte. La manipulación que se ejerce sobre los ciudadanos a través del vaciamiento de
las palabras y del discurso trae como consecuencia el hecho de que la mayoría de los seres
humanos que están viviendo este comienzo de siglo no tengan convicciones sostenidas en la
responsabilidad -tal como lo pretendía M. Weber (1929)- sino tan sólo pasiones políticas, y
196
éstas, están representadas por un alto grado de primitivismo intelectual y emocional. Las
mismas jamás se contrastan con la realidad de los hechos. “En un mayor o menor grado,
todas las colectividades civilizadas del mundo moderno se componen de una clase de
gobernantes, poco numerosa, y que está corrompida por el poder excesivo; y otra clase,
numerosa, que está constituida por sujetos que la demasiada obediencia, pasiva e
irresponsable, corrompe”, añade Capdevila.
La corrupción de los conceptos que se utilizan en política, continúa diciendo
Capdevila (op.cit.), hace creer a los ciudadanos que gobiernan a través de la expresión
electoral del voto, cuando, en la realidad, por ejemplo, un legislador no representa
realmente a la comunidad, por cuanto solamente una parte de la comunidad lo ha elegido a
él como representante de su Partido u organización política y, por otra parte, no tiene peso
alguno frente a la voluntad de los líderes locales o nacionales, que son quienes lo han
convertido en legislador y a los que debe, en consecuencia, estricta obediencia y lealtad. Y
si ese líder es presidente del partido mayoritario y, además es el jefe del gobierno, lo que en
realidad se encuentra instaurado, en vez de la soberanía popular, es una República al mejor
estilo del romano en la antigüedad, que envía al Parlamento los proyectos de ley que le
convienen y promulgan los demás por decretos preparados con la ayuda de comisiones
interministeriales que actúan en las sombras.
Cuando al ciudadano se le ocurre la peregrina idea de preguntar dónde está su
libertad, entonces se le enseña una papeleta electoral. Si se aventura a preguntar en dónde
está la democracia, se le continúa mostrando la misma papeleta. Al interrogarse acerca de
dónde está la igualdad y la justicia, igualmente se les enseñan los votos. Se habrá
descubierto por fin la piedra filosofal, se pregunta con sarcástica ironía Capdevila.
197
Por cierto que el análisis realizado por Capdevila tiende a profundizar las críticas al
discurso político vigente, llevándolas a un terreno aún más delicado. Capdevila sostiene que
el objetivo que persigue la democracia es la libertad, a través de un sistema de gobierno por
el pueblo en el que todos somos iguales ante la ley en derechos y obligaciones. Pero, como
sostenía el pensador maximalista Herbert Read -citado por Capdevila- “… en
conglomerados de millones de individuos como los que se dan en las sociedades modernas,
podrá haber gobierno del pueblo y hasta gobierno para el pueblo, pero nunca, ni por un
instante, gobierno por el pueblo. Empero, esta es la prueba decisiva, ya que si el pueblo no
se gobierna por sí mismo hay alguien que lo gobierna; ipso facto ha dejado de ser una
democracia”.
Sin dudas, la democracia en su forma ideal, tal como fue concebida originariamente
por los Iluministas del Siglo XVII, jamás ha existido en los tiempos modernos, puesto que
la única manera de que exista un gobierno por el pueblo y del pueblo es que no existan
órganos ejecutivos, a la par que el Estado -siempre omnipotente y omnipresente- se retire de
los espacios que le da el poder de tutelaje sobre las vidas de las personas.
Aquella interesante argumentación de Read sostiene que los órganos democráticos
representados por los discursos políticos que pregonan conceptos que han sido corrompidos
en su auténtico valor originario, no hacen más que generar la manipulación de los
sometidos, del pueblo de a pie, lo que no sería más que otra forma escandalosa de
corrupción política. El sistema corrompido en sus fueros íntimos, vale decir, la democracia
vacía y vaciada de contenido (Rodriguez Kauth, 2000), que se encuentra solamente
actuando desde la formalidad institucional, aunque no por ello respondiendo
verdaderamente a las exigencias, necesidades y representaciones de la población que la
198
gestaron en su nacimiento.
Al respecto, sobre el tema de la corrupción del discurso político, Iñiguez y Vázquez
(en Dádamo,1995) sostienen que los criterios de legitimidad e historicidad son dos de las
dimensiones fundamentales que son preciso tener en cuenta para analizar, si es que
realmente se pretende entender la construcción y articulación del discurso sobre el sistema
democrático.
Respecto al criterio de legitimidad, estos autores señalan que la misma es una de las
dimensiones que han sido consideradas históricamente básicas del sistema democrático.
Los sistemas políticos intentan dotarse de legitimidad, mediante el recurso de
fundamentarse sobre diferentes discursos retóricos, los cuales intentan la justificación de su
esencia, su existencia y la necesidad de su persistencia en la sociedad política.
En la actualidad contemporánea, el término democracia posee prestigio semántico,
al punto que su mera enunciación otorga legitimidad a cualquier hecho o situación a los que
se aplique o se evoque. Linz (en Iñiguez y Vázquez, op. cit.) define a la legitimidad como la
creencia compartida de que a pesar de sus limitaciones y a sus falencias, las instituciones
políticas existentes -las de los que gobiernan- son incomparablemente mejores que aquellas
otras que pudieran haber sido establecidas en el pasado -o al menos imaginadas- y que por
lo tanto, las vigentes pueden gozar del atributo "legítimo" de exigir obediencia a sus
súbditos.
Y algo que preocupa de todo esto es que, mientras se pregona un discurso político,
corrompido en sus entrañas, que busca en sí la obtención del ansiado Poder político y
económico para quien lo declara, más allá de los objetivos de un proyecto político
constituido, se utiliza la institución de la democracia para intentar legitimar ese discurso, lo
199
cual se hace bastardeando y prostituyendo a la misma que se pretende proteger.
Todo esto es no hace más que profundizar la corrupción moral del discurso político,
a sabiendas que se producen daños irreparables a las instituciones democráticas.
Especialmente en nuestras aún débiles naciones latinoamericanas, arrinconadas por la deuda
-“corrupta”- externa, la pobreza extrema, la desocupación y las ambiciones de los políticos
que buscan, en la mayoría de los casos, su propia "salvación" a través de la política.
Bibliografía específica
BONASSO, M.: (1999) Don Alfredo. Planeta. Bs. Aires.
CAPDEVILA, J.: (1978) La Corrupción de los Sometidos. (Manual de Corrupción y
Decadencia). La Gaya Ciencia, Barcelona.
D'ADAMO, O. y otros.: (1995) Psicología de la Acción Política. Paidós, Bs. Aires.
DICCIONARIO EL ATENEO.: (1998) Editorial Ateneo. Bs. Aires.
FREUD, S.: (1929) El Malestar en la Cultura. Amorrortu, Bs. Aires, 1986.
GAMBOA, F.: (2000) "Sociología de la Corrupción". Revista Perfiles. México, Nro. 83.
GRONDONA, M.: (1993) La Corrupción. Bs. Aires, Planeta
JIMENEZ SANCHEZ, F.: (1998) "Corrupción". En Giner.
MARX, C.: (1847) La ideología alemana. Ed. Pueblos Unidos, Montevideo, 1958.
RODRIGUEZ KAUTH, A.: (2000) El Discurso Político. Espacio Editorial, Bs. Aires.
VAZQUEZ, E.: (1985) PRN La Ultima. EUDEBA, Bs. Aires.
WEBER, M.: (1929) El político y el científico. Madrid, Alianza, 1967.
200
CAPITULO XI
LOS DERECHOS HUMANOS Y LA POBREZA
En este último capítulo de esta libro, pretendo abrir la discusión respecto de uno de
los conjuntos humanos que se encuentra despojado del conjunto de sus derechos humanos,
el cual representa mundialmente un total de aproximadamente 2.000 millones –un tercio de
la población que habita el planeta- de personas esparcidas por todo el mundo y que tiene un
denominador común, que es la miseria.
Ninguna persona que levante su voz para defender y proteger los derechos humanos
debe ni puede obviarlos: están entre nosotros, poseen las pobrezas más duras de llevar, la
del hambre insaciable; la del frío intenso en el invierno y la del calor agobiante en verano;
la del aislamiento social; la de las enfermedades crónica pero curables para quienes
disponen de dinero; la de las inundaciones que los dejan a la intemperie; la de los sueños
imposibles; la de los sin tierra; la del silencio perpetuo.
Ellos están emplazados en asentamientos aislados, o se hayan hacinados en los
suburbios urbanos de las grandes metrópolis, castigados por una gran indiferencia social,
sometidos sistemática y permanentemente por la violencia policial y militar. Se trata de la
pobreza que alimenta a diario la miseria de los excluidos. Se hallan enfrentados
cotidianamente con las luchas interminables por la supervivencia. Donde cada despertar,
cada amanecer significa el interrogante respecto de qué se comerá, dónde y cuánta cantidad,
en un duro enfrentamiento con las horas interminables. Despertando todos los días en
medio de la adversidad. Perdiendo con esa brutal cotidianeidad las posibilidades de
proyectar, de establecer objetivos, de soñar con un mundo mejor. Siendo el contraste más
grande en este mundo pretendidamente progresista. Se han convertido en el espejo en el
201
que no queremos mirarnos, creyendo que si cerramos los ojos ante esa realidad, ésta dejará
de existir, en una suerte de solución solipsista. Conforman miles de partes de un mismo
espejo hecho añicos. Nos hemos acostumbrado a que formen parte del paisaje, como si
fueran un elemento decorativo, pero de mala calidad, estéticamente desagradable a nuestros
ojos. Pasamos frente a ellos y ni siquiera nos inmutamos con sus visibles carencias. Nos
molestan con su realidad de cara sucia, pocos y mugrientos dientes y ropa andrajosa. Ellos
perturban nuestra felicidad con sus gritos desordenados, su suciedad, sus pedidos de
limosnas que pocas veces llegan y su enorme cantidad de hijos a cuestas. Nos importunan
en las charlas de café cuando se nos acercan para querer vendernos cosas inservibles para
nosotros, pero que a ellos les permiten ganar unos pesos. No nos importa su destino de
chiquillos de seis años pidiendo monedas por la noche. Nos ponemos en moralistas
negando unas monedas a algún adulto porque a priori estimamos que las usará para
emborracharse y no para alimentar a su prole. O levantamos discursos éticos en los que
sostenemos que dándoles algún dinero no los ayudamos, cuando lo que ellos nos piden es,
aunque sea, esa modesta ayuda.
Descubrimos en ellos todos los vicios. Los pobres son feos, son sucios, son malos.
No conocen el amor. Violan a sus hijas e hijos. Son promiscuos. No tienen dinero porque
no trabajan y si lo hacen no saben ahorrar 63
(Ardila, 1979). No tienen cultura alcohólica, se
emborrachan rápidamente. No beben para divertirse, beben porque son viciosos. Viven en
ranchos, en casuchas de lata o en bohíos, pero “todos” tienen receptores de televisión.
Tienen la extraña capacidad de reproducirse como si fueran conejos. No estudian porque
son vagos. No aprenden porque “no les da la cabeza”. Los encerramos en orfanatos por
63
¿Cómo si el que no trabaja tuviese capacidad de ahorro!.
202
temor a que delincan, pero ahí aprender a ser delincuentes. Crecen a golpes y a palos, como
delincuentes que no son y que, si lo fueran, tampoco lo merecerían. Los explotamos. Les
pagamos con más miseria. Los pobres tienen facilidad para ser asesinos. Las cárceles están
llenas de pobres que son delincuentes … o de delincuentes que son pobres. Con ellos la
justicia siempre funciona para condenarlos. No tienen quien los defienda. No poseen honor
ni dignidad alguna. Los acorralamos en las afueras de las ciudades. Viven cerca o encima de
los basurales ya que son la basura de nuestras sociedades (¿suciedades?). La ciencia y sus
progresos tecnológicos no los alcanzan. La Iglesia Católica no les permite que controlen su
fertilidad. Tienen prohibidos todos sus deseos. La misma Iglesia se opone a que los Estados
les den gratuitamente anticonceptivos. Será porque el único deseo que pueden realizar sin
costo alguno es el sexual, por lo que se los debe castigar con un número grande de hijos, a
los que verán crecer en la miseria, o morir tempranamente. No tienen domicilio fijo. Los
políticos los expolian en sus provechos electoralistas. Siempre están presentes en los
discursos más progresistas, aunque están ausentes de la aplicación de todas las políticas
sociales. Se les ofrece el reino de Dios, a quien no conocen y de quien están siempre
olvidados. Los empujan a empellones de los templos cuando piden limosna, para que los
piadosos y caritativos fieles dejen la limosna dentro de los “cepillos” de los mismos. Los
atropellamos sin piedad con nuestros autos veloces. Les expropiamos sus tierras, a veces
aduciendo una posible demencia. Los alejamos de nuestras viviendas alegando que son
peligrosos. Los aislamos de nuestros hijos por temer a que les contagien sus piojos. Les
tenemos miedo y desconfianza. Para ellos no existen los derechos humanos. Las
organizaciones ecologistas no se preocupan de ellos -son más importantes las ballenas, o los
delfines, o los gatos pardos o alguna especie exótica en extinción en algún recóndito lugar
203
del mundo-. Viven –sobreviven- a las orillas de arroyos o ríos contaminados, entre cartones,
latas oxidadas y cosas inservibles. Sus hijos no son nuestros hijos. Su alegría es vulgar y
peligrosa. Sus problemas no son nuestros problemas. No son seres humanos, simplemente
son pobres. No tienen seguro social. Los maltratan en los hospitales y con las políticas
perversas de salud. Sus dolores no son urgencias para nadie. Mueren sin certificados de
defunción, sin autopsias, y sin razones aparentes. Mueren en el más absoluto silencio. No
tienen sepelio, ni tumba con nombre. Sus tumbas no tienen cruces. Sus santos no son
“oficiales”. Creen en santos apócrifos que son calificados como supercherías. Comparten su
pobreza en fosas comunes. No tienen obituarios, ni despedidas en los diarios. Sólo son
noticia cuando desaparecen colectivamente. Son los desaparecidos por los que nadie lucha.
Son los exiliados que viven en un permanente destierro interior. Los gobiernos los ocultan.
Afectan el turismo porque afean la estética de las metrópolis vistosas que sirven para ser
vendidas al turismo internacional que deja sus buenos réditos en dólares. Nunca tienen
vacaciones de la pobreza. Les construimos altas paredes para esconder la vergüenza que nos
provocan.
Pero los pobres no tienen vergüenza. No tienen pudor. Sólo tienen miseria. No
asisten a las grandes celebraciones. Ellos no tienen grandes celebraciones porque no tienen
algo que celebrar. Su alegría, además, es pagana. No hay olimpiadas para los pobres. Ni
nuevo milenio, ni años nuevos, ni vidas nuevas.
Los humanistas se han olvidado de ellos. La iglesia siempre los negó, aún cuando
sus palabras –las de la hierofanía oficial vaticana- recuerden a un Jesús pobre. Sólo son
católicos cuando se los utiliza para que se les prohiba la planificación familiar. Las
instituciones estatales no les dan espacio, salvo la cárcel. La salud les es ajena. Mueren por
204
abortos mal hechos, ya que el Estado no los asiste, mientras que los pudientes tienen
dineros para pagar sus abortos bien hechos en clínicas privadas. La informática los ignora.
Los adelantos espaciales no son para ellos. Nada es para ellos. Sólo se los tiene en cuenta a
la hora de realizar algunas estadísticas. La riqueza siempre les es esquiva. Representan el
cuarto, quinto y sexto mundo después de los tres primeros mundos. Lugar del que
difícilmente puedan salir.
Las Naciones Unidas definen a la extrema pobreza -definición propuesta por un
cura, Josep Wresinski (en Despouy, 1996)- de la siguiente manera:
“La precariedad es la ausencia de una o varias seguridades que permiten a las
personas y familias el asumir sus responsabilidades elementales y gozar de sus derechos
fundamentales. La inseguridad producida por esta precariedad puede ser más o menos
extensa y tener consecuencias más o menos graves y definitivas. Conduce frecuentemente a
la gran pobreza cuando afecta varios ámbitos de la existencia, tiende a prolongarse en el
tiempo haciéndose persistente y obstaculiza gravemente las posibilidades de recobrar los
derechos y reasumir las propias responsabilidades en un futuro previsible”.
Despouy (op.cit.), sostiene que esta definición conceptualiza a la pobreza en función
de derechos y de responsabilidades. En ella podemos observar la proximidad y la diferencia
existentes entre las situaciones de pobreza –en la primera parte de la definición- y las de
extrema pobreza, contenida en la segunda parte de la misma. Estas situaciones diferenciales
parecen deberse a fenómenos análogos aunque fundamentalmente varían el número, la
amplitud y la duración en que se extienden. También demuestra que la línea de
demarcación entre la pobreza y la extrema pobreza, siendo como es muy real, puede ser
movediza. La persistencia de la situación de precariedades múltiples por un tiempo
205
prolongado, a veces durante varias generaciones, aparece como un elemento que contribuye
a agravar una situación de pobreza transformándola en una situación de miseria.
El hecho de poner de relieve y, a la vez, conceptualizar que la extrema pobreza se
debe a un “cúmulo de precariedades”, nos remite al terreno de la indivisibilidad y de la
interdependencia de los derechos humanos. Es decir, en las personas que se encuentran en
una situación de extrema pobreza, se puede hallar que no se les respeta alguno de los
derechos humanos enunciados en la Declaración Universal. No es posible hablar de
libertad, de justicia ni de democracia, cuando una persona no puede vivir dignamente, en
términos de lo que se ha definido –desde la Organización Mundial de la Salud- como
“calidad de vida”.
Cuando las personas no son merecedoras de que se les respete un derecho, no se
puede esperar que se le respeten los otros, ya que los derechos son indivisibles: todos están
interrelacionados con la dignidad humana. Y sobre este concepto no podemos abrir
discusión alguna, ya que la dignidad humana es un concepto categórico y valorativo
indivisible, que ya está presente en la Declaración Universal. No existe la posibilidad de
cuantificar en mayor o menor grado a la dignidad.
Esto plantearía la necesidad de reflexionar respecto de porqué los derechos humanos
son relativamente más importantes si están referidos a un individuo de clase media, o de
clase alta. O si los que son ofendidos en su derechos pertenecen a “la clase política” o se
trata de los de un intelectual. Esta expresión “clasista” de los derechos humanos se vuelve
categóricamente contra las raíces filosóficas que sustentan a los mismos, entre los cuales
está el concepto de igualdad. Y esto no es casual ni accidental. De hecho vemos que la
burocracia y la impronta clasista que envuelven a las prácticas de las Naciones Unidas -en
206
tanto entidad que tendería a garantizar la aplicación universal de los derechos humanos-
distan bastante en su aplicación de sus originales enunciados fundantes. Alcanza como
muestra el observar el tipo de vida que detenta un funcionario de aquél organismo, donde su
cargo tiene mayor categoría y rango comparado con cualquier otro diplomático de cualquier
país. Ese alejamiento institucional de los verdaderos problemas y de las auténticas
soluciones que envuelven a los desposeídos de los derechos humanos, reflejan un estado de
cosas y de situación en la que lo que verdaderamente importa es el status de la función y la
función en sí misma, y no así los objetivos explicitados en la Declaración Universal. Las
Naciones Unidas son más unidas en sus objetivos y políticas en cuanto garanticen el status
quo de las naciones dominantes y tiendan a perpetuar el capitalismo globalizador. Y para
esto se les permite utilizar cualquier arma. Como ejemplo basta con recordar el ataque de la
OTAN 64
a la ex Yugoslavia en nombre de la democracia -1998- mientras se “festejaban”
los cincuenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En la realidad palpable cotidianamente, los pobres adolecen de la protección de los
derechos humanos. Representan a una clase social abandonada por la humanidad, de la que
no ha recibido la sensibilidad necesaria que pueda articularse en conductas que tiendan a
revertir aquellas infrahumanas condiciones de vida.
A la pobreza se la conceptualiza desde diferentes expresiones: “pobreza absoluta”,
“pobreza extrema”, pobreza crítica”, “pobreza aguda”, “indigencia”, “gran pobreza”,
“miseria”, “por debajo de la línea de pobreza”, etc.; que en sí todas ellas engloban un
mismo fenómeno, sólo que podemos diferenciar, tal como sostuvimos al escribir la
definición, la diferencia entre pobreza y pobreza extrema.
64
En realidad las fuerzas armadas de los Estados Unidos de Norteamérica y las de Gran Bretaña unidas.
207
La Organización Mundial de la Salud -OMS- sostiene que el asesino, el verdugo
más eficaz y despiadado y también la causa de mayor sufrimiento en esta tierra, es la
miseria. Resulta impresionante comprobar la forma en que se agranda la brecha entre
quienes disponen de un buen estado de salud y los pobres, no sólo entre las diferentes
regiones y los países, sino también entre las poblaciones de un mismo territorio. Más aún, la
lógica perversa que promueve esta espiral de exclusión se proyecta incluso al interior de las
poblaciones desfavorecidas, afectando en particular a los niños, a los ancianos y a millones
de mujeres.
La OMS clasifica a la extrema pobreza, con el código Z 59.5., dentro de su
Clasificación Internacional de Enfermedades, como la más cruel de las dolencias. Sostiene
que la pobreza es el motivo de que no se vacune a los lactantes, de que las poblaciones no
dispongan de agua potable apta para el consumo humano ni de estrategias de saneamiento
ambiental adecuado; de que los medicamentos curativos y otros tratamientos adecuados
resulten inaccesibles al alcance de los pobres y de que las madres mueran al dar a luz. Es la
principal causa de la baja esperanza de vida al nacer y de las discapacidades e invalideces
que provoca el hambre, entre otras cosas, por la falta de fósforo en el cerebro.
Es también una de las grandes responsables de las enfermedades mentales, del
estrés, los suicidios, la depresión, la desintegración de la familia y las toxicomanías. La
pobreza ejerce una influencia nefasta en todas las etapas de la vida humana, desde la
concepción hasta la muerte. Conspira con las enfermedades más asesinas y más dolorosas
para hacer miserable la existencia de todos los que la padecen.
Desgraciadamente, la OMS sólo se queda en la investigación y la denuncia, pero no
avanza en explicar, no sólo en qué factores denigrantes deviene la pobreza, sino, porqué
208
razones existe tanta pobreza expandida por el mundo. Es decir, denuncia las consecuencias,
pero no menciona las causas de la pobreza, descripta como un fenómeno en permanente
crecimiento, donde los efectos de la globalización del imperante sistema capitalista de vida,
han venido agravando la curva de crecimiento de la misma durante los últimos 20 años, de
una manera más que alarmante y preocupante. A tal punto esto es así, que el
multimillonario G. Soros hubo de reconocer en la Conferencia Mundial de Comercio
(Seattle, 1999) que “No podemos separar la riqueza de su distribución”. A lo que agregó,
“… en realidad las reglas de juego internacionales son injustas e impuestas por el centro
privilegiado a costa de la situación de la periferia”. Es obvio que a confesión de partes,
relevo de pruebas.
Pero la pobreza no solamente afecta a los habitantes de las naciones pobres. La
pobreza crece también encerrando en un círculo vicioso a los países ricos. Esto es
claramente observable en Europa Occidental, donde en todas las fronteras acechan millares
de pobres -y personas de clase media devenidas económicamente en pobres (los nuevos
pobres)- para ingresar a sus territorios intentando obtener los beneficios de la riqueza. ¿O
acaso, por su parte, los Estados Unidos de Norteamérica no auxilian permanentemente a
México evitando la entrada de millares de inmigrantes?.
Es evidente que no existen países ricos porque sus habitantes sean solamente buenos
administradores -aún cuando esto influya directamente en una economía floreciente en los
grandes números para las estadísticas- ellos existen por esa consecuencia inmediata
producto de su propia dialéctica perversa: deben existir pobres para que existan ricos; deben
existir naciones pobres para que las naciones ricas dilapiden los recursos mundiales en su
209
propio provecho. ¡No tenemos a nuestro alcance otra explicación tan aparentemente obvia y
simple para este fenómeno que la que venimos sosteniendo!.
Y en esta paradoja tan usual y prototípica, lo común y observable se transforma en
lo “normal” –en lo habitual- ante la vista y el razonamiento del resto de las sociedades. Por
lo que los pobres se constituyen, para el imaginario social, en una de las partes que
conforman cualquier sociedad o cultura. Estancando así cualquier posibilidad de
razonamiento que nos conduzca a plantearnos el real porqué de la pobreza. Los análisis de
las consecuencias de ésta no contribuyen a pensar en la verdadera forma de eliminar a la
pobreza como fenómeno social y mundial, sino que contribuyen pensar en cómo frenar sus
consecuencias que, al obviar sus causas, se la termina tratando -a la pobreza- como un
síntoma y se pierde el verdadero horizonte de la problemática que plantea. Por otra parte, y
como consecuencia de este planteo, inmediatista y a corto plazo, observamos que al ser tan
escalofriantes las consecuencias de la pobreza, las respuestas que se pueden ofrecer
políticamente se convierten en inalcanzables y terminan siendo meramente asistencialistas,
lugar que garantiza, por otra parte, la inmovilidad social de los actores involucrados. Si un
pobre tiene garantizada una mínima bolsa de comida, qué otra posibilidad le queda de
buscar otra cosa, si los resultados de tal búsqueda ya los conoce de antemano: la nada. En la
construcción de su imaginario social está presente el “fatalismo”, como bien lo definiera
Martín Baró (1987) en su vasta obra de contenido psicosocial y, fundamentalmente,
humano. Y en los países donde la política –en realidad los políticos- acude únicamente para
servirse con lo que es de todos, es decir, para su propio beneficio, los pobres están a la
merced de la demagogia política: entonces el asistencialismo se consagra como práctica
social y política conllevando a la inmovilidad social, al surgimiento del síntoma presentista
210
del aquí y ahora. Es que la inmovilidad social impregna a todas las clases sociales: a los
ricos les interesa mantener las cosas tal como están; la clase media –¿o mediocre?- más
sensibilizada con la pobreza no por una identificación vicaria con aquella, sino debido a que
teme caer en esa denigrante condición debido a la pérdida permanente de sus derechos e
ingresos; y, los pobres, desde su subjetividad, no encuentran otras alternativas válidas.
Asbjorn Eide (en Informe sobre Desarrollo Humano,1989) sostuvo en su informe
sobre los “derechos a una alimentación adecuada”, presentada ante las Naciones Unidas,
que más de mil millones de personas padecían crónicamente de hambre y ningún otro
desastre había causado tantos estragos como el hambre, que en los dos años anteriores había
provocado más muerte que las dos guerras mundiales del Siglo XX en su conjunto.
Más allá del dato escalofriante que nos brinda Asbjorn Eide, observamos también
como las Naciones Unidas acuden a los lugares donde existen hambrunas enormes llevando
bolsas con comida, medicamentos, hospitales de campaña, etc.; en una suerte de postal
turística repetida, donde se muestra y expone la ineludible tarea asistencial de esa entidad,
para demostrar al mundo su calidad humanitaria; en tanto ella se consagra, tal como vengo
sosteniendo, para el mantenimiento de los intereses de los países más desarrollados, a
quienes los ubica como los guías de su destino, y –quizás por ello mismo- deja de cumplir,
como decíamos, con sus objetivos de buscar el “equilibrio” entre las naciones poderosas y
las que no lo son.
Recientemente -enero de 2001- se denunció en Porto Alegre, Brasil, que la suma de
las riquezas de sólo tres norteamericanos –archimillonarios ellos- representaba el Producto
Bruto Interno de 42 países pobres. ¿Y si esto no se llama capitalismo salvaje en su más
211
clara expresión, qué otro nombre podemos colocarle? Es una aberración lo citado. Pero, ¿a
quién escandaliza?.
En el estudio realizado por Despouy (op. cit.) sobre los derechos humanos y las
personas discapacitadas, la mal nutrición y la miseria figuran entre las principales causas
directas de discapacidad, además de ser un factor agravante de las mismas.
Según la Comisión de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (en )Informe sobre
Desarrollo Humano,op.cit.), la pobreza extrema está “… estrechamente relacionada con
otros aspectos inquietantes de la condición humana: uno de ellos es el hecho de que la
mayoría de las poblaciones muy pobres del mundo están constituidas por mujeres, niños o
personas de edad que suelen depender de mujeres”. La mujer es la que soporta la mayor
carga, debido a la perversa división social del trabajo, y deben administrar el consumo y la
producción del hogar en condiciones de creciente escasez. Entre todas ellas, las mujeres que
habitan en las zonas rurales son las que se encuentran en peores condiciones de precariedad.
Una de las más graves consecuencias que genera la extrema pobreza es la existencia
de los llamados “niños de la calle”. La OMS (op. cit.) señala que un gran número de ellos
no han alcanzado aún la edad legal para contraer matrimonio, no tienen padres ni tutores, no
conocen a adulto alguno en quien puedan confiar, que raramente han ido a visitar a un
médico, no tienen medios de subsistencia propios que no sean la mendicidad o el
“raterismo”, ni disponen de información necesaria para moverse en el mundo como
personas responsables. Continúa señalando el informe que tanto las niñas como los niños
son altamente vulnerables al uso indebido de estupefacientes, la prostitución y todas las
formas de explotación delictiva conocidas, y, en algunas regiones, pueden incluso ser
ejecutados por “escuadrones de la muerte” que son contratados por comerciantes y vecinos
212
para desembarazarse preventivamente de futuros delincuentes. A causa de esas miserables
condiciones de vida, en Río de Janeiro el 55% de los niños de la calle han reconocido que
alguna vez han intentado suicidarse.
Según estimaciones recientes habría en el mundo unos cien millones de “niños de la
calle”; se calcula que existirían unos 40 millones en América Latina, 25 millones en Asia, y
10 millones en Africa, además de 25 millones en otras regiones del mundo, incluso en los
territorios del mundo desarrollado, de aquel que se ufana en ser el Primer Mundo.
En el informe de 1995, presentado por el Banco Mundial, respecto de la pobreza, se
afirma que por año mueren 3 millones de niños por causa de falta de agua potable apta para
el consumo humano en los países en vías de desarrollo; 12 millones mueren por otras
causas –perfectamente previsibles y curables la mayoría de ellas- antes de cumplir cinco
años y, 130 millones no pueden asistir a la escuela. Más de un millón de niños padecen de
ceguera por ausencia de vitamina A en sus dietas alimentarias y 50 millones de los que
viven en zonas mediterráneas sufren enfermedades graves, tanto mentales como físicas, por
falta de una provisión de yodo suficiente.
Acá también es destacable -y muy curioso- el papel que desempeña el Banco
Mundial, claro exponente de los intereses financieros y económicos dominantes. Por un
lado, en una actitud insólita estudia lo que le sucede a millones de niños pobres en el
mundo, en una suerte de hipocresía social elevada a su mayor exponente. Por otro lado, y
cumpliendo sus funciones “primordiales” para las que fue creado en 1944, asfixia a una
enorme cantidad de países dependientes y empobrecidos con sus clásicas política que
generan hambre, desocupación, pobreza y marginalidad, aumentando las ya existentes
condiciones de miseria. Al respecto, Gacette (2000) señala: “El FMI y el Banco Mundial
213
reconocen abiertamente que son conducidos solamente por los aspectos económicos y
utilizan así a varios regímenes autoritarios o dictatoriales dispuestos a lucrar con ellos. No
hay decisiones democráticas en estas instituciones, pues los derechos de decisión de los
miembros depende de la cantidad de dinero invertido según el principio <<más dólares,
más votos>>. En el marco de los programas de ajuste estructurales, el FMI y el BM
determinan las condiciones determinantes para los préstamos con que se provee a los
países en vía de desarrollo, incluyendo la desrregulación, la liberalización y la
privatización. Estas medidas fortalecen la posición del capital transnacional pero
empeoran la situación de la mayoría de la población en el mundo. El retiro de las
regulaciones sociales y ambientales, que pudieran <<desalentar>> a los inversionistas, y
el recorte del gasto dan como resultado la inaccesibilidad del cuidado médico y de la
educación, de aumentos en el costo de la vida, las reducciones de trabajo, el desempleo, y
el empobrecimiento de los derechos sindicales”.
El ya mencionado Despouy (op. cit.), continúa señalando que en los países de bajos
ingresos per cápita, más de la mitad de los niños pequeños están anémicos y de esa manera
se da inicio el círculo vicioso de la pobreza: madres desnutridas dan a luz a niños que no
poseen el peso suficiente para criarse adecuadamente y que, con alta probabilidad, se
convertirán en la siguiente generación de pobres.
En el Informe sobre la situación social en el mundo -1993/1995- el Departamento de
Desarrollo Económico y Social se indica que la pobreza se ha acentuado en Africa y
América Latina en los diez últimos años.
Minujin y Kessler (1995) señalan que existe en la Argentina una nueva categoría de
pobreza, determinada por la estrepitosa caída de la clase media argentina, a partir de la
214
mitad de la década del 70, especialmente en el año 1976. No es casualidad que en ese año,
tal como hemos visto a lo largo de este escrito, se produjo el golpe de Estado más
sangriento de la historia Argentina. No es casual que con el mismo se hayan intervenido los
sindicatos, se hayan detenido y/o desaparecido a los dirigentes sindicales, a los líderes
sociales, a estudiantes y docentes progresistas y se haya aplicado una política económica
capitalista –de la mano de un régimen autoritario- que está en franca oposición de los
proyectos políticos y sociales solidarios.
Esto también lo sostiene el Informe que mencionáramos anteriormente, donde se
establece que los progresos que en América Latina se produjeron a principios de la década
de los „70, que habían permitido combatir con relativo éxito la pobreza por su rápida
expansión, se vieron reducidos a la nada en el decenio de 1980.
Los datos ofrecidos son los siguientes:
- Principios de 1970: el 40% de las familias de la región vivían en la pobreza.
- Mediados de 1970: el 35% de las familias de la región vivían en condiciones de
pobreza.
- Fines de 1980: el 37% de ellas y el 44% de la población total vivían en la miseria.
Los datos referidos a nuestro país no son menos escalofriantes. La Argentina ha
sufrido una delicada -y quizás irreversible- precarización del Estado de Bienestar que se
había conseguido durante la década del cincuenta, época en la que la Argentina tuvo una
política social de gran alcance, que elevó la calidad de vida de los argentinos, así como tuvo
una importante repercusión el hecho de que se ampliaran los derechos de los trabajadores;
que hubieran políticas de crecimiento, se instaurara el voto femenino, se creara la industria
215
pesada, etc. Esto, nobleza y rigor histórico obligan, llegó de la mano del Movimiento
Justicialista, partido y movimiento obrero organizado por Juan Domingo Perón.
Minujin y Kessler (op. cit.) sostienen que la “nueva pobreza” deriva del proceso de
empobrecimiento acumulativo que sufrió la gran mayoría de los habitantes de la sociedad
argentina. Este proceso, al decir de estos autores, casi no tiene parangón en otras sociedades
del planeta. El conjunto de los trabajadores perdió en las últimas dos décadas el 40% del
valor de sus ingresos. En el Gran Buenos Aires, entre 1980 y 1990, la pobreza creció un
67%. Ahí se destaca el aumento de los nuevos pobres, que crecieron en un 338%. En tanto
que los ex pobres estructurales -pobres de vieja data- que en el pasado pudieron escapar de
la miseria, entonces cayeron por debajo de la llamada eufemísticamente “línea de la
pobreza”, la que representa el ingreso mínimo necesario para poder adquirir la conocida
canasta básica de bienes y servicios.
Los datos más recientes respecto del proceso continuo en que se ha convertido el
crecimiento de la pobreza en la Argentina65
, son los siguientes: “El 28,9% de la población
de la Capital y el Gran Buenos es pobre, de acuerdo con los datos oficiales del INDEC
divulgados ayer. En la Capital abarca al 9,5% y en el connurbano al 35%. Así, mientras en
la Capital una de cada 10 personas es pobre, en el Gran Buenos Aires una de cada tres
personas vive por debajo de la línea de pobreza”.
“Esto significa que 3.466.000 personas, entre porteños y habitantes del
connurbano, no tienen ingresos suficientes para costear una canasta de alimentos y
servicios básicos. Y de estos 3,5 millones de pobres, 921.000 son indigentes porque ni
siquiera pueden adquirir una canasta mínima sólo de alimentos”.
65
Los datos correspondientes a 2002, ubican que más del 50% de la población es pobre.
216
“Con estas cifras, durante el año pasado, en la Capital y el Gran Buenos Aires,
300.000 personas se agregaron al contingente de los nuevos pobres, lo que equivale a un
aumento del 10%. En octubre de 1999 la pobreza en la región metropolitana abarcaba al
26,7% de la población, ascendió al 29,7% en mayo pasado y se ubicó en el 28,9% en
octubre último”.
“El grueso de la pobreza se concentra en el Gran Buenos Aires, donde alcanza al
35% de los casi 9 millones de habitantes, lo que suma casi 3,2 millones de personas. Los
restantes 300.000 pobres viven en la Capital. Aun así, el dato más preocupante es que
respecto a un año atrás, la pobreza pegó un fuerte salto en la Capital: pasó del 8,3% al
9,5% de la población”.
“En el llamado "segundo cordón" del GBA —que comprende distritos como Merlo,
Moreno, Berazategui, San Fernando y Tigre— la pobreza subió del 40,2% en octubre de
1999 al 43,2% de la población en mayo. Así, en una región con casi 5 millones de
habitantes, unos 2.200.000 viven por debajo de la línea de pobreza”.
“Como la pobreza en el resto del país es superior a la del Gran Buenos Aires, se
estima que casi el 40% de los argentinos es pobre. De esta manera, sobre una población
total de 37 millones de personas, habría casi 15 millones de pobres. La última medición
oficial registró una pobreza urbana en todo el país del 37%”.
“Con todo, lo que más aumentó fue la indigencia, la franja más pobre de los
pobres, que subió de 794.000 a 921.000 personas, un incremento del 16,4%.
“Casi toda la indigencia se concentra en el Gran Buenos Aires. Así mientras en la
Capital abarca al 1,8% de la población porteña, en el connurbano trepa al 9,5%, con la
particularidad que salta al 11,7% en el segundo cordón”.
217
“El aumento de la pobreza y de la indigencia en la región metropolitana, en el
último año se debe a varios factores:
· Aumentó el desempleo.
· Se redujo la cantidad de gente ocupada.
· Disminuyeron los ingresos para el 70% de la población de la región.
· Se redujo el número de beneficiarios de los planes de empleo y también la ayuda
económica: los subsidios de 200 pesos bajaron a 160 y los 160 a 120 pesos”.
Sin pausa
“Con la salida de la hiperinflación y el comienzo de la convertibilidad, el número
de pobres se fue reduciendo hasta bajar al 16,1% en mayo de 1994, equivalente a casi 1,8
millón de personas. Desde entonces, con el aumento del desempleo, del trabajo en negro y
la caída de los salarios e ingresos, la pobreza creció un 93%. Así, entre mayo de 1994 y
octubre del 2000 —período que combina etapas de gran actividad y otras recesivas— casi
1,7 millón de personas ingresaron a la pobreza”.
“También dentro de este aumento de la pobreza lo que más creció fue la
indigencia: de un mínimo de 324.000 personas en octubre de 1991 saltó a 921.000 en
octubre pasado: un aumento del 184%”.
“Estas cifras marcan cómo una franja de la población sufrió un deterioro de sus
ingresos y una porción creciente se transformó en "pobre estructural". (Diario Clarín, Bs.
As., 3 de febrero de 2001).
Según datos conocidos a finales de abril del 2001, cuatro personas cada 15 minutos
pierden sus empleos, con escasas posibilidades de conseguir otro equivalente o que le
permita la subsistencia.
218
Los datos de la realidad trascienden cualquier ficción superándonos día a día y, para
darles la verdadera connotación que éstos tienen, convendría releer el comienzo del
capítulo.
En este punto me parece interesante hacer la siguiente observación. Durante los diez
últimos años “desapareció” -literalmente- el concepto de “canasta familiar” -manera en que
comúnmente se denominaba a la canasta básica de bienes y servicios- del lenguaje tanto
cotidiano, como de los discursos políticos y del lenguaje comunicacional de los medios
masivos de comunicación. Fueron los sindicalistas quienes nos familiarizaron con ese
concepto, básicamente por que uno de los pilares de sus luchas era que los trabajadores
pudieran, con sus salarios, alcanzar a adquirir la canasta familiar. El cambio producido
dentro del sindicalismo argentino durante la aplicación de la política económica neoliberal,
durante el gobierno de Menem, llevó a que los sindicatos dejaran de “luchar” –
especialmente los dirigentes sindicales que prefirieron defender sus intereses espurios y no
el de los trabajadores- por la canasta familiar. Su falta de protección y las actuales
dificultades estructurales macroeconómicas para alcanzar, por parte de los trabajadores, el
objetivo de la canasta familiar, hicieron que el concepto dejara de estar presente en nuestro
lenguaje, conllevando, como consecuencia de esto, a la “no lucha” por ese derecho.
Vale decir, desapareció el concepto, por lo que desapareció el derecho. Por otra
parte, se ha vuelto tan difícil para el común de la gente la posibilidad de alcanzar, a través
de sus ingresos, la canasta básica de bienes y servicios, que con esto se ha contribuido a que
el término vaya perdiendo su valor en el imaginario social.
Los nuevos pobres pertenecen a la clase media argentina que se vio mancillada y
atropellada por la aplicación de políticas económicas liberales, como son el achicamiento
219
de un Estado poderoso, aumento en su déficit fiscal interno, crecimiento desmedido de la
deuda externa, falta de financiamiento de los sistemas estatales –salud, educación, vivienda,
justicia, seguridad, etc.-, pérdida del control del Estado sobre la empresas privadas,
privatizaciones violadoras de los principales servicios que debe ineludiblemente debe
atender el Estado, todo esto con el consiguiente despido masivo de personal, falta de
riqueza del Estado y enriquecimiento feroz de los inversores, ya sean internos como
externos. Mientras más crece la pobreza, más se enriquecen los ricos en la Argentina. La
ecuación histórica es la misma: a mayor concentración de poder económico de unos pocos,
mayor aumento y distribución de la pobreza en la población.
La Argentina se ha convertido en el gran negocio de las empresas privadas,
especialmente de las transnacionales, que se han apoderado del capital económico del
Estado. En el marco del inusitado aumento de la pobreza, dos empresas telefónicas
transnacionales -Telefónica y Telecom- facturaron durante los primeros 8 años de
existencia en este país, la suma de nueve mil millones de dólares (U$S 9.000.000.000), con
bajas contrataciones de personal, la utilización del recurso de los contratos “basura”, que
benefician siempre a la empresa, y llevándose el dinero al exterior porque la Argentina “no
es un país confiable”.
Se privatizaron los ferrocarriles con el sostenido y ultra repetido discurso
proveniente desde la derecha, que daban “déficit” al Estado. En la época en que pertenecían
al Estado, los ferrocarriles daban trabajo a más de 90.000 trabajadores, además de todas las
micro economías que giraban a su alrededor en los pueblos por donde pasaban (venta de
productos regionales y de hechura casera: empanadas, frutas de estación, vinos caseros,
tortillas, pan casero, etc.), además de brindar un servicio barato, al alcance de los menos
220
pudientes. Resta decir que a los pueblos alejados -que son muchos en la extensa y solitaria
geografía argentina- llevaban desde el agua hasta la correspondencia, cumpliendo un
verdadero papel social. El ataque para que los ferrocarriles pasaran a ser un buen negocio de
las empresas privadas señalaba que daban una pérdida diaria de un millón de dólares diario.
Por cierto que nunca se demostró tal afirmación. Una vez privatizados los ferrocarriles, en
la actualidad, dan trabajo a 5.000 personas, llegan únicamente a las zonas rentables para los
permisionarios, lo recaudado queda en manos de la empresa pero, además, ¡desde que
fueron privatizados reciben subsidios por más de 300 millones de dólares anuales!
Con las rutas nacionales ha sucedido algo similar, ya que las empresas que tienen la
concesión reciben subsidios, cobran a los conductores de vehículos por utilizar esas rutas
que se construyeron con dinero del Estado, y además sólo las han maquillado, ya que siguen
siendo muy transitadas, continúan siendo inseguras y, además, no permiten que sean
utilizadas rutas alternativas, ya que nunca las hicieron, violando el principio constitucional
del libre circulación por el territorio de la República Argentina.
En la Universidad y en la toda la administración pública nacional66
, desde 1990 se
congelaron los sueldos, solamente fueron descongelaron durante el año 2000 ¡para hacerles
dos reducciones en los ingresos mayores a 1.000 pesos!.
A la clase media permanentemente se le van quitando sus derechos humanos. No
existe la igualdad de oportunidades. La educación dejó de ser una instancia pluralista, para
convertirse en el reducto de unos pocos privilegiados. Mientras que la mayoría de los
jóvenes no termina la educación primaria y menos aún la secundaria, los sectores
66
Desde la aplicación del Déficit cero, impuesto por el Gobierno de De la Rua, se redujo el sueldo a la
administración pública en un 13%. Pero no se aplicaron esas reducciones al Poder Judicial y al Poder
Legislativo...
221
poblacionales más pudientes envían a sus hijos a realizar postgrados al exterior, abriendo
una brecha educativa y de posibilidades insalvable entre unos y otros.
La mayoría de los jóvenes argentinos buscan la posibilidad de ir al exterior en la
búsqueda de una vida digna. No buscan enriquecerse, buscan obtener lo que hasta hace dos
décadas era moneda corriente en este país. Miles de profesionales jóvenes -que son
formados por el país- escapan a una vida modesta, o al desempleo, o la imposibilidad de
trabajar en sus profesiones, sin demasiadas expectativas de progreso, en dirección hacia el
exterior. Se ha invertido la ecuación: mientras que en la Argentina inmigraron más de
5.000.000 de personas provenientes, en la mayoría de los casos, de la Europa pobre y en
guerra, en la actualidad los jóvenes buscan alejarse del país que los vio nacer y educó con
su sacrificio67
.
Este no es un fenómeno exclusivo de la Argentina, se repite a lo largo y ancho de
Latinoamérica y de los países pobres.
Además no se avizoran posibilidades de cambio o de mejora. Mientras mayor es la
deuda externa, menores serán las posibilidades de mejorar. Los pobres serán más pobres,
especialmente los de la clase trabajadora y en las zonas urbanas, en tanto que los ricos han
superado los niveles de riqueza históricos del país, estableciéndose a partir de la década del
90 la clase nueva de los archimillonarios. Así la Argentina ha conformado dos sociedades
que desconfían una de la otra. La brecha que se ha abierto entre ellas es cada vez grande.
Mientras que los empobrecidos asisten a la vida de cristal de los nuevos ricos -que disfrutan
67
Durante el mes de enero de 2001, España, cuya población tiene raíces fuertes con la Argentina, ya que una
de sus mayores inmigraciones fue protagonizada por españoles durante el siglo que pasó, acaba de establecer
una contrarreforma a la Ley de Extranjería -Ley 4/2000, donde los inmigrantes sin papeles son perjudicados,
ya que se les niegan los derechos de reunión, asociación, sindicación, manifestación y huelga a los extranjeros
en situación irregular, derechos que la ley anterior les reconoce, en tanto que son derechos fundamentales.
Ahora me pregunto: actuará la justicia internacional en auxilio de los inmigrantes irregulares?
222
con una pornográfica y desmedida exhibición de sus (¿mal?) habidos bienes- estos últimos
se van aislando ida a ida debido al crecimiento de la violencia y la delincuencia, a lo que
deben sumarse las adicciones que no solamente son un factor de peligrosidad para la propia
seguridad, sino que estéticamente empobrecen el paisaje urbano. Los nuevos ricos viven
aislados en sus casas de cristal, enfermos de odio y temor hacia los pobres que los miran
con recelo y que no entienden cómo se puede tener tanto en tan poco tiempo y con tanta
facilidad e impunidad.
La Argentina ya no es la misma, la del imaginario social del progreso, la de los
derechos de los trabajadores, la de los sindicatos fuertes, la del movimiento obrero más
importante y mejor organizado de Latinoamérica, la de un próspero estado industrial. La
Argentina se ha vuelto expulsiva de sus ciudadanos. Sólo les abre la puerta y contiene a
unos pocos.
Y este fenómeno nos es un hecho natural de cambio de la sociedad. Muchos
intereses existieron, y existen, para que la Argentina se empobreciera y violara los derechos
humanos de la gran mayoría de la sociedad argentina. No ha sido un hecho casual, ha sido
fruto de las políticas ya mencionadas que han producido el desamparo social. Por cierto que
la irrupción de estas políticas en el Estado argentino no fue un hecho azaroso ni accidental.
La expresión política de la derecha argentina siempre quiso retornar al país anterior al
creado por el populismo peronista, aquel país donde la oligarquía poseía un poder
omnímodo sobre los bienes y la vida de sus súbditos. Para esto se utilizaron durante años
los servicios del ejército, quienes en nombre de una patria “grande y generosa” derribaron a
los gobiernos constitucionales y democráticos. La última dictadura (1976-1983) fue la más
feroz y sanguínea. Dejó un sello indeleble en la sociedad: 30.000 desaparecidos, terror,
223
torturas, estado de sitio, violación a las normas constitucionales, desmovilización social,
etc. Luego, con el retorno de la democracia, se le asestó otro golpe a la sociedad: en la
época del Gobierno de Alfonsín (primer gobierno constitucional posterior a la dictadura de
1976) se desencadenó la mayor hiperinflación que registró la historia argentina, con un
aumento del índice de vida de más del 5.000 % anual. Fue un verdadero golpe de Estado
planificado y orquestado por los centros financieros y económicos locales, con apoyo
logístico del exterior, enmascarado tras una verdadera desestabilización económica que,
obviamente, perjudicó más gravemente a los sectores más desprotegidos de la sociedad. Así
fue posible, debido a la gran desmovilización social provocada por el terror y luego por el
hambre, en un gobierno que asumió sosteniendo en su campaña política que representaba
los intereses populares, aplicar las políticas impuestas por el FMI y el Banco Mundial. Por
cierto que me estoy refiriendo al gobierno de Menem. Era impensable, antes de los sucesos
mencionados, sostener que en la Argentina se lograra el objetivo de poder “achicar” al
Estado68
, aplicar una política financiera que nos ligara a los destinos de los EE.UU.,
privatizar indiscriminadamente, etc.
Y desde acá comenzó otra historia. La nueva historia de los desposeídos de los
derechos humanos en la sociedad globalizada contemporánea. Pero en esto la Argentina
no ha sido la excepción de Latinoamérica: el sometimiento, la pobreza, las matanzas, la
expoliación, la explotación, la marginación, etc., son hechos a los que los
latinoamericanos están acostumbrados. Sólo que la Argentina es un actor reciente en ese
escenario escabroso.
Bibliografía específica
68
Una de las consignas de la derecha política era “Achicar al Estado es agrandar al país”.
224
ARDILA, R.: (1979) Psicología social de la pobreza. En Whittaker.
DESPOUY, L.: (1996) “Informe final sobre los derechos humanos y la extrema
pobreza”. Comisión de Derechos Humanos. Consejo Económico y Social. Naciones
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CONCLUSIONES
Los análisis y reflexiones que han constituido este cuerpo de conocimiento y que
han ido recorriendo la historia de los derechos humanos y su permanente desencuentro en
Latinoamérica, no son precisamente optimistas. Muestran, luego de todo un largo proceso
de investigación, una realidad tajante, desesperanzadora y, subjetivamente, doliente.
Estos análisis -que he realizado desde este espacio de construcción del saber, que es
la Psicología Política Latinoamericana- han apuntado a profundizar una mirada crítica
respecto de la reconstrucción de las categorías históricas que subyacen a los hechos sociales
aquí descriptos, y que los interpretan, para poder así ir correlacionando la aplicación y
respeto de los derechos humanos, o su ausencia parcial, o total, por parte de nuestras
sociedades.
Y tal como están las cosas no podemos predecir más que un porvenir de pobreza y
aún de mayor marginación de la que ya existe. Pobreza social, pobreza en la defensa de
nuestros derechos. Pobreza de espacios comunitarios. Pobreza de ideologías. Pobreza de
propuestas. Pobreza educativa y formativa. Pobreza comunicacional.
Pretender hacer referencia a esta Latinoamérica, la de la pobreza, la del
autoritarismo, la de la violencia, la de las traiciones sociales y políticas, la de los abandonos
humanos por parte del Estado, la de la pérdida de las utopías, contrasta con el ideal de
justicia de los derechos humanos. Nada más alejado de aquellos sentidos derechos que tanto
le han costado conseguir a la humanidad.
Derechos que, para su protección y aplicación, están en manos de instituciones -
como es el caso de las Naciones Unidas- que en su doble discurso sostienen su permanente
defensa, en tanto que con sus políticas mundiales los pisotean a diario. En manos de un
226
primer mundo codicioso y dañino. Un mundo en el que se señala que a pesar de que el gasto
del consumo mundial pasó de 1,5 billones de dólares en 1900 a 24 billones en 1998, los
beneficios, en cuanto a la calidad de vida que de ello pudiera derivarse, sólo alcanzan a una
pequeña parte de la población mundial, la que vive en los países ricos y que equivale,
aproximadamente, al 20% de la población del planeta, según el informe correspondiente a
1998 a Consumo y Desarrollo Humano, del Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo.
Nadie puede tener dignidad si tiene pobreza, si tiene miseria, si su destino está, al
decir de Martín Baró, “fatalizado” desde su mismo origen. Pero no fatalizado por la
impresión particular y social de que nada de lo que se haga servirá para modificar la
historia. Fatalizado por los hechos que lo definen. Nadie puede ser libre si no tiene
posibilidades de vivir su libertad, si no puede abandonar su entorno de miseria y malos
tratos. Vivimos en un mundo esclavizado y esclavizante.
Ana Prera (2000) sostiene: “La reducción del individuo al estado de esclavitud
supone la violación más absoluta de todos los derechos humanos. Pero, de todos ellos, y
sin lugar a dudas, los más vulnerados son la justicia, la libertad y la dignidad. Los últimos
años de este siglo XX, que entre otros grandes hitos ha visto consagrar la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, las situaciones de esclavitud -lejos de desaparecer o
disminuir-, se han ido prodigando cada vez más, directamente vinculadas a la debilidad y
la indefensión de las víctimas de la extrema pobreza y la ignorancia, cada vez más
generalizadas, debido al aumento de las diferencias que separan a los muy ricos de los
extremadamente pobres”.
227
Mientras haya esclavos reales o potenciales en el mundo, el ser humano no tendrá
ningún derecho a alardear de dignidad ni libertad (Exodo, 2000).
Con sólo observar se puede apreciar que la violencia que atraviesa a millones de
pobres en el mundo (dos mil millones) suele ser silenciosa. La violencia de nacer en un
pozo. La violencia de morir en un pozo. La violencia del agua podrida. La violencia de
soportar todo tipo de vejación social. La violencia de la falta de protección. La violencia de
la ausencia total de sus derechos humanos.
La violencia que producen los “inteligentes, los cultos, los intelectuales que se
abandonan en un discurso burgués, los científicos que sólo buscan réditos personales, los
publicistas, los economistas, los yuppies, los comunicadores de estupideces, los mentirosos,
los políticos, los moralistas, los cipayos, en fin, los negreros de este mundo” que esclavizan
a la mayor parte de la humanidad. Y crean esclavos que no tienen siquiera precio.
Este mundo entró en el siglo XXI, siglo del “progreso”, acarreando la mayor deuda
histórica con la humanidad hasta ahora conocida. De la mano de la globalización,
globalizando su perversa economía de mercado, en la que el enriquecimiento feroz de unos
pocos, que no tiene límite alguno, va en desmedro de la otra humanidad. De la humanidad
que no tiene rango de humanidad. Sólo son pobres, son sucios, son feos.
La historia de los hombres es la historia de sus aciertos y sus fracasos. Pero esta
historia que estamos construyendo es la historia vergonzante –y vergonzosa- de un mundo
que se presume culto, soberano, lúcido, atrevido, idealista y progresista.
Asistimos impávidos a los suicidios de nuestros jóvenes y de nuestros viejos. Vemos
cómo se van haciendo viejos los jóvenes mientras deambulan en la búsqueda de un empleo
que les ofrezca alimento y dignidad. Estamos construyendo, sin percibirlo una sociedad
228
cada vez más perversa. Sin siquiera recalar en el hecho de que nuestra sociedad es el espejo
en el que nos miramos.
Imponemos al análisis de la realidad la mirada propia del conformismo. Asistimos a
la caída de nuestros ideales como si fuesen hechos naturales. Como si la naturaleza tuviera
el nivel de perversidad que nos inunda como sociedad. No nos atrevemos a revisar nuestra
historia. No nos atrevemos, por los miedos que nos atraviesan, a generar espacios de
cambio y de solidaridad. Estamos como sociedad, envejeciendo, volviéndonos cada día que
transcurre, más mezquinos y avaros.
Los otros, los poderosos, los conservadores, los idiotas útiles, los militares, los
mesiánicos, los oradores de la prosperidad, los mercaderes de la economía, los ignorantes,
los violentos, nos están ganando los espacios públicos y el deseo. Nos han quitado los
sueños, la paz, la riqueza, la ideología, la justicia...en fin, todo aquello a lo que
legítimamente se puede aspirar. Nos han cambiado los paisajes sociales pletóricos de
sueños y utopías por postales añejas de desencuentros históricos. Nos han dejado el miedo.
Nos han dejado el cuerpo mutilado.
Nuestro cuerpo social sigue obnubilado por las torturas, por los desaparecidos que,
como fantasmas en pena, divagan buscando las respuestas que, como sociedad, no nos
animamos a darles, aunque se la merezcan.
Nos han dejado el hambre. Se han llevado el conocimiento y el pensar. Y nos ha
quedado un cuerpo sin memoria, sin capacidad para recomponer su presente, sin poder
apostar a un futuro mejor.
Sin darnos cuenta de que las utopías deben buscarse. Que éstas justifican nuestra
existencia.
229
Los derechos humanos son los mayores valores y categorías que ha construido
nuestra sociedad occidental. Dignifican a la humanidad. Plantean la dirección para una
sociedad más equilibrada. Plantean el derecho por un lado, y el límite por el otro: porque
plantean la igualdad, pero que debe ser sostenida desde los hechos y no sólo de las meras
declaraciones.
Pero debemos ser nosotros los que debemos erigirnos en sus custodios permanentes.
Apelando a la razón, a la memoria, a la solidaridad, a las conductas. Por cierto que es muy
difícil plantear estos desafíos en un mundo de características tan esquizofrénicas. Pero
solamente nosotros –los humanos- podemos y podremos modificar esta realidad. La historia
aún no ha dado su veredicto final.
O nos animamos al cambio, o el hombre terminará siendo devorado por su propia
especie, tal como lo relatan las más trágicas predicciones. Pero observar que en el mundo
hay dos mil millones de pobres, ¿no es acaso la materialización de alguna de esas pérfidas
profecías?.
Siempre me negué a creer en las teorías de las conspiraciones. Pero la historia de
Latinoamérica, convertida en botín de guerra de EE.UU. en la actualidad, y de Europa en el
pasado, me han convencido de que existen.
Los poderosos foráneos nos expolian, nos someten, nos roban, nos maltratan, nos
invaden o nos envían democracias pacatas y formales. Los poderosos locales, alejados de
todo orgullo nacional, nos venden a precio vil, como carroña. Venden a la patria. Venden a
la madre. Venden nuestras riquezas. Venden nuestras esperanzas. Venden nuestras
inteligencias. Venden el presente y el futuro. Venden y compran su consumo desmedido y
su cultura trivial, violenta, e hipócrita.
230
Nos plantean la dualidad de cómo presentar la defensa de la identidad nacional en
un mundo globalizado. Como si la globalización nos hubiera hermanado. Como si se
hubiesen borrado las fronteras. Como si un sujeto de Atlanta es igual y tiene las mismas
oportunidades que uno de una fabela de Río de Janeiro, o el de una villa miseria del
connurbano de Buenos Aires, o un niño nacido en la sabana colombiana. Cuando la
globalización es la herramienta moderna más útil que tienen en el primer mundo para
continuar y acrecentar sus propósitos de dominación y salvajismo capitalista.
Y la mayoría de nuestros dirigentes, cual buitres pretendidamente párvulos tras la
carroña, les pagan la fiesta a los mercaderes de la pobreza. Incapaces de generar ideas o
políticas con palabras mayores. Incapaces de rastrear en nuestros orígenes libertarios y
dignos para recuperar el orgullo nacional. Incapaces de lograr propuestas que comiencen
por pergeñar un proyecto nacional, enmarcado en un proyecto latinoamericano.
Felices por lograr una fotografía junto a los dominantes, por asistir a sus encuentros
internacionales donde la estupidez, la banalidad y la traición van de la mano. Olvidando a
su gente, a su pueblo, a sus raíces. Protegiendo con sus leyes de pacotilla a los torturadores,
a los asesinos de las masas, a los que se enriquecen del día a la noche. Defendiendo a los
inimputables, a los impresentables, a los bochornosos que han sido cómplices del deterioro
de nuestros países. Gobernando para los intereses foráneos. Destruyendo la industria
nacional con sus sistemas impositivos altamente dañinos y sus políticas de prebendas.
Asistiendo como infantes al lavado de dinero más grande en la historia Argentina -9 mil
millones de dólares-, pero temerosos de actuar por haber sido cómplices, directos, en
algunos casos, indirectos en otros, al sostener un estado de corrupción e impunidad que
viola todos los principios de la convivencia, ya que rompe los lazos de la solidaridad social.
231
Permitiendo que el ultraje a las arcas del Estado –que es de todos- quede impune.
Permitiendo que los derechos humanos queden marginados y sean, ellos mismos, violados.
Mientras que reparten miseria con sus proyectos para asistir el drama trágico de los
desempleados, hace su aparición en la escena una nueva clase social en la Argentina de esta
época y en el mundo contemporáneo.
Debemos plantearnos dialécticamente cuál o cuáles serán los caminos para construir
un cambio abarcativo, que nos convoque como latinoamericanos y que nos permita diseñar
nuestros propios destinos. La tarea es compleja y se vuelve como una entelequia en la que
las dificultades son inmensas e inconmensurables.
Pero es una deuda que tenemos con nosotros mismos, con nuestros congéneres más
desprotegidos y con la memoria de aquellos que soñaron, planificaron y lograron, a través
de largas luchas, los derechos humanos universales.
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