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 TESTIMONIOS AUTOETNOGRÁFICO S, “ANTROPOLOG ÍA DE LA PERIFERIA”, Y PERIFERIZACIÓN DE LA ÉTICA EN LA PRÁCTICA ETNOGRÁFICA ESPAÑOLA. Liliana Suárez Navaz Presidenta, Instituto Madrileño Antopología (IMA) Profesora-Investigadora, Departamento Antropología Social, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Madrid [email protected] 1. Introducción: porqué y desde dónde realizamos la reflexión Mi puesta de largo en el campo académico antropológico español se produjo en el Congreso Trianual que organizó la FAAEE 1  en Zaragoza. E mbarazada en aquél momento de seis meses y justo en la frontera de lo que las compañías aéreas consideraban  permisible para viaj es transoceánicos, el viaje que realicé e x profeso para asistir a aquél congreso tenía objetivos profesionales. Quería primero, compartir mi trabajo con colegas españoles con los que nunca había t enido oportunidad de debatir, y segundo, situarme en lo que yo consideraba un “mercado laboral” que me interesaba para potenciales  posiciones profesionales en un futuro. Comienzo con esta anécdota como estrategia para iniciar mis reflexiones desde un  posicionamiento situado. Creo q ue será evidente para todo s en este entorno que si bien el  primer objetivo era sensato, el segundo pecaba de una profunda ingenuidad y cierta deformación norteamericana sobre que debe hacer un joven profesional cuando está a  punto de doctorarse y tiene ya material original fruto de investigación doctoral. Tenía  pocos contactos, pero esperaba ampliarlos a través de la presentación de dos investigaciones recientes, en Chile y en Andalucía. Me encontré en general un ambiente amable, que desde el principio claramente me transmitieron que aquí las plazas de  profesorado eran parte de un mercado laboral local, porque la periferización de las distintas escuelas antropológicas en España as í lo exigía para “sobrevivir”. En mis deseos de participar al menos en el ámbito asociativo de la FAAEE, pedí a los organizadores de la asamblea general que iba a tener lugar al final del congreso para asistir y plantear dos cuestiones que me parecía podían tener interés para el colectivo. Me fue concedida esta  petición y expuse primero la propuesta de que se creara una membresía individual para 1  FAAEE: Federación Asociaciones Antropología Estado Español 5857 Publicado en: Jiménez, Celeste, Liliana Suárez Navaz y Susana Carro-Ripalda "Éticas para las práctica profesional Antropológica: Diálogos, Fronteras y Dilemas", Periferias, Fronteras y Diálogos, Actas del XIII Congreso de Antropología de la FAAEE (2014)

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TESTIMONIOS AUTOETNOGRÁFICOS,“ANTROPOLOGÍA DE LA PERIFERIA”, Y

PERIFERIZACIÓN DE LA ÉTICA EN LA PRÁCTICAETNOGRÁFICA ESPAÑOLA.

Liliana Suárez Navaz

Presidenta, Instituto Madrileño Antopología (IMA)

Profesora-Investigadora, Departamento Antropología Social,

Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Madrid

[email protected]

1. Introducción: porqué y desde dónde realizamos la reflexión

Mi puesta de largo en el campo académico antropológico español se produjo en el

Congreso Trianual que organizó la FAAEE1  en Zaragoza. Embarazada en aquél momento

de seis meses y justo en la frontera de lo que las compañías aéreas consideraban

 permisible para viajes transoceánicos, el viaje que realicé ex profeso para asistir a aquél

congreso tenía objetivos profesionales. Quería primero, compartir mi trabajo con colegas

españoles con los que nunca había tenido oportunidad de debatir, y segundo, situarme en

lo que yo consideraba un “mercado laboral” que me interesaba para potenciales

 posiciones profesionales en un futuro.

Comienzo con esta anécdota como estrategia para iniciar mis reflexiones desde un

 posicionamiento situado. Creo que será evidente para todos en este entorno que si bien el

 primer objetivo era sensato, el segundo pecaba de una profunda ingenuidad y cierta

deformación norteamericana sobre que debe hacer un joven profesional cuando está a

 punto de doctorarse y tiene ya material original fruto de investigación doctoral. Tenía pocos contactos, pero esperaba ampliarlos a través de la presentación de dos

investigaciones recientes, en Chile y en Andalucía. Me encontré en general un ambiente

amable, que desde el principio claramente me transmitieron que aquí las plazas de

 profesorado eran parte de un mercado laboral local, porque la periferización de las

distintas escuelas antropológicas en España así lo exigía para “sobrevivir”. En mis deseos

de participar al menos en el ámbito asociativo de la FAAEE, pedí a los organizadores de

la asamblea general que iba a tener lugar al final del congreso para asistir y plantear dos

cuestiones que me parecía podían tener interés para el colectivo. Me fue concedida esta

 petición y expuse primero la propuesta de que se creara una membresía individual para

1 FAAEE: Federación Asociaciones Antropología Estado Español

5857

Publicado en: Jiménez, Celeste, Liliana Suárez Navaz y SusanaCarro-Ripalda "Éticas para las práctica profesional Antropológica:Diálogos, Fronteras y Dilemas", Periferias, Fronteras y Diálogos,Actas del XIII Congreso de Antropología de la FAAEE (2014)

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 personas como yo que, aunque no viviéramos en España, estábamos interesados en ser

 parte del mundo asociativo profesional español. Por otra parte, y en base a mi experiencia

 previa en comisiones éticas en Estados Unidos y América Latina, quería proponer

comenzar un debate sobre cuestiones éticas promovida por la FAAEE. Ninguna de esta

 propuesta prosperó, más bien al contrario, fueron criticadas como imperialistas y

exógenas a la lógica asociativa local, algo que me sorprendió aunque no me molestó, por

el tono amable de mis compañeros y porque entendí que se trababa de otro contexto

 profesional al que le debía máximo respeto como recién llegada. Ni que decir tiene que

la concepción de algo similar a un “mercado laboral” resulto ser una ridiculez en este

contexto; hice amigos, tomé cañas, e incluso bailé en un fiesta organizada en el congreso,

 pese a mi avanzado estado de gestación. Por el momento, y hasta el parto de la niña y la

tesis, iba a dejar reposar estas insoslayables cuestiones profesionales.

 No resultó para mi una decepción que este gran viaje embarazada no cumpliera con mis

objetivos previos. Como etnógrafa, acostumbraba a adaptarme a situaciones imprevistas

y considerarlas como un proceso de comprensión de procesos sociales que no meresultaban familiares. Parte de mis reflexiones aquí surgen de situaciones de ésta

experiencia como antropóloga en España, que me hizo sentirme “inapropiada” o

simplemente “rara”, y del proceso de “integración” que duró al menos diez años. En otras

 palabras, mis reflexiones son planteadas como una narrativa etnográfica sobre mi propia

experiencia y el modo en que he ido viendo variar las posiciones en torno a la cuestión

ética en nuestro entorno. Creo que esto tiene dos ventajas y una desventaja. Es ventajoso

siempre encarar las reflexiones éticas a partir de casos específicos de nuestro trabajo de

campo; los dilemas a los que nos enfrentamos siempre son más claros si los situamos en

el proceso de investigación etnográfica. También es ventajosa esta opción por su valor

testimonial de cómo se ha producido el debate ético en nuestro entorno, algo queconsidero extensible a la propuesta del simposio como tal. Finalmente, creo que la

desventaja fundamental es hurtar un debate más riguroso basado en una perspectiva

comparativa y en debates ético-teóricos que se han producido en la comunidad

antropológica internacional.

Creo que hay dos aspectos de mi posicionamiento que resultan de interés para el debate

que aquí venimos a abordar y ambos tienen que ver con mi formación e itinerario personal

y profesional. Aunque cada vez hay más antropólog@s de otros lugares en nuestro

entorno (aún demasiado pocos, de hecho), a mi llegada era aún raro encontrar una personacon un perfil transnacional equivalente. En aquél momento podría dividir mi vida en tres

tercios: el vivido en Colombia en la primera fase de mi vida, el vivido en Navarra y

Madrid en la segunda, y el vivido en la California estadounidense el tercero. Se trata por

tanto de una práctica y formación antropológica asociada a tres continentes, sostenida a

través de las fronteras y las múltiples pertenencias. La conciencia sobre la dimensión ética

de nuestro trabajo se convirtió en algo fundamental a la luz de los debates de la academia

y el activismo latino, con el que me asocié en Estados Unidos. Más allá de algunos

limitaciones de cierta corrección política de la academia antropológica anglosajona llegué

a valorar muy positivamente el debate abierto que sobre muchas cuestiones éticas se

mantenían en las clases y seminarios. Mi entrenamiento para rellenar los complejosformularios de los Comités de ética me ayudaron mucho para clarificar ciertos riesgos y

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dilemas para las personas asociadas a mis investigaciones, familiarizarme con un ciertolenguaje técnico, y tomar las precauciones debidas en el trabajo de campo. Cuando a mivuelta a la península me aseguraron con cierta arrogancia que el tema ético era cosa de“Yankees” y era inapropiado en trasladarlo en la península me quedé una tantosorprendida. Poco a poco me fui dando cuenta que esta no era la opinión mayoritaria, tan

sólo la dominante y determiné seguir haciendo propuestas en todo foro que vieraoportuno, como ahora estamos haciendo desde la FAAEE, con el apoyo mayoritario detodas las asociaciones del estado, sólo quince años más tarde.

Creo que aún hoy es significativa la autorepresentación de la antropología española comouna que se hace “en casa”, “sin posibilidad de desarrollarse en un contexto colonial” (vertexto introductorio al XIII Congreso de Antropología que nos acoge en Tarragona). Pero

 pensemos en qué implicaciones tienen estas afirmaciones desde la trayectoria deantropólog@s con un perfil similar al mío: ¿qué puede querer decir “casa” y de quémanera este concepto, aplicado al trabajo antropológico, me interpelaba o me dejaba

fuera? ¿Cómo entendemos el adjetivo “colonial” aplicado negativamente a toda laantropología española? ¿Implica que el territorio peninsular en sí mismo garantiza unaantropología sin ningún tipo de proyecciones coloniales? ¿Se refiere más bien a que eltrabajo de campo se realiza siempre en un entorno cercano al investigador? Y si unimosambos rasgos como definitorios de las antropologías de la periferia vs las que emanan detradiciones imperiales: ¿de que modo la antropología del estado español, en su ricadiversidad por supuesto, elude los afectos de la colonialidad del pensamiento al trabajaren su entorno? ¿garantiza en alguna medida la “domesticidad” del proyectoantropológico así definido la reproducción de múltiples sistemas hegemónicos de los que

 participamos? ¿si la antropología española se autodefine globalmente como periférica, y

algunos de sus pesos pesados también, que otros conceptos podemos incorporar parareflejar posiciones de poder propias respecto a otr@s antropologías y otr@santrpolog@s?

Terminaré esta sección comentando algo sobre formas específicas de mi involucraciónactual en el debate de las cuestiones éticas en antropología. Esta involucración ha sidomás activista e institucional que teórica. Un activismo fuera y dentro de la academia queha ido dando sus frutos, uno de los cuales es precisamente este simposio. Desde hace yavarios años vengo participando en la Comisión de Ética de Investigación de laUniversidad Autónoma de Madrid donde trabajo actualmente (CEI-UAM). Este Comitées multidisciplinar, con una mayoría de miembros provenientes de las ciencias naturales,especialmente varios de la biología y bio-química, por la importancia de la investigaciónde la UAM en estas áreas, como también de la medicina, geología, veterinaria, derecho,

 psicología, pedagogía y antropología. La experiencia me ha permitido concretar para elcaso español reflexiones del debate antropológico en su tensa relación con los conocidos

 por sus siglas anglosajonas IRB (Institutional Review Board). Baste por ahora decir,aunque exploraré más abajo el tema de la necesaria intercomunicación con otros códigoséticos profesionales, que la experiencia está siendo muy gratificante, si no es porquedesafortunadamente los proyectos de ciencias sociales y humanas apenas se someten aldictamen del CEI. Digo esto porque parece un síntoma de una cultura de la investigaciónque va más allá de la disciplina antropológica y que afecta en general a las disciplinas deciencias sociales y humanas en España: la consideración de que a pesar de nuestro trabajo

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con seres humanos no es necesario hacer explícitos los procedimientos metodológicos

 para preservar los principios éticos asociados a toda investigación.

2. Periferias y hegemonía: compromisos, obligaciones, debates

En un trabajo que propone mostrar la relación entre ética, política e historia, Susana

 Narotzky plantea que, dada la imposibilidad de pensar en una ética para la disciplina (por

su intrínseca diversidad interna) y dado que a la vez no podemos renunciar a una

filosofía/historia que oriente nuestra acción (porque nuestra intervención intelectual está

siempre orientada), la única postura ética en ciencias sociales es lo que ella denomina

“comunicación intransigente”:

“la única posibilidad para una ética antropológica es plantear la necesidad de la

comunicación entre los antropólogos/as y sus producciones. Pero ¿cómo mantener la

 posibilidad de comunicación allí donde la “verdad” y los proyectos políticos y científicos pueden ser incompatibles?...En la medida en que podamos hacer, cuanto más explícitas

mejor, nuestras bases para la coherencia (una hegemonía, un proyecto político, una

metanarrativa, etc.), en esa medida la comunicación se hace posible y también la

creatividad intelectual. La ética de la disciplina está en definitiva ligada a la transparencia

de asumir nuestra propia ética política. La única ética posible en la disciplina está

simplemente ligada a la asunción pública de nuestra ética política.” (2004: 140-141, mis

itálicas)

Me parece valioso en esta propuesta el punto de partida: la exigencia de una dimensión

ética necesaria parte del reconocimiento de la pluralidad de modelos sobre la finalidad de

la producción antropológica. Este afirmación nos permite sortear algunos de los debatescentrales en nuestra disciplina sobre las condiciones de posibilidad de un espacio público

que han girado alrededor de una infructuosa oposición agonista entre “cientifismo” y

“posmodernismo”. La pugna entre modelos de producción antropológica no es una crisis

de la antropología per se, y no debilita las condiciones de posibilidad de una dimensión

ética en nuestro trabajo. Más bien al contrario, es un indicio del cuestionamiento de los

 principios de regulación académica de la disciplina como capaces de imponer estándares

de acción y producción antropológica. En otras palabras, la dimensión ética, vinculada a

la política e historia, se configura como la condición de posibilidad del debate científico

en ciencias sociales y humanas. El énfasis en la “comunicación intransigente” exige por

tanto el abandono de los sistemas de autoridad académica que tradicionalmente se hanarrogado la función de fiscales de la disciplina (estructuras de acceso académico, sistemas

de valoración de la producción científica, imposición de escuelas de pensamiento o

métodos más o menos “científicos).

Quiero contrastar esta planteamiento con los argumentos planteados en nuestro entorno

en contra de la propuesta de iniciar un debate sobre la dimensión ética de nuestras

 prácticas antropológicas. A efectos del análisis distinguiré tres argumentos que he ido

escuchando en el curso de los últimos años orientados a justificar la ausencia de debate

en España sobre la dimensión ética de la antropología, aún a riesgo de simplificar un

espectro complejo de matices que reconozco y valoro: a) conspiracionismo b) autonomía personal y/o territorial c) anti-procedimentalismo.

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El primer argumento se basa en la idea de que la exigencia de una necesaria reflexión

ética es un síntoma de la hegemonía norteamericana y una estrategia para hacer valer un

modelo de investigación basado en cánones cientifistas ajenos a la especificidad de la

 práctica antropológica. Esta posición pocas veces se ha detenido en presentar datos o

alternativas, y ha sido presentada como un discurso complaciente con las exigencias éticas

de las periferias mundiales o académicas. Ante la evidencia del poder hegemónico se

responde negando la posibilidad de contrarrestar colectivamente la pretensión de imponer

sólo una ética, sólo una forma adecuada de proceder en la investigación científica. Eludir

el reto, no obstante, no significa resolverlo y puede a la postre reforzar estructuras de

 poder y sistemas de autoridad locales que escapan al debate de una esfera pública de la

disciplina. El segundo argumento esta por supuesto vinculado al primero, y se caracteriza

 por desplazar al ámbito personal o territorial los procedimientos para sancionar las

 prácticas de investigación. El principio de autonomía tiene dos caras. Por una parte reduce

la cuestión de compromiso ético a la relación contractual entre el/la investigadora y sus

“objetos/sujetos de estudio” y por otra limita en ámbito de debate sobre los principios

éticos implícitos en toda investigación al espacio local. El tercer argumento se basa en

una historia política y cultural clientelar, que vincula las orientación de la acción a

acuerdos intrapersonales y, de nuevo niega la posibilidad de creación de espacios públicos

de autorregulación de procedimientos vinculantes de los que todos los participantes nos

hagamos co-responsables.

Estos argumentos han negado históricamente la conveniencia de que la comunidad

antropológica se dote con espacios de “comunicación intransigente”, en los que la

transparencia prime sobre la opacidad. Entiendo que la resistencia se debe a la percepción

de varios fenómenos interrelacionados, de los cuales voy a detenerme brevemente en dos.

Por una parte, es innegable que hay estructuras académicas hegemónicas que tratan dehacer valer una verdad y una estructura de validación pública del valor de la producción

científica. Estas estructuras académicas se presentan con una doble dimensión territorial

(hegemonía del norte frente al sur, del centro frente a la periferia), y corporativa (ciencia

frente a interpretacionismo, objetividad frente a relativismo). Esta hegemonía se

manifiesta en multitud de mecanismos de vigilancia sobre las fronteras de la ciencia y en

 particular de las prácticas de investigación etnográficas que no están regidas por los

mismos principios de objetividad en la validación científica. La proyección de esta

hegemonía cientifista en el campo deontológico se ha materializado en la imposición de

códigos y comités éticos donde la concepción dominante es la de las ciencias naturales y

 biosanitarias, limites estrechos para el debate sobre la ética de una ciencia social como laantropológica.

Por otra parte, los avances tecnológicos y la primacía de la lógica mediática son factores

desestabilizadores frente a los cuales se producen lógicas de defensa corporativa y

territorial. La validez de esta extendida aprensión respecto al intrusismo y banalización

de la práctica investigadora se justifica además por la creciente privatización periférica

de espacios antes protegidos por una estructura de “autoridad” académica, científica, y a

la postre política, en su sentido más amplio. Algunos de los efectos más devastadores de

las políticas neoliberales afectan de manera muy esencial a la labor investigadora, y de

forma particular a aquellas ciencias cuyos hallazgos no sean fácilmente traducibles a

 patentes, mercancías, y cualquier tipo de producción con valor añadido para el mercado.

Puestas en cuestión las escuelas y facultades de ciencias sociales y humanidades, nuestros

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estudiantes parecen abocados a la instrumentalización de sus adquiridas capacidades

investigadoras.

Estos dos aspectos inciden en una potencial bunkerización de la reflexión y acción del

trabajo antropológico, con el consecuente debilitamiento de la posibilidad de hacer valer

alternativas viables para nuestra disciplina, y más en general, para la práctica heterodoxay crítica en ciencias sociales y humanas. Por supuesto, esto no es una alternativa

admisible. Revisitemos pues los dos factores anteriormente señalados desde un

 perspectiva diferente, pues si bien es cierto que ambos desestabilizan ciertas formas de

control sobre la disciplina ambos presentan también oportunidades para reimaginar

espacios públicos de debate ético en antropología y a través de fronteras académicas,

geopolíticas, económicas, y mediáticas.

La hegemonía geopolítica y científica sólo puede enfrentada a través de la alianza

estratégica entre y a través de enclaves de reflexión ética y política que pongan en marcha

estrategias de vigilancia y comunicación multidireccionales. Creemos que este proceso

se está dando a través del nuevo protagonismo del ciberespacio en la práctica

antropológica, tanto respecto a la investigación y la intervención profesional como en

relación a las dimensiones relacionadas con el asociacionismo. Pongamos por ejemplo la

creación de la red de “World Anthropologists,”2  o la World Council of Anthropological

Associations (WCAA), que es una asociación a nivel mundial generada a partir de debates

y redes profesionales que han problematizado los espacios nacionales de asociacionismo

antropológico y la heredada jerarquía entre una/s y otra/s tradiciones etnográficas. En

noviembre 2012, esta asociación distribuye los primeros resultados de un comité de ética

(WCAA Ethics Taskforce Report), en donde entre varias reflexiones se plantea la

necesidad de crear espacios locales de debate ético para contrarrestar la hegemonía del

norte frente al sur y del cientifismo frente a formas alternativas de realizar prácticas de

investigación e intervención antropológicas. Como éstas, que destacan por la dimensión

internacional y plural de sus metodologías de trabajo, hay cientos de nuevas iniciativas

que logran cuestionar las lógicas dominantes desde espacios alternativos locales o

transnacionales.

Por otra parte, frente a un neoliberalismo que embate esferas públicas de debate se están

 produciendo múltiples propuestas que reinventan la antropología desde los márgenes de

lo estatal. Es un error, que se deriva de cierta jerarquía de lo académico sobre la práctica

antropológica extra-académica, la confusión entre lo estatal y lo público. No realizarse

 profesionalmente dentro de la academia, al amparo de lo estatal, no implica una falta deimplicación pública ni desatención por las cuestiones éticas y la consideración radical de

la necesidad de una “comunicación intransigente” entre distintas formas de hacer

antropología. Más bien al contrario, yo percibo a mi alrededor un cuestionamiento del

control que las plazas fuertes académicas tienen sobre la disciplina antropológica en

nuestro entorno.

! Esta red se crea en la American Anthropological Association y a través de un seminario con la financiación

de la Wenner-Gren Foundation, con propuestas y publicaciones relativas a la decolonización de las

antropologías del mundo. Su página web (www.ram-wan.net parece llevar 5 años sin manteniemiento, noobstante). Como esta, muchas iniciativas ha venido surgiendo el los últimos años, quizás sin la pertenenciade grandes catedrátic@s como ésta que hemos referido, pero en la misma línea. 

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Los retos de la práctica antropológica tienen que ver precisamente con la apertura es

 precisamente esta esfera de comunicación sostenida sobre las múltiples dimensiones

éticas de la antropología la que puede ayudar a crear procesos de autorregulación

vinculantes de los que todos los participantes nos hagamos co-responsables. Es preciso,

 por tanto potenciar el diálogo más allá de la academia y más allá de las etnografías clásicas

hacia espacios no estatales que crean formas de comunicación radial.

3. Perplejidades y orfandades: reflexiones sobre una vida en la

etnografía

Es curioso transitar desde el espacio profesional de la antropología en Estados Unidos,

con una alta burocratización de los comités de ética (IRBs) y una fuerte monitorización

de la investigación observacional con seres humanos (por lo que refiere a nuestro trabajo,

lo mismo sucede con el ámbito clínico, experimental, animal y otros), a la ausencia de

toda regulación, de debates sobre malas prácticas o de espacios formativos sobre la

dimensión ética de la antropología. El contraste no sólo es significativo sino desolador.

Las primeras experiencias de “orfandad” profesional fueron tempranas, nada más

hacerme cargo de la coordinación de dos grandes proyectos de investigación que

capitaneaban dos profesores bien establecidos de dos instituciones diferentes en Madrid.

Ambos proyectos fueron encargados por secciones del Ministerio de Asuntos Sociales,

que entonces se encargaba mayormente de los temas migratorios (junto con el Ministerio

de Interior, y tangencialmente el Ministerio de Exteriores). El asunto migratorio era en

aquél momento muy relevante para la política en todos los niveles gubernamentales

(municipal, autonómico, estatal) y este tipo de encargos era común en España. Porsupuesto la academia y en concreto la antropología no eran las únicas entidades

seleccionadas: ONGs, Fundaciones, Sindicatos, etc. participaron todos en una u otra

medida en esta implosión investigadora. En aquél entonces no había asociación

 profesional de antropología en Madrid, y como mencioné antes, tampoco había

 posibilidad de vincularse individualmente a la Federación de Asociaciones de

Antropología del Estado Español. Pero nadie pensaba en que esto tuviera la menor

importancia y nos embarcamos en el trabajo de investigación con el entusiasmo propios

de los primeros trabajos posdoctorales. Ambas investigaciones realizaban trabajo de

campo en varias comunidades y/o ciudades autónomas: Andalucía, Cataluña, Madrid,

Canarias, Ceuta, y Valencia. Ambas investigaciones se realizaron secuencialmente, primero la que exploraba de forma pionera sobre la migración de niños y jóvenes

autónomos, y posteriormente la que analizaba el proceso de regulación extraordinario de

inmigrantes del año 2000. Después de estos dos trabajos conseguí un contrato de

“inserción” académica Ramón y Cajal que me permitió comenzar a presentar proyectos

de investigación definidos por mi, con lo que di por finalizada mi participación en este

tipo de macropoyectos.

Desde su comienzo la antropología internacional (sobre todo los países como EEUU,

Canadá, Australia y Nueva Zelanda, pero también en Brasil, México, Sudáfrica y otros)

han mostrado recelos hacia el tipo de compromiso ético que los profesionales de la

antropología establecían con ciertas entidades financiadoras no estrictamente académicas.

Si se consideraba que ya era bastante difícil garantizar en el trabajo antropológico

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académico principios establecidos como el cuidado, seguridad, anonimato y

confidencialidad, honestidad, no maleficiencia, y justicia social, ¿qué hacer cuando la

financiación de la investigación depende de los intereses políticos o comerciales de

entidades ajenas a la lógica científica? Este es complejo problema que se agrava cuando

no hay asociación profesional ninguna que pueda defender principios éticos básicos de la

investigación como los mencionados.

Los casos que yo experimenté creo pueden ser paradigmáticos de la dinámica que se creó

en España en el tema migratorio y muchos otros de interés político o comercial en la

épocas de liquidez y derroche. Como coordinadora de ambos estudios yo participé en

reuniones de organización posteriores siempre a la negociación de las bases del encargo.

Los objetivos generales me fueron encomendados con la encomienda de hacer

investigación rigurosa sobre ambas temáticas. Era yo la que seleccionaba, formaba, y

organizaba los equipos de investigación locales, recibía los diarios de campo y las

entrevistas cuya transcripción se encargaba a equipos profesionales. Era yo en fin la

encargada del análisis del material y de la redacción de los informes finales, que elaborécon los estándares más cuidadosos de análisis intelectual, pero que nunca fueron

 publicados. En uno de ellos participé también en las reuniones finales de entrega y debate

con los funcionarios de la sección ministerial que había encargado los estudios. En el otro

trabajo mi participación no se estimó relevante.

El dilema ético que se me presentó tiene que ver con varios principio deontológicos que

yo daba por establecidos. En el primero, una vez entregados los trabajos finales hubo un

 proceso de intervención de las distintas comunidades autónomas en donde habíamos

realizado el trabajo, cuestionando los testimonios y los datos que aportábamos. Ante mi

sorpresa, la intervención iba mucho más allá: algunas comunidades nos proporcionaban,

con un tono ciertamente paternalista, redacciones alternativas de párrafos que

consideraban inadecuados. Después de procesos de mediación, negociación y resistencia

varios, y tras contar con el apoyo del investigador principal y todos los miembros del

equipo, decidimos que no era ético alterar nuestro trabajo por sugerencias no teóricamente

fundamentadas ni empíricamente probadas. La decisión final fue salomónica: el texto no

se cambió pero se prohibió su publicación, a pesar del interés que había generado la

investigación dado que era una intervención intelectual pionera sobre un fenómeno que

se conocía más que desde el rigor investigador desde el ruido mediático.

Afortunadamente, y aunque entonces las redes sociales no existían, el informe se

distribuyó por todo el estado entre profesionales e investigadores involucrados en el

trabajo de migración de menores, y consiguió ser citado por todos los que a continuación

siguieron trabando en esta área de investigación y de intervención profesional.

En el segundo caso la intervención fue más sutil. Llegó en forma de una amable llamada

solicitándome las transcripciones integras de la investigación para dar por concluido el

encargo. En aquella ocasión no hubo negociación ninguna pues el material recabado

resultó ser altamente delicado. Teníamos varias decenas de entrevistas a inmigrantes,

algunos de los cuales posteriormente iniciaron la cadena de encierros de los sin papeles,

un fenómeno sin precedentes en España. Entrevistas con empleadores, coordinadores de

 programas de empleo, gestores de empresas de colocación temporal, profesionales de

ONGs con programas de inserción laboral que habían participado en el proceso deregularización. Gran parte de ellas habían sido realizadas en base a contactos de trabajo

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etnográfico de larga duración, y eran conversaciones abiertas asentadas en la confianza

mutua. Era impensable entregar las transcripciones al Ministerio; de nuevo, tras debates

con el investigador responsable, nuestra negativa fue finalmente aceptada no sin antes

decirnos que otro trabajo similar encargado por el Ministerio del Interior si había sido

aceptablemente terminado. Por supuesto, de nuevo nuestro análisis no pudo ver la luz,

utilizándose para una memoria de cátedra en la universidad del Investigador Principal.

Pero ese material que recabamos y del que yo me encargué de custodiar, atrajo el interés

de activistas pro-derechos humanos que querían realizar un archivo digital de

movimientos sociales migrantes. En base a cierta afinidad política me pidieron de nuevo

esas transcripciones con la idea compartirlas en la red y de que sirvieran de inspiración a

movimientos sociales equivalentes. Por las mismas razones, y con la doble reserva de que

en este caso la idea era subir esas narrativas a la web, tuve que negarme y enfrentarme a

la incomprensión y la consideración de que no era una persona políticamente fiable. En

estos dos casos, por las relaciones de desigualdad manifiestas, hubiera sido muy útil y

reconfortante referirme a un código deontológico que preserva la anonimidad y

confidencialidad de nuestros informantes. Así mismo es crucial establecer un trabajo

 previo sobre las condiciones que pueden negociarse respecto a la propiedad intelectual y

la autonomía de los antropólogos en relaciones contractuales con diversas entidades

 públicas y privadas. Este trabajo, que está aún por hacer, se está planteando desde el

Grupo Temático del IMA sobre profesionalización de la antropología.

Las cuestiones de confidencialidad y garantía del anonimato no sólo son poco respetadas

 por entidades diversas, como acabamos de ver, sino por los propios informantes y éste es

un dilema ético que a menudo no se plantea, pero que en trabajo de campo surge con

frecuencia. Hay dos ámbitos que los que me voy a detener por la fata de debate al respecto:

la investigación transnacional o multilocal de redes migratorias, y la investigación de

 procesos asociativos migrantes. En el primer caso la etnógrafa pasa a ser correa de

transmisión de información y canal de distribución de envíos diversos por parte de la

gente con la que trabajamos. Suele formar parte de los compromisos de cuidado y

acompañamiento, además del establecimiento de formas de reciprocidad ampliamente

usadas por todas nosotras. Los dilemas éticos más dolorosos a los que me he enfrentado

en el primer caso tienen que ver con las expectativas mutuas entre migrantes en destino y

familiares en origen. No son pocas la ocasiones en que uno u otro polo te piden con

franqueza información que entra, a mi modo de ver, en la intimidad propia de la familia

o los individuos. No es fácil eludir las preguntas sobre algo de lo que los participantes en

mi investigación sabían que yo sabía, y el hecho de que los principio de confidencialidad

que también les afectan a todos ellos, ha generado innumerables recelos que afectan sin

duda el proceso etnográfico. Puede ocurrir que esta situación quiebre la confianza

establecida en el trabajo de campo, pero también puede reafirmarla. La reacción no

depende de nosotros sino de la capacidad de compresión del principio de confidencialidad

en si mismo de la persona que nos solicita la información.

Cuando nuestro trabajo etnográfico entre de lleno en el ámbito asociativo aspectos

relacionados con las disputas entre grupos pueden distorsionar nuestro papel en la

comunidad. En mi caso, y dada la rivalidad entre distintos sectores del movimientoasociativo, mis esfuerzos de equidistancia no necesariamente eran valorados. En una

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ocasión en que el clima del asociacionismo ecuatoriano estaba especialmente sensible,

con una competencia feroz por las subvenciones y los nombramientos realizados por

instituciones a uno y otro lado del Atlántico, mi nombre fue distribuido por Internet en

una lista de “indeseables” ecuatorianos. Cuando me llegó a través de los canales de

distribución por los que circula la información en este espacio social me enfurecí. Llamé

a unos y a otros intentando entender lo que no era sino una estrategia interna de descrédito

de algunas de las asociaciones con las que estaba trabajando. Distribuí un mensaje

firmado por mi por esos mismo canales, dejando a un lado mi equidistancia e

interviniendo con mi voz de antropóloga para denunciar los hechos. La disculpa fue bien

recibida, hubo disculpas y varios comentarios en relación a lo que significaba trabajar con

las asociaciones y la necesidad de neutralidad, pero nunca he sido capaz de calibrar cuál

fue en aquel momento el daño.

En muchas ocasiones los dilemas éticos se resuelven o al menos se aclaran a través de

una resolución colectiva de la situación, en la que la antropóloga somete su decisión al

debate de la comunidad en la que está trabajando. En mi trabajo de campo en Granada,en un ámbito rural de agricultura intensiva donde residí 18 meses, fui asaltada

sexualmente por el secretario del ayuntamiento en que algunas mañanas hacía trabajo de

archivo. Aunque me lo quité de encima con métodos bastante contundentes, mi

consternación fue brutal. En un pueblo donde la mayoría eran socialistas y comunistas,

este antiguo miembro de la falange se las había arreglado para mantener su puesto durante

décadas, y debo reconocer que abrigaba ansias de venganza. Pero mi opción fue hablar

con las mujeres vinculadas al ayuntamiento de alguna forma, antes de iniciar ninguna otra

acción: la concejala de cultura y las dos administrativas. Mi sorpresa, en este caso, fue su

falta de sorpresa: sabían lo que había y lo toleraban desde siempre. Fueron ellas y las

mujeres lideresas de varias asociaciones las que me ayudaron a calmarme y me pidieronque no realizara ninguna acción al respecto. No del todo convencida, decidí que la opción

más ética era acompañar a las mujeres del pueblo en las actividades de concienciación

que ellas creían más efectivo. A punto de la jubilación, insistían, lo importante es crear

las redes para que ningún macho semejante tuviera nunca la posibilidad de trabajar en un

 puesto de responsabilidad semejante.

En este contexto de trabajo de campo intensivo en un lugar pequeño es donde vine a

apreciar las recomendaciones previas que desde Estados Unidos me habían instilado

respecto a la importancia de la codificación de mis materiales de campo y las medidas de

seguridad sobre la custodia de mis datos. En el pueblo, las casas están con la llave puesta

en la puerta y muchas personas entran y salen de espacios que a priori pudieran

considerarse privados. A menudo en trabajo de campo esta es la situación común, aunque

no estés en un ámbito rural. Puse bajo llave digital todas las transcripciones y mantuve

un complejo sistema de codificación de todos los personajes que aparecían en mis diarios

de campo. Como precaución adicional, enviaba una copia de mis materiales bien a mi

director de tesis bien a mi familia en Madrid. A pesar de todo, entre mis papeles

“desapareció” la libreta de notas en bruto, un famoso cuadernillo rojo que aún hoy

recuerdo en mis clases de técnicas cuando recomiendo a mis estudiantes que toda

 prudencia es poca.

Es común para los etnógrafos primerizos idealizar las relaciones con las personas con lasque establecemos relaciones de confianza etnográfica, aunque por lo general veo

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 prevalecer la prudencia. Ofertas de matrimonio, roces no deseados, peticiones de

 préstamos, visitas a altas horas de la mañana o instrumentalización de nuestra

disponibilidad son todos aspectos delicados que deben tratarse con la máxima

reflexividad ética. No podemos en ninguna medida generar expectativas

desproporcionadas y no es fácil encontrar una buen equilibrio en las más honestas y sanas

relaciones humanas que provee el trabajo de campo y el sentimiento de deuda que a

menudo desarrollamos. En unas jornadas que hemos organizado con investigadores post

y predoctorales en la Autónoma de Madrid, este tema ha salido de forma reiterada. en sus

reflexiones un estudiante lo expresa así: "encuentros que podemos tener en el campo en

el campo con visiones políticas y sociales ajenas, e incluso opuestas a nuestra visión y a

la forma en que el proceso de socialización e ideologización que ha marcado nuestro

 pensamiento, y de qué manera puede incidir en nuestra investigación. [Especialmente

 porque en ambos casos] se relacionaban con condiciones minoritarias. [A pesar de ello]

es posible crear vínculos a través del diálogo para que quepa la voluntar de concienciar

frente a la reproducción de dichas jerarquías (comentarios machistas, homófonos,

esencialistas, etc.) teniendo cuidado con determinar la alternancia de estrategias políticas

y metodológicas" (Estudiante Master Antropología de Orientación Pública 2014). En otro

caso nos encontrábamos una situación conflictiva e incluso judicializada entre distintos

sectores de las personas que fungían como informantes: ¿cuál puede ser la mejor decisión

en cuanto al manejo de la información en una situación en el que la valoración de la

calidad del trabajo tiene que ver con la percepción previa de la entidad financiadora sobre

la situación y/o sus objetivos?

Yo misma me he encontrado en situaciones en las que he sido testigo de actividades que

 pueden ser categorizadas como ilegales, en un amplio espectro que va desde

irregularidades administrativas relacionadas con temas de extranjería a otros aspectos másgraves, como el trabajo de menores, la retención de pasaportes a través de redes

migratorias, o cualquier tipo de transporte de mercadería ilegal a través de las fronteras.

 Nos ha sucedido también en relación a las prácticas de empleo y reclutamiento de

extranjeros. En el reciente manual metodológico sobre antropología digital, Tom

Boellstorff y sus colegas describen casos relacionados con las leyes que regulan el acceso

de las autoridades judiciales a nuestros diarios de campo u otros materiales empíricos.

Recomiendan que si tenemos materiales que de una u otra forma incriminen a algún

informante seamos cautos y procedamos a su destrucción en cuanto sea posible. Creo que

en nuestro entorno no somos conscientes de esta posibilidad. En mi caso, fui requerida en

una ocasión para intervenir en un juicio a un ciudadano senegalés y aunque no meexigieron mis notas si hubo una testificación detallada. Convencida de la inocencia de

esta persona y segura de que mi testimonio podía ser significativo acudí al tribunal, donde

tuve que explicar que era la antropología y qué hacía yo con todos los inmigrantes en esa

situación concreta y en general.

El debate sobre la antropología militante, que tiene sus orígenes en las propuestas

latinoamericanas sobre investigación-acción o investigación participativa en los años

sesenta, ha tomado actualmente mucha vigencia. No puedo aquí detenerme en la

complejidad de los dilemas éticos de esta opción teórico-metodológica, pero son muchas

y necesitan debate continuo, como vemos en los dilemas que hemos experimentado

 personalmente y través de las prácticas de nuestras y nuestros estudiantes. Quiero poner

como ejemplo el trabajo polémico de Scheper-Hughes, que en un honesto ejercicio de

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“comunicación intransigente” no deja de publicar sobre prácticas etnográficas encubiertasy las razones para llevarlas a cabo en su investigación sobre el tráfico de órganoshumanos. Ella plantea el concepto de “ethnics of the craft”, que podríamos traducir comoética del oficio, como opuesta a la burocratización de los comités de éticanorteamericanos (IRBs & Human Subject pannels), que responde a las complejas y en

ocasiones contradictorias lealtades que se dan en estos contextos de investigación. Estacomplejidad, nos sugiere, nos obliga a sustituir la tradicional hermenéutica de lagenerosidad por la hermenéutica de la sospecha. El escepticismo frente a la intrínseca“bondad” humana no elude la reflexión ética sino que agudiza su importancia, porque ladecisión de intervenir sobre los fenómenos que estudiamos altera sustantivamente lasrelaciones que se establecen en trabajo de campo y sus implicaciones. En el caso deSheper-Hughes, quizás el aspecto más polémico son sus encuentros con el FBI o contraficantes de órganos, donde ella manifiesta encontrarse en una “tierra de nadie”, no

 plenamente aceptada ni por antropólogos ni por los otros agentes sociales involucrados.Su trabajo cuestiona una concepción “utilitarista” que prima las decisiones “individuales”

y que, por defecto o inacción, “contribuye al crecimiento implacable de mercado de sereshumanos, vivos o muertos, para sus órganos” (2009: 14).

4. A modo de conclusión: el reto de incorporar la dimensión ética en

el centro de nuestra reflexión y acción

La dimensión ética de nuestro trabajo exige continuos planteamientos éticos que debemosresolver, muchos de ellos impredecibles. Los códigos u orientaciones deontológicas queadoptemos desde la FAAEE serán un gran avance. No son suficientes, pero son necesarios

 para cumplir tres objetivos:

a) Crear un referente colectivo en la comunidad antropológica (organizada a travésde asociaciones locales autónomas y federadas) sobre el mínimo común denominador que

 podemos exigirnos como profesionales en nuestras prácticas de investigación y/ointervención. Este mínimo común denominador orienta nuestras prácticas hacia elcuidado, seguridad, anonimato y confidencialidad, honestidad, no maleficiencia, y

 justicia social. Se materializan, aunque no se limitan, en buenas prácticas de investigacióne intervención profesional antropológica como la claridad en la información de nuestrotrabajo (con o sin consentimiento informado firmado), los métodos de reclutamiento, de

custodia de datos, de garantía de la privacidad y confidencialidad de las personas que deuna u otra manera participan en el trabajo etnográfico, etc.

 b) Crear un espacio de debate continuo en estos espacios auto-organizativos, dondese integren iniciativas diversas que surjan entre las y los antropólogos (o profesionalesque usen la etnografía como método de trabajo) para debatir las cuestiones éticas y loscambios que las nuevas condiciones de trabajo de campo nos plantean en tiempo real.

c) Constituirnos como interlocutores vis à vis los nuevos Comités ÉticosInstitucionales que progresivamente se están imponiendo como norma prescriptiva ennuestras universidades y centros de investigación. Este eje de trabajo involucra también

reuniones y diálogos con otros colectivos que estén realizando reflexiones similares,dentro y fuera de las ciencias sociales.

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Esta federación y las asociaciones que la componen tienen un importante papel, que

consiste primero en desbloquear los argumentos y estrategias diversas en contra de la

adopción de algún referente mínimo que como profesionales de la antropología podamos

adoptar. Concretamente esta tendencia ahora puede disfrazarse bajo la propuesta de que

los códigos no son suficientes, que la antropología necesita más. Cortocircuitar esta

iniciativas que tienden a crear espacios autorregulados de “comunicación intransigente”,

como propone Susana Narotsky, es un estrategia que a la postre favorece a la

reproducción del status quo, académico, territorial, clientelar. Enfrentando estas

tendencias en nuestro colectivo, las asociaciones profesionales deben exigirse a sí mismas

crear espacios que incorporen y fomenten la diversidad interna de la antropología, que

es formidable, en el mejor sentido de la palabra. No sólo cada énfasis teórico-

metodológico, tipo de vinculación profesional, y formación previa que definen las

“identidades múltiples” de personas que escogen desarrollar su tarea a través del trabajo

etnográfico, sino diferentes modelos políticos y culturales, agregados diversos de

identidades y posiciones estructurales y alianzas en campo. Con este punto de partida es

obvio que no se pretende que los dilemas y opciones éticas se resuelvan en una sencilla

dicotomía de prácticas éticas o no éticas.

Por ello, el debate sobre la dimensión ética en antropología debe ser continuo, accesible,

dinámico, y abierta a disensiones y desacuerdos. Estamos de acuerdo sólo en la necesidad

de crear y mantener este espacio autorregulado en el que nos hacemos corresponsales de

cumplir un mínimo común denominador ético en nuestras prácticas de investigación e

intervención. De momento, lograr esto será suficiente.

Referencias citadas

Boellstorff, Tom, Nardi, Bonnie, Pearce, Celia, & Taylor, T. L. (2012). Ethnography and

Virtual Worlds. A Handbook of Method. Princeton and Oxford: Princeton University

Press.

Robin, Ron. (2004). Scandals and Scoundrels. Seven Cases that Shook the academy.

Berkeley: University of California Press.

Scheper-Hughes, Nancy. (2009). The Ethics of Engaged Ethnography. Applying a

Militant Anthropology in Orgens-Trafficking Research. Anthropology News, 50, 13-14.

 Narotzky, Susana. (2004). Una Historia necesaria: ética, política y responsabilidad en la

 práctica antropológica. Relaciones 98, XXV(Primavera 2004).

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Edita: Universitat Rovira i VirgiliISBN: 978-84-697-0505-6

http://wwwa.fundacio.urv.cat/congres-antropologia/

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