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LITERATURA I (NARRATIVA UNIVERSAL)

Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

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Bachillerato

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LITERATURA I (NARRATIVA UNIVERSAL)

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Esta publicación se terminó de imprimir durante el mes de agosto de 2007. Diseñada en Dirección Académica del Colegio de Bachilleres de Estado de Sonora Blvd. Agustín de Vildósola; Sector Sur. Hermosillo, Sonora, México La edición consta de 10,835 ejemplares.

COLEGIO DE BACHILLERES DEL ESTADO DE SONORA Director General Lic. Bulmaro Pacheco Moreno Director Académico Profr. Adrián Esquer Duarte Director Administrativo C.P. Gilberto Contreras Vásquez Director de Planeación Dr. Jorge Ángel Gastélum Islas Director Financiero Lic. Oscar Rascón Acuña LITERATURA I (NARRATIVA UNIVERSAL) Módulo de Aprendizaje. Copyright ©, 2006 por Colegio de Bachilleres del Estado de Sonora todos los derechos reservados. Segunda edición 2007. Impreso en México. DIRECCIÓN ACADÉMICA Departamento de Desarrollo Curricular Blvd. Agustín de Vildósola, Sector Sur Hermosillo, Sonora. México. C.P. 83280 Registro ISBN, en trámite. COMISIÓN ELABORADORA: Elaboración: Emérita Díaz Sarabia Martha Rosalía Alvarado Briceño Conrado Córdova Trejo

Capturista: Heriberto Enríquez Carrizosa Flora Inés Cabrera Fragoso

Corrección de Estilo: Emérita Díaz Sarabia Martha Rosalía Alvarado Briseño Conrado Córdova Trejo

Supervisión Académica: Jesús Arely Meza León

Segunda Revisión Académica: Conrado Córdova Trejo Lucía Ordoñez Bravo Francisco Guerrero Rodríguez Edición: Bernardino Huerta Valdez

Coordinación Técnica: Karina Virginia Balderas Reyes

Coordinación General: Profr. Adrián Esquer Duarte

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COMPONENTE:

FORMACIÓN BÁSICA

CAMPO DE CONOCIMIENTO:

LENGUAJE Y COMUNICACIÓN

Esta asignatura se imparte en el tercer semestre, tiene como antecedente

Taller de Lectura y Redacción II, la asignatura consecuente es Literatura II y

se relaciona con toda la formación integral del alumno.

HORAS SEMANALES: 4

CRÉDITOS: 8

DATOS DEL ALUMNO Nombre: ______________________________________________________

Plantel: _________________________________________________________

Grupo: ____________ Turno: _____________ Teléfono:_______________

Domicilio: _____________________________________________________

______________________________________________________________

Ubicación Curricular

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2

Mapa Conceptual de la Asignatura

GENEROS Y SUBGENEROS

LITERARIOS

EL DISCURSO LITERARIO Y LOS TEXTOS NARRATIVOS BREVES

TEXTOS NARRATIVOS

BREVES

CLASIFICACION DE GENEROS Y

SUBGENEROS LITERARIOS

MITO

El DISCURSO LITERARIO, CONCEPTOS GENERALES

DEFINICION DE GENEROS Y

SUBGENEROS LITERARIOS

EPOPEYA

LEYENDA

MARCAS DE LITERARIEDAD O

CARACTERISTICAS DEL LENGUAJE

LITERARIO

FABULA

DEFINICION DE LITERATURA

COMPARTEN CARACTERISTICAS ESTRUCTURALES

SENCILLAS

integrada

por con los en

su la

y la

como la

el

la

y las

que

y

Cuento

Conceptos y características

Elementos de Análisis

Corrientes Literarias

Ciencia Ficción

Breve Tema

Intensidad Historia o Argumento

Tema Narrad

Pocos Personajes

Hecho Acabado

Personajes

Estructura del texto

Tipos de finales

Ambiente Físico o Moral

Tiempo

Niveles de Contenido

Romanticismo Realismo Literatura Hispanoamerica

Criollismo Cosmopoliti

Rev. Mex

Regionalismo Indigenismo Realismo Mágico

Intelectual y Fantástica

Existencial y Urbana

La Novela

Características Elem. de análisis

Extensa

Compleja

Muchos Personajes

Varios Temas

Tema

Historia o argumento

Narrador

Personajes

Estructura del Texto

Amb. Físico o Moral

Tiempo

Niveles de Contenido

Tipos de Final

Corrientes Literarias

Hispanoamericana

Cosmopolitismo Criollismo

Ciencia Ficción

Universal

LITERATURA I

(NARRATIVA UNIVERSAL)

es

a través de

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Recomendaciones para el alumno .......................................................................... 7 Presentación............................................................................................................. 8 UNIDAD 1. EL DISCURSO LITERARIO Y LOS TEXTOS NARRATIVOS BREVES................................................................................... 9 1.1. El discurso literario, conceptos generales.......................................................11 1.1.1. Definición de literatura........................................................................12 1.1.2. Marcas de literariedad o características del lenguaje literario ..........13 1.2. Géneros y subgéneros literarios .....................................................................16 1.2.1. Definición de géneros y subgéneros literarios ..................................16 1.2.2. Clasificación de géneros y subgéneros literarios..............................17 1.3. Textos narrativos breves .................................................................................19 1.3.1. La fábula .............................................................................................19 1.3.2. La leyenda ..........................................................................................23 1.3.3. El mito .................................................................................................25 1.3.4. La epopeya.........................................................................................28 Sección de tareas ...................................................................................................31 Autoevaluación ........................................................................................................39 Ejercicio de reforzamiento.......................................................................................43 UNIDAD 2. EL CUENTO ................................................................................51 2.1. El cuento...........................................................................................................53 2.2. Elementos de análisis de texto ........................................................................56 2.3. Corriente literaria ..............................................................................................60 2.3.1. Romanticismo.......................................................................................60 2.3.2. Realismo ...............................................................................................62 2.3.3. Literatura hispanoamericana................................................................67 2.3.4. Ciencia ficción.......................................................................................84 Sección de tareas ...................................................................................................93 Autoevaluación ...................................................................................................... 117 Ejercicio de reforzamiento..................................................................................... 119

Índice

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UNIDAD 3. LA NOVELA .............................................................................157 3.1. Conceptos y características de la novela.................................................... 159 3.2. Elementos de análisis .................................................................................. 164 3.3. Corrientes literarias ...................................................................................... 168 3.3.1. Definición ........................................................................................ 168 3.3.2. La novela contemporánea.............................................................. 171 Sección de tareas ............................................................................................... 205 Autoevaluación .................................................................................................... 211 Ejercicio de reforzamiento................................................................................... 213 Claves de respuestas.......................................................................................... 221 Glosario ............................................................................................................... 222 Bibliografía........................................................................................................... 223

Índice (cont’)

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El presente Módulo de Aprendizaje constituye un importante apoyo para ti, en él se manejan los contenidos mínimos de la asignatura Literatura I (Narrativa Universal). No debes perder de vista que el Modelo Académico del Colegio de Bachilleres del Estado de Sonora propone un aprendizaje activo, mediante la investigación, el análisis y la discusión, así como el aprovechamiento de materiales de lectura complementarios; de ahí la importancia de atender las siguientes recomendaciones: • Maneja el Módulo de Aprendizaje como texto orientador de los contenidos

temáticos a revisar en clase. • Utiliza el Módulo de Aprendizaje como lectura previa a cada sesión de clase. • Al término de cada unidad, resuelve la autoevaluación, consulta la escala de

medición del aprendizaje y realiza las actividades que en ésta se indican. • Realiza los ejercicios de reforzamiento del aprendizaje para estimular y/o

reafirmar los conocimientos sobre los temas ahí tratados. • Utiliza la bibliografía recomendada para apoyar los temas desarrollados en

cada unidad. • Para comprender algunos términos o conceptos nuevos, investiga las

palabras en el diccionario y construye tu propio glosario al final del módulo. • Para el Colegio de Bachilleres es importante tu opinión sobre los módulos de

aprendizaje. Si quieres hacer llegar tus comentarios, utiliza el portal del colegio: www.cobachsonora.edu.mx

Recomendaciones para el alumno

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Literatura 1 (Narrativa Universal) se conforma así: El presente módulo está integrado por tres unidades acordes a la reforma curricular del bachillerato general. Se centra en el aprendizaje significativo, a partir de la lectoescritura y se constituye de la siguiente manera: La primera unidad presenta un panorama general acerca de los aspectos teóricos de la literatura, el lenguaje, los géneros y subgéneros; así como la ubicación de la literatura en relación con distintos campos del conocimiento, a través de ejemplos pertinentes. Lo anterior con la intención de abordar los textos narrativos breves (fábula, leyenda, mito y epopeya). La segunda unidad comprende el subgénero cuento y se enfoca desde diversos temas de análisis, según los autores y corrientes literarias significativas de cada época. La tercera unidad se dedica al subgénero más extenso de la narrativa; es decir, la novela. Mediante la lectura y el análisis literario, el alumno tendrá las herramientas suficientes para que, auxiliado por el maestro, trabaje los textos de una manera accesible e inclusive, llegue a crear pequeñas composiciones literarias, no sólo a reseñar las ajenas.

Presentación

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UUnniiddaadd 11 EEll ddiissccuurrssoo

lliitteerraarriioo yy llooss tteexxttooss

nnaarrrraattiivvooss bbrreevveess

Objetivo: El alumno: Redactará reseñas descriptivas o valorativas de textos narrativos breves y pequeñas composiciones literarias, mediante el análisis descriptivo que caracterice y relacione los valores humanos y artísticos localizados en los modelos leídos, aplicando las reglas de redacción y los valores asumidos que fomenten un ambiente escolar de respeto y tolerancia.

Temario: • El discurso literario, conceptos

generales. • Géneros y subgéneros literarios. • Textos narrativos breves.

A través de tu formación integral y como ya se planteó en la materia de Taller de Lectura y Redacción, el lenguaje sirve para expresarse en forma oral y escrita y cada hablante tiene una intención comunicativa dependiendo del manejo de la lengua, cuyo empleo permite formularte las siguientes preguntas ¿Te gusta leer? ¿Qué tipo de textos prefieres? ¿Has leído obras literarias? ¿Cómo diferencias el discurso literario de otros? ¿Conoces una leyenda o mito? ¿Podrías redactar una fábula? Estos y otros aspectos generales serán planteados durante la presente unidad.

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Literatura 1

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MAPA CONCEPTUAL DE LA UNIDAD

GÉNEROS Y SUBGÉNEROS LITERARIOS

EL DISCURSO LITERARIO Y LOS TEXTOS NARRATIVOS BREVES

TEXTOS NARRATIVOS BREVES

CLASIFICACIÓN DE GÉNEROS Y SUBGÉNEROS LITERARIOS MITO

EL DISCURSO LITERARIO, CONCEPTOS GENERALES

DEFINICIÓN DE GÉNEROS Y SUBGÉNEROS LITERARIOS

EPOPEYA

LEYENDA

MARCAS DE LITERARIEDAD O CARACTERÍSTICAS DEL

LENGUAJE LITERARIO

FÁBULA DEFINICIÓN DE LITERATURA

COMPARTEN CARACTERÍSTICAS ESTRUCTURALES SENCILLAS

integrada

por con los en

su la

y la

como la

el

la

y las

que

y

LITERATURA I (NARRATIVA UNIVERSAL)

a través de

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El discurso literario y los textos narrativos breves

EELL DDIISSCCUURRSSOO LLIITTEERRAARRIIOO,, CCOONNCCEEPPTTOOSS GGEENNEERRAALLEESS

Sin duda tus conocimientos previos te permitirán responder esta pregunta: ¿qué es la literatura? Si lo sabes ¡Felicidades! ; Si no, también, porque durante el semestre adquirirás o reforzarás tu capacidad para emitir un concepto claro, preciso, y personal sobre el término literatura. Antes de entrar de lleno al curso es necesario que investigues los vocablos que desconoces del siguiente mapa mental, para que amplíes tu horizonte cultural e inicies tu propio glosario del semestre.

11..11..

PERIODÍSTICOS

LÍRICO

GÉNEROS

SUBGÉNEROS

HIMNO EPIGRAMA MADRIGAL

ODA ROMANCE

BALADA

CORRIDO

CANCIÓN

VERSO LIBRE SONETO

ELEGÍA

INFORMATIVOS

DE CONSULTA

DE DIVULGACIÓN

DIDÁCTICOS

TECNOLÓGICOS CIENTÍFICOS

SUBGÉNEROS

GÉNEROS

CIENTÍFICOS

NOTICIA

REPORTAJE

DRAMA

COMEDIA

TRAGEDIA

LEYENDA MITO

CUENTO EPOPEYA

NOVELA ENSAYO

FÁBULA

SUBGÉNEROS

DRAMÁTICO

ARTÍCULO

DE COMENTARIO

CRÓNICA

RESEÑA

NARRATIVO

LITE

RA

RIO

S

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Literatura 1

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1.1.1. Definición de literatura Antes de sugerir un concepto de Literatura, conviene comentar lo siguiente: a diferencia del discurso científico, cuyo efecto de sentido es el conocimiento; y el político, que tiende a producir sujeción o confirmación; el discurso literario destaca la importancia de la subjetividad, en la producción y recepción de sentidos e identificación, con una visión o experiencia concreta del mundo. La expresión “discurso literario” se emplea para designar los textos que se reconocen y utilizan como literatura. Se refiere a

una unidad lingüística mayor a la oración. Así pues, los textos literarios son procesos significativos que tienen como base la facultad del lenguaje, la capacidad de establecer relaciones de significación para representar lo real por signos, y comprender esos signos como representantes de lo real. Después de indagar, comparar y comentar los diversos conceptos, comprenderás que no es fácil dar una definición universalmente válida, pues han ido cambiando conforme el hombre evoluciona y, a pesar de los avances científicos, tecnológicos y humanísticos del mundo occidental, no se ha creado una teoría del problema de la Literatura. Tradicionalmente la expresión literaria es una manifestación de tipo artístico, del mismo rango que la pintura, la escultura, la música y en la actualidad el cine. Por consiguiente es una expresión estética, un fenómeno de signos esencialmente escritos como lo indica la etimología de la palabra, litera: letra, literal, literatura, literario, literalmente. ¿Toda la producción escrita será literatura, sin importar la temática ni el uso del lenguaje? Por supuesto que no, pero esta interrogante conduce a clasificar las obras en dos grandes campos: obras expositivas y obras imaginativas o de ficción, las llamadas propiamente literarias. A las obras expositivas se les da, en general, el nombre de científicas. Se les clasifica en: propiamente científicas, didácticas, de divulgación, tecnológicas y de consulta; se distinguen entre sí por la profundidad con que desarrollan los temas, de acuerdo al lector a quien se dirigen y porque utilizan un lenguaje científico; es decir, objetivo, monovalente y no musical. Las obras imaginativas o de ficción son llamadas también literarias y para algunos, simplemente recreativas, pues presentan elementos estéticos e ideas en un lenguaje expresivo y figurado que pone en juego la capacidad de observación, análisis y síntesis del autor y el lector. En el nivel más general, la obra literaria ofrece dos aspectos: es al mismo tiempo una historia y un discurso. Es historia en el sentido de que evoca una cierta realidad debido a sus acontecimientos y personajes, tomados del cine, los libros o la vida común. Pero la obra también constituye un discurso: existe un narrador y un lector. A este nivel no importan los acontecimientos, sino el modo como se hacen llegar, o como dice Barthes: “En el proceso de construcción de los textos literarios, el escritor se detiene en la escritura misma, juega con los recursos lingüísticos,

TAREA 1

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El discurso literario y los textos narrativos breves

transgrediendo, con frecuencia, las reglas del lenguaje, para liberar su imaginación y fantasía en la creación de mundos ficticios”.1 Por lo anterior se propone la siguiente definición de literatura, acorde a los propósitos del curso: En conclusión, el texto literario puede leerse para no hacer nada después de la lectura, sólo dejarse llevar por la imaginación; pero además permite analizar los mecanismos que emplea el autor para producir belleza, interpretar los símbolos y comprender el lenguaje o, mejor aún, intentar recrear esos procedimientos y recursos en nuevas composiciones. 1.1.2. Marcas de literariedad o características del lenguaje literario. El lenguaje que se emplea en la literatura difiere del que se utiliza diariamente. Sus modalidades de presentación pueden ser prosa (forma natural del lenguaje, no sujeta a ritmo ni métrica) y verso (palabra o reunión de palabras que contienen medida y cadencia). Las características más importantes que distinguen el lenguaje literario son: subjetividad, polivalencia y musicalidad. OBRAS EXPOSITIVAS OBRAS IMAGINATIVAS O DE FICCIÓN

Lenguaje científico Lenguaje Literario Objetivo Subjetivo No musical Musical

1 Kaufman, Ana María y María Elena Rodríguez. “Caracterización lingüística de los textos escogidos”, en La escuela y los textos. Buenos Aires, Santillana. 1995, p. 98.

“Literatura es toda obra que posee intención creadora y belleza literaria”.

Subjetividad: se refiere a la visión personal de un autor acerca del mundo.

Polivalencia: indica ambigüedad; es decir, tiene varios significados,

diversas interpretaciones, de acuerdo al contexto en que esté enmarcado o a la cultura o ideología del lector.

Musicalidad: en una obra lírica (poesía) el autor emplea las

palabras no sólo por su significado y la asociación de ideas que puedan despertar, sino por su sonido, por su musicalidad.

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Literatura 1

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Átomo n. m. Partícula de un elemento químico que forma la cantidad más pequeña que puede entrar en combinación.

EJERCICIO 1

Enseguida aparece un texto que debes leer individualmente, analízalo y después realiza una discusión en equipo sobre el tipo de discurso y el campo en el que se ubica la obra; además, comenta acerca de la actitud del autor y tu forma de ver la vida.

¿Para qué filosofar?

Nada sabes ni sabrás. Sólo hay astros, tierra

y mar, y tu vida

que se escapa sin cesar

Elías Nandino

TAREA 2

Página 33.

EJERCICIO 2

Lee e interpreta, apoyándote de un diccionario, las diferencias que muestran los siguientes textos, tanto en la forma como en el manejo del lenguaje, explica a qué discurso pertenecen y por qué.

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El discurso literario y los textos narrativos breves

ODA AL ATOMO PEQUEÑISIMA estrella, parecías para siempre enterrada en el metal: oculto, tu diabólico fuego. Un día golpearon en la puerta minúscula: era el hombre. Con una descarga te desencadenaron, viste el mundo, saliste por el día recorriste ciudades, tu gran fulgor llegaba a iluminar las vidas, eras una fruta terrible, de eléctrica hermosura, venías a apresurar las llamas del estío…

(Pablo Neruda)

Después de leer los siguientes escritos, explica por qué son obras expositivas o imaginativas.

EJERCICIO 3

HERMANDAD Soy hombre, duro poco y es enorme la noche, pero miro hacia arriba: las estrellas escriben sin entender comprendo: también soy escritura y en este mismo instante alguien me deletrea.

Octavio Paz

NOTA: Textos tomados de Diccionario Laurousse, 2006 y del libro de las odas.

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Literatura 1

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GGÉÉNNEERROOSS YY SSUUBBGGÉÉNNEERROOSS LLIITTEERRAARRIIOOSS

Hasta aquí puede afirmarse que todos los textos tienen la finalidad de comunicar; sin embargo, dependiendo de su intención comunicativa y el manejo del lenguaje, en las obras imaginativas se habla de géneros y subgéneros. 1.2.1. Definición de géneros y subgéneros literarios En la literatura se denominan géneros literarios a aquellos grupos de obras que presentan características comunes, en cuanto a la forma como están escritos. Así pues, los subgéneros literarios son los distintos estilos que adopta una composición dentro de un determinado género.

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(Metodología de la lectura, Tecnológico de Monterrey p. 21).

“El hombre es el ser más desarrollado sobre la tierra, y el único que ha sido capaz de discernir sobre sí mismo y del medio que le rodea; ha cubierto sus necesidades valiéndose de los diferentes medios a su alcance y para esto se ha servido de la comunicación por medio del lenguaje articulado y del uso de ciertas simbologías, recurriendo a las vivencias propias o hechos de la naturaleza que cobran especial importancia para sí mismo y para los demás individuos”.

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El discurso literario y los textos narrativos breves

La obra literaria no se centra tanto en el contenido temático planteado, sino en la manera como el autor lo presenta. Por ejemplo, el tema del amor puede exponerse en cuatro formas:

TÍTULO AUTOR GÉNERO SUBGÉNERO MODALIDAD “La casada infiel” Federico García Lorca Lírico Romance Verso

“El amor en los tiempos del cólera”

Gabriel García Márquez

Narrativo Novela Prosa

“El verdadero amor ” Isaac Asimov Narrativo Cuento Prosa

“Romeo y Julieta” William Shakespeare Dramático Drama Prosa

1.2.2. Clasificación de géneros y subgéneros literarios Aristóteles es considerado el primer crítico literario de la cultura occidental, pues marcó la diferencia entre la comedia y la tragedia, aunque después no pudo coincidir con Horacio en su poética; sin embargo, esto no fue problema hasta que se da el progreso con la escritura, a fines del siglo XVIII, ya que en el Romanticismo surgieron los géneros híbridos o entremezclados en una misma obra, por ejemplo, en la novela “María” de Jorge Isaac que cuenta leyendas y se incluyen poemas en sus capítulos.

Integrar equipos de cuatro personas para que lleven al aula los textos antes mencionados e identifiquen sus características más distintivas y evidentes.

EJERCICIO 4

Federico García Lorca

Gabriel García Márquez

William Shakespeare

Isaac Asimov

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Actualmente para estudiar la literatura, se establece una división a partir del aspecto formal de las obras, por lo que se clasifican en géneros Lírico, Dramático y Narrativo, con sus respectivos subgéneros –como pudiste apreciar en el mapa mental del principio. El género Lírico comprende a la poesía representada en cualquier forma. Sus subgéneros más trabajados a partir del siglo XX son: himno, balada, canción, corrido, soneto y, preferentemente el verso libre, aunque también se habla de la prosa poética.

CAMPESINA

A golpes, el badajo llamó al amanecer, y a ti, camino abajo, camino del taller te busca una sirena.

Es septiembre, y las uvas están por madurar. Aires de fiesta cantan las prensas y el lagar.

Ten cuidado, mujer. Campesina. Diecisiete años. Campesina. Soldador y estaño. Campesina. Campesina. Campesina.

No escuches la sirena y ve a vendimiar. Campesina. Carita empolvada. Campesina. De recién casada. Campesina. Campesina. Campesina.

Soldar hilo con hilo, y no saber por qué va el siete con el cinco y el cuatro con el tres.

Tiene añoranza el río de tu cara y tu sed, la harina de tus manos y el mosto de tu pie.

De sirena a sirena están mintiéndote. Campesina. Si el viento y los robles, campesina, se saben tu nombre. Campesina. Campesina. Campesina.

No escuches la sirena y vuélvete. Campesina. Despierta el asombro. Campesina. Cantarillo al hombro. Campesina. Campesina. Campesina.

Joan Manuel Serrat El género dramático incluye a todas las obras escritas para ser representadas en un escenario y ante un público, comúnmente en forma dialogada. Los géneros son, tragedia, drama y comedia. Como ejemplo realiza el siguiente ejercicio.

TAREA 3

Página 35.

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El discurso literario y los textos narrativos breves

El género narrativo –quehacer fundamental de este semestre – abarca a todas aquellas obras que no utilizan una estructura métrica fija; es decir, están escritas en prosa y cuentan hechos pasados, presentes y futuros. Sus subgéneros son: fábula, leyenda, mito, epopeya, cuento, novela y ensayo.

TTEEXXTTOOSS NNAARRRRAATTIIVVOOSS BBRREEVVEESS

El texto literario es una unidad comunicativa, se considera narrativo cuando alguien (narrador intradiegético-personaje o extradiegético-omnisciente) cuenta sucesos, hechos o acciones que realizan los personajes, quienes se mueven en espacios y tiempos reales e imaginarios. Si el contexto de producción tiene carácter universal en el planteamiento de contenidos, mediante el manejo artístico del lenguaje (prosa o verso) y además se parte de lo sencillo a lo complejo, el estudiante captará y disfrutará más la lectura, interpretación, recreación y –mejor aún- la creación de pequeños textos personales. Por lo anterior se dispuso el siguiente orden temático. 1.3.1. La fábula

La fábula es una composición breve, de carácter didáctico, cuyos personajes son animales que expresan la filosofía del autor y/o una crítica hacia la época. La fábula clásica se inició en Grecia con narraciones poéticas de un esclavo, Esopo, quien influyó a todos los fabulistas posteriores. Los autores del Neoclasicismo, en su afán de volver a los clásicos y de considerar que el fin del arte es educar, se valieron de la fábula para manifestar sus ideas cada vez menos moralizantes y más ingeniosos como ocurrió con La Fontaine (Francia) e Iriarte (España).

11..33..

EJERCICIO 5

Representa ante tus compañeros de grupo un problema de actualidad. Debes de emplear diálogos y el subgénero de dramática que prefieras, bajo los siguientes lineamientos:

a) Integra equipos de cinco personas. b) Duración cinco minutos. c) Escenificación libre.

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Literatura 1

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La fábula contemporánea está dignamente representada por Augusto Monterroso, quien falleció en el año 2003. Sus fábulas no poseen la intención de enseñar o dar moralejas, sino de evidenciar mediante la ironía las ambiciones y debilidades de los seres humanos contemporáneos.

1.3.1.1. Ejemplos y elementos de análisis.

“El león, la vaca, la cabra y la oveja” Juntáronse un león, una vaca, una cabra y una mansa oveja para cazar en los montes y repartirse después fraternalmente las reses que apresaran. Bien pronto, con la ayuda de todos, se cazó una cierva hermosísima; y el león al dividirla en cuatro partes iguales, habló a sus compañeros del siguiente modo: “la primera de esas partes es para mí, porque me llamo león; me daréis la segunda parte porque soy el más fuerte; la tercera será también mía, porque valgo más que vosotros; y por lo que hace a la cuarta, el que la toque que haga antes su testamento.” Cuando se tiene la honradez de la vaca, la inocencia de la cabra y la mansedumbre de la oveja, no se debe formar sociedad con los leones.

Esopo

“La parte del León” La vaca, la cabra y la paciente oveja se asociaron un día con el león para gozar alguna vez de vida tranquila, pues las depredaciones del monstruo (como lo llamaban a sus espaldas) las mantenía en una atmósfera de angustia y zozobra de la que difícilmente podían escapar como no fuera por las buenas. Con la conocida habilidad cinegética de los cuatro, cierta tarde cazaron un ágil ciervo (cuya carne por supuesto repugnaba a la vaca, a la cabra y a la oveja, acostumbradas como estaban a alimentarse con las yerbas que cogían) y de acuerdo con los convenios dividieron el vasto cuerpo en partes iguales. Aquí profiriendo al unísono toda clase de quejas y aduciendo su indefensión y extrema debilidad, los tres se pusieron a vociferar acaloradamente confabuladas de antemano para quedarse también con la parte del león, pues como enseñaba la hormiga, querían guardar algo para los días duros del invierno. Pero esta vez, el león ni siquiera se tomó el trabajo de enumerar las sabidas razones por las cuales el ciervo le pertenecía a él sólo, sino que se las comió ahí mismo de una sentada, en medio de los largos gritos de ellas en que se escuchaban expresiones como contrato social, constitución, derechos humanos y otras igualmente fuertes y decisivas.

Realiza lo que se te indica a continuación: 1. Investiga y escribe en el glosario todos los conceptos que

desconozcas de los mencionados en este objetivo. 2. Indaga la biografía de los autores nombrados aquí. 3. Lee cuidadosamente los siguientes ejemplos y después contesta

como se requiere con una cruz, una palabra o frase, etc.

EJERCICIO 6

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21

El discurso literario y los textos narrativos breves

Monterroso

“El Burro flautista”

Esta fabulilla,

salga bien o mal,

me ha ocurrido ahora

por casualidad.

Cerca de unos prados

que hay en mi lugar,

pasaba un borrico

por casualidad.

Una flauta en ellos

halló, que un zagal

se dejó olvidada

por casualidad.

Acercose a olerla

el dicho animal,

y dio un resoplido

por casualidad.

«iOh!», dijo el borrico,

«¡qué bien sé tocar!

¡y dirán que es mala

la música asnal!»

Sin regla del arte,

borriquitos hay

que una vez aciertan

por casualidad.

Tomás de Iriarte.

Para saber más y enriquecer el tema, visita el

sitio http://ca.geocities.com/el_rincon_de_nora/poemas_inf

antiles/tomas de iriarte el

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Literatura 1

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TÍTULOS

Elementos de análisis “El león, la vaca, la cabra y la

oveja “La parte del león” “El burro flautista”

MODALIDADES: Verso Prosa

ESTRUCTURA: Anécdota

PERSONAJES: Principales Secundarios

MORALEJA

NARRADOR

ESPACIO

TIEMPO

LENGUAJE Artístico Epíteto Comparación

TIPO: Clásica Neoclásica Contemporánea

CONTEXTO: Producción Recepción

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23

El discurso literario y los textos narrativos breves

1.3.2. La leyenda. La leyenda es una narración basada en personajes o hechos históricos que provienen de tradiciones orales muy antiguas, y que se han ido transformando a través del tiempo. 1.3.2.1. Ejemplo y elementos de análisis Lee y disfruta” La voz del silencio” de Gustavo Adolfo Bécquer y posteriormente identifica los elementos que contiene.

Redacta una fábula con tres personajes de tu preferencia, respeta las características e incluye valores.

EJERCICIO 7

EJERCICIO 8

Investiga y redacta una leyenda sobre un personaje local; luego, coméntala ante tus compañeros de grupo.

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Literatura 1

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La voz del silencio. En una de las visitas que como remanso en la lucha diaria hago a la vetusta y silenciosa Toledo, sucedieron estos pequeños acontecimientos que, agrandados por mi fantasía traslado a las blancas cuartillas.

Vagaba una tarde por las estrechas calles de la imperial ciudad con mi carpeta de dibujo debajo del brazo, cuando sentí que una voz como un inmenso suspiro pronunciaba a mi lado vagas y confusas palabras; me volví apresuradamente y cuál no sería mi asombro al encontrarme completamente solo en la estrecha calleja. Y, sin embargo, indudablemente una voz, una voz extraña, mezcla de lamento, voz de mujer sin duda, había sonado a pocos pasos de donde yo estaba. Cansado de buscar inútilmente la boca que a mi espalda había lanzado su confusa queja, y habiendo ya sonado el Ángelus en el reloj de un cercano convento, me dirigí a la posada que me servía de refugio en las interminables horas de la noche.

Al quedarme solo en mi habitación, y a la luz de la débil y vacilante bujía, tracé en mi álbum una silueta de mujer.

Dos días después, y cuando ya casi había olvidado mi pasada aventura, la casualidad me llevó nuevamente a la torcida encrucijada teatro de ella. Empezaba a morir el día; el sol teñía el horizonte de manchas rojas, moradas; caía grave en el silencio la voz de bronce de las horas. Mi paso era lento, una vaga melancolía ponía un gesto de duda en mi semblante.

Y otra vez la voz, la misma voz del pasado día, volvió a turbar el silencio y mi tranquilidad. Esta vez decidí no descansar hasta encontrar la clave del enigma, y cuando ya desconfiaba de mis investigaciones, descubrí en una vieja casa, de antiquísima arquitectura, una pequeña ventana cerrada por una reja caprichosa, artística. De aquella ventana salía, indudablemente la armoniosa y silente voz de mujer.

Era completamente de noche, la voz-suspiró, había callado y decidí volver a mi posada, en cuya habitación de enjalbegadas paredes, y tendido en el duro lecho, ha creado mi fantasía una novela que, desgraciadamente...nunca podrá ser realidad.

Al día siguiente, un viejo judío que tiene su puesto de quincalla frente a la vieja casa en que sonó la misteriosa voz, me contó que dicha casa está deshabitada desde hace mucho tiempo. Vivía en ella una bellísima mujer acompañada de su esposo, un avaro mercader de mucha más edad que ella. Un día el mercader salió de la casa cerrando la puerta con llave, y no volvió a saberse de él ni de su hermosa mujer. La leyenda cuenta que desde entonces todas las noches un fantasma blanco con formas de mujer vaga por el ruinoso caserón, y se escuchan confusas voces mezcladas de maldición y lamento.

Y la misma leyenda cree ver en el blanco fantasma a la bella mujer del mercader avaro.

Voz de mujer que como música celeste, como suspiro de alma enamorada, viniste a mí, traída por la caricia del aire lleno de aromas de primavera. ¿Qué misterio hay en tus palabras confusas, en tus débiles quejas, en tus armoniosas y extrañas canciones?

Page 25: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

25

El discurso literario y los textos narrativos breves

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

ANÁLISIS DE LA VOZ DEL SILENCIO ELEMENTOS RESPUESTAS

¿GÉNERO?

¿SUBGÉNERO?

¿HISTORIA? Hecho real Hecho fabuloso

¿PERSONAJES? ¿Héroe? Valores Antivalores

¿NARRADOR?

¿ESPACIO?

¿TIEMPO?

¿LENGUAJE ARTÍSTICO? ¿Epíteto? ¿Hipérbole? ¿Comparación?

1.3.3. El mito El mito es un relato que presenta historias atemporales, mediante un lenguaje simbólico (epíteto, hipérboles, metáforas, etc.). se desarrolla en un espacio generalmente mágico, donde se mueven los personajes antagónicos (héroes, dioses, semidioses o seres fantásticos) cuya condición o acción determinan el tipo de mito. Cosmogónico Sucede en una época anterior al tiempo convencional y

pretende explicar el origen de la vida. La mayoría de las culturas tienen una causa mitológica; por ejemplo, la civilización maya, sus antecedentes, características y trascendencia están retratados en “El Popol Vuh y el Chilam Balam”.

Teogónico Involucran a dioses, semidioses y procesos sobrenaturales, Egipto y Grecia son muy representativos.

Antropogónico El hombre (héroe) protagoniza una constante lucha entre el bien y el mal, ya sea contra dioses, o personajes fantásticos como la Medusa, el Minotauro, el Dragón, etc.

Supermán es considerado un mito contemporáneo

Page 26: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

26

1.3.3.1 Ejemplos y elementos de análisis

PERSEO Y LA MEDUSA

La Medusa era un monstruo con figura de mujer que vivía en lo alto de una roca, junto al mar. Sus cabellos eran serpientes vivas y todos aquellos que la miraban quedaban convertidos en piedra. Muchos habían intentado matarlas, pero perecían en el intento ¡había tantas estatuas de piedra alrededor del peñasco donde habitaba la Medusa! Un atrevido y valiente joven, Perseo, decidió acabar con ella. Sus amigos quisieron disuadirlo: - ya sabes lo que ha pasado con quienes han querido enfrentarla, le decían. Pero él contestaba: - yo tengo mis planes… Perseo subió hasta la roca y cuando apareció el horrible monstruo, en lugar de mirarlo y clavarle la filosa espada, sacó un espejo. La Medusa al mirarse en él quedó convertida en estatua de piedra. Desde entonces los marineros contaban la hazaña de Perseo, cada vez que sus naves pasaban junto a la roca de la Medusa.

EL MITO CHINO DE LA CREACIÓN

Los cielos y la tierra eran solamente uno y, todo caos. El universo era como un enorme huevo negro que llevaba en su interior a P´an Ku.

Tras 1800 años P´an Ku se despertó de un largo sueño. Se sintió sofocado y empujó fuertemente hasta abrir el huevo. La clara ascendió y formó el cielo (luz); la yema, fría y turbia, se transformó en la tierra (materia). P´an Ku se quedó en el medio, con su cabeza tocaba el cielo y con sus pies, la tierra. Los tres empezaron a crecer diez pies al día y después de otros 1800 años el cielo era más grande, la tierra más gruesa y P´an Ku permaneció entre ellos como un pilar gigantesco, impidiendo que volvieran a estar juntos.

P´an Ku y distintas partes de su organismo dieron origen a varios elementos del mundo: su aliento se transformó en el viento y las nubes, su voz se convirtió en el trueno. De su cara, un ojo produjo el sol y el otro, la luna. Su cuerpo y sus

Integrar equipos para investigar los tres tipos de mito y presentar los ejemplos y su análisis verbal ante el grupo.

EJERCICIO 9 _______________________________________________________________

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El discurso literario y los textos narrativos breves

miembros se convirtieron en cinco grandes montañas y de su sangre se formó el agua. Sus venas se convirtieron en largos caminos y sus músculos en fértiles campos. Las interminables estrellas salieron de su pelo y barba. Las flores y los árboles surgieron a partir de su piel y del fino vello de su cuerpo. Su médula se transformó en jade y en perlas. Su sudor fluyó como la generosa lluvia y el dulce rocío que alimenta a todas las cosas vivas en la tierra.

P´an Ku siempre vivirá.

HUITZILOPOCHTLI

Huitzilopochtli –colibrí azul- era el dios azteca del sol y de la guerra. Su madre Coatlicue, lo concibió cuando fue tocada por una bola de plumas que cayó del cielo. Los hermanos de Huitzilopochtli pensaron que su madre los había deshonrado con ese misterioso embarazo.

Coyolxauhqui, hija de Coatlicue y hermana de las estrellas incitó a sus familiares para matar a su madre, pero Huitzilopochtli brotó de su vientre y la salvó, después cortó la cabeza de Coyolxauhqui y la lanzó al cielo, donde se convirtió en la luna.

Los aztecas solían ofrecerle sacrificios humanos a Huitzilopochtli, las víctimas eran, generalmente, prisioneros de guerra. Los sacrificios se hacían con la intención de asegurar la lluvia, las cosechas y la victoria en las guerras.

El sacrificio consistía en arrancarle el corazón a un cuerpo vivo y ofrecerlo al sol.

ANÁLISIS DE MITO

TEMAS DE ANÁLISIS PERSEO Y LA MEDUSA EL MITO CHINO DE LA CREACIÓN HUITZILOPOCHTLI

¿Tipo?

¿Personajes antagónicos? ¿Divinos? ¿Humanos?

¿Acción por oposición?

¿Narrador externo? ¿Verbo?

¿Lenguaje? ¿Epíteto? ¿Hipérbole? ¿Comparación? ¿Metáfora?

Page 28: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

28

¿Los mitos son creaciones literarias; sin embargo, qué otras asignaturas puedes asociar con los contenidos de los ejemplos anteriores? __________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________ Mediante la argumentación; redacta un comentario acerca del ejemplo que más te haya gustado. ____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________ 1.3.4 La epopeya. La epopeya es una composición poética cuyos temas giran en torno a acciones importantes –heróicas o religiosas- de interés nacional y de corte popular, ya que por lo general desarrollan hazañas políticas que involucraban a la colectividad, a través de espacios reales o fantásticos y contadas mediante un lenguaje espontáneo, pero rico y culto. El narrador épico más trascendente es Homero, cuya maestría narrativa resulta natural e imitable por autores que también alcanzaron la fama.

La epopeya se clasifica según el autor y sus relatos

LA EPOPEYA

AUTOR OBRA ÉPOCA

DANTE ERCILLA

ANÓNIMO

HOMERO

LA DIVINA COMEDIA LA ARAUCANA

CANTAR DEL MÍO CID

LA ILÍADA LA ODISEA

MEDIEVAL (476 – 1453)

CLÁSICA (3500 a.c. -476 d.c..)

RENACENTISTA (1453 – 1789)

se clasifica

El cantar del Mio Cid es la primera obra literaria en

lengua castellana

Page 29: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

29

El discurso literario y los textos narrativos breves

¡Ojo! Recuerda que debes resolver la

autoevaluación y los ejercicios de

reforzamiento; esto te ayudará a enriquecer

los temas vistos en clase.

1.3.4.1 Ejemplos y elementos de análisis Acorde al texto seleccionado por el equipo, identifica los siguientes elementos y exponlos ante el grupo con la orientación del maestro.

ANÁLISIS DE EPOPEYA ESTRUCTURA: ¿Historia?

¿Personajes?

¿Espacio?

¿Tiempo?

LENGUAJE ARTISTICO: ¿Epíteto?

¿Hipérbole?

¿Comparación?

¿Metáfora?

TIPO: ¿Clásica?

¿Medieval?

¿Renacentista?

¿VALORES? ¿Reseña Valorativa?

EJERCICIO 10

Como antecedentes de las unidades 2 y 3, de este curso, integrar equipos de trabajo para investigar, al menos dos de los títulos mencionados u otros que ustedes sugieran de acuerdo a las indicaciones solicitadas por tu maestro.

La epopeya es el antecedente de la narrativa y en especial de la novela.

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El discurso literario y los textos narrativos breves

INSTRUCCIONES: Realiza una investigación bibliográfica sobre el concepto de Literatura, comenta los resultados con tus compañeros en la clase y, con apoyo de tu maestro, concluyan una definición más amplia.

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TAREA 1

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Literatura 1

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El discurso literario y los textos narrativos breves

INSTRUCCIONES: Apoyándote en una investigación bibliográfica, responde a las siguientes preguntas: 1. ¿Qué significa la palabra discurso literario?

2. ¿Cómo diferencias las obras expositivas de las imaginativas?

3. ¿Qué es la Literatura?

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TAREA 2

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Literatura 1

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4. Explica una característica del lenguaje literario.

5. Elabora un mapa conceptual que evidencie las características del lenguaje científico y literario.

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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El discurso literario y los textos narrativos breves

INSTRUCCIONES: Después de realizar una investigación bibliográfica con la intención de ampliar los conocimientos vistos en clase, responde las siguientes preguntas, cuyas respuestas entregarás a tu maestro. 1. ¿Cómo defines a los géneros y subgéneros literarios? _____________________________________________________________________________________

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2. ¿Cuáles son los géneros en que se dividen las obras literarias? _____________________________________________________________________________________

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3. ¿Cuáles son los subgéneros que integran al género lírico? _____________________________________________________________________________________

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4. ¿Cuáles son los subgéneros del género dramático? _____________________________________________________________________________________

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Nombre______________________________________________________

No. de lista ________________ Grupo ___________________________

Turno_________________________________ Fecha _______________

TAREA 3

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Literatura 1

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5. Escribe las definiciones y características de los siguientes conceptos de textos narrativos breves:

a) Fábula. _____________________________________________________________________________________

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b) Leyenda.

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c) Mito.

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d) Epopeya.

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6. Escribe, imprime o fotocopia cualquier ejemplo de texto narrativo breve; después pégalo aquí y

coméntalo con tus compañeros. _____________________________________________________________________________________

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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El discurso literario y los textos narrativos breves

INSTRUCCIONES: De acuerdo a los conceptos investigados y a la bibliografía disponible, elige un texto narrativo breve, para que lo leas completo y presentes el análisis a tu maestro antes del primer parcial.

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TAREA 4

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Literatura 1

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El discurso literario y los textos narrativos breves

INSTRUCCIONES: De acuerdo a lo visto en clase contesta los siguientes cuestionamientos, eligiendo la respuesta correcta, rellenando totalmente el círculo que corresponda: 1. Se aplica para designar los textos que se reconocen y utilizan como literatura; es una unidad lingüística

mayor a la oración:

Discurso literario. Ciencia. Arte. Poesía.

2. El lenguaje de la obra expositiva es:

Objetivo. Subjetivo. Literario. Poético.

3. Estas obras emplean un lenguaje figurado que pone en juego la capacidad de análisis y síntesis del

autor y el lector:

Expositivas. Imaginativas. Científicas. Periodísticas.

4. Es toda obra que posee intención creadora y belleza a través del manejo del lenguaje:

Científica. Expositiva. Literaria. Periodística.

5. Es un ejemplo de texto científico:

Novela. Didáctico. Noticia. Artículo.

Nombre______________________________________________________

No. de lista ________________ Grupo ___________________________

Turno_________________________________ Fecha _______________

AUTOEVALUACIÓN

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Literatura 1

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6. Indica ambigüedad, es decir, tiene varios significados, se presta a diversas interpretaciones de

acuerdo al contexto en que esté:

Característica. Subjetividad. Lírica. Polivalencia.

7. Grupos de obras que presentan características comunes en cuanto a la forma en que están escritas:

Literatura. Ciencia. Género literario. Polivalencia.

8. Es una composición destinada a alabar:

Métrica. Soneto. Lírica. Oda.

9. Es un subgénero de la lírica:

Comedia. Ensayo. Tragedia. Elegía.

10. El cuento corresponde al género:

Novela. Lírico. Narrativo. Dramático.

11. ¿A qué género pertenece el soneto?

Lírico. Narrativo. Dramático. Científico.

12. La comedia se incluye en el género:

Lírico. Literario. Narrativo.

Dramático.

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41

El discurso literario y los textos narrativos breves

Si todas tus respuestas fueron correctas: excelente, por lo que debes continuar con esa dedicación.

Si tienes de 9 a 10 aciertos, tu aprendizaje es bueno, pero es

necesario que nuevamente repases los temas.

Si contestaste correctamente 8 ó menos reactivos, tu aprendizaje es insuficiente, por lo que se sugiere solicitar asesoría a tu profesor.

Consulta las claves de

respuestas en la página 221.

ESCALA DE MEDICIÓN DEL APRENDIZAJE

Page 42: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

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El discurso literario y los textos narrativos breves

INSTRUCCIONES: Lee detenidamente los siguientes fragmentos literarios y de acuerdo a sus características, indica, en el margen derecho, a qué género literario corresponden. 1. “El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. Faltábanles aún dos calles;

pero como en éstas abundaban las chircas y malvas silvestres, la tarea que tenían por delante era muy poca cosa ...”

2. “Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo, van por la tenebrosa vía de los juzgados: buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen, lo absorben, se lo tragan”. 3. Julieta. – ¿Y el que va detrás…

Aquel que no quiere bailar? Ama. –Lo ignoro Julieta. – Pues trata de saberlo. Y si es casado, el sepulcro será mi lecho de bodas. Ama. –Es Montesco, se llama Romeo, único Heredero de esa infame estirpe.

4. ¿Conoces alguna de las fuentes consultadas para contestar lo anterior? Anótalas.

Autor: __________________________________________

Nombre______________________________________________________

No. de lista ________________ Grupo ___________________________

Turno_________________________________ Fecha _______________

EJERCICIO DE REFORZAMIENTO 1

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Literatura 1

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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El discurso literario y los textos narrativos breves

INSTRUCCIONES: Lee cuidadosamente los textos y analízalos de acuerdo a su subgénero: además redacta una reseña valorativa de cada uno.

El Gato y el Ratón Cuatro animales distintos, el gato de uñas largas, la melancólica lechuza, el ratón roedor y la distinguida comadreja de largo talle, todas personas de alma malvada, habitan el tronco carcomido de un pino viejo y silvestre. Una noche el hombre tendió sus lazos alrededor del pino. A primera mañana sale el gato en busca de su presa. Las últimas sombras le impiden ver el lazo, y nuestro gato cae en él. Con peligro de muerte. Grita el gato y acude el ratón; el primero está desesperado; el otro lleno de alegría, al ver prisionero a su mortal enemigo. Dícele el pobre gato: - Mi buen amigo; patentes son hacia mí las muestras de tu bondad; ven y ayúdame a salir del lazo en que mi

ignorancia me ha precipitado. A tí solo, entre todos los tuyos, he mimado siempre, llevado de un cariño singular, amándote como a mis pupilas. No lo siento, y doy gracias a los dioses. Precisamente me dirigía a hacerle mis oraciones, como todos los gatos piadosos hacen por la mañana. Este maldito lazo me retiene; mi vida está en tus manos. Acércate para deshacer estos nudos.

- ¿Qué recompensa me das por hacerlo?-repuso el ratón. - Te juro amistad eterna-dijo el gato-; puedes disponer de mis uñas y vivir tranquilo. Te protegeré contra

todos; la comadreja, si quiere comer, habrá de hacerlo con el marido de la lechuza. ¡Las dos te quieren muy mal!

- Necio -responde el ratón-. ¿Liberarte yo?, no soy tan estúpido para hacerlo! – y se dirige hacia su refugio.- Cerca del agujero lo esperaba la comadreja; trepa el ratón más arriba, y se topa con la lechuza: por todas partes le acecha el peligro. Vuelve el ratón junto al gato, roe un nudo, otro después, y al fin liberta al animal hipócrita. En este momento aparece el hombre y los nuevos amigos emprenden veloz carrera. Pasados unos días, nuestro gato divisa a distancia a su amigo el ratón, desconfiado y a la defensiva. - ¡Ven a besarme hermanito! –le dice-. Tu desconfianza me ofende; miras a tu aliado como a un enemigo.

¿Crees que he olvidado que, después de Dios, te debo la vida? - ¿Y crees tú –replica el ratón- que yo he olvidado tu naturaleza? ¿Puede ningún tratado obligar a un gato a

ser agradecido? ¿Puede nadie confiarse en una alianza impuesta por la necesidad?

LA FONTAINE

ANÁLISIS DE EL GATO Y EL RATÓN

Selecciona la opción acertada y anota en la línea el inciso correcto: _____________ ¿Género? a) Narrativo b) Literario c) Fábula d) Cuento _____________ ¿Subgénero? a) Narrativo b) Literario c) Fábula d) Cuento _____________ … “la distinguida comadreja de largo talle”, es un ejemplo de:

Nombre______________________________________________________

No. de lista ________________ Grupo ___________________________

Turno_________________________________ Fecha _______________

EJERCICIO DE REFORZAMIENTO 2

Para saber más y enriquecer el tema, visita el sitio http://www.aamefe.org/lafontaine.htm

Page 46: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

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a) Comparación b) Epíteto c) Hipérbole d) Metáfora _____________ ”… todas personas de alma malvada”; lo anterior muestra: a) Comparación b) Epíteto c) Hipérbole d) Verso _____________ por el autor deduce el tipo de escrito a) Clásica b) Neoclásica c) Contemporánea d) Prosa _____________ ¿modalidad? a) Clásica b) Neoclásica c) Contemporánea d) Prosa _____________ …”y nuestro gato” evidencia un narrador: a) Literario b) Intradiegético c) Extradiegético d) Humano ( personaje ) ( omnisciente )

Redacta una reseña valorativa de la obra. ________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

LA CASA ENCANTADA Una joven soñó una noche que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín. Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento que ella empezaba a hablarle, despertó. Todos los detalles de este sueño permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a empezar su conversación con el anciano. Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a Litchfiel, donde se realizaba una fiesta de fin de semana. De pronto tironeó la manga del conductor y le pidió que detuviera el auto. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño. Espéreme un momento, suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente. Ya no se sintió sorprendida cuando el camino subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondió a su impaciente llamado. Dígame-dijo ella-, ¿se vende esta casa? Sí-respondió el hombre- pero no le aconsejo que la compre. ¡Esta casa, hija mía, está frecuentada por un fantasma! Un fantasma-replicó la muchacha - , Santo Dios, ¿y quién es? Usted-dijo el anciano- y cerró suavemente la puerta.

Page 47: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

47

El discurso literario y los textos narrativos breves

ANONIMO ANÁLISIS DE “LA CASA ENCANTADA”

Selecciona la opción acertada y anota en la línea el inciso correcto: _____________ ¿Género? a) Literario b) Lírico c) Narrativo d) Leyenda _____________ ¿Subgénero? a) Literario b) Lírico c) Narrativo d) Leyenda _____________ “…un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca.”Lo anterior, ejemplifica un: a) Comparación b) Metáfora c) Epíteto d) Hipérbole _____________ ¿Modalidad? a) Prosa b) Leyenda c) Cuento d) Historia _____________ …”soñó”…”echó a andar”…”cerró”. Indican un narrador: a) Intradiegético b) Extradiegético c) Real d) Lírico ( Personajes ) ( Omnisciente ) _____________ ¿Héroe? a) El anciano b) La joven c) Dios d) El conductor _____________ ¿tiempo- época? a) Contemporánea b) Clásica c) Medieval d) Neoclásica

Redacta una reseña valorativa de la obra. ________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

Para saber más y enriquecer el tema, visita el sitio http://www.aamefe.org/lafontaine.htm

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Literatura 1

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INSTRUCCIONES: lee cuidadosamente los textos y analízalos de acuerdo a su subgénero: además redacta en tu cuaderno una reseña valorativa de cada uno.

LEYENDA DE LA CERVEZA

Los nuevos ricos, los hombres de barro nalga parada, inventaban preocupaciones para

preocuparse con la preocupación del despreocupado: necesitamos un club para nuestros hijos tampax?

En 1882, cargado de teodolitos y plomadas, llegó a Pitic un ingeniero alemán cuyo barco en donde viajaba desde un puerto ni lo busques, había naufragado frente a las costas sinaloenses. Insolado hasta sus perdidos sueños de la selva negra y preguntando si de casualidad no habría por allí algún judío que incinerar, pidió hospedaje a los libaneses que gustosos le asignaron seis hectáreas para que estirase las piernas y calmara un poco su paranoia antisemita. Se llamaba Lauro Kneffer y era especialista en geología e hidrografía gracias a una beca del emperador Guillermo III. Cuando se hubo recuperado del sol y de las alucinaciones de la resaca- jamás se deslindó cuál fue la razón de su naufragio- recorrió el desierto escupiendo al suelo y, mientras caminaba, introducía en la tierra un cacharro de metal en forma de cono. – Estos pendejos- pensó concluido el examen- no saben ni en lo que están parados. Y después de catar los mejores caldos de la región: bacanora, mezcal y sotol, dio a conocer los resultados de su investigación a los latifundistas de Sonora. – Señores- dijo a los espectadores boquiabiertos- estas arenas pueden convertirse en tierras cultivables

muy productivas… – ¿Y usted sabe cómo, herr kneffer? -preguntaron en coro, como nibelungos. – Por experiencia - agregó el alemán -. Por medio de un sistema de succión se pueden aprovechar las

aguas subterráneas y aprisionarlas con un tampón de mampostería, suficiente para retener esas corrientes y las eventuales de la lluvia.

Los nibelungos meditaban: ¿Cuáles corrientes; cuál lluvia? Pero se tragaron las preguntas con la última saliva de la tarde. En Baviera –continuó el ario para reforzar su argumento- tuvimos la misma experiencia, con la pequeña diferencia de que allí las corrientes subterráneas llevan cerveza, ¡cerveza tipo pilsen, señores!

Al escuchar por primera vez la palabra cerveza la sabia naturaleza del desierto abrió grietas y resquebrajaduras. Pero los padres de la oligarquía de hoy consideraron que el alemán se burlaba de ellos, y lo encarcelaron con sus plomadas y teodolitos. Cuando cambiaron ideas y reflexionaron, la flor y nata del monopolio en pañales liberó a Kneffer a condición de que explicara el misterio de la cerveza. Ya para entonces, y como por descuido, los inventores del feudo empezaron a sembrar malta. El alemán se encargó de lo demás.

En 1982, un siglo después de la llegada del náufrago naufragado, en Sonora había más fábricas de cerveza que agua en tuberías y canales de riego.

Desde entonces, la proverbial panza del sonorense se lleva como símbolo de progreso y por supuesto también de desarrollo.

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El discurso literario y los textos narrativos breves

HÉCTOR SE DESPIDE DE SU MADRE Al pasar Héctor por la encina y las puertas Esceas, acudieron corriendo las esposas e hijas de los troyanos y le preguntaron por sus hijos, hermanos, esposos y amigos; y él les encargó que unas tras otras orasen a los dioses, porque para muchos eran inminentes las desgracias. Cuando Héctor llegó al magnífico palacio de Príamo, provisto de bruñidos pórticos (en él habia cincuenta cámaras de pulimentada piedra, seguidas, donde dormían los hijos de Príamo, con sus legítimas esposas; y en frente dentro del mismo patio, otras once construidas igualmente con sillares, continuas y tachadas, donde se acostaban los yernos de Príamo y sus castas esposas), le salió al encuentro su madre que iba en busca de Laódice, la más hermosa de las princesas; y asiéndole de la mano, le dijo: “¡Hijo! ¿Por qué has venido, dejando el áspero combate? Sin duda los aqueos, ¡aborrecido nombre!, deben de estrecharnos, combatiendo alrededor de la ciudad, y tu corazón te ha impulsado a volver con el fin de levantar, desde el acrópolis, las manos a Júpiter. Pero aguarda, traeré vino dulce como la miel, para que lo libes, al padre Jove y a los demás inmortales, y puedas también, si bebes, recobrar las fuerzas. El vino aumenta mucho el vigor del hombre fatigado y tú lo estás de pelear por los tuyos.” Respondiéndole el gran Héctor, de tremolante casco: “No me des vino dulce como la miel, venerada madre, no sea que me enerves y me hagas perder valor y fuerza. No me atrevo a libar el negro vino en honor de Júpiter sin lavarme las manos, ni es lícito orar al Saturnio, el de las sombrías nubes, cuando se está manchando de sangre y polvo. Pero tú congrega a las matronas, llévate perfumes y, entrando en el templo de Minerva, que impera en las batallas, pon sobre las rodillas de la deidad de hermosa cabellera, el peplo mayor, más hermoso y que más aprecies de cuantos haya en el palacio; vota a la diosa sacrificar en su templo doce terneras de un año, no sujetas aún al yugo, si, apiadándose de la ciudad y de las esposas y niños de los troyanos, aparta de la sagrada Ilión al hijo de Tideo, feroz y guerrero, cuya valentía causa nuestra derrota. Encamínate, pues, al templo de Minerva, que impera en las batallas, y yo iré a la casa de Paris a llamarlo, si me quiere escuchar. ¡Así la tierra se lo tragara! Le crío el Olimpo como una gran plaga para los troyanos y el magnífico Príamo y sus hijos. Creo que si se le viera descender al Orco, se olvidaría mi alma de los enojosos pesares”. De esta suerte se expresó el gran Héctor, de tremolante casco. Hécuba, volviendo al palacio, llamó a las esclavas, y éstas anduvieron por la ciudad y congregaron a las matronas; bajó luego Hécuba al fragante aposento donde se guardaban los peplos bordados, obra de las mujeres que se llevara a Sidón, el deiforme Alejandro, en el mismo viaje en que se robó a Helena, la de nobles padres; tomó, para ofrecerlo a Minerva, el mayor y más bello por sus bordaduras, que resplandecía como un astro, y se hallaba colocado debajo de los otros, y partió acompañada de muchas matronas.

Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Literatura 1

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UUnniiddaadd 22

EEll ccuueennttoo

Objetivo: El alumno: Redactará reseñas críticas y propuestas de cuento, a través de la lectura placentera y analítica de modelos universales que le permitan reconocer su valor como género narrativo breve, intenso y su trascendencia artística y social, con una ampliación de su visión del mundo que le rodea, contribuyendo a generar un ambiente escolar de libertad de expresión, respeto y armonía.

Temario: • Cuento. • Elementos de análisis del texto. • Corrientes literarias.

La narrativa es un género muy popular en este tiempo, debido a que se cuentan acciones; además,

en un mundo tan dinámico como el que vivimos, los cuentos son fundamentales.

¿Has leído un cuento? ¿Conoces sus características?

¿Podrías mencionar algún cuentista mexicano? ¿Serías capaz de crear un cuento?

Éstas y otras cuestiones serán abordadas a lo largo de la presente unidad.

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Literatura 1

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MAPA CONCEPTUAL DE LA UNIDAD

Cuento

Conceptos y características

Elementos de Análisis

Corrientes Literarias

Ciencia Ficción

Breve Tema

Intensidad Historia o Argumento

Tema Narrador

Pocos Personajes

Hecho Acabado

Personajes

Estructura del texto

Tipos de finales

Ambiente Físico o Moral

Tiempo

Niveles de Contenido

Romanticismo Realismo Literatura Hispanoamerica

Criollismo Cosmopolitism

Rev. Mex

Regionalismo Indigenismo Realismo Mágico

Intelectual y Fantástica

Existencial y Urbana

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El cuento

EELL CCUUEENNTTOO

El subgénero cuento logra desarrollarse en Hispanoamérica de tal manera, que se producen trabajos de excelente calidad, los cuales alcanzaron tal madurez hasta lograr influir en la Literatura Universal; algunos de los autores más importantes son: Quiroga, Borges, Rulfo y Cortázar. El cuento es un escrito breve e intenso que trata sólo un tema y tiene pocos personajes. Características:

a) Breve. Es un escrito breve el cual debe de leerse de un golpe. b) Tema. Trata un solo tema, por ser un escrito corto. c) Personajes. Es una obra que tiene pocos personajes debido a su extensión. d) Intensidad. Debe de tener intensidad, la cual retendrá al lector de principio a

fin. e) Es un hecho acabado. Se comienza narrando una acción la cual debe tener

un final. [CUENTO INFANTIL]

CAPERUCITA ROJA Jakob y Wilhelm Grimm

Érase una vez una pequeña y dulce coquetuela, a la que todo el mundo quería, con sólo verla una vez; pero quien más la quería era su abuela, que ya no sabía ni qué regalarle. En cierta ocasión le regaló una caperuza de terciopelo rojo, y como le sentaba tan bien y la niña no quería ponerse otra cosa, todos la llamaron de ahí en adelante Caperucita Roja. Un buen día la madre le dijo: - Mira Caperucita Roja, aquí tienes un trozo de torta y una botella de vino para llevar a la abuela, pues está enferma y débil, y esto la reanimará. Arréglate antes de que empiece el calor, y cuando te marches, anda con cuidado y no te apartes del camino: no vaya a ser que te caigas, se rompa la botella y la abuela se quede sin nada. Y cuando llegues a su casa, no te olvides de darle los buenos días, y no te pongas a hurguetear por cada rincón.

22..11..

Instrucciones: 1. En equipo de 3 redacta el cuento de la Caperucita Roja. 2. Compáralo con los otros equipos. 3. Ahora realiza una comparación con la versión original del módulo.

EJERCICIO 1

TAREA 1

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Literatura 1

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- Lo haré todo muy bien, seguro - asintió Caperucita Roja, besando a su madre. La abuela vivía lejos, en el bosque, a media hora de la aldea. Cuando Caperucita Roja llegó al bosque, salió a su encuentro el lobo, pero la niña no sabía qué clase de fiera maligna era y no se asustó. - ¡Buenos días, Caperucita Roja! - la saludó el lobo. - ¡Buenos días, lobo! - ¿A dónde vas tan temprano, Caperucita Roja? -dijo el lobo. - A ver a la abuela. - ¿Qué llevas en tu canastillo? - Torta y vino; ayer estuvimos haciendo pasteles en el horno; la abuela está enferma y débil y necesita algo bueno para fortalecerse. - Dime, Caperucita Roja, ¿dónde vive tu abuela? - Hay que caminar todavía un buen cuarto de hora por el bosque; su casa se encuentra bajo las tres grandes encinas; están también los avellanos; pero eso, ya lo sabrás -dijo Caperucita Roja. El lobo pensó: "Esta joven y delicada cosita será un suculento bocado, y mucho más apetitoso que la vieja. Has de comportarte con astucia si quieres atrapar y tragar a las dos". Entonces acompañó un rato a la niña y luego le dijo: - Caperucita Roja, mira esas hermosas flores que te rodean; sí, pues, ¿por qué no miras a tu alrededor?; me parece que no estás escuchando el melodioso canto de los pajarillos, ¿no es verdad? Andas ensimismada como si fueras a la escuela, ¡y es tan divertido corretear por el bosque! Caperucita Roja abrió mucho los ojos, y al ver cómo los rayos del sol danzaban, por aquí y por allá, a través de los árboles, y cuántas preciosas flores había, pensó: "Si llevo a la abuela un ramo de flores frescas se alegrará; y como es tan temprano llegaré a tiempo". Y apartándose del camino se adentró en el bosque en busca de flores. Y en cuanto había cortado una, pensaba que más allá habría otra más bonita y, buscándola, se internaba cada vez más en el bosque. Pero el lobo se marchó directamente a casa de la abuela y golpeó a la puerta. - ¿Quién es? - Soy Caperucita Roja, que te trae torta y vino; ábreme. - No tienes más que girar el picaporte - gritó la abuela-; yo estoy muy débil y no puedo levantarme. El lobo giró el picaporte, la puerta se abrió de par en par, y sin pronunciar una sola palabra, fue derecho a la cama donde yacía la abuela y se la tragó. Entonces, se puso las ropas de la abuela, se colocó la gorra de dormir de la abuela, cerró las cortinas, y se metió en la cama de la abuela. Caperucita Roja se había dedicado entretanto a buscar flores, y cogió tantas que ya no podía llevar ni una más; entonces se acordó de nuevo de la abuela y se encaminó a su casa. Se asombró al encontrar la puerta abierta y, al entrar en el cuarto, todo le pareció tan extraño que pensó: ¡Oh, Dios mío, qué miedo siento hoy y cuánto me alegraba siempre que veía a la abuela!". Y dijo: - Buenos días, abuela. Pero no obtuvo respuesta. Entonces se acercó a la cama, y volvió a abrir las cortinas; allí yacía la abuela, con la gorra de dormir bien calada en la cabeza, y un aspecto extraño. - Oh, abuela, ¡qué orejas tan grandes tienes! - Para así, poder oírte mejor. - Oh, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes! - Para así, poder verte mejor. - Oh, abuela, ¡qué manos tan grandes tienes! - Para así, poder cogerte mejor. - Oh, abuela, ¡qué boca tan grandes y tan horrible tienes! - Para comerte mejor. No había terminado de decir esto el lobo, cuando saltó fuera de la cama y devoró a la pobre Caperucita Roja.

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El cuento

Cuando el lobo hubo saciado su voraz apetito, se metió de nuevo en la cama y comenzó a dar sonoros ronquidos. Acertó a pasar el cazador por delante de la casa, y pensó: "¡Cómo ronca la anciana!; debo entrar a mirar, no vaya a ser que le pase algo". Entonces, entró a la alcoba, y al acercarse a la cama, vio tumbado en ella al lobo. - Mira dónde vengo a encontrarte, viejo pecador! –dijo-; hace tiempo que te busco. Entonces le apuntó con su escopeta, pero de pronto se le ocurrió que el lobo podía haberse comido a la anciana y que tal vez podría salvarla todavía. Así es que no disparó sino que cogió unas tijeras y comenzó a abrir la barriga del lobo. Al dar un par de cortes, vio relucir la roja caperuza; dio otros cortes más y saltó la niña diciendo: - ¡Ay, qué susto he pasado, qué oscuro estaba en el vientre del lobo! Y después salió la vieja abuela, también viva aunque casi sin respiración. Caperucita Roja trajo inmediatamente grandes piedras y llenó la barriga del lobo con ellas. Y cuando el lobo despertó, quiso dar un salto y salir corriendo, pero el peso de las piedras le hizo caer, se estrelló contra el suelo y se mató. Los tres estaban contentos. El cazador le arrancó la piel al lobo y se la llevó a casa. La abuela se comió la torta y se bebió el vino que Caperucita Roja había traído y Caperucita Roja pensó: "Nunca más me apartaré del camino y adentraré en el bosque cuando mi madre me lo haya pedido."

Instrucciones: Después de leer y comprender el texto anterior, responde correctamente lo que se te pide. 1. ¿A qué subgénero de la narrativa corresponde la Caperucita Roja? a) Fábula. b) Leyenda. c) Cuento. d) Epopeya. 2. ¿Qué tipo de narrador tiene el texto? a) Intradiegético. b) Extradiegético. c) Flotante. d) Sorpresivo. 3. ¿Qué tema de análisis corresponde el bosque y la casa? a) Estructura. b) Ambiente. c) Espacio. d) Intensidad. 4. Distingue una característica interna del personaje. a) Rubia. b) Perspicaz. c) Obediente. d) Bonita.

EJERCICIO 2

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Literatura 1

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[CUENTO]

DINOSAURIO Augusto Monterroso.

Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

EELLEEMMEENNTTOOSS DDEE AANNÁÁLLIISSIISS DDEE TTEEXXTTOO

Estos elementos son los aspectos fundamentales que un lector debe de identificar, para lograr una mayor comprensión de un texto leído. Los temas de la literatura son tres: la vida, el amor y la muerte.

a) Historia o argumento: se refiere al orden lógico y causal de las acciones.

Secuencias básicas:

Situación inicial: Es la situación antes de que se dé el nudo o problema. Ruptura del equilibrio: Es el momento donde se da el conflicto o nudo. Desenlace: Permite al lector conocer si el personaje resolvió o no el

problema.

22..22..

5. ¿Qué parte del texto es la que tiene más intensidad? a) Caperucita sale de la casa. b) El encuentro con el lobo. c) El lobo devora a la abuela. d) Cuando el lobo intenta devorar a la Caperucita. 6. ¿Cómo consideras este texto en cuanto a su extensión? a) Largo. b) Complicado. c) Breve. d) Conocido.

EJERCICIO 3 Considerando los puntos explicados con anterioridad, comenta en equipo de cuatro, dos diferencias entre el cuento de la Caperucita Roja y el del Dinosaurio.

TAREA 2

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El cuento

b) Narrador: es quien cuenta los hechos en una obra.

Narrador Omnisciente total. Cuando el narrador sabe todo sobre el personaje: lo que piensa, lo que siente, su pasado, su presente y su futuro. Se presenta cuando la narración está redactada en segunda o tercera persona.

Narrador personaje.

Cuando el personaje cuenta su vida. Se presenta cuando la narración está redactada en primera persona.

c) Personajes: son los que realizan las acciones en las obras.

Personaje principal.

Es quien intenta resolver el problema en la obra.

Personaje secundario. Es el que ayuda al personaje principal.

Personaje héroe. Es el personaje perfecto física y psicológicamente. Es aquél que resuelve sus problemas y los ajenos.

Personaje antihéroe. Es el personaje imperfecto ya sea física o psicológicamente. Es quien no puede resolver sus problemas.

d) Estructura del texto: corresponde al orden o secuencias básicas en que están

presentados los hechos en una obra. Como por ejemplo:

Estructura lineal: (1,2,3,4...) Cuando las acciones presentan un orden cronológico.

Estructura no lineal: (3,1,4,2...)

Cuando las acciones no presentan un orden cronológico.

Estructura circular: (1,2,3,4,1) Cuando la obra inicia y finaliza con la misma acción.

f) Tipos de finales.

Final detonante.

Cuando se da un final que el lector no espera.

Final flotante. Cuando aparecen varias posibilidades de final, y el lector elige la que

considera más adecuada.

Final tradicional (cerrado): es aquel final que, de acuerdo a las acciones realizadas, llega a una conclusión única, no hay posibles interpretaciones. La narración queda cerrada.

Cuando el personaje principal muere al final de la obra.

g) Ambiente físico y moral: el ambiente físico es el lugar o los lugares en donde se desarrollan las acciones. El ambiente moral es la interrelación entre los personajes.

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Literatura 1

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h) Tiempo: en la narración se dan una serie de sucesos, los cuales deben de

transcurrir en cierto tiempo.

i) Niveles de Contenido. Por la riqueza misma de las obras, los niveles de contenido se manejan a través de diversos tipos de ideas, de acuerdo al contexto de producción y recepción.

Nivel Social. En las obras el autor puede reflejar la problemática social que se presente, dependiendo del tiempo y la situación de los personajes.

Nivel Político.

De la misma manera también se puede mostrar la situación política de la época la cual, de alguna manera influye en las acciones de la obra.

Nivel Económico.

Así mismo, podemos apreciar las diferentes formas de producción que afectan las acciones que se desarrollan en una obra.

Nivel Religioso.

El lado religioso del hombre, puede expresarse como una necesidad dentro de una sociedad conflictiva.

Nivel Ético.

Toda sociedad debe tener una base moral, a partir de la cual se realizarán las acciones que la hagan marchar bien.

Nivel Filosófico.

Estos escritos tratan la existencia y trascendencia del hombre en el universo.

Nivel Científico y Tecnológico.

Plantea los adelantos científicos y tecnológicos, así como la problemática que ellos traen a la humanidad.

TAREA 3

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El cuento

EL ECLIPSE

Augusto Monterroso Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora. Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo. Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas. Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida. -Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura. Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén. Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

Para realizar esta actividad es necesario el uso de un diccionario. Después de leer el texto, en equipo de cuatro, intenta localizar los siguientes temas de análisis:

Tema ________________________________________________________

Historia o argumento __________________________________________

Narrador ____________________________________________________

Personajes ____________________________________________________

Estructura del texto _____________________________________________

Tipo de final ____________________________________________________

Ambiente físico _________________________________________________

Ambiente ético _________________________________________________

Tiempo ________________________________________________________

Niveles de contenido __________________________________________

EJERCICIO 4

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22..33.. CCOORRRRIIEENNTTEE LLIITTEERRAARRIIAA En la historia de la literatura se pueden encontrar diferentes corrientes, que nos marcan un rumbo en la escritura, el cual irá cambiando, dependiendo de las necesidades de expresión del hombre a través del tiempo. A nosotros nos toca ver el Romanticismo, el Realismo y dentro de la Literatura, Hispanoamericana, el Criollismo y el Cosmopolitismo y por último, una corriente en boga en nuestro tiempo, la Ciencia Ficción. 2.3.1. Romanticismo.

Esta corriente se da en la segunda mitad del siglo XVIII.

Es la corriente donde impera el sentimiento. Temas: El amor imposible y el terror. Características: a) Individualismo: habla de sí mismo y cuenta sus emociones y sus defectos. b) Idealización de la mujer: se describe a la mujer perfecta en cuanto a la

belleza y sus virtudes. c) La Edad Media: hay una necesidad por regresar a esta época que es la

más oscura del hombre, y por su oscuridad fascina al romántico. d) Seres fantásticos: por su inconformidad con la realidad que le toca vivir el

escritor crea seres fantásticos que provocan terror. Autores: Edgar Allan Poe y Gustavo Adolfo Bécquer.

EL RETRATO OVAL Edgar Allan Poe

El castillo al cual mi criado se había atrevido a entrar por la fuerza antes de permitir que, gravemente herido como estaba, pasara yo la noche al aire libre, era una de esas construcciones en las que se mezclan la lobreguez y la grandeza, y que durante largo tiempo se han alzado cejijuntas en los Apeninos, tan ciertas en la realidad como en la imaginación de Mrs. Radcliffe. Según toda apariencia, el castillo había sido recién abandonado, aunque temporariamente. Nos instalamos en uno de los aposentos más pequeños y menos suntuosos. Hallábase en una apartada torre del edificio; sus decoraciones eran ricas, pero ajadas y viejas. Colgaban tapices de las paredes, que engalanaban cantidad y variedad de trofeos heráldicos, así como un número insólitamente grande de vivaces pinturas modernas en marcos con arabescos de oro. Aquellas pinturas, no solamente emplazadas a lo largo de las paredes sino en diversos nichos que la extraña arquitectura del castillo exigía, despertaron profundamente mi interés, quizá a causa de mi incipiente delirio; ordené, por tanto, a Pedro que cerrara las pesadas persianas del aposento -pues era ya de noche-, que encendiera las bujías de un alto candelabro situado a la cabecera de mi lecho y descorriera de par en par las orladas cortinas de terciopelo negro que envolvían la cama. Al hacerlo así

TAREA 4

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El cuento

deseaba entregarme, si no al sueño, por lo menos a la alternada contemplación de las pinturas y al examen de un pequeño volumen que habíamos encontrado sobre la almohada y que contenía la descripción y la crítica de aquellas.

Mucho, mucho leí... e intensa, intensamente miré. Rápidas y brillantes volaron las horas, hasta llegar la profunda medianoche. La posición del candelabro me molestaba, pero, para no incomodar a mi amodorrado sirviente, alargué con dificultad la mano y lo coloqué de manera que su luz cayera directamente sobre el libro.

El cambio, empero, produjo un efecto por completo inesperado. Los rayos de las numerosas bujías (pues eran muchas) cayeron en un nicho del aposento que una de las columnas del lecho había mantenido hasta ese momento en la más profunda sombra. Pude ver así, vívidamente, una pintura que me había pasado inadvertida. Era el retrato de una joven que empezaba ya a ser mujer. Miré presurosamente su retrato, y cerré los ojos. Al principio no alcancé a comprender por qué lo había hecho. Pero mientras mis párpados continuaban cerrados, cruzó por mi mente la razón de mi conducta. Era un movimiento impulsivo a fin de ganar tiempo para pensar, para asegurarme de que mi visión no me había engañado, para calmar y someter mi fantasía antes de otra contemplación más serena y más segura. Instantes después volví a mirar fijamente la pintura.

Ya no podía ni quería dudar de que estaba viendo bien, puesto que el primer destello de las bujías sobre aquella tela había disipado la soñolienta modorra que pesaba sobre mis sentidos, devolviéndome al punto a la vigilia.

Como ya he dicho, el retrato representaba a una mujer joven. Sólo abarcaba la cabeza y los hombros, pintados de la manera que técnicamente se denomina vignette, y que se parece mucho al estilo de las cabezas favoritas de Sulli. Los brazos, el seno y hasta los extremos del radiante cabello se mezclaban imperceptiblemente en la vaga pero profunda sombra que formaba el fondo del retrato. El marco era oval, ricamente dorado y afiligranado en estilo morisco. Como objeto de arte, nada podía ser más admirable que aquella pintura. Pero lo que me había emocionado de manera tan súbita y vehemente no era la ejecución de la obra, ni la inmortal belleza del retrato. Menos aún cabía pensar que mi fantasía, arrancada de mi semisueño, hubiera confundido aquella cabeza con la de una persona viviente. Inmediatamente vi que las peculiaridades del diseño, de la vignette y del marco tenía que haber repelido semejante idea, impidiendo incluso que persistiera un sólo instante. Pensando intensamente en todo eso, quédeme tal vez una hora, a medias sentado, a medias reclinado, con los ojos fijos en el retrato. Por fin, satisfecho del verdadero secreto de su efecto, me dejé caer hacia atrás en el lecho. Había descubierto que el hechizo del cuadro residía en una absoluta posibilidad de vida en su expresión que, sobresaltándome al comienzo, terminó por confundirme, someterme y aterrarme. Con profundo y reverendo respeto, volví a colocar el candelabro en su posición anterior. Alejada así de mi vista la causa de mi honda agitación busqué vivamente el volumen que se ocupaba de las pinturas y su historia. Abriéndolo en el número que se designaba al retrato oval, leí en él las vagas y extrañas palabras que siguen:

"Era una virgen de singular hermosura, y tan encantadora como alegre. Aciaga la hora en que vio y amó y desposó al pintor. El, apasionado, estudioso, austero, tenía ya una prometida en el arte; ella, una virgen de sin igual hermosura y tan encantadora como alegre, toda luz y sonrisas, y traviesa como un cervatillo; amándolo y mimándolo, y odiando tan sólo al arte, que era su rival; temiendo tan sólo la paleta, los pinceles y los restantes enojosos instrumentos que la privaban de la contemplación de su amante. Así, para la dama, cosa terrible fue oir hablar

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al pintor de su deseo de retratarla. Pero era humilde y obediente, y durante muchas semanas posó dócilmente en el oscuro y elevado aposento de la torre, donde sólo desde lo alto caía la luz sobre la pálida tela. Más él, el pintor, gloriábase de su trabajo, que avanzaba hora a hora y día a día. Y era un hombre apasionado, violento y taciturno, que se perdía en sus ensueños; tanto, que no quería ver cómo esa luz que entraba lívida, en la torre solitaria, marchitaba la salud y la vivacidad de su esposa, que se consumía a la vista de todos, salvo de la suya. Mas ella seguía sonriendo, sin exhalar queja alguna, pues veía que el pintor, cuya nombradía era alta, trabajaba con un placer fervoroso y ardiente, bregando noche y día para pintar aquella que tanto le amaba y que, sin embargo, seguía cada más desanimada y débil. Y, en verdad, algunos que contemplaban el retrato hablaban en voz baja de su parecido como de una asombrosa maravilla, y una prueba tanto de la excelencia del artista como de su profundo amor por aquella a quien representaba de manera tan insuperable. Pero, a la larga, a medida que el trabajo se acercaba a su conclusión, nadie fue admitido ya en la torre, pues el pintor habíase exaltado en el ardor de su trabajo y apenas si apartaba los ojos de la tela, incluso para mirar el rostro de su esposa. Y no quería ver que los tintes que aparecían en la tela eran extraídos de las mejillas de aquella mujer sentada a su lado. Y cuando pasaron muchas semanas y poco quedaba por hacer, salvo una pincelada en la boca y un matiz en los ojos, el espíritu de la dama osciló, vacilante como la llama en el tubo de la lámpara. Y entonces la pincelada fue puesta y aplicado el matiz, y durante un momento el pintor quedó en transe frente a la obra cumplida. Pero, cuando estaba mirándola, púsose pálido y tembló mientras gritaba: "¡Ciertamente, ésta es la vida misma!”, y volvióse de improviso para mirar a su amada... ¡Estaba muerta!" Edgar Allan Poe.

2.3.2. Realismo: Se da en la segunda mitad del siglo XIX. Es la corriente donde impera la razón. Tema: Plasmar la vida cotidiana. Características: a) Es impersonal: no habla de sí mismo. b) Fotográfico: intenta retratar la realidad de la manera más exacta. c) Lenguaje coloquial: no utiliza un lenguaje rebuscado, sino el cotidiano. d) Descripción de sucesos y costumbres contemporáneos: intenta reproducir

los hechos más importantes que se produzcan en su sociedad. Autores: Guy de Maupassant y Emilio Zolá

EJERCICIO 5

Responde a lo siguiente. 1. ¿Qué es el terror? 2. Identifica las características del romanticismo que te parezcan

relevantes en el texto. 3. ¿Encuentras una relación entre el cuento y la vida del autor?

TAREA 5

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El cuento

EL VIEJO Guy de Maupassant

n tibio sol de otoño caía sobre el patio de la granja, dominando las grandes hayas del cercado. Bajo el césped rapado por las vacas, la tierra impregnada de lluvia reciente estaba húmeda y se hundía bajo los pies con un ruido de agua; y las manzanas caídas de los árboles

cuajados de fruta, ponían puntos de un verde pálido sobre el verde intenso de la hierba. Cuatro terneras pasaban, atadas en fila y mugían a ratos, hacia la casa; las aves de corral animaban con un movimiento coloreado el estiércol acumulado ante el establo, rebuscando, cacareando, en tanto que los dos gallos cantaban sin cesar, buscaban gusanos para sus gallinas, a las que llamaban con un cloqueo vivaz. Se abrió la valla de madera; entró un hombre de unos cuarenta años, quizás, pero que parecía tener sesenta, arrugado, retorcido, que andaba a pasos lentos, entorpecidos por el peso de los zuecos llenos de paja. Sus brazos demasiado largos caían a los lados del cuerpo. Cuando se acercó a la granja, un gozquejo amarillo, amarrado al tronco de un enorme peral, junto al barril que le servía de caseta, meneó la cola y se puso a ladrar un señal de alegría. El hombre gritó: -¡Quieto, Finot! El perro se calló. Una campesina salió de la casa. Su cuerpo huesoso y ancho se dibujaba bajo un corpiño de lana que le ceñía el talle, y un falda gris, muy corta, caía hasta la mitad de sus piernas envueltas en medias azules; llevaba también unos zuecos llenos de paja. Un gorro blanco que se había tornado amarillo, cubría unos cuantos cabellos pegados al cráneo y su cara morena, delgada, fea, sin dientes, mostraba esa fisonomía salvaje y bruta que a veces tienen los rostros de los campesinos. El hombre preguntó: -¿Cómo está? Y la mujer respondió: -El señor cura dice que es el final, y que no pasará de la noche. Ambos entraron a la casa. Después de atravesar la cocina, penetraron a la pieza, baja, negra, apenas iluminada por una ventana, ante el que caía un retazo de zaraza normanda. Las gruesas vigas del techo, atezadas por el tiempo, negras y ahumadas, atravesaban el cuarto de parte a parte, sosteniendo el delgado suelo del granero por el que corrían día y noche manadas de ratas. El suelo de tierra apelmazada, con gibas húmedas, se veía grasiento, y al fondo de la habitación, el lecho formaba una mancha vagamente blanca. Un ruido regular, ronco, una respiración dura, de estertor, silbante, con un gargarear de agua como el que hace una bomba quebrada, partía del camastro tenebroso donde agonizaba un anciano, el padre de la campesina. El hombre y la mujer se acercaron y miraron al moribundo con ojos plácidos y resignados. El yerno dijo: -Esta vez, la cosa ha terminado. Ni siquiera llegará a la noche. La mujer añadió: -Desde mediodía está con ese zurrido en la garganta. Se callaron. El padre tenía los ojos cerrados, el rostro color de tierra, tan seco que parecía de madera. Su boca entreabierta dejaba pasar la respiración sacudida y dura, y la sábana de tela gris se levantaba sobre el pecho a cada aspiración.

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Después de un largo silencio, el yerno dijo: -No hay más que dejarlo que termine. No podemos hacer nada. Habrá que enterrarlo el sábado, y mañana será menester que yo invite para el duelo. Tengo cinco o seis horas para ir de Tourville a Manetot, a ver a la gente. La mujer, después de haber meditado por dos o tres minutos, opinó: -No son ni las tres, y podías comenzar tus visitas. Puedes decir que ha muerto ya, puesto que no pasará de hoy. El hombre permaneció perplejo por unos segundos pensando las consecuencias y las ventajas de la idea. Por fin, dijo: -Bueno, me voy. Fue a salir y después de titubear un poco, volvió: -Ya que no tienes labor, cuece las manzanas, y haz los buñuelos para los que van a venir al duelo, para que tengan con qué reconfortarse. Enciende la hornilla con la leña que hay bajo el cobertizo del molino. Está seca. Salió del cuarto, entró a la cocina, abrió el aparador, sacó un pan de seis libras, y cortando de él, cuidadosamente, una rebanada, recogió las migajas que cayeron sobre la mesa con el cuenco de la mano y, para no desperdiciar nada, se las echó a la boca. Luego sacó con la punta del cuchillo un poco de manteca del fondo de un pote de greda, la extendió sobre su pan, y se puso a comerlo lentamente, como lo hacía todo. Volvió a atravesar el patio, tranquilizó al perro, que había empezado a ladrar, salió al camino que bordeaba el cercado y se alejó en dirección de Tourville. Sola, la mujer se puso a trabajar. Sacó la harina y preparó la masa para los buñuelos. La amasó detenidamente, dándole vueltas, manoteándola, aplastándola. Hizo con ella una gruesa bola amarillenta y la dejó a un lado de la mesa. Fue entonces a buscar manzanas y para no lastimar al árbol con la pértiga subió utilizando un escabel. Escogió minuciosamente las frutas, para no tomar sino las maduras, y las fue echando a su delantal. Desde el camino una voz llamó: -¡Eh, señora Chicot! Ella se volvió: era un vecino, maese Osine Favet, el alcalde, que iba a estercolar sus tierras, sentado a horcajadas sobre el volquete. La mujer contestó: -¿En qué puedo servirle, maese Osine? -¿Y el padre, cómo anda? -Casi muerto –respondió ella-. El sábado es el entierro, a las siete. El vecino añadió: -Bien. Buena suerte. Que lo pase usted bien. Y tornó a coger manzanas. Cuando hubo vuelto a la casa, fue a ver a su padre, esperando hallarlo muerto. Pero desde la puerta oyó el estertor monótono y, juzgando inútil acercarse al lecho para no perder tiempo, comenzó a preparar los buñuelos. Envolvía las frutas, una por una, en una delgada capa de masa y las iba alineando al borde de la mesa. Cuando tuvo hechas cuarenta bolas, puestas en fila, por docenas, pensó en preparar la comida; puso al fuego la olla para cocer las manzanas; pues había pensado que era inútil encender la hornilla aquel mismo día, teniendo todo el día siguiente para los preparativos. Su hombre volvió a las cinco. Apenas se asomó a la puerta, preguntó: -¿Terminó ya? Ella respondió: -Todavía no. Aún sigue gargareando. Fueron a ver. El viejo seguía en el mismo estado. Su respiración ronca, regular, como el movimiento de un reloj, no se había acelerado ni retardado. Volvía de segundo en segundo, variando un poco de tono, según que el aire entrara o saliera del pecho.

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El cuento

El yerno le miró y dijo: -Terminará sin que nos demos cuenta, como una vela. Volvieron a la cocina, y sin hablar, se pusieron a comer. Cuando se habían tomado la sopa, se sirvieron una rebanada de pan con manteca y luego, apenas lavados los platos, fueron de nuevo a la habitación del agonizante. La mujer, sosteniendo una lamparilla de mecha humeante, la pasó ante el rostro de su padre. Si no respirara, cualquiera le tomaría por muerto. La cama de los dos campesinos estaba oculta al otro lado del cuarto, en una especie de hornacina. Se acostaron sin decir palabra, apagaron la luz y cerraron los ojos; muy pronto, dos ronquidos desiguales, uno más profundo, más agudo el otro, acompañaron el ronquido constante del moribundo. Las ratas corrían por el granero. El marido despertó al alba. Su suegro aún vivía. Sacudió a su mujer, inquieto por aquella resistencia del viejo. -Oye, Femia. Éste no quiere morirse. ¿Qué harías tú, di? Sabía que ella era buena consejera. La mujer respondió: -No pasará del día, seguramente. No hay nada que temer. Supuesto que el alcalde no se oponga a que le entierren mañana, a pesar de todo; ya lo hicieron con maese Renard, el padre, que se murió cuando la siembra. El quedó convencido con la evidencia del razonamiento y salió al campo. Al mediodía, el viejo no había muerto. La gente avisada vino por grupos a mirar al anciano y a irse después de haber dicho alguna frase. A las seis, cuando volvieron, el padre respiraba aún. El yerno terminó por asustarse. -¿Qué harías tú en una situación así, Femia? Ella tampoco supo decidir. Fueron en busca del alcalde. Éste prometió que él cerraría los ojos y autorizaría el entierro. El practicante, a quien también fueron a ver, se obligó asimismo, por complacer a maese Chicot, a anticipar la fecha de la defunción en el certificado. El hombre y la mujer regresaron tranquilos. Se acostaron y durmieron como la víspera, mezclando sus respiraciones sonoras con la débil respiración del viejo. Cuando despertaron, éste aún no habían muerto. Y entonces ambos se sintieron aterrados. Estaban de pie, a la cabecera del lecho del padre, mirándolo con desconfianza, como si hubiera querido jugarles una mala pasada, engañarles, contrariarles por gusto; y sobre todo, no le perdonaban el tiempo que les hacía perder. El yerno preguntó: -¿Qué vamos a hacer? Ella no sabía nada; respondió: -Es una contrariedad. Ya no se podía avisar a los invitados que iban a llegar. Decidieron esperar y explicarles la cosa. A las siete menos diez aparecieron los primeros. Las mujeres, de negro, cubierta la cabeza con un gran velo, aparentaban tristeza. Los hombres, molestos en sus trajes de paño, se adelantaban más despaciosamente, sin dejar de hablar de negocios. Maese Chicot y su mujer, desconcertados, les recibieron dando muestras de estar desolados; y ambos, al acercarse al primer grupo se pusieron a llorar a la vez. Explicaban el asunto, manifestaban su preocupación porque el viejo no se había muerto, ofrecían sillas, se excusaban, querían probar que cualquier otro habría hecho lo mismo que ellos, charlando sin descanso, pues se habían vuelto de súbito parlanchines hasta no dejar hablar a nadie más. Iban de unos a otros: -No lo hubiera creído. Es increíble que haya durado tanto.

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Los invitados, sin saber qué hacer, un poco decepcionados, como gente que ve faltar la ceremonia que esperaban, permanecían allí, unos sentados, otros de pie. Algunos quisieron irse. Pero maese Chicot les retuvo: -Vamos a tomar un bocado, a pesar de todo. Habíamos hecho esos buñuelos. Hay que aprovecharlos. Las caras se animaron a esta idea. Se empezó a hablar en voz baja. El patio se iba llenando poco a poco; los que habían llegado primero decían la noticia a los recién venidos. Se cuchicheaba, y la idea de los buñuelos animaba a todo el mundo. Las mujeres entraban para mirar al moribundo. Se persignaban junto al lecho, balbucían una oración, salían. Los hombres, menos ávidos de aquel espectáculo, echaban una mirada desde la ventana que había sido abierta. La señora Chicot explicó la agonía: -Hace dos días que está así, ni más alto ni más bajo. ¿No parece una bomba con poco agua? Cuando todo el mundo hubo visto al agonizante, se pensó en la colación. Pero como eran muy numerosos para caber en la cocina, se sacó la mesa ante la puerta. Las cuatro docenas de bañuelos, dorados, apetitosos, atraían las miradas, colocados en grandes platos. Cada uno adelantaba el brazo para tomar, temiendo que no hubiera bastantes. Pero quedaron cuatro. Maese Chicot, con la boca llena dijo: -Si él nos viera, le daría pena; le gustaban mucho cuando vivía. Un campesino gordo y jovial comentó: -Ahora no le toca comer a él. Cada uno a su vez. Esta reflexión, lejos de entristecer a los invitados, pareció alegrarlos. Sí, a ellos les tocaba ahora comer bolas. La señora Chicot, desolada por el gasto, iba sin cesar a buscar sidra a la bodega, las jarras se sucedían sin descanso. Ya había risas, se hablaba fuerte y se comenzaba a gritar, como se grita en las comidas. De pronto una vieja campesina, que se había quedado junto al moribundo, retenida por un ávido temor a aquello que pronto le sucedería a ella misma, apareció en la ventana y gritó con voz aguda: -¡Ha muerto! ¡Ha muerto! Todos callaron. Las mujeres se levantaron aprisa para ir a ver. Había muerto, efectivamente. Había dejado de roncar. Los hombres se miraban y bajaban los ojos, incómodos. No habían terminado de masticar los buñuelos. Había partido en un momento inoportuno aquel bribón. Ahora los Chicot no lloraban. Aquello había acabado y estaban tranquilos. Repetían: -Sabíamos que esto no podía durar. Si se hubiera decidido anoche, no habríamos tenido esta molestia… Daba lo mismo. Había terminado. Se le enterraría el lunes, y se volvería a comer buñuelos en esa ocasión. Los invitados se fueron, parloteando, contentos de haber estado y de haber podido tomar un bocadillo. Y cuando el hombre y la mujer se quedaron solos, frente a frente, ella dijo, con el rostro contraído por la angustia: -Habrá que hacer cuatro docenas de bolas. ¡Si se hubiera decidido anoche, por lo menos! Y el marido, más resignado, añadió: -Bueno, pero esto no va a suceder todos los días.

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2.3.3. Literatura hispanoamericana Criollismo. La narrativa hispanoamericana llegó a su apogeo en el período entre guerras; el tema solía ser netamente americano y con un estilo propio, dentro de las corrientes del momento.

El criollismo está integrado por: • El cuento y la novela de la revolución mexicana. • El cuento y la novela regionalista. • El cuento y la novela indigenista.

El cuento y la novela de la revolución mexicana. a) En estas obras los autores reflejan el conflicto armado que se dio en

México. b) Fecha: la revolución se dio de 1910 a 1920. c) Tema: la revolución mexicana. d) Características:

- Presenta una visión directa de la realidad. - El protagonista es el pueblo. - Es una obra autobiográfica, como memoria documental. - Son relatos de hondo sabor épico.

e) Autores: Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Juan Rulfo.

NOS HAN DADO LA TIERRA Juan Rulfo

DESPUÉS DE TANTAS HORAS de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros. Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera esperanza. Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca. Hemos venido caminando desde el amanecer. Ahorita son algo sí como las cuatro de la tarde. Alguien se asoma al cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y dice: -Son como las cuatro de la tarde. Ese alguien es Melitón. Junto con él, vamos Faustino, Esteban y yo. Somos cuatro. Yo los cuento: dos delante, otros dos atrás. Miro más atrás y no veo a

TAREA 6

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Responde a lo siguiente. 1. ¿Qué opinas de la vejez? 2. ¿Cuál sería una ventaja de la vejez? 3. Menciona 3 aspectos de la obra que suceden en la vida real

EJERCICIO 6

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nadie. Entonces me digo: “Somos cuatro”. Hace rato, como a eso de las once, éramos veintitantos; pero puñito a puñito se han ido desperdigando hasta quedar nada más este nudo que somos nosotros. Faustino dice: -Puede que llueva. Todos levantamos la cara y miramos una nube negra y pesada que pasa por encima de nuestras cabezas. Y pensamos: “Puede que sí”. No decimos lo que pensamos. Hace ya tiempo que se nos acabaron las ganas de hablar. Se nos acabaron con el calor. Uno platicaría muy a gusto en otra parte, pero aquí cuesta trabajo. Uno platica aquí y las palabras se calientan en la boca con el calor de afuera, y se le resecan a uno en la lengua hasta que acaban con el resuello. Aquí así con las cosas. Por eso a nadie le da por platicar. Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una plasta como la de un salivazo. Cae sola. Nosotros esperamos a que sigan cayendo más y las buscamos con los ojos. Pero no hay ninguna más. No llueve. Ahora si se mira el cielo se ve a la nube aguacera corriéndose muy lejos, a toda prisa. El viento que viene del pueblo se le arrima empujándola contra las sombras azules de los cerros. Y a la gota caída por equivocación se la come la tierra y la desaparece en su sed. ¿Quién diablos haría este Llano tan grande? ¿Para qué sirve, eh? Hemos vuelto a caminar, nos habíamos detenido para ver llover. No llovió. Ahora volvemos a caminar. Y a mí se me ocurre que hemos caminado más de lo que llevamos andado. Se me ocurre eso. De haber llovido quizá se me ocurrieran otras cosas. Con todo, yo sé que desde que yo era muchacho, no vi llover nunca sobre el Llano, lo que se llama llover. No, el Llano no es cosa que sirva. No hay ni conejos ni pájaros. No hay nada. A no ser unos cuantos huizaches trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso, no hay nada. Y por aquí vamos nosotros. Los cuatro a pie. Antes andábamos a caballo y traíamos terciada una carabina. Ahora no traemos ni siquiera la carabina. Yo siempre he pensado que en eso de quitarnos la carabina hicieron bien. Por acá resulta peligroso andar armado. Lo matan a uno sin avisarle, viéndolo a toda hora con “la 30” amarrada a las correas. Pero los caballos son otro asunto. De venir a caballo ya hubiéramos probado el agua verde del río, y paseado nuestros estómagos por las calles del pueblo para que se les bajara la comida. Ya lo hubiéramos hecho de tener todos aquellos caballos que teníamos. Pero también nos quitaron los caballos junto con la carabina. Vuelvo hacia todos lados y miro el Llano. Tanta y tamaña tierra para nada. Se le resbalaban a uno los ojos al no encontrar cosa que los detenga. Sólo una cuantas lagartijas salen a asomar la cabeza por encima de sus agujeros, y luego que sienten la tatema del sol corren a esconderse en la sombrita de una piedra. Pero nosotros, cuanto tengamos que trabajar aquí, ¿qué haremos para enfriarnos del sol, eh? Porque a nosotros nos dieron esta costra de tepetate para que la sembráramos. Nos dijeron: -Del pueblo para acá es de ustedes. Nosotros preguntamos: -¿El Llano? -Sí, el Llano. Todo el Llano Grande. Nosotros paramos la jeta para decir que el Llano no lo queríamos. Que queríamos lo que estaba junto al río. Del río para allá, por las vegas, donde están esos árboles llamados sabinos y las jaraneras y la tierra buena. No este duro pellejo de vaca que se llama el Llano. Pero no nos dejaron decir nuestras cosas. El delegado no venía a conversar con nosotros. Nos puso los papeles en la mano y nos dijo: -No se vayan a asustar por tener tanto terreno para ustedes solos.

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-Es que el Llano, señor delegado… -Son miles y miles de yuntas. -Pero no hay agua. Ni siquiera para hacer un buche hay agua. -¿Y el temporal? Nadie les dijo que se les iba a dotar con tierras de riego. En cuanto allí nueva, se levantará el maíz como si lo estiraran. -Pero, señor delegado, la tierra está deslavada, dura. No creemos que el arado se entierre en esa como cantera que es la tierra del Llano. Habría que hacer agujeros con el azadón para sembrar la semilla y ni aun así es positivo que nazca nada; ni maíz ni nada nacerá. -Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que tienen que atacar, no al Gobierno que les da la tierra. -Espérenos usted, señor delegado. Nosotros no hemos dicho nada contra el Centro. Todo es contra el Llano… No se puede contra lo que no se puede. Eso es lo que hemos dicho… Espérenos usted para explicarle. Mire, vamos a comenzar por donde íbamos… Pero él no nos quiso oír. Así nos han dado esta tierra. Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo, para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes. Uno los ve allá cada y cuando, muy arriba, volando a la carrera; tratando de salir lo más pronto posible de este blanco terrenal endurecido, donde nada se mueve y por donde uno camina como reculando. Melitón dice: -Ésta es la tierra que nos han dado. Faustino dice: -¿Qué? Yo no digo nada. Yo pienso: “Melitón no tiene la cabeza en su lugar. Ha de ser el calor el que lo hace hablar así. El calor que le ha traspasado el sombrero y le ha calentado lo cabeza. Y si no, ¿por qué dice lo que dice? ¿Cuál tierra nos han dado, Melitón? Aquí no hay ni la tantita que necesitaría el viento para jugar a los remolinos”. Melitón vuelve a decir: -Servirá de algo. Servirá aunque sea para correr yeguas. Yo no me había fijado bien a bien en Esteban. Ahora que habla, me fijo en él. Lleva puesto un gabán saca la cabeza algo así como una gallina. Sí, es una gallina colorada la que lleva Esteban debajo del gabán. Se le ven los ojos dormidos y el pico abierto como si bostezara. Yo le pregunto: -Oye, Teban, ¿de dónde pepenaste esa gallina? -¡Es la mía! –dice él. -No la traías antes. ¿Dónde la mercaste, eh? -No la merqué, es le gallina de mi corral. -Entonces te la trajiste de bastimento, ¿no? -No, la traigo para cuidarla. Mi casa se quedó sola y sin nadie para que le diera de comer; por eso me la traje. Siempre que salgo lejos cargo con la gallina. -Allí escondida se te va a ahogar. Mejor sácala al aire. Él se la acomoda debajo del brazo y le sopla al aire caliente de su boca. Luego dice: -Estamos llegando al derrumbadero. Yo ya no oigo lo que sigue diciendo Esteban. Nos hemos puesto en fila para bajar la barranca y él va mero adelante. Se ve que ha agarrado a la gallina por las patas y la zangolotea a cada rato, para no golpearle la cabeza contra las piedras. Conforme bajamos, la tierra se hace buena. Sube polvo desde nosotros como si fuera un atajo de mulas lo que bajara por allí; pero nos gusta llenarnos de polvo. Nos gusta. Después de venir durante once horas pisando la dureza del Llano, nos sentimos muy a gusto envueltos en aquella cosa que brinca sobre nosotros y sabe a tierra.

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Por encima del río, sobre las copas verdes de los sabinos, vuelan parvadas de chachalacas verdes. Eso también es lo que nos gusta. Ahora los ladridos de los perros se oyen aquí, junto a nosotros, y es que el viento que viene del pueblo retacha en la barranca y la llena de todos sus ruidos. Esteban ha vuelto a abrazar su gallina cuando nos acercamos a las primeras casas. Le desata las patas para desentumecerla, y luego él y su gallina desaparecen detrás de unos tepemezquites. -¡Por aquí arriendo yo! –nos dice Esteban. Nosotros seguimos adelante, más adentro del pueblo. La tierra que nos han dado está allá arriba. El cuento y la novela regionalista.

a) Es una toma de conciencia y valoración de las culturas indígenas, mestizas

y una integración racial y social para lograr la identidad nacional. b) Fecha: se da en la primera mitad del siglo XX. c) Tema: la vida en la pampa, la selva, la montaña, la sabana, el trópico, etc. d) Características:

- Reflejar la realidad como se presenta. - Vocabulario regional. - Recopilación de datos geográficos. - Descripción de costumbres. - Etnología y folklore.

e) Autores: Horacio Quiroga, Rómulo Gallegos.

A LA DERIVA Horacio Quiroga

El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse, con un juramento, vio a una yararacusú que, arrollada sobre sí misma, esperaba otro ataque. El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de plano, dislocándole las vértebras. El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violeta y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho. El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que, como relámpagos, habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de ser quemante, le arrancó un nuevo juramento.

EJERCICIO 7 Instrucciones: Responde a lo siguiente. 1. Escribe una reseña valorativa sobre el cuento. 2. ¿Qué idea de la revolución mexicana te queda después de la lectura? 3. ¿Consideras este problema actual?

TAREA 7

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Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violetas desaparecían ahora en una monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba. -¡Dorotea! –alcanzó a lanzar en un estertor-. ¡Dame caña! Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno. -¡Te pedí caña, no agua! –rugió de nuevo-. ¡Dame caña! -¡Pero es caña, Paulino! –protestó la mujer, espantada. -¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo! La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otros dos vasos, pero no sintió nada en la garganta. -Bueno; esto se pone feo –murmuró entonces, mirando su pie, lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo la carne desbordaba como una monstruosa morcilla. Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos y llegaban ahora hasta la ingle. La atroz sequedad de garganta, que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporase un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo. Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentase en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pacú. El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito –de sangre esta vez- dirigió una mirada al sol, que ya trasponía el monte. La pierna entera, hasta medio muslo, era un boque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pacú y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados. La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba; pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho. -¡Alves! –gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano. -¡Compadre Alves! –¡No me niegue este favor! –clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva. El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas, bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobran una majestad única. El sol había caído ya, cuando el hombre, semitendido, en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.

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El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pacú. El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú- Pacú? Acaso viera también a su ex patrón míster Dougald y al recibidor del obraje. ¿Llegaría pronto? El cielo, al Poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay. Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma, ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entre tanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente. De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también… Al recibidor de maderas de míster Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un Viernes Santo… ¿Viernes? Sí, o jueves… El hombre estiró lentamente los dedos de la mano. Un jueves… Y cesó de respirar. El cuento y la novela indigenista.

a) Es una búsqueda intelectual en las culturas indígenas, en la tierra y los

elementos significativos de la literatura hispanoamericana. b) Fecha: se da en la primera mitad del siglo XX. c) Tema: es la vida en las comunidades indígenas. d) Características:

- Representa fielmente la realidad. - Vestimentas y artesanías. - Costumbres. - Etnología. - Lenguaje.

e) Autores: Francisco Rojas González, Gregorio López y Fuentes.

EJERCICIO 8 Responde a lo siguiente. 1. Identifica el tema del texto anterior. 2. Explica como es la relación de los esposos. 3. Explica una característica interna de Paulino.

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El cuento

LOS NOVIOS Francisco Rojas González

Él era de Bachajón, venía de una familia de alfareros; sus manos desde niñas habían aprendido a redondear la forma, a manejar el barro con tal delicadeza, que cuando moldeaba, más parecía que hiciera caricias. Era hijo único, más cierta inquietud nacida del alma lo iba separando día a día de sus padres, llevado por un dulce vértigo... hacía tiempo que el murmullo del riachuelo lo extasiaba y su corazón tenía palpitaciones desusadas; también su aroma a miel de abejas de la flor de pascua había dado por embelesarlo y los suspiros acurrucados en su pecho brotaban en silencio, a ocultas, como aflora el desasosiego cuando se ha cometido una falta grave... A veces se posaba en sus labios una tonadita tristona, que él tarareaba quedo, tal si saboreara egoístamente un manjar acre, pero gratísimo. “Ese pájaro quiere tuna” –comentó su padre cierto día, cuando sorprendió el canturreo. El muchacho lleno de vergüenza no volvió a cantar; pero el padre –Juan Lucas, indio tzeltal de Bachajón- se había adueñado del secreto de su hijo. Ella también era de Bachajón; pequeña, redondita y suave. Día con día, cuando iba por el agua al riachuelo, pasaba frente al portalillo de Juan Lucas... Ahí un joven sentado ante una vasija de barro crudo, un cántaro redondo y botijón, al que nunca daban fin aquellas manos diestras e incansables... Sabe Dios cómo, una mañanita chocaron dos miradas. No hubo ni chispa, ni llama, ni incendio después de aquel tope, que apenas si pudo hacer palpitar las alas del petirrojo anidado entre las ramas del granjeno que crecía en el solar. Sin embargo, desde entonces ella acortaba sus pasos frente a la casa del alfarero y de ganchete arriesgaba una mirada de urgidas timideces. Él, por su parte, suspendía un momento su labor, alzaba los ojos y abrazaba con ellos la silueta que se iba en pos del sendero, hasta perderse en el follaje que bordea el río. Fue una tarde refulgente, cuando el padre –Juan Lucas, indio tzeltal de Bachajón- hizo a un lado el torno en que moldeaba una pieza... Siguió con la suya la mirada de su muchacho, hasta llegar al sitio en que éste la hacía clavado... Ella, el fin, el designio, al sentir sobre sí los ojos penetrantes del viejo, quedó petrificada en medio de la vereda. La cabeza cayó sobre el pecho, ocultando el rubor que ardía en sus mejillas. -¿Ésa es? –preguntó en seco el anciano a su hijo. - Sí – respondió el muchacho, y escondió su desconcierto en la reanudación de la tarea. El “Prencipal”, un indio viejo, venerable de años e imponente de prestigios, escuchó solícito la demanda de Juan Lucas: -El hombre joven, como el viejo, necesitan la compañera, que para el uno es flor perfumada y, para el otro, bordón... Mi hijo ya ha puesto sus ojos en una. - Cumplamos la ley de Dios y démosle goce al muchacho como tú y yo, Juan Lucas, lo tuvimos un día... ¡Tú dirás lo que se hace! - Quiero que pidas a la niña para mi hijo. - Ése es mi deber como “Prencipal”... Vamos, ya te sigo, Juan Lucas. Frente a la casa de la elegida, Juan Lucas, cargando con una libra de chocolate, varios manojos de cigarrillos de hoja, un tercio de leña y otro de “ocote”, aguarda, en compañía del “¨Prencipal” de Bachajón, que los moradores del jacal ocurran a la llamada que han hecho sobre la puerta. A poco, la etiqueta indígena todo lo satura:

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-Ave María Purísima del Refugio –dice una voz que sale por entre las rendijas del jacal. -Sin pecado original concebida –responde el “Prencipal”. La puertecilla se abre. Gruñe un perro. Una nube de humo atisogante recibe a los recién llegados que pasan al interior; llevan sus sombreros en la mano y caravanean a diestro y siniestro. Al fondo de la choza, la niña motivo del ceremonial acontecimiento echa tortillas. Su cara, enrojecida por el calor del fuego, disimula su turbación a medias, porque está inquieta como tórtola recién enjaulada; pero acaba por tranquilizarse frente al destino que de tan buena voluntad le están aparejando los viejos. Cerca de la puerta el padre de ella, Mateo Bautista, mira impenetrable a los recién llegados. Bibiana Petra, su mujer, gorda y saludable, no esconde el gozo y señala a los visitantes dos piedras para que se sienten. -¿Sabes a lo que venimos? –pregunta por fórmula el “Prencipal”. -No –contesta mintiendo descaradamente Mateo Bautista-. Pero de todas maneras mi pobre casa se mira alegre con la visita de ustedes. -Pues bien, Mateo Bautista, aquí nuestro vecino y prójimo Juan Lucas pide a tu niña para que le caliente el tapexco a su hijo. -No es mala la respuesta... pero yo quiero que mi buen prójimo Juan Lucas no se arrepienta algún día: mi muchachita es haragana, es terca y es tonta de su cabeza... Prietilla y chata, pues no le debe nada a la hermosura... No sé, la verdad, qué le han visto... -Yo tampoco –tercia Juan Lucas- he tenido inteligencia para hacer a mi hijo digno de suerte buena... Es necio al querer cortar para él una florecita tan fresca y olorosa. Pero la verdad es que al pobre se le ha calentado la mollera y mi deber de padres es, pues... En un rincón de la casucha Bibiana Petra sonríe ante el buen cariz que toman las cosas: habrá boda, así se lo indica con toda claridad la vehemencia de los padres para desprestigiar a sus mutuos retoños. -Es que la decencia no deja a ustedes ver nada bueno en sus hijos... La juventud es noble cuando se le ha guiado con prudencia –dice el “Prencipal”, recitando algo que ha repetido muchas veces en actos semejantes. La niña, echada sobre el metate, escucha; ella es la ficha gorda que se juega en aquel torneo de palabras y, sin embargo, no tiene derecho ni siquiera a mirar frente a frente a ninguno de los que en él intervienen. -Mira, vecino y buen prójimo –agrega Juan Lucas-, acepta estos presentes que en prueba de buena fe yo te oferto. Y Mateo Bautista, con gran dignidad, remuele las frases de rigor en casos tan particulares. -No es buena crianza, prójimo, recibir regalos en casa cuando por primera vez nos son ofrecidos, tú lo sabes... Vaya con Dios. Los visitantes se ponen en pie. El dueño de la casa ha besado la mano del “Prencipal” y abrazado tiernamente a su vecino Juan Lucas. Los dos últimos salen cargados con los presentes que la exigente etiqueta tzeltal impidió aceptar al buen Mateo Bautista. La vieja Bibiana Petra está rebosante de gusto: el primer acto ha salido a maravillas. La muchacha levanta con el dorso de su mano el mechón de pelo que ha caído sobre su frente y se da prisa para acabar de tortear el almud de masa que se amontona a un lado del comal. Mateo Bautista, silencioso, se ha sentado en cuclillas a la puerta de su choza. -Bibiana –ordena-, tráeme un trago de guaro. La rojiza mujer obedece y pone en manos de su marido un jarro de aguardiente. Él empieza a beber despacio, saboreando los sorbos. A la semana siguiente la entrevista se repite. En aquella ocasión, visitantes y visitado deben beber mucho guaro y así lo hacen... Mas la petición reiterada no se acepta y vuélvense a rechazar los presentes, enriquecidos ahora con jabones de olor,

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marquetas de panela y un saco de sal. Los hombres hablan poco esta vez; es que las palabras pierden su elocuencia frente al protocolo indoblegable. La niña ha dejado de ir por agua por al río –así lo establece el ritual consuetudinario-, pero el muchacho no descansa sus manos sabias en palpitaciones sobre la redondez sugerente de las vasijas. Durante la tercera visita, Mateo Bautista ha de sucumbir con elegancia... Y así sucede: entonces acepta los regalos con un gesto displicente, a pesar de que ellos han aumentado con un “enredo” de lana, un “huipil” bordado con flores y mariposas de seda, aretes, gargantilla de alambre y una argolla nupcial, presentes todos del novio a la novia. Se habla de fechas y de padrinos. Todo lo arreglan los viejos con el mejor tacto. La niña sigue martajando maíz en el metate, su cara encendida ante el impío rescoldo está inmutable; escucha en silencio los planes, sin darse por ello descanso: muele tortea, tortea y muele de la mañana a la noche. El día está cercano. Bibiana Petra y su hija han pasado la noche en vela. A la “molienda de la boda” han concurrido las vecinas, que rodean a la prometida, obligada por su condición de moler y tortear la media arroba de maíz y los cientos de tortillas que se consumirán en el comelitón nupcial. En grandes cazuelas hierve el “mole negro”. Mateo Bautista ha llegado con dos garrafones de guaro, y la casa, barrida y regada, espera el arribo de la comitiva del novio. Ya están aquí. Él y ella se miran por primera vez a corta distancia. La muchacha sonríe modosa y pusilánime; él se pone grave y baja la cabeza, mientras rasca el piso con su guarache chirriante de puro nuevo. El “Prencipal” se ha plantado en medio del jacal. Bibiana Petra riega pétalos de rosa sobre el piso. La chirimía atruena, mientras los invitados invaden el recinto. Ahora la pareja se ha arrodillado humildemente a los pies del “Prencipal”. La concurrencia los rodea. El “Prencipal” habla de derechos para el hombre y de sumisiones para la mujer... de órdenes de él y de acatamientos por parte de ella. Hace que los novios se tomen de manos y reza con ellos el padrenuestro... La desposada se pone en pie y va hacia su suegro –Juan Lucas, indio tzeltal de Bachajón- y besa sus plantas. Él la alza con comedimiento y dignidad y la entrega a su hijo. Y, por fin, entra en acción Bibiana Petra... su papel es corto, pero interesante. -Es tu mujer –dice con solemnidad al yerno-... cuando quieras, puedes llevarla a tu casa para que te caliente el tapexco. Entonces el joven responde con la frase consagrada: -Bueno, madre, tú lo quieres... La pareja sale lenta y humilde. Ella va tras él como una corderilla. Bibiana Petra, ya fuera del protocolo, llora enternecida, a la vez que dice: -Va contenta la muchacha... Muy contenta va mi hija, porque es el día más feliz de su vida. Nuestros hombres nunca sabrán lo sabroso que nos sabes a las mujeres cambiar de metate... Al torcer el vallado espinudo, él toma entre sus dedos el regordete meñique de ella, mientras escuchan, bobos, el trino de un jilguero.

Responde a lo siguiente: 1. ¿Qué es el noviazgo? 2. ¿Qué diferencias encuentras entre esa comunidad indígena y la nuestra? 3. Explica si los jóvenes esposos podrán ser felices.

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Cosmopolitismo. Se da en la segunda mitad del siglo XX. Sus escritores viven en las grandes ciudades, conocen otras partes del mundo y están al tanto de los movimientos literarios. Su preocupación es la estética, la psicología y la filosofía.

El cosmopolitismo está integrado por: • Literatura existencial y urbana. • Literatura intelectual y fantástica. • Realismo mágico.

Literatura Existencial y Urbana.

a) En esta literatura se presenta la situación angustiosa del hombre moderno, donde se siente inútil y solo en plena ciudad.

b) Fecha: se da en la segunda mitad del siglo XX. c) Tema: la incomunicación, la angustia. d) Características:

- Un vacío existencial. - El peso de la vida urbana. - La incapacidad de sentir. - La ausencia de Dios. - La responsabilidad del hombre de decidir su vida.

e) Autores: Eduardo Mallea, Julio Cortázar, Mario Benedetti.

LA NOCHE DE LOS FEOS Mario Benedetti

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Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia. Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos llenos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro. Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; así fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos –de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas. Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendedura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

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Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aún en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca, bien formada. Era la oreja de su lado normal. Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro, y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente. La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó. La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, posecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés, pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculo mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo. Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo. “¿Qué está pensando?”, pregunté. Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma. “Un lugar común”, dijo. “Tal para cual”. Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo. “Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?” “Sí”, dijo, todavía mirándome. “Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida.” “Sí”. Por primera vez no pudo sostener mi mirada. “Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad ¿sabe? de que usted y yo lleguemos a algo.” “¿Algo como qué? “Como queremos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad.” Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas. “Prométame no tomarme por un chiflado.” “Prometo.” “La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?” “No.” “¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?” Se sonrojó, y la hendedura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.

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“Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca.” Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.

“Vamos”, dijo.

2 No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse. Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron. En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso. Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad, mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas. Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba, de mi marca siniestra. Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y decorrí la cortina doble. Literatura Intelectual y Fantástica.

a) Es una mezcla de fantasía y realidad que provoca angustia, temor,

desconcierto. b) Fecha: se da en la segunda mitad del siglo XX. c) Tema: sueños, alucinaciones y locuras. d) Características:

- Confusión entre realidad y fantasía. - Elementos filosóficos. - Seres fantásticos. - Escritura críptica.

e) Autores: Jorge Luis Borges, Juan José Arreola, Julio Cortázar.

EJERCICIO 10 Responde a lo siguiente. 1. ¿Qué es la fealdad? 2. Explica cómo son interiormente los personajes del cuento. 3. De los tres posibles finales ¿a cuál corresponderá este cuento y por qué?

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LOS DOS REYES Y LOS DOS LABERINTOS

Jorge Luis Borges

uentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan perplejo y sutil que los

varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía un laberinto mejor y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaldes y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: “¡Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso.” Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con Aquel que no muere. Realismo mágico.

a) El realismo mágico conjuga dos notas principales, por un lado hunde sus raíces en el plano de lo real, de lo cotidiano, pero lo mezcla con lo insólito, lo maravilloso.

b) Fecha: se da en la segunda mitad del siglo XX. c) Tema: la vida cotidiana. d) Características:

- Descripción de sus hechos inverosímiles. - El rompimiento de las leyes físicas. - Descripción exagerada de los eventos y características de los

personajes. - Influencia bíblica y de mitología griega.

e) Autores: Gabriel García Márquez, Juan Rulfo.

C

EJERCICIO 11

Responde a lo siguiente. 1. ¿Cuál es el tema? 2. ¿Qué es un laberinto? 3. ¿Por qué el rey de Babilonia mandó construir un laberinto?

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UN SEÑOR MUY VIEJO CON UNAS ALAS ENORMES Gabriel García Márquez

Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos al mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era causa de la pestilencia. El mundo estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio. Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas. Asustado por aquella pesadilla, Pelayo corrió en busca de Elisenda, su mujer, que estaba poniéndole compresas al niño enfermo, y la llevó hasta el fondo del patio. Ambos observaron el cuerpo caído con un callado estupor. Estaba vestido como un trapero. Le quedaban apenas unas hilachas descoloridas en el cráneo pelado y muy pocos dientes en la boca, y su lastimosa condición de bisabuelo ensopado lo había desprovisto de toda grandeza. Sus alas de gallinazo grande, sucias y medio desplumadas, estaban encalladas para siempre en el lodazal. Tanto lo observaron, y con tanta atención, que Pelayo y Elisenda se sobrepusieron muy pronto del asombro y acabaron por encontrarlo familiar. Entonces se atrevieron a hablarle, y él les contestó en un dialecto incomprensible pero con una buena voz de navegante. Fue así como pasaron por alto el inconveniente de las alas, y concluyeron con muy buen juicio que era un náufrago solitario de alguna nave extranjera abatida por el temporal. Sin embargo, llamaron para que lo viera a una vecina que sabía todas las cosas de la vida y la muerte, y a ella le bastó con una mirada para sacarlos del error. Es un ángel –les dijo-. Seguro que venía por el niño, pero el pobre está tan viejo que lo ha tumbado la lluvia. Al día siguiente todo el mundo sabía que en casa de Pelayo tenían cautivo un ángel de carne y hueso. Contra el criterio de la vecina sabia, para quien los ángeles de estos tiempos eran sobrevivientes fugitivos de una conspiración celestial, no habían tenido corazón para matarlo a palos. Pelayo estuvo vigilándolo toda la tarde desde la cocina, armado con un garrote de alguacil, y antes de acostarse lo sacó a rastras del lodazal y lo encerró con las gallinas en el gallinero alumbrado. A media noche, cuando terminó la lluvia, Pelayo y Elisenda seguían matando cangrejos. Poco después el niño despertó sin fiebre y con deseos de comer. Entonces se sintieron magnánimos y decidieron poner al ángel en una balsa con agua dulce y provisiones para tres días, y abandonarlo a su suerte en altamar. Pero cuando salieron al patio con las primeras luces, encontraron a todo el vecindario frente al gallinero, retozando con el ángel sin la menor devoción y echándole cosas de comer por los huecos de las alambradas, como si no fuera una criatura sobrenatural sino un animal de circo. El padre Gonzaga llegó antes de las siete alarmado por la desproporción de la noticia. A esa hora ya habían acudido curiosos menos frívolos que los del amanecer, y habían hecho toda clase de conjeturas sobre el porvenir del cautivo. Los más simples pensaban que sería nombrado alcalde del mundo. Otros, de espíritu más áspero, suponían que sería ascendido a general de cinco estrellas para que ganara todas las guerras. Algunos visionarios esperaban que fuera conservado como semental para implantar en la tierra una estirpe de hombres alados y sabios que se hicieran cargo del Universo. Pero el padre Gonzaga, antes de ser cura, había sido leñador macizo. Asomado a las alambradas repasó un instante su catecismo, y todavía pidió que le abrieran la puerta para examinar

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de cerca de aquel varón de lástima que más parecía una enorme gallina decrépita entre las gallinas absortas. Estaba echado en un rincón, secándose al sol las alas extendidas, entre las cáscaras de fruta y las sobras de desayunos que le habían tirado los madrugadores. Ajeno a las impertinencias del mundo, apenas si levantó sus ojos de anticuario y murmuró algo en su dialecto cuando el padre Gonzaga entró en el gallinero y le dio los buenos días en latín. El párroco tuvo la primera sospecha de impostura al comprobar que no entendía la lengua de Dios ni sabía saludar a sus ministros. Luego observó que visto de cerca resultaba demasiado humano: tenía un insoportable olor de intemperie, el revés de las alas sembrado de algas parasitarias y las plumas mayores maltratadas por vientos terrestres, y nada de su naturaleza miserable estaba de acuerdo con la egregia dignidad de los ángeles. Entonces abandonó el gallinero, y con un breve sermón previno a los curiosos contra los riesgos de la ingenuidad. Les recordó que el demonio tenía la mala costumbre de recurrir a artificios de carnaval para confundir a los incautos. Argumentó que si las alas no eran el elemento esencial para determinar las diferencias entre un gavilán y un aeroplano, mucho menos podían serlo para reconocer a los ángeles. Sin embargo, prometió escribir una carta a su obispo, para que éste escribiera otra al Sumo Pontífice, de modo que el veredicto final viniera de los tribunales más altos. Su prudencia cayó en corazones estériles. La noticia del ángel cautivo se divulgó con tanta rapidez, que al cabo de pocas horas había en el patio un alboroto de mercado, y tuvieron que llevar la tropa con bayonetas para espantar el tumulto que ya estaba a punto de tumbar la casa. Elisenda, con el espinazo torcido de tanto barrer basura de feria, tuvo entonces la buena idea de tapiar el patio y cobrar cinco centavos por la entrada para ver al ángel. Vinieron curiosos hasta de la Martinica. Vino una feria ambulante con un acróbata volador, que pasó zumbando varias veces por encima de la muchedumbre, pero nadie le hizo caso porque sus alas no eran de ángel sino de murciélago sideral. Vinieron en busca de salud los enfermos más desdichados del Caribe: una pobre mujer que desde niña estaba contando los latidos de su corazón y ya no le alcanzaban los números, un jamaicano que no podía dormir porque lo atormentaba el ruido de las estrellas, un sonámbulo que se levantaba de noche a deshacer dormido las cosas que había hecho despierto, y muchos otros de menor gravedad. En medio de aquel desorden de naufragio que hacía temblar la tierra, Pelayo y Elisenda estaban felices de cansancio, porque en menos de una semana atiborraron de plata los dormitorios, y todavía la fila de peregrinos que esperaban su turno para entrar llegaba hasta el otro lado del horizonte. El ángel era el único que no participaba de su propio acontecimiento. El tiempo se le iba buscando acomodo en su nido prestado, aturdido por el calor de infierno de las lámparas de aceite y las velas de sacrificio que le arrimaban a las alambradas. Al principio trataron de que comiera cristales de alcanfor, que, de acuerdo con la sabiduría de la vecina sabia, era el alimento específico de los ángeles. Pero él los despreciaba, como despreció sin probarlos los almuerzos papales que le llevaban los penitentes, y nunca se supo si fue por ángel o por viejo que terminó comiendo nada más que papillas de berenjena. Su única virtud sobrenatural parecía ser la paciencia. Sobre todo en los primeros tiempos, cuando le picoteaban las gallinas en busca de los parásitos estelares que proliferaban en sus alas, y los baldados le arrancaban plumas para tocarse con ellas sus defectos, y hasta los más piadosos le tiraban piedras tratando de que se levantara para verlo de cuerpo entero. La única vez que consiguieron alterarlo fue cuando le abrasaron el costado con un hierro de marcar novillos, porque llevaba tantas horas de estar inmóvil que lo creyeron muerto. Despertó sobresaltado, despotricando en lengua hermética y con los ojos en lágrimas, y dio un par de aletazos que provocaron un remolino de estiércol de gallinero y polvo lunar, y un ventarrón de pánico que no parecía de este mundo. Aunque

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muchos creyeron que su reacción no había sido de rabia sino de dolor, desde entonces se cuidaron de no molestarlo, porque la mayoría entendió que su pasividad no era la de un héroe en uso de buen retiro sino la de un cataclismo en reposo. El padre Gonzaga se enfrentó a la frivolidad de la muchedumbre con fórmulas de inspiración doméstica, mientras le llegaba un juicio terminante sobre la naturaleza del cautivo. Pero el correo de Roma había perdido la noción de la urgencia. El tiempo se les iba en averiguar si el convicto tenía ombligo, si su dialecto tenía algo que ver con el arameo, si podía caber muchas veces en la punta de un alfiler, o si no sería simplemente un noruego con alas. Aquellas cartas de parsimonia habrían ido y venido hasta el fin de los siglos, si un acontecimiento providencial no hubiera puesto término a las tribulaciones del párroco. Sucedió que por esos días, entre muchas otras atracciones de las ferias errantes del Caribe, llevaron al pueblo el espectáculo triste de la mujer que se había convertido en araña por desobedecer a sus padres. La entrada para verla no sólo costaba menos que la entrada para ver al ángel, sino que permitían hacerle toda clase de preguntas sobre su absurda condición, y examinarla al derecho y al revés, de modo que nadie pusiera en duda la verdad del horror. Era una tarántula espantosa del tamaño de un carnero y con la cabeza de una doncella triste. Pero lo más desgarrador no era su figura de disparate, sino la sincera aflicción con que contaba los pormenores de su desgracia: siendo casi una niña se había escapado de la casa de sus padres para ir a un baile, y cuando regresaba por el bosque después de haber bailado toda la noche sin permiso, un trueno pavoroso abrió el cielo en dos mitades, y por aquella grieta salió el relámpago de azufre que la convirtió en araña. Su único alimento eran las bolitas de carne molida que las almas caritativas quisieran echarle en la boca. Semejante espectáculo, cargado de tanta verdad humana y de tan temible escarmiento, tenía que derrotar sin proponérselo al de un ángel despectivo que apenas si se dignaba mirar a los mortales. Además los escasos milagros que se le atribuían al ángel revelaban un cierto desorden mental, como el del ciego que no recobró la visión pero le salieron tres dientes nuevos, y el del paralítico que no pudo andar pero estuvo a punto de ganarse la lotería, y el del leproso a quien le nacieron girasoles en las heridas. Aquellos milagros de consolación que más bien parecían entretenimientos de burla, habían quebrantado ya la reputación del ángel cuando la mujer convertida en araña terminó de aniquilarla. Fue así como el padre Gonzaga se curó para siempre del insomnio, y el patio de Pelayo volvió a quedar tan solitario como en los tiempos en que llovió tres días y los cangrejos caminaban por los dormitorios. Los dueños de la casa no tuvieron nada que lamentar. Con el dinero recaudado construyeron una mansión de dos plantas, con balcones y jardines, y con sardineles muy altos para que no se metieran los cangrejos del invierno, y con barras de hierro en las ventanas para que no se metieran los ángeles. Pelayo estableció además un criadero de conejos muy cerca del pueblo y renunció para siempre a su mal empleo de alguacil, y Elisenda se compró unas zapatillas satinadas de tacones altos y muchos vestidos de seda tornasol, de los que usaban las señoras más codiciadas en los domingos de aquellos tiempos. El gallinero fue lo único que no mereció atención. Si alguna vez lo lavaron con creolina y quemaron las lágrimas de mirra en su interior, no fue por hacerle honor al ángel, sino por conjurar la pestilencia de muladar que ya andaba como un fantasma por todas partes y estaba volviendo vieja la casa nueva. Al principio, cuando el niño aprendió a caminar, se cuidaron de que no estuviera cerca del gallinero. Pero luego se fueron olvidando del temor y acostumbrándose a la peste, y antes de que el niño mudara los dientes se había metido a jugar dentro del gallinero, cuyas alambradas podridas se caían a pedazos. El ángel no fue menos displicente con él que con el resto de los mortales, pero soportaba las infamias más ingeniosas con una mansedumbre de perro sin ilusiones. Ambos

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contrajeron la varicela al mismo tiempo. El médico que atendió al niño no resistió la tentación de auscultar al ángel, y encontró tantos soplos en el corazón y tantos ruidos en los riñones, que no le pareció posible que estuviera vivo. Lo que más le asombró, sin embargo, fue la lógica de sus alas. Resultaban tan naturales en aquel organismo completamente humano, que no podía entender por qué no las tenían también los otros hombres. Cuando el niño fue a la escuela, hacía mucho tiempo que el sol y la lluvia habían desbaratado el gallinero. El ángel andaba arrastrándose por acá y por allá como un moribundo sin dueño. Lo sacaban a escobazos de un dormitorio y un momento después lo encontraban en la cocina. Parecía estar en tantos lugares al mismo tiempo, que llegaron a pensar que se desdoblaba, que se repetía a sí mismo por toda la casa, y la exasperada Elisenda gritaba fuera de quicio que era una desgracia vivir en aquel infierno lleno de ángeles. Apenas si podía comer, sus ojos de anticuario se le habían vuelto tan turbios que andaba tropezando con los horcones, y ya no le quedaban sino las cánulas peladas de las últimas plumas. Pelayo le echó encima una manta y le hizo la caridad de dejarlo dormir en el cobertizo, y sólo entonces advirtieron que pasaba la noche con calenturas delirantes en trabalenguas de noruego viejo. Fue esa una de las pocas veces en que se alarmaron, porque pensaban que se iba a morir, y ni siquiera la vecina sabia había podido decirles qué se hacía con los ángeles muertos. Sin embargo, no sólo sobrevivió a su peor invierno, sino que pareció mejor con los primeros soles. Se quedó inmóvil muchos días en el rincón más apartado del patio, donde nadie lo viera, y a principios de diciembre empezaron a nacerle en las alas unas plumas grandes y duras, plumas de pajarraco viejo, que más bien parecían un nuevo percance de la decrepitud. Pero él debía conocer la razón de estos cambios, porque se cuidaba muy bien de que nadie los notara, y de que nadie oyera las canciones de navegantes que a veces cantaba bajo las estrellas. Una mañana, Elisenda estaba cortando rebanadas de cebolla para el almuerzo, cuando un viento que parecía de alta mar se metió en la cocina. Entonces se asomó por la ventana, y sorprendió al ángel en las primeras tentativas del vuelo. Eran tan torpes, que abrió con las uñas un surco de arado en las hortalizas y estuvo a punto de desbaratar el cobertizo con aquellos aletazos indignos que resbalaban en la luz y no encontraban asidero en el aire. Pero logró ganar altura. Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio pasar por encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier modo con un azaroso aleteo de buitre senil. Siguió viéndolo hasta cuando acabó de cortar la cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pudiera ver, porque entonces ya no era un estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el horizonte del mar.

Responde a lo siguiente. 1. ¿Qué es un ángel? 2. Escribe los hechos sobrenaturales que se narran en el cuento. 3. ¿Por qué recomendarías o no la lectura de este cuento?

EJERCICIO 12

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2.3.4. Ciencia ficción. Este tipo de literatura alcanza su apogeo en el siglo XX y se da fundamentalmente en los países con la tecnología más avanzada.

a) Es una rama de la fantasía que utiliza una atmósfera de credibilidad basándose en la ciencia y hasta en la filosofía.

b) Fecha: siglo XX. c) Tema: los adelantos científicos. d) Características:

- La deshumanización. - Seres híbridos: parte humana y parte máquina. - Ubicación de los hechos en un tiempo y espacio distante. - Humanoides, androides. - Influencia de la tecnología en las relaciones humanas.

e) Autores: Ray Bradbury e Isaac Asimov.

EL MARCIANO Ray Bradbury

Las MONTAÑAS AZULES se alzaban en la lluvia y la lluvia caía en los largos canales, y el viejo La Farge y su mujer se asomaron a la puerta. -La primera lluvia de la estación –señaló La Farge. -Qué bien –dijo la mujer. -Bienvenida, de veras. Entraron en la casa y se calentaron las manos junto al fuego. Se estremecieron. A lo lejos, a través de la ventana, vieron que la lluvia centelleaba en los costados del cohete que los había traído de la Tierra. -Sólo falta una cosa –dijo La Farge mirándose las manos. -¿Qué? –preguntó su mujer. -Me gustaría haber traído a Tom con nosotros. -Oh, por favor, Lafe. -Sí, no empezaré otra vez. Perdona. -Hemos venido a disfrutar en paz de nuestra vejez, no a pensar en Tom. Murió hace tanto tiempo. Tratemos de olvidarlo. Olvidemos la Tierra. La Farge se calentó otra vez las manos, con los ojos fijos en el fuego. -Tienes razón. No volveré a hablar de eso. Pero echo de menos aquellos domingos, cuando íbamos en automóvil a Green Lawn Park, a poner unas flores en su tumba. Era casi nuestra única salida. La lluvia azul caía suavemente sobre la casa. A las nueve se acostaron, y tomados de la mano, él con sus cincuenta y cinco años y ella con sus sesenta, se quedaron inmóviles, tranquilos, en la lluviosa oscuridad. -¿Anna? –llamó La Farge suavemente. -¿Qué? -¿Has oído algo? Los dos escucharon la lluvia y el viento. -Nada –dijo ella. -Alguien silbaba. -No lo he oído. -De todos modos voy a ver.

La Farge se levantó, se puso una bata, atravesó la casa y llegó a la puerta de calle. Le abrió titubeando, y la lluvia fría le cayó en la cara. En la puerta del patio había una figura.

TAREA 12

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Un rayo agrietó el cielo; una ola de color blanco iluminó un rostro que miraba fijamente a La Farge. -¿Quién está ahí? –preguntó el viejo La Farge temblando. No hubo respuesta. -¿Quién es? ¿Qué quiere? Silencio. La Farge se sintió débil, cansado, entumecido. -¿Quién es usted? Su mujer se le acercó y lo tomó de un brazo. -¿Por qué gritas? -Hay un chico ahí afuera y no me contesta –dijo La Farge, estremeciéndose-. Se parece a Tom. -Ven a acostarte, estás soñando. -¡Pero mira, ahí está! Y La Farge abrió un poco más la puerta para que también ella pudiera ver. Soplaba un viento frío y la lluvia fina caía sobre el patio, y la figura, inmóvil, los miraba con ojos distantes. La vieja se adelantó hacia el umbral. -¡Váyase, váyase! –gritó agitando una mano. -¿No se parece a Tom? –le preguntó su marido. La figura no se movió. -Tengo miedo –dijo la vieja-. Cierra la puerta con llave y ven a la cama. Deja eso, déjalo. Y se fue, gimiendo, hacia el dormitorio. El viejo se quedó, y el viento le mojó las manos con una lluvia fría. -Tom – llamó La Farge en voz baja-. Tom, si eres tú, si por un azar eres tú, no voy a cerrar del todo. Si sientes frío, entre más tarde y acuéstate junto a la chimenea; hay allí unas alfombras de piel. Cerró la puerta, pero sin echar el cerrojo. La mujer sintió que La Farge se metía en la cama y se estremeció. -Qué noche horrible. Me siento tan vieja –dijo sollozando. -Bueno, bueno –la calmó su marido abrazándola-. Duerme. Al cabo de un rato la mujer se durmió. Y La Farge oyó que la puerta se abría lentamente, dejaba entrar la lluvia y el viento, y se cerraba otra vez. Luego oyó unos pasos que se acercaban a la chimenea, y una respiración muy suave. -Tom –dijo. Un rayo estalló en el cielo y abrió en dos la oscuridad. A la mañana siguiente, el sol calentaba. El señor La Farge abrió la puesta de la sala y miró rápidamente alrededor. No había nadie sobre la alfombra. La Farge suspiró: -Estoy envejeciendo. Salía de la casa hacia el canal, en busca de un balde de agua clara, cuando casi lo tiró al suelo a Tom, que ya traía un balde lleno. -Buenos días, papá. El viejo se apartó. -Buenos días, Tom. El chico, descalzo, cruzó de prisa la habitación, dejó el balde en el suelo y se volvió sonriendo. -¡Qué día más hermosos! -Sí –dijo el viejo, estupefacto. El chico actuaba con naturalidad. Se inclinó sobre el balde y comenzó a lavarse la cara. El viejo dio un paso adelante. -Tom, ¿cómo viniste aquí? ¿Estás vivo?

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El chico alzó la mirada. -¿No debería estarlo? -Pero, Tom… Green Lawn Park todos los domingos, las flores y… La Farge tuvo que sentarse. El chico se le acercó y le tomó la mano. La mano de Tom era cálida y firme. -¿Estás realmente aquí? ¿No es un sueño? -¿Tú quieres que esté aquí, no? –preguntó el niño. Parecía preocupado. -Sí, sí, Tom. -Entonces, ¿por qué me preguntas? Acéptame… -Pero tu madre… la impresión… -No te preocupes. Estuve a vuestro lado, cantando, toda la noche, y me aceptaréis, especialmente ella. Espera a que venga y lo verás. Tom se echó a reír sacudiendo la cabeza de rizado pelo cobrizo. Tenía ojos muy azules y claros. La madre salió del dormitorio recogiéndose el pelo. -Buenos días. Lafe, Tom. ¡Qué hermoso día! Tom se volvió, riéndose, hacia su padre. -¿Ves? Almorzaron muy bien, los tres, a la sombra, detrás de la casa. La señora La Farge descubrió una vieja botella de vino de girasol, que había apartado en otro tiempo, y todos bebieron un poco. Su marido nunca la había visto tan contenta. Si Tom la preocupaba, no lo demostró. Para ella era algo completamente natural. La Farge comenzó a pensar también que era natural. Mientras su mujer lavaba los platos, La Farge se inclinó hacia su hijo y le preguntó confidencialmente: -¿Cuántos años tienes, hijo? -¿No lo sabes? Catorce, por supuesto. -¿Quién eres, realmente? No puedes ser Tom. Pero eres alguien. ¿Quién? El chico, atemorizado, se llevó las manos a la cara. -¡No me lo preguntes! -Puedes decírmelo. Lo comprenderé. Eres un marciano ¿no es cierto? He oído algunas historias acerca de los marcianos, pero nada definido. Dicen que son muy raros y que cuando andan entre nosotros parecen terrestres. Hay algo en ti… Eres Tom y no eres Tom. -¿Por qué no me aceptas y callas? –gritó el chico. Ocultaba el rostro entre las manos-. No dudes, por favor, ¡no dudes de mí! Se levantó de la mesa y echó a correr. -¡Tom, ven! El chico corrió a lo largo del canal, hacia el pueblo lejano. -¿A dónde va Tom? –preguntó Anna volviendo a la mesa para llevarse el resto de los platos. Miró atentamente a su marido-. ¿Le has dicho algo desagradable? -Anna –dijo el señor La Farge tomándole una mano-. Anna, ¿te acuerdas de Green lawn Park, del mercado, de Tom enfermo de neumonía? La mujer se echó a reír. -¿Qué dices? -No importa –contestó La Farge en voz baja. A lo lejos, a orillas del canal, las nubes de polvo levantadas por Tom en su carrera se desvanecían lentamente. Tom volvió a las cinco de la tarde, a la puesta del sol. Miró indeciso a su padre. -¿Me vas a preguntar algo? -Nada de preguntas –dijo La Farge. -¡Magnífico! –exclamó el chico con una sonrisa de felicidad. -¿Dónde has estado? -Cerca del pueblo. Casi no vuelvo. He estado a punto de caer en una… -el chico buscaba la palabra exacta- en una trampa. -¿Cómo en una trampa?

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-Pasaba al lado de una casita de chapas de cinc, cerca del canal, y de pronto creí que no volvería a veros. No sé cómo explicártelo, no encuentro cómo, ni siquiera yo mismo lo sé. Es raro, pero prefiero no hablar de eso. -No hablemos entonces. Lávate las manos, es hora de cenar. El chico corrió a lavarse. Unos diez minutos más tarde, una lancha se acercó por la serena superficie de las aguas. Un hombre alto y flaco, de pelo negro, la impulsaba con una pértiga, moviendo lentamente los brazos. -Buenas tardes, Saúl. ¿Qué se cuenta por ahí? -Esta noche, muchas cosas. ¿Conoce usted a una tal Momland que vive al borde del canal en una casa de chapas? La Farge se enderezó. -Sí. -Se dijo que salió de la Tierra porque había matado a un hombre. Saúl se apoyó en su pértiga mojada y miró a La Farge. -¿Recuerda el nombre del muerto? -Gillings, ¿no? -Sí, Gillings. Pus bien, hace unas dos horas Momland llegó al pueblo gritando que Gillings estaba vivo, aquí, en Marte, esta misma tarde. Momland quería esconderse en la cárcel, pero no lo dejaron. Volvió a su casa y veinte minutos después se pegó un tiro. Vengo ahora de allí. -Qué barbaridad –exclamó La Farge. -Ocurren unas cosas… -dijo Saúl-. En fin, buenas noches, La Farge. -Buenas noches. La lancha se alejó por las serenas aguas del canal. -La cena está lista –llamó la mujer. El señor La Farge se sentó a la mesa y cuchillo en mano miró a Tom. -Tom, ¿qué has hecho esta tarde? -Nada –contestó Tom con la boca llena-. ¿Por qué? -Quería saberlo, nada más –dijo el viejo poniéndose la servilleta. A las siete, aquella misma noche, la vieja dijo que quería ir al pueblo. -Hace tres meses que no voy. Tom se negó. -El pueblo me da miedo –dijo-. La gente. No quiero ir. -Pero cómo, un grandullón como tú diciendo esas cosas. Vendrás con nosotros. Está decidido –dijo Anna. -Anna, si el chico no quiere… -comenzó el viejo. Pero era inútil discutir. Anna los empujó a la lancha y remontaron el canal bajo las estrellas nocturnas. Tom estaba tendido de espaldas, con los ojos cerrados; era imposible saber si dormía o no. El viejo lo miraba fijamente. ¿Qué ser es éste, pensaba, tan necesitado de cariño como nosotros? ¿Quién es? ¿Y cómo, saliendo de la soledad, se acerca a gentes extrañas y asumiendo la voz y la cara del recuerdo se queda al fin entre nosotros, aceptado y feliz? ¿De qué montaña procede, de qué caverna, de qué raza viva aún cuando los cohetes llegaron de la Tierra? El viejo meneó la cabeza. Era imposible saberlo. Por ahora aquello era Tom. El viejo miró con aprensión del pueblo lejano, y pensó otra vez en Tom y en Anna. Quizá nos equivoquemos al retener a Tom, se dijo a sí mismo, pues esto no durará mucho y sólo nos dejará preocupaciones y penas, pero cómo renunciar a lo que hemos deseado tanto aunque se quede sólo un día y aunque luego el vacío sea más vacío, y las noches oscuras sean más oscuras y las noches lluviosas más húmedas. Quitarnos esto sería como quitarnos la comida de la boca. Y miró al chico que dormitaba pacíficamente en el fondo de la lancha. El chico se quejó, como en una pesadilla.

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-La gente. Cambiar y cambiar. La trampa. -Calma, calma –dijo La Farge acariciándole el pelo rizado. Tom se calló. La Farge ayudó a su mujer y a su hijo a salir de la lancha. -¡Aquí estamos! Anna sonrió a las luces, escuchó la música de los bares, los pianos, los gramófonos, observó a la gente que paseaba tomada del brazo por las calles animadas. -Quiero volver a casa –dijo Tom. -Antes no hablabas así –replicó la madre-. Siempre te gustaron las noches de los sábados en el pueblo. -No te apartes de mí –le susurró Tom a La Farge-. No quiero caer en una trampa. Anna alcanzó a oírlo. -¡Deja de decir esas cosas! Vamos. La Farge advirtió que Tom le había tomado la mano. -Aquí estoy, Tom –dijo apretando la mano del chico. Miró a la muchedumbre que iba y venía y sintió, también, cierta inquietud-. No nos quedaremos mucho tiempo. -No digas tonterías, no nos iremos antes de las once –dijo Anna. Cruzaron una calle y tropezaron con tres borrachos. Hubo un momento de confusión, una separación, una media vuelta, y La Farge miró consternado a su alrededor. Tom no estaba con ellos. -¿Dónde ha ido? –preguntó Anna irritada-. Aprovecha todas las ocasiones para escaparse. ¡Tom! El señor La Farge corrió entre la muchedumbre, pero Tom había desaparecido. -Ya volverá. Lo encontraremos en la lancha cuando nos vayamos –afirmó Anna, guiando a su marido hacia el cinematógrafo. De pronto, algo se agitó en la muchedumbre, y un hombre y una mujer pasaron corriendo junto a La Farge. La Farge los reconoció. Eran Joe Spaulding y su mujer. Antes que pudiera hablarles, ya habían desaparecido. Sin dejar de mirar ansiosamente hacia la calle, compró las entradas y entró de mala gana en la poco acogedora oscuridad. A las once, Tom no estaba en el embarcadero. La señora La Farge empalideció. -No te preocupes. Yo lo encontraré. Espera aquí –le dijo su marido. -Date prisa –dijo Anna desde la lancha. Su voz murió en la superficie rizada del agua. La Farge caminó por las calles nocturnas, con las manos en los bolsillos. Las luces se iban apagando, una a una. Algunas personas se asomaban todavía a las ventanas, pues la noche era calurosa; sin embargo en el cielo se veían aún unas nubes de tormenta, dispersas entre las estrellas. Mientras caminaba, La Farge pensaba en el chico, en sus constantes alusiones a una trampa, en su temor a las muchedumbres y a las ciudades. Esto no tiene sentido, reflexionó con cansancio. Tal vez el chico se ha ido para siempre, tal vez no ha existido nunca. La Farge dobló por una determinada callejuela, observando los números. -Hola, La Farge. Un hombre estaba sentado en un umbral, fumando una pipa. -Hola, Mike. -¿Ha peleado con su mujer? ¿Está calmándose con una caminata? -No, paseo nada más. -Parece que se le hubiera perdido algo. A propósito. Esta noche encontraron a alguien. ¿Conoce usted a Joe Sapaulding? ¿Se acuerda de su hija Lavinia? -Sí.

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La Farge se sintió traspasado de frío. Todo era como un sueño repetido. Ya sabía qué palabras vendrían ahora. -Lavinia volvió a su casa esta noche –dijo Mike, y arrojó una bocanada de humo-. ¿Recuerda usted que se perdió hace aproximadamente un mes en los fondos del mar muerto? Encontraron un cadáver que podría ser el suyo y desde entonces la familia Spaulding vivió trastornada. Spaulding iba de un lado a otro diciendo que Lavinia no había muerto, que aquel cadáver no era el de su hija. Parece que tenía razón. Lavinia apareció esta noche. La Farge respiraba fatigosamente. El corazón le saltaba en el pecho. -¿Dónde? –preguntó. -En la calle principal. Los Spaulding estaban comprando entradas para una función y de pronto vieron a Lavinia entre la gente. Qué impresión la de ellos, imagínese. Al principio Lavinia no los reconoció; pero la siguieron calle abajo y le hablaron entonces ella recobró la memoria. -¿Usted la ha visto? -No, pero la he oído cantar. ¿Recuerda con qué gracia cantaba Las bonitas orillas del lago Lomond? La oí hace un rato allá en la casa, gorjeando para su padre. Es muy agradable oírla. Una muchacha encantadora. Era lamentable que se hubiera muerto. Ahora que ha regresado, todo es distinto. Pero oiga, usted no está muy bien. Entre y le serviré un whisky… -No, gracias, Mike. La Farge siguió su camino. Oyó que Mike le daba las buenas noches y no contestó. Tenía la mirada fija en una casa de dos pisos, con un techo de cristal donde serpenteaba una planta marciana de flores rojas. En la parte trasera de la casa, sobre el jardín, había un balcón de hierro. Las ventanas estaban iluminadas. Era muy tarde, y La Farge pensaba: ¿cómo se sentirá Anna si no vuelvo con Tom? ¿Cómo recibirá este segundo golpe, esta segunda muerte? ¿Se acordará de la primera y a la vez de este sueño y de esta desaparición repentina? Oh, Dios, tengo que encontrar a Tom, ¿o qué va a ser de Anna? Pobre Anna, me está esperando en el embarcadero. Se detuvo y levantó la cabeza. En alguna parte, allá arriba, unas voces daban las buenas noches a otras voces muy dulces. Las puertas se abrían y cerraban, se apagaban las luces y se oía un canto suave. Un momento después una hermosa muchacha, de no más diecisiete años, se asomó al balcón. La Farge la llamó a través del viento que comenzaba a levantarse. La muchacha se volvió y miró hacia abajo. -¿Quién está ahí? -Yo –dijo el viejo La Farge, y notando que esta respuesta era tonta y rara, se calló y los labios se le movieron en silencio. ¿Qué podía decir? ¿”Tom, hijo mío, soy tu padre”? ¿Cómo le hablaría? La muchacha pensaría que estaba loco y llamaría a la familia. La figura se inclinó hacia delante, asomándose al viento y la luz. -Sé quién es usted –dijo suavemente-. Todo es inútil. -¡Tienes que volver! –Las palabras le escaparon a La Farge. La figura iluminada por la luz de la luna se retiró a la sombra, donde no tenía identidad, donde o era más que una voz. -Ya no soy su hijo. No debíamos haber venido al pueblo. -¡Anna espera en el embarcadero! -Lo siento –dijo la voz dulcemente-. Pero, ¿qué puedo hacer? Soy feliz aquí; me quieren tanto como ustedes. Soy lo que soy y tomo lo que puedo. Ahora es demasiado tarde. Me han atrapado. -Pero, y Anna… Piensa qué golpe será para ella. -Los pensamientos son demasiado fuertes en esta casa; es como estar en la cárcel. No puedo cambiar otra vez.

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-Eres Tom, eras Tom, ¿verdad? ¡No estarás bromeando con un viejo! ¡No serás realmente Lavinia Spaulding! -No soy nadie; soy solamente yo mismo. Dondequiera que esté soy algo, y ahora soy algo que usted no puede impedir. -No estás seguro en el pueblo. Estarás mejor en el canal, donde nadie puede hacerte daño –suplicó el viejo. -Es cierto. –La voz titubeó.- Pero he de pensar en ellos. ¿Qué sentirían mañana al despertar cuando vieran que me fui de nuevo, y esta vez para siempre? Además, la madre sabe lo que soy; lo ha adivinado como usted. Creo que todos lo adivinaron, aunque no me hicieron preguntas. A la providencia no se le hacen preguntas. Cuando no se puede tener la realidad, bastan los sueños. No soy quizá la muchacha muerte, pero soy algo casi mejor, el ideal que ellos se imaginado. Tendría que elegir entre dos víctimas: ellos o su mujer. -Ellos son cinco, lo soportarían mejor que nosotros. -¡Por favor! –dijo la voz-. Estoy cansado. La voz del viejo se endureció. -Tienes que venir. No puedo permitir que Anna sufra otra vez. Eres nuestro hijo. Eres mi hijo, y nos perteneces. La sombra tembló. -¡No, por favor! -No perteneces a esta casa ni a esta gente. -No. No. -Tom. Tom, hijo mío, óyeme. Vuelve. Baja por la parra. Ven, Anna te espera; tendrás un hogar, y todo lo que quieras. El viejo alzaba los ojos esperando el milagro. Las sombras se movieron, la parra crujió levemente. Y al fin dijo la voz: -Bueno, papá. -¡Tom! La luz de las lunas iluminó la ágil figura de un niño que se deslizaba por la parra. La Farge le abrió los brazos. Una habitación se iluminó arriba, y en una ventana enrejada dijo una voz: -¿Quién anda ahí abajo? -Date prisa, hijo mío. Más luces, más voces: -¡Alto o hago fuego! ¿No te ha pasado nada, Vinny? El ruido de unos pasos precipitados. El viejo y el chico corrieron por el jardín. Sonó un disparo. La bala dio en la pared en el momento en que el viejo y el chico cerraban el portón. -Tom, vete por ahí. Yo iré por aquí para despistarlos. Corre al canal. Allí estaré dentro de diez minutos. Se separaron. La luna se ocultó detrás de una nube. El viejo corrió en la oscuridad. -Anna, ¡aquí estoy! La vieja, temblando, lo ayudó a saltar a la lancha. -¿Dónde está Tom? -Llegará en seguida –jadeó La Farge. Se volvieron y miraron las calles del pueblo dormido. Aún había alguna gente: un policía, un sereno, el piloto de un cohete, varios hombres solitarios que regresaban de alguna cita nocturna, dos parejas que salían de un bar riéndose. Una música sonaba débilmente en alguna parte. -¿Por qué no viene? –preguntó la vieja. -Ya vendrá, ya vendrá.

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Pero La Farge estaba inquieto. ¿Y si el niño hubiera sido atrapado otra vez, de algún modo, en alguna parte, mientras corría hacia el embarcadero, por las calles de medianoche, entre las casas oscuras? Era un trayecto muy largo, aun para un chico. Sin embargo, tenía que haber llegado primero. Y entonces, lejos, en la avenida iluminada por las lunas alguien corrió. La Farge gritó y se calló enseguida, pues allá lejos, resonaron también unas voces y otros pasos apresurados. Las ventanas se iluminaron una a una. La figura solitaria cruzó rápidamente la plaza, acercándose al embarcadero. No era Tom; no era más que una forma que corría, una forma con un rostro de plata que resplandecía a la luz de las lámparas diseminadas por la plaza. Y a medida que se acercaba, la forma se hizo más y más familiar, y cuando llegó al embarcadero ya era Tom. Anna le tendió los brazos. La Farge se apresuró a desanudar las amarras. Pero ya era demasiado tarde. Un hombre, otro, una mujer, otros dos hombres y Spaulding aparecieron en la avenida y atravesaron velozmente la plaza silenciosa. Luego se detuvieron, perplejos. Miraron, asombrados, a su alrededor, como si quisieron volverse tras. Todo parecía ahora una pesadilla, una verdadera locura. Pero se acercaron, titubeando, deteniéndose y adelantándose. Era ya demasiado tarde. La noche, la aventura, todo había terminado. La Farge retorció la amarra entre los dedos. Se sintió desalentado y solo. La gente alzaba y bajaba los pies a la luz de la luna, acercándose rápidamente, con los ojos muy abiertos, hasta que todos, los diez, llegaron al embarcadero. Se detuvieron, lanzaron unas miradas aturdidas a la lancha, y gritaron. -¡No se mueva, La Farge! Spaulding tenía un arma. Todo era evidente ahora. Tom atraviesa rápidamente las calles iluminadas por las lunas, solo, cruzándose con la gente. Un policía describe la figura veloz. El policía gira sobre sí mismo, ve el rostro, pronuncia un nombre y corre en su persecución. ¡Alto! Había reconocido a un criminal. Y en todo el trayecto, la misma escena: hombres aquí, mujeres allá, serenos, pilotos de cohete. La fugitiva figura era todo para ellos, todas las identidades, todas las personas, todos los nombres. ¿Cuántos nombres diferentes se habían pronunciado en los últimos minutos? ¿Cuántas caras diferentes, ninguna verdadera, se habían formado en la cara de Tom? Y en todo el trayecto el perseguido y los perseguidores, el sueño y los soñadores, la presa y los perros de presa. En todo el trayecto la revelación repentina, el destello de unos ojos familiares, el sonido de un viejo nombre, los recuerdos lejanos, la muchedumbre cada vez mayor. Todos lanzándose hacia delante mientras, como una imagen reflejada en diez mil espejos, diez mil ojos, el sueño fugitivo viene y se va, con una cara distinta para todos, los que le preceden, los que vienen detrás, los que todavía no se han encontrado con él, los aún invisibles. Y ahora todos estaban allí, al lado de la lancha, reclamando sus sueños. Del mismo modo, pensó La Farge, nosotros queremos que sea Tom, y no Lavinia, no William, ni Roger, ni ningún otro. Pero todo ha terminado. Esto ha ido demasiado lejos. -¡Salgan todos de la lancha! –ordenó Spaulding. Tom saltó al embarcadero. Spaulding lo tomó de la muñeca. -Tú vienes a casa conmigo. Lo sé todo. -Espere –dijo el policía-. Es mío. Se llama Dexter. Se le busca por asesinato. -¡No! –sollozó una mujer-. Es mi marido. ¡Creo que puedo reconocer a mi marido! Otras voces se opusieron. El grupo se acercó. La señora La Farge cubrió a Tom con su cuerpo. -Es mi hijo. Nadie puede acusarlo. ¡Ya nos íbamos a casa!

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¡Ojo! Recuerda que debes resolver la autoevaluación y

los ejercicios de reforzamiento; esto te ayudará a

enriquecer los temas vistos en clase.

Tom. Mientras tanto, temblaba y se sacudía violentamente. Parecía enfermo. El grupo se cerró, exigiendo, alargando las manos, aferrándose a Tom. Tom gritó. Y ante los ojos de todos, comenzó a transformarse. Fue Tom, y James, y un tal Switchman, y un tal Butterfield; fue el alcalde del pueblo, y una muchacha, Judith; y un marido, William; y una esposa, Clarisse. Como una cera fundida, tomaba la forma de todos los pensamientos. La gente gritó y se acercó a él, suplicando. Tom chilló, estirando las manos, y el rostro se le deshizo muchas veces. -¡Tom! –gritó La Farge. -¡Alicia! –llamó alguien. -¡William! Le retorcieron las manos y lo arrastraron de un lado a otro, hasta que al fin, con un último grito de terror, Tom cayó al suelo. Quedó tendido sobre las piedras, como una cera fundida que se enfría lentamente, un rostro que era todos los rostros, un ojo azul, el otro amarillo; el pelo castaño, rojo, rubio, negro, una ceja espesa, la otra fina, una mano muy grande, la otra pequeña. Nadie se movió. Se llevaron las manos a la boca. Se agacharon junto a él. -Está muerto –dijo al fin una voz. Empezó a llover. La lluvia cayó sobre la gente, y todos alzaron los ojos. Lentamente, y después más de prisa, se volvieron, dieron unos pasos, y echaron a corres, dispersándose. Un minuto después, la plaza estaba abierta. Sólo quedaron el señor La Farge y su mujer, horrorizados, cabizbajos, tomados de la mano. La lluvia cayó sobre el rostro irreconocible. Anna comenzó a llorar en silencio. -Vamos a casa, Anna. Nada podemos hacer –dijo el viejo. Subieron a la lancha y se alejaron por el canal, en la oscuridad. Entraron en la casa, encendieron la chimenea y se calentaron las manos. Se acostaron, y juntos, helados y encogidos, escucharon la lluvia que caía otra vez sobre el techo. -¡Escucha! –dijo La Farge a medianoche-. ¿Has oído algo? -Nada, nada. -Voy a mirar, de todos modos. Atravesó a tientas el cuarto oscuro, y esperó algún tiempo al lado de la puerta de calle. Al fin la abrió y miró hacia fuera. La lluvia caía desde el cielo negro, sobre el patio desierto, sobre el canal y entre las montañas azules. La Farge esperó cinco minutos y después, suavemente, con las manos mojadas, entró en la casa, cerró la puerta, y echó el cerrojo.

EJERCICIO 13 Responde a lo siguiente. 1. ¿Cuál es el tema? 2. ¿Por qué es un cuento de ciencia ficción? 3. ¿Cómo era la vida de los esposos?

Page 93: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

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El cuento

INSTRUCCIONES: Investiga la biografía de los autores mencionados arriba y también la de los hermanos Grimm y de Augusto Monterroso.

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TAREA 1

Page 94: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Page 95: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

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El cuento

INSTRUCCIONES: Anota en tu cuaderno el título y el nombre del autor de la última obra que hayas leído y elabora una reseña. ______________________________________________________________________________________________

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¿Por qué recomendarías esta lectura?

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Turno_________________________________ Fecha _______________

TAREA 2

Page 96: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

96

Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Page 97: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

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El cuento

INSTRUCCIONES: Lee extraclase un cuento breve y presenta el análisis de acuerdo con las indicaciones de tu maestro. ______________________________________________________________________________________________

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Turno_________________________________ Fecha _______________

TAREA 3

Page 98: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Page 99: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

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El cuento

INSTRUCCIONES: Investiga y comenta en clase la biografía de Edgar Allan Poe. ______________________________________________________________________________________________

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Turno_________________________________ Fecha _______________

TAREA 4

Page 100: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Page 101: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

101

El cuento

INSTRUCCIONES: Investiga la biografía de Guy de Maupassant. ______________________________________________________________________________________________

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Turno_________________________________ Fecha _______________

TAREA 5

Page 102: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

102

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Page 103: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

103

El cuento

INSTRUCCIONES: Investiga la biografía de Juan Rulfo. ______________________________________________________________________________________________

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TAREA 6

Page 104: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

104

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Page 105: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

105

El cuento

INSTRUCCIONES: Investiga la biografía de Horacio Quiroga. ______________________________________________________________________________________________

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Turno_________________________________ Fecha _______________

TAREA 7

Page 106: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

106

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Page 107: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

107

El cuento

INSTRUCCIONES: Investiga la biografía de Francisco Rojas González. ______________________________________________________________________________________________

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TAREA 8

Page 108: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Page 109: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

109

El cuento

INSTRUCCIONES: Investiga la biografía de Mario Benedetti. ______________________________________________________________________________________________

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TAREA 9

Page 110: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Page 111: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

111

El cuento

INSTRUCCIONES: Investiga la biografía de Jorge Luis Borges. ______________________________________________________________________________________________

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TAREA 10

Page 112: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Page 113: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

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El cuento

INSTRUCCIONES: Investiga la biografía de Gabriel García Márquez. ______________________________________________________________________________________________

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Turno_________________________________ Fecha _______________

TAREA 11

Page 114: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Page 115: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

115

El cuento

INSTRUCCIONES: Investiga la biografía de Ray Bradbury. ______________________________________________________________________________________________

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TAREA 12

Page 116: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

Literatura 1

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Page 117: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

117

El cuento

INSTRUCCIONES: De acuerdo a lo visto en clase contesta los siguientes cuestionamientos, eligiendo la respuesta correcta, rellenando totalmente el círculo que corresponda: 1. ¿Qué características tiene el cuento?

Es mucha imaginación, debe de tener hadas. Es breve, con pocos personajes, trata un solo tema, tiene intensidad y es un hecho acabado. Son hechos reales y existe el determinismo. Son llevados al cine.

2. ¿Cuáles son los tipos de final de los cuentos?

Tristes, alegres y reflexivos. Flotante, detonante y tradicional. Misteriosos, terroríficos y sorpresivos. Lineal, no lineal y circular.

3. ¿Qué tipo de estructura puede tener un cuento?

Corta, larga y confusa. Enredosa, ilegible y fácil. Lineal, no lineal y circular. Sorpresiva, tediosa y amena.

4. El final explosivo o sorpresivo de un cuento es aquél que:

No se entiende. El lector no espera. Tiene continuación. Presenta opciones.

5. El tema de las obras literarias es:

El desenlace de los hechos. La parte más importante de la obra. La idea central que da unidad a la obra. Lo que inspiró al autor.

6. El narrador es quien:

Realiza las hazañas. No interviene en la obra. Narra los hechos de una obra. Siempre muere al final.

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AUTOEVALUACIÓN

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Literatura 1

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7. Según su importancia dentro de la obra, los personajes se caracterizan en:

Débiles, fuertes y héroes. Idealistas, materialistas y trágicos. Principales, secundarios y ambientales. Simbólicos, reales y fantásticos.

8. ¿Cómo se considera el personaje que aparece en las películas de acción?

Héroe. Intelectual. Inhumano. Altruista.

9. ¿Cómo definiríamos lo que es el ambiente físico en una obra?

Es el lugar donde mueren los personajes. Es el lugar donde se desarrollan los hechos. La montaña, el desierto y la selva. El calor, el frío y la humedad.

10. ¿Cómo se llaman las ideas que presentan juicios valorativos acerca de las acciones humanas?

Filosóficas. Éticas. Religiosas. Científicas.

11. ¿A qué corriente literaria corresponde el Realismo Mágico y la Literatura Intelectual y Fantástica.

Realismo. Romanticismo. Cosmopolitismo. Ciencia Ficción.

12. Ray Bradbury es representante de:

Cosmopolitismo. Realismo. Romanticismo. Ciencia Ficción.

Si todas tus respuestas fueron correctas: excelente, por lo que te invitamos a continuar con esa dedicación.

Si tienes de 10 a 11 aciertos, tu aprendizaje es bueno, pero es

necesario que nuevamente repases los temas.

Si contestaste correctamente 9 ó menos reactivos, tu aprendizaje es insuficiente, por lo que te recomendamos solicitar asesoría a tu profesor.

Consulta las claves de

respuestas en la página 221.

ESCALA DE MEDICIÓN DEL APRENDIZAJE

Page 119: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

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El cuento

INSTRUCCIONES: Lee los siguientes ejemplos de cuentos y analízalos de acuerdo al formato que se anexa al final. Coméntalos con tu maestro.

UNA NIÑA PERVERSA Jehanne Jean-Charles

sta tarde empujé a Arturo a la fuente. Cayó en ella y se puso a hacer gluglú con la boca, pero también gritaba y fue oído. Papá y mamá llegaron corriendo. Mamá lloraba porque creía que Arturo se había ahogado. Pero no era así. Ha venido el doctor. Arturo está ahora muy bien. Ha pedido pastel de

mermelada y mamá se lo ha dado. Sin embargo, eran las siete, casi la hora de acostarse, cuando pidió pastel, y a pesar de eso mamá se lo dio. Arturo estaba muy contento y orgulloso. Todo el mundo le hacía preguntas. Mamá le preguntó cómo había podido caerse, si se había resbalado, y Arturo ha dicho que sí, que se tropezó. Es gentil que haya dicho eso, pero yo sigo detestándolo y volveré a hacerlo a la primera ocasión. Por lo demás, si no ha dicho que lo empujé yo, quizá sea sencillamente porque sabe muy bien que a mamá la horrorizan las delaciones. El otro día, cuando le apreté el cuello con la cuerda de saltar y se fue a quejar con mamá diciendo: “Elena me ha hecho esto”, mamá le ha dado una terrible palmada y le ha dicho: “¡No vuelvas a hacer una cosa así!” Y cuando llegó papá ella se lo ha contado y papá también se puso furioso. Arturo se quedó sin postre. Por eso comprendió, y esta vez, como no ha dicho nada, le han dado pastel de mermelada. Me gusta enormemente el pastel de mermelada: se lo he pedido a mamá yo también, tres veces, pero ella ha puesto cara de no oírme. ¿Sospechará que yo fui la que empujó a Arturo? Antes, yo era buena con Arturo, porque mamá y papá me festejaban tanto como a él. Cuando él tenía un auto nuevo, yo tenía una muñeca, y no le hubieran dado pastel sin darme a mí. Pero desde hace un mes, papá y mamá han cambiado completamente conmigo. Todo es para Arturo. A cada momento le hacen regalos. Con esto no mejora su carácter. Siempre ha sido un poco caprichoso, pero ahora es detestable. Sin parar está pidiendo esto y lo otro. Y mamá cede casi siempre. A decir verdad, creo que en todo un mes sólo lo han regañado el día de la cuerda de saltar, y lo raro es que esta vez no era culpa suya. Me pregunto por qué papá y mamá, que me querían tanto, que han dejado de repente de interesarse en mí. Parece que ya no soy su niñita. Cuando beso a mamá, ella no sonríe. Papá tampoco. Cuando van a pasear, voy con ellos, pero continúan desinteresándose de mí. Puedo jugar junto a la fuente lo que yo quiera. Les da igual. Sólo Arturo es gentil conmigo de cuando en cuando, pero a veces se niega a jugar conmigo. Le pregunté el otro día por qué mamá se había vuelto así conmigo. Yo no quería hablarle del asunto, pero no pude evitarlo. Me ha mirado desde arriba, con ese aire burlón que toma adrede para hacerme rabiar, y me ha dicho que era porque mamá no quiere oír hablar de mí. Le dije que no era verdad. Él me dijo que sí, que había oído a mamá decirle eso a papá y que le había dicho: “No quiero oír hablar nunca de ella”. Ese fue el día que le apreté el cuello con la cuerda. Después de eso, yo estaba tan furiosa, a pesar de la palmada que él había recibido, que fui a su recámara y le dije que lo mataría. Esta tarde me ha dicho que mamá, papá y él iban a ir al mar, y que yo no iría. Se rio y me hizo muecas. Entonces lo empujé a la fuente.

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Ahora duerme y papá y mamá también. Dentro de un momento iré a su recámara y esta vez no tendrá tiempo de gritar, tengo la cuerda de saltar en las manos. Él la olvidó en el jardín y yo la tomé. Con esto, se verán obligados a ir al mar sin él. Y luego me iré a acostar sola, al fondo de ese maldito jardín, en esa horrible caja blanca donde me obligan a dormir desde hace un mes. Después de leer cuidadosamente el cuento anterior, completa la siguiente tabla.

ELEMENTOS DE ANÁLISIS TÍTULO AUTOR

1. Tema

2. Historia o argumento

3. Narrador

4. Personajes

5. Estructura

6. Tipo de final

7. Ambiente físico

8. Ambiente ético

9. Nivel de contenido

Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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El cuento

INSTRUCCIONES: Lee los siguientes ejemplos de cuentos y analízalos de acuerdo al formato que se anexa al final. Coméntalos con tu maestro.

EL CLIS DEL SOL Manuel González Zeledon

No es cuento, es una historia que sale de mi pluma como ha ido brotando de los labios de ñor Cornelio Cacheda, que es un buen amigo de tantos como tengo por esos campos de Dios. Me la refirió hará cinco meses y tanto me sorprendió la maravilla que juzgo una acción criminal el no comunicarla para que los sabios y los observadores estudien el caso con el detenimiento que se merece. Podría tal vez entrar en un análisis serio del asunto, pero me reservo para cuando haya oído las opiniones de mis lectores. Va, pues, monda y lironda, la consabida maravilla. Ñor Cornelio vino a verme y trajo consigo un par de niñas de dos años y medio de edad, nacidas de una sola "camada" como él dice, llamadas María de los Dolores y María del Pilar, ambas rubias como una espiga, blancas y rosadas como durazno maduro y lindas como si fueran "imágenes", según la expresión de ñor Cornelio. Contrastaban notablemente la belleza infantil de las gemelas con la sincera incorrección de los rasgos fisionómicos de ñor Cornelio, feo si los hay, moreno subido y tosco hasta lo sucio de las uñas y lo rajado de los talones. Naturalmente se me ocurrió en el acto preguntarle por el progenitor feliz de aquel par de boquirrubias. El viejo se chilló de orgullo, retorció la jetaza de pejibaye rayado, se limpió las babas con el revés de la peluda mano y contestó: -¡Pos yo soy el tata, mas que sea feo el decilo! ¡No se parecen a yo, pero es que la mama no es tan pior, y pal gran poder de mi Dios no hay nada imposible! -Pero dígame, ñor Cornelio, ¿su mujer es rubia, o alguno de los abuelos era así como las chiquitas? -No, ñor; en toda la familia no ha habido ninguna gata ni canelo; todos hemos sido acholaos. -Y entonces, ¿cómo se explica usted que las niñas hayan nacido con ese pelo y esos colores? El viejo soltó una estrepitosa carcajada, se enjarró y me lanzó una mirada de soberano desdén. -¿De qué se ríe, ñor Cornelio? -¿Pos no había de rirme, don Magón, cuando veo que un probe inorante como yo, un campiruso pión, sabe más que un hombre como usté, que todos dicen que es tan sabido, tan leído y que hasta hace leyes onde el Presidente con los menistros? -A ver, explíqueme eso. -Hora verá lo que jue. Ñor Cornelio sacó de las alforjas un buen pedazo de sobado, dio un trozo a cada chiquilla, arrimó un taburete, en el que se dejó caer satisfecho de su próximo triunfo, se sonó estrepitosamente las narices, tapando cada una de las ventanas con el índice respectivo y soplando con violencia por la otra, restregó con la planta de la pataza derecha limpiando el piso, se enjugó con el revés de la chaqueta y principió su explicación en estos términos: -“Usté sabe que hora en marzo hizo tres años que hubo un clis de sol, en que se oscureció el sol en todo el medio; bueno, pues, como unos veinte días antes Lina, mi mujer, salió habelitada de esas chiquillas. Dende ese entonce, le cogió un desasosiego tan grande, aquello era cajeta; no había cómo atajala, se salía de la casa de día y de noche, siempre ispiando pal cielo; se iba al solar, a la quebrada, al charralillo del cerco, y siempre con aquel capricho y aquel mal que no había descanso ni más remedio que dejala a gusto. Ella siempre había sido siempre muy antojada en todos los partos. Vea, cuando nació el mayor jue lo mesmo; con que una noche me dispertó tarde de la noche y m'izo ir a buscarle cojoyos de cirgüelo macho. Pior era que juera a nacer la criatura con la boca abierta. Le truje los cojoyos; en después jueron otros antojos, pero

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Turno_________________________________ Fecha _______________

EJERCICIO DE REFORZAMIENTO 2

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Literatura 1

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nunca la llegué a ver tan desasosegada como con estas chiquitas. Pos hora vería, como le iba diciendo, le cogió por ver pal cielo día y noche, y el día del clis de sol, que estaba yo en el breñalillo del cerco dende buena mañana. ”Pa no cansalo con el cuento, así siguió hasta que nacieron las muchachitas estas. No le niego que a yo se mi hizo cuesta arriba el velas tan canelas y tan gatas, pero dende entonces parece que hubieran traído la bendición de Dios. La mestra me las quiere y les cuese la ropa, el Político les da sus cincos, el Cura me las pide pa paralas con naguas de puros linoses y antejuelas en el altar pal Corpus, y pa los días de la Semana Santa, las sacan en la procesión arrimadas al Nazareno y al Santo Sepulcro; pa la Nochebuena, las mudan con muy bonitos vestidos y las ponen en el portal junto a las Tres Divinas. Y todos los costos son de bolsa de los mantenedores, y siempre les dan su medio escudo, gu bien su papel de a peso, gu otra buena regalía. ¡Bendito sea mi Dios que las jue a sacar pa su servicio de un tata tan feo como yo!... Lina hasta que está culeca con sus chiquillas y dionde que aguanta que no se las alabanceen. Ya ha tenido sus buenos pleitos con curtidas del vecinduario por las malvadas gatas.” Interrumpí a ñor Cornelio, temeroso de que el panegírico no tuviera fin y lo hice volver al carril abandonado. -Bien, ¿pero idiái? -Idiái qué ¿Pos no ve que jue por ber ispiao la mama el clis de sol por lo que son canelas? ¿Usté no sabía eso? -No lo sabía, y me sorprende que usted lo hubiera adivinado sin tener ninguna instrucción. -Pa qué engañalo, don Magón. Yo no juí el que adevinó el busiles. ¿Usté conoce a un mestro italiano que hizo la torre de la iglesia de la villa? ¿Un hombre gato, pelo colorao, muy blanco y muy macizo que come en casa dende hace cuatro años? -No, ñor Cornelio. -Pos él jue el que me explicó la cosa del clis de sol. Después de leer cuidadosamente el cuento anterior, completa la siguiente tabla.

ELEMENTOS DE ANÁLISIS

TÍTULO

AUTOR

1. Tema

2. Historia o argumento

3. Narrador

4. Personajes

5. Estructura

6. Tipo de final

7. Ambiente físico

8. Ambiente ético

9. Nivel de contenido

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El cuento

INSTRUCCIONES: Lee los siguientes ejemplos de cuentos y analízalos de acuerdo al formato que se anexa al final. Coméntalos con tu maestro.

LA BISABUELA Ray Bradbury

Era una mujer con una escoba o un palo de basura o un estropajo o una cuchara de revolver en la mano. Se la veía mientras cortaba un pastel en la mañana, tarareando o sacando el pastel del horno al medio día, o metiéndolo al atardecer en la despensa. Movía las tintineantes tazas de porcelana como un campanero suizo. Se deslizaba por los pasillos con la regularidad de una aspiradora eléctrica, buscando, encontrando, y ordenando. Todas las ventanas eran espejos, que recogía el sol. Entraba dos veces por lo menos en cualquier jardín, con el rastrillo en la mano y cuando ella pasaba las flores alzaban los dedos temblorosos al aire cálido. Dormía serenamente, y no daba más de tres vueltas en la noche, tan abandonada como un guante blanco que una mano pronto daría vuelta al alba. Al despertar tocaba a la gente como si fuesen cuadros enderezándolos en la pared. Pero ¿ahora? - Abuela –decían todos- bisabuela. Ahora era como si se obtuvieses al fin el total de una enorme suma. La bisabuela había rellenado pavos, pollos, pichones, caballeros y muchachos. Había lavado techos, muros, inválidos y niños. Había extendido linóleos, reparado bicicletas, curado relojes, atizado hornos, vertido yodo en diez mil lastimaduras. Sus manos habían flotado alrededor, arriba y abajo, apaciguando esto, sosteniendo esto otro, arrojando pelotas sacudiendo mazos de croquet, sembrando en la tierra negra, o cubriendo budines, guisos y niños somnolientos. Había bajado persianas, encendiendo velas, movido llaves... y envejecido. Treinta billones de cosas empezadas, llevadas adelante, terminadas y concluidas. Y ahora todo se sumaba, se escribía el total, se colocaba el decimal último, el último cero. Y ahora, también, tiza en mano, ella retrocedía alejándose de la vida, en una hora silenciosa, antes de tomar el borrador. - Veamos ahora dijo la bisabuela-. Veamos... Sin ruido ni alboroto, recorrió la casa en un interminable inventario en espiral, y llegó al fin a las escaleras, y sin anunciarlo especialmente subió hasta su cuarto donde se acostó como la huella de un fósil entre las frescas sábanas nevadas, y empezó a morir. Otra vez las voces: - ¡Abuela! ¡Bisabuela! El rumor descendió por el pozo de la escalera, golpeó el piso, se extendió en ondas por los cuartos, salió por ventanas y puertas, corrió por la calle de olmos hasta la cañada verde. -Acercaos, ¡aquí! La familia rodeó la cama. -Dejadme descansar –murmuró la Abuela. La enfermedad no podía descubrirse con un microscopio; era un cansancio suave, pero creciente. Sentía que el cuerpo de gorrión le pesaba cada vez más; somnoliento, más somnoliento, muy somnoliento. En cuanto a sus hijos y a los hijos de sus hijos... parecía imposible que un acto semejante, tan simple, el más despreocupado, despertara tantas aprensiones. -Bisabuela, escucha lo que haces no es mejor que romper un contrato. Sin ti, esta casa se derrumbará. ¡Debes darnos por lo menos un año de aviso! La bisabuela abrió un ojo. Noventa años miraban en calma a sus médicos como un fantasma de polvo, desde la alta ventana de una cúpula, en una casa que se vacía rápidamente. -¿Tom?

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EJERCICIO DE REFORZAMIENTO 3

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Literatura 1

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El chico fue enviado, solo a la cama susurrante. -Tom –dijo la anciana débilmente desde muy lejos-, en los mares del sur los hombres saben un día que es tiempo de estrechar las manos de los amigos y decir adiós, y embarcarse. Así lo hacen, y es natural, es la hora. Así es hoy. Yo soy muy parecida a ti, cuando te quedas en el cine los sábados, desde la tarde hasta las ocho o las nueve, y hay que enviar a tu padre para que te traiga a casa. Pero Tom, cuando los mismos cowboys empiezan a disparar contra los mismos indios en las mismas montañas, entonces es mejor levantarse y marcharse, sin arrepentirse ni darse vuelta. Así me voy, mientras soy feliz y no me he aburrido. Douglas fue citado luego. - Abuela, ¿quién arreglará el techo la primavera próxima? Todos los meses de abril, desde que había calendarios, uno creía oír un pájaro carpintero en el techo de la casa. Pero no, era la bisabuela que transportada allí de algún modo, cantaba martillando clavos, reemplazando tejas, ¡muy alto en el cielo! -Douglas, no dejes que nadie arregle las tejas si el trabajo no lo divierte. -No, abuela. -Cuando llegue abril, pregunta: ¿Quién quiere arreglar el techo? Y si una cara se ilumina, ésa es la indicada, Douglas. Pues desde ese techo puedes ver el pueblo entero que va hacia el campo, y el campo que va hacia el borde de la tierra, y el río que canta, y el lago matinal, y los pájaros en los árboles debajo de ti, y lo mejor del viento a tu alrededor. Cualquiera de estas cosas basta para que alguien quiera subir al techo algún amanecer de primavera. Es una hora maravillosa, si se le da una oportunidad... La voz de la anciana bajó hasta ser un suave aleteo. Doublas se echó a llorar. La abuela se incorporó otra vez. -Vamos, ¿por qué lloras? -Porque mañana no estarás aquí –dijo Douglas. La anciana volvió un espejito de mano hacia el niño. Douglas vio su propia cara y la de ella en el espejo, y luego miró otra vez a la bisabuela que decía: -Mañana a la mañana me levantaré a las siete y me lavaré detrás de las orejas. Iré a la iglesia con Charlie Woodman, y a un picnic en el Electric Park. Nadaré, correré descalzo, me caeré de los árboles, masticaré goma de menta... ¡Douglas, que barbaridad! ¿Te cortas las uñas, no es cierto? -Sí, abuela. -Y no lloras cada siete años, cuando tu cuerpo deja las células muertas y añade otras nuevas a los dedos y el corazón. ¿No te importa, no es cierto? -No, abuela. -Bueno, piénsalo, muchacho. El hombre que no se corta las uñas es un loco. ¿Has visto alguna serpiente que no quiera abandonar la vieja piel? Todo lo que hay en esta cama es uñas y piel de serpiente. Si respiro con fuerza, me desharé en copos. Lo importante no es el yo que está aquí acostado, sino el yo sentado al borde de la cama, y que me mira, el yo que está abajo preparando la cena, o en el garaje bajo el coche, o en la biblioteca, leyendo. Lo que cuenta son las partes nuevas. Yo no muero realmente. Nadie con una familia muere realmente. Se queda alrededor. Durante mil años a partir de hoy todo un pueblo de mis descendientes morderá manzanas caídas a la sombra de un gomero. ¡Esa es mi respuesta a las preguntas importantes! Rápido, que vengan los otros. Al fin desfiló toda la familia, como gente que habla con alguien que espera el tren en la estación. -Bueno –dijo la abuela-, aquí estoy. No soy humilde, y me gusta veros alrededor de la cama. La semana próxima habrá que hacer algunos trabajos en el jardín, y limpiar, los armarios, y comprar algunas ropas para los niños. Y como la parte mía que se llama bisabuela, por conveniencia, no estará aquí, esas otras partes mías llamadas tío Bert y Leo y Tom y Douglas, y todos los otros nombres tendrán que encargarse de eso. -Sí, abuela. -No quiero ninguna reunión aquí mañana. No quiero que nadie diga dulzuras de mí. Yo lo he dicho todo a su hora. He probado todos los platos y he bailado todos los bailes; ahora he aquí una tarta que no he mordido, una canción que no he silbado. Pero no tengo miedo. Soy verdaderamente curiosa. La muerte no meterá ningún mendrugo en mi boca que yo no saboree con cuidado. Así que no os preocupéis. Ahora, marchaos todos, y dejadme morir... En alguna parte una puerta se cerró silenciosamente. -Así es mejor.

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El cuento

Sola, la abuela se tendió cómodamente en la cálida playa de nieve de hilo y lana, de sábanas, y mantas, y los colores de la colcha eran tan brillantes como los banderines de los viejos circos. Acostada allí, se sintió pequeña y secreta como esas mañanas de ochenta raros años atrás, cuando, al despertarse, acomodaba los huesos tiernos en la cama. Hace muchos años, pensó, tuve un sueño y disfrutaba de él realmente cuando alguien me despertó. Ese día nací. ¿Y ahora? Ahora, veamos... Lanzó su mente hacia atrás. ¿Dónde estaba? Noventa años... ¿Cómo tomar el hilo de aquel sueño perdido? Extendió una manita. Allí... Sí, eso era. Sonrió. Volvió la cabeza sobre la almohada hundiéndose más en la cálida duna de nieve. Así era un mar que se mueve a lo largo de una costa interminable y siempre fresca. Dejó ahora que el viejo sueño la rozara y la levantara de la nieve, y la hiciese flotar sobre la cama ya apenas recordaba. -Esta bien –suspiró la bisabuela mientras el sueño la llevaba flotando-. Como todo en esta vida, es lo adecuado. Y el mar la llevó otra vez a lo largo de la costa. Después de leer cuidadosamente el cuento anterior, completa la siguiente tabla.

ELEMENTOS DE ANÁLISIS TÍTULO AUTOR

1. Tema

2. Historia o argumento

3. Narrador

4. Personajes

5. Estructura

6. Tipo de final

7. Ambiente físico

8. Ambiente ético

9. Nivel de contenido

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Literatura 1

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Page 127: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

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El cuento

INSTRUCCIONES: Lee los siguientes ejemplos de cuentos y analízalos de acuerdo al formato que se anexa al final. Coméntalos con tu maestro.

LA CICATRIZ Marco Denevi

Hacia fines del cuatrocientos, en los alrededores de Alba (cuando Alba era todavía libre y no pertenecía ni a los duques de Milán ni a los marqueses de Monferrato), un muchachito de doce años, entonces llamado Giambattista Crispi, vio pasar una columna de soldados al mando de un condotiero. Escondido entre los matorrales, el muchachito admiró los trajes, las plumas, las armas, los estandartes, las gualdrapas, los arneses. Pero lo que más admiró fue la larga cicatriz que el condotiero lucía en su rostro. La cicatriz era larga y temblona, de un color rojo púrpura, y nacía en el párpado derecho para morir en el centro del mentón, después de atravesar, como un río lento, la llanura de la mejilla. El condotiero cabalgaba medio adormilado, la vista perdida en la torva cavilación y en el ensueño. Pero la cicatriz miraba por él, hablaba por él, lo volvía despierto y terrible. La cicatriz avanzaba por el camino como una bandera de guerra, atronaba la tarde como la deflagración de la pólvora, como una fanfarria de bronces marciales. La cicatriz pasaba, y todos los demás rostros parecían palidecer, como bajo la luz del sol en un eclipse. Hasta que el cortejo se perdía en la bruma y el polvo. Giambattista Crispi permaneció largo rato inmóvil en su escondite. Pensaba en el condotiero y en su cicatriz. Una cicatriz como aquella aseguraba (o al menos prometía) el temerosos respeto de los demás, la impunidad y la fama. Giambattista era flaco, débil y cobarde. Pensó que ostentar una cicatriz como la del condotiero lo defendería más que una armadura, lo vestiría de pies a cabeza con el hierro y el cuero de los héroes. Pensó que si él pudiese lucir una cicatriz igual infundiría, en los granujas que lo perseguían y lo atormentaban, el mismo pasmo de admiración que el condotiero le había infundido. Desapareció de su casa y de Alba por cierto tiempo. Cuando volvió, una cicatriz idéntica a la del condotiero (pero nadie en la ciudad lo sabía) le desfiguraba el rostro, lo precedía y lo seguía como un aullido. Las gentes lo miraban y se apartaban. Los que lo habían vejado se escondían. Giambattista se transformó en un mancebo levantisco. Treinta años más tarde se hacía llamar Giambattista d’Alba, de apodo el Impunito, y era condotiero de Adriano VII, como antes lo había sido el duque Sforza, como antes de Pier Paolo Cruscalini, señor de Volterra; como antes del podesfá de Alba. A menudo el Impunito, cuando al frente de sus mercenarios atravesaba ciudades y villorrios, sentía el silencio del pavor que lo flaqueaba. A sus espaldas la gentuza bisbiseaba: “Eses es Giambattista d’Alba; ése es el Impunito”, y lo señalaban con el dedo. Los soldados, orgullosos de su jefe, se sonreían fanfarronamente. Él, con secreto regocijo, con secreta angustia, se decía que todo se lo se lo debía a su feroz cicatriz; pero que si el engaño era descubierto, lo aguardaba un destino onimoso, las befas, el desprecio, quizá la muerte a manos de su propia soldadesca. A ratos experimentaba la tentación de espiar hacia uno u otro costado y ver si entre la turba de mirones o escondido detrás de un árbol algún débil muchachito lo estudiaba. Entonces, lo habría llamado, le habría revelado, sin que nadie lo oyese, la verdad de la mentira de su cicatriz, le habría dicho: “Ve, hazte tatuar una cicatriz como la mía y estarás a salvo”. Pero enseguida se arrepentía y seguía adelante sin volver la cabeza, porque no podía defraudar a ese muchachito, si en verdad existía y estaba allí observándolo, porque él debía ser para el muchachito la misma figura implacable y abismal, que no condesciende ni siquiera una mirada de soslayo, que el condotiero había sido para él, hacía mucho tiempo, en los alrededores de Alba. En 1527 se enfrentaron, en Valdinero, los ejércitos de Adriano VII y del emperador. Las fuerzas papistas estaban al mando del impunito. Eran superiores en número y más avezadas que las imperiales. Sin embargo, fueron vencidas. Se dice que lo que desconcertó a los soldados del Papa fue la increíble conducta del jefe, quien, sin oponer la menor resistencia, se dejó matar por un oscuro condotiero enemigo,

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un viejo que a la sazón contaba más de setenta años. Adriano VII, rabioso, atribuyó el hecho a una brujería, en tanto que los partidarios del emperador escupieron sobre el nombre de un cobarde, lo que, frente a los antecedentes del Impunito, pareció una bravata injuriosa. Quizá nosotros podamos conjeturar la verdad. El condotiero y Giambattista Crispi se encontraron, se miraron. Cicatrices idénticas refulgían en sus rostros. Pero el condotiero debió de comprender en seguida que aquellas dos cicatrices no podían ser reales, que una tenía que ser falsa, la copia de la verdadera. O habrá sido el Impunito el que sintió la vergüenza de esa confrontación, el que entendió que su valor, como su cicatriz, podía engañar a los demás, pero no podía engañar al condotiero. Y, convertido otra vez en un muchachito débil y pusilánime, se habrá dejado matar por el único hombre que podía matarlo. Después de leer cuidadosamente el cuento anterior, completa la siguiente tabla.

ELEMENTOS DE ANÁLISIS TÍTULO AUTOR

1. Tema

2. Historia o argumento

3. Narrador

4. Personajes

5. Estructura

6. Tipo de final

7. Ambiente físico

8. Ambiente ético

9. Nivel de contenido

Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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Page 129: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

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El cuento

INSTRUCCIONES: Lee los siguientes ejemplos de cuentos y analízalos de acuerdo al formato que se anexa al final. Coméntalos con tu maestro.

ENCUENTRO NOCTURNO Ray Bradbury

Antes de subir hacia las colinas azules, Tomás Gómez se detuvo en la solitaria estación de gasolina. - Aquí se sentirá usted bastante solo - le dijo al viejo. El viejo pasó un trapo por el parabrisas de la camioneta. - No me quejo. - ¿Le gusta Marte? -Muchísimo. Siempre hay algo nuevo. Cuando llegué aquí el año pasado, decidí no esperar nada, no preguntar nada, no sorprenderme por nada. Tenemos que mirar las cosas de aquí, y qué diferentes son. El tiempo, por ejemplo, me divierte muchísimo. Es un tiempo marciano. Un calor de mil demonios de día y un frío de mil demonios de noche. Y las flores y la lluvia, tan diferentes. Es asombroso. Vine a Marte a retirarme, y busqué un sitio donde todo fuera diferente. Un viejo necesita una vida diferente. Los jóvenes no quieren hablar con él, y con los otros viejos se aburre de un modo atroz. Así que pensé: lo mejor será buscar un sitio tan diferente que uno abre los ojos y ya se entretiene. Conseguí esta estación de gasolina. Si los negocios marchan demasiado bien, me instalaré en una vieja carretera menos bulliciosa, donde pueda ganar lo suficiente para vivir y me quede tiempo para sentir estas cosas tan diferentes. - Ha dado usted en el clavo - dijo Tomás. Sus manos le descansaban sobre el volante. Estaba contento. Había trabajado casi dos semanas en una de las nuevas colonias y ahora tenía dos días libres y iba a una fiesta. - Ya nada me sorprende - prosiguió el viejo -. Miro y observo, nada más. Si uno no acepta a Marte como es, puede volverse a la Tierra. En este mundo todo es raro; el suelo, el aire los canales, los indígenas (aun no los he visto, pero dicen que andan por aquí) y los relojes. Hasta mi reloj anda de un modo gracioso. Hasta el tiempo es raro en Marte. A veces me siento muy solo, como si yo fuese el único habitante de este planeta; apostaría la cabeza. Otras veces me siento como si me hubiera encogido y todo lo demás se hubiera agrandado. ¡Dios! ¡No hay sitio como este para un viejo! Estoy siempre alegre y animado. ¿Sabe usted cómo es Marte? Es como un juguete que me regalaron en Navidad, hace setenta años. No sé si usted lo conoce. Lo llamaban calidoscopio: trocitos de vidrio o de tela de muchos colores. Se levanta hacia la luz y se mira y se queda uno sin aliento. ¡Cuántos dibujos! Bueno, pues así es Marte. Disfrútelo. Tómelo como es. ¡Dios! ¿Sabe que esa carretera marciana tiene dieciséis siglos y aún está en buenas condiciones?- Es un dólar cincuenta. Gracias. Buenas noches. Tomás se alejó por la antigua carretera, riendo entre dientes. Era un largo camino que se internaba en la oscuridad y las colinas. Tomás, con una sola mano en el volante, sacaba con la otra, de cuando en cuando, un caramelo de la bolsa del almuerzo. Había viajado toda una hora sin encontrar en el camino ningún otro automóvil, ninguna luz. La carretera solitaria se deslizaba bajo las ruedas y sólo se oía el zumbido del motor. Marte era un mundo silencioso, pero aquella noche el silencio era mayor que nunca. Los desiertos y los mares secos giraban a su paso y las cintas de las montañas se alzaban contra las estrellas. Esta noche había en el aire un olor a tiempo. Tomás sonrió. ¿Qué olor tenía el tiempo? El olor del polvo, los relojes, la gente. ¿Y qué sonido tenía el tiempo? Un sonido de agua en una cueva, y una voz muy triste y unas gotas sucias que caen sobre cajas vacías y un sonido de lluvia. Y aún más, ¿a qué se parecía el

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Turno_________________________________ Fecha _______________

EJERCICIO DE REFORZAMIENTO 5

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tiempo? A la nieve que cae calladamente en una habitación oscura, a una película muda en un cine muy viejo, a cien millones de rostros que descienden como esos globitos de Año Nuevo, que descienden y descienden en la nada. Eso era el tiempo, su sonido, su olor. Y esta noche (y Tomás sacó una mano fuera de la camioneta), esta noche casi se podía tocar el tiempo. La camioneta se internó en las colinas del tiempo. Tomás sintió unas punzadas en la nuca y se sentó rígidamente, con la mirada fija en el camino. Entraba en una muerta aldea marciana; paró el motor y se abandonó al silencio de la noche. Maravillado y absorto contempló los edificios blanqueados por las lunas. Deshabitados desde hacía siglos. Perfectos. En ruinas, pero perfectos. Puso en marcha el motor, recorrió algo más de un kilómetro y se detuvo nuevamente. Dejó la camioneta y echó a andar llevando la bolsa de comestibles en la mano, hacia una loma desde donde aún se veía la aldea polvorienta. Abrió el termos y se sirvió una taza de café. Un pájaro nocturno pasó volando. La noche era hermosa y apacible. Unos cinco minutos después se oyó un ruido. Entre las colinas, sobre la curva de la antigua carretera, hubo un movimiento, una luz mortecina, y luego un murmullo. Tomás se volvió lentamente, con la taza de café en la mano derecha. Y asomó en las colinas una extraña aparición. Era una máquina que parecía un insecto de color verde jade, una mantis religiosa que saltaba suavemente en el aire frío de la noche, con diamantes verdes que parpadeaban sobre su cuerpo, indistintos, innumerables, y rubíes que centelleaban con ojos multifacéticos. Sus seis patas se posaron en la antigua carretera, como las últimas gotas de una lluvia, y desde el lomo de la máquina un marciano de ojos de oro fundido miró a Tomás como si mirara el fondo de un pozo. Tomás levantó una mano y pensó automáticamente: ¡Hola!, aunque no movió los labios. Era un marciano. Pero Tomás habla nadado en la Tierra en ríos azules mientras los desconocidos pasaban por la carretera, y había comido en casas extrañas con gente extraña y su sonrisa había sido siempre su única defensa. No llevaba armas de fuego. Ni aun ahora advertía esa falta aunque un cierto temor le oprimía el pecho. También el marciano tenía las manos vacías. Durante unos instantes, ambos se miraron en el aire frío de la noche. Tomás dio el primer paso. - ¡Hola! - gritó. - ¡Hola! - contesto el marciano en su propio idioma. No se entendieron. - ¿Has dicho hola? - dijeron los dos. - ¿Qué has dicho? - preguntaron, cada uno en su lengua. Los dos fruncieron el ceño. - ¿Quién eres? - dijo Tomás en inglés. - ¿Qué haces aquí - dijo el otro en marciano. - ¿A dónde vas? - dijeron los dos al mismo tiempo, confundidos. - Yo soy Tomás Gómez, - Yo soy Muhe Ca. No entendieron las palabras, pero se señalaron a sí mismos, golpeándose el pecho, y entonces el marciano sé echó a reír. - ¡Espera! Tomás sintió que le rozaban la cabeza, aunque ninguna mano lo había tocado. - Ya está - dijo el marciano en inglés -. Así es mejor. - ¡Qué pronto has aprendido mi idioma! - No es nada. Turbados por el nuevo silencio, ambos miraron el humeante café que Tomás tenía en la mano. - ¿Algo distinto? - dijo el marciano mirándolo y mirando el café, y tal vez refiriéndose a ambos. - ¿Puedo ofrecerte una taza? - dijo Tomás. - Por favor. El marciano descendió de su máquina. Tomás sacó otra taza, la llenó de café y se la ofreció. La mano de Tomás y la mano del marciano se confundieron, como manos de niebla. - ¡Dios mío! - gritó Tomás, y soltó la taza. - ¡En nombre de los Dioses! - dijo el marciano en su propio idioma. - ¿Viste lo que pasó? - murmuraron ambos, helados por el terror.

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El cuento

El marciano se inclinó para tocar la taza, pero no pudo tocarla. - ¡Señor! - dijo Tomás. - Realmente... -comenzó a decir el marciano. Se enderezó, meditó un momento, y luego sacó un cuchillo de su cinturón. - ¡Eh! -gritó Tomás. - Has entendido mal. ¡Tómalo! El marciano tiró al aire el cuchillo. Tomás juntó las manos. El cuchillo le pasó a través de la carne. Se inclinó para recogerlo, pero no lo pudo tocar y retrocedió, estremeciéndose. Miró luego al marciano que se perfilaba contra el cielo. - ¡Las estrellas! - dijo. - ¡Las estrellas! - respondió el marciano mirando a Tomás. Las estrellas eran blancas y claras más allá del cuerpo del marciano, y lucían dentro de su carne como centellas incrustadas en la tenue y fosforescente membrana de un pez gelatinoso; parpadeaban como ojos de color violeta en el estómago y en el pecho del marciano, y le brillaban como joyas en los brazos. - ¡Eres transparente! - dijo Tomás. - ¡Y tú también! - replicó el marciano retrocediendo. Tomás se tocó el cuerpo, sintió su calor y se tranquilizó. «Yo soy real», pensó. El marciano se tocó la nariz y los labios. - Yo tengo carne - murmuró -. Yo estoy vivo. Tomás miró fijamente al extraño. - Y si yo soy real, tú debes de estar muerto. - ¡No! ¡Tú! - ¡Un espectro! - ¡Un fantasma! Se señalaron el uno al otro y la luz de las estrellas les brillaba en los miembros como dagas, como trozos de hielo, corno luciérnagas, y se tocaron otra vez y se descubrieron intactos, calientes, animados, asombrados, despavoridos, y el otro, ah, si, ese otro, era sólo un prisma espectral que reflejaba la acumulada luz de unos mundos distantes. Estoy borracho, pensó Tomás. No se lo contaré mañana a nadie. No, no. Se miraron un tiempo, de pie, inmóviles, en la antigua carretera. - ¿De dónde eres? - preguntó al fin el marciano. - De la Tierra. - ¿Qué es eso? Tomás señaló el firmamento. - ¿Cuándo llegaste? - Hace más de un año, ¿no recuerdas? - No. - Y todos vosotros estabais muertos, así lo creímos. Tu raza ha desaparecido casi totalmente ¿no lo sabes? - No. No es cierto. - Sí. Todos muertos. Yo vi los cadáveres. Negros, en las habitaciones, en las casas. Muertos. Millares de muertos. - Eso es ridículo. ¡Estamos vivos! - Escúchame. Marte ha sido invadido. No puedes ignorarlo. Has escapado. - ¿Yo? ¿Escapar de qué? No entiendo lo que dices. Voy a una fiesta en el canal, cerca de las montañas Eniall. Allí estuve anoche. ¿No ves la ciudad? Tomás miró hacia donde le indicaba el marciano y vio las ruinas. - Pero cómo, esa ciudad está muerta desde hace miles de años. El marciano se echó a reír. - ¡Muerta! dormí allí anoche - Y Yo estuve allí la semana anterior y la otra, y hace un rato y es un montón de escombros. ¿No ves las columnas rotas? - ¿Rotas? Las veo perfectamente a la luz de la luna. Intactas. - Hay polvo en las calles - dijo Tomás. - ¡Las calles están limpias! - Los canales están vacíos.

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- ¡Los canales están llenos de vino de lavándula! - Está muerta. - ¡Está viva! - protestó el marciano riéndose cada vez más -. Oh, estás muy equivocado ¿No ves las luces de la fiesta? Hay barcas hermosas esbeltas como mujeres, y mujeres hermosas esbeltas como barcas; mujeres del color de la arena, mujeres con flores de fuego en las manos. Las veo desde aquí, pequeñas, corriendo por las calles. Allá voy, a la fiesta. Flotaremos en las aguas toda la noche, cantaremos, beberemos, haremos el amor. ¿No las ves? - Esa ciudad está muerta como un lagarto seco. Pregúntaselo a cualquiera de nuestro grupo. Voy a la Ciudad Verde. Es una colonia que hicimos hace poco cerca de la carretera de Illinois. No puedes ignorarlo. Trajimos trescientos mil metros cuadrados de madera de Oregon, y dos docenas de toneladas de buenos clavos de acero, y levantamos a martillazos los dos pueblos más bonitos que hayas podido ver. Esta noche festejaremos la inauguración de uno. Llegan de la Tierra un par de cohetes que traen a nuestras mujeres y a nuestras amigas. Habrá bailes y whisky... El marciano estaba inquieto. - ¿Dónde está todo eso? Tomás lo llevó hasta el borde de la colina y señaló a lo lejos. - Allá están los cohetes. ¿Los ves? - No. - ¡Maldita sea! ¡Ahí están! Esos aparatos largos y plateados. - No. Tomás se echó a reír. - ¡Estás ciego! - Veo perfectamente. ¡Eres tú el que no ve! - Pero ves la nueva ciudad, ¿no es cierto? - Yo veo un océano, y la marea baja. - Señor, esa agua se evaporó hace cuarenta siglos. - ¡Vamos, vamos! ¡Basta ya! - Es cierto, te lo aseguro. El marciano se puso muy serio. - Dime otra vez. ¿No ves la ciudad que te describo? Las columnas muy blancas, las barcas muy finas, las luces de la fiesta... ¡Oh, lo veo todo tan claramente! Y escucha... Oigo los cantos. ¡No están tan lejos! Tomás escuchó y sacudió la cabeza. - No. - Y yo, en cambio, no puedo ver lo que tú me describes - dijo el marciano. Volvieron a estremecerse. Sintieron frío. - ¿Podría ser? - ¿Qué? - ¿Dijiste que «del cielo»? - De la Tierra. - La Tierra, un nombre, nada - dijo el marciano - Pero... al subir por el camino hace una hora... sentí... Se llevó una mano a la nuca. - ¿Frío? - Sí. - ¿Y ahora? - Vuelvo a sentir frío. ¡Qué raro! Había algo en la luz, en las colinas, en el camino... -dijo el marciano-. Una sensación extraña... El camino, la luz... Durante unos instante creí ser el único sobreviviente de este mundo. - Lo mismo me pasó a mí - dijo Tomás, y le pareció estar hablando con un amigo muy íntimo de algo secreto y apasionante. El marciano meditó unos instantes con los ojos cerrados. - Sólo hay una explicación. El tiempo. Sí. Eres una sombra del pasado. - No. Tú, tú eres del pasado - dijo el hombre de la Tierra. - ¡Qué seguro estás! ¿Cómo es posible afirmar quién pertenece al pasado y quién al futuro? ¿En qué año estamos? - En el año dos mil dos. - ¿Qué significa eso para mí? Tomás reflexionó y se encogió de hombros.

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El cuento

- Nada. - Es como si te dijera que estamos en el año 4462853 S.E.C. No significa nada. Menos que nada. Si algún reloj nos indicase la posición de las estrellas... - ¡Pero las ruinas lo demuestran! Demuestran que yo soy el futuro, que yo estoy vivo, que tú estás muerto. - Todo en mí lo desmiente. Me late el corazón, mi estómago siente hambre, mi garganta sed. No, no. Ni muertos, ni vivos, más vivos que nadie, quizá. Mejor, entre la vida y la muerte. Dos extraños cruzan en la noche. Nada más. Dos extraños que pasan. ¿Ruinas dijiste? - Sí. ¿Tienes miedo? - ¿Quién desea ver el futuro? ¿Quién ha podido desearlo alguna vez? Un hombre puede enfrentarse con el pasado, pero pensar... ¿Has dicho que las columnas se han desmoronado? ¿Y que el mar está vacío y los canales, secos y las doncellas muertas y las flores marchitas? - El marciano calló y miró hacia la ciudad lejana. - Pero están ahí. Las veo. ¿No me basta? Me aguardan ahora, y no importa lo que digas. Y a Tomás también lo esperaban los cohetes, allá a lo lejos, y la ciudad, y las mujeres de la Tierra. - Jamás nos pondremos de acuerdo - dijo. - Admitamos nuestro desacuerdo - dijo el marciano -. ¿Qué importa quién es el pasado o el futuro, si ambos estamos vivos? Lo que ha de suceder sucederá, mañana o dentro de diez mil años. ¿Cómo sabes que esos templos no son los de tu propia civilización, dentro de cien siglos, desplomados y en ruinas? ¿No lo sabes? No preguntes entonces. La noche es muy breve. Allá van por el cielo los fuegos de la fiesta, y los pájaros. Tomás tendió la mano. El marciano lo imitó. Sus manos no se tocaron, se fundieron atravesándose. - ¿Volveremos a encontrarnos? - ¡Quién sabe! Tal vez otra noche. - Me gustaría ir contigo a la fiesta. - Y a mí me gustaría ir a tu ciudad y ver esa nave de que me hablas y esos hombres, y oír todo lo que sucedió. - Adiós - dijo Tomás. - Buenas noches. El marciano voló serenamente hacia las colinas en su vehículo de metal verde. El terrestre se metió en su camioneta y partió en silencio en dirección contraria. - ¡Dios mío! ¡Qué pesadillas! - suspiró Tomás, con las manos en el volante, pensando en los cohetes, en las mujeres, en el whisky, en las noticias de Virginia, en la fiesta. - ¡Qué extraña visión! - se dijo el marciano, y se alejó rápidamente, pensando en el festival, en los canales, en las barcas, en las mujeres de ojos dorados, y en las canciones. La noche era oscura. Las lunas se habían puesto. La luz de las estrellas parpadeaba sobre la carretera ahora desierta y silenciosa. Y así siguió, sin un ruido, sin un automóvil, sin nadie, sin nada, durante toda la noche oscura y fresca.

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Después de leer cuidadosamente el cuento anterior, completa la siguiente tabla.

ELEMENTOS DE ANÁLISIS TÍTULO AUTOR

1. Tema

2. Historia o argumento

3. Narrador

4. Personajes

5. Estructura

6. Tipo de final

7. Ambiente físico

8. Ambiente ético

9. Nivel de contenido

Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

______________________________________________________________

______________________________________________________________

______________________________________________________________

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El cuento

INSTRUCCIONES: Lee los siguientes ejemplos de cuentos y analízalos de acuerdo al formato que se anexa al final. Coméntalos con tu maestro.

¡AQUI TE VAS QUEDAR...! Gerardo Cornejo

¡¡Aquí te vas a quedar, cabrón!! le estaba diciendo Aniceto Madrigal al viejo Terencio mientras lo ataba, con rudeza innecesaria, al encino nudoso del fondo de la cañada. Era en la tarde; ya muy tarde, por eso las masas brumosas proyectadas por las montañas inmediatas. Se estaban cerrando sobre el mineral. Como las chozas pendían de las laderas, el chiflón helado que se encauzaba en la hondonada las dejaba de lado. Pero el estrecho callejón del fondo, donde estaban el pozo y el encino, quedaba siempre indefenso ante el gélido aliento de los eneros. ¡¡Aquí onde todos te vean, pa'que no te queden ganas de andar asando carne ajena y vendiendo sotol a los mineros; y pa'que aprendas a respetar a los que mandan desde lejos!! El viejo no presentó resistencia para no remover la renombrada alevosía de Aniceto. Le conocía bien su instinto de jefe de "La Acordada" y no había olvidado aquellas oleadas de estupor que se desparramaban por la sierra cada vez que, en abuso de una autoridad imprecisa, cometía un nuevo crimen, La cercana cabecera de municipio nada podría contra aquellas facultades inciertas "acordadas" en la lejana capital del estado. Allá se urdía la maraña de intereses que fluían al gobernador; que financiaban los ganaderos; que azuzaban los políticos; que habían decidido que comerse una de las incontables reses de sus interminables potreros era el más grande de los crímenes mayores; que, con este pretexto, daban rienda suelta a los poderes sin coto que se atribuía gustoso el famoso "Sangre Turbia". Entre los toscos troncos de las cabañas, se alineaban todos los ojos del mineral y se escurrían todas las miradas para ir a clavarse como alfileres en lo que estaba pasando abajo. Pero nadie movía una pestaña en favor del condenado, porque sabían que aquel terror autorizado no permitía apelación alguna cuando "aplicaba la ley". Y Terencio, atrincherado tras un silencio porfiado, no movía una pestaña tampoco. Aquí te vas a quedar quietecito pa'que vayas pensando en lo que vas a decir al diablo. Y si no te ha llevado pa'mañana, yo pasaré por ti nomás que haiga colgado a los vinateros que lo surten el sorronchi y que te ayudaron a pelar la vaca. Ni necesito que me digas onde están, antes de llegar aquí chicotié al viejito de los burros del correo. Al segundo jalón de la cuerda, soltó el pico. ¡Sí, la cuerda Terencio!; la de cuero crudo que tráimos y que nos sirve lo mismo pa'marrar, que pa'latigar, que pa'colgar. ¡Por eso semos de La Acordada! Cuando terminó el monólogo dio el último apretón a los nudos tiesos y propinó a Terencio dos bofetadas de reafirmación. Subió la pendiente entre un desparramo de autoridad y llegó al changarro de Aristeo Campa con pasos seguros para ordenar que le asaran carne; pues no me voy a contentar con cualquier cochinada, Aniceto Madrigal no es cualquier come mierda como ustedes. En las cercanías de la mina grande, comenzó a prender su fogata todo envuelto en miradas recelosas. Sentir sobre sí un cúmulo de ojos temerosos; percibir el fluido de un odio impotente; tener la certidumbre de poder causar miedo y saber que se hablaba de él en voz soterrada: era su recompensa mayor, el mereció premio a su fama y su más íntimo e indisputado placer. Entre un reguero de descuido y teniendo como centinela al miedo, fue juntando cavilaciones evocadoras hasta quedarse dormido. Y allí abajo, Terencio con sus setenta y dos todos concentrados en un terco silencio; inundados los adentros con un odio atizado por la humillación; batallando contra el traicionero adormecimiento que conoce como el preludio de la muerte glacial. ¡Y apenas comienza la noche! ...lo primero es no dormirse. Luego pensar en cosas desagradables para que no lo inunde a uno el sueño; patear el tronco para evitar la congelación de la punta de los dedos; frotar las manos contra las cuerdas

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Turno_________________________________ Fecha _______________

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para que la corriente de la sangre no se estanque; pensar en cosas desagradables; sobre todo: pensar, siempre pensar... que todo el mineral está pendiente y que una vibración intensa de excusas justificatorias está flotando sobre cada jacal; que el rencor se va juntando como densa niebla que alimenta el resentimiento... pensar, siempre pensar... Y, los dos empiezan a compartir aquel pensamiento sueño. Aniceto lo respira a sus anchas y lo asimila en una sangre oscura que necesita dé otra sangre para nutrirse. Teréncio es arrastrado entonces por su poder y su semivigilia va mezclándose gradualmente con las cavilaciones de aquél. Y juntos, van a dar al no tiempo, a... a la vez en que Aniceto colgó de los alisos del arroyo de Alamos a aquellos dos indios a los que antes cortó las orejas para asarlas bajo sus pies oscilantes. Y fue también por mezcal y por carne. Hacía tanto de aquello, ¡qué tiempos, carajo! y sobre todo qué grata aquella, la compañía de mi lugarteniente, el Miguelón Anaya, ¡Cómo se divertía con aquellas travesuras inocentes de andar violando indias por todo el sur de la sierra y esperando el reclamo del indio ofendido para lanzarlo del pescuezo, tirar la reata por encima de un brazo de árbol, enredarla en la cabeza de la montura y echar la carrera. Nomás tronaban las molleras como sandias partidas cuando se estrellaban contra el tronco. ¡Ese sí sabia usar la cuerda; ése si era un verdadero Acordada! fue un accidente- le decía a la india cuando le arrojaba a los pies el colgado porque él no tenía tiempo de andar enterrando indios roba vacas. Y en esas tuvo treinta y dos hijos. Algunos en Santa Rosa, otros en Yécora y Mulatos y los más en los ranchos de cualquier parte, ¡aah... como fiera mi ayudante! ¡qué tiempos! y ahora ya perdió todo su brillo y dicen que fue a parar a Tacupeto donde se ha vuelto casero y persinao y parece que hasta autoridá civil ha resultado... Hacia la medianoche, el subconsciente añorante de Aniceto se reacomoda en sus profundidades y Terencio se queda solo. Una vigilia gélida se le aferra entonces al espinazo. Piensa que ya no vale la pena. Después de todo... ¿Para qué quiero esta vida vieja y vagabunda?; este rodar de piedra cuesta abajo, este trajinar mi hambre de pueblo en pueblo vendiendo baratijas y exponiéndome a esto con el aguardiente, y sobre todo, este tener que abstenerse uno de amar a la gente para no tener que abandonar afectos... Y empieza a envidiar la suerte de Aniceto... ¡ése sí tiene destino!, tiene historia porque ya hace mucho que se empezó a poner viejo y, dicen que ya cambió el gobierno y que van a retirar La Acordada. Parece que los pudientes han aceptado porque les recordaron que para eso está el ejército que no les cuesta nada. Y el viejo Sangre Turbia se va quedando sin función y todavía con mucha vileza encharcada en el alma, ¿Qué va a hacer con ella? Por eso va tras los vinateros, porque necesita enemigos para vivir. No es cierto que sabe dónde están y por eso volverá luego para que no se le queden pendientes sus ganas de matar y, aunque soy poca cosa para eso, por lo menos no se quedará con las ansias. ¿Y si no llego hasta entonces? ¡Qué burlada le doy, qué gusto le quito, qué... Era todavía negra la madrugada cuando Aniceto se restiró como tigre y removió de nuevo el rescoldo. Todos los párpados que se habían cerrado por algunas horas, volvieron a amontonarle las miradas encima. El las sintió sin sorpresa y vibró de nuevo. Al ponerse en camino, pasó a revisar a Terencio. Se alarmó de que el viejo nervio se estuviera poniendo duro y, con varios cuartazos en diferentes partes del cuerpo le atizó el odio para que lo hiciera vivir. Y sabiendo que aquello le daría resultado, se perdió confiado en la madrugada penumbrosa. ¡Fue entonces cuando lo decidió! Lo hizo sin pasión, como un sereno gusto y con una determinación casi factual. El dolor morado de la reata se le había estampado hondo en sus arrugas pero más hondo en su encono: Terencio Corrales iba a sobrevivir. -¡Tenía ya una venganza pendiente en la vida; tenía ya que cumplir un destino! Salió primero Isidoro Rascón con un hato de leña a cuestas. Luego apareció Juanito Travieso con la yesca lista. Norberto Molina prendió un ocote y el círculo se fue apretando en torno a Terencio. El calor del fuego lo empezó a reanimar por tramos. Primero sintió el calorcito por dentro y oyó que el corazón le latía. Luego fue dándose cuenta de sus manos y al último de sus pies. Cuando terminaron de soltarlo, ya le hormigueaban las plantas y el alma. Cayó pesadamente en los brazos membrudos de Estolfo Carrillo y se fue doblando lento hasta quedar frente al resplandor que doraba su viejo perfil. El primer sorbo de café le fue entrando en el cuerpo como una inyección visceral que le fue trayendo suavemente a la vida. Fue entonces que se los dijo: ¡Voy a esperarlo! De aquel día no quedaba ya sino un reguero de cobres que doraban las siluetas abruptas de la cordillera. El soplo de la primer cabañuela quedó suspendido cuando, cercanos, se adivinaron los pasos confiados de una cabalgadura. Y no se hizo esperar:

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El cuento

- ¡Ora sí vengo por ti viejo carcaje!- le grita desde la cuesta y sin desmontar todavía. ¡Ya se que lo soltaron esos maricas. Pero nomás lo pongo en buen recaudo y les arreglo cuentas! En su torno no hay verdadero enojo, más bien se percibe una especie de tolerante regaño, y, por fugaces segundos, una oleada relampagueante de memoria le repasa instantáneamente el otro lado de su ser. Se recuerda entonces repartiendo subsistencias entre campesinos famélicos, corrigiendo entuertos familiares ajenos, perdonando delincuentes, alzando en vilo a hijos y sobrinos en frecuentes arranques de ternura, evocando los rostros de los suyos en sucesivas imágenes furtivas... Por eso se le congela la sorpresa en las facciones cuando de atrás del encino la boca negra de la escopeta le apunta como respuesta. Va a reírse de aquel atrevimiento infantil, cuando el primer trueno rasga la tarde y va a estrellarse en la cabeza de su montura y a llenarle los ojos con astillas de bronce. Todavía no alcanza a creerlo y desenfunda por instinto enviando a ciegas dos silbidos que van a incrustarse en el tronco que protege a Terencio. Este, sabedor de su ventaja, da tiempo a que la sangre bañe la cara de Aniceto y lo convenza de su estado. - ¡Hasta con los ojos tapados te rajo la madre maldito; a mí no me tumba cualquier viejo ñengo!. Pero el líquido tibio ya le hace surcos movibles en el rostro y le rueda hasta el pecho. Terencio asoma otra vez en el tubo negro y libera el segundo envío de perdigones. El musculoso costado de Aniceto se hace un clavel purpurado. Se da vuelta entonces sobre sí mismo invadido de un pánico incrédulo y al lanzar su última injuria, se deja ir cuesta abajo hasta detenerse frente al encino nudoso del fondo de la cañada. "Gánate de una vez tu destino viejo lámpiro, gánate...", y de bruces se queda quieto a los pies del anciano que tembloroso acierta a decirle: ¡Aquí te vas a quedar, cabrón!! Después de leer cuidadosamente el cuento anterior, completa la siguiente tabla.

ELEMENTOS DE ANÁLISIS TÍTULO AUTOR

1. Tema

2. Historia o argumento

3. Narrador

4. Personajes

5. Estructura

6. Tipo de final

7. Ambiente físico

8. Ambiente ético

9. Nivel de contenido

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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El cuento

INSTRUCCIONES: Lee los siguientes ejemplos de cuentos y analízalos de acuerdo al formato que se anexa al final. Coméntalos con tu maestro.

¡DILES QUE NO ME MATEN! Juan Rulfo

—¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad. —No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti. —Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios. —No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá. —Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues. —No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño. —Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles. Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo: —No. Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato. Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir: —Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos? —La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge. Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba: Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el pasto para sus animales. Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras otro sus animales hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo. Y é, y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don Lupe le dijo: —Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo mato.

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Y él contestó: —Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata. “Y me mató un novillo”. “Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel. Todavía después, se pagaron con lo que quedaba nomás por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según eso debería estar olvidada. Pero, según eso, no lo está”. “Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos muchachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió también dizque de pena. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes. Así que, por parte de ellos, no había que tener miedo. “Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuiciado para asustarme y seguir robándome. Cada que llegaba alguien al pueblo me avisaban: “—Por ahí andan unos fureños, Juvencio”. “Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y pasándome los días comiendo verdolagas. A veces tenía que salir a la media noche, como si me fueran correteando los perros. Eso duró toda la vida . No fue un año ni dos. Fue toda la vida.” Y ahora habían ido por él, cuando no esperaba ya a nadie, confiado en el olvido en que lo tenía la gente; creyendo que al menos sus últimos días los pasaría tranquilos. “Al menos esto —pensó— conseguiré con estar viejo. Me dejarán en paz”. Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar escondiéndose de todos. Por si acaso, ¿no había dejado hasta que se le fuera su mujer? Aquel día en que amaneció con la nueva de que su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde, con tal de no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le había ido todo lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar que lo mataran. No podía. Mucho menos ahora. Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de Venado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera. Él anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo. Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron. Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón en el estómago que le llegaba de pronto siempre que veía de cerca la muerte y que le sacaba el ansia por los ojos, y que le hinchaba la boca con aquellos buches de agua agria que tenía que tragarse sin querer. Y esa cosa que le hacía los pies pesados mientras su cabeza se le ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas en las costillas. No, no podía acostumbrarse a la idea de que lo mataran. Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava y no al Juvencio Nava que era él. Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caídos. La madrugada era oscura, sin estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos. Sus ojos, que se habían apenuscado con los años, venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne. Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que sería el último. Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él. Iba a decirles que lo soltaran, que lo dejaran que se fuera: "Yo no le he hecho daño a nadie, muchachos", iba a decirles, pero se quedaba callado. " Más adelantito se los diré", pensaba. Y sólo los veía. Podía hasta imaginar que eran sus amigos;

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pero no quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los veía a su lado ladeándose y agachándose de vez en cuando para ver por dónde seguía el camino. Los había visto por primera vez al pardear de la tarde, en esa hora desteñida en que todo parece chamuscado. Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y él había bajado a eso: a decirles que allí estaba comenzando a crecer la milpa. Pero ellos no se detuvieron. Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver con tiempo todo. Pudo haberse escondido, caminar unas cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se lograría de ningún modo. Ya era tiempo de que hubieran venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar seca del todo. Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido entre aquellos hombres como en un agujero, para ya no volver a salir. Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de decirles que lo soltaran. No les veía la cara; sólo veía los bultos que se repegaban o se separaban de él. De manera que cuando se puso a hablar, no supo si lo habían oído. Dijo: —Yo nunca le he hecho daño a nadie —eso dijo. Pero nada cambió. Ninguno de los bultos pareció darse cuenta. Las caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si hubieran venido dormidos. Entonces pensó que no tenía nada más que decir, que tendría que buscar la esperanza en algún otro lado. Dejó caer otra vez los brazos y entró en las primeras casas del pueblo en medio de aquellos cuatro hombres oscurecidos por el color negro de la noche. —Mi coronel, aquí está el hombre. Se habían detenido delante del boquete de la puerta. Él, con el sombrero en la mano, por respeto, esperando ver salir a alguien. Pero sólo salió la voz: —¿Cuál hombre? —preguntaron. —El de Palo de Venado, mi coronel. El que usted nos mandó a traer. —Pregúntale que si ha vivido alguna vez en Alima —volvió a decir la voz de allá adentro. —¡Ey, tú! ¿Que si has habitado en Alima? —repitió la pregunta el sargento que estaba frente a él. —Sí. Dile al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he vivido hasta hace poco. —Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros. —Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros. —¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió. Entonces la voz de allá adentro cambió de tono: —Ya sé que murió —dijo. Y siguió hablando como si platicara con alguien allá, al otro lado de la pared de carrizos: —Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros, eso pasó. “Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavándole después una pica de buey en el estómago”. Me contaron que duró más de dos días perdido y que, cuando lo encontraron tirado en un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le cuidaran a su familia. “Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida con la ilusión de la vida eterna. No podría perdonar a ése, aunque no lo conozco; pero el hecho de que se haya puesto en el lugar donde yo sé que está, me da ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo. No debía haber nacido nunca”. Desde acá, desde fuera, se oyó bien claro cuando dijo. Después ordenó: —¡Llévenselo y amárrenlo un rato, para que padezca, y luego fusílenlo! —¡Mírame, coronel! —pidió él—. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, derrengado de viejo. ¡No me mates...! —¡Llévenselo! —volvió a decir la voz de adentro. —...Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten! Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su sombrero contra la tierra. Gritando.

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En seguida la voz de allá adentro dijo: —Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros. Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y ahora otra vez venía. Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le metió su cabeza dentro de un costal para que no diera mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de Venado todavía con tiempo para arreglar el velorio del difunto. —Tu nuera y los nietos te extrañarán —iba diciéndole—. Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha comido el coyote cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron. Después de leer cuidadosamente el cuento anterior, completa la siguiente tabla.

ELEMENTOS DE ANÁLISIS TÍTULO AUTOR

1. Tema

2. Historia o argumento

3. Narrador

4. Personajes

5. Estructura

6. Tipo de final

7. Ambiente físico

8. Ambiente ético

9. Nivel de contenido

Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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El cuento

INSTRUCCIONES: Lee los siguientes ejemplos de cuentos y analízalos de acuerdo al formato que se anexa al final. Coméntalos con tu maestro.

LOS PUEBLOS SILENCIOSOS Ray Bradbury

A orillas del seco mar marciano se alzaba un pueblo blanco, silencioso y desierto. No había nadie en las calles. Unas luces solitarias brillaban todo el día en los edificios. Las puertas de las tiendas estaban abiertas de par en par, como si la gente hubiera salido rápidamente sin cerrar con llave. Las revistas traídas de la Tierra hacía ya un mes en el cohete plateado se ennegrecían agitándose intactas en los kioscos callejeros. El pueblo estaba muerto; las camas heladas y vacías. Sólo se oía el zumbido de las líneas eléctricas y de las dinamos que seguían funcionando automáticamente. El agua desbordaba en bañeras olvidadas, corría por habitaciones y porches, y nutría las flores descuidadas de los jardines. En los teatros a oscuras, las gomas de mascar que aún conservaban las marcas de los dientes se endurecían debajo de los asientos. Más allá del pueblo había una pista de cohetes. Allí donde la última nave se había elevado entre llamaradas hacia la Tierra, se podía respirar aún el olor penetrante del suelo calcinado. Si se ponía una moneda en el telescopio y se lo apuntaba hacia el cielo, quizá pudieran verse las peripecias de la guerra terrestre. Quizá pudiera verse cómo estallaba Nueva York. Quizá pudiera verse la ciudad de Londres, cubierta por una nueva especie de niebla. Quizá pudiera comprenderse, entonces, por qué este pueblecito marciano había sido abandonado. La evacuación, ¿había sido muy rápida? Bastaba entrar en cualquier negocio y apretar la tecla de la caja registradora. Los cajones salía tintineando con brillantes monedas. La guerra terrestre era sin duda algo terrible... Por las desiertas avenidas del pueblo, silbando suavemente y empujando a puntapiés, con profunda atención, una lata vacía, avanzó un hombre alto y flaco de mirada solitaria, oscura y mansa. Movía las manos huesudas dentro de los bolsillos llenos de sonoras monedas. Y de vez en cuando tiraba una al suelo, riendo entre dientes, y seguía su camino, regado de monedas brillantes. Se llamaba Walter Gripp. En las lejanas colinas azules tenía un lavadero de oro y una cabaña, y cada dos semanas bajaba al pueblo y buscaba una mujer callada e inteligente con quien pudiera casarse. Durante varios años había vuelto desilusionado y solo a su cabaña. ¡Y la semana anterior había encontrado el pueblo en ese estado! Se había sorprendido tanto que había entrado rápidamente en una fiambrería y había pedido un sándwich triple de carne. -¡Voy! -gritó poniéndose una servilleta en un brazo. Preparó cuidadosamente unos fiambres y unas rodajas de pan de la víspera, quitó el polvo de una mesa, se invitó a sí mismo a sentarse, y comió hasta que tuvo que debió buscar una droguería donde pidió bicarbonato. El droguero, el propio Walter Gripp, se lo sirvió en seguida, con una cortesía asombrosa. Luego se llenó los bolsillos con todo el dinero que pudo encontrar, cargó un cochecito de niño con billetes de diez dólares y se fue traqueteando por las calles del pueblo. Al llegar a los suburbios comprendió avergonzado que estaba haciendo una tontería. No necesitaba dinero. Llevó los billetes de a donde los había encontrado, sacó un dólar de su propia billetera -el precio de los sándwiches- y lo metió en la caja registradora, añadiendo como propina una moneda de veinticinco centavos. Aquella noche disfrutó de un baño turco caliente, un sabroso bistec adornado de setas delicadas, un jerez seco importado, y unas frutillas con vino. Luego se puso un traje de franela azul y un sombrero de fieltro que oscilaba curiosamente en lo alto de su afilada cabeza. Metió una moneda en un fonógrafo automático, que tocó Aquella mi vieja pandilla, y echó otras veinte monedas en otros veinte fonógrafos del pueblo. Las calles

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solitarias y la noche se llenaron de la música triste de aquella mi vieja pandilla, mientras Walter Gripp, alto, delgado y solo, se paseaba con las manos frías en los bolsillos acompañado por el leve crujido de sus zapatos nuevos. Pero todo esto había ocurrido la semana anterior. Ahora dormía en una cómoda casa de la calle Marte, se levantaba a las nueve, se bañaba y recorría perezosamente el pueblo en busca de unos huevos con jamón. Todas las mañanas congelaba una tonelada de carne, verduras y tortas de crema de limón; cantidad suficiente para diez años, hasta que los cohetes volvieran de la Tierra, si volvían. Ahora, esta noche, se paseaba mirando las hermosas y sonrosadas mujeres de cera de los coloridos escaparates. Por primera vez comprendió qué muerto estaba el pueblo. Se sirvió un vaso de cerveza y sollozó suavemente. - Estoy completamente solo. Entró en el Teatro Elite para proyectarse una película y distraer su soledad. En el teatro vacío y hueco, parecido a una tumba, unos espectros grises y negros se arrastraron por la vasta pantalla. Huyó estremeciéndose de aquel lugar fantasmagórico. Atravesaba de prisa una calle trasversal, ya decidido a volver a su casa, cuando oyó de pronto el zumbido de un teléfono. Escuchó. -En una casa está sonando un teléfono -se dijo. Apresuró el paso. -Alguien debiera contestar ese teléfono -musitó. Se sentó ociosamente en el borde de la acera para sacarse una piedra del zapato. -¡Alguien! -gritó de pronto, poniéndose de pie-. ¡Yo! ¿qué me ocurre? Miró a su alrededor. ¿Qué casa? Aquélla. Atravesó rápidamente el jardín, subió las escaleras, entró en la casa, y avanzo por un vestíbulo oscuro. Arrebató el auricular. -¡Hola! Buzzzzzzzzz. -¡Hola! ¡Hola! Habían colgado. -¡Hola! –gritó golpeando el teléfono-. ¡Idiota, estúpido! -se dijo a sí mismo-. ¡Sentado en la acera, como un condenado idiota! -Sacudió el aparato-. ¡Suena, suena otra vez! ¡Vamos! No había pensado que en Marte pudiera haber otros hombres. No había visto a nadie en todos esos días y había imaginado que los otros pueblos estaban tan desiertos como éste. Miro fijamente el horrible aparato telefónico, negro y pequeño y se estremeció. Una vasta red unía todos los pueblos de Marte. ¿De cuál de las treinta ciudades había venido el llamado? No lo sabía. Esperó. Fue a tientas hasta la cocina, descongeló unas frambuesas, y comió desconsoladamente. -No había nadie en el otro extremo de la línea –murmuró-. Un poste cayó en alguna parte y el teléfono sonó solo. Pero ¿no había oído un clic? Alguien muy lejos, había colgado el auricular. Durante el resto de la noche no se movió del vestíbulo. -No por el teléfono -se dijo a sí mismo-. No tengo otra cosa que hacer. -Escuchó el tictac de su reloj. -Ella no volverá a telefonear -dijo-. No llamará nunca más a un número que no contesta. ¡Quizás en este momento marca otros números de otras casas del pueblo! Y aquí estoy yo sentado... ¡Un minuto! Se rió-. ¿Por qué he dicho «ella»? -Parpadeó-. Lo mismo podía haber sido «él»... El corazón le latió más lentamente. Se sentía decepcionado y decaído. Le hubiera gustado tanto que fuera «ella»... Salió de la casa y se detuvo en medio de la calle ya iluminada por la leve luz del alba. Escuchó. Ningún ruido. Ni pájaros, ni automóviles. Sólo el corazón que le golpeaba el pecho: un latido, una pausa, otro latido. Escuchaba con tanta atención que le dolía la cara. El viento soplaba suavemente, oh, tan suavemente moviendole los faldones de la chaqueta. -Calla... -susurró-. Escucha. Giró lentamente moviendo la cabeza de una casa silenciosa a otra. Telefoneará a muchos números, pensó. Debe ser una mujer. ¿Por qué? Sólo una mujer podría estar llamando. Un hombre no. Un hombre es más independiente. ¿He telefoneado yo a alguien? No. Ni se me ha ocurrido. Ha de ser una mujer. ¡Tiene que ser una mujer!

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Escucha. Lejos, bajo las estrellas, sonó un teléfono. Walter Gripp echó a correr. Se detuvo y escuchó. La campanilla sonaba débilmente. Corrió unos pasos más. La llamada era ahora más clara. Se precipitó por una callejuela. ¡Más aún! Pasó ante seis casas, y otras seis. ¡Más y más! Eligió una casa. La puerta estaba cerrada con llave. El teléfono sonaba en el interior. -¡Maldita sea! Gripp sacudió el picaporte. El teléfono chilló. Gripp lanzó una silla del porche contra la ventana del vestíbulo y saltó detrás de la silla. Antes que Gripp lo tocara, el teléfono dejó de sonar. Walter Gripp recorrió la casa, destrozó los espejos, arrancó las cortinas y aplastó el horno a puntapiés. Al fin, agotado, tomó la delgada guía telefónica de Marte. Cincuenta mil nombres. Comenzó por el primero. Amelia Ames. Llamó a su número, en Nueva Chicago, a ciento cincuenta kilómetros, del otro lado del mar muerto. No contestaron. El segundo abonado vivía en Nueva York, a siete mil kilómetros, más allá de las montañas Azules. No contestaron. Llamó al tercero, al cuarto, al quinto, al sexto, al séptimo y al octavo, con dedos temblorosos, que sostenían apenas el receptor. -¿Hola? -contestó una voz de mujer. -¡Hola! ¡Hola!- respondió Walter. -Aquí el aparato registrador -recitó la misma voz-. La señorita Helen Arasumian no está en casa. ¿Quiere usted dejar un mensaje para que ella lo llame cuando vuelva? ¿Hola? Aquí el contestador automático. La señorita Helen Arasumian no está en casa. ¿Quiere usted dejar un mensaje...? Walter Gripp colgó el auricular. Se quedó sentado, torciendo la boca. Un instante después llamaba al mismo número. -Cuando vuelva la señorita Helen Arasumian, dígale que se vaya al diablo. Llamó a las centrales telefónicas de Empalme Marte, Nueva Boston, Arcadia y Ciudad Roosevelt, pues era lógico que la gente llamara desde esos lugares. Se comunicó luego con las municipalidades y las otras oficinas públicas de los pueblos. Telefoneó a los mejores hoteles. A las mujeres les gustaba el lujo. De pronto dejó de llamar y batió las palmas, echándose a reír. ¡Por supuesto! Buscó en la guía telefónica y llamó al mayor salón de embellecimiento de la ciudad de Nueva Texas. ¡Sólo en uno de esos diamantinos y aterciopelados salones de belleza podía entretenerse una mujer! Allí estaría, con una capa de barro sobre la cara o sentada bajo un secador. El teléfono sonó. Alguien en el otro extremo de la línea levantó el auricular. -¿Hola? -dijo una voz de mujer. -Si es una grabación -anunció Walter Gripp- iré a volar el sitio. -No es una grabación -dijo la voz de la mujer-. ¡Hola! ¡Hola! ¡Oh, hay alguien vivo! ¿Dónde está usted? La mujer gritó, deleitada. Walter Gripp casi perdió el conocimiento. -¡Usted! -dijo tambaleándose, con los ojos extraviados-. ¡Dios santo!, qué suerte, ¿cómo se llama usted? -Genevieve Selsor. -La mujer sollozó en el receptor-. ¡Oh, me siento tan contenta al escucharlo, quienquiera que usted sea! -Walter Gripp. -¡Walter, hola, Walter! -Aquí estoy, Genevieve. -¡Walter! ¡Qué nombre tan lindo! Walter, Walter. -Gracias. -¿Dónde está usted, Walter? La voz de la mujer era tan dulce, tan clara, tan delicada. Walter se apretó el auricular contra la oreja como para que ella le pudiera murmurar dulcemente en el oído. Sintió que le faltaba el piso. Las mejillas le ardían. - Estoy en el pueblo Marlin… Un zumbido.

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-¡Hola! gritó Gripp. Un zumbido. Sacudió la horquilla. Nada. En alguna parte el viento había derribado un poste. Genevieve Selsor había llegado y había desaparecido con idéntica rapidez. Gripp llamó de nuevo inútilmente. - De todos modos ya se donde está –se dijo, y salió corriendo de la casa. Walter Gripp sacó del garage del desconocido marcha atrás, el automóvil escarabajo. El sol se elevaba en el cielo. Puso en el asiento trasero la comida que encontró en la casa, y se lanzó por la carretera a 120 kilómetros por hora, hacia la ciudad de Nueva Texas. Mil quinientos kilómetros, pensó. Genevieve Selso no te muevas, ¡muy pronto tendrás noticias mías! En todas las vueltas del camino hacía sonar estridentemente la bocina. A la puesta del sol, después de una jornada agotadora en el volante, se detuvo al borde de la carretera, se sacó los apretados zapatos, se tumbó en el asiento y dejó caer el sombrero gris sobre los ojos fatigados. Sopló el viento, y las estrellas del crepúsculo brillaron suavemente. Alrededor se elevaban las milenarias montañas de Marte. La luz estelar se reflejó en las torres de un pueblito marciano que se alzaba en las colinas azules, no más grande que un juego de ajedrez. Entre dormido y despierto, Gripp murmuraba Genevieve. Oh, Genevieve, dulce Genevieve. Cantó luego suavemente, los años vendrán, los años se irán, pero Genevieve, dulce Genevieve… una honda tibieza le invadió el cuerpo, oía aún la dulce y fresca voz que susurraba cantando: ¡Hola, oh hola! ¡Walter! No es una grabación. ¿Dónde está usted, Walter? ¿Dónde está usted? Suspiró y alargó una mano hacia Genevieve a la luz de la luna. Los largos y oscuros cabellos flotaban en el viento. Eran muy hermosos. Y los labios, como rojas pastillas de menta. Y las mejillas, como rosas recién cortadas. Y el cuerpo, como una neblina clara y suave. Y la tibia y dulce voz le cantaba una vez más la vieja y triste canción: Oh, Genevieve, dulce Genevieve, los años vendrán, los años se irán… Se quedó dormido. Llegó a Nueva Texas a medianoche. Se detuvo, dando gritos, frente al Salón de Belleza Deluxe. Genevieve aparecería en seguida envuelta en perfumes y risas. No salió nadie. - Estará dormida –se dijo, y se acercó a la puerta-. ¡Aquí estoy! –llamó-. ¡Hola, Genevieve! El pueblo dormía en el silencio del doble claro de luna. En alguna parte el viento agitó un toldo. Walter empujó la puerta de vidrio y entró en el salón. -¡Eh! -dijo con una risa inquieta-. No se esconda. Ya sé que está aquí. Escudriñó todos los compartimientos del salón. En el piso había un pañuelo de mujer. El perfume era tan dulce que Gripp trastabilló. -Genevieve -dijo. Recorrió en automóvil las calles, pero no vio a nadie. -Si es una broma... Aminoró la velocidad. -Un momento. Nuestra charla se cortó bruscamente. Quizás Genevieve fue a Marlin mientras yo venía a Nueva Texas. Habrá tomado la antigua carretera marítima. Nos desencontramos en el camino. ¿Cómo ella iba a saber que yo vendría a buscarla? No se lo he dicho. Y cuando la comunicación se interrumpió, ¡sintió tanto miedo que corrió a Marlin! Y mientras, ¡yo aquí! ¡Señor, qué tonto soy! Hizo sonar la bocina y salió del pueblo a gran velocidad. Viajó durante toda la noche. ¿Y si no está esperándome en Marlin?, pensó. No. Ella tenía que estar en Marlin. Y él correría hacia ella, la abrazaría y hasta la besaría, quizá en la boca. Genevieve, dulce Genevieve, silbó, y lanzó el automóvil a ciento cincuenta kilómetros por hora. Al amanecer, en Marlin todo estaba tranquilo. Las luces amarillas de algunos comercios seguían encendidas, y un fonógrafo automático que había estado sonando continuamente durante cien horas se calló al fin con un chasquido eléctrico. El silencio era ahora total. El sol calentaba las calles y el cielo helado y vacío.

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El cuento

Walter entró en la calle principal con los faros todavía encendidos e hizo sonar varias veces la bocina: seis veces en el cruce de una calle, seis veces en el siguiente. Estaba pálido, fatigado; las manos le resbalaban sobre el volante cubierto de sudor. -¡Genevieve! -gritó en la calle desierta. Se abrió la puerta de un salón de belleza. Walter detuvo el automóvil. -¡Genevieve! –gritó. Corrió atravesando la calle. Genevieve Selsor lo esperaba en el umbral. Sostenía en los brazos una caja de bombones de chocolate. Los dedos que acariciaban la caja eran gordos y pálidos. Salió del umbral y la luz reveló una cara redonda, con ojos como huevos enormes, hundidos en una masa de harina blanca. Las piernas eran dos gruesos troncos. Caminaba arrastrando pesadamente los pies. El pelo, de indefinido color castaño, parecía un nido donde se habían criado generaciones de pájaros. No tenía labios; le cruzaban la cara unas grandes rayas rojas y grasientas, que tan pronto se abrían en una deleitada sonrisa, como se cerraban en una expresión de repentino terror. Las cejas depiladas eran como finas antenas. Walter se detuvo. Dejó de sonreír. Se quedó mirándola. La caja de bombones cayó a la acera. -¿Es usted… Genevieve Selsor? -preguntó Walter. Le zumbaban los oídos. ~¿Eres tú Walter Griff? -Gripp. -Gripp -se corrigió ella. -¿Cómo está usted? -preguntó Walter con una voz ahogada. Genevieve le estrechó la mano. -¿Cómo está usted? Tenía los dedos untados de chocolate. -Bueno -dijo Walter Gripp. -¿Qué? -preguntó Genevieve Selsor. -He dicho «bueno» -dijo Walter. -Oh. Eran las ocho de la noche. Habían pasado el día en el campo y Walter preparó para la cena un filete de lomo que a ella no le gustó, primero porque estaba crudo, y luego porque estaba demasiado asado o quemado, o algo similar. Walter se rió y dijo: -Vamos a ver una película. Ella dijo que le parecía bien y apoyó los dedos sucios de chocolate en el brazo de Walter. Pero sólo quería ver esa película de Clark Gable, de hacía cincuenta años. -¿No te parece verdaderamente estupendo? -preguntaba con una risita-. ¿No te parece estupendo? -La película terminó-. -¿Otra vez? -preguntó él. -Otra vez. Y cuando Walter volvió a la butaca, Genevieve se apretó contra él, acariciándole el cuerpo torpemente con manos como zarpas. No eres exactamente lo que yo esperaba, pero eres simpático -admitió. -Gracias. Walter, trago saliva. -¡Oh, ese Gable! -dijo Genevieve pellizcándole una pierna. - Huy –dijo Walter. Después de la película recorrieron las calles silenciosas visitando las tiendas. Genevieve rompió un escaparate donde había varios vestidos y se puso el más ostentoso. Luego se volcó un frasco de perfume en la cabeza. Parecía un perro mojado. -¿Cuántos años tienes? -le preguntó Walter. Genevieve, chorreando perfume, lo arrastró por la calle. -Adivina. -Oh, treinta.

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-Pues bien -anunció ella tiesamente-, sólo tengo veintisiete. Mira. ¡Otra confitería! Francamente, desde que estalló la guerra llevo una vida bien regalada. Nunca me gustó mi familia. Eran todos unos tontos. Se fueron a la Tierra hace dos meses. Yo iba a embarcar en el último cohete, pero preferí quedarme, ¿sabes por qué? -¿Por qué? -Porque todos se metían conmigo. Por eso me quedé; para perfumarme a mi gusto cervezas sin descanso y comer dulces y bombones sin que la gente me diga continuamente: “¡cuidado, eso tiene muchas calorías!”. Y aquí estoy. Walter cerró los ojos. -Y aquí estás. -Se va haciendo tarde -dijo Genevieve mirándolo. -Sí. -Estoy ‘cansada. -Es curioso; yo estoy muy despejado. -Oh -dijo ella. -Seguiría en pie toda la noche. En Mike’s hay un buen disco. Ven, te lo voy a poner. -Estoy cansada -repitió Genevieve mirándolo con ojos astutos y brillantes. - Qué raro. Yo en cambio estoy muy despierto -dijo Walter. - Ven conmigo al salón de belleza. Quiero enseñarte algo. Genevieve lo hizo pasar por la puerta de vidrio, y lo llevo a empujones hasta una caja blanca. -Cuando vine de Nueva Texas traje esto -dijo Genevieve desatando una cinta rosada-. Pensé: Soy la única dama en Marte y allá está el único hombre y... bueno. Genevieve levantó la tapa de la caja y desdobló unos crujientes y rosados papeles de seda. -Mira. Walter Gripp miró fijamente. -¿Qué es? -preguntó estremeciéndose. -¿No ves, tonto? Todo encajes, todo blanco, todo hermoso. -No, no sé qué es. -¡Un traje de novia, tonto! -¿De veras? -tartamudeó Walter. Cerró los ojos. La voz de Genevieve era suave, fresca y dulce como en el teléfono, pero cuando volvía a mirarla... Dio un paso atrás. -Qué bonito. -¿No es cierto? Walter miró hacia la puerta. - Genevieve. -¿Qué? -Tengo que decirte una cosa. Genevieve se le acercó. Una espesa nube de perfume le envolvía la cara redonda y blanca. -¿Qué? -Lo que tengo que decirte es... -¿Qué? -¡Adiós! Y antes que Genevieve gritara, Walter Gripp ya estaba fuera del salón y se había metido en el coche. Genevieve corrió detrás y se detuvo en el borde de la acera. Walter maniobraba en el automóvil. -¡Walter Griff, vuelve! -gimió Genevieve agitando los brazos. -Gripp -corrigió él. -¡Gripp! -gritó ella. El automóvil echó a correr por la calle silenciosa, indiferente a los gritos y pataleos de la mujer. El humo del tubo de escape movió el vestido blanco que Genevieve apretaba entre las manos y las estrellas brillaron intensamente, y el automóvil se perdió en el desierto, hundiéndose en la oscuridad. Walter Gripp viajó sin detenerse durante tres noches y tres días. Una vez le pareció que lo seguía otro automóvil, y sudando, estremeciéndose, tomó un camino lateral, y atravesando el solitario mundo marciano, dejó atrás las ciudades muertas y siguió y siguió una semana y un día más, hasta que hubo quince mil kilómetros entre él y la ciudad de Marlin. Entonces se detuvo en un pueblo llamado Holtville Springs, de

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El cuento

tiendas diminutas donde se encendían las luces de noche y unos restaurantes donde se sentaba a esperar la comida. Y desde entonces vivió allí con dos grandes congeladoras, provisiones para cien años, cigarros para diez mil días y una buena cama con un mullido colchón... Y si de vez en cuando, a lo largo de los años, suena el teléfono, Walter Gripp no contesta. Después de leer cuidadosamente el cuento anterior, completa la siguiente tabla.

ELEMENTOS DE ANÁLISIS TÍTULO AUTOR

1. Tema

2. Historia o argumento

3. Narrador

4. Personajes

5. Estructura

6. Tipo de final

7. Ambiente físico

8. Ambiente ético

9. Nivel de contenido

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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El cuento

INSTRUCCIONES: Lee los siguientes ejemplos de cuentos y analízalos de acuerdo al formato que se anexa al final. Coméntalos con tu maestro.

NACIDO DE HOMBRE Y MUJER Richard Matheson

X -Este día había luz y madre me llamó asco. Eres un asco dijo ella. Vi en sus ojos el enfado. Me

pregunto qué es un asco. Este día había agua cayendo de arriba. Caía por todas partes. Yo lo vi. La tierra de la parte trasera que

yo observaba desde la ventanita. La tierra chupaba el agua como labios sedientos. Bebió demasiado y se puso mala y movediza y marrón. No me gustó.

Yo sé que madre es una bonita. Donde está mi cama con paredes frías alrededor tengo un papel que estaba en el horno. El papel dice ESTRELLAS DE LA PANTALLA. En las fotos veo caras como las de madre y padre. Padre dice que son bonitas. Lo dijo una vez.

Y dijo que también madre. Madre tan bonita y yo muy aceptable. Dijo fíjate y ya no tenía la cara bonita. Toqué su brazo y dije todo va bien padre. Tembló y se apartó para que no pudiera tocarle más.

Hoy madre me soltó la cadena un rato y pude mirar por la ventanita. Por eso vi el agua que caía de arriba.

XX –Este día habría brillo arriba. Cuando lo miré me dolieron los ojos. Después de mirarlo el sótano está

rojo. Creo que esto era iglesia. Ellos se van de arriba. La gran máquina se los traga y se va y ya no está. En la

parte trasera está la pequeña madre. Es más pequeña que yo. Yo soy grande. Es un secreto pero he arrancado la cadena de la pared. Puedo mirar por la ventanita todo lo que quiero.

Este día se hizo oscuro. Ya había tomado la comida y algunos bichos. Oigo risas arriba. Quiero saber porque son las risas. He quitado la cadena de la pared y la enrollo en mi cuerpo. He pisado barro hasta llegar a las escaleras. Hacen ruido cuando ando encima de ellas. Mis piernas resbalan porque yo no ando por escaleras. Mis pies se agarran a la madera.

He subido y abierto una puerta. Era un lugar blanco. Como las joyas blancas que caen de arriba algunas veces. He entrado sin hacer ruido. Oigo mejor la risa. Voy hacia el sonido y miro a la gente. Más gente de la que yo pensaba. He pensado que debería reírme con ellos.

Madre salió y empujó la puerta. Me ha dado y me duele. He caído a un suelo muy liso y la cadena hace ruido. He gritado. Ella ha hecho un ruido como si silbara y se ha tapado la boca con la mano. Tiene los ojos muy abiertos.

Me miró. Oigo a padre gritar. Qué cayó, gritaba. Ella dijo una barra de hierro. Ayúdame a levantarla dijo madre. El vino y dijo que si eso era tan pesado. Me vio y se puso muy tieso. El enfado lo tenía en los ojos. Me pegó. Manché el suelo con el barro de un brazo. No era bonito. El suelo quedaba de un verde muy feo.

Padre me dijo que fuera al sótano. Tuve que irme. La luz me hacía daño a los ojos. No es como la del sótano.

Padre ató mis brazos y piernas. Me pone en mi cama. Oigo risa arriba mientras me estoy quieto mirando una araña negra que camina encima de mí. Pensé lo que padre había dicho. Ohdios dijo. Y sólo ocho.

XXX –Este día aún era oscuro y padre puso la cadena otra vez. Quiero arrancarla de nuevo. El dijo que

yo era malo por ir arriba. Dijo nunca lo vuelvas a hacer o te daré una paliza. Eso duele mucho. Estoy dolorido. He dormido todo el día con la cabeza pegada a la pared fría. He pensado en el lugar

blanco que hay arriba. XXXX –He soltado la cadena de la pared. Madre estaba arriba. Oí risitas muy altas. Miré por la ventana.

Vi alguna gente como la pequeña madre y también pequeños padres. Son bonitos.

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Hacían ruidos agradables y saltaban en la tierra. Sus piernas se movían mucho. Son como madre y padre. Madre dice que toda la gente honrada se parece a ellos.

Uno de los pequeños padres me vio. Señalo la ventana. Me aparté y me escondí pegado a la pared. Estaba muy oscuro. Me encogí para que no me vieran. Por la ventana oí sus voces y sus pies corriendo. Arriba oí el golpe de una puerta. Oí a la pequeña madre gritando arriba. Oí pasos muy fuertes y corrí a mi cama. Puse la cadena en la pared y me tumbé.

Oí a madre bajar. Has estado en la ventana dijo. Oí su enfado. No te acerques a la ventana. Has vuelto a arrancar la cadena.

Ella cogió el bastón y me pegó. No grité. No puedo hacerlo. Pero las gotas cayeron por toda la cama. Ella lo vio y se fue e hizo un ruido. Ohdiosmío diosmío ella dijo. Por qué me has hecho esto. Oí el bastón rebotar en la piedra del suelo. Ella corrió arriba. Me dormí.

XXXXX –Este día había agua otra vez. Cuando madre estaba arriba oí a la pequeña bajar poco a poco

las escaleras. Me escondí en la carbonera porque madre se enfada si la pequeña madre me ve. Ella llevaba una pequeña cosa viva. Corría por los brazos y tenía orejas puntiagudas. Ella le decía

cosas. Todo iba bien pero la cosa viva me olió. Se subió encima del carbón y me miró. Los pelos se le

levantaron. Hizo un ruido de enfado con el cuello. Gruñí pero me saltó encima. No quería hacerle daño. Tuve miedo porque me mordió más fuerte que la rata. Me quejé y la pequeña

madre gritó. Cogí con mucha fuerza a la cosa viva. Hizo ruidos que yo no había oído nunca. Apreté más. Todo el carbón quedó lleno de gotas rojas.

Me oculté allí cuando madre llamó. Tenía miedo del bastón. Se fue. Me arrastré por el carbón con la cosa. La puse bajo mi almohada y me eché encima. Volví a poner la cadena en la pared.

X –Todo ha cambiado. Padre puso la cadena muy fuerte. Me pegó y me duele mucho. Esta vez le quité

el bastón de las manos e hice ruido. Se marchó y tenía la cara muy blanca. Se apartó de mi cama y cerró la puerta con llave.

No estoy muy contento. Aquí hace frío todo el día. La cadena se va despegando poco a poco de la pared. Y estoy muy enfadado con madre y padre. Y se lo demostrare. Haré lo que ya hice una vez.

Chillaré y me reiré muy fuerte. Mancharé las paredes. Me pondré cabeza abajo y reiré y lo pondré todo verde con mis piernas hasta que se arrepientan de haberme tratado tan mal.

Y si intentan pegarme otra vez les haré daño. Lo haré.

Después de leer cuidadosamente el cuento anterior, completa la siguiente tabla.

ELEMENTOS DE ANÁLISIS TÍTULO AUTOR

1. Tema

2. Historia o argumento

3. Narrador

4. Personajes

5. Estructura

6. Tipo de final

7. Ambiente físico

8. Ambiente ético

9. Nivel de contenido

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El cuento

INSTRUCCIONES: Lee los siguientes ejemplos de cuentos y analízalos de acuerdo al formato que se anexa al final. Coméntalos con tu maestro.

LAS RUINAS CIRCULARES

Jorge Luis Borges “And if he left off dreaming about you...”

Through the Looking-Galss, VI Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas. El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar. Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo. A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no

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velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos. Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía. Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido. En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó. El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy. Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas

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El cuento

leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje. Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas. El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo. Después de leer cuidadosamente el cuento anterior, completa la siguiente tabla.

ELEMENTOS DE ANÁLISIS TÍTULO AUTOR

1. Tema

2. Historia o argumento

3. Narrador

4. Personajes

5. Estructura

6. Tipo de final

7. Ambiente físico

8. Ambiente ético

9. Nivel de contenido

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Literatura 1

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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UUnniiddaadd 33

LLaa nnoovveellaa

Objetivo: El alumno: Realizará reseñas críticas de novelas conocidas, mediante el análisis descriptivo de su estructura y valoración crítica respecto a la relación de sus contenidos intratextuales y contextuales, desarrollando una lectura placentera que lo conecte con experiencias agradables para valorarlas como un producto artístico-social, aplicando las reglas de redacción y propiciando un ambiente de respeto y cordialidad.

Temario: • Características • Elementos de análisis • Corrientes literarias

En la unidad anterior aprendiste lo que es el cuento y sus elementos de análisis; ¿sabías que para

analizar una novela y un cuento, se emplean los mismos elementos? ¿Conoces las diferencias entre el cuento y la novela? ¿Has leído una novela completa? ¿Recuerdas a algún novelista hispanoamericano que

haya obtenido el premio nobel?

La presente unidad te servirá para comprender que la novela presenta los temas con más profundidad que

los subgéneros abordados anteriormente.

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Literatura 1

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Mapa Conceptual de la Unidad.

La Novela

Características Elem. de análisis

Extensa

Compleja

Muchos Personajes

Varios Temas

Tema

Historia o argumento

Narrador

Personajes

Estructura del Texto

Amb. Físico o Moral

Tiempo

Niveles de Contenido

Tipos de Final

Corrientes Literarias

Hispanoamericana

Cosmopolitismo Criollismo

Ciencia Ficción

Universal

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La novela

CCOONNCCEEPPTTOO YY CCAARRAACCTTEERRÍÍSSTTIICCAASS DDEE LLAA NNOOVVEELLAA

La novela es un subgénero de la narrativa. Tradicionalmente la novela se define como una obra extensa en relación al cuento, compleja, donde aparecen muchos personajes, trata varios temas y puede estar dividida en capítulos. La novela contemporánea, cualquiera que sea su corriente o tendencia literaria, refleja una realidad donde se manifiestan los valores humanos que el autor percibe de su entorno social, político, económico y moral; por supuesto, combinado con la imaginación y creatividad. Cabe mencionar que ha habido una experimentación constante en el manejo de la estructura narrativa, y que se refleja en las diversas maneras de presentar las acciones que dan por resultado la estructura lineal, no lineal y circular.

Demian El principio del fin

Conseguí quedarme aún durante el verano en H. En vez de permanecer en la casa, pasábamos el día en el jardín, junto al río. El japonés, que por cierto había perdido la pelea con Demian, se había marchado; también el discípulo de Tolstoi faltaba. Demian tenía ahora un caballo y salía a montar todos los días con asiduidad. Yo estaba a menudo con su madre, a solas. A veces me asombraba la paz de mi vida. Estaba tan acostumbrado a estar solo, a renunciar, a debatirme trabajosamente con mis penas, que estos meses en H. me parecían una isla de ensueño en la que me estaba permitido vivir tranquilo y como hechizado entre cosas y sentimientos bellos y agradables. Sentía que aquello era el preludio de la nueva comunidad superior en que nosotros pensábamos. Pero poco a poco me fue invadiendo la tristeza ante tanta felicidad, pues comprendía que no podía ser duradera. No me estaba concedido vivir en la abundancia y el placer; mi destino, era la pena y la inquietud. Sabía que un día despertaría de aquellos hermosos sueños de amor y volvería a estar solo, completamente solo en el mundo frío de los demás, donde me esperaba la soledad y la lucha, y no la paz y la concordia. Entonces me acercaba con ternura redoblada a Frau Eva, dichoso de que mi destino aún tuviera aquellos hermosos y serenos rasgos. Las semanas de

33..11..

La novela es un escrito extenso con muchos personajes y que trata varios temas

TAREA 1

Página 205.

Lee el capítulo 1 (El Principio del Fin) de la novela “Demian” de Herman Hess y después identifica y comenta las características de la obra, mediante una lluvia de ideas coordinada por el maestro.

EJERCICIO 1

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verano pasaron rápida y ligeramente. El semestre se aproximaba a su fin. La despedida era inminente; no debía pensar en ella y tampoco lo hacía, disfrutando, por el contrario, de los maravillosos días como la mariposa de la flor. Aquello había sido mi época de felicidad, la primera realización plena de mi vida y mi acogida en aquella unión; ¿qué vendría después? Tendría que volver a luchar, a sufrir nostalgias, a estar solo. En uno de aquellos días sentí con tanta fuerza este presentimiento que mi amor a Frau Eva ardió, de pronto, en llamas dolorosas. ¡Dios mío, qué pronto dejaría de verla, de oír su paso firme y bueno por la casa, de encontrar sus flores sobre mi mesa! ¿Qué había conseguido? ¡Había soñado y me había mecido en aquel bienestar, en vez de luchar por ella y atraerla a mí para siempre! Todo lo que ella me había dicho hasta aquel momento sobre el verdadero amor me vino a la memoria: mil palabras sutiles levemente amonestadoras, mil llamadas veladas, quizá promesas. ¿Qué había hecho yo con ellas? ¡Nada! ¡Nada! Me planté en medio de mi habitación, concentré toda mi conciencia y pensé en Frau Eva. Quería concentrar las fuerzas de mi alma para hacerle sentir mi amor, para atraerla hacia mí. Tenía que venir y desear mi abrazo; mi beso tenía que explorar insaciable sus labios maduros de amor. Permanecí en tensión hasta que empecé a quedarme frío desde las puntas de los dedos. Sentía que irradiaba fuerza. Por un momento algo se contrajo fuerte e intensamente en mi interior, algo claro y frío. Tuve por un momento la sensación de llevar un cristal en el corazón y supe que aquello era mi yo. El frío me inundó el pecho. Al despertar del tremendo esfuerzo, noté que algo se acercaba. Estaba muy fatigado, pero dispuesto a ver entrar a Frau Eva en la habitación, ardiente y radiante. Se oyó el galope de un caballo a lo largo de la calle, sonó cercano y duro, cesó de pronto. Me precipité a la ventana. Abajo Demian bajaba de su caballo. Bajé corriendo: -¿Qué sucede, Demian? ¿No le habrá pasado nada a tu madre? No escuchó mis palabras. Estaba muy pálido y el sudor le corría a ambos lados de la frente, sobre las mejillas. Ató las riendas de su caballo sudoroso a la verja del jardín, me cogió del brazo y echó a andar conmigo calle abajo. -¿Sabes ya lo que ha pasado? Yo no sabía nada. Demian me apretó el brazo y volvió el rostro hacia mí con una extraña mirada, oscura y compasiva. -Si, amigo, la cosa va a estallar. Ya sabes que hay graves tensiones con Rusia... -¡Qué! ¿Hay guerra? Nunca creí que fuera a ocurrir. Demian hablaba muy bajo, aunque no había nadie en los alrededores. -Aún no se ha declarado. Pero hay guerra. Seguro. Desde aquel día no te he vuelto a molestar con mis visiones, pero ya he tenido tres nuevos avisos. Así que no será el fin del mundo, ni un terremoto, ni una revolución. Será la guerra. ¡Ya verás qué impacto! La gente estará entusiasmada, todos están deseando empezar a matar. Tan insípida les resulta la vida. Pero verás, Sinclair, cómo esto es sólo el principio. Seguramente será una gran guerra, una guerra monstruosa. Pero también será sólo el principio. Lo nuevo empieza, y lo nuevo será terrible para los que están apegados a lo viejo. ¿Qué vas a hacer? Yo estaba consternado; todo aquello me sonaba extraño e inverosímil. -No sé. ¿Y tú? Se encogió de hombros.

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La novela

-En cuanto movilicen, me incorporaré. Soy oficial. -¿Tú? ¡No lo sabía! -Si. Fue una de mis adaptaciones. Ya sabes que nunca me gustó llamar la atención y que siempre me he esforzado en ser correcto. Creo que dentro de ocho días estaré en el frente. -¡¡Dios mío!! -No tienes que tomarlo por la tremenda. En el fondo no me va a hacer ninguna gracia ordenar que disparen sobre seres vivos, pero eso no tiene importancia. Ahora todos entraremos en la gran rueda. Tú también. Te llamarán a filas. -¿Y tu madre, Demian? Ahora volví a acordarme de lo que había pasado un cuarto de hora antes. ¡Cómo se había transformado el mundo! Había concentrado todas mis fuerzas para conjurar la imagen más dulce; y ahora, de pronto, el destino me salía al encuentro tras una máscara amenazadora y terrible. -¿Mi madre? ¡Ah! Por ella no tenemos que preocuparnos. Está segura, más segura que nadie en este momento sobre el planeta. ¿Tanto la quieres? -¿Lo sabías, Demian? Se rió alegre y abiertamente. -¡Eres un niño! Claro que lo sabía. Nadie ha llamado aún a mi madre Frau Eva sin quererla. A todo esto, ¿qué ha sucedido? Nos has llamado a ella o a mí, ¿verdad? -Sí, he llamado... he llamado a Frau Eva. -Ella lo ha notado. De pronto me mandó marchar, me dijo que tenía que venir a verte. Acababa de contarle las noticias de Rusia. Volvimos y ya no hablamos más. Demian soltó su caballo y montó. En mi cuarto me di cuenta de lo agotado que estaba por las noticias de Demian, pero aún más por el esfuerzo anterior; ¡Frau Eva me había oído! ¡La había alcanzado con mis pensamientos en medio del corazón! Hubiera venido ella misma... si no... ¡Qué extraño y qué hermoso era todo en el fondo! Y ahora vendría la guerra. Ahora sucedería lo que habíamos discutido tantas y tantas veces. Y Demian había intuido lo que estaba pasando. ¡Qué extraño! El raudal de la vida ya no pasaría delante de nosotros, sino por nuestros corazones. Aventuras y violencias nos llamarían; y ahora o muy pronto llegaría el momento en que el mundo que quería transformarse nos necesitaba. Demian tenía razón; no se podían tomar las cosas por la tremenda. Lo único que resultaba curioso era que yo iba a compartir con los demás un asunto tan individual como el destino. ¡Pero, adelante! Estaba preparado. Por la noche, al pasear por la ciudad, la excitación bullía por todos los rincones. Por todas partes una palabra: «¡Guerra!» Fui a casa de Frau Eva y cenamos en el jardín. Yo era el único invitado. Nadie habló ni una palabra sobre la guerra.

Más tarde, antes de despedirme, Frau Eva me dijo: -Querido Sinclair, me ha llamado usted hoy. Ya sabe por qué no he acudido. Pero no lo olvide; ahora conoce usted la llamada y siempre que necesite usted a alguien que lleve el estigma, llame usted. Se levantó y echó a andar delante de nosotros por la oscuridad del jardín. Alta y majestuosa caminaba, enigmática, entre los árboles silenciosos, mientras brillaban sobre su cabeza, pequeñas y delicadas, millares de estrellas. Llegó el final. Las cosas siguieron un curso rápido. Pronto estalló la guerra y Demian partió hacia el frente, muy extraño con su uniforme y su capote gris. Yo acompañé a su madre a casa. Pronto me despedí también yo de ella. Me besó en los labios y me apretó un momento contra su pecho, mientras sus grandes ojos refulgían cercanos y firmes en los míos.

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Todos los hombres estaban hermanados. Hablaban de la patria y el honor; pero era el destino al que por un instante todos miraban al rostro desnudo. Hombres jóvenes salían de los cuarteles y subían a los trenes; y en muchos rostros vi el estigma -no el nuestro una señal hermosa y honorable que significaba amor y muerte. También a mí me abrazaron gentes a las que no había visto nunca; yo lo comprendía y les correspondía gustoso. Era una embriaguez la que les impulsaba, no una aceptación del destino; pero era una embriaguez sagrada y provenía de la breve y definitiva confrontación con el destino. Era ya casi invierno cuando llegué al frente. Al principio, a pesar de la impresión que me causaron los tiroteos, estaba decepcionado. Siempre me había preguntado por qué tan pocos hombres vivían por un ideal. Ahora descubrí que muchos, casi todos los hombres, eran capaces de morir por un ideal; pero tenía que ser un ideal colectivo y transmitido, y no personal, y libremente elegido. Con el tiempo vi que había subestimado a los hombres. A pesar de que el servicio y el peligro compartido les igualaba, vi a muchos, vivos y moribundos, acercarse gallardamente al destino. Muchos tenían, no sólo durante el ataque sino siempre, esa mirada firme, lejana y un poco obsesionada que nada sabe de metas y que significa la entrega total a lo monstruoso. Creyeran u opinaran lo que fuera, estaban dispuestos, eran utilizables, de ellos se podría formar el futuro. No importaba que el mundo se obstinara rígidamente en los viejos ideales de la guerra, en el heroísmo y el honor, ni que las voces de aparente humanidad sonaran tan lejanas e inverosímiles: todo ello se quedaba en la superficie, al igual que la cuestión de los fines exteriores y políticos de la guerra. En el fondo había algo en gestación. Algo como una nueva humanidad. Porque había muchos -más de uno murió a mi lado- que habían comprendido que el odio, la ira, el matar y aniquilar no estaban unidos al objeto de la guerra. No, el objeto y los objetivos eran completamente casuales. Los sentimientos primitivos, hasta los más salvajes, no estaban dirigidos al enemigo; su acción sangrienta era sólo reflejo del interior, del alma dividida, que necesitaba desfogarse, matar, aniquilar y morir para poder nacer. Un pájaro gigantesco luchaba por salir del cascarón; el cascarón era el mundo y el mundo tenía que caer hecho pedazos. Una noche de primavera yo hacía guardia delante de una granja que habíamos ocupado. Un viento flojo soplaba en ráfagas caprichosas; por el alto cielo de Flandes corrían ejércitos de nubes entre las que se asomaba la luna. Había estado muy inquieto todo el día por algo que me preocupaba. Ahora, en mi puesto oscuro, pensaba intensamente en las imágenes gigantescas y oscilantes, pensaba con fervor en las imágenes que constituían mi vida, en Frau Eva, en Demian. Apoyado contra un álamo contemplaba el cielo inquieto en el que las manchas claras, misteriosamente dinámicas, se transformaban en grandes y palpitantes secuencias de imágenes. Sentía, por la extraña intermitencia de mi pulso, por la insensibilidad de mi piel al viento y a la lluvia, por la luminosa claridad interior, que cerca de mí había un guía. En las nubes se veía una gran ciudad de la que salían millones de hombres que se extendían en enjambres por el amplio paisaje. En medio de ellos apareció una poderosa figura divina, con estrellas luminosas en el pelo, alta como una montaña, con los rasgos de Frau Eva. En ella desaparecían las columnas de hombres como en una gigantesca caverna. La diosa se acurrucó en el suelo; el estigma relucía sobre su frente. Un sueño parecía ejercer poder sobre ella; cerró los ojos y su gran rostro se contrajo por el dolor.

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La novela

De pronto lanzó un grito agudo y de su frente saltaron estrellas, miles de estrellas relucientes que surcaron en fantásticos arcos y semicírculos el cielo negro. Una de las estrellas vino vibrante hacia mí; parecía buscarme. Explotó rugiendo en mil chispas, me levantó del suelo y volvió a estamparme contra él. El mundo se desmoronó con ruido atronador en torno mío. Me hallaron junto al álamo, cubierto de tierra y con muchas heridas. Estaba tendido en una cueva, mientras los cañones retumbaban sobre mí. Me encontré luego en un carro, dando tumbos por campos desiertos. La mayor parte del tiempo dormía o estaba inconsciente. Pero mientras más profundamente dormía, más vivamente sentía que algo me atraía, que una fuerza me dominaba. Estaba tumbado en una cuadra sobre paja. Todo estaba a oscuras. Alguien me pisó la mano. Pero mi alma quería proseguir su camino, que la atraía con fuerza cada vez mayor. Volví a encontrarme en un carro y más tarde sobre una camilla o una escalera, y cada vez me sentía más imperiosamente llamado; no sentía más que el ansia de llegar por fin. Llegué a mi destino. Era de noche, estaba completamente consciente; unos momentos antes había sentido poderosamente el deseo y la atracción. Ahora me encontraba en una sala tumbado en el suelo, y pensé que era allí de donde me habían llamado. Miré a mi alrededor; junto a mi colchoneta había otra y un hombre sobre ella. Se irguió un poco y me miró. Llevaba el estigma en la frente. Era Max Demian. No pude hablar; tampoco él pudo, o quizá no quiso. Sólo me miraba atentamente. Sobre su rostro daba la luz de un farol que pendía en la pared sobre su cabeza. Me Sonrío. Estuvo un largo rato mirándome con fijeza a los ojos. Lentamente acercó su rostro al mío, hasta que casi nos tocamos. -¡Sinclair! -dijo con un hilo de voz. Le hice un gesto con los ojos, para darle a entender que le oía. Sonrió otra vez, casi con compasión. -¡Sinclair, pequeño! -dijo sonriendo. Su boca estaba ahora muy cerca de la mía. Continuó hablando muy bajo. -¿Te acuerdas todavía de Franz Kromer? -preguntó. Le hice una señal, sonriendo también. - ¡Pequeño Sinclair, escucha! Voy a tener que marcharme. Quizá vuelvas a necesitarme un día, contra Kromer o contra otro. Si me llamas, ya no acudiré tan toscamente a caballo o en tren. Tendrás que escuchar en tu interior y notarás que estoy dentro de ti, ¿comprendes? ¡Otra cosa! Frau Eva me dijo que si alguna vez te iba mal, te diera el beso que ella me dio para ti... ¡Cierra los ojos, Sinclair! Cerré obediente los ojos y sentí un beso leve sobre mis labios, en los que seguía teniendo un poco de sangre, que parecía no querer desaparecer nunca. Entonces me dormí. Por la mañana me despertaron para curarme. Cuando estuve despierto del todo, me volví rápidamente hacia el colchón vecino. Sobre él yacía un hombre extraño al que nunca había visto. La cura fue muy dolorosa. Todo lo que me sucedió desde aquel día fue doloroso. Pero, a veces, cuando encuentro la clave y desciendo a mi interior, donde descansan, en un oscuro espejo, las imágenes del destino, no tengo más que inclinarme sobre el negro espejo para ver mi propia imagen, que ahora se asemeja totalmente a él, mi amigo y guía.

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Como comprobaste en la lectura anterior, las características de la novela son: • Escrito extenso: la novela, con respecto al cuento, es un escrito largo. • Tema: por ser un escrito extenso permite tratar varios temas, de tal manera, que

cada capítulo puede ser un tema. • Personajes: generalmente tiene muchos personajes, ya que pueden aparecer

cumpliendo una función en un capitulo y luego desaparecer. • Es un universo: es un mundo que presenta sus propias reglas y tiempo, de tal

manera, que puede tener o no correspondencia con nuestra realidad.

.. EELLEEMMEENNTTOOSS DDEE AANNÁÁLLIISSIISS

Recordarás que en la unidad anterior, utilizaste algunos elementos para analizar el cuento; pues bien, esos mismos elementos se manejarán también en la novela. Una novela desarrolla una serie de acciones en un tiempo y espacio determinado. Un narrador nos cuenta una historia completa que finalmente forma el argumento de donde se va a desprender un tema central. El escritor organiza todos los elementos que maneja, es decir, les da una estructura. Además, en una obra se pueden identificar diferentes ideas, que reflejan las intenciones conscientes o inconscientes del autor, tales como lo social , lo político, lo económico, lo religioso, lo ético, lo filosófico y lo científico, entre otras. Al analizar obras narrativas se pueden observar los siguientes elementos: • Estructura • Temática • El narrador • Personajes • Argumento • Espacio • Tiempo • Ambiente • Acciones

33..22

Los personajes de una

obra literaria nos muestran los valores

humanos de la época en que ésta se escribió.

Una obra literaria refleja

los valores sociales, políticos, religiosos y

humanos.

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La novela

La Metamorfosis Franz Kafka

Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.

«¿Qué me ha ocurrido?», pensó. No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas. Por encima de la mesa, sobre la que se encontraba extendido un muestrario de paños desempaquetados -Samsa era viajante de comercio-, estaba colgado aquel cuadro que hacía poco había

S E J A N O S R E P I B

L O N X Y I R T S F B O

E N A R R A D O R E K I

O H I O A C A I T J Y L

N M R G A P Z M U T H T

D S G U C S R L C N T E

D V E D O U F I R B P T

C U N S N N U B A M N I

B K O M S T T Q O Y O A

N O T I E M P O R A V C

S P M M I E Z T U I R A

L E U M C E I A T E D M

Localiza en la sopa de letras del recuadro los nueve elementos de análisis de la novela, una vez localizados elabora un mapa conceptual con ellos.

EJERCICIO 2

Lee el capítulo 1 de la siguiente novela, y trata de encontrar algunos de estos elementos de análisis.

EJERCICIO 3

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recortado de una revista y había colocado en un bonito marco dorado. Representaba a una dama ataviada con un sombrero y una boa de piel, que estaba allí, sentada muy erguida y levantaba hacia el observador un pesado manguito de piel, en el cual había desaparecido su antebrazo.

La mirada de Gregorio se dirigió después hacia la ventana, y el tiempo lluvioso -se oían caer gotas de lluvia sobre la chapa del alféizar de la ventana- lo ponía muy melancólico.

«¿Qué pasaría -pensó- si durmiese un poco más y olvidase todas las chifladuras?» Pero esto era algo absolutamente imposible, porque estaba acostumbrado a dormir del lado derecho, pero en su estado actual no podía ponerse de ese lado. Aunque se lanzase con mucha fuerza hacia el lado derecho, una y otra vez se volvía a balancear sobre la espalda. Lo intentó cien veces, cerraba los ojos para no tener que ver las patas que pataleaban, y sólo cejaba en su empeño cuando comenzaba a notar en el costado un dolor leve y sordo que antes nunca había sentido.

«¡Dios mío! -pensó-. ¡Qué profesión tan dura he elegido! Un día sí y otro también de viaje. Los esfuerzos profesionales son mucho mayores que en el mismo almacén de la ciudad, y además se me ha endosado este ajetreo de viajar, el estar al tanto de los empalmes de tren, la comida mala y a deshora, una relación humana constantemente cambiante, nunca duradera, que jamás llega a ser cordial. ¡Que se vaya todo al diablo!»

Sintió sobre el vientre un leve picor, con la espalda se deslizó lentamente más cerca de la cabecera de la cama para poder levantar mejor la cabeza; se encontró con que la parte que le picaba estaba totalmente cubierta por unos pequeños puntos blancos, que no sabía a qué se debían, y quiso palpar esa parte con una pata, pero inmediatamente la retiró, porque el roce le producía escalofríos.

«Esto de levantarse pronto -pensó- hace a uno desvariar. El hombre tiene que dormir. Otros viajantes viven como pachás. Si yo, por ejemplo, a lo largo de la mañana vuelvo a la pensión para pasar a limpio los pedidos que he conseguido, estos señores todavía están sentados tomando el desayuno. Eso podría intentar yo con mi jefe, pero en ese momento iría a parar a la calle. Quién sabe, por lo demás, si no sería lo mejor para mí. Si no tuviera que dominarme por mis padres, ya me habría despedido hace tiempo, me habría presentado ante el jefe y le habría dicho mi opinión con toda mi alma. ¡Se habría caído de la mesa! Sí que es una extraña costumbre la de sentarse sobre la mesa y, desde esa altura, hablar hacia abajo con el empleado que, además, por culpa de la sordera del jefe, tiene que -acercarse mucho. Bueno, la esperanza todavía no está perdida del todo; si alguna vez tengo el dinero suficiente para pagar las deudas que mis padres tienen con él -puedo tardar todavía entre cinco y seis años- lo hago con toda seguridad. Entonces habrá llegado el gran momento; ahora, por lo pronto, tengo que levantarme porque el tren sale a las cinco», y miró hacia el despertador que hacía tic tac sobre el armario.

«¡Dios del cielo!», pensó. Eran las seis y media y las manecillas seguían tranquilamente hacia delante, ya había pasado incluso la media, eran ya casi las menos cuarto.

«¿Es que no habría sonado el despertador?» Desde la cama se veía que estaba correctamente puesto a las cuatro, seguro que también había sonado. Sí, pero... ¿era posible seguir durmiendo tan tranquilo con ese ruido que hacía

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La novela

temblar los muebles? Bueno, tampoco había dormido tranquilo, pero quizá tanto más profundamente.

¿Qué iba a hacer ahora? El siguiente tren salía a las siete, para cogerlo tendría que haberse dado una prisa loca, el muestrario todavía no estaba empaquetado, y él mismo no se encontraba especialmente espabilado y ágil; e incluso si consiguiese coger el tren, no se podía evitar una reprimenda del jefe, porque el mozo de los recados habría esperado en el tren de las cinco y ya hacía tiempo que habría dado parte de su descuido. Era un esclavo del jefe, sin agallas ni juicio. ¿Qué pasaría si dijese que estaba enfermo? Pero esto sería sumamente desagradable y sospechoso, porque Gregorio no había estado enfermo ni una sola vez durante los cinco años de servicio. Seguramente aparecería el jefe con el médico del seguro, haría reproches a sus padres por tener un hijo tan vago y se salvaría de todas las objeciones remitiéndose al médico del seguro, para el que sólo existen hombres totalmente sanos, pero con aversión al trabajo. ¿Y es que en este caso no tendría un poco de razón? Gregorio, a excepción de una modorra realmente superflua después del largo sueño, se encontraba bastante bien e incluso tenía mucha hambre.

• Temática.- __________________________________________________________________________

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• Historia o argumento.- El argumento es el resumen de la historia completa de una novela.

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__________________________________________________________________________

• El narrador.- ¿Quién cuenta esta historia? _______________________________________________________________________

• Estructura.- ¿Qué forma presenta la historia de la novela?

lineal, no lineal o circular. _______________________________________________________________________

• Ambiente.- es la atmósfera que se percibe por efecto de los acontecimientos

relatados por ejemplo: alegría desolación, etc. __________________________________________________________________________ • El tiempo.- señala cuándo se desarrolla la

acción._________________________________________________________________ • El espacio.- señala dónde se desarrolla la

acción._________________________________________________________________

TAREA 2

Página 207.

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33..33..11 DDeeffiinniicciióónn Una corriente literaria comprende una forma de pensamiento, una escuela, un movimiento propio de una época. “En el siglo xx, la novela ha sido uno de los subgéneros narrativos más cultivado en la que los escritores han utilizado inimaginables técnicas de expresión relatora y de la más diversa índole temática; ejemplo de ello tenemos: “Un Mundo Feliz”, de Aldous Uxley, representativa de ciencia ficción; “Demian” de Hermann Hesse; simbólica: “La Metamorfosis” de Franz Kafka; urbana: “La Ciudad y los Perros” de Mario Vargas Llosa; del realismo mágico: “Cien Años de Soledad”, de Gabriel García Márquez, solo por mencionar algunas obras de producción artística en este siglo” 1

Todos los autores anteriores están en deuda con Miguel de Cervantes Saavedra. Autor de la novela más conocida de lengua hispana “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha”, cuya trascendencia temática expone una serie de valores universales; un tratamiento novedoso de los personajes y una narrativa que marcó y sigue marcando el rumbo de la escritura; lo cual la ha validado para ser traducida a màs de cien idiomas a travès de cuatrocientos años.

11..-- OOrrttiizz PPeerrddoommoo MMaarrttiinnaa.. ““lliitteerraattuurraa uunniivveerrssaall”” MMeexxiiccoo,, DD..FF..,, 22000044,, pp..116600

33..33.. CCOORRRRIIEENNTTEESS LLIITTEERRAARRIIAASS

TAREA 3

Página 209.

EJERCICIO 4

A continuación lee cuidadosamente el capítulo I de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” y comenta con tus compañeros acerca de su contenido, los personajes, actitud de los personajes y el tipo de ideas que encuentres en esta lectura. Elabora un reporte y entrégalo a tu profesor para su revisión.

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La novela

Capítulo Primero

Que trata de la condición y ejercicio del famoso Hidalgo D. Quijote de la Mancha

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba escrito: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra hermosura, y también cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianis daba y recibía, porque se imaginaba que por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales; pero con todo alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y darle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran.

Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto graduado en Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero, Palmerín de

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Inglaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mismo pueblo, decía que ninguno llegaba al caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.

Decía él, que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero; pero que no tenía que ver con el caballero de la ardiente espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalle había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque con ser de aquella generación gigantesca, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado; pero sobre todos estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en Allende robó aquel ídolo de Mahoma, que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía y aun a su sobrina de añadidura.

En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído, que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.

Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo por lo menos del imperio de Trapisonda: y así con estos tan agradables pensamientos, llevado del extraño gusto que en ellos sentía, se dió priesa a poner en efecto lo que deseaba. Y lo primero que hizo, fue limpiar unas armas, que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vió que tenían una gran falta, y era que no tenía celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que encajada con el morrión, hacía una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte, y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada, y le dió dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana: y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y por asegurarse de este peligro, lo tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia de ella, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje. Fue luego a ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis, et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría: porque, según se decía él a sí mismo, no

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era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele, de manera que declarase quien había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entones: pues estaba muy puesto en razón, que mudando su señor estado, mudase él también el nombre; y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba: y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar ROCINANTE, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre y tan a su gusto a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento, duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar DON QUIJOTE, de donde como queda dicho, tomaron ocasión los autores de esta tan verdadera historia, que sin duda se debía llamar Quijada, y no Quesada como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís, no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse DON QUIJOTE DE LA MANCHA, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.

Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín, y confirmándose a sí mismo, se dió a entender que no le faltaba otra cosa, sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores, era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Decíase él: si yo por malos de mis pecados, por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quién enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: yo señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero D. Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante? ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero, cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quién dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque según se entiende, ella jamás lo supo ni se dió cata de ello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla DULCINEA DEL TOBOSO, porque era natural del Toboso, nombre a su parecer músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

3.3.2 La novela contemporánea La novela contemporánea, llamada también “novela moderna” nos presenta un mundo mediato, abstraído de la realidad, enfrentando al hombre con su medio, con su sociedad, con su ambiente. Una realidad compleja narrada mediante una estructura temática que presenta diversos planos de realidad (presente, pasado, etc.) Así de golpe, el lector se ve enfrentado al texto sin descripción de la situación o un escenario que lo sitúe.

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La literatura ha sido también, una forma de conocimiento, y no sólo de enfrentamiento o división, sino que influye sobre la ideología de los lectores. Así, tenemos la obra de Jean Paúl Sartré, Albert Camus, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, etc. A la narrativa contemporánea también se le ha llamado intelectual, porque es vehículo de todo tipo de ideas que responden al deseo de conocimiento del ser humano. Un ejemplo de ello es la novela de Herman Hesse, quien se interesa por aquella temática en donde sus personajes buscan el cómo debe venir el ser humano a darle un significado a la vida. El ser humano se identifica, se busca a sí mismo en aquellos libros que encuentra revelaciones o puertas que se abran a nuevos mundos y ésta es una de las funciones de la literatura contemporánea. Un ejemplo de ello lo es “La Metamorfosis “ de Franz Kafka. Realismo mágico Juan Rulfo es uno de los máximos exponentes del realismo mágico. Uno de los autores más revolucionarios de la narrativa mexicana por su manejo de la estructura, por sus tipos de narrador, “Pedro Páramo” es una novela compleja, la cual nos da luz y sombra sobre un México lleno de vivos y de muertos, de mitos, de una riqueza tal que pocos ojos lograron apreciar como los de Rulfo.

Para ilustrar lo anterior lee el siguiente capítulo de Pedro Páramo.

". . .Llanuras verdes. Ver subir y bajar el horizonte con el viento que mueve las espigas, el rizar de la tarde con una lluvia de triples rizos. el color de la tierra, el olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel derramada..." "Ella siempre odió a Pedro Páramo. '¡Doloritas! ¿Ya ordenó que me preparen el desayuno?' Y tu madre se levanta antes del amanecer. Prendía el nixtenco. Los gatos se despertaban con el olor de la lumbre. Y ella iba de aquí para allá, seguida por el rondín de gatos. '¡Doña Doloritas!´ "¿Cuántas veces oyó tu madre aquel llamado? 'Doña Doloritas', esto está frío. Esto no sirve. ¿Cuántas veces? Y aunque estaba acostumbrada a pasar lo peor, sus ojos humildes se endurecieron. "...No sentir otro sabor sino el del azahar de los naranjos en la tibieza del tiempo."

"Entonces comenzó a suspirar. "-¿Por qué suspira usted, Doloritas? "Yo lo había acompañado esa tarde. Está en mitad del campo mirando pasar las parvadas de los tordos. Un zopilote solitario se mecía en el cielo. "-¿Por qué suspira usted, Doloritas? "-Quisiera ser zopilote para volar a donde vive mi hermana. "-No faltaba más, doña Doloritas. Ahora mismo irá usted a ver a su hermana. Regresemos. Que le preparen sus maletas. No faltaba más. "Y tu madre se fue: "-Hasta luego, don Pedro. "-¡Adiós!, Doloritas. "Se fue de la Media Luna para siempre. "Yo le pregunté muchos meses después a Pedro Páramo por ella.

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"-Quería más a su hermana que a mí. Allá debe estar a gusto. Además ya me tenía enfadado. No pienso inquirir por ella, si es eso lo que te preocupa. "-¿Pero de qué vivirán? "-Que Dios los asista. ". . . El abandono en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro". "Y así hasta ahora que ella me avisó que vendrías a verme, no volvimos a saber más de ella." -La de cosas que han pasado -le dije-. Vivíamos en Colima arrimados a la tía Gertrudis, que nos echaba en cara nuestra carga. "-¿Por qué no regresas con tu marido?", le decía a mi madre. "-¿Acaso él ha enviado por mí? No me voy si él no me llama. Vine porque te quería ver. Porque te quería, por eso vine. "-Lo comprendo. Pero ya va siendo hora de que te vayas. "-Si consistiera en mí". Pensé que aquella mujer me estaba oyendo; pero noté que tenía borneada la cabeza como si escuchara algún rumor lejano. Luego dijo: -¿Cuándo descansarás? "El día que te fuiste entendí que no te volvería a ver. Ibas teñida de rojo por el sol de la tarde, por el crepúsculo ensangrentado del cielo; Sonreías. Dejabas atrás un pueblo del que muchas veces me dijiste: 'Lo quiero por ti; pero lo odio por todo lo demás, hasta por haber nacido en él'. Pensé: 'No regresará jamás; no volverá nunca.'" -¿Qué haces aquí a estas horas? ¿No estás trabajando? -No, abuela. Rogelio quiere que le cuide al niño. Me paso paseándolo. Cuesta trabajo atender las dos cosas: al niño y el telégrafo, mientras que él se vive tomando cervezas en el billar. Además no me paga nada. -No estás allí para ganar dinero, sino para aprender cuando ya sepas algo, entonces podrás ser exigente. Por ahora eres sólo un aprendiz; quizá mañana o pasado llegues a ser tú el jefe. Pero para eso se necesita paciencia y, más que nada, humildad. Si te ponen a pasear al niño, hazlo, por el amor de Dios. Es necesario que te resignes. -Que se resignen otros, abuela, yo no estoy para resignaciones. -¡Tú y tus rarezas! Siento que te va a ir mal, Pedro Páramo. -¿Qué es lo que pasa, doña Eduviges? Ella sacudió la cabeza como si despertara de un sueño. -Es el caballo de Miguel Páramo, que galopa por el camino de la Media Luna. -¿Entonces vive alguien en la Media Luna? -No, allí no vive nadie. -¿Entonces? -Solamente es el caballo que va y viene. Ellos eran inseparables. Corre por todas partes buscándolo y siempre regresa a estas horas. Quizá el pobre no puede con su remordimiento. Cómo hasta los animales se dan cuenta de cuando cometen un crimen, ¿no? -No entiendo. Ni he oído ningún ruido de ningún caballo. -¿No? -No -Entonces es cosa de mi sexto sentido. Un don que Dios me dio; o tal vez sea una maldición. Sólo yo sé lo que he sufrido a causa de esto. Guardó silencio un rato y luego añadió: -Todo comenzó con Miguel Páramo. Sólo yo supe lo que le había pasado la noche que murió . Estaba yo acostada cuando oí regresar su caballo rumbo a la Media Luna. Me extrañó porque nunca volvía a esas horas. Siempre lo hacía entrada la madrugada. Iba a platicar con su novia a un pueblo llamado Contla, algo lejos de aquí. Salía temprano y tardaba en volver. Pero esa noche no regresó. . . ¿Lo oyes ahora? Está claro que se oye. Viene de regreso.

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-No oigo nada -Entonces es cosa mía. Bueno, como te estaba diciendo, eso de que no regresó es un puro decir. No había acabado de pasar su caballo cuando sentí que me tocaban por la ventana. Ve tú a saber si fue ilusión mía. Lo cierto es que algo me obligó a ir a ver quién era. Y era él, Miguel Páramo. No me extrañó verlo, pues hubo un tiempo que se pasaba las noches en mi casa durmiendo conmigo, hasta que encontró esa muchacha que le sorbió los sesos. "-¿Que pasó? -le dije a Miguel Páramo-. ¿Te dieron calabazas?" "-No. Ella me sigue queriendo -me dijo-. Lo que sucede es que yo no pude dar con ella. Se me perdió el pueblo. Había mucha neblina o humo o no sé qué; pero sí sé que Contla no existe. Fui más allá según mis cálculos, y no encontré nada. Vengo a contártelo a ti, porque tú me comprendes. Si se lo dijera a los demás de Comala dirían que estoy loco, como siempre han dicho que lo estoy." "-No. Loco no, Miguel. Debes estar muerto. Acuérdate que te dijeron que ese caballo te iba a matar algún día. Acuérdate, Miguel Páramo. Tal vez te pusiste a hacer locuras y eso ya es otra cosa. -Sólo brinqué el lienzo de piedra que últimamente mandó poner mi padre. Hice que el Colorado lo brincara para no ir a dar ese rodeo tan largo que hay que hacer ahora para encontrar el camino. Sé que lo brinqué y después seguí corriendo; pero, como te digo, no había más que humo y humo y humo." "-Mañana tu padre se torcerá de dolor -le dije-. Lo siento por él. Ahora vete y descansa en paz, Miguel. Te agradezco que hayas venido a despedirte de mí. "Y. cerré la ventana. Antes de que amaneciera un mozo de la Media Luna vino a decir: -E1 patrón don Pedro le suplica. E1 niño Miguel ha muerto. Le suplica su compañía. "-Ya lo sé -le dije-. ¿Te pidieron que lloraras? "-Si, don Fulgor me dijo que se lo dijera llorando. "-Está bien. Dile a don Pedro que allá iré. ¿Hace mucho que lo trajeron? "-No hace ni media hora. De ser antes, tal vez se hubiera salvado. Aunque, según el doctor que lo palpó, ya estaba frío desde tiempo atrás. Lo supimos porque el Colorado volvió solo y se puso tan inquieto que no dejó dormir a nadie. Usted sabe cómo se querían él y el caballo, y hasta estoy por creer que el animal sufre más que don Pedro. No ha comido ni dormido y nomás se vuelve un puro corretear. Como que sabe, ¿sabe usted? Como que se siente despedazado y carcomido por dentro. "- No se te olvide cerrar la puerta cuando te vayas. "Y el mozo de la Media Luna se fue." -¿Has oído alguna vez el quejido de un muerto? - me pregunté a mí. -No, doña Eduviges. -Más te vale. En el hidrante las gotas caen una tras otra. Uno oye, salida de la piedra, el agua clara caer sobre el cántaro. Uno oye. Oye rumores; pies que raspan el suelo, que caminan, que van y vienen. Las gotas siguen cayendo sin cesar. El cántaro se desborda haciendo rodar el agua sobre un suelo mojado. "¡Despierta!", le dicen. Reconoce el sonido de la voz. Trata de adivinar quién es; pero el cuerpo se afloja y cae adormecido, aplastado por el peso del sueño. Unas manos estiran las cobijas prendiéndose de ellas, y debajo de su calor el cuerpo se esconde buscando la paz. "¡Despiértate!", vuelven a decir. La voz sacude los hombros. Hace enderezar el cuerpo. Entreabre los ojos. Se oyen las gotas de agua que caen del hidrante sobre el cántaro raso. Se oyen pasos que se arrastran. . . Y el llanto. Entonces oyó el llanto. Eso lo despertó: un llanto suave, delgado, que quizá por delgado pudo traspasar la maraña del sueño, llegando hasta el lugar donde anidan los sobresaltos.

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Se levantó despacio y vio la cara de una mujer recostada contra el marco de la puerta, oscurecida todavía por la noche, sollozando. -¿Por qué lloras, mamá? -preguntó, pues en cuanto puso los pies en el suelo reconoció el rostro de su madre. -Tu padre ha muerto -le dijo. Y luego, como si se le hubieran soltado los resortes de su pena, se dio vuelta sobre sí misma una y otra vez , una y otra vez, hasta que una manos llegaron hasta sus hombros y lograron detener el rebullir de su cuerpo. Por la puerta se veía el amanecer en el cielo. No había estrellas. Sólo un cielo plomizo, gris aún no aclarado por la luminosidad del sol. Una luz parda, no como si fuera a comenzar el día, sino como si apenas estuviera llegando el principio de la noche. Afuera, en el patio, los pasos, como de gente que ronda. Ruidos callados. Y aquí, aquella mujer, de pie en el umbral; su cuerpo impidiendo la llegada del día; dejando asomar, a través de sus brazos, retazos de cielo, y debajo de sus pies regueros de luz; una luz asperjada como si el suelo debajo de ella estuviera anegando en lágrimas. Y después el sollozo. Otra vez el llanto suave pero agudo, y la pena haciendo retorcer su cuerpo. -Han matado a tu padre. -¿Y a ti quién te mató, madre? "Hay aire y sol, hay nubes. Allá arriba un cielo azul detrás de él tal vez haya canciones; tal vez mejores voces . . . Hay esperanza, en suma. Hay esperanza para nosotros, contra nuestro pesar. "Pero no para ti, Miguel Páramo, que has muerto sin perdón y no alcanzarás ninguna gracia. "El padre Rentería dio vuelta al cuerpo y entregó la misa al pasado. Se dio prisa por terminar pronto y salió sin dar la bendición final a aquella gente que llenaba la iglesia. -¡Padre, queremos que nos lo bendiga! -¡No! - dijo moviendo negativamente la cabeza. No lo haré. Fue un mal hombre y no entrará al Reino de los Cielos. Dios me tomará mal que interceda por él. Lo decía, mientras trataba de retener sus manos para que no enseñaran su temblor. Pero fue. Aquel cadáver pesaba mucho en el ánimo de todos. Estaba sobre una tarima, en medio de la iglesia, rodeado de cirios nuevos, de flores, de un padre que estaba detrás de él, solo, esperando que terminara la velación. El padre Rentería pasó junto a Pedro Páramo procurando no rozarle los hombros. Levantó el hisopo con ademanes suaves y roció el agua bendita de arriba abajo, mientras salía de su boca un murmullo, que podía ser de oraciones. Después se arrodilló y todo el mundo se arrodilló con él: -Ten piedad de tu siervo, Señor. -Que descanse en paz, amén -contestaron las voces. Y cuando empezaba a llenarse nuevamente de cólera, vio que todos abandonaban la iglesia llevándose el cadáver de Miguel Páramo. Pedro Páramo se acercó, arrodillándose a su lado: -Yo sé que usted lo odiaba, padre. Y con razón. El asesinato de su hermano, que según rumores fue cometido por mi hijo, el caso de su sobrina Ana, violada por él según el juicio de usted; las ofensas y falta de respeto que le tuvo en ocasiones, son motivos que cualquiera puede admitir. Pero olvídese ahora, padre. Considérelo y perdónelo como quizá Dios lo haya perdonado. Puso sobre el reclinatorio un puño de monedas de oro y se levantó: -Reciba eso como una limosna para su iglesia. La iglesia estaba ya vacía. Dos hombres esperaban en la puerta a Pedro Páramo, quien se juntó con ellos, y juntos siguieron el féretro que aguardaba

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descansando sobre los hombros de cuatro caporales de la Media Luna. El padre Rentería recogió las monedas una por una y se acercó al altar. -Son tuyas -dijo-. Él puede comprar la salvación. Tú sabes si éste es el precio. En cuanto a mí, Señor, me pongo ante tus plantas para pedirle lo justo o lo injusto, que todo nos es dado pedir ... Por mí condénalo, Señor. Y cerró el sagrario. Entró en la sacristía, se echó en un rincón, y allí lloró de pena y de tristeza hasta agotar sus lágrimas. -Está bien, Señor, tú ganas -dijo después.

El realismo mágico adquirió su máxima relevancia con un representante indiscutible de éste movimiento: Gabriel García Márquez, y su obra “Cien Años de Soledad”.

EJERCICIO 5

Contesta las siguientes preguntas y preséntalas a tu profesor para su revisión. 1. ¿Qué valores se manejan en el fragmento de “Pedro Páramo”? 2. ¿Cómo percibe la muerte el autor? 3. Describe cómo es interiormente “Pedro Páramo”.

EJERCICIO 6 Realiza lo que se te indica a continuación. 1. Lee el siguiente texto y contesta el cuadro que aparece al final de la lectura. 2. Investiga y escribe en el glosario las palabras que no entiendas del texto. 3. Indaga la biografía del autor.

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CIEN AÑOS DE SOLEDAD (1967)

[II]

Cuando el pirata Francis Drake asaltó a Riohacha, en el siglo XVI, la bisabuela de Úrsula Iguarán se asustó tanto con el toque de rebato y el estampido de los cañones, que perdió el control de los nervios y se sentó en un fogón encendido. Las quemaduras la dejaron convertida en una esposa inútil para toda la vida. No podía sentarse sino de medio lado, acomodada en cojines, y algo extraño debió quedarle en el modo de andar, porque nunca volvió a caminar en público. Renunció a toda clase de hábitos sociales obsesionada por la idea de que su cuerpo despedía un olor a chamusquina. El alba la sorprendía en el patio sin atreverse a dormir, porque soñaba que los ingleses con sus feroces perros de asalto se metían por la ventana del dormitorio y la sometían a vergonzosos tormentos con hierros al rojo vivo. Su marido, un comerciante aragonés con quien tenía dos hijos, se gastó media tienda en medicinas y entretenimientos buscando la manera de aliviar sus terrores. Por último liquidó el negocio y llevó la familia a vivir lejos del mar, en una ranchería de indios pacíficos situada en las estribaciones de la sierra, donde le construyó a su mujer un dormitorio sin ventanas para que no tuvieran por donde entrar los piratas de sus pesadillas. En la escondida ranchería vivía de mucho tiempo atrás un criollo cultivador de tabaco, don José Arcadio Buendía, con quien el bisabuelo de Úrsula estableció una sociedad tan productiva que en pocos años hicieron una fortuna. Varios siglos más tarde, el tataranieto del criollo se casó con la tataranieta del aragonés. Por eso, cada vez que Úrsula se salía de casillas con las locuras de su marido, saltaba por encima de trescientos años de casualidades, y maldecía la hora en que Francis Drake asaltó a Riohacha. Era un simple recurso de desahogo, porque en verdad estaban ligados hasta la muerte por un vínculo más sólido que el amor: un común remordimiento de conciencia. Eran primos entre sí. Habían crecido juntos en la antigua ranchería que los antepasados de ambos transformaron con su trabajo y sus buenas costumbres en uno de los mejores pueblos de la provincia. Aunque su matrimonio era previsible desde que vinieron al mundo, cuando ellos expresaron la voluntad de casarse sus propios parientes trataron de impedirlo. Tenían el temor de que aquellos saludables cabos de dos razas secularmente entrecruzadas pasaran por la vergüenza de engendrar iguanas. Ya existía un precedente tremendo. Una tía de Úrsula, casada con un tío de José Arcadio Buendía, tuvo un hijo que pasó toda la vida con unos pantalones englobados y flojos, y que murió desangrado después de haber vivido cuarenta y dos años en el más puro estado de virginidad, porque nació y creció con una cola cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta. Una cola de cerdo que no se dejó ver nunca de ninguna mujer, y que le costó la vida cuando un carnicero amigo le hizo el favor de cortársela con una hachuela de destazar. José Arcadio Buendía, con la ligereza de sus diecinueve años, resolvió el problema con una sola frase: "No me importa tener cochinitos, siempre que puedan hablar." Así que se casaron con una fiesta de banda y cohetes que duró tres días. Hubieran sido felices desde entonces si la madre de Úrsula no la hubiera aterrorizado con toda clase de pronósticos siniestros sobre su descendencia, hasta el extremo de conseguir que rehusara consumar el matrimonio. Temiendo que el corpulento y voluntarioso marido la violara dormida, Úrsula se ponía antes de acostarse un pantalón rudimentario que su madre le fabricó con lona de velero y reforzado con un sistema de correas entrecruzadas, que se cerraba por delante con una

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gruesa hebilla de hierro. Así estuvieron varios meses. Durante el día, él pastoreaba sus gallos de pelea y ella bordaba en bastidor con su madre. Durante la noche, forcejeaban varias horas con una ansiosa violencia que ya parecía un sustituto del acto de amor, hasta que la intuición popular olfateó que algo irregular estaba ocurriendo, y soltó el rumor de que Úrsula seguía virgen un año después de casada, porque su marido era impotente. José Arcadio Buendía fue el último que conoció el rumor. —Ya ves, Úrsula, lo que anda diciendo la gente —le dijo a su mujer con mucha calma. —Déjalos que hablen —dijo ella—. Nosotros sabemos que no es cierto. De modo que la situación siguió igual por otros seis meses, hasta el domingo trágico en que José Arcadio Buendía le ganó una pelea de gallos a Prudencio Aguilar. Furioso, exaltado por la sangre de su animal, el perdedor se apartó de José Arcadio Buendía para que toda la gallera pudiera oír lo que iba a decirle. —Te felicito —gritó—. A ver si por fin ese gallo le hace el favor a tu mujer. José Arcadio Buendía, sereno, recogió su gallo. "Vuelvo en seguida", dijo a todos. Y luego, a Prudencio Aguilar: —Y tú, anda a tu casa y ármate, porque te voy a matar. Diez minutos después volvió con la lanza cebada de su abuelo. En la puerta de la gallera, donde se había concentrado medio pueblo, Prudencio Aguilar lo esperaba. No tuvo tiempo de defenderse. La lanza de José Arcadio Buendía, arrojada con la fuerza de un toro y con la misma dirección certera con que el primer Aureliano Buendía exterminó a los tigres de la región, le atravesó la garganta. Esa noche, mientras se velaba el cadáver en la gallera, José Arcadio Buendía entró en el dormitorio cuando su mujer se estaba poniendo el pantalón de castidad. Blandiendo la lanza frente a ella, le ordenó: "Quítate eso." Úrsula no puso en duda la decisión de su marido. "Tú serás responsable de lo que pase", murmuró. José Arcadio Buendía clavó la lanza en el piso de tierra. —Si has de parir iguanas, criaremos iguanas —dijo—. Pero no habrá más muertos en este pueblo por culpa tuya. Era una buena noche de junio, fresca y con luna, y estuvieron despiertos y retozando en la cama hasta el amanecer, indiferentes al viento que pasaba por el dormitorio, cargado con el llanto de los parientes de Prudencio Aguilar. El asunto fue clasificado como un duelo de honor, pero a ambos les quedó un malestar en la conciencia. Una noche en que no podía dormir, Úrsula salió a tomar agua en el patio y vio a Prudencio Aguilar junto a la tinaja. Estaba lívido, con una expresión muy triste, tratando de cegar con un tapón de esparto el hueco de su garganta. No le produjo miedo, sino lástima. Volvió al cuarto a contarle a su esposo lo que había visto, pero él no le hizo caso. "Los muertos no salen", dijo. "Lo que pasa es que no podemos con el peso de la conciencia." Dos noches después, Úrsula volvió a ver a Prudencio Aguilar en el baño, lavándose con el tapón de esparto la sangre cristalizada del cuello. Otra noche lo vio paseándose bajo la lluvia. José Arcadio Buendía, fastidiado por las alucinaciones de su mujer, salió al patio armado con la lanza. Allí estaba el muerto con su expresión triste. —Vete al carajo —le gritó José Arcadio Buendía—. Cuantas veces regreses volveré a matarte. Prudencio Aguilar no se fue, ni José Arcadio Buendía se atrevió a arrojar la lanza. Desde entonces no pudo dormir bien. Lo atormentaba la inmensa desolación con que el muerto lo había mirado desde la lluvia, la honda nostalgia con que afloraba a los vivos, la ansiedad con que registraba la casa buscando el agua para mojar su tapón de esparto. "Debe estar sufriendo mucho", le decía a

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Úrsula. "Se ve que está muy solo." Ella estaba tan conmovida que la próxima vez que vio al muerto destapando las ollas de la hornilla comprendió lo que buscaba, y desde entonces le puso tazones de agua por toda la casa. Una noche en que lo encontró lavándose las heridas en su propio cuarto, José Arcadio Buendía no pudo resistir más. —Está bien, Prudencio —le dijo—. Nos iremos de este pueblo, lo más lejos que podamos, y no regresaremos jamás. Ahora vete tranquilo. Fue así como emprendieron la travesía de la sierra. Varios amigos de José Arcadio Buendía, jóvenes como él, embullados con la aventura, desmantelaron sus casas y cargaron con sus mujeres y sus hijos hacia la tierra que nadie les había prometido. Antes de partir, José Arcadio Buendía enterró la lanza en el patio y degolló uno tras otro sus magníficos gallos de pelea, confiando en que en esa forma le daba un poco de paz a Prudencio Aguilar. Lo único que se llevó Úrsula fue un baúl con sus ropas de recién casada, unos pocos útiles domésticos y el cofrecito con las piezas de oro que heredó de su padre. No se trazaron un itinerario definido. Solamente procuraban viajar en sentido contrario al camino de Riohacha para no dejar ningún rastro ni encontrar gente conocida. Fue un viaje absurdo. A los catorce meses, con el estómago estragado por la carne de mico y el caldo de culebras, Úrsula dio a luz un hijo con todas sus partes humanas. Había hecho la mitad del camino en una hamaca colgada de un palo que dos hombres llevaban en hombros, porque la hinchazón le desfiguró las piernas, y las várices se le reventaban como burbujas. Aunque daba lástima verlos con los vientres templados y los ojos lánguidos, los niños resistieron el viaje mejor que sus padres, y la mayor parte del tiempo les resultó divertido. Una mañana, después de casi dos años de travesía, fueron los primeros mortales que vieron, la vertiente occidental de la sierra. Desde la cumbre nublada contemplaron la inmensa llanura acuática de la ciénaga grande, explayada hasta el otro lado del mundo. Pero nunca encontraron el mar. Una noche, después de varios meses de andar perdidos por entre los pantanos, lejos ya de los últimos indígenas que encontraron en el camino, acamparon a la orilla de un río pedregoso cuyas aguas parecían un torrente de vidrio helado. Años después, durante la segunda guerra civil, el coronel Aureliano Buendía trató de hacer aquella misma ruta para tomarse a Riohacha por sorpresa, y a los seis días de viaje comprendió que era una locura. Sin embargo, la noche en que acamparon junto al río, las huestes de su padre tenían un aspecto de náufragos sin escapatoria, pero su número había aumentado durante la travesía y todos estaban dispuestos (y lo consiguieron) a morirse de viejos. José Arcadio Buendía soñó esa noche que en aquel lugar se levantaba una ciudad ruidosa con casas de paredes de espejo. Preguntó qué ciudad era aquella, y le contestaron con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural: Macondo. Al día siguiente convenció a sus hombres de que nunca encontrarían el mar. Les ordenó derribar los árboles para hacer un claro junto al río, en el lugar más fresco de la orilla, y allí fundaron la aldea. José Arcadio Buendía no logró descifrar el sueño de las casas con paredes de espejos hasta el día en que conoció el hielo. Entonces creyó entender su profundo significado. Pensó que en un futuro próximo podrían fabricarse bloques de hielo en gran escala, a partir de un material tan cotidiano como el agua, y construir con ellos las nuevas casas de la aldea. Macondo dejaría de ser un lugar ardiente, cuyas bisagras y aldabas se torcían de calor, para convertirse en una ciudad invernal. Si no perseveró en sus tentativas de construir una fábrica de hielo, fue porque entonces estaba positivamente entusiasmado con la educación de sus hijos, en especial la de Aureliano, que había revelado desde el primer momento una rara intuición alquímica. El laboratorio había sido desempolvado. — Revisando las notas de Melquíades, ahora serenamente, sin la exaltación de

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la novedad, en prolongadas y pacientes sesiones trataron de separar el oro de Úrsula del cascote adherido al fondo del caldero. El joven José Arcadio participó apenas en el proceso. Mientras su padre sólo tenía cuerpo y alma para el atanor, el voluntarioso primogénito, que siempre fue demasiado grande para su edad, se convirtió en un adolescente monumental. Cambió de voz. El bozo se le pobló de un vello incipiente. Una noche Úrsula entró en el cuarto cuando él se quitaba la ropa para dormir, y experimentó un confuso sentimiento de vergüenza y piedad: era el primer hombre que veía desnudo, después de su esposo, y estaba tan bien equipado para la vida, que le pareció anormal. Úrsula, encinta por tercera vez, vivió de nuevo sus terrores de recién casada. Por aquel tiempo iba a la casa una mujer alegre, deslenguada, provocativa, que ayudaba en los oficios domésticos y sabia leer el porvenir en la baraja. Úrsula le habló de su hijo. Pensaba que su desproporción era algo tan desnaturalizado como la cola de cerdo del primo. La mujer soltó una risa expansiva que repercutió en toda la casa como un reguero de vidrio. "Al contrario", dijo. "Será feliz." Para confirmar su pronóstico llevó los naipes a la casa pocos días después, y se encerró con José Arcadio en un depósito de granos contiguo a la cocina. Colocó las barajas con mucha calma en un viejo mesón de carpintería, hablando de cualquier cosa, mientras el muchacho esperaba cerca de ella más aburrido que intrigado. De pronto extendió la mano y lo tocó. "Qué bárbaro", dijo, sinceramente asustada, y fue todo lo que pudo decir. José Arcadio sintió que los huesos se le llenaban de espuma, que tenía un miedo lánguido y unos terribles deseos de llorar. La mujer no le hizo ninguna insinuación. Pero José Arcadio la siguió buscando toda la noche en el olor de humo que ella tenía en las axilas y que le quedó metido debajo del pellejo. Quería estar con ella en todo momento, quería que ella fuera su madre, que nunca salieran del granero y que le dijera qué bárbaro, y que lo volviera a tocar y a decirle qué bárbaro. Un día no pudo soportar más y fue a buscarla a su casa. Hizo una visita formal, incomprensible, sentado en la sala sin pronunciar una palabra. En ese momento no la deseó. La encontraba distinta, enteramente ajena a la imagen que inspiraba su olor, como si fuera otra. Tomó el café y abandonó la casa deprimido. Esa noche, en el espanto de la vigilia, la volvió a desear con una ansiedad brutal, pero entonces no la quería como era en el granero, sino como había sido aquella tarde. Días después, de un modo intempestivo, la mujer lo llamó a su casa, donde estaba sola con su madre, y lo hizo entrar en el dormitorio con el pretexto de enseñarle un truco de barajas. Entonces lo tocó con tanta libertad que él sufrió una desilusión después del estremecimiento inicial, y experimentó más miedo que placer. Ella le pidió que esa noche fuera a buscarla. Él estuvo de acuerdo, por salir del paso, sabiendo que no sería capaz de ir. Pero esa noche, en la cama ardiente, comprendió que tenía que ir a buscarla aunque no fuera capaz. Se vistió a tientas, oyendo en la oscuridad la reposada respiración de su hermano, la tos seca de su padre en el cuarto vecino, el asma de las gallinas en el patio, el zumbido de los mosquitos, el bombo de su corazón y el desmesurado bullicio del mundo que no había advertido hasta entonces, y salió a la calle dormida. Deseaba de todo corazón que la puerta estuviera atrancada, y no simplemente ajustada, como ella le había prometido. Pero estaba abierta. La empujó con la punta de los dedos y los goznes soltaron un quejido lúgubre y articulado que tuvo una resonancia helada en sus entrañas. Desde el instante en que entró, de medio lado y tratando de no hacer ruido, sintió el olor. Todavía estaba en la salita donde los tres hermanos de la mujer colgaban las hamacas en posiciones que él ignoraba y que no podía determinar en las tinieblas, así que le faltaba atravesarla a tientas, empujar la puerta del dormitorio y orientarse allí de tal modo que no fuera a equivocarse de cama. Lo consiguió. Tropezó con los hicos de las hamacas, que estaban más bajas de lo que él había supuesto, y un hombre que roncaba hasta entonces se revolvió en el sueño y dijo con una

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especie de desilusión: "Era miércoles." Cuando empujó la puerta del dormitorio, no pudo impedir que raspara el desnivel del piso. De pronto, en la oscuridad absoluta, comprendió con una irremediable nostalgia que estaba completamente desorientado. En la estrecha habitación dormían la madre, otra hija con el marido y dos niños, y la mujer que tal vez no lo esperaba. Habría podido guiarse por el olor si el olor no hubiera estado en toda la casa, tan engañoso y al mismo tiempo tan definido como había estado siempre en su pellejo. Permaneció inmóvil un largo rato, preguntándose asombrado cómo había hecho para llegar a ese abismo de desamparo, cuando una mano con todos los dedos extendidos, que tanteaba en las tinieblas, le tropezó la cara. No se sorprendió, porque sin saberlo lo había estado esperando. Entonces se confió a aquella mano, y en un terrible estado de agotamiento se dejó llevar hasta un lugar sin formas donde le quitaron la ropa y lo zarandearon como un costal de papas y lo voltearon al derecho y al revés, en una oscuridad insondable en la que le sobraban los brazos, donde ya no olía más a mujer, sino a amoníaco, y donde trataba de acordarse del rostro de ella y se encontraba con el rostro de Ursula, confusamente consciente de que estaba haciendo algo que desde hacia mucho tiempo deseaba que se pudiera hacer, pero que nunca se había imaginado que en realidad se pudiera hacer, sin saber cómo lo estaba haciendo porque no sabía dónde estaban los pies y dónde la cabeza, ni los pies de quién ni la cabeza de quién, y sintiendo que no podía resistir más el rumor glacial de sus riñones y el aire de sus tripas, y el miedo, y el ansia atolondrada de huir y al mismo tiempo de quedarse para siempre en aquel silencio exasperado y aquella soledad espantosa. Se llamaba Pilar Ternera. Había formado parte del éxodo que culminó con la fundación de Macondo, arrastrada por su familia para separarla del hombre que la violó a los catorce años y siguió amándola hasta los veintidós, pero que nunca se decidió a hacer pública la situación porque era un hombre ajeno. Le prometió seguirla hasta el fin del mundo, pero más tarde, cuando arreglara sus asuntos, y ella se había cansado de esperarlo identificándolo siempre con los hombres altos y bajos, rubios y morenos, que las barajas le prometían por los caminos de la tierra y los caminos del mar, para dentro de tres días, tres meses o tres años. Había perdido en la espera la fuerza de los muslos, la dureza de los senos, el hábito de la ternura, pero conservaba intacta la locura del corazón. Trastornado por aquel juguete prodigioso, José Arcadio buscó su rastro todas las noches a través del laberinto del cuarto. En cierta ocasión encontró la puerta atrancada y tocó varias veces, sabiendo que si había tenido el arresto de tocar la primera vez tenía que tocar hasta la última, y al cabo de una espera interminable ella le abrió la puerta. Durante el día, derrumbándose de sueño, gozaba en secreto con los recuerdos de la noche anterior. Pero cuando ella entraba en la casa, alegre, indiferente, dicharachera, él no tenía que hacer ningún esfuerzo para disimular su tensión, porque aquella mujer cuya risa explosiva espantaba a las palomas, no tenía nada que ver con el poder invisible que lo enseñaba a respirar hacia dentro y a controlar los golpes del corazón, y le había permitido entender por qué los hombres le tienen miedo a la muerte. Estaba tan ensimismado que ni siquiera comprendió la alegría de todos cuando su padre y su hermano alborotaron la casa con la noticia de que habían logrado vulnerar el cascote metálico y separar el oro de Úrsula. En efecto, tras complicadas y perseverantes jornadas, lo habían conseguido. Úrsula estaba feliz, y hasta dio gracias a Dios por la invención de la alquimia, mientras la gente de la aldea se apretujaba en el laboratorio, y les servían dulce de guayaba con galletitas para celebrar el prodigio, y José Arcadio Buendía les dejaba ver el crisol con el oro rescatado, como si acabara de inventarío. De tanto mostrarlo, terminó frente a su hijo mayor, que en los últimos tiempos apenas se asomaba por el laboratorio. Puso frente a sus ojos el

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mazacote seco y amarillento, y le preguntó: "¿Qué te parece?" José Arcadio, sinceramente, contestó: —Mierda de perro. Su padre le dio con el revés de la mano un violento golpe en la boca que le hizo saltar la sangre y las lágrimas. Esa noche Pilar Ternera le puso compresas de árnica en la hinchazón, adivinando el frasco y los algodones en la oscuridad, y le hizo todo lo que quiso sin que él se molestara, para amarlo sin lastimarlo. Lograron tal estado de intimidad que un momento después, sin darse cuenta, estaban hablando en murmullos. —Quiero estar solo contigo —decía él—. Un día de estos le cuento todo a todo el mundo y se acaban los escondrijos. Ella no trató de apaciguarlo. —Sería muy bueno —dijo—. Si estamos solos, dejamos la lámpara encendida para vernos bien, y yo puedo gritar todo lo que quiera sin que nadie tenga que meterse y tú me dices en la oreja todas las porquerías que se te ocurran. Esta conversación, el rencor mordiente que sentía contra su padre, y la inminente posibilidad del amor desaforado, le inspiraron una serena valentía. De un modo espontáneo, sin ninguna preparación, le contó todo a su hermano. Al principio el pequeño Aureliano sólo comprendía el riesgo, la inmensa posibilidad de peligro que implicaban las aventuras de su hermano, pero no lograba concebir la fascinación del objetivo. Poco a poco se fue contaminando de ansiedad. Se hacia contar las minuciosas peripecias, se identificaba con el sufrimiento y el gozo del hermano, se sentía asustado y feliz. Lo esperaba despierto hasta el amanecer, en la cama solitaria que parecía tener una estera de brasas, y seguían hablando sin sueño hasta la hora de levantarse, de modo que muy pronto padecieron ambos la misma somnolencia, sintieron el mismo desprecio por la alquimia y la sabiduría de su padre, y se refugiaron en la soledad. "Estos niños andan como zurumbáticos", decía Úrsula. "Deben tener lombrices." Les preparó una repugnante pócima de paico machacado, que ambos bebieron con imprevisto estoicismo, y se sentaron al mismo tiempo en sus bacinillas once veces en un solo día, y expulsaron unos parásitos rosados que mostraron a todos con gran júbilo, porque les permitieron desorientar a Úrsula en cuanto al origen de sus distraimientos y languideces. Aureliano no sólo podía entonces entender, sino que podía vivir como cosa propia las experiencias de su hermano, porque en una ocasión en que éste explicaba con muchos pormenores el mecanismo del amor, lo interrumpió para preguntarle: "¿Qué se siente?" José Arcadio le dio una respuesta inmediata: —Es como un temblor de tierra. Un jueves de enero, a las dos de la madrugada, nació Amaranta. Antes de que nadie entrara en el cuarto, Úrsula la examinó minuciosamente. Era liviana y acuosa como una lagartija, pero todas sus partes eran humanas. Aureliano no se dio cuenta de la novedad sino cuando sintió la casa llena de gente. Protegido por la confusión salió en busca de su hermano, que no estaba en la cama desde las once, y fue una decisión tan impulsiva que ni siquiera tuvo tiempo de preguntarse cómo haría para sacarlo del dormitorio de Pilar Ternera. Estuvo rondando la casa varias horas, silbando claves privadas, hasta que la proximidad del alba lo obligó a regresar. En el cuarto de su madre, jugando con la hermanita recién nacida y con una cara que se le caía de inocencia, encontró a José Arcadio. Úrsula había cumplido apenas su reposo de cuarenta días, cuando volvieron los gitanos. Eran los mismos saltimbanquis y malabaristas que llevaron el hielo. A diferencia de la tribu de Melquíades, habían demostrado en poco tiempo que no eran heraldos del progreso, sino mercachifles de diversiones.

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Inclusive cuando llevaron el hielo, no lo anunciaron en función de su utilidad en la vida de los hombres, sino como una simple curiosidad de circo. Esta vez, entre muchos otros juegos de artificio, llevaban una estera voladora. Pero no la ofrecieron como un aporte fundamental al desarrollo del transporte, sino corno un objeto de recreo. La gente, desde luego, desenterró sus últimos pedacitos de oro para disfrutar de un vuelo fugaz sobre las casas de la aldea. Amparados por la deliciosa impunidad del desorden colectivo, José Arcadio y Pilar vivieron horas de desahogo. Fueron dos novios dichosos entre la muchedumbre, y hasta llegaron a sospechar que el amor podía ser un sentimiento más reposado y profundo que la felicidad desaforada pero momentánea de sus noches secretas. Pilar, sin embargo, rompió el encanto. Estimulada por el entusiasmo con que José Arcadio disfrutaba de su compañía, equivocó la forma y la ocasión, y de un solo golpe le echó el mundo encima. "Ahora sí eres un hombre", le dijo. Y como él no entendió lo que ella quería decirle, se lo explicó letra por letra: —Vas a tener un hijo. José Arcadio no se atrevió a salir de su casa en varios días. Le bastaba con escuchar la risotada trepidante de Pilar en la cocina para correr a refugiarse en el laboratorio, donde los artefactos de alquimia habían revivido con la bendición de Úrsula. José Arcadio Buendía recibió con alborozo al hijo extraviado y lo inició en la búsqueda de la piedra filosofal, que había por fin emprendido. Una tarde se entusiasmaron los muchachos con la estera voladora que pasó veloz al nivel de la ventana del laboratorio llevando al gitano conductor y a varios niños de la aldea que hacían alegres saludos con la mano, y José Arcadio Buendía ni siquiera la miré. "Déjenlos que sueñen" dijo. "Nosotros volaremos mejor que ellos con recursos más científicos que ese miserable sobrecamas." A pesar de su fingido interés, José Arcadio no entendió nunca los poderes del huevo filosófico, que simplemente le parecía un frasco mal hecho. No lograba escapar de su preocupación. Perdió el apetito y el sueño, sucumbió al mal humor, igual que su padre ante el fracaso de alguna de sus empresas, y fue tal su trastorno que el propio José Arcadio Buendía lo relevé de los deberes en el laboratorio creyendo que habla tomado la alquimia demasiado a pecho. Aureliano, por supuesto, comprendió que la aflicción del hermano no tenía origen en la búsqueda de la piedra filosofal, pero no consiguió arrancarle una confidencia. Había perdido su antigua espontaneidad. De cómplice y comunicativo se hizo hermético y hostil. Ansioso de' soledad, mordido por un virulento rencor contra el mundo, una noche abandonó la cama como de costumbre, pero no fue a casa de Pilar Ternera, sino a confundirse con el tumulto de la feria. Después de deambular por entre toda suerte de máquinas de artificio, sin interesarse por ninguna, se fijó en algo que no estaba en juego: una gitana muy joven, casi una niña, agobiada de abalorios, la mujer más bella que José Arcadio había visto en su vida. Estaba entre la multitud que presenciaba el triste espectáculo del hombre que se convirtió en víbora por desobedecer a sus padres. José Arcadio no puso atención. Mientras se desarrollaba el triste interrogatorio del hombre—víbora, se había abierto paso por entre la multitud hasta la primera fila en que se encontraba la gitana, y se habla detenido detrás de ella. Se apretó contra sus espaldas. La muchacha trató de separarse, pero José Arcadio se apretó con más fuerza contra sus espaldas. Entonces ella lo sintió. Se quedó inmóvil contra él, temblando de sorpresa y pavor, sin poder creer en la evidencia, y por último volvió la cabeza y lo miró con una sonrisa trémula. En ese instante dos gitanos metieron al hombre víbora en su jaula y la llevaron al interior de la tienda. El gitano que dirigía el espectáculo anunció:

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—Y ahora, señoras y señores, vamos a mostrar la prueba terrible de la mujer que tendrá que ser decapitada todas las noches a esta hora durante ciento cincuenta años, como castigo por haber visto lo que no debía. José Arcadio y la muchacha no presenciaron la decapitación. Fueron a la carpa de ella, donde se besaron con una ansiedad desesperada mientras se iban quitando la ropa. La gitana se deshizo de sus corpiños superpuestos, de sus numerosos pollerines de encaje almidonado, de su inútil corset alambrado, de su. carga de abalorios, y quedó prácticamente convertida en nada. Era una ranita lánguida, de senos incipientes y piernas tan delgadas que no le ganaban en diámetro a los brazos de José Arcadio, pero tenía una decisión y un calor que compensaban su fragilidad. Sin embargo, José Arcadio no podía responderle porque estaban en una especie de carpa pública, por donde los gitanos pasaban con sus cosas de circo y arreglaban sus asuntos, y hasta se demoraban junto a la cama a echar una partida de dados. La lámpara colgada en la vara central iluminaba todo el ámbito. En una pausa de las caricias, José Arcadio se estiró desnudo en la cama, sin saber qué hacer, mientras la muchacha trataba de alentarlo. Una gitana de carnes espléndidas entró poco después acompañada de un hombre que no hacía parte de la farándula, pero que tampoco era de la aldea, y ambos empezaron a desvestirse frente a la cama. Sin proponérselo, la mujer miró a José Arcadio y examinó con una especie de fervor patético su magnífico animal en reposo. —Muchacho —exclamó—, que Dios te la conserve. La compañera de José Arcadio les pidió que los dejaran tranquilos, y la pareja se acostó en el suelo, muy cerca de la cama. La pasión de los otros despertó la fiebre de José Arcadio. Al primer contacto, los huesos de la muchacha parecieron desarticularse con un crujido desordenado como el de un fichero de dominó, y su piel se deshizo en un sudor pálido y sus ojos se llenaron de lágrimas y todo su cuerpo exhaló un lamento lúgubre y un vago olor de lodo. Pero soportó el impacto con una firmeza de carácter y una valentía admirables. José Arcadio se sintió entonces levantado en vilo hacia un estado de inspiración seráfica, donde su corazón se desbarató en un manantial de obscenidades tiernas que le entraban a la muchacha por los oídos y le salían por la boca traducidas a su idioma. Era jueves. La noche del sábado José Arcadio se amarró un trapo rojo en la cabeza y se fue con los gitanos. Cuando Úrsula descubrió su ausencia, lo buscó por toda la aldea. En el desmantelado campamento de los gitanos no había más que un reguero de desperdicios entre las cenizas todavía humeantes de los fogones apagados. Alguien que andaba por ahí buscando abalorios entre la basura le dijo a Ùrsula que la noche anterior había visto a su hijo en el tumulto de la farándula, empujando una carretilla con la jaula del hombre—víbora:-- "¡Se metió de gitano!", le gritó ella a su marido, quien no había dado la menor señal de alarma ante la desaparición. —Ojalá fuera cierto —dijo José Arcadio Buendía, machacando en el mortero la materia mil veces machacada y recalentada y vuelta a machacar—. --Así aprenderá a ser hombre. Úrsula preguntó por dónde se habían ido los gitanos. Siguió preguntando en el camino que le indicaron, y creyendo que todavía tenía tiempo de alcanzarlos, siguió alejándose de la aldea, hasta que tuvo conciencia de estar tan lejos que ya no pensó en regresar. José Arcadio Buendía no descubrió la falta de su mujer sino a las ocho de la noche, cuando dejó la materia recalentándose en una cama de estiércol, y fue a ver qué le pasaba a la pequeña Amaranta que estaba ronca de llorar. En pocas horas reunió un grupo de hombres bien equipados, puso a Amaranta en manos de una mujer que se ofreció para amamantaría, y se perdió por senderos invisibles en pos de Úrsula. Aureliano los acompañó. Unos pescadores indígenas, cuya lengua desconocían,

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les indicaron por señas al amanecer que no habían visto pasar a nadie. Al cabo de tres días de búsqueda inútil, regresaron a la aldea. Durante varias semanas, José Arcadio Buendía se dejó vencer por la consternación. Se ocupaba como una madre de la pequeña Amaranta. La bañaba y cambiaba de ropa, la llevaba a ser amamantada cuatro veces al día y hasta le cantaba en la noche las canciones que Úrsula nunca supo cantar. En cierta ocasión Pilar Ternera se ofreció para hacer los oficios de la casa mientras regresaba Úrsula. Aureliano, cuya misteriosa intuición se habla sensibilizado en la desdicha, experimentó un fulgor de clarividencia al verla entrar. Entonces supo que de algún modo inexplicable ella tenía la culpa de la fuga de su hermano y la consiguiente desaparición de su madre, y la acosó de tal modo, con una callada e implacable hostilidad, que la mujer no volvió a la casa. El tiempo puso las cosas en su puesto. José Arcadio Buendía y su hijo no supieron en qué momento estaban otra vez en el laboratorio, sacudiendo el polvo, prendiendo fuego al atanor, entregados una vez más a la paciente manipulación de la materia dormida desde hacia varios meses en su cama de estiércol. Hasta Amaranta, acostada en una canastilla de mimbre, observaba con curiosidad la absorbente labor de su padre y su hermano en el cuartito enrarecido por los vapores del mercurio. En cierta ocasión, meses después de la partida de Úrsula, empezaron a suceder cosas extrañas. Un frasco vacío que durante mucho tiempo estuvo olvidado en un armario se hizo tan pesado que fue imposible moverlo. Una cazuela de agua colocada en la mesa de trabajo hirvió sin fuego durante media hora hasta evaporarse por completo. José Arcadio Buendía y su hijo observaban aquellos fenómenos con asustado alborozo, sin legrar explicárselos, pero interpretándolos como anuncios de la materia. Un día la canastilla de Amaranta empezó a moverse con un impulso propio y dio una vuelta completa en el cuarto, ante la consternación de Aureliano, que se apresuró a detenerla. Pero su padre no se alteró. Puso la canastilla en su puesto y la amarró a la pata de una mesa, convencida de que el acontecimiento esperado era inminente. Fue en esa ocasión cuando Aureliano le oyó decir: —Si no temes a Dios, témele a los metales. De pronto, casi cinco meses después de su desaparición, volvió Úrsula. Llegó exaltada, rejuvenecida, con ropas nuevas de un estilo desconocido en la aldea. José Arcadio Buendia apenas si pudo resistir el impacto. "¡Era esto!", gritaba. "Yo sabía que iba a ocurrir." Y lo creía de veras, porque en sus prolongados encierros, mientras manipulaba la materia, rogaba en el fondo de su corazón que el prodigio esperado no fuera el hallazgo de la piedra filosofal, ni la liberación del soplo que hace vivir los metales, ni la facultad de convertir en oro las bisagras y cerraduras de la casa, sino lo que ahora había ocurrido: el regreso de Úrsula. Pero ella no compartía su alborozo. Le dio un beso convencional, como sí no hubiera estado ausente más de una hora, y le dijo: —Asómate a la puerta. José Arcadio Buendía tardó mucho tiempo para restablecerse de la perplejidad cuando salió a la calle y vio la muchedumbre. No eran gitanos. Eran hombres y mujeres como ellos, de cabellos lacios y piel parda, que hablaban su misma lengua y se lamentaban de los mismos dolores. Traían mulas cargadas de cosas de comer, carretas de bueyes con muebles y utensilios domésticos, puros y simples accesorios terrestres puestos en venta sin aspavientos por los mercachifles de la realidad cotidiana. Venían del otro lado de la ciénaga, a sólo dos días de viaje, donde había pueblos que recibían el correo todos los meses y conocían las máquinas del bienestar. Úrsula no había alcanzado a los gitanos, pero encontró la ruta que su marido no pudo descubrir en su frustrada búsqueda de los grandes inventos.

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ELEMENTOS DE ANÁLISIS

TÍTULO

AUTOR

Estructura

Temática

Narrador

Personajes: Primarios Secundarios

Espacio

Tiempo

Ambiente

Argumento

Nivel de contenido

Carac. Realismo Mágico

Ciencia Ficción La literatura de Ciencia Ficción ha tenido que marchar a la par de la ciencia, pues los adelantos tecnológicos que vienen marcando esta época han proporcionado un conocimiento tanto del planeta como del universo y han abierto muchas puertas de la imaginación para hablar de la vida del hombre ya sea en la tierra, en el sistema solar o en la galaxia; lo que trae una serie de interrogantes donde el hombre busca su identidad en el universo. Como ejemplo de lo anterior lee el siguiente capítulo de la obra “Yo Robot” y contesta el ejercicio 6 que se encuentra al final de la lectura.

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Yo Robot Isaac Asimov

5.- Embustero. Alfred Lanning encendió cuidadosamente el cigarro, pero las puntas de los dedos le temblaban ligeramente. Sus cejas grises se juntaban mientras iba hablando entre bocanadas de humo —Que lee el pensamiento..., no cabe la menor duda de eso. Pero ¿por qué? —dijo, mirando al matemático Peter Bogert. Bogert echó atrás su negro cabello con las dos manos. —Este fue el trigésimo cuarto modelo RB que sacamos, Lanning. Todos los demás eran estrictamente ortodoxos. El tercer hombre que había con ellos en la mesa frunció el ceño. Milton Ashe era el empleado más joven de la U. S. Robots & Mechanical Men Inc., y estaba orgulloso de su puesto. —Escuche, Bogert, no hubo el menor error en el montaje, desde el principio hasta el fin. Esto puedo garantizarlo. Los labios gruesos de Bogert esbozaron una sonrisa protectora. —¿De veras? Si puede usted responder de la operación entera de montaje, recomendaré su ascenso. Contando exactamente, la manufactura de un solo ejemplar de cerebro positrónico, requiere setenta y cinco mil doscientas treinta y cuatro operaciones, y cada una de ellas depende separadamente de un cierto número de factores, de cinco a ciento cinco. Si uno de ellos sale positivamente «mal», el cerebro está inutilizado. No hago más que citar nuestro folleto informativo, Ashe. Milton Ashe se sonrojó, pero una voz seca cortó su respuesta. —Si vamos a empezar echándonos la culpa mutuamente, me voy —dijo Susan Calvin con las manos sobre el regazo, palideciendo ligeramente sus delgados labios—. Tenemos en nuestras manos un robot capaz de leer el pensamiento y me parece que lo más importante es descubrir por qué lo lee. No será diciendo: «¡Es culpa tuya! ¡Es culpa mía!», como lo averiguaremos. Sus fríos ojos grises se fijaron en Milton Ashe que hizo una mueca. Lanning hizo una, también, y, como siempre en tales casos, sus largos cabellos blancos y sus penetrantes y astutos ojos hicieron de él la imagen de un patriarca bíblico. —Tiene usted razón, doctora Calvin. Vamos a exponerlo todo en forma de píldora concentrada. —Prosiguió, cambiando el tono de voz, que se hizo más aguda— Hemos producido un cerebro positrónico de un tipo supuestamente ordinario, que tiene la extraordinaria propiedad de sincronizarse con las ondas del pensamiento ajeno. Esto marcaría la fecha más importante en el avance de

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la ciencia robótica de nuestra era si supiésemos por qué sucede. No lo sabemos, y tenemos que averiguarlo. ¿Está èsto claro? —¿Puedo hacer una indicación? —preguntó Bogert. —Diga. —Que hasta que hayamos despejado esta incógnita, y como matemático tengo motivos para suponer que la cosa no será fácil, conservemos la existencia de RB-34 secreta. Incluso para los demás miembros de la compañía. Como jefes de departamento, tenemos el deber de no considerar este problema insoluble, y cuantos menos estemos al corriente... —Bogert tiene razón —dijo la doctora Calvin—. Desde que el Código Interplanetario ha sido modificado en el sentido de permitir que los modelos de robots sean probados en los talleres antes de ser lanzados al espacio, la propaganda antirrobot ha aumentado. Si trasciende la noticia de que existe un robot capaz de leer el pensamiento antes de que podamos anunciar que tenemos el dominio completo del fenómeno, la campaña adquirirá un incremento considerable. Lanning fumaba su cigarro, asintiendo gravemente. Se volvió a Ashe. —Tengo entendido que estaba usted solo cuando se dio cuenta del fenómeno —dijo en forma interrogadora. —Lo dije, en efecto. Me llevé el susto mayor de mi vida. Acababan de sacar a RB-34 de la tabla de ajuste y me lo mandaron. Overmann estaba fuera, de manera que me lo llevé a las salas de prueba y empecé con él. —Se detuvo y una leve sonrisa apareció en sus labios—. ¿Alguno de ustedes ha sostenido alguna vez una conversación mental sin saberlo? Nadie se tomó la molestia de contestar y prosiguió: —Al principio no se da uno cuenta, ¿comprenden?... Me habló, tan lógica y cuerdamente como puedan imaginar, y sólo cuando estaba ya a más de medio camino de las salas de pruebas me di cuenta de que no había dicho nada. Desde luego, había pensado mucho, pero no es lo mismo, ¿no es así? Encerré aquella máquina y corrí en busca de Lanning. Tenerlo a mi lado, caminando juntos y verlo penetrar en mi cerebro, leyendo mis pensamientos, me daba escalofríos. —Lo comprendo —dijo Susan Calvin, pensativa. Sus ojos se fijaban con intensidad en Ashe, de una manera curiosamente significativa—. Tenemos tanto la costumbre de considerar nuestros pensamientos como cosa privada... —Entonces, sólo lo sabemos nosotros cuatro —intervino Lanning con impaciencia—. ¡Bien! Tenemos que seguir adelante, sistemáticamente. Ashe, quisiera que comprobase la operación de montaje desde el principio hasta el fin. Tiene usted que eliminar todas las operaciones en las cuales no hay posibilidad material de error, y anotar aquéllas en que puede haberlo, con su naturaleza y posible magnitud. —Orden contundente —gruñó Ashe.

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—¡Naturalmente! Desde luego, tomará usted a sus órdenes todos los hombres que necesite, y no me importa si pasamos de los previstos. Pero no tienen que saber por qué, ¿comprende? —¡Ejem!..., sí. ¡Otro trabajito de alivio! —dijo el joven técnico con una mueca. Lanning giró en su silla y se volvió hacia Susan Calvin. —Usted tendrá que emprender su trabajo en otra dirección. Como robot-psicóloga de la organización, tendrá que estudiar el robot y trabajar retrospectivamente. Trate de descubrir cómo funciona. Vea qué más está ligado a sus poderes telepáticos, hasta dónde se extienden, qué curvatura toma su dirección y qué perjuicio ha ocasionado exactamente a los robots RB ordinarios. ¿Comprende? Lanning no esperó a que la doctora Calvin contestase. —Yo coordinaré los datos e interpretaré matemáticamente los resultados. —Chupó violentamente su cigarro y miró a los demás a través del humo—. Bogert me ayudará en eso, desde luego. Bogert se frotaba las uñas de una mano con la palma de la otra. —Bien. Entonces, manos a la obra. —Ashe echó su silla atrás y se levantó. Su agradable rostro juvenil esbozó una sonrisa—. Tengo que realizar el trabajo más arduo de todos, de manera que me voy a trabajar. Y con un «¡Hasta luego!», salió. Susan Calvin contestó con una inclinación casi imperceptible de cabeza, pero sus ojos lo siguieron hasta que se perdió de vista, y no contestó cuando Lanning con un guiño, dijo: —¿Quiere usted subir y ver al RB-34 ahora, doctora Calvin? Cuando Susan Calvin entró, los ojos fotoeléctricos de RB-34 se levantaron del libro que estaba leyendo, al oír el chirrido de los goznes y se puso de pie. La doctora Calvin se detuvo para volver a poner en su sitio el gran letrero de «Prohibida la entrada» de la puerta y se aproximó al robot. —Te he traído los textos sobre los motores hiperatómicos, Herbie, algunos por lo menos. ¿Quieres echarles una mirada? RB-34, conocido por el apodo de «Herbie», cogió los tres pesados volúmenes que ella llevaba en los brazos y abrió uno de ellos por el índice. —¡Hum!... «Teoría de Hiperatómico»... —murmuró sin articular, como para sí mismo. Hojeó las páginas y con el aire abstraído, añadió—: ¡Siéntate, doctora Calvin! Necesitaré algunos minutos. La doctora psicóloga se sentó mientras él cogía también una silla, se sentaba al otro lado de la mesa y comenzaba a recorrer sistemáticamente los textos. Media hora después los dejó a un lado. —Desde luego, sé por qué has traído esto.

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—Lo temía —dijo la doctora, torciendo el gesto—. Es difícil trabajar contigo, Herbie. Estás siempre un paso más adelante que yo. —Con estos libros ocurre lo mismo que con los demás. No me interesan. No hay nada en sus textos. Su ciencia no es más que un conjunto de datos recopilados, amasados, para formar una teoría tan increíblemente sencilla que no vale casi la pena de ocuparse de ella. Es tu parte imaginaria lo que me interesa. Tus estudios sobre la relación de los motivos y emociones humanas... —su voluminosa mano describió un amplio ademán, mientras buscaba las palabras adecuadas. —Creo comprenderte —murmuró la doctora. —Leo en los cerebros, ya lo sabes, y no tienes idea de lo complicados que son —continuó el robot—. Me es difícil entenderlo todo porque mi mente tiene muy poco en común con ellos..., pero lo intento y vuestras novelas me ayudan. —Sí, pero temo que después de las horripilantes sensaciones emotivas de la novela sentimental de nuestros días —y dijo esto con un tono de amargura en la voz— encuentres los cerebros auténticos como los nuestros aburridos e incoloros. —¡Pero no es así! La súbita energía de su respuesta la hizo ponerse de pie. Sintió que se sonrojaba, y con congoja pensó: «Debe de saber... » Herbie se arrellanó en su sillón y con una voz en la cual el timbre metálico había desaparecido casi enteramente, murmuró. —Desde luego, lo sé, Susan Calvin. Piensas siempre en lo mismo, de manera que, ¿cómo no voy a saberlo? —¿Se lo has dicho a alguien? —inquirió ella. —¡No! —exclamó él con auténtica sorpresa—. Nadie me lo ha preguntado. —Entonces... —susurró ella—, debes de creer que estoy loca. —No, es una emoción normal. —Por esto quizá es una locura. —El apasionamiento de su voz ahogó toda otra emoción. Una parte del alma femenina asomó tras la capa doctoral. — No soy lo que podríamos llamar... atractiva. —Si te refieres al mero atractivo físico, no puedo juzgar. Pero sé que, en todo caso, hay otros tipos de atracción. —Ni joven —dijo ella, casi sin oír lo que decía el robot. —No tienes todavía cuarenta años —dijo Herbie con un toque de insistencia en la voz. —Treinta y ocho si contamos los años; por lo menos sesenta si tenemos en cuenta mi concepto emotivo de la vida. Por algo soy psicóloga. Y él tiene

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escasamente treinta y cinco, y parece y obra como si fuese más joven. ¿Crees que me ve alguna vez como otra cosa que... lo que soy? —Te equivocas. Escúchame... —dijo Herbie golpeando con su puño de acero la mesa de plástico, que produjo un estridente ruido. Pero Susan Calvin se volvió hacia él y el dolor de su mirada se convirtió en una llamarada. —¿Por qué me equivocaría? ¿Qué sabes tú de todo esto..., siendo una mera máquina? Para ti no soy más que un ejemplar; un gusano interesante con una mente peculiar abierta a toda inspección. ¿No soy acaso un magnífico ejemplo de fracaso? Como tus libros... —Su voz, convertida en sollozos, resonaba en el silencio. El robot se amilanó ante aquel estallido. Movió la cabeza, suplicante. —¿No quieres escucharme? Podría ayudarte, si me dejas. —¿Cómo? ¿Dándome un buen consejo? —dijo, torciendo nuevamente el gesto. —No, no es eso. Es que sé lo que piensan los demás... Milton Ashe, por ejemplo. Hubo un largo silencio durante el cual Susan Calvin bajó los ojos. —No quiero saber lo que piensa —susurró—. ¡Cállate! —Creía que querrías saber lo... Susan seguía con la cabeza baja, pero su respiración se aceleraba. —Estás diciendo tonterías —susurró. —¿Por qué? Trato de ayudarte. Milton Ashe piensa de ti... La doctora, viendo que se callaba, levantó la cabeza: —¿Y bien? —Te ama —dijo el robot, tranquilamente. Durante un minuto entero, la doctora permaneció sin hablar. sólo miraba —¡Estás equivocado! —dijo por fin—. ¡Tienes que estarlo! ¿Por qué me amaría? —Pero te ama... Una cosa así no puede quedar oculta... para mí. —Pero soy tan..., tan... —balbució, y se detuvo. —No se detiene en las apariencias; admira el intelecto, en los demás. Milton Ashe no es de los que se casan con una mata de pelo y un par de ojos bonitos. Susan Calvin se dio cuenta de que estaba parpadeando rápidamente y esperó antes de hablar. Incluso entonces su voz temblaba.

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—Y sin embargo, jamás ha indicado en modo alguno... —¿Le has dado alguna vez la ocasión? —¿Cómo podía? Jamás pensé que... —¡Exacto! La doctora hizo una pausa, quedando pensativa, y después levantó súbitamente la vista. —Hace un año, una muchacha fue a verlo al laboratorio. Era linda, supongo, rubia y esbelta. Y, desde luego, no sabía ni que dos y dos eran cuatro. Él pasó todo el día sacando el pecho fuera, tratando de explicarle cómo se construía un robot. —La dureza de su voz había reaparecido—. ¡Pero no lo entendió! ¿Quién era? —Conozco la persona a quien te refieres —respondió Herbie sin vacilar—. Es su prima hermana y no siente por ella ningún interés sentimental. Te lo aseguro. Susan Calvin se puso de pie con una vivacidad infantil. —¿No es extraño, esto? Es exactamente lo que quería decirme algunas veces, sin llegar nunca a convencerme. Entonces debe de ser verdad. Se acercó a Herbie y cogió su mano fría. —¡Gracias, Herbie!... —Su voz era como una ronca súplica—. No hables con nadie de esto. Que sea nuestro secreto... para siempre. Con esto y un convulsivo apretón de la mano de metal, incapaz de respuesta, salió. Herbie se volvió lentamente hacia la abandonada novela, pero no había nadie allí para leer sus propios pensamientos. Milton Ashe se desperezó lenta y concienzudamente y miró a Peter Bogert, doctor en Filosofía. —Oiga —dijo—. Llevo una semana con esto y casi sin dormir. ¿Hasta cuándo tengo que seguir así? Creía que dijo usted que el bombardeo positrónico en la Cámara de Vacío D era la solución... Bogert bostezó delicadamente y examinó sus blancas manos con atención. —Lo es. Le sigo la pista. —Sé lo que significa que un matemático diga esto. ¿A cuánto está del final? —Depende. —¿De qué? —preguntó Ashe, desplomándose sobre un sillón y estirando las piernas.

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—De Lanning. No está de acuerdo conmigo —dijo con un suspiro—. Va un poco atrasado, esto es lo malo. Se aferra a las máquinas matriz en todo y por todo y este problema requiere instrumentos matemáticos más poderosos. Es testarudo. —¿Por qué no pedir a Herbie que arregle el asunto? —preguntó Ashe, soñoliento. —¿Al robot? —preguntó Bogert, con los ojos saltándole de las órbitas. —¿Por qué no? ¿No le ha dicho nada la doctora? —¿Miss Calvin? —Sí, Susie en persona. El robot es una cosa matemática. Lo sabe todo de todo y un poco más. Resuelve integrales triples de memoria y hace análisis de tensores de postre. —¿Habla usted en serio? —preguntó el matemático, mirándolo con recelo. —Completamente en serio. Lo malo es que al granuja no le gustan las matemáticas. Prefiere leer novelas sentimentales. ¡De veras! Vaya a ver a la activa Susie alimentándolo con «Pasión Purpúrea» y «Amor en el espacio». —La doctora Calvin no nos ha dicho una palabra de esto. —No ha acabado de estudiarlo todavía. Ya sabe usted cómo es. Le gusta tener pleno conocimiento de las cosas antes de hablar de ellas. —¿Se lo ha dicho usted? —Hemos charlado casualmente. Últimamente la he visto a menudo. —Abrió los ojos y frunció el ceño—. Oiga, Bogie, ¿no ha observado nada extraño en ella, últimamente? —Gasta lápiz de labios, si es esto a lo que se refiere —respondió Bogert, borrando de su rostro la fea mueca. —¡Diablos, ya lo sé! Carmín, polvos y rímmel para los ojos. Pero no es esto. No logro poner el dedo en la llaga. Es la manera como habla..., como si hubiese algo que la hiciese feliz... —Quedó un momento pensativo y se encogió de hombros. Bogert soltó una carcajada que para un científico de más de cincuenta años no estaba mal. —Quizá esté enamorada —dijo. —Está usted loco, Bogie —dijo Ashe cerrando de nuevo los ojos—. Vaya usted a hablar con Herbie; yo quiero dormir. —¡Muy bien! No es que me guste mucho que un robot me enseñe mi oficio ni crea que pueda hacerlo... Un sonoro ronquido fue la única respuesta.

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Herbie escuchaba atentamente, mientras Peter Bogert, con las manos en los bolsillos, hablaba con artificiosa indiferencia. —Ya lo sabes, pues. Me han dicho que entiendes en estas cosas y te las pregunto más por curiosidad que por otra cosa. Mi línea de razonamiento, como te he explicado, comprende algunos puntos dudosos, lo confieso, que el doctor se niega a aceptar, y el cuadro es todavía bastante incompleto. —Viendo que el robot no contestaba añadió—: ¿Y bien? —No veo ningún error —dijo el robot. —¿Supongo que no podrás ir más allá de esto? —No me atrevo a intentarlo. Eres mejor matemático que yo y..., en fin, no me gusta comprometerme. En la sonrisa de complacencia de Bogert hubo una sombra de tolerancia. —Suponía que sería éste el caso. Eres profundo. Olvidémoslo. Arrugó las hojas de papel, las echó en la cesta de papeles, dio media vuelta para marcharse y cambió de opinión. Después de una pausa, añadió: —A propósito... El robot esperaba. Bogert parecía tener alguna dificultad. —Hay algo que quizá ..., podrías... —Se detuvo. —Tus ideas son confusas; pero no hay duda de que se refieren al doctor Lanning —dijo Herbie pausadamente—. Es tonto vacilar, porque en cuanto decidas lo que quieres, sabré qué es lo que deseas preguntar. La mano del matemático se acarició el cabello con un gesto familiar. —Lanning frisa en los setenta —dijo, como si explicase algo. —Lo sé. —Y ha sido director de los talleres durante casi treinta años. Herbie asintió. —Bien, entonces... —la voz de Bogert se hacía más humilde— tú sabrás mejor..., si está pensando en dimitir. La salud, quizá, u otra razón... —Exacto —dijo Herbie como única respuesta. —Bien, ¿lo sabes? —Ciertamente. —¿Y puedes..., decírmelo? —Puesto que me lo preguntas, sí —respondió el robot sin dar la menor importancia a la cosa—. Ha dimitido ya.

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—¿Cómo? —La exclamación fue un sonido explosivo, casi inarticulado. La voluminosa cabeza del científico avanzó hacia adelante—. ¡Dilo otra vez! —Ha dimitido ya —repitió tranquilamente el robot—, pero su dimisión no ha sido tenida en cuenta todavía. Está esperando resolver el problema..., mío. Una vez conseguido esto, está dispuesto a poner a disposición de quien le suceda el cargo de director. —¿Y este sucesor..., quién es? —preguntó Bogert, respirando jadeante. Se había acercado a Herbie, con los ojos fijos en las inescrutables células fotoeléctricas del robot. —Tú eres el futuro director —dijo lentamente. Bogert se permitió esbozar una sonrisa satisfactoria. —Es bueno saberlo. Siempre lo había augurado así. Gracias, Herbie. Peter Bogert había estado aquella mañana en su despacho hasta las cinco y a las nueve estaba nuevamente en él. La estantería que tenía sobre su mesa se había quedado sin libros de referencia a medida que iba consultando uno después del otro. Las páginas de cifras y cálculos que tenía delante crecían microscópicamente, mientras los papeles arrugados que cubrían el suelo formaban una montaña. A las doce en punto, miró la última página, se frotó sus congestionados ojos, bostezó y se estremeció. —La cosa va poniéndose peor minuto por minuto. ¡Maldita sea! Se volvió al oír el ruido de una puerta que se abría y saludó a Lanning que entraba, haciendo crujir los nudillos de su huesuda mano. El director dirigió una escrutadora mirada al montón de papeles y frunció su velludo ceño. —¿Nueva orientación? —preguntó. —No —respondió Bogert con recelo—. ¿Qué hay de malo en la antigua? Lanning no se tomó la molestia de contestar ni hizo más que dirigir una simple mirada de desprecio a la hoja de encima de la mesa de Bogert. Encendió un pitillo y al resplandor de la cerilla, dijo: —¿Le ha hablado Calvin del robot? Es un genio matemático. Verdaderamente extraordinario. —Eso he oído decir —dijo Bogert con desprecio—. Pero Calvin haría mejor en atenerse a la robot-psicología. He examinado a Herbie de matemáticas y apenas puede resolver un cálculo. —Calvin no lo considera así.

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—Está loca. —Yo no lo considero así —repitió el director, entornando los ojos. —¡Usted! —La voz de Bogert se endurecía—. ¿De qué está hablando? —He sometido a prueba a Herbie esta mañana y puede hacer cosas de las que no había oído hablar nunca. —¿De veras? —Parece usted muy escéptico. —Lanning sacó una hoja de papel de su bolsillo y la desdobló—. ¿Esta no es mi escritura, verdad? Bogert examinó la gran anotación angulosa que cubría la hoja. —¿Ha hecho Herbie esto? —Exacto. Y observará que ha estado trabajando en su integración de tiempo de la Ecuación 22. Llega a idénticas conclusiones..., y en la cuarta parte del tiempo. —Acompañó esta última afirmación señalando el papel con su dedo amarillento—. No tiene usted derecho —añadió—, a despreciar el Efecto de Permanencia en el bombardeo positrónico. —No lo desprecio. Por Dios, Lanning, métase bien en la cabeza de que esto cancelaría... —Sí, seguro, ha explicado usted esto. ¿Emplea usted la Ecuación de Conversión Mitchell, verdad? Bien..., pues no sirve. —¿Por qué no? —Por una parte, porque ha empleado usted hiperimaginarios. —¿Qué tiene que ver esto con lo otro? —La Ecuación de Mitchell no aguantará cuando... —¿Está usted loco? Si releyese usted el texto original de Mitchell en las Actas de... —No tengo necesidad de ello. Ya le dije desde el principio que no me gusta su razonamiento, y Herbie me apoya en esto. —¡Bien, entonces —gritó Bogert— que le resuelva el problema del despertador mecánico éste! ¿Para qué tomarse la molestia de buscar no-esenciales? —Éste es exactamente el punto difícil. Herbie no puede resolver el problema. Y si él no puede, nosotros no podemos tampoco..., solos. Llevaré la cuestión ante la Junta Nacional. Está más allá de nosotros. La silla de Bogert cayó de espaldas al levantarse de un salto con el rostro congestionado. —¡No hará usted nada de esto!

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—¿Es que va usted a decirme lo que puedo y no puedo hacer? —preguntó Lanning. —¡Exactamente! —fue la excitada respuesta—. ¡Tengo el problema planteado y no me lo va usted a quitar de las manos, me entiende! No piense que no veo a través de usted, fósil disecado. Sería capaz de cortarse la nariz antes de dejarme conseguir el mérito de resolver el problema de la telepatía robótica. —Es usted un perfecto idiota, Bogert, y dentro de dos segundos estará usted destituido por insubordinación. —El labio inferior de Lanning temblaba de indignación. —Lo cual es una de las cosas que no hará, Lanning. Con un robot capaz de leer el pensamiento no hay secretos que valgan, de manera que sé ya cuanto hace referencia a su dimisión. La ceniza del pitillo de Lanning tembló y cayó, seguida del pitillo. —¡Cómo!... ¡Cómo!... Bogert se echó a reír con maldad. —Y yo soy el nuevo director, téngalo bien entendido. Estoy perfectamente enterado de ello, aunque crea lo contrario. ¡Maldita sea, Lanning, voy a dar las órdenes oportunas, o aquí se va a armar el lío mayor en que se habrá encontrado metido en su vida! Lanning consiguió hablar, pero fue más bien un rugido. —¡Está usted despedido! ¿Se entera? ¡Queda usted relevado de todas sus funciones! ¡Está despedido! ¿Lo entiende? La sonrisa, en el rostro de Bogert se ensanchó todavía más. —Bueno, y, ¿de qué sirve todo esto? Así no va usted a ninguna parte. Tengo los triunfos en la mano. Sé que ha dimitido, Herbie me lo ha dicho y lo sabe perfectamente por usted. Lanning hizo un esfuerzo por hablar con calma. Parecía viejo, muy viejo, sus ojos cansados miraban a través de un rostro cuyo color había desaparecido, para dejar sólo el tono lívido de la edad. —Quiero hablar con Herbie. No puede haberle dicho nada de esto. Está usted jugando fuerte, Bogert, pero yo le llamo a esto un «bluff». Venga conmigo. —¿A ver a Herbie? ¡Magnífico! ¡Verdaderamente magnífico! Eran también las doce en punto cuando Milton Ashe levantó la vista de su vago diseño y dijo: —¿Comprende la idea? No sirvo mucho para estas cosas, pero es algo así. Es una monada de casa y puedo tenerla casi por nada. Susan Calvin contempló el diseño con ojos tiernos.

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—Es realmente bonita —suspiró—. A menudo he pensado que también me gustaría... —Su voz se desvaneció. —Desde luego —continuó Ashe animadamente dejando el lápiz—. Tendré que esperar a mis vacaciones. Faltan sólo dos semanas, pero este asunto de Herbie lo tiene todo en el aire. —Fijó la mirada en sus uñas—. Además, hay otro punto..., pero esto es un secreto. —Entonces, no me lo diga. —¡Oh, pronto tendré que decirlo, estallo por decírselo a alguien!... Y usted es precisamente la mejor..., eh..., la mejor confidente que puedo encontrar aquí... Tuvo una sonrisa de timidez. El corazón de Susan latía con fuerza, pero no tuvo confianza en sí misma para hablar. —Francamente —prosiguió Ashe acercando su silla y bajando la voz hasta convertirla en un susurro confidencial—, la casa no va a ser sólo para mí..., voy a casarme. Susan se levantó de un salto. —¿Qué le ocurre? —¡Oh, nada! —La horrible sensación vertiginosa se desvaneció en el acto, pero era difícil hacer salir las palabras de la boca—. ¿Casarse?... ¿Quiere decir?... —¡Sí, seguro! ¿Es ya tiempo, no? ¿Recuerda aquella muchacha que vino a verme el verano pasado?... ¡Pues es ella! ¿Pero se siente usted mal?... ¿Qué...? —Jaqueca —dijo ella, alejándolo débilmente con un gesto—. He estado..., he estado sujeta a ellas últimamente. Quiero felicitarlo..., desde luego. Me alegro mucho... —La inexperimentada aplicación del carmín a las mejillas formaba dos manchas coloradas sobre su rostro de un blanco de cal. Los objetos habían empezado a girar nuevamente—. Perdóneme, por favor. Salió de la habitación balbuceando excusas. Todo había ocurrido con la catastrófica rapidez de un sueño..., y con el irreal horror de una pesadilla Pero, ¿cómo podía ser? Herbie había dicho... ¡Y Herbie sabía! ¡Herbie podía leer en las mentes! Sin darse cuenta, se encontró apoyada contra el marco de la puerta de Herbie, jadeante, mirando su rostro metálico. Debió de subir los dos tramos de escalera, pero no tenía el menor recuerdo de ello. La distancia había sido cubierta en un instante, como en sueños. ¡Como en sueños! Y los imperturbables ojos de Herbie se fijaban en los suyos y el tenue rojo parecía convertirse en dos relucientes globos de pesadilla. Hablaba, y Susan sintió el frío cristal de un vaso apoyarse en sus labios. Bebió y con un estremecimiento volvió a la realidad de lo que la rodeaba. Herbie seguía hablando; en su voz había una agitación, como si se sintiese ofendido, temeroso, suplicante. Sus palabras empezaban a cobrar sentido.

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—Esto es un sueño —iba diciendo—, y no debes creer en él. Pronto despertarás en el mundo real y te reirás de ti misma. Te quiere, te digo. ¡Te quiere! ¡Pero no aquí! ¡No ahora! Esto es todo ilusión. Susan Calvin asentía, su voz convertida en un susurro. —¡Sí! ¡Sí! —Agarraba el brazo de Herbie, aferrándose a él, repitiendo una y otra vez—: ¿No es verdad, eh? ¡No lo es, no lo es! Cómo volvió a sus cabales, no lo supo nunca, pero fue como pasar de un mundo de nebulosa irrealidad a uno de luz violenta. Lo apartó de ella, empujó con fuerza el brazo de acero, sin expresión en la mirada. —¿Qué vas a intentar hacer? —exclamó con la voz convertida en un grito—. ¿Qué vas a intentar hacer? —Quiero ayudarte —respondió Herbie. —¿Ayudarme? —exclamó la doctora, mirándolo—. ¿Diciéndome que todo esto es un sueño? ¡Tratando de llevarme a una esquizofrenia! —Una tensión histérica se apoderaba de ella—. ¡Esto no es un sueño! ¡Ojalá lo fuese! —Detuvo su respiración en seco—. ¡Espera! ¡Ya..., ya..., comprendo! ¡Dios bondadoso, todo está tan claro! En la voz del robot hubo un acento de horror. —Tenía que hacerlo... —¡Y yo te creí! ¡Jamás pensé...! Unas fuertes voces detrás de la puerta atajaron sus palabras. Susan se volvió, cerrando los puños espasmódicamente, y cuando Bogert y Lanning entraron, estaba al lado de la ventana más alejada. Ninguno de los dos hombres prestó atención a su presencia. Se acercaron a Herbie simultáneamente; Lanning, furioso e impaciente. Bogert, frío y sardónico. El director fue el primero en hablar. —¡Ven aquí, Herbie! ¡Escúchame! El robot enfocó sus ojos en el anciano director. —Sí, doctor Lanning. —¿Has hablado de mí con el doctor Bogert? —No, señor —la respuesta vino lenta, y la sonrisa del rostro de Bogert se desvaneció. —¿Cómo es eso? —exclamó Bogert avanzando ante su superior y deteniéndose ante el robot—. Repite lo que me dijiste ayer. —Dije que... —Herbie permaneció silencioso. En la profundidad de su cuerpo el diafragma metálico vibraba con sonidos discordantes.

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—¿No me dijiste que había dimitido? ¡Contéstame! —rugió Bogert. Bogert levantó los brazos, desesperado, pero Lanning lo apartó al lado —¿Trataste de engañarlo con una mentira? —Ya lo ha oído, Lanning. Ha empezado a decir «Sí» y se ha parado. ¡Apártese de aquí! ¡Quiero saber la verdad por él mismo! —Yo se la preguntaré —dijo Lanning, volviéndose hacia el robot—. Bueno, Herbie, cálmate. ¿He dimitido? Herbie lo miraba y Lanning repitió, impaciente: —¿He dimitido? —Hubo una leve insinuación de negativa en la cabeza del robot. Una larga espera no produjo nada más. Los dos hombres se miraron y la hostilidad de sus ojos era tangible. —¡Qué diablos! —estalló Bogert—. ¿Es que el robot se ha vuelto mudo? ¿Es que no puedes hablar, monstruosidad? —Puedo hablar —dijo la respuesta rápida. —Entonces contesta esta pregunta: ¿Me dijiste que Lanning había dimitido, o no? ¿Ha dimitido? Y de nuevo se produjo el profundo silencio, hasta que desde el extremo de la habitación, resonó súbita la fuerte risa de Susan Calvin, vibrante y semihistérica. Los dos matemáticos pegaron un salto y Bogert entornó los ojos. —¿Usted aquí? ¿Qué es lo que le hace tanta gracia? —No hay nada gracioso —dijo ella, sin naturalidad en la voz—. Es sólo que no soy la única que ha caído en la trampa. Hay una cierta ironía en ver tres de los más grandes expertos en robótica del mundo caer en la misma trampa elemental, ¿no creen? —Su voz se desvaneció y se llevó una pálida mano a la frente—. Pero no es gracioso... Esta vez la mirada que se cruzó entre los dos hombres fue grave. —¿De qué trampa está usted hablando? —preguntó secamente Lanning—. ¿Es que le pasa algo a Herbie? —No —dijo Susan acercándose lentamente—, no le pasa nada..., es a nosotros mismos a quienes nos pasa. —Se volvió súbitamente hacia el robot y le gritó con violencia—: ¡Lejos de mí! ¡Vete al otro extremo de la habitación y que no te vea cerca! Herbie se estremeció ante la furia de sus ojos y se alejó con su paso metálico. La voz hostil de Lanning dijo: —¿Qué significa todo esto, doctora Calvin? Susan se colocó frente a ellos y los miró con sarcasmo:

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—¿Supongo que conocen ustedes la Primera Ley fundamental de la robótica? Los dos hombres asintieron a la vez. —Ciertamente —dijo Bogert, irritado—, «un robot no debe dañar a un ser humano ni por su inacción permitir que se le dañe». —Bien dicho —se mofó Susan Calvin—. Pero, ¿qué clase de daño? —Pues..., de toda especie. —¡Exacto, de toda especie! Pero ¿qué hay de herir los sentimientos? ¿Y la decepción del propio yo? ¿Y la destrucción de las esperanzas? ¿No es esto una herida? —¿Qué puede un robot saber de...? —dijo Lanning frunciendo el ceño. Pero se calló, abriendo la boca. —¿Lo ha comprendido, verdad? Este robot lee el pensamiento. ¿Cree usted que no sabe todo lo que hace referencia a la herida mental? ¿Supone usted que si le hago una pregunta no me dará exactamente la respuesta que yo deseo oír? ¿No nos heriría cualquier otra respuesta, y no lo sabe Herbie muy bien? —¡Válgame el cielo! —murmuró Bogert. La doctora le dirigió una mirada sarcástica. —Supongo que le preguntó usted si Lanning había dimitido. Usted deseaba saber que sí, y ésta es la respuesta que Herbie le dio. —Y supongo que es por esto —intervino Lanning sin entonación—, que no contestaba hace un momento. No podía contestar sin herirnos a uno de los dos. Hubo una pausa durante la cual los dos hombres miraron hacia el robot, que estaba como encogido en su silla, al lado de la biblioteca, con la cabeza apoyada en una mano. —Sabe todo esto... —dijo Susan Calvin mirando fijamente al suelo—. Este..., demonio lo sabe todo, incluso el error que se cometió en su montaje. —Tenía una expresión sombría y pensativa en la mirada. —En esto se equivoca usted, doctora Calvin —dijo Lanning levantando la cabeza—. No lo sabe; se lo he preguntado. —¿Y qué significa esto? —gritó Susan—. Sólo que no quería usted que le diese la solución. Hubiera herido su susceptibilidad tener una máquina capaz de hacer lo que no puede hacer usted. ¿Se lo ha preguntado usted? —añadió dirigiéndose a Bogert. —En cierto modo —respondió Bogert, tosiendo y sonrojándose—. Me dijo que entendía muy poco de matemáticas. Lanning se rió en voz baja y la doctora lo miró sarcásticamente.

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—¡Yo se lo preguntaré! —dijo—. Una solución dada por él no puede herir mi vanidad. ¡Ven aquí! —añadió levantando la voz. Herbie se levantó y se aproximó con pasos vacilantes. —Sabes, supongo —continuó—, exactamente en qué punto del montaje se introdujo un factor extraño o fue omitido uno esencial... —Sí —dijo Herbie, en un tono casi inaudible. —¡Alto! —interrumpió Bogert, furioso—. Esto no es necesariamente verdad. Desea usted saberlo, eso es todo. —¡No sea idiota! —respondió Susan Calvin—. Sabe tantas matemáticas como Lanning y usted juntos, puesto que puede leer el pensamiento. Dele ocasión de demostrarlo. El matemático se inclinó y Calvin dijo: —Bien, pues, Herbie, dilo. Estamos esperando. —Y en un aparte, añadió—: Traigan lápices y papel. Pero Herbie permaneció silencioso y con un tono de triunfo en la voz, la doctora continuó: —¿Por qué no contestas, Herbie? Súbitamente, el robot saltó. —No puedo. ¡Ya sabes que no puedo! ¡El doctor Bogert y el doctor Lanning no quieren! —Quieren la solución. —Pero no de mí. Lanning intervino, con voz lenta y distinta. —No seas loco, Herbie. Queremos que nos lo digas. Bogert se limitó a asentir. La voz de Herbie se elevó a un tono estridente. —¿De qué sirve decir esto? ¿Creéis acaso que no puedo leer más hondo que la piel superficial de vuestro cerebro? En el fondo no queréis. No soy más que una máquina a la que se ha dado una imitación de vida sólo por virtud de la acción positrónica de mi cerebro, lo cual es una invención del hombre. No podéis quedar en ridículo ante mí sin sentiros ofendidos. Esto está grabado en lo profundo de vuestra mente y no puede ser borrado. No puedo dar la solución. —Nos marcharemos —dijo Lanning—. Díselo a la doctora Calvin. —Sería lo mismo —gritó Herbie—, puesto que sabríais que he sido yo quien he dado la respuesta. —Pero comprenderás, Herbie —prosiguió la doctora—, que a pesar de esto, los doctores Lanning y Bogert quieren saber la respuesta.

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—Por sus propios esfuerzos —insistió Herbie. —Pero la quieren, y el hecho de que tú la tengas y no se la quieras dar los hiere, ¿comprendes? —¡Sí! ¡Sí! —Y si se la das, les herirá también. —¡Sí! ¡Sí! —Herbie retrocedía lentamente y la doctora iba avanzando al mismo paso. Los dos hombres los miraban helados de sorpresa. —No puedes decírselo —murmuró la doctora—, porque les herirá y tú no puedes herirlos. Pero si no se lo dices, los hieres también, de manera que debes decírselo. Y si se lo dices los herirás, de manera que no debes decírselo, pero si no se lo dices los hieres, de manera que debes decírselo; pero si lo dices hieres, de manera que no debes decirlo; pero si no lo dices... Herbie estaba acorralado contra la pared y cayó de rodillas. —¡Basta! —gritó—. ¡Cierra tu pensamiento! ¡Está lleno de engaño, dolor y odio! ¡No quise hacerlo, te digo! ¡He tratado de ayudarte! ¡Te he dicho lo que deseabas oír! ¡Tenía que hacerlo! La doctora no le prestaba atención. —Debes decírselo, pero si se lo dices los hieres, de manera que no debes; pero si no lo dices los hieres también, de manera que... Y Herbie lanzó un grito estridente... Fue como una flauta aumentada hasta el infinito, un silbido desgarrador y penetrante que resonó en todos los ámbitos de la habitación. Y cuando se desvaneció en la nada, Herbie se había desplomado, reducido a un montón informe de inerte metal. —Ha muerto —dijo Bogert, lívido. —¡No! —exclamó Susan Calvin, estremeciéndose y lanzando salvajes carcajadas—, no ha muerto, se ha vuelto loco. Lo he enfrentado con el insoluble dilema y ha sucumbido. Podéis recogerlo ya, porque no volverá a hablar nunca más. Lanning estaba de rodillas al lado de lo que había sido Herbie. Sus dedos tocaron el frío rostro de metal ya sin reacción y se estremeció. —Lo ha hecho usted a propósito —dijo. Se levantó, enfrentándose con Susan, el rostro convulsionado. —¿Y si lo hubiese hecho a propósito, qué? ¡No puede evitarlo ya! —Y con súbita amargura, añadió—: Lo merecía... El director agarró al paralizado Bogert por la muñeca.

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—¡Qué importa ya!... Venga, Peter. —Suspiró—. Un robot parlante de este tipo no tiene ningún valor, de todos modos. —Sus ojos cansados acusaban su edad, y repitió—: Venga, Peter. Una vez los dos científicos se hubieron marchado, transcurrieron algunos minutos antes de que Susan Calvin recobrase su equilibrio mental. Lentamente, su mirada se fijó en el muerto-vivo Herbie y la dureza reapareció en su rostro. Durante largo rato permaneció contemplándolo mientras el triunfo se borraba de su rostro y el desengaño reaparecía; de todos sus turbulentos pensamientos sólo una palabra, infinitamente amarga, salió de sus labios: —¡Embustero!

EJERCICIO 7

Contesta correctamente las siguientes preguntas y coméntalas en clase con tus compañeros. 1. ¿Qué leyes de la robótica, propuestas por Isaac Asimov, se identifican en

la lectura? ____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________ 2. Identifica el tipo de narrador. ______________________________________________________________________________________________________________________________________ 3. Escribe las ideas filosóficas, económicas, éticas, morales, etc. que

identifiques en el texto leído. _____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

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La novela

INSTRUCCIONES: Investiga qué autores han ganado un premio nobel en Literatura Hispanoamericana.

Nombre______________________________________________________

No. de lista ________________ Grupo ___________________________

Turno_________________________________ Fecha _______________

TAREA 1

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Literatura 1

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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La novela

INSTRUCCIONES: Redacta una reseña descriptiva de “La Metamorfosis” donde relaciones los elementos de análisis.

Nombre______________________________________________________

No. de lista ________________ Grupo ___________________________

Turno_________________________________ Fecha _______________

TAREA 2

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Literatura 1

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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La novela

INSTRUCCIONES: Investiga la biografía de Miguel de Cervantes Saavedra y coméntala en clase a tus compañeros.

Nombre______________________________________________________

No. de lista ________________ Grupo ___________________________

Turno_________________________________ Fecha _______________

TAREA 3

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Literatura 1

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Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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La novela

INSTRUCCIONES: De acuerdo a lo visto en clase contesta los siguientes cuestionamientos, eligiendo la respuesta correcta, rellenando totalmente el círculo que corresponda:

1. ¿Quién es el autor de “Metamorfosis”?

Herman Hesse. Franz Kafka. Isaac Asimos. Alonso Quijano.

2. ¿A qué corriente literaria pertenece “Demian”?

Romanticismo. Existencial. Realismo Mágico. Cosmopolitismo.

3. ¿Cómo se llama el Quijote?

Alonso Quijano. Gabriel Garcia Marquez. Aldous Huxley. Herman Hesse.

4. Es un autor mexicano:

Juan Rulfo. Pedro Páramo. Miguel de Cervantes. Isaac Asimos.

5. Obra de Ciencia Ficción:

Metamorfosis. El Quijote. Yo Robot. Pedro Páramo.

6. Máxima novela de la lengua española:

Cien Años de Soledad. Pedro Páramo. El Quijote. Un Mundo Feliz.

Nombre______________________________________________________

No. de lista ________________ Grupo ___________________________

Turno_________________________________ Fecha _______________

AUTOEVALUACIÓN

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Literatura 1

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7. ¿En qué obra aparece Sancho Panza?

Miguel Páramo. Miguel de Cervantes. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Cien Años de Soledad.

8. ¿Cómo se llama la región donde vivía el Quijote?

Macondo. Mancha. Laboratorio. Hidalgo.

9. ¿Qué obra abarca un siglo en su narración?

20 000 Leguas de Viaje Submarino. El Quijote. Un Mundo Feliz. Cien Años de Soledad.

10. ¿Cuál obra presenta a un personaje adolescente y la influencia de sus amigos?

El Quijote. Un Mundo Feliz. Demian. Metamorfosis.

11. Dentro de la literatura, ¿a qué género corresponden las obras “Un Mundo Feliz”, “Cien Años de Soledad” y “Pedro Páramo”?

Género Literario. Género Narrativo. Género Dramático. Género Humano.

12. ¿A qué subgénero literario pertenece el Quijote?

Cuento. Novela. Fábula. Leyenda.

Si todas tus respuestas fueron correctas: excelente, por lo que te invitamos a continuar con esa dedicación.

Si tienes de 9 a 11 aciertos, tu aprendizaje es bueno, pero es

necesario que nuevamente repases los temas.

Si contestaste correctamente 8 ó menos reactivos, tu aprendizaje es insuficiente, por lo que te recomendamos solicitar asesoría a tu profesor.

Consulta las claves de

respuestas en la página 221.

ESCALA DE MEDICIÓN DEL APRENDIZAJE

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La novela

Instrucciones: Lee el siguiente texto y redacta una reseña crítica o valorativa

UN MUNDO FELIZ

CAPÍTULO I Un edificio gris, achaparrado, de sólo treinta y cuatro plantas. Encima de la entrada principal las palabras: Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de Londres, y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial: Comunidad, Identidad, Estabilidad. La enorme sala de la planta baja se hallaba orientada hacia el Norte. Fría a pesar del verano que reinaba en el exterior y del calor tropical de la sala, una luz cruda y pálida brillaba a través de las ventanas buscando ávidamente alguna figura yaciente amortajada, alguna pálida forma de académica carne de gallina, sin encontrar más que el cristal, el níquel y la brillante porcelana de un laboratorio. La invernada respondía a la invernada. Las batas de los trabajadores eran blancas, y éstos llevaban las manos embutidas en guantes de goma de un color pálido, como de cadáver. La luz era helada, muerta, fantasmal. Sólo de los amarillos tambores de los microscopios lograba arrancar cierta calidad de vida, deslizándose a lo largo de los tubos y formando una dilatada procesión de trazos luminosos que seguían la larga perspectiva de las mesas de trabajo. — Y ésta — dijo el director, abriendo la puerta — es la Sala de Fecundación. Inclinados sobre sus instrumentos, trescientos Fecundadores se hallaban entregados a su trabajo, cuando el director de Incubación y Condicionamiento entró en la sala, sumidos en un absoluto silencio, sólo interrumpido por el distraído canturreo o silboteo solitario de quien se halla concentrado y abstraído en su labor. Un grupo de estudiantes recién ingresados, muy jóvenes, rubicundos e imberbes, seguía con excitación, casi abyectamente, al director, pisándole los talones. Cada uno de ellos llevaba un bloc de notas en el cual, cada vez que el gran hombre hablaba, garrapateaba desesperadamente. Directamente de labios de la ciencia personificada. Era un raro privilegio. El D.I.C. de la central de Londres tenía siempre un gran interés en acompañar personalmente a los nuevos alumnos a visitar los diversos departamentos. — Sólo para darles una idea general — les explicaba. Porque, desde luego, alguna especie de idea general debían tener si habían de llevar a cabo su tarea inteligentemente; pero no demasiado grande si habían de ser buenos y felices miembros de la sociedad, a ser posible. Porque los detalles, como todos sabemos, conducen a la virtud y la felicidad, en tanto que las generalidades son intelectualmente males necesarios. No son los filósofos sino los que se dedican a la marquetería y los coleccionistas de sellos los que constituyen la columna vertebral de la sociedad. — Mañana — añadió, sonriéndoles con campechanía un tanto amenazadora – empezarán ustedes a trabajar en serio. Y entonces no tendrán tiempo para generalidades. Mientras tanto...

Nombre______________________________________________________

No. de lista ________________ Grupo ___________________________

Turno_________________________________ Fecha _______________

EJERCICIO DE REFORZAMIENTO 1

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Literatura 1

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Mientras tanto, era un privilegio. Directamente de los labios de la ciencia personificada al bloc de notas. Los muchachos garrapateaban como locos. Alto y más bien delgado, muy erguido, el director se adentro por la sala. Tenía el mentón largo y saliente, y dientes más bien prominentes, apenas cubiertos, cuando no hablaba, por sus labios regordetes, de curvas floradas. ¿Viejo? ¿Joven? ¿Treinta? ¿Cincuenta? ¿Cincuenta y cinco? Hubiese sido difícil decirlo. En todo caso la cuestión no llegaba siquiera a plantearse; en aquel año de estabilidad, el 632 después de Ford, a nadie se le hubiese ocurrido preguntarlo.

– Empezaré por el principio – dijo el director.

Y los más celosos estudiantes anotaron la intención de director en sus blocs de notas: Empieza por el principio. – Esto – siguió el director, con un movimiento de la mano – son las incubadoras. – Y abriendo una puerta aislante les enseñó hileras y más hileras de tubos de ensayo numerados. – La provisión semanal de óvulos – explicó. – Conservados a la temperatura de la sangre; en tanto que los gametos masculinos – y al decir esto abrió otra puerta – deben ser conservados a treinta y cinco grados de temperatura en lugar de treinta y siete.

La temperatura de la sangre esteriliza. Los moruecos envueltos en termógeno no engendran corderillos.

Sin dejar de apoyarse en las incubadoras, el director ofreció a los nuevos alumnos, mientras los lápices corrían ilegiblemente por las páginas, una breve descripción del moderno proceso de fecundación. Primero habló, naturalmente, de sus prolegómenos quirúrgicos, la operación voluntariamente sufrida para el bien de la Sociedad, aparte el hecho de que entraña una prima equivalente al salario de seis meses; prosiguió con unas notas sobre la técnica de conservación de los ovarios extirpados de forma que se conserven en vida y se desarrollen activamente; pasó a hacer algunas consideraciones sobre la temperatura, salinidad y viscosidad óptimas; prendidos y maduros; y, acompañando a sus alumnos a las mesas de trabajo, les enseñó en la práctica cómo se retiraba aquel licor de los tubos de ensayo; cómo se vertía, gota a gota, sobre placas de microscopio especialmente caldeadas; cómo los óvulos que contenía eran inspeccionados en busca de posibles anormalidades, contados y trasladados a un recipiente poroso; cómo (y para ello los llevó al sitio donde se realizaba la operación) este recipiente era sumergido en un caldo caliente que contenía espermatozoos en libertad, a una concentración mínima de cien mil por centímetro cúbico, como hizo constar con insistencia; y cómo, al cabo de diez minutos, el recipiente era extraído del caldo y su contenido volvía a ser examinado; cómo, si algunos de los óvulos seguían sin fertilizar, era sumergido de nuevo, y, en caso necesario, una tercera vez; cómo los óvulos fecundados volvían a las incubadoras, donde los Alfas y los Betas permanecían hasta que eran definitivamente embotellados, en tanto que los Gammas, Deltas y Epsilones eran retirados al cabo de sólo treinta y seis horas, para ser sometidos al método de Bokanovsky.

– El método de Bokanovsky – repitió el director.

Y los estudiantes subrayaron estas palabras.

Un óvulo, un embrión, un adulto: la normalidad. Pero un óvulo boklanovskificado prolifera, se subdivide. De ocho a noventa y seis brotes, y cada brote llegará a formar un embrión perfectamente constituido y cada embrión se convertirá en un adulto normal. Una producción de noventa y seis seres humanos donde antes sólo se conseguía uno. Progreso. – En esencia – concluyó el D.I.C. – , la bokanovskificación consiste en una serie de paros del desarrollo. Controlamos el crecimiento normal, y paradójicamente, el óvulo reacciona echando brotes.

Reacciona echando brotes. Los lápices corrían.

El director señaló a un lado. En una ancha cinta que se movía con gran lentitud, un portatubos enteramente cargado se introducía en una vasta caja de metal, de cuyo extremo emergía otro portatubos igualmente

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La novela

repleto. El mecanismo producía un débil zumbido. El director explicó que los tubos de ensayo tardaban ocho minutos en atravesar aquella cámara metálica. Ocho minutos de rayos X era lo máximo que los óvulos podían soportar. Unos pocos morían; de los restantes, los menos aptos se dividían en dos; después a las incubadoras, donde los nuevos brotes empezaban a desarrollarse; luego, al cabo de dos días, se les sometía a un proceso de congelación y se detenía su crecimiento. Dos, cuatro, ocho, los brotes, a su vez, echaban nuevos brotes; después se les administraba una dosis casi letal de alcohol; como consecuencia de ello, volvían a subdividirse – brotes de brotes de brotes – y después se les dejaba desarrollar en paz, puesto que una nueva detención en su crecimiento solía resultar fatal. Pero, a aquellas alturas, el óvulo original se había convertido en un número de embriones que oscilaba entre ocho y noventa y seis, un prodigioso adelanto, hay que reconocerlo, con respecto a la Naturaleza. Mellizos idénticos, pero no en ridículas parejas, o de tres en tres, como en los viejos tiempos vivíparos, cuando un óvulo se escindía de vez en cuando, accidentalmente; mellizos por docenas, por veintenas a un tiempo. – Veintenas – repitió el director; y abrió los brazos como distribuyendo generosas dádivas. – Veintenas. Pero uno de los estudiantes fue lo bastante estúpido para preguntar en qué consistía la ventaja, – ¡Pero, hijo mío! – exclamó el director, volviéndose bruscamente hacia él. – ¿De veras no lo comprende? ¿No puede comprenderlo? – Levantó una mano, con expresión solemne. – El Método Bokanovsky es uno de los mayores instrumentos de la estabilidad social. Uno de los mayores instrumentos de la estabilidad social. Hombres y mujeres estandardizados, en grupos uniformes. Todo el personal de una fábrica podía ser el producto de un solo óvulo bokanovskificado. – ¡Noventa y seis mellizos trabajando en noventa y seis máquinas idénticas! – La voz del director casi temblaba de entusiasmo. – Sabemos muy bien adónde vamos. Por primera vez en la historia. – Citó la divisa planetaria – : Comunidad, Identidad, Estabilidad. – Grandes palabras. – Si pudiéramos bokanovskificar indefinidamente, el problema estaría resuelto. Resuelto por Gammas en serie, Deltas invariables, Epsilones uniformes. Millones de mellizos idénticos. El principio de la producción en masa aplicado, por fin, a la biología. – Pero, por desgracia – añadió el director – , no podemos bokanovskificar indefinidamente. Al parecer, noventa y seis era el límite, y setenta y dos un buen promedio. Lo más que podían hacer, a falta de poder realizar aquel ideal, era manufacturar tantos grupos de mellizos idénticos como fuese posible a partir del mismo ovario y con gametos del mismo macho. Y aun esto era difícil. – Porque, por vías naturales, se necesitan treinta años para que doscientos óvulos alcancen la madurez. Pero nuestra tarea consiste en establecer la población en este momento, aquí y ahora. ¿De qué nos serviría producir mellizos con cuentagotas a lo largo de un cuarto de siglo? Evidentemente, de nada. Pero la técnica de Podsnap había acelerado inmensamente el proceso de la maduración. Ahora cabía tener la seguridad de conseguir como mínimo ciento cincuenta óvulos maduros en dos años. Fecundación y bokanovskificación – es decir, multiplicación por setenta y dos – , aseguraban una producción media de casi once mil hermanos y hermanas en ciento cincuenta grupos de mellizos idénticos; y todo ello en el plazo de dos años. – Y, en casos excepcionales, podemos lograr que un solo ovario produzca más de quince mil individuos adultos. Volviéndose hacia un joven rubio y coloradote que en aquel momento pasaba por allá, lo llamó: – Mr. Foster. ¿Puede decimos cuál es la marca de un solo ovario, Mr. Foster? – Dieciséis mil doce en este Centro – contestó Mr. Foster sin vacilar. Hablaba con gran rapidez, tenía unos ojos azules muy vivos, y era evidente que le producía un intenso placer citar cifras. – Dieciséis mil doce, en ciento ochenta y nueve grupos de mellizos idénticos.

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Literatura 1

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Pero, desde luego, se ha conseguido mucho más – prosiguió atropelladamente – en algunos centros tropicales. Singapur ha producido a menudo más de dieciséis mil quinientos; y Mombasa ha alcanzado la marca de los diecisiete mil. Claro que tienen muchas ventajas sobre nosotros. ¡Deberían ustedes ver cómo reacciona un ovario de negra a la pituitaria! Es algo asombroso, cuando uno está acostumbrado a trabajar con material europeo. Sin embargo – agregó, riendo (aunque en sus ojos brillaba el fulgor del combate y avanzaba la barbilla retadoramente) – , sin embargo, nos proponemos batirles, si podemos. Actualmente estoy trabajando en un maravilloso ovario Delta – Menos. Sólo cuenta dieciocho meses de antigüedad. Ya ha producido doce mil setecientos hijos, decantados o en embrión. Y sigue fuerte. Todavía les ganaremos. – ¡Éste es el espíritu que me gusta! – exclamó el director; y dio unas palmadas en el hombro de Mr. Foster. – Venga con nosotros y permita a estos muchachos gozar de los beneficios de sus conocimientos de experto. Mr. Foster sonrió modestamente. – Con mucho gusto – dijo. Y siguieron la visita. En la Sala de Envasado reinaba una animación armoniosa y una actividad ordenada. Trozos de peritoneo de cerda, cortados ya a la medida adecuada, subían disparados en pequeños ascensores, procedentes del Almacén de órganos de los sótanos. Un zumbido, después un chasquido, y las puertas del ascensor se abrían de golpe; el Forrador de Envases sólo tenía que alargar la mano, coger el trozo, introducirlo en el frasco, alisarlo, y antes de que el envase debidamente forrado por el interior se hallara fuera de su alcance, transportado por la cinta sin fin, un zumbido, un chasquido, y otro trozo de peritoneo era disparado desde las profundidades, a punto para ser deslizado en el interior de otro frasco, el siguiente de aquella lenta procesión que la cinta transportaba. Después de los Forradores había los Matriculadores. La procesión avanzaba; uno a uno, los óvulos pasaban de sus tubos de ensayo a unos recipientes más grandes; diestramente, el forro de peritoneo era cortado, la morula situada en su lugar, vertida la solución salina... y ya el frasco había pasado y les llegaba la vez a los etiquetadores. Herencia, fecha de fertilización, grupo de Bokanovsky al que pertenecía, todos estos detalles pasaban del tubo de ensayo al frasco. Sin anonimato ya, con sus nombres a través de una abertura de la pared, hacia la Sala de Predestinación Social. – Ochenta y ocho metros cúbicos de fichas – dijo Mr. Foster, satisfecho, al entrar. – Que contienen toda la información de interés – agregó el director. – Puestas al día todas las mañanas. – Y coordinadas todas las tardes. – En las cuales se basan los cálculos. – Tantos individuos, de tal y tal calidad – dijo Mr. Foster. – Distribuidos en tales y tales cantidades. – El óptimo porcentaje de Decantación en cualquier momento dado. – Permitiendo compensar rápidamente las pérdidas imprevistas. – Rápidamente – repitió Mr. Foster. – ¡Si supieran ustedes la cantidad de horas extras que tuve que emplear después del último terremoto en el Japón! Rió de buena gana y movió la cabeza. – Los Predestinadores envían sus datos a los Fecundadores. – Quienes les facilitan los embriones que solicitan. – Y los frascos pasan aquí para ser predestinados concretamente. – Después de lo cual vuelven a ser enviados al Almacén de Embriones. – Adonde vamos a pasar ahora mismo. Y, abriendo una puerta, Mr. Foster inició la marcha hacia una escalera que descendía al sótano. La temperatura seguía siendo tropical. El grupo penetró en un ambiente iluminado con una luz crepuscular. Dos puertas y un pasadizo con un doble recodo aseguraban al sótano contra toda posible infiltración de la luz.

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La novela

– Los embriones son como la película fotográfica – dijo Mr. Foster, jocosamente, al tiempo que empujaba la segunda puerta. – Sólo soportan la luz roja. Y, en efecto, la bochornosa oscuridad en medio de la cual los estudiantes le seguían ahora era visible y escarlata como la oscuridad que se divisa con los ojos cerrados en plena tarde veraniega. Los voluminosos estantes laterales, con sus hileras interminables de botellas, brillaban como cuajados de rubíes, y entre los rubíes se movían los espectros rojos de mujeres y hombres con los ojos purpúreos y todos los síntomas del lupus. El zumbido de la maquinaria llenaba débilmente los aires. – Déles unas cuantas cifras, Mr. Foster – dijo el director, que estaba cansado de hablar. A Mr. Foster le encantó darles unas cuantas cifras. Doscientos veinte metros de longitud, doscientos de anchura y diez de altura. Señaló hacia arriba. Como gallinitas bebiendo agua, los estudiantes levantaron los ojos hacia el elevado techo. Tres grupos de estantes: a nivel del suelo, primera galería y segunda galería. La telaraña metálica de las galerías se perdía a lo lejos, en todas direcciones, en la oscuridad. Cerca de ellas, tres fantasmas rojos se hallaban muy atareados descargando damajuanas de una escalera móvil. La escalera que procedía de la Sala de Predestinación Social. Cada frasco podía ser colocado en uno de los quince estantes, cada uno de los cuales, aunque a simple vista no se notaba, era un tren que viajaba a razón de trescientos treinta y tres milímetros por hora. Doscientos sesenta y siete días, a ocho metros diarios. Dos mil ciento treinta y seis metros en total. Una vuelta al sótano a nivel del suelo, otra en la primera galería, media en la segunda, y, la mañana del día doscientos sesenta y siete, luz de día en la Sala de Decantación. La llamada existencia independiente. – Pero en el intervalo – concluyó Mr. Foster – nos las hemos arreglado para hacer un montón de cosas con ellos. Ya lo creo, un montón de cosas. – Éste es el espíritu que me gusta – volvió a decir el director. – Demos una vueltecita. Cuénteselo usted todo, Mr. Foster. Y Mr. Foster se lo contó todo. Les habló del embrión que se desarrollaba en su lecho de peritoneo. Les dio a probar el rico sucedáneo de la sangre con que se alimentaba. Les explicó por qué había de estimularlo con placentina y tiroxina. Les habló del extracto de corpus luteum. Les enseñó las mangueras por medio de las cuales dicho extracto era inyectado automáticamente cada doce metros, desde cero hasta 2.040. Habló de las dosis gradualmente crecientes de pituitaria administradas durante los noventa y seis metros últimos del recorrido. Describió la circulación materna artificial instalada en cada frasco, en el metro ciento doce, les enseñó el depósito de sucedáneo de la sangre, la bomba centrífuga que mantenía al líquido en movimiento por toda la placenta y lo hacía pasar a través del pulmón sintético y el filtro de los desperdicios. Se refirió a la molesta tendencia del embrión a la anemia, a las dosis masivas de extracto de estómago de cerdo y de hígado de potro fetal que, en consecuencia, había que administrar. Les enseñó el sencillo mecanismo por medio del cual, durante los dos últimos metros de cada ocho, todos los embriones eran sacudidos simultáneamente para que se acostumbraran al movimiento. Aludió a la gravedad del llamado trauma de la decantación y enumeró las precauciones que se tomaban para reducir al mínimo, mediante el adecuado entrenamiento del embrión envasado, tan peligroso shock. Les habló de las pruebas de sexo llevadas a cabo en los alrededores del metro doscientos. Explicó el sistema de etiquetaje: una T para los varones, un círculo para las hembras, y un signo de interrogación negro sobre fondo blanco para los destinados a hermafroditas.

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– Porque, desde luego – dijo Mr. Foster – , en la gran mayoría de los casos la fecundidad no es más que un estorbo. Un solo ovario fértil de cada mil doscientos bastaría para nuestros propósitos. Pero queremos poder elegir a placer. Y, desde luego, conviene siempre dejar un buen margen de seguridad. Por esto permitimos que hasta un treinta por ciento de embriones hembra se desarrollen normalmente. A los demás les administramos una dosis de hormona sexual femenina cada veinticuatro metros durante lo que les queda de trayecto. Resultado: son decantados como hermafroditas, completamente normales en su estructura, excepto – tuvo que reconocer – que tienen una ligera tendencia a echar barba, pero estériles. Con una esterilidad garantizada. Lo cual nos conduce por fin – prosiguió Mr. Foster – fuera del reino de la mera imitación servil de la Naturaleza para pasar al mundo mucho más interesante de la invención humana. Se frotó las manos. Porque, desde luego, ellos no se limitaban meramente a incubar embriones; cualquier vaca podría hacerlo. – También predestinamos y condicionamos. Decantamos nuestros críos como seres humanos socializados, como Alfas o Epsilones, como futuros poceros o futuros... – Iba a decir futuros Interventores Mundiales, pero rectificando a tiempo, dijo – ...futuros Directores de Incubadoras. El director agradeció el cumplido con una sonrisa. Pasaban en aquel momento por el metro 320 del Estante nº 11. Un joven Beta – Menos, un mecánico, estaba atareado con un destornillador y una llave inglesa, trabajando en la bomba de sucedáneo de la sangre de una botella que pasaba. Cuando dio vuelta a las tuercas, el zumbido del motor eléctrico se hizo un poco más grave. Bajó más aún, y un poco más, otra vuelta a la llave inglesa, una mirada al contador de revoluciones, y terminó su tarea. El hombre retrocedió dos pasos en la hilera e inició el mismo proceso en la bomba del frasco siguiente. – Está reduciendo el número de revoluciones por minuto – explicó Mr. Foster. – El sucedáneo circula más despacio; por consiguiente, pasa por el pulmón a intervalos más largos; por tanto, aporta menos oxígeno al embrión. No hay nada como la escasez de oxígeno para mantener a un embrión por debajo de lo normal. Y volvió a frotarse las manos. – ¿Y para qué quieren mantener a un embrión por debajo de lo normal? – preguntó un estudiante ingenuo. – ¡Estúpido! – exclamó el director, rompiendo un largo silencio. – ¿No se le ha ocurrido pensar que un embrión de Epsilon debe tener un ambiente Epsilon y una herencia Epsilon también? Evidentemente, no se le había ocurrido. Quedó abochornado. – Cuanto más baja es la casta – dijo Mr. Foster – , menos debe escasear el oxígeno. El primer órgano afectado es el cerebro. Después el esqueleto. Al setenta por ciento del oxígeno normal se consiguen enanos. A menos del setenta, monstruos sin ojos. Que no sirven para nada – concluyó Mr. Foster. – En cambio (y su voz adquirió un tono confidencial y excitado), si lograran descubrir una técnica para abreviar el período de maduración, ¡qué gran triunfo, qué gran beneficio para la sociedad! » Piensen en el caballo – dijo. Los alumnos pensaron en el caballo. El caballo alcanza la madurez a los seis años; el elefante, a los diez. En tanto que el hombre, a los trece años aún no está sexualmente maduro, y sólo a los veinte alcanza el pleno conocimiento. De ahí la inteligencia humana, fruto de este desarrollo retardado. – Pero en los Epsilones – dijo Mr. Foster, muy acertadamente – no necesitamos inteligencia humana. No la necesitaban, y no la fabricaban. Pero, aunque la mente de un Epsilon alcanzaba la madurez a los diez años, el cuerpo del Epsilon no era apto para el trabajo hasta los dieciocho. Largos años de inmadurez superflua y perdida. Si el desarrollo físico pudiera acelerarse hasta que fuera tan rápido, digamos, como el de una vaca, ¡qué enorme ahorro para la comunidad! – ¡Enorme! – murmuraron los estudiantes.

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La novela

El entusiasmo de Mr. Foster era contagioso. Después se puso más técnico; habló de una coordinación endocrina anormal que era la causa de que los hombres crecieran tan lentamente, y sostuvo que esta anormalidad se debía a una mutación germinal. ¿Cabía destruir los efectos de esta mutación germinal? ¿Cabía devolver al individuo Epsilon, mediante una técnica adecuada, a la normalidad de los perros y de las vacas? Este era el problema. Pilkinton, en Mombasa, había producido individuos sexualmente maduros a los cuatro años y completamente crecidos a los seis y medio. Un triunfo científico. Pero socialmente inútil. Los hombres y las mujeres de seis años eran demasiado estúpidos, incluso para realizar el trabajo de un Epsilon. Y el método era de los del tipo todo o nada; o no se lograba modificación alguna, o tal modificación era en todos los sentidos. Todavía estaban luchando por encontrar el compromiso ideal entre adultos de veinte años y adultos de seis. Y hasta entonces sin éxito. Su ronda a través de la luz crepuscular escarlata les había llevado a las proximidades del metro 170 del Estante 9. A partir de aquel punto, el Estante 9 estaba cerrado, y los frascos realizaban el resto de su viaje en el interior de una especie de túnel, interrumpido de vez en cuando por unas aberturas de dos o tres metros de anchura. – Condicionamiento con respecto al calor – explicó Mr. Foster. Túneles calientes alternaban con túneles fríos. El frío se aliaba a la incomodidad en la forma de intensos rayos X. En el momento de su decantación, los embriones sentían horror por el frío. Estaban predestinados a emigrar a los trópicos, a ser mineros, tejedores de seda al acetato o metalúrgicos. Más adelante, enseñarían a sus mentes a apoyar el criterio de su cuerpo. – Nosotros los condicionamos de modo que tiendan hacia el calor – concluyo Mr. Foster. Foster. – Y nuestros colegas de arriba les enseñarán a amarlo. – Y éste – intervino el director sentenciosamente – , éste es el secreto de la felicidad y la virtud: amar lo que uno tiene que hacer. Todo condicionamiento tiende a esto: a lograr que la gente ame su inevitable destino social. En un boquete entre dos túneles, una enfermera introducía una jeringa larga y fina en el contenido gelatinoso de un frasco que pasaba. Los estudiantes y sus guías permanecieron observándola unos momentos. – Muy bien, Lenina – dijo Mr. Foster cuando, al fin, la joven retiró la jeringa y se incorporó. La muchacha se volvió, sobresaltada. A pesar del lapsus y de los ojos de púrpura, se advertía que era excepcionalmente hermosa. Su sonrisa, roja también, voló hacia él, en una hilera de rojos dientes. – Encantadora, encantadora – murmuró el director. Y, dándole una o dos palmaditas, recibió en correspondencia una sonrisa deferente, a él destinada. – ¿Qué les da? – preguntó Mr. Foster, procurando adoptar un tono estrictamente profesional. – Lo de siempre: el tifus y la enfermedad del sueño. – Los trabajadores del trópico empiezan a ser inoculados en el metro 150 – explicó Mr. Foster.

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Foster a los estudiantes. – Los embriones todavía tienen agallas. Inmunizamos al pez contra las enfermedades del hombre futuro. – Luego, volviéndose a Lenina, añadió – : A las cinco menos diez, en el tejado, esta tarde, como de costumbre. – Encantadora – dijo el director una vez más. Y, con otra palmadita, se alejó en pos de los otros. En el estante número 10, hileras de la próxima generación de obreros químicos eran sometidos a un tratamiento para acostumbrarlos a tolerar el plomo, la sosa cáustica, el asfalto, la clorina... El primero de una hornada de doscientos cincuenta mecánicos de cohetes aéreos en embrión pasaba en aquel momento por el metro mil cien del estante 3. Un mecanismo especial mantenía sus envases en constante rotación. – Para mejorar su sentido del equilibrio – explicó Mr. Foster. – Efectuar reparaciones en el exterior de un cohete en el aire es una tarea complicada. Cuando están de pie, reducimos la circulación hasta casi matarlos, y doblamos el flujo del sucedáneo de la sangre cuando están cabeza abajo. Así aprenden a asociar esta posición con el bienestar; de hecho, sólo son felices de verdad cuando están así. Y ahora – prosiguió Mr. Foster – , me gustaría enseñarles algún condicionamiento interesante para intelectuales Alfa – Más. Tenemos un nutrido grupo de ellos en el estante número 5. Es el nivel de la Primera Galería – gritó a dos muchachos que habían empezado a bajar a la planta. – Están por los alrededores del metro 900 – explicó. – No se puede efectuar ningún condicionamiento intelectual eficaz hasta que el feto ha perdido la cola. Pero el director había consultado su reloj. – Las tres menos diez – dijo. – Me temo que no habrá tiempo para los embriones intelectuales. Debemos subir a las Guarderías antes de que los niños despierten de la siesta de la tarde. Mr. Foster pareció decepcionado. – Al menos, una mirada a la Sala de Decantación – imploró. – Bueno, está bien. – El director sonrió con indulgencia. – Pero sólo una ojeada.

Revisión: _____________________________________________________ Observaciones:________________________________________________

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UNIDAD 1

UNIDAD 2

UNIDAD 3

1. A 2. A 3. B 4. C 5. B 6. D 7. C 8. D 9. D 10. C 11. A 12.D

1. B 2. B 3. C 4. B 5. C 6. C 7. C 8. A 9. B 10. B 11. C 12. D

1. B 2. B 3. A 4. A 5. C 6. C 7. C 8. B 9. D 10. C 11. B 12. B

Claves de Respuestas

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Glosario

Page 223: Literatura 1 Libro de apoyo docente ( México DGB SEP)

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Bibliografía General