10
---------------- Los CuadernosdePérezdeAyala ---------------- RAMON PEREZ DE AYALA,POETA José García Nieto S eguro estoy de que Ramón Pérez de Aya- la y mi padre se conocieron, circunstan- cia que mi timidez me impidió compro- bar cuando podía hacerlo. Yo no he vis- to más que en tres ocasiones al gran escritor. En todas ellas estábamos con otras gentes de letras. Yo puscaba un momento en que nos encontrába- mos solos y se diera un instante de intimidad para llevarle a mi terreno. Pero la pregunta se quedó sin hacer. Hubiera sido muy importante para mí comprobar un hecho que casi lo tengo por seguro. Pérez de Ayala nació en Oviedo, el 9 de agosto de 1880. Dos años después nacería mi padre que también dó publicado un pequeño libro de pro- sas y versos, escrito en bable, y en castellano, y una buena cantidad de artículos publicados en la prensa de la provincia. Los pienso a los dos en el Oviedo de f inales del siglo Diecinueve y de princi- pios del Veinte, niños y mozos en la ciudad donde yo iba a nacer en 1914... Es muy interesante la evocación que ha hecho Miguel Pérez Ferrero de la inncia y primera juventud de Ramón Pérez de Ayala en un Oviedo a caballo entre los dos si- glos... En 1880, el mismo año en que nace Ayala, se construye la Plaza de Toros. El escritor e un gr aficionado a la fiesta nacional. De raza le venía la afición. Tanto la plaza como los teatros se levantaban en la ciudad casi siempre por socieda- des formadas con grupos de amigos, y así había milias que disponían de un palco perpetuo para ver los festejos. Esto ocurría con los Ayala, por- que el padre de Ramón había contribuido a la construcción de la plaza, y se dice que, teniendo el niño seis o siete meses, e llevado a los toros en brazos de la nodriza. Después de irse el padre a Cuba y de volver a Oviedo, lleno de nostalgia, y por amor a la que iba a ser la madre de Ramón, abrió un almacén de géneros catalanes «Pérez de Ayala Hermanos» que llegó a ser el más impor- tante, no sólo de Oviedo sino de la comarca. El niño se iría después con sus abuelos maternos a Gijón, donde estos tenían un hotel de lujo que se llamaba «Iberia». Ya sabemos que Pérez de Ayala hizo sus primeros estudios de bachillerato en los jesuitas de Carrión de los Condes y de Gijón, y terminaría en Oviedo en el Instituto de segunda enseñanza. En esta época publica ya el joven Ra- món sus primeros escritos. Su padre, tanto como a los toros, era muy aficionado a las peleas de gallos, y en uno de los tres periódicos que se 6 publicaban por entonces en la ciudad, «El Correo de Asturias», Ramón publicó una crónica sobre las galleras. El artículo lo había enviado sin dar su nombre y firmado con el pseudónimo de Torque- mada, que nada tenía que ver con el talante poco inquisidor del joven escritor. Aunque Ramón, después del bachillerato, había aprobado el prepa- ratorio de Ciencias, como para estudiar carreras de esa rama tenía que trasladarse a Madrid, sus padres le consideraron muy joven para que hiciera ya su vida independiente, y se decidieron por que estudiara Leyes. En la Universidad tuvo como prosores a Rael Altamira, a Adol Posada, a Melquíades Alvarez y a Clarín. Logró Ayala ver publicado otro artículo suyo en «El Porvenir de Asturias», donde empezaría a co- laborar con ecuencia, sin dar a conocer su iden- tidad, hasta que un día en el propio periódico salió una nota que decía: «Rogamos a nuestro colabo- rador que nos comunique su nombre». El joven escritor estaba ya suscrito a algunas revistas an- cesas e inglesas; lee a los simbolistas y a los parnasianos anceses y publica sus primeras tra- ducciones de estos poetas. Pedro González Blanco, escritor asturiano, de Luanco, lee esos trabajos, y es él seguramente el que hace que conozcan su nombre Benavente, Villaespesa y Va- lle Inclán, que le envían sus libros dedicados. Siendo todavía estudiante en la Universidad de Oviedo, visitan la casa de los Ayala, Julio Cejador -que ya le había conocido en los jesuitas- Azorín y Rubén Darío. De aquí saldría el espaldarazo de Ramón Pérez de Ayala como poeta. Rubén Darío, el máximo poeta de la lengua castellana de esos tiempos, prologará la primera edición de «La paz del sendero». Si nuestro Juan Valera adelantó la noticia de que un poeta universal había nacido con el nombre de Rubén Darío, ahora era el maestro hispanoamericano el que venía a consagrar a un joven poeta español... «Don Ramón Pérez de Ayala -escribía Rubén- es un poeta asturiano, pero que es también castellano, pero que es cos- mopolita, joven, luego rico en primavera, luego sonriente, luego ágil de pensamiento, luego ama- dor de la libertad, luego soñador ...» Rubén, con agudeza, ha señalado ya las claras fuentes en las que bebe esa poesía que, por otra parte, «nace con una hermosa independencia de espíritu y con una intensa modernidad.» Y señala como nombres nutricios los del Arcipreste de Hita, Gonzalo de Berceo y Francis Jammes ... «Pérez de Ayala -añade-, de abolengo literario que obliga, es en la generación a que pertenece de los poetas que piensan...» Y aquí viene el dardo acerado contra Unamuno: «Un escritor de gran valer y de extra- ñas violencias, el señor Unamuno, se enreda en eso de las ideas, desdeña las ideas, sin ver que ellas son nuestra única manifestación, el único uto que da constancia de la existencia del árbol humano»... Rubén Darío y Unamuno eron gran- des amigos, como eron grandes reñidores, y a Rubén, aunque perdonara después, le quedaba

Los CuadernosdePérezdeAyala ----------------...que escribió para el «Cancionero Castellano» de Enrique de Mesa, donde dice que «los dos poros de la poesía lírica son el pudor

  • Upload
    others

  • View
    5

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: Los CuadernosdePérezdeAyala ----------------...que escribió para el «Cancionero Castellano» de Enrique de Mesa, donde dice que «los dos poros de la poesía lírica son el pudor

---------------- Los CuadernosdePérezdeAyala ----------------

RAMON PEREZ DE AYALA,POETA

José García Nieto

Seguro estoy de que Ramón Pérez de Aya­la y mi padre se conocieron, circunstan­cia que mi timidez me impidió compro­bar cuando podía hacerlo. Y o no he vis-

to más que en tres ocasiones al gran escritor. En todas ellas estábamos con otras gentes de letras. Yo puscaba un momento en que nos encontrába­mos solos y se diera un instante de intimidad para llevarle a mi terreno. Pero la pregunta se quedó sin hacer. Hubiera sido muy importante para mí comprobar un hecho que casi lo tengo por seguro. Pérez de Ayala nació en Oviedo, el 9 de agosto de 1880. Dos años después nacería mi padre que también dejó publicado un pequeño libro de pro­sas y versos, escrito en bable, y en castellano, y una buena cantidad de artículos publicados en la prensa de la provincia. Los pienso a los dos en el Oviedo de finales del siglo Diecinueve y de princi­pios del Veinte, niños y mozos en la ciudad donde y.o iba a nacer en 1914 ... Es muy interesante la evocación que ha hecho Miguel Pérez Ferrero de la infancia y primera juventud de Ramón Pérez de Ayala en un Oviedo a caballo entre los dos si­glos ... En 1880, el mismo año en que nace Ayala, se construye la Plaza de Toros. El escritor fue un gran aficionado a la fiesta nacional. De raza le venía la afición. Tanto la plaza como los teatros se levantaban en la ciudad casi siempre por socieda­des formadas con grupos de amigos, y así había familias que disponían de un palco perpetuo para ver los festejos. Esto ocurría con los Ayala, por­que el padre de Ramón había contribuido a la construcción de la plaza, y se dice que, teniendo el niño seis o siete meses, fue llevado a los toros en brazos de la nodriza. Después de irse el padre a Cuba y de volver a Oviedo, lleno de nostalgia, y por amor a la que iba a ser la madre de Ramón, abrió un almacén de géneros catalanes «Pérez de Ayala Hermanos» que llegó a ser el más impor­tante, no sólo de Oviedo sino de la comarca. El niño se iría después con sus abuelos maternos a Gijón, donde estos tenían un hotel de lujo que se llamaba «Iberia». Ya sabemos que Pérez de Ay ala hizo sus primeros estudios de bachillerato en los jesuitas de Carrión de los Condes y de Gijón, y terminaría en Oviedo en el Instituto de segunda enseñanza. En esta época publica ya el joven Ra­món sus primeros escritos. Su padre, tanto como a los toros, era muy aficionado a las peleas de gallos, y en uno de los tres periódicos que se

6

publicaban por entonces en la ciudad, «El Correo de Asturias», Ramón publicó una crónica sobre las galleras. El artículo lo había enviado sin dar su nombre y firmado con el pseudónimo de Torque­mada, que nada tenía que ver con el talante poco inquisidor del joven escritor. Aunque Ramón, después del bachillerato, había aprobado el prepa­ratorio de Ciencias, como para estudiar carreras de esa rama tenía que trasladarse a Madrid, sus padres le consideraron muy joven para que hiciera ya su vida independiente, y se decidieron por que estudiara Leyes. En la Universidad tuvo como profesores a Rafael Altamira, a Adolfo Posada, a Melquíades Alvarez y a Clarín.

Logró Ayala ver publicado otro artículo suyo en «El Porvenir de Asturias», donde empezaría a co­laborar con frecuencia, sin dar a conocer su iden­tidad, hasta que un día en el propio periódico salió una nota que decía: «Rogamos a nuestro colabo­rador que nos comunique su nombre». El joven escritor estaba ya suscrito a algunas revistas fran­cesas e inglesas; lee a los simbolistas y a los parnasianos franceses y publica sus primeras tra­ducciones de estos poetas. Pedro González Blanco, escritor asturiano, de Luanco, lee esos trabajos, y es él seguramente el que hace que conozcan su nombre Benavente, Villaespesa y Va­lle Inclán, que le envían sus libros dedicados. Siendo todavía estudiante en la Universidad de Oviedo, visitan la casa de los Ayala, Julio Cejador -que ya le había conocido en los jesuitas- Azoríny Rubén Darío. De aquí saldría el espaldarazo deRamón Pérez de Ayala como poeta. Rubén Darío,el máximo poeta de la lengua castellana de esostiempos, prologará la primera edición de «La pazdel sendero». Si nuestro Juan Valera adelantó lanoticia de que un poeta universal había nacido conel nombre de Rubén Darío, ahora era el maestrohispanoamericano el que venía a consagrar a unjoven poeta español... «Don Ramón Pérez deAyala -escribía Rubén- es un poeta asturiano,pero que es también castellano, pero que es cos­mopolita, joven, luego rico en primavera, luegosonriente, luego ágil de pensamiento, luego ama­dor de la libertad, luego soñador ... » Rubén, conagudeza, ha señalado ya las claras fuentes en lasque bebe esa poesía que, por otra parte, «nacecon una hermosa independencia de espíritu y conuna intensa modernidad.» Y señala como nombresnutricios los del Arcipreste de Hita, Gonzalo deBerceo y Francis Jammes ... «Pérez de Ayala-añade-, de abolengo literario que obliga, es en lageneración a que pertenece de los poetas quepiensan ... » Y aquí viene el dardo acerado contraUnamuno: «Un escritor de gran valer y de extra­ñas violencias, el señor Unamuno, se enreda eneso de las ideas, desdeña las ideas, sin ver queellas son nuestra única manifestación, el únicofruto que da constancia de la existencia del árbolhumano» ... Rubén Darío y Unamuno fueron gran­des amigos, como fueron grandes reñidores, y aRubén, aunque perdonara después, le quedaba

Page 2: Los CuadernosdePérezdeAyala ----------------...que escribió para el «Cancionero Castellano» de Enrique de Mesa, donde dice que «los dos poros de la poesía lírica son el pudor

---------------- LosCuadernosdePérezdeAyala ----------------

Apuntes taurinos de Pérez de Aya/a (en una carta a Miguel Rodríguez-Acosta).

dentro aquella advertencia que el gran rector de· Salamanca le hizo, cuando decía del poeta nicara­güense que tenía que quitarse la pluma de indio que llevaba en la cabeza.

Pero volvamos a nuestro Pérez de Ayala para mostrar ya la primera extrañeza que tiene que tener todo hombre de mi generación que haya leído sus versos con detenimiento, al comprobar que el autor de «los senderos» ha sido un poeta muy injustamente olvidado. Si podemos pensar con Unamuno que eso de las ideas -de lo que don Miguel tanto tenía- puede resultar confundidor en el encuentro con los poetas, apresurémonos a de­cir que Pérez de Ayala, es además y primordial­mente, antes que un hombre de ideas, un poeta de sentimientos ... ¿Por qué no ha sido nuestro escri­tor más expresamente reconocido por esos inves­tigadores de la poesía de los últimos años, poetas a su vez, que vienen después del «Noventa y ocho», principalmente por los maestros, induda­blemente eminentes, de la generación «del 27 »? Aunque había sido incluido en la Antología de Federico de Onís, Gerardo Diego, insigne como poeta y preclaro como antólogo, a quien debemos muchas luces sobre la poesía del medio siglo, no incluye a Pérez de Ayala en su célebre antología, publicada en 1932. Allí están, desde los maestros

7

del Noventayocho y del Modernismo, como An­tonio y Manuel Machado, Unamuno y Juan Ra­món Jiménez, hasta los últimos y brillantes nom­bres de Cernuda o de Altolaguirre. Claro que el propio seleccionador reparte las posibles culpas, diciendo en el prólogo del libro que, «aparte de los lazos de mutua estimación y recíproca amistad que los relacionan ... no sólo la antología de cada uno, sino la lista o repertorio de los poetas inclui­dos, responde al criterio de una mayoría casi uná­nime». Pero hay más: Gerardo Diego, que recoge 17 poetas en este riguroso coto, amplía el número hasta 31 en la edición de 1934, y en ésta no apa­rece tampoco Ramón Pérez de Ayala. Sin em­bargo, aquí están Enrique de Mesa -gran amigo de Ayala- o Ramón de Basterra, o Villaespesa, o Domenchina, poetas que nada tienen que ver con la llamada poesía «pura» que fue la que debió de pesar en el criterio seleccionador de la antología consultada y amistosa.

Con esto queremos decir que, aparte de lo que significara la inclusión o no de un poeta en tan celebradas antologías, ellas han sido una especie de código terminante y orientador para los poetas o críticos que han venido después, y así Ayala irápasando a los textos contemporáneos como elgran novelista que, indudablemente, es, pero no

Page 3: Los CuadernosdePérezdeAyala ----------------...que escribió para el «Cancionero Castellano» de Enrique de Mesa, donde dice que «los dos poros de la poesía lírica son el pudor

---------------- LosCuadernosdePérezdeAyala ----------------

como el lírico extraordinario que también lleva dentro de sí. Hombre, Ayala, de acusada y finí­sima sensibilidad, es seguro que muchas veces pensaría dónde estarían los comentadores de sus versos en los que él puso tanta vida y tanta ver­dad. Poesía y verdad, dijo Goethe. Vida, verdad y sensibilidad, que son los tres pilares en los que se sustenta toda la obra de Ayala, y, esencialmente, la de sus versos. Sensibilidad, subrayemos la pa­labra, porque quizás sea el remedio de muchos de nuestros males. «El problema de España es un problema de sensibilidad colectiva», son palabras que nos ha dejado escritas Pérez de Ayala y que nos llegan como vivas y aleccionadoras hasta nuestra última hora de la actualidad. Sensibilidad que fue herida a veces en aquel niño, Bertuco, y herida por la que el poeta sangrara, y que tanto le ha costado después. Sensibilidad que va a ser la columna vertebral de sus libros de poemas.

Cuando Gómez Baquero escribe, en los brillan­tes años del Pérez de Ayala novelista, un panegí­rico del escritor, partiendo de su prosa, podemos observar curiosamente que todas las palabras del crítico famoso se podrían aplicar a Ramón Pérez de Ayala poeta. Si hoy día nos encontramos con la ya insalvable dificultad de poder separar en oca­siones el verso de la prosa, fijémonos cómo en aquellos años treinta lo que Baquero había dicho para calificar las dotes de un novelista esencial, de un ensayista señero, servirían perfectamente para perfilar las características de un poeta. Dice Gó­mez Baquero de Ayala: «Tiene fuerza sentimen­tal, melancolía y humorismo en su evocación de la comedia humana; sabe describir con delicadeza un paisaje y escrudiñar con fina atención el meca­nismo espiritual de las almas. Le atraen más, al parecer, los individuos que las multitudes; más la interpretación psicológica de los caracteres, y las pasiones y emociones, que el espectáculo y mo­vimiento colectivos. Se advierte en él cierta afi­ción a los personajes extraordinarios. Y, continúa Baquero, su estilo es elegante, castigado, sin afec­tación, pero no sin estudio». A muchos de los poetas más eminentes que convivieron con Ayala y le siguieron se podrían aplicar estos valores que definen a un poeta pre-contemporáneo: senti­miento, melancolía, humorismo -sí, ¿por qué no?­delicadeza, fina penetración en el mecanismo es­piritual de las almas, investigación de pasiones y emociones, individualidad, y subjetivismo, por tanto ... Y, al fin, ¿no le acerca a los poetas «del 27» ese estilo elegante, castigado -castiza pala­bra-, pero sin afectación, aunque no sin estu­dio? ... Poetas en prosa, poetas en verso, delicada discriminación. Y, aún, prosa y verso, frontera fluida, delimitación cada vez más imposible ...

El poeta fundamental R. Pérez de Ayala será además un profundo conocedor del fenómeno poé­tico. Siempre que habla de la poesía diagnostica con precisión. Bien sea en sus ensayos o por boca de los personajes que pueblan sus novelas, como aquel Alberto Díaz de Guzmán, creado por él y

8

que no es otro que el propio Ayala. Son muchas las· páginas que podríamos traer como ejemplo de lo que decimos, pero bástenos recordar el prólogo que escribió para el «Cancionero Castellano» de Enrique de Mesa, donde dice que «los dos poros de la poesía lírica son el pudor y el entusiasmo», que «lo intolerable en poesía es el gongorismo cerril y el casticismo modernista», que «la perfec­ción formal suele ser patrimonio de los poetas voluntariamente limitados», que «la rosa en poe­sía es más rosa que la rosa en pintura», que «ori­ginalidad es la revelación directa de la naturaleza dentro de uno mismo».

En sus «Divagaciones literarias» nos dirá, él, tachado de volterianismo, que «los poetas no han hallado otra forma más sucinta y precisa de con­tener el universo que un triángulo cuyos tres lados se llaman: Amor, Muerte y Dios». También escri­birá que es equivocado tener por poéticas las co­sas insólitas y nunca vistas, y por no poéticas las cosas cotidianas, usuales, comunes, familiares ... En esto no se dejó ganar por la moda de la oscuri­dad gongorina que le hizo decir al propio Ortega que «poesía era eludir el nombre cotidiano de las cosas». Y así nuestro poeta no evita el nombre cotidiano de las cosas sencillas sino que afronta y canta todo lo que sencillamente le rodea.

Con todo, volviendo al prólogo que escribe a Enrique de Mesa, Ayala apunta bien a la soledad e intimismo, radicales e ineludibles, que amparan a todo verdadero poeta lírico. «Su poesía -nos dirá­es para leída en voz baja, y aunque mil lectores, leyéndola, participen en los sentimientos del poeta y los vivan por cuenta propia, no por eso, este linaje de poesía lírica se trueca en un fenómeno de entusiasmo unánime, ni llega a componer un coro, pues su esencia es la subjetividad absoluta, la intimidad dentro de uno mismo, el aislamiento de los demás, y cada lector por sí, aunque vibrando al diapasón de los otros lectores, se reconoce dis­tinto de todos y más él que en la sucesión acos­tumbrada de las horas apáticas. Es como si varias personas presencian un crepúsculo. Por muy se­mejante que sea la sensibilidad de todas ellas, y aun cuando el espectáculo que las mueve es el mismo, la emoción de cada una exaltará lo que en su conciencia hay de más personal e íntimo. Si en ese momento un poeta lírico acierta a expresar su emoción, todos los otros exclamarán: «justamente lo que yo estaba sintiendo por lo inefable»; y, sin embargo, bajo esta aparente similitud, se disimu­lan pequeños universos psicológicos que nada tie­nen de común si no es el tono ... » Hemos de aña­dir nosotros que precisamente es ese tono, «acento» lo hemos llamado algunas veces, lo que nos da la diferenciación e importancia del poeta. Porque tampoco es cierto que el lector acierte cuando dice, después de una afortunada expresión del amor que, aparentemente, coincide con su vago sentimiento en aquel instante: «es cierto; eso lo tenía yo en la punta de la lengua». No; el poeta viene a decirnos aquello que no hemos tenido

Page 4: Los CuadernosdePérezdeAyala ----------------...que escribió para el «Cancionero Castellano» de Enrique de Mesa, donde dice que «los dos poros de la poesía lírica son el pudor

---------------- Los Cuadernos de Pérez deAyala ----------------

Caricatura de Valle Inclán (por Pérez de Ayala).

9

nunca posibilidad de expresar. Poesía verdadera es expresión nueva e infrecuente; que vibre nues­tro sentimiento con el sentimiento que el poema nos descubre es otro cantar. Pero hay que ser humildes para reconocer que algo insólito se nos revela, que algo inesperado sucede en nuestro co­razón.

Ramón Pérez de Ayala responde, como puede -él nos ha dicho que todo poeta es una limitación­ª aquello en lo que cree. No hay poeta esencial sinpoética que lo sustente y lo justifique. Es más,hay veces en que el sentido y explicación de loque es la poesía resulta en algunos autores supe­rior a sus propios poemas. Este es el caso de.Campoamor, otro Ramón asturiano que, aunquealgunos no comulguen con sus versos, han dereconocer que sus ideas sobre la poesía -léase ellibro de Vicente Gaos- eran inteligentísimas yacertadas.

En resumen Ramón Pérez de Ayala es un poeta sencillo, claro, directo, sensible, que da constan­temente testimonio muy vivo de su cuna astu­riana. Destacan en él esas dotes peculiarmente asturianas: inteligencia, ingenio, vitalismo, libera­lismo, serenidad, y cierto escepticismo perfecta­mente compatible con las creencias y valores más profundos del espíritu. Su humor muy asturiano también, está tocado siempre de ironía, ternura y comprensión. Es profundamente humano y hasta dulce, por más que su tocayo don Ramón del Valle Inclán dijera: «y se ríe Pérez de Ayala / con su risa entre buena y mala ... ». Pero, ya que esta­mos entrando en el terreno de la personalidad no dejemos de recordar el famoso soneto-retrato que le hizo el grande y bueno Antonio Machado:

«Lo recuerdo ... Un pintor me lo retrató, no en el lino, en el tiempo. Rostro enjuto, sobre el rojo manchón de la corbata, bajo el amplio sombrero; resoluto.

El ademán y el gesto petulante -un sí es no es- de mayorazgo en corte;debachelor en Oxford, o estudianteen Salamanca; señoril el porte.

Gran poeta, el pacifico sendero cantó que lleva a la asturiana aldea; el mar polisonoro y sol de Homero le dieron ancho ritmo, clara idea; su innúmero camino, el mar ibero; su propio navegar, propia Odisea.»

Luis de Tapia, con musa jugadora, nos dirá:

«De su libro y de su sana prosa siempre castellana y por ello hosca y bravía, un culto perfume emana de galana poesía».

Y en 1908, cuando Ayala vuelve de Inglaterra, Luis Calvo le ve así:

Page 5: Los CuadernosdePérezdeAyala ----------------...que escribió para el «Cancionero Castellano» de Enrique de Mesa, donde dice que «los dos poros de la poesía lírica son el pudor

---------------- Los CuadernosdePérezdeAyala ----------------

« ... aquel señorito despabilado, que había venido de Londres luciendo unos terribles chalecos de fantasía, unos abrigos de lord, unos sombreros fastuosos que chocaban con la miseria de la poetambre madrileña; que fumaba cigarrillos egipcios y habanos de rentista; que tenía ideas propias y para­dójicas sobre las bellas artes; que era un humanista de cuerpo entero; que se burlaba de la gente y epataba a los bu_rgueses ... »

Total: un hombre muy inteligente y muy culto, elegante, cordial, pero desdeñoso, seguro de sí y orgulloso a veces, profundamente sincero y con unas puntas siempre dispuestas de oportuno hu­mor asturiano. Han sido lateralmente acertados muchos de los juicios que se han hecho sobre una personalidad tan rica y confundidora. También la obra ha sido cuidadosamente estudiada -más la prosa que el verso-, desde Francisco Agustín en 1927, hasta Andrés Amorós en nuestros días. Pero, por lo que respecta a la poesía nos está haciendo falta una nueva y dinámica perspectiva.

En tres libros, en cierto modo encadenados, se encierra la obra poética de Ramón Pérez de Ayala: «La paz del sendero» -1903-, «El sendero innumerable» -1916- y «El sendero andante» -1921-. Serán los poemas del campo, del mar ydel río, respectivamente. El último no sigue en lacreación la correlación de las fechas. Publicado enúltimo lugar, está escrito, en su mayor parte, entrelos dos anteriores. Por eso nos dirá el poeta: « Yasí corre el sendero andante desde la paz del sen­dero hasta el sendero innumerable», aunque con­tenga esta colección algunos poemas últimamenteescritos.

A los veinte años publica Pérez de Ayala «La paz del sendero». Se trata de un poema formal, pero de estructura muy libre y abierta. Las formas se rompen, y escapan muchas veces de los rigores métricos; libertad que vendría a ser como un ante­cedente de tanta poesía libérrima escrita después. Rubén Darío le ha dado una ligereza original en la acentuación de los versos. Con gran destreza sabe salir del trance que él mismo se propone, y así esas estrofas monorrimas de «cuaderna vía» tie­nen al mismo tiempo antigüedad y actualidad, y siempre una peculiar fortuna en lo vigoroso de la expresión:

«Con sayal de amarguras, de la vida romero, topé tras luenga andanza con la paz de un sendero. Fenecía del día el resplandor pastero. En la cima de un árbol sollozaba un jilguero.

No hubo en lugar de tierra la paz que allí rei-[naba.

Parecía que Dios en el campo moraba, y los sones del pájaro que en lo verde cantaba morían con la esquila que a lo lejos temblaba.

La flor de madreselva, nacida entre bardales vertía en el crepúsculo olores celestiales;

10

víanse blancos brotes de silvestres rosales y en el cielo las copas de los álamos reales.

Y como de la esquila se iba mezclando el son al canto del jilguero; mi pobre corazón sintió como una lluvia buena, de la emoción. Entonces, a mi vera vi un hermoso garzón.

Este garzón venía conduciendo el ganado, y este ganado era por seis vacas formado, lucidas todas ellas, de pelo colorado, y la repleta ubre de pezón sonrosado.

Dijo el garzón -«Dios guarde al señor foraste­[ro»­

-Yo nací en esta tierra, morir en ella quiero, rapaz. -Que Dios le guarde-. Perdióse en el sen-

[dero. En la cima del álamo sollozaba el jilguero.

Sentí en la misma entraña algo que fenecía, y queda y dulcemente otro algo que nacía. En la paz del sendero se anegó el alma mía, y de emoción no osó llorar.

Atardecía

Ya aparecen en el poeta esas constantes que van a mantenerse en todos sus caminos líricos: la paz aldeana -asturiana, diríamos-, la exaltación de la naturaleza, los cantos de los pájaros y de las esquilas y esa reiterada preocupación religiosa en evocaciones y actitudes.

Se ha colocado a Ramón Pérez de Ayala entre U namuno y Antonio Machado. La constante reli­giosa y la fuerza ideológica de su poesía, «la remi­niscencia filosófica que le rezuma, pertenecerían al mundo poético de Unamuno; la comunicación con el paisaje, la emoción de las cosas inmediatas y pequeñas, caerían de la orilla de Antonio Ma­chado». Pero hay en Pérez de Ay ala una manera muy personal de llegar al poema, una ternura siempre presente y contenida, una comunicación inseparable de pensamiento y sentimiento. Al ha­blar de su ingenuidad y originalidad, típicamente asturianas, Salvador de Madariaga le ha compa­rado con el eglógico y sencillo Francis Jammes. Y dice que «si en Jammes hay una previa actitud mental, en Pérez de Ayala es actitud innata ante el mundo y las cosas. Es muy curioso observar cómo esta disposición humilde y franciscana ante la palabra poética se da en un escritor preñado de cultura, bagaje que enriquece y jamás ahoga al poeta. Ya un crítico nos decía que «La paz del sendero» era un poema asturiano, aldeano y senci­llo; serio, delicado y sereno». Esta manera de ser universal a través de lo más íntimo y cercano es fórmula que se ha dado también en nuestro Juan Ramón Jiménez, el andaluz universal.

Estos versos no se apartan nunca de la realidad; pero nos encontramos con el descubrimiento de una realidad distinta, que es la misión de todo verdadero poeta. La casa, el paisaje, la familia -¿os acordáis de aquella abuela?-, los mueblesmismos: aquel tocador de caoba, la butaca valetu-

Page 6: Los CuadernosdePérezdeAyala ----------------...que escribió para el «Cancionero Castellano» de Enrique de Mesa, donde dice que «los dos poros de la poesía lírica son el pudor

---------------- LosCuadernosdePérez deAyala ----------------

Dibujo de Pérez de Ayala ( en una carta a Miguel Rodríguez-Acosta).

dinaria -que nos recuerda el poema después tan celebrado de Jorge Guillén: «Beato sillón»-, son elementos vivos incorporados a lo más puro de su poesía:

«Son como los lejanos recuerdos de la infancia que cada cual exhala su peculiar fragancia» ...

En ocasiones, el penetrante aliento místico nos puede llevar al mejor Lope de Vega:

«¿Quién eres, pastor santo, que con mano [divina

elevas dulcemente el disco de la luna?»

Es verdad que nos vamos a encontrar en esta poesía con algunas de las maneras de lenguaje que más tarde parecen superadas. Me refiero al em­pleo de esas palabras y expresiones que podemos considerar como «previamente poéticas», es de­cir, que están elegidas de entre el vocabulario de los términos bellos, como pueden ser luna, azul, terciopelo, florecillas, fragancias, guirnalda, blanda, lacrimosa, melodía de halos, ritmo ondu­lante, túnica de ilusiones; pero esto no es más que presencia y herencia modernistas, de las que no era fácil que pudiera escapar nuestro poeta.

A veces la expresión arranca con descubrimien­tos verdaderamente geniales:

11

«Las vacas graves son los genios de la noche»,

un alejandrino que hubiera pagado Rubén a buen precio ... Otras, la belleza se levanta, sobre un gráfico acontecimiento, de la manera más simple y hermosa:

« Y que de la verde loma en el reposo aldeano me despida la paloma temblorosa de tu mano».

Son admirables aquellos versos con los que se cierra «La paz del sendero»:

«Bien y mal, muerte, vida, Dios. Cuanto hube [aprendido

son palabras, palabras, palabras sin sentido.

Vuelvo hacia ti arrastrado en la carrera de lo mudable (mas, lo inmutable domina), como tras el invierno vuelve la primavera y con la primavera vuelve la golondrina.

Ahora, dos nombres y dos fechas: Oviedo y Noreña, 1903, 1904. Y el libro se cierra con unos escolios, en la edición de 1924, en los que el clarísimo diagnóstico de Ayala para la verdadera poesía vuelve a brillar con claridad impecable: «Materia y forma no existen por sí, sino en ayun­tamiento indisoluble. La preocupación de la forma jamás es excesiva, y cuando parece excesiva es que todavía no ha sido suficiente».

«El sendero innumerable» se publica en 1916. El poeta anda por los treinta y cinco años. Si aquella «paz del sendero» era un poema de juven­tud, éste es considerado por el propio autor como un poema de madurez. Se canta el mar con una voz segura y recia; se puede ir del salmo a la imprecación. El libro comienza ya de una manera bellísima y rotunda:

«Mira el mar, copia el mar. ¡Oh, poeta! Haz de vidrio tu alma, e infinita, y sin bruma interior, y armoniosa, y orgullosa e inquieta; y por cada inquietud pon un jirón de espuma.»

Esta alma, identificada con el mar, alzará una canción vigorosa y tremante. En esos versos al mar, a la mar, nos encontraremos con expresio'nes de una belleza y de una audacia de difícil paralelo:

«la hollaron a pie enjuto sólo Venus y Cristo»

Verso que para mí tiene esa totalidad pagana y religiosa que representa la poesía de Ayala. Es muy hermoso, en esa línea, aquel poema de Sant Agostino a la orilla del mar, dialogando con un niño, que termina diciendo:

«Sant Agostino no replicó, partióse lento y cabizbajo ... »

que nos recuerda aquellos «motivos del lobo» de Rubén Darío. ¿ Os acordáis ... ?:

El santo de Asís no le dijo nada, le miró con una profunda mirada ...

Page 7: Los CuadernosdePérezdeAyala ----------------...que escribió para el «Cancionero Castellano» de Enrique de Mesa, donde dice que «los dos poros de la poesía lírica son el pudor

---------------- Los CuadernosdePérezdeAyala ----------------

El libro es más denso y filosófico que el pri­mero, más unamuniano, diríamos, porque de ma­nera más acusada «se siente el pensamiento y se piensa el sentimiento». Nos encontraremos en sus páginas, también esos atisbos de humor que asis­ten al poeta: como en el poema en que dialogan don Cuervo y doña Gaviota:

«Digo, que haber amado a una tal Asunción, que se ha casado y ha engordado, no es razón para afirmar que el mundo es una maldición y que la vida es más breve que un cañamón ... »

Pero no tenemos espacio para detenernos en bellísimos momentos de este poema:

«No tengo muertos, tierra, que devolverte.

No hay tumbas en mi carne flúida. Tú eres el reino de la muerte, Yo soy el arca de la vida».

Así increpa el mar a la tierra... O ya, termi­nando el libro:

« Y que encuentres la casa de rústica esquiveza con el huerto a la espalda y en el huerto el

[laurel.

Y un fiel regazo en donde reclines la cabeza. Y por la noche un libro, y una boca de miel».

«El sendero andante» es el tercero de los libros de Pérez de Ayala. Ya dijimos -ya dijo él-: « Y así corre el sendero andante desde la paz del sendero hasta el sendero innumerable». Escrito a lo largo de bastantes años, recoge poemas de muy distinto significado. Son versos meritísimos los de «Los momentos» o los de «Las epístolas». Entre éstas es muy penetrante la escrita para Grandmontagne:

«Tú nos sirves de ejemplo y dechado: tú el misionario y peregrino, que en sazón emprendiste el éxodo sin romper con el yermo nativo».

Y es acaso la más hermosa, por su delicadeza y finura en el retrato, la dedicada a Azorín. En esta ocasión sí que podemos decir que nunca el pro­sista· Ayala pudo alcanzar la altura e intuición del poeta. Tan gran definidor de personas y de carac­teres como ha sido el autor de « Tigre Juan» o de «Troteras y <lanzaderas», tendría aquí que encon­trarse· con las lógicas dificultades de la rima per­fecta para superar con enorme talento y buen gusto los obstáculos. Así comienza la donosa epís­tola:

«Echo de ver a veces, mi querido Azorín, que te embebe y enturbia una nube de spleen. Entonces dices.; esto va mal, esto va mal; (pensando en el ya clásico terremoto mental). ¡Oh, noble amigo, oh gran filósofo pequeño! Harto se nos alcanza que la vida es un sueño; mas llega un punto en que, de apacible y sencilla se muda en arbitraria y loca pesadilla. Con el claro y rotundo monóculo en un ojo,

12

en la mano el arcaico paraguas, color rojo, luego la tabaquera, esculpida, de plata, y allá, en lo íntimo, sorda misantropía innata, vagaste entre los hombres y los libros, a cientos. Ahora te encuentras como rendido y sin alientos. Los libros te parecen inútiles; livianos los hombres. Sólo encuentras dulzura en unas

[manos de niña, en unos ojos de cándido mirar, en. una boca cuya sonrisa es triangular como la de Cleopatra. Ahora estás enfranquía, has llegado a la cumbre de la filosofía; ahora que, nuevamente, nos muestras el cansan-

[cio de lo inútil, lo frívolo, lo soberbio, lo rancio, y, como si gustases un halago de brisa, te tiendes al amparo fresco de una sonrisa. Te hallas, amigo, ahora, en mi amada Vetusta, la noble, la leal, la devota, la augusta. Acaso sientes que ésta mi ciudad te convida en su tácito seno a afincar de por vida. Acaso esa señora prócer, la catedral, te inculca ideas mansas con su voz de metal. Acaso, dormitando en el calmo casino, hayas pensado hacer un alto en el camino. Acaso en la alameda, a la postmeridiana hora, has ambicionado que el día de mañana sea como el presente: los días siempre iguales como en una vereda florida de rosales.

Hay pocas . veces que el escritor no trate de seguir las rutas de aquello que más admira. Quiero aquello en lo que creo. Soy como aquello que amo. Si Berceo o el Arcipreste se han citado como antecedentes de los versos de Pérez de Ayala, es porque antes el poeta los ha situado como orientes de sus preferencias. Esa exactitud y concreción que podemos ensalzar en la «Epístola a Azorín» la ha subrayado Ayala antes al hablar de la poesía de Enrique de Mesa. «Su poesía -nos dice- se carac­teriza como la añeja poesía castellana por el voca­bulario compuesta de voces concretas». Esta con­creción será para Ayala un código. No; él no se extiende, podríamos decir, «prosaicamente» en sus poemas. Ya nos ha advertido, siguiendo a Quintana, que la poesía popular, que él tan gala­namente ha cultivado, hacia la que ha tendido siempre, tiene momentos, instantáneos y comple­tos «que valen por un cuadro, en los cuales la visión y la emoción hieren directamente los ojos y el corazón» -perdón ahora, por la rima, pero cito textualmente-. Y así recuerda los cuadros esplén­didos y rotundos que aparecen con hermosa fre­cuencia en el Cantar de Mio Cid:

«Martín Antolínez metió mano al espada, relumbra todo el campo»

Y dice Ayala, con envidiable agudeza: «A ver si la imaginación acierta a parir rayo que así ciegue los ojos como esta espada de Antolínez». O en el romance VI del rey Don Rodrigo, de «Primavera y flor de romances»:

Page 8: Los CuadernosdePérezdeAyala ----------------...que escribió para el «Cancionero Castellano» de Enrique de Mesa, donde dice que «los dos poros de la poesía lírica son el pudor

---------------- Los Cuadernos de Pérez deAyala ----------------

Autorretrato de Pérez de Ayala (en una carta a Miguel Rodriguez-Acosta).

«El rey va tan desmayado ... Iba tan tinto de sangre que una brasa parecía»

«Por donde quiera que se abran los romances viejos -nos dice- se tropieza con frases que son enérgicos cuadros, en su absoluta concisión» ... Y así el propio Ayala en sus versos sigue, con indu­dable fortuna, los caminos que tanto ha admirado. Sin salirnos de «El sendero andante», ya que en él estamos, podemos admirar la plástica de aquellos cuadros, por ejemplo en el poema «Los bueyes»:

« Van tristes. So la piel de las caderas les apuntan los huesos» ...

Y más adelante, en el mismo poema:

«Al poniente marcha el rebaño de los bueyes rojos, de los bueyes cansinos. Uno mira al cielo. Sobre el fondo de oro y grana recorta en negro la cabeza anciana sus cuernos que parecen una lira».

En el poema «La playa» veremos esta otra es­tampa, perfectamente conseguida:

«El promontorio avanza mar adentro y destaca en el oro del cielo.

13

Los seminaristas, en largafila, pasean por el lomo del promontorio. Son como cipreses negros y el promontorio como un cementerio».

Aparte de los valores expresivos y plásticos, fijémonos ante este pequeño poema en la técnica depurada de Ayala. Están pareados los versos en rima asonante: adentro-cielo, seminaristas-fila, lomo-promontorio, negros-cementerio; lo que su­pone casi un derroche de facultades ya que hu­biera bastado con asonantar los versos pares, por ejemplo, en forma romanceada. Pero el artífice poeta -Jorge Guillén lo hace también con frecuen­cia- no quiere que quede un solo verso sin el paralelo musical, por leve, empalecida, y, eso sí, elegantísima, que haya quedado esa música.

Cuando habla de los ojos de «Mireya» pintará así con el verso:

¿Por qué no fueron verdes? Tal la hierba que entre el bosque es frescura ensombrecida.

Parece que está hablando el propio Garcilaso, inmenso colorista con la palabra:

Page 9: Los CuadernosdePérezdeAyala ----------------...que escribió para el «Cancionero Castellano» de Enrique de Mesa, donde dice que «los dos poros de la poesía lírica son el pudor

---------------- Los Cuadernos de Pérez deAyala ----------------

«Cual queda el blanco cisne cuando pierde la dulce vida entre la hierba verde»

Todavía Ayala nos dirá de los ojos de Mireya: « Verdes como las ágiles goletasque a Marsella llegaban ... »

Los aciertos del autor de «Los senderos» siguen innumerables: «El polvo danza en el camino, el trigo danza en el molino, en la cuba danza el buen vino ... »

O también: «Es noche. Los luceros alfombran la vereda de fosfórica bruma. Se han dormido los pájaros que están en la

[arboleda como rosas de pluma» ...

En el poema «A la prensa», que podía parecer un tema muy ajeno a cualquier tratamiento lírico, tiene también efectos plásticos de una atinada be­lleza, de una agudísima intuición: «El orbe gira en tus manos cual la vasija en el torno del alfarero»

Y en su poema a «las olas» oiremos y mirare­mos, porque en Ayala están despiertos y atenta­mente ajustados todos los sentidos: «Su bramido ensordece. Su impetuoso ejercicio suspende y amilana. Hasta que una tras otra fenece como cordero de nevada lana que es entregado al sacrificio».

Ya nos había dicho de ellas al llegar a la playa: « y la nevada espuma son los nevados dientes».

Brindo a ustedes, después de leer este libro como hay que leer los versos, dejándose sola­mente penetrar por ellos, ya saben lo que quiero decir: «quedéme y olvidéme», brindo a ustedes el singular deleite de perseguir en nuestro poeta to­dos los aciertos del ejercicio de sus sentidos. Se pueden ver, oír, oler, gustar y tocar los versos de Ayala. Prueben a admirar en él lo que él, gran lector, ha admirado en otros.

Ya que en este libro, tercero del poeta, nos hemos detenido un poco más, como paradigma de toda su poesía, tendríamos que llegar todavía a esos escenarios más completos, rituales y dramá­ticos donde se «cuenta» una historia, pero se «canta» también, según el lema machadiano. La belleza descriptiva y emocional, sustentando constantemente las maneras líricas del cantor, pa­sarán para el lector a un primer plano de interés. Recordemos, como ejemplo, algunos de los versos legendarios y encantados de «La cenicienta»: «Clementina, a hurto del sueño, leyó antaño

[una novela:

14

Amores de Lanzarote y de la reina Ginebra. Y ya su vida es un sueño, esté dormida o des­

[pierta. Vendrá, vendrá el caballero, jinete en blanca ha­

[canea, que la besará en los labios y la hará suya por

[fuerza. y la robará, a la grupa, y se casará con ella. Y Clementina solloza con voz que el deseo altera: «Por ese hombre daría mi vida entera» Canta del alba a la noche; pero ese hombre nunca

[llega. Yace silencioso el pueblo. Hora de la solanera. Está vacía la calle. Están cerradas las puertas ... »

Y no podíamos acabar el repaso de este «sen­dero» sin detenernos un momento en ese poema «La buhonera» donde se dan cita todos los acier­tos expresivos de Pérez de Ayala. Es uno de los hito:s de la poesía ayaliana, porque el narrador está ceñido al poeta, y éste a aquél. Todo lo que hemos dicho del color, de la situación, de la per­fección en las descripciones, se da aquí de manera viva e inolvidable. Son poemas estos que nos ha­cen pensar en muchas renuncias y contenciones que Ayala tuvo en su poesía. �itua�iones dramát\­cas e imaginativas eran matena fácil para su habi­lidad de narrador. Y, sin embargo, no abusó de ellas. Supo torcerle el cuello al cisne y ajustarse en la mayoría de su obra lírica a cauces más estre­chos y acaso menos populares. Ya lo hemos oído en sus postulados. No; él no podía convertirse en un poeta recitativo; aunque sobre esta virtud -o defecto, para otros- habría mucho que hablar; los grandes poetas podrán o no ser recitados, pero no se excluyen, de esta identidad inmediata con un auditorio los mejores. Podrían pertenecer al más claro y emocionante Antonio Machado estos ver­sos de «La buhonera», que comienzan así:

«Cruzan por tierra de- Campos, desde Zamora [a Palencia

-que llaman tierra de Campos lo que son campos[de tierra-.

Hacen siete la familia: buhonero, buhonera, los tres hijos y dos burras, flacas las dos y una

[ciega. En un carricoche renco, bajo la toldilla, llevan unas pocas baratijas y unas pocas herramientas con que componer paraguas y lañar vajilla en

[piezas; tres colchoncillos de estopa, tres cabezales de

[hierba y tres frazadas de borra: toda su casa y hacienda. Cae la tarde. La familia marcha por la carretera. Dan rostro a un pueblo de adobes que sobre un

[teso se otea. Los hijos, zagales ambos, van juntos, de delan­

[tera. Uno, bermejo, en la mano sostiene una urraca

[muerta. El padre rige del diestro las borricas, a la recua.

Page 10: Los CuadernosdePérezdeAyala ----------------...que escribió para el «Cancionero Castellano» de Enrique de Mesa, donde dice que «los dos poros de la poesía lírica son el pudor

---------------- LosCuadernosdePérez deAyala ----------------

_1' :�

Autocaricatura de Pérez de Aya/a ( en una carta a Miguel Rodríguez-Acosta).

Viste blusa azul y larga que hasta el tobillo le [llega,

la tralla de cuero al hombro, derribada la cabeza. A la zaga del carrillo, despeinada alharaquienta, ronca de tanto alarido, las manos al cielo abier-

[tas, los pies desnudos a rastras, camina la buhone­

[nera ...

Etcétera. Es verdad que el poema, un poco más adelante, declina un tanto hacia lo melodramático; pero la justeza del vocabulario, la formidable adje-

15

tivación, la precisión de los «detalles exactos» que Sthendal recomendaba, hacen de esta pieza una joya. Estamos, sí, muy cerca del «novelista» Ayala, pero hay más, algo más que corresponde ceñidamente a la poesía, y ahora tendríamos que volver a tratar de los escurridizos límites de los géneros.

Evocación, sentimiento, caridad ante la huma­nidad y sus entornos, desolada contemplación en la amarga eternidad de la tierra, belleza y emoción en el dolor, todo eso es poesía y alta poesía. Ese carrillo ronco, atravesando los campos de tierra, con los seres al lado, sosteniendo inciertamente la vida de las pobres bestias que les ayudan en su peregrinar ¿no nos lleva a aquellos otros caminos de la incansable andariega Teresa de Jesús, con el medio frailecico San Juan de la Cruz, a su lado tantas veces ... ? Sí; dos poetas, dos grandes poetas «haciendo camino al andar». Con la poesía en el aire, «con la palabra en el tiempo» ...

Estos senderos son más que suficientes para fijar en nuestra historia literaria la trayectoria de un poeta. De un poeta grande e inconfundible. Los contemporáneos de Ayala, y algunos que han venido después, se han quedado sólo con el nove­lista. Cuando de tal manera uno conforma al otro. Habría que volver a lo más humano. Los íntimos del poeta, saben bien en cuánta estima doliente tenía sus libros de poesía. Tenía conciencia de su valor y de su vocación lírica. No sabemos si con un mayor y merecido reconocimiento de su poe­sía, el «novelista» Ayala nos habría dado otros libros de poemas en el gran espacio que va desde 1921 hasta la fecha de su muerte ... Yo he contem­plado los ojos de tristeza del Pérez de Ayala ter­minal. ¿Hacia qué parajes de soledad miraban en­tre el concierto o desconcierto de los hombres ... ? Estamos ya en su centenario. Lo que no hemos hecho hasta ahora, hagámoslo pronto, preparé­monos para hacerlo mejor. Los asturianos, que somos un poco vanidosos, en serio y en broma, entre nosotros, tenemos, como casi todos los es­pañoles, el defecto y la timidez de no valorar hacia fuera nuestras verdaderas excelencias. Se ha dicho ya que, en otro país, Ramón Pérez de Ayala hubiera sido considerado como un hombre de le­tras auténticamente universal.

* * *

Lo que no debería ocurrir nunca; también se hace política de campanario en los burgos de la poesía. Y el silencio de los otros, mata. Traigamos aquí las palabras del viejo oso Henry Miller, que decía en una carta a Ana.is Nin: «Escribir es vida; pero lo que queda escrito es la muerte. No; no hagamos que eso sea verdad. La muerte es el silencio de los sordos. Ha dicho en verso bellísimo el último premio Adonais Laureano Albán: «Si no fuera poeta ¡qué silencio!». Posiblemente

� Ramón Pérez de Ayala sentía algo pare- ·�cido al escribir poesía. Oigamos, oigamos � al poeta.