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Los epitafios curiosos en las misceláneas Lina Rodríguez Cacho Universidad de Salamanca Entre los epitafios que han sido hechos por hombres que murieron de muerte cruel o desastrada, me acuerdo de uno que yo vi en Zamora, el cual no es menos ridículo que cruel, y extraña fue la muerte del hombre por quien se compuso. La historia es ésta: en la ciudad de Zamora, que es una de las más antiguas de España, hubo un hombre llamado Beltrán de Fuente-Frida, el cual por su ventura mientras fue casado fue cornudo por sus pecados; y pasando su vida con paciencia, como Dios lo manda, tras este mal le sucedió otro mayor, y es que el día de Santiago, Patrón de España, como corriesen los toros en Zamora, este Beltrán salió al corro bravo y borrufero, y queriendo hacer el valiente como los otros , su desventura quiso que un furioso toro le alcanzó y le hincó los cuernos por las espaldas, y allí le mató. Así el cuitado dio el alma a Dios con cuernos detrás y cuernos delante. ¡Oh qué desventura! Fue después enterrado en una pequeña iglesia que está fuera de los muros a la orilla del Duero, entre unas peñas, en la cual yo hallé su epitafio que es éste: Aquí yace Beltrán de Fuente-Frida; cornudo fue en la vida por su suerte; otros cuernos después le dieron muerte; lector, guarte de cuernos por tu vida. Este cuento tan del gusto quevedesco no es excepcional dentro de la obra a la que pertenecen, un originalísimo libro de carácter misceláneo: La silva curiosa de Julián de Medrano (o Julio íñiguez de Medrano), publicada en París en 1583 y 1608, que he tenido intención de editar 1 . 1 LA / SILVA CURIO- / SA, DE IULIAN DE ME / DRANO, CAVALLERO NAVAR- / RO: en que se tratan diversas cosas / sotilíssimas, y curiosas, mui con- / venientes para damas, y / Cavalleros, en toda con- / versation virtuosa, / y honesta. // Dirigida a la muy Alta y Sereníssima Reyna / de Navarra su sennora // Va dividida esta SILVA en siete libros diversos... // EN PARÍS / Nicolás CHESNEAU [...] / MDLXXXIII. Studia Áurea. Actas del III Congreso de la AISO, III, Toulouse-Pamplona, 1996 AISO. Actas III (1993). Lina RODRÍGUEZ CACHO. Los epitafios curiosos en las misceláneas

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Los epitafios curiosos en las misceláneas

Lina Rodríguez CachoUniversidad de Salamanca

Entre los epitafios que han sido hechos por hombres que murieron de muerte cruel odesastrada, me acuerdo de uno que yo vi en Zamora, el cual no es menos ridículo que cruel,y extraña fue la muerte del hombre por quien se compuso. La historia es ésta: en la ciudadde Zamora, que es una de las más antiguas de España, hubo un hombre llamado Beltrán deFuente-Frida, el cual por su ventura mientras fue casado fue cornudo por sus pecados; ypasando su vida con paciencia, como Dios lo manda, tras este mal le sucedió otro mayor,y es que el día de Santiago, Patrón de España, como corriesen los toros en Zamora, esteBeltrán salió al corro bravo y borrufero, y queriendo hacer el valiente como los otros , sudesventura quiso que un furioso toro le alcanzó y le hincó los cuernos por las espaldas, yallí le mató. Así el cuitado dio el alma a Dios con cuernos detrás y cuernos delante. ¡Oh quédesventura! Fue después enterrado en una pequeña iglesia que está fuera de los muros a laorilla del Duero, entre unas peñas, en la cual yo hallé su epitafio que es éste:

Aquí yace Beltrán de Fuente-Frida;cornudo fue en la vida por su suerte;otros cuernos después le dieron muerte;lector, guarte de cuernos por tu vida.

Este cuento tan del gusto quevedesco no es excepcional dentro de la obra a la quepertenecen, un originalísimo libro de carácter misceláneo: La silva curiosa de Julián deMedrano (o Julio íñiguez de Medrano), publicada en París en 1583 y 1608, que he tenidointención de editar1.

1 LA / SILVA CURIO- / SA, DE IULIAN DE ME / DRANO, CAVALLERO NAVAR- / RO: en quese tratan diversas cosas / sotilíssimas, y curiosas, mui con- / venientes para damas, y / Cavalleros, en todacon- / versation virtuosa, / y honesta. // Dirigida a la muy Alta y Sereníssima Reyna / de Navarra su sennora// Va dividida esta SILVA en siete libros diversos... // EN PARÍS / Nicolás CHESNEAU [...] / MDLXXXIII.

Studia Áurea. Actas del III Congreso de la AISO, III, Toulouse-Pamplona, 1996AISO. Actas III (1993). Lina RODRÍGUEZ CACHO. Los epitafios curiosos en las misceláneas

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Cuando se analizan los tipos de intereses recogidos en las compilaciones misceláneasen prosa que circularon en la Edad de Oro, sorprende comprobar que la curiosidad por losepitafios aparece en textos ya del periodo barroco, como un componente original que nofiguraba en los primitivos modelos. Es decir, ni en la pionera Silva de varia lección deMejía (Sevilla, 1540), ni en el Jardín de flores curiosas de Torquemada (Salamanca,1570)2. Dos de estas colecciones variopintas nos prueban tal afirmación: la Miscelánea oVaria historia de Luis Zapata, que se supone posterior a 1587, y la mencionada Silvacuriosa, que dedica una parte considerable de su contenido a este particular. Pero lanaturaleza de los epitafios reunidos en ambos textos es muy distinta, y su comparaciónparece sugerir que este breve género desarrolló durante el Barroco funciones literariashasta entonces no exploradas. En concreto, me interesa el hecho, para mí no casual, deque a medida que la miscelánea se hace más propia de cada autor, de sus vivenciaspersonales, y ya no tanto de sus lecturas de erudito, se dé cabida en ella al epitafiocurioso real, contemporáneo, y no sólo al libresco. Pues esto es lo que cabe adelantarque se observa al comparar las funciones de los epitafios en Zapata con las que posee enla citada obra de íñiguez de Medrano. La primera pregunta que anima estas notas es:¿hasta qué punto fue éste un interés compartido por el público lector de la Edad de Oro?¿una moda literaria?

Para una historia del epitafio en la literatura española, que está aún por hacer,contamos con interesantes estudios sobre la poesía de tema funerario y otros másparticulares sobre sonetos barrocos3. Pero creo que no se aborda allí más que unamínima parte de las posibilidades del epitafio: cuando éste es poema independiente,original de un autor de fama más o menos reconocida, que puede tener un tratamientoserio o burlesco, y que sigue de alguna manera una tradición clásica. Y en cambio nosuele tratarse lo que precisamente me ha interesado comentar aquí: los epitafiosanónimos que, por su curiosidad, ingenio o humorismo, son copiados por un autor paratransmitirlos al lector coetáneo con alguna finalidad precisa, y dentro de un discurso másamplio que puede no tener como tema hegemónico la muerte. O, lo que es lo mismo,los tipos de prosa que ocasionalmente introducen el género del epitafio en verso convarios objetivos de amenidad. Y ello porque me parece imprescindible ordenar lasapariciones de epitafios en prosa y en verso dentro de textos medievales, renacentistas ybarrocos si queremos explicar los cambios y la evolución de sus funcionalidades a travésdel tiempo y de los distintos tipos de géneros con los que se relaciona.

Por ejemplo, sería interesante averiguar hasta qué punto los epitafios fueronutilizados con función didáctica en las colecciones de exempla medievales, resaltandomeditaciones estoicas o la ejemplaridad de la muerte de un personaje ilustre, por hechosde armas, generalmente. Tal vez una de las primeras muestras se encuentre en el

He podido ver y contrastar esta edición y la de César Oudin de 1608, reproducida por J. M. Sbarbi en eltomo X de El refranero general español. Los textos que citaré corresponden a las pp. 178-295.

2 En el artículo: «La selección de lo curioso en las misceláneas» en Literatura y Didactismo en laEspaña del Siglo de Oro, esbocé ya algunas conclusiones que sirven de soporte a las presentes.

Cfr. E. Camacho, La elegía funeral en la poesía española, cap. VIII, y Mercedes Blanco,«L'épitaphe baroque dans l'oeuvre poétique de Góngora et Quevedo», pp. 179-194.

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Disciplina Clericalis4, y sea una línea seguida probablemente por humanistas comoGuevara hasta la Varia Historia de Zapata, si bien esta función no será allí exlusiva.Pues parece que ese género breve se ajustaba perfectamente al tipo de noticia que queríadifundir el caballero Zapata entre sus amigos cortesanos. Era ese público el que gustaríade casos ejemplares como el del noble que se distingue por la voluntad de enterrar a lospatriotas como merecen : el caso del Duque de Sesa, nieto del Gran Capitán, que, viendoen Ñapóles enterrados «sin ningún decoro ni honra» a dos valerosos militares, «les hizohazer una sumptuosa capilla, y poner en sus sepolturas de mármol honrrosos letreros yepitaphios...»5.

El vínculo entre el epitafio y lo heroico debe tenerse muy en cuenta como punto departida, pues esto está en los orígenes del género. Inicialmente, predominaba en ellos eltono encomiástico —con frecuencia exagerado— sobre el guerrero o el caballero del quese quería inmortalizar en una lápida el recuerdo de la virtud heroica por antonomasia: lavalentía. (Bastaría evocar aquí aquél que Sansón Carrasco le puso a don Quijote). Puesesto, sumado a lo que el epitafio tiene de culto religioso a la muerte digna es lo quejustifica la imitación paródica que de los epitafios de muertes heroicas ilustres haríandiversos autores desde la Edad Media al Barroco. Desde los numerosos epitafiosparódicos (junto a testamentos paródicos) escritos ya en los siglos VII y VIII, y esaliteratura goliardica que encontró en el epitafio burlesco un campo abonado para practicarlúdicamente el «bárbaro latín», pasando por el epitafio a la muerte de Trotaconventos enel Libro de Buen Amor (§ 1575-1578), hasta el que siglos después dedicaría Quevedo aCelestina; así como otros muchos dedicados a viejas, avaros y tipos siempre en el poloopuesto de lo heroico. Todos ellos son buenos ejemplos para considerar hasta qué puntola parodia fue desde el principio una vertiente consustancial al género, y parapreguntarnos en qué medida esta faceta fue la prioritaria en las misceláneas.

Sabido es que en el periodo renacentista, el tiempo del culto al retrato, hubo muchasrazones para el cultivo del epitafio en su primer sentido de solemnidad encomiástica porla muerte de una individualidad destacada, tanto en las armas como en las letras.(Recuérdese el caso de la repentina muerte de Castiglione que llevó al Cardenal Bembo aescribir su epitafio). Ese gusto por los epitafios en latín de personajes célebres coetáneoses el que expresa muy bien Luis Zapata al transcribir los del Marqués de Pescara, hechopor «el famoso Ariosto» y Victoria Colonna, su mujer, en una de las primeras páginasde su Miscelánea6. Su interés para nosotros reside, sobre todo, en el hecho de que seandos epitafios reales, serios y cultísimos, ya desde sus encabezamientos (Quis jacet gélidohoc sub marmore? Maximus Ule /Piscator...) de clara raigambre literaria clásica7; asícomo en el tratamiento del tema de la fidelidad femenina: se compara a Victoria Colonnacon Porcia, la mujer de Bruto, para alabar la valentía de superar el dolor de la muerte delmarido en vez de suicidarse como hizo la romana. Y no deberá parecemos casual que este

A Vid. ed. M. J. Lacarra, Zaragoza, Guara, 1980, pp. 97-98 y n. 50 en p. 106.5 Vid. ed. G. C. Horsman, § 55.6 «De dos galanos epitafios», ed. cit., pp. 3-4.7 La fórmula latina tradicional (Hoc sub marmore gélido iacet...) es la que aprovecha Ariosto,

siguiendo con una rememoración de Virgilio: Quis jacet gélido hoc sub marmore? Maximus Ule es...(Eneida, VI, 845). Igualmente, se encuentran en este epitafio otras referencias bíblicas.

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asunto de la fidelidad se vea puesto en entredicho, en cambio, en muchos epitafios envulgar. Pues es significativamente la otra cara del amor lo que creo que justifica elhumorismo de todos los de «cuernos» que recoge Medrano en español y en francés, enestrecha relación con la recurrencia de este tema en las compilaciones de facecias de todoel Siglo de Oro. Frente al epitafio como canto encomiástico de la virtud, el epitafiosobre lo infamante en el Barroco. Esto es lo que particularmente llevará a trastocar lossentidos religiosos y militares de la tradición latina del epitafio en una línea burlesca deposibilidades infinitas, como veremos.

Todo hace suponer que los compiladores de epitafios buscaron la amenidad por elcontraste entre esa vertiente noble y la vertiente jocosa que permitía jugar con todos lossentidos serios del breve género. La selección de las anécdotas de Medrano parece haberseorientado especialmente por la voluntad de contraponer lo serio y lo humorístico, si bienes esto último lo que domina. Y dentro de esa intención de contraste ameno debeencajarse la mezcla del latín y el vulgar en epitafios seguidos, así como la mezcla deromanticismos y prosaismos. Por ejemplo, nada más contrario que el caso del heroicoprimer rey godo, sepultado con sus seis hijos tras una cruel muerte a traición

Bellipotens valida natus de gente Gothorum,hic cum sex natis, Rex Athaulphe, jaces, [...]

y el del catalán Sancho Elgida, vendedor de animales traídos de Indias, que murió de unmordisco en las narices de una mona rabiosa:

Aquí yace Sancho Elgida,tratante de Barcelona;monos le dieron la vida,y al fin le mató una mona.

Muertes heroicas o antiheroicas, frente a muertes simplemente ridiculas, depersonajes populares o anónimos. Como la de otro francés que muere de un mordisco deun gato tras contar el caso de Timón Ateniense; o el del aragonés Ruiz de Urgando, quemurió ahogado en un río tras una borrachera, frente al epitafio latino del Cid en SanPedro de Cárdena, que Medrano coloca a continuación. Una antítesis más sutil y nomenos humorística es la que se encuentra entre los dos románticos epitafios de un pastorenamorado y el siguiente, el del zamorano cornudo Beltrán de Fuente-Frida arriba citado,a quien a pesar de un nombre con ecos del romancero, el pueblo humilla con un vilchiste en su epitafio, que más bien sería propio de los chistes de la Floresta de SantaCruz. Aunque hay varios casos en Medrano de epitafios de enamorados, interesa el delapasionado pastor Bruno, por formar parte de la larga serie de muertes por amor que erandesde antiguo motivo de la lírica popular, en villancicos (vid. infra) y romances.(Recuérdese el epitafio que remataba aquél de «La bella malmaridada», que, tras sersorprendida a punto de abandonar a su marido, pide a éste que la ahorque para morir con

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dignidad). Pues será éste del epitafio por amor un género que volveremos a encontrar enotras compilaciones misceláneas barrocas como El pasajero de Suárez de Figueroa8.

Esa función también se comprueba en la compilación de curiosidades de Zapata,quien coloca estos otros dos epitafios más adelante, que contrastan fuertemente con loslatinos arriba mencionados:

Murió un soldado muy valiente en la guerra, muy desesperado de que le avía hecho un granagravio sobre una presa que hizo, su general Antonio de Leyva. Y estando ya a la muerte,dixéronle que se confesase y que hiziese testamento. Confessarse no quiso por entonces,mas proveyó donde le enterrasen, y que sobre su sepoltura se pusiese esta letra:

Aquí jaze Campuzano,Cuya alma llevó el demonio,Y su ropa el señor Antonio9.

Lo interesante es que está ya aquí enunciada la nota más recurrente de los epitafioshumorísticos en estas compilaciones: la valentía vencida en una muerte ridicula.

Entre las muchas referencias que cabría aducir, Medrano vuelve a ser el mejorejemplo, y baste citar el caso del «valiente soldado portugués» Brutaos, que, «habiendodado grandes pruebas de su esfuerzo y valentía en muchos combates contra castellanos»,fue vencido en una noche de amor con su amiga Belgrada:

Aquí yace el gran Brutaos,Más valente que la espada;Matou siete castellaos,Venció moros y pagaos,Despois lo venció Belgrada.

Y si en el caso de este Brutaos contribuye a la risa el que sea portugués10, lo dichoexplica muy bien que en el caso de los cornudos el colmo de lo ridículo sea pertenecer,además, a la heroica clase militar. Como prueba perfectamente el caso de aquel generalfrancés, «el general Ruzé, el cual, hallando a su mujer en adulterio, gastó una parte desus bienes para probar y descubrir sus cuernos». En cualquier caso, se trata decontraponer una vida honrosa con las armas, frente a una muerte deshonrosa por culpa delas mujeres que se inmortaliza en un epitafio humillante. Y por eso existe también lavariante contraria, la de aquel epitafio latino del guerrero Héctor que a Medrano leenseñan en Civita-Vecchia, porque fue esforzado «en los combates de Venus» y másmedroso que una liebre «en los efectos de Marte»11.

8 Vid. ed. I. López Bascuñana, pp. 531-532.9 Op. cit, p. 93.10 Como también en el caso del estudiante de Coimbra o el «Testamento y epitafio de Ruy de Sande»,

que debió de ser muy popular, según lo que dice Medrano («aunque sea viejo entre castellanos,naturalmente enemigos de portugueses, no dejaré de ponerlo aquí»), pp. 184 y 278.

11 Silva curiosa, p. 282.

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Pero además, para el fenómeno de la aparición de los epitafios en las misceláneas delsiglo XVI, encuentro dos de las justificaciones que considero fundamentales en la VariaHistoria de Zapata. La primera es la relación del epitafio curioso con el tema de lasmuertes insólitas, que está particularmente presente en sus diferentes epígrafes. En eltitulado «De la yncertinidad de la muerte del hombre y de la sepoltura mucho más», seempieza a narrar así la azarosa muerte de Don íñigo de Mendoza, que siendo expertomarino murió ahogado y devorado por un pez12. Este asunto de las anécdotas depersonajes famosos muertos en extrañas circunstancias, por lo repentinas o violentas, síera un asunto propio de las misceláneas más antiguas, probablemente desde el Dictorumac factorum memorabilium de Valerio Máximo. Lo que explica el que haya algúncapítulo de la Silva de varia lección dedicado a este particular, como el que trata «Dealgunos reyes y grandes hombres que murieron llamados y emplazados por otros queellos habían hecho morir o mataron injustamente, y murieron en el término que porellos les fue puesto» (parte III, cap. 22). Pero este tema es algo aislado y muy marginaltanto en Mejía como en Torquemada.

En la Silva curiosa, por el contrario, se le reserva un apartado monográfico inicial aeste tipo de epitafios sobre «los hombres que han sido infelices y desdichados en lamuerte». Y también es notablemente recurrente en Luis Zapata, aunque no en todos loscasos, las anécdotas de muertes insólitas vayan rematadas por un epitafio curioso. Loque sí prueba su libro es que ése era un ingrediente propicio en tal contexto, comomuestran ejemplos como los siguientes: la muerte de D. Diego de Toledo, de la casa deAlba, por la cogida de un toro (§ 49); los casos de mujeres enterradas vivas (§ 54); elrobo acaecido al Marqués de Santa Cruz después de muerto por unos soldados quevigilaban su cuerpo (§ 62), etc.

La segunda de las justificaciones que encontramos en esta miscelánea de Zapata es larelación entre epitafio burlesco y mote. Los juegos de palabras que permiten los motesen latín y las posibilidades burlescas que admiten sus alteraciones fonéticas omorfológicas, a través sobre todo de repeticiones que truecan humorísticamente lossignificados, se observan bien en este epitafio, por ejemplo:

Hicjacet DurandusSub lapide duro;Ipse non curabit de se,Ñeque ego curo. 13

Y se comprenden considerando la ambivalencia de los términos mote, letra, epigramay epitafio, que llegan a ser intercambiables en muchos contextos en los Siglos de Oro.Esto se prueba, por ejemplo, en la única mención de la palabra epitafio que se encuentraen el Jardín de flores curiosas14. Y en la propia ambivalencia que se da en Zapata, pues

12 Op. cit., pp. 27-28.13 Silva curiosa, p. 278.14 «...y sin lo que estos autores dicen, me acuerdo haber leído en un epitafio que está escrito en el

Mapa mundi que imprimió un veneciano, llamado Andreas Valvasor, que un Andreas Rofo, vecino deaquella ciudad, tenía al presente dos de estos pájaros», ed. G. Allegra, p. 205.

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en el epígrafe «De motes interpretados», uno de los más largos de todo el libro, engarzavarios chistes en los que queda muy claro el vínculo entre lo lúdico de todos esosgéneros mínimos. En esta relación con los motes, es muy significativo el hecho de queen La silva curiosa nos encontremos con dos epitafios dentro de un apartado en queMedrano recopilaba proverbios15. En ambos casos la intención es explicar el origen,como epitafio, de un pareado que debía de andar comúnmente en boca de las gentes: «Silos rozines mueren de amores, / ¡triste de mí!, ¿qué harán los hombres?». Y el segundo,otra variante de éste: «Si los coxos de amores mueren, / ¡ay!, ¿qué harán los que andarpueden?». Los dos tenían claros ecos de aquel estribillo de un famoso villancico delsiglo XVI, que tuvo bastantes variantes: «Si los delfines mueren de amores, / ¡triste demí!, ¿qué harán los hombres / que tienen tiernos los corazones?», «Si los pastores hanamores, / ¿qué harán los gentiles hombres?». Para justificar el origen del primero deellos, Medrano cuenta una anécdota supuestamente real ocurrida en Tudela,interesantísima para estudiar cómo se incluyeron relatos de transmisión oral en lasmisceláneas. Por alardear un caballero ante la dama que cortejaba, le dio una carrera tanfuerte a su caballo que éste resbaló, se cayó y reventó en medio de la calle, tras lo que elcaballero, levantándose, pronunció «con muy linda gracia» los citados versos ante lasdamas y los colocó finalmente como epitafio de su caballo al enterrarlo en el campo.Recuérdese a propósito que los epitafios de animales fue una moda impulsada por lapoesía neolatina del siglo XVI y una colección curiosa que fue ampliamente traducida yeditada: los Sermoni funebri di vari authori nella morte di diversi animali (Venecia,1548). Moda ésta a la que contribuyó el propio Góngora, como se ha comentado muyoportunamente16.

La explicación del segundo pareado da pie a una narración más extensa y graciosa apropósito de un epitafio que él mismo ha visto en Menorca, sobre la tumba de un sastre.De nuevo se trata del cuento de un adulterio (entre la mujer de un marinero y un sastrecojo) que acaba en tragedia (con un asesinato vengativo por parte del marido burlado),pero que Medrano aborda con gran ironía, revelando así sus dotes para la narración cortay el chiste: «...que el marido, aunque era rústico y grossero, conosció de qué pie el coxocoxeava, y vio claramente que mientras el pobre esclavo de Neptuno andava ganando suvida por la mar, el coxo y la marinera le plantavan a él en su jardín los puerros cervinos,muy contra su voluntad...». Al final, puntualiza que descubrió ese epitafio mientrasandaba «mirando las antigüedades de aquella tierra», es decir, que conoce la historiagracias a su vocación arqueológica, al romántico placer de escudriñar piedras mohosas:

Y viendo allí una grande lápida rompida, con letras muy antiguas, desseando saber elsentido y sujeto dellas, hallé este otro

EPITAPHIO¿ Quién duerme aquí? Gil Vivanco.Yo fui sastre coxo y manco,

15 Figuran en el epígrafe titulado: «Otros dos proverbios sacados de dos epitafios», ibid., p. 90.16 J. M. Mico, «Redondillas y quintillas de Luis de Góngora», Edad de Oro, XII, 1993, p. 181.

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que por ser enamorado,me veis aquí sepultado.Mi cornudo de Mallorca,me mató con una horca,y me arrojó en un barranco.Dios te perdone, Vivanco.

Como parece claro que la rareza y el humor de tales textos eran apropiadísimos parareuniones sociales y entre charlistas con aficiones históricas, interesa ver cómo los reúneel «caballero navarro» Julián de Medrano en una Silva curiosa que se presentabaprecisamente como amenísima compilación provechosa para conversaciones cortesanas.No cabe duda de que el autor piensa en un tipo de público que forma parte de su propioambiente, y al que pueden interesarle sus propias experiencias. Y aquí es dondeencontramos ya la primera de las originalidades de su utilización de los epitafios respectoa los demás autores: su presentación como producto de andanzas viajeras del propioautor, y no como epitafios librescos. Es decir, que el viaje es el fundamento de unacuriosidad (de la que presume mucho Medrano) por unos textos misteriosos grabados enpiedra, en diversas lenguas, que tienen una historia que explicar: «La curiosidad de losepitaphios a sido tan grande entre los antiguos y assí mismo entre los de nuestrostiempos que, pues hemos caydo en el propósito dellos, yo quiero ponerte a la fin d' estemi primer libro una parte de los que yo he hallado en diversas tierras, buscándolos concuriosidad...»

Hay además un comienzo de uno de los epitafios sumamente revelador del parecidoentre lo que escribe Medrano y una relación de viajeros: «Corriendo la posta desde Parísa Blois, pasando por un pequeño lugarejo, vi en una iglesia este epitafio que un hombrehabía compuesto...»17. Sabido es que los recorridos de postas, que frecuentementeseguían trazados de viejas calzadas romanas, eran mucho más jugosos endescubrimientos artísticos de todo tipo, y Medrano ¡os sigue como buen viajero. Porello su apunte es muy similar al del epitafio que anotó en su Itinerario de Italia unhumanista viajero de su época, el erudito belga Andrés Scoto (Andreas Schott), hablandode la ciudad de Gaeta18.

Con esto se puede sospechar que en gran medida en Medrano el epitafio fue un meropretexto para exhibir sus largas andanzas. ¿Pero hasta qué punto era verdad eso de que erauna curiosidad tan grande entre sus contemporáneos? Parece algo exagerado, por otraparte, que llegara a tener recogidos más de doscientos epitafios de todo el mundo. Y loque es casi seguro es que no llegó a escribir ese Vergel curioso en el que prometíapublicarlos. Pero, efectivamente, son muchos los que llenan la última parte de su Silvay tienen todos en común el haber sido encontrados en ciudades españolas, siempre en unitinerario seguido por el autor. Y esto nos introduce en la segunda diferencia que destacaen el libro de Medrano: su voluntad ordenadora del material que presenta; lo que lesfacilitaría mucho su localización a aquellos buscadores de anécdotas ad hoc para los que

17 Op. «/., p. 285.18 Véase la «Parte tercera de el Itinerario de Italia», en el manuscrito 9353 de la B. N. M.

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escribía. Después del grupo de epitafios encontrados por ciudades y pueblos de lapenínsula, pues junto a los españoles van los portugueses, (alguno de los cuales, dice elautor que fue muy popular entre castellanos), se colocan «Algunos epitafios hallados enItalia», para finalizar con una sección más extensa de epitafios «hallados en diversaspartes de Francia», que a su vez se divide en epígrafes dedicados a monjas, frailes ycanónigos, y parte de los cuales se concentran en los «epitafios hallados en París». Sonmínimos los epitafios de procedencias aisladas (uno en Bruselas, otro en Atenas).

Sin duda esa voluntad clasificadora de Medrano le hizo merecedor de otros lectoresque habrían de convertir su Silva en fuente documental para otras compilaciones sobre lamateria. Esto es lo que cabe deducir del examen del Thesaurus epitaphiorum veterum acrecentium, publicado en París en 1666 por el Reverendo Philippe Labbé, que ha sido unhallazgo fundamental para esbozar estas notas19. Un voluminoso libro enciclopédicosobre epitafios que reúne las variadísimas fórmulas del epitafio en latín desde laAntigüedad (incluido el latín «macarrónico»), así como de su extensa tipología temática,por lo que puede ejemplificar todas las funciones que he venido comentando y resultaindispensable para cualquier estudio sobre el tema. De las doce partes en que va dividido,la novena se dedica enteramente a los epitafios «ingeniosos o jocosos, ridículos,enigmáticos [...] que solían hacer reír a los más cultos»20. Y en ella nos encontramos,por ejemplo, con un par de epitafios burlescos dedicados a Erasmo, al que, por graciosocalambur se le llama ratón (Hic iacet Erasmus qui quondam bonus erat mus...). Másadelante encontramos otros dos dedicados a Lorenzo Valla, tres al Aretino y varios aLutero, que llenan casi dos páginas con los peores improperios que pudieron lanzarsecontra él.

Pero además se reviste de una curiosidad casi policiaca cuando descubrimos quevarios de los epitafios (en francés y latín) que figuran en la obra de Medrano aparecenrecogidos con mínimas variantes en este divertido capítulo del Thesaurus. Como elenigma que dice Medrano haber encontrado en Rávena (Aelia Laelia Crispís / Nec vir,nec mulier, nec andrógina, [...] Sed omnia...), que Labbé da, en cambio, como unepitafio celebérrimo en todo el mundo hallado en Bolonia, y del que dice que los eruditosdiscutieron mucho su interpretación21. En esa misma sección italiana, no menosinteresante es el caso del epitafio de un matrimonio que litiga tras la muerte:

Entre los epitafios ridículos y curiosos que yo he visto, este diálogo me parece no menosingenioso que gustoso, el cual yo hallé también en Roma en un sepulcro antiquísimo. Esde un marido y una mujer, los cuales, habiendo vivido toda su vida riñendo y gruñendocomo el gato y el perro, también estando enterrados juntos, reñían dentro del sepulcro:

Ohe ! hic vir et uxor non litigant.Qui sumus non dico,

19 THESAURUS / EPITAPHIORUM / VETERUM AC RECENTIUM, / SELECTORUM / Ex AntiquisInscriptionibus, omnique / Scriptorum genere [...] R. P. PHILIPPI LABBE BIT. S. I., [...] PARISIIS, / ApudGASPARDUM METURAS, via Iacobea, [...] M. D. C. LXVI.

20 Vid. índice, hj. 4v. y p. 361.21 Op. cit., p . 279 y Thesaurus, pp. 362-363.

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At ipsa dicam,Hic Belbius ebrius me Belbiam ebriam nuncupat;

Non dico amplius,Hei! uxor, etican mortua litigas?11

Gracias al Thesaurus sabemos que debía de ser un prototipo de epitafio humorísticobastante frecuente, debido a un modelo latino con diversas variantes, y cultivado porvarios autores, tal y como se deduce del que Labbé titula «De esposa pendenciera»: Hicposita est Corvina, suo attumulata marito, / In túmulo et thalamo litigiosa cohors2i.Pues además otra versión del mismo motivo encontramos en la Silva curiosa, que abreprecisamente el capítulo de «los hallados en diversas partes de Francia»: Utfuit inthalamo, sic erit in túmulo14. Vuelve a ser sintomático el hecho de que Medranocolocara justo detrás de éste otro del caso contrario: esto es, el de los casados bienavenidos y el de la esposa que, tras la muerte del marido, se hace grabar en vida unepitafio sin poner fecha, junto a él, y un envidioso lo completa. El de la mujer de Jeanl'Angloys fue sustituido por el editor Cesar Oudin en su edición de 1608 por el delgeneral Ruzé ya comentado25.

Entre los de diversas partes de Francia, donde los hay verdaderamente jugosos, comoel del hidalgo loco «que llamaban Gauguier de Brelinguete», una especie de Quijoteenterrado camino de Lyon, porque podría perfectamente ser cervantino26, nos sorprendeotro sobre un increíble caso de incesto ignorado que debió de ser muy difundido, que seremata con estos versos:

Ci git la filie, ci git le pére,Ci git la sceur, ci git lefrére,Ci git la femme et le mari,Et il n'y a que deux corps id.11

Pues lo encontramos recogido también en el citado Thesaurus con mínimasvariantes, aunque se dé allí otra procedencia28. Lo cual pudiera muy bien confirmar mihipótesis de que el reverendo francés pudo servirse del texto de Medrano para elaborar sucompilación.

Lamento no poder comentar aquí por razones de espacio los epitafios de monjas quefueron ejemplo de amistad, junto al de la monja virtuosa y hermosísima que murió muyjoven; el del fraile que se hace guerrero, o el de una dama de París, llamada YollandBailli, que fue famosa por su monstruosa fertilidad, y que parece anécdota propia delJardín de flores curiosas, que sin duda Medrano conocía bien. Como también parecen

22

23Op. cit.,Este es

CCXXXVIII, p.24

25262728

Op. cit,

p. 280.precisamente el epitafio que cierra el capítulo de los jocosos en el Thesaurus, núm.444.p. 284.

En ed. de 1583 figura en las pp. 430-431.Véase p.286.Pp. 287-288.P. 363.

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LOS EPITAFIOS CURIOSOS EN LAS MISCELÁNEAS 445

pertenecer a ese mismo gusto de Torquemada las tres historias más fantásticas y extensassobre este tema en La silva curiosa: la del ermitaño de Orense, la de la maga Orcabella yla del hechicero de Redondella (o Marcolfo y la linda Almena). Las tres tienen en comúnla magia y el entorno gallego, y bastan ya para hacer atractiva una edición crítica y unestudio en profundidad de la obra, que tal vez en breve podremos conocer29.

A la vista de todo lo dicho, es bastante fácil concluir que Medrano supo sacarle ungran partido literario a su curiosidad por los epitafios, multiplicando las funciones queesos textos podían tener combinados con la prosa. Lo divertido, lo lúdico, predominasobre lo didáctico en las curiosidades seleccionadas, alejándose así diametralmente de lospropósitos de Mejía. Y mientras que en Zapata los epitafios son breves apuntesanecdóticos, en Medrano se convierten en cambio en novelitas de diversa extensión. Elmejor pretexto del epitafio en La silva curiosa, su perfecto fin es así la posibilidad denovelar con casos cómicos, unas veces, o en el límite de lo verosímil, otras. El hechode que su editor de 1608, contagiado del gusto del autor, no sólo se permitiera sustituiralgún texto sino que llegara a incluir alguno «de su cosecha»30, ¿no es una prueba másde lo extendido de esa afición que fue moda entre lectores de misceláneas?

BIBLIOGRAFÍA

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Camacho, E., La elegía funeral en la poesía española , Madrid, Gredos, 1969.Joly, M., La bourle et son interprétation, Toulouse, France-Ibérie Recherche, 1982.Labbé, Ph., Thesaurus epitaphiorum veterum ac receníium, París, G. Meturas, 1666.Medrano, J. de, La silva curiosa, París, Nicolás Chesneau, 1583.

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Mico, J. Ma, «Redondillas y quintillas de Luis de Góngora», Edad de Oro, XII, 1993,pp. 177-190.

Rodríguez Cacho, L., «La selección de lo curioso en las misceláneas», en Literatura yDidactismo en la España del Siglo de Oro, Criticón, 58, 1993, pp.155-168.

Schott, A., Itinerario de Italia, Ms. 9353 de la Biblioteca Nacional de Madrid.Suárez de Figueroa, C , El pasajero, ed. I. López Bascuñana, Barcelona, PPU, 1988.

2 9 M e refiero a la tesis doctoral de Mercedes Alcalá Galán, que ha sido defendida en la Universidad

Complutense de Madrid.3 0 «Estos dos epitafios siguientes fueron añadidos a esta segunda impresión por CESAR OUDIN, el

cual los cobró de dos caballeros tudescos, sus discípulos. El uno es del emperador Carlos V, y es hecho en

latín. El otro es de la Verdad, escrito en español, el cual es también traducido en francés por el dicfio

César».

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4 4 6 L. RODRÍGUEZ CACHO

Torquemada, A. de, Jardín de flores curiosas, ed. G. Allegra, Madrid, Castalia, 1982.Zapata, L., Varia Historia, ed. G. C. Horsman, Amsterdam, 1935.

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