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ACE tiempo que los pre- mios Grammy perdie- ron el crédito de los sec- tores especializados. Quizá con la excepción del jazz, donde gigantes como Herbie Hancock, McCoy Tyner o un biza- rro de la guitarra como Pat Metheney reciben el reconocimiento de unos galardones cada vez más entallados al cuer- po de la industria musi- cal. Ni siquiera hay parangón en el capí- tulo de anécdotas: los numeritos de Chris- tina Aguilera o Amy Winehouse quedan ensombrecidos por la espectacularidad del baile de Michael Jackson o el rictus de Bob Dylan mientras le asalta un espontá- neo. Tal vez, los Grammy sirven de termó- metro para calcular el nivel del ocio de masas de cada época. En tal caso, resulta evidente el bajón gradual. Estos premios, presentados a modo de macroevento mediático, nacieron en 1958. Desde enton- ces, la Academia Nacional (estadouni- dense) de las Ciencias y las Artes de la Grabación (NARAS), integrada por músi- cos, productores y otros profesionales del gremio, organiza y concede ‘gramófonos’ atendiendo a logros artísticos y técnicos. Entre sus preceptos fundacionales tam- bién existe la voluntad de fomentar una mayor conciencia pública acerca de la diversidad cultural. El historiador y melómano F. Xavier Gallego acaba de recopilar los años menos conocidos de los ‘Oscar’ de la música. Es decir, el cuarto de siglo que comprende ‘Los premios Grammy 1958-1982’ (Lenoir, 2008). Un guía –no oficial– rebosante de información sobre los nominados y los ganadores en las diferentes categorías. Una publicación con la dosis justa de sen- tido crítico y esmerada en trazar un reco- rrido completo por la historia de unos lau- reles capaces de encumbrar carreras y sembrar fortunas con extremada facili- dad. «Se puede cuestionar la utilidad de un libro como éste, dedicado a unos premios que casi tienen más que ver con los coti- lleos y el glamour de las estrellas del pano- rama musical anglosajón y con los inte- reses de las grandes discográficas que con la atención real que merecen millares de discos que salen al mercado anualmente sin una publicidad masiva que les haga llegar al gran público, escondiendo teso- ros musicales que en contadas ocasiones obtienen el éxito que se merecen», matiza el autor. Otras voces autorizadas del mun- do de la creación lanzan diatribas más punzantes. Es el caso del trovador cuba- no Silvio Rodríguez, nominado en 2007, que llegó a decir en este mismo periódico que prefería el diario Gramma –órgano propagandista del gobierno de los Castro– al Grammy. La primera ceremonia de entrega tuvo lugar el 4 de mayo de 1959 en el Beverly Hilton Hotel de Los Ángeles. Veintiocho fueron los agraciados, destacando la memorable ‘Nel blu dipinto di blu’ –más identificada por ‘Volare’– del cantante y actor italiano Domenico Modugno, maes- tro de la canción ligera. Visto en la dis- tancia, extraña demasiado que un voca- lista no anglosajón percibiera tal impul- so. No en vano, la fuerte expansión de los premios derivó, en 1997, en la constitución de la Academia Latina (LARAS). Instala- da en Los Ángeles, imita a la institución matriz, pero centrándose en la ‘papilla’ hispanoparlante. Ya en la segunda edición se observa un contraste chirriante con estos días. En 1959, inauguran la categoría de Artista Revelación y, ups, ahí aparece el engomi- nado actor ‘highschool’ Bobby Darin. Después de dejar para la posteridad sus magistrales interpretaciones del cancio- nero de Doc Pomus, obtiene el Disco del Año por su famosa versión del ‘Mack the knife’, extraída de ‘Ópera de tres peni- ques’ de Brecht. Más tarde, Kevin Spacey se metió en la piel de Darin. ¿Alguien se acuerda? Empate técnico Como es obvio, aquellas galas iniciáticas aireaban cierta bisoñez y el mercadeo musical preservaba unos mínimos de cali- dad. Todavía en el 59, Frank Sinatra se resarcía de su pírrico resultado el año anterior con el Mejor Álbum del Año y la Mejor Interpretación Masculina. ¿La pie- za? ‘Come with me’. Y la nota entrañable: Darin y Sinatra acabaron en empate téc- nico. Al final, ambos compartieron una mención honorífica. En la misma cere- monia, el pianista Duke Ellington acu- mulaba triunfos por la banda sonora de la película ‘Anatomía de un asesinato’, de Otto Preminger, junto a Ella Fitzgerald. La entrada de la década de los sesenta testificó lo que ahora se aprecia como un periodo refulgente, plagado de obras maes- tras. Ray Charles y su ‘Georgia on my mind’. Judy Garland estremeciendo las paredes del Carnegie Hall. La Barbara Streisand más inspirada. ‘La chica de Ipa- nema’ de Stan Getz y Astrud Gilberto… En el 66, la Academia demostró cierto mal olfato y encajó un gol histórico. Ese año asombran las ausencias de Bob Dylan, los Beach Boys o los Rolling Stones, todos ellos en el momento de máxima lucidez en sus trayectorias. Hablamos de álbumes como ‘Highway 61 revisited’, ‘Pet sounds’ o ‘Rubber soul’. En parte, corrigieron su miopía en la siguiente ocasión: ‘Michelle’, de Lennon y McCartney, era Canción del Año; ‘Eleanor Rigby’, la Mejor Interpre- tación Vocal Contemporánea. Y en 1967, ‘Stg. Pepper’s’ alcanzaba el título de Dis- co del Año. Pero no había espacio para el aliño literario de Dylan ni para un taci- turno Brian Wilson: la lisérgica ‘Good vibrations’ se antojaba poco correcta. Los premios de la industria preferían a Los Monkees, un domesticado conjunto para la televisión. En los setenta, la separación de los Bea- tles y las muertes de Jimi Hendrix y Janis Joplin abrieron el paso a la inclinación hacia lo políticamente correcto. La que- rencia por la música negra, en excelente estado de gracia y en detrimento del incipiente rock duro, lo progresivo, el punk embrionario o la ‘nueva ola’. ¿Serían los pelos largos? GALARDONADOS. Los Beatles recibieron en 1967 el Grammy al mejor álbum por ‘Stg. Peper’s’, mientras Bobby Darin (abajo), en la segunda edición (1959), inaugura la categoría de Artista Revelación. H TEXTO: EDUARDO TÉBAR Los Grammy de antaño Nacidos en 1958 a modo de macroevento mediático, estos premios sirven de termómetro para calcular el nivel de ocio de masas de cada época ! evas ! Ón 7 DE NOVIEMBRE DE 2008 3 PÁG

Los Grammy de antaño

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Nacidos en 1958 a modo de macroevento mediático, estos premios sirven de termómetro para calcular el nivel de ocio de masas de cada época.

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Page 1: Los Grammy de antaño

ACE tiempo que los pre-mios Grammy perdie-ron el crédito de los sec-tores especializados.Quizá con la excepcióndel jazz, donde gigantescomo Herbie Hancock,McCoy Tyner o un biza-rro de la guitarra comoPat Metheney reciben elreconocimiento de unosgalardones cada vezmás entallados al cuer-

po de la industria musi-cal. Ni siquiera hay parangón en el capí-tulo de anécdotas: los numeritos de Chris-tina Aguilera o Amy Winehouse quedanensombrecidos por la espectacularidaddel baile de Michael Jackson o el rictus deBob Dylan mientras le asalta un espontá-neo.

Tal vez, los Grammy sirven de termó-metro para calcular el nivel del ocio demasas de cada época. En tal caso, resultaevidente el bajón gradual. Estos premios,presentados a modo de macroeventomediático, nacieron en 1958. Desde enton-ces, la Academia Nacional (estadouni-dense) de las Ciencias y las Artes de laGrabación (NARAS), integrada por músi-cos, productores y otros profesionales delgremio, organiza y concede ‘gramófonos’atendiendo a logros artísticos y técnicos.Entre sus preceptos fundacionales tam-bién existe la voluntad de fomentar unamayor conciencia pública acerca de ladiversidad cultural.

El historiador y melómano F. XavierGallego acaba de recopilar los años menosconocidos de los ‘Oscar’ de la música. Esdecir, el cuarto de siglo que comprende‘Los premios Grammy 1958-1982’ (Lenoir,2008). Un guía –no oficial– rebosante deinformación sobre los nominados y losganadores en las diferentes categorías.Una publicación con la dosis justa de sen-tido crítico y esmerada en trazar un reco-rrido completo por la historia de unos lau-reles capaces de encumbrar carreras ysembrar fortunas con extremada facili-dad.

«Se puede cuestionar la utilidad de unlibro como éste, dedicado a unos premiosque casi tienen más que ver con los coti-lleos y el glamour de las estrellas del pano-rama musical anglosajón y con los inte-reses de las grandes discográficas que conla atención real que merecen millares dediscos que salen al mercado anualmentesin una publicidad masiva que les hagallegar al gran público, escondiendo teso-ros musicales que en contadas ocasionesobtienen el éxito que se merecen», matizael autor. Otras voces autorizadas del mun-do de la creación lanzan diatribas máspunzantes. Es el caso del trovador cuba-no Silvio Rodríguez, nominado en 2007,que llegó a decir en este mismo periódicoque prefería el diario Gramma –órganopropagandista del gobierno de los Castro–al Grammy.

La primera ceremonia de entrega tuvolugar el 4 de mayo de 1959 en el BeverlyHilton Hotel de Los Ángeles. Veintiochofueron los agraciados, destacando lamemorable ‘Nel blu dipinto di blu’ –másidentificada por ‘Volare’– del cantante yactor italiano Domenico Modugno, maes-tro de la canción ligera. Visto en la dis-tancia, extraña demasiado que un voca-lista no anglosajón percibiera tal impul-so. No en vano, la fuerte expansión de los

premios derivó, en 1997, en la constituciónde la Academia Latina (LARAS). Instala-da en Los Ángeles, imita a la instituciónmatriz, pero centrándose en la ‘papilla’hispanoparlante.

Ya en la segunda edición se observa uncontraste chirriante con estos días. En1959, inauguran la categoría de ArtistaRevelación y, ups, ahí aparece el engomi-nado actor ‘highschool’ Bobby Darin.Después de dejar para la posteridad susmagistrales interpretaciones del cancio-nero de Doc Pomus, obtiene el Disco delAño por su famosa versión del ‘Mack theknife’, extraída de ‘Ópera de tres peni-ques’ de Brecht. Más tarde, Kevin Spaceyse metió en la piel de Darin. ¿Alguien seacuerda?

Empate técnicoComo es obvio, aquellas galas iniciáticasaireaban cierta bisoñez y el mercadeomusical preservaba unos mínimos de cali-dad. Todavía en el 59, Frank Sinatra seresarcía de su pírrico resultado el añoanterior con el Mejor Álbum del Año y laMejor Interpretación Masculina. ¿La pie-za? ‘Come with me’. Y la nota entrañable:Darin y Sinatra acabaron en empate téc-nico. Al final, ambos compartieron unamención honorífica. En la misma cere-monia, el pianista Duke Ellington acu-mulaba triunfos por la banda sonora de lapelícula ‘Anatomía de un asesinato’, deOtto Preminger, junto a Ella Fitzgerald.

La entrada de la década de los sesentatestificó lo que ahora se aprecia como unperiodo refulgente, plagado de obras maes-

tras. Ray Charles y su ‘Georgia on mymind’. Judy Garland estremeciendo lasparedes del Carnegie Hall. La BarbaraStreisand más inspirada. ‘La chica de Ipa-nema’ de Stan Getz y Astrud Gilberto…

En el 66, la Academia demostró ciertomal olfato y encajó un gol histórico. Eseaño asombran las ausencias de Bob Dylan,los Beach Boys o los Rolling Stones, todosellos en el momento de máxima lucidez ensus trayectorias. Hablamos de álbumescomo ‘Highway 61 revisited’, ‘Pet sounds’o ‘Rubber soul’. En parte, corrigieron sumiopía en la siguiente ocasión: ‘Michelle’,de Lennon y McCartney, era Canción delAño; ‘Eleanor Rigby’, la Mejor Interpre-tación Vocal Contemporánea. Y en 1967,

‘Stg. Pepper’s’ alcanzaba el título de Dis-co del Año. Pero no había espacio para elaliño literario de Dylan ni para un taci-turno Brian Wilson: la lisérgica ‘Goodvibrations’ se antojaba poco correcta. Lospremios de la industria preferían a LosMonkees, un domesticado conjunto parala televisión.

En los setenta, la separación de los Bea-tles y las muertes de Jimi Hendrix y JanisJoplin abrieron el paso a la inclinaciónhacia lo políticamente correcto. La que-rencia por la música negra, en excelenteestado de gracia y en detrimento delincipiente rock duro, lo progresivo, elpunk embrionario o la ‘nueva ola’.¿Serían los pelos largos?

GALARDONADOS. Los Beatles recibieron en 1967 el Grammy al mejor álbum por ‘Stg. Peper’s’, mientras Bobby Darin (abajo), en la segunda edición(1959), inaugura la categoría de Artista Revelación.

HTEXTO: EDUARDO TÉBAR

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Nacidos en 1958 a modode macroevento mediático,estos premios sirvende termómetro paracalcular el nivel de ociode masas de cada época

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