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Los Recreos Del Pequeno Nicolas - Rene Goscinny

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A Nicolás y sus amigos, el sonidoque produce la campana cuandollega la hora del recreo les suena amúsica celestial. Y es que por finvan a poder poner en práctica todolos que se les ha pasado por lacabeza.

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René Goscinny

Los recreos delpequeño Nicolás

El pequeño Nicolás 2

ePub r1.2

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Hoshiko 12.10.13

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Título original: Les Récrés du PetitNicolasRené Goscinny, 1961Traducción: Esther Benítez EiroaIlustrador: Jean-Jacques Sempé

Editor digital: HoshikoePub base r1.0

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Han expulsado aAlcestes

Ha pasado una cosa terrible en laescuela: ¡expulsaron a Alcestes!

La cosa ocurrió durante el segundorecreo de la mañana.

Estábamos todos allí, jugando albalón-tiro, ya sabéis cómo se juega: elque tiene la pelota trata de darle con ellaa un chaval y después el chaval llora y asu vez tiene que tirar. Es fenómeno. Losúnicos que no jugaban eran Godofredo,que faltaba a clase; Agnan, que repasasiempre sus lecciones durante el recreo,

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y Alcestes, que se comía su últimatostada de mermelada de la mañana.Alcestes guarda siempre su rebanadamás grande para el último recreo, que esun poco más largo que los demás. Letocaba tirar a Eudes, y eso no ocurre amenudo; como es muy fuerte, siempreintentamos no darle con la pelota,porque cuando quien tira es él hacemucho daño. Y entonces Eudes apuntó aClotario, que se tiró al suelo con lasmanos en la cabeza; la pelota pasó porencima de él y, ¡bang!, fue a darle en laespalda a Alcestes, que soltó surebanada, que cayó del lado de lamermelada. A Alcestes no le gustó la

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cosa; se puso todo rojo y empezó a dargritos; entonces el Caldo —es nuestrovigilante— vino corriendo a ver lo quepasaba, pero no vio la rebanada, yentonces la pisó, resbaló y estuvo apunto de caer. Se quedó muy extrañadoel Caldo, ¡su zapato estaba lleno demermelada! Alcestes se puso hecho unafiera, agitó los brazos y gritó:

—¡Caracoles! ¡Cáscaras! ¡Podíamirar por dónde pisa!, ¿no? Es cierto,¡no estoy de broma!

Estaba realmente furioso Alcestes;hay que decir que no admite bromas consu comida, sobre todo cuando es larebanada del último recreo. El Caldo

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tampoco estaba muy contento.—¡Míreme bien a los ojos! —le dijo

a Alcestes—. ¿Qué ha dicho usted?—He dicho que cáscaras, caracoles,

¡no tiene usted derecho a pisar misrebanadas! —gritó Alcestes.

Entonces el Caldo cogió a Alcestesdel brazo y se lo llevó con él. Cuandoandaba, el Caldo hacía ¡chuic, chuic!,por culpa de la mermelada que tenía enel pie.

Y después el señor Mouchabièretocó el final del recreo. El señorMouchabière es un nuevo vigilante y aúnno hemos tenido tiempo de encontrarleun mote divertido.

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Entramos en clase y Alcestes seguíasin aparecer. La maestra se extrañó.

—¿Dónde está Alcestes? —nospreguntó.

Íbamos a contestarle todos cuandose abrió la puerta de la clase y entró eldirector, con Alcestes y el Caldo.

—¡En pie! —dijo la maestra.—¡Siéntense! —dijo el director.No tenía pinta de contento el

director, el Caldo tampoco; Alcestestenía su gorda cara toda llena delágrimas y sorbía por la nariz.

—Hijos míos, su camarada ha sidode una grosería incalificable con elCald…, con el señor Dubon —dijo el

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director—. No puedo encontrar excusaspara esa falta de respeto hacia unsuperior y una persona mayor. Porconsiguiente, su camarada seráexpulsado. No ha pensado, ¡oh, claro!,en la inmensa pena que va a causarles asus padres. Y si en el futuro no seenmienda, acabará en la cárcel, que esla suerte inevitable de todos losignorantes: ¡Que esto les sirva delección a ustedes!

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Y después el director le dijo aAlcestes que cogiera sus cosas. Alcestesfue a recogerlas llorando, y después semarchó, con el director y el Caldo.

Nosotros nos quedamos todos muytristes.

Y la maestra también.—Trataré de arreglar eso —nos

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prometió.¡Qué estupenda puede ser la maestra,

de todas formas!Cuando salimos de la escuela, vimos

a Alcestes, que nos esperaba en laesquina de la calle comiendo un bollitode chocolate. Tenía un aspecto muy tristeAlcestes cuando nos acercamos a él.

—¿Aún no has vuelto a tu casa? —lepregunté.

—Pues no —dijo Alcestes—, perovoy a tener que ir, es la hora delalmuerzo. Cuando se lo cuente a papá ya mamá, apuesto a que me castigan sinpostre. ¡Ah! Os juro que el día que…

Y Alcestes se marchó, arrastrando

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los pies y masticando suavemente. Casiteníamos la impresión de que seesforzaba por comer. ¡Pobre Alcestes!Estábamos muy fastidiados por él. Yluego, por la tarde, vimos llegar a laescuela a la madre de Alcestes, que noparecía muy contenta y que llevaba aAlcestes de la mano. Entraron a ver aldirector y el Caldo fue también.

Y un poco después estábamos enclase cuando el director entró conAlcestes, que lucía una enorme sonrisa.

—¡En pie! —dijo la maestra.—¡Siéntense! —dijo el director.Y después nos explicó que había

decidido darle otra oportunidad a

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Alcestes. Dijo que lo hacía pensando enlos padres de nuestro camarada, queestaban muy tristes ante la idea de quesu hijo corría el riesgo de ser unignorante y acabar en la cárcel.

—Su camarada ha presentado susexcusas al señor Dubon, que tuvo labondad de aceptarlas —dijo el director—; espero que su camarada seaagradecido ante tanta indulgencia y que,tras los frutos y advertencias de estalección, sepa hacerse perdonar en elfuturo, con su conducta, la grave faltaque cometió hoy. ¿No es así?

—Pues… sí —contestó Alcestes.El director lo miró, abrió la boca,

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lanzó un suspiro y se marchó.Nosotros estábamos realmente

contentos; nos pusimos todos a hablar ala vez, pero la maestra golpeó su mesacon la regla y dijo:

—Sentados todos. Alcestes, vaya asu sitio y pórtese bien. Clotario, salga alencerado.

Cuando tocaron al recreo, bajamostodos, salvo Clotario, que estácastigado, como siempre que lepreguntan. En el patio, mientras Alcestesse comía su bocadillo de queso, lepreguntamos cómo habían ido las cosasen el despacho del director, y entoncesllegó el Caldo.

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—Vamos, vamos —dijo—, dejadtranquilo a vuestro camarada. Elincidente de esta mañana se haterminado. ¡Id a jugar! ¡Vamos!

Y cogió a Majencio por el brazo yMajencio empujó a Alcestes y elbocadillo de queso cayó al suelo.

Entonces Alcestes miró al Caldo, sepuso muy rojo, empezó a agitar losbrazos y gritó:

—¡Caracoles! ¡Cáscaras! ¡Esincreíble! ¡Ya vuelve usted a empezar!Es cierto, ¿eh?, sin bromas, ¡es ustedincorregible!

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La nariz de titoEugenio

Papá me llevó a la escuela hoy,después de comer. Me encanta cuandopapá me acompaña, porque suele darmedinero para comprar cosas. Y esta veztampoco falló. Pasamos ante lajuguetería, y en el escaparate vi naricesde cartón de esas que se pone uno en lacara para hacer reír a los compañeros.

—Papá —dije—, ¡cómprame unanariz!

Papá dijo que no, que yo nonecesitaba una nariz; pero le enseñé una

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muy grande, toda roja, y le dije:—¡Oh! ¡Sí, papá! ¡Cómprame

aquella, parece la nariz de tito Eugenio!Tito Eugenio es el hermano de papá;

es gordo, gasta bromas y ríe sin parar.No lo vemos mucho, porque viaja, paravender cosas muy lejos: en Lyon, enClermont-Ferrand y en Saint-Etienne.Papá se echó a reír.

—Es cierto —dijo papá—, parecela nariz de Eugenio, en pequeño. Lapróxima vez que venga a casa me lapondré.

Y después entramos en la tienda,compramos la nariz y me la puse en lacara; se aguanta con una goma, y

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después papá se la puso en la cara, ydespués la vendedora me la puso en micara, nos miramos todos en un espejo ynos divertimos una barbaridad. ¡Diréislo que queráis, pero mi padre esformidable!

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Al dejarme en la puerta de laescuela, papá me dijo:

—Y, sobre todo, pórtate bien y tratade no tener problemas con la nariz de

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Eugenio.Se lo prometí y entré en la escuela.En el patio vi a mis compañeros y

me puse mi nariz para enseñársela y noslo pasamos todos bomba.

—Parece la nariz de mi tía Clara —dijo Majencio.

—No —dije yo—, es la nariz de mitío Eugenio, el que es explorador.

—¿Me prestas la nariz? —mepreguntó Eudes.

—No —contesté—. Si quieres unanariz, ¡pídele a tu papá que te compreuna!

—Si no me la prestas, ¡le doy unpuñetazo a tu nariz! —me dijo Eudes,

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que es muy fuerte; y, ¡bang!, pegó en lanariz de tito Eugenio.

A mí no me hizo daño, pero tuvemiedo de que hubiese roto la nariz detito Eugenio; entonces la guardé en elbolsillo y le di una patada a Eudes. Allíestábamos, pegándonos, con loscompañeros que miraban, cuando llegócorriendo el Caldo. El Caldo es nuestrovigilante, y un día de estos os contarépor qué le llamamos así.

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—¿Qué? —dijo el Caldo—. ¿Quéocurre aquí?

—¡Es Eudes! —dije—. Me ha dadoun puñetazo en la nariz y me la ha roto.

El Caldo abrió mucho los ojos, sebajó para poner su cara delante de lamía y me dijo: «A ver, enséñame…».

Entonces yo saqué del bolsillo lanariz de tito Eugenio y se la enseñé. Nosé por qué, pero se puso hecho una fiera

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el Caldo al ver la nariz de tito Eugenio.—Míreme bien a los ojos —dijo el

Caldo, que se había levantado—. No megusta que se burlen de mí, amiguito.Vendrá castigado el jueves, ¿entendido?

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Yo me eché a llorar y entoncesGodofredo dijo:

—¡No, señor, no es culpa suya!El Caldo miró a Godofredo, sonrió y

le puso la mano en el hombro.—Está muy bien, pequeño, eso de

acusarse para salvar a un compañero.—Sí —dijo Godofredo—, la culpa

no es suya, es de Eudes.El Caldo se puso muy rojo, abrió la

boca varias veces antes de hablar ydespués castigó a Eudes, a Godofredo ya Clotario, que se estaba riendo. Y sefue a tocar la campana.

En clase, la maestra empezó aexplicarnos historias de cuando Francia

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estaba llena de galos. Alcestes, que estásentado a mi lado, me preguntó si lanariz de tito Eugenio estaba realmenterota. Yo le dije que no, que solo estabaun poco aplastada en la punta, y despuésla saqué del bolsillo para ver si podíaarreglarla. Y lo fenómeno es queempujando con el dedo por dentroconseguí darle la forma que tenía antes.Estaba encantado.

—Póntela para verla —me dijoAlcestes.

Entonces me metí debajo del pupitrey me puse la nariz. Alcestes miró y dijo:

—Vale, está muy bien.—¡Nicolás! ¡Repita lo que acabo de

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decir! —gritó la maestra, que me dio unsusto.

Yo me levanté de golpe y teníamuchas ganas de llorar, porque no sabíaqué acababa de decir la maestra, y a ellano le gusta que no la escuchen. Lamaestra me miró con los ojos muyabiertos, como el Caldo.

—Pero… ¿qué tiene en la cara? —me preguntó.

—¡Es la nariz que me compró mipapá! —expliqué llorando.

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La maestra se enfadó y se puso agritar, diciendo que no le gustaban losbufones y que si continuaba así meexpulsarían de la escuela y meconvertiría en un ignorante y sería lavergüenza de mis padres. Y después medijo:

—¡Tráigame esa nariz!

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Entonces yo fui llorando, puse lanariz en la mesa de la maestra y ella dijoque la confiscaba, y después me diopara conjugar el verbo: «Yo no debotraer narices de cartón a la clase dehistoria, con el fin de hacer el bufón ydistraer a mis compañeros».

Cuando volvía a casa, mamá memiró y me dijo:

—¿Qué tienes, Nicolás? Estáspaliducho.

Entonces me eché a llorar, leexpliqué que el Caldo me habíacastigado cuando saqué la nariz de titoEugenio del bolsillo, y que la culpa erade Eudes, que había aplastado la punta

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de la nariz de tito Eugenio, y que enclase la maestra me había dado cosaspara conjugar, por culpa de la nariz detito Eugenio, que me había confiscado.Mamá me miró con aspecto muyasombrado, y después me puso la manoen la frente, y me dijo que tendría queacostarme un rato y descansar.

Y después, cuando papá volvió de suoficina, mamá le dijo:

—Te esperaba impaciente, estoymuy preocupada. El niño ha vuelto de laescuela muy nervioso. Me pregunto sihabría de llamar al médico.

—¡Ya está! —dijo papá—. Estabaseguro, ¡y eso que se lo avisé! ¡Apuesto

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a que ese aturdido de Nicolás ha tenidoproblemas con la nariz de Eugenio!

Y entonces todos tuvimos muchomiedo, porque mamá se puso mala yhubo que llamar al médico.

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El relojAyer por la tarde, después de que

volví de la escuela, vino un cartero ytrajo un paquete para mí. Era un regalode la abuela. Un regalo terrible, nuncaadivinaríais lo que era: ¡un reloj depulsera! Mi abuela y mi reloj sonestupendos y mis compañeros van aponer una cara la mar de graciosa. Papáno estaba, porque esa noche tenía unacena de trabajo, y mamá me enseñócómo había que hacer para darle cuerdaal reloj y me lo puso en la muñeca.Afortunadamente, sé leer bien la hora, yno como el año pasado, cuando era

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pequeño, que me habría visto obligado apreguntar todo el tiempo a la gente quéhora es en mi reloj, lo cual no habríasido fácil. Lo mejor que tenía mi relojera una gran aguja que daba vueltas másde prisa que las otras dos, que no se venmoverse si no se mira bien y durantemucho tiempo. Le pregunté a mamá paraqué servía la aguja grande y me dijo queera muy práctica para saber si estabanlistos los huevos pasados por agua.

Lástima que a las siete y treinta ydos, cuando nos sentamos a la mesamamá y yo, no había huevos pasados poragua. Yo comía mirando mi reloj ymamá me dijo que me diera prisa,

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porque se enfriaría la sopa; entoncesacabé mi sopa en dos vueltas y un pocode la aguja grande. A las siete ycincuenta y uno mamá trajo el trozo depastel fenómeno que había quedado delmediodía y nos levantamos de la mesa alas siete y cincuenta y ocho. Mamá medejó jugar un poquito, yo pegaba laoreja al reloj para oír el tic-tac ydespués a las ocho y quince, mamá medijo que fuera a acostarme. Yo estabamuy contento como la vez que meregalaron una pluma que soltabamanchas por todas partes. Quisequedarme con el reloj en la muñeca paradormir, pero mamá me dijo que eso no

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era bueno para el reloj, y entonces lopuse en la mesa de noche, donde podíaverlo bien si me ponía de lado, y mamáapagó la luz a las ocho y treinta y ocho.

¡Entonces fue formidable! ¡Losnúmeros y las agujas de mi relojbrillaban en la oscuridad! Si hubieraquerido hacer huevos pasados por aguano tendría necesidad de encender la luz.

No tenía ganas de dormir, miraba mireloj sin parar y así oí abrirse la puertade casa: era papá, que volvía. Estabamuy contento, porque podría enseñarleel regalo de la abuela. Me levanté, mepuse el reloj en la muñeca y salí delcuarto.

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Vi a papá que subía de puntillas laescalera.

—¡Papá! —grité—. ¡Mira québonito reloj me regaló la abuela!

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Papá se quedó muy sorprendido, tansorprendido que estuvo a punto decaerse por la escalera.

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—¡Chist! ¡Nicolás! ¡Chist! —medijo—. Vas a despertar a tu madre.

Se encendió la luz y vimos a mamásalir de su cuarto.

—Su madre ya se despertó —dijomamá a papá, no muy contenta, ydespués le preguntó si eran horas devolver de una cena de negocios.

—¿Cómo? —dijo papá—. No es tantarde…

—Son las once y cincuenta y ocho—dije muy orgulloso, porque meencanta ayudar a mi papá y a mi mamá.

—Tu madre siempre tiene buenasideas para los regalos —le dijo papá amamá.

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—No es el momento de hablar de mimadre, sobre todo delante del niño —contestó mamá, que no tenía pinta debromear; y después me dijo que fuera aacostarme, cariño, y que soñara con losangelitos.

Volví a mi cuarto, oí a papá y a

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mamá hablar un rato y empecé mi sueñoa las doce y catorce.

Me desperté a las cinco y siete;empezaba a ser de día y era una lástima,porque los números de mi relojbrillaban menos. No tenía prisa porlevantarme, porque no había clase; perome dije que podía ayudar a mi papá, quesiempre se queja de que su jefe se quejasiempre de que llega tarde a la oficina.Esperé un poco y a las cinco y doce fui ala habitación de papá y mamá y grité:

—¡Papá! ¡Es de día! ¡Vas a llegartarde a la oficina!

Papá pareció muy sorprendido,aunque era menos peligroso que en la

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escalera, porque no podía caerse de lacama. Pero puso una cara terrible papá,como si se hubiera caído. Mamá sedespertó también de golpe.

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —preguntó.

—¡Es el reloj! —dijo papá—.Parece que ya es de día.

—Sí —dije—, son las cinco yquince y van a ser y dieciséis.

—¡Muy bien! —dijo mamá—. Vete aacostar ahora, ya nos has despertado.

Fui a acostarme, pero tuve quevolver tres veces —a las cinco ycuarenta y siete, a las seis y dieciocho ya las siete y dos— para que papá y

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mamá se levantaran por fin.Estábamos sentados para el

desayuno y papá le gritó a mamá:—Date prisa con el café, querida,

voy a llegar tarde; hace cinco minutosque espero.

—Ocho —dije. Y mamá vino y memiró de una forma muy rara.

Cuando sirvió el café en las tazas,dejó caer un poco sobre el hule, porquesu mano temblaba; espero que mamá noesté enferma.

—Voy a volver temprano a comer —dijo papá—, ficharé a la entrada.

Le pregunté a mamá qué quería decirfichar, pero me dijo que no me ocupara

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de eso y que fuera a divertirme afuera.Era la primera vez que sentía no tenerque ir a clase, porque me habría gustadoque mis compañeros vieran mi reloj. Enla escuela, el único que vino con relojuna vez fue Godofredo, que tenía el relojde su papá, un gran reloj con tapa y unacadena. Era fenómeno el reloj del papáde Godofredo, pero parece queGodofredo no tenía permiso paracogerlo y hubo montones de líos y nuncavolvimos a ver el reloj. Godofredorecibió tal azotaina, nos dijo, que apunto estuvimos de no volverlo a vertampoco a él.

Fui a casa de Alcestes, un chaval

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que vive cerca de mí, un gordo quecome mucho. Sé que se levantatemprano, porque su desayuno le llevamucho tiempo.

—¡Alcestes! —grité delante de sucasa—. ¡Alcestes! ¡Ven a ver lo quetengo!

Alcestes salió con un «croissant» enla mano y otro en la boca.

—¡Tengo un reloj! —le dije aAlcestes, poniendo el brazo a la alturadel extremo del «croissant» que tenía enla boca.

Alcestes se puso a bizquear un poco,tragó y dijo:

—No es nada bonito.

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—Marcha muy bien, tiene una agujapara los huevos pasados por agua ybrilla de noche —le expliqué.

—¿Y cómo es por dentro? —mepreguntó Alcestes.

Eso no lo había mirado.—Espera —me dijo Alcestes, y

entró corriendo en su casa.Salió con otro «croissant» y un

cortaplumas.

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—Déjame tu reloj —me dijoAlcestes—, voy a abrirlo con mi navaja.Sé cómo se hace, ya he abierto el relojde mi papá.

Le di el reloj a Alcestes, quecomenzó a trabajar con la navaja. Yotuve miedo de que me rompiera el relojy le dije:

—Devuélveme el reloj. PeroAlcestes no quiso, sacaba la lengua ytrataba de abrir el reloj; entonces tratéde quitarle el reloj a la fuerza, la navajaresbaló por el dedo de Alcestes,Alcestes gritó, el reloj se abrió y cayó alsuelo a las nueve y diez. Seguían siendolas nueve y diez cuando llegué llorando

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a casa. El reloj ya no funcionaba. Mamáme cogió en brazos y me dijo que papálo arreglaría.

Cuando papá llegó a comer, mamá ledio mi reloj. Papá dio vueltas albotoncito, me miró y después me dijo:

—Oye, Nicolás, este reloj no puede

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repararse. Pero eso no te impedirádivertirte con él, al contrario: ya nocorre ningún riesgo y estará muy bonitoen tu muñeca.

Tenía un aspecto muy satisfecho, ymamá también tenía aspecto satisfecho yyo me puse también contento.

Mi reloj marca ahora siempre lascuatro: ¡es una buena hora, la hora delos bollos de chocolate, y por la nochelos números siguen brillando!

¡Realmente era un regalo fenómeno,el regalo de la abuela!

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Hacemos un periódicoEn el recreo, Majencio nos enseñó

el regalo que le había hecho su madrina:una imprenta. Es una caja donde haymontones de letras de caucho, y seponen las letras en una pinza y se puedenhacer todas las palabras que se quiera.Después se apoya en un tampón lleno detinta, como los que hay en correos, ydespués en un papel, y las palabrasquedan escritas en imprenta, como en elperiódico que lee papá, y él chillasiempre porque mamá le ha quitado laspáginas donde vienen los trajes, losanuncios y la manera de cocinar. ¡Es

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estupenda la imprenta de Majencio!Majencio nos enseñó lo que había

hecho ya con la imprenta. Sacó delbolsillo tres hojas de papel, donde habíaescrito «Majencio» montones de veces,en todos los sentidos.

—Resulta mucho mejor que cuandose escribe con pluma —nos dijoMajencio, y era cierto.

—¡Eh, chicos! —dijo Rufo—. ¿Y sihiciéramos un periódico?

Era realmente una buena idea, ytodos estuvimos de acuerdo, inclusoAgnan, que es el ojito derecho de lamaestra y que, de ordinario, no juegacon nosotros en el recreo, porque repasa

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sus lecciones: ¡Está loco este Agnan!—¿Y cómo vamos a llamar al

periódico? —pregunté.

En eso no pudimos ponernos deacuerdo. Los había que querían llamarle

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El Terrible, otros El Triunfante, otrosEl Magnífico o El Sin Miedo. Majencioquería que lo llamáramos El Majencio yse enfadó cuando Alcestes dijo que eraun nombre idiota y que prefería que elperiódico se llamara La Deliciosa, quees el nombre de la charcutería que hay alotro lado de su casa. Decidimos que eltítulo lo encontraríamos después.

—¿Y qué vamos a poner en elperiódico? —preguntó Clotario.

—Bueno, lo mismo que en losperiódicos de verdad —dijo Godofredo—: montones de noticias, fotos, dibujos,historias repletas de ladrones y demuertos, y las cotizaciones de la Bolsa.

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Nosotros no sabíamos qué era esode las cotizaciones de Bolsa. EntoncesGodofredo nos explicó que eranmontones de números escritos en letrapequeña y que era lo que más leinteresaba a su papá. Con Godofredonunca hay que creer todo lo que cuenta:es un mentiroso terrible y dice cualquiercosa.

—Lo que es las fotos —dijoMajencio—, no puedo imprimirlas; solohay letras en mi imprenta.

—Pero se pueden hacer dibujos —dije yo—. Yo sé hacer un castillo congente que ataca, dirigibles y aviones quebombardean.

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—Yo sé dibujar mapas de Franciacon todas las provincias —dijo Agnan.

—Yo hice un dibujo de mi mamáponiéndose bigudíes —dijo Clotario—,pero mi mamá lo rompió. Sin embargo,papá se había reído mucho al verlo.

—Todo eso es muy bonito —dijoMajencio—, pero si empezáis a metervuestros asquerosos dibujos por todaspartes, no quedará sitio para imprimircosas interesantes en el periódico.

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Yo le pregunté a Majencio si queríaun sopapo, pero Joaquín dijo queMajencio tenía razón, y que él tenía unaredacción sobre la primavera en la quele habían dado un 7, y que seríafenómeno imprimirla, y que dentro deella hablaba de flores y de pájaros quehacían cui-cui.

—¿Crees que vamos a gastar lasletras para imprimir tus cui-cui? —preguntó Rufo, y se pegaron.

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—Yo —dijo Agnan—, podría ponerproblemas y pediríamos a la gente quenos mandara las soluciones. Lespondríamos notas.

Todos nos pusimos a tomarle elpelo; entonces Agnan empezó a llorar,dijo que éramos todos muy malos, quesiempre nos burlábamos de él y que sequejaría a la maestra y nos castigarían atodos y que no volvería a decir nada ynos estaría bien empleado.

Con Joaquín y Rufo, que sepeleaban, y Agnan, que lloraba, no habíamanera de entenderse: ¡no es muy fácilhacer un periódico con los compañeros!

—Cuando el periódico esté impreso

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—preguntó Eudes—, ¿qué haremos conél?

—¡Vaya pregunta! —dijo Majencio—. ¡Lo venderemos! Los periódicos sehacen para eso: se venden, uno se hacemuy rico y se pueden comprar montonesde cosas.

—¿Y a quién se le vende? —pregunté.

—Bueno —dijo Alcestes—, a lagente, por la calle. Se corre, se grita«edición especial» y todo el mundo dadinero.

—Tendremos un periódico solo —dijo Clotario—, de modo que no habrámontones de dinero.

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—Bueno, lo venderé muy caro —dijo Alcestes.

—¿Y por qué tú? Soy yo el que lovenderá —dijo Clotario—, ante todo,siempre tienes los dedos llenos degrasa, de modo que echarás manchas enel periódico y nadie querrá comprarlo.

—Vas a ver tú si tengo las manosllenas de grasa —dijo Alcestes; y se laspuso en la cara de Clotario, y eso meextrañó, porque normalmente a Alcestesno le gusta pegarse durante el recreo;eso le impide comer. Pero Alcestes

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estaba entonces poco contento, y Rufo yJoaquín se apartaron un poco para dejarsitio a Alcestes y Clotario parapelearse. Aunque es muy cierto queAlcestes tiene las manos llenas de grasa.Cuando uno le dice hola, y le da lamano, resbala.

—Bueno, entonces, queda claro —dijo Majencio— que el director delperiódico soy yo.

—¿Por qué, por favor? —preguntóEudes.

—¡Porque la imprenta es mía, poreso mismo! —dijo Majencio.

—¡Eh, un momento! —gritó Rufo,que llegaba—. Fui yo el que tuvo la idea

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del periódico; ¡el director seré yo!

—¡Oye, tú! —dijo Joaquín—. ¡Queme dejas aquí tirado! ¡Estábamospeleando!, ¿no? ¡Menudo compañeroque eres!

—Ya te di lo tuyo —dijo Rufo, que

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sangraba por la nariz.—¡No me hagas reír! —dijo

Joaquín, que estaba todo arañado; yvolvieron a empezar a pelearse al ladode Alcestes y Clotario.

—¡Repite eso de que tengo grasa! —gritaba Alcestes.

—¡Tienes grasa! ¡Tienes grasa!¡Tienes grasa! —gritaba Clotario.

—Si no quieres un puñetazo en lanariz —dijo Eudes—, entérate,Majencio, de que el director soy yo.

—¿Crees que me das miedo? —preguntó Majencio; y yo creo que sí,porque, mientras hablaba, Majenciodaba unos pasitos hacia atrás; entonces

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Eudes lo empujó y la imprenta se cayócon todas las letras por el suelo.

Majencio se puso muy rojo y selanzó sobre Eudes. Yo traté de recogerlas letras, pero Majencio me pisó lamano; entonces, cuando Eudes me dejóun poco de sitio, le di una bofetada aMajencio y después el Caldo (que esnuestro vigilante, pero ese no es suverdadero nombre) llegó parasepararnos. Y ya no hubo más bromas,porque nos confiscó la imprenta, nosdijo que éramos todos unos granujas,nos castigó, y se fue a tocar la campanay a llevar a Agnan a la enfermería,porque estaba enfermo. ¡Estuvo

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realmente ocupadísimo el Caldo!

El periódico ya no lo haremos. ElCaldo no quiere devolvernos laimprenta antes de las vacaciones deverano. ¡Bah!, de todas formas, notendríamos nada que contar en elperiódico.

A nosotros nunca nos pasa nada.

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El jarrón rosa delsalón

Yo estaba en casa jugando a lapelota, cuando, ¡bang!, rompí el jarrónrosa del salón.

Mamá vino corriendo y yo me eché allorar.

—¡Nicolás! —me dijo mamá—. ¡Yasabes que está prohibido jugar a lapelota en casa! Mira lo que has hecho:¡rompiste el jarrón rosa del salón! Tupadre apreciaba mucho ese jarrón.Cuando venga, le confesarás lo que hashecho, te castigará ¡y recibirás una

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buena lección!Mamá recogió los trozos del jarrón

que había en la alfombra y se fue a lacocina. Yo continué llorando, porquepapá, con eso del jarrón, va a armarmontones de líos.

Papá llegó de su oficina, se sentó ensu sillón, abrió el periódico y se puso aleer. Mamá me llamó a la cocina y medijo.

—¿Qué? ¿Le has dicho a papá lo quehiciste?

—¡No quiero decírselo! —leexpliqué, y lloré un buen rato.

—Ah, Nicolás, ya sabes que no megusta eso —dijo mamá—. En la vida hay

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que tener valor. Eres ya un niño mayor,ahora vas a ir al salón y confesárselotodo a papá.

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Cada vez que me dicen que soy unniño mayor, tengo problemas, ¡claro quelos tengo! Pero como mamá no teníacara de bromear, fui al salón.

—Papá… —dije.—¿Hummm? —dijo papá, que

continuó leyendo el periódico.—He roto el jarrón rosa del salón

—le dije muy deprisa a papá, y yo teníauna gran bola en la garganta.

—¿Hummm? —dijo papá—, estábien, querido, vete a jugar.

Volví a la cocina muy contento ymamá me preguntó:

—¿Has hablado con papá?—Sí, mamá —contesté.

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—¿Y qué te ha dicho? —preguntómamá.

—Me dijo que estaba muy bien,querido, y que me fuera a jugar —contesté.

La cosa no le gustó a mamá. «¡Loque faltaba!», dijo, y después fue alsalón.

—Entonces —dijo mamá—, ¿así escómo te ocupas de la educación delniño?

Papá levantó la cabeza del periódicocon pinta de extrañado.

—¿Qué has dicho? —preguntó.

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—¡Ah! No, por favor, no te hagas elinocente —dijo mamá—. Evidentementeprefieres leer tranquilamente tuperiódico, mientras yo me ocupo de ladisciplina.

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—En efecto, me gustaría leertranquilamente el periódico —dijo papá—, pero parece que eso es imposible enesta casa.

—¡Oh! Claro, al señor le gustan suscomodidades. Las zapatillas, elperiódico, ¡y para mí las tareas sucias!—gritó mamá—. ¡Después te extrañarássi tu hijo se convierte en un descarriado!

—Pero, bueno —gritó papá—, ¿quéquieres que haga? ¡Que le pegue al críoen cuanto entro en la casa!

—Te niegas a asumir turesponsabilidad —dijo mamá—, ¡tufamilia no te interesa nada!

—¡Lo que faltaba! —gritó papá—.

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Yo, que trabajo como un condenado, quesoporto el mal humor de mi jefe, que meprivo de muchas satisfacciones para quetú y Nicolás no carezcáis de nada…

—¡Ya te he dicho que no hables dedinero delante del niño! —dijo mamá.

—¡En esta casa lo vuelven a unoloco! —gritó papá—, pero todo va acambiar, sí, ¡claro que va a cambiar!

—Mi madre ya me lo advirtió —dijo mamá—, ¡habría debido hacerlecaso!

—¡Ah! ¡Tu madre! Ya me extrañabaque aún no hubiera aparecido tu madreen la conversación —dijo papá.

—¡Deja a mi madre en paz! —gritó

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mamá—. ¡Te prohíbo que hables de mimadre!

—Pero si no he sido yo el que… —dijo papá, y llamaron a la puerta.

Era el señor Blédurt, nuestro vecino.—Vine a ver si querías jugar una

partida de damas —le dijo a papá.—Llega usted en el momento justo,

señor Blédurt —dijo mamá—, ¡va a serusted el juez de la situación! ¿No creeque un padre debe tomar parte activa enla educación de su hijo?

—¿Qué sabe él? ¡No tiene hijos! —dijo papá.

—Esa no es una razón —dijo mamá—. ¡Los dentistas nunca tienen dolor de

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muelas, y eso no les impide serdentistas!

—¿De dónde has sacado esa historiade que los dentistas no tienen nuncadolor de muelas? —dijo papá—. ¡Mehaces morir de risa! —y se echó a reír.

—¿Lo ve, señor Blédurt, lo ve? ¡Seburla de mí! —gritó mamá—. ¡En lugarde ocuparse de su hijo, hace frasesingeniosas! ¿Qué le parece, señorBlédurt?

—Lo de las damas se echó a perder—dijo el señor Blédurt—. Yo me voy.

—¡Ah! ¡No! —dijo mamá—. ¡Se haempeñado usted en poner su granito dearena en la conversación, pues se

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quedará hasta el final!—Ni hablar —dijo papá—, este

imbécil al que nadie ha llamado no tienenada que hacer aquí. ¡Que se vuelva a suagujero!

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—Oigan… —dijo el señor Blédurt.—¡Oh! ¡Ustedes, los hombres, son

todos iguales! —dijo mamá—. ¡Se

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ayudan unos a los otros! Y, además,haría usted mejor volviéndose a su casa,en vez de ponerse a escuchar a laspuertas de los vecinos.

—Está bien, jugaremos a las damasotro día —dijo Blédurt—. Buenasnoches. ¡Adiós, Nicolás!

Y el señor Blédurt se marchó.A mí no me gusta cuando papá y

mamá discuten, pero lo que me encantaes cuando se reconcilian. Y esta veztampoco falló. Mamá se echó a llorar,entonces papá pareció fastidiado y dijo:«Vamos, vamos…» y después besó amamá, dijo que él era un animal y mamádijo que ella tenía la culpa, y papá dijo

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que no, que era él quien tenía la culpa, yse pusieron a bromear, y se besaron, yme besaron, y me dijeron que todo erauna broma, y mamá dijo que iba a hacerpatatas fritas.

La cena fue fenómena y todossonreían muchísimo, y después papádijo:

—Sabes, cariño, creo que hemossido un poco injustos con ese bueno deBlédurt. Voy a telefonear para decirleque venga a tomar café y a jugar a lasdamas.

El señor Blédurt venía un pocodesconfiado, cuando llegó.

—Espero que no vayan a ponerse a

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pelear ahora —dijo.Pero papá y mamá empezaron a

reírse, cada uno lo cogió de un brazo ylo llevaron al salón. Papá puso eltablero en la mesita, mamá trajo el café,y a mí me dieron un tebeo.

Y después papá alzó la cabeza, pusouna cara muy asombrada, y dijo:

—¡Lo que faltaba…! ¿Dónde se hametido el jarrón rosa del salón?

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En el recreo, nospegamos

—¡Eres un mentiroso! —le dije aGodofredo.

—Repite eso —me contestóGodofredo.

—¡Eres un mentiroso! —le repetí.—¡Ah! ¿Sí? —me preguntó.—Sí —le contesté, y la campana

tocó el final del recreo.—Bueno —dijo Godofredo mientras

nos poníamos en fila—, en el próximorecreo nos pegamos.

—De acuerdo —le dije; porque a mí

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esa clase de cosas no hay quedecírmelas dos veces, esa es la verdad.

—¡Silencio en las filas! —gritó elCaldo, que es nuestro vigilante, y con élno hay que andarse con bromas.

En clase, tocaba geografía. Alcestes,que está sentado a mi lado, me dijo queme sostendría la chaqueta en el recreo,cuando me peleara con Godofredo, y medijo que le pegara en el mentón, comohacen los boxeadores en la tele.

—No —dijo Eudes, que está sentadodetrás de nosotros—, hay que pegarle enla nariz; le zumbas en ella, ¡bang!, y yahas ganado.

—Hablas sin tener ni idea —dijo

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Rufo, que está sentado al lado de Eudes—; con Godofredo, lo que da buenresultado son las bofetadas.

—¿Has visto a muchos boxeadoresque se den de bofetadas, imbécil? —preguntó Majencio, que no está sentadomuy lejos y que le mandó un papel aJoaquín, que quería saber de qué setrataba, pero no podía oír desde su sitio.

Lo fastidioso es que el papel lorecibió Agnan, y Agnan es el ojitoderecho de la maestra, y levantó eldedo, y dijo:

—¡Señorita! ¡Me han tirado unpapel!

La maestra puso ojos de enfadada y

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le pidió a Agnan que le llevara el papel,y Agnan fue muy orgulloso. La maestraleyó el papel y dijo:

—Leo aquí que dos de vosotros vana pegarse durante el recreo. No sé dequé se trata, ni quiero saberlo. Pero, oslo advierto, le preguntaré al señorDubon, vuestro vigilante, después delrecreo, y los culpables seránseveramente castigados. Alcestes, alencerado.

Alcestes fue a que lo interrogaransobre los ríos, y la cosa no marchó muybien, porque los únicos que conocía erael Sena, que hace montones demeandros, y el Nive, a donde fue de

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vacaciones el verano pasado. Todos loscompañeros parecían enormementeimpacientes porque llegara el recreo ydiscutían entre sí. La maestra incluso sevio obligada a golpear su mesa con laregla, y Clotario, que dormía, creyó queera por él y se fue castigado de pie. Yoestaba fastidiado, porque si la maestrame deja castigado, en casa van a armarmontones de líos y se acabó la torta dechocolate de la noche. Y, además, ¿quiénsabe? Quizá la maestra me haráexpulsar, y eso sería terrible; mamá seapenaría mucho, papá me diría que él ami edad era un ejemplo para suscamaradas, que no valía la pena matarse

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a trabajar para darme una educacióncuidada, que yo acabaría mal, y quetardaría en volver a ir al cine. Yo teníauna gran bola en la garganta y tocó lacampana del recreo y miré a Godofredo,y vi que no tenía pinta de andar conmuchas prisas por bajar al patiotampoco él.

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Abajo nos esperaban todos loscompañeros, y Majencio dijo:

—Vamos al fondo del patio, allíestaremos tranquilos.

Godofredo y yo seguimos a losotros, y después Clotario le dijo aAgnan:

—¡Ah, no! ¡Tú, no! ¡Te has chivado!—¡Yo quiero verlo! —dijo Agnan, y

después dijo que si no podía verlo iría aavisar al Caldo en seguida, y nadiepodría pelearse y nos estaría bienempleado.

—¡Bah! ¡Dejémosle ver! —dijoRufo—. ¡Después de todo, a Godofredoy a Nicolás los van a castigar de todas

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formas! De modo que no importa nadaque Agnan haya avisado a la maestraantes o después.

—Castigar, castigar —dijoGodofredo—, nos castigarán si nospegamos… Por última vez, Nicolás,¿retiras lo que has dicho?

—¡No retira nada de nada! ¡Sinbromas! —gritó Alcestes.

—¡Sí! —dijo Majencio.—Bueno, vamos —dijo Eudes—, yo

seré el árbitro.

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—¿El árbitro? —dijo Rufo—. Nome hagas reír. ¿Por qué vas a ser tú elárbitro, y no otro?

—Démonos prisa —dijo Joaquín—,no vamos a armar follón por eso. Prontose acabará el recreo.

—Perdón —dijo Godofredo—, esodel árbitro es muy importante; yo no mepego nunca si no tengo un buen árbitro.

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—Perfectamente —dije—,Godofredo tiene razón.

—De acuerdo, de acuerdo —dijoRufo—; seré yo el árbitro.

La cosa no le gustó a Eudes, que dijoque Rufo no entendía nada de boxeo, yque creía que los boxeadores se dabanbofetadas.

—Mis bofetadas valen tanto comotus puñetazos en la nariz —dijo Rufo, y

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¡plaf!, le dio una torta en la cara aEudes.

Se enfadó una barbaridad Eudes,nunca lo había visto así, y empezó apelearse con Rufo y quería zurrarle en lanariz, pero Rufo no se quedaba quieto yeso, eso encolerizaba aún más a Eudes ygritaba que Rufo no era un buencompañero.

—¡Deteneos! ¡Deteneos! —gritabaAlcestes—, el recreo terminará enseguida.

—¡Tú, gordo, ya te hemos oídodemasiado! —dijo Majencio.

Entonces Alcestes me pidió que lesostuviera su «croissant», y empezó a

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pegarse con Majencio. Y eso meextrañó, porque normalmente a Alcestesno le gusta pegarse, sobre todo, cuandoestá a punto de comerse un «croissant».Lo que pasa es que su mamá le ha hechotomar una medicina para adelgazar, ydesde entonces a Alcestes no le gustaque le llamen «gordo». Como yo estabaocupado mirando a Alcestes y Majencio,no sé por qué Joaquín le dio una patadaa Clotario, pero creo que es porqueClotario le ganó ayer a Joaquínmontones de bolas.

En cualquier caso, mis compañerosse pegaban de lo lindo y era fenómeno.Empecé a comer el «croissant» de

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Alcestes y le di un trozo a Godofredo. Ydespués llegó el Caldo corriendo,separó a todos diciendo que era unavergüenza y que íbamos a ver, y fue atocar la campana.

—¡Míralo! —dijo Alcestes—. ¿Quéos decía yo? A fuerza de hacer elpayaso, Godofredo y Nicolás no hantenido tiempo de pegarse.

Cuando el Caldo le contó lo que

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había pasado, la maestra se enfadó ydejó castigada a toda la clase salvo aAgnan, a Godofredo y a mí, y dijo queéramos un ejemplo para los demás, queeran unos salvajillos.

—Tienes suerte de que haya tocadola campana —me dijo Godofredo—,porque tenía muchas ganas de pegarmecontigo.

—No me hagas reír, mentiroso —ledije.

—Repite eso —me dijo.—¡Mentiroso! —le repetí.—Bueno —me dijo Godofredo—,

en el próximo recreo nos pegamos.—De acuerdo —le contesté.

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Porque ya lo sabéis, a mí esa clasede cosas no hay que decírmelas dosveces, esa es la verdad.

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KingAlcestes, Eudes, Rufo, Clotario y

otros compañeros decidimos ir depesca.

Hay un parque donde vamos a jugarcon frecuencia, y en el parque hay unestanque fenómeno. Y en el estanque hayrenacuajos. Los renacuajos son esosanimalitos que crecen y se convierten enranas; en la escuela hemos aprendidoeso. Clotario no lo sabía, porque noatiende con frecuencia en clase, peronosotros se lo explicamos.

En casa cogí un tarro vacío demermelada y fui al parque, teniendo

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mucho cuidado de que no me viera elguarda. El guarda del parque tiene unosgrandes bigotes, un bastón, un silbatocomo el del papá de Rufo, que es agentede policía, y nos regaña a menudo,porque hay montones de cosas que estánprohibidas en el parque: no hay quepisar la hierba, ni subir a los árboles, niarrancar flores, ni montar en bici, nijugar al fútbol, ni tirar papeles al suelo,ni pelearse. ¡Pero de todas formas sedivierte uno mucho!

Eudes, Rufo y Clotario ya estaban alborde del estanque con sus tarros.Alcestes llegó el último; nos explicó queno había encontrado un tarro vacío y que

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tuvo que vaciar uno. Aún tenía unmontón de mermelada en la caraAlcestes; estaba encantado. Como elguarda no estaba allí, nos pusimos enseguida a pescar.

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¡Es muy difícil pescar renacuajos!Hay que ponerse boca abajo en el bordedel estanque, hundir el tarro en el agua ytratar de atrapar a los renacuajos, que semueven y no tienen nada de ganas deentrar en los tarros. El primero que tuvoun renacuajo fue Clotario y estaba muyorgulloso, porque no está acostumbradoa ser el primero en nada. Y después, alfinal, todos tuvimos nuestros renacuajos.Es decir, Alcestes no consiguió pescaruno, pero Rufo, que es un pescadorterrible, tenía dos en su tarro y le dio elmás pequeño a Alcestes.

—¿Y qué vamos a hacer connuestros renacuajos? —preguntó

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Clotario.

—Bueno —contestó Rufo—, nos losllevamos a la casa, esperamos a quecrezcan y se conviertan en ranas, yhacemos carreras. ¡Será divertidísimo!

—Y, además —dijo Eudes—, lasranas son muy prácticas: cuando críenpelos, puedes hacer un montón de cosas.

—Y, además —dijo Alcestes—, las

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ancas de rana al ajillo están muy buenas.Y Alcestes miró a su renacuajo,

pasándose la lengua por los labios.Y después nos marchamos

corriendo, porque vimos que llegaba elguarda del parque. En la calle, mientrasandaba, yo veía a mi renacuajo en eltarro y era estupendo: se movía mucho yyo estaba seguro de que se convertiríaen una rana formidable, que iba a ganartodas las carreras. Decidí llamarla King;es el nombre de un caballo blanco quevi el jueves pasado en una película decow-boys. Era un caballo que corríamuy deprisa y que venía cuando su cow-boy le silbaba. Le enseñaré a hacer

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gracias a mi renacuajo, y cuando searana, vendrá cuando yo le silbe.

Cuando entré en casa, mamá me miróy se puso a lanzar gritos:

—¡Mira en qué estado te has puesto!Tienes fango por todas partes, estáshecho una sopa… ¿Qué es lo que se teha ocurrido ahora?

Es cierto que no estaba muy limpio,sobre todo, porque se me olvidóremangarme la camisa cuando metí losbrazos en el estanque.

—¿Y ese tarro? —preguntó mamá—,¿qué hay en ese tarro?

—Es King —le dije a mamá,enseñándole mi renacuajo—. ¡Se va a

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convertir en rana, vendrá cuando lesilbe, criará pelos y va a ganar carreras!

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Mamá puso una cara, con la nariztoda arrugada.

—¡Qué horror! —gritó mamá—.¡Cuántas veces tengo que decirte que notraigas porquerías a casa!

—No es una porquería —le dije—,es terriblemente limpio, se pasa todo eltiempo en el agua y voy a enseñarle ahacer gracias.

—Bueno, ahí está tu padre —dijomamá—, ¡veremos lo que dice!

Y cuando papá vio el tarro, dijo:«¡Hombre! ¡Un renacuajo!», y fue asentarse en el sillón para leer superiódico. Mamá estaba muy enfadada.

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—¿Es todo lo que se te ocurre? —lepreguntó a papá—. ¡No quiero que esteniño traiga a casa toda clase de animalesasquerosos!

—¡Bah! —dijo papá—, unrenacuajo no es muy molesto…

—¡Muy bien! ¡Perfecto! —dijomamá—. ¡Perfecto! Puesto que nocuento para nada, no digo más. Pero oslo advierto: ¡o el renacuajo o yo!

Y mamá se marchó a la cocina.Papá lanzó un gran suspiro, y dobló

su periódico.—Creo que no debemos elegir,

Nicolás —me dijo—. Va a haber quedesembarazarse de ese animalito.

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Yo me eché a llorar, dije que noquería que le hicieran daño a King y queya éramos muy buenos camaradas losdos. Papá me cogió en brazos.

—Oye, hombrecito —me dijo—;sabes que ese renacuajo tiene una mamárana. Y la mamá rana debe estar muyapenada por haber perdido a su hijo.Mamá no estaría muy contenta si alguiense te llevara en un tarro. Y con las ranaspasa lo mismo. ¿Sabes lo que vamos ahacer? Nos marcharemos los dos ydejaremos el renacuajo donde lo hascogido, y después podrás ir a verlotodos los domingos. Y cuandoregresemos a casa, te compraré una

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tableta de chocolate.Yo reflexioné un rato, y dije que

bueno, que de acuerdo.Entonces papá fue a la cocina y le

dijo a mamá, bromeando, que habíamosdecidido quedarnos con ella ydesembarazarnos del renacuajo.

Mamá se rio también, me besó y dijoque para esa noche haría un pastel. Mequedé bastante consolado.

Cuando llegamos al jardín, guie apapá, que llevaba el tarro, hacia elborde del estanque. «Es allí», le dije.Entonces le dije adiós a King y papávertió en el estanque todo lo que habíaen el tarro.

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Y después nos volvimos paramarcharnos y vimos al guarda delparque, que salía de detrás de un árbolcon los ojos muy abiertos.

—No sé si están todos locos y si mevoy volviendo loco yo —dijo el guarda—, pero es usted el séptimo señor,incluido un agente de policía, que vienehoy a tirar el contenido de un tarro deagua en este lugar exacto del estanque.

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La máquina de fotosJusto cuando iba a salir para la

escuela, el cartero, trajo un paquete paramí; era un regalo de la abuela: ¡unamáquina de fotos! ¡Mi abuela es la másamable del mundo!

—Tiene ideas bien raras tu madre —le dijo papá a mamá—, ese no es unregalo para un niño.

Mamá se enfadó, dijo que a papátodo lo que hacía su madre (mi abuela)le disgustaba, que no estaba bien hablarasí delante del niño, que era un regalomaravilloso, y yo le pregunté si podíallevar mi máquina de fotos a la escuela,

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y mamá dijo que sí, pero que tuvieracuidado de que no me la confiscaran.Papá se encogió de hombros, y despuésmiró las instrucciones conmigo y meenseñó cómo había que hacer. Es muyfácil.

En clase, le enseñé mi máquina defotos a Alcestes, que está sentado a milado, y le dije que en el recreo haríamosmontones de fotos. Entonces Alcestes sevolvió y se lo contó a Eudes y a Rufo,que están sentados detrás de nosotros.Ellos avisaron a Godofredo, que mandóun papelito a Majencio, que se lo pasó aJoaquín, que despertó a Clotario, y lamaestra dijo:

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—Nicolás, repita lo que acabo dedecir.

Entonces yo me levanté y me eché allorar, porque no sabía lo que habíadicho la maestra.

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Mientras ella hablaba, estaba muyocupado mirando a Alcestes por laventanita de la máquina.

—¿Qué es lo que guarda usted bajosu pupitre? —preguntó la maestra.

Cuando la maestra os trata de«usted», es que no está muy contenta;entonces yo seguí llorando y vino lamaestra, vio la máquina de fotos, me laconfiscó, y después me dijo que mepondría un cero.

—Te está bien empleado —dijoAlcestes, y la maestra le puso un cerotambién a él y le dijo que dejara decomer en clase, y eso me hizo reír,porque es cierto que come sin parar este

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Alcestes.—Yo puedo repetir lo que usted ha

dicho, señorita —dijo Agnan, que es elprimero de la clase y el ojito derecho dela maestra, y la clase continuó.

Cuando tocaron a recreo, la maestrame hizo quedar en clase y me dijo:

—Sabes, Nicolás, que no quieroapenarte; ya sé que te han hecho unbonito regalo. Entonces, si me prometesque serás bueno, que no jugarás en clasey que trabajarás bien, te quito tu cero yte devuelvo tu máquina de fotos.

Yo se lo prometí inmediatamente, yentonces la maestra me devolvió mimáquina y me dijo que fuera a reunirme

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con mis camaradas en el patio. Está muyclaro esto de la maestra: ¡es estupenda,estupenda, estupenda!

Cuando bajé al patio, me rodearonmis compañeros.

—No esperábamos verte —dijoAlcestes, que comía un panecillo conmantequilla.

—¡Y además te ha devuelto tumáquina de fotos! —dijo Joaquín.

—Sí —dije—, vamos a hacer fotos,poneros en grupo.

Entonces los compañeros seamontonaron delante de mí, y hastaAgnan vino.

Lo malo es que en las instrucciones

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dice que hay que ponerse a cuatro pasos,y yo aún tengo unas piernas muypequeñas. Entonces Majencio contó lospasos por mí, porque tiene unas piernasmuy largas con grandes rodillas sucias,y después fue a ponerse con los demás.Yo miré por la ventanita para ver siestaban allí todos; no pude ver la cabezade Eudes porque es demasiado grande yla mitad de Agnan se salía por laderecha. También era una lástima elbocadillo que tapaba la cara deAlcestes, pero no quiso dejar de comer.Todos echaron una sonrisa y ¡clic!,saqué la foto. ¡Será formidable!

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—Está bien tu máquina —dijoEudes.

—¡Bah! —dijo Godofredo—, tengouna mejor en casa, que me compró mipapá, con flash.

Todos empezaron a gastarle bromas;es cierto que Godofredo dice cualquiercosa.

—¿Y qué es un flash? —le pregunté.—Bueno, es una lámpara que hace

«pif», como un fuego artificial, y sepueden sacar fotos de noche —dijo

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Godofredo.—Eres un mentiroso, eso es lo que

eres —le dije.—Te voy a dar una torta —me dijo

Godofredo.—Si quieres, Nicolás —dijo

Alcestes—, puedo sostenerte la máquinade fotos.

Entonces le di la máquina,diciéndole que tuviera cuidado; no mefiaba yo mucho, porque tenía los dedosllenos de mantequilla y tenía miedo aque se le resbalara. Empezamos apegarnos y el Caldo —es nuestrovigilante, pero este no es su verdaderonombre— llegó corriendo y nos separó.

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—¿Qué pasa ahora? —preguntó.—Es Nicolás —explicó Alcestes—,

se pega con Godofredo porque sumáquina de fotos no tiene fuegosartificiales por la noche.

—No hable con la boca llena —dijoel Caldo—. ¿Qué es esa historia de lamáquina de fotos?

Entonces Alcestes le dio la máquinay el Caldo dijo que le estaban dandoganas de confiscarla.

—¡Oh! ¡No! ¡Oh, señor, no! —grité.—Bueno —dijo el Caldo—, se la

dejo, pero míreme bien a los ojos: hayque portarse bien y no pelearse,¿entendido?

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Yo dije que lo había entendido, ydespués le pregunté si podía sacarle unafoto.

El Caldo pareció muy sorprendido.—¿Quiere una foto mía? —me

preguntó.—¡Oh! ¡Sí, señor! —contesté.

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Entonces el Caldo se sonrió, ycuando hace eso, tiene un aspectoamable.

—Je, je —dijo—, je, je, bueno, perodate prisa, porque tengo que tocar el

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final del recreo.Y después el Caldo se puso, sin

moverse, en medio del patio, con unamano en el bolsillo y la otra en labarriga, un pie delante, y miró al frente,muy lejos. Majencio me contó cuatropasos, yo miré al Caldo en la ventanita,estaba muy divertido. ¡Clic!, saqué lafoto y él se fue a tocar la campana.

Por la tarde, en casa, cuando papávolvió de la oficina, le dije que queríasacarle una foto con mamá.

—Oye, Nicolás —me dijo papá—,estoy cansado, guarda esa máquina ydéjame leer el periódico.

—No eres muy amable —le dijo

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mamá—, ¿por qué contrariar al niño?Esas fotos serán maravillosos recuerdospara él.

Papá lanzó un gran suspiro, se pusoal lado de mamá y yo saqué las seisúltimas fotos del rollo. Mamá me besó yme dijo que yo era su pequeño fotógrafo.

Al día siguiente, papá cogió el rollopara que se lo revelaran, como dice él.Hubo que esperar varios días para verlas fotos, y yo estaba terriblementeimpaciente. Y por fin, ayer por la noche,papá volvió con las fotos.

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—No están mal —dijo papá— lasde la escuela, con tus compañeros y elbigotudo… ¡Las que hiciste en casaestán demasiado oscuras, pero son lasmás divertidas!

Mamá vino a verlas, y papá leenseñaba las fotos diciéndole:

—Mira, mira, ¡no te ha sacado muyfavorecida tu hijo! —y papá se reía, y

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mamá cogió las fotos y dijo que era horade sentarse a la mesa.

Yo, lo que no entiendo, es por quémamá ha cambiado de opinión. Ahoradice que papá tenía razón y que no sonjuguetes para regalar a un niño.

Y ha colocado la máquina de fotosen lo alto del armario.

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El fútbolYo estaba en el solar con mis

compañeros: Eudes, Godofredo,Alcestes, Agnan, Rufo, Clotario,Majencio y Joaquín. No sé si ya os hehablado de mis compañeros, pero sí séque ya os hablé del solar. Esformidable: hay latas de conservas,piedras, gatos, trozos de madera y uncoche. Un coche que no tiene ruedas,pero con el que se pasa bien: hacemos«brom, brom», jugamos al autobús, alavión, ¡es terrible!

Pero esta vez no habíamos ido ajugar con el coche. Habíamos ido a

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jugar al fútbol. Alcestes tiene un balón ynos lo presta a condición de hacer deportero, porque no le gusta correr.Godofredo, que tiene un papá muy rico,vino vestido de futbolista, con unacamiseta roja, blanca y azul, pantalonesblancos con una banda roja, calcetinesgruesos, unas rodilleras y unos zapatosterribles con clavos por debajo. Y másbien serían los otros los que necesitaranlas rodilleras, porque Godofredo, comodice el señor de la radio, es un jugadorduro. Sobre todo por culpa de loszapatos.

Habíamos decidido cómo formar elequipo. Alcestes sería portero, y como

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defensas pondríamos a Eudes y a Agnan.Con Eudes no hay quien pase, porque esmuy fuerte y da miedo: ¡también él esterriblemente duro! A Agnan lo pusimosallí para que no moleste, y tambiénporque nadie se atreve a empujarle ni azurrarle: tiene gafas y llora fácilmente.Los centrales serían Rufo, Clotario yJoaquín. Ellos tienen que servirnospelotas a nosotros, los delanteros. Losdelanteros solo somos tres, porque nohay bastantes chavales, pero somosterribles: está Majencio, que tienegrandes piernas con las rodillas sucias yque corre muy deprisa; estoy yo, quetengo un chut formidable, ¡bang! Y

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después está Godofredo, con suszapatos.

Estábamos realmente encantados porhaber formado el equipo.

—¿Empezamos? ¿Empezamos? —gritó Majencio.

—¡Un pase! ¡Un pase! —gritóJoaquín.

Lo pasábamos muy bien y despuésGodofredo dijo:

—¡Eh, chicos! ¿Contra quiénjugamos? Necesitaríamos un equipoenemigo.

Es cierto, tenía razón Godofredo;por muchos pases que hagamos con elbalón, si no hay una portería donde

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meterlo, la cosa no es muy divertida. Yopropuse que nos separáramos en dosequipos, pero Clotario dijo:

—¿Dividir el equipo? ¡Jamás!Y, además, es como cuando se juega

a los vaqueros: nadie quiere jugar a losadversarios.

Y después llegaron los de la otraescuela.

A nosotros no nos gustan los de laotra escuela: todos son unos animales. A

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menudo vienen al solar, y después nospegamos, porque nosotros decimos queel solar es nuestro y ellos dicen que essuyo, y eso provoca líos. Pero entoncesestábamos encantados de verlos.

—¡Eh, chicos! —les dije—,¿queréis jugar al fútbol con nosotros?Tenemos un balón.

—¿Jugar con vosotros? ¡No noshagáis reír! —dijo uno flaco con el pelorojo, como el de tía Clarisa, que se pusorojo el mes pasado, y mamá me explicóque se ha teñido en la peluquería.

—¿Y por qué te da tanta risa,imbécil? —preguntó Rufo.

—¡Lo que me da risa es la bofetada

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que te voy a dar! —contestó el del pelorojo.

—Y, además, antes de nada —dijouno alto con dientes—, ¡salid de aquí, elsolar es nuestro!

Agnan quería irse, pero nosotros noestábamos de acuerdo.

—No, señor —dijo Clotario—, elsolar es nuestro; lo que pasa es quetenéis miedo de jugar al fútbol connosotros. ¡Somos un equipo formidable!

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—¡Ah, sí, dices lamentable! —dijoel alto de los dientes, y se echaron todosa reír, y yo también, porque eradivertido; y después Eudes le dio unpuñetazo en la nariz a uno pequeño queno decía nada. Pero como el pequeñoera hermano del alto de los dientes, lacosa se puso fea.

—¡Hazlo otra vez, a ver! —dijo elalto de los dientes a Eudes.

—¿Estás loco? —preguntó elpequeño, que se frotaba la nariz, yGodofredo le dio una patada al flacoque tenía el pelo de tía Clarisa.

Todos nos peleamos, salvo Agnan,que lloraba y gritaba:

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—¡Mis gafas! ¡Tengo gafas!Era estupendo, y después llegó papá.—¡Se os oye gritar desde casa,

pandilla de salvajes! —gritó papá—, ytú, Nicolás, ¿sabes qué hora es?

Y después papá cogió por el cuello aun gordo bestia con el que yo me dabade bofetadas.

—¡Suélteme! —gritaba el gordobestia—. Si no, llamaré a mi padre, quees recaudador, ¡y le diré que le pongaimpuestos terribles!

Papá soltó al gordo bestia, y dijo:—Bueno, ya basta. Es tarde,

vuestros padres deben estarpreocupados. Y, además, ¿por qué os

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pegabais? ¿Es que no podéis divertirostranquilamente?

—Nos pegamos —dije— porquetienen miedo de jugar al fútbol connosotros.

—¿Miedo, nosotros? ¿Miedo,nosotros? ¿Miedo, nosotros? —dijo elalto de los dientes.

—Pues bien —dijo papá—, si notenéis miedo, ¿por qué no jugáis?

—Porque son lamentables, por esomismo —dijo el gordo bestia.

—¿Lamentables? —dije yo—. ¿Conuna línea delantera como la nuestra:Majencio, yo y Godofredo? ¡No mehagas reír!

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—¿Godofredo? —dijo papá—. Creoque estaría mejor como defensa, no sé sies muy rápido.

—¡Eh, un momento! —dijoGodofredo—. Tengo los zapatos yademás soy el mejor vestido, de modoque…

—¿Y de portero? —preguntó papá.Entonces le explicamos cómo

habíamos formado el equipo y papá dijoque no estaba mal, pero habría queentrenarse y que él nos enseñaría,porque había estado a punto de serinternacional (jugaba de interior derechaen el círculo Chantecler). Lo habría sidosi no llega a casarse. Eso no lo sabía yo,

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mi papá es terrible.—Entonces —dijo papá a los de la

otra escuela—. ¿Estáis de acuerdo enjugar con mi equipo el domingopróximo? Yo seré el árbitro.

—No, no están de acuerdo, son unosrajados —gritó Majencio.

—No, señor, no somos unos rajados—contestó el del pelo rojo—, y estamosde acuerdo en lo del domingo. A lastres… ¡Veréis lo que os espera!

Y después se marcharon.Papá se quedó con nosotros y

empezó a entrenarnos.Cogió el balón y le metió un gol a

Alcestes. Y después se puso en la

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portería en vez de Alcestes, y fueAlcestes el que metió un gol.

Entonces papá nos enseñó cómo sehacían los pases. Envió la pelota y dijo:«¡Tuya, Clotario! ¡Un pase!». Y la pelotale dio a Agnan, que perdió sus gafas y seechó a llorar.

Y después llegó mamá.—Pero, bueno —le dijo a papá—,

¿qué estás haciendo ahí? Te mando abuscar al niño, no te veo volver y micena se enfría.

Entonces papá se puso muycolorado, me cogió de la mano y dijo:

—Vamos, Nicolás, volvamos.Y todos los compañeros gritaron:

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—¡Hasta el domingo! ¡Viva el papáde Nicolás!

En la mesa, mamá se reía sin parar ypara pedirle la sal a papá le dijo:

—¡Hazme un pase, Kopa!Las mamás no entienden nada de

deportes, pero no importa: ¡el próximodomingo va a ser terrible!

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Primer tiempo

1. Ayer por la tarde, en el terreno delsolar, se desarrolló un partido de la ligade fútbol entre un equipo de otra escuelay un equipo entrenado por el padre deNicolás. He aquí la alineación de esteúltimo: portero: Alcestes; defensas:Eudes y Clotario; centrales: Joaquín,Rufo y Agnan; interior derecha: Nicolás;

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delantero centro: Godofredo; extremoizquierda: Majencio. El árbitro era elpadre de Nicolás.

2. Como han leído ustedes, no habíaextremo derecha ni interior izquierda. Lafalta de efectivos había obligado alpadre de Nicolás a adoptar una táctica(preparada en la última sesión deentrenamiento) que consistía en jugar alcontraataque.

Nicolás, cuyo temperamentoofensivo es comparable al de unFontaine, y Majencio, cuya finura ysentido táctico recuerdan a Piantoni,debían servir a Godofredo, cuyascualidades no recuerdan a nadie, pero

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que tiene la ventaja de poseer un trajecompleto, lo cual es apreciable en undelantero centro.

3. El partido comenzó hacia las 15 y

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40. En el primer minuto, a consecuenciade un barullo ante las porterías, elextremo izquierda lanzó un disparo detal potencia, que Alcestes se vioobligado a tirarse desesperadamente enplancha para evitar que el balón lecayera encima. Pero el gol fue anulado,pues el árbitro recordó que los capitanesno se habían estrechado la mano.

4. En el minuto cinco, cuando el

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juego se desarrollaba en el centro delcampo, un perro devoró el tentempié deAlcestes, que estaba envuelto en treshojas de papel y atado con tres cordeles(la merienda, no Alcestes).

Esto asestó un duro golpe a la moraldel portero (y todos saben lo importanteque es la moral de un guardameta), queencajó un primer gol en el minutosiete…

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5. Y un segundo gol en el minutoocho…

En el minuto nueve, Eudes, elcapitán, aconsejó a Alcestes que jugarade extremo izquierda, y Majencio losustituyó en la portería. (Lo que, ennuestra opinión, es un error, puesAlcestes es más bien un central ofensivoque un atacante de temperamento).

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6. En el minuto catorce, cayó talaguacero sobre el campo, que lamayoría de los jugadores corrieron aresguardarse y se quedó solo Nicolás enel terreno contra un jugador enemigo. Nose marcó nada en este período.

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7. En el minuto veinte, Godofredo,en posición de central-derecha o deinterior-izquierda (no importa), despejóde su campo un terrible chut.

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8. Ese mismo minuto veinte, el señorChapo iba a visitar a su madre queestaba griposa.

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9. El choque lo desequilibró ypenetró en casa de los Chadefaut,reñidos con él hace veinte años.

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10. Reapareció en el campo graciasa un camino que probablemente solo élconoce, y se apoderó del balón justo enel momento en que se reanudaba eljuego.

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11. Tras cinco minutos deperplejidad (lo que ya nos lleva alminuto veinticinco), se continuó elpartido, con una lata de conservas quereemplazaba al balón.

En los minutos veintiséis, veintisietey veintiocho, Alcestes, gracias a susregates, marcó tres goles (esprácticamente imposible quitarle una

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lata de conservas de guisantes extrafinos—incluso vacía— a Alcestes). Elequipo de Nicolás ganaba por 3 a 2.

12. En el minuto treinta, el señorChapo devolvió el balón. (Su madre ibamejor y él estaba de excelente humor).Como la lata de conservas ya era inútil,la tiraron.

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13. En el minuto treinta y uno,Nicolás desbordó la defensa contraria,centró sobre Rufo, en posición deinterior izquierda (pero como no habíainterior izquierda, estaba en posición de

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delantero centro). Rufo pasó a Clotario,que con un chut de la izquierda, cogió atodos desprevenidos y le dio al árbitroen el estómago.

Este, con voz sorda, explicó a losdos capitanes que como el cielo estabaencapotado, amenazaba un aguacero y elaire era un poco fresco, valdría másjugar el segundo tiempo a la semanasiguiente.

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Segundo tiempo

1. Durante toda la semana, lostelefonazos entre el padre de Nicolás ylos otros padres tuvieron como resultadomodificar sensiblemente el equipo:Eudes pasaba a interior izquierda yGodofredo a defensa. A la salida de unareunión de padres, se habían preparadovarias tácticas. La principal consistía en

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marcar un gol en los primeros minutos,en jugar a la defensiva y después enaprovechar un contraataque y marcarotro. Si los niños seguían al pie de laletra estas instrucciones, ganarían elpartido por 5 a 2, puesto que ya llevaban3 a 2. Los padres (de Nicolás, de susamigos y los de la otra escuela) estabantodos allí cuando comenzó el partido, enun ambiente apasionado, a las 16 y 03.

2. Solo se oía a los padres en elcampo. Eso puso nerviosos a losjugadores. Durante los primeros minutosno pasó nada importante, a no ser unchut de Rufo a la espalda del padre deMajencio y una bofetada que le dio a

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Clotario su padre por fallar un pase.Joaquín, que era el capitán en esemomento (se había decidido que todoslos jugadores serían capitanes, cincominutos cada uno), fue a pedirle alárbitro que tuviera a bien despejar elterreno. Clotario añadió que la bofetadalo había conmocionado y que no podíaocupar su puesto. Su padre dijo que élentraría en su lugar. Los de la otraescuela protestaron y dijeron quetambién entrarían sus padres.

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3. Un estremecimiento de placer seprodujo entre los padres, que se quitaronsus abrigos, chaquetas, bufandas ysombreros. Se precipitaron al campo ypidieron a los niños que tuvierancuidado de no acercarse demasiado, queiban a enseñarles cómo se le da albalón.

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4. Desde los primeros minutos deeste partido, que enfrentaba a los padresde los amigos de Nicolás con los de laotra escuela, los hijos supieron a quéatenerse sobre la manera en que se llegaa jugar al fútbol, y

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5. Decidieron de común acuerdo ir acasa de Clotario a ver «Domingodeportivo» en la tele.

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6. El partido se desarrollaba con lapreocupación de ambas partes por dargrandes patadas al balón, para probarque se podían marcar goles si el vientoen contra, en todos los sentidos, no fueratan molesto. En el minuto dieciséis, un

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padre de la otra escuela le dio una granpatada en dirección a un padre que creíaque era de la otra escuela, pero que enrealidad era el padre de Godofredo.Este le dio una patada aún más fuerte. Elbalón aterrizó en medio de cajas, latasde conservas y otra chatarra, y produjoun ruido comparable al de un globo quese desinfla, pero continuó botandogracias al muelle que lo habíaatravesado de lado a lado. Después detres segundos de discusión, se decidióque continuaría el partido con una latade conservas, ¿por qué no?, en lugar debalón.

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7. En el minuto treinta y seis, elpadre de Rufo, en posición de defensa,paró la lata de conservas, que se dirigíadando vueltas hacia su labio superior.Como la paró con la mano, el árbitro (elhermano de uno de los padres de la otraescuela, pues el padre de Nicolásocupaba el puesto de interior) pitó unpenalti. Pese a las protestas de algunos

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jugadores (el padre de Nicolás, y todoslos padres de los amigos de Nicolás) setiró el penalty y el padre de Clotario,que jugaba de portero, no pudo parar lalata, pese a un gesto de despecho. Lospadres de la otra escuela empataban y elmarcador estaba en 3 a 3.

8. Quedaban unos minutos de juego.Los padres estaban preocupados por laacogida que les reservarían sus hijos siperdían el partido. El juego, que hasta

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entonces había sido malo, se volvióexecrable. Los padres de la otra escuelajugaban a la defensiva. Algunos poníanlos dos pies encima de la lata eimpedían a los otros cogerla. De pronto,el padre de Rufo, que en la vida civil esagente de policía, escapó con la lata.Regateando a dos padres contrarios, sepresentó solo ante la portería, chutósecamente y envió la lata al fondo de lared. Los padres de Nicolás y sus amigosganaban el partido por 4 a 3.

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9. En la foto del equipo ganador,tomada después del partido, se reconocea: de pie, de izquierda a derecha, lospadres de Majencio, Rufo (el héroe delpartido), Eudes (herido en el ojoizquierdo), Godofredo, Alcestes.Sentados, los padres de Joaquín,Clotario, Nicolás (herido en el ojoizquierdo por un choque con el padre deEudes) y Agnan.

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El museo de pinturaHoy estoy muy contento porque la

maestra lleva a toda la clase al museo, aver cuadros. Es terriblemente divertidocuando salimos así, todos juntos.Lástima que la maestra, aunque es muyamable, no quiera hacerlo más amenudo.

Un autobús debía llevarnos desde laescuela al museo. Como el autobús nopudo aparcar delante de la escuela,tuvimos que cruzar la calle. Entonces lamaestra nos dijo:

—Poneos en fila de dos y daos lamano, y, sobre todo, ¡tened mucho

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cuidado!A mí eso me gustó menos, porque

estaba al lado de Alcestes, ese amigomío que es muy gordo y que come sinparar, y no es muy agradable darle lamano. Quiero a Alcestes, pero siempretiene las manos grasientas o pegajosas,depende de lo que coma. Hoy tuvesuerte; tenía las manos secas.

—¿Qué comes, Alcestes? —lepregunté.

—Galletas —me contestó,lanzándome cantidad de migas a la cara.

Delante, al lado de la maestra,estaba Agnan. Es el primero de la clasey el ojito derecho de la maestra. A

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nosotros no nos gusta mucho, pero no lezurramos demasiado a causa de susgafas.

—¡Adelante! ¡En marcha! —gritóAgnan, y empezamos a cruzar, mientrasun guardia detenía los coches para

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dejarnos pasar.De repente, Alcestes soltó mi mano

y dijo que volvía en seguida, que sehabía olvidado en clase los caramelos.Alcestes empezó a cruzar: en sentidocontrario, en medio de las filas, y esoarmó un poco de desorden.

—¿A dónde vas, Alcestes? —gritóla maestra—. ¡Vuelve inmediatamente!

—Sí, ¿a dónde vas, Alcestes? —dijoAgnan—. ¡Vuelve inmediatamente!

A Eudes no le gustó lo que habíadicho Agnan. Eudes es muy fuerte y leencanta dar puñetazos en la nariz a lagente.

—¿Por qué te metes tú, niño

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mimado? —dijo Eudes avanzando haciaAgnan—. ¡Voy a darte un puñetazo en lanariz!

Agnan se puso detrás de la maestra ydijo que no debía pegarle, que teníagafas. Entonces Eudes, que estaba entrelos últimos de la fila, porque es muyalto, empujó a todos; quería ir junto aAgnan, quitarle las gafas y darle unpuñetazo en la nariz.

—¡Eudes, vuelva a su sitio! —gritóla maestra.

—¡Eso es, Eudes! —dijo Agnan—.¡Vuelva a su sitio!

—No quisiera molestarla —dijo elguardia—, pero ya hace un buen rato que

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tengo parada la circulación; si ustedtiene intención de dar la clase en el pasode peatones, convendría que me lodijera. ¡Haré que los coches pasen porla escuela!

A nosotros nos habría encantado vereso, pero la maestra se puso muycolorada, y por la manera en que nosdijo que subiéramos al autobús,comprendimos que no era momento deandarse con bromas. Obedecimos enseguida.

El autobús se puso en marcha y,detrás de nosotros, el agente hizo ungesto a los coches de que podían pasar,y después oímos frenazos y gritos. Era

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Alcestes, que cruzaba la calle corriendo,con su bolsa de caramelos en la mano.

Por fin Alcestes subió al autobús ypudimos marcharnos de verdad. Antesde doblar la esquina, vi al guardia quetiraba su porra blanca al suelo, en mediode los coches que habían chocado.

Entramos en el museo, bien en fila,muy contentos, porque queremos anuestra maestra, y notamos que parecíanerviosa, como mamá cuando papá dejacaer la ceniza de sus cigarrillos en laalfombra. Entramos en una sala muygrande, con montones y montones decuadros colgados de la pared.

—Vais a ver aquí cuadros pintados

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por los grandes maestros de la escuelaflamenca —explicó la maestra.

Pero no pudo continuar muchotiempo, porque llegó corriendo unconserje, chillando porque Alcesteshabía pasado el dedo por un cuadro paraver si la pintura estaba aún fresca. Elconserje dijo que no había que tocar yempezó a discutir con Alcestes, que ledecía que se podía tocar porque estababien seco y uno no corría peligro demancharse.

La maestra le dijo a Alcestes que seestuviera quieto y le prometió alconserje que nos vigilaría bien. Elconserje se marchó sacudiendo la

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cabeza.Mientras la maestra continuaba

explicando, empezamos a darresbalones; era fenómeno, porque en elsuelo había baldosas y se resbalaba muybien.

Jugábamos todos, salvo la maestra,que nos daba la espalda y explicaba uncuadro, y Agnan, que estaba a su lado yescuchaba tomando notas. Alcestestampoco jugaba. Se había parado ante uncuadrito que representa peces, filetes yfrutas. Alcestes miraba al cuadropasándose la lengua por los labios.

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Nosotros nos divertíamos mucho, yEudes era formidable en los resbalones;casi llegaba al final de la sala. Despuésde los resbalones empezamos unapartida de pídola, pero tuvimos quepararnos, porque Agnan se volvió ydijo:

—Mire, señorita, ¡están jugando!Eudes se enfadó y fue hacia Agnan,

que se había sacado las gafas paralimpiarlas y no pudo verlo venir. Notuvo suerte Agnan; si no se hubierasacado las gafas, no habría recibido elpuñetazo en la nariz.

Llegó el conserje y le preguntó a la

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maestra si no creía que valía más quenos fuéramos. La maestra dijo que sí,que ya estaba bien.

Íbamos a salir del museo, cuandoAlcestes se acercó al conserje. Llevababajo el brazo el cuadrito que tanto lehabía gustado, con peces, filetes y frutas,y dijo que quería comprarlo. Queríasaber cuánto pedía el conserje.

Cuando salimos del museo,Godofredo le dijo a la maestra que, yaque le gustaban los cuadros, podía ir asu casa, que su papá y su mamá teníanuna colección fenómena, de la quehablaban todos. La maestra se pasó lamano por la cara y dijo que no quería

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volver a ver un cuadro en su vida, y queni siquiera quería que le hablaran decuadros.

Entonces comprendí por qué lamaestra no parecía muy contenta de esedía pasado en el museo con la clase. Enel fondo, no le gustan los cuadros.

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El desfileVan a inaugurar una estatua en el

barrio de la escuela, y nosotros vamos adesfilar.

Eso nos dijo el director cuando entróen clase esta mañana, y todos noslevantamos, menos Clotario, que dormíay que fue castigado. Clotario se quedómuy extrañado cuando lo despertaronpara decirle que se quedaría castigadoel jueves. Se echó a llorar y armabafollón, y yo creo que mejor hubiera sidodejarlo dormir.

—Hijos míos —dijo el director—,en esa ceremonia habrá representantes

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del gobierno, una compañía de infanteríarendirá honores, y los alumnos de estaescuela tendrán el privilegio de desfilarante el monumento y depositar un ramo.Cuento con vosotros y espero que osportéis como verdaderos hombrecitos.

Y después el director nos explicóque los mayores ensayarían ahora mismopara el desfile, y nosotros después, alfinal de la mañana. Como al final de lamañana toca la hora de gramática,pensamos que era estupenda la idea deldesfile y nos pusimos terriblementecontentos. Empezamos todos a hablar almismo tiempo cuando se marchó eldirector y la maestra golpeó la mesa con

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la regla e hicimos aritmética.Cuando llegó la hora de gramática,

la maestra nos hizo bajar al patio, dondenos esperaban el director y el Caldo. ElCaldo es el vigilante; le llamamos asíporque dice siempre: «Mírame bien alos ojos», y en el caldo hay ojos, perocreo que ya os lo he explicado otra vez.

—¡Ah! —dijo el director—. ¡Heaquí a sus hombres, señor Dubon!Espero que tendrá con ellos el mismoéxito que ha tenido con los mayores haceun rato.

El señor Dubon, así es como eldirector llama al Caldo, se puso abromear y dijo que había sido suboficial

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y que nos enseñaría disciplina y amarcar el paso.

—No los reconocerá cuando hayaacabado, señor director —dijo el Caldo.

—Ojalá sea cierto —contestó eldirector, que lanzó un gran suspiro y semarchó.

—Bueno —nos dijo el Caldo—.Para formar el desfile hace falta unhombre básico. El hombre básico sepone firme y todos se alinean detrás deél. Normalmente se escoge al más alto.¿Entendido?

Y después miró, señaló con el dedoa Majencio y dijo:

—Usted, usted será el hombre

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básico.Entonces Eudes dijo:—¿Cómo? No es el más alto; sí que

lo parece, porque tiene unas piernasterribles, pero yo soy más alto que él.

—Estás de broma —dijo Majencio—; no solo soy más alto que tú, sino quemi tía Alberta, que vino ayer de visita acasa, dijo que había crecido. Yo crezcosin parar.

—¿Te apuestas algo? —preguntóEudes.

Y como Majencio sí que queríaapostar, se pusieron espalda contraespalda; pero nunca supe quién ganó,porque el Caldo se puso a gritar y dijo

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que nos pusiéramos en fila de tres, noimporta cómo, y eso, eso nos llevóbastante tiempo. Y después, cuandoestuvimos en fila, el Caldo se pusodelante de nosotros, cerró un ojo ydespués hizo gestos con la mano y dijo:

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—¡Usted! Algo más a la izquierda.Nicolás, a la derecha, sobresale por la

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izquierda también. ¡Usted! ¡Ustedsobresale por la derecha!

Cuando nos reímos mucho fue conAlcestes, porque es muy gordo ysobresalía por los dos lados.

Cuando el Caldo acabó, parecíacontento, se frotó las manos y despuésnos dio la espalda y gritó:

—¡Sección! ¡A mis órdenes!…—¿Qué es un ramo, señor? —

preguntó Rufo—. El director dijo queíbamos a depositar uno ante elmonumento.

—Un ramo de flores —dijo Agnan.Está loco este Agnan, se cree que puededecir lo que sea porque es el primero de

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la clase y el ojito derecho de la maestra.—¡Silencio en las filas! —gritó el

Caldo—. ¡Sección, a mis órdenes,adelante!…

—¡Señor! —gritó Majencio—,Eudes se pone de puntillas para parecermás alto que yo. ¡Hace trampas!

—¡Chivato asqueroso! —dijoEudes, y le dio un puñetazo en la nariz aMajencio, que le dio una patada aEudes, y todos nos pusimos a sualrededor para mirarlos, porque cuandoEudes y Majencio se pegan sonterribles, son los más fuertes de la clase,en el recreo.

El Caldo llegó gritando, separó a

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Eudes y a Majencio y los castigó a losdos.

—¡Eso es el colmo! —dijoMajencio.

—O el colmillo, como diría Agnan—dijo Clotario, y se echó a reír, y elCaldo lo castigó para el jueves. Claroque el Caldo no podía saber queClotario ya estaba castigado este jueves.

El Caldo se pasó la mano por la caray después nos puso de nuevo en fila, yhay que decir que la cosa no fue fácil,porque nos movemos mucho. Y despuésel Caldo nos miró un buen rato, muylargo, y vimos que no era el momento dehacer payasadas. Y después el Caldo

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retrocedió y pisó a Joaquín, que llegabapor detrás de él.

—¡Tenga cuidado! —dijo Joaquín.El Caldo se puso muy rojo y gritó:—¿De dónde sale usted?—Fui a beber un vaso de agua

mientras Majencio y Eudes se pegaban.Creía que tendrían para más rato —explicó Joaquín, y el Caldo le castigó yle dijo que se pusiera en fila.

—Mírenme bien a los ojos —dijo elCaldo—. Al primero que haga un gesto,que diga una palabra, que se mueva, ¡lohago expulsar de la escuela!¿Entendido?

Y después el Caldo se volvió,

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levantó un brazo y gritó:—¡Sección, a mis órdenes!

¡Adelante!… ¡Marchen!Y el Caldo dio unos pasos, muy

rígidos, y después miró hacia atrás, ycuando vio que seguíamos en el mismositio, creí que se volvía loco, como elseñor Blédurt, un vecino, cuando papá leregó con la manga por encima del seto,el domingo pasado.

—¿Por qué no han obedecido? —preguntó el Caldo.

—¿Cómo que por qué? —dijoGodofredo—. Usted nos dijo que no nosmoviéramos.

Entonces el Caldo se puso hecho una

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fiera.—¡Les quitaré las ganas de jugar!

¡Ya verán lo que les espera! ¡Carne depresidio! ¡Cosacos! —gritó, y varios denosotros se echaron a llorar y el directorllegó corriendo.

—Señor Dubon —dijo el director—, lo he oído desde mi despacho. ¿Creeusted que esa es la manera de hablar aunos niños pequeños? Ya no está usteden el ejército ahora.

—¿El ejército? —gritó el Caldo—.Fui sargento jefe de cazadores; puesbien, los cazadores eran como niños decoro, eso es, ¡eran niños de corocomparados con esta tropa!

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Y el Caldo se marchó haciendomontones de gestos, seguido por eldirector, que le decía:

—Vamos, Dubon, amigo mío; vamos,¡cálmese!

La inauguración de la estatua fueestupenda, pero el director habíacambiado de opinión y no desfilamos;estuvimos sentados en las gradas, detrásde los soldados. La lástima es que elCaldo no estaba allí. Parece que se

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marchó a descansar quince días en casade su familia, en Ardéche.

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Los boy-scoutsEntre todos los compañeros hemos

cotizado para comprar un regalo a lamaestra, porque mañana será su santo.Ante todo, contamos el dinero. Agnan,que es el primero en aritmética, hizo lasuma. Estábamos encantados, porqueGodofredo había traído un gran billetede 5000 francos antiguos; fue su papá elque se lo dio; su papá es muy rico, le datodo lo que quiere.

—Tenemos cinco mil doscientossiete francos —nos dijo Agnan—. Coneso vamos a poder comprar un buenregalo.

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Lo malo es que no sabíamos quécomprar.

—Deberíamos regalarle una caja debombones o montones de bollitos dechocolate —dijo Alcestes, un chavalgordo que come sin parar.

Pero no estábamos de acuerdo,porque si se compra algo bueno decomer, querremos probarlo todos y noquedará nada para la maestra.

—Mi papá le compró un abrigo depieles a mi mamá y mi mamá se pusoterriblemente contenta —nos dijoGodofredo.

Parecía una buena idea, peroGodofredo nos dijo que eso debía costar

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más de 5207 francos, porque su mamáestaba realmente muy, muy contenta.

—¿Y si le compráramos un libro? —preguntó Agnan.

Eso nos dio mucha risa; ¡está locoeste Agnan!

—¿Una pluma? —dijo Eudes. PeroClotario se enfadó. Clotario es el últimode la clase, y dijo que le sentaría muymal que la maestra le pusiera malasnotas con una pluma pagada por él.

—Muy cerca de mi casa —dijo Rufo— hay una tienda donde venden regalos.Tienen cosas terribles; allí seguramenteencontraremos lo que necesitamos.

Esa sí que era buena idea, y

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decidimos ir a la tienda todos juntos alsalir de clase.

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Cuando llegamos a la tienda nos

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pusimos a mirar el escaparate, y eraformidable. Había montones de regalosterribles: estatuitas, ensaladeras decristal con pliegues, garrafas como laque nunca utilizamos en casa, montonesde tenedores y de cuchillos, e inclusorelojes de pared. Lo más bonito quehabía era las estatuas. Había una con unseñor en calzoncillos que trataba deparar a dos caballos no muy contentos;otra, con una señora que disparaba elarco; no tenía cuerda el arco, peroestaba tan bien hecho, que se creería quetenía una. Esta estatua iba muy bien conla de un león que tenía una flecha en laespalda y que arrastraba sus patas de

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atrás. También había dos tigres, muynegros, que marchaban dando grandespasos, y boy-scouts y gatitos y elefantes,y un señor, en la tienda, que nos mirabay parecía desconfiado.

Cuando entramos en la tienda, elseñor vino hacia nosotros, haciendomontones de gestos con las manos.

—¡Vamos, vamos! —nos dijo—.¡Fuera! Este no es sitio para divertirse.

—No hemos venido a jugar —dijoAlcestes—. Venimos a comprar unregalo.

—Un regalo para la maestra —dijeyo.

—Tenemos dinero —dijo

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Godofredo.Y Agnan sacó los 5207 francos del

bolsillo y se los puso debajo de la narizal señor, que dijo:

—Bueno, vale; pero no toquéis nada.—¿Cuánto es esto? —preguntó

Clotario, cogiendo dos caballos delmostrador.

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—¡Cuidado! ¡Suelta eso! ¡Es muyfrágil! —gritó el señor, que tenía susbuenos motivos para no fiarse, porqueClotario es muy desmañado y lo rompetodo. Clotario se picó y dejó la estatua

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en su sitio, y el señor casi no llegó atiempo de coger un elefante que Clotariohabía empujado con el codo.

Nosotros mirábamos por todaspartes y el señor corría por la tiendagritando:

—¡No, no, no toquéis eso! ¡Serompe!

A mí me daba pena el señor. Debeser irritante trabajar en una tienda dondetodo se rompe. Y después el señor nospidió que nos quedáramos en grupo en elcentro de la tienda, con los brazos a laespalda, y le dijéramos lo quequeríamos comprar.

—¿Qué podríamos comprar de

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estupendo con cinco mil doscientos sietefrancos? —preguntó Joaquín.

El señor miró a su alrededor ydespués sacó de un escaparate dos boy-scouts pintados; se habría dicho queeran de verdad. Nunca había visto yonada tan bonito, ni siquiera en la feria,en la caseta del tiro al blanco.

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—Podríais comprar esto por cincomil francos —dijo el señor.

—Es menos de lo que pensábamosgastar —dijo Agnan.

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—A mí —dijo Clotario— me gustanmás los caballos.

Y Clotario iba a coger otra vez loscaballos del mostrador, pero el señorlos cogió antes que él y se los quedó enbrazos.

—Bueno —dijo el señor—, ¿oslleváis los boy-scouts, sí o no?

Y como no parecía bromear dijimosque de acuerdo. Agnan le dio los 5000francos y salimos con los boy-scouts.

En la calle empezamos a discutirpara saber quién guardaría el regalohasta el día siguiente, para dárselo a lamaestra.

—Me lo quedo yo —dijo Godofredo

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—, soy el que ha puesto más dinero.—Soy el primero de la clase —dijo

Agnan—, y yo le daré el regalo a lamaestra.

—¡Claro, como eres su ojitoderecho! —dijo Rufo.

Agnan se echó a llorar y dijo que eramuy desgraciado, pero no se tiró alsuelo, como hace de costumbre, porquellevaba en la mano los boy-scouts y noquería romperlos. Mientras Rufo, Eudes,Godofredo y Joaquín se peleaban, se meocurrió la idea de echar a cara o cruzquién iba a tocarle el regalo. Eso nosllevó bastante tiempo, y perdimos dosmonedas en un sumidero, y después fue

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Clotario el que ganó. Nosotrosestábamos fastidiados, porque teníamosmiedo de que con Clotario, que lorompe todo, el regalo no llegara hasta lamaestra. Le dimos los dos boy-scouts aClotario, y Eudes le dijo que si lorompía, le daría montones de puñetazosen la nariz. Clotario dijo que tendríacuidado y se fue a su casa, llevando elregalo, andando despacito y sacando lalengua. Nosotros, con los 207 francosque nos quedaban, compramos montonesde bollitos de chocolate y no tuvimoshambre a la hora de cenar, y nuestrospapás y nuestras mamás creyeron queestábamos enfermos.

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Al día siguiente, llegamos muypreocupados a la escuela, pero nospusimos muy contentos cuando vimos aClotario con los boy-scouts bajo elbrazo.

—No he dormido esta noche —nosdijo Clotario—, tenía miedo de que laestatua se cayera de la mesita de noche.

En clase, yo miraba a Clotario, quevigilaba el regalo, que había metidodebajo de su pupitre. Yo estabaterriblemente celoso, porque cuandoClotario le diera el regalo, la maestraestaría encantada y lo besaría, yClotario se pondría muy colorado,porque es muy guapa la maestra cuando

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está contenta, casi tan guapa comomamá.

—¿Qué escondes debajo de tupupitre, Clotario? —preguntó lamaestra.

Y después se acercó al banco deClotario, con pinta de enfadada.

—¡Vamos —dijo la maestra—,dámelo!

Clotario le dio el regalo, la maestralo miró y dijo:

—¡Os tengo prohibido traer estoshorrores a la escuela! Te confisco estohasta el final de la clase, y te quedaráscastigado.

Y después, cuando quisimos que nos

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devolvieran el dinero no se pudo,porque, delante de la tienda, Clotarioresbaló y los boy-scouts se rompieron.

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El brazo de ClotarioClotario, en su casa, pisó su

camioncito rojo, se cayó y se rompió elbrazo. A nosotros nos dio mucha pena,porque Clotario es un compañero ytambién porque yo conocía elcamioncito rojo: era fenómeno, confaros que se encendían, y creo quedespués de que Clotario lo pisó no sepodía arreglar.

Quisimos visitarlo en su casa aClotario, pero su mamá no quisodejarnos entrar. Le dijimos que éramossus compañeros y que conocíamosmucho a Clotario, pero la mamá nos dijo

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que Clotario necesitaba reposo y quetambién ella nos conocía mucho.

Por eso nos pusimos terriblementecontentos cuando vimos llegar aClotario a clase hoy.

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Tenía el brazo sujeto con unaespecie de servilleta que le pasabaalrededor del cuello, como en laspelículas cuando el bueno está herido,porque en las películas el bueno siempreestá herido en el brazo o en la espalda, ylos actores que representan al bueno yadeberían saberlo y no fiarse. Como laclase había empezado hacía media hora,Clotario fue a disculparse con lamaestra, pero en vez de regañarle, lamaestra dijo:

—Estoy muy contenta de volverte aver, Clotario. Eres muy valiente al venira clase con un brazo enyesado. Esperoque no te duela mucho.

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Clotario abrió muchísimo los ojos;como es el último de la clase, no estáacostumbrado a que la maestra le hableasí, sobre todo cuando llega con retraso.Clotario se quedó allí, con la bocaabierta, y la maestra le dijo:

—Vete a sentar en tu sitio, hijito.Cuando Clotario se sentó empezamos ahacerle montones de preguntas; lepreguntamos si le hacía daño, y qué eraese chisme duro que tenía alrededor delbrazo, y le dijimos que estábamosterriblemente contentos de volverlo aver; pero la maestra se puso a gritar quedebíamos dejar en paz a nuestro

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camarada y que ella no quería queaprovechásemos ese pretexto paradistraernos.

—Bueno, ¿y qué? —dijo Godofredo—. Si ya ni siquiera se puede hablar conlos compañeros ahora…

Y la maestra lo castigó de pie yClotario se echó a reír.

—Vamos a hacer un dictado —dijola maestra.

Cogimos nuestros cuadernos yClotario trató de sacar el suyo de su

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cartera con una sola mano.—Te ayudaré —dijo Joaquín, que

está sentado a su lado.—¿Quién te ha llamado? —contestó

Clotario.La maestra miró hacia Clotario y le

dijo:—No, hijito, tú no, claro; descansa.Clotario dejó de buscar en su cartera

y puso una cara muy triste, como si lediera pena no hacer el dictado. Eldictado era terrible, tenía montones depalabras como «enredadera», dondetodos hicimos faltas, y «ahusado», y elúnico que las escribió bien fue Agnan,que es el primero de la clase y el ojito

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derecho de la maestra. Cada vez quehabía una palabra difícil yo miraba aClotario y él se reía.

Y después tocó la campana delrecreo. El primero que se levantó fueClotario.

—Quizá sería mejor —dijo lamaestra— que no bajes al patio con tubrazo.

Clotario puso la misma cara que enel dictado, pero más fastidiado.

—El médico dijo que tenía quetomar el aire —dijo Clotario—, que sino, podría ser terriblemente grave.

La maestra dijo que bueno, pero quetenía que andar con cuidado. E hizo que

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Clotario saliera el primero para que nopudiéramos empujarlo por la escalera.Antes de dejarnos bajar al patio lamaestra nos hizo montones derecomendaciones; nos dijo quedebíamos ser prudentes y no jugar ajuegos brutales y también que debíamosproteger a Clotario para que no sehiciera daño. Perdimos montones deminutos del recreo con todas estascosas. Cuando, por fin, bajamos al patio,buscamos a Clotario: estaba jugando apídola con los alumnos de otra clase,que son todos tontos y a los que noqueremos.

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Nos pusimos todos alrededor deClotario y le hicimos montones depreguntas. Parecía muy orgulloso,Clotario, de que estuviéramos taninteresados. Le preguntamos si sucamioncito rojo se había roto. Nos dijoque sí, pero que le habían hechomontones de regalos para consolarlomientras estaba enfermo. Le regalaron

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un velero, un juego de damas, doscoches, un tren y montones de libros quecambiaría por otros juguetes. Y, además,nos dijo que todos habían sidoamabilísimos con él: el médico lellevaba caramelos siempre que iba; supapá y su mamá habían puesto la tele ensu cuarto y le daban montones de cosasbuenas de comer. Cuando se habla decomer, a Alcestes le entra hambre;Alcestes es un chaval que come sinparar. Sacó de su bolsillo un gran trozode chocolate y empezó a morderlo.

—¿Me das un poco? —preguntóClotario.

—No —contestó Alcestes.

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—Pero mi brazo… —dijo Clotario.—¡Narices! —contestó Alcestes.Eso no le gustó a Clotario, que se

puso a gritar que se aprovechaban de élporque tenía un brazo roto y que no lotratarían así si pudiera dar puñetazos,como todo el mundo. Gritaba tantoClotario, que vino corriendo elvigilante.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó elvigilante.

—Se aprovecha de que tengo elbrazo roto —dijo Clotario, señalando aAlcestes con el dedo.

Alcestes no estaba nada contento;trató de decirlo, pero con la boca llena,

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y soltó chocolate por todas partes, y nose entendió nada de lo que decía.

—¿No le da vergüenza? —dijo elvigilante a Alcestes—. ¡Aprovecharsede que un camarada está imposibilitadofísicamente! ¡Castigado!

—¡Eso es! —dijo Clotario.—Entonces —dijo Alcestes, que por

fin se tragó su chocolate—, ¿tengo quedarle de comer porque se haya roto unbrazo haciendo el payaso?

El vigilante nos miró con ojos muytristes y después nos habló con una vozsuave, suave, como cuando papá leexplica a mamá que tiene que ir a lareunión de sus excamaradas del

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regimiento.—No tienen ustedes corazón —nos

dijo el vigilante—. Sé que aún son muyjóvenes, pero su actitud me da muchapena.

El vigilante se detuvo y despuésgritó:

—¡Castigados! ¡Todos!Todos tuvimos que irnos castigados

de pie, incluso Agnan; es la primera vezque iba y no sabía cómo hacer, y se loenseñamos. Todos estábamoscastigados, menos Clotario, claro. Elvigilante le acarició la cabeza y lepreguntó si le dolía el brazo; Clotariodijo que sí, que bastante, y después el

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vigilante fue a ocuparse de un mayor quele pegaba a otro mayor con un pequeño.Clotario nos miró un momento riendo ydespués se fue a continuar su partida depídola.

Yo no estaba muy contento cuandollegué a casa. Papá, que estaba allí, mepreguntó qué tenía. Entonces grité:

—¡Es una injusticia! ¿Por qué nopuedo nunca romperme un brazo?

Papá me miró con los ojos muyabiertos y yo subí a mi cuarto paraenfurruñarme.

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Nos han hecho un test

Esta mañana no vamos a la escuela,pero no es muy fenómeno, porque hay

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que ir al dispensario a que nos examinenpara ver si estamos enfermos y siestamos locos. En clase nos habían dadoa cada uno un papel, que debíamosllevar a nuestros papás y a nuestrasmamás, explicando que había que ir aldispensario, con nuestros certificados devacuna, nuestras mamás y nuestroscarnets escolares. La maestra nos dijoque nos harían un «test». Un test escuando os mandan hacer dibujitos paraver si no estáis locos.

Cuando llegué al dispensario con mimamá, Rufo, Godofredo, Eudes yAlcestes estaban ya allí, pero no teníanganas de bromas. Hay que decir que las

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casas de los médicos siempre me danmiedo. Es todo blanco y huele amedicinas. Mis compañeros estaban allícon sus mamás, salvo Godofredo, quetiene un papá muy rico, y que vino conAlberto, el chófer de su papá. Y despuésClotario, Majencio, Joaquín y Agnanllegaron con sus mamás, y Agnan hacíamucho ruido al llorar. Una señora muyamable, vestida de blanco, llamó a lasmamás y les quitó los certificados devacuna, y dijo que el médico nosrecibiría en seguida, que no nosimpacientáramos. Nosotros noestábamos nada impacientes. Las mamásempezaron a hablar entre sí y a pasarnos

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la mano por el pelo diciendo que éramosmonísimos. El chófer de Godofredosalió a frotar su gran coche negro.

—El mío —decía la mamá de Rufo— me las hace pasar negras paraconseguir que coma; es muy nervioso.

—Pues el mío no —dijo la mamá deAlcestes—, ese está nervioso cuando nocome.

—Yo —decía la mamá de Clotario

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—, yo creo que les hacen trabajardemasiado en la escuela. Es una locura;el mío no puede comprenderlo. En mistiempos…

—¡Oh!, no sé qué decirle —dijo lamamá de Agnan—, el mío, queridaseñora, tiene mucha facilidad; esodepende de los niños, claro. Agnan, sino dejas de llorar, ¡te daré un azotedelante de todos!

—Quizá tenga facilidad, queridaseñora —concretó la mamá de Clotario—, pero parece que el pobre chico no esmuy equilibrado, ¿verdad?

A la mamá de Agnan no le gustó loque dijo la mamá de Clotario, pero,

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antes de que pudiera contestar, vino laseñora de blanco, dijo que íbamos aempezar y que nos desnudaran.Entonces, Agnan se puso enfermo. Lamamá de Agnan empezó a gritar, lamamá de Clotario se moría de risa, yllegó el médico.

—¿Qué pasa? —dijo el médico—.¡Estas mañanitas del examen escolar sonsiempre espantosas! Tranquilos, niños, oharé que os castiguen los profesores.¡Desnudaos, y a toda prisa!

Nos desnudamos, y hacía un efectomuy raro estar allí desnudos, delante detodos. Cada mamá miraba a loscompañeros de las otras mamás, y todas

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las mamás ponían esa cara que ponemamá cuando va a comprar pescado y ledice el pescadero que no está fresco.

—Bueno, niños —dijo la señora deblanco—, pasad al cuarto de al lado; eldoctor va a examinaros.

—¡No quiero separarme de mimamá! —gritó Agnan, que solo estabavestido con sus gafas.

—Está bien —dijo la señora deblanco—. Señora, puede usted entrarcon él, pero trate de calmarlo.

—¡Ah! ¡Usted perdone! —dijo lamamá de Clotario—. Si esa señorapuede entrar con su hijo, no veo por quéno podría entrar yo con el mío…

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—¡Y yo quiero que Alberto vengatambién! —gritó Godofredo.

—¡Tú estás chalado! —dijo Eudes.—¡Repite eso! —dijo Godofredo; y

Eudes le dio un puñetazo en la nariz.—¡Alberto! —gritó Godofredo; y el

chófer llegó corriendo, al mismo tiempoque el médico.

—¡Es increíble! —dijo el médico—.Hace cinco minutos había uno queestaba enfermo, ahora hay uno quesangra por la nariz; esto no es undispensario, ¡es un campo de batalla!

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—Sí —dijo Alberto—, y yo soy tanresponsable de este niño como delcoche. Me gustaría devolvérselos losdos a mi patrón sin rasguños.¿Entendido?

El médico miró a Alberto, abrió laboca, la volvió a cerrar y nos hizo entraren su despacho, con la mamá de Agnan.

El médico empezó a pesarnos.—Vamos, tú primero —dijo el

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médico, y señaló a Alcestes, que pidióque le dejaran acabar su bollito dechocolate, porque no tenía bolsillodonde meterlo.

El médico lanzó un suspiro, ydespués me hizo subir a la báscula y leregañó a Joaquín, que ponía el pie paraque yo pareciera más pesado. Agnan noquería pesarse, pero su mamá leprometió montones de regalos, yentonces Agnan fue a la básculatemblando una barbaridad, y cuandoacabó se arrojó, llorando, en brazos desu mamá.

Rufo y Clotario quisieron pesarsejuntos para bromear, y mientras el

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médico estaba entretenido riñéndoles,Godofredo le dio una patada a Eudespara vengarse del puñetazo en la nariz.El médico montó en cólera, dijo que yaestaba harto, que si continuábamoshaciendo el tonto nos purgaría a todos, yque más le hubiera valido hacerseabogado, como su padre le aconsejaba.Después, el médico nos hizo sacar lalengua, nos escuchó el pecho con unaparato, nos hizo toser y le regañó aAlcestes por culpa de las migas.

A continuación, el médico nos hizosentar en una mesa, nos dio papel ylápices, y nos dijo:

—Niños, dibujad lo primero que se

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os ocurra, y os advierto que el primeroque haga el payaso recibirá un azote queno se le olvidará.

—¡Inténtelo y llamo a Alberto! —gritó Godofredo.

—¡Dibuja! —gritó el médico.

Nos pusimos al trabajo. Yo dibujé un

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pastel de chocolate; Alcestes, unafabada tolosana. Él mismo me lo dijo,porque no se la reconocía a primeravista. Agnan dibujó el mapa de Franciacon los departamentos y las capitales;Eudes y Majencio dibujaron un cow-boya caballo; Godofredo dibujó un castillocon montones de coches alrededor yescribió: «Mi casa». Clotario no dibujónada porque dijo que no lo habíanavisado y que no había preparado nada.Rufo dibujó a Agnan desnudo y escribió:«Agnan es un niño mimado». Agnan lovio y se echó a llorar, y Eudes gritó:

—¡Señor! ¡Majencio ha copiado!Era fenómeno, hablábamos y lo

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pasábamos en grande, Agnan lloraba,Eudes y Majencio se pegaban, y despuésvinieron las mamás con Alberto.

Cuando nos marchamos, el médicoestaba sentado en el extremo de la mesa,sin decir nada y lanzando grandessuspiros. La señora de blanco le llevabaun vaso de agua y unas píldoras, y elmédico dibujaba revólveres.

¡Este médico está loco!

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La distribución depremios

El director ha dicho que nos veíamarcharnos con montones de emoción yque estaba seguro de quecompartiríamos esa emoción con él, yque nos deseaba que disfrutáramosmucho en vacaciones, porque al regresoya no había que andarse con bromas, quetendríamos que ponernos a trabajar, y ladistribución de premios se terminó.

Había sido una distribución depremios formidable. Habíamos llegadopor la mañana a la escuela, con nuestros

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papás y nuestras mamás, que nos habíanvestido de payasos. Teníamos trajesazules, camisas blancas de tela quebrilla como la corbata verde y roja depapá que mamá le compró a papá y quepapá no lleva para no mancharla. Agnan—¡está loco este Agnan!— llevabaguantes blancos y eso nos hizo reír atodos, salvo a Rufo, que nos dijo que supapá, que es agente de policía, lleva amenudo guantes blancos, y que la cosano tiene nada de divertido. Tambiénteníamos el pelo pegado a la cabeza —yo tengo un remolino— y además lasorejas limpias y las uñas cortadas.Estábamos terribles.

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La distribución de premios lahabíamos esperado con impaciencia miscompañeros y yo. Y no precisamente acausa de los premios; en eso estábamosmás bien preocupados, sino sobre todoporque después de la distribución depremios ya no se va a la escuela y hayvacaciones. Hace días y días que lepregunto a papá en casa si darán prontolas vacaciones, y si debo quedarme en laescuela hasta el último día, porque tengocompañeros que ya se han marchado yeso no es justo, y de todas maneras ya nose hace nada en la escuela y yo estoymuy cansado, y lloro, y papá me diceque me calle, que lo voy a volver loco.

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Ha habido premios para todo elmundo. Agnan, que es el primero de laclase y el ojito derecho de la maestra,tuvo el premio de aritmética, el premiode historia, el premio de geografía, elpremio de gramática, el premio de

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ortografía, el premio de ciencias y elpremio de conducta. Está loco esteAgnan.

Eudes, que es muy fuerte y al que leencanta dar puñetazos en la nariz de loscompañeros, tuvo el premio degimnasia.

Alcestes, un chaval gordo que comesin parar, tuvo el premio de asistencia;eso quiere decir que viene siempre a laescuela, y Alcestes se merece esepremio porque su mamá no lo quiere enla cocina, y si no puede quedarse en lacocina, él prefiere venir a la escuela.

Godofredo, ese que tiene un papámuy rico que le compra todo lo que se le

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antoja, tuvo el premio de buenapresentación, porque siempre va muybien vestido. Hay veces en que llega aclase vestido de cow-boy, de marciano ode mosquetero y está realmentefenómeno. Rufo tuvo el premio dedibujo, porque le regalaron una grancaja de lápices por su cumpleaños.Clotario, que es el último de la clase,tuvo el premio de compañerismo, y yotuve el premio de elocuencia. Mi papáestaba muy contento, pero se quedó algodecepcionado cuando la maestra leexplicó que lo que se recompensaba enmí no era tanto la calidad como lacantidad. Tendré que preguntarle a papá

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qué quiere decir eso.

La maestra también tuvo premios.Cada uno de nosotros le llevamos unregalo que habían comprado nuestrospapás y nuestras mamás. Tuvo catorce

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bolígrafos y ocho polveras, la maestra.Estaba terriblemente contenta: dijo quenunca había tenido tantos, ni siquieraotros años. Y después la maestra nosbesó, nos dijo que teníamos que hacerbien nuestros deberes de vacaciones, serbuenos, obedecer a nuestros papás y anuestras mamás, descansar, mandarletarjetas postales, y se marchó. Salimostodos de la escuela y los papás y lasmamás empezaron a hablar entre sí en laacera. Decían montones de cosas como«El suyo ha trabajado mucho» y «El míoha estado enfermo», y también «Elnuestro es perezoso, es lástima, porquetiene mucha facilidad», y además,

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«Cuando yo tenía la edad de ese cretino,era siempre el primero, pero ahora losniños ya no se interesan por losestudios, la culpa es de la televisión». Ydespués nos acariciaban, nos dabancachetitos en la cabeza y se limpiabanlas manos, a causa de la brillantina.

Todos miraban a Agnan, que llevabamontones de libros en los brazos y una

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corona de laurel en la cabeza, aunque eldirector le había pedido que no sedurmiese en los laureles, sin dudaporque tienen que servir para el añopróximo y no hay que arrugarlos; escomo cuando mamá me pide que no andepor encima de las begonias. El papá deGodofredo ofrecía grandes puros atodos los demás papás, que losguardaban para después, y las mamás sereían mucho contando cosas quehabíamos hecho durante el año y eso nosextrañó, porque cuando hicimos esascosas, las mamás no se reían tanto, eincluso nos dieron unas buenasbofetadas.

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Mis compañeros y yo hablábamos delas cosas terribles que íbamos a haceren vacaciones, y la cosa se estropeócuando Clotario nos dijo que salvaría ala gente que se ahogaba, como habíahecho el año anterior. Yo le dije que eraun mentiroso, porque lo había visto en lapiscina; Clotario no sabe nadar y debeser difícil salvar a alguien haciendo laplancha. Entonces Clotario me dio ungolpe en la cabeza con el libro quehabía recibido por su premio decompañerismo. Eso hizo reír a Rufo y ledi una bofetada y se echó a llorar y sepuso a darle patadas a Eudes.Empezamos a atropellarnos unos a otros;

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lo pasábamos muy bien, pero los papásy las mamás cogieron cada uno alcompañero que les pertenecía y todos semarcharon.

Al ir hacia casa, yo me decía que erafenómeno, que la escuela había acabado,que no habría más lecciones, másdeberes, más castigos, más recreos, yque ahora ya no iba a volver a ver a miscompañeros en montones de meses, queno íbamos a hacer más el payaso juntosy que me iba a encontrar terriblementesolo.

—¿Qué, Nicolás? —me ha dichopapá—. ¿No dices nada? ¡Por finllegaron las famosas vacaciones!

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Yo entonces me eché a llorar y papádijo que iba a volverlo loco.

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RENÉ GOSCINNY (París, 1926-1977).De adolescente estudió en un colegiofrancés en Buenos Aires y luego trabajóen Nueva York en una editorial de librosinfantiles. Aunque tuvo muchasprofesiones, consiguió fama mundialcomo guionista de cómics. Fue

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cofundador y director del semanarioPilote, trabajando con destacadosdibujantes de Bélgica y Francia. Susseries de mayor éxito fueron Lucky Luke(con Maurice de Bévère, Morris, 1955),El pequeño Nicolás (ilustrado por Jean-Jacques Sempé, 1955), Astérix el Galo(con Albert Uderzo, 1959) y El granvisir Iznogud (con Jean Tabary, 1961).