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Bailío Philipp Freiherr von Boeselager Bailío Philipp Freiherr von Boeselager Bailío Philipp Freiherr von Boeselager Bailío Philipp Freiherr von Boeselager LOURDES Y LOURDES Y LOURDES Y LOURDES Y SU SIGNIFICADO SU SIGNIFICADO SU SIGNIFICADO SU SIGNIFICADO PARA LA PARA LA PARA LA PARA LA ORDEN DE MALTA ORDEN DE MALTA ORDEN DE MALTA ORDEN DE MALTA

Lourdes y su significado para la Orden de Malta€¦ · En Lourdes aprendí a entender por qué los mila-gros del Señor son tan escasos. Muchos vivieron los milagros de nuestro Señor,

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Transcripción de la conferencia pronunciada a la Delegación de la Asociación del Suroeste de Alemania

de la Soberana Orden de Militar de Malta

Primavera de 1997

NUESTRA SEÑORA DE FILERMO

En 1988 la Orden de Malta es encomendada a ella durante una celebración eucarística delante de la Gruta de Lourdes y con la promesa de que sería solemnemente renovada cada año.

EDITA: Asamblea Española de la Orden de Malta Autor: Bailío Philipp Freiherr von Boeselager Traductor : Juan-Alejandro Magaz Responsables de la edición: Manuel Fanjul y Almudena Fernández

El tema se puede exponer de una forma más clara, al menos así lo creo, si les hablo del origen de este servicio de la Orden y de la experiencia personal que me llevó a la creación de esta obra.

Esta comunicación sólo puede ser muy personal. Si bien hoy en día no es muy corriente hablar sobre las creencias de cada uno, sin embargo, desvelaré algo que realmente es íntimo.

Dado que ya existen leyendas sobre mis andanzas en Lourdes, comenzaré relatándoles cómo fue en realidad.

Durante la guerra fui Comandante de un Regi-miento a caballo, al cual también pertenecía un médico. Tras la guerra perdimos de vista a los anti-guos oficiales, pero pronto retomamos el contacto.

En la primavera de 1948, hace ya casi 50 años, inesperadamente me escribió el que fuera médico del Regimiento, diciéndome que quería hacer un viaje a Lourdes con su moribunda sobrina, que a su vez era su ahijada. Los padres de la niña, protestan-tes, calificaron de locura este deseo y no lo permitie-ron.

Dado que la niña estaba verdaderamente moribunda y no teniendo otro deseo más que ir a Lourdes, él quería hacer realidad este deseo. Además, siendo él mismo también protestante y al no tener ni idea de Lourdes ni de los usos católicos,

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me pidió que les acompañara a él y su sobrina a Lourdes, dado que se acordaba de que yo era cató-lico.

Sin embargo, este viaje me obligaba a interrumpir mis estudios, que quería terminar en las navidades de 1948, tras seis semestres. Pero no le podía dar excesivas largas al deseo del médico porque se lo había tomado al parecer muy en serio.

Así que finalmente acepté, bajo la condición de que organizara él todo y que sólo me comunicara lo que le debía pagar y en qué andén y qué día les iba a encontrar.

El médico, mientras tanto, se había informado de que existía la posibilidad de ir en el primer tren de peregrinos que salía de Alemania tras la guerra.

Este tren de peregrinos se pudo organizar porque el entonces Obispo de Lourdes, S. E. Theas, de origen alemán, que estuvo con él en el campo de concentración, le había invitado para la fundación del ÿPax ChristiŸ y los franceses habían repartido los pertinentes permisos. Con diez marcos del Imperio en el bolsillo –esta era la cantidad que podíamos llevar– comenzó el viaje.

Me subí en Colonia en el tren proveniente de Oberhausen. Los vagones se distribuían en cuatro clases y sólo un vagón tenía compartimentos de tercera clase; nosotros estábamos en estos últimos,

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es decir, el médico, la enferma y yo en un compartimento. El médico ya subió en Oberhausen con la niña, que estaba tumbada en un colchón de goma y no se movía.

En París, el tren debía parar un día para dar la posibilidad a los peregrinos de visitar la ciudad. Pensamos qué hacer mientras tanto con la niña enferma. Dinero no teníamos para llevarla durante el día al hospital, así que le propuse quedarme con la niña en el compartimento, porque yo había conocido bien la ciudad durante la guerra y no merecía la pena pasearse por ella con diez marcos del Imperio.

El médico sólo debía conseguir una barra de pan y una botella de vino tinto. Y así lo hicimos. Después de que se apearan los peregrinos, el tren lo llevaron a una estación previa y yo me quedé con la niña, algo que apenas se notó. No había comido nada en las últimas veinticuatro horas, sólo unas cuantas gotas de líquido que le suministró el médico con la jeringuilla.

A mediodía vino el médico para saber cómo estábamos y se percató de que la niña se estaba muriendo. œQué hacer? œBajarla y llevarla a un hospital? Le sugerí que esperara. Si muriera sería más fácil para nosotros trasladarla desde Lourdes a su casa en vez de llevarla a algún hospital de París. Así lo hicimos y viajamos durante otras doce horas

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con la niña moribunda hacia Lourdes. Durante la parada en París, por puro aburrimiento, me leí el historial clínico. No sabiendo nada sobre medicina sí que me quedó claro que desde hace muchos años ya estaba encamada. Llegamos a Lourdes de noche y en un abrir y cerrar de ojos entraron unos brancar-diers en nuestro compartimento y se llevaron a nuestra enferma en una camilla. A dónde, no lo sabía. Yo no conseguí la habitación en el hotel que me habían dispuesto –en la otra punta, al borde del Gave– y tras ir y venir me llevaron a un hostal en un pueblo del Pirineo.

Cuando me desperté brillaba el sol, a nuestros pies estaba Lourdes y el día parecía prometedor en esta magnífica región. Me alegraba poder tener unos días tranquilos y recuperarme un poco, pero en ese momento se acercó un taxi con uno señores que dirigían la peregrinación y que venían a recogernos –éramos dos– para llevarnos a Lourdes.

Al separarme del grupo de la peregrinación en el hotel perdí el contacto con la expedición. Así, visité Lourdes durante los siguientes días por mi cuenta, las diferentes iglesias, los santos lugares, la gruta.

Cuando estaba delante de los baños uno de esos días –estos estaban entonces delante de la gruta, allí donde ahora se busca el agua que brota de innume-rables grifos– de repente se abrió la cortina que ha-bía delante de los baños y, en una camilla, sentada, sacaban a ÿmi niñaŸ.

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Tenía un nimbo visible en la cabeza; me quedé petrificado. No podía ser la misma con la que yo había viajado a Lourdes. Estaba sentada en una camilla –moviendo la cabeza y las piernas! Estando todavía petrificado me miró y condujo a los brancar-diers que la llevaban hacia mí. Cuando llegó adonde yo estaba me dijo: «Nos vimos en el tren, usted esta-ba en el asiento de enfrente». Con esto me quedó claro que no estaba loco o borracho. No, esta era «mi niña», y estaba curada.

Los brancardiers también estaban algo alterados y hablaban entre ellos. Entonces se llevaron a la niña al Hospital Asyle, a la hermana Marcelle, en la sala St. Pierre. Ella también se vió embargada por el asombro. Como era mediodía le dió la comida normal a la niña. Carne con zanahorias y guisantes. Yo todavía no salía de mi perplejidad, porque sabía muy bien que hacía mucho tiempo que no comía algo con normalidad.

Estando sentado en la cama se acercó un señor para hablar con la niña. Entonces me preguntó si yo había llevado a la niña a Lourdes. Le conté la historia de cómo me había apuntado al viaje a Lourdes. Más tarde, supe que era el Conde de Beauchamp, el Presidente de la Hospitalidad. Me pidió que al día siguiente me acercara a la oficina de la Hospitalidad y me mostró cómo llegar hasta allí.

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En seguida me puse a buscar en los hoteles al doctor, el tío de la niña, al cual finalmente encontré sentado en la mesa. Cuando le conté que su sobrina se había curado no podía dar crédito. Rápidamente nos fuimos al Asyle. Allí el médico se convenció de la milagrosa curación de su sobrina. Al principio estaba completamente descompuesto.

Yo mismo también estaba tan descompuesto que necesité días y días para poder recuperarme. Mientras tanto, el Presidente de la Hospitalidad se había sincerado conmigo y me había comentado que antes de la Primera Guerra Mundial venían muchos alemanes a Lourdes con muchos ayudantes. En el periodo de entreguerras apenas vinieron peregrina-ciones provenientes de Alemania, ya sea por la pobreza, ya por el mutuo odio. Los milagros siem-pre son una señal, una llamada. Y más para mí, que soy miembro de la Orden de Malta y como tal tengo la obligación, entre otras, del cuidado de nuestros señores los enfermos. El odio entre Francia y Alemania sólo se puede extinguir por la oración en común. La Orden de Malta Alemana debía venir a Lourdes con enfermos. Él quería hacer todo lo posible para ayudarnos a organizarlo. Si tuviera preguntas tenía que hablar con su secretario Monsieur Lebecqu, quien me resolvería cualquier cuestión sobre la organización y los costes.

El día de nuestro regreso de Lourdes, todos los peregrinos, con la niña curada en medio, nos

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dirigimos hacia el Obispo, que vivía en un palacio, más allá de la gruta. El Obispo nos dijo que rezára-mos por la paz en el mundo. La niña curada se levantó de su silla de ruedas y saludó al Obispo, que sabía lo que había ocurrido. Durante el viaje de vuelta iba de vagón en vagón contando su enferme-dad y su curación.

En Lourdes aprendí a entender por qué los mila-gros del Señor son tan escasos. Muchos vivieron los milagros de nuestro Señor, pero sólo María y san Juan estuvieron bajo la cruz dando testimonio de Cristo.

El hombre, y esto me quedó claro en esos días en Lourdes, no está preparado para soportar la plena presencia de Dios. Así como Moisés se transfigura con la zarza ardiente que no se consume, porque si no habría destruido la presencia de Dios, del mismo modo el hombre no está preparado para asumir la intervención de Dios en la diaria labor de la natura-leza.

En el mismo sitio donde ocurriera el milagro se puede permanecer toda la vida de rodillas o intentar que actúe lo sobrehumano, algo que con el milagro se torna en la vivencia humana de cada día y que se tercia a olvidar. Desde esta experiencia de Lourdes, no solamente creo, sino que sé que Dios existe. Estoy seguro. También rezo en Lourdes, cuando me arrodillo junto a los enfermos durante la procesión

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del Santísimo, para que Dios todopoderoso quiera hacer sanar a los enfermos. Sin embargo, siempre deseo que nunca más sea testigo de otro milagro, dado que, como les intento explicar, un milagro casi nos destruye a nosotros, los pobres hombres.

A mi vuelta informé del secreto al Presidente de la Orden de Malta del Rin-Westfalia, el señor Rudolf Twickel, y le pedí permiso para montar un servicio de ayuda a los enfermos entre la Orden y Lourdes, por expreso deseo del Conde Beauchamp. El Presidente me encomendó la misión y al año siguiente viajaron a Lourdes unos cuantos señores, como Johannes Twickel, oriundo de Lambeck, Clemens Westphalen y Dieter Landsberg, para de-jarse orientar e informarse. Al año siguiente, salió la primera pequeña expedición: dos señores y dos ex enfermeras de la Cruz Roja, a saber, Sophie Isenburg y María Groote, con tres enfermos. Año tras año fue creciendo el número de enfermos y de ayudantes, primero con la diócesis de Colonia, luego se unió Trier y poco a poco se fueron uniendo las demás diócesis a los ÿEquipos de ayuda de Malta a los enfermos peregrinos a LourdesŸ.

Partiendo del milagro que viví, enlazo con el significado que tiene Lourdes para nuestra fe y para nuestra obligación de ÿtuitio fideiŸ. En la carta a los Hebreos se circunscribe que ÿla fe es la garantía de las cosas que se esperan, la prueba de aquellas que

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no se venŸ (11, 1). Esto también lo dice el catecismo para mayores.

Todos desde que nacemos somos confiados al milagro de Dios en el Antiguo Testamento, por el hecho de que liberó a su Pueblo de la opresión egipcia destinado a morir de hambre o de sed. Tam-bién conocemos los milagros del Señor por el Nuevo Testamento. Estos milagros surgen para la curación de las personas y atribuidos a Cristo como Hijo de Dios. En la creencia de la cercanía y poder de Dios surge la fuerza de la profesión de fe, la fuerza de la ÿtuitio fideiŸ tal y como se pide desde el Medioevo a los Caballeros de Malta cuando son apresados por los turcos en el campo de batalla. Podían salvar su vida si renunciaban a su fe o traicionaban a la Orden. En este contexto tiene especial relevancia el voto de ÿtuitio fideiŸ, y hasta hoy se ha transferido su razón de ser. Y además por estos motivos históricos los Caballeros de Malta están obligados especial-mente a defender al Papa y al Obispo.

La defensa de la fe o la ÿtuitio fideiŸ es, pues, pilar de la espiritualidad de la Orden de Malta, y para su mejor comprensión quiero exponerles unas reflexiones.

Toda Orden en nuestra Iglesia tiene para sí su propia espiritualidad. En relación con esto, entiendo la espiritualidad como lo que para cada Orden es su imagen de Dios. Los Franciscanos simbolizan un

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Señor sufridor y compadeciente que casi se desplo-ma bajo el peso de los pecados. Los Dominicos muestran un Señor caminante y predicador. Los Sanjuanistas provenían en su mayoría del sur de Italia y Sicilia, dominada por los normandos. Su imagen de Dios era el Pantocrátor, el Todopodero-so, tal y como lo conocemos en muchos ábsides de iglesias de Sicilia y el sur de Italia, pero también del Reichenau, o incluso María Laach.

Estos Pantocrátor también tenían el nimbo de oro en señal de santidad, dado que antiguamente sólo el Gran Rey de Persia podía llevarlo y no se podía imaginar por aquel entonces alguien más poderoso que el Gran Rey Kyrios. Cristo era hijo de Rey, como hijo de este Dios Pantocrátor. De esta conciencia surgen himnos como el Vexilla regis prodeunt (s. VI), o el Salve Regina, del monje Hermann.

Ahora sabemos por los mitos germánicos y normandos que los hijos del rey se tenían que sacri-ficar cuando el pueblo estuviera bajo un gran sufrimiento. Pero el sacrificio tenía que ser volunta-rio para que la divinidad lo aceptara. Más aún, los caballeros de la Orden provenientes de la tradición tuvieron más de cerca, para ver y venerar como Cristo hijo del Rey, su entrega voluntaria al pueblo como Dios Padre. El Pantocrátor se corresponde a aquel Cristo en la cruz con la corona de oro. Es crucificado voluntariamente y yace en la cruz por

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encima de todo, dado que es el vencedor sobre la vida y la muerte.

Al servicio de este héroe se ofrecieron voluntaria-mente los caballeros de la Orden. Cristo dijo: ÿLo que hicierais a mis hermanos me lo hacéis a míŸ, es por eso por lo que llamamos a los enfermos ÿnuestros señoresŸ.

Como dije anteriormente, la defensa de la fe o la ÿtuitio fideiŸ es uno de los puntos cardinales de la espiritualidad de la Orden, junto con el ÿobsequium pauperumŸ, al que me referiré más adelante. En cuanto a la ÿtuitio fideiŸ, es necesario llevar una vida desde la fe; pues, una vida desde la fe significa confiarse a la orientación de Dios. Asumir la volun-tad de Dios, como puede ser una enfermedad terminal, es una dolorosa prueba sobre nuestra fe. Todos sabemos que la fe es una gracia y un regalo de Dios, pero siempre debemos rezar por esta gracia.

Nuestra experiencia humana y mi experiencia personal también nos dicen que la fe se puede experimentar en el marco de nuestra vida terrenal. Dios irá a nuestro encuentro en algún momento y lugar de nuestra vida. Es impensable que creamos hasta el final de una larga vida sin haber sido confir-mada nuestra fe.

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Pero aún así, esta fe no está asegurada sino siempre en peligro. Un peligro doble, externo e interno. La fe se puede enfriar, fallecer lentamente, dejar de estar presente en la persona. Este deceso se puede atajar leyendo libros acordes con la fe. Uno puede sucumbir por una falta de oración o adoptar una actitud pasiva en la Orden de Malta en la que no sólo uno deje de implicarse en actividades de la Orden como el ÿServicio de ayuda de la Orden de MaltaŸ, sino también en la ayuda al enfermo de Lourdes o en las asambleas anuales y tantas otras. La fe puede llegar a ser tan estéril que se recite el Credo de un tirón sólo porque es algo que se nos pide. Con esto uno se siente cumplidamente ortodoxo. Pero de la ortodoxia a una fe práctica en el día a día no hay parangón. Es sólo un pequeño paso hasta la negación de la fe en una conversación cualquiera o hasta las dudas voluntarias de fe. No se está en absoluto en condiciones para defender la fe con ÿtuitio fideiŸ.

Se podría decir sobre esto que un fuerte debate sobre la fe incapacitaría la tolerancia. –O acaso se intentaría convencer a un tercero! La fe que a las personas casi no dice nada, ni se puede defender, ni de la que se puede persuadir. Apenas se conoce la fe de la Iglesia y no se posee un derecho personal como punto de referencia porque nunca se adquirió.

Rezar el Credo de la Iglesia de nuestros días como profesión de fe en la Misa es una costumbre

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bastante tardía (año 511). Antiguamente era cos-tumbre en Roma que el que viniera ÿde fueraŸ a la Iglesia romana recitara el ÿCredoŸ delante de la comunidad para probar su derecho a profesar la fe (el arrianismo y el monofisismo jugaron un impor-tante papel). Para los mismos romanos era más importante la vida desde la fe que el formalismo de la profesión de fe. Era importante despertar una y otra vez la fe, dirigir hacia Dios la vida y vivir como un cristiano. Todos conocemos el pasaje en el que un pagano le dice a un cristiano: ÿFijaos cómo se quierenŸ. Para los cristianos de los primeros siglos los frutos de la fe fueron lo determinante. Muchas veces era el reconocimiento a Cristo, lo cual de vez en cuando llevó al martirio.

Los cristianos de estos primeros siglos sabían, bien por ser testigos, bien por ser sus descendientes directos, de la existencia de Cristo, lo que les hizo estar seguros de su fe. Estaban seguros de que Cristo vivió, que resucitó, que durante su vida hizo milagros, dado que aquellos que se beneficiaron de los milagros aún vivían. Tras su resurrección estaban seguros de que era verdad que Cristo era Hijo de Dios.

Estaban seguros –enlazando poco a poco con Lourdes– de que este hijo de Dios ÿpodía hacer milagrosŸ, porque hizo para sí mismo el milagro más importante: resucitar. Esto fue decisivo. Dejemos

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que este conocido pasaje nos penetre una vez más. Está escrito en el evangelio de san Marcos (16, 5 y ss.): ÿEntraron –se refiere a las mujeres– en el sepul-cro y al ver un joven sentado a la derecha vestido con una túnica blanca, se asustaron. Pero él les dijo: „no os turbéis. El que buscáis, Jesús el Nazareno [...]‰. Ellas salieron huyendo del sepulcro porque se había apoderado de ellas el temor y el espanto y a nadie dijeron nada, porque tenían miedoŸ. Hasta aquí la cita.

œPor qué se asustaron tanto las mujeres? Tenían que haberse alegrado. Es cierto, pero œpor qué fueron al sepulcro? œPor qué nosotros vamos de vez en cuando al cementerio? Todos queremos despe-dirnos otra vez, comunicarnos de manera intensa una vez más con los muertos, pensar que están vivos, pues todo esto consuela a las personas. En este contexto fueron las mujeres al sepulcro del Señor. Pero su intención no fue correspondida de cualquier forma. No pudieron despedirse en la tranquilidad del cementerio y encontrar la paz, sino que lo que les iba a ocurrir las exaltaría al máximo. Una aparición les dice: ÿœA quién buscáis? Ha resu-citadoŸ. Esto superó sus expectativas, su esperanza, porque quebrantó su intención por la que fueron al cementerio. Rompió cualquier experiencia humana ulterior, porque era verdad lo que oyeron, así que no se trataba de una despedida sino que la esperanza era cierta: Él, a pesar de todo, seguía ardiendo en los

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corazones. Esta era: –No puede haber un fin con Jesús, es y será el Hijo de Dios!

Pero estas mujeres que todos los días estaban alrededor de Jesús realmente no se lo creían. Ya no –tras la crucifixión– lo tenían vivo entre ellas. Sin embargo, temblorosamente resurge esta fe. Su fe siempre tuvo algo de razonable y nuestra fe ha de tener siempre algo de razonable. Pero con Dios fina-liza nuestra limitada razón. Cuando nosotros nos adentramos en Él y lo admitimos, debemos saber que eso no tiene nada que ver con la razón. Quizás nos demos cuenta por el amor de nuestros padres, quizás por un sentimiento de seguridad, o quizás, como fue mi caso, por una señal de Dios. Pero la fe no tiene nada que ver con la certidumbre y la razón.

œPero estamos realmente preparados para llevar nuestra fe hasta el punto en el que puede ser real el poder de Dios y sus acciones milagrosas? œPuede ser que no sólo sea para nosotros una cuestión de fe sino una verdadera posibilidad?

Como verán, esta pregunta nos orienta hacia Lourdes, llega hasta lo profundo de Lourdes. Me acuerdo de otro pasaje del evangelio que en Lourdes siempre me inquieta. Se trata de la cura de un para-lítico en el evangelio de san Mateo (9, 2): ÿSubió Jesús a una barca, pasó a la orilla y fue a su ciudad. De pronto le llevan a un paralítico, tendido en la camilla. Al ver Jesús su fe, dijo al paralítico:

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„Confía, hijo, tus pecados te son perdonados‰Ÿ. En esta curación no se refiere a la fe del paralítico sino a la de los camilleros. œCuál es esa fe que le ayudó a sanar? –Acaso es nuestra fe cotidiana la que nos ha revelado Dios!

No, es otra dimensión de fe, es el entendimiento del poder de Dios, de un poder sobrenatural de Dios, que por Cristo y en Cristo hace romper las leyes naturales y como un rayo ilumina el mundo natural de Dios todopoderoso, dejando sin fuerza ese mundo natural para sobrepasarlo por un momento y en un lugar determinado.

Esta es una fe que se tiene y se pide como lo hizo el señor Longuet, jefe de las piscinas, ya fallecido hace mucho tiempo y amigo mío, cuando decía: ÿSe dice muchas veces que en Lourdes no se obran muchos milagros. œCreemos que pueden ocurrir? œHacemos penitencia aquí para la sanación de los enfermos?Ÿ.

Los milagros se dan también sin los ruegos de las personas. Pero nosotros podemos exigirlos o, peor aún, impedirlos. Ciertamente, los hombres podemos impedir a Dios que obre milagros. Esto es una cosa increíble e inconcebible, pero en las Escrituras ya se dice: ÿY no pudo hacer allí (Nazaret) milagro al-guno, a no ser que curó algunos enfermos impo-niéndoles las manos. Y se maravillaba de su incre-dulidadŸ (Mc 6, 5-6). O mismamente el pasaje:

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ÿMas Jesús les dijo: „Sólo en su patria y en su casa es menospreciado el profeta‰. Y no hizo allí mu-chos milagros por su incredulidadŸ (Mt 13, 56-57).

œQué es esto respecto a nuestra fe? Como hemos visto anteriormente, en Lourdes se ensalza verdade-ramente nuestra fe. El poseedor de la fe no se limita al rezo del Credo, sino que es una fe viva, porque posibilita un contacto personal con Dios. Es decir, una fe que ruega y espera que el enfermo de al lado se levante. Una fe que, de vez en cuando y a pesar de todo, crea que esto es posible.

Aquel que está sin esperanza cerca del enfermo y se arrodille junto a él sin fe cuando pasa el Santísi-mo en procesión debe plantearse si de verdad puede ir a Lourdes, mejor dicho permitir que venga, o si por su falta de fe imposibilita un milagro.

Por este motivo exigimos que a largo plazo y en este contexto sólo viajen a Lourdes creyentes. Nosotros los miembros de la Orden de Malta cargamos con toda la responsabilidad de la fe de nuestros equipos. Debemos dejarlo claro para los equipos y rezar conjuntamente con el equipo por una fe como esta. Si no, quizás el pasaje menciona-do deberíamos aplicárnoslo: ÿY no hizo allí muchos milagros por su incredulidadŸ.

Me temo que les he infundido algo de miedo. Pero debe ser un temor sano. Sano porque nunca es tarde para la fe, sano porque creer es un don, un

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regalo. Pero los regalos no caen del cielo, sino que hay que rogar por ellos. Quizás debamos, al comien-zo de las peregrinaciones, rezar por la fe nuestra y la de todo nuestro equipo.

La ÿtuitio fideiŸ, la defensa de la fe, en nuestros días tiene poco que ver con las armas, pero mucho con nuestra propia falta de fe, en nuestra indiferen-cia hacia nuestra fallecida fe que nada mueve y nada cree posible. Quizás tengamos miedo a veces a que algo se mueva, nos puede absorber la fe.

Ser miembro de la Orden de Malta también quiere decir ser Señor, mucho más que en otras Łrdenes. Esto tiene algo que ver con la soledad y la responsabilidad personal. Seamos pues también conscientes y responsables de la fe de nuestros equi-pos. En Lourdes esto va más allá del buen cuidado de nuestros enfermos. Si estos son nuestros señores, ÿnuestros señores los enfermosŸ, entonces sólo es posible esta visión desde la fe: una fe con gran cora-zón como la han preservado durante siglos y siglos nuestros antepasados.

La segunda obligación de la Orden, la ÿobsequium pauperumŸ, el cuidado de los enfermos, de los pobres, se aprende y se prueba muy bien en el conjunto de nuestros equipos. Este significado se atribuye a la Regla de la Orden en la promesa de ayuda a los enfermos, mencionada en el ceremonial de admisión de 1290, en el que el Gran Maestre

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dice al neófito las siguientes palabras: ÿY daréis otra promesa que no la hace nadie; os comprometéis a ser servidor y esclavo de nuestros señores los enfer-mosŸ.

A los voluntarios de la Orden de Malta que viajen con nuestros equipos a Lourdes debe exigírseles que respeten el objetivo religioso de la peregrina-ción, y de los Caballeros de la Orden se espera que se trate de una fundada motivación religiosa.

Con lo cual es evidente la importancia de hasta qué punto está en condiciones la conciencia indivi-dual, porque Cristo está presente como tercera persona en esta relación entre el enfermo y el ayu-dante y su presencia con el enfermo se determina en la misma. ÿLo que hiciereis a mis hermanos me lo hacéis a míŸ.

Nikolaus Lobkowitz lo formuló una vez de este modo: ÿEl servicio de los cristianos creyentes es real, porque saben que sus pequeñas e insignificantes acciones son una pequeña contribución a la respues-ta del amado Dios. Nuestros enfermos, nuestra caridad tienen su razón de ser en última instancia en que no tienen por objeto al prójimo y para el cual dedican su ayuda, sino que es Dios mismo, porque en la ayuda diaria a los enfermos recalcamos ese amor a DiosŸ.

Por el contrario, el enfermo experimenta su dignidad humana en que como representante de

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Cristo rechaza el servicio del ayudante. Este último ÿganará un trozo de gloria celestialŸ, tal y como se dice en un antiguo manual de ayuda al enfermo de la Orden.

La profunda visión de presencia de Cristo en los enfermos, lo que se conoce en la tradición de la Orden como nuestros señores, descrito como ÿnuestros señores los enfermosŸ, se define en nuestro servicio en Lourdes. Esto se traduce en un culto a nuestros señores, el cual se manifiesta en los enfermos. Esto se llevó a la máxima expresión en Malta, en donde el Gran Maestre sirve el alimento a los enfermos con el mismo ceremonial que los Caballeros de la Orden. A esto le prestamos especial atención en Lourdes en cuanto a que las mesas de los enfermos estén bien dispuestas y siempre tengan una decoración floral. Vestimos las mesas como si les recibiéramos en nuestras propias casas.

Cumplimos así también un requerimiento del papa Pío XII, que dijo en su misiva a los miembros de la Orden de Malta en 1941: ÿNo os deis por satisfechos con sólo ayudar a los enfermos con vuestra voluntaria generosidad. No, debéis amarles y en primer lugar acompañarles en el temor a nuestro Rey en común, encontrándoles y sirviéndolesŸ.

El deseo por hacer realidad este ruego del Santo Padre y la vieja tradición de la Orden, así como la regla de ayuda a los enfermos de la Orden de Malta

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(incluso el Gran Maestre cuidaba personalmente a los enfermos en Malta) llevó a los Caballeros de la Orden hasta Lourdes. Allí podemos integrarnos en un equipo con nuestros servicios, bajo la dirección de experimentados cuidadores de enfermos, sin que se nos exija demasiado; allí podemos aprender cómo tratar a los enfermos.

Más allá de esto, Lourdes nos lleva a un compro-miso social que llega a mucha gente joven, nos lleva, por medio del cuidado de los enfermos al que no estamos acostumbrados, a un nuevo conocimiento de la Iglesia; frecuentemente a una nueva reintegra-ción en la Iglesia de manera discreta. En Lourdes nadie puede dejar de hacerse la pregunta sobre la razón de la vida. Esto lleva a que en muchos casos se vuelva a la fe. Esto se nota más allá de Lourdes: aquí en la gruta, el cielo y la tierra se tocan, es por ello por lo que con la aparición de la Madre de Dios se santificara esta parte de la Tierra. En la gruta se reza, se puede aprender a rezar.

Junto con el compromiso externo de los Caballe-ros de la Orden con la ÿtuitio fídeiŸ y el ÿobsequium pauperumŸ, la Orden tiene también sus obligaciones internas con respecto a sus propios miembros. Esto es, el cuidado por la ÿsantificación de sus miem-brosŸ, tal y como se menciona en la Constitución de la Orden.

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La santificación de las personas establece de antemano el contacto con Dios por medio de la oración, es decir, la oración en todas sus formas. El servicio a los enfermos es una oración cuando lo tratamos de la manera que es debido en este contex-to. También es oración cuando por la noche, tras un día agotador de servicio en Lourdes, se va uno a la gruta y le dice a la Virgen: ÿAdsumŸ, aquí estoy. He venido aquí para estar contigo.

Cuando con esta actitud se está ante la gruta –a pesar del sueño– tras haberse ido del agradable ambiente de la cafetería, estamos rezando. Basta con el silencio, basta con vaciarse. Dios nos dirá lo que quiere de nosotros. Permítanme que les ponga un ejemplo. Me llevaba muy bien con mi padre. Cuando por un accidente se quedó parapléjico, iba a visitarle a ser posible un par de veces por semana. Cuando llegaba, primero respondíamos a nuestras recíprocas preguntas y luego cogíamos nuestro libro y leíamos. Ya no era importante hablar entre nosotros. Lo importante es que estaba allí para él, que me había tomado mi tiempo para él.

Hay que tomarse tiempo para rezar, para estar con Dios aquí; porque seguro que tiene algo que preguntar a los hombres y los hombres a Él. Para oír si Dios quiere preguntarme algo hace falta silenciar-se, y el cansancio de la noche fomenta este silencio. Con este silencio aprendemos a rezar. Lourdes es,

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como ya dije, una escuela de oración. Junto a este tipo de oración que consiste en un simple ÿadsumŸ, Señor, aquí estoy, en Lourdes debemos sin falta intentar aprender a ÿrezar el RosarioŸ, tal y como lo deseara la Madre de Dios. El rosario goza de mala fama por simple y esquemático. Es verdad, es simple y contiene en su credo toda la fe de los cristianos que se contempla en las quince letanías. Quiero sin embargo reprochar seriamente a los que dicen que rezar el rosario es esquemático. Las letanías con los Ave María deben representar un espacio de tiempo en el que se contemplan los misterios o se exponen especialmente los deseos a la Virgen.

Se pueden exponer dos ejemplos: œacaso no tenemos miedo cuando nos enfrentamos a una deci-sión difícil, una separación, una visita al médico? œNo tiene esto algo que ver con los misterios doloro-sos del Rosario, rezando por la letanía ÿEl que sudó sangre por nosotrosŸ, poniéndolo en boca del Señor, quien en el Monte de los Olivos por miedo a su sufrimiento sudara sangre? œO no tiene que ver esto con rezar por la humildad, cuando decimos: ÿel que fue coronado con espinasŸ? œAcaso el Señor no fue coronado con espinas por nuestro orgullo? Sobre esto les podría dar muchos ejemplos.

Una vez que se ha aprendido el Rosario se puede rezar en el coche, en el puesto de caza o en cualquier sitio. Les he intentado exponer hasta qué punto Lourdes puede ayudar a los de la Orden a

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cumplir con las obligaciones de la Orden y cuántas otras ayudas puede dar Lourdes. Además se integra a los jóvenes que singularmente se sienten atraídos por las obligaciones de la Orden y que cumplen junto con los caballeros. Lourdes enseña a todos ellos cómo se pueden cumplir estas obligaciones con la ayuda de la Virgen.

Permítanme, para finalizar, decirles algo sobre el significado de Lourdes para toda la Orden. Unos años después de la creación de los ÿEquipos de ayuda de Malta a los enfermos peregrinos a LourdesŸ, el entonces Obispo de Meissen, Spülbeck, pidió expresamente a nuestro Presidente, el Barón Twickel, montar una organización católica de la Cruz Roja, porque la Cruz Roja Alemana de la RDA se había convertido en muy ateísta. En Lourdes ya tuvimos la experiencia de un servicio de ayuda de la Orden de Malta con los irlandeses, y de este modo los presidentes propusieron en el Soberano Consejo a Maxton Eltz, quien ya en numerosas ocasiones peregrinara con equipos a Lourdes, para encomen-darle que montara un servicio como este en Alemania. Tras estudiar juntos detenidamente la organización irlandesa, en Colonia empezó muy lentamente la creación del MHD (Servicio de ayuda de la Orden de Malta), bajo la dirección del ya falle-cido hermano de la Orden Georg Truszczcinsky. Con la Revolución Húngara, en el invierno de 1956-1957, se tuvo la oportunidad de poner a prueba la

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experiencia que se adquirió en Lourdes. Con los experimentados equipos de Lourdes, se pudo ayudar a los refugiados húngaros que cruzaban la frontera austríaca con niños y con lo puesto en las gélidas noches. En Viena se instaló una oficina de ayuda húngara bajo la dirección de Paula Salmo. Los equipos de señoras se encargaban de las mujeres y niños en los cuarteles de los rusos de Eisenstadt y por las noches los hombres aguardaban durante semanas a los refugiados en el lago Neusiedler.

Fue la primera gran misión de la Orden de Malta y que también –no sin algunas molestias– fue reconocida oficialmente por el Gobierno de la Orden. También miembros de la Orden de otros países participaron voluntariamente y aprendieron de esta forma de trabajo en la que estaba envuelto el ÿServicio de Ayuda de la Orden de MaltaŸ.

Cuando en el año 1958 se acercaba el centenario de las Apariciones de la Virgen en Lourdes, propuse al Gobierno de la Orden realizar por primera vez una peregrinación con enfermos con todas las asociaciones europeas y americanas. Y así se hizo. En 1958, los miembros de las asociaciones naciona-les cuidaron por primera vez de sus enfermos en Lourdes. Desde entonces tiene lugar cada año una gran peregrinación a Lourdes a principios de mayo.

Estructuras análogas al Servicio de Ayuda de la Orden de Malta se han montado en estos últimos

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años en 20 países europeos, incluso en Europa del Este. Bajo la dirección de los Caballeros de la Orden y del Hospitalario de la Orden existe una unidad de catástrofes internacional, que tiene capacidad de ayuda por todo el mundo para hacer realidad el ÿobsequium pauperumŸ.

En Lourdes, hace 50 años la Orden reencontró sus fuentes en el cuidado personal de los enfermos y en la ÿtuitio fideiŸ. Deseemos que la Virgen nos dé fuerza para superar los problemas de hoy en día. Tal y como la Iglesia está ÿsemper reformandaŸ, esto también es válido para nuestra Orden.

Permítanme terminar con unas palabras del libro del Cardenal Suenens sobre el rey Balduino, que bien podrían estar destinadas a ustedes como miembros de la Orden de Malta: ÿDios tiene un sueño que quiere hacer realidad en ti, contigo y por ti. Os ha confiado este encargo y os ha regalado a cambio su gracia –no en demasía sino para darla– para hacer realidad este encargoŸ. Los Caballeros de la Orden rezaban en la Edad Media por la interce-sión de María ÿTu adestoŸ (Estate aquí). Este también es nuestro ruego: «Estate tú también ahora y a la hora de nuestra muerte».

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ORACIŁN DE LA ORDEN DE MALTAORACIŁN DE LA ORDEN DE MALTAORACIŁN DE LA ORDEN DE MALTAORACIŁN DE LA ORDEN DE MALTA

Señor Jesús, que te has dignado hacerme miembro de la Orden San Juan de Jerusalén, te suplico humildemente, por intercesión de la Santísi-ma Virgen María de Filermo, de San Juan Bautista, del Beato Gerardo y de todos los Santos y Beatos de nuestra Orden, que, con tu gracia me ayudes a permanecer fiel a las sagradas tradiciones de nuestra Orden, para que:

Practique con firmeza la Religión Católica, Apos-tólica, Romana y la defienda valientemente contra la impiedad.

Ejerza con diligencia la caridad hacia el prójimo y de manera especial hacia los pobres y los enfermos.

Concédeme las virtudes necesarias para poder cumplir, según el Espíritu del Evangelio, con ánimo desinteresado y enteramente cristiano, estas santas aspiraciones, para la mayor Gloria de Dios, la paz del mundo y el provecho de nuestra Orden.

Amén.

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PLEGARIA DEL PERSONAL SANITARIOPLEGARIA DEL PERSONAL SANITARIOPLEGARIA DEL PERSONAL SANITARIOPLEGARIA DEL PERSONAL SANITARIO (Compuesta por S. E. Mons. G. B. Montini)

Señor, que sabes que mi deber es asistir a los enfermos, haz que los sirva no solamente con las manos, sino sobre todo con el corazón; haz que los ame.

Señor, que has tenido piedad de todos los sufri-mientos humanos, haz que sea fuerte mi espíritu, seguro mi brazo para curar a los enfermos, para atender a los heridos, para sostener a los agobiados y a los moribundos; pero conserva sensible mi ánimo de cara al dolor de los demás, atenta mi palabra, dulce mi trato, paciente mi atención.

Señor, que has creado la naturaleza humana compuesta de alma y cuerpo, haz que respete los dos, enséñame a consolar el alma afligida curando el cuerpo enfermo.

Señor, que has afirmado como hecho a ti mismo el bien hecho a los que sufren, haz que te vea en ellos y a ellos en ti.

Señor, que has prometido no dejar sin recompen-sa al que da tan sólo un vaso de agua por tu amor; bendice y haz fecundo, como sólo tú puedes ha-cerlo, este trabajo que deseo realizar con piedad y amor.

Y tú, María, consoladora de los afligidos y salud de los enfermos, sé para ti prudente maestra y madre benigna.

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el viernes 23 de abril de 2010, memoria litúrgica de san Jorge