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Louys Pierre - La Mujer Y El MuÒeco

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  • LLAA MMUUJJEERR

    YY EELL MMUUEECCOO

    Pierre Lous

  • ISBN: 84-7591-050-1

  • NDICE

    PIERRE LOUYS Por V. Blasco Ibaez ............................................................... 5

    I De cmo una palabra escrita en un cascarn de huevo desempe

    alternativamente el papel de dos esquelas de amor. .............................. 21

    II Donde el lector conoce los diminutivos del espaol nombre de

    Concepcin. ................................................................................................. 28

    III De cmo y por qu razones no acudi Andrs a la cita de Concha

    Prez. ............................................................................................................ 32

    IV Aparicin de una morenilla en un paisaje polar. ...................................... 43

    V Donde la misma persona reaparece en un fondo ms conocido. ............. 52

    VI Donde Conchita se manifiesta, se reserva y desaparece. ......................... 60

    VII Donde una cabellera negra pone un adorno final a este captulo. ........ 71

    VIII Donde el lector empieza a comprender quin es el mueco de esta

    historia. ........................................................................................................ 77

    IX Donde Concha Prez experimenta su tercera metamorfosis. .................. 86

    X Donde Mateo asiste a un espectculo inesperado. ..................................... 91

    XI Donde todo parece explicarse. .................................................................... 99

    XII Escena tras la cancela. ............................................................................... 106

    XIII Donde Mateo recibe una visita, y lo que sigue despus. ..................... 112

    XIV Donde Concha cambia de vida, pero no de genio. .............................. 117

    XV Que es eplogo y tambin moraleja de esta historia. ............................. 123

  • PRLOGO

  • PIERRE LOUYS

    Por V. Blasco Ibez

    En 1894, un joven escritor, conocido solamente en algunos cenculos

    literarios, present el manuscrito de una novela al directo de LEcho de

    Paris.

    La fortuna heredada de sus padres le permita satisfacer sus gustos

    de artista, emprendiendo frecuentes viajes.

    Despus de ofrecer la obra, parti para Sevilla, donde deseaba

    permanecer algn tiempo.

    La novela tena por ttulo AFRODITA (Costumbres antiguas), y el

    nombre de su autor era Pierre Lous.

    El encargado de los folletones en LEcho de Paris rechaz la novela,

    juzgndola poco interesante y falta de actualidad. Este juicio no

    sorprendi a su autor. Meses antes la haban rechazado igualmente en

    la Revue Blanche.

    Y sigui viviendo en su amada Sevilla

    * * *

    Pierre Lous naci en Pars durante el sito de 1870, el 10 de

    diciembre, da triste que los hermanos Goncourt mencionan aparte en

    su Diario al anotar las angustias del pueblo parisiense, llegado, en

    su deseo de resistir a la invasin prusiana, a los ltimos tormentos del

    hambre y del fro.

  • Como dice Ernesto Gaubert, bigrafo del novelista, el duro Ares

    presidi, en la angustia de la derrota, los primeros vagidos del que

    haba de ser el poeta de Afrodita.

    Su familia dio, a finales del siglo XVIII, varios personajes clebres.

    Su bisabuela Luisa Junot era hermana del mariscal Junot, duque de

    Abrantes, compaero de Bonaparte y hroe de las batallas de Nazaret

    y de Austerlitz. Otro bisabuelo suyo fue el clebre mdico Sabatier,

    miembro fundador del Instituto de Francia en 1795 y cirujano de

    Napolen. Adems, uno de sus tos haba entrado por su matrimonio

    en la familia de Vctor Hugo.

    Los primeros estudios los hizo en la Escuela Alsaciana, famoso

    colegio de Pars adonde envan sus hijos todos los protestantes ricos;

    pero el joven Lous no guard de esta institucin un afectuoso

    recuerdo. Despus de terminar su bachillerato asisti con

    intermitencias a los cursos de la Sorbona, pero el entusiasmo por la

    literatura le apart muy pronto de los estudios regulares. A los

    diecinueve aos fue presentado a Leconte de Lisle, y en su casa

    conoci a muchos escritores que formaban una especie de corte en

    torno del ilustre autor de las Odas brbaras. Esto hizo que abandonase

    definitivamente las enseanzas universitarias, para no seguir en

    adelante ms que los consejos de los poetas.

    A los veinte aos fund una revista con el ttulo de La Conque,

    curiosa publicacin de gran lujo, de la que slo se tiraban cien

    ejemplares. Su fortuna le permita estos refinamientos de dilettante.

    Cada nmero llevaba al frente un poema indito firmado por un

    apellido ilustre. Y as fueron apareciendo por primera vez en la rara

    publicacin dirigida por Pierre Lous poesas que hoy son clebres de

    Leconte de Lisle, Jos Mara de Heredia, Estfano Mallarm,

    Swinburne, Paul Verlaine, Juan Moreas, Len Dierx y Judith Gautier.

    A la sombra de estos autores famosos deslizaron en La Conque sus

    versos de principiante muchos jvenes que han firmado luego su

  • nombre en las letras o desparecieron repentinamente, sin dejar otro

    rastro de su talento.

    Pierre Lous slo firmaba sus trabajos con iniciales o con un

    seudnimo. No tena confianza en sus primeras obras, y evitaba dar

    su nombre aun en una revista que slo lean unos cuantos iniciados.

    Sin embargo, sus amigos le decidieron a reunir algunos poemas en un

    pequeo volumen que titul Astart. Esta coleccin de versos y cuatro

    cuadernitos en prosa fue todo lo que public en 1893 y 1894. Hay que

    aadir que estas obras fueron tiradas a cien ejemplares para obsequiar

    a los amigos. As empez su carrera literaria el autor de Afrodita, libro

    traducido a todos los idiomas y del que se han vendido centenares de

    miles de volmenes.

    Aparte de estos pequeos trabajos, tradujo del griego las poesas de

    Meleagro, que gracias a l fueron conocidas en Francia, y public

    sueltas de las primeras Canciones de Bilitis. Adems, vivi en Argelia,

    atrado por el encanto del ambiente de frica, y fue por dos veces a

    Bayreuth para asistir a las representaciones de las obras de Wagner,

    enseanza artstica que influenci profundamente su espritu. Con

    una labor silenciosa, sin pensar en el pblico ni en la gloria,

    obedeciendo a una necesidad intelectual, iba adems escribiendo una

    novela de la que no hablaba a nadie: Afrodita. Ya hemos dicho cmo

    vio desechado por dos veces el manuscrito de esta obra.

    * * *

    Al volver a Sevilla public Afrodita en el Mercurio de Francia. La

    novela fue apareciendo como folletn mensual a partir de agosto de

    1895. Nadie fij su atencin en ella. En marzo de 1896, el mismo

    Mercurio de Francia la public en volumen en la coleccin de sus libros.

    Igual silencio.

  • Pierre Lous hizo la edicin de la novela por su cuenta, pagando

    todos los gastos de impresin; y como estaba persuadido de que estas

    resurrecciones de la vida antigua slo podan interesar a un pblico

    poco numeroso, dispuso que la tirada fuese lo ms restringida que se

    acostumbra en las novelas: mil ejemplares. No hizo propaganda

    alguna; se abstuvo de anuncios, por considerarlos intiles.

    Transcurrieron tres semanas sin que ningn peridico dedicase al

    libro un par de lneas. El autor no poda soar con una nueva edicin.

    Pero de pronto, como un trompetazo triunfal, reson la voz de un

    poeta, Francisco Coppe, que no conoca al autor de Afrodita, y que

    con un artculo inesperado y espontneo atrajo la atencin del pblico

    sobre esta obra maestra.

    El nombre de Pierre Lous se hizo clebre y popular en unos

    cuantos das. Hubo que reimprimir el libro a toda prisa, para

    satisfacer la vida curiosidad del pblico.

    Afrodita representa tal vez el xito de librera ms fulminante y

    completo de nuestra poca. El autor, que tiraba sus primeras obras a

    cien ejemplares, vio venderse de su novela en poco tiempo 125.000

    volmenes. Se hicieron de Afrodita dos ediciones de gran lujo, dos

    ediciones ilustradas, tres dramas, uno en Francia, otro en Austria, otro

    en Rusia, y cuatro libretos de pera. Actualmente, en la pera Cmica

    de Pars, una de las obras de repertorio que reaparece en el cartel

    todos los aos, invariablemente, es Afrodita, arreglo musical de la

    novela de Pierre Lous.

    Despus de este xito rpido y deslumbrador, el novelista poeta

    sigui su vida de viajes, como si huyese de los halagos y las

    obligaciones de la gloria. Visit tres veces Italia; vivi tres largas

    temporadas en Sevilla, escribiendo all su novela espaola La Femme et

    le Pantin, LA MUJER Y EL MUECO; pas dos inviernos en El Cairo,

    remontando el Nilo hasta Filoe, que no haba sido an inundado por

  • las aguas devastadores; volvi cuatro veces a Argelia, atrado por su

    amor a la tierra africana, instalndose sucesivamente en Constantina,

    Msila, Biskra y BonSaada. Sus compaeros de letras le vean de

    tarde en tarde, como si fuese un colega extranjero. El autor dramtico

    Henri Bataille dijo de l que se le encontraba en Pars como de visita.

    En 1899 se cas con Luisa de Heredia, la hija menor del gran poeta

    Jos Mara de Heredia, que haba sido durante diez aos el gua y el

    maestro de Pierre Lous.

    Nuestro pblico conoce la gloria literaria, pero no la fisonoma

    espiritual de este gran poeta de origen espaol.

    Hijo de un cubano y de una francesa, Heredia, que alcanz en Pars

    la ms pura celebridad, fue siempre un poeta espaol. Hablaba con

    orgullo de sus abuelos andaluces, hroes de la Conquista, que

    fundaron Cartagena de las Indias, y lo mejor de su lira fue para las

    grandes empresas de la colonizacin hispanoamericana.

    Su soneto inmortal a los navegantes espaoles del descubrimiento,

    su poema sobre la conquista del Per, su magnfico prlogo a la

    Historia de Bernal Daz del Castillo, sus traducciones de varios libros

    espaoles, deben unir el agradecimiento a nuestra admiracin.

    Gracias a l conocen en Francia toda la grandeza de la conquista de

    Amrica, tan falseada y calumniada por ciertos escritores del siglo

    XVIII.

    Este gran poeta francs con aspecto y arrogancias de viejo hidalgo

    mostraba en su vida particular la grandilocuencia, el orgullo pueril y

    las hiprboles de algunos de nuestros autores del perodo romntico.

    Muchas de las ancdotas de su vida que repiten los literatos franceses,

    recuerdan las de nuestro don Manuel Fernndez y Gonzlez.

    Al admirar a los grandes poetas espaoles del siglo de oro,

    Heredia deca, como si hiciese su mayor elogio:

  • Me adivinaron. Leyndolos, encuentro muchos versos que son

    mos.

    Un da, en la Academia Francesa, despus de una sesin, el

    historiador Gastn Boissier hablaba con sus compares de la inutilidad

    del esfuerzo literario y de la inseguridad de la gloria.

    Quin de nosotros pregunta melanclicamente puede

    asegurar que su nombre ser inmortal?

    Yo dijo modestamente el autor de Los trofeos.

    Estando de veraneo en el castillo de unos amigos, una de sus hijas le

    anunci su llegada. El cochero que haba de recogerla en la inmediata

    estacin le pidi las seas de la viajera.

    No hay error posible dijo el poeta. La ms hermosa de todas

    las que vengan en el tren, sa es mi hija.

    Esta vez la afirmacin de Heredia no era del todo hiperblica. Sus

    hijas reunan en su juventud la belleza cubana, la gracia espaola y la

    distincin francesa. El mismo poeta, a pesar de que estaba afligido por

    varios defectos fsicos, era un hermoso tipo de hombre.

    Sus tres hijas encontraron sus maridos en la juventud literaria que

    rodeaba al gran poeta. La mayor se cas con Henri de Regnier, y es la

    novelista que firma sus obras con el seudnimo Gerard dUrbille. La

    segunda es la esposa del acadmico Ren Doumic, director de la Revue

    des Deux Mondes. La tercera fue Madame Pierre Lous.

    Peros este matrimonio bendecido por la literatura no prosper ni

    fructific; y despus de unos aos de amor turbados con frecuencia

    por la falta de acuerdo, el padre de Afrodita y la hija del poeta se

    divorciaron.

    * * *

  • Delgado, bastante alto, rubio dice Ernesto Gaubert, con ojos

    claros que revelan la perfecta lealtad de sus sentimientos y de su vida,

    muy digno en sus ademanes, que en determinados momentos tienen

    algo de altivo, Pierre Lous inspira simpata desde el primer

    momento que se le ve. Su elegancia sobria y natural hace recordar a

    ciertos retratos del siglo XVIII, as como su sonrisa evoca los rostros

    pintados por Van Dyck.

    Desdeoso con los medios de publicidad tan buscados por otros,

    Pierre Lous, que no ha solicitado la fama, sigue siendo, despus del

    gran xito de sus libros, el hombre simple, el biblifilo apasionado, el

    literato exquisito que era en su primera juventud. No tiene ninguno

    de los defectos particulares del escritor profesional. Se le ve raramente

    en las fiestas de Pars. Nadie como l siente el deseo de pasar

    inadvertido entre la muchedumbre.

    Cuando est en Pars, vive aparte, en su hotel particular de la calle

    de Boulainvilliers, con sus amadas colecciones de libros preciosos y de

    objetos artsticos, y slo admite las visitas de amigos bien escogidos.

    En torno de l, las estatuas, las flores, la biblioteca llena de libros

    raros, forman un ambiente placentero y dulce. Entre el humo del

    tabaco oriental, moviendo con suavidad la mecedora que le sirve

    habitualmente de asiento y hojeando sus preciosos volmenes,

    imagina para sus obras intrigas voluptuosas o trgicas y deja que su

    ensueo evoque los fantasmas del pasado. En sus armarios dormitan

    maravillosas colecciones de estampas japonesas.

    Y rodeado de esta decoracin propicia, compone, con la pereza

    feliz de Ovidio, las novelas que le gustan, y su estilo impecable da a

    sus menores escritos la seguridad de vivir mucho tiempo en la

    memoria de los hombres.

    * * *

  • Ya hemos dicho que empez dndose a conocer como poeta con su

    volumen Astart. Despus ha escrito muchos versos, especialmente

    sonetos, en los que se funden las cualidades especiales de las dos

    escuelas de su poca juvenil: el Parnasismo y el Simbolismo. Su soneto

    ms clebre es el titulado La sombra; pero yo conozco otro, A Sevilla,

    escrito por Pierre Lous en un lbum, que me parece maravilloso.

    De toda su obra potica, lo ms popular es las Canciones de Bilitis,

    una mixtificacin literaria de este solitario, que se goza algunas

    veces en engaar al pblico con su gran talento y en poner en ridculo

    a los crticos.

    Bilitis, poetisa griega, compaera de Safo, es simplemente Pierre

    Lous. ste public sus Canciones de Bilitis como poemas griegos que

    pretenda haber descubierto y traducido por primera vez. La

    imitacin era tan perfecta, las canciones denotaban tan real y absoluto

    conocimiento de las costumbre y del lirismo de la Hlade, que muchos

    universitarios mordieron el anzuelo y hasta algunos aseguraron haber

    ledo el texto original de esta poetisa inventada de pies a cabeza por el

    autor de Afrodita. En casi todas las naciones de Europa se hicieron

    traducciones de las poesas de la compaera de Safo. En Espaa, la

    coleccin de Clsicos del amor public las Canciones de Bilitis sin

    sospechar que eran una invencin de Pierre Lous.

    Este engao tan general nada tiene de extraordinario, dado el

    talento mgico de su autor para resucitar la vida griega. Dichas

    canciones forman a modo de una novela lrica, en cuyo curso se

    desarrolla y se exalta el amor lesbiano, ms poderoso y vehemente

    que el amor normal, la voluptuosidad entre mujeres que glorific Safo

    y que en nuestros tiempos han cantado Baudelaire, Verlaine y varias

    poetisas desfallecientes bajo la crueldad encantadora de su pasin

    anormal.

  • Lo que Bilitis dice en sus estrofas ya lo haba dicho antes la

    cortesana de Afrodita (como ver el lector) al hacer la apologa de

    tales amores en su conversacin con el filsofo Neukrates.

    * * *

    Afrodita, como todos los libros que obtienen un xito enorme de

    venta, marc el nacimiento de un gnero. Los editores de Pars,

    durante varios aos, slo desearon novelas antiguas, y aparecieron

    a centenares novelas egipcias, griegas, romanas, atenienses, corintias y

    hasta espartanas. Intil es decir cmo estos editores solicitaran de

    Pierre Lous una segunda Afrodita por el precio que quisiera pedir.

    Pero el famoso novelista se neg a sacar provecho de una moda que

    no haba buscado y que hasta le molestaba por su exageracin.

    La segunda novela fue un relato contemporneo. El evocador de la

    Alejandra de los tolomeos, salt sencillamente a la Sevilla de nuestros

    das, escribiendo La Femme et le Pantin, LA MUJER Y EL MUECO.

    Es realmente una novela espaola, o una de esas amalgamas

    disparatadas que han producido tantos escritores extranjeros tomando

    nuestra tierra como escenario?

    Es una novela espaola. Los paisajes, las costumbres, los caracteres,

    estn perfectamente vistos. El autor conoce nuestro pas como un

    hombre que ha vivido largamente en l y ha sabido observar.

    Si causa extraeza en algunos lectores espaoles, se debe

    simplemente a que no es un novelista vulgar. Los personajes resultan

    algo excepcionales, pero no por esto son falsos. Concha Prez, la

    protagonista, es la mala hembra que se goza en hacer sufrir a los

    hombres, y sus adoradores unos esclavos de la voluptuosidad que

    imploran la gracia de sufrir. Mujeres as no abunda, por fortuna, en la

  • realidad, pero es error notorio negar que existen, y especialmente en

    una tierra de hembras bravas por las que se matan los hombres.

    De La femme et le Pantin han sacado una interesante comedia, que se

    representa en Pars frecuentemente y que dio cierta notoriedad a

    Regina Badet, actriz y bailarina.

    Una tercera novela, Las aventuras del rey Paussole, inaugur un

    gnero absolutamente nuevo. Ha que tener en cuenta los gustos

    literarios a fines del pasado siglo. La novela naturalista y la novela

    psicolgica se repartan el dominio de la literatura, sin tolerar ningn

    otro gnero. Nada tan pasado de moda y tan ridculo como la novela

    fantstica. Y Pierre Lous se lanz a escribir una novela fantstica,

    cuyo protagonista es una especie de rey de bajara, y cuya accin

    transcurre fuera del tiempo y de la realidad. A semejanza de Afrodita,

    las aventuras del buen rey Paussole encontraron muchos imitadores, y

    con esto la novela potica volvi a ser admitida.

    Su ltimo libro fue una coleccin de novelas cortas, Sanguinas, en las

    que se presenta Pierre Lous del modo ms variado, desde la

    simplicidad brbara del cuento criminal La persiana, hasta las estrofas

    rtmicas de un poema en prosa, Dilogo bajo el sol poniente. Pero el ms

    clebre de estos cuentos es El hombre de prpura tal vez su obra

    definitiva, al historia de un pintor helnico que, para analizar y

    copiar los sufrimientos de Prometeo, atormenta y mata a su esclavo.

    * * *

    Pierre Lous ha asustado a muchos lectores por su inmoralidad.

    Yo no creo en esa inmoralidad. Es ms: le tengo por un autor moral,

    y son muchos los que piensan del mismo modo. Puede decirse de l,

    con ms exactitud, que su moral es otra que la que impera en nuestros

  • tiempos; una moral antigua, griega, fundamentalmente opuesta a la

    moral de origen cristiano en todo lo que se refiere a los placeres de la

    carne.

    El autor de Afrodita es un pagano. En el prefacio de esta novela, al

    hablar de su protagonista la cortesana Khryss, dice con burlona

    serenidad: Que el lector se tranquilice: ella no se convertir. Con

    esto anuncia la firmeza de sus convicciones y alude irnicamente a la

    Thais de Anatole France, otra cortesana de Alejandra que acaba por

    arrepentirse y entra en un monasterio.

    Otra frase clebre de Pierre Lous, en la que se reconoce la cordura

    filosfica de los antiguos y la irona voluptuosa de los escritores del

    siglo XVIII, se encuentra en sus Canciones de Bilitis. mame

    eternamente escribe la poetisa en su cinturn, pero no te aflijas si

    te soy infiel tres veces al da.

    Los crticos, seducidos por su estilo y ofuscados al mismo tiempo

    por su aparente inmoralidad, han atacado sus teoras o han

    pretendido excusarlas. El autor de Afrodita, por su parte, est

    convencido de haber hecho una obra moral.

    Un tema nico dice Gaubert atrae su atencin y constituye el

    fondo de todas sus obras: el deseo de defender la libertad de

    costumbres y la preocupacin de los peligros con que nos amenaza

    una pasin individual. La aventura trgica de Khryss en Afrodita, los

    suplicios dolorosos y amargamente ridculos de don Mateo en La

    mujer y el mueco, las melanclicas persecuciones de Byblis, nos

    muestran los estragos de la pasin. Conviene gozar, sin pedir que el

    goce nos conduzca a la felicidad, sin estimar su valor ms all de toda

    razn, y sin desear que contine siempre. El cuerdo permanece fro;

    toma su parte de los placeres que pasan a su alcance, pero se guarda

    bien de correr a su encuentro. La forma ms perfecta del placer parece

  • que es el amor fsico. Ante todo, hay que librarse de adquirir la alegra

    pasajera al precio del reposo y la paz de nuestro interior.

    sta es, en resumen, la moral de Pierre Lous, que tambin se

    encuentra en el pequeo fragmento de la Vida de Aristipo, por

    Digenes Laertes, puesto al frente de Afrodita.

    Pero, adems, el novelista estima que debe dejarse al hombre la

    libertad de sus costumbres, y reclama imperiosamente el derecho a la

    verdad del desnudo.

    En defensa de su amor por la Belleza sin velos, public varios

    manifiestos y sostuvo una tenaz polmica con el senador Beranger,

    defensor de la moral corriente.

    Me asombra dijo Pierre Lous en uno de estos documentos

    que existan artculos del Cdigo, reglamentos de Polica y guardias

    municipales encargados de imponer una moda uniforme y de

    impedir, por ejemplo, que, en ninguna circunstancia, sobre ningn

    escenario y en ningn pas de nuestro mundo europeo, los

    espectadores pobres del ltimo anfiteatro tengan el derecho de

    reclamar por sus monedas de cobre, lo mismo que reclaman un drama

    de Shakespeare, de Wagner o de Vctor Hugo, otra obra sublime, que

    ellos no conocen y que es, sin embargo, digna (tal vez ms que

    ninguna otra) de exaltar el corazn humano: quiero decir la visin de

    un hermoso cuerpo de mujer.

    Se comprenden perfectamente las crticas indignadas y los

    entusiasmos que han suscitado Pierre Lous y sus obras.

    Pero hasta sus mayores detractores, dejando aparte la moral, que

    consideran maltratada por l, reconocen su maestra de prosista y su

    imaginacin creadora de poeta.

    De sus visiones de la antigedad y su modo de apreciar la moral se

    han nutrido muchos graves pensadores que fingen ignorar la amena

  • literatura o la menosprecian, lo que les sirve para dar como ideas

    propias las que han tomado al novelistapoeta de Afrodita.

    Este pagano nos muestra que Grecia est todava muy cerca de

    nosotros. Sus cortesanas de Corinto y Alejandra son muy semejantes

    en su vida interior a ciertas parisienses de nuestra poca. Adems, en

    uno de sus cuentos desarrolla ingeniosamente la tesis de que los

    hombres no han descubierto nada para alegrar su existencia desde

    que los dioses griegos abandonaron nuestro mundo. El tabaco es la

    nica voluptuosidad que no conocieron los antiguos.

    * * *

    A pesar del xito obtenido por sus libros, Pierre Lous ha trabajado

    poco.

    En doce aos escribi cinco volmenes, cantidad casi insignificante

    si se tiene en cuenta la gran produccin de los autores modernos.

    Despus, ni siquiera ha escrito: tal vez por el mal estado de su

    salud.

    Ha publicado diversos estudios de arqueologa, ha puesto prefacios

    a varios libros antiguos y hecho traducciones de una precisin

    elegante y concisa.

    Sus ntimos cuentan que, cuando siente el deseo de producir,

    escribe poesas griegas, inventa nuevas Bilitis; pero ahora para l solo.

    Aunque no produzca ms, tiene asegurada su gloria como artista

    evocador, como maestro de la perfeccin absoluta del estilo y de la

    armona literaria.

    Tambin invent una moral, una nueva manera de vivir; y aunque

    esto haya indignado a los ms, ha provocado en cambio el entusiasmo

    de una minora selecta.

  • Todo renacimiento artstico dice Henri Albert en El Centauro

    encuentra en Grecia su manantial vivificante de belleza; y si alguien

    busca un remedio a las miserias de su conciencia moderna, hay que

    indicarle, en Afrodita, la moral de Demetrios.

    VICENTE BLASCO IBEZ

    1924

  • A Andrs Lebey

    Su amigo

    P. L.

  • LA MUJER Y EL MUECO

  • I

    De cmo una palabra escrita en un cascarn de huevo desempe

    alternativamente el papel de dos esquelas de amor.

    El Carnaval de Espaa no concluye, como el nuestro, a las ocho de

    la maana del Mircoles de Ceniza. El memento quia pulvis es esparce

    su hedor de sepultura durante cuatro das sobre la alegra maravillosa

    de Sevilla; y el primer domingo de Cuaresma resucita todo el

    Carnaval.

    El domingo de Piata es la fiesta mayor. Toda la ciudad, la plebe, ha

    cambiado de traje, y se ve correr por las calles unos harapos rojos,

    azules, verdes o rosas, que han sido mosquiteros, cortinas o faldas de

    mujer, y que flotan al sol sobre los cuerpecillos morenos de una

    chiquillera alborotadora y multicolor. Los muchachos se agrupan por

    todas partes en batallones tumultuosos que enarbolan una tiritaa al

    extremo de un palo, y conquistan las callejuelas a grandes gritos,

    tapado el rostro con un burdo pedazo de lienzo, de cuyos agujeros se

    escapa el jbilo de los ojos. Anda! Que no me conoces!1, vociferan,

    y las personas mayores, todas a una, se apartan y huyen de aquella

    invasin enmascarada.

    En las ventanas, en los miradores, se agrupan innumerables cabezas

    morenas. Aquel da han venido a Sevilla todas las mocitas de la

    comarca, y, bajo la luz, inclinan su cabeza cargada de pesados

    cabellos. Los papelillos caen como nieve. La sombra de los abanicos

    tie de azul plido las lindas mejillas empolvadas. Por las estrechas

    calles zumban o allan gritos y llamamientos. Este da de Carnaval,

    unos cuantos miles de habitantes producen ms ruido que todo Pars. 1 En espaol en el original. Nota

  • El 23 de febrero de 1896, domingo de Piata, Andrs Stevenol vea

    aproximarse el trmino de los Carnavales sevillanos, con un leve

    sentimiento de despecho, porque aquella semana, esencialmente

    amorosa, no le haba proporcionado ninguna nueva aventura. Unas

    cuantas temporadas transcurridas en Espaa le ensearon, no

    obstante, con cunta prontitud y franqueza cordial se atan y desatan

    nudos y lazos en aquella tierra primitiva an, y entristecale el hecho

    de que azar y la ocasin le hubieran sido desfavorables.

    Todo lo que sucedi de particular fue que una joven con la que

    entabl una larga batalla de serpentinas entre la calle y la ventana baj

    corriendo, despus de hacerle una seal, para entregarle un ramito

    encarnado con un Muchsima grasia, cabayero, ceceado a la

    andaluza. Pero la muchacha se haba dado tal prisa en volverse, y,

    adems, vista de cerca, le haba desilusionado de tal modo que

    Andrs se limit a colocarse el ramito en el ojal, sin alojar a la mujer

    en su memoria. Y por ello la jornada le pareci ms vacua todava.

    Sonaron las cuatro en veinte relojes. Dej la calle Sierpes, pas entre

    la Giralda y el antiguo Alczar, y por la calle Rodrigo gan las

    Delicias, Campos Elseos de rboles sombroso a lo largo del inmenso

    Guadalquivir atestado de embarcaciones.

    Por aquella parte se desarrollaba el Carnaval elegante.

    En Sevilla, la clase acomodada no es siempre lo suficientemente rica

    para hacer tres comidas diarias; pero preferira ayunar antes que

    privarse del lujo exterior, que para ella consiste nicamente n la

    posesin de un land y de dos caballos irreprochables. Aquella

    pequea capital de provincia cuenta con mil quinientos carruajes

    particulares, muy a menudo de forma anticuada, pero rejuvenecidos

    por la hermosura de los animales, y ocupados adems, por figuras de

    raza tan noble que nadie piensa en burlarse del marco.

  • Andrs Stevenol consigui, no sin trabajo, abrirse camino por entre

    la muchedumbre que bordeaba las orillas de la amplia avenida

    polvorienta. Los pregones de los chicos vendedores lo dominaban

    todo: Huevo! Huevo! Haba batallas de huevos.

    Huevo! Quin quiere huevo? A do perra gorda la docena!2

    En cestos de mimbres amarillos se apilaban centenares de

    cascarones de huevos vaciados, llenos despus de papelillos y

    pegados con una tira de papel. Estos cascarones se arrojaban con

    mpetu, como una pelota, al azar, contra los rostros que paseaban en

    los lentos carruajes; y en pie sobre los asientos azules, los caballeros y

    las seoras replicaban sobre la muchedumbre compacta,

    resguardndose como podan bajo sus diminutos abanicos arrugados.

    Andrs se apresur a llenar sus bolsillos con aquellos proyectiles

    inofensivos y batiose con denuedo.

    Era un combate en toda regla, porque los huevos, aunque no heran

    nunca, golpeaban, no obstante, con fuerza antes de reventar en nieve

    de color, y Andrs se sorprendi al advertir que los lanzaba con

    viveza mayor de la debida. Incluso una vez rompi en dos un abanico

    de frgil ncar. Tambin se necesitaba humor para meterse en aquel

    trajn con un abanico de baile! Y prosigui, sin inmutarse.

    Los coches pasaban, coches de mujeres, coches de novios, de nios o

    de amigos. Andrs vea desfilar a la multitud en un zumbido de risas

    bajo el primer sol de primavera. En varias ocasiones hubo de detener

    sus ojos sobre otras pupilas admirables. Las mozas sevillanas no bajan

    los prpados y aceptan el homenaje de las miradas, que retienen

    durante largo tiempo.

    Como el juego duraba haca una hora, Andrs pens que poda

    retirarse, y con vacilante mano daba vueltas en su bolsillo al ltimo

    2 En espaol en el original. N. del T.

  • huevo que le quedaba, cuando de repente vio reaparecer a la joven a

    quien le haba roto el abanico.

    Era maravillosa.

    Despojada de la defensa que durante algn tiempo protegiera su

    delicado semblante reidor, expuesta a todos los ataques que nacan

    del gento y de los coches prximos, haba aceptado la lucha, y en pie,

    jadeante, despeinada, roja de calor y de franco jbilo, replicaba.

    Veintids aos representaba, pero deba tener dieciocho. No haba

    duda de que fuese andaluza. Su tipo era el admirable por excelencia,

    producto del cruce de los rabes con los vndalos, de los semitas con

    los germanos, y que resume excepcionalmente en un exiguo valle de

    Europa todas las opuestas perfecciones de las dos razas.

    Su cuerpo flexible y esbelto era todo l expresivo. Incluso se

    sospechaba que, aun velndole el rostro, poda adivinrsele el

    pensamiento, y que aquella mujer sonrea con las piernas de igual

    modo que hablaba con el torso. Solamente las mujeres a quienes los

    largos inviernos del Norte no inmovilizan junto al fuego poseen tanta

    gracia y desenvoltura. Sus cabellos eran de color castao oscuro; pero,

    a distancia, brillaban casi negros, cubriendo la nuca con espesa onda.

    Sus mejillas, de suavsimo contorno, parecan empolvadas con esa

    delicada flor que hace mate la piel de las criollas. El tenue borde de

    sus prpados era naturalmente oscuro.

    Andrs, empujado por la gente hasta el estribo de su coche, la

    contempl largamente. Sonri, sintindose emocionado, y su corazn,

    palpitando aceleradamente, le anunci que aquella mujer era de las

    que haba de representar un papel en su vida.

    Sin perder minuto, porque de un momento a otro la ola de carruajes

    detenidos poda reanudar su marcha, retrocedi como le fue posible.

    Sac del bolsillo el ltimo huevo que le quedaba, escribi con lpiz en

    el blanco cascarn las seis letras de la palabra Quiero, y,

  • aprovechando un instante en que los ojos de la desconocida se

    posaban en los suyos, le tir el huevo suavemente, de abajo a arriba,

    como si fuese una rosa.

    La mujer lo recibi en su mano.

    Quiero es un verbo sorprendente que lo dice todo. Equivale a

    desear, a apetecer, a amar; significa querer y estimar.

    Alternativamente y segn el tono que se le da, expresa la pasin ms

    imperativa o el capricho ms ftil. Es una orden o una splica, una

    declaracin o una condescendencia. En ocasiones, no es ms que una

    irona.

    La mirada con que Andrs acompa aquella palabra significaba

    sencillamente: Quisiera amarla.

    Como si la mujer hubiera adivinado que el cascarn contena un

    mensaje, lo desliz en un saquito de piel que penda de la delantera

    del vehculo. Sin duda iba a volverse; pero la corriente del desfile la

    impuls rpidamente hacia la derecha, y como se sucediesen otros

    carruajes, Andrs la perdi de vista antes de haber podido abrirse

    paso por entre el gento, tras su busca.

    Se alej de la acera, separndose como pudo de all, y corri por una

    bocacalle pero la muchedumbre que llenaba la avenida no le

    permiti caminar de prisa, y cuando pudo subirse a un banco desde

    donde dominaba la batalla, la juvenil cabeza que buscaba ya haba

    desaparecido.

    Apesadumbrado, regres lentamente por las calles; para l todo el

    Carnaval cavaba de cubrirse con una sombra.

    Se reprochaba a s propio la estpida fatalidad que de tal modo

    interrumpa su aventura. Quiz, si l hubiera sido ms osado, habra

  • podido encontrar camino entre las ruedas y la primera fila de gente

    Ahora, dnde tropezar de nuevo con aquella mujer? Estaba l

    seguro de que viviera en Sevilla? Y si no era as, dnde buscarla, en

    Crdoba, en Jerez, en Mlaga? Imposible.

    Y poco a poco, en una ilusin deplorable, la imagen fue

    hacindosele ms seductora. Algunos pormenores de la fisonoma no

    hubieses merecido ms que una curiosa atencin; en su memoria

    llegaron a constituir los motivos principales de su apenado cario.

    As, observ que en vez de dejar caer lisos los dos mechones de

    cabellos sobre las sienes, ella los ahuecaba rizndolos en dos cocas

    redondeadas. Ello no constitua una moda muy original, y muchas

    sevillanas hacan lo mismo; pero sin duda la naturaleza de sus

    cabellos no se prestaba del todo perfectamente a formar tales patillas

    en bola, porque Andrs no recordaba haber visto ninguna que, ni an

    de lejos, pudiera compararse con las de la desconocida.

    Adems, las comisuras de los labios eran de una extremada

    movilidad. A cada instante cambiaban de forma y de expresin, y tan

    pronto se hacan casi invisibles como casi abultados, redondos o

    sutiles, plidos o sombros, animados de una llama variable. Oh!

    Poda criticarse lo dems: sostener que la nariz no era griega ni

    romana la barbilla; pero era imposible no enrojecer de gusto frente a

    aquellas comisuras, deliciosos rinconcillos de la boca.

    En esto andaba pensando, cuando un Cuidado! proferido con

    ruda voz le hizo refugiarse en un portal: un coche pasaba al trote corto

    por la estrecha calle.

    Y en aquel carruaje iba una joven, que, al ver a Andrs, le tir muy

    suavemente, como se lanza una rosa, un huevo que llevaba en la

    mano.

    Por fortuna, el huevo cay rodando y no se rompi. Andrs,

    completamente estupefacto ante aquel nuevo encuentro, no haba

  • hecho el menor ademn para alcanzarlo al vuelo. Cuando se inclin a

    recogerlo, ya el coche haba vuelto la esquina.

    En el cascarn, terso y ovalado, segua leyndose la palabra

    Quiero, sin que hubiesen aadido otra; pero una rbrica muy

    enrgica, que pareca grabada en la punta de un broche o alfilern,

    segua a la ltima letra, como para contestar con la misma palabra.

  • II

    Donde el lector conoce los diminutivos del espaol nombre de Concepcin.

    Entre tanto, el coche haba vuelto la esquina y ya no se oa ms que

    dbilmente el casqueteo de los caballos resonando sobre las losas,

    camino de la Giralda.

    Andrs corri persiguindolo, ansioso de no dejar escapar aquella

    segunda ocasin, que poda ser la ltima; lleg justamente en el

    momento en que los caballos entraban al paso en la sombra de una

    casa color de rosa de la plaza del Triunfo.

    Las amplias verjas negras abrironse y se cerraron tras una rpida

    silueta femenina.

    Indudablemente habra sido preferible preparar el camino, adquirir

    informes, indagar el nombre, la familia, la situacin y el gnero de

    vida antes de aventurarse as, sin ms ni ms, en lo desconocido de

    una intriga, en la que, pues que nada saba, se hallaba expuesto a

    todo. Sin embargo, Andrs no pudo resolverse a renunciar a la partida

    sin intentar antes un primer tanteo, y tan pronto como con mano

    rpida corrigi su peinado y el nudo de la corbata, llam

    resueltamente.

    Un joven maestresala se present detrs de la cancela, pero no

    abri.

    Qu desea su merced?

    Entregue usted esta tarjeta a la seora.

    A qu seora? prosigui el domstico con tranquila voz, cuyo

    acento respetuoso apenas si lo alteraba el recelo.

  • Toma! A la que vive en esta casa.

    Pero cmo se llama?

    Andrs, impaciente, no contest. El criado repuso:

    Haga el favor su merced de decirme por qu seora pregunta.

    Le repito que su seora me espera.

    El maestresala, inclinndose, alz ligeramente las manos en seal de

    que le era imposible acceder, y luego se retir sin abrir e incluso sin

    tomar la tarjeta.

    Entonces, Andrs, a quien la clera haca malcriado, llam por

    segunda y tercera vez, como a la puerta de un proveedor. Una mujer

    se deca tan pronta en contestar a una declaracin de este gnero

    no debe sorprenderse de que insista en visitarla. En las Delicias estaba

    sola, sola debe vivir aqu, y ella sola es la que debe or el ruido que

    estoy armando. No se le ocurri pensar que el Carnaval espaol

    autoriza libertades pasajeras que, en la vida corriente, no suelen

    prolongarse con idnticas probabilidades de indulgencia.

    La puerta permaneci cerrada y la casa henchida de silencio, como

    si se hallara desierta.

    Qu hacer? Se pase un rato por la plaza, frente a las ventanas y los

    miradores, donde segua esperando que apareciese el anhelado rostro,

    y, tal vez, una sea Pero nada sobrevino, y resolvi retirarse.

    Sin embargo, antes de abandonar una puerta que ocultaba tantos

    misterios, divis no lejos de all a un cerillero sentado en un rincn, a

    la sombra, y le pregunt:

    Quin vive en esa casa?

    No lo s contest el hombre.

    Andrs le puso en la mano diez reales y aadi:

    Anda, explcate.

  • No debera decrselo. La seora es parroquiana ma, y si supiese

    que hablo de ella, sus criados iran a otra parte a comprar las cerillas, a

    casa de un Fulano que vende las cajas medio vacas. Por lo menos,

    nada malo dir, cabayero; no me gusta murmurar. Le dir tan slo su

    nombre, puesto que quiere usted saberlo. Esa seora es doa

    Concepcin Prez, esposa de don Manuel Garca.

    Entonces, su marido no vive en Sevilla?

    Su marido est en Bolivia.

    Dnde cae eso?

    En Bolivia, un pas de Amrica.

    Renunciando a saber ms, Andrs dej una nueva moneda sobre las

    rodillas del vendedor, y se incorpor a la muchedumbre, camino de

    su hotel.

    Despus de todo, estaba indeciso. Incluso aun enterado de la

    ausencia del marido, no crea que todas las probabilidades cayesen de

    su parte. Aquel reservado cerillero, que pareca ms enterado de lo

    que daba a entender, permita creer en la existencia de otro amante ya

    elegido, y la actitud del domstico no desmenta ciertamente

    semejante sospecha Andrs pensaba que apenas le faltaban quince

    das para regresar a Pars. Bastaran para congraciarse con una joven

    cuya vida tena ya su dueo?

    Turbado por tales incertidumbres, penetraba en el patio de su hotel,

    cuando el portero le detuvo:

    Una carta para su merced.

    El sobre no tena direccin.

  • Est usted seguro de que esta carta es para m?

    Hace un momento me la han entregado para don Andrs

    Stevenol.

    Andrs rasg precipitadamente el sobre.

    La carta contena unas cuantas lneas, escritas en una tarjeta azul.

    Se suplica a don Andrs Stevenol que no promueva tanto ruido,

    que no diga su nombre y que no pregunte ms por el mo. Si maana,

    a las tres, se da una vuelta por la carretera del Empalme, pasar por

    all un coche, que tal vez se detenga.

    Qu fcil es la vida!, pens Andrs.

    Y, al subir la escalera del primer piso, ya columbraba intimidades

    prximas, y buscaba los diminutivos mimosos del ms encantador de

    todos los nombres:

    Concepcin, Concha, Conchita, Chita.3

    3 En espaol en el original. N. del T.

  • III

    De cmo y por qu razones no acudi Andrs a la cita de Concha Prez.

    Al da siguiente, por la maana, Andrs Stevenol tuvo un despertar

    radiante. La luz entraba a torrentes por los cuatro huecos del mirador;

    y todos los rumores de la ciudad, casqueteos de caballos, pregones de

    vendedores, cascabeleos de mulas o campanadas de conventos,

    mezclaban en la blanca plaza su zumbido de vida.

    Andrs no recordaba haber tenido en mucho tiempo atrs una

    maana tan deliciosa. Se desperez estirando los brazos con fuerza.

    Luego los cerr contra su pecho, como si quisiera darse la ilusin del

    abrazo apetecido.

    Qu fcil es la vida! se repiti sonriendo. Ayer, a estas horas,

    me hallaba yo solo, sin saber qu hacer, sin idea fija. Ha bastado un

    paseo para verme convertido en dos esta maana. Quin habla de

    negativas, de desprecios, ni siquiera de retrasos? Los hombres

    pedimos y las mujeres se dan. Y por qu no ha de ser as?

    Se levant, se puso un ropn, calzose unas zapatillas y llam para

    que le preparasen el bao. Entre tanto, pegada la frente a los cristales,

    contempl la plaza llena de luz.

    Las casas estaban pintadas de esos colores suaves que Sevilla

    esparce sobre sus paredes y que parecen trajes de mujer. Las haba de

    color crema con cornisas resplandecientes de blancas; otras eran de

    tono rosa, pero una rosa tan frgil!; otras verdeagua o anaranjadas;

    otras violeta plido. En ninguna parte la mirada sentase herida por el

    horrible tono moreno de las calles de Cdiz o de Madrid; en ninguna

    parte la deslumbraba el blanco demasiado crudo de Jerez.

  • En la plaza misma, los naranjos estaban cargados de fruto, las

    fuentes corran, unas muchachas rean, sujetando con ambas manos

    las puntas de sus mantoncillos, como hacen las mujeres rabes con su

    jaique. Y por todas partes, por las esquinas de la plaza, por en medio

    de la calzada, en lo hondo de las callejuelas, tintineaban las

    campanillas de las mulas.

    Andrs no crea que pudiera vivirse en otra parte ms que en

    Sevilla.

    Despus de haber concluido su tocado y bebido lentamente una

    jcara de espeso chocolate espaol, sali a la ventura.

    La ventura, que fue caprichosa, le hizo seguir el camino ms corto,

    unos cuantos pasos desde su hotel a la plaza del Triunfo; pero, llegado

    all, Andrs se acord de las precauciones que le recomendaban, y

    bien porque temiese disgustar a su querida, pasando demasiado

    directamente por delante de su puerta, bien porque, al contrario, no

    quisiera aparecer harto atormentado del deseo de verla lo antes

    posible, ello fue que sigui la acera contraria, sin molestarse en volver

    la cabeza hacia la izquierda.

    Desde all, se fue a las Delicias.

    La batalla de la vspera haba sembrado el suelo de papelillos y de

    cscaras de huevo, que daban al esplndido parque la vaga apariencia

    de una trascocina. En determinados lugares, el piso desapareca bajo

    las dunas inseguras y abigarras. Adems, el sitio estaba desierto,

    porque volva la Cuaresma.

    Sin embargo, por una avenida que arrancaba del campo, Andrs vio

    venir a un transente, a quien reconoci.

    Buenos das, don Mateo dijo tendindole la mano. No

    esperaba encontrarle tan temprano.

  • Y qu hacer, seor mo, cuando se est solo, se es intil y no se

    tiene nada en qu entretenerse? Me paseo por la maana y me paseo

    por la tarde. Durante el resto del da, leo o voy un rato a jugar. sta es

    la vida que hago. Bien poco alegre.

    Pero, a creer lo que se cuenta en la ciudad, tiene usted noches que

    le compensan de los das.

    Pues si todava lo dicen, se equivocan. Desde hoy hasta el da de

    su muerte, no volver a verse una mujer en casa de don Mateo Daz.

    Pero no se hable ms de m. Va usted a estar aqu an mucho

    tiempo?

    Don Mateo Daz era un espaol de unos cuarenta aos, a quien

    Andrs haba sido recomendado durante su primera estancia en

    Espaa. Su gesto y su frase eran naturalmente declamatorios. Como

    muchos de sus compatriotas, conceda una gran importancia a las

    observaciones que no la tienen; pero esto no implicaba por parte suya

    ni vanidad ni estupidez. El nfasis espaol se lleva como la capa, con

    amplios vuelos elegantes. Hombre instruido, a quien su fortuna

    excesivamente grande le haba impedido sostener una existencia

    activa, don Mateo era conocido, ante todo, por la historia de su alcoba,

    que tena fama de hospitalaria. De ah que Andrs se sorprendiese al

    saber que haba renunciado tan pronto a las pompas de todos los

    diablos; pero se abstuvo, no obstante, de proseguir sus indagaciones.

    Durante un buen rato paseronse a la orilla del ro, que don Mateo,

    a fuer de propietario ribereo y de compatriota, no se cansaba de

    admirar.

    De seguro conoce usted deca aquella humorada de un

    embajador extranjero, que prefera el Manzanares a todos los dems

    ros porque era navegable en coche y a caballo. Mire usted el

    Guadalquivir, padre de llanuras y de ciudades! Durante veinte aos

  • he viajado mucho; he visto el Ganges y el Nilo y el Atrato, ros mucho

    ms caudalosos, bajo una luz ms viva; pero slo aqu he admirado

    esa majestuosa hermosura de la corriente y de las aguas. Su color es

    incomparable. No es oro eso que se deshilacha bajo los arcos del

    puente? La onda se hincha como una mujer encinta, y el agua est

    preada, preada de tierra. Riqueza de Andaluca, que los dos

    muelles de Sevilla conducen hacia los llanos.

    Despus hablaron de poltica. Don Mateo era monrquico y se

    indignaba ante los persistentes esfuerzos que haca la oposicin, en el

    instante en que todas las fuerzas del pas hubieran debido

    concentrarse alrededor de la dbil y animosa reina para ayudarla a

    salvar la suprema herencia de una imperecedera historia.

    Qu cada! exclamaba. Qu miseria! haber posedo Europa;

    haber sido Carlos V; haber duplicado el campo de accin del mundo

    descubriendo el Nuevo Mundo; haber sido el Imperio donde no se

    pona el sol; mejor dicho, haber derrotado los primeros a Napolen, y

    expirar a fuerza de palos de unos mulatos bandoleros! Qu destino

    para Espaa!

    Temerario haba sido decirle que aquellos bandoleros eran

    hermanos de Washington y de Bolvar. Para l, eran afrentosos

    granujas que ni siquiera merecan la horca.

    Se soseg.

    Quiero a mi pas continu. Amo sus llanuras y sus montaas.

    Quiero el idioma, y las costumbres y los sentimientos de sus naturales.

    Nuestra raza posee cualidades de esencia superior. Constituye por s

    sola una nobleza, independiente de Europa, ignorante de todo lo que

    no sea ella misma, y encerrada en sus tierras como en una muralla de

    parque. Sin duda por esto, declina en provecho de las naciones del

    Norte, segn la ley contempornea, que impulsa hoy por todas partes

    a que lo mediano asalte a lo mejor Usted sabe que en Espaa se

  • llama hidalgos a los descendientes de las familias puras de toda

    mezcla con sangre mora. No quiere admitirse que, durante siete

    siglos, el Islam haya arraigado en la tierra espaola. Por mi parte, he

    credo siempre que era una ingratitud renegar de tales antepasados.

    Nosotros no debemos a nadie casi ms que a los rabes las cualidades

    excepcionales que han diseado en la historia la gran figura de

    nuestro pasado. Nos han legado su desdn por el dinero, su desdn

    por la mentira, su desdn por la muerte, su indescriptible orgullo. Les

    debemos nuestra actitud tan recta frente a todo lo que es bajo, y no s

    qu pereza respecto de los trabajos manuales. A decir verdad, somos

    hijos suyos, y no nos falta razn ni motivo para seguir bailando sus

    danzas orientales al son de sus feroces romances.

    El sol ascenda en un espacioso cielo libre y azul. El ramaje, todava

    moreno, de los viejos rboles del parque dejaba ver a intervalos el

    verde de los laureles y de las flexibles palmeras. Repentinas

    bocanadas de calor hacan deliciosa aquella maana invernal en un

    pas donde el invierno no descansa.

    Supongo que vendr usted a almorzar conmigo? dijo don

    Mateo. Tengo un cortijo all, cerca de la carretera del Empalme.

    Dentro de media hora podemos llegar, y si usted lo permite, se

    quedar conmigo hasta la noche, para ensearle mi yeguada, donde

    tengo algunos ejemplares nuevos.

    Sera yo muy indiscreto se excus Andrs. Acepto el

    almuerzo, pero no la excursin. Esta tarde tengo una cita a la que no

    puedo faltar; crame usted.

    Una mujer? No tema usted nada, que no voy a hacerle ninguna

    pregunta. Libre es usted. S que es lo bastante amable para pasar

    conmigo el tiempo que le separa de la hora convenida. Cuando yo

    tena la edad de usted, no poda ver a nadie durante mis jornadas

    misteriosas. Haca que me sirviesen la comida en mi cuarto, y la mujer

  • que esperaba era siempre la nica persona a quien hablaba desde que

    haba abierto los ojos.

    Call un instante, y despus, en tono de consejo, aadi:

    Ah, seor mo! Mucho cuidado con las mujeres! No le dir que

    huya de ellas, porque con ellas he consumido mi vida, y si hubiese de

    rehacerla, lo que ms me gustara revivir son las horas que pas al

    lado suyo. Pero, cuidado! Cuidado con ellas!

    Y como si hubiese hallado una expresin fiel de su pensamiento,

    don Mateo agreg ms lentamente:

    Hay dos clases de mujeres que no se debe conocer a ningn

    precio: primero, las que no nos quieren, y despus, las que nos

    quieren. Entre estos dos extremos, existen miles de mujeres

    encantadoras, pero no sabemos apreciarlas.

    El almuerzo habra sido poco alegre si la animacin de don Mateo

    no hubiera sustituido con un largo monlogo la conversacin no

    emprendida, ya que Andrs, preocupado con sus pensamientos

    personales, slo escuch a medias lo que le contaban. A medida que

    se acercaba el instante de la cita, el bataneo de su corazn que haba

    sentido nacer la vspera reproducase con una insistencia cada vez

    ms apremiante. Era un llamamiento ensordecedor dentro de s

    mismo, un imperativo absoluto que ahuyentaba de su imaginacin

    todo lo que no fuera la mujer esperada. Habra dado cualquier cosa

    por que la aguja del reloj Imperio, donde tena fijos sus ojos, hubiera

    adelantado cincuenta minutos. Pero la hora que se mira se torna

    inmvil, y el tiempo no corra, como si fuera un charco eternamente

    estancado.

  • Por fin, obligado a continuar all, e incapaz, no obstante, de seguir

    callado ms tiempo, dio pruebas de una mocedad tal vez un poco

    flamante enderezando a su amigo este improvisado discurso:

    Don Mateo, usted ha sido siempre para m un hombre de mucho

    sentido. Quiere usted permitirme que le confe un secreto y le pida

    un consejo?

    Estoy a su disposicin dijo Mateo a la espaola, levantndose

    de la mesa para pasar al saln de fumar.

    Bueno pues se trata de una pregunta balbuce Andrs

    que no me atrevera a hacer a ninguno otra persona sino a usted

    Conoce a una sevillana que se llama doa Concepcin Garca?

    Mateo dio un salto en su asiento.

    Concepcin Garca! Concepcin Garca! Pero Cul? Explquese

    usted, porque hay veinte mil Concepciones Garca en Espaa! se es

    un nombre tan corriente como entre ustedes el de Juana Duval o

    Mara Lambert. Por el amor de Dios, dgame su apellido de soltera.

    Es P Prez, dgame? Es Prez? Concha Prez? Pero hable usted,

    hombre!

    Andrs, completamente trastornado por aquella brusca emocin,

    tuvo por un instante el presentimiento de que era preferible no decir

    la verdad; pero habl ms de prisa de lo que hubiera querido, y

    vivamente, repuso.

    S.

    Entonces, Mateo, precisando cada detalle, como el que aviva una

    llaga, continu:

    Concepcin Prez de Garca, 22, plaza del Triunfo; dieciocho

    aos, cabellos casi negros, y una boca una boca

    S dijo Andrs.

  • Ah! Ha hecho usted muy bien en hablarme de ella, ha hecho

    usted muy bien, caballero. Si puedo detenerle a la puerta de esa

    mujer, ser una buena accin por parte ma y una singular suerte para

    usted.

    Pero quin es?

    Cmo! No la conoce usted?

    Ayer la vi por vez primera; ni siquiera he odo su voz.

    Entonces, todava hay tiempo!

    Es una mujer de vida alegre?

    No, no. A fin de cuentas, hasta es una mujer decente. No ha

    tenido ms de cuatro o cinco amantes; lo cual, en la poca en que

    vivimos, es una castidad.

    Y

    Adems, tenga usted la seguridad de que es una mujer

    singularmente inteligente. Muy inteligente. Tanto por su talento, que

    es de los finos, como por su conocimiento de la vida, la juzgo una

    mujer superior. No ocultar ninguno de sus mritos. Baila con

    elocuencia irresistible. Habla igual que baila, y canta igual que habla.

    Supongo que no duda usted de que tiene una linda cara; y si viera

    usted lo que oculta, dira que hasta su misma boca Pero ya es

    bastante. Est dicho todo?

    Andrs, molesto, no respondi.

    Don mateo le asi por las mangas de la americana, y escandiendo

    con sendas sacudidas sus menores palabras, repuso:

    Y es la PEOR de las mujeres, caballero; lo oye usted, seor mo?

    Es la PEOR de las mujeres de la tierra. Una sola esperanza tengo, un

    solo consuelo me llena el corazn: y es que el da de su muerte, Dios

    no la perdonar.

  • Andrs se levant.

    Sin embargo, don Mateo, yo, que no estoy autorizado todava

    para hablar de esa mujer como usted lo hace, no tengo el menor

    derecho para dejar de acudir a la cita que me ha dado. Necesito

    repetir a usted que le he hecho una confidencia y que deploro

    interrumpir las suyas con una marcha prematura?

    Y le tendi la mano.

    Mateo se situ delante de la puerta.

    Esccheme usted, se lo pido por lo que ms quiera. Esccheme.

    Hace un instante me deca usted que yo era un buen consejero. No

    acepto semejante juicio. Tampoco lo necesito para hablar de este

    modo. Hasta olvido el afecto que siento por usted, y que bastara, sin

    embargo, para explicar mi insistencia

    Bueno, y qu?

    Le hablo a usted de hombre a hombre, lo mismo que un

    cualquiera recin llegado detendra a un transente para avisarle de

    un peligro grave; y le grito a usted: No siga adelante, gire sobre sus

    pasos, olvide usted a quien ha visto, a quien ha hablado, a quien le ha

    escrito! Si sabe usted lo que es la paz, las noches tranquilas, la vida

    sin cavilaciones, todo lo que llamamos felicidad, no se acerque a

    Concha Prez! Si no quiere usted que el da de hoy divida su pasado

    y su porvenir en dos mitades, de gozo y de angustia, no se acerque

    ms a Concha Prez! Si usted no ha conocido an hasta lo ltimo la

    locura que esa mujer puede engendrar y mantener en un corazn

    humano, no se acerque a ella, huya de su lado como de la muerte,

    djeme que le salve de ella, apidese, en fin, de s mismo!

    Pero don Mateo, es que la ama usted?

    El espaol se pas la mano por la frente y murmur:

  • Oh, no! Todo se ha concluido y bien concluido. Ni la amo ni la

    odio. Aquello pas ya. Todo est borrado

    Entonces, no le lastimar personalmente si me abstengo de

    seguir sus consejos? Con mil amores hara por usted un sacrificio de

    este gnero; mas no tengo por qu hacrmelo a m mismo Qu me

    contesta usted?

    Mateo mir a Andrs; luego, cambiando bruscamente de expresin

    fisonmica, le dijo en tono de broma:

    Caballero, nunca se debe acudir a la primera cita que da una

    mujer.

    Y por qu?

    Porque ella no va.

    Andrs, a quien aquella frase despertaba determinados recuerdos,

    no pudo por menos de sonrer.

    A veces, eso es verdad.

    Muy a menudo. Y si, por casualidad, ella le esperase a usted en

    este momento, est usted seguro de que su ausencia no hara ms que

    determinar su inclinacin hacia usted.

    Andrs reflexion, sonriendo otra vez.

    Eso quiere decir?

    Que sin concretar personalmente, y aun cuando la mujer por la

    que usted se interesa se llamara Lola Vzquez o Rosario Lucena, le

    aconsejo que se tumbe en el silln donde estaba usted hace un

    momento, y que no lo abandone sin motivo de monta. Vamos a fumar

    unos cigarros, mientras bebemos unos refrescos. Conocer usted una

    mezcla poco conocida en los restaurantes de Pars, pero que se toma

    en toda la Amrica espaola, de punta a punta. Dentro de unos

    instantes me dir si le gusta de veras el humo del tabaco mezclado con

    el azcar helado.

  • Sobrevino una pausa breve. Ambos se haban sentado a cada

    extremo de una mesita de noche en la que haba puros y ceniceros de

    platillo.

    Y ahora, de qu vamos a hablar pregunt don Mateo.

    Andrs hizo un gesto que significaba: Demasiado lo sabe usted

    Pues empiezo dijo Mateo con voz ms baja; y la fingida

    jovialidad que haba manifestado unos instantes se extingui bajo una

    persistente nube.

  • IV

    Aparicin de una morenilla en un paisaje polar.

    Hace tres aos, seor, yo no tena an grises los cabellos, como

    usted los ve ahora. Tena treinta y siete aos, pero a m me pareca que

    eran veintids; en ningn momento de mi vida haba sentido el paso

    de mi juventud, y nadie me haba hecho comprender todava que se

    acercaba a su trmino.

    Le han dicho a usted que yo era correntn; no es verdad. Yo

    respetaba demasiado el amor para frecuentar ciertos sitios, y casi

    nunca he posedo a una mujer a la que no haya amado

    apasionadamente. Si yo se las nombrara, le sorprendera lo reducido

    del nmero. No hace mucho an, repasando de memoria la fcil

    cuenta, ca en el detalle de que nunca he tenido una querida rubia.

    Siempre desconocer a esos plidos objetos del deseo.

    Lo cierto es que el amor no ha sido para m una distraccin o un

    placer, un pasatiempo, como para otros tantos. Para m ha sido mi

    misma vida. Si yo suprimiese de mi recuerdo los pensamientos y las

    acciones cuya finalidad fue la mujer, en l no quedara nada ms que

    el vaco.

    Y dicho esto, ya puedo contar a usted todo lo que s de Concha

    Prez.

    Como deca, hace tres aos, tres aos y medio; era en invierno. Yo

    volva de Francia, un veintisis de diciembre, y con un fro terrible, en

    el expreso que pasa a medioda el puente del Bidasoa. La nieve, ya

    muy espesa por Biarritz y San Sebastin, haca casi impracticable la

  • travesa de Guipzcoa. El tren se detuvo dos horas en Zumrraga,

    mientras los obreros desembarazaban activamente la va; despus

    reanud su marcha, para detenerse por segunda vez, en plena

    montaa, y se necesit tres horas para reparar el desastre de una

    avalancha. Toda la noche se repiti la escena. Los cristales del vagn,

    cubiertos de nieve, amortiguaban el ruido de la marcha, y

    avanzbamos en medio de un silencio al que el peligro daba cierto

    carcter de grandeza.

    Al da siguiente, por la maana, nos detuvimos en vila.

    Llevbamos ocho horas de retraso, y desde el da anterior no

    habamos comido bocado. Pregunto a un empleado si se puede bajar y

    me contesta:

    Cuatro das de parada. Los trenes no circulan.

    Conoce usted vila? All es donde hay que enviar a las personas

    que creen muerta a la vieja Espaa. Hice conducir mis maletas a una

    fonda donde hubiera podido alojarse Don Quijote; en unas fuentes

    haba sentados varios hombres con zajones; y por la noche, cuando

    unos gritos nos dijeron en las calles que el tren iba a partir de un

    momento a otro, la diligencia de mulas negras que nos condujo al

    galope por entre la nieve, expuesta ms de veinte veces a un vuelco,

    era de seguro la misma que en otros tiempos trasladaba desde Burgos

    al Escorial a los sbditos del rey Felipe V.

    Esto que acabo de decirle a usted en unos cuantos minutos, se

    prolong por espacio de cuarenta horas.

    As, cuando, hacia las ocho de la noche, en pleno invierno, y

    privndome de comer por segunda vez, ocup de nuevo mi asiento de

    cola, sentime invadido por un aburrimiento sin lmites. Pasar una

    tercera noche de vagn con los cuatro ingleses soolientos, que me

    seguan desde Pars, era algo superior a mis fuerzas. Deposit mi saco

  • de mano en la redecilla, y llevndome la manta, me acomod como

    pude en el compartimiento de un vagn de clase inferior, que iba

    atestado de mujeres espaolas.

    Un compartimiento no, sino cuatro, porque todos comunicaban a la

    altura del pecho. Haba en l mujeres del pueblo, varios marineros,

    dos monjas, tres estudiantes, una gitana y un guardia civil. Como ve

    usted, era un pblico revuelto. Todos aquellos individuos hablaban a

    un tiempo y con el tono ms agudo. Yo llevaba apenas sentado un

    cuarto de hora, cuando ya conoca la vida y milagros de todos mis

    vecinos. Ciertas personas se burlan de las que se expansionan as. Por

    mi parte, no dejo nunca de observar con indulgencia esa necesidad

    que tantas almas sencillas experimentan de proclamar sus penas en el

    desierto.

    De repente el tren se detuvo. Atravesbamos la sierra del

    Guadarrama, a mil cuatrocientos metros de altura. Un nuevo alud

    acababa de obstruir el camino. El tren intent retroceder: otro

    derrumbamiento le cerraba el regreso. Y la nieve no cesaba de

    amortajar lentamente los vagones.

    Todo esto que le cuento parece un relato de Noruega, verdad? Si

    hubiramos estado en un pas protestante, las gentes se habran

    postrado de rodillas encomendando su alma a Dios; pero, como no

    sea en los das en que truena, los espaoles no temen las venganzas

    repentinas del cielo. Cuando se enteraron de que el tren estaba

    decididamente bloqueado, dirigironse a la gitana y le pidieron que

    bailase.

    La gitana bail. Era una mujer de lo menos treinta aos, muy fea,

    como la mayor parte de las de su raza, pero que pareca tener fuego

    entre el talle y las pantorrillas. En un instante olvidamos el fro, la

    nieve y la noche. La gente de los dems compartimientos se haba

  • puesto de rodillas sobre los bancos de madera y, con la barbilla

    apoyada en los barrotes, contemplaba a la bohemia. Los que la

    rodeaban de ms cerca daban palmadas cadenciosas, segn el ritmo

    siempre variado del baile flamenco.

    Entonces divis en un ngulo, frente a m a una chiquilla que

    cantaba.

    Llevaba una falda rosa, lo que me permiti adivinar fcilmente que

    perteneca a la raza andaluza, porque los castellanos prefieren los

    colores oscuros, el negro francs o el pardo alemn. Sus hombros y su

    pecho naciente desaparecan bajo un mantoncillo crema, y para

    protegerse del fro, tena puesto alrededor de la cara un pauelo

    blanco anudado en dos largos picos.

    Todo el vagn estaba ya enterado de que era alumna del convento

    de San Jos de vila, que iba a reunirse con su madre; que no tena

    novio, y que se llamaba Concha Prez.

    Su voz era singularmente penetrante. Cantaba sin moverse, con las

    manos bajo el mantn, casi extendida, los ojos cerrados; pero lo que

    cantaba creo que no lo haba aprendido en el colegio de monjas. Saba

    escoger coplas, cantos de cuatro versos, en los que el pueblo pone

    toda su pasin. Todava me parece estar oyndola cantar con voz

    acariciadora:

    Dime, nia, si me quieres;

    por Dios, descubre tu pecho4

    Tus colchones son jazmines,

    y tus sbanas rositas,

    y lirios tus almohadas,

    y t una rosa dormida.

    4 En espaol en el original N. del T.

  • Y no le digo a usted sino las coplas menos expresivas.

    Pero de pronto, como si se diese cuenta de lo ridculo que resultaba

    dirigir semejantes hiprboles a aquella salvajilla, cambi de tono su

    repertorio y ya no acompa el baile sino con cantares irnicos como

    ste, que no he olvidado:

    Nena de los veinte novios

    (y conmigo veintiuno),

    si todos son como yo,

    te quedars sin ninguno.

    La gitana, al prono, no supo si deba echarse a rer o enfadarse. Los

    reidores se inclinaban a favor de su adversaria, y era evidente que

    aquella hija de Egipto no posea entre sus cualidades la viveza en la

    rplica, que sustituye en nuestras modernas sociedades a los

    argumentos a mano airada.

    Callose, apretando los dientes. La chiquilla, completamente

    convencida de que en lo sucesivo ya no haba nada que temer por sus

    bromas, se creci, redoblando su audacia y buen humor.

    Una explosin de clera la interrumpi. L gitana mova las manos

    crispadas:

    Te voy a sacar los ojos! Te los voy a sacar!

    Auxilio! respondi Concha, lo ms tranquilamente del mundo

    y sin alzar siquiera los prpados.

    Despus, en medio de un torrente de injurias, aadi, con la misma

    voz inalterable:

  • Guardias! Que me traigan dos chulos5 igual que si estuviese

    delante de un toro.

    Todo el vagn estaba alborotado. Ol!, decan los hombres. Y las

    mujeres le dirigan miradas cariosas.

    Slo se turb una vez, bajo un ultraje ms sensible: la gitana la

    llamaba Chiquilla!

    Soy una mujer dijo la moza golpendose los nacientes pechos

    .

    Y las dos combatientes se arrojaron una sobre otra llorando de ira.

    Me interpuse: las rias de mujeres son espectculos que nunca he

    podido presenciar con aquel desinters que les inspira a las turbas.

    Las mujeres se golpean mal y peligrosamente. No conocen el

    puetazo que derriba, pero s el araazo que ciega. Me dan miedo.

    As es que las separ, lo que no era cosa fcil. Insensato del que se

    desliza entre dos rivales. Yo lo hice lo mejor que pude; despus de lo

    cual cada una se meti en su rincn, golpeando el suelo con el pie, sin

    poder dominar su rabia.

    Cuando todo estuvo tranquilo, sali del compartimiento vecino un

    mozancn vestido con uniforme de guardia civil. Salt con sus

    enormes piernas la valla de madera que le serva de respaldo, pase

    sus miradas protectoras sobre el campo de batalla, donde nada

    quedaba ya que hacer, y con la infalibilidad de la polica, que se ceba

    siempre en el ms dbil, aplic sobre la mejilla de la pobre Concha un

    bofetada estpida y brutal.

    Sin dignarse explicar aquella sentencia sumaria, hizo pasar a la

    chiquilla a otro compartimiento, volvi al suyo de otra zancada de sus

    botas caricaturescas, y cruz gravemente las manos sobre su sable,

    con la satisfaccin del que ha restablecido el orden pblico.

    5 En espaol en el original. N. del T.

  • El tren haba reanudado la marcha. Atravesamos Santa Mara de

    Nieva en un paisaje de prodigio. Un circo inmenso de blancuras bajo

    un precipicio de mil pies cerrbase en el horizonte entre una lnea de

    plidas montaas. La luna, resplandeciente y helada, era el alma

    misma de la sierra nevada y en parte alguna la he visto ms divina

    que durante aquella noche de inverno. El cielo estaba completamente

    oscuro. Slo ella luca y la nieve. A veces, creame en un tren

    silencioso y fantstico, hacia el descubrimiento de un polo.

    Yo era el nico que vea tal espejismo. Mis vecinos dorman ya. Ha

    notado usted, querido amigo, que las gentes no miran nunca lo que es

    interesante? El ao pasado, en el puente de Triana, me detuve una vez

    a contemplar la puesta de sol ms hermosa del ao. No hay nada que

    pueda dar idea del esplendor de Sevilla en un momento parecido.

    Bueno; pues yo miraba a los transentes, y los vea ir a sus negocios o

    charlando, mientras paseaban su tedio, sin que ninguno volviese la

    cabeza. Nadie admir aquella noche de triunfo.

    Mientras yo contemplaba la noche de luna y de nieve, y mis ojos

    se fatigaban ya de su deslumbradora blancura, asalt mi pensamiento

    la imagen de la chiquilla cantora, y sonre con la comparacin.

    Aquella joven morenucha en aquel paisaje escandinavo, era una

    mandarina en un bloque de hielo, un pltano a los pies de un oso

    blanco, algo incoherente y grotesco.

    Dnde se encontraba? Me inclin por encima del tabique de

    madera, y la vi tan cerca de m que habra podido tocarla.

    Estaba dormida, con la boca abierta, las manos cruzadas bajo el

    mantn, y durante el sueo su cabeza se haba deslizado sobre el

    brazo de la religiosa vecina. Yo hubiera querido creer que era una

    mujer hecha y derecha, puesto que ella misma nos lo haba dicho;

    pero dorma, seor, como un nio de seis meses. Casi toda su cara

  • hallbase ceida por el pauelo, que se amoldaba a sus mofletes. Un

    mechn redondo y negro, un prpado cerrado sobre unas pestaas

    muy largas, una naricilla a plena luz y dos labios sumidos en la

    sombra: esto era todo cuanto yo atinaba a ver, y sin embargo, me

    estuve hasta el amanecer contemplando aquella boca singular, de tal

    modo infantil y sensual a un tiempo, que algunas veces dudaba yo si

    sus movimientos de dormida no buscaban el pecho de la nodriza o los

    labios del amante.

    Cuando pasbamos por El Escorial, amaneca. El invierno seco y

    descolorido de los alrededores haba reemplazado, en el horizonte de

    los cristales, a las maravillas de la sierra. Poco tardamos en llegar a la

    estacin, y cuando yo bajaba mi maleta, o una vocecita que

    exclamaba, ya en el andn:

    Mira, mira!

    Y mostraba con el dedo los macizos de nieve que, de uno al otro

    extremo del tren, cubran el techo de los vagones, se adheran a las

    ventanillas, forraban los topes, los muelles, los herrajes; y al lado de

    los convoyes intactos, prontos a abandonar la poblacin el aspecto

    lamentable del nuestro le haca rer a carcajadas.

    La ayud a recoger sus bultos, y pretend que se los llevase un

    mozo, pero se opuso. Eran seis. Rpidamente se los carg como pudo,

    uno al hombro, otro al brazo, y los cuatro restantes a mano.

    Y desapareci corriendo.

    La perd de vista.

    Ya ve usted, seor, que este primer encuentro es insignificante y

    vago. No es un principio de novela; el decorado ocupa en l ms

    espacio que la herona, y yo pude no volver a preocuparme de ello;

  • pero hay algo ms irregular que una aventura de la vida real? Casi

    todas las cosas comienzan siempre as.

    Hoy seguira jurndolo an: si alguien me hubiera preguntado,

    aquella maana, cul haba sido para m el acontecimiento de la

    noche, qu recuerdo me haba quedado de aquellas cuarenta horas

    entre cien mil, habra hablado del paisaje y no de Concha Prez.

    Durante veinte minutos me haba entretenido aquella muchacha. Su

    linda imagen me asalt la memoria una o dos veces ms; pero

    despus, la marcha de mis asuntos me llev por otros derroteros, y

    dej de pensar en ella.

  • V

    Donde la misma persona reaparece en un fondo ms conocido.

    El verano siguiente me la encontr de improviso.

    Yo haba vuelto a Sevilla haca bastante tiempo, y muy a punto para

    reanudar unas relaciones ya antiguas y romperlas.

    Nada le dir de esto. No est usted aqu para or el relato de mis

    Memorias, aparte que no me hace mucha gracia remover recuerdos

    ntimos. De no mediar la extraa coincidencia que nos rene en torno

    de una mujer, me habra cuidado mucho de descubrirle este

    fragmento de mi paso. Quede aun entre nosotros, como una

    excepcin, esta confidencia.

    En el mes de agosto volv a encontrarme solo en mi casa, que una

    presencia femenina vena aos y aos llenando. La mesa con un solo

    cubierto, los armarios sin vestidos de mujer, el lecho vaco, el silencio

    por todas partes: si usted ha tenido alguna amante, me comprender;

    es horrible.

    Para evadirme de la angustia de aquel luto peor que los lutos, me

    pasaba el da fuera, desde por la maana hasta la noche, y sala a

    cualquier parte, a caballo o a pie, con una escopeta, un bastn o un

    libro; y hasta me sucedi el caso de dormir en un mesn por no

    meterme en casa. Una tarde, sin rumbo fijo, fui a parar a la Fbrica6.

    Era un da sofocante de verano. Yo haba almorzado en el Hotel de

    Pars, y para ir desde las Sierpes a la calle de San Fernando, a la hora

    6 La manufactura de Tabacos de Sevilla. N. del A.

  • en que no se ve por las calles ms que perros y franceses, cre

    morirme de insolacin.

    Entr, y entr solo, lo cual constituye un favor, porque usted sabe

    que los visitantes van acompaados por una celadora en aquel

    inmenso harn de cuatro mil ochocientas mujeres, tan ligeras de ropa

    como de labia.

    Aquel da, que era trrido, como digo, todas ellas no tenan reparo

    alguno en valerse de la tolerancia que les consiente despojarse de ropa

    a su antojo dentro de la insoportable atmsfera en que viven desde

    junio a septiembre. Tal reglamento es pura caridad, porque la

    temperatura de aquellas salas enormes es digna del Shara, y resulta

    caritativo dar a las pobres mujeres la misma licencia que a los

    fogoneros de los buques. Pero el resultado de ello no deja de ser

    interesante.

    Las ms vestidas llevaban nicamente la camisa puesta (eran las

    gazmoas), casi todas trabajaban desnudas de medio cuerpo, con una

    simple enagua mal puesta y algunas veces cada hasta las rodillas. El

    espectculo era vistoso. Confundanse all mujeres de todas las

    edades, nias y viejas, jvenes o menos jvenes, godas, delgadas,

    esculidas o esquelticas. Algunas estaban encinta. Otras

    amamantaban a su chico. Otras ni nbiles eran. Haba de todo en

    aquella multitud desnuda, excepto vrgenes probablemente. Haba

    hasta mozas bonitas.

    Yo pasaba por entre las compactas filas mirando a derecha e

    izquierda, tan pronto solicitado por quien peda una limosna, como

    apostrofado por las bromas ms cnicas. Porque la entrada de un

    hombre solo en aquel harn monstruo suscita no pocas emociones. Le

    ruego que me crea si le digo que muchas no tienen pelos en la lengua

    cuando se dejan caer la camisa, y que aaden a la palabra ciertos

    ademanes de tal impudicia, o mejor dicho, de tal simplicidad, que

  • desconciertan a cualquiera, incluso a un hombre de mis aos. Esas

    mujeres de vida airada son tan impdicas como mujeres honestas.

    Yo no contestaba a todas. Quin puede jactarse de haber dicho la

    ltima palabra con una cigarrera? Pero yo las miraba curiosamente, y

    como su desnudez no se avena del todo con el sentimiento de un

    trabajo penoso, se me antojaba ver todas aquellas manos ocupadas en

    la tarea de fabricarse a escape innumerables queridos minsculos

    en horas de trabajo. Por lo menos, hacan todo lo imposible para

    sugerirme tal idea.

    Singular es el contraste que forma la pobreza de su ropa blanca con

    el extremo cuidado que ponen en el adorno de su cabeza cargada de

    pelo. Mustranse con los cabellos rizados como para ir al baile, y

    empolvadas hasta el pezn, incluso por debajo de sus sagradas

    medallas. No hay ninguna de ellas que no lleve en el moo cuarenta

    horquillas y una flor roja. No hay una que no guarde en el fondo de su

    pauelo el espejito de mano y la borla de polvos. Se las tomara por

    actrices vestidas de pordioseras.

    Yo las miraba una a una, y aun me pareci que hasta las ms

    serenas mostraban cierta ufana en dejarse examinar. Observ que

    algunas jvenes adoptaban una postura propicia, como por

    casualidad, en el momento en que yo pasaba a su lado. Di unas perras

    a las que tenan chicos; a otras, ramitos de claveles, de los que llevaba

    llenos los bolsillos, y que se apresuraban a colocarse en el seno, con la

    cadenilla de su cruz. Desde luego supondr usted que haba

    anatomas harto ruines en aquel rebao heterclito, pero todas eran

    interesantes, y ms de una vez me detuve frente a un admirable

    cuerpo femenino como solamente los hay en Espaa, torso clido,

    turgente, aterciopelado como un fruto, y muy suficientemente vestido

    por la piel brillante, de un color uniforme y oscuro, en el que se

    destacaban con bro el astracn rizoso de los sobacos y las coronas

    negras de los pezones.

  • Vi quince mujeres de aquellas que eran guapas. Entre cinco mil es

    mucho.

    Casi ensordecido, y un poco cansado, me dispona a abandonar la

    tercera sala, cuando en medio de los gritos y de la charla general o a

    mi lado una vocecita taimaduela que me deca:

    Caballero, si me da usted una perra chica, le cantar una copla.

    Con verdadera estupefaccin reconoca Concha. Llevaba parece

    que la estoy viendo un camisn algo deteriorado, pero bien sujeto a

    los hombros y sin descote apenas. Me miraba sujetndose un ramito

    de flores de granado en el primer anillo de su trenza negra.

    Cmo has venido a para aqu?

    Sabe Dios. Ni siquiera me acuerdo.

    Y tu convento de vila?

    Las muchachas que entran en l por la puerta, salen por la

    ventana.

    Y t saliste por all?

    Caballero, soy una mujer decente, y no quise volver all por

    miedo de cometer un pecado. Ande usted, deme un real y le cantar

    una sole mientras sigue la celadora en el fondo de la sala.

    Supondr usted, como es natural, que las vecinas nos miraban

    durante este dilogo. Yo, por supuesto, estaba azorado, pero Concha

    segua imperturbable.

    Prosegu:

    Y con quin vives en Sevilla?

    Con mi mam.

    Me estremec. Un amante para una muchacha bien a ser una

    garanta; pero una madre qu perdicin!

  • Mam y yo tenemos, cada cual, su ocupacin. Ella va a la iglesia;

    yo me vengo aqu. Cosas de los aos.

    Y vienes todos los das?

    Casi, casi.

    Casi?

    S. Cuando no llueve, cuando no tengo ganas de dormir, cuando

    me aburre pasearme. Aqu se entra como se quiere; pregunte usted a

    mis vecinas; pero hay que estar presente al medioda, si no, no la

    admiten a una.

    Y ms tarde, no?

    No se burle usted. Las doce, Dios mo! No es muy pronto que

    digamos. S yo de algunas compaeras que de cuatro das dos apenas

    si les queda tiempo para venir y encontrar la verja abierta. Y le

    prevengo a usted que, para lo que se gana, tiene ms cuenta quedarse

    una en casa.

    Cunto os dan?

    Setenta y cinco cntimos por cada millar de cigarros o mil

    cajetillas de pitillos. Yo, como me doy maa, saco una peseta; pero no

    es ningn Per Deme usted otra peseta, caballero, y le cantar una

    seguidilla que no conoce.

    Dej en su caja un napolen y me separ de Concha dndole un

    tirn de orejas.

    Hay, seor, en la mocedad de os seres felices un instante preciso en

    que la fortuna da media vuelta, en que la pendiente que suba torna a

    descender, en que comienza la mala poca

  • Aquel instante fue el mo. La moneda de oro que ech en la caja,

    delante de aquella criatura, era el dado fatal de mi jugada. De all

    parte mi vida presente, mi ruina moral, mi fracaso y todo cuanto de

    trastorno ve usted en mi frente. Usted va a saberlo: la historia no

    puede ser ms sencilla; verdaderamente, es casi trivial, excepto en un

    punto; pero me ha matado.

    Sal de la Fbrica, y andaba lentamente por la calle sin sombra,

    cuando o a mi espalda unos pasos menudos que corran. Volv la

    cabeza: era Concha que vena en mi busca.

    Gracias, seor me dijo.

    Y advert que su voz era otra. Yo no me haba dado cuenta del

    efecto que mi modesto regalo pudo producirle; pero en aquella

    ocasin not que era considerable. Un napolen vale veinticuatro

    pesetas, el precio de un ramo: para una cigarrera representa el trabajo

    de un mes. Adems, era una moneda de oro, y en Espaa el oro no se

    ve casi ms que en el escaparate de los cambistas

    Sin proponrmelo, haba despertado toda la emocin de la riqueza.

    Como es de suponer, la muchacha se haba apresurado a dejar la

    labor, abandonando los cigarros que liaba desde por la maana. Se

    puso la falda, las medias, su mantn amarillo, sin olvidar el abanico, y

    se empolv la cara a escape, apresurndose a salir en mi busca.

    Venga usted conmigo continu, usted es un amigo.

    Acompeme a casa de mi mam, puesto que, gracias a usted, me han

    dado permiso para salir.

    Dnde vive su madre?

    En la calle Manteros, aqu cerca. Usted has sido muy amable

    conmigo, aunque no ha querido orme cantar, y eso no est bien. En

    castigo, va usted a cantarme una copla.

  • Eso s que no.

    S, yo se la apuntar.

    Y se inclin junto a mi odo.

    Va usted a decirme sta:

    Hay quien nos escuche? No.

    Quieres que te diga? Di.

    Tienes otro amante? No.

    Quieres que lo sea? S.7

    Pero sepa usted que es una copla, y que las contestaciones no son

    mas.

    De veras?

    Ya lo creo.

    Y por qu?

    Adivnelo

    Porque no me quieres.

    S, me es usted simptico.

    Pero no tienes un amigo?

    No; no tengo ninguno.

    Entonces es por devocin

    Aunque soy muy religiosa, no he hecho ningn voto, caballero.

    No ser por frialdad?

    No, seor.

    Nena querida, hay una porcin de preguntas que no puedo

    hacerte. Si tienes una razn, dmela.

    7 En espaol en el original. N. del T.

  • Ah! Ya me figuraba yo que usted no adivinara. No es fcil

    imaginrsela.

    Bueno, dila. Cul es?

    Que soy mocita8.

    8 Mocita es una palabra ms familiar que virgen, y que las muchachas emplean libremente

    para expresar que se han mantenido puras. La palabra francesa que traduce el mismo matiz est hoy en desuso (N. del A)

  • VI

    Donde Conchita se manifiesta, se reserva y desaparece.

    Lo dijo con tal aplomo, que me detuve, ms azorado que ella.

    Qu haba en aquella cabecita de nia provocadora y rebelde?

    Qu significaba aquella actitud resuelta, aquella mirada franca y tal

    vez honesta, aquella boca sensual que alardeaba de esquiva, como

    para tentar a los atrevimientos?

    No supe qu pensar, pero comprend perfectamente que me gustaba

    mucho, que me encantaba el habrmela encontrado y que era

    indudable que yo iba a aprovechar todas las ocasiones para verla

    vivir.

    Habamos llegado a la puerta de su casa, donde una vendedora de

    fruta vaciaba sus banastos.

    Cmpreme mandarinas me dijo. Arriba, en casa, se las

    ofrecer.

    Subimos. La casa era inquietante. En la primera puerta haba

    clavada una tarjeta de mujer sin profesin. Encima , la de una florista.

    Al lado, un cuarto cerrado del que se escapaba rumor de risas. Yo me

    preguntaba si aquella criatura no me llevaba a la ms vulgar de las

    citas. Pero, en suma, la vecindad no significaba gran cosa; las

    cigarreras pobres no escogen su domicilio, y yo no gusto de juzgar a

    las gentes por el letrero de su calle.

    En el ltimo piso, Concha se detuvo en el rellano bordeado de una

    barandilla de madera, y dio tres golpecitos con el puo en una puerta

    color almagre, que se abri penosamente.

  • Deja que entre, mam dijo la chiquilla; es un amigo.

    La madre, una madre mustia y negra, que conservaba todava restos

    de hermosura, me mir de arriba abajo sin gran confianza. Pero al

    advertir la forma en que su hija haba empujado la puerta e

    invitndome a que la siguiese, comprend que en aquel tugurio el ama

    era Concha, y que la reina madre haba abdicado la regencia.

    Mira, mam: doce mandarinas; mira otra vez: un napolen.

    Jess! dijo la vieja cruzando las manos. Y cmo has ganado

    todo eso?

    Expliqu rpidamente nuestro doble encuentro, en el vagn y en la

    Fbrica, y conduj