Luis Corominas - Los 6 Cuentos de Luis Francisco

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     Luis Corominas. Los seis cuentos de Luis Francisco.

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    Luis Corominas

    Los seis cuentosde

    Luis Francisco

    Editor: Manuel Pérez Herrera

    mailto:[email protected]:[email protected]

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    Indice

    Presentación al autor............................................. 3

    Cuentos

    EL CRUZACALLES..................................................................... 4DETRÁS DE UN PERSONAJE ................................................. 6D A M I Á N ................................................................................... 8EL COMEPERAS ........................................................................ 9

    PIPÍ-PINGÜINO ......................................................................... 10LA POSADA ................................................................................ 13

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    Presentación al autor

    Luis F. Corominas, dramaturgo, escritor de cuentos, crónicas,

    artículos periodísticos y guiones cinematográficos, reside en la ciu-

    dad de México y nos ofrece, en forma gratuita, algunos de sus cuen-tos. Luis Francisco es también actor.

    Con el nombre artístico Luis Ferrer trabaja en teatro, telenovelas,

    comerciales y cine. Hasta 1994 se desenvolvió en los sectores indus-triales y empresariales como químico, ingeniero químico, investiga-

    dor y asesor.

    Español de origen, cursó el bachillerato en Barcelona, CienciasQuímicas en la Universidad Complutense de Madrid e Ingeniería Quí-

    mica en Santiago de Cuba.

    En este libro electrónico, accesible también para personas cie-gas, nos regala seis cuentos: "El cruzacalles", "Detrás de un persona-

     je", "Damián", "El comeperas", "Pipí-pingüino" y "La posada".

    Manuel Pérez Herrera

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    EL CRUZACALLES

    Tenía muchas dudas respecto a mi futuro: había cursado dos

    años de arquitectura, uno de medicina e ingresado a Bellas Artes. Fuepor aquel tiempo que lo conocí: un tipo extraordinario.

    En la amplia y transitada avenida Reforma, donde se encuentra el

    monumento del Ángel de la Independencia, había terminado una granmanifestación y comenzaban a circular los coches en uno y en otro

    sentido.El hombre, al que me enteré llamaban "cruzacalles", iniciaba su

    trabajo. Los manifestantes se transformaron en espectadores.

    En las cuatro esquinas y alrededor de la ancha plataforma que

    rodea la estatua se apostaba dos contra uno a que el cruzacalles mejo-raría el tiempo anterior. Se trataba de cruzar las ocho vías de la amplí-

    sima avenida, cuatro en un sentido y otras cuatro en el opuesto, en elmenor tiempo posible durante la hora de mayor tránsito.

    Nunca antes había presenciado un espectáculo tan singular y

    lleno de emoción. Había ido muchas veces a los toros y varias al

    boxeo, pero lo del cruzacalles no tenía nada que ver ni en emotividadni en acción.

    --Treinta y cuatro segundos, treinta y uno, treinta. Pago cuatro-cientos, van dos mil, veinte por diez.

    La gente apostaba como loca y a mí comenzó a entrarme la

    necesidad de hacerlo, pero no sabía cómo. Pregunté, aposté, perdí,

    volví a apostar.Aquello era la locura. Los gritos de la muchedumbre acompaña-

    ban el cruce salvaje del héroe que corría, saltaba, se detenía y pasabaentre la multitud de coches circulando a toda velocidad. ¡Veintisiete

    segundos! El récord del Ángel. Y me había tocado verlo.

    Han pasado más de veinticinco años desde que lo conocí, ya no

    soy el mismo: me siento ahora seguro en lo que hago y sé a lo queaspiro. Somos quinientos diecisiete cruzacalles con credencial y sete-

    cientos veintitrés están a punto de conseguirla. Funcionan cuatro es-

    cuelas en el Distrito Federal y siete más en el resto del país.

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    Todo México se siente orgulloso de nosotros: sus cruza-calles.

    El subsidio que recibimos del Gobierno, siempre atento a lo que más

    necesita su pueblo, es más que suficiente y pronto abriremos nuevos

    centros para cruzacalles nocturnos.  Administro actualmente tres escuelas oficiales de cruzacalles diur-

    nos. Vivo en una casa cómoda, en una colonia limpia y vigilada. Mi

    seguro de vida, pagado por el Estado, cubre holgadamente las necesi-

    dades que puedan llegar a tener mi mujer y mis tres hijas: una estudiaarquitectura, otra medicina y la menor acaba de ingresar a Bellas Ar-

    tes.

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    DETRÁS DE UN PERSONAJE

    Rosa y Coco acababan de morir en forma extraña: Un trailercargado de latas cayó de lo más alto de un doble trébol e hizo mate-

    rialmente papilla el coche en que viajaban.

    Bob Eye Green pidió la ambulancia más lujosa del condado.

    Ingresó al hospital a las 3:20 pm. Bruno fue avisado a las 4:00 de lamisma tarde; después de lo sucedido y transcurridos 23 años, no

    hubiera acudido al llamado mas que en un caso como ése.Bob y Bruno crecieron en la misma calle, en el mismo pueblo.

    Estudiaron en la misma escuela y ambos heredaron grandes tierras

    colindantes. Era por los años veinte, cuando el campo empezaba a

    mecanizarse y nacían los emporios. Los dos se dedicaron al cultivode verduras, se especializaron en la misma variedad e hicieron sendas

    fortunas.Mientras que Bob Eye fue siempre delgado, débil y de regular

    estatura, Bruno era alto, grueso y fuerte como un toro.Bob se casó joven, con Rosa, tambien delgada; tuvieron un hijo

    al que llamaban Coco. Bruno quedó soltero; probablemente Rosasabía por qué.

    Empezaba la competencia en la más grande economía de merca-

    do; el agro se unía a la industria y las campañas publicitarias se hacían

    imprescindibles para seguir creciendo. Bob Eye y Bruno unieron sustierras y más de una docena de carros de ferrocarril salían diariamente

    cargados del producto de sus cosechas. Semillas mejoradas, fertili-zantes, maquinaria y

    plaguicidas hacían milagros de producción y calidad. La amistad en-

    tre los dos llegó a su máximo, nada parecía poder separarlos. Rosa,

    algunas veces, no sabía a quién de los dos querer más.Bruno se opuso a crear la enlatadora y, más aún, a emprender

    costosas campañas de publicidad para colocar en el mercado el pro-

    ducto terminado. La propaganda le había parecido siempre un medio

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    caro de engañar al consumidor. No hubo modo de que se pusieran de

    acuerdo. Bruno vendió su parte y se alejó. El rompimiento fue total: jamás volvieron a mirarse a los

    ojos.A las 6:05 pm llegó Bruno al lujoso hospital, leyó en el tablero el

    número del cuarto y a las 6:09 se anunciaba en la habitación uno- uno-

    uno del piso 42. La secretaria ejecutiva no lo hizo esperar. Tan pronto

    salieron los cuatro especialistas y las siete enfermeras, se encontró denuevo, después de veintitrés años, con los ojos de Bob Eye.

    Los resultados de los ochenta y tres análisis ordenados por los

    médicos, todavía no daban información sobre el mal; la tardanza sedebía al exceso de resultados negativos, que había obligado a repetirochenta y dos de las pruebas.

    Bob Eye fue el primero en hablar y lo hizo como rompepiedrasneumático.

    — Reconozco haber explotado la cándida idiotez de nuestros

    consumidores. Acepto el mal gusto de lo que empezó en broma y

    terminó siendo un éxito entre grandes y pequeños, hombres y muje-

    res. Por vanidad, el Bob Eye lo transformé en Popeye; por rencor ycelos el Bruno en Bruto; lo de Rosario y Cocoliso debe resultarteobvio. Te pido disculpas por todo y te ruego que me perdones.

    Al final de la conversación querían tomar un trago, pero sólo

    había té.

    Bruno se marchó. En el fondo de una de las dos tazas quedaronrestos de un veneno azucarado.

    Los periódicos de la mañana anunciaron el suicidio de Bob. Enuna carta libraba de responsabilidades y señalaba su última voluntad.

    Al día siguiente, después de la cremación, el notario leía el testamento

    ante numerosos familiares y amistades: la «Spinach Enterprise Green

    Corporation» y todas sus filiales y subsidiarias quedaban en poder deBruno. Alguien comentó: «No se quedó tambien con Rosa porque las

    latas de espinacas la hicieron papilla»... seguramente un familiar des-considerado.

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    D A M I Á N

    Damián estudia aeronáutica; sus mañanas transcurren entre li-

    bros. Vive en una pensión cara, cómoda y amplia; su habitación mira

    hacia el oriente. Todos los días se ducha, excepto los sábados en quetoma un baño de tina.

    Por las mañanas, al olor del desayuno, algunas moscas sedesmodorran en su cuarto. Más tarde, los dípteros buscan el camino

    del sol que entra por la gran ventana; se agotan contra el vidrio trans-

    parente y es cuando Damián los atrapa.Damián tiene una muy pequeña jaula hecha con dos rodajas de

    corcho y un buen número de alfileres. Con cuidado, levanta una o

    dos púas y encierra a los insectos; de la misma forma, les da trocitos

    de carne.

    Los sábados, Damián se desnuda y entra al baño con su diminu-

    ta cárcel. Se introduce despacio en el agua caliente, controla el nivel

    del líquido de manera que sólo el balano de su miembro erecto sobre-salga. Toma, entonces, la que le parece más nerviosa; con sumo cui-

    dado le arranca las alas y la deposita, suavemente, libre, sobre la tersa

    superficie de la rosada punta de su extremidad viril.

    Cuando la tina se vacía, la mancha de jade, englobada en uncoágulo de semen perlado, da seis y media vueltas en el torbellino que

    la arrastra por el desagüe ruidoso. Damián coloca su pequeña prisiónentre los libros, se viste, fuma un cigarrillo y sale a caminar.

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    EL COMEPERAS

    Mi abuelo materno administraba grandes extensiones de frutales,

    y como yo soy hijo de padre desconocido, pasé mis primeros once

    años, alejado de mi madre, comiendo peras.

    Todavía hoy no estoy muy seguro de cómo me inicié, pero sos-

    pecho que fue por necesidades eróticas sin colmar: mi madre estabalejos y yo no encontraba mejor cosa para chupar que las peras de mi

    abuelo.

    La compulsión por las peras es un vicio desagradable. Despuésde cincuenta y cuatro al día, lo cual no era raro en mí, fue calificadode gula por el padre «Almendra», el cura del pueblo más cercano al

    que iba yo al colegio: cuatro kilométros de camino cargado de peras.Lo recuerdo y, todavía, me entra un malestar que no domino. Y no es

    para menos porque lo pasaba muy mal. A la maestra no le gustaba

    que las comiera en clase, así que durante los cortos recreos apenas

    tiempo me daba de saciar mis necesidades convulsivas.

    Y era pesado cargar con tantas peras cuatro kilómetros al día;más el tiempo de recogerlas y el de preparar en verano las queconfitadas me comería en invierno.

    Seguramente por mi exceso de angustia y de trabajo, decidí un

    día luchar contra mi pecado. Fui a ver al padre «Almendra» y me

    confesé.El padre no solamente me ayudó a quitarme lo de las peras sino

    que me convirtió en su seguidor. Hoy soy su diácono ayudante, y nospasamos las tardes comiendo almendras y remendando los bolsillos

    que se desgarran por tanto peso.

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    PIPÍ-PINGÜINO

    Siempre de negro y camisa blanca: en el campo con chamarra decuero, con saco en la ciudad. Hueles a orines.

    En la fila, desnudo, cuentas tu lugar dos veces: el octavo, el

    ocho. Quisieras darte vuelta pero te quedas.

    Avanzas un lugar; eres el siete, séptimo. Sientes que el hilillocaliente de orina resbala por tu muslo izquierdo. Nadie te mira, todos

    piensan lo suyo, igual que tú.Lo que el doctor del pueblo le dijo a tu prima, ¿recuerdas? Aho-

    ra sabes que no era médico, demasiado tarde; tampoco estás seguroque fuera tu prima. Ella descubrió que lo mismo pasaba con tu se-

    men, te venías sin darte cuenta, cuando ella no lo quería, demasiadopronto. «Tiene el esfinter cansado», decía el doctor. «Se puede ope-

    rar, pero no aquí; quedaría mal. Pero, qué importa; a todos alguna

    vez se nos va y olemos... pocos saben que no es la primera vez». Se

    rió como siempre lo hacía y a mí me gustaba. Siempre repetía lomismo: «... nadie sabe si es la primera vez».

    La fila se acorta, eres el sexto, y te aguantas los huevos con lamano izquierda. Hace frío esta mañana, igual que la otra noche en el

    campo, cuando disparaste al judicial. Se los agarraba con las dos

    manos. Quisiste pegarle entre los pies, pero nadie te advirtió que la

    magnum levantaba el tiro.

    Culeteó como la escopeta del médico en el pueblo, cuando salíade caza y tú le seguías porque te gustaba, ¿lo recuerdas?

    Estás en el quinto lugar. Pronto te darán tu ropa y dormirás,

    tranquilo, siete noches en el tambucho, y vendrá el licenciado a sacar-

    te. Quizá no tan fácil ahora que cambiaron al presidente municipal, tu

    amigo. Lo encontraron frente a su casa: en la fotografía blanca ynegra la mancha oscura era sangre, un charco grande; las moscas

    debían estar allí como cuando mataron aquel cerdo en el pueblo; el

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    día que ella se puso loca y se fue porque tu esfinter se relajó antes de

    metérsela.Ya eres el cuarto en la fila. Las nalgas que tienes delante te re-

    cuerdan al doctor; la cara no. Te fijaste al entrar, cuando se volteó; notiene la boca igual ni los dientes ni los labios, pero husmea en el aire el

    olor acre de tu hilillo en la ingle y tú cambias la mano izquierda por la

    derecha y tratas de secar la orina que se te escurre, mientras pasa el

    tercero y después el segundo y llegas tú.— ¿Qué eres?— me pregunta el buey.

    — Soy líder agrario — el pendejo lo anota.

    — ¿Qué haces?— Soy líder agrario.No debo decir más, ni una palabra más; eso me dijo el licencia-

    do.Está caliente la sangre de la ceja abierta que quiere cerrarme un

    ojo...

    ¡pega fuerte este pendejo! Debí pedírselo al licenciado, que no se

    manden...

    Espero que conozca al nuevo presidente... De tener un pañuelo blan-co podría secarme la sangre...

    Si ella no te lo hubiera dicho, no lo matabas. ¿Por qué habrías de

    hacerlo si estabas acostumbrado? Pero, me lo dijo... no sé si fue o era

    prima mía, pero me lo dijo. Ella lo sabía y apenas era un año mayor

    que yo. Debía tener menos de quince.— Tú fuiste — insistió el pendejo.

    — Soy líder agrario — contesté de nuevo. Tenía los ojos pega-dos y apestaba a orín.

    Me fui acostumbrando a los dos: a la prima y al doctor. El doc-

    tor fue el que más se acostumbró a mí, pero no me di cuenta hasta

    que ella lo dijo: «Te estás volviendo maricón como él».— Tú fuiste, ¡confiesa!

    «No sean cabrones que duele», les dijiste. El licenciado sin lle-gar. No veías ni oías ni olías.

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    Lo maté sin darme cuenta. Me llamó pipí-pingüino-maricón...

    ¡judicial de mierda!

    Apuntaste a los pies; la cabrona culeteó como la escopeta deldoctor.

    Creo que me estoy viniendo.

    — ¡Te estás meando, cabrón!Siento que todo se va, que todo se aleja de mí; quedo solo.

    — No le hagan más, éste ya no confiesa.Nada te duele y hueles sólo a humedad; escuchas la tierra que

    cae sobre tu cara. No llegó el licenciado. Quisieras volver a la fila,

    volver a empezar.Ya no soy nada: un hoyo en el campo; lleno de tierra.

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    LA POSADA

    El día antes de Navidad hicimos una posada para los niños, contodo. Nuestra vecindad — le llaman condominio horizontal, pero no

    — está por el Sur; tiene un eucalipto, en la parte de afuera, grande y

    alto, que con sus ramas cobija dos de las casas del extremo norte; en

    ese extremo se encuentra el área común, la del relajo permitido, de lasfiestas.

    Primero fue el reparto de personajes y hubo bronca: las niñassolamente querían hacer de Virgen o de Niño; los niños, todos de San

    José; y la más pequeña se empeñó en hacer de burro. Después de

    convencer y limar asperezas, pudimos comenzar con la procesión;

    sólo hubo cinco quemados por las velas. Las letanías fueron muchas,porque nuestra única calle — la de la vecindad — es larga.

    Segundo fue la petición de posada: no se distinguía quiénes eranlos de dentro o los de afuera, todos pedían y todos negaban a la vez.

    Tercero la piñata: ésa estuvo bien, sólo un papá resultó descala-

    brado, se le soltó el palo a su hijo. Se repartieron la colación, los másgrandes más, los pequeños menos. Frutas, cacahuates y dulces paralos niños; taquitos y ponche para los papás.

    Parecía todo superado, cuando llegaron los globos de nuestravecina más entusiasta y creativa; enemiga acérrima de Herodes, pero

    moderna. Los globos eran de los nuevos, de los caros, de ésos que

    no parecen globos pero que suben, aunque poco. Los niños, bajo

    supervisión paterna, ataron sus cartas dirigidas al Niño Dios al final

    del cordel del globo que les correspondió. A la de tres, los soltarontodos... casi ninguno se elevó... quedaron arrastrando la cola, por el

    peso de las cartas. Empezaron los lloros... y la tragedia. Inteligente-

    mente, se encontró una rápida solución:

    se cortaron por la mitad las cartas. Los globos, con menos peso,

    empezaron a elevarse, a subir, a subir... Los semblantes infantiles sefueron llenando de inocencias felices... y las ramas del eucalipto de

    globos caros y de bellos colores. De nuevo se soltaron los llantos, sin

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    que esta vez se encontrara una solución.

    A la mañana siguiente, el milagro se había producido: de las

    ramas más altas y más bajas del eucalipto colgaban juguetes de todas

    clases y colores... ¡pero sólo en mitades!... bicicletas con una solarueda, muñecas de medio cuerpo, dinosaurios sin cabeza. Sólo un

    «oso» entero pendía de lo más alto.... y contemplaba con ternuranuestra vecindad.