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28 U llVERSlDAD DE MÉXICO Salvo Gunther Schuller, MOrton Feld- mand y ese caso excepcional que es John Cage, los otros compositores que repre- sentaron la música que se escribe en los Estados Unidos son anodinos, por má"s de que el nombre y la obra de Elliot Cartel' estén nimbados de ¡:,;ran presti- gio. Su música -así como la de León Kirchner- suena igual a la de otros au- tores. Desprovistas de originalidad, pue- den pasar como ociosas. En Eduardo Mata, Luis Herrera de la Fuente y Manuel Enríquez priva el de- seo de experimentación, una saludable inquietud de renovar sus medios expre- sivos y su propio, particular lenguaje. En cambio, la Sinfonía de Héctor Quin- tanar no pasa de ser un aplicado e inú- til trabajo académico con remembranzas de otras voces y otros ámbitos. Algo parecido podría decirse de las Estirpes, poema sinfónico de Tort, otro intento de mexicanización desafortuna- da e ingenua impregnada de un desafo- rado stravinskismo suavi/.ado por Pro- kofieff. El poema sinfónico Los cazado- res de Joaquín Gutiérrez Heras es una obra limpia, redonda, den lro del mejor aliento bartokiano. Subra .. emos las Im- provisaciones de Eduardo )lata que, ade- más de su líquida claridafl y la riqueza interpretativa que tiene como posibi- lidad siempre distinta, seJ1:t]a una madu- rez excepcional en nueSff;J medio. Por otra parte, Eduardo Mal;l ha logrado grandes adelantos en el terreno de la dirección de orquesta: su, indicaciones son claras, seguras y ha eliminado ya actitudes parásitas. En resumen: a pesar (k ,tlgunos desa- ciertos, este tercer festi \ ;¡l de música contemporánea ha sido l] más digno que se ha ofrecido al púlJlico mexicano. Por lo menos, podemos trner una idea de lo que actualmente se hace en mú- sica. El estímulo prestado ¡l jóvenes com- positores mexicanos facilil:lrá, sin duda, la superación que nos r:¡ ingresar al concierto universal con U1U voz contem- poránea. Slockilausen - "/lomúre mayor de la joven IIllÍsicr¡"' pianos preparados antes de admitir el chaviano, solemne sentido del humor de Aaron Copland; escuchar el remedo clásico de Hans- Werner Henze -de quien únicamente conooíamos alguna Sonatina para flauta y piano y el fer- voroso homenaje a Hans Christian An- dersen que es El ruiseñ01" del empero- dOl', recompensa de matiné y de cuento para ser leído- en lugar de detenernos (como único atractivo) en la propagan- da de Cm"on que nos señala las virtudes de la mujer de nuestros sueños. Conviene señalar algunas obras y al- gunos autores. Por longitud, la Sinfo- nía Turangalila de Messiaen puede pa- sar como la obra más importante del festival. Ya sabemos que se trata de un canto universal destinado a glorificar la vida terrenal y el amor humano. Com- positor católico, Messiaen desconoce las virtudes del pecado preconizadas por Bernanos, Julien Green, Claudel o Mau- riac. Para él, no existe combate posible entre el bien y el mal y el reino terre- nal está presidido por Dios, ángeles y santos que nunca son entidades abstrac- tas sino presencias físicas. Heredero del impresionismo debussista y estudioso de lo modos orientales, Messiaen ha can- tado a Dios y la tierra en una obra vas- ta, maciza, contundente que, para mu- chos, es la más importante que se ha escrito en Francia en nuestros días. El gran equipo orquestal. de Turangalila (que comprende piano, ondas Martenot y celesta solista) intenta recrear un lar- guísimo canto de amor que es tardía consecuencia y remedo de Tristán e ¡solda. M S 1 e A Resumen del Tercer Festival de Música Contemporánea Por Juan Vicente MELO Primer aspecto: no se incluyó nada de Luis Sandio En el festival anterior, Mé- xico estuvo representado por una obra digna de figurar en el repertorio de cualquier escuela de música que no ha superado la educación primaria. Se lla- maba La sefí01"a en el balcón, se hacía pasar por ópera, era mala, vergonzante y aburrida y su autor ocupaba el puesto de jefe del departamento de música del INBA. Hoy, en vez de La señora en el balcón o de Bonampak (indigenismo lacrimógeno con tintes puccinianos), figuran músicos jóvenes: Eduardo Mata, Manuel Enríquez, César Tort, Joaquín Gutiérrez Heras, Luis Herrera de la Fuente, Héctor Quintanar. Algunas de sus obras son malas, pero siempre me- jores que las de Sandi o aquella otra que llevaba el ingenioso título -acaso autobiográfico- "de El niño perdido. El renglón estadounidense tampoco ha sido olvidado: hace un año se ofreció a la paciencia pública una página sinfónica titulada Los dioses aztecas de un autor de cuyo nombre no es posible acordar- se; hoy, estuvieron presentes Gunther Schuller, Elliot Cartel', John Cage, Lean Kirchner, Marton Feldmand y Earle Brown que, mal que bien, superan en dignidad artística a ese venturoso com- positor (?) que se animó a redescubrir nuestras más antiguas raíces indígenas en un lenguaje primario y ridículo. Par otra parte, la realidad europea estuvo en manos de Olivier Messiaen -Sinfo- nía Turangalila-, Karlheinz Stockhau- sen -Punkte-, Iannis Xenakis -Pitho- prakta-, y Hans-Werner Henze -Quin- ta sinfonía-, 10 que no está mal a pesar de que faltaron algunos, notables nom- bres como Pi erre Boulez de quien to- davía desconocemos El martillo sin maestro o Pli selón pli, decidido y fervoroso homenaje a Mallarmé y recons- trucción del Libro que siempre se lee de manera distinta y obliga ¡¡l lector- auditor a convertirse en coautor de la obra. Faltaron también múltiples pági- nas de Schoenberg, Berg y Webern (los tres clásicos de la música contemporá- nea) que no conocemos y muchas más de anos inventores de un nuevo lengua- je musical. Segundo aspecto: independientemen- te del criterio personal (nos parece un tedio la Sinfonía Turangalila por ejem- plo) fue un acierto incluir esta obra de Messiaen en lugar de encargar otra, ter- cera e irremediable sinfonía a André Jolivet; conocer una obra de Iannis Xe- nakis (griego, arquitecto, asistente de Le Corbousier, músico que llega a la música a través de las matemáticas) que escu- char, tardíamente, Edipo Rey de Stra- vinski -falso poema latinizante en las manos escamoteadoras de J ean Coc- teau- o las Canciones de Madagascar de Ravel que ya deberían figurar en el repertorio habitual de conciertos; diver- tirse con la Pl-Vrntra construcción de John Cage y sus baldes de agua y sus 11

M U· S 1 e A · de Aaron Copland; escuchar el remedo clásico de Hans-Werner Henze -de quien únicamente conooíamos alguna Sonatina para flauta y piano y el fer voroso homenaje

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28 U llVERSlDAD DE MÉXICO

Salvo Gunther Schuller, MOrton Feld­mand y ese caso excepcional que es JohnCage, los otros compositores que repre­sentaron la música que se escribe en losEstados Unidos son anodinos, por má"sde que el nombre y la obra de ElliotCartel' estén nimbados de ¡:,;ran presti­gio. Su música -así como la de LeónKirchner- suena igual a la de otros au­tores. Desprovistas de originalidad, pue­den pasar como ociosas.

En Eduardo Mata, Luis Herrera de laFuente y Manuel Enríquez priva el de­seo de experimentación, una saludableinquietud de renovar sus medios expre­sivos y su propio, particular lenguaje.En cambio, la Sinfonía de Héctor Quin­tanar no pasa de ser un aplicado e inú­til trabajo académico con remembranzasde otras voces y otros ámbitos. Algoparecido podría decirse de las Estirpes,poema sinfónico de Cés~r Tort, otrointento de mexicanización desafortuna­da e ingenua impregnada de un desafo­rado stravinskismo suavi/.ado por Pro­kofieff. El poema sinfónico Los cazado­res de Joaquín Gutiérrez Heras es unaobra limpia, redonda, den lro del mejoraliento bartokiano. Subra .. emos las Im­provisaciones de Eduardo )lata que, ade­más de su líquida claridafl y la riquezainterpretativa que tiene como posibi­lidad siempre distinta, seJ1:t]a una madu­rez excepcional en nueSff;J medio. Porotra parte, Eduardo Mal;l ha logradograndes adelantos en el terreno de ladirección de orquesta: su, indicacionesson claras, seguras y ha eliminado yaactitudes parásitas.

En resumen: a pesar (k ,tlgunos desa­ciertos, este tercer festi \ ;¡l de músicacontemporánea ha sido l] más dignoque se ha ofrecido al púlJlico mexicano.Por lo menos, podemos trner una ideade lo que actualmente se hace en mú­sica. El estímulo prestado ¡l jóvenes com­positores mexicanos facilil:lrá, sin duda,la superación que nos h~ r:¡ ingresar alconcierto universal con U1U voz contem­poránea.

Slockilausen - "/lomúre mayor de la joven IIllÍsicr¡"'

pianos preparados antes de admitir elchaviano, solemne sentido del humorde Aaron Copland; escuchar el remedoclásico de Hans-Werner Henze -dequien únicamente conooíamos algunaSonatina para flauta y piano y el fer­voroso homenaje a Hans Christian An­dersen que es El ruiseñ01" del empero­dOl', recompensa de matiné y de cuentopara ser leído- en lugar de detenernos(como único atractivo) en la propagan­da de Cm"on que nos señala las virtudesde la mujer de nuestros sueños.

Conviene señalar algunas obras y al­gunos autores. Por longitud, la Sinfo­nía Turangalila de Messiaen puede pa­sar como la obra más importante delfestival. Ya sabemos que se trata de uncanto universal destinado a glorificar lavida terrenal y el amor humano. Com­positor católico, Messiaen desconoce lasvirtudes del pecado preconizadas porBernanos, Julien Green, Claudel o Mau­riac. Para él, no existe combate posibleentre el bien y el mal y el reino terre­nal está presidido por Dios, ángeles ysantos que nunca son entidades abstrac­tas sino presencias físicas. Heredero delimpresionismo debussista y estudioso delo modos orientales, Messiaen ha can­tado a Dios y la tierra en una obra vas­ta, maciza, contundente que, para mu­chos, es la más importante que se haescrito en Francia en nuestros días. Elgran equipo orquestal. de Turangalila(que comprende piano, ondas Martenot

y celesta solista) intenta recrear un lar­guísimo canto de amor que es tardíaconsecuencia y remedo de Tristán e¡solda.

M U· S 1 e AResumen del Tercer Festivalde Música Contemporánea

Por Juan Vicente MELO

Primer aspecto: no se incluyó nada deLuis Sandio En el festival anterior, Mé­xico estuvo representado por una obradigna de figurar en el repertorio decualquier escuela de música que no hasuperado la educación primaria. Se lla­maba La sefí01"a en el balcón, se hacíapasar por ópera, era mala, vergonzantey aburrida y su autor ocupaba el puestode jefe del departamento de música delINBA. Hoy, en vez de La señora en elbalcón o de Bonampak (indigenismolacrimógeno con tintes puccinianos),figuran músicos jóvenes: Eduardo Mata,Manuel Enríquez, César Tort, JoaquínGutiérrez Heras, Luis Herrera de laFuente, Héctor Quintanar. Algunas desus obras son malas, pero siempre me­jores que las de Sandi o aquella otraque llevaba el ingenioso título -acasoautobiográfico- "de El niño perdido. Elrenglón estadounidense tampoco ha sidoolvidado: hace un año se ofreció a lapaciencia pública una página sinfónicatitulada Los dioses aztecas de un autorde cuyo nombre no es posible acordar­se; hoy, estuvieron presentes GuntherSchuller, Elliot Cartel', John Cage, LeanKirchner, Marton Feldmand y EarleBrown que, mal que bien, superan endignidad artística a ese venturoso com­positor (?) que se animó a redescubrirnuestras más antiguas raíces indígenasen un lenguaje primario y ridículo. Parotra parte, la realidad europea estuvoen manos de Olivier Messiaen -Sinfo­nía Turangalila-, Karlheinz Stockhau­sen -Punkte-, Iannis Xenakis -Pitho­prakta-, y Hans-Werner Henze -Quin-ta sinfonía-, 10 que no está mal a pesarde que faltaron algunos, notables nom­bres como Pierre Boulez de quien to­davía desconocemos El martillo sinmaestro o Pli selón pli, decidido yfervoroso homenaje a Mallarmé y recons­trucción del Libro que siempre se leede manera distinta y obliga ¡¡l lector­auditor a convertirse en coautor de laobra. Faltaron también múltiples pági­nas de Schoenberg, Berg y Webern (lostres clásicos de la música contemporá­nea) que no conocemos y muchas másde anos inventores de un nuevo lengua­je musical.

Segundo aspecto: independientemen­te del criterio personal (nos parece untedio la Sinfonía Turangalila por ejem­plo) fue un acierto incluir esta obra deMessiaen en lugar de encargar otra, ter­cera e irremediable sinfonía a AndréJolivet; conocer una obra de Iannis Xe­nakis (griego, arquitecto, asistente de LeCorbousier, músico que llega a la músicaa través de las matemáticas) que escu­char, tardíamente, Edipo Rey de Stra­vinski -falso poema latinizante en lasmanos escamoteadoras de J ean Coc­teau- o las Canciones de Madagascarde Ravel que ya deberían figurar en elrepertorio habitual de conciertos; diver­tirse con la Pl-Vrntra construcción deJohn Cage y sus baldes de agua y sus

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