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Macbeth Es Una Obra Nocturna en Su Totalidad
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Macbeth: una obra de la nocturnidad Tomás Pérez
Macbeth: una obra de la nocturnidad
Macbeth se sirve de la noche para connotar todo lo que trae ella consigo. El frío,
la oscuridad, las tinieblas, el miedo, la intranquilidad del silencio y, por sobretodo, la
atmósfera rapaz y amarga producida por los crímenes injustos y la sangre derramada. Es
así que resulta incompatible imaginarse las sombrías escenas de Macbeth en un
ambiente luminoso puesto que es una obra nocturna en su totalidad. En este sentido,
podría decirse que cualquier lector siente la mano oscura de la muerte que se cierne
sobre su cabeza, tras el correr de las hojas.
La tragedia de Macbeth se inicia en un espacio desierto asediado por truenos y
relámpagos –elementos adjuntos por antonomasia a la oscuridad – y tres brujas de
apariencia sombría y oscura. Desde el comienzo, las hablas inciertas de estas hermanas
fatídicas, su lenguaje híper-poético y lo paradójico –“Lo hermoso es feo, y lo feo es
hermoso” (Shakespeare, 1623: 5) – de su mensaje pueden ser asociados con la oscuridad
desordenada y amoral del conflicto en el que Macbeth se hundirá.
El estado de sublimidad emocional que introducen las imágenes de la noche y el
horror son una muestra del poder sobrehumano de Macbeth en la esfera macrocósmica,
de la que luego se hablará. La concepción estética de lo sublime produce un efecto
distante y desconocido que no puede ser dominado pero que, sin embargo, no es feo.
Incluye las dos ideas que amenazan la autoconservación: el dolor y el peligro, que
refieren al terror como fenómeno psicológico frente a la presencia de objetos terribles,
como la nocturnidad. Por ejemplo, en el solemne preludio pronunciado por Macbeth al
momento del crimen, del asesinato de Duncan, la ansiedad es dolorosa y el apetito por
prevenir lo ya consumado en el lector genera un efecto de realidad y cercanía sobre éste:
“¡He aquí la hora en que, sobre la mitad del mundo, la Naturaleza parece amortecida y
los malos sueños dejan caer sus sombras! (…) ¡Tú, tierra sólida y firme, apaga mis
pasos, cualquiera que sea su camino (…) y no disipen el horror silencioso exigido por la
hora!” (1623: 18). De hecho, la búsqueda de Macbeth tiene mucho de sublime. Más
adelante, cuando implora que la noche se acomode a sus deseos, expresa: “¡Ven, noche
ojeadora!… Venda los tiernos ojos del lastimero día, y con tu sangrienta e invisible
mano desgarra y reduce a jirones ese último vínculo que sostiene mi palidez!” (1623:
29). De este modo, es la muerte, la magia y la perdición lo que mueven a Macbeth por
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la noche, es decir, que la noche es aquel lugar de crimen que le permite acceder a un
mundo vil y proscrito. A su vez, los crímenes quedan ocultos en esta misma noche.
La visión del puñal, el asesinato de Duncan, el asesinato de Banquo y el
sonambulismo de Lady Macbeth son todas escenas que suceden en la noche más
profunda. La negrura de la noche es para Macbeth un estado de miedo y por qué no de
horror. Sin embargo, el pensar asesino y traidor entra en su mente con suma facilidad y
naturalidad puesto que parece tener cierta curiosidad por explorar los artilugios que las
sombras pueden otorgarle. De este modo, lo que él siente se convierte en el espíritu de
la obra. La nocturnidad de la obra da carácter estético y emocional al mundo Macbeth.
La oscuridad racional de la mala hora de Escocia, – fruto de Macbeth – es la que induce
al actuar insensato de todos los personajes. Incluso Malcolm y Macduff se ven
obligados a ver más allá de lo que pueden por la sola razón sobre el final de la obra, al
momento de acabar con Macbeth.
Los sonidos y las imágenes se combinan para dar con una atmósfera terrorífica:
el conjuro de las brujas, “¡No cese, no cese el trabajo, aunque pese! / ¡Que hierva el
caldero y la mezcla se espese!” (1623: 38); la campana que suena mientras Duncan
muere, los gritos de Duncan; “¡Voy; está hecho; la campana me invita!” (1623: 18); los
gritos de las mujeres cuando Lady Macbeth muere, “Son gritos de mujeres, buen señor”
(1623: 54); el búho, “Es el búho que chilla, fatídico centinela que da las siniestras
buenas noches” (1623: 16); los golpes a la puerta, “¡Llaman a la puerta del Sur!” (1623:
20), los caballos salvajes que se comían unos a otros, “¡Y los caballos de Duncan –cosa
muy extraña, pero cierta– (…) cocean y luchan con el freno, como si quisieran negarle
la obediencia al hombre!” (1623: 24). La visión medieval y renacentista del mundo vio
una relación entre el orden en la tierra, el microcosmos, y el orden en la mayor escala
del universo, macrocosmos. De este modo, las escenas mencionadas anteriormente
tienen su sobrevenir en tempestades, terremotos, la presencia de la oscuridad al
mediodía, y así sucesivamente como reflejos de la rotura del orden natural que Macbeth
ha provocado en su propio mundo microcósmico. Ya sea a través de los personajes
secundarios que describen cambios en el clima o por el comportamiento anormal de
Macbeth y Lady Macbeth, la obra logra hacer uso de esta visión holística y enriquecerse
a partir de la extrapolación de ambientes. En este sentido, por ejemplo, a partir de un
acto personal criminal de la esfera humana se afecta la vida social de Escocia puesto
que el Rey es a quien se asesinó, y dicho acto trastorna la esfera cósmica-natural
provocando una larga y desmedida noche: “¡La noche ha sido terrible! Donde
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dormíamos, el viento ha derribado nuestras chimeneas; y dicen que se han oído
lamentos en el aire, extraños gritos de muerte (…)” (1623: 21).
El ambiente se ve perjurado a medida que el poder de la oscuridad se inmiscuye
en él, estimulando la existencia de un caos natural. En otras palabras, la noche es un
vacío cosmológico del cual Dios está exiliado, es decir, que la supuesta luminosidad del
mundo existente previa a la llegada de Macbeth al poder, de la cual la obra no otorga
ningún veredicto, se vio oscurecida por la omnipresencia de las tinieblas. Ahora bien,
cabe preguntarse si fue alguna vez de día en la Escocia previa a Macbeth, si hubo Dios
alguno que se haya fugado y si existe o no la posibilidad del retorno de la bondad y el
orden tras su caída. En Macbeth (1971) de Roman Polanski, sobre el final se sugiere la
imposibilidad de un reordenamiento cosmológico a partir de la repetición de la historia
con Donalbain. Así, él seguirá los pasos de Macbeth y tratará de asesinar al rey
Malcolm, del mismo modo que Macbeth lo hizo con Duncan, sugiriendo que el ciclo de
la violencia no tiene fin, y tampoco la noche. En este sentido, aunque el mundo Macbeth
pueda haber terminado, los extremos a los que ha llevado la política y el perdurar de la
noche –aspectos que se encuentran entrelazados– se encuentran lejos de propiciar un
efecto de alivio a la obra.
El contraste binario entre la luz y la oscuridad sugerido por la imaginería es la
generalidad de la antítesis entre lo bueno y lo malo, lo demoníaco y lo angelical, lo
infernal y lo divino, etc. Ahora bien, habría que considerar si la luz tiene espacio, por
más insignificante que sea, dentro de la obra puesto que, como ya había expresado
Borges, la negrura domina la obra. Cuando Duncan anuncia a su sucesor, su hijo,
expresa: “Este honor no irá solo, sino acompañado, y, como las estrellas, títulos de
nobleza brillarán sobre cuantos los tengan merecidos.” (1623: 11). Aquí, la luz entra en
relación con la armonía del mundo y con el correspondiente orden correcto del linaje.
Posteriormente, entre otras de las escasas alusiones al día se encuentra el momento en
que se hace pública la muerte de Duncan pero, de todos modos, el carácter turbio de la
noticia esfuma toda posibilidad de serenidad. En cambio, la oscuridad es aquel caos que
resulta de una cadena rota del orden. En respuesta al mencionado anuncio del Príncipe
de Cumberland como el sucesor al trono de Escocia, Macbeth menciona “¡Estrellas,
apáguense vuestros fulgores!... ¡Qué no alumbre vuestra luz mis negros y terribles
deseos!” (1623: 11). De este modo, su aspiración homicida, asesinar al rey Duncan, se
hace patente al decir “negros y terribles deseos”. Su voluntad se encuentra así en las
más oscuras áreas de su alma. En otro momento, cuando Ross y el anciano conversan y
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la noche ha usurpado el día, el primero menciona: “¿Es que reina la noche, o siente
vergüenza el día, que las tinieblas cubren la cara de la difunta tierra, que un vivo
resplandor debía acariciar?” (1623: 24) destacando el predominio anormal de la noche
sobre ellos el día después del asesinato como un fenómeno que los controla
absolutamente. En consecuencia, el tiempo domina la obra y a sus personajes y la
nocturnidad es devorante.
El sueño, como acción humana expresamente dedicada a la noche, se mantiene
apegado a los terribles aconteceres de la noche. Macbeth está condenado al insomnio, al
tormento de su conciencia y al oír de voces malignas: “Me pareció oír una voz que
gritaba «¡No dormirás más!... ¡Macbeth ha asesinado el sueño!» (…) ¡El sueño, muerte
de la vida de cada día, baño reparador del duro trabajo (…)” (1623: 19). De esta forma,
Macbeth se encuentra excluido de toda posibilidad de hacer descansar su mente y
cuerpo, entorpeciendo su actuar. Considerando al dormir como una necesidad básica
para la vida, tanto Macbeth como Lady Macbeth no vivirán más en paz a lo largo de la
obra. Los dos asesinan a hombres durmiendo; por lo tanto, la culpa y el remordimiento
nunca le devuelven el placer del descansar nuevamente. La noche se vuelve vertiginosa
y los personajes se mantienen en constante alerta, terminando por perecer
indefectiblemente sobre el final de la obra.
En suma, Macbeth hace llamado a la magia negra, la brujería y el mal con el uso
de un ambiente lúgubre y tétrico. La penumbra, sin duda, envuelve y caracteriza tanto a
la atmósfera como a la oscuridad moral de los personajes. En un presente donde la
imaginería de la oscuridad y sus connotaciones son un cliché, Shakespeare le recuerda
al lector moderno lo significativa, poderosa e innovadora que puede resultar la noche.
Bibliografía Shakespeare, William. La tragedia de Macbeth (1623). [en línea], consultado el
26/11/12. Dirección URL: http://www.biblioteca.org.ar/libros/132743.pdf
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