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“El lápiz delator” Ezequiel Hernán Rossi Dupin, un buen detective, era amigo de un reconocido y prestigioso científico llamado Manuel Hernández. Él era un anciano agradable, alto y calvo, que vivía solo en su casa de dos pisos en la Av. San Martín. Esa mañana Dupin se acercó a la casa de Manuel porque éste lo había citado para hablarle acerca de una información que le preocupaba. Luego de tocar varias veces el timbre y no ser atendido, se dirigió por el pasillo lateral hacia el jardín del fondo con la esperanza de encontrar allí al dueño de casa. A mitad del camino pudo ver, a través de una ventana, una escena que lo alarmó: al pie de la escalera vio el cuerpo aparentemente sin vida de su querido amigo. Inmediatamente, dio aviso a la policía. A los pocos minutos un equipo de detectives y forenses llegó al lugar e invadió la casa. El jefe a cargo, el inspector Ibáñez, le tomó la declaración a Dupin y le informó que el científico estaba muerto y desnucado quizás por haber rodado escaleras abajo, según los dichos de los perritos. Además, a pesar de que el anciano vivía solo, en la mesa del living habían encontrado dos tazas de café vacías, una de las cuales tenía manchas de lápiz labial. Después siguió lo habitual: tomaron fotografías y huellas dactilares, recolectaron pruebas, plantearon hipótesis y se retiraron a la jefatura de policía, dejando la casa cerrada y con custodia policial. El cuerpo fue trasladado a la Morgue para su autopsia. Dupin se retiró a su domicilio muy triste e intrigado por las causas de la muerte. Dupin no pudo dormir esa noche.

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“El lápiz delator”

Ezequiel Hernán Rossi

Dupin, un buen detective, era amigo de un reconocido y prestigioso científico llamado Manuel Hernández. Él era un anciano agradable, alto y calvo, que vivía solo en su casa de dos pisos en la Av. San Martín.

Esa mañana Dupin se acercó a la casa de Manuel porque éste lo había citado para hablarle acerca de una información que le preocupaba. Luego de tocar varias veces el timbre y no ser atendido, se dirigió por el pasillo lateral hacia el jardín del fondo con la esperanza de encontrar allí al dueño de casa. A mitad del camino pudo ver, a través de una ventana, una escena que lo alarmó: al pie de la escalera vio el cuerpo aparentemente sin vida de su querido amigo. Inmediatamente, dio aviso a la policía.

A los pocos minutos un equipo de detectives y forenses llegó al lugar e invadió la casa. El jefe a cargo, el inspector Ibáñez, le tomó la declaración a Dupin y le informó que el científico estaba muerto y desnucado quizás por haber rodado escaleras abajo, según los dichos de los perritos. Además, a pesar de que el anciano vivía solo, en la mesa del living habían encontrado dos tazas de café vacías, una de las cuales tenía manchas de lápiz labial. Después siguió lo habitual: tomaron fotografías y huellas dactilares, recolectaron pruebas, plantearon hipótesis y se retiraron a la jefatura de policía, dejando la casa cerrada y con custodia policial. El cuerpo fue trasladado a la Morgue para su autopsia.

Dupin se retiró a su domicilio muy triste e intrigado por las causas de la muerte. Dupin no pudo dormir esa noche.

Horas después, al llegar al Departamento de Policía, el detective Dupin encontró a todos alborotados. El motivo era que habían recibido un anónimo que pone en duda la posibilidad de un accidente. En el anónimo una persona indicaba que había oído fuertes gritos en la casa de su vecino -el anciano- y había visto a una mujer huyendo velozmente en una motocicleta, a la cual alcanzó a tomarle el número de la chapa. Dupin, rápidamente, obtuvo el registro de esa moto y el nombre de su dueño/a, mientras otros policías interrogaban a los vecinos de la casa del anciano. Dupin se dirigió directamente al domicilio del dueño/a de la moto; tocó el timbre y apareció una joven mujer que lo recibió fríamente; él preguntó si sabía algo sobre el accidente de su amigo; ella dijo que no pero Dupin advirtió, entrando en

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la casa, un casco y chaleco de los que usan los motociclistas; se acercó a examinarlos y le pidió a la mujer que lo acompañara a la casa de la víctima. Allí llegaron y encontraron a los vecinos nuevamente alborotados por lo sucedido y, uno de ellos dijo que la había visto varias veces entrando en la casa y charlando con el anciano.

Dupin la llevó adentro y, delante de las tazas vacías de café, le pidió que mostrara el contenido de su cartera… Un lápiz de labios salió de la misma, la mujer trató de tirarlo y deshacerse del mismo pero… ya era tarde.

FIN