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EL MOHO MIGUEL ÁNGEL MALO OCAÑA (Universidad de Alcalá) Dejaba la cabeza med io cayendo y el pelo se volvía una cascada. La pequeña combinación la tenía arrugada en la mitad del cuerpo. Yo pod ía ver sus pezones. Estaba apoyada con las rodillas en la cama. "Ven", le dije. No me hizo caso; permaneció allí, bella, mirándome. Se qui tó la prenda azul y quedó desnuda, perfecta. En ambas muñecas relucían un par de pulseras (una dorada, la otra de plata). Su piel era blanca. y yo la miraba. Me levanté y paseé por la habitación, nerv ioso . "¿Qué.te ocurre ", me preguntó. "Este cuarto me ahoga". "¿Quieres que nos vayamos al comedor?", su mirada me pareció preocupada. "No, no", contesté murmurando, "déjalo". Ella saltó de la cama; sus pechos oscilaron, libres. Fue hacia la ventana y levantó la persiana. Era de noche. Abrió la ventana. Noche: la luna sobre los perros, en espiral de letanías , la cortina sable, sucia , maltratada , la oración final de las cucarachas. Entró un aire fresco, de madrugada. Se volvió. - Llevas unos días muy raro. - Apártate de la ventana, ¿no te importa que te vean desnuda? Ella se apartó de la ventana. Fuera, un pozo de letanías. Se sentó en la cama. -No me has contestado. Me acerqué a ella. Comencé a acariciarle los hombros, pero me rehusó y volvió a insistir: "¿Qué te pasa ? Cuéntamelo". Permanecí callado. "Siempre te he escuchado". Empezaba a ponerse nerviosa. "¿Qué tienes?". Me alejé de su lado y fui hacia la ventana. Me asomé. Miré el suelo y tuve ganas de saltar, de matarme, de llorar, de callar, de vivir, de caer, de hablar. Aparté mi cuerpo contra la pared. La sombra no estaba aletargada . Grietas . Cucarachas. Circuitos. De pronto, su voz: "Te quiero ". Me lo había dicho muy despacio, al oído . No había notado su presencia, pero estaba allí, intentando rodearme con sus brazos. Yo seguía mirando la noche mar. Ella me acarició la espalda, el pecho, los brazos, el pene, los testículos, los hombros; la piel. Me di la vuelta. Nos miramos a los ojos. Comenzamos a besamos . Nos acariciamos. Le digo : "Yo tamb ién te quiero" . Siento su calor , su tacto agradable, a pesar de haberla recorrido mil veces. -Ven -me dice. -31-

MIGUEL ÁNGEL MALO OCAÑA - core.ac.uk · cerré. En el bloque de enfrente, un tipo con prismáticos. Le hice un gesto obsceno y volví a la casa. Sin desearlo, me dormí en seguida

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EL MOHO

MIGUEL ÁNGEL MALO OCAÑA

(Universidad de Alcalá)

Dejaba la cabeza med io cayendo y el pelo se volvía una cascada. La

pequeña combinación la tenía arrugada en la mitad del cuerpo. Yo podía ver

sus pezones. Estaba apoyada con las rodillas en la cama. "Ven" , le dije . No mehizo caso; permaneció allí, bella, mirándome.

Se qui tó la prenda azul y quedó desnuda, perfecta. En ambas muñecas

relucían un par de pulseras (una dorada, la otra de plata). Su piel era blanca.

y yo la miraba.

Me levanté y paseé por la habitación, nervioso. "¿Qué.te ocurre", me

preguntó. "Este cuarto me ahoga". "¿Quieres que nos vayamos al comedor?",

su mirada me pareció preocupada. "No, no", contesté murmurando, "déjalo" .

Ella saltó de la cama; sus pechos oscilaron, libres. Fue hacia la ventana ylevantó la persiana. Era de noche. Abrió la ventana. Noche: la luna sobre los

perros, en espiral de letanías, la cortina sable, sucia, maltratada, la oración

final de las cucarachas. Entró un aire fresco, de madrugada. Se volvió.

- Llevas unos días muy raro.

- Apártate de la ventana, ¿no te importa que te vean desnuda?

Ella se apartó de la ventana. Fuera, un pozo de letanías . Se sentó en la

cama.

-No me has contestado.

Me acerqué a ella. Comencé a acariciarle los hombros, pero me rehusó y

volvió a insistir: "¿Qué te pasa? Cuéntamelo". Permanecí callado. "Siempre te

he escuchado" . Empezaba a ponerse nerviosa. "¿Qué tienes?".

Me alejé de su lado y fui hacia la ventana. Me asomé. Miré el suelo y

tuve ganas de saltar, de matarme, de llorar, de callar, de vivir, de caer, de

hablar. Aparté mi cuerpo contra la pared. La sombra no estaba aletargada.

Grietas. Cucarachas. Circuitos. De pronto, su voz: "Te quiero". Me lo había

dicho muy despacio, al oído. No había notado su presencia, pero estaba allí,

intentando rodearme con sus brazos. Yo seguía mirando la noche mar. Ella me

acarició la espalda, el pecho, los brazos, el pene, los testículos, los hombros; la

piel. Me di la vuelta. Nos miramos a los ojos. Comenzamos a besamos. Nos

acariciamos. Le digo: "Yo también te quiero" . Siento su calor, su tacto

agradable, a pesar de haberla recorrido mil veces.

-Ven -me dice.

-31-

De la mano, me lleva a la cama. Nos fundimos.

-Te quiero - le digo.-Yo también -contesta.

Despacio, con el amor de siempre, logramos el ritmo, la ola. Su lenguarecorre mi boca, hasta el último rincón.

Al final, quedamos abrazados, ella sobre mí. Luego salgo de su cuerpo.Llevo una mano a sus pezones, que se encabritan en seguida, rebeldes.

Ahora estoy en ella, en su interior. Me siento mejor. Con todo, muy abajo,algo no acaba de encontrar acomodo.

La miro. Se está durmiendo. Le quito el pelo de la cara. Caen íospárpados. Ya no veo sus ojos marrones. Su piel apenas destaca de las sábanas.

Apago la luz de la mesilla. Durante un momento estoy ciego; luego, mis ojosse acostumbran a la oscuridad, poco a poco; después, ya soy capaz de ver

todos los rincones de la hab itación. La cama de matrimonio. Las dos mesillas.

La cómoda. El suelo. El techo . La lámpara. Los enchufes. Los interruptores. Su

cuerpo. Las paredes. La puerta. El armario. La silla. La ropa sobre ella. Mis

calcetines en el suelo. Los zapatos. La ventana. Silencio. Mi cuerpo. Mis

límites. El canto a la humedad. La ruptura también. La ropa se amontona sin

orden sobre la silla. La corbata cuelga del respaldo; como la lengua seca. Los

párpados de ella. Los míos. El ritual de la noche. La combinación. Oscuridad.Tiniebla . Mar. Sudores. Cucarachas. Exterior. Tu piel, tu piel en mí. Frío . La

noche negra, negra de sangre. Sudor.

Me levanto bruscamente y casi te despierto. Te doy la espalda; estoy

mirando la ventana. El exterior parece más luminoso, más acogedor, más

habitable. Pero, ¿cómo va a ser más acogedor si aquí está mi mujer, y yo la

quiero, y ella a mí?

Al otro lado , la oscuridad , una pieza oxidada.

Me acerco a la ventana. Recuerdo tu cuerpo encendido. Los pechos

salvación, tu palabra. Oscuridad, como en tu vagina expectante. Miedo. Tu

cuerpo ... la noche mar.

Me acuesto de nuevo. No quiero dormirme. No. He de permanecer vivo,latiendo. ¿Dónde estás? A mi lado. Te quiero.

Los párpados van cayendo. Su cuerpo lo domina. El sueño vence.

Todo queda en calma. Fuera, al otro lado de la ventana, la hoz vuelve a

ser la luna menguando; el suelo regresa a su posición exacta. Sosiego.

La noche acuna las formas, objetivas, precisas.

Al amanecer, tuve que levantarme para cerrar la ventana. Contemplé sin

querer la calle . Un hombre, solitario, la recorría. Sonaban sus tacones comopidiendo perdón. Me alegré al verlo. Sentí compasión de mí mismo y luego

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cerré. En el bloque de enfrente, un tipo con prismáticos. Le hice un gesto

obsceno y volví a la casa. Sin desearlo, me dormí en seguida.

De repente, el despertador sonó y salí, sobresaltado, del sueño. Miré el

reloj: hora de levantarse. Ella, como siempre, se da la vuelta semidonnida. Lasábana no la cubre por entero. Me gusta su piel. Me levanto, voy al cuarto de

baño, me lavo, vuelvo, me visto y a la cocina, una vez allí me caliento la

leche, me la tomo, me pongo la cazadora y salgo a la calle.

Llegas al trabajo, tan inútil como siempre, lametón de aguas podridas;pero está bien para refugiarse del Leviathán, de los malos tiempos que

corren; es algo seguro, te dices.

Montañas de papeles.

Bolígrafos.Despacho.

Competencia.Sillón.

Fuera: la ciudad .Dentro... un sinsentir doloroso.

Escape.Frustración.

Permaneces .Quieto.

Despacho.

Sillón.Cerros de trabajo.Cucarachas: dentro y fuera.

Ahora no hay hoces .

Se presienten.

Las presientes .Cucarachas.

Fuera los bichos pequeños y negros se afanan por llegar antes, por ganarmás , por morir menos, por vivir más.

Dentro: sillón y montones de trabajo acumulado.

Tú también.No te importa.oo . todo iba a ser distinto...

Ironía: ibas a ser el últ imo mono y tienes un despacho para ti solo.

Gracias a las obras . Los albañiles trabajan en toda la cuarta planta,

arreglando y mejorando vuestro lugar de trabajo. Mientras otros se hacinanen un rincón, tú tienes un despacho entero. ¿Por qué fuiste eleg ido para estar

solo? .

Oxidado, un saxo triste recita su melodía.

La secretaria del jefe entra en tu despacho y se extraña al verte así,

arrodillado y con el zapato en la mano, debajo de la mesa .

- Pero, ¿qué haces?

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Levantas la c abeza y te golpeas contra la mesa y caes al suelo. Ella te

ayuda a levantarte.

-¿Qué hacías? -te pregunta.

- Cucarachas.

- ¿Cómo?

- Hay cucarachas otra vez;las estaba matando con el zapato

- ¿Por qué no dejas eso para las de la limpieza?

- Es que no las soporto.

- ¿A quién?

A las cucarachas, quiero decir.

Mejor será que te pongas a trabajar. Mira cuántos papeles tienes en la

mesa.

Es cierto. La mesa apenas puede verse bajo la montaña de trabajo

atrasado.

- No tengo ganas de trabajar -la frase te achica, disminuye tu estatura.

- A ti te pasa algo -su mirada busca los detalles, Se acerca y te entrega

los informes que lleva en la mano.

- ¡Qué va! -dices al cogerlos . mirando sus dedos-; sencillamente estoy

algo decaído. A todos nos ocurre de ver en cuando.

- Sí, pero tu caso es... muy especial.

- ¿Yeso?

- No sé. hay algo en ti que no marcha, algo que ya no está.

Te pones el zapato arma en el pie correspondiente. Caminas hacia el

ventanal. Contemplas la ciudad.

- Quizás nunca estuvo o. tal vez estará siempre -barbotas.

Ella ha oído, pero no hace comentarios. Gira sobre sus talones y

desaparece detrás de la puerta.

Coral negro. La ciudad es un inmenso dragón gris. un pulpo meticuloso.

Su respiración la cubre. la mata, la alimenta. La ciudad copula consigo misma

y se extiende cada vez más: tu vista ya no puede abarcarla.

Autofagia. Es un gigante tumbado que abraza la tierra y se destruye a sí

mismo. La una y media: la hora punta. Las cucarachas se afanarán en una

carrera sin meta y tú formarás parte de ella. Alcantarilla.

Suspiras. La ciudad es un gran hueco , la destrucción. Quizá. lo racional

se ría cambiar de esperanza. Las cucarachas corren muy rápido, puede que

por eso las odies tanto. Son negras y ráp idas: asco . Encierro. Es un cáncer.

Lágrimas. Temer. Y unas alas. Deseos de sueños y respuestas. Piensas que es

probable que un día tu respuesta salga en la t.v., en los periódicos. en los

libros, en las opiniones. en las respuestas: un patrón para vestir sombras,

para pensarlas, Pensar: combinar las piezas del rompecabezas. Pensar: vivir.

Pensar, pero tembién olvidar. Pensar y olvidar: blanco y negro. El moho no

piensa. Olvido: dormir. Pensar: ¿qué es eso? Pensar: has olvidado qué es. No

pensar: no volverte loco. Pensar. Pensar. ¿Quién repite "pensar. pensar,

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pensar"? ¿Quién es el loco? Pensar. ¡Qué alguién lo calle! Pensar; pensar,

pensar. ¿Nadie puede silenciarlo? Por favor ...

Suena el teléfono, te llama, te reclama.

A lo largo de la mañana van naciendo sucedáneos, la muerte de . la

pasión, lo turbio. El ritmo de los pasos, helicópteros de palomas , el rumor

mermado. Un niño vomita cerveza. Sobremueres. (La ventana en el recuerdo,

que va muriendo, pero sólo su forma). Un hombre se pone los dientes. Las

monedas vuelan y los perros aullan bajo la nieve redonda. La nieve es fría,

vengativa. La nieve es un paso truncado, un azul intranquilo, el sentir más

oculto. La bilis y la hiel (apetecibles, sensuales, provocativas). El terreno que

pisamos: alcantarillas, piedras o lágrimas.

Los objetos del escaparate te observan, te palpan, te dicen que llevas un

tiempo sin venir por aquí, que has faltado a la cita varios días y que ellos te

necesitan, ¿cómo vivirían si no? En un cuidadoso desorden se muestran ante

cualquier deseo. Ellos reclaman ser tuyos; tú no deseas tanto, pero ellos se

conforman con que les eches un vistazo cuando vuelves a casa a comer. Las

cosas te piden que les des la vida, derivada y sutil -pero vida-, para ser algo

más que objetos, por ejemplo, un deseo de tu énima; cuando menos, una

digresión de tu pensamiento.

Te piden que los habites. ¿Por qué no has pasado por aquí en estos

últimos días? Este camino es más corto y, antes de meterte en casa, te gusta

que te dé el aire en la cara, aunque sea viciado y maloliente. Prefieres el

camino largo que atraviesa todo el barrio; así puedes contemplar la variedad

-que tanto te atrae- de rostros , de tipos humanos. Sí, es mucho mejor el otro

camino; si vienes por éste de vez en cuando es sólo por el escaparate, porque

las cosas reclaman tu compañía y, al fin y al cabo, piensas, también tienen

derecho a existir.

Reemprendes la marcha. Verdaderamente, es más aburrido regresar por

aquí, apenas pasa nadie y, sin embargo, hay tanto ruido.

El buzón está vacío y no sirve recrear, como todos los días, el portal,

recrear, hasta que llames al ascensor, las paredes , el farolejo del techo, el

inicio de las escaleras (diez escalones de madera gastada y chillona), la plata

vieja y desligada (cactus o esparraguera); y lo miras del mismo modo que

ayer, con los mismos ojos que anteayer te sirvieron para resbalarlos sobre la

suciedad, prehistórica, de la pintura marrón diarrea; porque llevas puesta la

misma sombra que la semana pasada, sin rasgos, sólo silueta oscura. El

entorno ahistórico. El portal de tu casa. Anodino y grisáceo, a pesar de la

pintura marrón.

Fuera, un ruido de tacones se acerca y tú te encaminas hacia las

escaleras: es horrible subir en el ascensor con alguién y no saber qué decir.

La lámpara tubular de las escaleras te ayuda a subir, despacio, hasta tu

casa. Se retomea en míticos zigzags, retorciéndose sobre sí misma hasta el

quinto piso. La luz escasea. Las sombras se atorbellinan en cada rincón,

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brotan de cada esquina, de cada mancha del suelo. Los escalones son de

madera (acordes con el viejo ascensor, con el bloque vetusto; un edificio

antiguo para un matrimonio tan joven, veintiocho o treinta años, pero el

bolsillo, su contenido, ordena y manda). La ascensi6n parece un descenso, una

caída lenta, lamedora de circunstancias. Se apilan los años y los días en la

escalera. Subir, bajar. Las puertas son monolitos de culto. La barandilla, unposeedor de manos. El ascensor cruje y se detiene en el piso inferior. Las

escaleras rodean el hueco y amplifican su ruido. Subir, bajar, qué más da.Nada queda que no hayas visto ya: conoces todos los pliegues de la penumbra

(la que te acoge). En el incierto camino de tu pensar s610 hay de nuevo algotan vago como un presentimiento.

Llegas a tu monolito. Buscas la llave. La encuentras. Abres la puerta.

Entras. La cierras.

- Hola.

Nadie contesta.

- ¡¿Hola?!- Estoy aquí -se oye a lo lejos, aunque no demasiado porque el piso no es

muy grande.

En la coc ina hay bastante ruido: la radio, la olla. Apagas la radio.

- No sé cómo puedes aguantar tanto ruido.- Me gusta mucho oir la radio. Me hace compañía.

- ¿Está ya la comida?

- Casi.- Entonces iré poniendo la mesa .

Tod o iba a ser distinto, ¿te acuerdas? Han sido las hoces con su secuela,

los golpes secos , rudos . Las aguas del río.

Grietas. Sin embargo, la quieres. ¿Es un problema aparte? ¿D6nde está?

Ahí, cercana, sirviendo la mesa.

Pruebas la comida.- ¿Qué tal está? -te pregunta.- Me gusta.

Me alegro -sonríe.

¿Por qué sonríe siempre?

Ella vuelve a la cocina para dejar la sopera.

Moho. Acabáis de comer. Vas al servicio. Defecas mientras lees un libro.

Acabas. Te limpias. Tiras de la cadena. Colocas en su sitio calzoncillos y

pantalones .

Te sobra un cuarto de hora antes de irte y no sabes qué hacer con él. Vas

de un lado a otro, intranquilo, nervioso. Comedor. Cocina. Habitaci6n. Terraza.

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Ella, mientras, te observa, en silencio; sin que tú lo sepas. Está fregando,

pero su oído y su vista están atentos a ti, a tu desierto.

Miras el reloj: sólo han transcurrido cinco minutos. ¿Qué le pasa altiempo?

El devenir se toma purulento, desagradable. Comedor. Cocina. Habitación.

Terraza. La otra habitación. Cocina; con ella .- Estás muy guapa hoy -le dices .

- ¿De verdad? -contesta, casi riendo-o Yeso que estoy fregando; que siestuviera en traje de noche, ¡qué me dirías!

Te acercas a ella. La abrazas.Quita, tonto, que te voy a mojar.

- Sólo si tu quieres.

Jugueteo, monótono, de besos.

Después de comer, la tarde ha discurrido como todas: fuiste a acabar lajornada, regresaste rápidamente por el camino más largo, le diste un beso al

llegar, tomaste una aspirina para el leve dolor de cabeza y encendiste eltelevisor. Sin prisa, los programas desfilaron, sin brillo, ignorantes, uno tras

otro, en vuestro aparato. Ella, cuando ya anochecía, planchó la ropa que habíalavado por la mañana y tú le contaste todo lo que habías hecho en el trabajo.

Todo era igual que el día anterior; no pareció importarle. Sonrió cuando le

contaste el episodio de las cucarachas. Torció el gesto cuando le confesaste

que te desasosiega subir en el ascensor con alguien que no conoces, porque

nunca has sabido de qué hablar. Es un tiempo . demasiado corto para

emprender una conversación, pero demasiado largo como para permaneceren silencio. "Pues di algo sobre el tiempo", te sugirió ella. Y tú pensaste: "Qué

triste estado!".

LLegaron tras el aburrimiento, la cena y el telediario. Muy pronto, te

entra sueño.- Me voy a acostar.

- ¿Te pasa algo?- ¿A mí?, ¿qué me va pasar a mí?

- ¿De verdad?

- Siiiüili.No te enfades, sólo te he hecho una pregunta.

- Si no me enfado.

- Sí te has enfadado.

- Que no.- Bueno, pues no te has enfadado -y ella se queda mirando el bodrio

americano de la televisión.

No te gusta irte así. Pones cara de arrepentimiento y le dices:

- Perdona, pero es que estoy un poco raro estos días. A todo el mundo le

pasa de vez en cuando, ¿no?

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Ella asiente.

Vas a la cocina. llenas un vaso de agua . Habitación. Dejas el vaso en tu

mesilla de noche. Te desnudas. El pijama. Vas al baño. Meas. Regresas a la

pieza. Te acuestas. Apagas la luz. Y allá, a los pies de la cama, el terror, elvacío, la ventana, un salto y nada quedaría; nada. Cierras los ojos, con mucha

fuerza. No. No. No, no, no.

Ella, en el comedor, se siente sola, así que a la media hora se encuentra

en la habitación, dispuesta a acostarse. Te mira. Estás durmiendo; sin

embargo, tu respiración agita el aire. Te mueves mucho. Sin encender la luz,

se desnuda. Antes de ponerse el camisón, se acaricia la piel, los pechos, lavagina. Te mira. Se pone el camisón. Se mete en la cama. Sobre la almohada, ·

y sin que tú te des cuenta, llora.

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