Upload
felipe-valencia-arango
View
113
Download
0
Embed Size (px)
Citation preview
La feminidad en la Independencia de Colombia
A pesar de que la historia de Colombia ha tenido matices machistas—y muy
machistas—, la relevancia que adquieren ciertos personajes femeninos, y más en
horas de acontecimientos importantes, dan un golpe limpio a ese espíritu
androcéntrico que era demasiado notable hace unas décadas atrás, y que aún en
su latencia, se siente para recordarnos que vivimos junto con “hombres
superiores.” Uno de los móviles para hacer este ensayo, es sin duda alguna,
resaltar las cualidades o características femeninas que fueron, a muy pesar de
nuestros queridos y apreciados antepasados contemporáneos, definitivas para
gestar uno de los episodios más importantes de nuestra historia: La independencia
de Colombia. El horizonte de este escrito, entonces, va encaminado a tratar de
presentar el cómo las mujeres desarrollaron aportes significativos al proceso de
independencia de Colombia—pero con el fin de mencionar aquellas que no son
tan percibidas para nuestra historia, haciendo un reconocimiento a sus labores en
el proceso anteriormente mencionado—, en una sociedad predominantemente—si
es que no es absolutamente— machista.
Lo primero que se debe hacer es analizar a la sociedad neogranadina del siglo
XIX. Bajo el Virreinato de la Nueva Granada, muy pocas mujeres gozaban de
poder político—a excepción, entonces, de unas cuantas como la Virreina, y eso
que no tanto, ya que su esposo era a quien refería la administración del Virreinato
—por lo que les quedaba dos caminos: Atender su propia casa o dedicarse a la
artesanía, la cual era predominantemente femenina. La mujer se reducía entonces
a muy pocas actividades que la hicieran demostrar su igualdad ante el varón—a
pesar de que ella fuera la que respondía por el hogar, era humillada en varias
ocasiones por el esposo, ya que en este momento histórico nos encontramos en
una sociedad patriarcal—y por tanto, quedaba reducida a ser el “objeto útil” de las
labores bajas no hechas por un hombre. La mujer era “un ser frágil, voluble,
carente de voluntad (…) Un ser inferior al varón que requería de guía y tutela”
(Rodríguez, 1997)
De hecho, el mismo autor nos dice que el maltrato contra la mujer era un tópico
muy común y es más, nos comenta que esta vía de hecho estaba aceptada
jurídicamente, ya que los extravíos que cometía la mujer en contra de su marido
debían ser corregidos.
Este sentir respecto a la mujer se la deja en una gran desventaja, puesto que va
ser vista, como ya se dijo antes, como “algo” lo cual va tener que ser orientado—y
“aplacado”— en el transcurrir de la vida. Nos muestran a la mujer como un ser
impotente, esclareciendo así un pensamiento netamente machista. Una de las
causales de esta tendencia es la “venerable” Iglesia Católica de ese tiempo:
Rígida, “altamente moral”, flexible paradójicamente—como ya se verá a
continuación—en fin, un ejemplo a seguir. Esta institución marcó muchos de los
aspectos morales de la vida de los neogranadinos para el siglo XIX; era una guía
intachable, y por esta calidad, no debía ser cuestionada. Aún así, la Iglesia tenía
lo que llamamos “cooperación de género”. Un ejemplo claro era con la situación de
concubinato o con el adulterio inclusive: Siguiendo a Rodríguez (1997), el hombre
que participaba en estos actos no era tan despreciable como la concubina o la
adúltera; los primeros eran incluso comprendidos por la supuesta “incompetencia
de las mujeres para atender el hogar” mientras que la segundas eran reprendidas
o castigadas con el destierro o con castigos físicos.
Ahora, entre las mismas mujeres se notaba la desigualdad y el maltrato, ya que
tener “sangre pura” era una cuestión que permitía sobreponerse la una sobre la
otra. En esta época, ser de buena familia y distinguida era determinante en la
sociedad: Aquellas que eran de “buena clase” tenían un poco más de privilegios—
entre los cuales podemos contar el trato desigual en contra de otras mujeres—
que aquellas que no lo eran. Es por eso que la mujer se seccionó en el interior de
su género, ya que a ellas no les quedaba otra salida sino ser como la sociedad e
Iglesia las habían formado. Y es preciso mencionar además que la mujer debía
estar en su casa, hilando como una costurera; por tanto, a ellas—al menos a las
de las clases bajas, que eran la mayoría—no se les permitía aprender a leer y a
escribir, puesto que se pensaba que para hacer las labores domésticas, no
necesitaban estas habilidades. Esto deja a la mujer en un plano bastante desigual
y por consiguiente, es altamente deducible y predecible lo que una mujer del siglo
XIX en el Virreinato de la Nueva Granada estaría cumpliendo para la sociedad.
Ya habiendo entonces analizado un poco el vivir de la mujer en la sociedad
neogranadina, es factible que veamos a aquellas que rompieron ese rígido
esquema social de la época. Aquellas mujeres que fueron importantes para gestar
la independencia de Colombia, así fuera con pequeños actos, pero que
sembrarían gérmenes en los demás para continuar con ese sublime propósito
femenil. Me gustaría empezar por aquellas que no nos mencionaban en nuestros
cursos de Historia. Hubo mujeres que no se resignaron a sus incomprensibles
destinos; ellas, como a la usanza de los clubes franceses en vísperas de la
Revolución Francesa, formaron tertulias y reuniones intelectuales en donde se
hablaba de política internacional y de los gobiernos locales. Es allí—entre otras
cosas— en donde se siembran los descontentos hacia el rey de España, teniendo
en cuenta los hechos acontecidos recientemente para esa época, como lo fueron
la independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y la publicación
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano bajo la Asamblea Nacional
Constituyente de Francia en 1789. Estas tertulias, evidentemente, debían estar a
cargo de una persona ilustrada, letrada, y podemos contar casos en los cuales los
administradores de estos encuentros eran mujeres como Francisca Prieto Ricaurte
—esposa de Camilo Torres—, Catalina Tejada y Andrea Ricaurte de Lozano.
Ya en el proceso del 20 de julio, hubo muchas mujeres—especialmente
vendedoras de la plaza de mercado—entre las que podemos contar a Francisca
Guerra y Melchora Nieto. Estas mujeres mostraron su inconformidad—como lo
hiciera Manuela Beltrán en 1781— y gran apoyo al movimiento que se estaba
gestando por aquel entonces en contra del gobierno español. A la llegada de la
Reconquista española, en 1816, se comete un acto abominable en contra de las
féminas que participaban en causas independentistas: Se las sacrificaba en el
patíbulo—como fue el caso de Policarpa Salavarrieta, por ser espía al servicio de
los patriotas, entre otras más mujeres—siendo fusiladas como traidoras, es decir,
dando la espalda. Mujeres como Manuela Uscátegui, Dorotea Castro e incluso una
española de sangre como María Josefa Lizarralde fueron asesinadas por los
españoles por auxiliar al movimiento patriota en contra de la Corona Española. Sin
embargo, este castigo no las amedrentó mucho, ya que como menciona Martínez
(2002): “Con la reconquista de 1816 la mujer colombiana alcanzó su mayoría de
edad.” Es decir, muchas mujeres de esta época posiblemente pensaron que una
verdadera mujer era la que moría por su patria, y de una vez, podría librarse de
esa tortuosa carga de ser mujer en la sociedad machista neogranadina, por lo
cual, es un honor para ellas sacrificar sus propias vidas.
Y es que no solo se ve a estas valientes mujeres morir en los patíbulos impuestos
por los españoles, también se tiene conocimiento de una mujer que estuvo en las
filas del Libertador, según comenta Cuartas (2011), llamada Evangelista Tamayo,
una tunjana que estuvo en la definitiva Batalla de Boyacá e incluso llegó al
increíble rango de capitana—teniendo en cuenta que este rango era altamente
ocupado por los hombres—, quien luchó valerosamente en esta campaña.
Como se puede ver, algunas mujeres de la sociedad neogranadina no se dejaron
relegar a segundos planos por los hombres, sino que demostraron mediante sus
actos de valentía y coraje que ellas no eran simples objetos los cuales se podían
manejar a gusto de los varones, mostrando carácter “varonil” y luchando por los
ideales que ellas creían correctos y de facto a seguirlos.
Son estas mujeres las que se distinguen por no permitir dejarse llevar por un
vaivén de ideas injustas y opresoras, y a pesar de que no fueron muchas mujeres
las que salieron del paradigma social de la colonia, dejaron para siempre
plasmada en la historia, su determinación por romper ese modelo social impuesto;
su demostración de que la mujer era igual al hombre, sin ser determinada por una
condición que la imposibilitaría para llegar a ser eso que el varón incluso nunca
creyó en esa época: Una verdadera mujer que sirvió para ayudar a lograr la
independencia de un país mediante sus actos marcó el hecho de que la
inferioridad no debe existir, dado el potencial y la determinación que puede poseer
una mujer. La mujer colombiana.
Lo triste de todo es que después de este movimiento de independencia, las cosas
no cambiaron mucho para la mujer. Ésta siguió siendo la subordinada del hombre,
la que atiende el hogar, la maltratada, entre otras calamidades; pero vale la pena
decir que la mujer dejó en estado de latencia todos estos ideales formados a
principios del siglo XIX para luego, más de una centuria después, regresarlos para
los movimientos feministas del siglo XX.
REFERENCIAS
RODRÍGUEZ, Pablo. Sentimientos y vida familiar en el Nuevo Reino de Granada.
Bogotá. Editorial Ariel. 1997.
MARTÍNEZ, Aida. “Revolución, independencia y sumisión”, en su libro Crónicas
históricas. Bogotá. Editorial Colseguros. 2002.
CUARTAS, Juan Manuel. Las fechas conmemorativas: Bolívar y Don Quijote,
mujer e independencia. En: Hombre y máquina No. 36. 2011