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I N T R O D U C C I Ó N

El paradigma científico-ideológico heredado del Formalismo ruso ligabatambién a la Escuela de Praga con la estética de la vanguardia, y en éstaculminaba la vertiginosa carrera de radicalización de la estética kantianaen las artes a lo largo de m ás de un siglo. En el ciclo de sus cr íticas , K antrom pió la unidad tradicional y separó las esferas d el arte, del saber y de lamoralidad en dominios autónomos. Esto liberó al primero de la tutela dela verdad y de la utilidad, pero la implícita limitación suya a un espacioincierto tenía el potencial de castrarlo. Entre la autonomía kantiana, laactitud romántica de rebelión y desengaño, y el desarrollo de la sociedadburguesa pragmática moderna, el arte empezó a "retirarse de la vida",primero hacia una realidad aparte, hacia los "paraísos artificiales" de laimaginación, y luego hacia su propia realidad creada por la materialidad

protose m iótica de sus diversos m edios. Con el esteticism o fin de siécle seagotó el imaginario de la belleza tradicional, apoyado en el arte clásico.Los cambios tecnológicos y la transformación del paisaje urbano, perotambién rural, empujaron el siglo XX hacia la búsqueda de una "nuevabelleza", más en sintonía con estas realidades "modernas". El arte quisoser aún m ás "m ode rno" que la mism a realidad, y se hizo futurista. Laexploración de sus propios medios produjo un arte innovador, deslumbrante, hermético, "inútil" (gratuito) y cada vez más rarificado.

El arte postmoderno está asimilando esta lección de endgame que el artemoderno jugó en la fase vanguardista, en torno a los años veinte, y en suavatar resurrecto de la "guerra fría", la neovanguardia, en torno a los sesenta, pero, al mismo tiempo , los camb ios y las innovaciones tecnológicaslo están empujando en dirección hipermoderna y "posthumana".

La utopía de la autonomía del arte (aunque éste fuera para Kant todavía

"impuro") puso en marcha todo un proceso estético cumulativo de "purificación", de rechazo cada vez m ás minucioso de todo aquello que, en unmomento dado, no fuera—o no fuera considerado como—puro "arte",

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"poesía", "belleza", etc. Siguiendo la intuición de Walter Benjamín,Theodor Adorno ha ca l i f i cado es te proceso como "es té t ica de lanegatividad" (en su postuma Teoría estética, 1970). Desde la altura definales de los sesenta, el novelista norteamericano John Barth consideraesta línea del arte com o "ag otad a" ("La literatura del ago tam iento", 1967).Y Roland Barthes medita, en El placer del texto (1973), sobre las aporíasde la carrera de purificación que tocó sus límites en el nouveau románescrito por sus nuevos amigos, postestructuralistas, reunidos en torno a larevista Tel Quel.

La vanguardia, que abrigaba impulsos contradictorios siempre y cuandocuestionasen el "realism o burg ués" del siglo XIX y el esteticism o finisecular,respondió a la tentación de pureza con el arte "impuro", impuro hasta laviolencia: el dadaísmo y el surrealismo fueron hasta los extremos. De lamisma manera, el arte gratuito fue contestado con el arte "proletario" opolítico, o fue comp lemen tado— m anteniendo más o men os aparte las dosesferas—con el compromiso político. Algunos vanguardistas simpatizaron con el incipiente fascismo, pero la mayo ría puso su apuesta del lado de

la revolución soviética, más radical, pero también más lejana y mejormitifícable. El ascenso del nazismo hacía esta apuesta aun más creíble.Inclu so el peregrinaje al santuario de la Revoluc ión y del Futuro , "el paísdonde mañana (para nosotros) significa ayer (para ellos)", sólo confirmaba las ilusiones con que se venía. Es patético releer hoy en día los "repo rtajes" de un Vallejo que ostentan, sin querer, sus "cegueras selectivas";Walter Benjamín fue más circunspecto (incluso considera fríamente lasventajas y las desventajas de hacerse miembro del Partido); los apóstatas,

pocos, fueron crucificados (Gide).

El deseo de reconciliar la actividad artística con la política o, en cambio,divorciar la una o la otra, tropezaba a cada paso con realidades contradictorias: destrucción de la vanguardia en Rusia por el estalinismo, imposición del "realismo socialista", los Procesos de Moscú; pero también laguerra civil en España y el fracaso estrepitoso de las "democracias" europeas para detener la expansión del fascismo; el pacto germ ano-soviético,pero también la agresión y la barbarie nazi y el papel de Ru sia en su derrota; la "guerra fría" y varias "guerras (calientes) por la paz". Esta es, a

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grandes ras gos, el via crucis de la vangu ardia y de sus bifurcaciones, abandon os, vueltas y nuevas apostasías.

El camino de los grandes vangu ardistas ilustra estos zigz agu ees: por ejemplo, la guerra civil y el asesinato de su amigo granadino convierten alNeruda anarquista y poeta "im pu ro" en un estalinista casi "puro" , elevadoa comisario para la "corrección política" del arte en América Latina (uncapítulo de su biografía por escribirse); el año 1956 le trae un duro golpede sobriedad, y vuelta al mundo concreto, no tan blanco y negro; en lossesenta, es ya un "co m un ista viejo " para los cuban os, quiene s lo atacan sinpiedad; en cambio, en 1968 se convierte en anatema en el mundo comunista ortodoxo por haber firmado la petición en contra de la invasión deChecoslovaquia; de este oprobio lo "salvan" Pinochet y la muerte.

El grupo surrealista fue la primera víctima colectiva del estalinismo enEuropa Occidental, porque tuvo la audacia de resistir y de afirmar la supremacía de su búsqueda artística por encim a del com prom iso po lítico; laironía es que la necesidad de llevar bajo el brazo algún proyecto de revo

lución social lo condujo al problemático coqueteo con Trotski. Para losestalinistas, el trotskismo fue un pecado mortal; el surrealismo fue transformad o en béte no ire de la crítica (casi toda) que que ría congrac iarse conMoscú.

El arte vanguardista podía ser "gratuito", pero no salía "gratis" ni para elcomprador ni para el creador. El tema de la "traición de los intelectuales"frente al totalitarismo se ha form ulado hasta ahora casi exclusiv am ente en

relación con el fascismo; los países recién salidos del "socialismo real"empiezan a planteárselo también en relación con el comunismo.

La Primera Guerra Mundial desató una tempestad histórica, artística eintelectual que duró casi hasta finales del siglo XX: ¡cuántos seres humanos quedaron atrapados en los rauda les históricos e ideoló gicos de aq uellaépoca!

La estética de Jan Muk afovsky cobra estatura en med io de estos proceso s,en el contexto tardío y contradictorio del arte moderno y de su paroxismoen la vanguardia, pero llega a formular algunas propuestas sorprendentes,

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que, de hec ho, ponen en tela de juicio la me ncionad a línea de la estéticakantiana, sin volver a los planteamientos anteriores, propuestas que pueden tener aún importancia clave para la formación de la es tét ica

postm oderna , que parece encaminada en la misma dirección, apuntando aevitar tanto la Escila de la estética tradicional (incluyendo la marxista)como la Caribdis de la estética moderna, vanguardista.

A su vez, la estética muk afovskian a entronc a también con su recién estrenado planteamiento semiótico y estructuralista. Desde este nuevo nivelalcanza do, M ukafovsky vuelve a conside rar los problem as filosóficos "eternos" y ofrece una reconceptualización sorprendente de los mismos. Elproblema de la estética se plantea en la unidad de tres aspectos o ángulosorienta dos sobre el m ism o espac io social: la función, la norma y el valor.En este espacio, la función estética busca su misión nuevamente, y susbrújulas son las norma s y los valores sociales. A lo largo de esta bús queda, que se prolongará por más de una década, el pensamiento deM ukafov sky describe un arco desde la sociología dialéctica hasta la antropolog ía fenomenológica, y de vuelta.

Función, norma y valor estéticos como hechos sociales es una obra temprana clave, porqu e en ella Mukafovsky se propone "presentar un bosquejo sistemático del concepto propio de algunos problemas fundamentalesde la estética". El autor la escribió en dos tiemp os, entre 1935 (función ynorma) y la mitad de 1936 (valor). Aunque crea una unidad innegable, laprimera parte refleja todavía más la ortodoxia heredada del Formalismo ydel vanguardismo, mientras que la segunda se apoya sobre la recién estre

nada semiótica del arte y, sorprendentemente, pone en tela de juicio aaquélla. Mukafovsky conceptualiza este fascinante "anverso y reverso"del método como miradas desde fuera y desde adentro sobre el hecho artístico. Como si hubiera leído a De rrida, lo de "fuera", lo "exte rno" , o sea,los valores extraestéticos, constituyen la fibra misma de lo de "adentro",de la factura del hecho estético.

La conclusión: "La obra de arte se muestra, en última instancia, como un

verdadero conjunto de valores extraestéticos" y "el valor estético se hadisuelto en los diferentes valores extraestéticos y no es realmente nadamás q ue una denom inación global para la unidad dinámica de las relacio-

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nes recíprocas de aquéllos", tiene numerosas implicaciones de primeraimportancia. Primero, llena de contenido preciso lo que antes eran vagasabstracciones filosóficas. Segundo, efectúa un viraje dentro de la tradi

ción de la estética kantiana: rev ierte la carrera de la "pu rga ción " del arte yde la degradación programática en el mismo de lo "no artístico" (lovextraestético'). Según los formalistas, los valores "no poéticos" podíanser sólo "secundarios" en el arte; las corrientes "puras" del esteticismofinisecular y de la vanguardia fueron aun menos tolerantes. Tercero, aunque no destruye necesariamente la autonomía del arte (tal como ésta seestablece en cierto momento de la cultura occidental), la flexibilidad queadquiere el modelo de Mukafovsky le permite rebasar los contextos m odernos y conceptualizar con provecho tanto los anteriores (por ejemplo, elcontexto medieval, menos diferenciado funcionalmente), los paralelos(como el contexto folclórico, heredero del medieval pero hibridizado conel moderno y ahora ya posmoderno), o los posteriores (el contextoposm oderno caracterizado por las mediaciones institucionales, tecnológicas y del mercado m ás y más globalizado).

Parece que la idea del valor estético "transparente" le vino a Mukafovskyde la arqu itectura funcional moderna, que proyectaba los edificios, en teoría,estrictamen te a partir de las funciones p rácticas con tem plada s para su uso,despojándo los de cualquier co nsideración estética, y, sin emb argo , no producía sino iconos de la "nueva belleza" (a lo mejor, tal como el "textoautomático" de los surrealistas suprimía una lógica, sólo para crear otra).

Al valor estético "transp arente", postulado por M ukafovsky, se le podría

objetar que deja de lado ciertos "coágulos" de "lo bello" que nos ha dejado la tradición: lo bello clásico, romántico, modernista, vanguardista, etc.O sea, ciertos ideales o puntos de referencia. No todas las obras de artesiguen el modelo de austeridad de la "arquitectura funcional" (por lo demás, ésta no sólo no cumple siempre con su cometido, sino que incluso lavfunciona lidad' se interpreta en ella de las maneras m ás distintas). Los"islotes" de "lo bello" parece que se portan como los "poetismos": éstosno agotan la esfera potencial de Mo poético', pero existen "por ahí" como

aluviones abandonados por las sucesivas modalidades del lenguaje poético, y se prestan para múltiples juegos. La "transparencia" y el "coágulo"serían antinomias dialécticas del mismo proceso histórico de lo estético.

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Sorprende el mismo concepto de 'valor' , que se expande (en el sentidoindicado en "Filosofía del lenguaje poético", 1933) para cubrir toda lagama que se extiende desde la materialidad protosemiótica del artefacto,

pas and o por la dimensión sígnica y por la abstracción 'tem átic a', hasta los"valores" tai como se entienden tradicionalmente. Pero también el concepto de 'función estética' se sale del reduccionismo tanto tradicional com o"m od ern o", para reflejar el carácter ab ierto, polifuncional y proteico de loestético.

La dimensión social de la función, norma y valor estéticos llama la atención sobre la ' sociología ' de Mukafovsky. Aunque és te at iende alentrelazamiento del arte con otras esferas sociales, en principio histórico,el paradigm a que dom ina en su sociología es durkheim iano, mediatizadopor Saussure. Por ejemplo, el concepto central de 'conciencia colec tiva',propuesto por Emile Durkheim como existente objetivamente, irreductiblea las conciencias individuales pero coercitivo sobre ellas, permitió resolver para Sa ussure la aporía del código del lenguaje (la lang ue ), no reduc i-ble a los usos individuales del lenguaje, pero existente de alguna manera

potencialmen te com o marco de la ene rgeia, de la actividad comu nicativaverbal en cada lengua, pero sin convert irse en inmutables esquemasracionalistas prescriptivos.

Como en un "crecimiento lógico", para Mukafovsky y para la poéticam ode rna, el lenguaje se convirtió en mo delo de conc eptualización de otrosdominios de estudio. Dejemos de lado el hecho de que esta extrapolaciónmetafórica tendría aspectos sumam ente productivos y también, en lo con

creto, muchos escollos (nos ocupamos de esto más en Metaestructuralismo), y miremos adonde conducía la imagen de la conciencia colectiva,privada de la experiencia histórica viva, dialógica, y reducida a la dimensión de un código intemporal. En última instancia, la "conciencia colectiva' ancla la conceptualización que la utiliza como referencia en un espacio idealizado, utópico, "moderno".

Este "u topism o" le ha facilitado a Saussure dispensar de la.parole y de la

enun ciación y, en su sémiologie, así mismo de la referencia y el referente;y, sorprendentemente, lo ha convertido en un "alma gemela" de la vangua rdia y de sus "a uto s" (véase la introducción general a la A ntología , I).

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En este contexto hay que entender la magnitud del desafío lanzado encontra de la lingüística "abstracta" por Mijail Bajtin; pero también losmotivos de su incomprensión casi total hasta hoy. La Escuela de Pragatambién se enfrentó críticamente con la herencia durkheim-saussureana,incluso apoyándose en el grupo de Bajtin (en el l ingüista ValentínVoloshinov), pero como lo hacía más bien desde adentro, más tuvo quelidiar luego con las contradiccion es entre su práctica y el paradigm a teórico que tenía com o ho rizonte.

Entendemos entonces por qué esta dimensión sociológica abstracta, por

más "dialéctica" que fuera, estaba abierta a ataques por parte del marxismo (au nque éste fuera m uy lim itado, a su m anera, tam bién, y castrado porla ortodo xia estalinista), y que las dos "socio log ías" eran irreductibles unaa la otra. A lo mejor, serían com plem entarias, p ero la maza estalinista lashizo irreconciliables. En cam bio, en el pasaje sobre el cine, la fotografía yla artesanía (el apartado dos del capítulo sobre la función), el lector tienela imp resión de leer a García Ca nclini, porque el enfoque sobre las mediaciones entre la industria filmográfica, el m ercado y la tecnolo gía, apu nta a

las re laciones que se han destacado como caracter ís t icas del ar teposmoderno.

Cierta oposición que se establece entre la función y el valor estéticos secomplica con la dimensión antropológica que se introduce en la normaestética, pero que n o se plantea en la función y se rechaz a explícitam enteen el valor. En estos puntos "neurálgicos" podremos seguir el desarrollofuturo del pensamiento estético mukafovskiano.

"El problema de las funciones en la arquitectura" (1937) es la primeravuelta importante a los problemas planteados, desde un contexto marginal: la arquitectura como arte. También la función, históricamente variable, "que go bierna la postura general del homb re hacia la realidad", qu edaanc lada "en la propia cons t i tuc ión ant ropológica de l hombre" . YMukafovsky se pone en el camino de indagar en la fenomenología de lasfunciones primarias, aun reconociendo la dificultad de este quehacer.

Reaccionando al planteamiento abierto en "El traje regional como signo"(1936), de Petr Bogatyrev, Mukafovsky se pone del lado de Voloshinov

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(sin citarlo) y propone la función estética como una de las funcionessígnic as, o sea, que lo estético no es simp leme nte la función (dime nsión)estética de un signo o de una realidad, sino que convierte en sígnica todarealida d sobre la que llama la atención, aunque sea una dim ensión sígnicasui generis.

Hacia el final del estudio, el viraje ocurrido en Función, norma y valorcon motivo del valor estético, disuelto en los valores extraestéticos, seadopta también para la función estética, convertida en "consecuencia deuna acción y una coordinación de las demás funciones" (o sea, se postula

su "transparencia"). Pero esta "coordinación" se revela ahora como problem ática, y lejos de la posible "p erfecc ión" (y de su estatism o), se prop one "la elección entre varios modos de su alteración". La función estéticase ha disuelto en las diferentes funciones extraestéticas, pero esta disolución se ha revelad o com o dinám ica y conflictiva, reorga nizab le desde distintos 'horizontes funcionales'.

A diferencia de la Función, n orm a y valor, que propone una transparencia

utópica del valor estético, este trabajo plantea la necesidad de considerarla posicionalidad de la función estética en el proceso de la coordinaciónde las otras funciones. Emerge una transparencia "situada", "orientada".

En "¿Puede el valor estético en el arte tener validez universal?" (1939),M ukafov sky se da cuen ta de que la dime nsión sígnica, social, en que basóel valo r en Fun ción, nor m a y valor, no excluy e una relación con la constitución antropológica. En este mom ento de la reflexión muk afovskiana, la

constitución antropológica se convierte en el punto de referencia, aunquenunc a en base ontoló gica inm utable, para los tres aspectos fundam entalesde lo estético: la función, la norm a y el valor.

A partir del germen en "El problema de las funciones en la arquitectura",el análisis fenomenológico de las funciones primarias ya no deja de inquietar a Mukafovsky; este proceso culmina en "El lugar de la funciónestética entre las demás funciones" (1942). Varios aspectos bosquejadosen esta propuesta son criticables; pero cualquier intento de una tipologíamás adecu ada a la enorme complejidad del tema tendrá que tomar en consideración el camino recorrido por el pensador che co.

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Por lo demás, este ensayo y el titulado "El hombre en el mundo de lasfuncion es" (1946) presentan tamb ién una acertada crítica de las bases teóricas de la llamada arquitectura funcional (más bien "monofuncional") y,más de un cuarto de siglo antes de Robert Venturi y de Charles Jencks,propugnan la necesidad de una revisión fundamental del "funcionalismo",que desembocará en la actual arquitectura "posmoderna". Llama la atención hasta qué punto la problemática "posmoderna" se perfila en las contradicciones "modernas".

La dimensión antropológica en M ukafovsky, o sea, su búsqued a de anclar

los distintos aspectos de su estética en la 'constitución antropológica' y,m ás tarde, en un tipo de antropolog ía fenomen ológica, prov ocó reaccionescontradictorias en el mismo medio marxista de los años sesenta. Unoscriticaron la "antropologización" de la norma estética como un "resabiot radic iona l" , l amentándose aún más de la pos te r ior "desviac ión"fenomenologic is ta , "por for tuna» cor ta ; cur iosamente , su pos turaantimetafísica antiesencialista los llevaba a la interpretación ultraformalistadel valor estético "vacío". Otros celebraron el surgimiento del motivo

antropológico (como una conquista precisamente frente al relativismoformalista), aun que echando de menos una perspectiva antropológica m áselaborada, preferiblemente marxista. Pero al igual que su sociología, laantropología de Mukafovsky se resistía al cabestro marxista.

Cuand o en Mukafovsky surgió la necesidad de un anclaje antropológico,el sabio checo no tenía m ucho en que apoyarse : los fundam entos filosóficosde la antropología cultural moderna (elaborados principalmente entre

Cassirer , Scheler y Heidegger) estaban aún en pañales . Incluso laantropología marxista era inexistente o inaccesible en sus textosfundamentales. Es un gran mérito del boceto mukafovskiano que, en sudimensión fenomenológica, no sólo corre paralelo a los de los grandesfilósofos alem anes del siglo XX, sino que los com plem enta con decisivosaportes originales. (Tal vez esta "conexión alemana" contribuyó a queMukafovsky, en su propio detrimento, abandonase sus preocupacionesantropológicas después de la guerra.)

La an t ropo log ía de Jan Mukafosky no coa r t a e l p roceso de l aautorrevelación del hombre en el arte, ni tampoco fuera de éste. Todo lo

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12 6 I I I - El hom bre en e l mun do de las func iones, nor m as y va lores

con trario: su estética y su antropolog ía fenom enológica fundam entan, parael arte y para la actividad estética, un espacio de funcionalidad multifacéticae irreductible, donde el ser humano, en sus vueltas y revueltas, exploraincesantemente los límites históricos y universales de sí mismo, en sudevenir y en la totalidad del Ser.

(E . V.)

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F U N C I Ó N , N O R M A Y V A L O R E S T É T I C O S

C O M O H E C H O S S O C I A L E S

1Función esté t ica

La función estética ocupa un lugar importante en la vida del individuo yde toda la sociedad. Es verdad que el círculo de personas que entran encontacto directo con el arte es bastante limitado, ya sea por la relativarareza de la disposición estética (o por su limitación en cada caso singulara determinadas áreas del arte), ya sea por las barreras de la estratificaciónsocial (limitadas p osibilidades de acceso a las obras artísticas y a la educación estética para algunos estratos sociales); sin embargo, el arte alcanzacon las consecuencias de su acción también a quienes no tienen relacióndirecta con él (recordem os, por ejemp lo, la influencia de la poesía sobre el

desarrollo del sistema lingüístico). Además, la función estética abarca uncampo de acción mucho más amplio que el solo arte. Cualquier objeto ocualquier suceso (ya sea un proceso natural o una actividad humana) pueden llegar a ser po rtadores de la función estética . Esta afirmación no significa pan esteticism o, ya que: 1. sólo se exp resa la posib ilidad g eneral, m asno la necesidad , de la función estética; 2. no se prejuzga sobre la posiciónde la función estética como do m inante entre las dem ás funciones de todoslos hechos que pueden entrar en su esfera; 3. no se trata de confundir la

función estética con otras funciones o de entender éstas como meras variantes de aquélla. Únicamente nos declaramos partidarios de la opiniónde que no hay límites fijos entre la esfera estética y la extraestética; noexisten objetos o sucesos que en virtud de su esencia o de su configuración sean portadores de la función estética independientemente de laépoca, del lugar y del sujeto que valora, ni otros que, asimismo en virtudde su configuración específica, estén forzosamente excluidos de su alcance.

A primera vista esta afirmación podría parecer exagerada. Sería posiblecontraponerle ejemplos de cosas o actos aparentemente del todo incapa-

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ees de ser portadores de la función estética (verbigracia algunos procesosfisiológicos elementales como la respiración, o bien las operaciones mentales m ás ab stractas); y, a la inversa, ejemplos de hecho s que por su propia

construcción están predestinados a la acción estética, como son, especialmente, los productos dei arte. Sin embargo, el arte moderno—que desdeel naturalismo no excluye ninguna esfera de la realidad en la escogenciade sus temas y desde el cubismo y corrientes afines en otras artes no seimpone límites en la elección del material o de la técnica—así como laestética moderna—que hace gran énfasis en la amplitud del campo de loestético (J. M. Guyau, M. Dessoir y su escuela, y otros)—, han aportadosuficientes pruebas de que incluso aquellas cosas a las cuales no atribuiríamos según la concepción tradicional validez estética, pueden convertirse en hechos estéticos. Como ejemplo cito una frase de Guyau: "Respirarprofundamente, sentir cómo se purifica la sangre al contacto con elaire. . . . ¿no es acaso una sensac ión casi em briaga nte a la cual difícilmente podríamos negarle valor estético?";1 o esta otra de Dessoir: "Cuandodescribimos una máquina o la solución de un problema matemático o laorganización de un grupo social como cosas bellas, es más que una m eraforma de decir."2

Po dem os también aducir ejemplos de lo con trario: las obras artísticas, queson portadores privilegiados de la función estética, pueden perderla y serentonces destruidas como superfluas (recuérdese el recubrimiento de frescos antiguos con pintura nueva o con pañete) o utilizadas sin consideración de su finalidad estética (palacios antiguos convertidos en cuarteles,etc.). Existen, d esde lue go, tanto en el arte com o fuera de él, cosas que por

su configuración están destinadas a la acción estética; ésta es incluso laprop ieda d esenc ial del arte. Sin em barg o, la aptitud a ctiva para la funciónestética no es una cualidad real del objeto, aun cuand o éste hay a sido construido intencionadamente con miras a dicha función, sino que se manifiesta sólo en determinadas circunstancias, a saber, en d eterminado contexto social. Un fenómeno que fue portador privilegiado de la funciónestética en cierta época, cierto país, etc., pued e ser incapaz de esta funciónen otra época, otro país, etc. En la historia del arte no faltan casos en los

Les Problémes de l 'esthétique contemporaine (Paris: Félix Lacan, 1884) 20.: Ásthetik und allgemeine Kunstwissenschaft (Stuttgart: Ferdinand Enke, 1906) 113.

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que la validez original estética o incluso artística de una obra del pasadosólo pudo ser redescubierta mediante la investigación científica.3

Los límites de la esfera estética no están dado s por la realidad m ism a y sonmuy variables. Esto se hace eviden te sobre todo desd e el punto d e vista dela valoración subjetiva de los fenóm enos. To dos con ocem os person as paralas cuales todo adquiere función estética, así como otras para las que lafunción estética sólo existe en una medida mínima. Es más: sabemos porexpe riencia personal que los límites entre la esfera estética y la ex traestética,siendo dependientes del grado de sensibilidad estética, se van desplazan

do para cada uno de nosotros con la edad, con el estado de salud y hastacon el humor del momento. Naturalmente, si en-lugar del punto de vistadel individuo adoptamos el del contexto social, veremos que a pesar detodos los fugaces matices individuales, existe una distribución considerablemente estabilizada de la función estética en el mundo de los objetos yde los sucesos. Aunque el límite entre la esfera estética y la extraestéticano estará tampoco com pletamente definido — ya que la participación de lafunción estética está ricamente graduada y rara vez se puede afirmar con

certeza la ausen cia total de residuos estéticos, por déb iles que sean— seráposib le averiguar de ma nera objetiva, por los síntom as, la participación dela función estética en áreas tales com o la viviend a, la m oda indum entaria,etc.

Sin embargo, tan pronto como desplazamos nuestro punto de vista en eltiempo o en el espacio, o tan sólo de una formación social a otra (de unestrato a otro, de una generación a otra), enco ntram os q ue con ello cam bia

la distribución de la función estética y la delimitación de su esfera. Porejem plo, la función estética de la com ida es más ace ntuad a en Franc ia queen nuestro país; en nuestro medio urbano, la función estética del vestidoes más fuerte en las mujeres que en los hombres, pero esta diferencia amenudo no existe en el medio rural que usa trajes regionales; la funciónestética del vestido se diferencia además según las situaciones típicas de

1 N.S. Trubetzkoy, "Jozhenie Afanasia Nikitina kak literaturnyi pamiatnik [La peregrinaciónde Afanasi Nikitin como documento literario]," Versty [Paris] 1926; R. Jagoditsch, "Der Stil dera l t russischen Vi tae ," Memorias de l Segundo Congreso In te rnac iona l de Fi lo logía Eslava(Warszawa [Varsovia], 1934).

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cada marco social: así, la función estética de la ropa de trabajo suele serbastante más débil que la del atuendo de fiesta. En cuanto a los desplaza

m ientos en el tiempo, podem os m encionar que, a diferencia de hoy, todavía en el siglo xvn (en el rococó) la ropa masculina poseía una funciónestética igualmente fuerte que la femenina; después de la Primera GuerraM un dial, la función estética del vestido y de la vivienda se extend ió a unámbito social mucho más amplio y a un número de situaciones muchomayor que antes de la guerra.

Por consiguiente, al trazar la línea divisoria entre la esfera estética y la

extraestética hay que tener presente que no son esferas netamente separadas e inconexas. Las dos están en una constante relación dinámica, que sepuede caracterizar como antinomia dialéctica. No es posible investigar elestado o la evolución de la función estética sin preguntarnos qué tan ampliamente (o estrechamente) se halla difundida por todas las áreas de larealida d; si sus límites son relativam ente claros o borr oso s; si se m anifiesta de manera uniforme en todos los estratos y medios sociales o con preponderancia en algunos de ellos; y todo esto en relación con una época y

un conjunto social dados. En otras palabras, para caracterizar el estado yla evolución de la función estética no sólo es importante saber dónde ycómo se manifiesta, sino también en qué medida y en qué circunstanciasestá ausente o debilitada.

Examinemos ahora la organización interna de la esfera estética misma.Señalamos ya que esta esfera se halla diferenciada de múltiples maneras,según la intensidad de la función estética, en los diversos fenómenos y

según la distribución d e esta función en las distintas formacione s del conjun to social dad o. Existe, sin em bargo , un límite que divide todo el multiforme cam po de lo estético en dos sectores principales, según la im portancia relativa de la función estética con respecto a otras funciones: se tratadel límite que separa el arte de los hechos estéticos extraartísticos.

El problem a del límite entre el arte y los dem ás hec hos e stéticos e inclusoextraestéticos, es importante no sólo para la estética sino también para lahistoria del arte, porque la respuesta a esta cuestión tiene un significadodecisivo para la selección del material histórico. Parecería que la obra dearte se caracteriza de manera inequívoca por cierta hechura. En realidad,

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este criterio es válido solamente (y además con limitaciones) para el contexto social al cual la obra está o estuvo dirigida. 4 Si estamos frente a unproducto vinculado por su origen con una sociedad distante de la nuestraen el tiempo o en el espa cio, no pod em os clasificarlo de acuerdo con nuestra propia apreciación. Ya mencionamos que a menudo es necesario averiguar mediante un procedimiento científico complejo si para el contextosocial correspondiente tal producto era en efecto una obra de arte; nuncase puede descartar que sus funciones hubiesen sido originalmente muydiferentes de lo que nos pueda parecer a la luz de nuestro propio sistemade valores.

Por otro lado , la transición entre el arte y lo extraartístico es siempre paulatina, y a veces casi indeterminable. T om em os como ejemplo la arquitectura. En su conjunto, la arquitectura forma una serie ininterrum pida desdeprodu ctos sin ninguna función estética hasta obras de arte, y mu chas veceses imposible establecer en esta serie el pun to a partir del cual com ienz a elarte. En sentido estricto, nunca es posible establecerlo con exactitud, nisiquiera tratándose de la arquitectura de nuestro propio contexto social; y

menos aún si se trata de productos exóticos para nosotros por su distanciaen el tiempo o en el espacio.

Existe finalmente una tercera dificultad, que fue señalada por E. Utitz: "Elhecho de 'ser arte' es algo muy diferente de 'poseer valor artístico'". 3 Enotras palabras, la cuestión de la valoración estética de las obras artísticases fundamentalmente distinta de la cuestión de los límites del arte: también una obra artística que valoramos negativamente desde nuestro punto

de vista, pertene ce al contexto d el arte, ya que es con referencia a éste quela valoramos. En la práctica suele ser muy difícil observar este principioteórico, sobre todo cuan do se trata del llama do arte margina l o, com o lo hadenom inado Josef Capek, "el arte más m ode sto". Al indagar si un producto de esta índole (com o las "nov elas para cria da s" o las imá gene s p intadasen los letreros de las tiendas de barrios populares) funciona como arte,

4 Recordemos el escándalo provocado por la escultura de Rodin "La edad de bronce", de lacual dijo la crítica, inicialmente, que no pasaba de ser un calco de un cuerpo real.

5 "Kunstsein i s t e twas ganz anderes a i s Kunstwer t" . Grundlegung der a l lgemeinenKunstwissenschaft II (Stuttgart, 1920) 5.

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fácilmente puede suceder que confundamos la averiguación de la funcióncon la valoración.

Las transiciones entre el arte y la esfera extraartística, e incluso laextraestética, son tan poco claras y su averiguación es tan compleja, queuna demarcación precisa es ilusoria. ¿Debemos entonces abandonar todointento de establecer la línea divisoria? A pesar de todo, sentimos claram ente q ue la diferencia entre el arte y el ámbito de los hech os "m eram enteesté tico s" es fundame ntal. ¿E n qué consiste? En el hech o de que en el artela función estética es la función dom inante, mien tras que fuera de él, cuando

está presente, ocupa una posición secundaria.

Podría objetarse que también en el arte la función estética a menudo sehalla programáticamente subordinada a otra función, ya sea por parte delautor o del público, como sucede con la exigencia de compromiso en elarte. Pero esta objeción no es concluyente: mientras se incluye una obraespo ntán eam ente en la esfera del arte, el énfasis en una función distinta dela estética es percibido no com o un caso norma l, sino como polémica con

tra la destinación esencial del arte. La preponderancia de alguna de lasfunciones extraestéticas es incluso un hecho frecuente en la historia delarte; pero el predominio de la función estética es percibido como el casobásico, "no m arcad o", mientras que el predom inio de otra función es valorado como "marcado", es decir, como una alteración del estado normal.Esta relación entre la función estética y las demás funciones del arte sedesprende lógicamente de la naturaleza del arte como esfera de los fenóme nos estéticos por excelencia.6

Finalmente, cabe señalar que el presupuesto de la preponderancia de lafunción estética tiene pleno peso sólo allí donde las diversas funcioneshan sido mutuam ente diferenciadas. Existen m edios sociales que no conocen una diferenciación consecuente del ámbito de las funciones, como la

6 Es necesario distinguir entre el predominio colectivamente postulado de alguna funciónextraestética y las desviaciones individuales condicionadas por la disposición psicofísica del

receptor. Algunos receptores leen novelas sólo por la instrucción o ia emoción, o valoran uncuadro sólo como información acerca de una realidad. Para este tipo de receptor la obra artísticano funciona como arte, sino como un hecho totalmente extraartístico o apenas estéticamentematizado; su relación con el arte no es adecuada y no puede ser considerada como norma.

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sociedad medieval o el medio cultural folclórico; aquí la relación de subordinación y predo m inio de las funciones puede variar a lo largo del proceso histórico, pero nunca h asta el punto de que alguna de ellas prev alezcaclara y definitivamente sobre las demás.

Se trata nuevamente de una antinomia, similar a la que hallamos en ellímite entre la esfera estética y la extraestética: allí había oposición entrela ausencia total de la función estética y su presencia, aquí entre la subordinación y el predo m inio de la función estética en la jerarqu ía de las funciones. El campo de lo estético no está, pues, escindido en dos sectores

herméticamente separados, sino que es dominado en su conjunto por dosfuerzas opuestas que lo organizan y desorganizan a la vez, es decir, mantienen en su interior un incesante m ovim iento ev olutivo. Desd e este puntode vista la tarea fundamental del arte se puede entender como la renovación continua de la amplia esfera de los hechos estéticos; de ello hablaremos con más detalle en el segundo capítulo de este trabajo, al tratar de lanorma estética.

No es posible determinar de una vez para siempre qué es arte y qué no loes. Hemos dado algunos ejemplos de la transición gradual o de oscilaciónentre la esfera del arte y lo extraartístico. A continuación presentaremosuna serie más detallada de ejemplos sistemáticam ente orden ados p ara ilustrar de qué múltiples y multiformes maneras actúa, precisamente en esteterritorio de transición, la contradicción de la doble fuerza que rige laevolución y el estado de la esfera estética.

1. Algunas artes hacen parte de una serie ininterrumpida que incluye también hechos extraartísticos e incluso extraestéticos. Ya mencionam os com oejemplo la arquitectura; también la literatura tiene una posición similar.En la arquitectura son las funciones prácticas las que compiten con lafunción estética (por ejemplo, protección contra los cambios climáticos);en la literatura es la función com unicativa. Existe todo un género de ma nifestaciones lingüísticas situado en el límite entre la comunicación y el

arte: la oratoria. El objetivo propio de la oratoria, particularmente de susformas más típicas como la elocuencia política o religiosa, es la persuasión, cuyo medio lingüístico más eficaz es el lenguaje emotivo. Puestoque el lenguaje em otivo— com o co mp onente estable del sistema lingüísti-

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co—aporta con frecuencia recursos expresivos a la literatura,7 la oratoriaincursiona con facilidad—especialmente en algunas de sus formas y enalgu nos de sus períod os evo lutivos— en el terreno literario, hasta el puntode ser percibida y valorada como arte. Desde luego existen también formas y períodos de la oratoria que acentúan su función comunicativa.

U na oscilación similar entre el arte literario y la com unica ción es característica del ensayo. Incluso podemos mencionar en este contexto algunosgéne ros de la literatura mism a caracterizados justam ente por la oscilaciónentre la primacía de la función estética y la comunicativa; se trata sobre

todo de la literatura d idáctica y de la biografía n ovelad a. El límite m ismoentre la poesía en verso y la prosa artística está dado en gran m edida po r lamayor participación de la función comunicativa—que es extraestética—en la prosa que en la po esía.

Tampoco en otras artes el predominio de la función estética es absoluto.El teatro oscila entre el arte y la propaganda. La historia de la construcción del Teatro Nacional checo ilustra con claridad el papel decisivo de

los motivos extraestéticos, en particular la necesidad de una campaña nacionalista.8 La danza com o arte se relaciona estrechamen te con la educación física, cuya función es higiénica, y en algunas de sus formas llega aconfundirse con ella (la escue la de Dalcro z); adem ás, en la danza se realizan, de nuevo en fuerte com petenc ia con la función estética, las funcionesreligiosa (danza ritual) y erótica.

Pasemos a las artes plásticas, con excepción de la arquitectura, de la cual

ya hemos hablado. En la pintura y la escultura también existen, completamente fuera del ámbito del arte, productos puramente comunicativos, porejem plo, las ilustraciones y los mode los de las ciencias n aturales; en otroscasos la función estética actúa como secundaria al lado de otra función

7 Algun os lingüistas como C harles Bally han llegado a identificar, e rróneam ente, el lenguajepoético con el emotivo, pasando por alto la diferencia fundamental entre la expresión autotélica(arte literario) y la expresión com unicativa (acción sobre las emocione s).

8 Por el reconocimiento de los derechos de la nación checa en el marco del Imperio austro-húngaro y la extensión del dualismo austro-húngaro a un trialismo austro-húngaro-checo. Unode los grandes mítines que se celebraron durante esta campaña tuvo lugar con ocasión de lacolocación de la piedra angular del Teatro Nacional en Praga, en 1868. N. de la T.

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predominante, como cuando un mapa es utilizado como objeto decorativo; y existen ciertos productos que fluctúan en el límite mismo entre elarte y la esfera extraartística y hasta extraestética, como la pintura, el grabado o la escultura al servicio de la publicidad comercial. Por ejemplo, elcartel tiene un interés extraartístico, ya que su objetivo principal es la publicidad; sin em bargo , es posible seguir sistemáticam ente su historia com oun fenóm eno de las artes visuales. Por último , existe un género de p inturay escultura ya plenamente artístico que se caracteriza, no obstante, por laoscilación entre la comunicación práctica y la manifestación artísticaautotélica. Nos referimos al retrato, que es a la vez una represe ntación de

una person a, valorada según el criterio de la veracidad, y una co m posiciónartística sin una relación obligatoria con la realidad. En esto se diferenciael retrato funcionalmente de la pintura que no pretende retratar, aunquereproduzca de manera realista el aspecto de su modelo.

Llegamos finalmente a la música. Éste es el arte donde menos se manifiestan los contactos directos con la esfera extraartística. Ello se debe alcarácter particular de su material, el tono, pues éste, siendo percib ido for

zosamente como parte de un sistema tonal, contiene en sí mismo un matizes té t ico ( recordemos e l conoc ido cuento Der a rme Spie lmann deGrillparzer, cuyo protago nista alcanz a un estado de éxtasis estético tocando siempre la misma nota). Sin embargo, existen casos en que la funciónestética es tan sólo acompañante y no dominante: por ejemplo, las señalesm elódicas (militares y otras), o los prego nes m edio cantad os de los vendedores ambulantes, cuyo propósito principal es llamar la atención sobre lamercancía. La oscilación entre el predominio de la función estética y de

alguna otra función se obse rva en la m úsica de m archa o en los cantos queacompañan el trabajo. En los himnos nacionales la función estética compite con la sim bólica, que es un matiz de la función com unica tiva. Reco rdemos, por último, la multiplicidad y la fluctuación de las funciones delfolclor musical, un tema que aquí no podemos tratar en detalle.

2. Hem os ex am inado los casos en que el arte desem boca en la esfera d e loshecho s extraartísticos y aun extraestéticos. A hora vienen los casos co ntrarios. Existen ciertos fenómenos que están arraigados por su esencia en laesfera e xtraartística, pero que tienden al arte, aunq ue sin tom arse definitivamente artísticos: por ejemplo, el cine, la fotografía, la artesanía artísti-

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ca, la jardinería. Con mayor claridad se observa esta tendencia en el cine.En algunos de sus aspectos, el cine está emparentado con varias artes, enparticular con la literatura épica, el drama y la pintura; efectivamente, enlos diferentes períodos de su evolución se acerca ya a una, ya a otra deestas artes. Además de ello, el cine posee los presupuestos para convertirse en un arte autónomo, capaz de conseguir el predominio de la funciónestétic a por sus propios m edio s. Chaplin crea un tipo de actuación fílmica,totalmente diferente de la actuación teatral (mímica y gesticulación paralos primeros planos); por su parte los directores rusos como Eisenstein,Ve rtov o Pudovk in llevan a la perfección el man ejo del espacio específicocinematográfico, cuya tercera dimensión está dada por la movilidad de lacámara. De otro lado, el cine es ante todo una industria, por lo cual suoferta y demanda dependen mucho más de criterios puramente comerciales que en cualquiera de las artes. Por esta misma razón, el cine se veobligado—como cualquier otro producto industrial—a asimilar de manera inmediata y pasiva todo perfeccionamiento de su base tecnológica. B astacomparar, por un lado, el criterio altamente selectivo que aplica la músicaal escog er, entre las posibilidade s técnicas d isponibles en un período d ado

de su evolución, un repertorio limitado de instrumentos con miras a determinados fines artísticos, y, por otro lado, la precipitada introducción delcine sonoro, que acab ó, por el tiempo p resen te, con los presu pue stos d e undesarrollo artístico conquistados por el cine mudo. Aunque el cine tiendecontinuam ente a convertirse en arte, aún no se puede decir que haya p enetrado en aquella esfera donde la función estética es de suyo dominante.

Un p oco diferente es la situación de la fotografía, que también oscila entre

la expresión dirigida a sí misma y aquella dirigida a la comunicación,pero percibiendo esta posición como parte de su propia esencia. En suscomienzos, la fotografía fue valorada como una nueva técnica pictórica;ejercida generalmente por pintores profesionales, a menudo empleaba procedim ientos de com posición propios de la pintura. Con el tiemp o se transforma, en manos de fotógrafos profesionales, en un medio de expresiónextraestética, purame nte com unicativa: las nociones "fotografía" y "cuad ro" se vuelven antitéticas. A la postre, bajo el influjo de la pintura

impresionista, la fotografía (sobre todo la aficionada) se acerca una vezmás a la pintura, hasta tomar conciencia de su destinación específica—lade estar en el límite. Es característico de esta naturaleza oscilante de la

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fotografía que su género básico (o uno de los más importantes) siemprehaya sido el retrato, que se fundamenta, com o ya dijimos, en dicha oscilación.

Otro tipo más de relación con el arte se observa en la artesanía artística.Em pleamos este término no como designación fija de algunas ramas particulares de la artesanía como la orfebrería, según se acostumbra en losma nuales de historia del arte, sino para referirnos a un fenómeno históricotemporalmente bien delimitado (finales del siglo XIX y comienzos XX).De dicada a la fabricación de objetos de uso cotidiano, la artesanía siempre

ha tenido en la mayoría de sus ramas cierto matiz estético; en el pasadoincluso solía mantener un estrecho contacto externo con el arte (recuérdese el gremio de los pintores como una de las corporaciones artesanalesmedievales). Sin embargo, con el advenimiento de la llamada artesaníaartística surge una relación m utua muy diferente al plácido pa ralelismo deantes: ahora la artesanía busca traspa sar sus propias fronteras, conv ertirseen arte. Por parte de la artesanía se trataba de un intento d e salvar la producción m anua l, que estaba perdiendo su significado práctico en la com

petencia con la producción industrial: el robustecimiento de la funciónestética debía compensar la declinación de las funciones prácticas de laartesanía, que eran mejor cumplidas por la producción fabril. Por parte delas artes, que acogieron el auge de la artesanía artística con entusiasmo(muchos artistas participaron como diseñadores), el objetivo era renovarel contacto con el material en el sentido físico, com o la made ra, la piedra,el m etal, etc. Du rante el vertiginoso d esarrollo de la tecnolog ía industrial,el arte (sobre todo la arquitectura, la más cercana a la artesanía) había

perdido la sensibilidad p ara el ma terial físico; adoptaba m ateriales nu evossimplemente como sucedáneos de otros, sin tener en cuenta sus propiedades específicas, hasta llegar a una franca violación del m aterial (por ejemplo, en la arquitectura del ar t nou vea u). Desd e el punto de vista teórico, elcam ino hacia la artesanía artística había sido preparado justam ente por elanálisis del material físico de las artes.9 La artesanía, p ara la cual las propiedades del m aterial son fundamen tales por razones em inentem ente prácticas (como la durabilidad), era llamada a contribuir a que también lasartes aprovechasen todas las posibilidades plásticas del material. Sin em-

G. Semper, Der Stil (1860-1863).

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bargo, tan pronto como se integró en la esfera del arte, es decir, una vezque com enzó a orientarse hacia la producción de piezas únicas con predominio de la función estética, perdió su propia función práctica. Empezó aproducir vasos en los cuales "sería una lástima" beber, muebles que "seríauna lástima" usar; y no tardaron en aparecer vasos en los que era difícilbeber, etc. Esta declinación de las funciones prácticas de la artesanía seilustra muy bien en la siguiente anécdota:

Había un talabartero que fabricaba sillas de montar perfectamente prácticas; pero quería que fueran también modernas. Se fue entonces a pedirleconsejo a un profesor de arte y éste le explicó los principios de la artesaníaartística. Siguiendo las instrucciones, el maestro talabartero intentó producir una silla de montar perfecta; pero le resultó igual a las que fabricabaantes. El profesor le reprochó la falta de fantasía, puso a sus alumnos aelaborar algunos diseños de sillas de mon tar y él mismo dibujó unas. Al verlos diseños, el talabartero se echó a reír y dijo: "Profesor, si yo tuviera tanpoca idea de lo que es montar a caballo o lo que son las propiedades delcuero y del trabajo artesanal, tendría tanta fantasía como usted." 10

La artesanía artística fue en gran medida u na anom alía, pero también, c om ohem os v isto, un hecho históricam ente necesario en la evolución de la esfera estética. El rápido vistazo a este fenómeno nos ha revelado un nuevoaspecto de la relación dialéctica entre el arte y el campo de los hechosestéticos extraartísticos.

Para completar los ejemplos de fenómenos extraartísticos que tienden hacia el arte, queda por m encio nar la relación entre el arte y la jardin ería. L a

jard ine ría, cuy o objetivo p ropio es el cultivo de las plantas, se aproxim a alarte o incluso se convierte en arte cua ndo la arquitectura re quiere la adap tación de la naturalez a a sus creacion es. Por ello la jardin ería tuv o un aug eparticularmente poderoso com o arte en el barroco y en el rococó, períodosen los que era solicitada por la arquitectura para la construcción de palacios (como Le Nótre de Versalles). Hoy se cuenta con la participación dela jardinería especialmente en la concepción urbanística, que maneja elárea entera de la ciudad de acuerdo con un proyecto integral. Un buen

ejemplo es el proyecto "Ville radieuse" de Le Corbusier, en el cual "las

10 Loos, Trotzdem (Innsbruck, 1931) 15.

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casas y los rascacielos c onstruidos sobre pilotes restituyen todo el suelo ala circulación, particularmente al tránsito peatonal; todo el terreno de laciudad se convierte en un parque"."

3 . Finalmente, una breve observación sobre dos casos especiales que incluimos en una sola categoría, no porque estén relacionados entre sí, sinoporqu e am bos difieren de los ejemplos incluidos en los apartados 1 y 2. Setrata del culto religioso y de lo bello en la naturaleza (sobre todo en elpaisaje) con relación al arte.

Es sabido que el culto religioso contiene por lo general un ingredienteconsiderable de elementos estéticos. En muchas religiones la estetizacióndel culto va tan lejos que el arte llega a ser su componente integrante(com o en el arte religioso católico y ortodox o). A me nud o el culto está tanimp regn ado de la función estética que los teóricos no dudan en declararloarte, sobre todo en aquellas épocas en que el aspecto propiamente religioso del culto se halla debilitado (recuérde se el renacim iento de la religiosidad en los románticos, com o C hateaubriand, despu és del período de ateís

mo durante la Revolución francesa). Para la Iglesia, sin embargo, el aspecto dominante del culto siempre será la función religiosa. Si a pesar deello admite al arte como componente integrante del culto, lo hace con lacondición de que el arte se someta a preceptos ajenos a su naturaleza, anormas concernientes no sólo a los temas, sino también a la composiciónartística (un ejemplo es el color azul del manto de la Virgen en la EdadMedia). El propósito de estas normas es poner obstáculos a la funciónestética, pero no para suprimirla o subordinarla, sino para convertirla en

gemela de otra función. Puede decirse que en el arte religioso (y, hastacierto punto, en todo el ámbito del culto correspondiente) coexisten dosfunciones dominantes, una de las cuales (la religiosa) hace de la otra (laestética) un med io para su prop ia realización. Se trata, pue s, de cierta contaminación más que de jerarquización de las funciones. Por lo que se refiere al arte religioso medieval, hay que tener en mente que el medio cultural en el que se desarrolló—igual que el medio cultural folclórico hastanuestros días—no conocía una diferenciación mutua bien definida de las

diversas funciones.

Karel Teige, Nejmensíbyt [El apartamento mínimo] (Praha [Praga], 1932) 142.

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El otro caso que queríam os m encionar es lo bello del paisaje. La naturaleza en sí es un fenómeno extraartístico, mientras no es tocada por la manodel hombre con fines estéticos. A pesar de ello, el paisaje puede producirla impresión de una obra de arte. La solución de este enigma, insinuadapor el estético checo O takar Hostinsky12 y formulada con claridad por Ch.Lalo, es simple: "Para las mentes cultivadas, el arte se refleja en la naturaleza confiriéndole su esplendor."13 El predom inio de la función estética esintroducido desde fuera.

Los ejemplos reunidos en los párrafos anteriores han tenido un solo pro

pó sito: m ostrar la diversidad de las transiciones entre el arte y la esfera delos hechos estéticos extraartísticos, e incluso entre el arte y la esferaextraestética. Vimos que el arte no es una esfera cerrada; no existen límites estrictos ni criterios inequ ívoco s que perm itan distingu ir el arte de aquello que está fuera de él. Áreas enteras de la producción humana puedenestar situadas en el límite entre el arte y otros hechos estéticos o inclusoextra estéticos . En el curso de su evolución, el arte varía continuam ente suárea, ampliándola y reduciéndo la suc esivamen te. A pesar de ello—y jus

tam ente por ello— sigue siendo válida la polaridad entre el predom inio yla subordinación de la función estética en la jerar quía de las funciones. Sineste presupuesto, la evolución de la esfera estética perdería sentido, yaque es dicha polaridad la que genera el dinamismo de un continuo movimiento evolutivo.

Resumiendo lo dicho hasta aquí sobre la distribución y la acción de lafunción estética, podemos sacar las siguientes conclusiones:

1. Lo e stético no es una cualidad real de las cosas, ni está ligado de ma nerainequívoca a algunas de sus cualidades.

2, La función estética de las cosas no está tam poco plena m ente en el poderdel individuo, aunque desde un punto de vista subjetivo cualquier cosapuede poseer función estética o carecer de ella, independientemente de suconfiguración.

12 En el estudio Co je m alebné? [¿Qué es lo pintoresco? ] (Praha, 1912).13 Charles Lalo, Introduction a l 'esthétique (Paris: Librarle Armand Colin, 1912) 131

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3. La estabilización de la función estética es un asunto de la colectividadhumana y la función estética es un componente de la relación entre lacolectividad y el mund o.

Por consiguiente, una distribución determinada de la función estética enel mundo de las cosas está ligada a determinado conjunto social. La actitud que asum e el conjunto social hacia la función estética predeterm ina, alfin y al cabo, tanto la hechura objetiva de las cosas con miras al efectoestético, com o la actitud estética subjetiva h acia las cosa s. Por ejemplo, enlas épo cas en que la colectividad tiende a enfatizar fuertemente la función

estética, el individuo también goza de una mayor libertad para adoptaruna actitud estética hacia las cosas, ya sea activa (en la creación) o p asiva(en la recepción).

Puesto qu e las tenden cias a la am pliación o la reducción de la esfera estética son hechos sociales, siempre se manifiestan mediante toda una seriede síntomas paralelos. En este sentido, el simbolismo y el decadentismoen la poesía son, en virtud de su panesteticismo, fenómenos paralelos y

similares en el significado a la artesanía artística, que amp lía sobrem anerala esfera del arte; todos éstos son síntomas de la hipertrofia de la funciónestética en el marco social de la época. Otro haz similar de fenómenosparalelos lo encontramos en la época actual. La arquitectura moderna(constructivista) p rope nd e, tanto en la teoría com o en la práctica, a suprimir el aspecto artístico, proclamando su ambición de convertirse en ciencia o, más precisamente, en aplicación de conocimientos científicos, sobre todo sociológicos. De otro lado tenemos el surrealismo en la poesía y

en la pintura, que se apoya en la investigación científica del subco nsciente . Y en parte entra aquí también el llamado realismo socialista en la literatura, principalmente la rusa, que le exige al arte ante todo una descripción sintética del nuevo orden social y su propagación. El común denominador de estas tendencias diversas y en parte antagónicas es la polémicacontra "lo artístico", que fuera tan acentuado en una época recién pasada;en otras palabras, una reacción contra la realización de un dom inio absoluto de la función estética en el arte, reacción que se manifiesta en la tendencia a acercar el arte a la esfera de los hechos extraestéticos.

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El ám bito de lo estético evo luciona com o un todo, y además está en relación permanente también con aquellos sectores de la realidad que en elmomento dado no son en absoluto portadores de la función estética. Talcoherencia y unidad de conjunto sólo es posible sobre la base de la conciencia colectiva, que establece el entramado de relaciones entre las cosasconvertidas por ella en portadoras de la función estética, y aglutina losestados aislados de conciencia individual. No em pleam os el término 'concienc ia colectiva' com o hipóstasis de alguna realidad psicológica,14 ni com ouna mera designación sumaria para el conjunto de los componentes comunes a los distintos estados de conciencia individuales. La conciencia

colectiva es un hecho social; puede definirse como el lugar de existenciade los diferentes sistemas de fenómenos culturales como son la lengua, lareligión, la ciencia, la política, etc. Estos sistemas son realidades, aunqueno sean directamente perceptibles por los sentidos: demuestran su existencia por el hecho de ejercer un poder normativo con respecto a la realidad empírica. Por ejemplo, una desviación con respecto al sistema lingüístico depositado en la conciencia colectiva, es percibida y valoradaespontáneamente como error. También la esfera de lo estético se mani

fiesta en la conciencia colectiva principalmente como un sistema de normas; de esto trataremos en el segundo capítulo del presente estudio.

La conciencia colectiva no debe ser concebida en abstracto, es decir, sinrelación con la colectividad particular que es su portadora. Esta colectividad concreta—u n conjunto social—está diferenciada internam ente en estratos y medios sociales. No es pensable que aquello que denom inam os suconciencia no tenga relación con dicha diferenciación de la sociedad; lo

cual naturalmente vale también para la esfera estética. El arte mismo presenta una serie de problemas sociológicos complejos, aunque pueda estarconsiderablem ente aislado de la realidad y excluido de una relación directa y activa con las formas y tendencias de la convivencia social, comoconsecuencia de la considerable autonomía que le otorga el predominiode la función estética (Kant: das interesselose Wohlgefallen). Con mayorrazón pued e suponerse que la esfera estética extraartística— el cam po q ue

14 Interpretación errónea que, sin embargo, podría ser sugerida por este término, no muyapropiado, de "conciencia colectiva".

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más nos interesa aquí—estará integrada en el sistema de la morfologíasocial y participará en las actividades sociales.

La principal ocasión para exam inar la relación entre la esfera estética y laorganización y vida del conjunto social, se nos ofrecerá en el segundocapítulo, al tratar de las normas estéticas. Aquí podemos adelantar algunas observ aciones sobre la sociología de lo estético desde el pun to de vistade la función estética:

1. La función estética puede convertirse en un factor de diferenciación

social cuando una cosa o un acto poseen función estética en determinadomedio social mientras que en otro no la poseen, o cuando en un mediosocial poseen una función estética más débil que en otro. Citemos comoejemplo una observación hecha por Petr Bogatyrev en Eslovaquia: en lasciudades, el árbol de Navidad posee una función predom inantemen te estética, mientras que en las áreas rurales de Eslovaquia oriental, adondellegó de las ciudades como un "bien cultural en descenso", su función esprincipalmente mágica.15

2. La función estética como factor de convivencia social se realiza mediante sus prop iedade s fund ame ntales. La principal de ellas es la design ada por E. Utitz16 como la capacidad para aislar el objeto tocado por lafunción estética. Según otra definición cercana a la anterior, la funciónestética significa máxima concentración de la atención sobre el objetodado. I7 Cada vez que surge en la conv ivencia social la necesidad de poneren relieve algún acto, cosa o persona, dirigir la atención hacia ellos o

liberarlos de asociaciones indeseab les, se instaura la función estética com ofactor acom pañ ante; recordem os la función estética de las cerem onias (incluido el culto religioso), o el matiz estético de las fiestas.

1? Petr Bogatyrev, "Der Weihnachtsbaum in der Ostslowakei: Zur Frage der strukturellenErforschung des Funktionswandels ethnographischer Fakten", Germanoslavica [Praha] 2 (1932-

1933): 254-58. N. de la T.16 "Philosophie in ihren Einzelgebieten", en Asthetik und Philosophie der Kunst, 614.17 L. Rotschild, "Basic concepts in the plást ic arts", The Journal of Philosophy 32.2

(1 9 3 5 ) : 4 2 .

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1 4 4 I I I - E l hom bre en e l mundo de las funciones , nor m as y valores

Gracias a su capacidad de aislar, la función estética también puede llegara ser un factor de diferenciación social. Mencionemos como ejemplo lamayor sensibilidad para la función estética y su mayor aprovechamientoen los estratos sociales altos que desean diferenciarse de los demás (lafunción estética como factor de representación), o el aprovechamiento intencional de la función estética para subrayar la importancia de los depositarios del poder y para aislarlos del resto de la colectividad (el traje delpotentado, el uniforme de su servidumbre, su residencia, etc.). El poderaislante de la función estética —o más bien su capacidad para dirigir laatención hacia una cosa o una persona— hace de el la un acompañanteimportante de la función erótica; en la ropa, sobre todo la femenina,las dos funciones a m enu do se funden de tal m anera que resultan indist inguibles .

Otra prop iedad imp ortante de la función estética es él pla ce r que produce.De ahí su capacidad para facilitar los actos a los cuales se asocia comofunción secundaria, o para intensificar el placer relacionado con ellos;recordemos el aprovechamiento de la función estética en la educación, la

comida, la vivienda, etc.

Finalmente, debemos mencionar una tercera característica especial de lafunción estética, determinada por el hecho de que esta función se ligaprincipalmente a la form a de una cosa o de un acto: es la capacidad parasuplir otras funciones que el objeto (cosa o acto) ha perdido durante suevolución histórica. De ahí el frecuente matiz estético de los anacronismos, ya sea materiales (las ruinas, o el traje regional en las áreas donde sus

otras funciones, como la práctica o la mágica, han desaparecido), ya seainmateriales (por ejemplo, diferentes rituales). Aquí se incluye también elconocido hecho de que aquellas obras científicas que en la época de suorigen tuvieron función estética como acompañante de su función intelectual, perduran más allá de su validez científica, funcionando en adelantecom o hechos prepon derantem ente o del todo estéticos (com o las obras deBuffon). Al suplir otras funciones, la función estética se convierte a vecesen un factor de economía cultural, en el sentido de que ayuda a conservar

las creaciones y las instituciones humanas que han perdido sus funcionesprác ticas originales , hasta que una época futura les vuelva a enco ntrar unanueva función práctica.

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En sum a, la función estética significa m ucho m ás que un adorno insustancial sobre la superficie de las cosas y del mundo, como se la considera aveces. Interviene de manera importante en la vida de la sociedad y del

individuo y participa en la determinación de la relación— tanto pasiva com oactiva—de la sociedad y sus miembros con la realidad que los rodea.

Hem os procurado, a manera de introducción, de marcar la esfera de lo estético e indagar su dinámica evolutiva. En las páginas que siguen nos dedicaremos a dilucidar con más detalle la importancia social de los fenómenos estéticos.

2Norma es té t i ca

El primer capítulo de este estudio tenía por objetivo demostrar el carácterdinámico de la función estética, tanto en relación con los fenómenos queson sus portadores, como en relación con la sociedad en la cual se manifiesta. El segundo capítulo deberá demostrar lo mismo para la norma esté

t ica. Si no ha sido difíci l comprobar el carácter variable (aunqueevolutivamente regulado) de la función estética, que por definición poseeel carácter de energía, ya más difícil será desvelar el dinamismo de lanorma estética, la cual tiene el carácter de regla y como tal aspira a unavalidez inmutable. La función, como fuerza viva, parece estar predestinada a variar continua m ente la amp litud y la dirección d e su cauce, m ientrasque la norma, en cuanto regla y m edida, parecería ser, por su propia esencia, inmóvil.

La estética nació en un tiempo como la ciencia de las normas que regulanla percepción sensorial (Baumgarten). Durante un largo período su únicoobjetivo posible parecía ser la investigación de las condiciones universal-mente obligatorias de lo bello, cuya validez solía deducirse de presupuestos metafísicos o, por lo menos, antropológicos. En este último caso, elvalor estético y su criterio, la norma estética, eran concebidos como hechos conn aturales al homb re. Todavía la estética experim ental, en el mo

mento de su fundación por Fechner, partía del axioma de la existencia deunas condiciones generalmente obligatorias de lo bello, para la averigua-

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1 4 6 I I I - E l hom bre en e l mund o de las funciones , norm as y valores

ción de las cuales bastaría excluir, mediante la acumulación de experimentos, las fluctuaciones fortuitas del gusto individual. Como es sabido,el desarrollo posterior obligó a la estética experimental a conceder atención a la variabilidad de las norm as y a contar con los presupue stos d e estavariabilidad. También en otras ramas y corrientes de la estética modernase ma nifestaron duda s acerca de la obligatoriedad ilim itada de las norm as:en la mayoría de las corrientes se impuso un escepticismo ex tremo respe cto de su propia existencia y validez, o al menos un esfuerzo por limitaresta validez cada vez a un solo caso singular (dedu ciendo la norm a de laperso nalidad del artista); o, en fin, una tende ncia a salvar la validez gene ral de la norma mediante la deducción empírica de preceptos a partir deobras ya creadas y consideradas com o ejemplares, lo cual obviamente presentaba el inconveniente de la inducción, que era necesariamente incompleta, y de la petitio princ ipii.

No nos dedicaremos a criticar las diferentes soluciones al problema de lanorma estética. Nuestra intención es contraponer a todas ellas una pruebapositiva de que la contradicción entre la pretensión de la norma a la obli

gatoriedad general—sin la cual no habría norma—y su limitación y variabilidad reales no es un contrasentido, sino que puede ser teóricamentecom prend ida y concep tualizada como una antinomia dialéctica que activala evolución en toda la esfera estética. La parte principal de nuestra argum entació n tendrá que ver con la relación en tre la norm a estética y la organización social, puesto que la variabilidad y a la vez obligatoriedad de lanorm a no pueden ser com prendidas y sustentadas desde el punto de vistadel hombre como especie biológica, ni del hombre como individuo, sino

únicam ente desde la perspectiva del hom bre com o ser social. No obstante,antes de abordar la sociología propiamente dicha de la norma estética,debemos adqui r i r a lgunas nociones bás icas mediante un anál i s i sepistemológico de su esencia.

Partiremos de una reflexión general sobre el valor y la norma. Aceptamosla definición teleológica del valor como la capacidad de una cosa paraservir a la consecución de un objetivo dado. Naturalmente, la determina

ción del objetivo y la orientación h acia él depen den de un sujeto, de ma nera que cada acto de valoración contiene un momento de subjetividad. Elcaso extremo de subjetividad se presenta cuando un individuo valora una

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cosa con vistas a un objetivo totalmente único; aquí la valoración no puede regirse por regla alguna y dep ende p or com pleto de la libre decisión delindividuo. Menos aislado es el acto de valoración cuyo resultado tambiénes válido únicamente para el individuo, pero se refiere a un objetivo yacono cido po r éste con base en expe riencias a nteriores. En tal caso la valoración puede regirse por cierta regla, sobre cuya obligatoriedad decidecada vez el individuo m ismo ; por lo tanto, la decisión sigue d ependiend ofinalmente del libre albedrío del individuo.

Sólo se puede hablar de verdadera norma cuando se trata de objetivos

generalmente reconocidos, con respecto a los cuales el valor es percibidocomo existente con independencia de la voluntad del individuo y de susactos de decisión subjetivos; en otras palabras, como un hecho de la llamada conciencia colectiva. Aquí se incluye, entre otras cosas, el valorestético, que determ ina el grado del placer estético. En tales casos el valores estabilizado por la norma, una regla general que debe ser aplicada acada caso concreto que entra en su dominio. El individuo puede estar endesacuerdo con la norma, puede incluso intentar cambiarla, pero no puede

negar su existencia y su obligato riedad colectiva a la hora de valorar, aun que valore en contradicción con la norma.

Aun que la norma tiende a una obligatoriedad sin excepción, nunca puedealcanzar la validez de una ley natural; de lo contrario se convertiría precisamente en una ley natural y dejaría de ser norma. Si, por ejemplo, lefuese imposible al hombre trascender los límites del ritmo absoluto, talcomo le es imposible percibir con la vista los rayos infrarrojos y

ultravioletas, el ritmo dejaría de ser una norma que exige ser cumplidapero que puede no cumplirse, para convertirse en una ley natural de laconstitución humana, la cual sería observada de manera necesaria e inconsciente. Por tanto, la norma, propendiendo a una validez ilimitada, seautolimita con esta misma propensión. No sólo puede ser transgredida,sino que es concebible—y en la práctica es muy frecuente—la existenciaparalela de dos o más normas rivales que son aplicables a los mismoscasos concretos y miden el m ismo valor.

La norma se construye, pues, sobre la antinomia dialéctica fundamentalentre la validez incondicional y la mera potencia reguladora o tan sólo

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14 8 I I I - E l hom bre en e l mun do de las funciones , norm as y valores

orientadora, que implica la posibilidad de su transgresión. Toda normarevela esta doble tendencia contradictoria entre cuyos polos se sitúa elcampo de su evolución. Sin embargo, los diferentes tipos de normas gravitan desigualmente hacia el uno o el otro de estos polos. Esta diversidadde gravitación se ve con claridad si confrontamos, por ejemplo, la normajuríd ica , que ya con su designación usual de "ley " tiende a una validez sinexc epc ión, y la norm a estética, particularm ente en su aplicación m ás específica como norma artística, que por lo general sólo sirve como trasfondopara una transgresión constante.

No obstante, también la norma estética revela a veces la tendencia a unavalidez inalterable. En la propia evolución del arte encontramos de cuando en cuando períodos que reivindican enfáticamente la validez permanente e incondicional de la norma. Recordemos como ejemplo la poesíadel clasicismo francés y del simbolismo. La fe en la validez de la normaera tan fuerte duran te el períod o clasicista, que Chapelain pud o escribir enel prefacio a su poema épico La Puc elle:

Para el desarrollo de mi tema aporté únicamente un conocimiento aceptablede lo que se necesitaba. . . . Se trataba m ás bien de un ensayo . . . para ver sieste género poético, rechazado como imposible por nuestros escritores másfamosos, estaba realmente muerto, o si su teoría, que no me era del tododesconocida, me podría servir para demostrar a mis amigos que incluso sinaltos vuelos del espíritu era posible ponerla exitosamente en práctica. 18

Traducido a nuestra terminología, esta declaración expresa una confianzaincond icional en que la aplicación perfecta d e la norma es suficiente por sísola para crear un valor a rtístico. Por lo que se refiere al sim bolism o, ba stareco rdar su deseo de crear "la obra absoluta" , válida por siemp re con indepen den cia de la época y del am biente soc ial, que se manifestó con particular fuerza en Mallarmé.19

18 Citado según F. Brunetiére, L'Evolution des gen res dans l 'histoire de la littéra ture: Legons

professés a l 'É cole Nó rm ale Supérieure, 3a. ed. (Paris: Hache tte. 1898), Tom e premier, Deuxiém elegón, p. 77. N. de la T.

19 Cfr. nuestro prefacio a los Salmos de Karel Hlavácek (Praha: Melantrich, 1934), dondeintentamos una caracterización epistemológica del simbolismo.

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Otra prueb a de la tende ncia de la no rm a estética a la obligatoriedad absoluta es la intolerancia mutua de las normas estéticas rivales. Esta intolerancia se manifiesta a menudo en que la norma estética es sustituidapolémicamente por otra norma más autoritaria, por ejemplo, ética (el adversario es tildado de impostor) o intelectual (el adversario es declaradoignorante o tonto). Incluso cuando se hace énfasis en el derecho al juicioestético individual, suele exigirse a la vez respon sabilidad personal p or taljuicio: el gusto personal forma parte del valor hum ano del individuo.

Así, la antinom ia de la obligatoriedad irrestricta y su negación (la variabi

lidad constante) vale también para la norma estética, aunque la negaciónaparentemente predomina. Como en cualquier otro caso de antinomia, eltérmino positivo es la base de la cual debemos partir en el análisis delcarácter específico de la norma estética. Por consiguiente, debemos preguntar si realmente existen algunos principios estéticos derivados de lapropia constitución biológica del hombre, es decir, principios constitutivos para el hombre, que justifiquen la pretensión de la norma estética auna validez con fuerza de ley. Como anotamos antes, la concepción origi

nal de la estética experimental fracasó precisamente en el intento de averiguar tales principios. La diferencia entre la concepción de la estéticaexperimental original y la nuestra consiste en que aquélla consideraba losprincipios constitutivos como normas ideales cuya definición y observancia exactas asegurarían la perfección estética, mientras que para nosotrosrepresentan meros presupuestos antropológicos para la tesis de la antinomia dialéctica de la norma, cuya antítesis es la negación (y, por ende,transgresión) de esos mism os principios constitutivos.

La finalidad de la función estética es producir placer estético. Ya dijimosen el primer capítulo que cualquier cosa o hecho, independientem ente desu configuración, pueden convertirse en portadores de la función estéticay, por tanto, en objeto de placer estético. Existen, sin embargo, ciertospresup uestos en la configuración objetiva de la cosa (portadora de la función estética) que facilitan la aparición d el placer estético, aunque , repitamos, la potenc ia estética no es inheren te al objeto: para que los presu pue stos objetivos puedan hacerse efectivos, debe corresponderles algo en laconstitución del sujeto del goce estético. Los presupuesto s sub jetivos p ueden tener un fundamento bien sea completamente individual, bien sea so-

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cial, o, finalmente, antropológico, dado por la naturaleza misma del hombre com o especie.

Estos presu puestos básicos de índole antropológica son los principios quenos interesan. Podríamos nombrar toda una serie de ellos. Para las artesdel tiempo (Zeitkünste), el ritmo, cuyo sustrato es la regularidad de lacirculación y de la respiración (también es importante el hecho de que laorga nización rítmica del trabajo es la má s apropiada p ara el ho m bre ). Paralas artes del espacio, la perpendicular, la horizontal, el ángulo recto, lasimetría, principios que en su mayoría se pueden derivar de la anatomía y

la posición norm al del cuerpo hum ano;

20

para la pintura, la complementariedad de los colores y algunos otros fenómenos del contraste de color yde intensidad;21 para la escultura, la ley de la estabilidad del centro degravedad.

De estos principios se pueden derivar directamente otros: por ejemplo, dela ley de la sim etría se deriva la división básic a de la superficie enm arcad apor el punto de intersección de las diagon ales (sim etría absoluta ). Existen

otros principios cuya cone xión con la base antropológica no es tan c lara,pero q ue no pueden ser pasados por alto como inexistentes; por ejemplo,la "sección áure a". Com o supraestructura directa de los principios constitutivos cabe considerar algunas norm as antiguamente conv encionales quehan adquirido, por la fuerza de la costumbre, una naturalidad que admitesu deformac ión, sin que por ello dejen de estar presentes en la co ncienciadel público com o el trasfondo d e esa deformac ión (un ejemp lo es el repertorio de las cons onan cias de la m úsica tona l, el cual, com o es sabido, se ha

venido ampliando a lo largo de la historia de la música).

La anterior lista de principios antropológicos no pretende ser completa.Además, por completa que fuese, nunca podría abarcar los equivalentesde todas las norm as estéticas posibles. Para dar por supuesto que la norm aestética en su conjunto posee un sustrato antropológico constitutivo, bastaque exista una relación parcial entre ella y la base psicofísica.

20 A. Schmarsow, Grundbegriffe der Kunstwissenschaft (Leipzig, Berlín, 1905).21 Seracky, Kvantitativní urcení barevného kontrastu na rotujících kotoucích [Determina

ción cuantitativa del contraste cromático en discos rotatorios] (Praha, 1923).

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Se presenta ahora la cuestión de saber cómo funcionan estos principioscon respecto a las normas reales. Suponer que por sí solos sean normas, eincluso normas ideales cuyo cumplimiento, aunque tan sólo dentro de loslímites de lo posible, signifique perfección estética, equivaldría a negar lahistoria del arte. En la evolución del arte no sólo observam os que los principios básicos generalmente no se cumplen, sino que aquellos períodosque tienden a observarlos con la mayor fidelidad posible usualmente alternan con otros que buscan su máxima violación. Los períodos de deformación, sea moderada o radical, son incluso más frecuentes y no puedenser declarados, sin más, como decadentes. Es también característico el

hecho de que la observan cia rigurosa de los principios an tropológicos conduce a la indiferencia estética. El ritmo maquinal o la simetría de unafigura geométrica son estéticamente indiferentes.

No obstante, los principios constitutivos son muy importantes, porque alfuncionar espontáneamente como criterio de la concordancia o la discrepancia de las norm as concretas con la constitución p sicofísica del hom brecom o especie, permiten referir la gran variedad sincrónica y diacrónica de

las normas estéticas al común denominador de dicha constitución. Losprincipios constitutivos no existen para poner límites a la variabilidad e volutiva de las normas, sino para ofrecer una base firme sobre la cual estavariabilidad p ueda ser percibida co m o alteración de un orden.22 La fuerzacentrífuga, es decir, la tenden cia a la deformac ión, no podría man ifestarsesi no existiera la fuerza centrípeta, representada por los principios con stitutivos. Shklovski, al afirmar que la deformación artística significa el máximo derroche de energía,23 sólo podía tener razón si se supone que en algu

na parte oculta de las bases opera, cual una fuerza de signo positivo, la leyde la conservación de energía; de lo contrario la deformación dejaría deser lo que es—la negación de la regularidad. Los principios constitutivosson justam ente expresión de la máxim a conservación de energía en el cam po de lo estético.

22 "En la arquitectura también es posible, en principio, pronunciarse por la asimetría; variasrazones concretas así lo recomiendan. Pero entonces será necesario admitir la simetría como uncaso especial de la asimetría." Karel Teige, "Neoplasticismus a surrealismus", Stavba a báseñ[E¡ obra arquitectónica y la poesía] (1927).

23 "Iskusstvo kak priem [El arte como proc edim iento]". Teoría de la pro sa (Moskva, Leningrad.1925).

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1 5 2 111 - El hom bre en e l mun do de las funciones , nor m as y valores

En los párrafos anteriores hemos intentado presentar una explicaciónepistemológica de la multiplicidad de las normas estéticas (coexistenciade normas rivales). Falta todavía una explicación genética para aclarar

cóm o se produce esta multiplicidad en la realidad. Para ello debemo s examinar ia norma estética como hecho histórico, tomando como punto departida su variabilidad en el tiemp o. Esta variabilidad es una con secuen cianecesaria de su carácter dialéctico, del cual hablamos arriba. Por ello lanorma estética tiene en común la variabilidad temporal con otros tipos denormas; toda norma varía ya por el solo hecho de ser aplicada una y otravez y tener que adaptarse a nuevo s objetivos que surge n de la práctica. Porejemplo, las normas lingüísticas —gramaticales, lexicales o estilísticas—se transforman sin cesar, aunque en este caso el cam bio es casi imp ercep tiblemen te lento (con excepción de algunas formas pertenecientes al campo de la patología lingüística), de modo que los cambios lingüísticos sonuno de los problem as m ás difíciles de la lingüística. Pue sto que el lengu aje cumple una finalidad práctica y en su función comunicativa normal noestá orientado hacia la creación, las normas lingüísticas son mucho másfijas que las estéticas; y sin embargo, cambian. Incluso algunas normasmás estables que las lingüísticas están sujetas a cambios en el proceso desu aplicación a casos concretos. Así sucede, por ejemplo, con las normaslegales, que por su mism a denom inación de "ley es" revelan una tendenciaa una aplicación incondicional y siempre igual. Englis,24 quien trata dediferenciar entre el pensam iento "n orm ativo" simplem ente deductivo y elpensamiento valorativo "teleológico", anota que la interpretación perana logia m , necesaria para la solución de casos concretos que el legisladorno contempló específicamente al formular la ley, "no es un acto de inter

pretación sino realmente una actividad normativa, y por tanto los códigoslegales incluyen una autorización especial para tal interpretación, lo cualno sería necesario si de verdad sólo se tratara de una interpretación denormas existentes".

También las normas estéticas se transforman en el proceso de su aplicación. A diferencia de las normas legales, que cambian dentro de unos límites muy estrechos (cuando no se trata de la propia actividad legislati-

24 Teleologie jako forma védeckého poznání [La teleología como forma de conocimientocientífico] (Praha, 1930).

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va), o de las lingüísticas, que varían de manera eficaz pero imperceptible,las transformaciones de las normas estéticas se efectúan de un modo muyamplio y ostensible, aunque la llamada de atención sobre el cambio de lanorm a no tiene la mism a intensidad en todo s los sectores de la esfera es tética. Su forma más conspicua se ve en el arte, donde la transgresión de lanorma es uno de los principales medios del efecto estético. Aquí ya tocamos el terreno de la evolución de los fenómenos artísticos, cuya problemática es amplia y compleja, debido a las múltiples conexiones entre losproblem as particulares. No pod emo s intentar aquí una exposición detallada y sistemática;25 sin embargo, en vista de los temas que vamos a tratar

más adelante, es necesario decir unas palabras sobre el procedimientomediante el cual se transforma y multiplica la norma estética en el arte.

La obra de arte es siemp re una aplicación inadecu ada de la norm a estética,en el sentido de que viola el estado actual de la norma no por una necesidad inconsciente, sino de manera intencional y, por ello, generalmentemuy sensible. La norma es transgredida continuam ente. Cabe advertir que,al investigar la norma estética en su aspecto evolutivo, utilizaremos la

palabra "transgresión" en un sentido diferente de aquel que le dimos alhablar del incumplimiento de los principios estéticos constitutivos. Aquíentenderemos por "transgresión" la relación entre una norma precedenteen el tiempo y una norma nueva y diferente de la anterior, que apenas seestá formando. La transgresión de los principios constitutivos por unanorma concreta y la transgresión de una norma antigua por una normanaciente son dos cosas diferentes. Durante la evolución puede ocurrir queuna norma con cordante con el principio constitutivo correspond iente (por

ejemplo, un ritmo poético ajustado exactamente a un esquema métricodado) sea percibida como franca violación, si estuvo precedida por unperíodo de deformación marcada de ese mismo principio. Como dice unteórico literario ruso, pod em os o ír el silencio si le precedió el estruend o deun tiroteo.

25 Véase una aproximación a esta problemática en nuestro estudio "Polákova Vznesenostprírody: Pokus o rozbor a vyvojové zafazení básnicé struktury [La sublimidad de la naturalezade Polák: Ensayo de análisis y clasificación evolutiva de la estructura po ética ]", Sbom íkfüolog icky[Praha] 10.1 (1934): 1-68.

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15 4 III - El hom bre en el mu ndo de las funciones, no rm as y valore s

Desde la perspectiva de la norma estética, la historia del arte se revelacomo la historia de las rebeliones contra las normas dominantes. De ahíuna característica singular del arte vivo: en la impresión que produce, elplacer estético se mezcla con el displacer. M uy b ien lo expresó F. X. Salda:

La impresión que nos causa [una obra artística vivaj es más bien una impresión de algo duro y severo . . . que elegante y pulido—algo que se distinguebruscamente de la convencionalidad y amenidad de la expresión artística corriente hasta ese mom ento . . . Tod o verdadero artista es percibido al comienzo de su carrera como rudo por los conocedores y aficionados cultos, y sibien su arte se comenta como algo interesante o curioso, su obra no es apre

ciada explícitamente como bella o de buen gusto.26

La expresión "buen gusto" utilizada por Salda recuerda de paso unade las transgresion es m ás radicales de la norm a estética en el arte: su violación por el aprovechamiento intencional del mal gusto. ¿Qué es el malgusto? D e ninguna man era es todo aquello que no concuerda con la normaestética en un momento dado de la evolución. Un concepto más amplioque el de "mal gusto " es el de "fealdad". Juzgam os com o feo aquello que

nos parece estar en desacuerdo con la norma estética. Sólo hablamos demal gusto cuando valoramos un producto humano en el cual notamos latendencia a la realización de una norma estética, pero a la vez la falta deaptitud para conseguirlo. Los fenómenos naturales pueden ser feos perono de mal gusto, salvo casos excepcionales en que un fenómeno naturalnos recuerde un producto hum ano. El desagrado q ue provoca un objeto demal gusto no sólo nace de la sensación de desacuerdo con la norma estética, sino que se intensifica por nuestra aversión hacia la incapacidad delautor. El mal gusto parecería ser entonces el opuesto más agudo del arte,que por su mismo nombre indica la capacidad para alcanzar la meta propuesta;27 y, sin embargo, a veces el arte aprovecha el mal gusto para susfines. Un buen ejemplo es el arte surrealista, que utiliza —como objetosde representac ión o como componentes de monta jes p ic tór icos yescultóricos— ciertos productos del período de la mayor decadencia del

2,1 "Nova krása, její geneze a charakter [La nueva belleza, su génesis y su carácter]", Boje oz.ítrek [Las luchas por el mañana] (1905).

27 "Uméní" ("arte") en checo deriva del verbo "umét". "saber", "saber hacer". N. de la T.

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gusto (finales del siglo XIX), usualmente imitaciones en serie de obras dearte o de artesanía artística, grabados de revistas ilustradas pro duc idas porgraba dores , etc. Con ello se viola radicalme nte la norm a del "g ran" arte yse produ ce de la manera m ás provocado ra el displacer estético com o partedel efecto artístico.

He mo s escogido el ejemplo del arte surrealista por su forma tan llamativade violar la norma estética. Sin embargo, aunque en otros períodos y corrientes el displacer estético no suele ser subrayado tan ostensiblemente,casi siempre constituye un componente del arte vivo. Si preguntáramos

ahora cómo es posible que el arte — fenómeno estético privilegiado— puedaprovocar desagrado sin dejar de ser arte, la respuesta sería que el placerestético, justamente si ha de ser llevado hasta la máxima intensidad quealcanza en el arte, requiere del displacer estético como contradicción dialéctica. Aun en presencia de la mayor violación posible de la norma, elplacer es la impresión dom inante en el arte, mientras que el displacer es unmedio para su intensificación; no por casualidad la estética del surrealismo es programáticamente hedonista. El valor artístico es indivisible: aun

los componen tes que producen desagrado se convierten en elemen tos positivos en la totalidad de la obra; pero sólo en ella: fuera de la obra y suestructura serían un valor negativo.

La obra artística siempre transgrede en cierta medida la norma estéticavigente en el momento dado de la evolución, y a veces lo hace notablemen te. Al m ismo tiempo , aun en los casos más extrem os, la obra tambiéntiene que observar la norma; es más: en ciertos períodos de la historia del

arte la observación de la norma evidentemente prevalece sobre su transgresión. En todo caso, siempre hay en la obra de arte algo que la une conel pasado y algo que apunta hacia el futuro. Por lo general, estas tareasestán divididas entre diferentes grupos de componentes: unos cumplen lanorma, otros la subvierten. Cuando una obra artística es presentada porprimera vez al público, puede suceder que sólo atraigan la atención aquellos elem entos suyos que la distinguen del pasa do; sin emb argo , más tardese harán evide ntes sus nex os con la evoluc ión artística anterior. El cuad ro

Almuerzo sobre la hierba de Manet fue rechazado en su primera exhibición como una obra revolucionariamente innovadora. Sólo la investigación posterior reveló fuertes vínculos entre M anet y su precursor Cou rbet,

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nea y tamb ién b ella en el sentido de un placer estético no perturb ado . D iceacertadam ente F. X. Salda que "la belleza sólo surge con la persp ectiva dela distancia". En lo sucesivo, la estructura se torna divisible en normasparticulares d etalladas, que pueden ser aplicadas ya sin alteración fuera dela estructura de su origen y aun fuera del cam po d el arte. Cad a vez que secom pleta este proceso, la correspo ndien te etapa evolutiva del arte, percibidahasta ese mom ento co m o actual, pasa a formar parte del acervo histórico;pero las normas po r ella creadas penetran poco a poco en todo el amp liocam po de lo estético, bien sea com o un canon co m pleto, bien sea en formafragm entaria (pequeños grupos de normas o normas particulares aisladas).

Todo lo que hemos dicho sobre el proceso de creación de normas valeplenamente sólo para un área particular de lo estético, a saber, aquel tipode arte que deno m inam os, por falta de un térm ino m ás apropiado, el "granarte". Es aquel arte cuyo po rtador suele ser la clase social dom inante (conalgunas limitaciones que veremos más adelante). El gran arte es la fuentey la fuerza renovadora de las normas estéticas. Otras formaciones artísticas, como el arte de salón, el arte de bulevar o el arte de masas, por lo

general adoptan la norm a creada por el gran arte. Al lado del arte de cualquier tipo existen adem ás los fenóm enos estéticos extraartísticos (v éase elprimer capítulo de este trabajo). Se plantea, pues, la cuestión de sabercómo penetran las normas estéticas del gran arte en esta área.

Aquí viene al caso recordar la transición gradual entre el arte y los demásfenómenos estéticos, que mencionamos en el primer capítulo. Está en locierto Paulhan cuando dice que "las artes superiores, como la pintura y laescultura, son a su manera también artes 'decorativas': un cuadro o unaestatua están destinados a decorar un vestíbulo, un salón, una fachada ouna fuente".29 Debemos agregar que Paulhan designa como artes decorativas "aquel tipo de producción que trabaja la materia dándole formas útiles, o bien se limita a ado rnarla"; es decir, en la conce pción de Paulh an, asícomo de otros autores franceses, las artes decorativas no son artes en elsentido prop io, sino artesanía artística, un fenóm eno estético extraartístico.

Paulhan demuestra aquí que la función decorativa, junto con la funciónpráctica, puede amalgamar el arte con la esfera de los demás fenómenos

29 Mensonge de l 'art (Paris, 1907).

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15 8 III - El hom bre en el mu ndo de las funciones, no rm as y valo res

estético s hasta el punto de hacerlos indistinguibles. M ás claram ente aún loexpresa Otakar Hostinsky: "Si incluimos en la arquitectura un portal conuna pue rta decorativa, ¿con qué derecho po dríamos p oner en un nivel inferior un armario precioso o algún otro mueble, obra tal vez del mismoartesano?"30

En el pasaje citado se señala u no de los puentes naturales e ntre el arte y elresto de la esfera estética; pero existen muchos otros caminos por los quelas norm as del gran arte transitan hacia el camp o de lo extraartístico. M encionemos al menos un ejemplo más: la influencia de la gesticulación tea

tral sobre los gestos pertenecientes a la esfera de los llamados buenosm od ales. Es sabido que los "bue nos m od ales " poseen un fuerte m atiz estético,31 pero su función dom inante es otra: facilitar y regular las relacionessociales entre los miembros de una colectividad. Se trata entonces de unhecho estético extraartístico, lo cual vale también para los gestos en elsentido más amplio de la palabra, incluyendo la mímica y algunos fenóm eno s lingüísticos, en particular la enton ación y la articulación. A la función estética le corresponde aquí la importante tarea de atenuar la natural

expresividad espontánea del gesto y traducir el gesto-reacción en gesto-signo. Pero obse rvam os un hecho interesante: la gesticulación social varíano sólo de una nación a otra (aun cuando se trate de naciones con unacultura similar y de los mismos estratos sociales dentro de ellas), sinotamb ién, y muy m arcadam ente, de una época a otra en una misma nación.Para comprobarlo, basta echar una mirada a algunas obras de pintura ydibujo, particularmente grabados, y a las fotografías de una época tan relativamente reciente como son los años cuarenta o cincuenta del siglo pa

sado. Los gestos más convencionales, por ejemplo, la simple postura depie, nos parecen patéticos: las personas adelantan de manera llamativa elpie que no soporta el peso del cuerpo, sus manos parecen expresar unaemoción desproporcionada para la situación, etc.

La gesticulación social evoluciona; pero, ¿cuál es el móvil de esta evolución? Así como la percepción sensorial se desarrolla bajo el influjo del

10 O vyznamu prümyslu uméleckého [Sobre el significado de las artes industriales] (Praha,1887).

11 Véa se M. Dessoir, Ásthetik und allgem eine Kunstwissenschaft.

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arte (la pintura y la escultura nos hacen sentir cada vez de nuevo el acto dever, la música el acto de oír), o com o la poesía renuev a nue stra concien ciadel habla como una relación creativa con el lenguaje, así también a lagesticulación le corresponde un arte que la renueva continuamente. Es elarte de la actuación: desde antiguo la actuación teatral, hoy también lafílmica. Para el actor, el gesto es un hecho artístico con función estéticadom inante. A sí el gesto es liberado del contexto de las relaciones socialesy gana una mayor posibilidad de transformación. La nueva norma queresulta de esta transformación en la escena, penetra luego de vuelta de laescena en la sala. La influencia de la actuación teatral sobre los gestos

sociales es un hecho conocido desde antiguo por los pedagogos y condujoa la utilización de la actuación aficionada como medio educativo (cfr. lasobras dramáticas escolares del Humanismo). Hoy esta influencia en lavida diaria se hace sentir notable m ente, sobre todo por medio del cine. Enlos últimos años la hemos visto sobre todo en el sistema de gesticulaciónde las mujeres, que son má s im itativas que los hom bres, em peza ndo porla manera de caminar y terminando por los movimientos más finos,como la expresión facial o la forma de abrir el estuche de los polvos

compactos.

De esta manera las nuevas normas estéticas penetran directamente del arteen la vida diaria, sea el escena rio de ésta el taller de un artesa no o un salónde la alta sociedad. Una vez en el cam po ex traartístico, las norm as ad quieren una validez mucho más obligatoria que en el arte que las creó, ya queen la esfera extraartística funcionan como verdaderos criterios de valor yno como mero trasfondo para su propia transgresión.

Sin em bargo , esta aplicación extraartística de las norm as tamp oco es com pletamente automática, ya que aquí también la norma está sujeta a diversas influencias, por ejemplo, de la moda. La moda es en esencia un fenómeno económico más que estético;32 sin embargo, entre sus numerosasfunciones (social, política o, en la mod a indum entaria, eró tica), la funciónestética es una de las más importantes. La moda ejerce una influencia

12 H. G. Schauer define la moda com o "el dom inio exclusivo del cual goza un producto en elmercado por un tiempo determinado". El economista alemán W. Sombart dedicó todo un estudio(Wirtschaft und Mode) al aspecto económico de la moda.

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niveladora sob re la norma estética, por cuanto suprime la competencia demúltiples normas paralelas en favor de una norma única. Por ejemplo, conla creciente imposición de la moda indumentaria después de la PrimeraGuerra Mundial, se han venido borrando las diferencias entre el atuendourb ano y el rural y entre el m od o de vestir de las generacio nes viejas y lasjóvenes (al menos en nuestra región). Esta nivelación se compensa, a suvez, por la rápida sucesión temporal de las diversas normas que trae lam od a; no hace falta n om brar ejemp los, basta una ojeada a un par de colecciones anuales de cualquier revista de modas. Sin embargo, aunque eldo m inio propio de la m oda es el de los fenóm enos extraartísticos, a veces

la m od a incu rsiona en el arte, sobre todo en algu nas de sus rama s lateralesco m o el arte de salón o el de bulev ar. A qu í ejerce su influencia principa lm ente sobre el con sum o: recordemo s la popu laridad de cierto tipo de cuadros como parte de la decoración estándar de interiores, por ejemplo, naturalezas muertas con flores y motivos similares; en ocasiones inclusoalgunas obras concretas llegan a formar parte del ajuar doméstico corriente (por ejemplo, hace años se veía en muchos hogares checos La Crucifixión de Max).33

Dijim os antes qu e la fuente d e las norm as estéticas es el gran arte, desde elcual las normas permean los demás sectores de la esfera estética. Esteproce so no es tan sencillo com o para decir que las norm as se suceden conla regularidad de las olas en la playa, donde cada ola siguiente llega sólodespués de que la anterior se ha desvanecido. Las normas que han encajado fuertemente en algún sector de la esfera estética y en algún medio social, pueden sobrevivir durante largo tiempo; las normas recientes se vanestratificando a su lado y así se produce la coexistencia y competencia denum erosas no rm as estéticas pa rale las . En algunos casos, sobre todo en elfolclor, las normas estéticas pueden perdurar por siglos. Por ejemplo, "lasformas arquitectónicas adoptadas por el campesinado [de Bohemia] te-

" En un estudio titulado M oda v literatufe [La mod a en la litera tur a], H.G. Schauer m uestra,

con respecto al tema literario de la infidelidad marital, que la moda literaria, a diferencia de lamoda propiamente dicha, se caracteriza por la inercia, y que la moda como factor de creaciónliteraria puede obstaculizar el contacto directo entre la temática literaria o teatral y la realidadsocial. Este estudio fue publicad o por primera vez en Mo ravské listy 1890 y reimpreso en Spisy[Obras] de H.G. Schauer (Praha, 1917).

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nían su modelo en los principios estéticos del Renacimiento tardío y delBarroco; para el traje regional y sus adornos fueron determinantes las for

mas del atuendo urbano y señorial de diversos períodos de la moda desdecom ienzos del siglo XVI; para la decoración ornam ental pintada, tallada obordada encontramos modelos en la pintura y la talla ornamentales delRenacimiento tardío y del Barroco."34 Un estudio sobre los bordados populares eslovacos mostró que "todavía en los siglos XIX y XX los campesinos eslovacos adornaban sus bordados con ornamentos renacentistas, introducidos en Eslovaquia por la moda aristocrática de los siglos xvi yXVII". En cuanto a la poesía que oscila en el límite entre el folclor y la

poesía culta, podemos citar unas inscripciones de la primera mitad delsiglo XIX halladas en el cem enterio de Albrechtice, un pequeñ o mu nicipiodel sur de Bohemia. Estas inscripciones conservan, junto con la versificación silábica, tod a la poética de la poesía b arroca d e los s iglos XVII y XVIII,como lo atestigua la comparación del quehacer del alfarero con la creación divina, un tema típico no sólo de la poesía barroca sino también de lam edieval, o la descripción na turalista del cuerpo corroíd o por la enfermedad:

Z noh schromélych nepfestalo shnilé maso padati,Az v nich bylo zfetedlné holé kosti vidéti,Oblicej jí strupovina skoro cely potáhla,K rozmnození její bídy i slepota pfitáhla.

(Las carnes putrefactas de sus piernas tullidasCaían sin cesar, los huesos se veían,

De costras se cubrió su cara casi entera,Colmando su miseria, la atacó la ceguera.) 35

Basta comparar esta descripción con algunas otras auténticamente barrocas, para darnos cuenta de que en las inscripciones de Albrechtice se tratade una verdadera supervivencia del canon poético barroco en la época enque el poeta Karel H. Macha escribía y publicaba Mayo, la obra cumbredel romanticismo checo.

14 Ceskoslovenská vlastivéda [Historia patria checa] [Praha] VIII (1935): 201." Datación y cita textual según R. Rozec , Star é nápisy na náhrob ních kaplická ch na hfhitov é

v Albrechticích [Antiguas inscripciones en los sepulcros del cementerio de Albrechtice], Písek.

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En los primeros dos ejemplos citados (el folclor checo y eslovaco), lalonge vidad de la norm a se explica po r el anclaje de la norm a estética en unsistema fuertemente trabado de todas las diversas norm as y funciones, q uees la regla en el folclor (ver más a delante); m ientras que en el tercer caso(las inscripciones funerarias) probablemente se debe al anquilosamientode un género poético, a saber, de la poesía religiosa, que en esa época yaera arcaica.

Hemos aducido ejemplos de algunos anacronismos muy llamativos en elámbito de las normas estéticas. Estos casos son relativamente raros y sólo

son posibles en ciertas condiciones especiales; pero la coexistencia denorm as de diferente a ntigüeda d es en sí un hecho com ún en el cam po de loestético, y a me nudo es una coexistencia muy e strecha. En la poesía checacontemp oránea encontram os, además de una estructura que podríamos denominar grosso modo de postguerra (a sabiendas de que a su vez es unconglomerado de varios cánones diferentes, en parte bastante petrificados), el canon del simbolismo, del parnasianismo y hasta del romanticism o (com o en la poesía para la juventud); en suma, un conjunto cuádruple

de normas. Así mismo en otras artes contemporáneas podríamos hallarvarios cánones coexistentes; en la pintura, seguramente todos los que vandesde el impresionismo hasta el surrealismo. Una idea más concreta aúnque la creación en tal o cual arte nos la darían las estadísticas del consum o; por ejemplo, para la literatura serían reveladoras las estadísticas bi-bliotecarias. También fuera del arte se manifiesta la coexistencia de diferentes normas; es bien sabido que los productos portadores de la funciónestética como los muebles, la ropa, etc., suelen clasificarse en la produc

ción y en el com ercio no sólo según el m aterial y el acabad o, sino tambiénsegún diferentes gustos.

En una misma colectividad coexiste siempre todo un conjunto de cánonesestéticos.36 Tenem os co nocimiento de ellos no sólo por la experiencia o b-

36 Cfr. O. Hostinsky, O socialisaci uméní [Sobre la socialización del arte] (Praha, 1903):"Entre el pueblo —lo m ismo que entre el público más pudiente e instruido— no domina un gusto

único, sino la más grande variedad de gustos. Por consiguiente, no es posible caracterizar laactitud del pueblo hacia el arte mediante alguna fórmula generalmente válida. Para refutar talposición doctrinaria, basta una ojeada a los repertorios teatrales, a las obras literarias leídas por elpúblico gen eral, o a las tiendas de pinturas y estam pas. Esta gran v ariedad contiene no sólo toda

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jetiva, que acabamos de ilustrar con ejemplos, sino también por la experiencia subjetiva. Así com o todos manejam os varios niveles del idioma,por ejemplo, varios dialectos sociales, así tamb ién nos son subjetivamen tecomprensibles varios cánones estéticos (como los mencionados cánonespoéticos), aunque por lo general nos identificamos plenamente con unosolo, el cual forma parte de nuestro gusto personal.

La coexistencia de varios cánones en una misma colectividad no es nadaapacible; cada uno tiende a imponerse con exclusividad, a desplazar losotros; esto se deriva de la pretensión de la norma estética a una validez

absoluta (véase arriba). Particularmente notable es la expansividad de loscáno nes n uevo s frente a los viejos. Esta tendencia de las norm as a excluirse unas a otras mantiene todo el campo de lo estético en continuo movimiento. Con la intolerancia mutua de diferentes cánones estéticos se relaciona el hecho de que las normas estéticas, al igual que las éticas, adoptan a m enudo un carácter negativo, es decir, son formuladas com o prohibiciones.37

Hemos visto que los diferentes cánones estéticos se distinguen por suantigüedad relativa. Esta distinción no es tan sólo temporal, sino tambiéncualitativa, pues cuanto más antiguo es un canon, tanto m ás com prensiblese hace y tanto menos obstáculos opone a su apropiación por el público.Podem os hablar entonces de una verdadera jerarquía de cánon es estéticos,cuya cúspide es el canon m ás reciente, menos automatizado y menos ligado a otros tipos de normas; de la cúspide hacia abajo se ubican cánonescada vez más antiguos, más autom atizados y más fuertemente imbricados

con otras clases de norm as (sobre la relación de la norma estética con otrasnormas ver más adelante). Se insinúa la idea de que la jerarquía de loscánon es estéticos está en relación d irecta con la jerarq uía social. La norm amás reciente, que ocupa la cúspide, parece corresponder al estrato socialm ás alto, e igualm ente de allí hacia abajo la estratificación de am bas jerar-

una gama de productos desde lo más malo hasta lo mejor, sino también numerosos estratoshistóricos superpuestos de tal modo que lo que hoy le gusta a la gente representa la evoluciónartística de más de un siglo."

37 Cfr. G. Tarde, Les Lois de l'imitation (Paris, 1895) 375.

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quías parece ser común a las dos, de manera que a niveles sociales cadavez má s bajos les corresponderían cánones cada vez más antiguos. Com oesqu em a grueso, esta idea no carece de fundamento, siempre y cuando nosea com prendida de m anera dogmática com o una prefiguración necesariade la realidad.

Ante todo, la relación entre la morfología social y la norma estética estádeterm inad a no sólo por la articulación vertical de la sociedad en estratos,sino también por la articulación ho rizontal, por ejem plo, según edad, sexoo profesión.38 Todos los tipos de articulación horizontal pueden incidir;

por ejemplo, las diferencias generacionales pueden hacer que los miembros de un mismo estrato social tengan gustos diferentes; y viceversa, individuos pertenecientes a estratos diferentes pero a la misma generaciónpueden tener gustos afines. Las diferencias generacionales son de hechoel foco de la mayo ría de las revoluc iones estéticas, a través de las cuales seimpo nen cánones nuevo s, o bien cánones viejos en proceso de migraciónde un medio social a otro. Un hecho frecuente es la diferencia de gustosentre hom bres y mujeres; a veces la acción estética femenina es conserva

dora con relación a la masculina (por ejemplo, en el medio folclórico),otras veces las mu jeres son propag ado ras del gusto progresista.39 Tampoco es necesario que el gusto más reciente esté asociado con el estrato social más alto. Antes de la Primera Guerra Mundial, en Austria, y aún másen Rusia, la clase socialmente dirigente era la aristocracia; pero la portadora d el gran arte, que prom ovía la renov ación de la norma estética, era laburguesía.

Con todo, la relación entre la jerarquía estética y la jerarquía social esinnegable. Cada estrato social, com o también m uchos am bientes sociales(por ejemplo, el rural o el urbano), poseen su propio canon estético, queconstituye uno de sus rasgos más distintivos. Cuando un individuo pasa

18 Aun que las diferencias de edad y de sexo están determinad as biológica me nte, en la sociedad adquieren un carácter social. Por ejemplo, la pertenencia a determinada generación en el

sentido social no siempre depende de la edad física.29 L. Schücking, en un estudio sobre la familia como factor de la evolución del gusto literario

en Inglaterra en el siglo XVIII, muestra la participación de las mujeres en la génesis de la novelasentimental. Die Sozlologie del literarischen Geschmacksbildung (München [Munich], 1923).

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de un nivel social más bajo a otro más alto, usualmente procura adquirirpor lo menos los signos exteriores del gusto de aquel estrato en el cualdesea insertarse (cambio de vestimenta, vivienda, comportamiento social,etc., desde el punto de vista estético). Puesto que el verdadero gusto personal es algo muy difícil de cambiar, este gusto espontáneo es una de lasseñales más seguras, aunque a menudo disimuladas, de la procedenciasocial original del individuo.

Siempre que en una colectividad determinada surge una tendencia a larestructuración de la jerarquía social, esta tendencia se refleja de alguna

manera en la jerarquía de los gustos. La cruzada socialista por la nivelación social en las últimas décadas del siglo XIX, se acompañó de maneraprogram ática po r el desarrollo de la artesanía artística, por la fundación degrupos de teatro populares y por programas de educación artística. Mencionam os en el primer capítulo la estrecha correlación entre la reactivaciónde la artesanía artística y el desarrollo de la producción industrial; agreguemos que el fenómeno se produjo y fue percibido también en conexióncon las tendencias del desarrollo social. Ya el inspirador del movimiento

por una cultura estética, John Ruskin, calificaba su proye cto com o un programa de reforma social (elevación d e la moral pública, entre otras cosas),en tanto que sus seguidores W. Morris y W. Crane eran de conviccionessocialistas. "La nación se encue ntra social y espiritualm ente tan desarticulada y dividida, que los diferentes estratos apenas si se entienden unos aotros," dijo S. Waetzold en el II. Congreso de Educación Artística, señalando que una nueva unión social habría que esperarla de la educaciónartística.40 Igualmente otros propagadores de la educación artística que

sostienen pu ntos de vista diferentes de los socialistas, opinan qu e el arte yla cultura estética en general deben servir com o un factor de unión social.Langbehn, autor del trabajo R em brand t como educ ador, pretende unir poresta vía a los cam pes inos , los burgueses y los aristócratas a lema nes en "unpartido aristocrático en un sentido superior". De la mano con el movimiento por la abolición—o al menos debilitamiento—de la jerarquía social, van pues los intentos de uniformación del gusto estético, en este caso

40 Cita tomada (al igual que la cita siguiente de Langb ehn) de J. Richter, Die Entwicklung deskunsterzieherischen Gedankens (Leipzig, 1909).

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sobre el nivel m ás alto po sible; vale decir que la norm a m ás reciente y, porende, más alta, debe convertirse en la norma de todos.41

Un a continua ción de estos procesos so ciales y estéticos la hallam os en losco m ienz os de la revolución rusa, cuando la vang uardia artística se une a lavan gua rdia so cial. Sin em barg o, en la etapa siguiente de la restructuraciónsocial rusa tom a fuerza la tenden cia a buscar la equivalen cia estética de lasocied ad sin clases en la unificación del gusto en el nivel medio. Son síntomas de esta tendencia, entre otras cosas, un clasicismo convencional enla arquitectura y el realismo socialista en la literatura; este último repre

senta un retorno a la fórmula, apenas un p oco retocad a, de la nov ela realista, es decir, a un canon más antiguo y ya considerablemente caduco.

La relación en tre la organización social y el dom inio de las norm as estéticas no es, pues, mecánicamente unívoca, ni en el sentido de que a unadeterminada tendencia social (como la lucha por la abolición de las diferencias de clase) deba corresponderle siempre y en todas partes la mismareacción en el campo de lo estético: una vez se pretende igualar los cáno

nes en el nivel más alto, otra vez aceptar el nivel medio; o, en fin, sepropone generalizar el nivel considerado como el más bajo en el sentidode lo arcaico de la norma estética (ver la nota sobre Tolstoy).

La conexión entre la organización social y el desarrollo de la norma estética es, por lo visto, innegable, y el esquema del paralelismo de las dosjerarqu ías no carece de fundamento. Sólo se torna equivocado si es entendido como una necesidad automática y no como una mera base para las

variantes evo lutivas. A medida que las normas envejecen y se anquilosan,por lo común desciend en en la escala de la jerarq uía social. Es un pro cesocomplejo, por cuanto ningún estrato social es homogéneo (debido a laarticulación social horizontal) y usualmente es posible comprobar la existencia de varios cánones estéticos en un mismo estrato. La propia esferade la clase dominante por lo general no coincide completamente con laesfera de la norma estética más reciente, ni siquiera cuando dicha norma

41 Por el contrario, L. N . Tolstoy en su ensayo ¿Q ué es el ar te ? aboga, tamb ién con miras a laigualación social, por una forma de unificación del canon estético que eliminaría las cumbres dela jerarquía estética: proclama la generalización del canon del arte popular.

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se ha originado en ese estrato. Los propagadores de la última norma estética (como creadores y como público) pueden pertenecer a una juventudcontestataria en oposición (con frecuencia no sólo estética) a una gen eración mayor, que es la que está en el poder y da la pauta para los estratosinferiores. O tras veces los portadores d e la norma de vang uardia son individuos procedentes de estratos sociales inferiores, pero relacionados conla clase dominante por su educación.42 En am bos casos— trátese de la juventud rebelde o de los miembros de un estrato social ajeno—el estratodom inante m ismo muestra inicialmente resistencia hacia la nueva norm a,y sólo después de debilitada esta resistencia puede la nueva norma con

vertirse en norma del grupo social efectivamente dominante.

De la misma manera podríamos examinar la distribución de los cánonesestéticos en las demá s clases y estratos sociales. En todos los casos se nospresentaría una gran complejidad; apenas hallaríamos un canon estéticotan estrecha m ente vinculad o a un grupo social que ocupase en él una posición exclusiva o que no pudiese traspasar sus límites. Un ejemp lo del traspaso de un canon estético de su medio original a otro medio social se

encuentra en el artículo de Román Jakobson y Petr Bogatyrev "El folclorcom o una forma p articular de creación": en los círculos cultos rusos de lossiglos XVI y XVII conv ivía la literatura culta con el folclor literario, aunqueel domicilio natural de este último era el campo. A pesar de toda estacom plejidad, el esque m a según el cual el envejecim iento de la norma estética se acom paña de su descen so en la jerarq uía estética y social, con servasu validez.

Ah ora bien, con este desce nso la norma no se desvaloriza de m anera real eirreversible. Por lo general no se trata de una mera adopción pasiva delcanon por un estrato social inferior, sino de cierta transformación activadel mism o con respec to a la tradición estética y al conjunto de las diferen-

42 En la poesía checa es el caso de Karel H. Macha y, unas décadas m ás tarde, de Jan Neruday Vítézslav Hálek. La colección Flores de camposanto de Neruda, que revela en numerosos

detalles cómo el bajo origen social del autor se plasmó en su poesía, fue recibida con indignación. Algunos detalles interesantes sobre la posterior inserción gradual de Neruda en la clasedom inante se encuentran en su correspon dencia con la escritora K arolina Svétlá: mientras N erudale reprocha a Svétlá, hija de una familia burguesa, el portarse con él como una "señorona", ella sedescribe a sí misma como "institutriz" del poeta.

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tes norma s del nuev o entorno social. Con frecuencia un canon que ha descendido ya a la periferia más baja, es elevado de repente hasta el centromismo del acontecer estético para convertirse nuevamente en una normajov en y actual, aunque en un aspecto modificado. Esto es particularmentefrecuente en el arte contemporáneo.43 En este sentido podríamos hablarde circulación de las normas estéticas.

Existe otro punto im portante que no podem os pasar por alto en un ensayode sociología de la norma estética. Se trata de la relación entre la normaestética y otras normas. Hasta aquí hemos desarrollado nuestras reflexio

nes como si supusiéramos que la norma estética entra en contacto con lacolectividad humana de manera directa, con independencia del contextoen el cual está imbricada; es decir, independientemente del conjunto global de todos los tipos de normas reconocidos por la colectividad dadacomo criterios de los valores más diversos. Elegimos tal procedimientosólo como una restricción metodológica en aras de la simplificación denuestra expo sición. En realidad, no existe una barrera im perme able entrela nor m a estética y otras norm as. Es característico de su proxim idad que la

norma estética pueda transformarse en una norma diferente y viceversa.Así, una norma ética realizada en una novela mediante la oposición entreel héroe bueno y el malo, se transforma, en cuanto componente de la estructura literaria, en una n orm a estética, y con el tiem po se convierte en unestereo tipo que ya no tiene nada que ver con un valor mora l vivo e inclusopuede ser percibido como cómico. En la arquitectura funcional de hoy,que rechaza cualquier normatividad estética, las normas prácticas (higiénicas, etc.), tan pronto como entran en la obra arquitectónica, se tornan

también estéticas, incluso contra la voluntad del propio arquitecto. A lainversa, las normas estéticas pueden transformarse en extraestéticas. Porejemplo, por razones estéticas puede crearse en una obra poética algunaconstrucción lingüística inusitada (una inversión sintáctica, una asociación de palabras lexicaliza da); esta construc ción pued e pasar luego al lenguaje comunicativo extraliterario y terminar siendo parte de la norma lingüística común. Ciertas deformaciones sintácticas de M allarmé se convirt ieron con el t iempo en recursos est i l íst icos de la lengua estándar

41 Véanse los ejemplos en nuestro estudio "Las contradicciones dialécticas en el arte moderno". (En el presente volumen. N. de la T.)

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extraliteraria, como lo atestigua el poeta Cocteau en El secreto profesional : "Stéphane Mallarmé influye hoy en el estilo de la prensa diaria sin

que los mism os periodistas lo sospechen".

44

Los estrechos vínculos de la norma estética con otras normas posibilitansu inclusión en el dominio general de las normas. Por ello también, alexaminar la relación entre la norma estética y la organización social, debem os tener presente que aquí no entran en contac to dos fenóm enos aislados (la norma estética y un componente determinado de la organizaciónsocial), sino que se ponen en relación dos sistemas enteros: el dominio —

o, mejor, estructura— de las norm as, y la estructura de la sociedad para lacual las normas en cuestión forman parte de la conciencia colectiva. Portanto, el modo en que la norma estética se liga con las otras normas y seintegra en la estructura global de éstas, determ ina tam bién en gran m edidasu relación con las formac iones sociales. En el estudio de la sociología dela norma estética es importante plantear dos interrogantes: el primero concierne a la estrechez de su vínculo co n otras norm as, el segundo a su posición (subordinada o dominante) en el conjunto global de las normas. Las

respuestas a estas dos preguntas serán diferentes para los diferentes medios sociales.

Para examinar el primer problema contrastaremos dos tipos de contextosde normas, correspondendientes a dos medios sociales distintos: de unlado, el contexto propio del estrato social culturalmente dominante, creador de los valores culturales y de las normas, y, de otro lado, el contextocaracterístico del medio social portador de la cultura folclórica. Con respecto al problema que nos interesa son, en efecto, dos medios socialesopuestos.

El medio en el que se crean las norm as perm ite una relación relativam entelibre entre ellas, pues tal libertad hace po sible el intenso m ovim iento ev o-

44 Sobre la transición entre la norma estética literaria y la norma lingüística extraestética

véase también Román Jakobson, "Co je poesie? [¿Qué es la poesía?]", Volné sméry 30 (1933-1934): 229-39.("Quest-ce que la poésie? " Huit questions de poétique , Ouvrages de Rom án Jakobson [París:

Seuil, 1977] 31-49. "What is poetry?", Semiotics of art: Prague School Contributions, ed. L.Matejka and I. R. Titunik [Cam bridge, Ma ssachu setts; The M IT Press, 1984] 164-75. N. de la T).

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17 0 I I I - El hom bre en e l mundo de las func iones, nor m as y va lores

lutivo de las normas singu lares. Aq uí la norma estética alcanza con m ayorfacilidad la autonomía que la aisla de las otras normas. Con la autonomíade la norma estética en este medio se relaciona el derecho del artista—derecho reconocido en gran medida por la sociedad—a deformar, en laesfera del arte, no sólo la norm a estética sino tamb ién otras norm as, co m olas éticas, cuando éstas funcionan como componentes de la estructura artística, es decir, estéticamente. Por esta razón el llamado arte de bulevar,ya sea literario o plástico, a menudo aprovecha la función estética paradisimular ciertas otras funciones que no son toleradas por la sociedad. Elrelajamiento del vínculo de la función estética con las demás funciones

permite que la norma estética evolucione rápidamente y mediante virajesbruscos.

Por el contrario, en un medio social portador de una cultura folclóricaintacta, los diferentes tipos de normas se hallan firmem ente imb ricados enuna estructura coherente, como lo ha demostrado la actual investigaciónetnográfica basada en las tesis de Lévy-Bruhl, Durkheim y otros. 45 Estaimbricación hace que la norma estética sea mucho menos variable en el

m edio folclórico q ue en otros me dios, y en ocasiones se con serve sin cam bios sustanciales durante siglos enteros. Algunos etnógrafos (la escuelade Naumann) han sacado de allí la tesis apresurada de que "el pueblo noproduce sino sólo reproduce". Por lo que se refiere a la norma estética, locierto de esta afirmación es la observación de que el medio folclórico nocrea su propia norma, sino que la toma de la esfera estética de la clasedom inante, particularmen te d e su arte; pero esto no es razón para negar lacreatividad estética de la producción folclórica. La etnografía actual ha

dem ostrado que la diferencia en tre el folclor vivo y la producción en seriede objetos folclóricos (artesanía industrializada) radica precisam ente en elhecho de que la producción indu strializada es esquem ática, mientras quela creación popular auténtica (como los bordados o los huevos pintados dePascua) es infinitamente variada y matizada. Sin embargo, esta variedadtiene el carácter de simples variantes de la norm a y no de una transgresiónque sea parte de su evolución. Como dijimos antes, la inmovilidad de lanorma estética en el folclor se debe a su inserción en el sistema global de

45 Cfr. los trabajos del etnógrafo ruso Petr Bogatyrev sobre materiales recogidos en la RusiaTranscarpática.

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Signo, función y valor 1 7 I

las normas: en el medio folclórico las normas se hallan tan fuertementeentrelazadas que estorban el mov imiento unas a otras.46 En este aspecto elmedio folclórico se diferencia tajantemente de otros medios sociales, sobre todo de aquel que crea las normas y valores culturales (véase arriba).Es claro que esta diferencia tiene considerables implicaciones para la caracterización social de estos dos ambientes sociales, y que el problema dela interconexión de diferentes tipos de norm as es importante tam bién p arala sociología de la norma estética.

El segundo interrogante planteado atrás es igualmente importante para el

estudio sociológico de la relación entre la norma estética y otras normas.Se trata de averiguar si en un me dio social dad o la norma estética tiende apredom inar sobre otras normas o, por el contrario, a ocupar una po siciónsubordinada en el sistema global de las normas. Nuev am ente confrontaremos dos medios sociales diferentes: el medio culturalmente dominante(como en el ejemplo anterior), y el medio popular no folclórico, es decir,el de la clase popular urbana, tal como se formó en nuestra región con eldesarrollo de las grandes ciudades en la primera mitad del siglo pasado.

Desde el punto de vista del entrelazamiento de los diversos tipos de norma s, los dos medios no presentan diferencias sustanciales, ya que en ambos la unión de las normas es mucho más libre que en el folclor. La diferencia entre ellos está en la ubicación jerárquica de la norma estética.

En el medio culturalmente dominante (por lo menos en el contemporáneo), la norm a estética fácilmente gana predom inio sobre las demás . Recordemos las oleadas del 'arte por el arte', que desde el siglo pasado hanretomado con insistencia en las más diversas corrientes artísticas (por ejemplo, en la literatura francesa del realismo en Flaubert, un poco más tardeen los simbolistas), y las oleadas concurrentes del panesteticismo fueradel arte. Naturalmente, se trata sólo de una tendencia al predominio de lafunción estética y no de una dominación efectiva y duradera; a veces in-

46 En el artículo "Pfíspevek k strukturní etnografii [Una contribución a la etnografía estructural]", Slovenská miscellanea (Bratislava, 1931), Petr Bogatyrev muestra que "durante la investigación etnográfica nos encontramos con hechas que cumplen varias funciones, y en algunoscasos estas funciones están tan interconectadas que no es posible determinar cuál de el lassobre sa le " .

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cluso se levanta una resistencia contra el predominio de la función estética, cuya intensidad misma es testimonio de la fuerza de la tendencia a lacual se opone.

Por el contrario, en el medio popular la función y la norma estéticas suelen estar subordinadas a otras funciones y normas, incluso en aquellosprodu ctos que pueden designarse com o arte: la norma d om inante del "artemá s mo des to" (término de Josef Capek) no es la norma estética. Co mparando la pintura popular con el gran arte, Capek escribe con fundamento:

Las grandes estatuas y pinturas apelan a nuestra admiración, expresando demanera soberana la belleza y la majestuosidad del mundo y de la vida. Elarte más modesto, del que quiero hablar, también apela a nosotros; quiererepresentar puramente las cosas útiles, necesarias para el hombre; respirapiedad por el trabajo y la vida, cuyas necesidades y alegrías conoce bien; nose propone metas elevadas, sino que realiza su modestia de una maneracandida y conmovedora; y esto no es poco m érito. El arte más m odesto sólodesea mediar entre las cosas de uso diario y el hom bre; pero su lenguaje,aunque pobre y sin pretensiones, no está desprovisto de un raro encanto y

un fervor silencioso; es natural y veraz.47

En este pasaje se dice claramente que en el arte popular no folclórico, lanorma y la función estéticas se ven subordinadas a otras funciones y normas, sobre todo las utilitarias ("representar cosas ú tiles") y, en parte, em ocionales ("manera candida y conmovedora").

La manifestación en la cual la emo tividad alcanza su má xim o pred om inio

sobre la función estética es la lírica popular urbana:

Maruja no canta que está ennoviada con Joselito y que antes de un año secasarán, sino que Joselito el de los ojos azules anda con otra. Ana, fregandoel piso, no clama que quiere ir a pasear al Parque Nacional, sino que loúnico que anhela es estar en la oscura sepultura . . . Por lo común Maruja noes un ser profundamente melancólico; uno más bien diría que es una muchacha parlanchína y reidora. Pues bien, si Maruja quiere elevarse hacia las

47 Josef Capek, "Malífi z lidu [Pintores del pueblo]", Nejskromnéjsí uméní [El arte más modesto] .

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esferas superiores (lo cual es, a fin de cuentas, la misión más seria de lapoesía y de la música), se eleva hacia la región de los sentimientos de tristeza y desconsuelo; nada la hace sentir tan enno blecida com o la perspectiva

de verse pronto tendida en el ataúd con una corona de flores en la cabeza.48

De este mod o la emoción, no com o reacción inmed iata a la realidad, sinocomo función pura de la cosa (en este caso de la canción), domina en lapoesía popular urbana, y la norma emocional prevalece sobre la normaestética: la canción tiene tanto m ás valor cuanta más em oción produce. L adiferencia entre la jerarquía de las normas en la poesía popular y en lapoe sía culta se caracteriza por el cam bio que ocurre cuan do la forma de la

canción popular urbana penetra en la poesía culta: mediante el viraje quedescribimos arriba, su norma emocional se transmuta en norma estética.49

La diferencia entre el predominio de la función estética y su subordinación corresponde así a la diferencia socia l entre e l est ra to socia lculturalmen te dom inante y el estrato popular urbano .

Hem os exam inado a grandes rasgos la sociología de la norm a estética. La

aproximación ai problema de la norma estética desde la sociología no essólo una de las aproximaciones posibles o tal vez auxiliares; constituye,junto con el aspecto epistemológico del problema, uno de los presupuestos fundamentales de la investigación, pues permite analizar en detalle laantinomia dialéctica entre la variabilidad y multiplicidad de la norma estética y su pretensión a una validez absoluta. Indicamos, asimismo, quelas normas estéticas, originadas en el estrato social culturalmente dominante, se renuevan sin cesar. Durante este proceso, las normas más anti

guas por lo general descienden por la escala de la jerarquía social y am enud o, habiendo descen dido hasta el nivel más bajo, vuelven a elevarsede golpe hasta la esfera artística del estrato culturalmente dominante.

Lo anterior no es más que un esquema general, que se complica en laevolución real por las influencias de la articulación social horizontal, com otambién por la variabilidad de la relación entre la norma estética y lasdemás normas en lo tocante a la estrechez de las relaciones mutuas de

48 Karel Capek, "Písné lidu prazského [Canciones del pueblo praguense]", Marsyas.49 Véase nuestro artículo sobre Vítézslav Hálek en Slovo a slovesnost I, 1935. ("Vítézslav

Hálek", Slovo a slovesnost 1.2 (1935): 73-87. N. de la T.)

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174 III - El hombre en el mundo de las funciones, norm as y valores

diferentes tipos de norma s y a su jerarquizac ión. El solo esquem a general,sin m encionar sus com plicaciones históricas, dem uestra que la norma estética no puede ser considerada com o una regla a priori que sea capaz deindicar con la exactitud de un instrumento de medición las condicionesóptimas del placer estético. La norma estética es un principio energético,el cua l, pese a la m ultiplicidad de sus manifestaciones (o más bien graciasa ella), organiza el dominio de los fenómenos estéticos e indica la dirección de su evolución. De otra parte, aunque la posibilidad de una normaestética válida a priori y de manera general ha resultado ilusoria (ya quelos principios básic os an tropológ icos del ritm o, de la simetría, etc. no sonnor m as idea les, a pesa r de su gran importan cia para la epistem ología de lanorma estética), hemos visto que la norma estética realmente existe y actúa. Del reconocimiento de su variabilidad no se sigue de ninguna manerael descon ocimien to de su imp ortancia, ni m ucho m enos la negación de suexistencia.

3Valor estét ico

D esp ués de la función y la norm a estéticas, es el turno del valor estético. Aprimera vista podría parecer que la problemática del valor estético ya laagotamos al tratar de la función y la norma, por cuanto la primera es lafuerza qu e crea el valor y la segund a constituye la regla con la cual el valores med ido. Sin em bargo, hem os dem ostrado ya en los dos capítulos precedentes que: 1. la esfera de la función estética es más amplia que la delvalor estético en el sentido propio, porque en aquellos casos en que la

función estética sólo aco m pañ a a otra función, la cuestión del valor estético tam bién e s secund aria en la valoración d e la cosa o del acto dad os; 2. elcum plimiento de la norm a no es condición indispensable del valor estético, especialmente allí donde este valor predomina sobre otros valores, esdecir, en el arte. De donde deriva que el arte, siendo la esfera privilegiadade los fenómeno s estéticos , es la esfera propia de l valor estético. Fuera delarte el valor está subord inado a la norma, m ientras que en el arte la norm aestá subordinada al valor. Fuera del arte el cumplimiento de la norma es

sinónimo del valor; en cambio, en el arte la norma es frecuentementetransgre dida, sólo a veces se cump le, y su cum plimie nto no es el objetivo,

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sino un m edio. El cum plimiento de la norma produce placer estético; peroel valor estético puede contener, además del placer, fuertes elementos dedisplacer, sin dejar de ser un todo indivisible. "En la verdadera obra de

arte no existe ninguna belleza individual, sólo la totalidad es bella." 50 Laaplicación de la norma estética su bordina el caso singular a la regla gene ral y atañe a un so lo aspe cto de la cosa, a saber, su función estética, la cua lno siempre tiene que ser dominante. Por el contrario, la valoración estética juzga el fenómeno en toda su complejidad, porque también todos losvalores y funciones extraestéticos entran a actuar como componentes delvalor estético;51 por ello la valoración estética concibe la obra de arte comoun todo coherente (unidad de conjunto) y es un acto individualizador. Elvalor estético en el arte se presenta como único e irrepetible.

En consec uenc ia, la prob lem ática del valor estético debe ser estudiad a porseparado. Su problema fundamental atañe a la validez y el alcance de lavaloración estética. Si partimos de él, tendremos el camino abierto en dosdirecciones: hacia la investigación de la variabilidad del acto valorativoconcreto, y hacia la búsqueda de los presupuestos epistemológicos de la

validez objetiva (esto es, independiente del receptor) del juicio estético.

Examinemos primero la variabilidad de la valoración estética concreta.Enseg uida nos encontram os de lleno en el cam po de la sociología del arte.Ante todo, la obra artística en sí no es de ninguna manera una magnitudestable: con cada d esplaza m iento en el tiempo , en el espac io o en el entorno social, camb ia la tradición artística a través de cuyo prism a es pe rcibidala obra, y por causa de estos desplazamientos varía el objeto estético que

corresponde, en la conciencia de la colectividad dada, al artefacto material, es decir, a la creación del artista. Por consiguiente, cuando una obradeterminada recibe una valoración igualm ente positiva en dos épocas distantes, el objeto de la valoración es cada vez un objeto estético diferente;en cierto sentido, una obra artística diferente. Es natural que con estosdesplazamientos del objeto estético varíe con frecuencia también el valorestético. Muy a menudo observamos en la historia del arte cómo el valor

50 F.W.J. v. Schelling, Schriften zur Philosophie der Kunst (Leipzig, 1911)7.51 Véase nuestro artículo "Básnické dílo jako soubor hodnot [La obra literaria com o conjunto

de valores]", Jarní almanach Kmene, ed. A. Hoffmeister (Praga: Kmen, 1932) 118-26.

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de una obra determinada pasa con el tiempo de positivo a negativo, o dealto y excepcional a común y corriente, y viceversa. Particularm ente frecuen te es el esquem a de un ascenso repentino seguido de un descenso y unnuevo ascenso, éste últ imo eventualmente hacia otro nivel de valor es-* . < * ; „ - 52L C L I U O .

Sin embargo, algunas obras artísticas se mantienen durante largo tiempoen un nivel alto, sin descenso alguno. Son los llamados valores eternos,como han sido en la poesía las obras de Homero por lo menos desde elRe nacim iento, en el drama las obras de Shakespeare o M oliere, en la pintura los cuadros de Rafael o R ubens. A unqu e cada época ve estas obras deotra m anera (una prueb a palpable de ello es el desarrollo de la concepciónescénica de las obras dramáticas de Shakespeare) siempre—o casi siempre—las coloca en los grados más altos de la escala de los valores estéticos. Sin emb argo, sería erróneo entender este hecho como inmu tabilidad.Primero, incluso en estos casos un examen más detenido probablementedescubriría fluctuaciones, a menudo considerables; segundo, ni siquierael valor estético más alto es un concepto inequívoco: no es lo mismo que

una obra sea percibida como un valor "vivo" o "histórico" o "representativo " o "didáctico" o "exclu sivo " o "popular", etc. Bajo todos estos matices, alternándolos sucesivamente o incluso realizando varios de ellos almism o t iempo,53 la obra pued e perm anecer entre los valores "eterno s"; yesta permanencia no será un estado, sino un proceso, al igual que sucedecon las obras cuyo lugar en la escala cambia.

El valor estético es variable en todos sus niveles, la quietud pasiva no es

posible aquí; los valores "eternos" sólo cambian más lentamente y demanera menos notable que los niveles inferiores. Ni siquiera el ideal mismo de un valor estético inmutable, duradero e independiente de influencias externas, es el más alto o el único deseable en todas las épocas ycircunstancias. Más aún: al lado del arte creado con vistas a una duracióny vigencia lo más largas posible, siempre existe un arte destinado por suspropio s creadores a una vigencia pasajera y creado para el "co nsu m o". En

32 Véase nuestra monografía Polákova " Vznesenost pñrody " [ "La sublimidad de la Naturalez a" de P olák] , Shorník filologicky 10 [Praha] (1934-3 5): 1-68.

53 Así el poema Mayo de Macha muestra hoy, al cumplirse el centenario de la muerte delpoeta, una acumulación extraordinaria tal vez de todos los matices del valor mencionados.

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la poesía son las obras "ocasionales" o crípticas, escritas para un círculoíntimo de amigos; o las obras de actualidad, dependientes temáticamentede ciertas circunstancias sólo conocidas por la época dada o por un círculocerrado , etc. En las artes plásticas, las pretension es de durabilidad de cierto valor artístico con frecuencia se manifiestan en la escogenc ia del m aterial. Por ejemplo, una obra hecha en cera evidentem ente es creada con otraexpectativa de durabilidad que una escultura en mármol o en bronce; unmosaico revela otra actitud hacia la duración ilimitada de la obra y delvalor que una acuarela, y así sucesivamente.

De esta manera el arte "de consumo" es el opuesto permanente del arte"perdurable"; pero existen también períodos en que los artistas prefierenpara su obra un efecto brev e pero intenso en lugar de un efecto lentam entecreciente y a la postre duradero. Un buen ejemplo es el arte contemporáneo. Todavía el simbolismo buscaba un valor lo más duradero posible, nosujeto a las fluctuaciones del gusto y a los actos de recepción casu ales. Eldeseo de la obra "absoluta" fue el fracaso de Mallarmé; de otra parte, elpoeta checo Bfezina expresó la convicción de que se podía "hallar la for

ma versal más alta, tan pulida que no sea posible lograr nada más perfecto". Comparemos esto con lo que dice un artista de hoy, A. Bretón:

Picasso es a mis ojos tan grande solamente porque se mantuvo siempre enuna actitud de defensa frente a las cosas exteriores, incluidas las que élmismo creó; porque jamás consideró estas creaciones como otra cosa quemeros momentos del contacto entre él y el mundo. Lo perecedero y lo efímero, en contraste con todo aquello que suele ser el objeto de deleite y la

vanidad de los artistas, eran para él objeto de búsqueda por sí mismos. Enlos veinte años que han pasado por encima de su obra se han amarillado lospedazos de periódico cuya tinta fresca contribuyó tanto a la insolencia deesos magníficos 'papie rs collé s' de 1913. En algunas partes la luz ha desteñido y la humedad ha arrugado socarronamen te los grandes recortes azulesy rosados. Y así está bien. Las estupendas guitarras hechas con tablitasendebles, verdaderos puentes del azar construidos de día en día sobre lacorriente del canto, no resistieron la loca carrera del cantante. Pero todosucede como si Picasso hubiese contado con este empobrecimiento, este

debilitamiento, este desm embramiento. Como si en esa lucha desigual, esalucha cuyo desenlace es indudable, pero que las creaciones de la mano delhombre libran de todos modos contra los elemen tos, él hubiese querido de

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anteman o ced er, para conciliar lo que hay de precioso, por ser ultrarreal, enel proceso de su disolución."54

La variabilidad del valor estético no es, pues, un hecho secu ndario, con secue nte tal vez a la "im perfecció n" de la creación o de la percepción artísticas, o a la incapacidad humana para alcanzar el ideal. La variabilidadpertenece a la esencia misma del valor estético, el cual no es un estado,ergo n, sino un proceso, energ eia. Incluso sin desplazam ientos en el tiempo o en el espacio, el valor estético se presen ta com o un deven ir mu ltiforme y complejo, que halla expresión en las discrepancias entre las opiniones de los críticos so bre obras recién cread as, en la inestabilidad del mercad o del libro y del arte, etc. Tam bién en este aspecto tenem os un ejemploilustrativo en la época actual, con sus rápidos cam bios en las preferenciasartísticas, que se manifiestan en la desvalorización precipitada de las obrasliterarias en el mercado del libro, o en la acelerada aparición y desaparición de v alores en el m ercado de las artes visuales. Des de luego esto no esmás q ue una "película en cámara rápida" de un proceso que se ha dado entodas las épocas. Las causas de esta dinámica de los valores son sociales:

el relajamiento de la relación entre el artista y el con sum idor (el cliente),entre el arte y la sociedad.55 Sin embargo, también en épocas pasadas elproceso del valor estético siempre respondía ágilmente a la dinámica delas relaciones sociales, siendo predeterminado por ella e interviniendo enella de manera retroactiva.

La sociedad crea, por lo demás, determinadas instituciones y órganos quele perm iten influir en el valor estético m ediante la regulación de la valora

ción de las obras artísticas. Entre ellos se cuenta la crítica, el peritaje, laeduc ación artística (incluyen do las escuelas de arte y las instituciones cuyoobjetivo es la educación del receptor), el mercado del arte y sus mediospublicitarios, las encuestas sobre la mejor obra, las exposiciones, los museos, los concursos y premios, las academias, las bibliotecas públicas, y amenudo también la censura. Cada una de estas instituciones tiene sus tareas específicas; además, puede perseguir algún otro objetivo que la mera

1,4 And ré Bre tón . Po in t du jo u r , Oeuv re s comple te s , II (Pa r i s : Ga l l ima rd , 1992)3 6 6 . N. de la T.

22 Cfr. Karel Teige, Jarm ark um éní [La feri a del arte] (Praga, 1936).

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influencia sobre el estado y el desarrollo de la valoración estética (porejemplo, los museos reúnen materiales para la investigación científica).Este otro objetivo puede ser el principal (como lo es para la censura laregulación de las funciones extraestéticas de la obra en el interés del Estado y del orden social y moral dominante); sin embargo, todas las instituciones m encion adas participan en la influencia sobre el valor estético y lohacen como exponentes de determinadas tendencias sociales. Por ejemplo, el juicio del crítico suele ser interpretado unas veces como búsquedade valores estéticos objetivos, otras veces como expresión de la actitudpersonal del evaluador hacia la obra evaluada, otras como popularización

de obras nuevas y difícilmente comprensibles para el gran público, o, enfin, como propaganda de una corriente artística. Sin duda, todos éstos soncom pone ntes de cualquier ejercicio crítico y uno de ellos siempre preva lece en el caso concreto; pero el crítico es ante todo vocero o, al contrario,opositor o disidente de una formación social determinada (una clase, ungrupo social, etc.). Con acierto mostró A m e N ovák56 que el juic io negativo del crítico C hmelensky sobre el poema M ayo de Macha57 no es expresión de una aversión personal y fortuita del crítico hacia la obra de M acha ,

sino principalm ente una manifestación del afán del estrecho me dio literario de entonces por impedir la entrada de valores estéticos inusitados quepudieran corromper el gusto y la ideología de ese medio. Es significativoque en ese mismo período, o un poco m ás tarde, el público lector comenzara a ampliarse, tanto numéricam ente co mo en términos de la procedencia social de los lectores.

El proceso de la valoración estética está relacionado con el desarrollo social y su investigación forma un capítulo de la sociología del arte. Nodebemos tampoco olvidar el hecho, ya mencionado en el capítulo anterior, de que en una sociedad dada no existe sólo un nivel del arte literario,pictórico, etc., sino que siem pre hay varios niveles (arte de vang uardia, debulevar, arte oficial, popular, etc.) y, por consiguiente, varias escalas devalores estéticos. Cada una de estas forma ciones vive su vida propia, peroa menudo se entrecruzan e interpenetran. Un valor que ha perdido su vi-

56 Conferencia sobre la historia de la crítica checa presentada en el Círculo Lingüístico dePraga (abril de 1936).

57 Ver " In tenc ion a l idad y no in tenc iona l idad en e l a r te" , en el presente volum en, p . 44 1.y sigs. N. de la T.

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gen cia en una de ellas puede descender o ascend er a otra. Puesto que estaestratificación del arte corresponde grosso modo a la estratificación social, la existencia de múltiples estratos en el arte contribuye al complejoproc eso de creación y transformación de valores estéticos.

Debemos añadir finalmente que el carácter colectivo y obligatorio de lavaloración estética se refleja en los juicio s estéticos in dividuales. L as pruebas son numerosas. Por ejemplo, las encuestas de las casas editorialesmuestran que las más de las veces los lectores se deciden a comprar unlibro motivados no por las reseñas profesionales, que les parecen dema

siado influidas po r el gusto personal de los críticos, sino por las recom endaciones de amigos, miembros del mismo público lector al que perteneceel com prador.58 Así mismo es bien conocida la autoridad de las encuestasanuales sobre las mejores obras del año. Y los coleccionistas de arte muchas ve ces se deciden por una obra sólo porque el nom bre de su autor es elsello de un valor reconocido; de allí el afán de los comerciantes de creartales nombres-valores59 y la importancia de los expertos en cuestiones deautoría y autenticidad de las obras.60

He m os visto que el valor estético es un proceso cuyo dinam ismo está determ inad o, de una parte, por la evolu ción inm anente de la estructura artística misma (cfr. la tradición actual sobre el trasfondo de la cual se valoracada obra p articular), y, de otra parte, por la m ovilidad y los cam bios de laestructura de la convivencia social. La ubicación de la obra artística endeterminad o nivel de valor estético, su permanenc ia en ese nivel y eventualm ente su reubicación o hasta exclusión definitiva de la escala de valo

res estéticos—todo esto depende de una serie de factores diferentes de lassolas cualidad es d e la creación material del artista, la cual es lo único queperdura de una época a otra, de un lugar a otro, de un medio social a otro.No se trata, sin em barg o, de relatividad de juicio, ya que para el evalu ador,situado en cierto punto temporal y espacial e inserto en cierto medio social, tal o cual valor de una obra dada se presenta como una magnitudnecesaria y constante.

58 Cfr . L. Schücking, Die Soz lo logie de l l i te ra r ischen Geschmackshi ldung (Leipz ig /Ber l ín , 1 9 3 1 ) 5 1 .

59 Cfr. Karel Teige, Ja rm ar k u m én í [La feri a del arte ] 28 sigs.60 Cfr. M.J, Friedlander, Der Kunstkenner (Berlin. 1920).

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Sin em barg o, ¿hem os resuelto con esto (o, m ás bien, elimin ado) el problema de la objetividad del valor estético como algo inherente a la obra material? ¿Ha perdido toda validez y actualidad este problema, abordadodurante siglos desde la metafísica, desd e la constitución biológica del hom bre, o desde la concepción de la obra artística como expresión única ydefinitiva? Aun si reconocemos la variabilidad de la valoración estética,existen algunos hechos que indican lo contrario. ¿Cómo se explica, porejemp lo, que entre las creaciones de una mism a corriente artística o incluso de un mismo autor—es decir, entre obras creadas aproximadamentedentro del mismo estado de la estructura artística y en las mismas condiciones sociales—algunas parezcan ser con toda evidencia más valiosasque otras? Es también claro que entre la aprobación entusiasta y el rechazo violento no hay una brecha tan profunda como entre estas dos formasde valoración y la indiferencia; a menudo incluso el elogio y el rechazoconcurren en la valoración de una misma obra. ¿No será, nuevamente, unindicio de que la concentración de la atención sobre una obra—sea conbeneplácito, sea con rechazo—puede tener como fundamento (al menosen algunos casos) un valor estético objetivamente superior? ¿Cómo seexplicará, además, si no es bajo el supuesto de un valor estético objetivo,el hecho de que una obra de arte pueda ser reconocida como un valorestético positivo incluso por aquellos críticos que desde otros puntos devista la rechazan enérgicamente?61 La historia del arte, por mucho que sumetodología procure reducir el papel de la valoración a valores históricamente explicables, se encuentra una y otra vez con el problema del valorasociado a determinada obra independientemente de sus aspectos históricos. Puede decirse incluso que la existencia de este problema se confirmajustamente por los repetidos intentos de limitar su influencia sobre la investigación histórica. Recordemos, por último, que toda lucha por un nuevo valor estético en el arte, así como todo contraataque, se libra bajo elsigno de un valor objetivo y dura dero; ad em ás, sólo el supuesto de la exis tencia de un valor estético objetivo puede explicar el hecho de que "unartista verdadera m ente grande no concibe que la vida pudiera ser expresada o la belleza modelada por medios distintos de los escogidos por él". 62

61 Como sucedió, por ejemplo, con la recepción de Mayo de Macha por la crítica checa de sutiempo.

62 Osear Wilde, "The Critic as Artist" (1890).

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18 2 I I I - El hom bre en e l mun do de las func iones, nor m as y va lores

Todo indica que el problema de un valor estético objetivo, inherente a laobra artística e indep end iente de influencias extern as, no pue de ser evad ido. Para ganar acceso a su solución, debemos primero analizar condetenimiento el concepto de "valor estético objetivo". No nos cabe dudade que el arte, creado por el hombre para el hombre, no puede crear valores indep end ientes del hom bre (por lo que se refiere a las m anifestacionesde la función estética fuera del arte, ya mostramos en el capítulo anteriorque allí tampoco cabe considerar el efecto estético como una cualidadperm anen te de las cosa s). La salida escogida po r la filosofía escolástica,63

que encuentra eco todavía en autores como Wilde y que consiste en la

diferenciación entre un ideal invariable de belleza y sus realizaciones variables, puede tener apariencia de validez sólo en la medida en que derivade to do el sistema de la metafísica; fuera de él tiene el dud oso valor de unexpe diente. Si no querem os confundir indeb idam ente la epistem ología conla metafísica, po dríamo s pensar— com o lo hicimos a propó sito de la norma estética—en la constitución antropológica del hombre, la cual es comú n a todos los seres hum anos y actúa como la base de una relación con stante entre el hombre y la obra, relación que, una vez proyectada sobre el

fenómeno material, se manifestaría como valor estético objetivo. El problema es que la obra artística como totalidad (y sólo la totalidad es unvalor estético) es por su esencia un signo, que se dirige al hombre comom iem bro de una colectividad organizada, y no al hom bre com o una constante antropológica. Acertadamente escribe sobre el arte Wilde en "TheCritic as Artist":

. . . el sentido de toda bella cosa creada está tanto, cuando menos, en el alma

de quien la contempla, com o estuvo en el alma de quien la forjó. Incluso esmás bien el espectado r quien presta a la cosa bella sus múltiples significados y nos la hace maravillosa, poniéndola en alguna relación nueva con laépoca, de tal modo que llega a ser una parte esencial de nuestras vidas . . .

As í las cosas, ni siquiera al investigar las posibilidad es y los p resupu estosepistemológicos de un valor estético objetivo podemos escapar del alcance de la naturaleza social del arte. Anotemos, sin embargo, que aquí no se

trata ya de sociología del arte, por cuanto el objeto de estudio ya no es la

Cfr. J. Maritain, Art et scolastique (Paris, 1927) 43.

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relación entre una obra artística particular y una colectividad particular,sino cierta regularidad universalmente válida que caracteriza la relaciónentre la obra como valor estético en general y cualquier colectividad ocualquier miembro de una colectividad. Naturalmente, una reflexión asíorientada no puede dar como resultado más que un marco general, queadquiere un contenido diferente en cada caso concreto y, por ende, nopermite la deducción de reglas críticas especiales. Es además claro que,dada la variabilidad de la valoración, toda validación concreta del juicioestético tiene vigen cia sólo con resp ecto a la relación en tre la obra y aquella sociedad o aquel grupo social desde cuyo punto de vista se profiere el

juicio. Desde un punto de vista histórica y socialmente limitado, el valorestético universalmente válido sólo se puede intuir y, a lo más, establecerde man era indirecta m ediante la confrontación de los juicios de n um erosas épocas o med ios sociales. M ucho más importante qu e las reglas es lacuestión fundam ental de si el valor estético objetivo es una realidad o unafalacia.

Como punto de partida se nos ofrece el carácter sígnico del arte. Primero

hace falta una breve mención sobre la naturaleza del signo en general.Según la definición corriente, el signo es algo que está en lugar de otracosa y que señala a esa otra cosa. ¿Con qué fin se emplea el signo? Sufunción más característica es la de servir como medio de comunicaciónentre los individuos en cuanto miembros de una misma colectividad; enparticular, ésta es la finalidad del lenguaje, el sistem a de signos m ás desarrollado y m ás com pleto. Hay que anotar, sin em bargo , que el signo puedetambién tener otras funciones; por ejemplo, el dinero es un signo que re

presenta otras realidades en función de valores económicos, pero su objetivo no es comunicar, sino facilitar la circulación de la mercancía. Noobstante, el dominio de los signos comunicativos es vasto: cualquier hecho pue de llegar a ser un signo com unicativo. En este dom inio se incluyeel arte, aunque de una manera que lo distingue de cualquier otro signocomunicativo.

Para averiguar la diferencia específica que caracteriza al arte como signo,examinaremos en primer lugar aquellas artes en las cuales la funcióncom unicativa es m ás evidente, pues son ellas las que permiten hacer com paraciones. Nos referimos a la literatura y la pintura. Por regla general,

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1 84 I I I - El hom bre en e l mun do de las func iones, no rm as y va lores

una obra literaria o pictórica contiene una comunicación; si bien en algunos de sus períodos evolutivos la función comunicativa puede hallarsereducida hasta el grado cero (en la pintura absoluta, el suprematismo, lapo esía escrita en una lengu a artificial), esta reducción es percibida no com oel estado normal, sino como su negación. De manera análoga, la lingüística actual habla de "desin encia c ero " (y no de falta de desinen cia) en aquellos casos en que una forma gram atical se caracteriza por la falta de desinencia frente a las formas que sí la poseen. El concepto mismo de formagram atical incluye la desinencia, y así también el concepto m ismo de pintura y literatura incluye la comunicación (tema, contenido). La pintura y

la literatura son artes tem áticas. Pero vale la pena p regun tar si la com unicación contenida en una obra literaria o pictórica es un mensaje real o sidifiere de la comunicación real, y de qué manera. En efecto, veremos quela función estética, al sobreponerse a la función comunicativa, modificalas características esenciales de la comunicación.

Al igual que un enunciado puramente comunicativo, una obra épica contará algo que sucedió en tal lugar, tal tiemp o, tales circunstancias, y con la

intervención de tales personajes. Pero habrá una diferencia: mientras entendamos un enunciado determinado como comunicación práctica, darem os im portancia a la relación de esta com unicació n con la realidad relatada. Esto quiere decir: la recepción del enunciad o po r parte del oyente estará acompañada por la pregunta, aunque no necesariamente expresada, silo narra do realm ente sucedió , si las circunstanc ias fueron las descritas porel narrador. La respuesta no tiene que ser afirmativa; bien puede resultarque el enunciado ha sido en parte o del todo ficticio. El oyente entonces

conjeturará, y eventualmente procurará averiguar, cuál ha sido la intención del locutor. De estas averiguacio nes o conjeturas surgirá otra mo dificación de la función referencial del enunc iado . Por ejemplo : sí, se trata deuna ficción que busca engañar y manipular al oyente; en otras palabras,una m entira. O: es una ficción que pretend e hacer pasar por real un sucesoinventad o, pero sin la intención de desviar el com portam iento del oy ente,sino simplemente para probar su credulidad; o sea, una mistificación. Obien: se trata de una ficción, p ero sin intención alguna d e engaña r al oyente , sino sólo para presen tarle una realidad diferente de la suya, para co nso larlo, o para horrorizarlo haciéndole ver la discrepancia entre los hechosinventados y la realidad; vale decir, es una ficción pura.

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Pero cuando un enunciado n arrativo es entendido com o una creación literaria con predominio de la función estética, la actitud hacia el enunciadocam bia y la construcción de su dim ensión referencial adq uiere otro aspec to . La cuestión de si la historia narrada realmente sucedió o no, perderáimportancia vital para el oyente (o el lector), y la posibilidad de que elescritor hubiese qu erido o podido engañarlo ni siquiera llegará a considerarse. Con esto no afirmamos que el problema del trasfondo real de lonarrado deje de existir. Por el contrario, la circunstancia de si el escritorpresenta la historia narrada como real o como ficticia y hasta qué punto yde qué man era lo hace, será un com pon ente imp ortante de la estructura d e

la obra literaria. Los matices de este modo de presentación determinan amenudo la diferencia entre las técnicas de distintas corrientes artísticas(com o el rom anticism o frente al realism o, en ciertos aspec tos) o de distintos géneros (el cuento frente al cuento de hadas); y dentro de una obraconcreta, las relaciones m utuas entre los com pone ntes y partes individuales (por ejemplo, en la novela histórica la relación entre los personajes ysucesos en el primer plano, que suelen ser ficticios, y los situados en elfondo, que son reales).

De otra parte, considerada desde el punto de vista de la estructura de laobra y del modo de presentación, la cuestión del trasfondo real de lo narrado difiere fundamentalmente del problema de su alcance comunicativoreal, tal como lo pueda plan tear un historiado r de la literatura. Al es tudiaruna novela con fuertes componentes autobiográficos, como La abuela deBozena Némcová, el historiador puede desear saber si la juventud de laescritora realmente transcurrió de la manera como se narra en la novela, sisu familia rea lm ente vivió en el lugar desc rito, etc. Para el lector, en cam bio, el problema de la veracidad se plantea sólo en este sentido: ¿deseabala escritora, o hasta qué punto deseaba, que su obra fuera interpretadacomo una narración documental sobre su infancia? La respuesta (aunqueno expresada) a esta pregunta (aunqu e no formulada explícitamente) serádecisiva para toda la atmósfera sentimental e imaginativa que envolverála obra, e influirá en el colorido sem ántico de la totalidad y de los detalles.

El carácter "ficticio" de las obras literarias es, pu es, algo muy diferente dela ficción en la comunicación corriente. Todas las modificaciones de la

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18 6 III - El hombre en el mundo de las funciones, norm as y valores

función referencial de un enunciado que existen en el lenguaje comunicativo, incluida la mentira, pueden jugar un papel en la literatura; pero aquífuncionan como componentes de la estructura y no como valores vitalescon implicaciones prácticas. Si el Barón von Münchhausen viviera, seríaun m istificador y sus historias serían m entiras; pero el escritor que inven tó el personaje y sus mentiras no es un mentiroso, sino precisamente unescritor, y en su versión los cuentos del Barón son discurso literario.

Así las cosas, ¿puede pensarse que el signo artístico esté desprovisto decualquier contacto directo y obligatorio con la realidad? ¿Será que el arte

con relación a la realidad es menos que una sombra, la cual por lo menosindica la presencia de una cosa, aunque no vista por el espectador? En lahistoria de la estética po dem os enco ntrar corrientes que respon derían afirmativamente a tal pregunta; por ejemplo, la teoría estética de K. Lange,que interpreta el arte como ilusión, o la de F. Paulhan, según la cual laesencia del arte es la mentira. Cercanas a esta concepción se hallan también todas las corrientes que se inclinan al hedonismo y al subjetivismoestético (el arte com o estim ulante del placer y el arte com o creación sobe

rana de una realidad antes inexistente).

Estas concep ciones no corresponden a la verdadera esen cia del arte. Paraaclarar el error, pongamos un ejemplo concreto. Imaginemos a un lectorde Crimen y castigo de Dostoievski. Por lo que dijimos antes, la cuestiónde si la historia del estudiante Rask olniko v rea lme nte sucedió estará fueradel horizonte de interés del lector. A pesar de ello, el lector intuirá en lanovela una poderosa relación con la realidad; pero no con la realidad narrada, que es un acon tecim iento localizado en Ru sia en tales años del siglopasado, sino con la realidad íntimamente conocida por él mismo, con lassituaciones que él ha vivido o podría vivir en sus circunstancias, con lasemociones y voliciones que han acompañado o podrían acompañar talessituaciones, con los actos a los que lo podrían conducir esas emociones yvoliciones. Alrededor de la novela que ha cautivado al lector se acum ularán no una, sino muchas realidades. Cuanto más profundamente interese

la obra al receptor, tanto más amplia será la esfera de las realidades corrientes y existencialmente importantes para él con las cuales la obra entrará en relación referencial. El cambio que ha ocurrido en la funciónreferencial d e la obra -signo es así a la vez su debilitam iento y su fortalecí-

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miento. Se debilita la función referencial, por cuanto la obra no apuntahacia la realidad directamente representada por ella; y se fortalece, porcuanto la obra como signo adquiere una relación indirecta (figurada) conlas realidades existencialmente relevantes para el receptor y, a través deellas, con todo el universo del receptor co m o conjunto de valore s. De estamanera la obra de arte adquiere la capacidad de apuntar hacia realidadesmuy diferentes de aquellas representada s po r ella, y hacia sistem as de valores distintos del que le dio origen y sobre el cual está construida.

En este punto de nuestra exposición se nos presenta la oportunidad de

dirigir la atención a otras artes diferentes de las que poseen un "contenido", es decir, a las artes atem áticas, com o la música y la arquitectura, paraaveriguar si también ellas pueden adquirir aquella función referencialmúltiple que diferencia las creaciones de las artes temáticas de las manifestaciones comunicativas verdaderas.

La música, por su esencia, no com unica. Pued e propender a la comunicación mediante ciertos recursos como la cita, la cita literaria, etc.; 64 pero

esta propensión es la negación de su propia naturaleza, así como para laliteratura y la pintura lo es el fenómeno contrario—la tendencia hacia loatemático. Sin embargo, aunque la expresión m usical no com unica, puedeentablar muy intensamente aquella relación referencial múltiple con extensas áreas de la experiencia vital del receptor y con los valores válidospara él, que hemos hallado característica de la comunicación con funciónestética predominante en las artes temáticas. Muy bien describe Osear W ildeen el ensayo citado, esta función referencial indeterminada, múltiple eintensa de la música:

Después de haber tocado una obra de Chopin, me siento como si hubiesellorado por unos pecados que nunca cometí y llevase luto por unas tragedias que no he vivido. Me parece que la música siempre p roduce ese efecto.Nos crea un pasado que no conocíamos y nos llena del sentimiento de penas que fueron ocultadas a nuestras lágrim as. Me puedo imaginar a un hom-

64 Cfr. Otakar Zich, Estetika dramatického uméní [Estética del arte dramático] (Praha, 1931)277 y sigs.

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18 8 I I I - E l hom bre en e l mun do de las funciones , norm as y valores

bre que hubiese hecho siempre una vida perfectamente prosaica y que, oyendo por casualidad algún pasaje musical extraño, descubriera repentinamente que su alma ha pasado, sin él notarlo, por terribles experiencias y co

nocido alegrías espantosas, am ores desenfrenados o grandes sacrificios.

Expe riencias que la persona no tuvo pero pudo haber tenido, una biografíapotencial sin contenido concreto—así caracteriza Wilde la referencia dela música. Sus palabras expresan poéticam ente la mu ltiplicidad y la consecuente ambigüedad referencial de la obra artística como signo. Por lam isma razón otro poeta, Paul Valéry, llama " inagotab le" la emoción quemana de la música.65 Desprovista de la función comunicativa, la música

revela, aun más claramente que las artes temáticas, el carácter específicodel signo artístico. ¿Cuál es el portado r del significado en este caso? N o loes el contenido, pues no hay contenido , sino los compo nentes formales: latonalidad , la línea m elódica , las figuras rítmicas, el timb re, etc. Por eso lafunción referencial de la m úsica sirve no tanto para ilumina r una realidadparticular, cuanto para inducir cierta actitud hacia la realidad como untodo. Esta es una propiedad general del arte como signo, sólo que aquí sehace m ás evidente.

Bastante similar a la música es la arquitectura, como lo señala acertadamente Valéry en el ci tado ensayo dialogado Eupalinos. Dice Sócratessobre la música y la arquitectura: "Pero las artes de las que venimos hablando deb en— en contraste [con las dem ás]— engend rar en nosotros, porm edio d e núm eros y de relaciones nu mé ricas, no una fábula, sino esa fuerza oculta que da origen a todas las fábulas." Sin embargo, hay que hacer

65 En Eu palin os. En otro pasaje de este mismo diálogo se habla de la impresión producida porla música: "¿No era acaso una plenitud cambiante, similar a una llama continua, que alumbrabay daba calor a todo tu ser con un incesante arder de recuerdos, lamentos y presagios, y de unainfinidad de sentimientos sin causa precisa?" Véase también H. Delacroix, Psychologie de l 'art(Paris, 1937, 210 y sigs.): "El m undo de la música es un mundo autónom o, que no quiere depender del mun do de los fenómenos acústicos corrientes. N o obstante, posee la potencia [sem ántica]propia del lenguaje y de los sonidos no musicales.. . La m úsica generaliza las emoc iones descendiendo hasta la ondulación rítmica de lo absoluto em ocional.. . Así surgen formas musicales cuya

estructura transmite las vibraciones emocionales que tienen lugar en unos estratos más profundos de la vida sentimental que las emociones corrientes. Este dinamismo interior, cuyo esquemaes la música, se transforma en el contacto con ella y bajo su influjo, creándola a su vez como supropio símbolo y expresión."

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una distinción, ya que la arquitectura tamb ién "h abla" , com o anota el m ismo Valéry, contiene una comunicación; pero, nuevamente, una comunicación de una naturaleza muy diferente de la literatura y la pintura. Elmensaje contenido en una obra arquitectónica se relaciona estrechamentecon la función práctica de la obra. El edificio "significa" su propósito, e sdecir, los sucesos y los actos que deben desarrollarse en el espa cio delim itado por sus muros: "Aquí—dicen [los edificios]—se reúnen los mercaderes. Aquí deliberan los jueces. Aquí gimen los prisioneros. Aquí, losam antes de la disipación . . . Estos edificios m ercan tiles, estos juzg ado s yestas prisiones hablan el lenguaje más claro cuando sus constructores sa

ben su oficio."

La com unicación contenida en la obra arquitectónica suele estar completame nte abso rbida y encubierta po r la función práctica con la cual la obraestá estrecham ente ligad a. Sólo se torna visible cuand o la edificación finge una función diferente de la que realmente c um ple: un edificio de apartamentos con aspecto de palacio, o una fábrica en forma de castillo. Ladestinación fingida (palacio, castillo) viene a ser la verdadera comunica

ción para el observador.66

Y justam ente po rque en los demás casos (en losque la destinación manifestada coincide con la real) la comunicación escasi imperceptible, en la destinación fingida el efecto preponderante queda reservado para aquella ambigüedad y multiplicidad referencial que esespecífica de la obra artística. Aqu í tam bién esta función referencial específica es vehiculada po r los medios de construcción "formales". El proceso por el cual se establece esta relación también fue descrito de maneraplástica por Valéry en el diálogo citado , en el pasaje don de Fed ro expresa

la impresión que le produjo una obra arquitectónica:

Delante de una masa delicadamente aligerada de su peso, y de aparienciatan simple, nadie se daba cuenta de que era conducido hacia un estremecimiento de felicidad por unas curvas imperceptibles, por unas inflexionesmínimas y omnipotentes; y por aquellas profundas combinaciones de lo

66 Como tema en la arquitectura hay que considerar también el valor simbólico de la obra

arquitectónica, principalmente en aquellos períodos históricos en que los edificios, sobre todolos públicos, representan la ideología del medio que los originó y al cual sirven, como también supoder y su importancia social. Rec ordem os, por ejemplo, el validez simbólica del castillo o la decatedral medievales o de los palacios renacentistas y barrocos.

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regular y lo irregular que el artista había introducido y escondido y hechotan imperiosas que se tornaron indefinibles. Ellas impulsaban al observador, dócil en su presencia invisible, a pasar de una visión a otra y de gran

des silencios a murmullos de placer, a medida que avanzaba, retrocedía,volvía a acercarse, a medida que erraba alrededor de la obra, movido porella, juguete de la admiración. "Quiero," decía el hombre de Megara [elarquitecto Eupalinos], "que mi templo conmueva a los hombres como losconmueve el objeto de su amor."

Las artes atemáticas nos han m ostrado que la función referencial específica que une a la obra artística como signo con la realidad, puede ser

vehiculada no sólo por el contenido, sino por todos los demá s com ponentes. Volvamos ahora a las artes temáticas, para averiguar si también enellas los compo nentes "fo rma les" pueden llegar a ser— o si incluso siempre son — factore s semánticos y portadores de la función referencial. Centraremos nuestra atención en la pintura, porque para la literatura ya estádem ostrado, gracias a la lingüística funcional, que todos sus co mp onentesen cuanto elementos del sistema lingüístico son portadores de una energíasemántica, empezando por la composición fónica del texto y terminando

por la construcción de las oracion es. En la pintura la situación es distinta.A primera vista puede parecer que los materiales de este arte (la superficie, la mancha de color, la línea) son de naturaleza puramente óptica, aunque sus elementos secundarios y más complejos (como el contorno, o elespacio dado por la perspectiva y por el color) sí son claramente factoressemánticos. Pero ni los mencionados elementos básicos están desprovistos de función referencial. La superficie enmarcada es una cosa diferentedel mero campo de visión, aunque a veces pueda coincidir con éste en su

contenido. La delimitación por el marco le presta ciertas propiedadessem ánticas, em pez and o por el hecho de que todo lo que está incluido en elmarco es percibido como una unidad (totalidad) de significado. La líneadivide la superficie: con su dirección y recorrido guía el proceso de lapercepción y así determina la organización no sólo óptica, sino tambiénsemántica del segmento enmarcado. En efecto, incluso en la pintura nofigurativa, que no pretende representar ningún objeto, la línea adopta fácilm ente la función del contorno ; así surge una figuratividad "no figurati

va" como significado puro. Estas propiedades semánticas de la línea hansido aprovechadas por algunas corrientes de la pintura contemporánea,como la pintura absoluta (Kandinski) y otras tendencias afines.

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Por último , ni la man cha de color es un fenómeno m eramen te óptico, sinotambién semántico. La cualidad cromática por sí sola posee amplias posibilidades de significado. El simbo lismo d e los colores es un hech o históri-co-cultural bien cono cido, especialmen te tal com o se gene ralizó y estabilizóen la Edad Media. Es natural que este simbolismo haya incidido en lapintura: "¿Po r qué tiene Cristo en los cuadros siem pre ropaje azul? Po rquelos ojos de los creyentes se alzaban con añoranza al cielo, mansión deldesp osad o celestial y morada eterna de los fieles."67 Así el azul se convirtió en el color m ás noble de los cristianos, aunqu e por su efecto psicoló gico pertenece a los colores "fríos". Incluso en nuestra época, en la que elsimb olism o de los colores ya no forma un sistema fijo, ni está en el centrodel interés, se comprueba la significación del color en la pintura, inclusoen la pintura no figurativa, donde el significado del color no puede adherirse al objeto representado. Cuando el color azul llena la parte superiordel cuadro, evocará el significado "cielo" incluso en una obra totalmentedesprovista de representación figurativa; si ocupa la parte inferior, seráinterpretado semánticamente como "agua".

La cualidad cromática tiene que ver también con la relación entre el colory el espacio. El conocido fenómeno de que los colores "cálido s" aparentemente sobresalen mientras que los colores "fríos" retroceden al segundoplano, tiene implicaciones tanto ópticas como semánticas. En la pinturano figurativa es posible crear un espacio sin validez referencial, un meroespacio-significado, simplemente con la combinación de los dos gruposde colore s. De otra parte, la m anc ha de color es portadora de co ntorn o, dem anera similar com o lo es la línea; y con el contorn o adqu iere un signifi

cado de figuratividad, aunque no se relaciona con un objeto determinado.Por esta razón la pintura suprematista, que llegó más lejos que cualquierotra corriente pictórica en la supresión de todo "contenido", prefería paralas manc has de color la forma de cuadrado o rectáng ulo, que son las figuras geométricas más indiferentes, para que así la mancha dejara de actuarpor su forma y en lo posible fuera p ercibida co m o valor óp tico puro sin elmatiz semántico de figuratividad. Para revelar la significación de contorno de la mancha de color, la pintura moderna con frecuencia hace que el

contorno de la ma ncha co incida en parte con un contorno lineal y en p arte

Th. Wohlbehr, Bau und Leben der bildenden Kunst (Leipzig / Berlin, 1914).

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se desv íe de él. A sí pod ríam os seguir describ iendo el potencial semá nticodel color: el carácter sem ántico de la diferencia entre el color com o característica del objeto (color local) y el color co mo luz, etc.

Los com pon entes form ales de la obra pictórica obran, pue s, com o factoressemánticos, al igual que los componentes lingüísticos de una obra literaria. Por sí solos no se relacionan con un referente definido; de maneraanáloga a los elementos de una obra musical, transmiten una energía semántica potencial, la cual, irradiada por la obra como un todo, determinacierta actitud hacia la realidad.

Hemos examinado el carácter sígnico (semántico) de la obra artística. Elarte está íntimamente ligado con el dominio de los signos comunicativos,pero d e tal ma nera q ue viene a ser una negación dialéctica de la com unicación real. La comunicación propiamente dicha remite a cierta realidadconcreta, que es conocida por el emisor del signo y sobre la cual debe serinforma do el rece ptor. En el arte, por el con trario, la realidad directam entereferida (en las artes tem áticas) no es prop iam ente p ortado ra de la referen

cia, sino sólo su m ediad ora. L a referencia es en este caso múltiple y rem itea realidad es con ocida s por el receptor, que no están ni pued en estar expre sadas o aludidas en la obra m isma , por cua nto forman parte de la expe riencia íntima de aquél. El haz de realidades así referidas puede ser muy considerab le y la relación referencial de la obra co n cad a una de ellas es indirecta o figurada. Las realidades con las cuales la obra artística puede serconfrontada en el consc iente y en el subc onsc iente del receptor, están ancladas en toda la postura intelectual, afectiva y volitiva de éste hacia la

realidad en general. Por eso, las expe riencias que son puestas en v ibraciónpor el impa cto de la obra transm iten su mo vim iento a la imagen ge neral dela realidad en la m ente del receptor. La am bigüed ad referencial de la obraartística es com pen sada por el hech o de que el recep tor respon de a la obrano con una reacción parcial, sino con todos los aspectos de su actitudhacia la realidad.

¿Pue de pe nsarse, entonces, que la interpretación de la obra artística com o

signo es un acto exclusivamente individual, diferente e incomparable deun individuo a otro? Y a anticipamos la respuesta al establecer que la obrade arte es un signo y, com o tal, un hecho esencialm ente social. Ta mp oco

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la actitud del individuo ante la realidad es un hecho exclusivamente individual, ni siquiera en las personalidades más fuertes: está predeterminadaen gran medida (y en las personalidades menos fuertes, casi totalmente)por las relaciones sociales en las cuales el individu o se halla insertado. P orconsiguiente, el resultado de nuestro análisis del carácter sígnico de laobra de arte no conduce de ninguna manera al subjetivismo estético: únicamente nos ha mostrado que las relaciones referenciales que entabla laobra como signo dinamizan la actitud del receptor hacia la realidad; y elreceptor es un ser social, miembro de una colectividad. Este hallazgo nosacerca un paso más a nuestra meta: si las relaciones referenciales entabla

das por la obra artística atañen a la actitud del individuo y de la colectividad hacia la realidad, se hace evidente que uno de los problemas más importantes para nuestro propósito será el de los valores extraestéticos contenidos en la obra de arte.

Una obra artística está impregnada de valores, aun cuando no contengajuicios valorativos explícitos ni implícitos. Todos sus elementos, c om enzando por el material (incluido el material más físico como la piedra o el

metal en la escultura) y terminando por las unidades temáticas más complejas, son portadores de valores. La valoración, com o acabam os de señalar, es parte del carácter específico del signo artístico. La referencia de laobra de arte atañe, por su multiplicidad, no a cosas singulares sino a larealidad en su conjunto, influyendo así sobre la actitud general del receptor hacia la realidad; y esta actitud es la fuente y la fuerza reguladora de lavaloración. Dado que cada componente de la obra artística, sea del "contenid o" o de la "form a", adquiere esa referencia m últiple en el contex to dela obra, todos los componentes se convierten en portadores de valoresextraestéticos.

Los valores vehiculados por los diferentes componentes de una mismaobra entran en relaciones recíprocas, unas veces positivas, otras veces negativas. Con ello se influyen unos a otros, siendo posible que un mismocomponente material en diferentes contextos sea portador de valores muy

diversos.

El atomismo en la indagación de la forma de la obra artística consiste enque el investigador descompone la forma en elementos (como líneas rectas

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194 III - El hombre en el mundo de las funciones, normas y valores

y curvas, cóncavas y convexas, claramen te delimitadas o indefinidas, etc.),atribuyendo a cada uno un sentido constante (por ejemplo, color claro =optimismo, color oscuro = pesimismo, línea recta = claridad y concisión,

inmediatez y precisión, racionalidad y funcionalidad). Contra tal procedimiento es necesario señalar nue los componentes formales no pueden sercabalmente comprendidos sino desde la perspectiva de la totalidad, y quesegún su posición dentro de esta totalidad adquieren significados muy diversos. Por ejemplo, el color negro entre colores claros puede crear un efectofestivo y solemne, como en los retratos de Rubens; el sentido de las líneasrectas puede variar desde una vivencia casi mística de pura delimitaciónpor la propia esencia, hasta una anotación racionalista y mecánica. Lasecuaciones tales como la identificación del color oscuro con pesimismo

son demasiado groseras para traducir la compleja vida íntima de la obraartística.68

Los valores extraestéticos contenidos en la obra artística forman una unidad de conjunto ; pero una unidad d inámica , y no mecánicamenteestabilizada. El dina m ism o del conjunto de los valores extraestéticos pue de alcanzar tal grado en la obra, que se produ zca una franca contradicc iónentre dos valoraciones: por ejemplo, de envilecimiento y de exaltación.Reco rdem os aq uí la representación engrandec edora d e los temas "bajos",frecuente en la pintura realista del siglo xix (Los canteros de Courbet); ola aplicación de los recursos com positivos d e la epopey a a héroe s y acciones anteriormente usuales sólo en los géneros literarios "bajos", procedimiento que fue utilizado por la poesía épica romántica. 69 Las contradicciones entre los valores extraestéticos contenidos en la obra pueden sermuy variadas en su naturaleza y su intensidad. Sin embargo, aun cuando

alcanzan el máximo de cantidad o intensidad, nunca afectan la unidad dela obra, porque esta unidad no tiene el carácter de una suma mecánica,sino que se presenta al receptor como un problema para cuya solución serequiere superar las contradicciones en contradas du rante el complejo proceso de la percepción y valoración de la obra.

68 H. Lützeler, Einführung in die Philosop hie d er Kunst (Bonn, 1934) 27.69 Véase luri Tynianov, Arjaísty y novátory [Arcaístas e innovadores] (Leningrad, 1929).(luri Tynianov, "El hecho literario", Antología del Formalismo ruso y el grupo de Bajtin,

Vol. I, Polémica, historia y teoría literaria, ed, y trad. Emil Volek [Madrid: Fundamentos, 1992]206. N . d e l a T . )

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De esta mane ra, los valores extraestéticos en el arte no son sólo asunto dela obra misma, sino también del receptor. Éste se acerca a la obra con supropio sistema de valores, con su propia actitud hacia la realidad. Muy amenudo, o casi por regla general, una parte considerable de los valorespercibidos por el receptor en la obra artística está en contradicción con elsistema axiológico válido para él mismo. Es claro cómo se produce estacontradicción y la consecuente tensión: o bien la obra fue creada por unartista perteneciente al mismo medio social y la misma época que el receptor, en cuyo caso las contrad icciones entre los valores reconocid os poréste y los valores contenidos en la obra se deben a un desplazam iento d e la

estructura artística bu scado intencion adam ente por el autor; o bien la obraprovien e de un m edio social e histórico d iferente, caso en el cual las contradicciones en los valores extraestéticos son inevitables.™

La obra de arte como conjunto de valores extraestéticos no es una meraréplica del sistema axiológico vigente y obligatorio para la colectividadreceptora. Los valores contenidos en la obra artística no son percibidoscomo equivalentes, en cuanto a su obligatoriedad, a los valores vigentes

en la praxis y explicitados—si de explicitarlos se trata—mediante enun-

70 Podríamos preguntar si no será necesario contar también con casos de concordancia odiscrepancia total entre los valores extraestéticos contenidas en la obra y el sistema de valoresdel receptor. La concordancia total, o al menos una tendencia en este sentido, sí puede darse; porejemplo, en aquellas manifestaciones artísticas, usualmente inferiores, que procuran facilitarle alreceptor el acceso a la obra allanando todos los obstáculos. Pero es sólo una tendencia, porqueaun en este caso suele buscarse cierto grado y cierto modo de desacuerdo entre la valoración porparte del receptor y los valores contenidos en la obra. Por ejemplo, es bien sabido que los lectoresde novelas "románticas" prefieren aquellas que tratan sobre ambientes y estilos de vida diferentes de los que ellos mismos conocen.

En cua nto a la discrep ancia total entre los valores conten idos en la obra y el sistema axioló gicoreconocido por el receptor, es una tendencia frecuentemente encontrada en la historia del arte, aveces de manera provocadora (como el satanismo de cierta variante del simbolismo, que proclamaba la subversión de todo el sistema de valores: el mal se presentaba como un valor positivo, elbien com o negativo). Si los valores de la obra y los del receptor son totalm ente irreconciliables,la obra puede perder todo sentido para el receptor y dejar de ser percibida y valorada como obrade arte; de allí la incomprensibilidad de obras provenientes de medios sociales con los cuales no

hay puntos de contacto en la postura del receptor, como la sociedad medieval. En parte se incluyen aquí los poetas y otros artistas "m alditos", que en su vida suelen pasar desap ercibidos y sólollegan a ser reconocidos cuando aparece la posibilidad de una relación al menos parcialmenteafirmativa entre su obra y el sistema de valores que en ese mom ento está procurando impo nerse.

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ciados puramente comunicativos. Así lo comprueba, entre otras cosas, lapráctica de la censura, que suele diferenciar entre las opiniones expresa

das en la comunicación corriente y las que se pueden deducir indirectam ente de una obra de arte o que se encuentran directamente ex presadas enella. Sólo un rigor extremo conduce a la identificación del arte con lasmanifestaciones comunicativas corrientes.

Hemos alcanzado, en nuestras reflexiones, un punto desde el cual podem os captar la relación recíproc a entre el valor estético y los dem ás valorescontenidos en la obra de arte y esclarecer su verdadera índole. Hasta aquí

nos hemos limitado a afirmar que en la obra artística el valor estéticopredom ina sobre los demás valores. Esta afirmación se desprende lógicamente de la naturaleza del arte como campo privilegiado de los hechosestéticos, que se distingue, gracias al predominio de la función y delvalo r es tético s, de la inmensa cantidad de otros fenómenos en los cualesla función estética es facultativa y está subordinada a otra función. Losmedios sociales que no conocen una diferenciación precisa de las funciones (como la sociedad medieval o la folclórica) no son conscientes del

pred om inio de la función estética en el arte; pero para ellos tampo co existe el concepto de arte tal como lo entiende la época actual (recuérdese lainclusión medieval de las artes plásticas en la producción material en elsentido más amplio de la palabra). Al afirmar que la función y el valorestéticos predominan en la obra de arte sobre las demás funciones, noexp resam os ningún postu lado acerca de la actitud p ráctica hacia el arte (lacual todavía hoy en día puede estar dom inada individual y colectivamentepor una función diferente de la estética); sólo sacamos una consecuenciateórica de la posición que ocupa el arte en la esfera total de los hechosestéticos, supuesta la diferenciación mutua de las funciones.

Por un m alentendido, esta aseveración, aunq ue conscientem ente sólo teórica, suele ser criticada como "formalista" o como expresión del 'arte porel arte'. El autotelismo de la obra artística, que es un aspecto de la posición dominante de la función y el valor estéticos, es confundido con el

"desinterés" kantiano. Para refutar este error, deberemos examinar el lugar y el carácter del valor estético en el arte desde el interior de la estructura artística, es decir, procediendo desde los valores extraestéticos contenidos en los diversos componentes de la estructura, hasta llegar al valor

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estético que confiere unidad a la obra. Al hacerlo, descubriremos un hecho extraño e inesperado. Dijimos antes que todos los componentes de la

obra artística, tanto los pertenecientes al contenido como los formales,vehiculan valores extraestéticos, los cuales entablan relaciones recíprocasdentro de la obra. La obra de arte se muestra, en última instancia, com o unverdadero conjunto de valores extraestéticos, y como nada más que justamente dicho conjunto. Los componentes materiales del artefacto artísticoy el modo de su utilización como elementos constructivos, cumplen elpapel de meros conductores de las energías representadas por los valoresextraestéticos.

Si preguntamos ahora dónde ha quedado el valor estético, veremos que seha disuelto en los diferentes valores extraestéticos y que no es realmentenada más que una denominación global para la unidad dinámica de lasrelaciones recíprocas de aquéllos. La distinción entre el aspecto "formal"y el aspecto de "c ont enid o" en la investigación del arte es, por tanto, incorrecta. Tenía razón el formalismo ruso al postular que todos los componentes de la obra artística son, sin exce pción, parte de la forma. Falta agre

gar que todos los com ponentes son, igualmente sin excepción, portadoresde significado y de valores extraestéticos y que, como tales, forman partedel contenido. El análisis de la "forma" no debe ser reducido al mero análisis forma l; de otra parte, debem os tener en claro que únicam ente la con strucción total de la obra, y no una mera parte suya llamada "contenido",entra en una relación activa con el sistema de valores vitales que rigen elcomportamiento humano.

El predominio del valor estético sobre los demás valores es otra cosa queun mero predominio exterior. La influencia del valor estético no consisteen absorber y reprimir los demás valores: si bien el valor estético arrancacada uno de los otros valores de su relación inmediata con el respectivovalor vital, al mismo tiem po pon e en contacto todo el conjunto de valores,contenido en la obra com o totalidad dinám ica, con el sistema total de aquellos valores que forman las fuerzas m otrices de la prax is social de la cole c

tividad receptora . ¿Cuál es el carácter y la finalidad de este contacto? H ayque tener en cuenta que, como ya hemos visto, dicho contacto rara vez esidílico. Los valores co ntenido s en la obra de arte generalm ente difieren unpoco, en sus interrelaciones y en la calidad de los valores particulare s, del

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sistema axiológico vigente para la colectividad. Se produce una tensiónmutua, y en ello reside el propio sentido y la acción del arte. El conjunto

de v alores que rige la praxis social de la colectividad se ve limitado en sudinámica por la necesidad permanente de aplicación práctica de los valores. La reubicación de los distintos m iembros de la jerarqu ía (la revaluaciónde los valores) se hace muy difícil y suele acompañarse de graves perturbaciones de la vida social (estancamiento del desarrollo social, incertidu m bre acerca de los valores, desintegración del sistema , o accione s revolucionarias). Por el contrario, los valores en la obra artística—que estánindividualm ente relevados de cualquier vigencia real, pero cuyo conjunto

no carece de una validez potencial—pu eden reorganizarse y cambiar sindetrimento; pueden cristalizar experimentalmente en configuraciones nuevas disolviendo las antiguas, pueden adaptarse al desarrollo de la situación social y a nuev os asp ectos de la realidad dada, o por lo men os buscarlas posibilidades de tal adaptación.

Desde este ángulo, la autonomía de la obra artística y el predominio de lafunción y el valor estéticos en ella se presen tan, no com o un factor amo r

tiguador en la relación de la obra artística con la realidad natural y social,sino como su constante revitalizador. El arte es un factor vital de sumaimportancia, aun en aquellos períodos de su evolución y en aquellas desus m anifestaciones que dan relevan cia al autotelism o del arte y a la dom inación de la función y el valor estéticos. Es m ás: a veces los períodos queenfatizan el autotelismo pueden influir de manera muy intensa en la relación del hombre con la realidad.

Ahora podemos volver definitivamente al interrogante del cual partimos:¿Es posible demostrar de alguna manera la validez objetiva del valor estético? Señalamos antes que el objeto directo de cada acto particular de valoración estética no es el artefacto artístico "material", sino el v objeto estético', que representa el correlato de aquél en la conciencia del receptor.No obstante, si existe un valor estético objetivo (independiente y constante), deb e ser busc ado en el artefacto m aterial, ya que únicam ente éste per

dura sin cambios. El objeto estético es variable, pues está determinado nosólo por la configuración y las propiedades del artefacto material, sinotambién por la correspondiente etapa evolutiva de la estructura artísticainmaterial. Naturalmente, el supuesto valor estético independiente e inhe-

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rente al artefacto artístico material tendrá un carácter potencial en co m paración con el valor estético concreto del objeto estético: un artefacto artístico material configurado de tal o cual manera tendrá la capacidad, cualquiera que sea la situación evolutiva de la estructura artística dada, deinducir en la m ente de los receptores objetos estéticos con un valor estético concreto positivo. Por consiguiente, el problema de la existencia delvalor estético objetivo pu ede plan tearse sólo en el sentido de si un a configuración así del artefacto artístico material es posible.

¿De qué manera participa el artefacto material en la génesis del objeto

estético? Ya vimos que sus propiedades, o también el significado creadopor la estructuración de estas prop iedad es (el contenido de la obra), entranen el objeto estético como portadores de valores extraestéticos; estos valores, a su vez, entran en complejas relaciones recíprocas, tanto positivascom o negativas (concordancias y contradicciones), de mo do que se genera una totalidad dinámica m antenida en unidad p or las concordancias y ala vez puesta en mo vimiento p or las co ntradicciones.

Podemos suponer, entonces, que el artefacto artístico tendrá un valor independien te tanto mayor cuanto más rico sea el haz de valores extraestéticoscaptad os por él y cuanto may or sea su pod er para dinam izar las relacionesrecíprocas de dichos valores; y todo esto sin sujeción a las variacioneshistóricas de los valores . Ha bitualm ente se considera co m o criterio principal del valor estético la imp resión d e unidad p rodu cida po r la obra. Pero launidad no debe ser entendida de manera estática, como armonía perfecta,sino en forma dinámica, como una tarea que la obra le pone al receptor.

"El cam ino tortuo so, el cam ino en el que el pie siente las piedras, el cam ino que vuelve atrás - ése es el camino del arte."71 Si esta tarea es dem asiado fácil, es decir, si las concordancias prevalecen sobre las contradicciones, el efecto de la obra se ve debilitado y pronto se desvanece, porque laobra no obliga al receptor a detenerse ni a volver a ella. Por eso, las obrascon escaso potencial dinám ico se autom atizan rápid am ente. Si, por el contrario, resulta demasiado difícil descubrir la unidad de la obra, vale decir,si las contradicciones predominan demasiado sobre las concordancias,

71 Víctor Shklov ski, O teoriip roz y (Moscú ; Federatsia, 1929). (E. Volek, Antología ¿leí Formalismo ruso 123. N. de la T.)

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puede suceder que el receptor no sea capaz de entender la obra como unaconstrucción intencional. Sin embargo, la presencia de contradicciones

poderosas que crean obstáculos excesivos nunca invalidará el efecto artístico tan definitivamente como lo hace la falta de contradicciones. La impresión de desorientación o de incapacidad para descubrir la intenciónunificadora de la obra artística, es incluso corriente en un prim er en cuentro con una creación artística inusitada. Una tercera posibilidad es quetanto las concordancias como las contradicciones condicionadas por laconfiguración del artefacto artístico material sean poderosas, pero que sem antengan en m utuo equ ilibrio. Éste es el caso óptim o, que cump le cabal

mente el postulado del valor estético independiente.

No olvidemos, sin embargo, que al lado de la construcción interna de laobra artística, y en estrecha relación con ella, existe aún la relación entrela obra como conjunto de valores y el sistema de valores vigente para lacolectividad receptora. Ahora bien, el artefacto material entra durante suexistencia en contacto con diversas colectividades y con muchos sistemasaxiológicos diferentes. ¿Cómo funciona en esta situación el postulado de

su valor estético objetivo? Es claro que tam bién en este caso las contradicciones juegan un papel por lo menos tan importante com o las concordancias. U na obra calculada para producir una concordancia apacible con losvalores vitales reconocidos, es percibida como un hecho tal vez no faltode cualidades estéticas, pero no artístico, sino simplemente ameno (Kits-ch). Ún icam ente la tensión entre los valores extraestéticos de la obra y losvalores vitales de la colectividad, confiere a la obra la posibilidad de actuar sobre la relación entre el hombre y la realidad, lo cual es la misión

m ás propia del arte. Pod em os decir, entonces , que el valor estético o bjetivo del artefacto artístico es tanto más alto y duradero, cuanto m enos fácilmente se somete la obra a una interpretación literal desde el sistemaaxiológico generalmente aceptado por la época o por el m edio dado .

Volviendo a la construcción interna del artefacto artístico, no será difícilllegar al consen so de que las obras con fuertes contrad icciones internas y

con la consecuente polisemia, son un soporte mucho menos convenientepara la aplicación mecánica del sistema axiológico vigente, que las obrassin contradicciones internas o con contradicciones débiles. Aquí tambiénse muestra la naturaleza multiforme, diversificada y polisémica del arte-

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facto m aterial com o un valor estético potencial. En sum a, el valor estéticoobjetivo del artefacto artístico depen de en todos los aspec tos de la tensión

cuya resolución es tarea del receptor. Esto es algo muy diferente de laarmonía, que es considerada a menudo como la máx ima forma de la perfección y la máxima perfección de la forma en el arte.

De los principios a los que hemos llegado no es posible sacar ningún tipode reglas detalladas. Las concordancias y las contradicciones entre losvalores extraestéticos, como también su superación por parte del receptor,pueden realizarse de múltiples maneras—incluso en un mismo artefac

to—, derivadas de la infinita variedad de los encuentros posibles de laobra con el desarrollo de la estructura artística y con la evolución social.Fuimos conscientes de este hecho cuando planteamos el problema del valor estético objetivo, pero creímos necesario intentar una respuesta a esteproblem a, ya que sólo la presuposición de un valor estético objetivo, bus cado una y otra vez y realizado en los aspectos más diversos, confieresentido al desarrollo histórico del arte. Sólo a la luz de un valor estéticoobjetivo se puede explicar el pathos de los repetidos intentos de crear la

obra de arte perfecta, así como los incesantes retornos a los valores yacreados, como sucede en el arte dramático contemporáneo, gobernado ensu desarrollo por las siempre renovadas intervenciones de unos cuantosvalores universales co m o Sh akespeare o M oliere. Por esta razón, toda teoría del valor estético debe ocupa rse del problem a del valor estético objetivo, aun cuando reconozca la variedad irreductible de la valoración concreta de las obras de arte. Aún más claramente vimos la importancia delproblema del valor estético independiente durante nuestro ensayo de encontrar su solución, que nos condujo hasta la misión fundam ental del arte:la de orientar y renovar sin cesar la relación entre el hom bre y la realidaden cuanto objeto de la acción humana.

4Conclusión

En los t res capí tulos precedentes hemos tratado de t res conceptoscorrelacionados: la función, la norma y el valor estéticos. En el título deltrabajo incluimos las palabras "hechos sociales", no para limitar nuestroenfoque de la materia tratada, sino con la intención de demostrar que in-

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cluso un análisis epistem ológ ico abstracto de la esencia y del alcance de lafunción , la norm a y el valor estéticos, debe p artir del carácter social de lostres fenómenos mencionados. El lugar que se le suele asignar en las teorías estéticas a la metafísica o a la psicología, pertenece por derecho antetodo a la sociología. La investigación epistemológica de toda la problemática de los fenómenos estéticos, que es la tarea propia de la estética,debe fundarse sobre el supuesto de que la función, la norma y el valorestéticos son válidos sólo en su relación con el hombre, y más precisamente con el hombre como ser social.

h a funció n estética es uno de los factores imp ortantes del co m portam ientohumano: cualquier acto humano puede acompañarse de esta función ycua lqu ier cosa pued e llegar a ser su portado ra. No es un simple y prácticamente insignificante epifenómeno de otras funciones, sino un factorcodeterminante de la acción del hombre frente a la realidad. Por ejemplo,la función estética coadyuva en el reordenamiento de la jerarquía de lasfunciones de una cosa cuando se une a una nueva función dominante y larefuerza destacándola sobre las demás. Otras veces suple una función ya

desaparecida de una cosa o de una institución, permitiendo así que la cosao la institución se conserven para un nuevo uso y una nueva función. Asíla función estética se integra en los proce sos sociales.

La no rm a estética, a la cual corresp on de regular la función estética, no esuna regla inmutable, sino un proceso complejo que se renueva continuam ente . Mediante su estratificación en norm as antiguas y recientes, o inferiores y superiores, y mediante los cambios evolutivos de esta estratificación, la norma estética se inserta en la evolución social, indicando unasveces la pertenencia del individuo a determinado medio social, otras veces su paso de un estrato social a otro, o acompañando y señalando loscambios ocurridos en toda la estructura social.

Por último, también el valor estético, que opera especialmente en el arte,donde la norma estética es más a menudo transgredida que observada,

pertenece por su esencia a los hechos sociales. No sólo la variabilidad dela valoración estética concreta, sino también la estabilidad del valor estético objetivo deben ser inferidos de la relación en tre el arte y la sociedad .El valor estético entra en contacto íntimo con los valores extraestéticos

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contenidos en la obra de arte, y, por medio de éstos, con el sistema devalores que determina la praxis social de la colectividad receptora de laobra. El valor estético predo m ina sobre los valores extraestéticos , pero nopara suprimirlos, sino para unirlos en un todo coherente. Aunque arrancacada valor individual de su relación directa con el valor correspondienteen la praxis social, al mismo tiempo hace posible una relación activa detodo el conjunto de valores extraestéticos de la obra con la actitud generalque los individuos ado ptan com o miem bros de una colectividad frente a larealidad con fines de acción. A través del valor estético, el arte actúa directam ente sobre la actitud em ocional y volitiva del hom bre hacia el mu n

do; con ello influye en el factor regulad or má s básico del com portam ientoy pensam iento h um ano s, a diferencia de la ciencia y la filosofía, que influyen en el comportamiento humano por m edio de los procesos intelectuales.

En sum a, lo estético, es decir, la esfera de la función, la norm a y el valorestéticos, se halla ampliamente extendido por toda la esfera del comportamiento humano, y representa un factor importante y multifacético de lapraxis. No hacen justicia a su alcance y a su importancia aquellas teorías

estéticas que lo reducen a uno solo de sus num erosos aspe ctos, d eclarand oque el único objetivo de la intención estética es el placer, la emoción, laexpresión o el conocimiento. Todos estos aspectos, junto con otros, forman parte de lo estético, sobre todo en su man ifestación más alta, cual esel arte; sin embargo, cada uno de ellos desempeña sólo aquel papel que lecorresponde en la formación de la actitud general del hombre hacia elmundo.

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EL PROBLEMA DE LAS FUNCIONES

EN LA ARQUITECTURA

El problema de la función en la arquitectura es inseparable del problemade la función en el pen sam iento , la actividad cultural y la vida diaria de laactualidad. La persp ectiva funcional p ermite entende r las cosas com o procesos , sin negar su realidad m aterial. Nos mu estra el mundo com o m ovim iento y a la vez com o una base firme pa ra la acción h um ana. El con cepto

de función, como hipótesis de trabajo fundamental de la cultura moderna,evolucio na y se diferencia intername nte; por tanto, es necesario tener siempre presente sus características y revisarlas constantemente. ¿Cuáles sonestas características? ¿Qué queremos expresar cuando hablamos de la función de alguna cosa?

En p rimer lugar, el con cepto de función se refiere al hech o de que co rrien

tem ente utilizam os la cosa portadora de la función para tal o cual prop ósito . La co stumb re, o el uso repetido, es un presupuesto indispensable de lafunción; el término no es adecuado para una sola utilización singular deun a cosa. Tam po co el uso habitual subjetivo, es decir, el uso limitado a unindividuo, constituye una función en el sentido propio. Se requiere consenso social sobre el objetivo para cuya consecución se emplea la cosacomo medio: cierto modo de utilización de la cosa debe ser espontáneamente comprensible para cada miembro de la colectividad. De ahí se si

gue la afinidad—aunque no identidad—de la problemática de la funcióncon la del signo: la cosa no sólo desempeña su función, sino que tambiénla significa. Si se trata, por ejem plo, de un a cosa percep tible por los sentidos, su misma percepción sensorial está predeterminada por la concienciadel fin para el cual es utilizada, y a menudo esta conciencia determina lapercepción del contorno de la cosa y su inclusión en el espacio. Así, elmango de una herramienta—si nos damos cuenta para qué sirve—seráinterpretado durante la percepción del objeto, independientemente de su

posición concreta en el mo men to dado, como aquella parte que usualmen te tenemos más cerca y de la cual partimos en nuestra aprehensión delcon torn o total. Si no logram os identificar el m ang o durante la percepció n,

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Signo, función y valor 2 0 5

lo interpretaremos com o una protuberan cia acciden tal que altera la unidaddel contorno, y éste tendrá para nosotros un aspecto insatisfactoriamente

ambiguo.

Sin em barg o, una cosa no está inevitablem ente asociada con una sola función; es más: casi no existe cosa algun a que no sirva a todo un conjunto defunciones. Cualquier acto en el cual se utilice la cosa puede perseguirvarios objetivos a la vez. As í m ism o es posible emp lear una cosa con otrofin y otra función que los habituales, o incluso con una función diferentede aquella para la cual fue diseñada . Finalm ente, la función conv encion al

de una cosa puede camb iar en el curso del tiemp o. Todo esto depende dela colectividad que asocia convencionalmente ciertas funciones con ciertacosa, como también del individuo que usa la cosa para sus fines personales y en gran medida decide sobre este uso.

El vínculo de una cosa con una función dep ende , pues, no sólo de la cosamisma, sino también de su usuario, del hombre como miembro de unacolectividad y como individuo. La conciencia de la colectividad no se

limita a la fijación de funciones mutuamente aisladas, sino que estableceentre ellas una red de relaciones complejas cuya regularidad interna rigetoda la postura activa de la colectividad frente a la realidad. C om o m iembro de una colectividad, el individuo tiene a su disposición un conjunto defunciones generalmente aceptado y una distribución convencional de lasfunciones en el mundo de los fenómenos. Sin embargo, puede desviarseen sus actos de esta regularidad empleando las cosas en funciones que no

les son atribuidas por el consenso común, o aprovechando la frecuentemultiplicidad de funciones acumuladas en torno de una cosa para trastrocar su jerarquía usual y convertir en dominante una función diferente deaquella establecida como dominante por el consenso general. Por lo visto,debe m os d istinguir: a) la realidad sobre la cual se aplican las funciones, b)el conjunto de funciones depositado en la conciencia de la colectividad yorganizado mediante sus relaciones recíprocas en una estructura, y c) elindividuo que introduce una contingencia siempre nueva en el proceso

funcional, ponien do así en mov imie nto la estructura de las funciones. Ninguno de estos tres órdenes está asociado de m anera un ívoca con un o de losotros dos, ni está pasivamente predeterminado por él; sus relaciones mutuas son variables y evolucionan.

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2 0 6 III - El hombre en el mundo de las funciones, normas y valores

Hemos alcanzado un punto de vista desde el cual las funciones se nosrevelan como una estructura de fuerzas históricamente variable, que gobierna la postura general del hombre hacia la realidad. Aquí ya estamoslejos del concepto de función como una relación única entre una cosacon creta y un objetivo concreto; pero debem os avanzar más en la generalización. No sólo los actos humanos singulares, sino también las diversasfunciones singulares que rigen directamente tales actos, pueden reducirsea unas pocas directrices elementales o funciones primarias, ancladas en lapropia constitución antropológica del hom bre. Podem os suponer que, porvariab les que sean las actitudes del ho m bre frente a la realidad en los dife

rentes período s históricos, medio s geográficos y con diciones sociales, tienen algo en común: en el modo como el hombre reacciona activamenteante la realidad adversa o propicia para transformarla, en su lucha por laexistencia, se manifiestan algunas directrices básicas (aunque bajo aspectos continuam ente c am biantes), dadas por el hecho de que la constituciónpsicofísica del hombre es a grandes rasgos constante.

Sin embargo, no debemos caer en el error de suponer que gracias a la

conexión directa de las funciones primarias con la base antropológica y asu número eviden temente redu cido, estas funciones puedan ser enum eradas y catalogada s sin ma yor dificultad. Incluso en el estado actual de autonomía máxima de las funciones, es a menudo difícil discernir y delimitarcon exactitud la participación de funciones particulares en determinadosactos o clases de actos; y más difícil aún sería establecer con exactitudcuáles de las funciones discernibles son primarias, es decir, no reduciblesa otras funciones e históricamente no condicionadas, y cuáles son deriva

das, es decir, originadas por la diferenciación de las funciones primarias.La autonomización máxima de las funciones, que tendemos a considerarcomo el estado natural, es el resultado de una larga evolución. Hasta elsiglo XIX, y todavía hoy día en las culturas folclóricas que se han conservad o intactas, la cohesión estructural d e las funciones es tan estrecha, quelas funciones se manifiestan en forma de haces en los cuales las funcionesindividuales figuran como meros matices transitorios e inseparables delhaz. Así, por lo común es casi imposible distinguir la función estética dela erótica o de la mágico-religiosa (como en el tatuaje o en las cicatricescorporales intencionales en algunos pue blos primitivos). Este predo miniode la cohesión estructural de las funciones sobre las funciones singulares,

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Signo, función y valo r 2 0 7

hace que a menudo sea difícil identificar una misma función en dos contextos históricos o sociales diferentes. Por ejemplo, ha habido casos deobras literarias m edievales en las cuales se ha requerido un com plejo aná

lisis científico para identificar su función estética, a pesar de que ésta esuna de las funciones más claramente verificables.

Estas razones muestran que cualquier intento de enumerar las funcionesbásicas sería inútil. De otra parte, existen suficientes razo nes para suponerque las funciones en su conjunto están arraigadas en la constituciónantropológica del hombre, y que en todo acto cuyo sujeto es el hombre,están potencialmente presentes todas las funciones (en la medida en quepued an relacionarse con tal acto). Por lo general, el solo objetivo con cretode un acto implica toda una serie de funciones, de las cuales una es dominante mientras que las otras son acompañantes. El carácter de totalidadque distingue al conjunto de las funciones se observa en el hecho de queun mismo sujeto puede intercambiar las funciones de una misma cosasegún las situaciones en las cuales la utiliza, o incluso interpretar equivo cada m ente la función de su propia creación. Se conoce n caso s de pintores

u otros artistas plásticos que, al hablar de su obra, han dado involuntariamente una interpretación falsa a su intención creadora subconsciente. Asímismo, los sujetos a los que se dirige el acto del sujeto actuante, puedenatribuir a este acto funciones diferentes de aquella que le atribuyó y parala cual lo adaptó el sujeto actuante, y pueden reaccionar ante dicho actosegún su propia interpretación. Por consiguiente, el que nosotros supongamos que determinado producto de la actividad hum ana está destinado acum plir tal o cual función, y que lo m anejem os de acuerdo con esta supo

sición, no prueba en absoluto que la función o las funciones que atribuimos al producto hayan formado parte de la intención de su productor. Porejemplo, si un producto procedente de un medio diferente del nuestro nosparece ser una obra artística, esto todavía no significa que la función estética fue desead a por el productor o que fue al m enos claram ente dom inante para él. Todo lo anterior indica que en cada acto y su resultado estánpotencialmente presentes funciones diferentes de aquella que el acto evidentemente desempeña. Más aún: puesto que el sujeto del acto es un ser

humano, están presentes en potencia todas las funciones primarias arraigadas en la constitución antropológica del hombre (en la medida en quepuedan relacionarse con tal cosa o acto).

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208 I I I - El hom bre en el mundo de las funciones, normas y va lores

Tras estas observaciones generales, abordarem os el problema de las funciones en la arquitectura. Podemos partir directamente de lo que acabamos de decir , pues la arquitectura es un caso t ípico de producción

polifuncional. Con razón concibe la moderna teoría de la arquitectura eledificio como un conjunto de los procesos vitales a ios cuales sirve deescenario. Una creación arquitectónica difiere de cualquier instrumentoverdad ero de la actividad hu man a (incluso de un instrumento tan com plejo como es la máquina) por el hecho de que no está ligada con ningunaactividad definida, sino que está destinada a servir como ambiente espacial para actividades de la más diversa índole. La comparación de unacreación arquitectónica con una máquina ("la máquina de habitar" - LeCorbusier) es una expresión aguda de la tendencia de la época a la mayordefinición funcional posible de la arquitectura, pero no es una característica transhistórica.

La arquitectura organiza el espacio que rodea al hom bre. Lo organiza com oun todo y en relación con el ser humano como un todo, es decir, con respecto a todas las actividades físicas o psíquicas de las que es capaz el

hombre y que pueden tener su escenario en el edificio. Al decir que laarquitectura organiza el espacio circundante como un todo, nos referimosal hecho de que ninguna de las partes de una construcción es funcional menteindependiente, sino que es valorada según su modo de modelar, desde elpunto de vista motor y óptico, el espacio en el que se halla incluida y alcual delimita. Pongamos por caso una máquina (por ejemplo, una máquina de coser o un instrumento musical de tipo mecánico, como un piano),colocad a en un amb iente habitado. Toda m áquina posee una función espe

cífica; pero como parte de la arquitectura (del espacio habitado) no esvalorada de acuerdo con esta función específica, sino con respecto a lamanera como modela el espacio para la vista y para los movimientos delos ocupantes. Su propia función es tomada en consideración sólo en lam edid a en que interviene en la organ ización del espa cio. La función específica de la máquina de coser sólo será tenida en cuenta en la medida enque sea necesario asegu rar con su ubicación q ue la perso na qu e va a trabajar en ella esté sentada cómodamente sin estorbar los movimientos de los

demás ocupantes de la habitación, que tenga suficiente luz, etc. La función específica de un piano dentro del espacio arquitectónico se impondrám ediante las mism as exigencias y algunas otras, com o la necesidad de una

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colocación óptima desde el punto de vista acústico. En cambio, la consideración de si la máquina o el instrumento cumplirán mejor o peor supropia finalidad, que dará com pletam ente fuera del alcance y del interés de

la arquitectura. Similarmente, la cuestión del valor arquitectónico de lasobras escultóricas y pictóricas que forman parte del espacio arquitectónico, atañerá sobre todo a la manera como estas obras contribuyen a lamodelación del espacio. Dijimos antes que la arquitectura organiza el espacio con relación al hombre visto como un todo, es decir, con relación atodas las acciones físicas o psíquicas de las que el hombre es capaz. Estose despren de de otra aseveración nuestra, según la cual todas las funcionesestán en principio potencialmente presentes en cada acto humano (hastadonde sea posible relacionarlas con tal acto). En la arquitectura, la omni-presencia de las funciones resalta con tanta mayor claridad cuanto másvariadas son las acciones que deberán dearrollarse dentro de la edificación.

Desde luego, no todas las edificaciones están destinadas para todas lasactividades del hombre. Existe un conjunto de géneros arquitectónicos,cada uno de los cuales implica cierta limitación y demarcación de la

funcionalidad. Sin embargo, los diferentes géneros no carecen de relaciones e influencias m utua s, y sólo el conjunto de todos los géneros arq uitectónicos de una época y un ambiente social caracteriza el aprovechamientoglobal del dom inio de las funciones por la arquitectura de esa época y esem edio. Una prueba de la estrecha intercone xión de los géne ros arqu itectónicos la constituye el hecho de que cada período evolutivo de la arquitectura tiene un género d om inante, con referencia al cual resuelve sus problemas básicos de construcción. Así, el género dominante del período gótico

fue la catedral; en el Re nacim iento y el barroco lo fue el palacio, en pa rtepúblico y en parte priva do; hoy lo es la vivienda. P or consigu iente, a pesarde la diferenciación genérica, es válida la afirmación de que la arquitectura se relaciona con el hom bre co m o un todo, y con todo el conjunto de susnecesidades físicas y psíquicas. Al nombrar las neces idades p síquicas además de las físicas, tenemos en mente sobre todo los efectos psicológicosde las creaciones arquitectónicas, por lo común designados con términosbastante vagos como "ambiente acogedor", "monumentalidad" y similares. La relación potencial de la arquitectura con todas las necesidades yobjetivos del hombre también se ilustra por la posibilidad de desplazamiento de la función dominante de una obra arquitectónica (por ejemplo,

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2 10 I I I - El hom bre en e l mundo de las func iones, nor m as y va lores

la utilización de un palacio com o edificio adm inistrativo, o la transformación de un edificio bursátil en universidad) o incluso de todo un géneroarquitectónico (recordemos la transformación evolutiva del tipo arquitec

tónico de la basílica, originalmente destinado a la actividad comercial, enuna edificación destinada ai cuito religioso).

La funcionalidad en la arquitectura es, pue s, un prob lem a com plejo. Co ntrario a lo que creyeron en su tiem po los pioneros de la concep ción funcional, no se trata tamp oco sólo de una relación sim ple entre el individuo quedefine la finalidad y la finalidad misma, relación de la cual se derivaríandirecta y necesariamente las formas y la organización del edificio. Tenemos aquí cuatro horizontes funcionales, ninguno de los cuales coincidedel todo con los demás. En primer lugar, las funciones de un edificio sondeterminadas por el objetivo concreto; pero también, en segundo lugar,por el objetivo co m o hecho h istórico. Aun cu ando se trata de un objetivotan individual co m o es la construcción de una residencia familiar, el diseño y la disposición de la casa y, por ende, su funcionalidad, se rigen nosólo por el criterio práctico con creto, sino tam bién por el canon (conjunto

de normas) establecido para tal clase de construcciones por su evoluciónanterior. Am bos a specto s, el actual y el histórico , pued en div ergir du rantela realización de la tarea dada. El tercer horizon te funcional está dado po rla organizació n de la colectividad a la cual pertenecen el cliente y el arquitecto. Aun las funciones aparentemente más determinadas por el criterioutilitario adoptan el aspecto y las relaciones m utuas que corresp ond en a laorganización de la sociedad, a los recursos económicos y materiales deque dispone la sociedad, y a otros factores similares. En este horizonte

funcional se incluyen tam bién los diferentes m atices de la función simb ólica.' También este horizonte funcional social tiene sus propias exigencias específicas, que no coinciden necesariamente con las exigencias delos dos horizontes ya mencionados. Por último, tenemos el horizonte funcional individual: el individuo puede desviarse de todo aquello que essometido a norma por los tres horizontes anteriores, puede combinar dediversas maneras las exigencias divergentes de dichos horizontes, etc. Noolvidemos tampoco que, además del afán por conservar una funcionalidad

1 Véase J. Kroha, "Dnesní problémy sovétské architektury" ["Problemas actuales de la arquitectura soviética"], Prah a-M oskv a 1 (1936): 126-35. 165-66.

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Signo, función y val or 2 1 I

estricta, cualquiera de los planos funcionales puede llegar a manifestaruna tendencia a alterar esta funcionalidad más o menos radicalmente. La

transgresión de las normas funcionales vigentes puede incluso ser señalde un primer impulso hacia la evolución de las funciones mismas y, enconse cuenc ia, hacia la evolución de la arquitectura. Y esta alteración de lafuncionalidad suele tener origen en la decisión de un individuo, ya sea elcliente, ya sea el arquitecto.

Por lo visto, los cuatro horizontes funcionales no son idénticos ni necesariamente paralelos; son más bien lo contrario. Sin embargo, están en una

relación permanente de tipo jerárquico, lo cual quiere decir que uno deellos suele predominar, aunque la dominante cambia durante la evolución. Por ejemplo, la arquitectura contemporánea concedió en un principio la mayor atención al horizonte del objetivo concreto; y en los últimosaños ha empezado a destacar también el de la funcionalidad social. Laarquitectura ecléctica de los años 80 y 90 del siglo xix privilegió el horizonte del objetivo arquitectónico como hecho histórico, o sea, el géneroarquitec tónico. P rueba de ello es que a m enudo se fingía un género arqui

tectónico diferente del género real: por ejemplo, la articulación de la fachada de un edificio de apartamentos simulaba el aspecto de un palacio.El período siguiente, el de la arquitectura del art nouveau, puso en el primer plano la funcionalidad individual: el mandato era satisfacer las exigencias del individu o, adaptar la edificación incluso a funciones ficticiasque le eran atribuidas p or el individ uo, a veces en detrime nto de su finalidad real; de ahí el lirismo exuberante de la arquitectura de ese período.

El análisis de las funciones en la arquitectura nos ha llevado a la conclusión de que la arquitectura apela siem pre y en todas sus formas al hom brecomo un todo, a todos los componentes de su existencia, desde la baseantropológica general y común, hasta la personalidad individual determinada tanto socialmente como por su singularidad. Además, la arquitecturaestá prede term inada en su funcionalidad por su propia historia inma nen te.La funcionalidad no es unívoca: cada una de las funciones individuales,

así como las relaciones entre ellas, presentan aspectos diferentes alproyectarse sobre otro de los cuatro horizontes mencionados. El objetivode las reflexiones sobre arquitectura no es, pues, sólo un diagnóstico delas diferentes funciones, sino un control racional y una puesta en equili-

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2 12 III - El ho m bre en el mu ndo de las funcio nes, no rm as y vedares

brio de los distintos horizontes en los cuales se reflejan estas funciones.Con el calificativo de "racional" no pretendemos en absoluto excluir el

m om en to de lo irracional y de la intuición, ni tam poc o la presión cons tante de lo imprevisible que se origina en el horizonte de la funcionalidadindividual. El desconocimiento y la represión de las exigencias de estehorizonte podría llevar en la práctica al estancamiento de la evolución.Toda aplicación de una creación humana, material o inmaterial, constituye en cierta med ida un "a bu so " de esa creación, es decir, una alteración desu función. También en la arquitectura la cuestión de cómo y hasta quépu nto es posible o hasta n ecesario sobrep asar la destinación de un edificio

o cam biar la participación de los diferentes ho rizontes funcionales, es unacuestión indispensable, a pesar de su aparente impertinencia. Con esto serelaciona la cuestión de las posibilidades funcionales secundarias y a menudo sólo potenciales de las creaciones arquitectónicas, aquellas que, sinformar parte del propósito práctico concreto, resuenan, cual los armónicos en la música, en el efecto psicológico del edificio y, a veces, en suutilización activa. Tampoco estas posibilidades pueden ser ignoradas yrefrenadas, si no han de convertirse en un mal oculto.

Pasamos ahora al complejo y arduo problema de la función estética en laarquitectura. En este contexto habrá que decir unas palabras sobre la relación entre la arquitectura y el arte. Por lo que se refiere a la posición de lafunción estética entre las demás funciones, debemos recordar, sin entraren detalles, que la función estética, don de qu iera que aparezca y cualqu iera que sea su entorno , es la negación dialéctica de la funcionalidad. Al finy al cabo, cualquier otra función sólo puede manifestarse allí donde setrate de la utilización de un objeto con algún propósito; por el contrario,donde y cuando quiera que se manifieste la función estética, cuanto másfuerte sea, tanto má s claram ente conv ertirá el objeto en objetivo, opo niéndose así a su uso práctico . Para ilustrar esto con un ejem plo de la arquitectura, recordemos la experiencia de que un interior con función estéticahipertrofiada dificulta su utilización porque atrae demasiada atención sobre sí mismo. Incluso cualquier reorganización del interior, como la reno

vación o simple redistribución de los muebles, es capaz de hacer revivirtem poralm ente y de m anera indese able para los ocup antes la función estética del mobiliario y disminuir así la utilidad práctica de las habitaciones.

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Este ejemplo nos condu ce a otra tesis gene ral: la función estética no emergede repente, sin transición, como algo añadido y suplementario, sino quesiempre está presente en potencia, esperando la menor oportunidad paracobrar vida. Esto se desprende ya de la tesis, planteada al comienzo deeste artículo, sobre la omnipresencia potencial de todas las funciones; laomnipresencia de la función estética es particularmente marcada. Comonegación dialéctica de la funcionalidad en general, la función estética esel opuesto de cada función particular, como también de cada conjunto defunciones. Por ello su posición entre las diferentes funciones semeja lacirculación del aire entre las cosas o, mejor, la me zcla de la oscuridad con

la luz. Así com o el aire ensegu ida llena el espac io de donde se ha retiradoun objeto, o como la oscuridad penetra en los recodos del espacio de donde ha reced ido la luz, así tam bién la función estética va en fuerte adhesióntras las otras funciones; dondequiera que éstas se debilitan, retroceden ose reagrupan, entra enseguida la función estética y se robustece en formaproporcional. No existe, además, cosa alguna que no pueda llegar a serportado ra de la función estética, como tam poco hay cosa alguna que tengaque ser su portadora necesariamente. Si bien ciertos objetos son produci

dos y adaptado s en su forma con m iras al efecto estético , ello no significaque, con un cambio en el tiempo, en el espacio o en el medio social, nopuedan perder esta función de manera parcial o total.

La función estética emerge y desaparece, sin estar vinculada a ningunacosa de manera invariable. Puesto que propende a ocupar el lugar desocupado por cualqu iera de las dem ás funciones, a m enu do la enco ntram os a llídonde una cosa material o inmaterial (como una institución), ha perdidosu función práctica; record em os, por ejemplo , la belleza de las ruinas.2 De

2 La capacidad para suplir las funciones desaparecidas es propia, hasta cierto punto, detodas las funciones sígn icas, es decir, aquellas que convierten la cosa en sign o. Tal es el caso, porejemplo, de la función simbó lica, que se apodera— a m enudo paralelam ente con la función estética—d e las cosas (instituciones) ya excluidas del uso práctico. La función estética es una de lasfunciones sígnicas, ya que la cosa que la porta se convierte ipso facto en signo, aunque un signode índole especial. El carácter sígnico de la función estética se revela en el arte, cuya misión esmediar entre el artista y el receptor con base en una convención creada por la evolución antecedente de la estructura artística. La capacidad de la función estética para suplir otra función desaparecida es mayor que en otras funciones sígnicas, pues la función estética es una negacióndialéctica hasta del propio carácter sígnico (recordemos cómo se transforma la funcióncomunicativa en una obra literaria o pictórica). Por esta razón la función estética puede suplir

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2 14 I I I - E l hom bre en e l mun do de las funciones , norm as y valores

otra parte, debido a que está en la m isma relación de oposición con todaslas dem ás funciones, la función estética es apropiada para tende r un puente, durante los desplazamientos evolutivos, entre la estratificación pasaday la futura, en cuyo caso suele actuar, contrario al caso anterior, como unfactor evolutivo y heraldo del cambio. Aun cuando se trata de unareestratificación cuyo objetivo final es el pred om inio de las funciones p rácticas, a veces la función estética usurpa en forma transitoria el pode r parafacilitar el cam bio. Por ejemplo, en van der We lde, el arquitecto más importante del art nouv eau, aparecen los primeros indicios del funcionalismo,pero con un toque estético: se habla de la belleza de la máquina como unacreación sumamente útil, de la belleza de la línea dinámica, etc. Ambasacc ione s de la función estética— la cons ervad ora y la facilitadora del cambio—derivan de su esencia.

Existe, en fin, una esfera de fenómenos en los cuales la función estéticapredo min a sobre las demás o por lo menos tiende a predom inar: esta esfera es el arte. Ningún arte está separado por una barrera impermeable delmundo de los demás fenómenos: existen transiciones imperceptibles y una

fluctuación constante entre el arte y la esfera extraartística e inclusoextraestética.

Tra s estas pocas obse rvacion es g ene rales, limitadas a las tesis básicas m ásnecesarias, dirigiremos nuestra atención al problema específico de la función estética en la arquitectura. Aquí la función estética ocupa una posición especial, que se puede expresar convenientemente mediante variascontradicciones:

1. La función estética puede intervenir en cualquier género arquitectónico, empezando por edificaciones con fines tan prácticos como un granero,una bodega o una fábrica. En algunos géneros arquitectónicos constituyeincluso un componente del efecto global, como por ejemplo en los edifi-

incluso otras funciones sígnicas extintas; por ejemplo, es capaz por sí sola de mantener vivo

cierto ritual, aunque el significado propio de éste ya haya sido olvidado; así sucede con algunosanacronismos folclóricos, como es en nuestra región la quema de efigies de brujas. Finalmente,una cosa puede perder definitivamente todas las funciones, incluidas las sígnicas, caso en el cualestá destinada a perecer.

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cios monum entales. Asim ismo, la arquitectura está estrecham ente ligadaen su evolución con las artes plásticas, con las cuales com parte los problemas del espacio y otros. De otra parte, no existe ningún límite claro entrelas edificaciones con función estética y aquellas que no la tienen; la arquitectura tiene conexiones directas con la actividad artesanal sin finalidadestética y con la producción industrial. En la arquitectura no es posible,com o lo es en otras artes, que la función estética predom ine o que al menos se acerque a la máx ima posibilidad de predom inio. Las funciones prácticas nunca pued en ser subordinadas a la función estética hasta el pun to deque el edificio produzca la impresión de una creación estéticamente autó

noma; si ello sucediera, la arquitectura se convertiría ipsofacto en escultura, sería percibida y valorada como escultura.

2. La función estética se presenta en la arquitectura como algo agregadoque viene de fuera. Su localización predilecta es la superficie de la edificación (los ornamentos; se dice incluso que la arquitectura emp ieza dondetermina la construcción). Aflora frecuentemente en los componentes menos cargados de funciones prácticas (como el color3); a menudo se pre

senta como algo que trasciende la función requerida (por ejemplo, unaforma más definida y m ás regular que la necesaria para un cum plimientocabal de una función práctica, etc.). Por otro lado, también h a sido ciertoque la función estética no viene de fuera, sino que es inherente a la arquitectura. Esto se comprueba especialmente por el hecho de que la funciónestética confluye con las funciones prácticas en unas agrupacionesindiferenciables. Por ejemplo, no es posible establecer con precisión enqué medida participa la función estética en la categoría funcional de la

monumentalidad (con la cual, sin embargo, no coincide) o en el efectofuncional de lo "confortable" o "acogedor" de una vivienda, aunque estoúltimo pueda parecer evidente. Durante la evolución histórica de la arquitectura, la función estética se ha mezclado sucesivamente con otras fun-

1 Se ha insinuado la siguiente clasificación: efecto óptico—función estética; efecto motor—funciones prácticas. Es cierto que la función estética se concentra en torno a la percepciónvisual, mientras que las funciones prácticas se asocian sobre todo con las posibilidad es de m ovimiento; sin embargo, no se puede excluir completamente el factor óptico de la esfera de lasfunciones prácticas (cfr. la importancia práctica del color de las paredes en una habitación o enun estudio), ni tampoco el factor motor del campo de la función estética (cfr. el requisito de unaaccesibilidad perfecta de todas las partes de un espacio como requisito estético).

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cione s d iferentes: en el gótico con la función religiosa, en el Renac imien to con la representativa, en el barroco con la eclesiástico-religiosa y a lavez representativa.

Si he m os de intentar algún esbo zo de solución para estas aparentes contradicciones, debemos primero precisar la relación entre la arquitectura y elarte. La actual teoría de la arquitectura excluye a ésta radicalmente de laesfera del arte, aunq ue n o niega la im portancia de la función estética paraella. Esta exclusión se acom pañ a por una delimitación tajante entre el artey la esfera extraartística: sólo se considera como arte la esfera de la crea

ción p oética libre, no restringida po r criterios extraestéticos; en otras palabras, la esfera de la función estética dom inante. Pu esto que la arquitecturano puede alcanzar la dominancia de la función estética sin pérdida de supropia naturaleza, su exclusión del ámbito de las artes es una consecuencia lógica de la opinión m encion ada sobre la esencia del arte. Esta op inióntiene origen en una tendencia que dominó temporalmente la teoría y lapráctica artísticas al comienzo de la década de 1920 (la tendencia al arte"puro"), vale decir, no en un principio transhistórico.

No se puede negar que la brecha entre la arquitectura y las demás artes síexiste, en el sentido de que las otras artes actúan sólo en el campo de lacultura espiritual, mientras que la arquitectura actúa en la cultura tantoespiritual com o m aterial. Pero, por otro lado, no podem os d esconocer lascircunstan cias q ue la acercan a las dem ás artes. Si con sideram os el arte entoda su amplitud histórica, geográfica y social, veremos que en todas lasartes la tendencia al predominio de la función estética sobre las otras funciones es justam ente u na tendencia, que aun en los casos más extrem os serealiza de manera incompleta. Así mismo, todas las artes desembocan sinrupturas bruscas en la esfera de la dominancia incuestionable de las funciones extraestéticas, es decir, la esfera extraestética. Por ejem plo, n o existeuna separación tajante entre una obra literaria y una manifestación lingüística comunicativa con un matiz estético. Lo mismo puede decirse dela pintura (un buen ejemplo es el cartel), y hasta de la música, la cualmanifiesta en algunas de sus formas (la música de marcha, bailable, ambiental) una clara competencia entre la función estética y las funcionesextraestéticas. El desarrollo histórico de cada arte se acompaña por unconstante flujo y reflujo de funciones extraestéticas, y ni siquiera en la

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creación artística más pura se eliminan estas funciones; sólo se transforman de tal manera que pierden su vigencia práctica individual y entran en

contacto con la praxis social por medio de la estructura artística como untodo. Gracias al contacto ininterrum pido con la esfera extraartística y a sutransición directa hacia esta esfera, el arte ejerce influenc ia sobre el estad oy los desplazam ientos de las funciones y de los valores en la praxis social.Sólo así se puede explicar que el arte, un queha cer qu e suele limitarse a uncírculo estrecho de receptores, pueda influir sobre la praxis social en susmismas bases.

Al igual que en las otras artes, en la arquitectura existe una lucha co nstante entre la subordinación y el predominio del valor estético, pero con ladiferencia de que la arquitectura carece de la posibilidad de tan siquieraacercarse a la realización del predominio de la función estética. En cambio, el contacto de la arquitectura con la esfera extraestética es muy íntimo, no sólo porque dentro de la arquitectura misma coexisten productossin intención estética con produ ctos fuertemente dotado s de acción estética, sino tamb ién porque la arquitectura tiene nexos directos con la produc

ción artesanal e indus trial. La diferencia de la arquitectura con respec to alas demás artes es al mismo tiempo un vínculo que la liga con ellas: a laarquitectura, tan fuertemente anclada, a diferencia de otras artes, en laesfera de la cultura material, le corresponde el papel de un puente por elcual las conquistas del arte pasan d irectam ente a la praxis so cial. La arqu itectura propaga no sólo sus propias conquistas, sino también las de otrasartes, principalmente de la pintura y la escultura, que son las más afines aella y con las cuales tiene algunos problemas compositivos comunes osimilares, como el problema del espacio, de la luz, del color, etc.4

Por tanto, a pesar de su posición excepcional, la arquitectura estáineludiblemente vinculada con el arte. Su antinomia dialéctica básica esen principio la de todas las artes; puede ser formulada como una luchaconstante, generadora de soluciones cada vez nuevas, entre la tendencia alpredominio de la función estética sobre las demás funciones, y la tenden

cia al predom inio de éstas sobre aquélla. Si la arquitectura no puede alcan-

4 Es interesante que Hegel sitúe la arquitectura en el lugar "más bajo" de las artes: la arquitectura domina en la primera época de la evolución artística, la época simbólica.

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zar un verdadero p redom inio de la función estética, en otras artes tam poc oel límite al que puede n llegar en esta dirección es siem pre igualm ente a lto:con facilidad y completamente se alcanza el predominio de la funciónestética en la música, con menos facilidad y menos completamente en lapoe sía y la narrativa, y todavía m enos en el dram a (recorde mo s la diferencia en la severidad de la censura con la poesía o la narrativa y con eldrama). Dijimos antes que la función estética es vista en la arquitecturacomo algo superficial e inmanente a un tiempo. Esta contradicción no esmás q ue un aspecto de la antinom ia básica men cionada. D e otro mo do sepodría describir como una contradicción entre la forma interna y externa,

que se manifiesta en todas las artes, pero en la arquitectura con tanta másevidencia, cuanto más fuerte sea la tensión entre ambos polos, o cuantasmenos posibilidades tenga la función estética de ganar predominio completo sob re las funciones extraestéticas. Si consideram os la posición d e laarquitectura frente a las demás artes desde este último punto de vista, lacontro versia acerca de si es o no arte termina siendo un asunto de term inología.

Por último, debemos decir unas palabras sobre la manera como surge lafunción estética en la arquitectura y com o genera valor estético. La teoríadel funcionalismo ha propuesto la tesis de que la función estética es consecuencia de una acción sin interferencias y una coordinación perfecta delas demás funciones. El aspecto pionero de esta tesis consistió en su concepción de la obra artística como un conjunto de funciones extraestéticasy de sus valores correspondientes; este axioma vale también para otrasartes y para la función estética en general, en todo el cam po d e su acción.

Como contradicción dialéctica de todas las demás funciones, la funciónestética es consecuencia de cierta relación recíproca entre ellas o de undesplazamiento en esta relación. Sin embargo, cabe preguntar si es requisito indispensable para el surgimiento de la función estética (en la arquitectura como en otras artes) que haya una coordinación perfecta de todaslas funciones extraesté ticas, acom paña da del placer que de ella deriva. Enla historia del arte, incluida la arquitectura, no faltan ejemplos de nuevasobras valiosas que fueron recibidas con repulsa general, como la casa de

Loos en Michaelerplatz en Viena. Además, surge otra duda: ¿es del todoposible que la coordinación de las funciones extraestéticas sea perfecta,vale decir, que sea la única posible? Tal coordinación incluiría la puesta

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Signo, función y valo r 2 1 9

en consonancia de los cuatro horizontes funcionales por los cuales pasatoda función extraestética, adquiriendo en cada uno de ellos un aspecto

diferente así como una relación diferente con las demás funciones. Puesbien, una coordinación perfecta de las funciones desde uno de los horizontes significa necesariamente una alteración más o menos fuerte de lacoordinación desde los otros. Más que la posibilidad de alcanzar una consonan cia cabal, se plantea aqu í la elección en tre varios m odo s de su alteración. A lo sumo podemos hablar (como en otras artes) de la necesidad deequilibrar las conson ancias funcionales— y, por ende, estructurales— conlas disonancias. A diferencia del carácter estático de la simple consonan

cia, tal puesta en equilibrio es lábil, dinámica y sujeta a los cambios provocados por los desplazamientos en la jerarquía global de las funcionesvigen te para la colectividad dada . Es cierto que la arquitectura pu ede anticipar estas renov acion es del sistema de las funciones; pero aun esta acciónserá vista por los coetán eos c om o una a lteración, la cual reactivará el efecto estético. También en este aspecto la arquitectura es una de las artes.

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¿ P U E D E E L V A L O R E S T É T I C OE N E L A R T E T E N E R V A L I D E Z U N I V E R S A L ?

El último co ng reso de filosofía m ostró con suficiente c laridad que el estudio filosófico de los valores se encu entra en un estado de replanteam iento

a fondo. La human idad ha pasado por un período de relativismo axiológico,que aún no está com pletamen te cerrado, y ahora está tratando de introducir la idea de un valor firme, capaz de resistir tanto las diversas actitudesperson ales, como las variaciones de la m entalidad colectiva en diferenteslugares y diferentes épocas. Algunos filósofos están buscando un retornoa la solución ontoló gica. N o es nuestra intención presentar aq uí una críticade tales tentativas; por el con trario, creem os q ue un pensad or qu e parta deun sistema metafísico completo y original posiblemente logre descubrir

aspectos aún desconocidos de este problema, siempre y cuando haga unareflexión consecuente, exhaustiva y ceñida a su sistema. Sin embargo,nuestra propia tarea será otra. Nuestro punto de partida lo constituirá unaserie de datos científicos aportados por la historia de las artes y de la literatura, y nuestro objetivo será presentar una contribución a la metodología de estas ciencias, pues intentaremos presentar un análisis crítico de laimportancia que pueda tener un valor universalmente válido para el desarrollo del arte y para su estudio . El prop io prob lem a filosófico del origende la universalidad del valor estético será investigado desde el punto devista de la historia del arte. Pues to que cada cienc ia procu ra m anten erse enlo posible independiente de cualquier ontología, deberemos intentar unasolución puramente epistemológica.

La cuestión es la siguiente:

¿Es posible o incluso necesario para la historia de cualquier arte admitir,como hipótesis de trabajo, la existencia de un valor estético universal?Esta pregunta no es insignificante, en vista del carácter de la historia delarte, ya que esta disciplina debe considerar sus materiales como resultado

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y objeto de un devenir in cesan te. Es por esta razón que la historia del arteha sacado tanto provecho de la concepción relativista de los valores, por

que gracias a su ayuda ha podid o entender la secuencia de cam bios e structurales en las obras artísticas como una línea continua, cuyo transcursoestá dado por regularidade s internas e inm anen tes. A pesar de ello, el problema de un valor universalmente válido, que en cierto momento pudoparecer definitivamente cerrado, ha vuelto a plantearse en la historia delarte con renova da fuerza. L os cam bios del valor estético registrado s por elhistoriador pueden ser considerados por éste como una prueba de la esencial relatividad de dicho valor, en la cual puede ha llar la justificación de la

obra que sea. Sin embargo, el historiador tiene por tarea trazar con suinvestigación una línea continua de la evolución del arte, y en esta labortopa una y otra vez con obras que siguen ejerciendo una influencia activamu cho tiempo después de haber a bandona do el estudio del artista. En estas obras, el valor estético universal se presenta como un factor poderosoque colabora en los destinos del arte.

Por consiguiente, el historiador del arte tiene gran interés por la cuestiónde la universalidad del valor estético. Es cierto que la m ayoría de las obrascreadas no alcanza tal repercusión prolongada o recurrente, pero de otrolado parece que el acto de creación siempre se acompaña por la intencióndel artista de conseguir una acogida incondicional.' Aunque a primeravista tal aspiración parezca ser algo totalmente subjetivo, tiene gran impacto sobre el desarrollo objetivo del arte, porque sólo gracias a esta intención se plasmarán los propósitos subjetivos del autor en una obra que

trascienda la expresión privada del estado psíquico subjetivo del autor.Pero, ¿cómo se explica que sólo una minoría de las obras que salen deltaller del artista perduran má s allá de su époc a? ¿D e qué ma nera y con quéderecho actúan sobre la evolución del arte aquellas obras que perduran?Estos interrogantes también esperan una respuesta: otra prueba de que lametodología de la historia del arte y de la literatura no puede eludir el

1 Aunque el artista rechace el gran público como incompetente, siempre contará con losconocedores. Y en última instancia, aun cuando cuente con una incomprensión general de suobra, pensará po r lo menos en el lector o espectad or ideal, si bien inexistente. Un po eta simbolistadecla ró que se conte ntaría hasta con "ni siquiera un lector". "Ni siquiera un lector" es algo másque ningún lector; se niega la existencia real de una persona así, pero no su posibilidad ideal.

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2 2 2 III - El hom bre en el mu ndo de las funcio nes, norm as y vedares

problema de la universalidad del valor estético. Por esta razón abordaremo s el problema desde la perspectiva metod ológica.

A prime ra vista hallarem os más bien una falta de universalidad y de con stancia del valor en el arte. La obra recién creada muy a m enu do es aceptada sólo por una parte de la colectividad receptora, incluso si tiene éxito.Existen obras cuya significación permanece por largo tiempo o por siempre limitada a un solo am biente social o a un grupo redu cido de espec ialistas. Co n el paso del tiempo la imp ortancia social de la obra puede amp liarseo redu cirse; en el prime r caso p uede traspasar las fronteras de la colectivi

dad nacional en cuyo seno se originó, y hasta puede tener un eco máspoderoso en su nueva patria que en la primera, como fue, por ejemplo, eldestino de la poesía de Byron en el continente. En breve, la universalidaddel valor de la obra artística es bastante camb iante en el espacio , aun paralas obras que alcanzaron un éxito innegable; e igual sucede en el tiempo,pues el valor de una obra determinada casi nunca permanece constantedu rante toda su existencia, sino que crece y decre ce, desaparece y reaparece. Hasta las obras cuyo valor nadie niega, pasan por períodos en que

viven una vida de fantasmas y su fama se mantiene como una mera convención. A veces el valor oficial de una obra se conserva a través de losprogramas curriculares que prescriben la lectura obligada de cierto poema, el análisis de cierto cuadro, etc. Hay obras que conquistan una famainmensa y pronto la pierden. Por el contrario, algunas obras que en suscomienzos casi no fueron notadas, pueden ser "redescubiertas" tiempodespués, para ganar un renombre tardío, pero duradero.

Pero hay má s: no sólo el valor universal, sino hasta su m ism a idea fluctúa.A veces se le concede gran importancia (como en el clasicismo), otrasveces recibe escasa atención. Algun as épocas se muestran indiferentes conrespecto a la constancia con la cual el valor estético universal resiste elcurso del tiempo (por ejemplo, el futurismo italiano inicialmente proponía destruir los mu seos de arte); otras rechazan aquel aspec to del valor queproduce máxima repercusión en el espacio y en el ambiente social y crean

obras dirigidas a espec ialistas (sim bolism o). Por tanto, el alcance prácticode la resistencia que la obra artística opone al tiempo difiere según el arteen cuestión. Por ejemplo, sería imposible entender la evolución del arte

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escénico sin tomar en consideración las recurrentes intervenciones de ciertasgrandes obras como la tragedia de S hakespeare o la comedia de M oliere.Por el contrario, en el cine—el arte más cercano al teatro—la universalidad del valor se ve restringida a la divulgación del valor en un momentodado y sin futuro. Finalmente, no deja de ser interesante, para esta cuestión del valor estético universal, el hech o de que los grandes m useos, destinados a preservar los valores "eternos", dan pruebas de la inestabilidadde estos valores con los constantes cambios de las obras expuestas y consu colocación variable en lugares prominentes.

Después de todas estas salvedades, ¿sigue siendo posible o útil mantenerel presupuesto de una universalidad real del valor estético? ¿O sería másconveniente admitir tan sólo una escala más o menos rica de valores relativos? Si aceptáramos la segunda posibilidad, estaríamos, a pesar de todo,en desacuerdo con el sentido mismo de la evolución artística. Si bien elvalor estético fluctúa sin cesar, la creación artística conserva su carácterde búsqued a pertinaz de la perfección. Sin este rasgo, la evolución del artesería un fluir sin dirección ni sentido. Dijimos antes que toda obra artística

es creada necesariamente con la intención de alcanzar un éxito universal;prueba de ello es el repudio con el cual los artistas— incluidos los que másdesprecian la inmortalidad— fustigan a m enudo las propuestas de sus compañeros en el arte, aunque éstas sean paralelas a sus propias búsquedas.

El valor universal existe y actúa muy sensible m ente, pero no coincide conla m áxim a repercus ión en el espacio y en el tiem po, ni se asocia de ma nerairrevocable con determ inadas obra s. Tiene el carácter de una energía viva,

que debe renovarse continuamente para mantenerse viva. Cual rayo explorador, ilumina el pasado del arte para descubrir en él múltiples aspectos aún desco noc idos . Así se genera una tensión fructífera entre el pasad oy el futuro del arte, y esta tensión influye en la actividad artística presente.El arte necesita seguir tanto la tradición como el impulso del momentopresente de la evolución. El valor universal, con su naturaleza de energíaviva, hace posible la síntesis de estas dos necesidades contrarias: con suvariabilidad atrae la atención del artista hacia aquellos predece sores suyoscuyas obras corresponden a las tendencias actuales. En ello radica la significación y la importancia de la universalidad del valor estético para laevolución del arte. Para convencernos de este hecho, basta abandonar la

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2 2 4 I I I - El hom bre en e l mun do de las func iones, no rm as y va lores

concepción estática del valor universal y darnos cuenta de que tambiéneste valor tiene el carácter de una energía siempre viva.

Hasta aquí hemos tratado de la importancia metodológica del valor estético universalmente válido, dejando de lado la cuestión del criterio de estevalor. En este momento debemos incluirla, porque sin el criterio, el concepto mismo de universalidad quedaría poco claro e indeterminado. Enprimer lugar, existen varios criterios equivalentes: 1. es universal aquel

valor que alcanza máxima difusión en el espacio, así como máxima difusión en diferentes m edios sociales ; 2. aquel que resiste eficazmen te al tiempo; 3. aquel que es eviden te. Se podría objetar que estos tres criterios sonrealmente uno solo, con tres aspectos correlativos; y sería cierto si la universalidad ideal del valor estético fuese realmen te pos ible, pues en tal casotodo valor universal concreto tendría validez en todas partes y siempre ysería igualmente evidente para todos los individuos. Pero hemos visto yaque el valor universal fluctúa y que su extensión o su objeto varían conti

nuamente. Como consecuencia de esta inestabilidad, los tres criterios am enud o divergen; por ejemplo, un valor que ha alcanzado m áxim a extensión en el espacio no siemp re posee durabilidad en el tiem po ni evide ncia.Por consiguiente, debemos investigar cada uno de los criterios del valorestético universal por separado.

El criterio de la difusión en el espacio y en diferentes medios socialesparece ser el menos convincente. Si una obra que ha ganado una repercu

sión muy amplia la pierde rápidamente, nos inclinamos a darle la razón altiempo contra el espacio y decir que en realidad el valor universal de laobra es escaso o nulo. Sin embargo, esto no significa que el criterio de ladifusión en el espacio geog ráfico o social carezca de interés para la historia del arte. Por el contrario, una de las tareas fundam entales de esta disciplina es no sólo el estudio de la difusión sincrónica de cada obra artísticasingu lar, sino tamb ién la investigación de la actitud general de cada ép ocarespec to de la difusión relativa de ciertas obras artísticas. Hay épo cas en laevolución del arte que consideran que para la universalidad de la obrabasta que sea aceptada por determinada clase social (por ejemplo, la literatura francesa en el período de los grandes salones literarios de los siglos

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XVII y xvm); en otros períodos es suficiente para el éxito de la obra suacogida por una élite aun más reducida , pero internacional (la van guardiade postguerra, cuyos miembros, los artistas, eran al mismo tiempo el pú

blico unos para otros); otras veces se requiere como signo de universalidad el consen so gen eral de todas las clases y medios sociales (com o algunas tendencias actuales que demandan un arte lo más generalmente accesible). Todas estas actitudes, junto con algunas otras posibles, alternandurante toda la evolución de l arte y contribuye n a caracterizar cad a una desus etapas.

La resistencia al tiempo p arece ser un criterio más im portante p ara la universalidad del valor estético que la mera extensión en el espacio. ¿Es posible someter a análisis crítico esta sensación instintiva de una mayor importancia del criterio del tiemp o? O pinam os que sí, porqu e sólo este criterio puede poner a prueba el verdadero significado de la obra. Al juzgaruna obra artística, no juz ga m os el artefacto m aterial, sino el 'objeto estético ' , que es el equivalente inmaterial de dicho artefacto en nuestra conciencia, resultado del encuentro de los estímulos generados por la obra

con la tradición estética viva, que pertenece a la colectividad. El objetoestético está sujeto a cam bios, aunqu e siem pre se refiere a una mism a obramaterial. Los cambios del objeto estético se producen cuando la obra penetra en nuev os am bientes sociales, diferentes del de su origen; pero estoscambios sincrónicos suelen ser poco importantes en comparación con loscamb ios diacrónicos. En el curso del tiempo un a obra materialmente idéntica puede asumir sucesivamente toda una serie de objetos estéticos muydiferentes entre sí, cada uno de los cuales correspon derá a otra etapa evo

lutiva de la estructura del arte dado. Por consiguiente, cuanto más tiempoconserva una obra su eficacia estética, tanta mayor certeza podemos tenerde que la durabilidad del valor no está ligada a un objeto estético pasajero,sino con la mane ra com o está hecha la obra en su aspecto m aterial. De otraparte, esta importancia del tiempo para la universalidad del valor estéticono impide que la valoración del criterio mismo vacile en el curso de laevolución. Existen momentos en la evolución del arte que le otorgan pocaimportancia, como el mencionado caso del futurismo con su propuesta de

destruir los museos del arte, que son instituciones destinadas a preservarlas obras de trascendencia duradera.

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2 2 6 I I I - El hom bre en e l mu ndo de las func iones, nor m as y va lores

El tercer criterio de universalidad del valor estético, la eviden cia, co nsisteen qu e el individuo , al valorar una o bra artística, tiene la certeza inm ediatade que su juicio posee una validez general y no sólo individual, y trata deimp oner esta certeza a los demás com o postulado . Esta sensación de eviden cia estética llevó a Kant a atribuir un carácter a priori al juicio estético.Nosotros preferimos evitar este término, porque el juicio estético, a pesarde toda su evidencia subjetiva, no nos parece satisfacer las condicionesnecesarias de un juicio a priori. Tal juicio debe ser independiente de todaexperiencia, mientras que el juicio estético deriva a m enudo de ex periencias previas, ya sea propias o tomadas de otros. Frecuentemente nos encon tramo s con personas que basan su juicio con scientemente en las autorida de s; prueba de ello es la existencia d e la crítica de arte y literaria, entrecuy os o bjetivos se cuenta el de dirigir el juicio de aquellos que tienen pocacapacidad para juzgar por sí mismos. La certeza del juicio estético se adquiere a men udo con una educación esp ecial, apoyada en valores reconocido s. Para ser un juic io a priori, el juic io estético tendría que ser cada vezindependiente de las disposiciones individuales de quien lo profiere; perofácilmen te pod em os com probar que todos los juicios de una mism a perso

na, por segu ro que sea su gusto, forman una línea mu y cohe rente, determ inada justamente por sus disposiciones. Por tanto, la evidencia del juicioestético es sólo subjetiva; su aspiración a una validez ilimitada es simplemente un postulado con el cual el individuo se dirige a la colectividad.

En consecuencia, el papel histórico de la evidencia del juicio estético estásujeto a cambios. Ha habido períodos en los cuales la evidencia del juicioen materia del arte se atribuía a los individuos que encargaban las obras

m ás que a los artistas m ism os. Geoffrey Ch aucer solicitó a cierto patron onoble que le corrigiera sus poemas para ponerlos a tono con el gusto;m pera nte ; por el contrario, Miguel Á ngel se rebelaba co ntra los criteriosestéticos que pretendía imponerle el papa. También la autoridad estatal uotra (por ejemplo la eclesiástica) procura en algunos períodos monopolizar el derecho a una evidencia no motivada del juicio estético. A veces laevidencia del juicio estético es atribuida a los especialistas, otras veces algran público (Moliere mostraba sus obras a su sirvienta para que las valorara). El criterio de la evidencia funciona, pues, como un factor histórico,qu e es influido por el proce so inin terrum pido del arte y a su vez influye enél, al igual que los do s criterios anteriores. A pesar de ello , el criterio de la

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evidencia tiene una posición especial y privilegiada respecto de losotros dos.

El criterio del tiemp o y el del espacio tienen una relación tan sólo indirecta con la evolución del arte, pues ambos se limitan a señalar los ejemplosque se deben seguir. En cambio, el criterio de la evidencia es parte integrante del acto mism o de creación, por cua nto dirige la actitud estética delartista. Aplicado de esta manera en la creación artística, este criterio lebrinda al artista la certeza subjetiva de haber logrado la única soluciónobjetivamente adecuada. Por consiguiente, este criterio actúa como me

diador entre la intención subjetiva del artista y la tendencia evolutiva objetiva , la cual se manifiesta a través de la obra y a la vez es influida por ellapara el curso ulterior de la evolución.

As í, los tres criterios de la universalidad del valor estético se sitúan en elterreno de la evolución y, por ende, están sujetos a cambios; ninguno deellos ha mo strado ser independien te de los cam bios históricos del gusto. Apesar de ello, no abandonamos la idea tradicional de un valor estético

universalmente válido, el cual difiere sustancialmente del valor relativo yconserva, pese a su variabilidad concreta, una identidad ideal a través deltiempo. Pero, ¿puede un valor siempre idéntico a sí mismo ser entendidode otra manera que como un valor ontológico? Para resolver esta duda, noolvidemos que la identidad, tal como la concebimos, tiene un carácterenteramente dinámico, pues consiste en una mera aspiración, continuamente renovada, a la universalidad. Para explicarla, no es necesario recurrir a la suposición de un valor inmutable; más bien debemos preguntarpor la fuente de tal aspiración a una validez universal. Éste será el objetode la tercera parte del presente trabajo.

Tom arem os c om o punto de partida provisional la inherencia del valor estético universal al artefacto material (valor estético como cualidad de la

obra artística material). Este presupuesto ha sido negado muchas veces yparecería estar definitivamente descartado desde que los estudiosos delarte se dieron cue nta de que la valoración e stética no atañe al objeto m aterial, sino al 'objeto estético'. Como dijimos antes, el objeto estético nace

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22 8 III - El hombre en el mundo de las funciones, norm as y valores

en la intersección de los estímulos originados por la obra material con latradición estética viva del arte en cuestión, y el lugar de esta intersección

es la conciencia del individuo que valora. Así se vio la imposibilidad deatribuir el valor estético directam ente a la obra m aterial, com o si fuera unacualidad de ésta. Sin embargo, esto no significa que la obra material nopued a desem peñar un papel imp ortante en la valoración, mediante la manera como está hecha. De lo contrario no se podría entender por qué ciertas obras materiales pueden tener una eficacia estética siempre nueva, apesa r de la variabilidad de los objetos e stéticos que se asocian a ellas consecutivamente en el tiempo y en la evolución del arte correspondiente. El

valor estético está vinculado con la obra m aterial, aunque esta relación noes la de una cualidad con su portador.

¿De qué clase es esta relación? Recordemos, en primer lugar, que todaobra material sale de manos humanas y se dirige a seres humanos; portanto, sólo el hombre puede inducir una relación entre un objeto materialy el valor orientado hacia el objeto estético inmaterial, ¿Es inducida estarelación por el individuo humano? ¿Y quién puede ser este individuo?

¿C ualqu iera de los que perciben la obra artística?, ¿o sólo aquel individuoúnico que la crea? Hace unas décadas la idea popular era que el valor deuna obra reside en la armo nía perfecta en tre el creador y su obra, o inc lusoen la concordancia que pueda haber entre cierto estado psíquico individual d el autor y la obra. Se olvidaba que tan pron to com o la obra m aterialsale de las manos de su autor, se convierte en una cosa pública que cualquier persona puede entender y explicar a su manera. No sólo el autor esuna individualidad, también lo es el lector y el espectador; vale decir, nosólo el autor comunica su personalidad y sus estados psíquicos a la obra,sino que también lo hace el lector y el espectador. A lgun as obras adm itencon facilidad tal penetración de la personalidad en su estructura interna,otras casi no la admiten. Para el teórico y el historiador del arte es interesante medir el grado de expresividad directa que admite una obra artísticadeterminada; pero este dato, aunque muy importante para la caracterización de la obra, no significa n ada con respecto a su valor. La o bra a rtística

es por su esencia algo más que mera expresión de la personalidad delautor: ante todo es un signo, destinado a m ediar entre los ind ividu os, entrelos cuales se cuenta tanto el individuo que crea como los que integran elpúb lico. Aunque el individuo creador es percibido com o aqu ella parte de

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la cual procede el signo, mientras que los demás son vistos como la partemeramente receptora, la comprensión mutua entre las dos partes se haceposible sólo gracias al hecho de que todos los individuo s invo lucrados son

miembros iguales de una misma colectividad real o ideal, estable u ocasional. Como signo, la obra puede ser polisémica e incluso se le puedenatribuir muchos "sentidos" sucesivos o simultáneos; cada uno de estossentidos corresponde a determinado objeto estético asociado con la obrama terial dada. Cuan to may or sea esta capacidad sem ántica de la obra, tanto m ás capaz será de resistir los cam bios de lugar, am biente social y tiempo, y tanto mayor será su valor.

¿En qué circunstancias puede esta capacidad alcanzar su grado máximo?El hombre como miembro de una colectividad está influido por la actitudde dicha colectividad hacia el mund o; por tanto, es muy pro bable q ue si elautor de una obra artística y su público pertenecen a la misma sociedadconcreta, la obra no tendrá que hacer valer todo su potencial semántico,porque todas las person as que se acerquen a ella lo harán aproxim adam ente con la mism a actitud. Supongam os, sin embargo , que la sociedad recep

tora cambie por completo con el tiempo, como sería el caso de una obraliteraria leída varios siglos despu és de su creación en un país muy diferente del país de su origen. Si en estas circunstancias la obra conserva sualcance semántico y su eficacia estética, podemos considerar este hechocomo prueba de que la obra no se dirige sólo a una personalidad humanadeterminada por un estado mo me ntáneo de una sociedad, sino a lo que esuniversalmente humano: tal obra demuestra estar conectada con la esencia antropológica del hom bre. Precisamen te en esto reside el valor univer

sal de la obra, dado por la capacidad formal de la obra para funcionarcomo una cosa estéticamente valiosa en ambientes sociales muy diferentes, aunque el valor en sí es cualitativamente diferente en estos diversosambientes. Además, el valor estético universal no se agota en la pura acción estética de la obra de arte: la obra que es su portadora también serácapaz de tocar a los niveles más profundos y a los aspectos más variadosde la vida psíquica de la perso na que entra en contacto con ella. P odríam osincluso preguntar si el valor estético universal no es en su propia esenciasimplemente un indicador de cierto equilibrio entre los diversos valorescontenidos en la obra.

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2 3 0 III - El hom bre en el mu ndo de las funciones, no rm as y valores

Nos queda un solo interrogante más: ¿es posible formular expresamentelas condiciones que debe cumplir una obra para poder llegar a lo universalmen te hum ano? Es indudable que en el fondo de todo acto hum ano hayalgo que pertenece al hombre en general. Por ejemplo, la lingüística moderna ha descubierto varias leyes generales del lenguaje, es decir, de lafacultad hum ana de hacerse entender med iante signos lingüísticos. Desdeluego, el caso del lenguaje es muy diferente del caso del arte, pues ellenguaje debe estar activamente a disposición de todos, mientras que elarte (al m enos tal com o lo enten dem os ho y) es practicado en forma activasólo por unos especialistas que llamam os artistas, hecho qu e permite m u

cha más libertad y mucha menos uniformidad que en el uso común dellengu aje. No obs tante, con frecuencia se ha constatado qu e existen ciertassimilitudes importantes entre los productos del arte primitivo de diferentes países, del folclor y del arte infantil. Tales similitudes parecen atestiguar la existencia de una base antropológica común, de la cual brotaríanestas creaciones de seres hum anos m enos com plejos que el hom bre adu ltomoderno. También es característico el hecho de que las obras de la literatura infantil alcanzan mucho más fácilmente que la literatura para adultos

un valor independiente del fluir del tiempo y de los desplazamientos en elespacio. La literatura infantil posee un número elevado de obras favoritasdurante generaciones y en muchos países y medios sociales, como Corazón de Amicis.

Así las cosas, ¿podem os esperar que algún día lleguemo s a unos preceptosabso lutos para la creación de obras con un valor estético universal? F echne r,al fundar la estética experimental, abrigaba la esperanza de hallar tales

reglas absolutas. Hoy ya hem os aprendido — en parte gracias al desarrolloposterior de la misma estética experimental—que entre la constituciónantropológica del hombre en general y la valoración estética concreta seinserta el individuo hum ano co mo m iembro y com o producto de la sociedad en la cual vive y la cual de por sí está sujeta a evolución. Sabemostam bién que el valor estético unive rsal, a pesar de su sustrato antropológico,es tan variable, que los resultados alcanzados una vez por la creación artística pierden valor con la repetición. C on ello no que rem os d ecir que unainvestigación exha ustiva del arte prim itivo, folclórico e infantil, jun to conel estudio de las formas m ás diferenciadas del arte, no pued a con ducir a unconocimiento bastante detallado de unos principios universales de largo

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alcance. Pero estos principios no tendrán el carácter de preceptos. Asícom o las m encionad as leyes generales del lenguaje no tienen nada que vercon la gramática normativa porque no pueden ser infringidas, así mismolas leyes generales del arte no tienen nada que ver con preceptos.

El arte siempre busc ará llegar hasta la base antropo lógica por cam inos aúnno transitados. Esto no significa que no sea posible lograr un vínculo intensivo de una obra concreta con la base antropológica universalmentehum ana; por el contrario, tal victoria incondicional es frecuente en el artey, cada vez que se obtiene, tenemos una obra maestra m ás. Sin em bargo,

el núm ero de los cam inos que van del arte al "ho m bre en gen eral" es ilim itado y cada uno de ellos corresponde a determinada estructura social o,mejor, a determina da actitud vital propia de esta estructura. Depen de de laobra artística misma si será capaz de establecer una relación activa conuna o con much as actitudes personales distintas. Así volvem os, por tercera vez, a nuestro punto de partida.

Al igual que los dos apartados a nteriores, el tercero nos ha cond ucido a la

conclusión de que el valor universal está en un constante proc eso de géne sis. Pero tam bién nos ha m ostrado qu e la variabilidad de este valor consiste en que el arte retorna una y otra vez a cierta constante, a saber, a laconstitución general del hombre. ¿No será acaso que nuestras pesquisashan dado un resultado parecido a aquella solución ontológica del problema que presupone el valor universal como una asíntota, hacia la cual laevolución del arte tiende constantemente sin alcanzarla jamás? Sí y no.Las coincidencias de ambas concepciones son bastante evidentes, pero

también hay entre ellas algunas diferencias fundamentales.

Ante todo, el valor estético ontológico es ilimitado (por ello para muchospensadores todas las clases de valores universales tienden a fusionarse),pero por esta misma razón está despojado de todo contenido concreto. Encambio, la constitución antropológica, que colocamos en su lugar, poseeun contenido cualitativo que evidentem ente limita el valor: la belleza sólo

existe para el hombre. El valor estético ontológico, carente de un contenido concreto, nunca pude alcanzar una realización adecuada, mientras quela constitución antropológica es capaz de generar un número ilimitado derealizaciones estéticas adecuadas, correspondientes a diversos aspectos

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cualitativos de la constitución del hombre. En contraste, las realizacionesparticulares del valor estético universal concebido ontológicamente sólo

se pueden diferenciar cuantitativamente, como mayor o menor perfección.

La constitución antropológica por sí sola no contiene nada estético; asíque en tre ella y sus realizaciones es téticas existe una tensión cu alitativa ycada realización revela una nu eva visión de la constitución b ásica del hom bre. Por esta misma razón el valor estético universal, basado en la constitución universal del hom bre, puede, a pesar de la estabilidad de este sustrato,

producir estímulos para los virajes y cambios en la evolución del arte.

No h em os logrado, pues, una codificación del valor universalmen te válido tal como lo deseó Fechner. Sin embargo, esperamos haber alcanzadonuestro objetivo básico—el de poner en relación la idea de un valor universalmente válido con la idea de la evolución continua del arte. Hemosintentado esbozar un capítulo de la metodología general de la historia delarte y de la literatura. Lo que necesita esta ciencia, o más bien grupo de

cien cias, no son reglas estáticas, sino una directriz filosófica que le perm ita apreh end er el valor estético universal en su aspecto histórico de en ergíaviva. El concepto del valor estético universal no puede ser abolido sindistorsión del estado real de las cosas; pero el historiador tendría las manos atadas si se le impusiera una concepción estática de este valor.

Para finalizar nuestra exposición, nos aventuramos a formular una pre

gun ta m ás: ¿N o sería posible, luego de alguno s ajustes n ecesarios, aplicartambién a otros tipos de valores universales la solución dinámica del problema del valor estético universal, que concibe este valor como energíaviva qu e está en una relación constante, pero históricamente variable, conla constitución invariable e universalmente humana del hombre?

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E L L U G A R D E L A F U N C I Ó N E S T É T I C A E N T R EL A S D E M Á S F U N C I O N E S

El problem a del lugar de la función estética entre las dem ás funciones o desu situación en la estructura gen eral de las funciones, es realmente el problema de lo estético fuera del arte. Mientras contemplamos lo estéticodesde el punto de vista del arte (el arte tal como lo entendemos hoy), la

posición de la función estética no plantea problema alguno: aquí la función estética siempre tiende a dominar (otro problema es de qué tipo dedom inanc ia se trata, pero esta cuestión está fuera de nuestro interés en estaconferencia). Sin em bargo, tan pronto com o traspasam os los límites de laesfera del arte, com ienzan las dificultades. P or un lado, una y otra vez nossentimos tentados a considerar la función estética como algo secundario,como algo que puede darse pero que no es necesario; por otro lado, lafunción estética precisamente fuera del arte llama tanto la atención, emerge

en tantas manifestaciones diversas de la vida, e incluso se muestra comoun componente tan indispensable de áreas tales como la vivienda, el vestiro las relacione s so ciales, que se hace necesa ria una reflexión sobre su papel en la organización global del mundo.

Una simple mirada a la historia de la estética nos enseñará, en efecto, quemucho antes de ocuparse de lo estético en el arte, la filosofía comenzó areflexionar sobre lo bello (vale decir lo estético) co m o un principio m eta-

físico y un factor del orden universal. En Platón, lo estético extraartísticoy el arte son dos áreas hasta tal pun to sep aradas, que lo estético extraartísticoes considerado como uno de los tres principios supremos del orden delmundo, mientras que el arte es casi expulsado del Estado ideal platónicoo, cua ndo m eno s, som etido a un control casi policial en aras del servicio alorden estatal. Aun en la época mode rna, que reconoce ya lo estético com oun componente esencial del arte, el problema de lo estético fuera del arte

conserva su importancia metafísica, por ejemplo, en la concepción de lobello en la naturaleza según Herder. Todavía Ruskin sobreponía radicalmente lo bello natural a lo bello artístico. Con la declinación del pensam iento m etafísico, el problem a de lo bello en la naturaleza se redu ce a una

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cuestión secundaria, la cual suele resolverse en el sentido de que lo bellonatural se subordina a la belleza en el arte (como una proyección de lasconvenciones artísticas de la época sobre la percepción de los fenómenosnaturales). Aquí el problema se vuelve estéril.

Sin embargo, no desaparece la problemática de lo estético fuera del arte;todo lo contrario: en el presente ha adquirido una nueva actualidad, principalmente gracias al desarrollo reciente del arte y a sus consecuencias.En u n período rec iente, del cual hem os sido testigos, el arte otorgó im portancia exclusiva a la función estética, y también la teoría consideró lo

estético y el arte como casi idénticos. Así liberado, lo estético era vistocom o un juego soberano y autotélico, apenas comun icado con la vida porunos corredores ocultos, casi subterráneos. Al mismo tiempo, la vida fuera del arte se estetizó muy notablemente; recordemos como ejemplo lapub licidad c om ercial de toda clase, entre otras la lumino sa, o la cultura dela vivienda, la estetización de la cultura física (gimnasia rítmica), etc. Pron toel arte percibió el predominio exclusivo de la función estética como lacausa de su aislamiento y, desde hace varios años, está procurando de

diversas maneras superar este aislamiento, sin renunciar, no obstante, alas conquistas del período anterior. A su vez lo estético fuera del arte hatomado conciencia de sí mismo y pide ser normalizado y regulado. Y asívuelve a plantearse, con renovada urgencia, el problema del lugar de lafunción estética entre las demás funciones y la cuestión de lo estético fuera del arte. Nuestra conferencia es una contribución a la solución de losdos problem as o, más bien, un breve esbozo de solución.

Partiremos del problema de lo estético fuera del arte. Actualmente esteproblema no es candente por su aspecto metafísico—hoy no se trata desaber si existe o no una belleza indepen diente del hom bre (suprahistórica)en el universo como un todo, sino de averiguar cómo se manifiesta loestético en la actividad hum ana y en sus productos. Notem os bien el cambio de enfoque: hoy no investigam os si lo estético es inherente a las cosa s,sino hasta qué pun to está arraigado en la propia n aturaleza del ho m bre ; nobuscamos lo estético como una cualidad estática de las cosas, sino comoun compone nte energético del comportam iento hum ano. Por lo tanto, tampoco nos interesa la relación de lo estético con otros principios metafísi-

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eos, com o la verdad y el bien, sino su relación con otros m otivos y o bjetivos de la actividad y la creatividad humanas.

Esto trae consigo un cambio importante en los métodos y el objeto de lareflexión teórica. El concepto de lo bello como supuesto metodológicobásico es sustituido por el de función; los fenómenos naturales son reemplazados, como objeto de estudio, por los actos que constituyen el comportamiento humano y por sus resultados—los productos humanos. Entrela naturaleza y la actividad productiva del hombre, y particularmente entre la naturaleza y el arte, existe una línea divisoria nítida y (salvo casos

excepcionales) casi infranqueable; por consiguiente, mientras se consideraba el prob lem a de lo estético extraartístico su b specie de la belleza natural, podía parecer que se trataba de dos mundos separados. Para que estosmundos pudiesen conectarse de alguna manera, era necesario subordinaruno de ellos al otro: o el arte a la naturaleza, como lo hizo por ejemploPlatón , o la naturaleza al arte, com o se insinúa ya en el neo platon ism o. L asubordinación del arte a la naturaleza significa, en el fondo, la imitaciónde la naturaleza por el arte (y la imitación es siempre menos perfecta que

el original). Si, por el contrario, se subordina la naturaleza al arte, el supuesto subyacente es que el arte completa y perfecciona la naturaleza.

También es posible una tercera solución: concebir la naturaleza y el artecom o dos áreas independientes e inconexas. Propuestas en este sentido sehan hecho en la época m oderna, com enzando por el simbolismo y su teoría en la poesía, y por el impre sionism o en la pintura, corriente que considera los temas naturales como un mero pretexto. Para la literatura, estaconcepción fue expresada claramente por el escritor checo Karásek zeLvovic: "No hay que olvidar que la verdad artística y la verdad de la vidason dos cosas muy diferentes. P odría decirse qu e allí dond e el arte tiene larazón, la vida casi nunca la tiene, y que el sentido de las cosas no nos esrevelado por el mundo real sino tan sólo por nuestros sueños."1 Algo similar dice Liebermann sobre la pintura: "Para una obra maestra basta unm anojo de espárragos o un ram o de rosas, una m ucha cha fea o bella, Apo lo

o un enano malformado: de todo se puede hacer una obra maestra si setiene la fantasía necesaria ... el valor de la pintura es absolutamente inde-

Jifí Karásek ze Lvovic, Sodoma (Praha [Praga[, 1921) 6.

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pendiente del tema .. ."2 Con ello queda dicho que la "belleza" no radicaen la realidad representada, sino que es una propiedad autónoma de laobra misma.

Las tres soluciones mencionadas (la subordinación del arte a la naturaleza, la subordinación de la naturaleza al arte o la independencia de los doscomo mundos mutuamente ajenos) se ofrecen cuando consideramos loestético extraartístico desde el ángulo de "lo bello" como una propiedadde las cosas. Sin embargo, si contemplamos lo estético extraartístico desde el punto de vista de las funciones, la cuestión se plantea de una m anera

totalmente diferente. Si en el caso anterior las dos áreas (lo estéticoextraartístico y el arte) estaban separadas por un abismo sobre el cual había que tender un pue nte, ahora la relación entre lo estético extraartístico yel arte se revela tan íntima, que las dos áreas se interpenetran en innumerables pu ntos de transición , y la dificultad consistirá no tanto en hallar susconexiones, cuanto en diferenciarlas. Nos ocuparemos, no ya de la relación entre la naturaleza y el arte, sino de las relaciones recíprocas entrediferentes tipos de actividad o sólo entre aspecto s de una m isma actividad.

Éstas son las diferencias entre la m anera com o abo rdaba el prob lem a de loestético extraartístico la estética tradicional, y como intentamos hacerlohoy desde la perspectiva funcional. Este cambio de enfoque no carece deanteced entes teóricos. Me refiero princip alm ente a J. M . Gu yau , a quien laestética debe la observación de que no existe una diferencia insuperableentre las actividades prácticas y las orientadas estéticamente. Dice Guyau,en su libro Problemas de la estética contemporánea, que también lo útil

posee un encanto, debido en parte a la satisfacción intelectual que sentimos cuando hay concordancia entre la creación de los objetos y su finalidad, y en parte al hecho de que lo útil tiene su sentido y es agradable. 3

Igualm ente cabe recordar a Dessoir y su escuela. En su obra capital, Dessoirdivid ió la filosofía de lo estético en dos partes igualm ente im portan tes: laestética y la ciencia general del arte. Con frecuencia se cita su afirmaciónde que la estética podría escribirse sin pronunciar tan siquiera la palabra"arte".

2 M. Liebermann, Die Phantasie in der Malerei (Berlin, 1916) 24-25.3 J. M. Guyau, Les Problémes de l 'esthétique contemporaine (Paris, 1884) 13.

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Signo, func ión y va lo r 2 3 7

Tales son los presupuestos históricos de la atención que dedicamos hoy alo estético extraartístico, y más precisamente a lo estético como compo

nente de la actividad hum ana y de sus prod uctos . En cuan to al conc epto d efunción, sus antecedentes son bien conocidos: la arquitectura funcional yla lingüística funcional. Sin embargo, pronto veremos que el concepto defunción tendrá que ser revisad o antes de que proced am os a utilizarlo despreocupad am ente. Por último, si me es perm itido incluir mis propios trabajos entre los antecedentes, quisiera mencionar particularmente el libroFunción, norma y valor estéticos como hechos sociales y el estudio "Elproblem a de las funciones en la arquitectura"4 , así com o "L a estética del

lenguaje".5

Pasem os aho ra al prob lem a de la función estética en la esfera extraartística.¿Cómo debemos empezar? ¿Deberíamos enumerar primero todos los casos en que se presenta la función estética fuera del arte? Si intentáramoshacerlo, enseguida nos daríamos cuenta de la dificultad que ello conlleva.Veamos, por ejemplo, el lenguaje. ¿Dónde se sitúan aquí los límites de loestético? ¿Existen formas lingüísticas en las que lo estético tenga partici

pación y otras en las que no la tenga nu nca? Sólo una respuesta afirmativaa esta pregunta nos permitiría delimitar y enumerar los casos. Pero bastaun vistazo rápido para constatar que ninguna formación lingüística— apartedel lenguaje poético—está acompañada obligatoriamente por la funciónestética, y más aún, que ninguna, incluyendo el lenguaje coloquial máscotidiano, está en principio desprovista de tal función. Igual sucede contodas las demás actividades humanas. Tomemos como ejemplo los oficios. En un oficio como la orfebrería la función estética es más evidenteque, digamos, en la panadería o la carnicería; la orfebrería suele inclusofigurar en la historia del arte. ¿Podemos decir, sin embargo, que las otrasdos ocupaciones mencionadas carezcan esencialmente de función estética? Eso significaría olvidar las formas de los productos de panadería: ha sta su color y su olor aportan elementos estéticos; y lo mismo sucede en lacarnicería, aunque en una medida algo diferente. En suma, no encontraríam os un área en la que la función estética esté esen cialm ente ausen te; en

potencia siem pre está presente y puede m anifestarse en cualquier m om en-

4 Incluidos en este volumen. N. de la T.5 Slovo a slovesnost 6 (1940): 1-27.

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to . La función estética no conoce lím ites, y no se pue de afirmar que algunas esferas del quehacer humano estén necesariamente desprovistas de

ella y que otras la posean por principio.

Existen adem ás formaciones culturales (empleam os el término "cultural"en el sentido amplio de la palabra para designar también la cultura material, la civilización y la cultura espiritual) en las cuales las funciones, incluida la estética, casi no están m utuam ente diferenciadas, sino que emergenen cada actividad como un haz compacto, que es variable a lo más en susaspec tos parciales. Así es, por ejemplo, el am bien te de la cultura folclórica,

en el cual ni siquiera una actividad con función estética dominante comoes el arte puede ser diferenciada y delimitada frente a otras actividades.

Si en las esferas extraartísticas es imposible distinguir actividades queposean función estética por principio y otras que esencialmente carezcande ella, también vale lo contrario: en el arte, donde la función estéticapredo m ina por p rincipio, no se puede negar la presencia y la participaciónde funciones extraestéticas. Este hecho ya ha sido objeto de numerosas

reflexiones (por ejemplo toda la teoría del arte de Dessoir se basa en observaciones de esta índole), de modo qu e más po r razones históricas que atítulo de prueba cito un solo pasaje de Guyau:

La em oción estética m ás viva, la menos m ezclada con tristeza, se encuentraallí donde se realiza inmed iatamente en forma de acción y así se satisface a símisma. Los espartanos sentían más toda la belleza de los cantos de Tirteo, olos alemanes los de Koerner o de Uhland, cuando estos versos los impulsa

ban al combate. Los voluntarios de la Revolución quizás nunca se sintieronmás emocionados por la Marsellesa que el día en que ella los elevó de ungolpe a las colinas de Jem appes. A sí mismo, dos enamorados que, inclinadossobre un poema de am or como los héroes de Dante, viven lo que están leyendo, experimentarán un goce más profundo también desde el punto de vistapuramente estético.6

Los ejemplos de Guyau, aunque simples (podríamos encontrar muchos

ejemp los más com plejos), ilustran bien la correlación y la interpenetraciónde las diversas funciones con la función estética en el arte.

1 J. M. Guyau, Les Problémes... 30-31

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Signo, func ión y valo r 2 3 9

Si afirmam os, pues, que la función estética es om niprese nte, no se trata depanesteticismo, ya que las otras funciones son igualmente omnipresentesy, una vez más, lo son no sólo todas como conjunto frente a la funciónestética, sino también individualmente cada una frente a las demás. Noexiste área de la actividad humana que esté reservada de manera esenciale irrevocable a tal o cual función: siempre puede despertar cualquiera delas funciones y no sólo aquella que el sujeto actuante atribuye a su acto oa su producto. En el acto o en el producto suelen estar presentes variasfunciones, no sólo potencialmente sino de hecho, y entre ellas puede haber algunas que el sujeto actuante o creador no tuvo en mente o no dese ó.

Ninguna esfera de la actividad y la creatividad humanas está limitada auna sola función. Siem pre existen varias funciones y entre ellas se producen tension es, conflictos y conciliación; y si se trata de un produc to duradero, sus funciones pueden cam biar con el tiempo . Habiendo com enzadonuestra exposición por una reflexión sobre la función estética fuera delarte, pronto he m os llegado a un resultado qu e se refiere a las funciones engeneral. Este resultado puede expresarse como la polifuncionalidad esencial de la actividad humana y la omnipresencia de las funciones.

En este punto entramos en contradicción con el funcionalismo original,cuyos principios se manifestaron con una nitidez de cristal en la arquitectura funcional y especialmente en su teoría. El funcionalismo arquitectónico parte del supuesto de que un edificio posee u na sola función, la cualestá exactamente determinada por la finalidad con la que es construido eledificio; de ahí la conocida comparación que hace Le Corbusier entre eledificio y la máquina como un producto funcionalmente unívoco. Como

etapa evolutiva de la arquitectura, el funcionalismo así concebido fue extraordinariamente fructífero, y como polémica con el anterior períodohistoricista, que se complacía en fingir para las edificaciones fines diferentes de aquellos para los que eran construidas, tuvo también justificación teórica. No obstante, pronto se mostraron sus puntos débiles: un edificio, especialmente el destinado a la vivienda, no puede limitarse a unasola función, porque es escenario de la vida humana y la vida humana esmultiforme. La función de un edificio residencial y de cada uno de susespacios es múltiple, no porqu e el edificio o los espacios estén destinado sa varios propósitos diferentes (aunque esto también es posible), sino porque, aun cuando sirven a un solo fin, deben estar construidos de tal mane-

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ra que puedan satisfacer determinadas necesidades hum anas que no estánexpresamente contenidas en la finalidad del edificio o de la habitación,pero q ue son imprescindibles p ara el usuario, porque éste es un ser hum a

no complejo y polifacético. Los arquitectos ya han empeza do a tomar conciencia de que la concepción funcional no consiste en una simple deducción lógica a partir de la destinación del edificio, sino en una reflexióncompleja en la cual se cuenta inductivamente con las múltiples necesidades concretas del usuario.

Lo dicho sobre las funciones en la arquitectura vale también para las funciones en general: las funciones no deben ser proyectadas unilateralmenteen el objeto, sino que es preciso tener en cuenta al sujeto como su fuenteviva. Mientras proyectemos las funciones en el objeto, siempre nos inclinaremos a ver sólo una función, ya que el objeto, es decir un productohumano, siempre llevará más claramente las marcas de su adaptación aaquel propósito único con el cual fue hecho. En cambio, si enfocamos lasfunciones desde el pun to de vista del sujeto, verem os que todo acto con elcual el hombre se dirige a la realidad para influir de algún modo en ella,

corresponde de manera simultánea e indivisible a varios objetivos, loscuale s a veces ni el prop io autor del acto logra distinguir. De a hí la incertidumbre acerca de la motivación de los actos. Aunque la convivenciasocial obliga al hombre a reducir la multiplicidad de las funciones, jamáslo logrará cabalmente, a menos que el ser humano sea convertido en unacriatura hasta biológicamente monofuncional, como la abeja o la hormiga. Mientras el hombre sea hombre, cada uno de sus actos incluirá diversas funciones, cuyas tensiones recíprocas producirán diferentes cruces y

desplazam ientos jerárquico s entre ellas.

¿Q ué consec uencia tiene esta concepción de las funciones para la funciónestética ? La función estética deja de ser vista com o algo fortuito y acceso rio, como sucede cuando es contemplada desde la perspectiva del objeto(a menos que este objeto sea una obra artística). Desde el punto de vistadel sujeto y de la totalidad de su relación con el mundo exterior, es claroque la función estética, como cualquier otra función, forma parte necesa

ria de la reacción global del sujeto ante el mundo circundante. Desde laperspectiva del sujeto, lo que decide sobre esta necesidad no es el hechode si la función estética se dirige o no a algún objetivo que trasciende el

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acto dado o su producto, sino su capacidad para completar de alguna manera (que intentaremos precisar más adelante) la diversidad funcional delsujeto actuante.

Tan pronto com o asociam os las funciones con el sujeto y desc ubrim os susrelaciones rec íproca s, la cuestión que nos interesa— el luga r de la funciónestética entre otras funciones—comienza a definirse no ya como un problem a circunscrito a la función estética sola, sino com o un problem a relativo a las funciones en general y a su fundamental correlación . Esta correlación no puede entenderse como una jerarquía, en el sentido de que algu

na función predomine por principio sobre otras funciones, las cuales lesean subordinadas. La subordinación y el predominio de las funcionessólo se produce en casos concretos, durante actos particulares o en productos particulares. Existen también algunas jerarquizacione s más permanentes de las funciones como característica de época, pero éstas tambiénson variables y, por end e, no pertenece n a la esencia de l asunto . El h echode que todas las funciones sean potencialmente omnipresentes y que cadaacto se acompañe de todo un cúmulo de funciones, nos lleva a la conclu

sión de que el proble m a de su correlación fundamental no es un problem ade jerarqu ía sino de una tipología que perm ita asignar a cada función unlugar, no por debajo o por encima de otras funciones, sino con respecto a ellas.

¿Cómo se puede llegar a tal tipología? ¿Por inducción o por deducción?La inducción presupondría una enumeración lo más completa posible delas funciones concretas a través de las cuales el hom bre puede contem plarla realidad y actuar so bre ella. Dado el estado actual de la investigación de

las funciones, es claro de antemano que tal empresa sería un trabajo deSísifo; y también cabe preguntar si una enumeración semejante sea deltodo posible sin una alteración brusca de la fluidez del estado real de lascosas.

Quizá podríamos entonces alcanzar nuestra meta mediante la deducción;pero, ¿a partir de qué? Hemos dicho que la fuente de las funciones es el

hom bre, el sujeto de las mism as. Deberíam os entonc es deducir la tipologíade las funciones a partir de la constitución del hom bre, y m ás p recisam ente del hom bre en general, no del individuo, pues sólo el hom bre en g eneralse sitúa en el plano transhistórico que nos interesa. Sin embargo, ¿es la

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2 4 2 I I I - El hom bre en e l mundo de las func iones, nor m as y va lores

constitución del hombre en general una noción tan definida que se puedadeducir algo de ella de manera inequívoca? En fin, sólo nos queda el camino de la Wesensschau fenomenológica, que también se basa en la de

ducción, pero a partir de la cosa en sí, no de algo exterior a la cosa; ennu estro c aso, a partir de la esencia de ia función.

N uestra p regunta inicial será la siguiente: ¿qué es la función consid eradadesde el punto de vista del sujeto? Las palabras "desde el punto de vistadel sujeto" las agregam os co m o un rasgo esencial b asándonos en nuestrasreflexiones anteriores, que nos mostraron que sólo desde este punto de

vista podemos observar la función sin deformaciones y en su integridad.Cuando definimos la función en términos del objeto, la percibimos comovinculada con determinado objetivo que debe ser alcanzado mediante elacto o el producto dados, y esto provoca la tendencia a concebir las funciones de manera mon ofuncional. Só lo si consideram os las funciones com omodos de autorrealización del sujeto frente al mundo exterior, podremosverlas sin deformaciones dentro de una concepción polifuncional y deacue rdo con el estado real de las cosas. ¿Qué es , pu es, la función desde el

pu nto d e vista del sujeto? Es un mo do de autorrealización del sujeto frenteal mundo exterior. Cautelosamente digo "autorrealización del sujeto" yno "ac ción sobre la realidad ", ya que no toda función tiende a una m odificación inmediata de la realidad (véase la función teórica).

Partiendo de esta definición, seguimos indagando (con atención también,de acuerdo con el análisis fenom enológico, a nuestra experiencia propia,"introspectiva") si los "modos de autorrealización del hombre" frente a la

realidad pueden distinguirse de alguna manera sin residuo. Tal distinciónsí es posible: el hombre puede realizarse frente a la realidad bien sea directamente, bien sea por medio de alguna otra realidad. Directamente serealiza frente a la realidad, por ejemplo, cuando la transforma con suspropias m anos para aprovechar esta transformación inmed iatamente en subeneficio (como cuando parte ramas para encender el fuego frotándolas);también puede emplear algún instrum ento sin que su autorrealización frentea la realidad se vuelva indirecta (las ramas partidas que el hombre frotapara encender el fuego son ya un instrumento). Pero si el hombre apuñalauna imagen de su enemigo esperando herir a la persona retratada, o siantes de irse de cacería dispara a una imagen pintada de su presa creyen do

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que con ello alcanza al animal antes de realmente verlo y alcanzarlo, entonces actúa frente a la realidad indirectamente, por medio de otra reali

dad. La realidad que sirve de medio (la imagen pintada) n o es en este casoun instrumento sino un signo y, para precisar, no un signo-instrumentosino un signo autónomo, equivalente a la realidad que representa. De estaautonomía hablaremos más adelante. Aquí nos basta constatar que laautorrealización del hombre frente a la realidad puede efectuarse en principio por dos vías, fuera de las cuales no hay otra; es decir que las funciones se dividen básicamente en inmediatas y sígnicas.

Dentro de estos dos grupos existe otra división necesaria, dada por la correlación sujeto-objeto: la autorrealización parte del sujeto y se dirige alobjeto. Si aplicamos esta dualidad al grupo de las funciones inmediatas,aparecerá una subdivisión en autorrealización práctica y autorrealizaciónteórica. En las funciones prácticas está en el primer plano el objeto, yaque la autorrealización del sujeto se orienta en este caso hacia la transform ación del objeto, es decir, de la realidad. En la función teóric a sobresa leel sujeto, pues el objetivo general y último de esta función es la proyec

ción de la realidad en la conc iencia del sujeto com o una imagen unificadade acuerdo con la unidad de visión del sujeto (sujeto supra individu al, universalmente humano), y también de acuerdo con la característica básicade la atención humana, a saber, la de sólo poder concentrarse en un punto.La realidad en sí, que es el objeto de la función, permanece intacta en lafunción teórica; cuanto más pura es la postura teórica, tanto más escrupuloso es el esfuerzo por excluir del proceso cognitivo la más leve posibili

dad de interferencia con la realidad estudiada (recordemos las garantíasde la pureza de los experim entos).

Exam inemos ahora las funciones sígnicas. Éstas también se subdividen demanera espontánea si les aplicamos la dualidad de orientación según sujeto y objeto. La función en la cual se destaca el objeto es la función simbó lica. La atención se centra en la efectividad de la relación entre la cosasimbolizada y el signo simbólico. O bien se actúa mediante el signo sobre

la realidad, o bien la realidad actúa mediante el signo; y tanto el signocomo la realidad por él designada son vistos como objeto. Esta efectividad de la relación entre el signo y la cosa designada es la característicabásica e indispensable del signo simbólico; cuando falta, el símbolo se

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2 4 4 I I I - El hom bre en e l mun do de las func iones, nor m as y va lores

convierte en alegoría. Consideremos un signo (por ejemplo un emblemade Estado). Mientras el signo y la cosa designada están en una relación de

efectividad (por ejemplo, si una ofensa al signo significa ofensa al Estado), el signo es un símbolo; si esta característica desaparece, el signo seconvierte en alegoría, similar a los llamados símbolos convencionales (corazón-amor, ancla-esperanza). Así, la función simbólica destaca al objeto.

La función sígnica que po ne de relieve al sujeto es la función estética.1

¿Por qué damos por supuesto que la función estética pone en el primerplan o al sujeto? ¿N o correm os q uizá el riesgo de desviarn os ha cia la teoría

de la expresiv idad em otiva de lo estético, a la cual nos hem os op uesto m ásde una vez, y con sobradas razones? Pues bien, en primer lugar, el sujetoque tenem os en m ente no es un individuo, sino el ser hum ano en general,mientras que las reacciones emotivas pertenecen casi por definición a laesfera de lo individual. En segundo lugar, la realidad abarcada por la función esté t ica es un s igno y, por ende, un asunto de comunicaciónsuprapersonal. Esta circunstancia por sí sola no tendría que ser un obstáculo para la expresividad, ya que, como lo ha demostrado la lingüística,

las emo ciones tam bién em plean signos para su expresión; sólo que en estecaso los signos son un instrumento que sirve para la expresión de la emoción, de modo que la función emotiva pertenece a la esfera de las funciones prácticas. El signo estético no es instrumental, sino que pertenece alobjeto, de manera semejante al signo simbólico. Más aún: es el único objeto evide nte, pues co nstituye un fin en sí, lo mism o si la función estéticase apoderó de él ya hecho o si ella misma lo ha creado. Por esta razón,mientras sea percibido como signo estético y en la medida en que seapercibido así, no puede ser un m edio para la expresión de la emo ción. La"subjetividad" del signo estético frente a la "objetividad" del signo simbólico radica en otra característica: el signo estético no actúa sobre ninguna realidad pa rticular, com o lo hace el signo sim bólico , sino que refleja larealidad en su totalidad (de ahí la llamada tipicidad de la obra de arte, un

7 No quiero exten derm e sobre el hecho de que la función estética convierte todo lo que toca

en signo. Remito a mi ponencia "L'art comme fait sémiologique". presentada en el VIII Congreso Internacional de Filosofía [1934], como tam bién a la ponencia que llevé al Cong reso de Lingüística en La Haya y que fue pub licada en checo en mi libro C apítulos de la poé tica checa bajoel título "La denominación poética y la función estética del lenguaje". (Ambos trabajos estánincluidos en el presente volumen. N. de la T.)

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Signo, función y valor 2 4 5

concepto que dice nada más ni nada menos que la obra de arte, que es elsigno estético m ás puro, presenta a través de un hecho particular todos losdemás hechos particulares y el conjunto de éstos — la realidad).

La realidad reflejada com o totalidad se halla unificada en el signo e stéticosegún la unidad de visión del sujeto. Con esta unificación de la realida d, lafunción estética recuerda la función teórica, pero con una diferencia: lafunción teórica busca establecer una imagen global e unificadora de larealidad, mientras que la función estética crea una actitud unificadora hacia la realidad. El objeto inmediato de la función teórica—lo mismo que

de la práctica— es la realidad exam inada y el signo sólo sirve como instrume nto de la cognición (así com o la función práctica prefiere instrum entosen lo posible m onofunc ionales, tamb ién la función teórica procura que lossignos por ella empleados sean inequívocos). Para la función estética, larealidad no es un objeto inmediato, sino mediado; el objeto inmediato (esdecir, de ningun a m anera instrumen to) es el signo estético, el cual proyec ta la postura del sujeto, realizada a través de la configuración del signo,sobre la realidad c om o una ley general de la mism a, sin perder por ello la

autonomía. Su autonomía la manifiesta el signo estético mediante la referencia a la realidad co m o un todo , no a un sector particular de la realidad .Por consiguiente, su validez no puede ser limitada por otro signo; únicamente puede ser aceptado o rechazado com o un todo . Por el contrario, elsigno que sirve a la función teórica (el conc epto) siempre de signa sólo undeterm inado sector o un aspecto parcial de la realidad y coexiste con o trossignos (conceptos), que limitan su validez. Recapitulemos: el signo estético, al igual que el simbólico, es un signo-objeto; pero, a diferencia del

signo simbólico, no actúa sobre la realidad, sino que se proyecta sobre ella.

Ésta es, a nuestro parecer, la tipología de las funciones. Dos grupos, asaber, las funciones inm ediatas y las sígnicas, que a su vez se sub dividen:las funciones inm ediatas , en funciones prácticas y la función teórica, y lassígnicas, en la función simb ólica y la estética. Pue de llam ar la atención elhecho de que hablemos en plural de las "funciones prácticas" y en singu

lar de la función teórica, la simbólica y la estética. Esto corresponde alestado real de las cosas. Existen num erosos m atices de la función práctica;algunos tienen un nombre convencional, para otros sería necesario crearun nombre a d hoc y otros, aunque discernibles, posiblemente eludan cual-

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qu ier denom inación. Las demás funciones no poseen matices tan caracterizados; difícilmente podríamos distinguir diferentes funciones teóricas oestéticas.

Es claro por qué ia función práctica presenta una diversificación internatan rica: de todas las funciones es la más cercan a a la realidad. A diferencia de las funciones sígnica s, se dirige a la realidad directam ente y, a diferencia d e la función teórica pretende actuar sobre ella para cam biarla. Porello la función práctica refleja toda la diversidad de la realidad, y sus m atices corresponden a las clases y géneros de las realidades con las cuales

entra en contacto. Su diversificación se debe además al hecho de que satisface las necesida des ex istenciales b ásicas del hom bre; por tanto es hastacierto punto la función por excelencia, la función no marcada. Las demásfunciones se agrupan a su alrededor, aunque sin subordinarse siempre aella, sino estableciendo con ella relaciones estrechas, de modo que algunos m atices de la función p ráctica aparecen c om o resultado de su com binación con otra función. Por ejemplo, la función mágica es claramenteuna mezcla de la función práctica con la simbólica. También se podría

consid erar en qué med ida y de qué manera la función práctica jun to con lasimb ólica participan en la com posición de la función erótica (recordemo sel simbolismo erótico).

Ag reguem os otra observación acerca de la tipología de las funciones. Latipología que hem os intentado establecer ha sido construida de una m anera puram ente fenomen ológica y no tiene nada que ver con las cuestionesde géne sis. Sin em bargo, no está en contradicción, sino en co ncordancia,con la realidad de que el estado original es la indiferenciación de las funcion es y que la diferenciación de éstas no se prod uce hasta estadio s evolu tivos muy avanzados. Nuestra percepción actual de las funciones comoclaram ente d iferenciadas es a todas luces un hecho históricam ente p aralelo con el desarrollo de la tecnología industrial, ya que es la máquina, ymá s exactamente la m áquina com plicada, la que presenta el primer m odelo de monofuncionalidad más depurada. Por eso también nuestro ensayo

de tipología es concebible sólo desde el punto de vista del hombre actual.Para el homb re primitivo sería simplemen te impensab le separar, por ejemplo, la función práctica de la simbólica: cualquier acto o creación de carácter práctico tienen para él igualmente un alcance simbólico.

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Signo, función y valor 2 4 7

La única conclusión que se sigue de nuestro ensay o tipológico con respecto a la génesis de las funciones es que ningun a de las funciones pued e serreducida a otra. No es posible suponer, como se hace a veces, que la función teórica se haya desprendido de la práctica, ya que se halla unida porvínculos igualm ente fuertes con la función simbó lica (el carácter sim bólico de todo saber primitivo, la cosmogonía mitológica como la cienciaprimitiva); pero tampoco puede ser inferida de ésta última. Igual sucedeen todos los otros casos.

Otra anotación: Al tratar de las funciones "sígnicas" nombramos la fun

ción simbólica y la estética, excluyendo de este ámbito los signos utilizados como instrumentos para los fines de la función práctica y la teórica.La razón para esta aparente escisión del dominio de los signos fue el hecho de que los signos simbólicos y estéticos poseen el carácter de objeto,mien tras que los signos em pleado s en la función práctica y la teórica operan como instrumentos. No obstante, la separación mencionada es sóloaparente: las características que unen a todos los signos sin distinción defunción son demasiado fundamentales para permitir una separación real.

A dem ás, debemo s supon er que en las etapas históricas caracterizadas porla indiferenciación o por una diferenciación débil de las funciones, también los signos eran claramente polifuncionales, de modo que, por ejemplo, un signo práctico era también un símbolo. Ciertas huellas de aquelestado se conservan todavía en el lenguaje infantil (la palabra como objeto: la nube se llama nube porque es gris, el paraguas se llama así porquealguien nos puede picar con él; [Piaget]); y ni siquiera en el lenguaje delos adultos se ha interrumpido la conexión entre los signos instrumento y

los signos objeto. Como ejemplo podemos mencionar la íntima relaciónentre el lenguaje poético , que es un lenguaje con una orientación estética,con el lenguaje no poético; o el simbolismo espontáneo (no conven cional)que pue de ad quirir un signo lingü ístico si se aproxima a una idea fija, o sisu manejo se escapa al poder del individuo que ha empleado la palabra.

La conexión entre los signos objeto y los signos instrumento reviste ade

más gran importancia para la vitalidad del signo, particularmente del signo lingüístico. Si el signo instrumento fuese abandonado a sí mismo, seaproximaría, bien sea a la univocidad absoluta, bien sea a la indiferenciasemántica o falta de significado, y, en ambos casos, a la automatización.

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El signo se convertiría en una designación estrictamente unívoca peroanquilosada, privada de flexibilidad semántica (como los símbolos matem ático s o lógicos, etc.), o degene raría en un m ero flatu s vocis... Sólo laconstante presencia de la función simbólica y estética mantiene, de unapa rte, la co nc ien cia de la fuerza de la función referen cial (funciónreferencial como energía operativa en el caso del símbolo) y, de otra parte , la conciencia contraria de la desvinculación del signo de una realidadparticular (véase la autonomía y el autotelismo del signo estético). Dichode otra m anera: para que la palabra pued a existir como instrumento, debeexistir—aun en el estado actual de diferenciación de las funciones—la

palabra como símbolo y la palabra como signo estético. Por lo que serefiere a la génesis del lenguaje, aquí también todas las funciones sonigualmen te im portantes y prim itivas. Dicho sea de paso, creo que n uestratipolo gía de las funciones m uestra lo erróneo de aquellas teorías que infieren la génesis del lenguaje de una sola función, por ejemplo la práctica(necesidad de com unicación) o, al contrario, la simbólica.

Aquí tal vez venga al caso un breve comentario de mi polémica con mi

colega el profesor Kofínek sobre el autotelismo del lenguaje teórico. 8

D esp ués de lo que he dicho en esta conferencia, creo qu e mi pun to de vistaes claro: en la función teórica el signo es un instrumento, en la funciónestética es parte del objeto. En otras palabras: en la función teórica laatenció n se centra en la realidad q ue es exterior al signo (por esta razón elsigno es sometido a control con respecto a su concordancia con la realidad), mientras que en la función estética la atención se dirige hacia elsigno mismo, que refleja la realidad como una totalidad. En este caso elcontrol del signo por la realidad no tiene sentido, porque tanto el signocom o la realidad son objeto y se contraponen m utuam ente com o dos totalidade s indep end ientes. En la función teórica el signo adq uiere la apariencia de "autotelismo" sólo al ser confrontado con un signo que sirve a lafunción práctica y pretend e act u ar sob re la realidad. Pero este au totelism oes mu y relativo e incluso apa rente: el hec ho d e que el signo en la funciónteórica no intervenga en la realidad, no lo despoja de su carácter instru

m enta l. No obs tante, la razón qu e llevó al profesor K ofínek a confundir el

8 Cfr. J. M. Kofínek, "O jazy kov ém stylu [Sobre el estilo en el lengua je]," Slovo a slov esnos t8(1941): 28-37. N. dé la T.

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"autotelismo" estético con el teórico tiene apoyo en el estado real de lascosas: me refiero a la similitud de la situación de la función teórica entrelas funciones inmediatas y de la función estética entre las funciones sígnicas.Am bas pon en de relieve al sujeto, a diferencia de la función práctica y lasimbó lica, que destacan el objeto. Pero existe una diferencia que ya señalamos antes: la función teórica busca una imagen unificadora de la realidad con la ayuda de signos y sus significados, que cumplen el papel deinstrumento, mientras que la función estética proyecta como principiounificador sobre la realidad la actitud adoptada por el sujeto frente a lamisma. Esta actitud puede ser proyectada sobre la realidad únicamente si

durante su aproximación a ella pasa por la objetivación que recibe en elsigno estético. Con esto espero haber aclarado mi posición respecto alproblema del autotelismo aparente del lenguaje teórico. Por lo que se refiere a la identificación de la función estética con la función emotiva, yacontesté en uno de los párrafos anteriores.

Examinemos ahora las relaciones mutuas de las diferentes funciones, quese deducen de la tipología propuesta. Hem os señalado repetidamente que

una tipología fundamental que sea válida de ma nera atempo ral, no puedeincluir las relaciones de subo rdinación y predominio de sus distintos m iembros. Esto se desp rende , por lo dem ás, de las propias base s del estructuralismo, que considera la jerarquía como un proceso dinámico, como unreagrupamiento continuo. Sin embargo, no sobra preguntar si la tipologíaincluye algunas correlaciones, es decir relaciones recíprocas, de las funciones. Tales correlaciones no son en sí jerárquicas, pero en el curso de laevolución pueden llegar a constituir las vías por las cuales se realizan losdesplazamientos jerárquicos. Dichas correlaciones están dadas en partepor el esquem a general de nuestra tipología: hemos mostrados qué propiedades unen a los miembros de los pares de funciones inmediatas (prácticay teórica) y de funciones sígnicas (simbólica y estética). Así mismo demostram os que a través de las fronteras entre estos dos grupo s se conjuntan,merced a algunas características comunes, determinadas funciones querevisten cierta similitud: la función práctica con la simbólica y la teórica

con la estética.

Falta aún preguntar si existe algún fundamento para las otras dos conjuncione s posib les: de la función práctica con la estética y de la teórica con la

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25 0 III - El homb re en el mundo de las funciones, norm as y valores

simbó lica. En efecto, encon tramos m ucho s nexos de hecho entre los miembros d e estos dos pares. Con frecuencia la función práctica se agrega a laestética e incluso se confunde con ella (por ejemplo, en la arquitectura oen el teatro), e igual sucede con la función teórica y la simbólica (recuérdese la larga simbiosis del simbolismo con el conocimiento, por últimavez en la filosofía m ística del barroco). Por el contrario, desde el punto devista fenomenológico, los miembros de estos pares no pueden estar másseparad os: la función práctica con duce a una acción directa sob re la realidad, la estética al autotelismo del acto o de la cosa de los que se apodera;la función teórica priva a sus signos de toda iniciativa, con virtiéndolo s en

unos términos lo más fijos posible del tipo de los símbolos matemáticos,mientras que el signo simbólico se caracteriza por la iniciativa, siendo nosólo objeto sino objeto actuante. ¿De dónde provienen luego las conexiones de hech o existentes entre estos pares de funciones? L as funciones mu tuamente correspondientes—la práctica con la estética y la simbólica conla teórica— se hallan vinc uladas en tre sí precisa m ente g racias a su carácteropuesto. Puede verse una prueba de esto en la relación entre la funciónestética y la práctica. Estas do s funciones son tan op uestas, que si quisié

ram os co ntrapon er la función estética a todo aquello que es exterior a ella,todas las demás funciones, incluida la teórica, parecerían ser "prácticas".¿Cuál es la consecuen cia de esta "enemistad"? Simp lemente ésta: dondequiera que la función práctica cede un paso, enseguida se instala en sulugar, y como su negación, la función estética; y muy a menudo estasfunciones entran en pugna disputándose una m isma cosa o un mism o acto.En suma, todas las funciones básicas se hallan unidas por relaciones recíprocas y el esquema básico de su tipología está íntegramente atravesado

por estas relaciones.

En este nivel de generalización no pod em os decir nada má s. Sería necesario investigar la evo lución c on creta de la estructura de las funciones, paraaveriguar cómo se encuentran estas diferentes posibilidades de asociaciónde las funciones durante la evolución y, eventualmente, cómo entran enpu gn a durante la con stante gén esis y desintegración de la estructura de las

funciones. Sin embargo, este problema se sale del marco de nuestro estudio, cuy o objetivo ha sido el de presentar un esbo zo de una tipología de lasfunciones.

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E L H O M B R E E N E L M U N D O D E L A S F U N C I O N E S

Cuando hace algunos decenios se instaló en la arquitectura la corrientellamada funcionalismo (elegimos esta designación que expresa su esenciamás propia, dejando de lado otras que destacaban m ás bien sus características secundarias y transitorias, como 'constructivismo' o 'purismo'), cambió de golpe el aspecto externo de las edificaciones (tejados pla nos , ventanas corridas, supresión de elementos deco rativos), como tam bién la organización interna del espacio construido. Pero estos rasgos externos no sonmás que una expresión de un cam bio fundamental en el pensam iento arquitectónico, un cam bio más durable que una co m en te arquitectónica transitoria y de mayor alcance que el pensamiento solamente arquitectónico.En el mo me nto en que la arquitectura emp ezó a pensar en el sentido de lafuncionalidad, se convirtió en pionera de una nueva relación, acorde con

la actualidad, del homb re con la creación hu m ana y con el m undo en general. En la reflexión sobre el funcionalismo podemos, pues, dejar de ladotodas las inquietudes temporales de la nueva arquitectura, ya sean de carácter teórico (por ejemplo, ¿es la arquitectura arte o no?) o práctico (utilidad o inutilidad de las ventanas corridas, etc.).

Más urgente es preguntarnos en qué consiste entonces el núcleo propio yesencial del pensamiento funcionalista. Señalemos en primer lugar que el

funcionalismo es un modo de pensar típico de la época de las máquinas.No está muy lejano el tiempo en que el hombre producía de manera funcional pero su pensamiento no era funcionalista, porque no le era menester. En cada acto el hombre reaccionaba con toda su naturaleza, con todaslas características y necesidades de ésta; y así mismo reaccionaba antetodos los aspectos y características de la realidad con la que entraba enrelación y lucha. Pero llegó la industrialización y, con ella, la máq uina. L am áqu ina m aneja la realidad con una precisión y eficacia que el trabajador

Extracto del prefacio de Mukafovsky al libro de Karel Honzík Tvorba ¿ivotního slohu[Creación del estilo de vida] (Praha: V. Petr, 1946). N de la T.

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m anual no puede alcanzar. Pero está encerrad a en su eficacia c om o en unacoraza: sabe trabajar para un solo objetivo y producir sólo aquellas cosaspara cuy a producción fue diseñada. Así la máq uina establece el modelo deun ser mo nofuncional, que es capaz de servir a un solo fin bien delim itadoy que está adaptado para este servicio por medio de toda su constitución,siendo inútil en cualquier otro caso. Y el hom bre, aunque creador y dueñode la máquina, se adapta a este modelo, en parte espontáneamente mediante la imitación, en parte bajo la presión directa de la máquina, cuyofuncionamiento regula reatroactivamente la actividad humana y obliga alhombre a limitarse también a una sola actividad; o, más bien, a una sola

fracción de un acto, que en virtud de dicha limitación ejecuta a la perfección y casi (o por completo) mecánicamente. Bajo la influencia directa oindirecta de la m áquina , el hom bre se especializa func ionalmente y aprende a distinguir las diferentes funciones en teoría. Esclarec e el concepto defunción: cuanto m ás perfectam ente se adapta una cosa con miras a un fin,tanto más exactamente se puede alcanzar el fin. Las cosas y las personascomienzan a ser vistas como portadoras de funciones, y sus diferencias ycoincidencias mutuas, como diferencias y coincidencias funcionales. El

concepto de función penetra también en las ciencias de la cultura; porejemplo, nace la lingüística funcional, que concibe el lenguaje como instrumento de expresión, y sus distintas formaciones (por ejemplo, el lenguaje coloquial o el lenguaje estándar), como resultados de la adaptacióndel lenguaje a los aspectos parciales de la expresión. La concepción funcional penetra también en el arte. Cada una de las artes comienza a reflexionar acerca de su función específica, a fin de poder adaptarle suscreaciones con la mayor fidelidad posible: surge la búsqueda de la poesía

"pura", de la pintura "pura", del cine "puro", etc.

El funcionalismo, explícito o implícito pero de todos modos eficaz, seapoderó en los decenios anteriores a la Segunda Guerra Mundial de todala esfera de la creación y el pensam iento hum ano s. Sería difícil decir si ensu forma original fue beneficioso o perjudicial para la hum anida d. Si pensamos en las grandes conquistas teóricas y prácticas a las que el pensa

miento funcional dio lugar, estaríamos dispuestos a ver el funcionalismoco m o una gran etapa en la historia de la hum anida d. Pero si record am os alhombre privado de la plenitud de su naturaleza y convertido en un entesimilar a una ruedecilla de una má quina q ue pierde sen tido si es sacada del

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engranaje, no s llenam os de tristeza. Ni la organizac ión má s perfecta de lascondiciones materiales de la vida, ni el nivel más alto de vida puedencom pensa rle al hom bre la pérdida de esa antigua posibilidad de d esarrollopleno de sus capa cidade s, que en el Re nacim iento floreció en las personalidades ejemplares de pintores que eran a la vez escultores, arquitectos ypoetas, y además también anatomistas, físicos, ingenieros y diplomáticos.Pero no pensamos sólo en estas figuras cimeras, sino en el hombre engeneral con posibilidad de desarrollo ilimitado de todas sus habilidades yaptitudes, el hom bre cuy a apoteosis fue crea da hace m ás de dos siglos porDaniel Defoe en su Robinson Crusoe, el hombre que tiene el tiempo y laposibilidad de dar la vuelta a la realidad por todos lados. El equilibrio dela relación funcional entre el hombre y el mundo ha sido alterado; pero,¿debemos por eso rechazar el funcionalismo? Sería tan ridículo como quererdeshac er la industrialización, q ue le dio origen. El funcionalismo no puede ser ni rechazado ni olvidado; tan sólo puede ser repensado hasta lasúltimas consecuencias. Pero antes de entrar a discutir esta necesidad conmás detalle, volvamos una vez más a la arquitectura.

Ei funcionalismo arquitectónico como corriente program ática nació, com oya indicam os, en los mism os com ienzos del pensamiento funcionalista yfue su pionero y heraldo. Sabe mo s que la segunda mitad del siglo XIX, quecreó el edificio de ap artam entos ecléctico en estilo e imp ráctico en su disposición interna, puso el acento principal en la fachada, a la cual sacrificóa menudo el interior (aunque éste también era deformado por cuestionesde rentabilidad). El art nouveau no cambió este estado de cosas. Sólo elarquitecto funcionalista llega a pregun tar, ante la tarea de construir, ¿para

qué?, y a confrontar la dispo sición interior del edificio con la finalidad. Larespuesta a dicha pregunta parece inicialmente m uy sencilla. El problemaes considerado y resuelto de manera similar al caso de la máquina (escono cida la sentencia de Le Co rbusier: la casa es una m áquin a de habitar),esto es, en principio monofuncionalmente. El acto de habitar se concibecomo un conjunto de objetivos bien determinados y unívocos, dados porlas diferentes clases de actos vitales. La tarea consiste en descubrir estosobjetivos y adaptar a ellos (o mejor: producir en el sentido de ellos) las

diferentes partes de la vivienda y del edificio.

Sin embargo, la práctica pronto muestra que las funciones no son, ni mucho m enos, tan unívocas co m o parecía al com ienzo; que, por el contrario,

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se combinan mutuamente en unas síntesis complejas. Se muestra ademásque el hombre, un ser complejo, no se reduce a los actos corrientes de suvida diaria; y que la misma realidad material modelada por el arquitecto(no sólo los materiales, de con strucción, sino también la luz, el aire, etc.)tiene sus propias leyes complejas que no pueden ser pasadas por alto. Sellega a descubrir que aun la habitación más funcional, en cuanto a lasnecesidades materiales, puede ser inhabitable si no satisface al ser humano psíquicamente (por ejemplo, si no es acogedora), y que un m ismo objetivo, incluso material, puede variar sensiblemente en diferentes casosbajo la influencia de diferentes objetivos concomitantes o de ciertas cir

cunstancias locales u otras, incluso de tal manera que aquello que resultófuncional en un caso puede no serlo en otro. También se comprueba queciertas exigencias globales, como la relativa a la iluminación, deben someterse en cada caso singular a un análisis cuidadoso desde el punto devista físico y fisiológico, para que la funcionalidad de la habitación noresulte afectada por su aplicación automática. No es necesario seguir aduciendo ejemplos. Más que las singularidades nos interesa la constatacióngeneral de que, al igual que en la gran escala de todas las esferas de la

praxis, el funcionalismo se encontró, después del fuerte impulso inicial,en ciertas dificultades también en la escala menor de la sola rama de laarquitectura.

Éste es, a grandes ras gos, el estado actual. Nu evam ente se insinúa la duda:¿ha sido un error el funcionalismo? ¿Ha sido un cam ino equivocad o? ¿D ebemos volver al punto de partida? La pregunta no tiene sentido, porque elretorno es imposible—sería necesario deshacer la industrialización y lacultura de la máquina, fenómenos que alteraron el antiguo equilibrio delas funciones, produjeron su diferenciación y llamaron la atención sobreellas. El único cam ino posible es, ya lo dijimos, rep ensar el funcionalismohasta sus últimas consecuencias. De otra parte, el escollo no está en suesencia, sino en la manera como se conciben (o se han concebido hastahace poco) las funciones. Citam os antes una definición de la función: ad aptación de una cosa al objetivo al que debe servir. En principio no hay nada

que objetar a esta definición, pero si limitamos nuestro criterio a la relación entre la cosa y el objetivo, nos impedimos ver la fuente y el centropro pio de las funciones, aquella instancia que reviste los objetivos d e significado y es la base del equilibrio funcional: el ho m bre. A veces el hom -

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bre es portador de las funciones, cuando sirve con su actividad, igual queun instrume nto, a la consecución de un objetivo, y otras veces es iniciadorde las funciones, cuando usa las cosas u otras personas para el logro de

ciertas metas; pero siempre es el sujeto de la acción, que determina losobjetivos y, por ende, las funciones, o al menos influye en ellos.

Pero aún no hemos llegado a la raíz del asunto. Al decir que el hombredetermina las funciones, podríamos dar la impresión de que las funcionesdependen sólo de la voluntad consciente y, por tanto, también de la arbitrariedad del hom bre. La verdad es otra: las funciones n o se hallan agrega

das al hombre superficialmente, sino que están ancladas en su misma naturaleza. La naturaleza h um ana es el factor de term inante, y no los actos devoluntad casua les. Para asegurar su equilibrio psíquic o y físico, el hom breneces ita poder actuar ("funcionar") de m ucha s mane ras diferentes frente ala realidad natural y social. Desde luego, en cualquier estado de la sociedad existen también ciertas necesidades contradictorias que limitan la libertad funcional del hom bre. Pero así m ism o existe un estado ad ecua do, asaber, el equilibrio en tre la nece sida d y la libe rtad, qu e le perm ite al hom

bre cumplir cierta tarea en el conjunto social de manera útil, sin sentirsetraumatizado física y psíquicamente por la limitación de su libertad funcional. En otros tiempos este equilibrio se mantenía instintivamente y elhombre, desconociendo incluso el concepto de función, dominaba confacilidad la acumulación, los cruces y las tensiones encontradas de lasdiferentes funciones. La civilización de la máquina alteró el equilibriofuncional, pero no de modo irrevocable e irreparable. Numerosos pasajesdel libro que estamos prologando muestran que, si la técnica desarrolla

todas sus posibilidades y las aplica en concordancia con la naturaleza humana, puede devolverle al ser humano la medida necesaria de libertadfuncional.

Para esta corrección se requiere, ante todo, un cambio fundamental depostura. Sólo cuando empecemos a considerar las funciones desde el punto de vista del ser hum ano y de su naturaleza, las funciones podrán liberar

se de su aislamiento mutuo y presentarse como fuerzas correlativas y mutuamente graduadas. La tendencia a la monofuncionalidad en el arte (elarte "puro") se mostrará luego como una mera etapa evolutiva y no unideal perm ane nte. En la praxis, en los casos en que el portador de las fun-

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ciones es el hombre (por su ocupación, etc.), la monofuncionalidad severá como un fenómeno francamente nocivo, que deforma al ser humanofísica y psíquicam ente. Se pondrá en primer p lano la necesidad de contar

con la naturaleza polifacética del hombre y con la infinita variedad de larealidad material frente a la cual el hom bre actúa. La ciencia es con scientedes de hace tiemp o de este vínculo de las funciones con el ser hum ano y desus mu tuas relaciones estructurales.1

En la arquitectura, la situación es similar a la de otras esferas; la se nsaciónde qu e es necesario repensar el funcionalismo en el sentido de la plurali

dad y la variedad de las funciones con relación al hom bre, es tal vez hastamás aprem iante y más generalizada. El segundo nú mero de la revista K vart(año 4, 1946) trae una entrevista de J. Galotti con Le Corbusier, bajo eltítulo "La cara de la Europa del mañana". Allí se lee:

Siempre me han gustado las cosas bellas de épocas pasadas. Ellas rae enseñaron la arquitectura. Y ellas me revelaron la falsedad de las enseñanzasacadémicas y de las fórmulas de Vignola. En m i temprana juventud recorrí

Italia, los Balcanes, Estambul, el Oriente . . . Mire usted, todavía tengo loscuadernos en los cuales dibujé las moradas de los monjes . . . Todas estascosas antiguas están hechas sobre una "escala hum ana". En M arruecos lasciudades típicas son tan apretadas que la gente tiene todo al alcance de lamano; vive allí como en una sola casa y en una sola familia.

Hasta aquí Le Corbusier. En nuestro país son varios los arquitectos quesienten la necesidad de repensar el funcionalismo, y la expresión más importante de este empeño es el libro del arquitecto K. Honzík. No sé siH onz ík suscribiría el pasaje citado de Le Corb usier en su totalidad, pe ro laafinidad entre los dos es inne gab le, y no sería difícil en con trar en el librovarios lugares donde también la naturaleza humana se declara medida detodas las cosas en la arquitectura. Por ejemplo:

1 Cabe señalar aquí los trabajos de Petr Bogatyrev "Pfíspévek k strukturální etnografii [Unacontribución a la etnografía estructural"], Miscellanea [Bratislava] 1931; "Kroj jako znak: F unkcnía strukturální pojetí v národopise [El traje regional como signo: La concepción funcional y estructural en la folclorística"], Slovo a slovesnost 2 (1936 ):43-47 ; "Funkcije kroja na M oravsko mSlovensku [La función del traje regional en Eslovaquia Morava"], 1937.

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Signo, func ión y va lor 25 7

Llegó entonces la hora de pronunciar la consigna "El hombre - medida detodas las cosas", de todas sus instalaciones, máquinas, medios de transporte, apartamentos, casas, calles y ciudades. Llegó la hora de introducir en elpensamiento arquitectónico esta antropometría natural. Ni casas para dioses ni casas para enanos, sino para personas que m iden de 170 a 180 cm ycuyos hombros tienen de 60 a 70 cm de ancho. Pero esta "humanización"de nuestras construcciones y de nuestro medio ambiente debemos entenderla no sólo física, sino también psíquicam ente, y no sólo en singular sinotambién en plural. Sobre la materia con la cual construimos nuestro mediose proyectarán no sólo las dimensiones de nuestro cuerpo, sino también elmovim iento de la vida, las relaciones del ser hum ano con otros seres huma

nos y sus relaciones con el espacio. (Cap. "La sociedad y el estilo")

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