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    Del Partido Peronista al Partido Justicialista. Las transformaciones

    de un partido carismtico

    Ana M. Mustapic

    (CONICET/UTDT)

    Para los argentinos, tanto para quienes festejan sus xitos como para quienes lo miran con recelo,

    el peronismo es un fenmeno natural. Sin embargo, apenas la mirada trasciende los lmites nacio-

    nales y adopta una perspectiva comparada, no puede ser visto sino como un hecho excepcional.

    Se trata de uno de esos contados casos en los que un partido de origen tpicamente carismtico

    logra sobrevivir al carisma de su fundador.

    La literatura que se ocupa de los partidos polticos tambin considera este fenmeno co-

    mo caso anormal y acontecimiento rarsimo. Caso anormal por la excepcionalidad del carisma,

    tanto respecto del principio de legitimidad en el que descansa como por su escasa frecuencia his-

    trica. Acontecimiento rarsimo por que son pocos los partidos carismticos que han logrado en-

    frentar exitosamente el desafo de consolidar una organizacin una vez desaparecido el lder. En

    efecto, un rasgo central del partido carismtico es el control y predominio de la voluntad del lder

    sobre todas las actividades del partido; lder y partido conforman una misma identidad. La clave

    de la supervivencia de un partido de estas caractersticas se encuentra, as, en la capacidad de au-

    tonomizar la organizacin del lder o, lo que es lo mismo, dotar a la organizacin de un orden su-

    cesorio propio.

    El propsito de este trabajo es, justamente, ofrecer una reconstruccin, por cierto estiliza-

    da, del proceso de creacin de un orden sucesorio en el peronismo. Dado que la definicin de ese

    orden tiene como espacio ineludible el mbito organizativo del partido, nuestro trabajo se focali-

    zar en los cambios operados en su interior. Al embarcarnos en esta tarea, encontramos en el en-

    foque de Angelo Panebianco un marco analtico sugerente que mejora nuestra capacidad de estu-

    diar el desarrollo y evolucin de los partidos polticos1. Veamos, sucintamente, sus principales

    puntos.

    A. Panebianco coloca en el centro de su anlisis los aspectos organizativos de los partidos

    polticos. En este sentido y, como l mismo reconoce, rescata del olvido a clsicos como Weber,

    Michels y Duverger, cuyos obras quedaron relegadas por el mpetu que cobr la teora de los sis-

    temas a partir de los aos 60. Los clsicos, sostiene A. Panebianco, entendieron a los partidos po-

    lticos ante todo como organizaciones. Este es su punto de partida, enriquecido, adems, con la

    1 Angelo Panebianco, Modelos de Partidos. Organizacin y poder en los partidos polticos, Madrid,

    Alianza, 1990.

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    incorporacin de los aportes y desarrollos de las modernas teoras de la organizacin. As, su es-

    quema privilegia dos aspectos. Por un lado, las relaciones de poder en el seno de la organizacin.

    Esta variable procura captar la dinmica de la lucha interna por el poder ofreciendo, en conse-

    cuencia, una clave para entender tanto el funcionamiento de los partidos como los cambios que

    experimentan. Por otro, reintroduce en el anlisis politolgico la dimensin histrica para explo-

    rar, a travs de ella, la evolucin organizativa de los partidos, pautada por la interaccin entre las

    caractersticas internas de los partidos y la relacin que establecen con el contexto en el que ope-

    ran.

    Su propuesta analtica implica, entonces, una secuencia que se inicia con la gnesis del

    partido, continua con su proceso de institucionalizacin para llegar finalmente a su consolidacin.

    En este proceso el nfasis est puesto en la interaccin entre el modelo originario de organizacin

    del partido, su lugar en el sistema poltico y las caractersticas e incidencias que los factores con-

    textuales ejercen sobre el mismo. En torno de estos ejes se organiza nuestra exposicin. En con-

    secuencia, en la primera seccin nos detendremos en los orgenes del Partido Justicialista (PJ) y

    su caracterizacin como partido carismtico; en la segunda analizaremos el exilio de Pern y las

    posibilidades y lmites que su alejamiento plantea a la institucionalizacin del PJ; la tercera ex-

    plora el proceso de institucionalizacin del PJ una vez desaparecido el lder y, en la cuarta se de-

    tiene en la actual estructura organizativa del partido. En la ltima seccin volcamos nuestras con-

    clusiones, interrogndonos acerca del grado de consolidacin alcanzado por el partido

    I. La construccin del partido carismtico

    Al colocarnos en los orgenes del Partido Justicialista, consideramos relevante destacar tres as-

    pectos que, a nuestro juicio, marcaron profundamente su proceso de organizacin. En primer lu-

    gar, la estrecha relacin entre el partido y el liderzago carismtico de Pern; en segundo lugar, las

    tensiones que, desde un comienzo, atravesaron a la coalicin peronista y, por ltimo, su condicin

    de partido de creacin interna, es decir, desde el gobierno.

    No est en discusin que los orgenes del Partido Justicialista estn indisolublemente li-

    gados al surgimiento del liderazgo carismtico de Pern y la particular modalidad con la que

    irrumpi en la vida pblica argentina. La mencin a la jornada del 17 de octubre de 1945 es aqu

    ineludible. Ese da, una imponente movilizacin popular organizada por los sindicatos march

    sobre la Plaza de Mayo y forz a las autoridades militares a liberar al coronel Pern, confinado en

    la Isla Martn Garca. Abortado, as, el intento del rgimen militar de deshacerse del que haba

    sido el hombre fuerte de la revolucin del 4 de junio, la carrera poltica de Pern cobr a partir de

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    ese evento un nuevo impulso, proyectndose ahora como candidato presidencial de un vasto mo-

    vimiento popular encabezado por los obreros.

    La presencia del carisma, el vigor de su mensaje y la capacidad de suscitar fuertes adhe-

    siones, recibi inmediata ratificacin en las elecciones generales de 1946. Sus resultados no slo

    importaron un claro triunfo del nuevo movimiento que asomaba en el escenario nacional sino

    tambin la derrota de la hasta entonces principal fuerza de arraigo popular del pas, la Unin C-

    vica Radical (UCR). Las futuras elecciones no haran ms que confirmar que ese lugar perteneca

    ahora al Partido Peronista corporizado en su lder, el general Pern. Sin embargo, a pesar de estos

    xitos, rpidamente se advirti que el liderazgo carismtico no se sostiene tan slo a fuerza de

    adhesiones o ratificaciones plebiscitarias, por ms incondicionales que stas fueren; tambin, de-

    be ser capaz de suscitar obediencia. Vista desde este ngulo, la consolidacin de la dominacin

    carismtica era, claramente, una tarea pendiente. Prueba de ello se encuentra en los otros dos ras-

    gos que hemos mencionado y de los que a continuacin nos ocupamos.

    Detengmonos, en primer lugar, en las tensiones originadas en el interior de las fuerzas

    que confluyeron en la adhesin a Pern. Dispuesta la convocatoria a elecciones, Pern recibi el

    apoyo de dos grupos: los sindicalistas, representantes del mundo obrero, y los polticos profesio-

    nales y amateurs, de filiaciones ideolgicas muy diversas.

    Pocos das despus de la jornada del 17 de octubre dirigentes sindicales de los ms varia-

    dos orgenes ideolgicos decidieron entrar abiertamente a la poltica con la creacin del Partido

    Laborista. El formato organizativo del nuevo partido dej entrever que podra plantear desafos al

    liderazgo de Pern. Por un lado, la flamante organizacin se inspir en el modelo laborista brit-

    nico, poniendo de manifiesto el propsito de convertirse, autnomamente, en correa de transmi-

    sin de los sindicatos en la arena poltica. Por otro, la popularidad de Pern no tuvo otra expre-

    sin que su nominacin como candidato presidencial. Como lo seala Juan C. Torre, cuando Ci-

    priano Reyes, vice-presidente del partido, sugiri designar a Pern "el primer afiliado", renda

    con ello justicia a su indiscutible prestigio. Al mismo tiempo, se hacia evidente la intencin de

    proteger la autonoma e integridad de la nueva organizacin ya que no es lo mismo otorgar ttulos

    de primer afiliado que otorgar ttulos de jefe de partido2. No sorprende, entonces, que Pern reci-

    biera con escaso entusiasmo la creacin del Partido Laborista, pero difcilmente poda prescindir

    en esos momentos de su contribucin. Sucede que el Partido Laborista colocaba al servicio de la

    campaa proselitista un recurso crucial: la red de organizaciones sindicales distribuidas a lo largo

    del territorio nacional.

    2Juan Carlos Torre, La vieja guardia sindical y Pern. Sobre los orgenes del peronismo, Buenos Aires,

    Sudamericana, 1990, pg. 155.

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    En cuanto al apoyo del mundo poltico, ste provino, por un lado, de los sectores disidentes de la

    Unin Cvica Radical, en particular los agrupados en la Junta Renovadora, y, por otro, de agrupa-

    ciones de origen conservador e independiente que tenan como mbito de actuacin, fundamen-

    talmente, el nivel local. Estas fuerzas no slo aportaban al naciente movimiento peronista la expe-

    riencia poltica de comit para hacer frente a los procesos electorales; su participacin atenuaba el

    sesgo obrerista del laborismo y aflojaba los lazos de dependencia que ataban a Pern a los diri-

    gentes sindicales.

    Desde sus inicios, la convivencia entre estas dos fuerzas fue sumamente compleja, trans-

    formndose de inmediato en una fuente de permanentes conflictos. La manifestacin de las ten-

    siones, producto ya sea de diferencias ideolgicas, de clase o ambiciones y rivalidades personales,

    se expres en la intensa disputa en torno de la integracin de las listas electorales. Como conse-

    cuencia de estas diferencias, por ejemplo, en las elecciones de 1946, en seis de los quince distritos

    electorales existentes, algunos de los integrantes abandonaron la coalicin; en otros, concurrieron

    por separado o terminaron apoyando a la oposicin3. Estas rivalidades y conflictos no cesaron una

    vez asegurado el triunfo en las urnas; es ms, recrudecieron a propsito de la designacin de car-

    gos en los distintos niveles de gobierno. Es as que, a poco de asumir la presidencia, la estabilidad

    y cohesin de las bases de apoyo sobre las cuales Pern se propona encarar la tarea de gobierno,

    se encontraban en peligro.

    La agitacin que recorra las filas peronistas llev a Pern a ordenar, pocos das antes de

    hacerse cargo de la presidencia y a travs de un discurso radiofnico, la disolucin de los partidos

    que haban formado parte de su alianza electoral. Adoptando un estilo marcial y asumindose

    como Jefe Supremo del Movimiento, dict un conjunto de disposiciones. Entre stas, se destacan

    las que imponan la caducidad de todas las autoridades partidarias que pertenecan al movimiento

    peronista y la reorganizacin de dichas fuerzas bajo el nombre de "Partido Unico de la Revolu-

    cin Nacional.

    Esta decisin, as como su implementacin, fue reveladora de las dificultades que en-

    frentaba el liderazgo carismtico para suscitar obediencia. En primer lugar, la utilizacin del ad-

    jetivo nico para designar a la nueva fuerza poltica explica mejor la intencin de superar las

    divisiones internas del peronismo que la de suprimir la competencia en el sistema poltico en vis-

    tas a ocupar una posicin hegemnica. En segundo lugar, la eleccin de un grupo parlamentario

    3Las divergencias dentro de los apoyos polticos de Pern han sido reconstruidas en un trabajo pionero por

    Moira Mckinnon en: Sobre los orgenes del Partido Peronista, Notas introductorias, en Waldo Ansaldi,

    Alfredo Pucciarelli, Jos Villaruel, Representaciones inconclusas, las clases, los actores y los discursos de

    la memoria, 1914-1946, Editorial Biblos, Buenos Aires, 1994; La primavera de los pueblos, enEstudios

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    para llevar adelante la tarea de reorganizacin, en contacto ms estrecho con el presidente, es ex-

    presiva de las necesidades del liderazgo de asegurarse el control de las fuerzas del movimiento.

    Finalmente, la confesin pblica del problema. En un comunicado emitido en su calidad de

    miembros de la Junta Ejecutiva Nacional del Partido Unico de la Revolucin Nacional, los legis-

    ladores encargados de llevar a buen puerto la misin encomendada, sealaban en el primer punto.

    Es inadmisible que se manifieste adhesin pblica a Pern si, por otro lado, detrs de ste, se

    desacatan sus rdenes.

    Si bien la disolucin de los partidos polticos que haban formado parte de la coalicin,

    entre ellos, el flamante Partido Laborista, termin cumplindose, no signific el fin de los con-

    flictos. Tampoco lograron atenuarlos las disposiciones de tinte personalista y autocrtico de la

    Carta Orgnica Nacional, aprobada en diciembre de 1947. Ni el artculo 1, que declaraba al parti-

    do "una unidad espiritual y doctrinaria" inspirada en la doctrina de Pern, ni el artculo 8, que

    otorgaba a Pern, en su carcter de Presidente de la Nacin y afiliado del Partido Peronista, am-

    plios poderes para "modificar decisiones de los organismos partidarios" e intervenir decisiva-

    mente en otras materias importantes, surtieron efecto. El proceso de reorganizacin continu

    siendo tortuoso y no siempre las autoridades de la Junta Ejecutiva conseguan imponerse sobre

    los liderazgos locales. Nuevamente, los preparativos para las elecciones legislativas, en este caso

    las de 1948, estuvieron acompaados por una multiplicidad de conflictos entre los polticos y los

    sindicalistas que se sucedieron incansablemente en todos los niveles en que se disputaban cargos

    electivos: municipal, provincial y parlamentario.

    Tan slo cuando Pern decidi recurrir a los resortes que el control del gobierno colocaba

    a su disposicin, el nivel de enfrentamiento comenz a disminuir. Este es el tercer factor al que

    aludamos al comienzo. El Partido Peronista se fue gestando desde el gobierno y, en este proceso,

    la sancin, en 1949, de la ley 13645 sobre partidos polticos jug un papel central Tres disposi-

    ciones de esta ley resultan pertinentes para nuestro anlisis: la que estableca que todo partido

    nuevo deba esperar tres aos para ser reconocido, la que declaraba que los partidos por crease no

    podan adoptar "nombres semejantes a los de otros partidos existentes, ni utilizar en su propagan-

    da distintivos, retratos o nombres pertenecientes a otros partidos o asociaciones" y la que obsta-

    culizaba la fusin, alianza, unin o coalicin entre partidos polticos. Todas venan al encuentro

    de los riesgos de desintegracin que acechaban al Partido Peronista. Claramente, su objetivo prin-

    cipal fue hacer ms costosa la escisin, ya sea en trminos temporales, simblicos o estratgicos.

    Puesto en otro trminos, las nuevas reglas creaban incentivos para permanecer en los partidos

    Sociales, N X, Ao VI, Primer semestre, 1996 y Los aos formativos del Partido Peronista (1946-1950),

    Tesis de Maestra en Investigacin en Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias, Sociales, UBA, 1999.

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    polticos existentes. Tan slo la ltima disposicin referida a coaliciones y alianzas puede ser

    vista como dirigida a la oposicin, con el propsito de impedir la reedicin de una alianza como

    la Unin Democrtica de 1946.

    Los nuevos mecanismos tendieron ciertamente a concentrar la estructura de oportunida-

    des bsicamente en un nico partido poltico, el Peronista, creando obstculos en caso de que las

    disidencias internas quisieran traducirse en deserciones. La profunda divisin del campo poltico

    entre peronistas y anti-peronistas contribuy, adems, a fortalecerlos. Pero an as, las divisiones

    en el interior del partido no desaparecieron. Pern se vio obligado a contemporizar con ellas y,

    para encauzarlas, recurri en 1949 a un nuevo y singular arreglo institucional. La solucin vino de

    la mano de lo que se conoci como ramas del movimiento, esto es, a travs de la creacin de

    espacios propios para los sindicalistas y para los polticos. El lugar de los primeros era la CGT y,

    el de los segundos, divididos por gnero, el Partido Peronista y el Partido Peronista Femenino.

    Todos ellos fueron colocados bajo el control del Jefe Supremo del Movimiento, Juan D. Pern.

    Con esta estructura organizativa, que recibi un respaldo adicional por los recursos

    clientelares, logsticos y humanos provistos por el control del estado, y los contundentes triunfos

    electorales, Pern logr finalmente consolidar su posicin como lder indisputado del Partido y

    del movimiento. En este proceso, la sancin de la Carta Orgnica del partido en 1954 fue el punto

    culminante. Las reglas partidarias fijaron claramente los pilares de su estilo de dominacin que se

    corresponden con el perfil tpico de los partidos carismticos tal como lo describe A. Panebianco:

    1) Identificacin del partido con el lder: este rasgo tuvo su clara expresin en el art.1 . de la

    Carta Orgnica. All se sealaba: "El Partido Peronista, inspirado en la Doctrina del General Pe-

    rn...es un partido de masas, unin indestructible de argentinos, que acta como Institucin Pol-

    tica, dispuesto a sacrificar todo a fin de ser til al General Pern,..."

    Asimismo, el art. 77. subrayaba que eran tareas permanentes del Partido Peronista, entre

    otras, las siguientes: "Inculcar y sostener que slo hay dos figuras cumbres en el Peronismo: el

    General Pern y Eva Pern; mantener en todo momento al Partido nicamente a las rdenes del

    General Pern; defender en todo instante y circunstancias los actos del gobierno peronista, como

    los mejores que pueden producirse. No admitir crticas al respecto; evitar los excesos de "sobera-

    na", los crculos, sectarismos y personalismos polticos; los contubernios, las trenzas, y dems

    causas de disociacin"

    2) Subordinacin del partido a la voluntad del lder. Esta particularidad se revela en la organiza-

    cin y atribuciones de sus autoridades. En este respecto, el art. 15 fijaba las autoridades segn el

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    siguiente orden jerrquico: "a) Jefe Supremo del Peronismo; b) Consejo Superior; c) Consejo de

    Distrito Federal, Provincial o Territorial, segn se trate de la Capital Federal, provincias o territo-

    rios nacionales, respectivamente; d) Consejo de Circunscripcin, Partido o Departamento, segn

    se trate de la Capital Federal, provincias o territorios nacionales, respectivamente; e) Consejo de

    Unidad Bsica, para cada una de stas."

    A rengln seguido, el artculo 16 otorgaba al Jefe Supremo el monopolio del poder de de-

    cisin: "Es el Jefe Supremo del Peronismo, su inspirador, creador, realizador y conductor, el Ge-

    neral Pern. En tal carcter, puede modificar o anular decisiones de las autoridades partidarias,

    como as tambin inspeccionarlas, intervenirlas y substituirlas". El art. 195 complementaba estas

    atribuciones refirindose especficamente al proceso de nominacin de las candidaturas delineado

    de acuerdo con el principio del centralismo democrtico. La redaccin del artculo qued como

    sigue: "El general Pern nos ensea que: Nadie puede ser candidato a nada sin la aprobacin de la

    autoridad superior. Es por una cuestin de orden y de disciplina. Nadie puede, diremos as, com-

    prometer nada hasta que el Movimiento haya dado su ltima palabra. Es la autoridad superior la

    que debe decidir sobre toda candidatura, as sea la ms modesta". En el lenguaje peronista esta

    modalidad recibi el nombre de "verticalismo".

    3) Centralizacin. Visto el esquema anterior la organizacin del partido no poda ser sino centra-

    lizada. En el art. 72 se lee: "La organizacin est basada en el principio del Comando Unico y

    distribucin de tareas en Comandos Subordinados. El Comando Unico, centralizado, tiene por

    finalidad asegurar la unidad de accin, evitando la confusin de ideas y voluntades, la dilacin de

    decisiones y la dispersin de esfuerzos".

    4) Carcter movimentista: este rasgo qued definido en el art. 80: "El Partido Peronista es una de

    las partes que forman el Movimiento Peronista. Las otras partes son: el Partido Peronista Femeni-

    no y la Confederacin General del Trabajo".

    En esta ocasin, y por las informaciones que se disponen del perodo, la Carta Orgnica

    refleja muy bien los rasgos organizativos del peronismo como partido carismtico. En trminos

    ideales y siguiendo a A. Panebianco, ste se caracteriza por la total compenetracin entre el lder

    y la identidad organizativa del partido. El lder es el que elabora los fines ideolgicos de la orga-

    nizacin, selecciona la base social y es el nico intrprete de la doctrina, por lo general vaga e

    imprecisa. Dada la preeminencia del lder, el partido se funda primordialmente en vnculos perso-

    nales, es decir, en los lazos de lealtad que unen al squito con el lder. El nico modo de hacer

    "carrera poltica" es adecundose a su voluntad. De aqu, entonces, la ausencia de procedimientos

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    y reglas estandarizadas que regulen la vida interna del partido ya que el principio que inspira el

    funcionamiento de la organizacin descansa en los criterios personales y arbitrarios de su lder.

    En sntesis, el liderazgo carismtico se presenta como la negacin de las formas burocrticas de

    los partidos tradicionales.

    Acabamos de referirnos a los rasgos que el peronismo comparte con otros partidos en su

    calidad de partido carismtico. Consideremos, ahora, algunas de las peculiaridades que lo identi-

    fican como fenmeno nico. Entendemos que parte de dichas peculiaridades debe buscarse en los

    aspectos que permiten diferenciar los liderazgos carismticos entre s, fundamentalmente, lo que,

    en trminos sustantivos, cada lder propone a sus seguidores en materia de doctrina, principio de

    identidad y base social.

    Respecto de la doctrina peronista comencemos sealando que sta tena un nico autor;

    Pern mismo y, por lo tanto, un nico intrprete autorizado. Pero al estar dispersa a lo largo de

    sus innumerables discursos y no expuesta sistemticamente, favoreci el surgimiento de exgetas

    espontneos que, segn sus preferencias ideolgicas, subrayaron unos u otros aspectos. En trmi-

    nos generales se puede sealar que la doctrina se nutri de un ideal de orden poltico, inspirado en

    una visin organicista y armoniosa de la vida en comunidad. Para alcanzar este orden deseable en

    contraposicin a una realidad naturalmente conflictiva, Pern no se cans de resaltar el papel de

    la organizacin y la conduccin como mecanismos para moldearla y controlarla. A modo de dis-

    gresin, sealemos que, en los hechos, descans casi exclusivamente en la conduccin, concen-

    trada, como hemos visto, en sus manos. A su vez, como ideal movilizador, el lema peronista para

    la Nueva Argentina, una nacin socialmente justa, econmicamente libre y polticamente sobe-

    rana, estuvo acompaado por una serie de principios lo suficientemente generales como para

    tener siempre vigencia o lo suficientemente vagos como para poder ser reinterpretados segn las

    circunstancias. De este modo, la doctrina atrajo a grupos ideolgicamente diversos que encontra-

    ron en ella algn punto de afinidad, al tiempo que su elasticidad abri el espacio para el estable-

    cimiento de jerarquas cambiantes en el interior del movimiento. La relacin con la Iglesia puede

    verse como un caso emblemtico: de ser el partido que ms decididamente abraz el catolicismo,

    pas a ser aqul con el que ste tuvo su mayor conflicto en la historia argentina4.

    En cuanto al principio de identidad colectiva su sello particular fue, sin duda, la dignifi-

    cacin de la condicin obrera y la exaltacin de la justicia social. Las polticas de reparacin so-

    cial de Pern transformaron a los trabajadores de ciudadanos de segunda clase en miembros ple-

    nos de la comunidad. En el marco de este proceso se forj en ellos una identidad social y poltica

    que fue indisociable, a partir de entonces, de la condicin peronista.

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    En lo referente a la seleccin de la base social no se puede dejar de mencionar el lugar

    central que ocup el movimiento obrero organizado. Si bien controladas desde el gobierno, las

    organizaciones sindicales constituyeron el principal agente de movilizacin y socializacin de los

    trabajadores, contribuyendo decisivamente a cimentar su identidad ideolgica. As, en su gran

    mayora, los obreros sindicalizados terminaron siendo obreros peronistas.

    A esta lista debe agregarse, adems, el principio de legitimacin del liderazgo carismti-

    co. Si bien todo liderazgo carismtico depende de las cualidades extraordinarias del lder, esta

    fuente de legitimidad suele ser acompaada de otra. Como fue el caso de otros liderazgos caris-

    mticos contemporneos, el peronismo tambin apel a los mecanismos de ratificacin plebiscita-

    ria. En este sentido, el rgimen peronista descans en la movilizacin permanente. Lo que nos

    interesa subrayar a propsito de este punto es que, junto con los actos rituales estaba, tambin, la

    organizacin peridica de elecciones. Este era el momento en que el aparato partidario se pona

    en marcha. En el marco del esquema federal de gobierno, la periodicidad electoral en cada una de

    las provincias contribuy asimismo al surgimiento de lderes locales y a la consolidacin de redes

    y prcticas informales a partir de una comn adhesin a Pern.

    Estos han sido, entonces, algunos de los resultados del ejercicio del liderazgo carismtico.

    Ciertamente, de acuerdo con lo que se espera de este tipo de liderazgo, no dio lugar a la implanta-

    cin de una estructura partidaria burocrtica. Como lo seala Tulio Halpern Donghi, lejos de

    imponer al movimientola firmeza estructural y las claras lneas de autoridad de una organiza-

    cin militar, Pern se esforz con xito en mantenerlo en un estado permanente de indefinicin,

    que haca que la nica autoridad fuese la suya propia5

    . Sin embargo, ese estilo no impidi que

    surgieran a su amparo ciertos componentes de la actividad partidaria como un principio de identi-

    dad, la vinculacin con organizaciones sindicales y los cuadros polticos, que a la larga y en otras

    circunstancias permitiran su insercin en un nuevo tipo de estructura.

    Pern en el exilio: la supervivencia del liderazgo carismtico

    Entre el derrocamiento de Pern, en septiembre de 1955, hasta su regreso al pas en 1973, se abre

    una nueva etapa en el desarrollo del Partido Peronista en la que se puede vislumbrar los rumbos

    posibles que podra adoptar el partido ante el alejamiento del lder. Los nuevos horizontes comen-

    zaron a dibujarse apenas Pern parti al exilio y una vez que la Revolucin Libertadora proscribi

    y disolvi el Partido Peronista. La cuestin que estos hechos dejaron instalada fue cmo y quin

    administrara el capital poltico acumulado durante los aos del peronismo.

    4Sobre este tema, vase: Lila Caimari ,Pern y la Iglesia catlica,Ariel-Historia, Buenos Aires, 1995.5Tulio Halpern Donghi, La larga agona de la Argentina peronista,Buenos Aires, Ariel, pg. 25.

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    Desde el seno del movimiento, los naturalmente llamados a jugar un papel en este proceso fueron

    los sindicalistas con sus organizaciones y los polticos arraigados en su redes. Pero tambin estaba

    Pern. Pern nunca abandon la pretensin de seguir ejerciendo su liderazgo y an desde el des-

    tierro, su incidencia en la vida del peronismo y en la poltica argentina fue permanente y decisiva.

    Es as que, despus de 1955, la dinmica que se instal en el interior del peronismo respondi a

    las distintas interacciones entre Pern, interesado en conservar su poder, y los sindicalistas y po-

    lticos peronistas, tratando de ganar terreno propio, en el marco de las cambiantes circunstancias

    del contexto poltico nacional.

    Desde el exilio, Pern debi nuevamente enfrentar, con muchos menos medios de los que

    dispuso en el pasado, el problema de la obediencia. Inaugurado el perodo de la democracia limi-

    tada, la estrategia de Pern consisti en ordenar desde Madrid cmo votar, ya sea a un candidato

    determinado, como fue el caso de Frondizi a la presidencia o Ral Damonte Taborda para sena-

    dor, o en blanco, como sucedi en las elecciones de 1960 y 1963. Sin embargo, pronto comprob

    que sus instrucciones generaban resistencias y divisiones en el movimiento. La desobediencia fue

    en ocasiones castigada con la expulsin - que a la larga demostr ser simblica pues los expulsa-

    dos seran readmitidos- e impuls a Pern a adoptar una modalidad de control que se repitira a lo

    largo de su exilio: la designacin de una direccin colegiada encargada de vigilar el frente polti-

    co interno llamada, segn los casos, Consejo Coordinador y Supervisor, Junta Coordinadora Na-

    cional o Comando Delegado Nacional. Estos organismos de conduccin no fueron suficientes

    para contener los focos de rebelin y Pern debi acomodarse ms de una vez a las presiones en

    favor de la autonoma. Mencionemos, en primer lugar, las que ejercieron los polticos que motori-

    zaron la estrategia neoperonista.

    La estrategia impulsada por los neoperonistas tena sus races en los liderazgos provin-

    ciales, tributarios de una larga tradicin federal en la vida poltica argentina que el peronismo res-

    pet. En su organizacin original, el Partido Peronista, a pesar de contar con una conduccin

    centralizada, adopt un esquema descentralizado de implementacin de las decisiones que repli-

    caba las divisiones provinciales. Se cre, as, un espacio frtil para el surgimiento de lderes pro-

    vinciales que, en ese nivel, podan ejercer el mismo tipo de control que se le atribua a Pern en el

    nivel nacional. Mientras Pern ejerci el poder no haba razones para impedir estos liderazgos

    siempre que no interfirieran con el suyo propio. Es ms, dado que su rgimen descans en la per-

    manente movilizacin popular, le eran tiles para llevar adelante dicha tarea. Con Pern en el

    exilio, no sorprende que los liderazgos locales vieran en este hecho una oportunidad para actuar

    en forma autnoma en el proceso poltico, sin cuestionar su identidad de origen. Con ese objetivo,

    agruparon sus fuerzas en torno de partidos provinciales y, con otras siglas para eludir la proscrip-

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    cin Unin Popular, Tres Banderas, Movimiento Popular Neuquino, etc.- promovieron la parti-

    cipacin en las elecciones6. De este modo, representantes del peronismo ocuparon cargos electi-

    vos en distintos niveles de gobierno.

    La autonoma a la que aspiraban los neoperonistas represent una potencial amenaza al

    dominio del lder por lo que Pern no dud en recurrir a estrategias cambiantes para impedir su

    consolidacin, en particular, fomentar la competencia y el enfrentamiento interno. Su irritacin

    con quienes aspiraban a la emancipacin queda ilustrada en declaraciones que, como la siguiente,

    estaba dirigida a descalificarlos: "El peligro del Peronismo est representado por los dirigentes

    que, en una forma o en otra, quieren asimilarse a los mtodos y procedimientos del demolibera-

    lismo. Los caudillitos provinciales, los diferentes crculos, etc, son otros tantos peligrosos casos

    de demoliberalismo ... "7. Estos desafos a la autoridad de Pern de alcance slo local no llegaron,

    sin embargo, a equipararse a los que llegaron a colocar las organizaciones sindicales. Este fue

    otro y ms exigente mbito donde Pern necesit desplegar sus talentos de conductor.

    Sealamos en otra parte de este trabajo que el peronismo se haba definido como movi-

    miento y que formaron parte del mismo, adems del Partido Peronista, el Partido Femenino y la

    CGT (slo ms adelante se habra de crear la rama de la Juventud). Hay una razn bastante obvia

    por la cual, en principio, la estructura organizativa del sindicalismo estaba en mejores condiciones

    de sobreponerse a las restricciones que sobre el movimiento peronista impusieron los gobiernos

    posteriores a 1955. Es cierto que mientras Pern estuvo en el poder control la direccin de la

    CGT, sea a travs de dirigentes que le eran adictos, sea a travs de la represin, cuando las cir-

    cunstancias as lo aconsejaban. En este sentido, Pern coloc al movimiento obrero bajo la de-

    pendencia poltica de su gobierno. No obstante, las organizaciones sindicales en cuanto tales no

    dependan para su supervivencia de Pern sino que eran producto de las necesidades y problemas

    propios que plantea, en cualquier pas relativamente industrializado, el mundo del trabajo. En este

    respecto, se diferenciaba claramente de los dos componentes polticos del movimiento peronista,

    el Partido Peronista y el Partido Peronista Femenino. Las necesidades organizacionales del mun-

    do obrero eran permanentes, independientes del gobierno de turno y, por lo tanto, estaban en con-

    diciones de gozar de la legalidad. Las del mundo poltico, eran intermitentes, potenciadas en

    tiempos de elecciones o directamente suprimidas en momentos de proscripcin y, por consi-

    guiente, susceptibles de ser declaradas ilegales. Son estas las principales razones que explican que

    6Como lo muestran Mara F. Arias y Ral Garca Heras, en la trayectoria poltica de la mayora de los diri-

    gentes neoperonistas se encuentra su paso por cargos electivos y gubernamentales en el nivel provincial y

    local. Vase, Mara F. Arias y Ral Garca Heras, Carisma disperso y rebelin: los partidos neoperonis-

    tas, en Samuel Amaral y Mariano Ben Plotkin (comp.), Pern del exilio al poder, Cntaro Editores, 1993.7En Fermn Chvez,Pern y el Justicialismo, CEAL, Buenos Aires, 1984, pg. 96.

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    la fuerza del peronismo mientras Pern permaneci en el exilio descans en los recursos econ-

    micos y en las capacidades organizativas y representativas del liderazgo sindical. No fue casual,

    entonces, que la estabilidad organizativa de los sindicatos sumada al exilio del lder, ofreciera

    tambin a los lderes obreros una oportunidad para intentar capturar la direccin poltica del mo-

    vimiento, siguiendo el modelo de los partidos laboristas8.

    Despus que el golpe de 1955 suprimiera los vnculos entre el estado y los sindicatos,

    stos comenzaron a recuperar su capacidad de expresar y orientar ms autnomamente las reali-

    dades del trabajo. El peso creciente que fueron ganando en la vida social y poltica por medio de

    un uso pragmtico de sus recursos, condujo a los lderes sindicales a buscar ser reconocidos en

    primera persona e incorporarse a la estructura de poder. Era previsible, entonces, que con este

    objetivo terminaran discutiendo la tutela de Pern que se interpona entre ellos y el lugar al que se

    sentan acreedores en el orden post-populista.

    En busca de su emancipacin, sectores claves del sindicalismo liderados por Augusto T.

    Vandor, al frente de la poderosa Unin Obrera Metalrgica (UOM), promovieron la instituciona-

    lizacin del movimiento, bajo la forma de un partido legal, organizado de abajo hacia arriba, en

    un limpio proceso de democratizacin interna. As, sin renunciar a su identidad peronista, el sin-

    dicalismo rebelde aspiraba a crear una organizacin en la cual el liderazgo de Pern era colocado

    en una posicin subordinada. Este objetivo, la existencia de una organizacin patrocinadora, era

    claramente incompatible con el mantenimiento del liderazgo carismtico: o exista uno o el otro.

    El enfrentamiento decisivo entre Pern y el movimiento sindical rebelde se libr en abril

    de 1966, a propsito de la eleccin de un diputado por Mendoza. El triunfo correspondi en reali-

    dad al candidato del Partido Demcrata, pero en la disputa interna del peronismo, donde cada

    sector present su propio candidato, gan ampliamente el candidato patrocinado por Pern. De

    este modo, Pern logr retener su liderazgo en el campo que le era ms propicio, el electoral,

    dando por tierra con el proyecto partidario sindical. Resultaba claro que cuando la lucha por auto-

    nomizarse de la influencia de Pern se dirima en las urnas, poniendo en juego la legitimidad de

    su liderazgo, Pern continuaba concitando la adhesin mayoritaria de los peronistas.

    En esta etapa del desarrollo del Partido Justicialista que hemos estado analizando, un

    factor contextual, los actos electorales que, an con sus restricciones, se llevaban a cabo, consti-

    tuy un incentivo para que los liderazgos alternativos en el interior del peronismo, tanto los que

    tena como base la actividad partidaria como los que descansaron en las organizaciones sindica-

    les, se animaran y trataran de despegarse de la influencia del lder. Es cierto que en este juego de

    8Sobre este tema, vase: Marcelo Cavarozzi, Consolidacin del sindicalismo peronista y emergencia de la

    frmula poltica argentina durante el gobierno frondizista, Estudios CEDES, 1979,2:7/8; James W.

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    poder, Pern despleg a pleno sus dotes de lder y hbil estratega para conservar su lugar preemi-

    nente, potenciando as la naturaleza movimentista de la fuerza poltica que haba creado. Pero esa

    lucha interna por el poder tuvo un componente novedoso para lo que haba sido la experiencia

    peronista hasta ese entonces: su carcter horizontal desde el momento en que Pern mismo pas a

    ser un contrincante ms en la competencia. Su consecuencia ms importante fue consolidar el

    lugar de los polticos y los sindicalistas como herederos del liderazgo carismtico.

    Esta trayectoria del peronismo sufri un nuevo giro con el regreso del peronismo y de Pe-

    rn al poder en 1973. En una etapa turbulenta de la historia argentina, signada por la violencia, la

    inestabilidad y los infructuosos esfuerzos por recomponer la economa, crecientemente, las dife-

    rencias dentro del peronismo comenzaron a resolverse por las armas. Sucede que la utilizacin

    que hizo Pern de la guerrilla montonera termin introduciendo en el movimiento otra novedad:

    el clivaje ideolgico izquierda derecha, que desplaz, atravesndola, la divisin originaria entre

    polticos y sindicalistas. El plan revolucionario de los jvenes montoneros inclua, tambin, la

    ambicin de convertirse en herederos del movimiento. Pero primero Pern, ordenando su exco-

    munin, y ms tarde la cruenta represin desatada por el gobierno militar, a partir de 1976, acaba-

    ron con su proyecto.

    En julio de 1974, la muerte de Pern dej hurfano de liderazgo a su movimiento. Esta

    fue una cuestin ya visible cuando se plante el tema de la nominacin de su compaero de fr-

    mula. En un gesto que se corresponde muy bien con los lmites y debilidades que genera el estilo

    de dominacin carismtica, Pern se decidi por su esposa, Isabel, una figura opaca, cuya expe-

    riencia y cualidades de conduccin eran inexistentes. Sin embargo, cualquier otro nombre hubiera

    dividido an ms al movimiento, que se saba en la antesala de las disputas por los espacios que

    dejara vacantes su lder, afectando su autoridad.

    En este contexto, a poco de hacerse cargo Isabel de la presidencia y ante la ausencia de

    una estructura partidaria slida, volvi nuevamente al primer plano la dirigencia sindical pero-

    nista con el peso de sus organizaciones9. El movimiento iniciaba as la indita experiencia de tra-

    tar de sobrevivir a su lder. Las circunstancias, sin embargo, no podan ser ms adversas: la socie-

    dad, atravesada por la violencia, la economa, sometida a salvajes pujas distributivas y el gobier-

    no, carente de autoridad. Todo ello fue demasiado y no sorprende que esa experiencia del pero-

    nismo terminara en un fracaso, que fue todava ms trascendente porque trajo consigo el inicio

    del rgimen ms cruento que haya conocido la argentina contempornea.

    McGuire,Peronism without Pern, Stanford University Press, 1997

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    III. La institucionalizacin del Partido Justicialista

    El proceso que llevara a la institucionalizacin del peronismo tuvo por marco el legado del rgi-

    men autoritario que gobern el pas entre 1976 y 1983: las dolorosas secuelas de la represin, una

    guerra perdida y una economa altamente endeudada y empobrecida. En estas circunstancias, el

    anuncio de la apertura democrtica, a mediados de 1982, trajo consigo una de las expresiones ms

    elocuentes del compromiso ciudadano con la democracia: el alto nivel de afiliacin a los partidos

    polticos. En marzo de 1983 los datos oficiales registraban, 2.966.472 nuevas afiliaciones, de las

    cuales 1.489.565 correspondieron al PJ, 617.251 a la UCR y el resto a otros partidos10. En trmi-

    nos relativos, el PJ con los casi cuatro millones de afiliados que declaraba, se converta, como

    gustaban sealarlo sus dirigentes, en el partido poltico ms grande de occidente. Sin su caudillo

    histrico pero con un notable caudal de adhesiones, el PJ enfrentaba con justificado optimismo las

    elecciones que se avecinaban.

    El PJ encar el proceso electoral de 1983 conservando la misma dirigencia que tena al

    momento del golpe de 1976. Isabel Pern era la presidenta, pero al encontrarse exilada en Ma-

    drid, fue el vice-presidente del partido, Deolindo Bittel, ex-gobernador de Chaco, quien asumi la

    representacin efectiva del partido. El rasgo sobresaliente de esta conduccin fue, sin embargo, el

    espacio ganado por el sindicalismo, en especial, la posicin de Lorenzo Miguel, lder de las 62

    organizaciones, brazo poltico del sindicalismo peronista, que al poco tiempo ocup la vicepre-

    sidencia.

    La tarea ms inmediata del partido era la nominacin de los candidatos. La tradicin del

    movimiento haba sido tratar de confeccionar listas, las llamadas listas de unidad, para ser refren-

    dadas luego por el Congreso Nacional del partido. Este fue nuevamente el mtodo empleado en

    1983 para designar los candidatos presidenciales, ahora sin que los actores intervinientes contaran

    con el arbitraje de Pern. Finalmente, un pequeo grupo de notables, cuyas figuras prominentes

    fueron Lorenzo Miguel, Deolindo Bittel, Herminio Iglesias, Antonio Cafiero e Italo Luder, se

    decidi por la nominacin de Luder y Bittel11

    .

    Las elecciones generales se llevaron a cabo en octubre de 1983; era la primera vez, des-

    pus de ms de cuatro dcadas, que los argentinos concurran a las urnas sin que candidato o par-

    tido poltico alguno fuera proscripto o las libertades polticas limitadas. Era la primera vez, tam-

    bin, que el peronismo se someta a una prueba electoral desde la desaparicin de su lder. El re-

    9Sobre el papel de los sindicatos durante el segundo gobierno de Pern, vase: Juan C. Torre, Los sindica-

    tos en el gobierno, 1973-1976, Centro Editor de Amrica Latina, 1983.10El Bimestre, Ao 2, N 8, marzo-abril 1983, pag. 67.11Sobre este proceso, vase: Mora Cordeu, Silvia Mercado y Nancy Sosa, Peronismo: La mayora perdida,

    Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1985.

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    sultado fue un duro revs: la mayora de los ciudadanos, cerca del 52%, se pronunci en favor del

    candidato presidencial de la Unin Cvica Radical, Ral Alfonsn. Tras casi 40 aos de hegemo-

    na sobre la escena poltica del pas, el PJ haba sido derrotado en el campo en que se consideraba

    imbatible, el de las mayoras populares.

    La reorgani zacin del PJ

    El impacto del fracaso electoral del peronismo plante con inusual crudeza la urgente necesidad

    de llenar el vaci dejado por la muerte de su lder. Ese fracaso haba demostrado, entre otras co-

    sas, que no bastaba con invocar la memoria del general Pern para garantizar el xito en las urnas.

    Sin embargo, una mirada ms serena, pone en evidencia que el desempeo electoral del PJ haba

    estado lejos de ser desdeable. Ciertamente, no haba conseguido el premio mayor, la presidencia

    de la nacin, pero gan la gobernacin en nada menos que 12 provincias mientras que el radica-

    lismo obtuvo slo 7. Este mejor desempeo en las elecciones provinciales le permiti al PJ contar

    con el bloque ms numeroso de senadores en el Congreso - elegidos en forma indirecta, por las

    legislaturas provinciales- reteniendo as un importante poder de veto en el sistema institucional.

    En estos triunfos regionales, el PJ demostraba que, an muerto Pern, continuaba expresando una

    tradicin poltica, preservada ya por los neoperonistas, con una slida implantacin en la socie-

    dad.

    En ese marco, si se razona en trminos de liderazgos dentro del partido, los cargos electi-

    vos, ya sean en el nivel nacional como provincial, proporcionaban ttulos suficientes para compe-

    tir en la reorganizacin que inevitablemente se avecinaba. Ser precisamente con ellos que se fue

    conformando una nueva coalicin dirigente. En lo inmediato, de todos modos, se plantearon dos

    cuestiones. Por un lado, definir el papel que le caba desempear a Isabel Pern, legado del lide-

    razgo carismtico y presidenta a distancia del partido. Por otro, enfrentar el conflicto siempre la-

    tente en el peronismo y que haba vuelto a asomar a la superficie: el lugar de los "polticos" frente

    a los "sindicalistas".

    Hasta fines de 1984, la figura de Isabel fue ms que nada un escollo para cualquier in-

    tento serio de recomposicin del PJ12. Su silencio e indefinicin tuvieron en vilo a la dirigencia

    del partido. Nadie se atreva a dejar de concederle cuando menos un lugar simblico en la estruc-

    tura de poder; se trataba, finalmente, de la esposa del general Pern. Pero tambin es cierto que

    causaba incomodidad en numerosos sectores la imagen que proyectaba el recuerdo de su desa-

    fortunada gestin en el gobierno y el hecho de que detrs de su peculiar conduccin se escudaran

    12En esta seccin, descanso en un trabajo anterior, Ana M. Mustapic, Radicales y justicialistas frente al

    desafo de la renovacin,Plural 10/11, julio de 1988.

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    los sectores ms derechistas y autoritarios del partido. En todo caso, nada hizo Isabel a mediados

    de 1984, durante uno de sus breves pasos por la Argentina, por disipar tales temores o desmentir

    las acusaciones lanzadas contra el partido durante la campaa electoral. Por el contrario, pareci

    confirmarlas pues, fiel a sus expresiones, "si llegamos a ser partido, despdanse", de paso por

    Buenos Aires y antes de retornar a Madrid, dej instalado, tal como lo hiciera Pern en el pasado,

    una conduccin paralela, el Comando Superior. Como era de suponer, este se superpuso a la con-

    duccin del Consejo del partido, creando mayor confusin a la ya enmaraada situacin interna

    del peronismo.

    A las dificultades planteadas por Isabel se uni la disconformidad con la conduccin ofi-

    cial del partido, en especial, el avance sindical en la estructura de poder del justicialismo. Con

    este avance, no slo se reavivaban antiguos conflictos sino que se temi por la reaccin del elec-

    torado frente al perfil ms corporativo que insinuaba el partido. Si estas dificultades eran datos

    que el justicialismo arrastraba por iniciativa propia, las caractersticas del triunfo radical precipi-

    taron una ajena. El contenido poltico de la propuesta alfonsinista, la que haba conseguido el

    apoyo de la mayora, sealaba un rumbo: en la Argentina haba sonado la hora de la democracia.

    En la gama ideolgica del justicialismo, figuras como la de Herminio Iglesias, quien controlaba

    nada menos que la provincia de Buenos Aires, eran un obstculo mayor para aquellos dirigentes

    sintonizados con el propsito de regenerar el partido con bases ms democrticas.

    Entre 1984 y 1987 el PJ invirti sus energas en resolver estas cuestiones. Se produjeron

    rupturas, congresos paralelos, cambios de alianzas, recursos a la justicia que no alcanzaron, sin

    embargo, a quebrar la unidad. En este proceso, el hecho ms relevante fue el surgimiento de un

    sector llamado "renovador", gestado alrededor de un grupo parlamentario del partido al que se

    unieron varios gobernadores. Sus cabezas ms visibles fueron Antonio Cafiero, Carlos Grosso y

    Carlos Menem quienes declararon poseer como principal objetivo la institucionalizacin y demo-

    cratizacin del PJ.

    En su enfrentamiento con la conduccin nacional, A. Cafiero fue protagonista de una de

    las importantes batallas libradas por la corriente renovadora en la provincia de Buenos Aires. El

    interventor del Consejo Nacional del PJ en la provincia haba decidido impugnar la lista de A.

    Cafiero y de otros dirigentes y reconocer solamente la lista que responda a H. Iglesias para la

    nominacin de candidatos a diputados nacionales. Cafiero, recurriendo a una estrategia conocida

    y repetida en el movimiento, decidi separarse del PJ bonaerense y crear su propio partido, el

    Frente Renovador. Bajo esas siglas se present a las elecciones nacionales de diputados en no-

    viembre de 1985, logrando 1.535.395 votos contra los escasos 558.558 de H. Iglesias. De este

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    modo, los renovadores asestaron un duro golpe a la direccin nacional del partido, en esos mo-

    mentos a cargo de V. Saadi, fortaleciendo su posicin en la lucha por el liderazgo.

    Ms adelante, el xito de los renovadores en las elecciones de 1987, sobre todo, el de A.

    Cafiero electo gobernador por la poderosa provincia de Buenos Aires, consagr su predominio en

    una nueva conduccin del PJ. Con estos avances de los renovadores, Isabel desapareca definiti-

    vamente de la escena mientras que el sindicalismo descenda en forma paulatina en la escala de

    poder. En efecto, los gobernadores e intendentes justicialistas de las grandes ciudades, contaban

    ahora con el acceso a los recursos de origen pblico que los independizaba del aporte financiero

    de los sindicatos y les permita armar sus propias bases de apoyo. El reforzamiento de la clase

    poltica justicialista fue acompaado por una fragmentacin de los lderes sindicales y con ella,

    las 62 organizaciones fueron perdiendo gravitacin. Cada vez ms, la nominacin de candidatos

    de origen sindical para cargos electivos comenz a quedar en manos de los jefes polticos, nuevos

    rbitros del poder interno. As, los 35 diputados de origen sindical en 1983, bajaron a 26 en 1987,

    23 en 1989, a 10 en 1993 y en 1997 alcanzaban apenas 7 13. Asimismo, los delegados sindicales

    integrantes del Consejo Nacional Justicialista, representaban, en 1983, el 30,8% del total; en 1995

    haban descendido al 15,5%. El partido, en tanto organizacin, comenzaba a desprenderse de las

    herencias recibidas por sus orgenes carismticos.

    La institucionalizacin del partido.

    Con el paulatino predominio que fueron adquiriendo los sectores renovadores, se sentaron las ba-

    ses de un nuevo consenso que qued reflejado en los cambios introducidos en la Carta Orgnica

    del PJ. Estos cambios no afectaron el esquema descentralizado, federal, de organizacin del parti-

    do. Este, que distingue entre el partido en el nivel nacional y el partido en el nivel distrital, no

    puede sino reproducir la modalidad con la que los argentinos eligen a sus gobernantes. En efecto,

    an para las elecciones de diputados nacionales -y hasta hace poco para las presidenciales- los

    territorios de las provincias se consideran distritos electorales plurinominales. La actividad prose-

    litista se concentra, en consecuencia, en cada uno de ellos lo que vuelve imperiosa la presencia

    del partido en el orden provincial.

    Los cambios tampoco afectaron la raz movimentista del partido en lo que respecta a su

    concepcin de la representacin. El diseo organizacional del PJ continu reservando espacios

    para el movimiento obrero, para la mujer, para los jvenes y, en los niveles distritales, tambin

    para los tcnicos y profesionales. El cambio radical se oper en las reglas para la toma de deci-

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    siones. Veamos de que modo.

    En vida de Pern, estuviera en el gobierno o en el exilio, el poder de decisin, con menor

    o mayor dificultad, recay en sus manos. Esta concentracin del poder de decisin en su persona

    limit decisivamente el desarrollo organizacional del partido en cuanto orden impersonal. En

    cambio, abon el terreno al movimentismo, orientado a incorporar la diversidad de los sectores

    sociales en sus distintas formas de expresin. De all la multiplicidad de agrupaciones que en

    forma inorgnica siempre giraron en torno del peronismo. A la hora de definir los mecanismos de

    toma de decisiones para este conjunto tan heterogneo, la regla de la mayora, tpica de toda or-

    ganizacin colegiada, era contraria al principio de inclusividad inscripto en la nocin movimen-

    tista. Este principio requiere ser interpretado; por esta razn, la modalidad decisional afn al prin-

    cipio de inclusividad del movimentismo es, precisamente, la que confiere al lder la autoridad de

    interpretarlo.

    Con la desaparicin del lder, la doble funcin que ejerci, como fuente de legitimidad e

    intrprete de las reglas, qued vacante. Para llenarla, quienes dirigieron la reorganizacin del par-

    tido terminaron colocndola, por un lado, en la nica fuente de legitimidad no sujeta a disputas, la

    masa de afiliados, y, por otro, en la regla de la mayora, que no necesita ser interpretada. En otros

    trminos, la innovacin de fondo operada en el justicialismo fue su democratizacin. As, la nue-

    va Carta Orgnica Nacional abri el partido a la participacin directa de los afiliados e, incluso,

    en algunos distritos, se fue ms lejos con la adopcin de internas abiertas y la incorporacin de la

    representacin de las minoras14.

    A tal punto fueron percibidos los cambios en el peronismo como un giro sustancial, que

    el informe del ao 1988, presentado por el Consejo Nacional del partido y firmado por su presi-

    dente A. Cafiero, se vio obligado a precisar sus alcances. En particular, el informe se detuvo en la

    tradicin movimentista del peronismo y su lugar en el nuevo esquema de organizacin. "La vi-

    gencia del Partido Justicialista" - se interroga el informe - "significa el fin del Movimien-

    to?es que hemos reducido la vitalidad y alcances histricos del Peronismo, su vocacin revo-

    lucionaria y transformadora a los lmites de una formacin poltica apta nicamente para transitar

    los espacios de la partidocracia? Su respuesta fue la siguiente: Ser necesario el Movimiento

    cuando no existan posibilidades legales para expresarse partidariamente. En el actual funciona-

    miento normal del sistema institucional y del rgimen de partidos y en ausencia de normas res-

    13Sebastin Etchemendy, Lmites al decisionismo? El Poder Ejecutivo y la formulacin de la legislacin

    laboral, en Ricardo Sidicaro y Jorge Mayer (comp.), Poltica y sociedad en los aos del menemismo,

    UBA, 1995.

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    trictivas a la participacin de los sectores sociales que histricamente representa al peronismo, no

    cabe contraponer el Partido al Movimiento, sino que aqul constituye la forma de expresin orga-

    nizada de este ltimo. La actual estructura orgnica le confiere al Partido un carcter claramente

    movimentista. En sus cuadros dirigentes y en las listas electivas todas las antiguas ramas movi-

    mentistas tienen participacin...".

    El momento clave de este proceso de cambio en el PJ tuvo lugar cuando, por primera vez

    en su historia, los afiliados fueron convocados a elegir en forma directa a su candidato presiden-

    cial. El nuevo orden sucesorio era sometido a su primer test. En julio de 1988, Antonio Cafiero, a

    cargo de la presidencia del partido, no vacil en sujetarse democrticamente al veredicto de las

    urnas peronistas, reconociendo el triunfo de su rival, Carlos S. Menem. La prueba de fuego, la

    aceptacin de los resultados por parte de la lista perdedora, haba sido superada; el PJ haba en-

    contrado una frmula de reemplazo al liderazgo carismtico.

    IV. El proceso de democratrizacin del PJ. Estructura y dinmica interna del partido

    Sealamos que el PJ encontr una frmula sucesoria. Veamos a continuacin los efectos de este

    cambio sobre la organizacin y dinmica interna del partido. Para empezar, recordemos que el PJ

    conserv un esquema descentralizado, podramos llamar federal-electoral, de organizacin. Esto

    implica que, por un lado, est el PJ nacional y, por otro, los PJ distritales, es decir, el PJ de Bue-

    nos Aires, de Santa Fe, de Mendoza, etc. Pero, adems, estos partidos distritales reproducen, en

    su organizacin, las unidades administrativas electorales existentes en cada provincia, cada una

    encabezada por sus dirigentes. En otras palabras, junto con las mximas autoridades nacionales

    reunidas en el Consejo Nacional, coexisten las mximas autoridades provinciales que presiden los

    respectivos Consejos Distritales y stas, a su vez, se vinculan con un nmero de dirigentes igual

    al nmero de divisiones electorales que existen en cada provincia. Por ejemplo, en la provincia de

    Buenos Aires existen ocho dirigentes de seccin -uno por cada seccin electoral-; en la Capital

    Federal hay veintiocho dirigentes de circunscripcin y as sucesivamente segn las provincias.

    Finalmente, en la base de esta pirmide organizativa se encuentran las llamadas unidades bsicas,

    en contacto directo con la clientela del partido.

    Con el proceso de democratizacin interna, el poder de decisin comenz a fluir de abajo

    hacia arriba de modo tal que las autoridades superiores deben descansar en una coalicin de diri-

    gentes de menor nivel. En efecto, dadas las reglas de competencia interna, quien aspira a un car-

    go, ya sea en el partido o electivo, debe lograr el apoyo de aquellos capaces de controlar la movi-

    14En numerosos distritos se adopt la clusula de admisin del 25%. Esto significa que siempre que la mi-

    nora obtenga el 25% de los votos en las elecciones internas puede aspirar a un porcentaje de cargos en la

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    lizacin de los afiliados. Este recurso est, centralmente, en manos de las autoridades de los con-

    sejos locales, en contacto, a su vez, con las unidades bsicas y una variedad de agrupaciones vin-

    culadas informalmente al partido15. Aparece, as, en el escenario peronista una figura familiar en

    la Unin Cvica Radical pero novedosa en el PJ, el puntero, encargado del reclutamiento y mo-

    vilizacin de los afiliados16.

    La combinacin entre descentralizacin y democratizacin genera la fraccionalizacin del

    poder y los recursos en el interior del partido, lo que otorga un importante grado de autonoma a

    las diversas sub-unidades que lo componen. En este marco, quienes buscan ocupar cargos deben

    tejer una red de apoyos entre las distintas unidades que forman parte del partido. El modo tpico

    de hacerlo es a travs de la creacin de lneas internas. La principal funcin de este mecanismo

    es, en definitiva, dotar de cierto grado de sistematizacin a las unidades que participan, es decir,

    generar vnculos horizontales y verticales entre ellas. Dado que estas lneas no poseen prctica-

    mente identidad ideolgica la fuerza motriz de este proceso son los lderes. Asimismo, por tratar-

    se de arreglos sobre todo pragmticos para acumular poder, las coaliciones son cambiantes y co-

    yunturales.

    Cuando el liderazgo es el principal motor de estos vnculos, la lgica imperante es la si-

    guiente. La lucha interna por el poder divide las aguas entre amigos y enemigos hasta que se llega

    a un veredicto, ya sea por acuerdo o por decisin de los afiliados. En la prxima eleccin, la par-

    tida recomienza nuevamente y no se descarta que el enemigo del pasado se convierta en amigo o

    que el amigo pase a ser el enemigo. Por ejemplo, en 1988, siendo Menem uno de los referentes de

    los renovadores, no dud en calificar el comportamiento de su compaero Cafiero de "sectarismo

    ilustrado" ya que desdeaba "medio milln de votos peronistas que respondan a Iglesias. Cabe

    sealar que despus de la derrota de 1983 Herminio Iglesias, que le haba arrebatado a Cafiero la

    candidatura a la gobernacin de Buenos Aires y cuya eleccin perdi, fue considerado como uno

    de los principales responsables de la derrota y un ejemplo para los renovadores del tipo de lder

    del que el partido deba desprenderse. Menem, distancindose de la corriente renovadora en la

    que haba participado, no vacil en buscar su apoyo. Simplemente, necesitaba de esa porcin del

    justicialismo bonaerense controlado por Iglesias para hacer pie en la provincia de Buenos Aires

    con su lnea Federalismo y Liberacin. Asimismo, una vez que Menem gan la presidencia de la

    conduccin del partido o lugares en la lista de candidatos.15 Una reconstruccin exhaustiva del lugar y dinmica propia de las unidades bsicas en el movimiento

    peronista se encuentra en Steve Levitsky, An Organized Disorganisation: Informal Organisation and the

    Persistence of Local Party Structures in Argentine Peronism, Journal of Latin American Studies, Vol. 33,

    part 1: February 2001.16 Entrevista con Javier Mourio, Subsecretario para la Reforma Poltica, Ministerio del Interior (1993-

    1997).

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    nacin, animadores originales de la renovacin peronista como Jos Manuel de la Sota, lder del

    partido en la provincia de Crdoba y compaero de frmula de Cafiero en las internas del PJ, Jos

    Luis Manzano jefe del bloque de diputados del PJ, Carlos Grosso, ascendente figura del justicia-

    lismo de la Capital Federal, decidieron encolumnarse detrs de su conduccin.

    Ciertamente, se dan ocasiones en las cuales algunos dirigentes adoptan una postura ms princi-

    pista o, en apariencia ms principista, ya sea respecto de las prcticas del partido o de la gestin

    de gobierno. En estos casos disponen de una alternativa que no es novedosa en el justicialismo:

    siempre que no se renuncie a la identidad peronista, se puede optar por la escisin, esto es, formar

    un nuevo partido. El justicialismo admite, entonces, la posibilidad de reformular los trminos de

    la competencia. En estos casos se trata de buscar, a travs de la competencia interpartidaria, la

    legitimidad que el predominio de otros liderazgos impide obtener a travs de la competencia in-

    trapartidaria. Los casos ms notorios han sido los de Antonio Cafiero en 1985, Octavio Bordn en

    1994 y Gustavo Bliz en 199617. Los dos primeros regresaron al poco tiempo al partido y el lti-

    mo se encuentra hoy en da negociando su reingreso.

    El punto a ser destacado es que la escisin raramente es penalizada. A nuestro entender

    esto se debe al hecho de que si el sector disidente tiene algn xito siempre puede ser un recurso

    para los liderazgos alternativos que siguen operando en el partido. En el fondo, sigue prevale-

    ciendo la tnica de acumular apoyos. En consecuencia, la incertidumbre respecto de los resulta-

    dos de este tipo de competencia sumada a la necesidad siempre vigente de sumar apoyos, esti-

    mula a que el que se va no renuncie al partido y los que se quedan no lo sancionen con la expul-

    sin o, en todo caso, que la sancin sea una medida fcilmente reversible.

    El partido se ha convertido, entonces, en un espacio para la competencia. En otras pala-

    bras, su estructura est centrada en las funciones de apoyo al esfuerzo electoral y, por consi-

    guiente, su dinmica est pautada por el ciclo electoral. Este es el marco propicio para que se pro-

    duzca el incesante flujo de dirigentes y caudillos locales vinculados al partido que rompen filas y

    buscan un lugar en los nuevos polos de aglutinacin. Se trata, en consecuencia, de un partido de

    liderazgos, de funcionarios-dirigentes, con reglas de disciplina lbiles y flexibles. Los rasgos dis-

    tintivos de este partido electoral, de liderazgos, asentado sobre una organizacin descentralizada y

    con una vasta masa de afiliados, son los siguientes:

    17Steven Levitsky registra divisiones en : 5 distritos en 1985, 7 en 1987, 2 en 1989, 5 en 1991, 2 en 1993 y

    4 en 1995-96. Steven Levistky, From Laborism to Liberalism: Institutionalization and Labor-Based Party

    Adaptation in Argentina, 1983-1997, Tesis doctoral, Department of Political Science, University of Cali-

    fornia, Berkeley, 1999.

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    Carcter contingente y cambiante de los alineamientos intrapartidarios. Dado que la competen-

    cia es, fundamentalmente, una competencia por cargos, las coaliciones se forman segn las ex-

    pectativas de xito y cambian de acuerdo con el nmero de votos obtenidos.

    Dirigentes Funcionarios. El principio de legitimidad bsico para aspirar a cargos en el partido

    es el triunfo en las urnas. Por esta razn, los que ocupan cargos directivos en el partido son, cen-

    tralmente, funcionarios electos. La fortaleza de estos liderazgos est estrechamente vinculada con

    los cargos ejecutivos de gobierno, tanto en el nivel nacional como en el provincial. La razn es

    muy simple, los cargos, en particular, los ejecutivos, arriman recursos que los lderes utilizan para

    consolidar su coalicin de apoyo. No casualmente, la mayora de las constituciones provinciales

    18 en total -y la nacional, fueron modificadas para introducir la clusula de la reeleccin para las

    autoridades ejecutivas.

    Liderazgo nacional inestable. Dada la vinculacin entre cargos en el partido y cargos en el go-

    bierno, la situacin del liderazgo nacional del partido cambia de acuerdo con la posicin del par-

    tido, esto es, en el gobierno o en la oposicin. Cuando el partido est en el gobierno, es decir,

    ocupa la presidencia de la nacin, el presidente pasa a ser el lder del partido. Se trata de un lide-

    razgo fuerte gracias a los recursos estatales que estn a su disposicin. En cambio, cuando est en

    la oposicin, la estructura descentralizada del partido da lugar a un liderazgo nacional dbil. Esto

    por dos razones. En primer lugar, porque no descansa en un triunfo electoral como factor de

    cohesin y es, por lo tanto, rpidamente desafiado por los liderazgos alternativos. En segundo

    lugar, porque son escasos los recursos que maneja. Buena parte de los recursos financieros del

    partido, que son de origen pblico, se distribuyen a las organizaciones partidarias provinciales.

    Como dato ilustrativo, la autoridad ejecutiva del partido, el Consejo Nacional, carece, prctica-

    mente, de una burocracia propia.

    Bajo nivel de burocratizacin. Dada la estructura del partido y las reglas de competencia oportu-

    namente descriptos, los incentivos para dotar a la organizacin partidaria de cierto grado de buro-

    cratizacin son escasos. Por ejemplo, los aspirantes a cargos electivos procuran reunir recursos

    propios para mejorar sus perspectivas electorales centradas en sus respectivos distritos. Esto pue-

    de verse a travs de la proliferacin de fundaciones que responden a distintos dirigentes. En los

    primeros aos de la dcada del 80, Carlos Grosso, diputado nacional y luego intendente de la ciu-

    dad de Buenos Aires, organiz la Fundacin de Estudios Contemporneos (FUNDECO) y poco

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    tiempo despus, Antonio Cafiero present la Fundacin para la Democracia y la Participacin

    (FUDEPA). A principios de los 90, en Mendoza, con el apoyo de Jos Luis Manzano -en su mo-

    mento jefe de bloque del PJ y luego Ministro del Interior, y Rodolfo Daz, quien fue Ministro de

    Trabajo, se organiz la Fundacin Amrica; Ral Granillo Ocampo, en su momento Secretario

    Legal y Tcnico de la Presidencia, luego embajador en Estados Unidos y, por ltimo Ministro de

    Justicia, organiz en 1991 la Fundacin Integracin; Jos Octavio Bordn, diputado nacional,

    gobernador en Mendoza y senador nacional, hizo lo propio con la Fundacin Andina; el senador

    nacional Remo Costanzo organiz la Fundacin Proyecto; Eduardo Vaca, senador nacional, Car-

    los Ruckauf, en su momento vice-presidente de la nacin, y Miguel Angel Toma, diputado nacio-

    nal y Secretario de Defensa, crearon la Fundacin de los Cien18. Es de notar la dispersin de re-

    cursos que estas prcticas conllevan lo que refuerza la dbil burocratizacin del partido.

    Por otra parte, ciertos dirigentes, en particular los que ocupan cargos ejecutivos, ya sea en

    el nivel nacional, provincial o municipal, cuentan con los recursos clientelares, de partronazgo y

    logsticos del estado para sobrevivir. Esta es una de las fuentes de financiamiento de las activida-

    des de esa rica y compleja trama que gira alrededor de las unidades bsicas19

    . En este caso, el apa-

    rato estatal sustituye al partidario a la vez que la asignacin descentralizada de esos recursos li-

    mita la posibilidad de establecer una cadena de mando jerrquica al interior del partido.

    Lugar secundario de la plataforma electoral. Dada la naturaleza de la competencia en el seno del

    PJ, la plataforma electoral ocupa un lugar subordinado dentro de sus preocupaciones regulares.

    En este sentido podra decirse que se cumplen ms que nada con las formalidades de la ley de

    partidos polticos que exige la presentacin de una plataforma por parte de los candidatos presi-

    denciales. As, cuando el congreso del PJ concluy con la redaccin del programa a ser presenta-

    do a la ciudadana en las elecciones presidenciales de 1989, su candidato, Menem, se limit a to-

    mar nota de su existencia, a comunicar que no se senta obligado por el mismo y prosigui con su

    campaa electoral. Luego, una vez en el gobierno y operado el imprevisto giro que dio a sus pol-

    ticas, la plataforma electoral sancionada para las elecciones de 1995 simplemente reprodujo el

    plan del gobierno. Lo nico que se hizo fue dotar su presentacin de cierta retrica tradicional

    peronista, presentndolo como un plan quinquenal y precisar que en rigor era el tercero ya que

    hubo dos de estos planes bajo el primer gobierno de Pern. Por lo dems, los principales objetivos

    que se plantearon fueron los de las polticas aplicadas por Menem durante su gestin.

    18Informacin suministrada por el Centro de Estudios Unin por la Nueva Mayora.19Vase: Steve Levitsky, An Organised Disorganisation, op.cit.

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    Conclusiones

    Hemos analizado en este trabajo la trayectoria del Partido Justicialista desde sus orgenes, colo-

    cando el acento en sus caractersticas organizativas, en particular, en los procesos que giraron en

    torno de las reglas y prcticas destinadas a estructurar el comportamiento de sus miembros. Entre

    stas, se destacan, en primer lugar, aqullas que establecen el modo en que se distribuye el poder

    dentro de la organizacin, es decir, las que fijan sus autoridades y atribuciones. En segundo lugar,

    en cuanto organizacin que atiende a un fin que le es especfico, presentar candidatos a eleccio-

    nes, son igualmente relevantes las reglas y prcticas a travs de las cuales los partidos seleccionan

    a sus candidatos. Desde esta perspectiva, se puede sostener que el Partido Justicialista se organiz

    bsicamente en torno de dos modelos: el carismtico y el democrtico.

    Respecto del modelo originario de organizacin del PJ, est claro que, mientras vivi Pe-

    rn, partido y lder constituyeron una misma identidad. Sobre este punto, una cuestin que merece

    ser destacada es que a pesar del predominio de la voluntad del lder, el peronismo logr generar,

    tanto por factores endgenos como exgenos, recursos humanos, materiales y simblicos que fa-

    vorecieron su continuidad y posterior transformacin. El exilio de Pern oper en dos direccio-

    nes. Por un lado, su ausencia reforz el papel de los grupos dirigentes provinciales, sobre todo en

    los perodos electorales, y el de los sindicatos que proveyeron al movimiento de recursos mate-

    riales y organizativos, y una presencia permanente en el escenario nacional. Por otro, an en el

    exilio, la continua intervencin de Pern en la poltica del partido y del pas, evit la dispersin de

    las fuerzas peronistas. Finalmente, la proscripcin contribuy a mantener vivo el principio de

    identidad colectivo. Con estos recursos, el partido estuvo en condiciones de enfrentar el desafo

    de su institucionalizacin una vez desaparecido Pern.

    En cuanto a la actual organizacin del partido, esta se corresponde con un modelo que

    llamamos democrtico dado que el poder de decisin respecto de autoridades y candidaturas des-

    cansa, en ltima instancia, en la voluntad de los afiliados. Una pregunta que queda por responder

    se refiere a su nivel de institucionalizacin. Siguiendo los criterios propuestos por A. Panebianco,

    grado de autonoma y grado de sistematizacin, es posible sostener que la institucionalizacin

    alcanzada por el PJ es dbil. El grado de autonoma hace referencia a la mayor o menor depen-

    dencia de la organizacin del partido de otras organizaciones. En este sentido, la estrecha vincu-

    lacin que el PJ mantuvo con las organizaciones sindicales en el pasado se fue atenuando en for-

    ma marcada, en parte, por que la estabilidad democrtica a partir de 1983 permiti a los polticos

    hacerse de recursos propios para el funcionamiento de la actividad partidaria. Una seal de la me-

    nor tutela que ejercen los sindicatos se encuentra en la disminucin de la presencia sindical en los

    cargos partidarios y electivos desde 1983 a la actualidad.

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    Sin embargo, es posible sostener que esta mayor autonoma de las organizaciones sindicales ha

    sido sustituida por una mayor dependencia del aparato estatal, primordialmente como fuente de

    financiamiento de la actividad partidaria. La penetracin del estado por parte de los partidos no es

    un fenmeno novedoso, menos an para el PJ, teniendo en cuenta sus orgenes. La particularidad

    se encuentra en el hecho de carecer de una direccin central del partido estable. En efecto, el es-

    caso desarrollo burocrtico del partido fuera del gobierno se hace sentir, en particular, en el lide-

    razgo partidario nacional que es, siempre, una coalicin de dirigentes provinciales. Por un lado,

    refuerza el papel de esta coalicin cuando el partido ocupa la presidencia de la nacin y, por otro,

    la torna vulnerable apenas el partido pierde el cargo.

    En cuanto al grado de sistematizacin, es decir, de interdependencia entre las distintas

    unidades que componen la organizacin, hemos sealado que se trata de un resultado contingente,

    producto de la habilidad y fortuna de los lderes en lograr aglutinar fuerzas. En este sentido, el

    partido se encuentra en un estado de permanente fluidez, reforzado, adems, por el particular mo-

    do de observar las reglas y el desarrollo de ciertas prcticas paralelas a ellas. Esto nos lleva a un

    segundo interrogante vinculado con el carcter verdaderamente democrtico de la actual organi-

    zacin partidaria.

    Este carcter puede ser discutido dado que los afiliados no son convocados a participar en

    la competencia interna con la frecuencia esperable. Para abordar productivamente esta cuestin se

    impone a nuestro criterio algunas precisiones. La primera tiene que ver con la realizacin regular

    de elecciones internas. Este es un procedimiento establecidos en las reglas del partido que se co-

    rresponde bien con una visin normativa de los partidos como mbito de ejercicio de la democra-

    cia. En la realidad, sin embargo, no es fcil satisfacer este requisito por razones claramente com-

    prensibles: la organizacin de elecciones internas es una operacin costosa, tanto en trminos

    monetarios como logsticos que los partidos no estn siempre en condiciones de afrontar. As las

    cosas, siempre que se pueda evitar la convocatoria a elecciones esto es lo que habr de ocurrir

    bajo ciertas condiciones: cuando es posible acordar una lista nica entre las corrientes en disputa,

    cuando los resultados pueden darse por descontados, dad la disparidad de peso entre los dirigentes

    rivales.

    En ausencia de elecciones, la decisin queda confinada al vrtice partidario sin que los

    afiliados tengan una participacin directa: significa esto que est comprometida la lgica de la

    decisin democrtica? Aqu es cuando se impone una segunda precisin, relativa al lugar de los

    afiliados en los partidos polticos. Tambin en este caso nos confrontamos con una imagen ideali-

    zada que nos los presenta como electores vidos de hacer conocer sus preferencias personales.

    Esta no es, nos parece, la mejor manera de concebirlos. En trminos polticos, los afiliados son,

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    por regla general, y por las razones ms variadas, seguidores de determinados activistas y mili-

    tantes de la organizacin partidaria. Esta es una relacin que funciona tambin en la otra direc-

    cin. La gravitacin de los activistas y militantes est en estrecha relacin con la cantidad de fi-

    chas de afiliados que puedan colocar en la mesa de negociacin a la hora de decidir los acuerdos

    polticos y la conformacin de las listas de unidad. En esta condiciones, los afiliados continan

    teniendo, en forma indirecta, la ltima palabra.

    A partir de lo que se acaba de sealar, slo cuando no es posible llegar a un acuerdo entre

    lderes rivales se convoca a la competencia interna. Pero aqu, nuevamente, el PJ admite otras dos

    variantes. Una ha sido la adopcin de la ley de lemas. Este sistema electoral que regula las elec-

    ciones de autoridades provinciales, adoptado en varios distritos controladas por el PJ - por ejem-

    plo, La Rioja, Santa Fe, Chaco, Formosa, Salta, Santa Cruz y Tucumn-, permite que un mismo

    partido (lema) presente varias listas de candidatos (sub-lemas). En consecuencia, queda en manos

    de los ciudadanos-electores que se identifican con el partido y, en particular con un sub-lema del

    partido, la decisin final respecto de los candidatos ganadores. Con este sistema, el justicialismo

    transfiri a la arena electoral-interpartidaria la competencia por la nominacin que no han estado

    en condicin de resolver en la arena estrictamente intrapartidaria como asimismo los costos mo-

    netarios de la misma. El matiz que introduce la ley de lemas es que la apelacin no es slo a los

    afiliados sino tambin a los simpatizantes del partido.

    La otra modalidad por la cual se resuelve la falta de acuerdo es el recurso pautado a la es-

    cisin. Esta antigua prctica del partido que es, de hecho, una regla informal, penaliza tan slo en

    forma simblica a quienes deciden separarse del partido dado que tolera su posible reingreso.

    Quiz el principal interrogante que encierra esta prctica se refiera a cmo se fijan los lmites de

    la tolerancia del partido frente a este tipo de conductas. Si tomamos la trayectoria de Octavio

    Bordn como ejemplo, debemos concluir que los lmites los coloca quien opta por separarse del

    partido. Bordn se alej del PJ; con su lnea interna Pas form una alianza con otro sector disi-

    dente del justicialismo, el Frente Grande; fue su candidato presidencial en 1995, oponindose a la

    candidatura de Menem y logr el segundo lugar, con el 35% de los votos. Luego de un perodo de

    ostracismo, Bordn se acerc nuevamente al partido para ocupar en la actualidad el cargo de Mi-

    nistro de Educacin del gobierno de la provincia de Buenos Aires, encabezado por el justicialista

    Ruckauf. El Frente Grande ilustra, en cambio, el caso opuesto que tambin corrobora la idea de

    que los lmites de la disidencia corren por cuenta del disidente20. El Frente Grande, creado a partir

    de una escisin a principios de 1990, opt, hasta ahora, por no reingresar al PJ. Esta prctica,

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    adems de responder al inters de conservar potenciales fuentes de apoyo tiene, dese nuestro

    punto de vista, otra consecuencia: preserva el principio de identidad. En efecto, quien se separa

    del partido no tiene porque esforzarse en buscar otro principio con el cual identificarse sabiendo

    que existe la posibilidad de volver a reingresar al partido. En contraposicin, los partidos que ex-

    pulsan a sus disidentes, estimulan la generacin de nuevos principios de solidaridad.

    La dbil institucionalizacin del Partido Justicialista que acabamos de describir bien pue-

    de colocar nuevamente en el primer plano la pregunta relativa a su supervivencia. Desde una

    perspectiva terica, se sostiene que la capacidad de supervivencia de los partidos est vinculada

    con el grado de institucionalizacin de sus reglas y prcticas y su capacidad para adaptarse a

    contextos cambiantes. Respecto de este ltimo punto, la elasticidad organizativa del Partido Justi-

    cialista ha sido funcional a su capacidad de adaptacin, tanto para hacer frente al desafo de la

    muerte del lder como, ms contemporneamente, para encarar uno de los procesos de cambio

    econmico y social ms importantes operados en el pas21. En cuanto al primero, creemos que la

    peculiaridad del peronismo en lo relativo a su autoreproduccin descansa, ms que en las reglas,

    en la fortaleza de su principio de identidad colectivo. Mientras ste sea el cemento que una a ese

    universo tan heterogneo y las urnas lo refrenden, la supervivencia del PJ parece no correr peli-

    gro.

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