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nº 29/ Enero de 2014 La Puebla de Montalbán (Toledo) Feliz Navidad Feliz Navidad

nº 29/ Enero de 2014 La Puebla de Montalbán (Toledo) · 2018. 7. 19. · Adolfo Delgado Agudo gran Historiador y Paleógrafo, en el que por vez primera podemos leer la Bula de La

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  • nº 29/ Enero de 2014La Puebla de Montalbán (Toledo)

    Feliz Nav

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    Feliz Nav

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    EditorialPortada: Belen Viviente.3/ Editorial.4/ Alisa, madre de Melibea.

    Por Pedro Velasco Ramos.9/ Leonor de Guzmán.

    Por Jesús María Ruiz-Ayucar.

    12/ En la Colegiata de Talavera.Por Juan José Fernández Delgado.

    20/ Por las Antiguas tierras de Montalbán: de Menasalbas al Puerto Marches.

    Por Ventura Leblic.23/ Bula de Fundación del Convento de las MM Concepcionistas.

    Por Adolfo Delgado Agudo.27/ La Virgen de Trápani.

    Por Benjamín de Castro Herrero.31/ Cronología de la Sábana Santa..

    Por Doroteo Palomo Ciruelos.34/ La Puebla de Montalbán, Inspiración de Poetas.

    Por Cesáreo Morón Pinel.38/ Fototeca.

    Por Damián de la Fuente.39/ El Arrezul.

    Por Rafael Morón Villaluenga.41/ Hojas de Poesia.

    Por Benjamín de Castro Herrero.44/ Qué es la Hipnosis Clínica.

    Por Frco. Javier García RAfael de la Cruz. 45/ El Acebuche.

    Por Pilar Villalobos Moreno.

    SumarioTerminamos este año 2013 con la publicación del nú-mero 29 y con la satisfacción del deber cumplido al

    permanecer, durante siete años, con la misma ilusión que nos indujo a comenzar esta bendita aventura de informar a nuestros convecinos de la historia que, a través de los siglos, ha confi gurado la forma de ser y de estar de nuestro pueblo.

    Junto con la información fruto, la mayoría de las veces, de minuciosas investigaciones, hemos pretendido que nuestros lectores se interesen por lo que en neutras páginas refl eja-mos, logrando así, que sean fi eles a su lectura y colaboren con sugerencias, fotografías antiguas e incluso colaboracio-nes escritas que nosotros agradecemos. Como, así mismo, agradecemos la fi delidad que nos han demostrado durante estos casi ocho años de vida de la revista “Crónicas”, la mayo-ría de los industriales y comerciantes de la localidad sin cuya aportación difícilmente la revista podría ver la luz trimestre a trimestre. A todos ellos nuestro máximo reconocimiento.

    En cuanto a nuestros más de treinta colaboradores que, revista a revista, han sembrando en sus páginas sus conoci-mientos, sin otro interés que enriquecerlas dándola una ca-tegoría que traspasa, casi desde su inicio, los límites locales.

    Una prueba de ello es el artículo, que nos regala don Adolfo Delgado Agudo gran Historiador y Paleógrafo, en el que por vez primera podemos leer la Bula de La Fundación del convento de las Madres Franciscanas Concepcionistas de la localidad y que el pasado día 22 de los corrientes tuvo el detalle de visitar nuestro pueblo y llevar en persona una co-pia de dicha traducción a la madre Abadesa Sor Pilar, para que sea custodiado en el archivo que dicho convento posee.

    Queremos también resaltar que el pasado día once de noviembre una representación municipal encabezada por el Sr. alcalde don Juan Carlos Camacho, acompañado por don José Luis Martín, fundador del “Museo de Traje Militares” de la localidad y don Benjamin de Castro, en representación de la revista “Crónicas” visitaron en Torrejón de Ardoz las ins-talaciones de la Unida Militar de Emergencia (UME), siendo recibidos por el Teniente General Excmo. Sr. don Enrique Muro Benayas y diversos jefes y ofi ciales que, con gran pro-fesionalidad y amabilidad nos expusieron la labor humani-taria que esta unidad desarrolla tanto en desastres ocurridos en el territorio nacional, como en distintos países del mundo.

    Solo nos resta en nombre de esta gran familia que com-ponemos la redacción de “Crónicas” desear a todo el vecin-dario unas

    ¡¡FELICES NAVIDADES!! y

    ¡!PRÓSPERO Y VENTUROSO AÑO 2014!!

    CRÓNICAS. Revista trimestral de carácter cultural de La Puebla de Montalbán. Revista gratuita realizada por la Asociación Cultural “Las Cumbres de Montalbán”.

    web: www.lascumbresdemontalban.come-mail: [email protected]: Rafael Morón Villaluenga.Consejo de redacción: Cesáreo Morón, Dolores González, Doroteo Palomo, Benjamín de Castro , Rodolfo de los Reyes y Pedro Velasco.Diseño e Impresión: Gráfi cas La Puebla - 925 745 074Depósito Legal: TO-538-2007

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    Alisa y Pleberio: los padres de Melibea correspon-den al prototipo de una familia burguesa, dedi-cada a sus negocios, sus obligaciones sociales, familiares y al cuidado de su hij a. Alisa es una mujer orgullosa de su posición social y económica y no cree que haya un hombre capaz de ponerse a la altura de su hij a. Piensa que sus poderes de mando sobre su hij a le llegan de so-bra para que Melibea haga lo que ella quiera. Alisa apa-rece como una mujer fuerte y decidida pero al fi nal de la obra, al ver a su hij a muerta, se desploma dejando sólo a su marido y suplanto. Pleberio es más atento y cariñoso con su hij a, confía plenamente en Melibea y está orgullo-so de ella. No impone su autoridad, y al contrario que su mujer, quiere dejar que Melibea elij a a su futuro marido. Al fi nal de la novela, no le guarda ningún rencor a la hij a por suicidarse sino que, culpa al mundo y al amor como culpables del desastre.

    Alisa, como decíamos antes, es una mujer orgullosa de su posición social, cumple correc-tamente con sus obligaciones de dama de clase elevada, visita a su hermana en-ferma cada día como es su deber y esto en cierta manera ayuda a Celestina para entrar en casa de Pleberio con más facilidad.

    Se ha juzgado por la mayoría de los críticos como una madre irresponsable; Ella ha educado a su hij a y confía en la castidad de esta, recrimina, incluso, a Pleberio su deseo de casarla. Bajo mi punto de vista Alisa se comporta como la típica dama de clase elevada no preocupándose de lo que según ella era imposible.

    Los personajes de Pleberio y de su mujer, Alisa, son tal vez los más enigmáticos de La Celestina. Repetidas veces se asegura al lector que se trata de una familia de la más alta aristocracia de la ciudad, pero, en verdad, cuando se presentan en su amplia mansión, que inclu-ye: huerta, con su huerto deleitoso y su casa señorial, piensan, hablan y actúan como burgueses. Es posible que Rojas quisiera con ello caricaturizar a la aristocracia.

    El papel de Alisa es contradictorio. Por una parte, se nos asegura que es mujer resuelta, impaciente y recelo-sa; por otra, no es capaz de advertir en todo un mes que su casa ha sido escenario nocturno de los amores de Ca-listo y Melibea, y fi nalmente, se desmorona física y mo-ralmente al conocer (acto XX) que su hij a está sufriendo.

    La actuación de Alisa especialmente en el acto IV cuan-do Celestina hace la primera visita a la casa de Melibea ha sido discutida por muchos celestinistas: unos opinan que el efecto del conjuro, la actuación del diablo en el “Hilado”, en defi nitiva que algo sobrenatural ha infl uido para que Alisa permita la entrada en su casa de Celes-tina, conociendo como ella conoce, la mala fama, de la que en otra época fue su vecina, no parece plausible que Alisa deje a solas a Melibea para que termine la venta del hilado, mientras ella se marcha de casa aunque sea

    para visitar a su hermana enferma. Otros consideran que la actuación de Celestina en ese primer encuentro en la casa de Alisa no tiene ninguna connotación sobre-natural ni mágica. Veamos lo expues-to por Joseph T. Snow en su obra “Melibea, Celestina y la Magia: ”y con cuyos argumentos yo estoy plenamente de acuerdo“. No creo que haya grandes dudas hoy en día de que la fi gura más problemática, de los personajes que pasan por la

    Celestina sea Alisa, mujer de Pleberio y Madre de Me-libea, Radica su difícil captación por parte de muchos críticos principalmente en la posibles lecturas de su sor-prendente comportamiento en el cuarto acto de la obra, cuando deja a Melibea su “Guardada hij a” a solas con Ce-lestina para negociar la compra o el pago de una madeja de hilado, y especialmente a la luz de lo que se asevera en el décimo, que Melibea debe guardarse de Celestina, esa “gran traidora” que sabe con sus falsas mercadurías mudar los propósitos castos.

    La gran ironía, por supuesto, es que Alisa no se da cuenta de que su “guardada hij a” ha fl orecido desde el

    ALISA MADRE DE MELIBEAPor Pedro Velasco Ramos

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    día de ayer, una hij a que guarda en secreto, la verdadera naturaleza de los pactos secretos con la alcahueta…..

    Es esencial, Continua J. Snow, que comprendamos esta candidez o ingenuidad, porque nos da la clave, creo yo, de la caracterización de qué tipo de personaje de mu-jer y madre es Alisa. En primer lugar, salta a la vista en el acto cuarto cuando muestra confi anza en Melibea deján-dola con Celestina; es más evidente aun cuando acepta en el acto X, la explicación que le ofrece su hij a, para justifi car la presencia de Celestina en casa por segunda vez; y, fi nalmente, resulta todavía más patente en el acto XVI cuando Alisa afi rmando el “casto vivir” y la ”honesta vida” de Melibea ante Pleberio asegura con rotundidad “Que yo se bien lo que tengo criado en mi guardada hij a”.

    Esta confi anza casi ciega en su hij a Melibea hace que Alisa no vea peligro alguno en ésta y otras visitas de la vieja bar-buda. Seguramente los padres somos los últi-mos en enterarnos de lo que hacen nuestros hij os, siempre segui-mos viéndolo como niños sin percatarnos de que ellos crecen y maduran aunque no-sotros no queramos verlo o darnos cuen-ta. Los lectores de la Celestina ya conocen los sucesivos encuen-tros que han tenido los amantes. Y la tan “guardada” Melibea hace ya tiem-po que ha perdido su virginidad. Pero seguimos con la autentica pregunta que nos hacíamos al principio ¿tiene o no la magia algo que ver en el enamoramiento de Ca-lixto y Melibea? Yo creo que no, que las fi ngidas artes de Celestina solo son un aderezo que permiten a la vieja estrujar, un poco más la bolsa de Calixto. Veamos lo que dice el propio personaje en una situación en la que no caben mentiras ni subterfugios. Melibea sube a la torre con intención de arrojarse desde ella. No puede vivir sin Calixto y desde lo alto se dirige a su padre en este último instante para decirle la única verdad de lo sucedido y lo hace con estas palabras:

    MELIBEA.- ….E porque estarás espantado con el son de mis no acostumbrados delitos, te quiero más aclarar el hecho. Muchos días son passados, padre mío, que penaua por amor vn cauallero, que se llamaua Calisto, el qual tú bien conosciste. Conosciste assimismo sus padres e claro linaje: sus virtudes e bondad a todos eran manifi estas. Era tanta su pena de amor e tan poco el lugar para hablarme, que descubrió su passión a vna astuta e sagaz muger, que llamauan Celestina. La qual, de su parte venida a mí, sacó mi secreto amor de mi pecho. Descubría a ella lo que a mi querida madre encobría. Touo manera cómo ganó mi querer, ordenó cómo su desseo e el mío houiessen efeto. Si él mucho me amaua, no viuía engañado. Concertó el triste concierto de la dulce e desdichada execución de su voluntad. Vencida de su amor, dile entrada en tu casa. Quebrantó con escalas las paredes de tu huerto, quebrantó mi propósito. Perdí mi virginidad. Del qual deleytoso yerro de

    amor gozamos quasi vn mes. E como esta passada noche viniesse, según era acostumbrado, a la buel-ta de su venida, como de la fortuna mudable es-touiesse dispuesto e or-denado, según su desor-denada costumbre, como las paredes eran altas, la noche escura, la escala delgada, los siruientes que traya no diestros en aquel género de seruicio e él baxaua pressuroso a uer vn ruydo, que con sus criados sonaua en la calle, con el gran ímpetu que leuaua, no vido bien

    los passos, puso el pie en vazío e cayó(ACTXX).

    No hay ni una sola alusión que nos permita suponer que los elementos mágicos que ha puesto en escena Ce-lestina: conjuro, hilado y cordón hayan dado resultado más bien parece que eran elemento que proporcionaban fuerza a Celestina y seguridad en su empresa de media-nera que elemento que tengan una fuerza especial en el desarrollo de la acción.

    En el acto XVI, uno de los posteriormente añadidos a la primera versión de la obra, Pleberio y Alisa tra-tan precisamente del casamiento de Melibea. Pleberio y Alisa son ya viejos, los parientes de su misma edad

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    ya están muertos y se desprende de su propio dialogo que se sienten un poco culpables de haber dilatado en demasía el transcendental negocio de dar estado a su única hij a Melibea. Quizás han sido un poco egoístas, y ha retrasado el asunto de la boda, de su única hij a, o qui-zás han seguido viendo en Melibea a la niña que fue, sin observar su crecimiento, sin darse cuenta que su hij a ha llegado a la plena feminidad. Han estado ciegos y solo ahora se van dando cuenta de ciertos síntomas y ciertas rarezas extrañas, porque ya no es una niña.

    Esto se explica porque en aquella época, los padres eran los que buscaban contratos matrimoniales, pues las mu-jeres nunca eran independien-tes y debían tener a alguien que las mantuviese, cuando los padres muriesen. Además, Melibea opina que su corazón solo pertenece a Calisto, que es el centro de su vida. Los padres de Melibea quieren dejarle la vida arreglada y lo hacen por su bien. No saben lo que opina su hij a por la fal-ta de comunicación que había en estos temas entre padres e hij os (habitual en la época). Mi-rando al presente nos puede parecer que los padres de Me-libea están haciéndole daño al tomar esta decisión. Sin embargo, ellos lo hacen por su bien, no son unos padres crueles, sino que en aquella época encontrar el marido para sus hij as era tarea de los padres. Para ellos, decidir casar a su hij a es darle un futu-ro, pues si se queda sola cuando ellos mueran no podrá tomar decisiones y estará a cargo de tutores o albaceas le-gales. Además les interesaba casarla por los rumores que pudieran surgir; cuanto antes la casen menos dudas habrá sobre su virginidad. Opinan que les será fácil encontrar un marido por el alto linaje que poseen. En el sentido de la búsqueda del marido la madre no está muy convencida, no le vale cualquiera, pero opina que es deber del hombre y que aceptará lo que su marido elij a. Nos preguntamos por qué Melibea no les presentó a sus padres a Calisto como posible candidato a casarse con ella (los padres cono-cían a Calisto), esto es debido a que Calixto, no tenía ningu-na intención de casarse, ya que quería vivir su amor en el presente (carpe diem) el futuro no importaba.

    PLEBERIO.- Alisa, amiga, el tiempo, según me parece, se nos va, como se suele decir, de entre las manos. Corren los días como agua de río. No hay cosa tan ligera huyendo como la vida. La muerte nos sigue y rodea, de ella somos vecinos. Y puesto que estamos inseguros de cuándo seremos llamados, debemos preparar nuestro equipaje para andar este forzoso camino; que no nos coja de improviso esa cruel voz de la muerte. Demos nuestra hacienda a un agradable sucesor, acompañemos a nuestra única hij a con un marido, tal y como nuestro estado exige, para que nos vayamos descansados y sin dolor de este mundo. No quede por nuestro descuido nues-tra hij a en manos de tutores.

    La hemos de librar de las len-guas del vulgo, porque ninguna virtud hay tan perfecta que no tenga maldicientes. ¿Quién rechazaría nuestro parentesco en toda la ciudad? ¿Quién no se hallará gozoso de tomar tal joya en su compañía?

    ¿En quién se reúnen las cuatro cosas principales que en los casamientos se exigen, a saber: lo primero, prudencia, ho-nestidad y virginidad; segundo, hermosura; lo tercero, el ele-vado origen y parientes; lo último, riqueza? De todo esto la dotó la naturaleza.

    ALISA.- Puesto que esto es una ocupación de los padres y muy ajena a las mujeres, con lo que tú dispongas estaré yo alegre, y nuestra hij a obedecerá, según su casto vivir y hones-ta vida y humildad.

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    traa hijijijijijaa een maanoos dee tutu oro ee

    as len-ninguna

    ue no tenga azaría nuestro ad? ¿Quién no se l joya en su compañía?

    gradable sucesor, acompañemos un marido, tal y como que nos vayamos

    de este mundo. cuido nues-es.ese .

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    Comienza Pleberio con una idea tópica de la Edad Media: tempus fugit: el tiempo huye, la vida es breve, la muerte aparece cuando menos se la espera. Por ello, he-mos de estar preparados –le dice a su esposa Alisa- y no podemos dejar las cosas para mañana, pues mañana quizás ya sea tarde. Se comporta, pues, Pleberio como un hombre responsable, sabedor de sus obligaciones, y

    la primera obligación de unos padres es encauzar el futuro de sus hij os. La sociedad medieval no

    pedía opinión a la mujer sobre cómo y con quién quería casarse. La mujer

    obedecía sin más los deseos e in-tereses del padre. La boda es un

    contrato benefi cioso para las partes, y Pleberio está orgulloso

    de su “tesoro”. Melibea es una “joya” que reúne todas las cualidades necesa-

    rias para encontrar el marido más conve-niente: es prudente, honesta, virgen, hermosa,

    aristócrata, rica. ¿Quién podría rechazar en la ciudad a una mujer como ella? Y, además, hay que casar a la niña pronto, dice Pleberio, antes de que las malas lenguas empiecen a hablar de Melibea, esas malas lenguas que siempre han existido y seguirán infamando en cualquier época y sociedad. La honra es un concepto fundamental en la sociedad medieval y renacentista, pues consiste en la buena opinión que los demás tienen de una persona, y hasta el momento (pero no por mucho tiempo) Melibea es persona honrada, y Pleberio también.

    La respuesta de Alisa a su esposo es una muestra más de la discriminación de la mujer en la sociedad del siglo XV. Alisa acepta con naturalidad su papel secundario, las reglas de obediencia de la mujer hacia el marido: el futuro de los hij os no es cosa de mujeres y nuestra hij a estará conforme con el esposo que tú le encuentres.

    Pleberio se apresura a tratar con su esposa el asunto que han ido postergando una y otra vez. El viejo quie-re ahora lo contario de lo que han hecho hasta ahora. Tras recordar, como ha pasado el tiempo y como su vejez linda ya la muerte, resuelve ya que lo que otras

    veces habían principiado, tenga ahora su ejecución, reconociendo que: “No hay cosa que con mejor se con-serve la limpia, fama de las vírgenes, que con temprano casamiento”. Es precisa-mente de lo que no se ha ocupado nunca por egoís-mo o por inconsciencia o tal vez ha estado dema-siado ocupado con sus negocios y sus barcos. Por otra parte la ceguera de Alisa su esposa no le va a la zaga.

    ALISA.- ¿Qué dizes? ¿En qué gastas tiempo? ¿Quién

    ha de yrle con tan grande nouedad a nuestra Melibea, que no la espante? ¡Cómo! ¿E piensas que sabe ella qué cosa sean hombres? ¿Si se casan o qué es casar? ¿O que del ayunta-miento de marido e muger se procreen los hij os? ¿Piensas que su virginidad simple le acarrea torpe desseo de lo que no co-nosce ni ha entendido jamás? ¿Piensas que sabe errar aun con el pensamiento? No lo creas, señor Pleberio, que si alto o baxo de sangre o feo o gentil de gesto le mandaremos tomar, aquello será su plazer, aquello aurá por bueno. Que yo sé bien lo que tengo criado en mi guardada hij a.

    Desde luego no cabe mayor ignorancia de lo que suce-de con su hij a ni mayor desconocimiento de la situación real después de que ya han sucedido varios encuentros con Calixto en el jardín de su propia casa y la virginidad de Melibea es ya cosa pasada y bien pasada.

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    ALISA. Dios la conserve, mi señor Pleberio, por que nuestros deseos veamos cumplidos en nuestra vida; que antes pienso que faltará igual a nuestra hij a, según tu virtud e tu noble sangre; que no sobrarán muchos que la merezcan. Pero como esto sea ofi cio de los padres e muy ajeno a las mujeres, como tú lo ordenares seré yo alegre, e nues-tra hij a obedecerá, según su casto vivir e honesta vida y humildad.

    LUCRECIA. (Aparte) ¡Aun si bien lo supieses, reventarías! ¡Ya, ya perdido es lo mejor! ¡Mal año se os apareja a la vejez! Lo mejor, Calisto lo lleva. No hay quien ponga virgos, que ya es muerta Celestina. ¡Tarde acordáis y más habíais de madrugar!

    A estas alturas del dialogo de los padres de Melibea los lectores ya conocemos que el matrimo-nio que proyectan los padres es imposible. Melibea que ha escu-chado la conversación de sus pa-dres manda a Lucrecia a que in-terrumpa con cualquier pretexto la conversación de sus progenito-res. Rechaza ella ese matrimonio alegando “Que más vale ser buena amiga que mala casada”.

    Para Alisa, Melibea es completamente ignorante “Que del ayuntamiento entre hombre y mujer se procreen los hij os”. Para ella, Melibea sigue siendo la niña inocente por la que no han pasado los años. Ante esta situación que Melibea escucha sin que sus padres noten su presencia está a punto de confesar su yerro y desengañar a sus padres pero se contiene por buenas razones: el temor de causar un gran disgusto a sus padres, el de provocar una tragedia familiar, su inseguridad del amor de Calixto además de que tal vez su confesión le aca-rrearía su alejamiento de Calixto al que no piensa renunciar de nin-guna manera, porque la mucha-cha está totalmente entregada y rendida a los deseo de Calixto:

    MELIBEA.- Haga y ordene de mi a su voluntad: si quisiere pasar la mar, con él yré, si rodear el mundo, lléveme consigo; si venderme en tie-rra de enemigos no rehuiré su querer

    Por lo visto Melibea cree a Ca-lixto capaz de pedirle cualquier imposible, menos lo más prosaico y normal pedirle en matrimonio.

    Mientras Pleberio y Melibea sostienen el último dia-logo, ella en lo alto de la torre y él abajo escuchando ató-

    nito las explicaciones de su hij a. Alisa está en su cámara durmiendo, no ha oído las voces de Lucrecia, llamando a Pleberio ante la amenaza de Melibea, de arrojarse des-de la torre, Alisa casi como siempre no se entera de nada

    de lo que sucede en su casa, cuan-do todo ha terminado y Pleberio regresa a la Cámara que ambos comparten, al ver a su marido en-trar en la misma, le pregunta la causa de tan súbito mal.

    “Pleberio, tornado a su cámara con grandíssimo llanto, preguntale Alisa su muger la causa de tan súpito mal. Cuéntale la muerte de su hij a Melibea, mostrándole el cuerpo della todo hecho pedaços e haziendo su planto conclu-ye”.

    ALISA.- ¿Qué es esto, señor Plebe-rio? ¿Por qué son tus fuertes alaridos? Sin seso estaba adormida del pesar que hube cuando oí decir que sentía dolor nuestra hij a. Ahora, oyendo tus gemi-

    dos, tus voces tan altas, tus quejas no acostumbradas, tu llanto y congoja de tanto sentimiento, en tal manera penetraron mis en-trañas, en tal manera traspasaron mi corazón, así avivaron mis

    turbados sentidos, que el ya recibido pesar alancé de mí. Un dolor sacó otro, un sentimiento otro. Dime la causa de tus quejas. ¿Por qué maldices tu hon-rada vejez? ¿Por qué pides la muerte? ¿Por qué arrancas tus blancos cabe-llos? ¿Por qué hieres tu honrada cara? ¿Es algún mal de Melibea? Por Dios, que me lo digas, porque si ella pena no quiero yo vivir.

    PLEBERIO.- ¡Ay, ay, noble mu-ger! Nuestro gozo en el pozo. Nuestro bien todo es perdido. ¡No queramos más biuir! E porque el incogitado dolor te dé más pena, todo junto sin pensarle, porque más presto vayas al sepulcro, porque no llore yo solo la pérdida dolorida de entramos, ves allí

    a la que tú pariste e yo engendré, hecha pedaços. La causa supe della; más la he sabido por estenso desta su triste siruienta...

    Y la obra de nuestro paisano termina con el conocido como planto de Pleberio.¡

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    LEONOR DE GUZMÁN

    En el mes de septiembre publicó Benjamín de Castro en una revista para la Feria de Torrij os un documentado artículo sobre Pedro I de Castilla, conocido como el Justiciero o El Cruel. Debido a ello quiero completar la abundante información que nos ofrece dando una visión de la “culpable” del asesinato del rey por su hermanastro Enrique en Montiel. Digo culpable puesto que si Alfonso XI, padre de Pedro, no se hubiese amancebado con Leonor de Guzmán no habría nacido Enrique y el asesinato no se habría pro-ducido y no habría variado la dinastía, pasando de la borgoñona a la Trastámara.

    Conocemos bastante bien la vida de Pedro I de Castilla. Algo menos la de María de Padilla. Muy poco la de la madre de Pedro y reina consorte, María de Portugal. De todos ellos hemos leído y hemos sacado conclusiones. Pero de la madre de Enrique, el asesi-no de Pedro I, Leonor de Guzmán, sabemos que fue amante del rey, que tuvo once hij os y que fue la crea-dora de la dinastía Trastámara. Mujer de gran poder en la corte, fue reina de hecho, dejando a un lado a la verdadera reina.

    Leonor de Guzmán nació en Sevilla a comienzos del siglo XIII. Procedía de una familia noble. Debió tener una belleza impresionante, pues un rey no sue-le enamorarse de cualquiera. Además se nos dice una crónica que “era en fermosura la mas apuesta muger que avia en el Reyno”.

    Estuvo casada con un noble castellano, pero al poco tiempo falleció quedando Leonor viuda a los 18 años.

    Alfonso XI se había casado con una pariente por-tuguesa, María de Portugal, cuando él tenía 17 años y ella 15. Pero parece ser que el matrimonio no se llevaba bien, pues si bien ella era una joven de cierta hermosura, sin embargo debió tener un áspero carác-ter, por lo que la convivencia no debió ser agradable. Además, la belleza debía ser extraña, pues en algunos escritos se indican las “malas relaciones matrimoniales” y no debieron ser muy frecuentes, pues ella se mos-traba reacia en la mayoría de las ocasiones. Pero esta separación contrastó con la situación que se produjo cuando conoció casualmente a Leonor, de la cual se quedó prendado inmediatamente. A partir de enton-ces sus relaciones fueron constantes, tanto que la lle-vó a vivir a palacio con el consiguiente disgusto de la reina. Y mucho más lo fue cuando su esposa no le daba un heredero, pero, en cambio, Leonor dio a luz un hij o, con la alegría consiguiente. Pero, tristemen-te, falleció al poco tiempo. Pero no tardó en concebir un nuevo hij o, pues Leonor tenía una fecundidad ex-traordinaria. Tanto que con el tiempo le dio once hi-

    jos. Y si Dª Leonor era rica por su familia, Pedro la hizo mucho más, pues cada vez que le daba un nuevo hij o los regalos se hacían abundantes y de gran cate-goría, siendo las villas que la donaba, con todas las rentas que ellas proporcionaban, por lo que tanto ella como sus hij os eran propietarios de numerosas villas que se iban conquistando. Así que jamás le faltaron a Leonor posesiones y rentas que iba acumulando. Y lo mismo o parecido sucedía con los hij os, a los que iba atendiendo adecuada y generosamente. Villagarcía de Campo, Alcalá de Guadaira, Paredes de Nava, Medi-na Sidonia, Monzón, Algeciras, Tordesillas, Huelva, Córdoba, Lucena, todas con sus correspondientes cas-tillos, fueron algunas de las plazas regaladas por el rey a su amante.

    Pero no solamente Leonor se enriquecía con las donaciones de Pedro, sino que la nobleza le hacía nu-merosos regalos en joyas y propiedades de todo tipo, pues la amante del rey sabía ingeniárselas adecuada-mente para obtener todo lo que se la encaprichaba. La nobleza sabía del poder e infl uencia que ejercía sobre su esposo, y nadie se atrevía a negarla aquello que en un momento se le antojaba. Y si era para sus hij os no admitía excusa alguna.

    Por Jesús María Ruiz-Ayucar. De la Real Academia BACH de Toledo. Presidente de la Academia de la Historia y Arte de Torrij os.

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    Llegó su astucia e ingenio a tal altura que desde palacio estableció una serie interminable de relacio-nes de todo tipo, desde aspectos políticos, donaciones, amistades con la nobleza, llegando a elaborar una in-teligente política de matrimonios de sus hij os con lo más esclarecido de la nobleza. De esa manera se iba haciendo cada vez con un poder inmenso, y nada se hacía en la corte sin que ella interviniera y sin que la última decisión fuera acordada con su consentimiento. Nada se hacía sin contar con la aquiescencia de Leo-nor. Tanto por la nobleza como con embajadores era considerada como si de la reina se tratase. Su poder era ili-mitado, llegando una ocasión en que el rey de Inglaterra la pidió que infl u-yera sobre un matrimonio de su hij a con el hij o de Alfonso, Pedro. Incluso otros reinos de la Península la trata-ban como si fuera la reina.

    Esta situación tenía, sin embargo, sus opositores, de manera especial los reyes de Portugal, pues el rey veía que su hij a estaba siendo apartada y arrin-conada, siendo un desprecio para los portugueses. Se hizo todo lo posible para que las relaciones de Alfonso con Leonor se eliminaran, pero todo fue inútil. La pasión y tal vez amor que Alfonso sentía por la amante no le hicieron variar su postura y su pre-dilección por esa mujer. Incluso desde Portugal se tomaron medidas de todo tipo para evitar que la situación con-tinuara. Llegaron incluso a apelar al Papa para que semejante situación terminara. No se consiguió nada. Pero la situación se puso tan tensa que Portugal negó su ayuda en la lucha contra los mu-sulmanes, así como animar a la nobleza a sublevarse contra Pedro. Todo esto hizo que Alfonso tomara la decisión de llevar a Leonor a un convento. La buena relación con Portugal volvió a tener lugar. La Batalla del Salado contra la invasión de los benimerines fue un triunfo total de los cristianos. Tras la cual Alfonso tomó la decisión de sacar del convento a Leonor y re-gresar a la situación anterior. Los amores de la pareja volvieron a su cauce.

    Aunque en ocasiones el rey debía tener participa-ción con la reina en diferentes actos protocolarios, la situación no era agradable para ninguno de los dos. Incluso para la amante Leonor tampoco sería grata que en ocasiones el rey la “desplazara” por tener que ir con la reina a esos actos, por lo que se sentiría aban-donada y desplazada, cuando ella se tenía por la ver-dadera reina en la toma de decisiones. No cabe duda que esta situación debía sacar de quicio a Leonor, la amante y reina efectiva. Pues ni siquiera aparecía en los documentos ofi ciales, pues siempre era María la que tenía un lugar preeminente en los documentos

    y actos ofi ciales. El rey no se atrevía a desplazar a la reina, habría sido algo intolerable.

    El nacimiento del hij o y heredero Pedro debió ser un golpe terrible para la ambiciosa Leonor, pues si en principio pensaba que serían sus hij os los que ocupa-rían el trono en un futuro, la llegada de Pedro supuso romper todas las esperanzas. Pero así y todo continuó maquinando estrategias para hacer subir peldaños cada vez más elevados a sus hij os, y nunca dejó de pensar que serían ellos quienes alcanzaran el trono.

    La reina María, la desplazada pero verdadera reina, vivía en Sevilla con el hij o heredero. Mientras que la amante y sus descendientes acompa-ñaban al rey en todas sus aventuras de conquista. Jamás se separaban del rey, de esa manera continuaban ejer-ciendo una infl uencia absoluta entre la nobleza, siendo su proceder de to-tal y absoluta decisión sobre los ac-tos ofi ciales. Premiaba o castigaba de acuerdo con el comportamiento.

    Sus hij os eran en estas circunstan-cias los verdaderos y ofi ciales hij os del rey, aunque no legales, y menos descendientes, pues jamás se sepa-raban del monarca y el cariño sobre ellos era absoluto. Mientras tanto Pe-dro, su verdadero y legítimo heredero permanecía alejado de su padre, sin apenas tener contacto con él, sintién-dose marginado por los bastardos y odiado por la amante, pero dueña de

    las decisiones palaciegas. En estas circunstancias no es de extrañar que Pedro viera con cólera y enorme enfado su situación marginal. Y lo mismo sucedería a su madre, legítima reina y desplazada por la amante.

    Mientras una se sentía dueña y señora de las de-cisiones de palacio, la reina era la secundaria, la que se encontraba marginada y postergada. Lógicamente reina y heredera debieron ir almacenando en su co-razón un odio por quienes ocupaban el lugar que les pertenecía.

    Alfonso fue un monarca de grandes cualidades po-líticas y militares. Realizó numerosas conquistas, lle-gando hasta Algeciras. Estando sitiando esta ciudad, Alfonso falleció a causa de la peste que por entonces asolaba Europa. Con ello la situación cambiaba por completo para Leonor. De ser considerada reina, se encontró con la animadversión de quienes hasta en-tonces la habían adulado.

    Viendo el peligro que la acechaba tanto a ella como a sus hij os, pide ayuda al rey de Aragón, pero no obtiene resultado. Lo mismo hace con varios de los que consideraba amigos, pero no consigue nada. Había que estar en buena disposición con el nuevo rey

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    Pedro y con su madre. Leonor permanece en Sevilla donde la visitan sus hij os mellizos Enrique y Fadrique. Leonor sigue maquinando y propone a Enrique que mantenga relaciones sexuales con su prometida Juana Ma-nuel, parienta lejana de Alfonso XI, lo cual serviría posteriormente para clamar por la legalidad de la dinastía Trastámara. Como se ve las intrigas de Leonor permanecen hasta sus últimos momentos de gloria.

    No tardó la reina legítima en tomar medidas contra Leonor. La amante vio el peligro que se cernía sobre ella. Se refugia en Medina Sidonia. Pero María hace detenerla y se la traslada a Talavera de la Reina, villa pertene-ciente a María, pues se la había regalado el rey, de ahí la denominación de Talavera de La Reina.

    Leonor es mandada ajusticiar, aunque no se sabe si por la despechada reina o por el hij o marginado, Pedro. El caso es que en esta ciudad un es-cudero de María la asestó un golpe con una maza ocasionándola la muerte en el acto.

    ¿Fue María o fue Pedro quien ordenó tan brutal muerte? No cabe duda que la insolencia de Leonor merecía un castigo, pero lo tremendo de la reacción de quien ordenase la muerte fue algo excesivo.

    Leonor se excedió en sus atribuciones; quiso ser reina, manejó la corte a su antojo y logró que uno de sus hij os llegase por métodos inicuos a coronarse rey con el nombre de Enrique II, apodado el de las Mercedes, pues hubo de congraciarse con la nobleza para calmarles su llegada de manera ruin y asesina.

    La dinastía Trastámara que trajo a España el hij o de Leonor, Enrique, fue una dinastía que dio reyes impor-tantes, destacando Isabel la Católica por encima de todos.

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    La robusta mole de granito, ladrillo y mam-postería, abrochada con muros, contramuros y arbotantes, impone su impronta nada más entrar en la Plaza del Pan por el suroeste. Al instante, nos hacemos con la puerta principal reseñada por un hermosísimo rosetón gótico-mudéjar de ladrillo, en-marcado en un perfecto cuadrado y evocador de los de Guadalupe, y con la gallarda y señorial torre de tres cuerpos, más el campanil y el puntiagudo cha-pitel, sus dos ojitos de buey y una ventanita gemina-da con recuerdos desgraciados de Dª María Eugenia de Uceda, esposa fi el del válido D. Fernando de Va-lenzuela y nombrada “La loca de Leganitos”, que en esta torre pasó aciagos días de encierro y soledad... Y estos arbotantes y contrafuertes, y la magnitud del edifi cio más los esbeltos pináculos hablan desde lejos del sello gótico de la fábrica eclesial, matizado por el rosetón y el frontón de la fachada.

    Acaba de cumplir ochocientos años esta Iglesia de Santa María, asentada, quizá, sobre los reales de una mezquita mayor que, a su vez, pisoteaba los cimien-tos de una iglesia visigoda cuya cristiandad, según Francisco de Soto, procede de aquellos días en que predicaba en ella el Apóstol Santiago y dejó como obispo a Pedro, el predilecto entre todos sus discípu-los. Y esta primitiva iglesia, que conoció la infancia y primera juventud de los tres hermanos mártires de Talavera, sería la heredera directa de un templo ro-mano dedicado a Marte. Y ya que nos movemos por

    estos pretéritos tiempos en aras del octavo centena-rio recién cumplidito, diré que en 1211, un año antes de la signifi cativa batalla de Las Navas de Tolosa, se presentaron en la villa talaverana el rey Alfonso VIII y el arzobispo Jiménez de Rada en busca de soldados y de otros apoyos para la gran contienda contra el moro. Y Talavera y sus antiguas tierras colaboraron con generosidad, por lo que ambos mandatarios hu-bieron de acceder a la solicitud que les presentaron los representantes de aquella histórica corporación: por ella, la Iglesia de Santa María la Mayor –así nom-brada en antiguos legajos y documentos-, fue eleva-da a categoría de Colegial, título que ha ostentado hasta mediados del siglo XIX.

    Nueva y reluciente, airosa, con olor y sabor a lim-pio, reanimada después de tanto encierro secular, de tanta oscuridad, de tanto silencio. Parece más alta al ser mucho menos oscura, pues el alabastro se ha desprendido de la pátina de los siglos y se ha com-binado con el cristal; en efecto, se han corregido las cubiertas de las naves laterales, han sido recupera-dos y ampliados los ventanales del triforio de la nave central, en los que se han instalado nuevas vidrieras de alabastro, y se ha potenciado la luminosidad del templo lavando el rostro a las vidrieras policromadas del altar mayor, a los ojos de buey estratégicamente colocados y al espléndido rosetón... Pero entremos al recinto, pues los arcos ojivales y abocinados se han abierto con la llave maestra de D. Daniel, el párroco...

    EN LA COLEGIATA DE TALAVERA.

    Por Juan José Fernández Delgado.

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    II

    POR EL INTERIOR DEL RECINTO

    Aquella imagen juvenil que tenía de la Colegiata talaverana -así es nombrada por el real capricho del pueblo-, se correspondía con un edifi cio bajo y muy oscuro, casi tenebroso, y silencioso y frío como las iglesias románicas. Pero en ocho años de reformas y contrarreformas se ha hecho la luz en el interior, y el recinto ha ganado en esbeltez, aparentemente también en altura, en gallardía y humanidad. Las tres naves del rectángulo se ofrecen abiertas de par en par, con la cara aseada, airosas y risueñas, y dis-puestas a mostrar todas sus interioridades. Ahora, principalmente, buscamos la heráldica por todas partes: capillas, sarcófagos, arbotantes transversales y crucerías, cornisas, sepulcros, puertas de acceso y de salida, cálices, altares, púlpitos, pendones y telas bordadas... Y la encontramos estampada en seis ele-mentos: granito, mármol, madera, tela, orfebrería y cerámica. Y ahí están los emblemas de los Girones, los Orozco, los Meneses, Suares, Ayalas y Loaísas, y las enseñas de otras renombradas familias talavera-nas del siglo XV, y de varios cardenales, y de diversas órdenes religiosas. Todo ello hace las delicias de mi amigo Ven-tura Leblic, pues mi atención se evade en busca de Juan Ruiz y de Alonso Martínez de Toledo, los arciprestes y autores, a su vez, del Li-bro de Buen Amor y del mal llamado Corbacho, respectivamente; y de Doña Leonor de Guz-mán, la gran amante del rey, y de Fernando de Rojas, cuyos restos, aunque encerrados en el claustro, han de vagar por todo el recinto, incluso, por el salón de plenos del Ayunta-miento talaverano, que para eso fue su alcalde mayor durante más de treinta años. Y los encuentro, ¡vaya si los encuentro!, y al docto Fray Hernando de Talavera también. Además, surgen comentarios sobre la madre del arzobispo Tenorio, amigo de ar-quitectos y alarifes, pues argumenta el párroco que Doña Juana, Doña Juana Duque, nativa de Talavera y madre del arzobispo, fue enterrada en la Capilla Ma-yor de la Colegiata, pero que al no haber dotado su enterramiento con alguna capellanía ni molino, a pe-sar de las aceñas que tenía en Puente del Arzobispo, los desaprensivos canónigos sacaron el cuerpo de la difunta y lo alojaron junto al coro. “Pero, ¡a saber!”.

    Apunta Don Daniel ahora que la primera capilla, la de la izquierda según entramos, la “de San Sebas-tián”, se llamaba también “Sala Capitular”, porque los

    canónigos -¿hij os directos de aquellos otros díscolos y licenciosos amonestados por don Gil de Albornoz y conocidos de Juan Ruiz, el arcipreste?-, decidieron trasladar hasta esta dependencia la susodicha Sala. Todo el apostolado colgado de la pared frontal, y todo el santoral –el apuesto San Bartolomé pisando la cabeza del demonio, San Ramón Nonnato, patrón de las embarazadas, con sus tres coronas anillando su palma de martirio, y otros santos, vírgenes, már-tires y venerables padres de la Iglesia, etc.,- se halla apiñado y en plan humano en un lateral, a ras de suelo, sin tiempo para haber regresado a sus respec-tivos altares y hornacinas, lo que indica que las obras y reformas aún están calientes. No obstante, resulta impresionante la humedad que se cita en esta his-tórica capilla, tanta que el salitre se sobrepone en la faz roja del ladrillo y forma una masa acuosa que se adhiere al calzado y se hace huella visible en las losas de granito. Y ahí, temerosos, junto a ella, se apiñan también enormes mamotretos, misales, partituras y libros de canto, y pliegos de fábrica y contaduría… No, no encontramos a San Sebastián por parte algu-na, y como, además, los santos no han regresado aún

    a sus respectivas hornacinas, temo que el milagro de la humedad, detenida y

    amenazante, no se mantenga por mucho tiempo alejada de los li-bros… ¿Será ésta la sala en la

    que el arcipreste Juan Ruiz dio la nueva mala a los susodichos canónigos…? Dejemos ahí y en alto la pregunta por ahora…

    Ahora, sea como fuere, continuamos la doble búsqueda, la he-ráldica y la histórico-literaria, y entramos en la Contaduría, en donde

    dicen las crónicas que fue-ron encontrados los restos de

    Doña Leonor de Guzmán, ma-dre de Enrique II, el de “las mer-

    cedes”, a quien encontraremos, lue-go, en la Capilla de Reyes Nuevos de la

    Catedral de Toledo padeciendo el mal de gota, mientras llega el día de la resurrección. En la Capilla de San Francisco o de San Jerónimo, me intereso por el personaje representado en un hermoso busto de mármol: es el canónigo Francisco Ramírez de Are-llano en actitud orante, que dejó cuantiosas mandas a la Colegiata, especialmente dos: una para redimir presos pobres de Talavera, condenados por deudas mal avenidas (impunemente hipotecados, diríamos hoy); la segunda, para redimir cautivos de las manos del turco. Pero antes que la fi gura del personaje, re-clama la atención un Cristo enmarcado en un hermo-so retablo de cerámica de Ruiz de Luna. Este Cristo, al que se añade “del Mar”, viene a dar el tercer nombre

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    con que se conoce esta capilla, y es un regalo del afa-mado ceramista nacido en Noez en cumplimiento de una promesa, muy propia de cualquier hombre de tierra adentro. Resulta que varios miembros de la familia Ruiz de Luna hubieron de acudir a Argenti-na para cumplir varios contratos de trabajo y, claro, había que “cruzar el charco” en barco. Y aquí surgió la promesa del ceramista: adornar la capilla con lo más esmerado que produjeran sus artísticas manos en honor del Cristo benefactor. Y como los hij os re-gresaron “sanos et salvos”, el padre cumplió su pala-bra. Abajo, en ambos extremos y como sosteniendo el retablo, se descubren San Francisco y San Antonio, y el susodicho barco en el centro. También sobresale el retablo en que resplandecen por derecho propio Santa Justa y Rufi na, las veneradas patronas de la al-farería, y el zócalo, adornado con azulejos de fl orón, y el pavimento con olambrillas azules con escudos de las órdenes religiosas, que harán las delicias del amigo heraldista, obra también del artista de Noez.

    En la capilla de Santa Leocadia, damos con una de las pocas obras documentadas de Blas de Prado, na-tivo de Carmena y elegido por Felipe II para pintar en Fez. Se trata de un extraordinario cuadro, quizá la mejor pintura de la Colegial, con Santa Leocadia como fi gura principal, y San Ildefonso, que preten-de quedarse con un trozo de su capa antes de que la santa emigre al cielo. Recaredo, el rey, también asiste a la portentosa escena con cara asustada ante tanto prodigio. Cuelgan también dos cuadros de Tristán, el aventajado discípulo: un San Jerónimo y San José con un estupendo mamotreto en la mano derecha,

    lo que le confi ere originalidad al cambiar el serru-cho carpinteril por el atributo del intelectual. En la otra mano lleva la vara de caminante, distinguida con toda una lección de teología: en la parte supe-rior hay un ramito de azucenas o lirios que, según los evangelios apócrifos, vale por símbolo de pureza, de castidad, como habría de ser su matrimonio con la Virgen. ¡Claro, que San José contaba con ochenta añitos y la Virgen tan solo catorce!

    Los nombres con que se cita la capilla siguiente – “de San Juan” y “de los Santos Mártires” -, están har-tamente justifi cados: el de San Juan por el exuberan-te frente de altar de cerámica con la iconografía del santo nombrado, festejado, además, por traviesos grutescos renacentistas; y el de los “Santos Mártires” talaveranos, desde mediados del siglo XVI, tiempos en que sus restos hasta aquí acudieron procedentes de San Pedro de Arlanza, venerable cuna de Castilla toda y pasto hoy de la desidia más absoluta para so-laz de lagartos y aves de rapiña. Una hornacina de

    arco apuntado sobre un altar cubierto de cerámica acoge a los tres hermanos mártires, y los sepulcros de miembros de los Loaysa en los laterales. Una pie-dra de macizo granito del Piélago, enrejada en la pa-red frontal, guarda y enseña bien a las claras el poder de la fe: el duro pedernal se convirtió en aquella alta ocasión en tableta de mantequilla y los pies del san-to Vicente, y el bastón también, fi jaron para siempre sus huellas, hondas y bien pronunciadas, en la mol-deable roca berroqueña.

    Comenta el párroco que el estilo neoclásico que viste la Capilla Mayor le sobrevino a fi nales del siglo XVII.

    amigggggo heraldista,,, obra también del artista de Noez. laaz dee lagaggggara toos s y yyyy ava eses de e raapipippp ñaa. UnU a a hoornacacini aa dee

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    Antes exhibía un gran retablo gótico, donado que había sido por Juan de Ayala, de siete metros de an-cho y catorce de altura, en el que se alojaban varias estatuas de Cristo, de la Virgen y de San Juan. Es muy probable, continúa diciendo, que la Virgen que veremos en la sacristía, es la que presidiera todo el retablo, como titular que era de la iglesia. “Ya veréis que es un hermoso ejemplar del siglo XV”. Ahora observamos un retablo neoclásico hecho con mármol jaspeado de Montesclaros. El centro del mismo lo ocupa un impresionante cuadro de la Asunción, de Salvador Maella y es, sin duda, junto con el de Santa Leocadia, los dos óleos más importantes del espacio-so recinto eclesiástico, sin olvidarme del San José ni del San Jerónimo de Tristán.

    Una impresionante talla de Cristo Crucifi cado encontramos en la Capilla de San Ildefonso, en el ábside lateral derecho, “sí, pero la capilla es conocida como de los espejos, y así se llama a este Cristo. Su autor es José Zazo y Mayo”, apunta Don Daniel. “Os voy a confesar un secreto. Se dice que en este sepulcro, ya veis en qué estado se encuentra, están los restos de Doña Juana Duque, la madre del arzobispo Tenorio”. En efecto, se trata de un humilde sepulcro de pizarra, maltrecho por el tiem-po y abandonado a la desidia, que exigiría una restauración y la dignifi cación necesaria, aun-que sólo fuera por ser la madre de aquel arzobispo que tuvo a bien levantar el majestuoso puente del Puente del Arzobis-po, que continúa siendo –después de seis siglos, seis- la principal vía que comunica las antiguas tierras de Talavera con Guadalupe y Extremadura, en general. En un retablo de cerámica se ve a Cristo avanzando hacia el Calvario, fi rmado y fechado de esta guisa: “Po.Nu,z. Ao de 1632”, que Méndez-Cabeza identifi ca con Pedro Núñez del Valle, pintor madrileño. Dice el historiador toledano Ildefonso Fernández que en la cripta de esta capilla, entre los restos mortuorios que en ella se encuentran, están los de la malograda Dª María de Albornoz, sobrina de su tío, el arzobispo, y esposa de D. Rodrigo Girón, que murió ahogada en las aguas del Tajo. Todos los restos están maltrechos y desvalij ados, producto no sólo de los tiempos; tam-bién, y sobre todo, de los ilustrados franceses, que aquí, y en otros muchos lugares, pugnaban entre sí por hacerse acreedores del sobrenombre de voraces que hicieron famosos a los vándalos y a los alanos. ¡Setenta arrobas de oro macizo se llevaron de aquí, más los destrozos que hicieron en las capillas y crip-tas mortuorias, cuando la de la Independencia!

    En la Sacristía encontramos el gran tesoro del que hablaba el párroco, la Virgen con el Niño y sus atri-butos masculinos que, probablemente, presidiera el altar mayor, pues es una hermosísima talla del siglo XV. “Este cuadro de la Virgen con el Niño, así, comple-tito, dice el párroco, es otra lección de teología. Viene a poner en claro que Jesucristo no es sólo Dios; también es de naturaleza humana, como se aprecia con claridad”. Agrupados en la cara de la pared, como si intentaran confi gurar un retablo, varios cuadros conforman un museo con escenas conocidas de la vida de la Virgen. También anoto la expresión de un Ecce Homo y la entrañable fi gura de la Dolorosa. Pero me entreten-go y miro con entusiasmo los legajos, documentos,

    concesiones, fueros, bulas, cá-lices y estandartes guardados en las vitrinas. Me detengo en una bandera que estuvo en la batalla del Salado, en varios documentos fechados en o alu-sivos a Villar del Pedroso y en el escudo bordado del arzobis-po Portocarrero, arzobispo con el que creció la torre en sus dos plantas superiores, y esta sa-cristía se vio también realzada. Este arzobispo, en fi n, ocupó la más alta cumbre de la Igle-sia en los fi nales del siglo XVII y principios del XVIII, y fue muy prócer y elevada su cuna, y muy efi cientes sus relaciones con la diplomacia de su tiem-po, y prolongadas y muy par-ticulares las que mantuvo con la bella e intrigante princesa de los Ursinos. Pues bien; a pesar de todo ello, es este arzobispo

    quien hizo escribir sobre la losa de su sepultura, lo-calizada en el primero de “los senderos del mundo cre-yente”, como llama Félix Urabayen a las cinco naves de la Catedral toledana, este estremecedor salmo bí-blico: Pulvis, Cinis, Nihil.

    En la Capilla de Santa María del Pópulo hay un sepulcro de características góticas, revestido de piza-rra adornada con elementos vegetales y escudos de alabastro, y similar al de los Loaysa. La inscripción se deja leer y dice: “Aquí yace sepultado el cuerpo de la noble Mencía de Suares, fi ja de Ruy García, regidor, y de Francisca Telles, su mujer”. Llama la atención la estructura de la bóveda gótica de granito apoyada en otra obra de cantería, y la verja, también gótica. ¿Quién sería la “noble Mencía”?

    Cruzando la Capilla de San Juan Bautista, funda-da por el bachiller talaverano Hernando Alonso, cu-yos restos mortales fueron traídos hasta aquí, junto a los de su padre, y colocados bajo de una losa bastan-te ilustrada, pasamos al claustro.

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    III

    EN EL CLAUSTRO CON LOS CANÓNIGOS DEL LIBRO DE BUEN AMOR.

    También el cardenal Portocarrero tuvo que ver con la reforma y el alzamiento de los altos del claustro de la Colegial. Pero en el claustro vamos a divagar por aquel primitivo recinto poblado de revoltosos y licenciosos canónigos del siglo XIV, que se pasaron por el forro de la sotana las advertencias del arzo-bispo toledano, Don Gil de Albornoz, y hubieron de ridiculizar al Arcipreste de Hita, el apenado mensaje-ro, cuando se presentó en Santa María la Mayor para hacerlos sabedores de las susodichas advertencias que, en defi nitiva, procedían de Roma.

    Cuadrado y austero, de labrada sillería y sin los festones o caireles del mudéjar; fuertes y robustos contramuros, sobrio y con regusto clásico. Así se presenta el claustro, y con un pozo en el patio inte-rior de hermoso brocal de una sola pieza de granito. Elegantes y espaciosos arcos apuntados, apoyados en racimos de gráciles columnas que se despliegan en nervaduras de ladrillo al llegar a la bóveda… En-cuentro también en el claustro, adosado a un muro, un hermoso dintel labrado en granito con todas las resonancias de manos visigodas, que habla de los orí-genes primeros del templo e insiste en la proximidad de las obras y reformas pasadas, o que las restaura-ciones aún no han terminado, porque no ha regresa-do a su lugar de procedencia. Los contrafuertes, que sujetan las capillas del interior, están alzados por pi-náculos fl oreados, y animales fantásticos y carneros talaveranos de piedra berroqueña reciben el nombre de gárgolas. Por el suelo, se extienden lápidas con inscripciones ilegibles para hacer más anónimos a los muertos. Otras sí se dejan leer, y anotamos el nombre del “licenciado D. José Ramón Martínez Romeral, natural de la Peraleda de Garbín”, cura que fue de Piedraescrita y de Arroba...

    Pero yo quiero alzar la vista sobre todo esto bien visible y poblar el claustro de sanos y vitalistas ca-nónigos, chantres, hermanos legos, clérigos y cleri-zones, entre los que sobresalen Don Gonzalo, el ca-nónigo, el chantre Sancho Muñoz, Flores, Tristán, el tesorero y cofrade mayor y varios arciprestes, entre los que se encuentra Juan Ruiz, el de Alcalá. Nervio-sos, malhumorados; taciturnos algunos, los menos, es verdad. Agitan las manos cuando hablan entre gritos. Vociferan. Frases entrecortadas y otras sin ter-minar. Se oye el haldeo de las sotanas, y uno tira el bonete al suelo en señal de indignada protesta por las duras e irreversibles advertencias llegadas desde Toledo, fi rmadas y selladas por Don Gil, el arzobispo Don Gil de Albornoz, de prócer familia talaverana. El remitente último, no obstante, es el Papa Urbano V.

    ¿Y qué dicen esas advertencias tan “fuertemente selladas”? Que ya está bien de tanto relajamiento, de tanto escándalo. Mira, bien clarito se lee: “que clérigo

    nin cassado de toda Talavera,/ que non tuviesse mançeba, cassada nin soltera;/ qual quier que la tuviese descomulga-do era”. Que han de abandonar inmediatamente a sus barraganas, a sus “amigas”, a sus futraques, vamos. Y se enfadan con el mensajero, y le quieren mantear. Él, sin embargo, se defi ende argumentando que si a ellos les pesa tal mensajería, harto más le pesa a él. Que considera un desatino semejante mandato…

    Ante tanto barullo, el canónigo mayor propone se-renar los nervios y convoca un cónclave asambleario para el día siguiente, después de la canóniga, en la Sala Capitular. Y acuerdan apelar al mismísimo rey de Castilla ante estas absurdas pretensiones, pues son sus “naturales”, y le han servido siempre con leal-tad. Además, ha de saber el rey “que todos somos car-nales”, por lo que se hará cargo “de aquestos nuestros males”, de que estas advertencias son, a todas luces, absurdas y van contranatura. “¿Que deje yo a Orabue-na?”, se pregunta Tristán. “Antes renuncio a todas las prebendas y capellanías. Y considero que los demás debéis hacer lo mismo”, se responde y propone él mismo. Rá-pidamente, le respalda el tesorero, diciendo que an-tes de deshacerse de su Teresa, se va a Oropesa. “¿A Oropesa? ¿Por qué a Oropesa?”, pregunta uno de los clerizones. Porque allí no tiene mandato alguno Don Gil, el arzobispo. El lego Flores le secunda aseguran-do con férrea decisión que él tampoco abandonará a Blanca Flor. El más sañudo es Sancho Muñoz, el chantre, que despotrica contra el arzobispo: que qué tiene contra ellos, que qué mal hacen. “¿A quién ofen-demos? ¿A quién ofendo yo?, si yo no yazgo con ninguna concubina, ni con mujer de mi familia. Antes al contrario, acogí en mi casa a una huerfanita, que ha crecido con la edad, y también en hermosura. Y eso es obra de caridad”...

    En fi n; en el ambiente cismático de aquel convul-so siglo XIV, en el que la santa iglesia no subió a sus altares de santidad a ningún cristiano, ni dio un paso adelante el proceso de la Reconquista, se echaron pelillos a la mar y todo continuó igual: relajamiento de costumbres en general y amancebamiento entre la clerecía, situación que hubo de prolongarse hasta fi nales de la centuria, porque las buenas intenciones de Don Pedro Tenorio, el arzobispo reformador, tam-bién fracasaron, al pretender que el rebaño clerical reconsiderara su conducta y regresara a los hábitos de la cordura y la castidad. Y para ellos y con esa fi nalidad levantó la Casa de los Canónigos en 1397, lindante con la Colegiata para que les resultara más cómodo su transitar diario, y la colmó de mandas, aceñas y otros bienes… Pero que si quieres… Que los canónigos y demás parte del clero sin canonjía alguna rechazan la suculenta oferta arzobispal, y vis-to lo cual, el bueno de Don Pedro, abochornado por la insólita e irrevocable negativa del levantisco clero, entrega todo ello a los jerónimos asentados en la Sis-la, aquel convento cercano a Toledo en que Carlos I gustaba recluirse en tiempos de Semana Santa. Y este mundano ambiente clerical hubo de prolongarse

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    hasta los tiempos prósperos de Alfonso Martínez de Toledo, que ya sería arcipreste de la Colegiata hacia 1430, pues otro clérigo llamado Francisco Fernández, que reclamaba para sí dicha distinción, acusa al arci-preste toledano, ¡ante el mismísimo Papa Martín V!, de no ser digno de tal cargo al cohabitar con mujer placentera, lo que explicaría, según los críticos y es-tudiosos de la vida y la sabrosa obra de nuestro pai-sano, los amplios y documentados conocimientos del alma femenina de que hace gala, y hasta ostentación, el histórico Arcipreste de Talavera.

    IV

    CON FRAY HERNANDO DE TALAVERAY FERNANDO DE ROJAS

    Saludamos muy honrados a Fray Hernando de Talavera, presentado en esta ocasión por un ilustra-do panel que da cuenta de excepcionales detalles de su benemérita y ejemplar vida. Añado a lo expuesto que estaba emparentado con los Álvarez de Toledo, de Oropesa, y tanto que algunos suponen su cuna en esta plaza de encumbrado castillo, y con la rama judía de los Contreras, por parte de su madre. To-dos sabemos que se formó como jerónimo en Alba de Tormes, y que desde allí fue enviado a Valladolid como prior al convento Nuestra Señora del Prado, donde estuvo más de diez años, los sufi cientes para recibir en el convento la primera imprenta que llegó a la ciudad del Pisuerga, en 1480. Sabemos también que fue confesor de la Reina Isabel, la Católica, des-de antes de que fuera coronada reina de Castilla, y que pretendía terminar sus días en Valladolid, reti-rado del mundanal ruido y de sus pompas. Pero la reina hizo de su capa un sayo y le nombró obispo de Ávila y, luego, se lo llevó a Granada, cuando la conquista y el descubrimiento, y le alzó Arzobispo de aquella diócesis, donde murió en 1507. Pues bien; de los detalles biográfi cos ahí reseñados, quiero co-mentar dos: que fue un aval extraordinario para los magnos proyectos de Cristóbal Colón ante la Reina Isabel y, sobre todo, que, impulsado por la preclara idea renacentista de favorecer las lenguas vernácu-las, llamadas también “vulgares”, arrebató la palabra al mismo Elio Antonio de Nebrij a, cuando éste acu-dió a presentar su obra a la Reina. Isabel no acerta-ba a ver la utilidad de los trabajos de Nebrij a en la redacción de su Gramática, y le preguntó “para qué podría aprovechar” el libro, es decir, la Gramática. En ese preciso instante, cuando el eminente humanista andaluz y autor de la susodicha obra iba a responder, “el muy reverendo padre obispo de Ávila (que no era sino Fray Hernando de Talavera y le acompañaba en aquella alta ocasión), le “arrebató la palabra” y su misma respues-ta, y contestó: Para “después que vuestra Alteza metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas, y con el vencimiento aquellos ternían necesidad de recebir las leies quel vencedor pone al vencido y con ellas nuestra lengua”. Y esto lo vaticinó nuestro

    paisano unos meses antes de que Colón descubriera aquellas costas atlánticas, las del lado de allá.

    Pero me apresuro a señalar que el susodicho panel no dice ni pretende decir que Fray Hernando está en-terrado en cualquier lugar de la Colegiata, pues muy probablemente lo esté en Granada, donde murió un día cualquiera de 1507 y de cuya diócesis era arzobis-po. Sólo quiere evocarle en este recinto claustral, y es lo yo que he pretendido hacer en esta ocasión.

    Sí que deja bien clarito otro panel contiguo que el más ilustre alcalde de Talavera está enterrado en este mismo claustro, bueno, los escasos restos que de él se conservan. No diré que “fue nascido en la Pue-bla de Montalbán” hacia 1470, ni que estudió leyes en Salamanca. Sí que escribió toda la obra reconocida como La Celestina y que ostentó el nombramiento de Alcalde Mayor de esta ciudad desde 1508 hasta 1538, según los Libros de Acuerdos del Ayuntamien-to talaverano… El día 3 de abril de 1541 redacta su testamento, ya “puesto el pie en el estribo”, aunque la que nunca ha de faltar a la cita se le presentara a me-diados de junio de ese año, sin día ni hora conocida. Sí existen documentos fi dedignos, ni más ni menos que el recibo del coste de sus funerales y los gastos del entierro, fi rmados el 19 de junio de ese susodi-cho año, y que fue enterrado en la Iglesia Monasterio de la Madre de Dios, ya desaparecida. Y el hallazgo del enterramiento ocurrió por casualidad, porque el diplomático D. Luis Careaga, a partir de los detalles del testamento redactado por Rojas, dio en investi-gar en el convento “de la Madre de Dios”, y encontró unos restos humanos en el lugar señalado en el tes-tamento, y los dejó identifi cados en el mismo lugar. La guerra civil hizo de las suyas y derribó por com-pleto el edifi cio, con los restos entre sus escombros. Y así permanecieron hasta mediados de los sesenta en que se vuelve sobre el asunto, y son identifi cados el último día de mayo de 1968 en el arca de cobre que allí dejara Careaga señalado con una inscripción, y se procedió a la exhumación de los respetables res-tos y se depositaron en un rincón de la alcaldía. Y allí el dicho arca o cofrecillo permaneció olvidado y polvoriento, como el arpa de Bécquer, hasta que Don Clemente Palencia, el archivero municipal por anto-nomasia de la ciudad, dio con él doce años después y propone trasladarlos al claustro de la Colegiata. Y como por aquellos tiempos –deseamos que también en los presentes- las relaciones entre Talavera y La Puebla de Montalbán eran excelentes, parte de los restos mortales se donaron a las autoridades puebla-nas para que los colocaran en lugares relevantes y distinguidos. Otra parte fue traída hasta este lugar en que nos encontramos: el claustro, para lo cual se había programado un acto popular y emotivo, y en él no podía faltar la anécdota: tengo entendido que la mujer que transportaba la urna funeraria, que de cerámica era, desde el Ayuntamiento al claustro tro-pezó y dio en el suelo con ella toda, con el ánfora

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    y con lo que transportaba: los restos del inmortal au-tor. Mas, como en Talavera jamás estaremos distantes de preciados recipientes de cerámica, rápidamente apareció otra alcancía y se ofreció como primoroso relicario de Fernando de Rojas. Y así fue colocado en un nicho abierto en el Claustro de la Colegiata aquel 1 de noviembre de 1980, y ahí le saludo muy honrado y muy agradecido por el contento que me proporcio-na cuando leo su obra o me recreo en cualquiera de sus múltiples aspectos y detalles.

    V

    CON DOÑA LEONOR DE GUZMÁN, LA SUFRIDA AMANTE DEL REY.

    Una agradable sorpresa nos aguardaba antes de abandonar la renovada y venerable Colegiata: la urna que guarda los supuestos restos de Doña Leo-nor, que vienen a resultar la joya de la corona entre los restos mortales aquí enterrados. Ya anoté que el historiador talaverano Ildefonso Fernández y Sánchez comenta en su Historia que, a partir de unos documentos, encon-tró un sepulcro con restos humanos en los fondos de la capilla de Conta-duría que deben de ser los de Doña Leonor de Guzmán: persona joven, pero sin poder precisar su edad; de uno sesenta metros de estatura, fe-menino sin certeza abso-luta y muerto hace mu-chos años, “pero sin que ni aproximadamente puedan precisarse cuántos sean”. Sin embargo…

    En esta ocasión he venido a la Colegial como acompañante a buscar comentarios, evocaciones y sensaciones que me hicieran corregir aquellas otras acuñadas en días de primera juventud, y personajes histórico-literarios que aquí se encuentren, o puedan encontrarse, en espera de la resurrección prometida

    y esperada. Y como la ocasión me muestra una urna bastante mayor de las usadas como relicarios, con los laterales (algunos rotos) de cristal y los bordes de color carmesí, portadora de restos humanos que se identifi can con los descritos por el historiador aludi-do, me doy a mí mismo la certeza de que pertenecen a la malograda amante del rey Alfonso XI de Castilla, Doña Leonor de Guzmán, madre de diez hij os en la clandestinidad, pero sin retenerlos después ocultos; antes al contrario, consigue para ellos altas y cuan-tiosas heredades con el beneplácito del padre natural de todos ellos, el Rey.

    Pertenecía a los más altos estrados de la nobleza por ambas ramas, pues era hij a de D. Pedro Núñez de Guzmán y de Dª Beatriz Ponce de León y, según las crónicas, “en fermosura la más apuesta mujer que avía en el regno”. No obstante, esta hermosa sevilla-

    na, viudita a los 19 años, era, en verdad, la otra, la segundona, la relegada en el decir de las mur-muraciones populares y aún caballerescas, aunque ejerciera de reina, ya en el tálamo marital, ya en las decisiones del Rey. A pe-sar de aquella condición, nadie entre los próximos al monarca osaba hacer comentarios desdicentes: todos extendían sus ma-nos para aceptar lo que la solicitaban. Don Juan Manuel, sin embargo, el de El Conde Lucanor nie-to y sobrino de reyes, se oponía al poder que los hij os bastardos iban con-siguiendo, mediante las concesiones del Rey, el padre, y las solicitudes de ella, la otra, Doña Leonor.

    Quizá, las heredades de uno de los hij os no le hicieran sombra, en cuanto a poderío y riqueza; pero juntadas a los señoríos y prebendas de otro, y de otro, y del noveno, incluso, del décimo, le relegarían a un se-gundo término que él, claro, no estaba dispuesto a

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    consentir. Por eso, buscaba aliados contra el Rey y, sobre todo, contra el poderío de la Guzmán. Y el col-mo de estas veleidades contra Doña Leonor habrían de llegar después de la muerte de don Alfonso: cayó en desgracia el mismo día de los funerales regios, y fue encarcelada en Sevilla, por orden y mando de la verdadera y postergada reina, Doña María de Por-tugal, quien durante muchos años había visto cómo cada primavera la favorita de su esposo traía al mun-do un nuevo vástago… En fi n; detrás de la carroza mortuoria que llevaba el cadáver del Alfonso XI has-ta Sevilla, iba Leonor y varios de sus hij os. Pero al lle-gar a Medinasidonia, encontró la primera adverten-cia de que los signos favorables de su fortuna habían terminado en el punto y la hora de la muerte del Rey, pues el señor de la villa, que la poseía por gracia de Leonor, salióla al paso y le entregó las simbólicas llaves de la ciudad: No quiero cuen-tas con usted ni nada que de usted provenga, y que dij o. Otras noticias desfavorables recibió Leonor antes de llegar a Sevilla, pero continuó el viaje integrada en el cortejo fúnebre; y nada más llegar, la desolada Leonor fue encarcelada por orden de la reina. Y en prisión la visitaba su hij o Enrique, fechas aquellas en que se cor-cusía la boda entre Doña Juana Manuel, hij a de su padre, y Pedro I, el hij o legítimo de Alfonso XI con su legítima mujer, la portuguesa. Desde la cárcel misma, no obs-tante, obró Doña Leonor para que el matrimonio se resolviera a su interés y capricho: que la hij a de su máximo enemigo, Don Juan Manuel, se casara con su hij o, Enrique, lo que

    llenó de cólera a la reina Doña María y al padre de la novia, claro.

    Y así las cosas, la reina mandó trasladar a Leonor a la cárcel de Carmona; luego, por orden muy expresa, a la de Llerena y, por último a Talavera, la ciudad “de la Reina”. A los pocos días… Pocos días llevaba Doña Leonor en la villa, cuando entró en su celda Alfonso de Olmedo con orden de cumplir la rigurosa orden de la Reina madre: hundir su puñal en el corazón de la favorita. Y así se hizo. Y por ahí quedaron los res-tos de Doña Leonor que con harta probabilidad son los que he visto esta mañana de mediados de marzo en la Colegiata.

    En honor a estos per-sonajes, he vuelto a la capilla de Reyes Nue-vos de la Catedral de Toledo, lugar de repo-so eterno de Doña Jua-na Manuel, la reina, al convertirse en esposa de Enrique II, y de este rey iniciador de la Casa de los Trastamara. Allí aguardan la resurrec-ción prometida y espe-rada: Enrique aquejado del mal de gota, pues si se observan los labrados y marmóreos zapatos de su sepulcro, se percibirá que son muy diferentes: ajustadito y adornado con formas parecidas a rombos, el derecho; en-cajado, sí, el izquierdo, pero holgado y ajustado suavemente con un laci-to y de distinta clase y catadura…

    Me ha encantado la reconstrucción de la Co-

    legiata y he pasado una extraordinaria mañana entre sus muros, acompañando a mi amigo Ventura Leblic y gozando con las explicaciones y comentarios de Don Daniel, el párroco.

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    POR LAS ANTIGUAS TIERRAS DE MONTALBAN:DE MENASALBAS AL PUERTO MARCHES

    Por Ventura Leblic García.

    Hace años que el turismo rural en la comarca de los Montes de Toledo se ha venido esti-mulando desde sectores privados y muy centrado en lo cinegético ignorando otros valores. La prime-ra guía turística comarcal la conocimos allá en 1978, editada por la Asociación Cultural Montes de Tole-do, siendo la pionera entre las comarcas toledanas. Pero han tenido que pasar mas de treinta años para darnos verdaderamente cuenta del potencial turísti-co de nuestra comarca.

    Pero la historia es la historia y hoy lo que nos ha traído a estas páginas, es descubrirles una ruta de senderismo, entre otras muchas que podemos prac-ticar en ese jardín de Castilla que son los Montes de Toledo.

    El hecho de que esta ruta tenga algo que la hace especialmente atractiva, sin olvidar otros valores, es que ya existiera desde hace mas de dos mil años, desde que fue un camino carpetano, convertido en calzada romana y mas tarde en cañada. Quizá con los dos mil años me he quedado corto, pero ya son bastantes.

    Este viejo camino carpetano ponía en contacto las tribus del norte del territorio asentadas en la sierra de Guadarrama con las del sur en el Guadiana y sie-rra de Alcaraz donde vivían los oretanos, que nunca tuvieron que ver nada con los Montes de Toledo aun-que algún geógrafo despistado nos llamara sin fun-damento cordillera oretana hoy ya sin uso. Este ca-mino era el eje norte sur de la Carpetania, por donde transitaron las legiones romanas en su avance hacia Toledo y Madrid y el Sistema Central.

    Los carpetanos se integraron rápidamente en la cultura romana, no sin antes ofrecer resistencia. Después, el camino del que hablamos, se convierte

    en calzada que seguía comunicando la Meseta Cen-tral con Andalucía y Extremadura.

    Posiblemente sea el camino mas antiguo de los que cruzan los Montes de Toledo y sin duda uno de los mas antiguos de Castilla la Mancha. Por eso tiene una gran importancia histórica.

    Este camino es aprovechado siglos mas tarde por el ganado trashumante y se convierte en una de las grandes vías pecuarias castellanas: La Cañada Real Segoviana, verdadera “autopista” controlada por el Honrado Concejo de la Mesta, por la que se traslada-ban año tras año, millones de cabezas de ganado la-nar, principalmente. Esta Cañada que se originaba en la sierra de Cameros, bajaba buscando los abundan-tes pastos invernales de Extremadura a lo largo de 500 km.. Bajaban o subían las “cabañas” compuestas de 12.000 ovejas merinas, churras o lachas, junto a las vacas retintas o avileñas y cerdos ibéricos o gallegos, conducidas por los mayorales y sus mastines.

    Esta cañada es también el eje central del camino que hoy presentamos. Porque parte del mismo dis-curre por tierras de Menasalbas y es a él hacia donde nos dirigimos.

    Partimos de Menasalbas, pueblo en el extremo oriental del Estado de Montalbán del que fue cabeza de su arciprestazgo, con un rico patrimonio del que su mejor tesoro son sus gentes. Buscaremos el cami-no de Navahermosa para acudir al encuentro de la Cañada Real. Pero no podremos resistir a la tentación de subir a la Cabeza de Torcón, un cerro granítico con una altitud de 824 m. que como un gran mirador nos sorprende su dominio. Al norte toda la meseta de los Montes hasta el valle del Tajo y mas allá Gredos y hacia el sur todo el arco montañoso de los Montes de Toledo en su vertiente norte. Nos encontramos en

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    el escalón donde cambia el ecosistema. Pasamos de tierras de cultivo a las de monte bajo salpicado de pequeños bosques de encinas que buscan hueco en-tre el granito y sobre las que salta el agua que busca con rapidez al padre Torcón, de nombre carpetano. Desde este balcón monteño divisamos los vallejos por donde discurren los riachuelos, Jimena, Yedra, Villapalos, Marchés, que bajan de los Montes y mez-clan sus aguas en el pantano del Torcón construido para servir agua a Toledo durante el franquismo.

    La Cabeza Torcón fue siempre una refe-rencia para los nómadas que buscaban los abrevaderos para sus ganados. En su cima podemos imaginar un cas-tro, podemos ver sus cuevas y sus despeñaderos.

    Abandonando el cerro, pisa-mos la cañada que transcurre con dirección al “reculaje” del em-balse, atravesando un paisaje de fantasía. Los riscos de granito han sido modelados por el tiempo crean-do caprichosas formas que nos recuer-dan palomas, berracos, torres, cabezas y aquello que la imaginación nos sugiera. Es un paraje surrealista que nos invita al silencio y a buscar los mil sonidos que nuestro oído acostum-brado al bullicio diario tendrá que acomodarse. A lo mejor con un poco de suerte podemos disfrutar del vuelo majestuoso del águila o del halcón peregrino, o espantamos a una lechuza o escuchamos a las avu-tardas, incluso podemos ver nidos de cigüeña sobre piedras caballeras, entre las que saltan y se esconden los conejos y las liebres.

    La cañada bordea una necrópolis. Son decenas de tumbas rupestres que incluso se sumergen en las aguas del pantano. Es la necrópolis de la Corucha o del Tor-cón, excavada por los repobladores en el siglo XIII que se asentaron en una aldea conocida en los documen-tos mozárabes como Casar del Asno o de Ansino, por gentes que procedían de Toledo o de Castilla la Vieja que construían Castilla la Nueva. De la aldea no queda sino el Pozo del Moro y las referencia documentales.

    Remontamos el cauce del arroyo Villapalos hasta uno de los molinos que a lo largo de su corriente se construyeron para obtener harina o pienso. Aquí en esta comarca los molinos son de agua y es lástima que los dejemos perder, por que forman parte de una gran riqueza patrimonial tanto por su variedad y su número. Estos molinos aún conservan sus estructu-ras con presa, canal, buzamiento, compuertas y sali-da. Molinos rodeados de antiguas fresnedas que for-man bosques de ribera y dan sombra a las praderas cercanas a los arroyos, donde podemos asomarnos a sus aguas transparentes como las de un acuario y disfrutar de los peces que se esconden en los “ca-lanchos” o de los galápagos quietos sobre una roca o

    hasta de algún cangrejo si se tercia.¿Sería muy aven-turado sugerir crear un centro de interpretación de los molinos de agua en los Montes de Toledo, como existen los de viento en la Mancha?.

    Hemos de abandonar estos parajes saltando el curso del arroyo de Villapalos, para tomar el camino de Las Navillas. La ruta es mas abrupta y se cierra. La vieja cañada de las 90 varas castellanas de ancho (75 m.) se ha ido reduciendo a cordel con 45 varas,

    vereda con 25 varas y por último en una colada de 4 metros. Pero su terreno está ahí, impres-

    criptible, inalienable e inembargable. Es decir nadie las puede ocupar, ni usur-

    par, son patrimonio público, como cualquier carretera con alquitrán.

    Subimos tomando como refe-rencia el curso del arroyo Mar-ches. La vegetación invade todo. Cerca de las casillas y labranzas allá a lo lejos, se alzan los álamos y las choperas. Nos cubren los almen-

    dros, las encinas y cornicabras Ya vemos algunos enebros como adelan-

    tados del monte que comenzamos tener-lo al alcance de la mano. En las márgenes del

    arroyo que salpica en su despeñarse continuo, crece la albahaca, el poleo y mas alejado el cantueso. Entre la alfombra verde en primavera, salen los cardillos y junto a los cercados de piedra, los cardos marianos y la acedera que la podemos probar si la conocemos. La sanguinaria, la manzanilla, la mejorana, el torvis-co… y continuamos subiendo.

    El monte aparece con sus detalles, ya no es una masa azulona. Divisamos las primeras casas de Las Navillas, una pedanía de Menasalbas con 70 vecinos. Una ermi-ta construida en la posguerra, se integra en el paisaje. Aquí se puede pernoctar en las casas rurales.

    Salimos de la aldea a un enorme des-cansadero. La cañada vuelve a ser ca-ñada con sus 90 o mas varas y se dirige sin dudarlo a buscar el puerto Marches que se levanta desafi ante ante nosotros.

    Camino arriba llegamos a la fuente de la Canaleja, donde pararon a descan-sar y refrescarse los pas-tores de la trashumancia. Donde contaron mil cuen-tos y leyendas a la sombra de los viejos robles, mano a mano con los carboneros de los montes y donde hasta el robledal escucha con atención (si no pasa la motito de turno rompiendo el encanto. ¡Que sabrán de encantos naturales estos depredadores¡).

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    Seguimos subiendo entre un bosque de robles y rebollos. A nuestra derecha vemos el Robledo de Montalbán, topónimo que nos recuerda su vieja per-tenencia territorial, un poco mas lejano el castillo de Dos Hermanas de Navahermosa, también en los antiguos con-fi nes medievales de Montal-ban, que sobresale como un nido de águilas sobre una peña. A nuestra izquierda San Pablo de los Montes y si volvemos la vista atrás tam-bién Menasalbas.

    Seguimos siempre el cur-so del arroyo Marchés que comienza a horadar el terre-no creando profundos ba-rrancos. Casi estamos coronando el puerto y con un pequeño esfuerzo llegamos a una zona llana donde comenzamos a divisar mas montes al sur por donde continua la comarca y casi sin darnos cuenta, pisa-mos la cumbre y el camino comienza a declinar. Es nuestra meta. Ahora nos podemos dedicar a la con-templación del infi nito paisaje que se extiende a nues-tros pies. Son las rañas de Retuerta que a la izquierda terminan en Los Yébenes y a la derecha en Navas de Estena. El “mar de los Montes” como llaman al Panta-no de la Torre, cerca las casitas blancas del Castillo de Prim y el salpicado de encinas por la llanura inmensa de las rañas de Cabañeros, el Parque Nacional de los Montes de Toledo. Estamos rodeados de monte alto. El bosque mediterráneo nos inunda.

    Aquí en el puerto, tuvo la Hermandad Vieja de Toledo una aduana para cobrar el portazgo a los ga-nados que lo traspusieran desde que Alfonso X los diera este derecho. Y también aquí en el puerto, la Hermandad, ejecutaba a los bandoleros y bandidos

    salteadores de caminos, asaeteándolos estando ata-dos a una encina, donde dejaban el cuerpo para es-carmiento de los que por allí pasaban y cuando no

    quedaba mas que los huesos los enterraban en el “arca” un especie de tumba sobre la que se levantaba alguna er-mita. Todo ha desaparecido a la vista, pero aún está ahí guardado por la tierra, el re-cuerdo y los documentos.

    No sin hacer un esfuerzo por abandonar el paraje, vol-vemos sobre nuestros pasos hasta llegar a las Navillas, desde donde iniciaremos el camino de regreso, recor-dando las palabras del poeta

    cuando dij o que, “Otros hombres hicieron el camino que hacemos. Nuestra huella se pierde, mas el camino queda”.

    Caminos que hicieron los pastores, los carboneros, los arrieros, los molineros, los cazadores, los leñado-res, nuestros padres y los padres de nuestros padres. Y como decía un viejo arriero algo poeta:

    “Somos hij os de héroes que nunca conocieron su condi-ción de héroes.

    De hombres que escribían epopeyas anónimas.

    De sencillos pastores que cruzaban los montes con paso de gigante.

    De ellos descendemos.

    Parecían de bronce, pero eran de carne, de materia terca de dolor y de sueños”.

    También hubo poesía entre los viejos trashuman-tes. ¿Este es el camino que les inspiró?. Estoy seguro que no pudo ser otro.

  • c r ó n i c a s -23-c r ó n i c a s -23-

    BULA DE FUNDACIÓN DEL CONVENTO DE LAS

    MM. CONCEPCIONISTASPor Adolfo Delgado Agudo

    la del autor antedicho, que en algunos mo-mentos me hace pensar que debió utilizar otra copia del documento ya que difi ere en algunos fragmentos, puedo presen-tar a nuestros lectores el resultado de mi labor que creo que es fi el refl ejo de lo que el escribano de la Canci-llería Vaticana escribió para prestar autorización a la fundación del mo-nasterio pueblano.

    El texto en cuestión está escrito en una letra cursiva bularia redondeada so-bre pergamino. Presenta algunos espacios ilegibles por su deterioro y, en la fotografía que me proporcionaron, se pueden apreciar los cordones que sostendrían el sello. He de-sarrollado la abreviatura que aparece entre las palabras de la línea nueve “clementiam” y “provideri” como “nostram” ya que me parece lo más coherente aunque se podría precisar más su signifi cado. Y en la línea die-

    Animado por mis amigos de la Asociación Cumbres de Montalbán, me planteé el reto de transcribir y traducir el documento fundacional, en este caso breve o bula reducida, de las monjas concepcionistas de La Puebla de Montalbán.

    Es evidente la difi cultad que presenta la transcripción de un escrito en latín, redactado en el primer tercio del siglo XVI, especialmente por las abreviaturas, muchas de las cuales nos ocultan la terminación, o lo que es lo mismo el caso de la declinación, de una determinada palabra.

    Además la cancillería vaticana utilizaba, como es lógico, términos desconocidos en el latín clásico. A pesar de todo ello me lancé a realizar el trabajo que presento en las siguientes líneas.

    Tengo que decir que, cuando ya lo tenía prácticamente terminado, me llevé una sorpresa al descubrir en Internet una reseña que hacía referencia a que en el año 1952 y en el tomo XII, páginas 206 y 207, de la revista franciscana Archivo Ibero-Americano, existía un artículo de Hipólito Sancho de Sopranis en el cual venía una transcripción del mencionado breve.

    Días después me puse en contacto con fray Cayetano Sánchez, encargado del Archivo Franciscano Ibero-Oriental de Madrid, el cual amablemente me permitió el acceso a la revista en cuestión. Tras contrastar mi transcripción con

    cisiete la abreviatura que aparece después de “premissa” la he escrito como “quo-

    modolibet” aunque también podría ser “quolibet”.

    Hay que tener en cuenta los siguientes datos históricos: El personaje que aparece en el en-

    cabezamiento es Leonardo Grosso della Rovere, cardenal titular de la

    parroquia de San Pedro ad Vinculi de Roma desde el 9 de marzo de 1517 hasta

    el 17 de septiembre de 1520, fecha en la que muere. El breve tiene fecha del día 10

    de agosto de 1520 (IIII idus augusti), en con-secuencia fue redactado poco antes de que el cardenal falleciera. El Papa León X ascen-dió a la silla de San Pedro el 11 de marzo de 1513 por lo que 1520 era el octavo año de su reinado si contamos 1513 como el primero y murió el 1 de diciembre de 1521.

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    EL TEXTO DICE ASÍ:

    Leonardus miseratione divina tituli Sancti Petri ad Vincula presbiter cardinalis dilectis in Christo, Iohan-ni Pacheco et Leonore Chacon nobilibus coniugibus to-letanae diocesis / salutem in domino. Ex parte vestra fuit propositum coram nobis quod vos ad divini cul-tus augumentum et ob singularem devotionis aff ectum quem erga gloriosissimam virginem / Mariam geritis quoddam monasterium monialium ordinis conceptonis beate Marie Virginis edifi care seu qandam domum ad usum hujusmodi dedicare intenditis / et ut moniales in novo monasterio recipiende regularibus institutis divinis offi ciis et aliis in hujusmodi ordine necessariis facilius et melius erudiantur et instituantur/ cuperetis septem moniales idoneas videlicet Mariam Calderon, Leonoram et Calderon noviciam (sic), Catherinam de Saavedra, Mariam de la Conception, / Catherinam Basquez, Catherinam de Sanctofrancisco et Elizabet de Puertocarrero a monasterio monialium de Torrij os eiusdem ordinis quod sub visitacione / et obedientia fratrum minorum Sancti Francisci (ilegible) existit et per prelatos ordinis minorum hujusmodi regitur et gu-bernatur seu alias septem moniales / ab aliis eiusdem ordinis conceptionis monasteriis evocare et in novo monasterio hujusmodi ponere super quibus supplicari fecistis vobis super his per sedis apostolice / clementiam nostram provideri. Nos igitur vestris devotis supplica-tionibus benignum impartientes assensum auctoritate domini pape cuius primarie curam gerimus et de eius / speciali mandato super hoc vive vocis oraculo nobis facto ut pro instructione et eruditione aliarum monia-lium hujusmodi in dicto novo monasterio recipienda-rum / dictas septem moniales a monasterio de Torrij os hujus