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NAN
Emile Zola
Editorial Sarpe
Novelas inmortales
Ttulo original: Nan
Traduccin: J. Zambrano
Por la presente edicin: SARPE, 1984
Pedro Teixeira, 8. 28020 Madrid
Traduccin cedida por EDAF
Depsito legal: M. 28.187-1984
ISBN: 84-7291-679-0 (tomo 5)
ISBN: 84-7291-674-X (obra completa)
Printed in Spain Impreso en Espaa
Imprime: Altamira S.A.
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EMILE ZOLA
1840: Nace Emile Zola en Pars, el 2 de abril. Su padre era un ingeniero
italiano de origen balcnico. Es el perodo de la monarqua de Luis Felipe de
Orlens, la edad de oro de la alta burguesa. Los restos de Napolen, trados
desde Santa Elena, son enterrados en Los Invlidos. Segundo intento de golpe de
Estado del pretendiente Luis Napolen, que fracasa. Proudhon publica Qu es la
propiedad?
1844-1847: Levantamiento de los tejedores en Silecia. Contina la expansin
colonial francesa en frica y Oceana. Concluye la conquista de Argelia. Se
inicia la crisis econmica, que desembocar en la revolucin del 48. Estalla en
Irlanda la epidemia del hambre. Muere en 1847 Francois Zola, padre de Emile.
1848: En febrero cae en Pars Luis Felipe y la revolucin se extiende por
Europa. En marzo cae Metternich en Viena. Revueltas en Miln y Venecia.
Revolucin en Berln. Los movimientos revolucionarios son aplastados en todas
partes. En Junio estalla en Pars una insurreccin obrera que es aplastada
implacablemente. En octubre Luis Napolen Bonaparte es elegido presidente de la
Repblica Francesa. Se publica el Manifiesto del Partido Comunista, de Marx y
Engels.
1850-1856: Luis Napolen Bonaparte da un golpe de estado y proclama el Segundo
Imperio. El autoritarismo del rgimen se ir haciendo cada vez ms insoportable,
pero se acenta la formacin de capital y la expansin de las obras pblicas y
el crecimiento urbano. Las exposiciones mundiales de Pars simbolizan la
prosperidad de la burguesa francesa. Las exportaciones de capital convierten a
Francia en un pas de acreedores y rentistas. La guerra de Crimea entre Rusia e
Inglaterra (1854-1856) permite a Francia recuperar el papel de gran potencia.
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Se acenta an ms la expansin colonial (creacin del imperio de Indochina,
conquista de la Kabila en Argelia). Se inicia la construccin del Canal de Suez.
1857: Crisis econmica. Aparece Las flores del mal, de Charles Baudelaire. Se
publica Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Pasteur publica su Informe sobre la
fermentacin lctea. En la India se inician las revueltas de los cipayos contra
el dominio ingls.
1858: Emile y su madre se van a vivir a Aix en Provence, en la zona meridional
de Francia. All conoce a Paul Cezanne. Se hacen amigos. No progresa en los
estudios. Apariciones de Lourdes.
1860: Emile empieza a trabajar como empleado de aduanas. Construccin del metro
de Londres. Se funda el reino de la Alta Italia. Francia se anexiona Saboya y
Niza.
1861-1862: En 1861 se inventa la ametralladora. Michaux inventa el velocpedo.
Expedicin francesa a Mxico. Zola empieza a trabajar como empleado de la
importante editorial Hachette. En 1862 Bismarck es nombrado ministro. L.
Foucault calcula la velocidad de la luz.
1863: Zola se casa con la compaera con quien llevaba tiempo viviendo. No
tendran hijos. Su esposa adoptara, ya viuda, a los dos hijos que tuvo Emile
fuera del matrimonio, ya casi cincuentn, con una joven de veinte aos. Renan
publica La vida de Jess. Exposicin de cuadros impresionistas. E. Manet: El
almuerzo en la hierba.
1864: Zola publica su primer libro, Cuentos a Ninn. Reconocimiento del derecho
de huelga en Francia. Nobel logra hacer manejable la nitroglicerina, inventada
diez aos antes por el italiano Sobrero. Fustel de Coulanges: La ciudad antigua.
1865: Aparece Introduccin al estudio de la medicina experimental, de Claude
Bernard, obra y autor que influirn decisivamente en la teora de Emile Zola
sobre la novela. Mendel enuncia las leyes de la herencia biolgica. Aparece
Guerra y Paz de Tolstoi. Manet expone Olimpia, que provoca un escndalo.
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1866: Zola publica La confesin de Claudio y Mis odios (charlas literarias y
cientficas), Mi saln (coleccin de artculos) y El deseo de una muerta.
Verlaine: Poemas saturnales. Crisis econmica. Formacin del grupo de pintores
impresionistas.
1867: Exposicin de Manet el 24 de mayo. Zola publica Eduardo Manet, estudio
biogrfico y crtico, y Los misterios de Marsella. Aparece la primera parte de
El Capital de K. Marx. Ibsen: Peer Gynt.
1868-1870: Zola publica en 1868 Magdalena Frat y Teresa Raquin. En 1870 estalla
la guerra franco-prusiana. Tras la derrota de Sedn cae el Segundo Imperio de
Luis Napolen Bonaparte. Se proclama la tercera repblica. Estalla en Espaa la
revolucin conocida por la Gloriosa, cae Isabel II, que parte hacia el exilio.
1871: Zola publica La fortuna de los Rougon (tomo 1 de los Rougon Macquart:
historial natural y social de una familia bajo el II Imperio) y La ralea (tomo
II). Estalla la sublevacin de la Comuna, que es aplastada con el apoyo de
tropas alemanas.
1873: Aparece El vientre de Pars (tomo III). En Espaa se proclama la primera
repblica. Rimbaud publica Una temporada en el infierno.
1874: Aparece La conquista de Plassans (tomo IV), El herrero, Los herederos de
Rabourdain (comedia en tres actos) y Nuevos cuentos a Ninn. Exposicin de los
impresionistas, recibida con irona por la crtica. Restauracin de los Borbones
en Espaa con Alfonso XII.
1875: Publica Zola La cada del abate Mouret (tomo V). Lombroso: El delincuente.
La filoxera invade los viedos europeos, que quedarn arrasados por completo en
un perodo de diez aos.
1876: Aparece el tomo VI de los Rougon Macquart: Su excelencia Eugenio Rougon.
A.G. Bell patenta el telfono. E. Degas: El ajenjo. S. Mallarm: La siesta de un
fauno.
1877: Zola se instala en Mdan, que se convierte en lugar de reunin de un grupo
de intelectuales prximos a su ideologa. Publica La taberna (tomo VII), que
alcanzara un gran xito de pblico, y Una pgina de amor (tomo VIII).
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1880-1890: Aparece Nan (tomo IX), publica tambin numerosos artculos y la
antologa Las veladas de Mdan. Rodin: el pensador. Amnista para los
communards. A lo largo de esta dcada publica Zola compilaciones de ensayos y
artculos y siguen apareciendo nuevos volmenes de su saga de los Rougon
Macquart. Van Gogh pinta Aldeanos comiendo patatas, Los girasoles, Los olivos,
El hombre de la oreja cortada. Nietzsche publica As habl Zaratustra y Ms all
del bien y el mal. Rimbaud: Las iluminaciones. Bergson: Ensayo sobre los datos
inmediatos de la conciencia. En 1889, Exposicin Universal en Pars. Concluye la
construccin de la torre Eiffel.
1890: Zola se niega a presentarse como candidato a diputado por el distrito
quinto. Publica La bestia humana (tomo XVII). Van Gogh pinta La iglesia de
Auvers y Autorretrato. Destitucin de Bismarck.
1891-1893: Aparecen El dinero (tomo XVIII), El desastre (tomo XIX) y El doctor
Pascal (tomo XX). Escndalo (1892) del canal de Panam, cuya construccin
(iniciada 10 aos antes) se interrumpe debido a la bancarrota de la sociedad
annima creada por Lesseps.
1894: Arresto y condena por espionaje a favor de Alemania del capitn Dreyfus,
de origen judo. Zola defender ardorosamente su inocencia y su actitud
militante, y sus artculos sobre el tema, junto con su carta abierta, influiran
decisivamente en la revisin del proceso y en el reconocimiento de la inocencia
del acusado. Fue ste un proceso que dividi al pas y lo mantuvo en vilo
durante 20 aos. El 22 de diciembre Dreyfus es deportado a la Isla del Diablo.
1897-1898: Zola publica en Le Fgaro el primer artculo sobre el Caso Dreyfus.
Al ao siguiente publica en LAurore la carta abierta a Flix Faure, Yo acuso
(el 23 de febrero). Se le condena a un ao de prisin y a una multa de 3.000
francos. El 18 de junio se va a Inglaterra.
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1899: Regresa a Francia el 5 de junio. Concluye al fin el caso Dreyfus con el
reconocimiento de su inocencia y su rehabilitacin pblica.
1902: El 29 de septiembre muere Emile Zola en su casa parisiense, asfixiado por
las emanaciones de una estufa. Fue, para unos, muerte accidental; para otros,
castigo divino; suicido para algunos... Seis aos despus, el 6 de junio de
1908, son trasladados con honores sus restos mortales al panten de los hroes
de la patria.
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NANA
Cuando Zola escribe Nan (1880) es ya famoso. El xito que alcanza con La
taberna (1877) eclipsa incluso los xitos del rey supremo, Vctor Hugo, el viejo
veterano aureolado por el prestigio del destierro y de la lucha infatigable
contra la farsa y el oropel de tramoya del Segundo Imperio. Nan es precisamente
una gigantesca simbolizacin y una parodia de ese Segundo Imperio y de su farsa.
Un ataque implacable a su mundo.
De cuatro o cinco generaciones de borrachos, de una sangre viciada por una larga
herencia de embriaguez y miseria, surge zumbando una mosca de oro, Nan.
Crecida en la calle, criada en el arroyo parisiense, planta de estercolero y
fermento del pueblo que corrompe y desbarata entre sus muslos de nieve al
Pars burgus y aristcrata. Nan es fuerza de la naturaleza y arma destructora.
Una mosca resplandeciente como el sol, libadora de muerte, que entra por los
ventanales de los palacios del poder y envenena a los hombres.
Pero Nan supera los condicionamientos rgidos del esquema simblico: el smbolo
es, a la vez, ser vivo inmerso en un mundo real. El escritor logra plasmar esa
cristalizacin creadora que caracteriza a la obra de arte. Zola cuenta su
historia, la historia de Nan, con precisin de cronista implacable. Centra su
microscopio narrativo en un sector del mundo del Segundo Imperio y lo disecciona
con feroz bistur. A las fiestas de Versalles del antiguo rgimen, arrollado por
la Revolucin, y a los desfiles militares del Primer Imperio suceden las fiestas
del derroche burgus. El oropel de los patios de butacas y los palcos de los
teatros de vodevil, el mundo frvolo de las fiestas y las excursiones campestres
y las carreras de caballos. All triunfa Nan.
Nan, mediocre artista, con slo la fuerza de su radiante desnudez, delicada,
sin obreros ni mquinas, conmueve a Pars y reina circundada, aupada y sostenida
por catstrofes que provoca ella misma arrastrada por un impulso irresistible.
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Su sexo se eleva en una apoteosis como un sol iluminando un campo de batalla
sembrado de cadveres (como en el Sadn, en que se hundir al fin el Segundo
Imperio). Su inocencia persiste deslumbrante, brilla por encima de los
desastres, inclume. Nan conserva siempre su ingenuidad de animal orgulloso
que obra sin malicia, buena muchacha siempre. La pilluela de Pars, educada
en al calle, posee un poder que es un profundo abismo por el que despean la
fortuna y la dignidad y la vida los lobos del Imperio, los banqueros y
especuladores burgueses y tambin la nueva y la vieja aristocracia.
Su muerte coincide con ese gritero que recorre las calles de Pars llamando a
los franceses a la guerra imperial: A Berln, A Berln! Gritos que encienden
anhelos patriticos y nostalgias que apagarn las botas de Bismarck en la
catstrofe final. El Segundo Imperio se hunde. Nan, con el embrujo de su chic y
de su desnudez delicada capaz de corromperlo todo, es slo un osario, una masa
de humores y de sangre y de materia hedionda tirada en un colchn. Aquel rostro
hechizante es ya slo un campo de pstulas, una masa informe, sin rasgos, con un
ojo cubierto del todo por la purulencia y el otro entreabierto y hundido en un
agujero negro. Es un cadver de nariz supurante con una mancha de costra rojiza
que le cubre un pmulo e invade la boca y la crispa y estira en una atroz
sonrisa.
Slo la cabellera rubia y libre se salva de la catstrofe final y mantiene su
brillo. Slo ella persiste dorada y deslumbrante. All, en aquella habitacin
de hotel desierta en que arde una vela solitaria y hasta la que sube del bulevar
hinchando la cortina ese gigantesco anhelo desesperado que grita A Berln! en
un impulso que precipitar el desastre irremediable, slo la cabellera se
mantiene inclume: ser la que incendie con sus llamaradas los bulevares de
Pars en la Comuna.
Zola, diestro artista, nos narra esta historia dibujando cuadros del natural
llenos de minucia y detalle, con una pericia y una agilidad que preludia lo
cinematogrfico.
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Refleja un mundo palpitante y vivo, el mundo hormigueante de la ciudad con sus
olores y colores, sus oropeles y fastos y miserias, y procura hacerlo sin
miramientos, sin misericordias, anhelos ni nostalgias. A la pretensin de
fidelidad notarial y forense del realismo, sucede la bsqueda de una objetividad
cientfica con la que se pretende una precisin semejante a la de las ciencias
naturales. La evolucin, la herencia, los condicionamientos materiales han de
explicar la realidad del mundo. Hay que estudiar el mundo tal cual es,
framente. Pero esa frialdad y ese distanciamiento son esfuerzos y tctica: tras
la mascarilla de la objetividad del narrador, del novelista convertido en
socilogo y cientfico, late un ardor romntico liberador. La frialdad es slo
el mejor mtodo de hacer el diagnstico: hay que estudiar el mundo framente
para poder cambiarlo. Es preciso profundizar sin temor en las causas y hallar
un remedio a cada dolor. Zola, a quien se califica de destructor del alma
francesa, de quien Anatole France dir que jams nadie ha hecho esfuerzos
semejantes para envilecer a la humanidad, es en realidad, un paladn asctico
de la buena causa, entregado en cuerpo y alma a una misin. He cerrado la
puerta del mundo detrs de m y he tirado la llave por la ventana. No hay
absolutamente nada ms en mi agujero que mi trabajo y yo, y no quedar nada ms,
nada ms.
La Comedia Humana, de Balzac, no haba tenido sucesor. Slo Zola os proyectar
una obra tan titnica, una gran mquina, un cuadro global totalizador: su
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio (dentro de la
cual se encuadra Nan), que llegara a abarcar 20 volmenes y ms de diez mil
pginas. Pero Zola no pretende imitar a Balzac, l quiere ir ms all. No hay
que hacer como Balzac, hay que ligarse ms a los grupos que a los personajes. Y
aade: Adems, en Balzac, no aparecen obreros.
Zola, que desborda el esquema del escritor burgus y que parece en realidad el
primer escritor que se interesa por los valores del proletariado que bulle y
emerge, logra con sus obras un xito de masas sin precedentes.
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La base del pblico lector que permite el florecer de la novela burguesa se
ampla an ms en este perodo tumultuoso de cambios y avances, con el aumento
de la capacidad y los recursos de la industria. En el lanzamiento de sus obras
se recurre ya a un sistema de distribucin que permite la difusin masiva y se
utilizan procedimientos de publicidad nuevos que incluyen los carteles y los
hombres anuncio.
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NDICE
CAPTULO PRIMERO 25
CAPTULO II 47
CAPTULO III 65
CAPTULO IV 83
CAPTULO V 107
CAPTULO VI 133
CAPTULO VII 159
CAPTULO VIII 181
CAPTULO IX 209
CAPTULO X 229
CAPTULO XI 253
CAPTULO XII 279
CAPTULO XIII 295
CAPTULO XIV 321
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CAPTULO PRIMERO
A las nueve, la sala del teatro Variets an estaba vaca. Algunas personas
esperaban en el anfiteatro y en el patio de butacas, perdidas entre los sillones
de terciopelo granate y a la media luz de las candilejas. Una sombra velaba la
gran mancha roja del teln; no se oa ningn rumor en el escenario, la pasarela
estaba apagada y desordenados los atriles de los msicos. Slo arriba, en el
tercer piso, alrededor de la rotonda del techo, en el que las ninfas y los
amorcillos desnudos revoloteaban en un cielo verdeado por el gas, se escuchaban
voces y carcajadas en medio de un continuo alboroto, y se vean cabezas tocadas
con gorras y con sombreros, apiadas bajo las amplias galeras encuadradas en
oro. En un momento dado apareci una diligente acomodadora con dos entradas en
la mano y guiando a un caballero y a una dama a la butaca que les corresponda;
el hombre, de frac y la mujer, flaca y encorvada, mirando lentamente alrededor.
Dos jvenes aparecieron en las filas de orquesta. Se quedaron en pie observando.
-Qu te deca, Hctor? exclam el mayor, un muchacho alto y de bigotillo negro.
Hemos llegado muy temprano. Pudiste dejarme que acabase de fumar.
Pas una acomodadora.
-Ah, el seor Fauchery, dijo con familiaridad. La funcin no empezar hasta
dentro de media hora.
-Entonces, por qu la anuncian para las nueve? murmur Hctor, en cuya cara
larga y enjuta se reflej la contrariedad. Esta maana, Clarisse, que acta en
la obra, todava me asegur empezara a las ocho en punto.
Callaron durante un momento, levantaron la cabeza y escudriaron entre la
oscuridad de los palcos, pero el papel verde con que estaban decorados an los
oscureca ms. Al fondo, bajo el anfiteatro, los palcos estaban sumergidos en
una total oscuridad. En las butacas de anfiteatro no haba ms que
una seora gruesa, apoyada en el terciopelo de la barandilla. A derecha e
izquierda, entre altas columnas, aparecan vacos los proscenios, adornados con
lambrequines de franjas anchas. La sala, blanca y oro, reanimada con un
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verde suave, se desvaneca con las llamas cortas de la gran lmpara de cristal,
como si la envolviese un fino polvillo.
-Has conseguido la entrada de proscenio para Lucy? pregunt Hctor.
-S, pero mi trabajo me ha costado. Bah, no hay miedo de que llegue pronto.
Ahog un ligero bostezo y luego, tras un breve silencio, aadi:
-Eres un caso. No haber visto todava un estreno... La Venus Rubia ser el
acontecimiento del ao. Hace seis meses que se habla de ella. Qu msica, qu
gracia! Bordenave, que conoce su oficio, la ha guardado para la Exposicin.
Hctor escuchaba religiosamente. Hizo una pregunta:
-Y a Nan, esa nueva estrella que debe hacer de Venus, la conoces?
-Ya est bien, eh? Otra vez lo mismo, exclam Fauchery agitando un brazo. Toda
la maana que no hacen ms que abrumarme con Nan. He encontrado a ms de veinte
personas, y Nan por aqu y Nan por all. Como si yo conociese a todas las
muchachas de Pars... Nan es una invencin de Bordenave, y as ser ella!
Se calm, pero el vaco de la sala, la semipenumbra y aquel recogimiento de
iglesia lleno de cuchicheos y portazos le irritaron.
-Ah, no! exclam de pronto. Aqu, uno se hace viejo. Yo salgo... Seguramente
encontraremos a Bordenave y nos dar algunos detalles.
Abajo, el gran vestbulo con losas de mrmol, donde estaba el control de
entrada, empezaba a llenarse de pblico. Por las tres verjas abiertas se vea
circular la vida ardiente de los bulevares, que bullan y resplandecan en
aquella hermosa noche de abril. El rodar de los carruajes se detena un momento,
las portezuelas se cerraban estrepitosamente, y todo el mundo entraba, formando
pequeos grupos, detenidos unos ante la taquilla y otros subiendo la doble
escalera del fondo, en donde las mujeres se retrasaban evitando los empujones
con una simple inclinacin del cuerpo. A la cruda claridad del gas, sobre la
desnuda palidez de aquella sala, que una pobre decoracin imperio converta en
un peristilo de templo de cartn, se destacaban violentamente unos altos
cartelones con el nombre de Nan en grandes letras negras.
Los caballeros, como pegados a la entrada, los lean; otros hablaban de pie y
taponaban las puertas, mientras, cerca de la taquilla, un hombre grueso de ancha
y afeitada cara responda bruscamente a los que insistan para conseguir una
localidad.
-Ah est Bordenave, exclam Fauchery, bajando la escalera.
Pero el director ya le haba visto.
-Vaya si es servicial! le grit desde lejos. Es as como me hace una crnica?
Abro esta maana Le Fgaro, y nada.
-No tan aprisa, respondi Fauchery. Hay que conocer a su Nan antes de hablar de
ella. Adems, no le promet nada.
Luego, para cambiar de tema, present a su primo,
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Hctor de la Faloise, un joven que llegaba a Pars para completar su formacin.
El director midi al joven de una ojeada mientras Hctor lo miraba con cierta
emocin. Entonces, aquel era el clebre Bordenave, el exhibidor de mujeres que
las trataba como un cabo de vara, el cerebro que siempre lanzaba algn reclamo,
gritando, escupiendo, golpendose los muslos, cnico y con alma de gendarme.
Hctor consider que deba decir alguna frase amable.
-Su teatro... empez con voz aflautada.
Bordenave le interrumpi tranquilamente, con una palabra cruda de hombre que
gusta de las situaciones francas.
-Diga mi burdel.
Entonces Fauchery tuvo una risa aprobadora mientras de la Faloise se quedaba con
su cumplido ahogado en la garganta, muy extraado y tratando de digerir la
expresin. El director se haba apresurado a estrechar la mano de un crtico
dramtico cuyas reseas gozaban de gran influencia. Cuando regres, Hctor de la
Faloise ya haba recobrado su aplomo. Tema que le tratase de provinciano y
estaba muy cohibido.
-Me han dicho, aadi queriendo encontrar una frase, que Nan tiene una voz
deliciosa.
-Ella? gru el director encogindose de hombros. S, una verdadera grulla.
El joven se apresur a aadir:
-Adems, es una excelente actriz.
-Ella? Un paquete. No sabe dnde poner los pies ni las manos.
Hctor de la Faloise se sonroj ligeramente. No comprenda aquello y balbuce:
-Por nada del mundo habra faltado al estreno de esta noche. Saba que su
teatro...
-Diga mi burdel, interrumpi nuevamente Bordenave con la fra terquedad de un
hombre convencido. Fauchery, mientras tanto, observaba tranquilamente a las
mujeres que entraban. Al ver que su primo se quedaba con la boca abierta, sin
saber si echarse a rer o enfadarse, acudi en su ayuda.
-Sigue la corriente a Bordenave y llama a su teatro como l te pide, ya que eso
le divierte... Y usted, querido, no se haga el interesante. Si su Nan no canta
ni interpreta, ser un fracaso y nada ms. Eso es lo que yo creo.
-Un fracaso, un fracaso! exclam el director enrojeciendo. Es que una mujer
necesita saber interpretar y cantar? Ah, muchacho, eres muy tonto! Nan tiene
otra cosa. Que s, que s. Algo que lo compensa todo. La he olfateado, y es
extraordinariamente bella o yo tengo la nariz de un imbcil... Ya vers, ya
vers. No har ms que aparecer y todo el teatro sacar la lengua.
Haba levantado sus gruesas manos, que temblaban de entusiasmo; y, desahogado,
bajaba la voz y grua para s:
-S, ir lejos, muy lejos... Vaya piel! Oh, qu piel!
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Luego, como Fauchery le interrogaba, consinti en darle detalles con tal crudeza
de expresiones que incomodaron a Hctor de la Faloise. Haba conocido a Nan y
quera lanzarla. Precisamente por aquel entonces buscaba una Venus. l no se
entretena mucho con una mujer, prefera que el pblico se aprovechase de ella
inmediatamente. Pero tena un berenjenal en su teatro con la llegada de esta
muchacha revolucionaria. Rose Mignon su estrella, una fina actriz y adorable
cantante, le amenazaba diariamente con dejarlo plantado al presentir a una
rival. Y para la cartelera, qu jaleos, santo cielo! Al fin se haba decidido a
poner los nombres de las dos actrices en letras del mismo tamao. No toleraba
que lo molestasen. Cuando una de sus mujercitas, como l las llamaba, Simonne o
Clarisse, no andaban derechas, les pegaba un puntapi en el trasero; de otro
modo, no se poda vivir. Las venda, saba lo que valan aquellas zorras.
-Vaya, dijo interrumpindose. Ah estn Mignon y Steiner. Siempre juntos. Ya
sabris que Steiner empieza a hartarse de Rose, y el marido no le da ni un
minuto por miedo de que se fugue.
Las luces de gas que resplandecan en la cornisa del teatro dejaban sobre la
acera un destello de viva claridad. Dos arbolillos se destacaban claramente con
su color verde crudo; una columna publicitaria estaba tan iluminada que se lean
desde lejos sus carteles, como en pleno da, y ms all, en la noche oscura del
bulevar, titilaba una serie de lucecitas sobre el oleaje de una muchedumbre
siempre en marcha. Muchos hombres no entraban inmediatamente, quedndose fuera
para conversar mientras acababan su cigarro en la zona alumbrada, cuya luz les
daba una palidez azulada y recortaba sobre el asfalto sus pequeas sombras
negras.
Mignon, un mocetn muy alto y ancho de hombros, con una cabeza cuadrada de
Hrcules de feria, se abra paso por entre los grupos, llevando del brazo al
banquero Steiner, pequeito l, orondo vientre, cara redonda y barba ya canosa
en forma de collar.
-Muy bien, dijo Bordenave al banquero; ayer se la encontr en mi despacho.
-Era ella? exclam Steiner. Lo supuse, pero yo sala cuando ella entraba, y
casi no la vi.
Mignon escuchaba con la vista baja y dando vueltas nerviosamente a un grueso
diamante que llevaba en un dedo. Haba comprendido que se trataba de Nan.
Luego, como Bordenave haca un retrato de su debutante que encandilaba los ojos
del banquero, acab por mezclarse en la conversacin.
-Dejad de darle vueltas, querido. El pblico se encargar de ella debidamente.
Steiner, muchacho, ya sabe que mi mujer le espera en su camerino.
Quiso llevrselo, pero Steiner se negaba a abandonar a Bordenave.
Frente a ellos, se apelotonaba una cola en el control y surga un murmullo de
voces en el cual el nombre de Nan se perciba con la vivacidad cantante de sus
dos slabas Los hombres que se situaban ante los carteles lo pronunciaban en voz
alta, otros lo lanzaban de paso,
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en un tono que era una pregunta, y las mujeres, intrigadas y sonrientes, lo
repetan suavemente y con gesto de sorpresa. Nadie conoca a Nan. De dnde
haba salido? Y cuntas ancdotas circulaban, cuntos chistes susurrados de odo
en odo. Resultaba una caricia aquel nombre, un nombrecito cuya familiaridad
sentaba bien en todos los labios. Con slo pronunciarlo, la muchedumbre se
alegraba y se la vea como interesada. Una viva curiosidad aguijoneaba a todo
el mundo, esa curiosidad de Pars que tiene la violencia de un acceso de furiosa
locura. Se quera ver a Nan. A una seora le arrancaron el volante de su
vestido y un seor perdi su sombrero.
-Oh! me peds demasiado, exclam Bordenave a un grupo de hombres que lo
abrumaba a preguntas. Pronto la veris... Me voy; me necesitan dentro.
Desapareci, satisfecho por haber enardecido a su pblico. Mignon se encoga de
hombros, recordando a Steiner que Rose le esperaba para ensearle su traje del
primer acto.
-Mira, ah est Lucy, bajando de su coche, dijo de la Faloise a Fauchery.
En efecto, era Lucy Stewart, una mujercita fea, de unos cuarenta aos, el cuello
demasiado largo, el rostro delgado y estirado, con una boca muy grande, pero tan
viva y graciosa que hasta tena su encanto. Acompaaba a Caroline Hquet y a su
madre. Caroline, de una belleza fra, y la madre, muy digna y disecada.
-Vienes con nosotras? te hice reservar un sitio, dijo ella a Fauchery.
-No, no. Para qu? Para no ver nada? respondi l. Tengo una butaca y prefiero
la platea.
Lucy se molest. Acaso no se atreva a exhibirse con ella? Luego, calmndose
bruscamente, cambi de conversacin.
-Por qu no me has dicho que conocas a Nan?
-Nan? Nunca la he visto.
-De veras? Me aseguraron que te habas acostado con ella.
En el acto, y ponindose un dedo en los labios, Mignon les hizo seas de que se
callaran. Y a una pregunta de Lucy, seal a un joven que pasaba en aquellos
momentos, dicindole en voz baja:
-El amante de Nan.
Todos le miraron. Era apuesto. Fauchery le reconoci; se trataba de Daguenet, un
joven que se haba comido trescientos mil francos con las mujeres, y que ahora
jugaba a la Bolsa para pagarles unas flores e invitarlas a cenar de vez en
cuando.
Lucy lo encontr muy atractivo, al mismo tiempo que dijo:
-Ah, aqu est Blanche. Fue quien me dijo que te habas acostado con Nan.
Blanche de Sivry, una rubia gorda cuyo hermoso rostro pareca empastado, llegaba
acompaada de un hombre delgaducho, muy elegante y distinguido.
-El conde Xavier de Vandeuvres, murmur Fauchery al odo de Hctor.
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El conde cambi un apretn de manos con el periodista mientras tena lugar una
viva explicacin entre Blanche y Lucy, las cuales cerraban el paso con sus
faldas con muchos volantes, la una en azul y la otra en rosa, y el nombre de
Nan sala de sus labios en un tono tan vivo que todo el mundo las oa.
El conde de Vandeuvres se llev a Blanche, pero el nombre de Nan, como un eco,
ya se oa en los cuatro rincones del vestbulo, en un tono ms alto y con un
deseo aumentado por la espera.
Es que an no empezaba? Los hombres se sacaban su reloj, los retrasados
saltaban de su coche antes de que se detuviese, los grupos dejaban la acera,
donde los paseantes atravesaban despacio la franja de luz, que estaba ya
desierta, y alargaban el cuello para echar una mirada al teatro. Un pilluelo que
llegaba silbando se plant delante de un cartel, en la puerta, y grit con voz
aguardentosa: Eh, Nan! y prosigui su camino, desmadejado y arrastrando sus
zapatos rotos. Le core una carcajada, y varios seores muy dignos repitieron:
Nan! Nan! Se estrujaban; una disputa en la taquilla; los rumores aumentaban,
y una serie de voces llamando a Nan, exigiendo a Nan, en una de esas rfagas
de estupidez y de brutal sensualidad que arrebata a las multitudes.
Pero la campanilla del entreacto se pudo or por encima de aquel alboroto. Un
rumor lleg hasta el bulevar: Ya han avisado, ya han avisado y entonces hubo
una avalancha, pues todos queran pasar, y los porteros se multiplicaban en las
puertas de entrada. Mignon, con inquietud, al fin logr llevarse a Steiner, que
no haba ido a ver el traje de Rose. Al primer campanillazo, Hctor de la
Faloise se abri paso entre la multitud, y arrastr a Fauchery para no perderse
la obertura.
El apretujamiento del pblico irrit a Lucy Stewart. Qu groseros empujando a
las damas! Se qued la ltima, con Caroline Hquet y su madre. El vestbulo se
vaci, y all en el fondo el bulevar segua con su constante rumor.
-Como si sus piezas fuesen tan graciosas! repeta Lucy subiendo la escalera.
En la sala, Fauchery y Hctor se quedaron en pie ante sus butacas mirando
nuevamente en torno suyo. Ahora resplandeca el saln. Las altas llamas de gas
iluminaban la gran lmpara de cristal con un chorro de luces amarillas y rosas
que, desde la bveda hasta el patio, se rompan en una lluvia de claridad. El
terciopelo granate de las butacas espejeaba como la laca, los dorados
resplandecan y los adornos verdosos suavizaban su brillo bajo las pinturas
demasiado crudas del techo. Alzada, la batera del proscenio, con su violenta
luz, pareca incendiar el teln, cuyos pesados cortinajes de prpura tenan una
riqueza de palacio fabuloso, en contraste con la pobreza del marco, en el cual
las grietas descubran el yeso debajo del dorado. Haca ya calor. Los msicos,
ante sus atriles, afinaban sus instrumentos, con ligeros trinos de flauta,
suspiros ahogados de trompa y susurros de violn, que se perdan en medio del
rumor creciente de voces. Todos los espectadores hablaban, se empujaban
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y se colocaban tras su asalto a las butacas; la avalancha de los pasillos era
tan violenta que las puertas casi no dejaban paso a la interminable ola de
gente. Todo eran signos de llamada, roces de vestidos, desfile de faldas y
peinados, mezclados con el negro de un frac o de una levita. No obstante, las
filas de butacas se llenaban poco a poco, un traje claro se destacaba, una
cabeza de perfil delicado inclinaba su moo y resplandeca el brillo de una
joya. En un palco, un trozo de hombro desnudo se destacaba con su blancura de
seda. Otras mujeres se abanicaban con languidez mientras seguan con la mirada
los empellones de la multitud; entre tanto, los jvenes caballeros, de pie en la
platea, con el chaleco muy abierto y una gardena en el ojal, enfocaban sus
gemelos con la punta de sus enguantados dedos.
Entonces los dos primos buscaron algunos rostros conocidos. Mignon y Steiner
estaban en uno de los palcos, con las manos apoyadas en el terciopelo de la
barandilla. Blanche de Sivry pareca ocupar ella sola un palco proscenio de
platea. Pero Hctor de la Faloise examinaba ms a Daguenet, que ocupaba una
butaca de patio, dos filas ms adelante. A su lado, un jovencito de unos
diecisiete aos, algn colegial escapado, abra desmesuradamente sus bellos ojos
de querubn. Fauchery esboz una sonrisa al fijarse en l.
-Quin es aquella dama del anfiteatro? pregunt de repente Hctor. Aquella que
tiene una jovencita de azul a su lado.
Sealaba a una mujer gorda y encorsetada, una antigua rubia convertida en blanca
y teida de amarillo, cuya cara redonda, enrojecida por los afeites, se
abotagaba bajo una lluvia de ricitos infantiles.
-Esa es Gag, dijo simplemente Fauchery.
Y como este nombre no pareci que le dijese nada a su primo, aadi:
-No conoces a Gag? Hizo las delicias de los primeros aos del reinado de Luis
Felipe. Ahora pasea a su hija por todas partes.
Hctor de la Faloise no tuvo ni una mirada para la jovencita. La visin de Gag
le emocionaba y no apartaba sus ojos de ella, pues an la encontraba muy bien,
pero no se atreva a decirlo.
Mientras tanto, el director de orquesta levantaba su batuta y los msicos
iniciaban la obertura. Segua entrando gente, y la agitacin y el ruido
aumentaban. Entre aquel pblico especial de los estrenos, pblico que no
cambiaba nunca, haba pequeos grupitos de amigos que volvan a encontrarse y
sonrean. Los abonados, con el sombrero puesto y con la familiaridad de la
costumbre, se saludaban entre s. Todo Pars estaba all, el Pars dc las
letras, de las finanzas y del placer, muchos periodistas, algunos escritores,
hombres de Bolsa, y ms mujeres pblicas que honradas; mundo singularmente
mezclado, compuesto por todos los genios y halagado por todos los vicios y en
cuyos rostros se reflejaban la misma fatiga y la misma ansiedad. Fauchery,
respondiendo a las preguntas de su primo, le seal los palcos de la Prensa y de
los crculos; luego le nombr a los crticos dramticos, entre ellos a uno
delgado, de aspecto descarnado y con finos labios maliciosos, y especialmente a
uno gordo con cara de
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bonachn que se apoyaba en el hombro de su vecina, una ingenua a la que protega
con una mirada paternal y tierna.
Pero se interrumpi al ver que Hctor de la Faloise saludaba a las personas que
ocupaban un palco central. Se qued sorprendido.
-Cmo? Conoces al conde Muffat de Beuville?
-Hace mucho tiempo, respondi Hctor. Los Muffat tenan una finca cercana a la
nuestra. Iba con frecuencia a visitarlos... El conde est con su esposa y su
suegro, el marqus de Chouard.
Y por vanidad, halagado por el asombro de su primo, entr en detalles: el
marqus era consejero de Estado y el conde acababa de ser nombrado chambelan de
la emperatriz. Fauchery, que haba cogido sus gemelos, contemplaba a la
condesa: una morena rolliza de piel blanca y con bonitos ojos negros.
-Me los presentars en el entreacto. Ya otras veces me he encontrado con el
conde, pero me gustara asistir a sus martes.
Unas enrgicas voces reclamando silencio salieron de los pisos superiores.
La obertura haba empezado y an continuaba entrando gente. Los retrasados
obligaban a filas enteras de espectadores a levantarse, las puertas de los
palcos se cerraban dando un golpe y de los pasillos llegaban voces destempladas.
El rumor de las conversaciones no cesaba, al igual que el piar de una bandada de
gorriones cuando se pone el sol. Todo era confusin y cabezas y brazos que se
agitaban; unos se sentaban y trataban de acomodarse y otros se empeaban en
permanecer de pie para echar una ltima ojeada. Los gritos de sentarse,
sentarse! surgieron violentamente del patio de butacas y un estremecimiento
sacuda a los espectadores: por fin iban a conocer a aquella famosa Nan, de la
cual se ocupaba todo Pars desde haca ocho das.
Poco a poco, sin embargo, las conversaciones se fueron apagando, aunque con
algunas voces destempladas. Y en medio de aquel murmullo desmayado, de aquellos
suspiros moribundos, la orquesta se destacaba con la viveza de sus notas en un
vals cuyo ritmo picaresco tena la risa de una indecencia. El pblico,
halagado, empezaba a sonrer, y la claque, en las primeras filas, aplaudi
furiosamente. El teln se levantaba.
-Mira, dijo Hctor de la Faloise, que no paraba de hablar, hay un seor con
Lucy.
Miraba el palco de proscenio de la derecha, donde Caroline y Lucy estaban
sentadas. Detrs de ellas se vea el respetable rostro de la madre de Caroline y
el perfil de un gallardo joven, rubio e irreprochablemente vestido.
-Los ves? repeta Hctor con insistencia; hay un seor.
Fauchery dirigi sus gemelos hacia el palco, pero en seguida los apart.
-Bah, es Labordette, murmur con indiferencia, como si la presencia de tal
personaje fuese lo ms natural del mundo y sin importancia.
Detrs gritaron pidiendo silencio y tuvieron que callar. Ahora la inmovilidad
atenazaba a toda la sala y filas de cabezas erguidas y atentas se escalonaban
desde el patio de butacas al anfiteatro.
El primer acto de
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La Venus Rubia transcurra en el Olimpo, un Olimpo de cartn, con nubes por
decorados y el trono de Jpiter a la derecha. Al principio estaban Isis y
Ganimedes, acompaados de un grupo de servidores celestes que cantaban a coro
mientras colocaban los asientos para el Consejo de los dioses. De nuevo
surgieron los bravos reglamentarios de la claque; el pblico, un poco
desorientado, esperaba. Mientras, Hctor de la Faloise haba aplaudido a
Clarisse Besnus, una de las mujercitas de Bordenave, que interpretaba a Isis,
con un azul tierno y un gran chal con los siete colores amoldado al talle.
-Sabes que se quita la camisa para ponerse eso? dijo a Fauchery de manera que
le oyesen. Ya ensayamos eso esta maana. Se le vea la camisa debajo de los
brazos y en la espalda.
Un ligero estremecimiento recorri la sala. Rose Mignon acababa de aparecer,
interpretando a Diana. Aunque no tena la presencia ni la cara del personaje,
enjuta y negra, de una fealdad adorable de pilluelo Parisiense, apareca
encantadora, como la misma caricatura del personaje. Su aria de entrada, cuya
letra, lastimosa hasta el llanto, se quejaba de Marte, que estaba a punto de
dejarla por Venus, fue cantada con una reserva pdica tan llena de alusiones
procaces, que el pblico se caldeaba. El marido y Steiner, apretados el uno al
otro, rean complacidos. Y toda la sala estall cuando Prulliere, ese actor tan
querido, apareci de general, un Marte de pacotilla, empenachado con una pluma
gigante y arrastrando un sable que le llegaba hasta el hombro. Ya estaba harto
de Diana, por lo muy quisquillosa que era. Entonces Diana juraba vigilarlo y
vengarse. El do finalizaba con una bufonada tirolesa que Prulliere enton muy
cmicamente, con voz de gato irritado. Tena una presuncin cmica de primer
galn afortunado, y lanzaba miradas de bravucn que arrancaban chillonas risas
de las mujeres de los palcos.
Luego el pblico se enfri, pues las escenas siguientes las encontr aburridas.
Apenas si el viejo Bosc, un Jpiter imbcil, con la cabeza aplastada bajo una
descomunal corona, hizo rer al pblico cuando tuvo una discusin con Juno a
propsito de una cuenta de la cocinera. El desfile de los dioses -Neptuno,
Plutn, Minerva y las dems- estuvo a punto de echarlo todo a perder.
El pblico se impacientaba, un murmullo inquietante iba en aumento, los
espectadores se desinteresaban de la obra y miraban a todas partes de la sala.
Lucy rea con Labordette; el conde de Vandeuvres alargaba el cuello detrs de
los recios hombros de Blanche, mientras que Fauchery, por el rabillo del ojo,
examinaba a los Muffat, viendo al conde muy serio, como si nada comprendiera, y
a la condesa vagamente risuea, con la mirada perdida, soando. Pero en medio de
aquel malestar, estallaron repentinamente los aplausos de la claque con la
regularidad de un fuego de guerrilla. Todo el mundo mir al escenario. Sera al
fin Nan? Aquella Nan se haca esperar demasiado.
Se trataba de una delegacin de mortales que Ganimedes e Isis haban
introducido; burgueses respetables, todos maridos engaados, que acudan a
presentar una queja al rey de los dioses contra Venus, quien encenda en sus
mujeres excesivos ardores. El coro, en un
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tono doliente e ingenuo, entrecortado por silencios llenos de confidencias,
divirti mucho. Una frase circul por toda la sala: El coro de los cornudos, el
coro de los cornudos y la frase pareci gustar, porque alguien grit bis. Las
cabezas de las coristas eran graciosas, y ellas se divertan fijndose en un
espectador gordo y con la cara redonda como la luna. Entre tanto, Vulcano
llegaba furioso y preguntaba por su mujer, que se haba escapado haca tres
das. El coro volva a su queja, implorando a Vulcano, dios de los cornudos.
Este personaje de Vulcano lo desempeaba Fontan, un cmico de un talento cnico
y original, que finga una clera exagerada, vestido de herrero de aldea, con
una peluca rojiza y los brazos desnudos y tatuados con corazones atravesados por
flechas. Una voz de mujer exclam en voz muy alta: Oh, qu feo es! y todos
rieron y aplaudieron.
La escena que sigui pareca interminable. Jpiter no acababa de reunir el
Consejo de los dioses para someterle la queja de los maridos engaados. Y Nan
sin aparecer! Esperaran a Nan para bajar el teln? Una espera tan prolongada
acab por irritar al pblico, y los murmullos empezaron de nuevo.
-Esto va mal, entusiasmado, le dijo Mignon a Steiner. La que se va a armar!
En aquel momento las nubes del fondo se apartaron y Venus apareci.
Nan, muy alta y muy desarrollada para sus dieciocho aos, envuelta en su tnica
blanca de diosa, con sus largos cabellos rubios sueltos sobre los hombros,
descendi hasta las candilejas con el mayor aplomo y sonriendo al pblico.
Empez su famosa aria: Cuando Venus ronda de noche...
Al segundo verso, los espectadores se miraban entre s. Era aquello una broma,
algn capricho de Bordenave? Nunca se haba odo una voz tan desafinada, tan sin
la menor escuela. Su director supo muy bien lo que deca: Canta como una
grulla. Y ni siquiera saba estar en escena: echaba las manos hacia delante, en
un balanceo de todo el cuerpo, que todos encontraron falso y sin gracia. Ya se
oan algunos gruidos de burla en el patio y entre los abonados, y se silbaba,
cuando una voz de polluelo a punto de salir del cascarn lanz con conviccin
desde las butacas de patio:
-Muy bien!
Toda la sala le mir. Era el querubn, el colegial escapado, con sus bonitos
ojos encandilados y su rostro encendido al ver a Nan. Cuando vio que todo el
mundo se volva hacia l, se avergonz, por haber hablado en voz alta y sin
querer. Daguenet, su vecino, lo examinaba con una sonrisa; el pblico rea, como
desanimado y sin pensar ya en silbar, y entre tanto los jvenes de guantes
blancos, entusiasmados tambin por el garbo de Nan, se embobaban y aplaudan.
-As! Muy bien! Bravo!
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Nan, mientras, al ver rer a la sala, tambin ri. La alegra fue en aumento. Y
si bien se miraba, aquella hermosa joven tena gracia. Riendo, se le marcaba un
encantador hoyuelo en la barbilla. Ella esperaba sin embarazo, muy segura,
ganndose a continuacin y fcilmente al pblico, como si
le dijese con un guio picaresco que si bien no tena talento, eso no importaba,
porque tena otra cosa. Y luego de dirigirse al director de orquesta con un
significativo gesto que pareca decir: Vamos all, buen hombre empez a cantar
el segundo cupl: A medianoche Venus pasa.
Segua siendo la misma voz avinagrada, pero ahora cosquilleaba tan bien al
pblico en el lugar apropiado que por momentos le arrancaba ligeros
estremecimientos. Nan conservaba su sonrisa, que iluminaba su boquita roja y
reluca en sus grandes ojos, de un azul claro. En algunos versos un poco vivos,
cierta intencin perversa retorca su nariz, cuyas sonrosadas aletas palpitaban,
mientras que una llamarada encenda sus mejillas. Continuaba balancendose, lo
nico que saba hacer. Y ya nadie se senta defraudado.
Ahora, en cambio, los hombres la enfocaban con los gemelos. Cuando iba al final
del cupl not que le fallaba la voz y comprendi que no lo podra terminar.
Entonces, sin inquietarse, recurri a un nalgueo que dej la imagen de cierta
redondez bajo la delgada tnica, a la vez que alarg los brazos, dobl la
cintura y sus pechos temblaron. Estallaron los aplausos. Inmediatamente se
volvi en direccin al foro, exhibiendo una nuca sobre la cual flotaba su rubia
cabellera, pareciendo una lmina de oro; los aplausos ahora fueron rabiosos.
El final del acto fue ms fro. Vulcano quera abofetear a Venus. Los dioses
celebraban consejo y decidan ir a realizar una encuesta en la tierra antes de
dar satisfaccin a los maridos engaados. Entonces Diana, al sorprender las
palabras cariosas entre Venus y Marte, juraba no quitarles la vista de encima
durante el viaje. Tambin haba una escena en la que el Amor, interpretado por
una nia de doce aos, responda a todas las preguntas: S, mam... No, mam
con acento llorn mientras se hurgaba la nariz. Despus, Jpiter, con la
severidad de un maestro irritado, encerraba al Amor en el cuarto oscuro,
ordenndole que conjugase veinte veces el verbo amar.
Antes del final se aprob un coro de la compaa y la orquesta, ejecutado con
brillantez. Pero, una vez cado el teln, la claque intent intilmente obtener
un bis; el pblico, en pie, ya se diriga hacia las puertas.
Unos se pisaban y otros se empujaban entre las filas de butacas mientras
cambiaban sus impresiones. Una misma frase se oa aqu y all: Qu idiotez!
Un crtico aseguraba que haba que hacer muchos cortes. Por lo dems, la obra no
tena importancia, y de lo nico que se hablaba era de Nan. Fauchery y Hctor
de la Faloise, que salieron de los primeros, se encontraron
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con Steiner y Mignon en el pasillo de butacas. Se ahogaban en aquel agujero,
estrecho y aplastado como la galera de una mina, iluminado por los mecheros de
gas. Permanecieron un instante al pie de la escalera de la derecha, protegidos
por el recodo de la barandilla. Los espectadores de los abonos avanzaban pisando
fuerte, la marea de fraques y levitones negros pasaba mientras una acomodadora
haca lo imposible por proteger, contra los empujones, una silla sobre la cual
haba amontonado prendas de vestir.
-Yo la conozco, repuso Steiner al ver a Fauchery. Estoy seguro de haberla visto
en algn sitio. Me parece que en el casino, donde hubo que recogerla del suelo
de borracha que estaba.
-Yo no estoy tan seguro -dijo el periodista- pero tambin me parece haberla
visto.
Y bajando la voz, aadi sonriente:
-Tal vez en casa de la Tricon.
-Pardiez, un lugar bien infecto, observ Mignon, que pareca indignado. Es
vergonzoso que el pblico acoja as a la primera mujerzuela que se presenta.
Dentro de poco no habr mujeres honradas en el teatro... S, acabar por
prohibir a Rose que acte.
Fauchery no pudo disimular una sonrisa. Entre tanto, no cesaba el ruido de los
zapatos bajando los escalones; un hombrecillo de gorra deca con voz cascada.
-Vaya, vaya... Est bien hecha; hay dnde morder.
Dos jovencitos, rizados con trencillas, muy correctos con sus cuellos
almidonados, discutan en el pasillo. Uno de ellos repeta la palabra Infecto,
infecto!, sin decir por qu, y el otro responda: Asombrosa, asombrosa! pero
tampoco razonaba su asombro.
Hctor de la Faloise la encontraba muy bien; slo se aventur a decir que
estara mejor si educase su voz. Entonces, Steiner, que no escuchaba, pareci
despertar sobresaltado. Pero haba que esperar. Tal vez todo se hundira en los
actos siguientes. El pblico se haba mostrado complaciente, pero no se le vea
entusiasmado. Mignon aseguraba que la obra no concluira, y como Fauchery y
Hctor los dejasen para subir al saloncillo, cogi del brazo a Steiner y le dijo
al odo:
-Querido, vers el traje de mi mujer en el segundo acto... Es hasta all.
Arriba, en el saloncillo, tres araas de cristal vertan chorros de luz. Los dos
primos dudaron un momento; la puerta vidriera, cerrada, dejaba ver, de un
extremo a otro de la galera, un oleaje de cabezas que dos corrientes
arrastraban en continuo remolino. No obstante, entraron. Cinco o seis grupos de
hombres hablaban muy fuerte y gesticulaban inmviles en medio de los empujones;
los dems caminaban en fila, girando sobre sus talones cuando llegaban al
extremo del piso encerado. A derecha e izquierda, entre columnas de mrmol
jaspeado, las mujeres estaban sentadas en banquetas de terciopelo rojo,
contemplando el paso de la marea con gesto lacio, como agotadas por el calor, y,
detrs de ellas, en los altos espejos, se vean sus moos. Al fondo, en la
cantina del teatro, un hombre ventrudo beba un refresco.
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Pero Fauchery, para respirar mejor, se fue al balcn. Hctor, que examinaba las
fotografas de las actrices en los cuadros interpolados con los espejos, entre
las columnas, acab por imitarle. Acababan de apagar la batera de gas de la
marquesina del teatro. Estaba oscuro y haca fresco en el balcn, que les
pareci vaco. Slo haba un joven, envuelto en la sombra y acodado en la
balaustrada de piedra, en la esquina derecha, que fumaba un cigarrillo.
Fauchery reconoci a Daguenet y se estrecharon la mano.
-Qu hace por aqu, querido? pregunt el periodista. Se esconde por los
rinconcitos, cuando en das de estreno nunca abandona su butaca?
-Ya lo ve, estoy fumando, respondi Daguenet.
Entonces Fauchery trat de ponerle en un aprieto.
-Y qu? Qu le ha parecido la debutante? La tratan bastante mal en los
pasillos.
-Bah... murmur Daguenet. Sern los hombres a quienes ella habr despreciado.
ste fue su juicio sobre el talento de Nan. Hctor se inclin para contemplar
el bulevar. Enfrente, las ventanas de un hotel y de un casino estaban
iluminadas; en la acera, una masa negra de consumidores ocupaba las mesas del
caf de Madrid. A pesar de lo avanzado de la hora, el gento era considerable;
se caminaba despacio, mucha gente sala continuamente del pasaje Jouffroy,
muchos esperaban cinco minutos antes de poder cruzar el bulevar a causa de la
larga fila de carruajes.
-Qu movimiento, qu ruido! repeta Hctor de la Faloise, a quien Pars an
causaba asombro.
Una campanilla son largamente y el vestbulo qued desierto. La gente se
apresuraba por los pasillos. El teln ya estaba levantado cuando entraron los
rezagados, provocando el mal humor de los espectadores que ya estaban sentados.
Cada uno volvi a su sitio con el rostro animado y nuevamente atento. La primera
mirada de Hctor fue para Gag, pero se qued asombrado al ver al lado de ella
al rubio alto que momentos antes haba estado en el palco de Lucy.
-Cmo se llama aquel seor? pregunt.
Fauchery no lo vea.
-Ah, s... Labordette, acab por decir, en el mismo tono indiferente.
El decorado del segundo acto constituy una sorpresa. Se desarrollaba en un
baile popular de arrabal, en la Boule-Noire, en pleno martes de Carnaval; la
comparsa enmascarada cantaba una ronda, cuyo estribillo acompaaba taconeando.
Esta salida truhanesca, que nadie esperaba, agrad tanto que hubo de repetirse.
Y entonces apareci la banda de los dioses, para realizar su encuesta,
extraviada por Isis, que se jactaba falsamente de conocer la Tierra. Se haban
disfrazado con el propsito de mantener el incgnito. Jpiter apareci vestido
de rey Dagoberto, con sus calzas al revs y una enorme corona de latn. Febo
entr de postilln
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de Lonjumeau y Minerva de nodriza normanda. Grandes carcajadas acogieron a
Marte, que vesta un extravagante uniforme de almirante suizo. Pero las risas
fueron escandalosas cuando se vio a Neptuno vestido con una blusa, tocado con un
gorro hinchado, con garcetas pegadas a las sienes, arrastrando sus pantuflas y
diciendo con voz grave: Y qu! Cuando uno es guapo, es natural que las mujeres
no lo dejen en paz. Se oyeron unos cuantos oh! oh! mientras las seoras
levantaban un poco sus abanicos. Lucy, en el proscenio, rea tan ruidosamente
que Caroline Hquet la hizo callar con un ligero golpe de abanico. Desde aquel
momento estaba salvada la obra y se entrevea su gran xito.
Aquel carnaval de los dioses, el Olimpo arrastrado por el fango, toda una
religin, toda una poesa befadas, parecan un regalo exquisito. La fiebre de la
irreverencia alcanzaba a todo el mundo letrado desde las primeras
representaciones; se pisoteaba la leyenda, se rompan las antiguas imgenes.
Jpiter tena una cabezota, Marte era golpeado, la realeza se converta en una
farsa y el Ejrcito en una bufonada. Cuando Jpiter, enamorado repentinamente de
una pequea lavandera, se puso a bailar un desenfrenado cancn, Simonne, que
haca de lavandera, lanz un puntapi a las narices del rey de los dioses,
mientras le llamaba tan graciosamente papito mo, que toda la sala ri
locamente. Mientras se bailaba, Febo obsequiaba con ponches a Minerva, y Neptuno
reinaba en siete u ocho mujeres que le regalaban pastelillos. Se recurra a las
alusiones, se aadan obscenidades y las palabras inofensivas eran desvirtuadas
en su sentido por las exclamaciones del patio de butacas. Haca tiempo que el
pblico de un teatro no se haba revolcado en la necedad ms irrespetuosa. Esto
le regocijaba.
Mientras la accin continuaba en medio de aquellas locuras, Vulcano, vestido de
elegante, con traje amarillo, guantes amarillos y monculo, corra siempre
detrs de Venus, que al fin llegaba vestida de verdulera, con un pauelo en la
cabeza, el pecho opulento y cubierta de grandes alhajas de oro. Nan estaba tan
blanca, tan llenita y tan natural en aquel personaje de robustas caderas y
gritona, que inmediatamente se adue de la sala. Por ella se olvid a Rose
Mignon, un delicioso Beb, con chichonera y su corto vestido de muselina, que
acababa de suspirar las quejas de Diana con voz encantadora. La otra, aquella
gorda moza que se golpeaba los muslos, que cacareaba como una gallina, exhalaba
en torno suyo un olor de vida, un podero de mujer, que todo el mundo se qued
como atontolinado. Desde aquel segundo acto se le permiti todo: estar mal en
escena, no cantar una nota justa y olvidarse de sus rplicas; no tena ms que
volverse y rer para arrancar bravos del pblico. Cuando pegaba su famoso
caderazo, todo el patio de butacas se encenda y el entusiasmo corra de galera
en galera hasta llegar al techo. Tambin consigui un triunfo cuando se puso a
dirigir el baile. All estaba como en su casa, puesta en jarras, sentando a
Venus en el arroyo, en el bordillo de la acera. Y la msica pareca hecha para
su voz arrabalera, una msica de flauta de caa, un retorno a la feria de Saint
Cloud, con estornudos de clarinete y zancadas de flautista.
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Todava bisaron dos nmeros. El vals de la obertura, aquel vals de ritmo
truhanesco, haba vuelto y arrebataba a los dioses. Juno, vestida de labradora,
encontraba a Jpiter con su lavandera y lo abofeteaba. Diana sorprenda a Venus
dando una cita a Marte, y se apresuraba a indicar a Vulcano la hora y el lugar,
gritndole: Tengo mi plan. Lo dems no apareca muy claro. La encuesta
desembocaba en un golpe final, tras el cual, Jpiter, sudoroso, ahogado y sin
corona, declaraba que las mujercitas de la Tierra eran deliciosas y que todos
los hombres eran unos necios.
El teln caa cuando, dominando los bravos, muchas voces gritaban violentamente:
-Todos, todos!
Entonces se levant el teln y reaparecieron los artistas cogidos de las manos.
En el centro, Nan y Rose Mignon, codo con codo, saludaban con grandes
reverencias. Se aplaudi, la claque enronqueci con sus aclamaciones y poco
despus la sala qued medio vaca.
-Tengo que ir a saludar a la condesa Muffat, dijo Hctor.
-Entonces, me presentars, repuso Fauchery. Bajaremos en seguida.
Pero no era fcil llegar hasta los palcos del primer piso. En el pasillo de
arriba se apretujaba la gente. Para avanzar en medio de los grupos haba que
abrirse paso con los codos. Situado debajo de una lmpara de cobre en la que
arda un chorro de gas, el crtico gordo juzgaba la obra ante un corrillo que le
escuchaba atento. La gente, al pasar, lo nombraba a media voz.
Haba redo durante todo el acto, segn decan en los pasillos; no obstante, se
mostraba muy severo, y hablaba del buen gusto y de la moral. Ms adelante, el
crtico de los labios delgados demostraba una benevolencia que tena un
trasfondo hostil, como de leche agriada.
Fauchery examinaba los palcos de una ojeada por las aberturas redondas de las
puertas. El conde de Vandeuvres le detuvo, al or que los dos primos iban a
saludar a los Muffat, y les indic el palco nmero 7, de donde acababa de salir.
Luego, inclinndose al odo del periodista, le pregunt:
-Dgame, querido, esa Nan no es aquella que vimos una noche en la esquina de
la calle de Provence?
-Claro que s! Tena yo razn, exclam Fauchery. Ya deca yo que la conoca.
Hctor de la Faloise present a su primo al conde Muffat de Beuville, que se
mostr muy fro. Pero al or el nombre de Fauchery, la condesa levant la cabeza
y felicit al cronista por sus artculos en Le Fgaro con una frase discreta.
Acodada en el terciopelo de la barandilla, medio se volvi con un gentil
movimiento de hombros. Se convers un instante, hablando sobre la Exposicin
Universal.
-Ser algo hermoso, dijo el conde, cuyo rostro cuadrado y regular
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mantena una gravedad oficial. Hoy he visitado el Campo de Marte... y he
regresado maravillado.
-Se asegura que no estar listo, aventur Hctor. Hay all un atolladero.
Pero el conde le interrumpi con su voz severa:
-Lo estar. El emperador lo desea.
Fauchery cont con jovialidad que estuvo a punto de quedarse encerrado en el
acuario, entonces en construccin, cuando fue all para escribir un artculo. La
condesa sonrea. De vez en cuando miraba a la sala, y levantando uno de sus
brazos, cuyos guantes blancos le llegaban al codo, se abanicaba con lentitud. La
sala, casi vaca, dormitaba; algunos seores del patio de butacas haban abierto
su peridico y las mujeres reciban en los palcos como si estuvieran en su casa.
No se oa ms que un murmullo de grata compaa bajo la gran lmpara, cuya
claridad se suavizaba con el fino polvillo levantado por el vaivn del
entreacto. Los hombres se apiaban en las puertas para contemplar a las mujeres
que se haban quedado sentadas, y permanecan all, inmviles durante un minuto,
alargando el cuello, con el gran corazn blanco de sus pecheras.
-Contamos con usted para el martes prximo, dijo la condesa a Hctor de la
Faloise.
Tambin invit a Fauchery, quien se inclin. No se dijo nada sobre la obra, y no
se pronunci el nombre de Nan. El conde mantena una dignidad tan glacial que
se le hubiese credo en alguna sesin del Cuerpo legislativo. Para explicar su
presencia en el teatro dijo simplemente que su suegro era muy aficionado. La
puerta del palco haba quedado abierta y el marqus, que sali para dejar sitio
a los visitantes, no obstante lo alto que era y a pesar de ser ya un anciano,
ergua el rostro bajo su sombrero de alas anchas, siguiendo con ojos turbados a
las mujeres que pasaban.
Despus de formular su invitacin la condesa, Fauchery se despidi,
comprendiendo que sera un inconveniente hablar de la obra. Hctor fue el ltimo
en salir del palco. Acababa de descubrir en el proscenio del conde de Vandeuvres
al rubio Labordette, instalado cmodamente y conversando muy de cerca con
Blanche de Sivry.
-Ah, vaya! exclam cuando se reuni con su primo. Ese Labordette conoce a todas
las mujeres. Ahora est con Blanche.
-Pues claro que las conoce a todas, respondi tranquilamente Fauchery. Te
extraa, querido?
El pasillo se haba despejado un poco. Fauchery iba a descender cuando Lucy
Stewart lo llam. Se encontraba en el fondo, ante la puerta de su proscenio. Se
cocan all dentro, deca, y ocupaba lo ancho del pasillo en compaa de
Caroline Hquet y de su madre, mordisqueando unos bombones.
Una acomodadora hablaba maternalmente con ellas. Lucy mir al periodista: era
muy gentil subiendo a ver a otras mujeres y no ir a preguntar a las amigas si
tenan sed! En seguida cambi de tema.
-Sabes, querido, que encuentro muy bien a Nan?
Quera que se quedase en el proscenio durante el ltimo acto, pero l se escap,
prometiendo recogerlas a la salida.
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Abajo, delante del teatro, Fauchery y Hctor encendieron unos cigarrillos. El
gento obstrua la acera, una cola de hombres haba descendido la escalinata y
respiraba el frescor de la noche en medio del suave airecillo del bulevar.
Mientras tanto, Mignon acababa de llevarse a Steiner al caf Variets. Al
comprobar el triunfo de Nan, se puso a hablar de ella con entusiasmo a la vez
que vigilaba al banquero por el rabillo del ojo. Lo conoca, y dos veces le
haba ayudado a engaar a Rose; luego, pasado el capricho, lo haba recogido
arrepentido y fiel. En el caf, los numerosos consumidores se apretujaban
alrededor de las mesas de mrmol; algunos beban de pie, precipitadamente y los
grandes espejos reflejaban hasta el infinito aquella confusin de cabezas,
agrandando desmesuradamente la estrecha sala, con sus tres lmparas, sus
banquetas de hule y su escalera de caracol tapizada en rojo.
Steiner fue a colocarse a una mesa de la primera sala, que se abra al bulevar y
cuyas puertas haban quitado, quizs un poco temprano para la estacin. Cuando
vio pasar a Fauchery y a Hctor de la Faloise, el banquero los detuvo.
-Vengan a tomar un vaso con nosotros.
Le preocupaba una idea; quera echarle un ramo a Nan. Al final llam a un
camarero, a quien llamaba familiarmente Auguste. Mignon, que escuchaba, le mir
tan abiertamente que se turb y balbuce:
-Dos ramos, Auguste, y entrguelos a la acomodadora; uno para cada una de las
seoras, en el momento apropado, no es eso?
Al otro extremo de la sala, con la nuca apoyada en el marco de un espejo,
permaneca inmvil ante su vaso vaco una joven de unos dieciocho aos, como si
le fastidiase una larga e intil espera. Bajo los rizos naturales de sus
hermosos cabellos cenicientos, tena un rostro virginal, de ojos aterciopelados,
dulces y cndidos; vesta un traje de seda verde desteido, con un sombrero
redondo que los golpes haban deformado. Bajo el frescor de la noche apareca
plida.
-Mira, ah est Satin, murmur Fauchery al verla.
Hctor le pregunt quin era. Bah, una buscona de bulevar. Pero era tan
pilluela, que diverta orla. Y el periodista, levantando la voz, le pregunt:
-Qu haces ah, Satin?
-Fastidindome, respondi Satin, tranquilamente y sin moverse.
Los cuatro hombres, encantados, se echaron a rer.
Mignon aseguraba que no era necesario apresurarse; se necesitan veinte minutos
para envarillar el decorado del tercer acto. Pero los dos primos, que se haban
bebido su cerveza, quisieron subir, pues tenan fro. Mignon se qued sola con
Steiner se acomod y le habl abiertamente:
-Queda entendido, no? Iremos a su casa y se la presentar. Ya sabe, esto queda
entre nosotros; mi mujer no tiene por qu saber nada.
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De vuelta a sus sitios, Fauchery y Hctor descubrieron en los segundos palcos a
una bonita mujer vestida con modestia. La acompaaba un seor de apariencia
seria, un jefe de negociado en el Ministerio del Interior, a quien Hctor
conoca por haberlo encontrado en casa de los Muffat. Fauchery crea que ella se
llamaba seora Robert, una mujer honrada que slo tena un amante, nunca ms de
uno, y siempre un hombre respetable.
Pero tuvieron que volverse. Daguenet les sonrea. Ahora que Nan haba
triunfado, ya no se ocultaba y presuma por los pasillos. A su lado, el joven
escapado del colegio no haba abandonado su butaca debido al estupor en el que
lo haba sumido Nan. sa s era una mujer! Se sonrojaba y no haca ms que
ponerse y quitarse los guantes maquinalmente. Luego, como su vecino haba
hablado de Nan, se atrevi a interrogarle.
-Perdn, seor usted conoce a esa mujer que acta?
-S, un poco, murmur Daguenet, sorprendido y receloso.
-Entonces, sabe su direccin?
La pregunta le pareci tan impertinente que le cost no contestarle con una
bofetada.
-No, respondi en tono seco.
Y le volvi la espalda. El rubito comprendi que acababa de cometer una
inconveniencia; se sonroj ms y se qued perplejo.
Se oyeron las tres llamadas; las acomodadoras, cargadas de abrigos y gabanes, se
empearon en devolver las prendas mientras la gente entraba. La claque aplaudi
el decorado, una gruta del monte Etna abierta en una mina de plata, y cuyos
costados tenan el brillo de los escudos nuevos; en el fondo, la fragua de
Vulcano pareca una puesta de sol. Desde la segunda escena, Diana se entenda
con el dios, que deba fingir un viaje para dejar va libre a Venus y a Marte.
Luego, apenas Diana se qued sola, apareci Venus.
Un estremecimiento conmovi a toda la sala. Nan estaba desnuda. Apareca
desnuda con una tranquila audacia y la certeza del poder de su carne.
La envolva una simple gasa; sus redondos hombros, sus pechos de amazona, cuyas
puntas rosadas se mantenan levantadas y rgidas como lanzas; sus anchas
caderas, que se movan en un balanceo voluptuoso; sus muslos de rubia
regordeta... Todo su cuerpo se adivinaba, se vea, bajo el ligero tis, blanco
como la espuma. Era Venus naciendo de las aguas y sin ms velo que sus cabellos.
Y cuando Nan levantaba los brazos, se adverta, a la luz de la batera, el
vello de oro de sus axilas. Ya no hubo aplausos. Nadie volvi a rer los rostros
de los hombres se alargaban, se les encoga la nariz y tenan la boca irritada y
sin saliva. Pareca que un viento muy tenue hubiese pasado, preado de una sorda
amenaza. De repente, en la bonachona muchacha, se ergua la mujer inquietante,
aportando la locura de su sexo, descubriendo lo desconocido del deseo. Nan
continuaba sonriendo, pero con una sonrisa aguda, de devoradora de hombres.
-Caramba! dijo simplemente Fauchery a Hctor.
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Marte, mientras, acuda a su cita con su plumero y se encontraba entre las dos
diosas. All haba una escena que Prulliere interpret ingeniosamente;
acariciado por Diana, que quera intentar un ltimo esfuerzo antes de entregarlo
a Vulcano; mimado por Venus, a quien la presencia de su rival estimulaba, se
abandonaba a aquellas delicias con la beatitud de un gallo de mazapn.
Luego, un gran terceto pona fin a la escena, y entonces fue cuando una
acomodadora apareci en el palco de Lucy Stewart para arrojar dos enormes ramos
de lilas blancas. Se aplaudi, Nan y Rose Mignon saludaron mientras Prulliere
recoga los ramos. Una parte del patio de butacas mir sonriendo hacia el palco
ocupado por Steiner y Mignon. El banquero, encarnado como un pavo, sacuda
convulsivamente su barbilla como si tuviese un nudo en la garganta
Lo que sucedi a continuacin acab de envenenar la sala. Diana se haba
marchado furiosa. En seguida, sentada en un banco de musgo, Venus llam a Marte
a su lado. Jams se haban atrevido a presentar una escena de seduccin tan
ardiente. Nan, con los brazos rodeando el cuello de Prulliere, lo atraa hacia
as cuando Fontan, entregndose a una mmica de furor burlesco, exagerando el
papel de esposo ultrajado que sorprende a su mujer en flagrante delito, apareci
en el fondo de la gruta. Traa la famosa red de alambre. La agit un instante,
igual que un pescador a punto de arrojar su esparavel, y, por medio de un truco
ingenioso, Venus y Marte quedaron cogidos en la red, cuyos hilos los envuelven y
los inmovilizan en su postura de amantes dichosos.
Un murmullo creci como un suspiro que se hinchaba. Algunas manos aplaudieron,
pero todos los gemelos estaban fijos en Venus. Poco a poco Nan se haba
apoderado del pblico, y ahora cada hombre padeca su dominio. El aliento que
exhalaba, igual que un animal retozn, se extenda cada vez ms hasta llenar el
ambiente. En aquellos instantes sus ms ligeros movimientos provocaban el deseo
y enardeca la carne con un simple gesto del meique. Las espaldas se arqueaban,
vibrando como si arcos invisibles rozasen sus msculos; las nucas mostraban el
pelo que se agitaba bajo alientos tibios y errantes, surgidos de no se saba qu
boca femenina. Fauchery vea delante al colegial escapado, a quien la pasin
levantaba de su asiento.
Tuvo la curiosidad de fijarse en el conde de Vandeuvres, muy plido, mordindose
los labios; en el gordo Steiner, cuyo rostro apopltico estaba a punto de
estallar; en Labordette, mirando por sus gemelos con aire sorprendido de chaln
que admira una brava yegua; en Daguenet, cuyas orejas enrojecidas se movan de
gozo. Luego, por un instante, ech una mirada hacia atrs, y se qued asombrado
ante lo que percibi en el palco de los Muffat: tras la condesa, blanca y seria,
se ergua el conde, boquiabierto y con el rostro jaspeado de manchas rojas;
junto a l, en la sombra, los ojos turbados del marqus de Chouard se haban
vuelto dos ojos de gato, fosforescentes, salpicados de oro.
Aquello era sofocante; las cabelleras se aplastaban contra las cabezas sudadas.
Desde haca tres horas que permanecan all, y el aliento haba caldeado el aire
con un olor humano. A los reflejos del gas, los polvillos en suspensin se
condensaban, inmviles, bajo la lmpara. La sala entera vacilaba,
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se deslizaba en un vrtigo, laxa y excitada, cogida en esos deseos adormecidos
de medianoche que balbucean en el fondo de las alcobas. Y Nan, frente a aquel
pblico subyugado, a aquellas mil quinientas personas hacinadas, ahogadas en el
abatimiento y el desorden nervioso de un final de espectculo, permaneca
victoriosa con su carne de mrmol y con su sexo, cuya fuerza poda destruir a
toda aquella gente sin que se la atacase a ella.
La obra conclua. A las llamadas triunfales de Vulcano desfil todo el Olimpo
ante los amantes, con sus oh! y sus ah! de estupefaccin y jovialidad. Jpiter
deca: Hijo mo, has sido muy necio al llamamos para ver esto. Luego hubo una
reaccin en favor de Venus. El coro de cornudos, introducido nuevamente por
Isis, suplicaba al seor de los dioses que no continuara con su encuesta; desde
que las mujeres permanecan en sus casas, la vida resultaba imposible para los
hombres; preferan ms ser engaados y estar contentos, lo cual era la moraleja
de la comedia. Entonces se libertaba a Venus. Vulcano obtena una separacin de
cuerpos. Marte volva con Diana. Jpiter, para tener paz en su hogar, enviaba a
su lavanderita a una constelacin, y al final sacaba al Amor de su escondite,
donde haba estado haciendo pajaritas en vez de conjugar el verbo amar. El teln
cay despus de la apoteosis, en que el arrodillado coro de cornudos cantaba un
himno de gratitud a Venus, quien segua sonriente y engrandecida en su soberana
desnudez.
Los espectadores, ya en pie, se dirigieron a las puertas. Se nombr a los
autores y hubo dos llamadas en medio de una tempestad de bravos. El grito de
Nan! Nan! lo llen todo. Luego, sin estar an vaca, la sala qued casi en
tinieblas; la batera se apag, la lmpara redujo su luz y largas cortinas de
tela gris se deslizaron por los proscenios, envolviendo los dorados de las
galeras, y aquella sala, tan clida, tan enardecida, cay de repente en un
pesado letargo mientras se esparca un vaho de moho y de polvo. La condesa de
Muffat, en la barandilla de su palco, esperaba que la muchedumbre saliese; en
pie, envuelta en pieles, miraba la sombra.
En los pasillos se empujaba a las acomodadoras, que perdan la cabeza entre los
montones de prendas cadas. Fauchery y Hctor se haban apresurado para asistir
a la salida. A lo largo del vestbulo los hombres hacan calle, mientras que por
la doble escalera descendan dos interminables colas, regulares y compactas.
Steiner, arrastrado por Mignon, haba salido de los primeros. El conde de
Vandeuvres sali con Blanche de Sivry de su brazo. Por un momento Gag y su hija
parecieron confundidas, pero Labordette se apresur a buscarles un carruaje, del
cual cerr galantemente la puerta cuando ellas subieron. Nadie vio pasar a
Daguenet. Como el colegial escapado, con sus mejillas ardiendo, haba decidido
esperar ante la puerta de los artistas, y corri hacia el pasaje de los
Panoramas, en donde encontr la verja cerrada. Satin, de pie en la acera, le
acos, pero l, desesperado, la rechaz brutalmente y luego desapareci entre la
multitud, con lgrimas de deseo
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y de impotencia en los ojos. Los espectadores encendan sus cigarros y se
alejaban tarareando: Cuando Venus ronda de noche... Satin haba subido a
colocarse ante el caf Variets, donde Auguste le dejaba comer el azcar que
quedaba de las consumiciones. Un hombre gordinfln, que sala muy animado, se la
llev hacia las sombras del bulevar.
No obstante, an continuaba descendiendo gente. Hctor esperaba a Clarisse.
Fauchery haba prometido recoger a Lucy Stewart, con Caroline Hquet y su madre.
Llegaron y ocuparon un rincn del vestbulo, riendo muy alto, cuando salieron
los Muffat con su aire glacial. Bordenave acababa de empujar una puertecita y en
aquellos momentos obtena de Fauchery la promesa formal de una crnica. Estaba
sudoroso, rojo el rostro y como embriagado por el xito.
-Con esto tendr para doscientas representaciones, le dijo con galantera Hctor
de la Faloise. Todo Pars desfilar por su teatro.
Pero Bordenave, enfadndose, seal con un brusco movimiento de su barbilla al
pblico que llenaba el vestbulo, aquella aglomeracin de hombres con los labios
secos, las miradas ardientes y dominados todava por el deseo de poseer a Nan,
y le replic con violencia:
-Dirs por mi burdel, maldito testarudo!
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CAPTULO II
A las diez de la maana del da siguiente, Nan an dorma. Ocupaba en el
bulevar Haussmann el segundo piso de una gran casa nueva, cuyo propietario la
alquilaba a seoras solas. Un rico comerciante de Mosc, que haba ido a Pars a
pasar un invierno, la instal all pagando seis meses por adelantado. El
aposento, demasiado grande para ella, nunca haba sido amueblado por completo, y
un lujo chilln, de consolas y sillas doradas, se entremezclaba con muebles de
ocasin, veladores de caoba y candelabros de cinc que imitaban bronces
florentinos. Todo aquello ola a cortesana abandonada muy pronto por su primer
protector formal. Vuelta a caer en los amantes dudosos, volviendo al principio
difcil, al lanzamiento frustrado, complicado con negativas de crdito y
amenazas de expulsin.
Nan dorma boca abajo, estrechando entre sus brazos desnudos la almohada, en la
que hunda su rostro vencido de sueo. El dormitorio y el cuarto de aseo eran
las dos nicas piezas que un tapicero del barrio haba arreglado. Cierta
claridad se deslizaba bajo un cortinaje, y se distinguan los muebles de
palisandro, las cortinas y las sillas forradas en damasco bordado con grandes
flores azules sobre fondo gris. Pero en la tibieza de aquella alcoba adormecida,
Nan se despert sobresaltada, como sorprendida al sentir el vaco a su lado.
Mir el almohadn que haba junto al suyo, con el hueco an caliente
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de una cabeza en medio de sus bordados. Y tentando con la mano, alcanz el botn
del timbre elctrico de su cabecera.
-As que se march? pregunt a la doncella al acudir a su llamada.
-S, seora; el seor Paul se ha ido hace unos diez minutos. Como la seora
estaba fatigada, no ha querido despertarla. Pero me ha encargado que le dijese a
la seora que vendr maana.
Mientras hablaba, Zo, la doncella, abri las persianas, y la claridad del da
inund el dormitorio. Zo, muy morena, peinada con muchos ricitos, tena el
rostro alargado, un hocico de perro, lvido y con unos costurones, la nariz
aplastada, gruesos labios y ojos negros que no cesaba de mover.
-Maana, maana, repeta Nan, an medio dormida. Es ese el da, maana?
-S, seora; el seor Paul siempre ha venido los mircoles.
-Ah, no! Ahora que recuerdo, exclam la joven, sentndose en el lecho.
Todo ha cambiado. Quera decirle eso esta maana. Se encontrar con el negrillo,
y tendremos un escndalo.
-La seora no me previno, y yo no poda saberlo, murmur Zo. Cuando la seora
cambie sus das, har bien en avisarme, para que yo sepa... Entonces, el viejo
tacao, ya no viene los martes?
Entre ellas llamaban as, sin rerse, viejo tacao y negrillo a los dos hombres
que pagaban: un comerciante del arrabal de Saint-Denis, de natural ahorrativo, y
a cierto valaco, un pretendido conde cuyo dinero, siempre muy irregular, tena
un extrao olor. Daguenet se hizo conceder los das que seguan a los del viejo
tacao; como el comerciante tena que estar temprano en su casa, a las ocho, el
joven espiaba su salida desde la cocina de Zo, y ocupaba su puesto, an
caliente, hasta las diez, y luego tambin l se iba a sus asuntos. Nan y l
encontraban esto muy cmodo.
-Tanto peor, dijo Nan. Le escribir esta tarde, y si no recibe mi carta, maana
no le dejars entrar.
Entre tanto, Zo segua en la habitacin y hablaba del gran xito de la noche
pasada. La seora haba demostrado mucho talento, y cantaba tan bien... Ahora
poda estar tranquila.
Nan, con un codo apoyado en la almohada, slo le contestaba afirmando vagamente
con la cabeza. La camisa se le haba desabrochado y sus cabellos sueltos y
desordenados le caan sobre los hombros.
-Sin duda, murmur ensimismada pero cmo lo har mientras espero? Hoy ser un
da de los ms aburridos. Dime, ha vuelto a subir el portero esta maana?
Entonces las dos hablaron seriamente. Le deban tres trimestres, y el casero
pensaba echarla. Adems, haba una serie de acreedores: un alquiler de coches,
una modista, un zapatero, un carbonero, y otros que acudan todos los das y se
sentaban en un banquillo de la antesala; el carbonero era el ms insolente,
gritando en la escalera. Pero la verdadera tristeza de Nan era su pequeo
Louis, un hijo que tuvo a los diecisis aos
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y que dejara en casa de su nodriza, en un pueblo de los alrededores de
Rambouillet. Esa mujer exiga trescientos francos para devolverle a su Louiset.
Presa de una crisis de amor maternal desde su ltima visita al pequeo, Nan se
desesperaba por no poder realizar el proyecto que era su obsesin: pagar a la
nodriza y dejar al pequeo en casa de su ta, la seora Lerat, en Batignolles,
adonde ella ira a verlo siempre que quisiera.
No obstante, la doncella insinuaba que la seora deba confiar sus necesidades
al viejo tacao.
-Oh, se lo he dicho tantas veces...! exclam Nan, y siempre me ha contestado
que tiene muchos vencimientos. No pasa de sus mil francos mensuales ... Y ahora
el negrillo no levanta cabeza; creo que ha perdido en el juego. Y el pobre Mim
necesita que le presten a l; la baja le ha dejado seco, y ni siquiera puede
traerme flores.
Hablaba de Daguenet. En el abandono de su despertar, no tena secretos para Zo
y sta, acostumbrada a sus confidencias, las reciba con una simpata
respetuosa. Puesto que la seora se dignaba hablarle de sus asuntos, ella se
permita decirle lo que pensaba. En primer lugar, quera mucho a la seora, y
haba abandonado expresamente a la seora Blanche, y bien saba Dios lo que la
seora Blanche haca para que volviese a su lado. Sitios no le faltaban, pues
era muy conocida. Pero ella se quedara en casa de la seora, a pesar de sus
apuros, porque crea en el futuro de Nan. Y acab por precisar sus consejos.
Cuando se es joven se hacen tonteras, pero ahora haba que abrir los ojos
porque los hombres no pensaban ms que en divertirse. Y llegaran muchos! La
seora no tendra ms que decir una palabra para calmar a los acreedores y para
encontrar el dinero que necesitaba.
-Todo eso no me da los trescientos francos, repeta Nan, hundindose los dedos
en los mechones de su cabellera. Necesito trescientos francos para hoy, en
seguida. Es un fastidio no encontrar a alguien que d trescientos francos.
Calculaba que habra enviado a Rambouillet a la seora Lerat, a quien
precisamente esperaba aquella maana. Su capricho contrariado le amargaba el
triunfo de la vspera Entre tantos hombres como la haban aclamado y no se
encontraba uno que le entregase quince luises! Claro que no poda aceptar el
dinero as como as. Dios mo, qu desdichada era! Y siempre volva a su beb,
que tena unos ojos de querubn y balbuceaba Mam con una vocecita tan
graciosa que era para morirse de alegra.
En aquel momento se oy la campanilla elctrica de la puerta de entrada, con su
vibracin rpida y temblona. Zo regres murmurando en tono confidencial:
-Es una mujer.
Haba visto ms de veinte veces a aquella mujer, slo que finga no reconocerla
e ignorar cules eran sus relaciones con las seoras en apuros.
-Me ha dicho su nombre... Seora Tricon.
-La Tricon! exclam Nan. S, ya la haba olvidado! Hazla entrar.
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Zo introdujo a una seora ya vieja, muy alta, con tirabuzones y el aspecto de
una condesa que acosa a los procuradores. Luego se esfum, desapareci sin
ruido, con el movimiento flexible del reptil, al salir de una habitacin cuando
introduca a un caballero. Por lo dems, hubiera podido quedarse. La Tricon ni
se sent. No hubo ms que un breve cambio de palabras.
-Tengo uno para usted, hoy... Lo quiere?
-S... Cunto?
-Veinte luises.
-A qu hora?
-A las tres... Entonces, asunto convenido?
-Convenido.
La Tricon habl inmediatamente del tiempo que haca, un tiempo seco que invitaba
a caminar. An tena que ver a cuatro o cinco personas. Y se march consultando
un librito de notas. Nan, al quedarse sola, pareci librarse de un gran peso.
Un ligero estremecimiento le recorri la espalda, se arrebuj en el lecho
caliente, blandamente, con una pereza de gata friolenta. Poco a poco se le
cerraron los ojos; sonrea ante la idea de vestir con un lindo traje a su
Louiset al da siguiente; en el sueo que volva a ella, apareca su febril
ensueo de toda la noche y un prolongado rumor de bravos acun su lasitud.
A las once, cuando Zo introdujo a la seora Lerat en su habitacin, Nan an
dorma. Pero se despert con el ruido y en seguida dijo:
-Eres t? Hoy irs a Rambouillet.
-Vengo para eso, repuso la ta. Hay un tren a las doce y veinte. Tengo tiempo de
cogerlo.
-No, no tendr el dinero tan pronto, advirti la joven desperezndose y
levantando el pecho. Almorzars y luego veremos. Zo le trajo un peinador,
dicindole:
-Seora, el peluquero est aqu.
Pero Nan no quiso pasar al tocador y grit:
-Entre, Francis.
Un seor, vestido correctamente, empuj la puerta. Salud. En aquel preciso
momento Nan sala del lecho, con las piernas al aire. No se inmut, y alarg