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Una visita guiada de Roberto Valenc ia (texto de El Salvador) y Álex Ayala Ugarte / Fotos: Jesús Blanco (Medellín), Roberto Valen cia (El Salvador), Gloria Ziegler (Buenos Aires), Salva Solé (La Habana) y Álex Ayala (La Paz) Cierre los ojos e imagínese un lugar tranquilo. ¿Qué pasa por su cabeza? ¿Un balneario? ¿Una playa? ¿Un convento dominico? Si usted pensó en un cementerio, dio en el clavo. Visitar tumbas está de moda. Sobre todo porque la experiencia es un tres en uno: sosiego, arte e historia en un mismo recinto. CINCO HISTORIAS SIN VIDA NECROTURISMO   Agosto de 2011  Edición 3

Necroturismo Final

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Una visita guiada de Roberto Valencia (texto de El Salvador) y Álex Ayala Ugarte / Fotos: Jesús Blanco (Medellín),Roberto Valencia (El Salvador), Gloria Ziegler (Buenos Aires), Salva Solé (La Habana) y Álex Ayala (La Paz)

Cierre los ojos e imagínese un lugar tranquilo. ¿Qué pasa por su cabeza? ¿Un balneario? ¿Unaplaya? ¿Un convento dominico? Si usted pensó en un cementerio, dio en el clavo. Visitar tumbas está demoda. Sobre todo porque la experiencia es un tres en uno: sosiego, arte e historia en un mismo recinto.

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historias

sin vida

necroturismo

 • Agosto de 2011 • Edición 3

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El tiempo corre y algunos mueren. Mien-tras que otros se hacen mayores. Eso

es precisamente lo que ha pasado con los“guías” del Cementerio General de La Paz,niños que dejaron de ser niños y ahora son

jovencitos que rara vez se dejan ver entrelos mausoleos. Antes, ellos eran los respon-sables de un tour extraocial que recorría las tumbas del padre Espinal, el compadrePalenque o los beneméritos de la Guerra delChaco; y que hacía siempre un stop en el “pa-bellón de los niños violados”, donde yacenPatricia Flores, Álvaro Tavera y otros meno-res que ueron abusados hasta la muerte.

 Algunos de los muchachos-guía vuelvende vez en cuando, me dijo un uncionariohace poco más de un mes. Pero no es lo ha-bitual, como hace años, cuando los más osa-dos se atrevían a dormir durante las nochesmás rías en nichos vacíos; y ahora son otros

habitantes del camposanto los que recons-truyen su historia cuando les preguntan.Ramiro Cahuana, intérprete de morena-

das, valses y boleros, es uno de los que conocebien a los inquilinos del cementerio. “Uno delos más extraños —relata— es un señor queme contrató para que acudiera a un veloriopagándome parte por adelantado. Cuandoacudí a la cita me di cuenta de que el muertoera él. Era un suicida”. Otros son escritores“malditos”, como Víctor Hugo Viscarra, a quien le suelen llevar trago. Muchos, perso-najes ilustres, como el ex presidente GermánBusch. Y los hay que son revoltosos: por unlado, los ladrones de tumbas, dedicados a ro-bar marcos de bronce y foreros; por el otro,

proanadores, sobre todo estudiantes de me-dicina en busca de cuerpos para sus prácticas.

***

“Pero cuando se llevan un cráneo o un cadá- ver luego lo pagan”, me dice, durante uno desus paseos, uno de los serenos. “Aquí hay es-píritus rondando —añade—. Por la nochea menudo escuchamos ruidos y crujidos; y como a las doce, a veces, a gente hablando,caminando, llorando. Pero es normal. Las al-mas nos acompañan, vigilan con nosotros”.

Según el antropólogo Alejandro Barrien-tos, “éste es un lugar especial, y uno debe

protegerse cuando lo visita. No es un sitio sólopara pasar o permanecer. Es un territorio ex-traño, lleno de sentimientos perturbadores”.

“Por eso —dice—, aquí siempre hay que cuidarse. Hay que pedir  permiso a los

diuntos para no contraer enermedades como‘el orejo’, que es cuando a uno le  agarra elmuerto”. Estos males de ultratumba, segúnBarrientos, aectan, sobre todo, a los más dé-biles, a las embarazadas por ejemplo. “Cuando

les da ‘el orejo’ a ellas —comenta—, los be-bés nacen con olor a podrido y anquilosados”.

“Por otro lado —advierte—, cuandoalguien entra en las tumbas o rompe el equili-brio entre ellas corre el riesgo de tener dolorde huesos, alta de ánimo y acabar muriendo”.

“Pero tampoco hay que asustarse de-masiado —ríe el sereno cuando le hablode las investigaciones de Barrientos—. Para mí, más que los diuntos, son peores otrosenemigos: el hambre, que mato con coca, y el río, que combato a base de cigarrillos”.

*** 

Para albañiles como Luis Chuima, más que porel cuerpo, el Cementerio General “entra porlos ojos”; y se explica a partir de los pequeñosdetalles de los nichos. Muchos están decora-dos como si se tratara del rincón más especialde la casa del diunto. Los de bebé tienen ju-guetitos; otros, un vasito de aguardiente; casitodos exhiben otos; y las fores tienen tambiénun particular signicado: los tonos blancos sonpara los jóvenes, las rosas y claveles para losadultos y los colores oscuros para los ancianos.

Según Barrientos, aunque parezca todolo contrario, aquí nada es al azar: todo tienesu lógica. “Si los lunes, por ejemplo, uno vea mucha gente umando rente al horno cre-matorio, es porque existe la creencia rme de

que umar el primer día de la semana es una manera de acompañar a los quemados —su-braya—. Y si uno lo que ve es a alguien conpinta de maleante husmeando en una tumba,lo más posible es que se trate de uno. Ya quelanceros, auteros y descuidistas suelen guar-dar tierra de muerto en el bolsillo para no sersorprendidos in fraganti cuando delinquen”.

“Algunos tienen hasta su ñatita par-ticular para protegerse de la Policía”, diceBarrientos. Las ñatitas son cráneos que unoguarda en casa y cuida como si ueran de la amilia. A las ñatitas se les bautiza, se les vis-te, se les da de umar y se les habla; y cada 8 de noviembre, en el denominado “Día sin

Sombra”, aconsejan llevarlas al cementerio.En tan señalada echa a veces regresanlos aguateros y lustrabotas que hasta hacepoco eran niños; y si alguien les reclama,

 vuelven a convertirse en guías improvisados.

Si el cementerio de La Recoleta, en plenocentro de Buenos Aires, uera un libro,

estaríamos hablando de un clásico de la literatura. Pero no lo es. Es más, al prin-cipio no era ni siquiera un cementerio.Hasta 1822 ue una simple huerta dentrodel convento de unos railes recoletos.Luego llegaron los entierros: entierros y 

más entierros; porque un intenso brote deebre amarilla hizo que la alta sociedadcapitalina se trasladara a sus alrededoresen 1870. Y el lugar acabó por transor-marse en el último descaso de las ami-lias más ricas y poderosas de la ciudad.

 Aquí cada nicho y mausoleo es una historia. Y cada historia tiene un argumen-to como para armar una telenovela. Poreso lo más aconsejable es hacer la visita en compañía de algún guía especializado.

Ellos van siempre un poquito másallá que los turistas; y donde uno apre-cia sólo un par de bustos —por ejem-plo, en la tumba de Salvador María delCarril y Tiburcia Domínguez, su señora 

esposa— llegan a ver el inal surrealista de una disputa. El problema de esta pa-reja ue el siguiente: durante una uertediscusión el señor Carril le dijo a su mu-jer que nunca más le dirigiría la pala-bra. Amenaza que cumplió literalmente.Después Tiburcia, para vengarse, dejóescrito como última voluntad en su tes-tamento que quería que su busto diera la espalda al de su marido. Así ue y aquelenado monumental de años atrás quedóplasmado para siempre en el cementerio.

 A veces, los guías también cuentananécdotas relacionadas con miedos ínti-mos que muchos hemos tenido en algún

momento de nuestras vidas. Como la pro-tagonizada por Alredo Gath, propietariode un gran almacén llamado Gath & Cha-

 ves. De él dicen que mandó instalar uncomplejo dispositivo eléctrico para poderabrir su ataúd desde dentro (por mediode un pulsador que le colocaron entre losdedo de una mano), ya que le daba pa-

 vor l a pos ibilidad de ser enter rado vivo.Pocas tumbas, sin embargo, son tan

peculiares como la de Alredo Gath; y lo quemás resalta en La Recoleta se podría decirque son las bóvedas. No es para menos:más de setenta de las casi cinco mil que, secalcula, hay dentro de este recinto han sidodeclaradas Monumento Histórico Naciona l.

***

Bóvedas las hay para todo gusto. Hay mu-chas con símbolos masónicos. Hay una conorma de gruta construida por un poeta consus propias manos. Hay otra ocupada por unjoven cuidador del cementerio, David Alleno,que trabajó toda su vida para comprarla; que

luego la decoró con una egie con balde y escoba que le representaba; y que acabópegándose un tiro para estrenarla. Hay una en recuerdo a Runa Cambaceres, quien su-puestamente ue sepultada con vida sin quenadie se diera cuenta. Y hay una mezcla de es-tilos en ellas impresionante: desde el barrocohasta el morisco, pasando por el bizantino.

Entre todas, la más visitada —tanto porlos que van con los tour-operadores comopor aquellos que se dan un paseo por cuen-ta propia— es la de Eva Perón:  Santa Evi-ta. En este caso, por las vueltas que dio elcuerpo antes de terminar en el cementerio.

Eva Duarte de Perón murió a lostreinta y tres años y ue embalsamada por

el doctor Pedro Ara. Craso error quizás,pues cuando el ex presidente Perón uederrocado, los golpistas que tomaron elpoder secuestraron el cuerpo de su mu-jer para acabar de una vez por todas conlo que la “abanderada de los descamisa-dos” representaba. Pero les salió el tiropor la culata. A pesar de que cambiabanel cuerpo constantemente de escondrijo,siempre aparecían ramos de lores desus seguidores allá donde lo llevaban.

 Y inalmente decidieron deshacerse deella trasladándola a una tumba de Miláncon nombre also. Quince años después,cuando Perón estaba exiliado en Madrid,

el cuerpo ue desenterrado y le ue resti-tuido. Y una vez muerto Perón, entrega-do a sus hermanas, quienes lo llevaronhasta La Recoleta para que ocupara unlugar en la bóveda maciza de la amilia.

Hoy dicen que hay toneladas de ce-mento encima suyo para que nadie caiga enla tentación de volver a secuestrarla. Y sonmuchos los que se paran rente a ella para llorar, dejarle cartas, conversar o hacerlepedidos; la mayor parte, sin darse cuenta deuna realidad macabra: el ex general PedroEugenio Aramburu, el hombre que dio la or-den de hacerla desaparecer en su momento,es su vecino en el cementerio. Y así será,seguramente, hasta el n de los tiempos.

Males de ultratumba

Evita superstar

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La peor época de Medellín, la que todospreeren olvidar, está asociada al tema 

narco. Al despilarro, a los atentados y a unnombre: Pablo. Durante el imperio de Esco-bar se aprendió a morir aquí de otra manera —de ser un hecho privado, la muerte pasóa ser un hecho público—; y el espejo de esa realidad ueron durante años los cementerios.

En el de San Pedro, en la zona nororientalde la ciudad —la más golpeada por la violen-cia hasta no hace mucho—, los árboles y lasesculturas de mármol se elevan hacia el cielo,recordando a los cincuenta caballeros de bue-na alcurnia que lo undaron en 1842 para darcobijo a los muertos de la alta sociedad. Fun-

ción que cumplió hasta que con el quiebre delos 80 aparecieron las amosas e interminablesgalerías. Medellín se desangraba y el cemente-rio acogió a las “autoridades” emergentes queempezaron a controlar las calles: tracan-tes, sicarios, paramilitares y demás amilia.

 Agencias como Medellín Experienceorecen hoy tours por los que ueron en sumomento los reugios de Pablo Escobar —el barrio que él construyó, sus mansiones,su propia cárcel (llamada La Catedral), la casa donde lo mataron, etcétera—. Y algu-nas incluyen a San Pedro en sus recorridos.

 Al n y al cabo, muchas de las víctimas de la “guerra” por el control del tráco de drogas

terminaron sepultadas en este camposanto. Aquí están enterrados, por ejemplo, loshermanos Muñoz Mosquera. Uno de ellosue lugarteniente de Escobar. Según Patricia García, directora de este cementerio-museo,

El lugar a donde vamos es la última mora-da de grandes personajes y uno de los si-

tios más tranquilos de la ciudad”, dijo el guía Benjamín Melara hace tres horas, cuando elbus cargado de turistas avanzaba hacia elCementerio General. Era ya noche cerrada.

Incluso si se toma Centroamérica para la comparación, El Salvador tiene serias limi-tantes en el plano turístico. Es el único paíssin costa caribeña, no tiene ruinas mayascomo las de Guatemala, ni reservas naturalescomo las de Costa Rica ni ciudades colonialescomo las de Nicaragua. Y hoy por hoy es unode los países más violentos del continente.Por eso, agudizar el ingenio para seducir alturista es casi una obligación por estos lares.

Desde hace poco más de un año seorganizan en San Salvador visitas guiadas

a Los Ilustres, un sector de su cemente-rio central en el que están enterrados losancestros de la poderosa oligarquía sal-

 vadoreña. El necro turismo, que es comose llama esta práctica, no se inventó enEl Salvador, ni mucho menos. Los campo-santos de Viena, Praga, Atenas o París sondesde hace tiempo reclamos de primerorden. Pero la peculiaridad aquí es quelos recorridos son sólo nocturnos.

Melara lo advirtió antes de desabor-dar: “Aunque tenemos lámparas, hay sec-ciones sumamente oscuras, así que íjensepor dónde caminan, porque a veces hay 

***

El otro cementerio emblemático de Medellín, visitado regularmente por operadores turísti-cos y devotos de Escobar, es el de Montesacro:el de los ricos. Aquí ue enterrado en 1993 elnarcotracante y aquí exhumaron sus restosen noviembre de 2006 para resolver una de-nuncia de paternidad de dos supuestos hijos.Dos acontecimientos capaces de atraer en sudía a miles de personas, a toda la anaticada de quien uera bautizado por algunos como elRobin Hood de los más pobres de Colombia.

Según Alonso Correa, encargado de mer-cadeo de la uneraria San Vicente, “para bien

 y para mal, pero sobre todo para mal, Escobarue un tsunami que arrasó con todo, que uecapaz de cambiar incluso los valores de partede la sociedad de aquel momento”. “Y debidoa su infuencia —explica—, algunos clientescomenzaron a pedirnos ataúdes caros, ma-riachis y otros elementos un tanto alejadosde los servicios unerarios tradicionales”.

Camilo Andrés Jaramillo, compañero deCorrea, añade que en los 80 y los 90 el ne-gocio marchó mejor que nunca. “Ganábamosmás que la Coca-Cola”, bromea. “¿Pero a quéprecio? —se pregunta—. Hasta para noso-tros era desolador recibir tanto cadáver”.

 Actualmente, la tumba de Escobar, a quien

se responsabilizó de más de cuatro mil asesina-tos, luce siempre con fores. Y está idencada por una lápida que dice: “Cuando veas a unhombre bueno, trata de imitarlo; cuando veasa uno malo, examínate a ti mismo”.

—Recomendable —dijo también.En Los Ilustres descansan guras tras-

cendentales como el hondureño FranciscoMorazán, padre del centroamericanismo;el paraguayo Agustín Barrios ‘Mangoré’,un guitarrista excepcional; o Justo Armas,nombre que la leyenda dice que adoptó elemperador mexicano Maximiliano I tras susupuesta llegada a El Salvador. Y entre lossalvadoreños, los líderes comunistas Fa-rabundo Martí y Schak Hándal; el dictador

Maximiliano Hernández; o el mayor Robertod’Aubuisson, considerado el autor intelec-tual del asesinato de Monseñor Romero.

Pero más allá de los nombres mássonados, el recorrido por el cementeriopermite al salvadoreño promedio conocermuchos porqués: por qué el principal hos-pital público del país se llama Rosales, porqué el hospital de niños se llama Bloom opor qué el museo de antropología se llama David J. Guzmán, por citar tres ejemplos.

—Aquí está enterrado mi presidenteavorito, Manuel Enrique Araujo, y arriba,sobre la gran roca, vamos a ver un Cristocon los brazos extendidos que se pareceal Cristo de Corcovado de Brasil —dijo

Melara en el tramo inal de la visita. Y en eecto, apareció una escultura que

se parece al Cristo de Corcovado de Brasil.El recorrido ha terminado. Hay satis-

acción generalizada. Ya dentro del bus quealeja a los visitantes del cementerio, Melara toma el micróono, lo enciende, se gira, y con los brazos apoyados sobre el respaldodel asiento dice entusiasmado: “Ahora va-mos por la alameda Manuel Enrique Araujo

 y ahí mismo está el Museo David J. Guzmán”.En el bus se impone entonces un silenciocómplice. Son los nombres de toda la vida que ahora tienen más sentido que nunca.

agujeritos”. Melara es el guía y también,la cara visible de El Salvador Turismo,el único tour-operador privado que ha apostado por esto: “El necroturismo está creciendo. Cada mes sube la demanda”.

***

Los Ilustres está en el centro de la capital,junto al gigantesco mercado Central, entre la suciedad y el caos que éste genera. Se inau-

guró a mediados del siglo XIX y alberga mau-soleos que impresionan. Como le ocurre alresto de la ciudad, tiene problemas de ilumi-nación, hacinamiento y pavimentación, peroquizá eso sea parte de su particular encanto.

—Es importante que miren a su alre-dedor, porque en cualquier lugar van a en-contrar algún detalle bonito —dijo Melara al poco de haber iniciado la caminata.

Los detalles son las cruces y las lápidas,obvio. Pero también los ángeles alados, losquerubines, las vírgenes y los cristos cruci-cados, obras de arte a la intemperie, hechasalgunas con mármol de Carrara.

 José Salvador Escalante llegó en el buscon su esposa Evy. Es salvadoreño pero re-

side en los Estados Unidos desde que se uea los diecisiete años. Ahora tiene sesenta y cinco. Supo del necroturismo por un correoelectrónico y no quiso desaprovecharlo.

Su bisabuelo era el ex presidente dela República José María Peralta; su abuelo,cuñado del ex presidente Manuel Enrique

 Araujo. Es decir, ambos ueron “ilustres”. Y él ha sido hoy uno más entre la treintena de turistas que pagó quince dólares por eltransporte, la visita guiada y una bebida.

—¿Qué le está pareciendo?—Excelente —respondió tajante cuan-

do aún altaba la mitad del recorrido.

“su madre llegó con un costal de plata para comprar un mausoleo en eectivo; hizo ins-talar ahí mismo un sistema para que sona-ra sin parar música sacra; y por dentro lodecoró como una salita, convirtiendo a sushijos más que en un recuerdo en símbolo”.

Patricia cuenta también que, en los tiem-pos duros, “muchos traían sus cancionespara homenajear a sus amiliares poniéndo-

las a todo volumen. Además, pegaban en losnichos otos de la motocicleta del diunto oescudos de sus equipos de útbol. Durante losunerales disparaban al aire y, en ocasiones,las bandas se enrentaban a tiros allí mismo

o remataban al muerto de los grupos rivalesen pleno entierro. Como muestra de poder,para que quedaran aún más muertos de loque estaban. Era una auténtica locura”.

 Ahora ya no suceden esas cosas. Ya noson las balas las que atraviesan San Pedro.Es el turismo. “Que viene a conocer el pa-sado, pero también cómo las cosas han idocambiando. Porque las cosas han cambia-

do en los últimos años. Antes, la cremaciónapenas se permitía por la gran cantidad deinvestigaciones criminalísticas abiertas entorno a los cadáveres. Hoy, sin embargo, eslo más normal del mundo”, dice Patricia.

El rincón mástranquilo de San Salvador

Tras la sombra del narcotráfco

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U na escena común en la necrópolis de Co-lón, en plena Habana, es ver destartalados

Chevrolet recorriendo sus avenidas de arriba 

abajo. Y si pasa por allí el tráco vehicular noes por capricho. Es porque este cemente-rio, uno de los más importantes de América Latina en cuanto a obras de arte se reere,se ha convertido en un museo al aire libre.

Edicado según el proyecto del arqui-tecto español Calixto de Loira, su diseño si-gue la antigua costumbre de trazar la planta con cinco cruces ormadas por vías inter-ceptadas perpendicularmente. La primera piedra para levantarlo se colocó en el año1871. Y a día de hoy se trata de la construc-ción de mayor importancia de la arqui-tectura colonial cubana de ines del XIX.

Ubicada en el céntrico barrio de El Ve-dado y Monumento Nacional desde el año

1987, la necrópolis es visitada cada añopor alrededor de sesenta mil turistas. Y loque más llama la atención a los que la re-corren son sus esculturas, pero tambiénla presencia de numerosos estilos arqui-tectónicos, así como de vitrales y mármolblanco y negro en muchos de los nichos.

Entre las tumbas, sin embargo, una esla que se roba el  show entre los visitan-tes. Se trata de la de La Milagrosa, Amelia Goiry, quien murió en 1901 víctima de unembarazo complicado. Algunos dicen queel eto le ue extraído luego de su vientre

 y que su cuerpo, después de una ceremo-nia, ue sepultado en solitario. Hay quienes

arman que el eto ue colocado entre laspiernas de su madre. La leyenda cuenta que, cuando años más tarde exhumaronsus restos, Amelia tenía a su bebé en bra-zos. Y hoy cientos de eles le piden avo-

cadia Herrera, una mujer con “poderes”que decía encarnarse en un espíritu llamadoTata José, a quien los devotos le suelen ore-

cer fores, monedas y amuletos santeros.“Aquí ocurren cosas muy extrañas”,reconoce el celador arqueando unas vivara-chas cejas. Y pone otros dos buenos ejem-plos: las personas que ueron enterradas depie y los casos de momicación espontánea,“que se suceden con cierta recuencia”.

Este último enómeno tiene mucho que ver con los terrenos arcillosos del recinto y con los antiguos ataúdes de hierro —llama-dos tiburones por su orma—, ya que éste esun material que avorece la conservación delos cuerpos. Y hoy son miles las anécdotasacerca de cadáveres que, después de años,ueron hallados casi igual que cuando los en-terraron. Entre ellos: una muchacha vistien-

do su traje de novia y un niño de seis años.

***

Con todo, la necrópolis de Colón no ha sido la primera en habitar La Habana. Estehonor le corresponde al ya desaparecidocementerio Espada, que debe su nombre alprimer obispo de la ciudad, el vasco Juan

 José Espada, que no escatimó esuerzos a la hora de levantar un sitio de descanso para los diuntos. Este lugar quedó emplazado enlo que actualmente son las céntricas callesSan Lázaro, Vapor y Aramburu y, en su mo-mento, recibía tres muertos al año. Pero ya 

no queda más que una lápida de recuerdo.Hasta que se procedió a su cons-trucción, los nativos de la isla seguíandierentes rituales: algunos estiraban loscuerpos y los cubrían con caracoles; otros

res o le dan las gracias mediante placasde metal que se agolpan junto a su lecho.

Según uno de sus cuidadores, “la gente

 viene aquí porque bendice a las embarazadas y a los recién nacidos”. Y el ritual al rentesuyo es el siguiente: como hacía su viudo, segolpea con un argolla el mármol en un inten-to por despertar a la diunta; a continuaciónuno le habla; y cuando uno se despide y se

 va, aconsejan hacerlo “sin dejar de mirarla”.Pero ella no es la única “santa” aquí: la 

última morada del Hermano José es tambiénuna de las más concurridas del cementerio,sobre todo por los habaneros. Allí yace Leo-

disecaban los cadáveres de sus caciques oconservaban por décadas sus huesos enpequeñas estatuas hechas con maderas

huecas; y había grupos que depositaban a sus muertos en agujeros dentro de cue- vas que después sellaban con la ayuda deuna roca. Pero todo aquello terminó en la época de la conquista. Desde entonces sehan erigido decenas de cementerios en la isla; y los más importantes tras el de Colónson el Bautista, el Chino y el Macabeo.

El primero, llamado también el de losprotestantes, se alza cerca del río Almen-dares desde 1884; y antaño, cuando aún seempleban carruajes tirados a caballo, co-braba cuatro pesos de oro por los enterra-mientos adultos y dos si trataba de un eto.

El Chino ue el último de los cemen-terios de La Habana construido en el siglo

 XIX y se emplaza, como el de Colón, enel barrio de El Vedado. En él, la vegeta-ción no es un elemento decorativo, sinopredominante, porque los chinos acos-tumbran a dejar escrito en su testamen-to con qué plantas serán acompañadosen su descanso eterno. Y pese a que uenacionalizado en 1967, para dar el vis-to bueno a los entierros todavía se siguenecesitando la autorización escrita delcasino Chung Wa, una especie de órganoadministrativo que maneja algunos asun-tos de la comunidad china de La Habana.

El Macabeo, inalmente, es conoci-do por una realidad un tanto tétrica: en

uno de sus panteones, en vez de restos,hay seis pastillas de jabón abricadas porsoldados alemanes en los campos de con-centración nazi con grasa obtenida de loscuerpos sin vida de los prisioneros judíos.

Los cuerpos incorruptos de La Habana

Tumba de La Milagrosa.

FotograFía: salva solÉ s. (Barcelona-españa).

FotograFía: salva solÉ s. (Barcelona-españa).