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Norte Chico y Norte Grande

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Índice

Prólogo ...........................................................................................13

Del descampado de Atacama a la sociedad del salitre. Balance y perspectivas en el estudio del ciclo de expansión del nitrato ..........................................................................21Sergio González Miranda

Capítulo i

ProtagonistasAgitador, diplomático y capellanes civilizadores

Una vida de compromiso: Pedro regalado Núñez y la agitación social tarapaqueña ..............................................................39Pablo Artaza Barrios

El cónsul Falaz y Malandrín Charles Noel Clarke y su informe al foreign office sobre la matanza de la Escuela santa maría, 1907 ..................................................................63Manuel Fernández Canque

Desde Camilo Ortúzar a Guillermo Juan Carter. La instauración de una iglesia moderna o la ocupación moral del territorio tarapaqueño, 1882-1906 .....................................95Carolina Figueroa Cerna

Capítulo ii

MigracionesInmigraciones, movilidad y relaciones interregionales

La inmigración europea en la provincia de Tarapacá. Su inserción en la estructura productiva, 1860-1940 ........................119Marcos Calle Recabarren

Migración y movilidad de los trabajadores fronterizos en Tarapacá durante el ciclo del nitrato, 1880-1930 .............................163Marcela Tapia Ladino

Norte chico y norte grande: construcción social de un imaginario compartido, 1860-1930 ..................................................195Milton Godoy Orellana y Sergio González Miranda

Capítulo iii

Cultura urbanaUrbanización, cultura obrera y expresiones de arte

Heterotopía y utopía en la pampa salitrera. Desde los mitos de la ocupación el desierto y del descubrimiento del salitrea la urbanización de la pampa, 1870-1920 .......................................215Sergio González Miranda

En los márgenes de lo oficial: desarrollo y asentamientos humanos en el cantón central ...........................................................239Diego Damm Huidobro

Teatro obrero en Chile: norte grande, 1900-1930 ............................263Pedro Bravo-Elizondo

Al compás de un danzar telúrico. pampinos e indígenas en la fiesta de la Virgen de La Tirana, 1900-1950 .................................279Alberto Díaz Araya y Paulo Lanas Castillo

Las clases, las comidas y los banquetes en la sociedad salitrera ..........................................................................301Rigoberto Sánchez Fuentes

El concepto de «cantón salitrero» y su funcionalidad social, territorial y administrativa: Los casos dezapiga, lagunas y el toco ...................................................................321Sergio González Miranda y Pablo Artaza Barrios

Capítulo iv

Espacios públicosOrdenamiento territorial-administrativo y agencias estatales

El espacio andino y la administración estatal durante el ciclo salitrero. Tarapacá, 1882-1933 ................................361Luis Castro Castro

La construcción del orden en una sociedad de fronteras en el cilo salitrero del siglo xix. Antofagasta, la ciudad letrada del desierto de atacama ........................................................387José A. González Pizarro

El sistema de instrucción primaria durante el ciclo de expansión salitrero. Tarapacá, norte de chile. 1880-1920 .................421Benjamín Silva Torrealba

Una iniciativa de desarrollo precursora para laregión salitrera. El instituto de fomento minero e industrial de tarapacá, 1934-1953 .................................................447Carlos Donoso Rojas

Capítulo v

Otros tópicosCiencia y tecnología, salario obrero y arqueología salitrera

Salitre, desierto y energía: investigación y desarrollo en la historia del uso industrial de la energía solar en el cantón central de antofagasta, 1872-1908................................481Nelson Arellano Escudero

Fulgor y muerte del jornal salitrero en Chile, 1899-1930 .................497Mario Matus González

La arqueología del salitre: reflexiones desde la materialidad en el cantón central, Región de Antofagasta .....................................................................527Flora Vilches, Charles Rees, Claudia Silva,

Felipe Rovano y Yerko Araneda

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Norte chico y norte grande: construcción social de un imaginario compartido, 1860-1930

Milton Godoy Orellana25

Sergio González Miranda26

I. Introducción

Hacia la primera mitad el siglo XIX la idea del Norte en Chile no solo se refiere a la ubicación geográfica de este territorio respecto de las regiones centrales del país, sino también a la oportunidad de futuro que ofrecía la economía extractiva de lo que se conocía como tal y sus proyecciones sobre el despobladde Atacama.

Esta idea estuvo en constante movimiento y expansión, primero, como consecuencia de la densificación poblacional y urbana del norte colonial y republicano temprano, para comenzar paulatinamente la ocupación de las tierras del «despoblado», más allá de las antiguas fronteras que se intentaron imponer mediante la aplicación del principio del uti possidetis iuris. Principio notoriamente impreciso tanto en lo geográfico como en lo jurídico que, como bien lo afirmara Isahia Bowman, todos quienes, tanto desde el Perú, Bolivia o Chile, ya avanzado el siglo XIX, trataran de de-mostrar sus derechos sobre este despoblado de Atacama a través de títulos coloniales, «el método está invalidado en el terreno común por su absoluta inconsistencia. Tanto los unos como los otros pueden, y así lo han hecho, invocar importantes ‘autoridades’» (1942:106). Es por ello que toma más relevancia la ocupación y el posterior habitar de este territorio que siempre fue imaginado como hostil y constituyó, por antonomasia, un anecúmene.

Estas regiones han sido objeto de muchos estudios que buscan explicar sus dinámicas económicas, sociales y culturales basándose en su producción o su relación con el centro del país, adscribiendo de esta manera a una

25 Doctor en Historia por la Universidad de Chile. Docente en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Actualmente se desempeña como investigador asociado en el Instituto de Estudios Internacionales INTE de la Universidad Arturo Prat, Iquique. Correo electrónico: [email protected][email protected]

26 Doctor en Estudios Americanos con mención en Relaciones Internacionales por la Universidad de Santiago. Director ejecutivo del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad Arturo Prat. Correo electrónico: [email protected]

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concepción de la historia regional que continúa su lectura comprendiendo la región como un espacio político administrativo que se explica exclusi-vamente por su relación con el centro.

En este artículo pretendemos dos objetivos centrales: en primer lugar, analizar el devenir de ambas regiones más allá de una explicación a partir de su relación con el centro, sino a propósito de los intercambios interre-gionales suscitados entre el Norte Grande y la región inmediata del Norte Chico, que, históricamente, enfrentaron trasvasijes poblacionales con todo el impacto que esto implica. En segundo lugar, el trabajo que elaboramos responde a un estudio de historia regional comparada que busca compren-der los procesos socio-económico desarrollados en ambas regiones en entre las décadas 1860 y 1930, intentando explicar cómo se interrelacionaron y actuaron en tanto centros que reciben y expelen población, provocando con ello impactos sociales, culturales y económicos, pero a la vez terminan compartiendo códigos comunes, donde la «nortinidad»27 les une frente al centro-sur del país y la minería les identifica.

Hasta mediados del siglo XIX el Norte de Chile estaba ubicado en el septentrión de la recién creada provincia de Atacama, una zona profusa-mente recorrida por empresarios y peones que se movilizaban surcando el desierto interior en busca de riquezas. Mario Bahamonde (1973), el notable escritor identificado con Antofagasta, en realidad era originario de Taltal, quizás por ello fue atento en observar a los mineros del Norte Chico que cruzaron el Paposo para adentrarse en Atacama. El autor afirma que «los primeros industriales salitreros fueron mineros conversos» (1973:15), desta-cando en primer lugar a Santiago Zavala, nacido en Freirina en 1794, quien llegó hasta Tarapacá atraído por Huantajaya. Sabemos que los salitreros de Tarapacá fueron mineros de la plata. También recuerda a Bruno Zavala Fredes, sobrino de Santiago, natural de Vallenar, quien luego de aventurarse por el Norte Grande regresó a su tierra donde se hizo cura. Le siguen los nombres de Cipriano Román, quien llegó a las islas Chinchas para explotar el guano y después se fue a Tarapacá a la explotación del salitre. Bahamonde puede continuar ilustrándonos con otros protagonistas de la hazaña que unió los dos «nortes», pero un nombre tiene brillo especial: Pedro León Gallo. Quien «antes de regresar a su hogar copiapino, también se metió en Tarapacá junto a sus hermanos Tomás y Ángel, en 1852» (1973:20).

Esta movilidad de ida, del Norte Chico al Norte Grande, se acentuó después del tratado de 1866 que estableció el límite norte en el paralelo 23°

27 Quien más ha trabajado la idea de «nortinidad» ha sido José Antonio González con relación a la obra de Andrés Sabella (2002, 2007), donde plantea que este autor intentó un proyecto literario cuyo objetivo fue unir la pampa y la costa a través de un mismo sujeto social, el nortino.

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de L.S. aumentando de manera importante la presencia de chilenos desde el inicio de la década de los setenta, intensificándose la migración debido al impacto que en el norte chileno había significado la caída paulatina de la otrora creciente producción y exportación cupro-argentífera, cuya curva ascendente había perdido el impulso inicial. Vicuña Mackenna, resumió la situación con bastante claridad, afirmando en 1876: «Hoy que una crisis general nos agobia ¿no es acertado volver la vista a esos parajes inexplora-dos, pero que se sabe contienen riquezas de variedad infinita?» (1876:688).

Precisamente, debemos sumar a los problemas internos de la Región de Atacama chilena, la atracción que ejercía el fulgor minero del desierto que en las minas de plata de Cachinal de la Sierra y Caracoles develaron veneros que motivaron a enrumbar a estas tierras. A estos centros que demandaban trabajadores se sumó el guano y el salitre, donde el influjo de este último tuvo una mayor permanencia en el tiempo y su explotación fue el catalizador de la Guerra del Pacífico, conflicto que redundaría en la expansión de las fronteras a las tierras Tarapacá.

II. ¿Un norte indefinido?

Debido a la inexacta definición de sus límites septentrionales, la idea del norte en Chile fue durante el siglo XIX una página por escribir. En efecto, como los límites de aquel punto cardinal eran difusos y se sumaban a una geografía latitudinal del país que sitúa a cualquier lugar al norte de otro, haciendo que la opción centralista de fijar la capital como hito demarcador predominara en la distribución espacial. La nueva configuración del terri-torio emergente de la Guerra del Pacífico y la consecuente anexión de los 168.267 Km², que sumaban los territorios de Tarapacá y Antofagasta, hizo que la región fuera denominada Norte Grande, en vinculación identitaria con el Norte Chico, como le llamaron vendedores viajeros y comerciantes hacia 1900, a las provincias ubicadas al norte del río Aconcagua, que en conjunto poseían una superficie de 120.000 Km² (Godoy 2009:128).

Si el río Aconcagua era la frontera interior austral del Norte Chico, ¿cuál sería el límite septentrional del emergente Norte Grande? La respuesta no es fácil si consideramos que Chile ocupaba hacia ese 1900 las provincias de Tacna y Arica, además de haber anexado definitivamente Tarapacá. Por lo tanto, perfectamente se podría pensar que ese límite estaba en el río y quebrada de Sama o, quizás respetando la temporalidad de la ocupación de Tacna y Arica, en el río y quebrada de Camarones.28 Sin embargo, soste-nemos aquí que el Norte Grande surge con referencia a la explotación del

28 Estos dos límites (Sama y Camarones) llenaron de tinta muchas páginas diplomáticas, no fueron en definitiva la frontera internacional que, como sabemos, se estableció en la actual línea de la Concordia, resultado de una negociación directa entre ambos Estados nacionales.

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nitrato de soda, por lo tanto, fue un territorio que definió según el espacio de explotación del nitrato de soda: Taltal por el sur y Pisagua por el norte. La relación entre Pisagua y Camarones ha sido demostrada por Alejandro Bertrand (1904), así como la importancia de Camarones como frontera entre Tarapacá y la provincia de Arica (Billinghurst, 1886).

Fue el salitre y su economía el que separó un territorio que original-mente era uno solo, Taltal y Chañaral, tal como lo afirmara O´Higgins Guzmán, la adscripción de Taltal a Atacama se redefinió a propósito de la posesión de salitre, que provocó su incorporación a Antofagasta: «La unión administrativa de Taltal y Antofagasta fue una suerte de casamiento por conveniencia. Taltal fue apartado de Chañaral que, en esos tiempos, pasó a ser el pariente pobre…» (1965:8). Este autor señala que Chañaral tuvo sueños salitreros, que le hubiesen permitido formar parte también del Norte Grande y disfrutar de su riqueza, afirmando que

…cuando la existencia de nitrato en Aguas Blancas y Taltal se hizo realidad evidente a mediados de 1879 y cuando, casi simultáneamente, su inexistencia se comprobó en la región de Chañaral, esta dejó de interesar hasta a sus propios hijos (Guzn, 1965:8).

Esos hijos de Chañaral lo más probable es que hayan emigrado hacia su vecina Taltal o Antofagasta, en búsqueda de lo que la naturaleza de su región denegaba. Siguiendo al mismo autor:

…en cerro Calichal, no lejos de la frontera con Taltal –visible al paso del tren longitudinal- en Ojo del Salitre, sobre los faldeos occidentales de la cordillera de Domeyko; en Portezuelo del Salitre, al sur de la sierra de los Aragoneses, murieron las efímeras ilusiones salitreras de los chañaralinos (Guán 1965:8).

Todos los topónimos señalaban el caliche o el salitre como si fuera un destino manifiesto y así fue precisamente, pero no solo para los habitantes de Chañaral sino para todos los que viniendo de más al sur cruzaron esa frontera interior que marcó la convergencia entre el Norte Chico y el Norte Grande.

Hubo un interesante investigador, el Dr. Ernesto Maier (1910), por petición del Gobierno de la época, realizó un viaje por el Norte Grande salitrero entre el 29 de diciembre de 1909 y el 27 de febrero de 1910, que precisamente comenzó en Taltal y concluyó en Tarapacá. Dice este viajero:

…empecé mis estudios en la pampa de Taltal, i, con el fin de co-nocer desde luego las rejiones más elevadas de dicha pampa, me dirijí por ferrocarril desde Taltal directamente al cerro Guanaco, desde cuyo punto esploré las pampas que se estienden entre Aguada de Cachinal, Cerro del Guanaco i Cachinal de la Sierra (1910:3). Quienes desde el Norte Chico llegaron a Taltal en tiempos del centenario vieron desde

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Guanaco a las oficinas de la Compañía Alemana crucé las pampas de las oficinas Sudamericana i Rosa de Cachinal i en seguida estudié con más detención, tomando a la oficina Chile como punto de partida, la región de las oficinas Moreno, Chile, Alemania, Atacama, Lautaro hasta Ovalo (Ma, 1910:4).

En este contexto, la ampliación del norte chileno es el resultado de la inser-ción de las regiones estudiadas en las nuevas redes de intercambio comercial de la economía mundial, respondiendo ambas regiones a la demanda de materias primas que la profundización de la revolución industrial provocaba en Europa. Esta dinamización económica tuvo como efecto que las expediciones en busca de minerales se acrecentara, siendo surcado su territorio por viajeros, natura-listas y exploradores que iniciaron la descripción del desierto plasmando sus recorridos en mapas y bitácoras de viaje que ilustraban y taxonomizaban sus riquezas. Señero para Chile fue el periplo de Rodolfo Amando Philippi, quien enviado por el gobierno chileno recorrió en el verano de 1853-1854 el desierto de Atacama, penetrando en territorio Boliviano, con la consecuente molestia de sus autoridades que cuestionaban sus móviles científicos y consideraban «difícil conocer el verdadero objeto»29 de esa exploración.

En efecto, con las exploraciones científicas irrumpían en el despoblado las penetraciones comerciales, que se han explicado desde la propuesta turneriana, donde los «colonos» desplazarían la frontera por la presión de sus actividades. Para el caso de Atacama los colonos o pioneers, fueron los cateadores que se adentraron en el desierto tras las huellas minerales, tal fue el caso de Diego de Almeyda, José Santos Ossa, el «manco» José Antonio Moreno, Rafael Barazarte, Pedro Peñafiel, Simón Figueroa, entre otros, quienes acompañados de sus cateadores recorrieron el desierto, haciendo de cada explotación un punto que densificaría una vasta red de instalaciones que encontró su mejor momento con las explotaciones salitreras, haciendo que cada oficina fuese considerada «un tambo mas en el despoblado cada paila de salitre una nueva aguada para el caminante y para su bestia» (Vicuña Mackenna 1882:667).

Una perspectiva interesante de análisis para comprender las regiones estudiadas es la de explicarse estos espacios como regiones-fronteras –en especial el Norte Grande– que de manera similar al oeste norteamericano fueron zonas de conflictos por el control y que desde la perspectiva de John Mack Faragher –integrante de la New Western History– se constituyeron en espacios multiculturales, de imbricadas relaciones entre culturas, cuyo análisis no puede centrarse en un grupo determinado, sino que debe com-prenderse en la perspectiva del estudio de la comunidad que allí se produce,

29 Al Señor Ministro de Relaciones Exteriores de la República de Bolivia, Legación de Bolivia en Chile, Santiago, 12 de Julio de 1854. Archivo Nacional de Bolivia (Sucre) s/f, carpetas legación boliviana en Chile. La cursiva es agregado por los autores.

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entendiéndola como «el grupo mínimo capaz de desarrollarse en el presente y reproducir en el futuro sus ‘creaciones’ institucionales y culturales» (John Faragher 1992; Ratto 2001:112).

Por tanto, pensando estos planteamientos en la dimensión estudiada po-demos afirmar que la propuesta engarza analíticamente con lo suscitado en el Norte Grande chileno, en tanto, los constructores de comunidad no fueron las poblaciones trashumantes y móviles que arribaban a las regiones estudiadas, cuya imagen se sintetiza en el minero visto como pioneer del desierto (J.A. González 2005:338) o de mineros que «descubrieron» minas pero que nunca vivieron en la pampa o la dejaron una vez obtenidos sus réditos, propuesta que se presenta como subsidiaria de la idea turneriana de la expansión de la frontera. Cabe señalar, además, la diferencia entre Antofagasta, menos pobla-da, y Tarapacá, no solo más poblada, sino que además inició el ciclo del salitre prácticamente medio siglo antes que Antofagasta, donde el principal esfuerzo fue realizado por nativos de la provincia (Billinghurst, 1889), tarapaqueños que ya habían incursionado en la minería de plata.

Proponemos que la sociedad pampina se constituyó a partir de quienes se avecindaron en el desierto, arraigándose y deviniendo de migrantes en sostene-dores de la comunidad en el antiguo despoblado, fungiendo en adelante como generadores y articuladores de la sociabilidad e identidad pampina. Para ello fue necesario que el desierto se transformara en una suma de comunidades interrelacionadas, conformadas por los trabajadores y sus familias que estu-vieron dispuestos a habitar, convirtiéndolo en una suma de espacios urbanos integrados en una red que territorializó «el descampado». El estado-nación chileno irrumpió cuando percibió el interés de su población (empresarios, comerciantes y trabajadores), con él llegarían sus agencias públicas y los funcionarios. En otras palabras, no hubo un política manifiesta del Estado nacional para implementar un proyecto de sociedad en ese territorio, como tampoco una política privada en esa misma dirección, fueron los empresarios, trabajadores y sus familias (peruanos, bolivianos, chilenos y de otras nacio-nalidades) que, dadas las características de la explotación salitrera (muchas oficinas y sus campamentos funcionando a distancias relativamente próximas, formando cantones) permitió que los flujos de comunicación e intercambio de bienes y servicios, pero sobre todo la movilidad de personas, fueran fluidos y, en la medida que transcurrió el ciclo del salitre, cada vez más densos.

La forma como se fue construyendo esta sociedad salitrera en el desierto de Atacama tuvo mucho de azarosa, una cita del historiador chileno Ma-nuel Fernández es un buen ejemplo de cómo los peones chilenos partieron desde sus lugares de origen hacia territorios desconocidos creyendo en una promesa que le sacara de su condición de peón rural para transformarlo en obrero industrial, a saber:

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La metamorfosis de peón rural a obrero industrial pasó por varias etapas: primero, los peones eran sociológicamente expulsados del campo hacia las áreas urbanas dentro de Chile; luego emigraban hacia los yacimien-tos mineros u obras ferroviarias del Perú y finalmente terminaban como reclutas de las emergentes oficinas salitreras en las provincias de Tarapacá y Antofagasta (Fernández 1988:5).

Fernández considera que esta «metamorfosis» es posible de captarse en los trabajadores contratados por Meiggs para trasladarlos entre 1860 y 1870 a Perú y cumplir allí su «misión ferroviaria» (1988:12). Con respecto al tema, se ha destacado el importante número de trabajadores empleados en las faenas de los principales ferrocarriles peruanos, en 1871 se calculaban alrededor de 20.000 obreros chilenos de los cuales no retornaron más de 3.000 (Stewart 1938:126-71; Harris 1996:51 y 75). Este importante flujo de trabajadores hacia el Perú tuvo un doble impacto: por una parte, se ha asociado el proceso de «rápida transición social» peruano de la época, debido a «un grado incipiente de politización» de sus trabajadores en que habría influido el conjunto de migrados chilenos (Fernández, 1988:12). En otra dimensión, la salida de trabajadores generó una potente reacción de los hacendados chilenos quienes frente al número de migrados solicitaron la creación de una «aduana de hombres» que impidiera la salida del país a los trabajadores (Grez 1995:163; Harris 1996:51; Godoy 2003:141).

Fueron, en definitiva, empresarios y trabajadores los que movieron la frontera económica de Chile hacia Atacama, donde el salitre fue la principal economía.

La movilidad de trabajadores hacia zonas emergentes económicamente era (y sigue siendo) una constante en el siglo XIX, el censo peruano de 1876 nos señala una presencia de población chilena muy importante (9.664) res-pecto de su propia población (17.013), pero también vemos una significativa presencia boliviana (6.028), tres nacionalidades que seguirán presente y creciendo durante el período chileno después del conflicto de 1879. En An-tofagasta la población era casi en su totalidad chilena para ese mismo año. Algunos autores, especialmente peruanos, califican a esta presencia como una «invasión» y no como una movilidad hacia oportunidades económicas que sus lugares de origen no le ofrecían a empresarios y trabajadoras: «Chile para 1875, ya había «invadido» el litoral boliviano o buena parte de él. En Antofagasta, puerto boliviano aquel año, el 93 por ciento de su población era chilena. Se planteaba, pues, el enfrentamiento de intereses peruanos en Tarapacá y de chilenos en el litoral boliviano» (Reyes 1979:107).

Sin embargo, desde el Perú también hubo un intento de mover la fron-tera económica hacia el territorio boliviano, pero no a través de empresarios mineros o trabajadores, sino por medio de una política estatal deliberada

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durante el Gobierno de Manuel Pardo. Sabido es que la licitación de la región boliviana del Toco para explotación salitrera por Juan Guillermo Meiggs y sus socios en 1876, fue una maniobra que encubría a su verda-dero mandante: el Gobierno peruano (Ravest, 2008; S. González, 2011), que legítimamente pensaba en alcanzar un monopolio salitrero al tener dominio de las principales estacas calicheras. Aunque el más conocedor de esta actividad, Guillermo Billinghurst, pensara que esta política salitrera de Pardo fuera «una quimera»:

El Gobierno del Perú, al adquirir la propiedad de casi todas las oficinas de Tarapacá, obstruyendo, al mismo tiempo la producción libre; y mediante los inconcebibles contratos de las salitreras boli-vianas, creyó, candorosamente, haber acaparado toda la exportación salitrera, pues no atribuía grande importancia a la de Antofagasta. Los que combatimos ese negociado funesto para el Perú, gritamos entonces, en vano, sobre la próxima y alarmante competencia de la región salitrera chilena. Esas advertencias patrióticas no fueron escuchadas, sino años más tarde, cuando ya no hubo remedio para el mal. Los hechos han venido a demostrar, con elocuencia, verdade-ramente abrumadora, que si la zona salitrera del Toco tenía positivo valor industrial, lo mismo sucede con las zonas de Antofagasta Aguas Blancas y Taltal. Toda la región salitrera situada al sur del río Loa, aún soportando el mismo derecho de exportación que el salitre de Tarapacá, florece hoy día, industrialmente, de una manera amplia y paralela y con iguales provechos que la zona salitrera que dejó de pertenecer al Perú (Billinghurst 1903:103).

Lo relevante aquí es señalar que Atacama, ese supuesto despoblado, estaba en el interés de Chile como de Perú, tanto desde la iniciativa privada como desde la pública, porque en ambas naciones se comenzaba a construir un proyecto de modernidad que requería de la expansión de sus fronteras económicas para alcanzar ese objetivo. Fue la Guerra del Pacífico la que permitió solamente a Chile poder desplegar ese proyecto de modernidad, sin llegar a tener un éxito pleno por razones que no corresponde analizar aquí. Este proyecto de modernidad también alcanzaría a desplegarse en Atacama, transformando al desierto en un territorio con características urbanas.

Fueron estas características urbanas las que, quizás más que el salario, hizo tan atractivas las oficinas salitreras para los trabajadores enganchados. Llama la atención la insistencia en el deseo de volver a la «pampa» a pesar que las crisis recurrentes a partir de 1914 y profundizadas después de 1920 les expulsaban del desierto. Esa migración pendular fue conocida por los mineros del Norte Chico que solamente en la década de los años 1930 regresaron a sus lares en forma definitiva, dejando una huella indeleble en la cultura y el territorio del Norte Grande.

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III. De inmigrantes extranjeros a migrantes nacionales

Como hemos señalado, es dable observar que desde el Norte Chico se provocó un proceso de expansión de la frontera de Chile, llegando hasta Tarapacá, como consecuencia del impulsó minero desde mediados del siglo XIX, refrendado por la Guerra del Pacífico y los tratados de 1904 y 1929, sus corolarios jurídicos. Este proceso generó una presencia mayor de chilenos en la región, los que ya en 1875 constituían el 85 por ciento de Antofagasta boliviana.

En efecto, el siglo XIX fue en América el escenario de grandes oleadas de inmigrantes europeos, asiáticos y en menor medida africanos, fenómeno que en conjunto relegó a un segundo plano los flujos migratorios internos y la alta movilidad de las poblaciones desplazadas en busca de mejores salarios (Carmagnani 2011:251). Tal fue el caso de los peones movilizados en ingentes cantidades desde el Valle Central al Norte Chico, en un proceso migratorio interno que paulatinamente comenzó a rebasar la frontera septentrional e irrumpir en el desierto de Atacama, para alcanzar finalmente Tarapacá.

La migración peonal al Norte Chico estuvo asociada a la expansión de la explotación cuprífera en la región, llevando a Chile a ocupar el primer lugar en la producción, con un 44 por ciento de la oferta mundial de este metal (Ortega 2005:10). La década de los cincuenta fue el período de impulso de la producción cuprífera, disminuyendo solo durante las guerras civiles de 1851 y 1859, las décadas siguientes presentaron un ascenso con vaivenes que tuvo dos años de máxima producción en 1869 y 1876, sobrepasando en este último las 52.300 toneladas e iniciar un marcado descenso desde 1879, que mantuvo una conducta oscilante y llegó a las 20.000 toneladas en 1891, cerrando el siglo sin abandonar ese tramo productivo (Herrmann, 1903:56-7).

Este descenso fue el resultado de la pérdida de competitividad, princi-palmente porque la minería cuprífera en la región distó de ser una actividad moderna, caracterizada por una realidad productiva diferenciada en térmi-nos de su desarrollo, donde hubo esfuerzos por mecanizar y racionalizar algunos ámbitos del proceso productivo, quedando a la zaga el sistema de trabajo implementado en numerosas explotaciones pequeñas, con poca con-centración de mano de obra, con sistemas de trabajo tradicional y relaciones laborales un proceso de proletarización inconcluso (Pinto y Ortega 1990:63).

Los flujos migratorios asociados al ciclo cupro-argentífero se acentúan paulatinamente desde 1840 hasta 1865, alcanzando un 33,3 por ciento en el período. Desde allí hasta 1875 el crecimiento se desaceleró, creciendo en esa década solo un 1,1 por ciento, para aumentar nuevamente en el año 1885 en un 5,1 por ciento, coincidiendo con los primeros indicios de una decadencia que marcaría el resto del siglo en la minería del norte chileno. La curva descendente se manifestó en 1895, con un decrecimiento poblacional

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del 9.5 por ciento revirtiendo su flujo anterior minería del norte chileno para pasar a ser una zona expulsora de trabajadores que marchaban hacia el nuevo norte. Desde 1907 la población inició un crecimiento que en la región alcanzó el 12,5 por ciento, para decrecer en 1920 en las provincias de Atacama que perdió 15.555 habitantes (24,3 por ciento) y Coquimbo que enfrentó el éxodo de 22.795 habitantes (7,6 por ciento). La crisis económica y las vicisitudes políticas de la década del veinte hicieron que el censo de 1930 marcara el retorno de trabajadores y sus familias a la región, aumentando la población de Atacama en 12.685 personas (26,2 por ciento) y Coquimbo que creció en 22.795 habitantes (12,6 por ciento).

Tarapacá había enfrentado importantes crecimientos de población des-de el censo peruano de 1875, cuando se contabilizaron 38.225 habitantes, una década después esta población aumentó en un 43 por ciento, para volver a crecer en 1895 en un 78,7 por ciento, para recibir nuevos contingentes poblacionales que ampliaron su crecimiento en un 23.9 por ciento en el censo de 1907. En el mismo período se suscitó un caso similar en Antofagasta cuya población, según el censo levantado por la municipalidad a fines de 1878 considerando todo el distrito,30 era de 8.507 habitantes (Bermúdez 1966:101-102). Desde este núcleo inicial se produjo un aumento del 295,4 por ciento en el censo de 1885 –que significó triplicar su población– para aumentar en el censo de 1895 en un 31 por ciento, volviendo a crecer en el censo de 1907 en un 157 por ciento con respecto a la década anterior.

Apelando al decir de José Romero para Argentina, podemos afirmar que entre 1885 y las primeras décadas del siglo XX es posible hablar, paradóji-camente, de que los crecientes flujos poblacionales desplazados a la región provocaron una «pampa aluvial», que fue escenario de una expansión sin precedentes (Romero 1994:167). Definitivamente, el salitre había convulsio-nado el despoblado, comenzando a ser surcado con intensidad efervescente por carretas y trenes ya sea en Taltal, Antofagasta, El Toco o Tarapacá, cuyas líneas comunicaban el hinterland trasladando trabajadores, mercaderías y salitre a sus costas, donde emergieron viejas caletas puertos como Iquique, a cuyos muelles arribaban barcos de los más diversos orígenes, cargaban el nitrato y volvían a Hamburgo, Delfzijl, Amberes, Yokohama, etc.

Pero, la bonanza salitrera no fue permanente. Numerosas crisis, de intensidades variadas, producidas en 1919, 1921-22, 1925-26 provocaron altibajos en su población hasta que se desencadenó la debacle de 1929, que tuvo su impacto más duro entre 1931-32 (Venegas 1999: 80) que no solo implicó un colapso económico y social, sino tuvo un alto impacto en la movilidad poblacional de la región y del país. En términos cuantitativos

30 Según Oscar Bermúdez, este distrito incluía Antofagasta y las localidades de Salar del Carmen, Mantos Blancos, Punta Negra, Carmen Alto y Salinas.

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la provincia más afectada con la disminución poblacional fue Tarapacá, disminuyendo su población en 1920 en un 3,1 por ciento, para decrecer nuevamente en 1930 en un 3,3 por ciento y caer en 1940 en un 8,1 por ciento. En 1907, la población tarapaqueña con 121.001 habitantes había alcanzado el peak de su crecimiento, mientras que el censo de 1940 cons-tataba su disminución en un 16,2 por ciento, con respecto a ese año.

El caso de Antofagasta fue diferente. La provincia mantuvo su curva poblacional ascendente en el censo 1920 con un crecimiento del 52 por ciento, frenando el ímpetu expansivo en 1930, cuando creció solo un 3,7 por ciento, para disminuir en el censo de 1940 en un 18,8 por ciento, expresión porcentual, un tanto más tardía, de la misma crisis.

En síntesis, es posible observar los comportamientos de las provincias de ambas regiones con relación a las actividades extractivas que marcaron sus curvas de población. Mientras en Atacama, se manifestó un constante descenso desde 1875 a 1907, año en que hubo una escasa recuperación para volver a descender en 1930 y recuperarse desde allí en adelante. En tanto, la provincia de Coquimbo –que por la importancia de su agro-ganadería tenía una dependencia menor de la minería– fue escenario de altibajos entre 1875 y 1920, presentando después de este censo un crecimiento exponencial hasta 1940.

Para el norte salitrero, 1907 marcó dos procesos diferentes. En Tara-pacá, desde aquel año la población decrece hasta su punto menor en 1940, mientras que en Antofagasta se mantuvo la curva ascendente hasta 1940, década en que mermó en 33.618 habitantes.

A partir de cifras y porcentajes es posible observar los intercambios pobla-cionales entre las regiones estudiadas, haciéndose principalmente notorios estos flujos al momento de las crisis que cada una de las regiones experimentó. Así, es posible de afirmar que después de la crisis enfrentada en la región del Norte Chico hacia la década de los setenta el movimiento poblacional en dirección al norte se acentuó y se mantuvo durante las décadas posteriores en que la minería cuprífera de la región tendió a descender, para convertirse hacia el inicio del siglo XX en una actividad carente de «vigor y vitalidad» (Pederson 2008:249).

No obstante, el camino de retorno estaría marcado por oleadas de tra-bajadores que abandonaban la decadente zona salitrera desde el inicio de la década de los treinta del siglo pasado, cuando se hicieron sentir los efectos de la crisis de 1929, provocando movimientos poblacionales de tal magnitud que el año siguiente a la crisis, solo los cesantes trasladados desde Iquique al sur por cuenta de las oficinas salitreras sumaban entre hombres, mujeres y niños más de 24.000 personas.31 Estas cifras tuvieron un impacto económico, social, cultural y político de importantes dimensiones.

31 «Movimiento de embarque de obreros cesantes por cuenta de las oficinas salitreras durante el año de 1930», Iquique, 30 de diciembre de 1930. Archivo Regional de Tarapacá s/vol.

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Gráfico 1. Población en el norte de Chile, 1875-1940

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IV. La relación interregional provocó intercambios culturales

Los intercambios poblacionales entre ambas regiones generaron amplios intercambios de prácticas sociales, tradiciones, discursos, habla regional, simbología, recursos institucionales, identidades socio-culturales, etc., de-tectables en similitudes e influencias mutuas que permiten establecer ciertos vínculos entre las «identidades de las oficinas y el socavón» (Pinto 1997:11). El ejemplo más claro es que tanto en la región cupro-argentífera, como en las tierras del salitre, la devoción por la virgen ha sido históricamente par-te del imaginario religioso de los trabajadores, trasvasijándose elementos culturales desde y hacia ambas regiones en el período de tiempo estudiado. En primera instancia, los migrantes mineros del Norte Chico llevaron consigo a la pampa sus rituales religiosos y su advocación a la virgen, a la que danzaban con la indumentaria característica del minero, adornada con flores y bordados en sus pantalones, camisa y culero. El primer baile chino se fundó en Paposo en 1901 y siete años más tarde apareció uno en la salitrera Carmen Bajo, cerca de La Tirana (Núñez 2004:107). Estos danzantes tuvieron un alto impacto en la región, pasando a formar el baile religioso N° 1 y detentando la responsabilidad, desde esa época, de sacar

32 Para el año 1875, se usó en la provincia de Tarapacá el dato correspondiente al Censo del Perú del año 1876.

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la virgen en la fiesta religiosa de La Tirana, la más importante de la pampa salitrera. Es destacable además que la virgen de este poblado era conocida como la «Chinita del Tamarugal», aludiendo a la autoidentificación de los danzantes del Norte Chico, quienes superando la descalificación de llamarles chinos, como sinónimo de indios, se «chinifican» asumiendo la identidad de danzantes vernáculos, que se sentían descendientes de los indígenas de la región (Godoy 2007:58-61), integrando en su percepción identitaria a la virgen, que representaba el principal objeto de culto, al igual que en el resto de América (Brading 2002:555).

En el siglo XIX el santuario de La Tirana representó por antonomasia –tal como en el Norte Chico lo fueron Andacollo y la Fiesta de La Candelaria de Copiapó– un centro de encuentro y amalgama socio-cultural donde cada año se concentraron los pampinos. La fiesta de La Tirana fue en sentido lato un lugar donde arribaban peregrinos de diversos puntos, entendiendo a estos en la doble dimensión del hablar decimonónico, por cuanto peregrino «se aplica al que anda por tierras extrañas o lejos de su patria» y explica a quien por devoción «va a visitar algún santuario» (Real Academia Española 1869:594). No obstante, el culto a la virgen del Carmen de La Tirana fue también un mecanismo de chilenización, dado el carácter patriótico impuesto a su ima-gen desde el inicio de la república como «patrona del ejército», obligando a ocultar elementos simbólicos compartidos por los componentes indígenas y populares de las tres nacionalidades numéricamente mayoritarias, a saber: chilenos, peruanos y bolivianos (S. González 2006:47; Díaz 2011:59).

Efectivamente, la importancia del culto a la virgen en el proceso de chilenización está dada por las modificaciones realizadas a la celebración de su festividad, cambiándose desde el 6 de agosto, día de la independen-cia de Bolivia, al 16 de julio, llamado de la Patrona del Ejército chileno (S. González 1999:42; Díaz 2011:59). En este sentido, parafraseando a Gruzinsky, podemos afirmar que la Virgen del Carmen de La Tirana antes de ser celestial, es chilena (Gruzinsky 2006).

El revés de este intercambio está dado por el retorno de los salitreros en diferentes oleadas desde la tercera década del siglo XX, cuando muchos de ellos regresan a sus tierras y festividades religiosas con otros bailes reli-giosos, principalmente los danzantes Apaches y Sioux, que pasan a formar parte de las variopintas cofradías de danzantes existentes en la región. Estas expresiones rituales son influencia directa de la experiencia cultural compartida en la pampa, donde al alero del biógrafo, los trabajadores y sus familias reinterpretaron sus orígenes y se identificaron como indios con los elementos que entregaban las películas norteamericanas (Godoy 2007:22), multiplicándose en la fiesta de Andacollo y Copiapó los danzantes que emulaban a los indígenas de Norteamérica.

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V. Conclusión

Como escribió Benjamín Vicuña Mackenna, «El pueblo de Chile produce un fenómeno bien raro: donde quiera que haya esperanza de plantear y fomentar una industria, la población afluye i se organiza por sí sola… casi sin autoridad y sin casi» (Vicuña Mackenna 1882:690). Una afirmación válida para las regiones estudiadas, en tanto ambas desembocaron en for-mas de ocupación con diferentes niveles de organización, que respondieron a las necesidades habitacionales de la minería. No obstante, la minería del salitre produjo un sistema de ocupación proyectual, donde hubo un diseño urbano y se trazaron centros –verdaderas ciudades del salitre– con mayor permanencia en el tiempo, lo que se tradujo en que los vestigios de ese pasado persistieran patrimonializados. Mientras que la minería cupro-argentífera provocó ocupaciones superficiales que aun cuando contaron con importante número de habitantes, una vez abandonados, no quedó mayor vestigio de su esplendor.

El norte cupro-argentífero produjo ocupaciones espontáneas sin un orden preestablecido, en unas explotaciones con escasa concentración poblacional, caracterizadas por la dispersión en un territorio vasto en que-bradas y serranías, donde además primaban los ranchos, tolderías y chozas que estaban construidas con murallas de piedra acumulada, denominada pirca que hacían de paredes, sobre las que se instalaba una techumbre de madera y juncos (Treutler 1958:116). No obstante, cuando el número de trabajadores fue importante, las ocupaciones eran bastante más formales y contaban con algunas construcciones más sólidas, las que en conjunto fueron paulatinamente desmanteladas, quedando solo el trazado del anti-guo emplazamiento de edificios, faenas y centros habitacionales, tal como aconteció en Chañarcillo, Carrizal Alto, Tamaya, El Oro, Agua Amarga, Tres Puntas y, más al norte, Caracoles y Cachinal de la Sierra.

Mientras, en el norte salitrero la huella habitacional quedó plasmada en un conjunto de lugares que operaban integrados y contaban con un patrón urbano similar, caracterizados por hileras de casas rectangulares de calamina, pino Oregón, concreto y alineadas en fachada continua, homo-géneas y jerárquicamente distribuidas, que contaban con pulperías, teatro, plazoletas, generando un espacio urbano complejo.

Más allá de la memoria contemporánea de los lugares habitados, en cada región emergió una sociedad marcada en mayor o menor grado por la precariedad laboral que transitó desde la pre-proletarización en las tierras del cobre a la proletarización salitrera que trajo consigo la organización y las de-mandas sociales que después de las crisis salitreras se expandieron hacia el sur.

Finalmente, la actividad minera que caracterizó a ambas regiones configuró una identidad construida en base a un imaginario parido desde

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las realidades cotidianas, circundadas por un medio adverso que dificultó la supervivencia y acrecentó las solidaridades, materializadas en una parti-cular percepción de la religión y la vida, calando en la imagen construida en torno del pirquinero y el pampino, identidades que hacia el cambio de siglo compartieron escenarios laborales, políticos y sociales.

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