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Novela compaginada

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Novela infanto-juvenil ambientada en Córdoba. Con ilustraciones y guía de lectura.

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“Esos a quienes los vientos acometen/los pecadores son, torpes, car-nales/que al apetito la razón someten/ Que como al estornino, a des-iguales/vuelos obliga el tiempo no propicio, / así los lleva en surcos eternales” (**)

Otros personajes buscan su felicidad a su alrededor: una acróbata que sabe leer las manos, un ingeniero civil que busca a una mu-chacha misteriosa que esconde un secreto cuya clave está en su nombre: Ana Karenina (personaje de León Tolstoi), una humilde mu-chacha de un barrio porteño que soporta a su iracundo padrastro y cuida de su vulnerable madre y un joven amante de la música que quiere dejar atrás los errores de su vida que lo llevaron a un refor-matorio.

* Según estudios históricos el caso de Paolo y Francesca es real, y fue famoso en su época. Francesca era la hija de Guido da Polenta, señor de Ravenna. Se casó con Gianciotto Malatesta, señor de Rimini, rengo y deforme. Naturalmente se enamoró de su gran cuñado Paolo mientras leían el romance de Ginevra (esposa del Rey arturo) y Lancelot. La relación entre los dos duró de 1283 a 1285. En ese año Gianciotto (nombrado Giovanni en el poema de Dante) los descubrió y ordenó sus muertes. El autor los ubica en el último círculo del infi erno, el de los traidores: por traicionar a su familia, son arrastrados por el viento y no se pueden tocar. Dante se compadece de su pena, según le explica a Virgilio porque experimentaron el sentimiento de amor más puro y el dolor de amar (ver entre otras fuentes: WIKIPEDIA online).

** Alighieri, Dante. 2004. Divina Comedia. Losada, Bs. As. Pp28.

No dejes que el viento nos arrastre...

Mariana Valle

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Prólogo“No Dejes que el Viento nos Arrastre” es  la historia de Cheng (Cheny), nacida en Corea del Sur (Seúl) cuyos padres llegan a la Argentina –más precisamente a Córdoba- a buscar un mejor futuro para la familia, pero la tragedia se hace presente y la niña queda huérfana.

Ernesto (Tomy), es un colombiano que también llega a nuestro país con un amigo y el tío de éste. Sus padres, al igual que los de Cheng, han muerto.

Las circunstancias de la vida lo llevan a vivir en la calle y allí incluso conoce las artimañas del “malvivir”.

Él vende alfajores en una plaza y ella lee un libro cuando el amor los sorprende.

Ese amor adolescente, tierno e inocente, deja hondas huellas en sus vidas que persisten aún en la distancia y a través del paso de los años.

Hay un sueño recurrente para Ernesto: querer besar a Cheng y que el viento se la lleve, la aparte de sus brazos. 

Así están Paolo y Francesca en el segundo cerco (o círculo) del infi er-no que visita Dante Alighieri en La Divina Comedia.

Ambos  fueron condenados por la lujuria. Paolo (o en algunas versio-nes Pablo) era el bello hermano de Giovanni y estaba casado. Fue a pedir la mano de Francesca (o en algunas versiones Francisca) para Giovanni, pero se enamoró de ella y se volvieron amantes. Cuando Giovanni descubrió el engaño mató a ambos amantes con una daga (*). Su pena en el infi erno (la ley del “contrapeso”) era ser arrastrados por el viento, mirarse y no poderse tocar:

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su cuarto: leyendo, escuchando música, navegando en Internet. Todo eso terminaba por aburrirla, no la colmaba del todo.

A veces salía a pasear por el barrio, esa actividad la tranquilizaba, le daba paz y armonía.

En uno de esos paseos conoció a alguien, ese alguien movilizó su vida. Lo primero que hizo fue enojarla, sí, pero no pasó desapercibi-do: Todo había empezado a cambiar…

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DedicatoriasDedico este humilde libro a quienes me acompañaron siempre y, queriéndolo o no, me condujeron por el bello camino de la literatura. A todos los chicos que son un poco soñadores y distraídos como yo. A la niña que fui, quien gustaría de leer este relato en algunas tardes de soledad.

A mis padres, hermanos, mis bellos sobrinos, mis abuelas (postizas y tías “abuelizas” adoptadas), mi gran amor Ramón Ángel Lazorello, mis amigos (Laura, Caro, Vero, Yany, Conti, Euge, Eze y Luis, quien inspiró un personaje del libro), mis colegas, mis alumnitos (del taller de Puentes, del Aprender y de los coles que tuve) y a mis profesores (Jorge Torres Roggero, Domingo Ighina y especialmente al Sr. Pablo Heredia, por su contención y por enseñarme con paciencia y dedica-ción su labor).

Mariana Celeste Valle (*)

(*) Mariana Celeste Valle. Es Licenciada en Letras Modernas porla Universidad Nacional de Córdoba. Dirige un taller literario en la Hospedería Padre Alberto Hurtado desde 2008 hasta el presente (www.talllerliterariopadrehurtado.blogspot.com ). Es actualmente Profesora adscripta de la cátedra de Literatura Ar-gentina II, miembro del equipo de investigación “Modalizaciones estéticas de la cul-tura popular en la literatura y el ensayo argentinos” y participa de la revista SILABA-RIO. Ha publicado cuentos y poemas en revistas de circulación gratuita y trabajos de investigación y entrevistas en la revista SILABARIO (www.revistasilabario.com ). Fue docente y preceptora de nivel medio, colaboradora del área de Voluntariado Univer-sitario de la UNC en proyectos para comunidades carenciadas (Puentes y Aprender Enseñando). Ha presentado numerosas ponencias en congresos y jornadas sobre literatura argentina y latinoamericana. Actualmente es becaria de postgrado tipo I de CONICET con un proyecto dedicado a la producción cordobesa contemporánea refe-rida a la problemática de la marginalidad y dirige el blog sobre literatura cordobesa: www.ladoctaliteraria.blogspot.com.

Contacto: [email protected]

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Le dedico estas ilustraciones y diseño gráfi co en primer lugar a la au-tora, por su confi anza en mi labor creativa y por permitirme plasmar en imágenes esta hermosa historia.

A mis abuelas Carola y Elva, que ya no están físicamente pero están y estarán presentes en mi corazón. Ambas fueron artistas y dibujantes en sus tiempos libres y me transmitieron todo su amor por este bello ofi cio y estoy segura que les hubiese emocionado revivir su juventud con las palabras e imágenes de esta novela.

A mi familia, que me apoya incondicionalmente en cada “aventura” en la que me embarco y a todas mis amigas que me alientan cada día a seguir creciendo.

Carolina I. Moine (**)

(**) Carolina Moine. Es diseñadora Gráfi ca por el Instituto Sup. Aguas de la Cañada. Ha brindado cursos de Diseño Gráfi co y Diseño de Indumentaria en el instituto AES Computación. Trabaja actualmente para la editorial Emmanuel Mounier y de forma independiente en tareas relativas al diseño gráfi co y de indumentaria.

Contacto: [email protected]

No dejes que el viento nos arrastre

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Una chica como todas, una chica como nadie…La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color. (1)

Ese día cumplía quince años y no estaba muy entusiasmada: No tenía amigos en el colegio. Es más adivinaba sus burlas detrás de ella cuan-do entraba al curso.

La miraban como si viniera de otro planeta. Lo que más les llamaba la atención eran sus ojos, sus ojos orientales.

Sus padres biológicos la habían nombrado Cheng Lee, como su abuela, pero su padre adoptivo y sus hermanos le decían Cheny.

Sentía un gran fastidio e incomodidad de estar en su lugar. Aunque atrás había quedado el terrible dolor de perder a sus padres y des-pués a su abuela, no era del todo feliz.

Tenía un hogar cálido y lleno de comodidades, pero algo le faltaba.

Para todos los demás (no para su familia) era “la rara”.

Sabía un idioma de un país muy lejano y sentía cierta felicidad de ha-blarlo, aunque sea, para sus adentros. Era como estar ligada a un peda-zo de tierra que ya había abandonado, a seres queridos que se habían ido, pero todo eso estaba guardado muy profundo en su corazón.

Cheny, por lo demás, era una chica como todas las otras: con ga-nas de conocer amigos, de divertirse, en fin, con deseos de alcan-zar la dicha.

Pero algo le faltaba y eso la molestaba. Pasaba la tarde encerrada en

1 Poema Sonatina de Rubén Darío.

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La disputaComo no tenía muchos amigos, no tenía –por ende- muchos invita-dos en su casa.

Cumplir quince años no la entusiasmaba ni en lo más mínimo, le pa-recía que era un día más, igual que todos…

Esa mañana bajó a desayunar con su padre y sus hermanos.Cheny fue adoptada a los diez años. Había nacido en Corea del Sur y aún tenía el idioma y hasta algunas costumbres bien arraigadas, aun-que hablaba español a la perfección.

Sus hermanos también eran adoptados: Mariano, el mayor de 17, fue adoptado a los quince; Efraín a los cuatro (ahora tenía 8) y Elízabeth, la más pequeña, desde que era un bebé de días (ahora tenía 6). 

La cuestión es que ese día toda su familia la saludó y felicitó por su cumple, y eso no pudo menos que provocarle una sonrisa.

Su papá esperaba celebrar una gran fi esta aquél día, pero Cheny ya le había dicho que no estaba muy interesada en ello

De todos modos accedió a cenar con su padre y hermanos y un par de colegas más, invitados por éste.

Se puso un vestido negro que le llegaba hasta las rodillas y una hebi-lla en el pelo que le cubría hasta la cintura. Apenas se puso un poco de color en las mejillas cuando se vio al espejo: tenía la piel “demasia-do blanca”, pensó.

La cena transcurrió bastante tranquila, salvo por una disputa que tuvieron sus hermanitos entre medio, que ocasionó el regaño de su padre. Nada de mucha importancia.

Pasaron al salón de la gran casa a bailar el vals. El primero en bailar con ella fue su padre, Cristhoper. Lo hizo con mucha gracia y, a conti-nuación, le dio un gran beso y un fuerte abrazo.

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Él: Un chico comotodos, un chico como nadie…En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo. Y las hojas caían en el agua de tu alma (2)     

Él no se sentía “raro”, tal vez los otros pensaran que lo era, pero eso no le preocupaba. Se había formado en la “escuela de la vida”, había soportado muchos momentos difíciles en sus cortos 15 años.

Hace 10, había perdido a sus padres. Después vivió un tiempo en un hogar de huérfanos. Allí conoció a un gran amigo: Ezequiel, quien le ofreció dejar Bogotá para probar suerte en la Argentina, cuando tenía catorce años.

Vivió un tiempo con Ezequiel y el  tío de éste, a quien le habían otorgado la patria potestad del muchacho. 

Pero después las cosas cambiaron, el tío se casó con una mujer que aceptaba de bastante mala gana a su sobrino y mucho menos a su amigo.

Si algo le había molestado siempre era ser rechazado. Bastante ya tenía con el abandono (involuntario, sí, pero abandono al fi n) de sus padres.

No estaba dispuesto a soportar los malos tratos de nadie y por eso se fue de la casa.

Anduvo meses durmiendo en las plazas, donde conoció a muchos amigos que como él habían sido dejados de lado por “la sociedad”.

Todos le decían “el colombianito” porque no podía disimular su tonada aunque cada vez se iba afi anzando más a los modismos de los argentinos como el “voseo”.

2 Poema “Número 6” de Pablo Neruda. 

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Su nombre real era Ernesto, pero en el orfanato le decían “Tomy” para diferenciarlo de un tocayo (3) suyo y, al fi nal, le quedó ese apodo.

Después de vagabundear y de aprender el duro oficio de dormir en casi cualquier lugar a la intemperie y de buscar comida en distintas instituciones y manos dispuestas a ofrecer caridad, se vio seducido por “la mala vida” y empezó a robar para “hacerse de unos pesos”. Esto le trajo serios problemas, por supuesto, tenía que huir de la policía, pero también de otros “malandras” de mayor experiencia que querían copar el “negocio del robo” en las áreas peatonales de Córdoba.

Sabía que aquello era malo, pero en cierta forma pensaba que era una manera de compensar lo que el porvenir nunca le iba a dar.

Subsistir en la calle es un ofi cio penoso, rudo y que requiere estar “siempre alerta”.

La primera vez que peleó con otro chico –quien paradójicamente le robó el mismo celular que él acababa de sacarle de la cartera a una mujer en la parada del colectivo- terminó con un una muela rota y un hilo de sangre que le caía, sin cesar, desde la boca hasta el pecho.

Después se fue afi anzando un poco más y ganó otros combates.Como tenía un buen carácter para comunicarse con los demás (llevaba una sonrisa franca a todos lados) lo pusieron a cargo de buscar más gente para el negocio del delito que regenteaba un joven de veinticinco años. Eran unos cuantos muchachos que se protegían entre ellos, como una familia singular.

A cambio, tenía apenas lo indispensable para vivir: una camita con un colchón agujereado por todas partes en una galería pequeña del centro de Córdoba y una platita para comprarse la comida cada día.

Tomy tenía el pelo castaño oscuro y los ojos color almendra.Un día salió a vender alfajores en la plaza San Martín cuando le sucedió algo completamente inesperado y “mágico”, se diría después.

3 Se le dice así a una persona que lleva el mismo nombre que otra.

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Estaba en la esquina cuando vio caminar hacia su dirección a una chica de pelo largo y lacio color negro, con la piel muy blanca y unos ojos iluminados como soles.

Se quedó pasmado. Había tenido muchas noviecitas, pero nunca había reaccionado así frente a una chica: le temblaba el cuerpo y le transpiraban las manos.

Apeló a sus típicas artimañas cuando ella pasó por su lado: “¡Chau, princesa!”, le dijo. Minutos después habría de lamentarse esas palabras tan torpes.

Ella se dio vuelta, lo miró, le hizo una expresión de enojo (que a él le pareció encantadora) y siguió caminando. Indiferente como el hielo, indiferente como el mármol.

Esa noche no pudo conciliar el sueño: pensaba en sus ojos, tan únicos, tan bellos, tan “raros”…

Sin saber por qué, le palpitaba fuerte el pecho, y se durmió con una sonrisa en los labios después de imaginarse cientos de veces el rostro de esa chica que había conocido.

Entonces, Una luz acogedora se apoderó del humilde cuartito: esa luz venía del corazón de un chico, como cualquier otro, como nadie.

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quería ayudarlo porque estaba muy agradecido con él. Entonces, Tomy, le empezó a hacer un resumen de su vida y Mariano se sintió muy identifi cado con aquélla historia.

Mientras caminaban, empezó a caer un aguacero cada vez más in-tenso. Las nubes ya se habían puesto negras desde hace unas horas y ahora gruesas gotas caían sobre ambos.

“No podés pasar esta noche en la plaza” le dijo Mariano. “Mi casa es muy grande y podés ocupar un cuarto de huéspedes”.

A él no le gustó mucho la idea, su casa más que grande era como un castillo ante sus ojos: un lugar reservado para un pordiosero como él.

Mariano insistió y al fi nal aceptó.

Entraron por la puerta de servicio, al fondo de la casa. Subieron las escaleras furtivamente.

El cuartito estaba arriba y parecía muy acogedor, su amigo le prestó ropa suya para que se cambiara la mojada.

Estaba tan confortado allí que se durmió muy rápido. Una pared lo separaba de ella, aunque no lo supiera.

Una voz lo despertó a medianoche, era una voz que le pareció muy dulce, e inmediatamente cayó en la cuenta que era ella la que ha-blaba y mezclaba el español con un idioma incomprensible: una vez más parecía enojada, discutía con su hermano por lo de la pelea.

Como movido por una fuerza interior incontenible se levantó y abrió despacito la puerta de la pieza, apenas para ver lo que pasaba.

La luz mortecina del pasillo iluminaba a Mariano y a Cheny. Ella ya se había puesto su  pijama de color violeta. El pelo le caía lacio, so-bre la cintura.

Le pareció que así deberían lucir las princesas de los cuentos: con un pijama violeta y una expresión de enojo, porque así la vio más linda que nunca.

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Después, con mucha timidez, su hermano la sacó a bailar. La pisó un par de veces y rieron ambos de buena gana por el papelón.

Cuando ya daban las doce de la noche, y después de haber abierto todos los regalos de los invitados, buscó a Mariano para charlar con él. No lo encontró por ningún lado.

Salió al jardín y caminó hasta la entrada de la casa, a lo lejos lo vio que doblaba la esquina, algo le dijo que tenía que seguirlo. El joven quería “tomar aire fresco”, la casa lo asfi xiaba, le propuso ir al centro de la Ciudad y no al tranquilo bar de siempre en el Cerro de Las Rosas, donde vivían.

Si bien ella era menor, tenía para con él cierta actitud maternal o de protección, porque éste siempre se metía en problemas que fasti-diaban a su padre y ella trataba, a toda costa, de evitarlo. Accedió a ir con él. Tomaron el N3, y siguieron caminando por la Bajada Alvear hasta divisar a lo lejos su destino: un boliche situado en un edifi cio bastante deteriorado.

La calle Libertad estaba bastante sucia y descuidada. Un muchacho los interceptó y quiso robarle a Mariano, quien se resistió y recibió una fuerte golpiza a cambio. Tenía la cara algo lastimada y le brotaba un poco de sangre. Cheny intentó interponerse entre ambos jóvenes para parar la pelea: era corajuda y no le tenía miedo casi a nada.

Pero alguien la agarró por la cintura y se lo impidió: “¿Qué hacés? ¡Tené cuidado!” le dijo con una tonadita rara. 

Todavía la sujetaba entre sus brazos cuando ella, enojada, se dio vuel-ta para mirarlo. Le vio cara conocida.

Recordó que era el chico que la había piropeado cuando salió a ca-minar por el centro a la mañana: “¡Mi hermano está en peligro!, ¡hacé algo!” le dijo furiosa.

En el piso, otro joven golpeaba a Mariano mientras le prodigaba algu-nos insultos en “dialecto cordobés”. Tomy se interpuso entre ambos y defendió a Mariano, preocupado porque Cheny lloraba y gritaba sin

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parar, agarrándose la cara con ambas manos. El mayor del grupo, el “regente” de la banda delictiva, terminó con la contienda y le devol-vió una mirada furiosa a Tomy.

Cheny corrió a abrazar a su hermano: “¿Estás bien?”. “Estoy bien”, le respondió éste.

Le hizo muchas preguntas, pero él le dijo que en esas condiciones no estaba dispuesto a responder nada, que mañana hablarían.

Las cuadras que la separaban de su casa, las caminó abrazada a su hermano.

Le fastidió mucho el chico aquél: lo había puesto en peligro: ¿en qué clase de cosas andaba metido? Encima tuvo el tupé de sostenerla de la cintura cuando quiso parar la pelea. La estrechó muy fuerte, pudo sentir que sus brazos casi la sofocaban…

“¿Quién se creía que era?”

Ayudó a su Mariano a limpiarse las heridas. Afortunadamente, como él dijo, estaba bien y nadie más se dio cuenta de lo ocurrido.

Volvieron a su casa, saludó a su padre que aún seguía conversando con amigos en la fi esta y se fue a su cuarto. Se puso el camisón y se acostó: en lo último que pensó fue en el muchacho ese. Le molestó su actitud, pero se durmió con una sonrisa en los labios.

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Más ProblemasLa había tenido entre sus brazos. Hasta pudo sentir el olor de su piel.

Pero ella le dedicó esa mirada furiosa. Le causó gracia y rió para sus adentros, aún enojada la veía más tierna, como un niño a quien no le han consentido su capricho.

“El Gringo” se enojó mucho con el imprevisto de aquélla pelea. Le reprochó a Tomy haber defendido a Mariano, que además –y por si fuera poco- era un “concheto” y por su culpa ahora podían acusarlo ante la policía. Al chico le había robado el celular otro de los “hospe-dados” de la Galería (el Cara Cortada) que jamás esperó que su “vícti-ma” se atreviera a resistirse.

Después de esa pelea, a él sin miramientos lo echaron a la calle, la galería es pública, pero también había reglas para gozar de ella y ya no era bienvenido allí: lo echaron como a un perro.

Ahora una vez más estaba en la plaza bajo el cielo estrellado, pero por lo menos no tenía que soportar las inclemencias del tiempo, pensó.

Sus amigos de siempre, los excluidos también por la sociedad, lo ani-maron un poco esa noche. Paco consiguió comida por medio de un amigo suyo, dueño de un restaurante, se ofreció a ayudarlo en lo que necesitara. “Sos un gil”, le dijo, aún no podía entender su actitud. “Bus-carte quilombos por salvar a un concheto…”

Esa noche le costó más que nunca dormir. Pensó en sus padres, en su vida miserable, en la angustia de todos los días y en cuán lejos estaba de ella.

Al otro día salió a vender, con sus amigos, los alfajores que habían comprado en el mayorista del barrio con las moneditas que tenía en el bolsillo. Ya no quería tener que volver a robar jamás.

Cuando pasó por la escuela Antonio Huerta se encontró con Mariano, quien lo reconoció y le dijo que lo acompañara hasta su casa, que

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Cerró, la puerta sin hacer ruido y se durmió.

Lo último que la escuchó decir fue “hasta mañana”. Se imaginó que se lo había dicho a él.

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En la plazaEstaba cavilando en un banco de la plaza Colón: la venta había sido bastante buena. No podía quejarse.

Parecía que el destino se proponía interponerla en su camino. Allí estaba la chica de los ojos orientales, charlando como una amiga.

Tenía un pantalón y una camisa a cuadros y llevaba el pelo recogido con una cola de caballo.Él la miraba de lejos.

Ella se sentó en un banco y se puso a leer un libro. “Ella me odia, ella me odia…” se decía, pero el impulso pudo más y caminó hasta su banco.

“¡Hola!, ¿querés un alfajor?... Son tan ricos como vos” (“¡otra vez con su palabras torpes!”, se reprocharía más tarde).

Ella agarró el alfajor y lo guardó en el bolso, junto con el libro. Estaba leyendo “Las Mil y una noches”.

“¿Te gusta leer?”: Silencio como respuesta. “Bueno, a mí me gusta, tengo un libro que saqué del… (iba a decir “orfanato”, pero no) Es de un chico que lleva una rana al colegio, es muy chévere”.

Ella lo miró, tenía los ojos encristalados, pero no de bronca ahora sino de tristeza.

“Hoy no tengo ganas de pelear con vos. Se cumple un aniversario de la muerte de mis padres…”

“Bueno, mis padres también murieron, algunas cosas tenemos en común…”, suspiró él al recordarlo.

Ella sonrió y se le hicieron pocitos en las mejillas.

No se sentía incómoda a su lado, sino todo lo contrario. “¿Y vos donde estás…?”, (quiso preguntarle por dónde estaba viviendo)…

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“Yo… no te preocupes, me tengo que ir…” dijo él (¡hubiera querido quedarse horas a su lado en ese banco!) y salió corriendo con su caja de alfajores.

Ella lo miró marcharse y sintió pena por él, algo le inquietaba el corazón.

La ira ya se había disipado y quedaban emociones mucho más cálidas en su pecho. “Tengo que ayudarlo…”, pensó.

Su día pasó sin mayores sobresaltos: estudiar química, francés…

A la noche se encerró en su cuarto y se tiro en su cama mirando el techo: odiaba esa sensación de asfi xia que le daba cuando sentía que algo andaba mal, le daba bronca.

Una lágrima le cayó por la mejilla, aunque ella se esforzó por no de-jarla escapar. Después vino otra…

Lisi (Elizabeth) entró al cuarto y se acostó a su lado. Ella la abrazó y le acarició el pelo. No hacía falta que se dijeran nada.

Antes de dormir, la última imagen que se le vino fue la de un joven sentado al lado suyo en un banco.

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La noche estaba llena de estrellas.

Desde lejos se escuchaba un tema de salsa muy movido. “Me encanta bailar, dijo él, ¿y a vos?”.

“Bueno, yo… no sé mucho” dijo ella, involuntariamente, ruborizada.

“Pues, yo te podría enseñar. Parate”. Ella le hizo caso, pero se sentía algo rara y, eso sí, le palpitaba mucho el corazón.

Él le tomó la mano y se la puso en su hombro, después le entrelazó la cintura con suavidad (no con el ímpetu de la otra vez) y le enseñó el paso típico del “uno, dos, tres”.

Desde el “uno” ella lo pisó y él se rió mucho, en el “tres” él la terminó pisando a ella y ambos rieron.

En un momento se miraron a los ojos. Los ojos de ella eran castaños muy oscuro y brillaban mucho en su tez pálida ahora ruborizada. Los ojos de él, color almendra, también estaban iluminados.

Estaban tan cerca el uno del otro que parecían compartir la respira-ción entrecortada.

“Me tengo que ir”, dijo ella subrepticiamente y salió casi corriendo en dirección a la vieja casona.

El se quedó sentado mirando la luna y sonriendo. Se sentía tan feliz que hasta tarareaba un viejo son colombiano, su princesa oriental había bailado con él.

Cheny se fue a su cuarto y pensó: “Estuve a punto de besarlo…”. Esa noche trató de convencerse a sí misma de que eso no podía pasar. Trató…

Porque no pudo dejar de rememorar cada momento en sus ojos y en cómo lucían esa noche y en esas manos calientes y húmedas que la habían sostenido. Había bailado con su príncipe colombiano.

Plaza Colón, Nueva Córdoba, Córdoba

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Miradas“Tengo que hacer algo”, se repetía ofuscada entre sus libros de Litera-tura. Ese día tenía examen.

Fue al despacho de su padre y le pidió hablar con él.

“¿Tenés algún problema, Cheny”, le dijo éste cuando la vio con esa cara de preocupación.

“No. Bah… Sí, no sé…”. “¿Y eso qué signifi ca?” exclamó atónito el pa-dre y con una sonrisa.

“Bueno tengo un amigo que… necesita ayuda”. “¿Es un amigo del colegio?”. “No… Pero, lo conocí en la plaza, Mariano también lo co-noce. Es un chico muy bueno que… necesita un trabajo porque… no tiene a dónde ir y pensé que podría hacer algo acá y dormir, tal vez, en un cuarto de huéspedes hasta que… se solucionen un poco las cosas…”.

“Mmmm… ¿y por qué te importa tanto ese amigo?” replicó éste con el ceño fruncido. “Porque yo… lo quiero (¡no podía creer lo que aca-baba de decir!)… porque yo no quiero verlo mal, me da pena, es un buen chico, papi…”

Christopher se sintió conmovido por la solidaridad de su hija y le dijo que lo iba a pensar.

A la noche, durante la cena, le comentó: “Creo que a lo mejor se nece-sita alguien para cortar el pasto, arreglar un poco el jardín, desde que tu mamá no está lo he descuidado bastante. Tal vez podría hablar mañana con tu amigo, Cheny”.

Mariano se quedó atónito. Antes de irse a dormir la increpó a su her-mana: “¿Por qué ese interés repentino por el Tomy?, ¿qué te pasa?”. “Nada, me cae bien, nada más y además es tu amigo, vos deberías preocuparte por él”, sentenció muy fi rmemente.

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“Sí, yo debería y no vos” le dijo su hermano quien parecía bastante molesto con el marcado “interés” de su hermana por el muchacho. Dio la media vuelta y se fue a dormir.

Al otro día ella lo esperó en el mismo banco de la plaza. A la una de-bía llegar y llegó con su cajita de alfajores.

“¡Tengo que hablar con vos!”, le dijo. Él se quedó asombrado por se-mejante recibimiento.

Se sentó a su lado y ésta le explicó la situación. Él acepto hablar con el señor Thompson esa tarde.

Era una buena oportunidad, no podía desaprovecharla, pero le mo-lestaba que ella se acercara a él por caridad, no era eso lo que hubiera esperado.

El Sr. Thompson le explicó las condiciones del trabajo. Tomy sabía bastante de jardinería, lo había aprendido del portero del orfanato donde vivió en Bogotá.

Podía usar por el momento el cuarto libre de huéspedes, si así lo ne-cesitaba, hasta que encontrara otro lugar.

No obstante, se sintió muy incómodo y avergonzado por la situación, pero la amabilidad del señor lo convenció: “al fi n y al cabo no tengo a dónde ir, no me queda otra”, se dijo para sí.

El día siguiente trabajó hasta tarde. Estaba contento, hasta tarareaba una canción colombiana, hacía mucho que no se sentía así.

A la noche salió a pasear por el jardín: ¡sus ojos no daban crédito de la belleza y extensión del lugar!

Caminando llegó a un banco, había una muchacha sentada allí: era ella.

“Hola” le dijo muy despacito. “Hola”, le respondió ella con vergüenza.

“¿Puedo sentarme a tu lado?”. Su sonrisa fue interpretada como una afi rmación.

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“Esto no puede ser...”“Todo cambió cuando te vi, de blanco y negro a color me convertí y fue tan fácil, quererte tanto: algo que no imaginaba. Fue entregarte mi amor con una mirada…” (4)

Una pared los separaba y él podía escuchar la canción que ella había puesto en su disquetera como si esas palabras se  las dedicara a él, las sentía como una nueva forma de comunicación.

“Sé qué no es fácil decir te amo, pero así es el amor, simplemente pasó y todo tuyo ya es hoy. Antes que pase más tiempo contigo, amor, déjame decir que eres el amor de mi vida…”

No podían expresar más claro lo que él quería decirle, atravesando una pared, entrando a su cuarto y mirándola a los ojos. Pero no podía…

Había algo más entre ellos: las convenciones, las responsabilidades, los demás…

Ella se pasó toda la tarde esquivándolo, pero sin querer se lo cruzó en el jardín: hubiera querido correr hacía él y abrazarlo muy fuerte…

Él se pasó toda la tarde evitándola, pero la vio: hubiera querido correr hacia ella y volver a escuchar aquél idioma tan raro…

“¿Hay algo qué te preocupa?”, le dijo cuando la vio sentada en el ban-co del jardín mirando pensativa las fl ores…

“Sí, hay algo…” le dijo ella mientras se restregaba una mano sobre el pantalón y seguía con los ojos fi jos en el suelo…

“¿Y qué es eso?”, le preguntó él, “¿te puedo ayudar?”…

“Bueno yo… no sé… cómo decirte…”. “Hace un tiempo conocí un chico en Estados Unidos… y bueno… yo me (le costaba mucho decir-

4 El tema es “Todo Cambió” interpretado por el grupo mexicano Camila.

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El besoMariano rendía Lengua ese día, y como tantas otras veces, no había estudiado nada.

A la mañana lo vio “al Tomy”, barriendo la vereda y le dijo: “Che, hoy me hago la chupina y no voy al cole, ¿me acompañás a lo de unos ami-gos?”. El otro joven lo miró asombrado: “¿Y qué es eso qué es, eh? (nun-ca lo había escuchado). Yo estoy trabajando, ahora no puedo”.

“Dale- insistió Mariano- Mi papá no está y no vuelve hasta el medio-día Vos no te hagás drama”.

“No hermano, le debo mucho a tu familia y tengo que ser responsa-ble”, le dijo Tomy.

“Ah… bueno… no te olvidés que fui yo el primero en abrirte las puer-tas de mi casa cuando lo necesitabas”. Sonaba a exhortación y lo era, Mariano sabía como manipular a alguien cuando tenía un propósito.

Al fi n y al cabo, era cierto lo que le decía y Tomy, con cargo de con-ciencia y algo de preocupación, se vio forzado a aceptar, pero antes le aclaró: “Un rato nada más, ¿eh?”.

Caminaron varias cuadras hasta llegar a un edifi cio donde vivían los amigos de Mariano: Andrés, Julián y Benjamín.

“Estamos formando una banda y nos falta alguien que toque la batería. Yo sé que vos sabés tocar los timbales, te vi el otro día con los de mi viejo, esto es parecido. Podrías intentar…” dijo Mariano a Tomy.

Y la verdad que mal no le iba con el instrumento, todos quedaron asombrados de su talento tan rápidamente adquirido y lo felicitaron, parecía que llevara el ritmo en la sangre.

Sin embargo, ya eran las 11 y media y no veía las horas de irse y conti-nuar con sus quehaceres. Mariano accedió. Se despidieron los dos del resto de los jóvenes y salieron del lugar. Tomy, con rumbo hacia a la

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casa y Mariano en busca de otro lugar donde pasar el rato hasta que se terminara el turno del colegio.

Iban caminando cuando vieron una chica de uniforme que cruzaba la calle hacia donde estaban ellos: ¡Era Cheny!

“¿Qué hacés acá y no en el colegio?” le dijo a su hermano. “Qué te importa… ¿y vos que hacés acá?”, le dijo éste.

“Faltó un profe y salí antes”, le respondió ésta. “¿Y vos Tomy, lo estás protegiendo? No me lo esperaba…”.

“Bueno, nos vamos, no tengo que darte explicaciones”, le dijo Maria-no. Y se fueron los dos, dejándola con una expresión de furia, asom-bro y tristeza mezclada en el rostro.

Tomy se sentía abochornado. Caminó dos cuadras más con Mariano y, por fi n, éste se alejó y él tornó rumbo hacia la casa de los Thompson.

Las palabras de Cheny lo habían herido como pinchazos que le atra-vesaban la piel. Estaba atormentado por cómo había quedado en-frente de ella: pudo ver su cara de desilusión.

Toda la tarde estuvo pensando en eso.

El Sr. lo mandó a regar las plantas internas. En un pasillo de la casa se encontró a Cheny, que ya no tenía el uniforme sino una camisa roja y unos jeans: detalles que pueden parecer sin importancia, pero que él grababa siempre en la retina de sus ojos.

Otra vez la mirada furiosa, otra vez las palabras emanaban una detrás de otra reprochándole: “¡Lo acompañaste a mi hermano a hacerse la chupina!, ¡sos igual que él!, ¡cómo pude confi ar en vos!...” No sabía qué decirle, hubiera querido esfumarse en el aire en ese momento.

De pronto sintieron la voz del papá de Cheny. “Esperá tengo algo que decirte”, le dijo Tomy, pero no quiero que nos escuchen…

“Está bien”, dijo ella, “yo también tengo muchas cosas por decirte”. Los pasos del Sr. hablando por teléfono se fueron haciendo cada vez más

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tenues hasta ya no oirse.

“Ahora que estamos solos, te quiero decir que…”. Ella lo interrum-pió: “No, yo te quiero decir. Te quiero decir que pusiste en peligro la vida de mi hermano y aún así confi é en vos y traté de ayudarte y lo primero que hacés es consentir los malos actos de Mariano y me arrepiento de haberte conocido todo esto lo hice porque me caíste bien y porque te quiero y porque… (¡otra vez lo había dicho y enci-ma frente a él!)”.

Tenía la mirada brillante, de rabia y de angustia y las palabras le sa-lían así, medio atragantadas. Y él se sentía tan apenado que hubiera querido arrodillarse a sus pies. “Sos…. Sos… ¡un mentiroso!, ¡me mentiste! y….”

No pudo seguir hablando... Bajó la mirada hacia el piso. Él la sostuvo muy fuerte entre sus brazos. Le tomó la cabeza entre sus manos y le acarició el pelo. Ella todavía estaba enojada, cuando observó sus ojos marrones taciturnos. Entonces, ambos se besaron dulcemente los la-bios mientras la tarde caía apesadumbrada sobre el salón.

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Él, a todo eso, reía con ganas. Ella le manchó la cara con la pasta de harina…

“Ah, no señorita, ¡eso no se lo permito!” dijo él… y la agarró por los hombros y le tiró un poco de engrudo en la cara.

A los veinte minutos la sacaron del horno y le pusieron el dulce de ciruelas.

“Es la torta más fea que he visto en mi vida…” refl exionó él muy pensativo.

Cheny suspiró y después lo manchó nuevamente con dulce de ciruela…

Él hizo lo mismo y le untó con dulce la cara, tras lo cual se la  tomó con ambas manos y le estampó un besazo en la mejilla: “Pues estaba rico…”, le dijo, y salió campante de la cocina mientras ella se lamenta-ba por ser tan mal cocinera.

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lo)… me enamoré de él y él… me engañó y yo sufrí mucho por eso… y no quisiera que me volviera a pasar…”

“¿Y por qué tenés ese miedo?”, le dijo él que la miraba fi jamente.

“Por que yo… no sé, pero no quiero volver a enamorarme…”. Antes que él le pudiera decir algo, se levantó y se fue.

 

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¿Matemáticas, yo?, ¿Cocinar, yo?Amanda, la cocinera de la casa, observaba con asombro cómo el joven hacía malabares con los limones del centro de mesa. “¿Dónde aprendiste eso?”, le preguntó.

“Ay, señora… esas cosas uno las aprende en la calle, les sirven para sobrevivir…”.

“¿Y vos nunca aprendiste otras cosas como… nunca fuiste al cole-gio?”. “Hasta cuarto grado nomás –dijo él- allá en Bogotá. Ah, pero eso sí… no me pregunte porque no me acuerdo de nada, nada más que la maestra me odiaba y todo el tiempo me gritaba ¡Zelaya, lo voy a apercibir…!”.

Amanda se rió de la desfachatez con que hablaba el muchacho.

Christopher, que pasaba por ahí (la cocina donde desayunaban los empleados) no pudo resistir escuchar la conversación. “Tomy quiero hablar con vos”, le dijo. Vení a mi despacho…

Estaba muy nervioso Tomy: “¿sabrá algo de lo que pasó con Maria-no… o con Cheny?”.

“Sentate. Mirá quiero que terminés el colegio. Un joven como vos tiene que pensar en hacer algo provechoso con su vida.”

“Ah, sí, en eso tiene usted mucha razón” dijo con respeto Tomy, “pero a mí me cuesta bastante”

“Bueno, yo he pensado en alguien que te puede ayudar: tu amiga”. “¿Mi amiga?”, dijo él.

“Sí, Cheny, te puede ayudar. Ella es muy buena alumna. No creo que tenga problemas y le va hacer bien distraerse un rato, la noto preocu-pada últimamente”.

A la tarde se encontró con Cheny en el desván donde se guardaban los libros y algunas reliquias de la casa.

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“Bueno, voy a ser tu profesora”, dijo Cheny sonriendo. “¡Sí! Menuda profesora voy a tener”, acotó él por lo bajo.

La clase resultó ser un desastre para Cheny: ¡Tomy no tenía paciencia! Ella le hablaba de las fracciones y él la miraba como si le estuviese hablando en coreano.

Se quedó en un momento pensativo (ella pensó que fi nalmente había entendido). “¡Ah, ya sé! –dijo-, ¡los cocodrilos!”. “¿Cocodrilos?” preguntó Cheny.

“Vaya sí, ahora recuerdo que los cocodrilos se comían al más grande. La maestra nos hacía un dibujo. A la fracción más grande se la comía el cocodrilo…” Y dibujó en la pizarra: “X>x” y después le agregó los dientes y los ojos del cocodrilo.

Cheny estaba perpleja, ¿casi media hora y sólo recordaba eso?

“No estás poniendo atención”, le dijo con su mejor cara de enojo. “Perdón, estoy nervioso” dijo Tomy rascándose la cabeza con cara de ofuscado.

Cheny no pudo contener la risa. “¿¡Y cómo me vas a pagar esto!?”

“Lo que vos quieras”, respondió él fi rmemente.

“Bueno, además de bailar, escuché decir a  Amanda que sabés coci-nar. Hoy tengo que preparar algo rico porque vamos a juntarnos con mis amigas, quiero que sea especial. Quiero hacerlo yo, pero a lo me-jor me podrías ayudar”, dijo ella.

Se metieron los dos a la cocina. La cocinera no estaba, por suerte, había salido a comprar.

“Bueno esta receta es una tarta de ciruelas, que se hace allá en Co-lombia para fechas especiales. Lleva harina, huevos, ciruelas, queso. ”

La comida resultó un desastre para Tomy. Cheny rompió tres huevos mal hasta que aprendió la técnica del “golpecito”. La masa se hizo un engrudo chicloso imposible de amasar.

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“Claro… oye, ¿cómo andas?, ¿quién es esa chica?”.

Tomy le respondió con preguntas: “¿Qué hacés acá, cómo llegaste?”

“Ah, ya veo que cogiste muchas cosas de los argentinos”, le dijo son-riendo en alusión al típico “voseo” rioplatense.

Se sentaron en un banco: “Yo no he honrado la memoria de mi her-mano. Hoy tengo la suerte de poder hacer algo por ti. Tengo una lin-da casa, un auto, una buena mujer. Fíjate que esa mujer fue la que me convenció de venir a buscarte. Han pasado tantos años, Ernesto”. “¡Ah! (suspiró): su familia sí qué fue generosa con ella: le donó una gran he-rencia. Bueno, la mía sólo me dejó deudas y buenos momentos para recordar… Pero ahora estoy acá por ti, Ernestito, quiero que vuelvas allá a Bogotá, que vivas con nosotros. Mi mujer es cantante y bailari-na y vamos a armar un espectáculo. ¡Es tu sueño!, ¡vas a poder ser ma-labarista y actuar y bailar como yo! Ya es hora, ya es hora de volver”. Tomy pensó en tantas lunas subsistiendo al frío de la ciudad con sus juegos de malabares que, antaño, habían sido de su abuelo acróbata y constituían uno de los pocos tesoros que había conservado de sus padres y se había llevado consigo luego de huir del orfanato.

“Volver” de tantas cosas juntas que escuchó le quedó resonando esa palabra con la intensidad de un tango bien sentido. Volver a Bogotá, dejar Argentina. Dos opciones sin posibilidad de reconciliación. Volver era ganar muchas cosas, pero volver era dejar muchas otras.

No había mucho tiempo para pensarlo, el vuelo salía al otro día a la tarde.

Sentía cariño por el suelo cordobés más de lo que podría haber podi-do imaginar antes de pisarlo. Sentía afecto por las costumbres nuevas adquiridas. Pero sobre todo sentía un gran amor por ella.

Sin embargo, acá – en Córdoba- no era nadie sino un hospedado por caridad, por servidumbre. ¿Y qué era para ella?, ¿qué sería para ella?, ¿la dejaría su padre vivir con alguien como él?, ¿consentiría un desti-no tan mediocre para su hija adorada?, ¿y qué harían éste, Mariano y

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Alguien sabeUna tarde la encontró en el desván. “Tomy ya no puedo darte clases”, le dijo muy seria.

“Pero, ¿leíste mi cuaderno? Me esforcé mucho con los ejercicios de matemática”, dijo él lamentándose.

“Sí, es verdad, me asombraste” dijo ella y sonrió, pero con un dejo de tristeza: “Pero no puedo”.

“¿Puedo saber por qué?”, le dijo él. “No… no puedo decirte…” dijo ella.

Él estaba sentado en una silla al lado suyo. Le susurró al oído: “Yo nunca te voy a hacer sufrir…”

Al día siguiente la volvió a ver en el jardín. Estaba jugando con sus hermanitos a la pelota. Era un juego raro, que consistía en no ser “quemado” (tocado) por la pelota, así que los tres se habían tirado muchas veces al suelo y estaban llenos de tierra.

Él la vio de lejos y se divirtió mucho…

Lisa lo divisó y le gritó “¡Tomy vení a jugar!”. Cheny no parecía muy contenta de verlo, más bien se la veía incómoda.

Pero jugaron los cuatro y se divirtieron mucho. Él fue el más “quema-do” o lastimado, “suerte de principiante”, pensó irónicamente.

Los dos nenes lo golpearon y hasta Cheny le tiró un pelotazo en la rodi-lla, tras lo cual le dijo “perdón” con sincero sentimiento de culpa.

Cuando terminó el juego ellos se quedaron un rato solos. Bah, mejor dicho, Cheny intentó irse tras sus hermanos, pero él le tomó la mano y la atrajo hacía él.

Ella miraba para abajo y él le subió la cara con las manos hasta que ella no pudo evitar mirarlo. Se acercó a él lentamente y le besó la boca. Él le tomó el rostro con una mano, mientras con la

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otra le agarraba la cintura, mientras la besaba… “Me tengo que ir, dijo ella…”

“No, todavía no…” le pidió él como un niño. Se sentía que estaba tan a gusto como si estuviese fuera del tiempo y el lugar viviendo ese instante mágico. Quiso besarla, pero ella se apartó señalando algo con su dedo índice.

Alguien los observaba desde lejos…

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VolverSólo buenos recuerdos tenía de ese hombre de aspecto sencillo y campechano.

Varias veces lo había visitado en el orfanato y le había alegrado las tardes: contándole alguna anécdota divertida de su familia, trayéndole alguna baratija, que él guardaba como tesoros en ese lugar, y enseñándole las cosas de la vida del circo: Sí, porque él había sido un gran malabarista cuando joven. Toda la familia había salido predispuesta para vincularse con el espectáculo: La abuela Marta (cantante lírica), el abuelo José (integrante de un famoso grupo de cumbia de Bogotá en aquellos años), Francisco (malaba-rista) y Ernestito (así le decían de niño)… Bueno, él fue la excep-ción: con mucho esfuerzo sus padres le pagaron la universidad y llegó a ser abogado. Allí, en la facultad, conoció a María. Se casa-ron al poco tiempo y tuvieron un hijo nombrado como su papá.

Tomy nunca esperó nada de su tío, nunca le reclamó ni le reprochó nada.

Su hermano y su cuñada habían muerto trágicamente, no tenía pa-dres, ni hermanos, ni una casa confortable, apenas tenía dinero cómo para subsistir él con algunas changuitas, no tenía instinto paternal. Resumiendo: no podía hacerse cargo de un niño de 7 años.

No había ningún otro familiar, ningún otro destino para él que esa institución que lo acogió 7 años.

Por eso lo miraba ahora sin rencor.

“Estabas con una chica, Ernesto, ¿quién es?”, le preguntó muy intri-gado y a continuación le explicó su ingreso a la morada suntuosa de los Thompson: “El señor de la seguridad no me dejó pasar aun-que le dije que era tu tío. Usé de mis habilidades para entrar acá”, acotó sonriendo.

“¿Te subiste por las rejas?”, le dijo Tomy.

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Mariano y Tomy partieron con rumbo hacia la clínica. El papá de Cheny no estaba.

Cuando llegaron tuvieron que aguardar un buen rato, con el corazón atragantado, en la sala de espera.

El médico, por fi n, salió y les dio el parte médico: “La paciente tuvo contusiones en la  cabeza. Está siendo examinada. Todos sus signos vitales son estables. No corre peligro de vida, pero deberá permane-cer un buen tiempo acá…”Y se abrió paso invitándolos a la sala “Pue-den verla sólo un rato. Esto es terapia intensiva”.

Cheny estaba consciente: tenía varias raspaduras en la cara y se notaba confundida. Mariano la abrazó y no pudo contener las lágrimas.

Tomy tenía todas las emociones atragantadas (culpa, tristeza, miedo, rabia, impotencia). Le tomó una mano y se la acarició. Ella tenía los ojos entreabiertos, por el cansancio del trauma que había vivido: “Es-tás acá…”, le dijo.

Tomy y Mariano tuvieron que salir de la sala. Los dos jóvenes se abra-zaron. Mariano notó, entonces, que no era sólo cariño lo que Tomy sentía por ella. Estaba sentado a su lado y tenía las manos sobre el rostro, con el ceño fruncido. Cuando se las sacó de la cara le vio en los ojos rojos como si hubiera llorado. “Tengo que hablar con vos”, le dijo,  “pero ahora no…”

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los demás cuando supieran de ese amor prohibido?, ¿a dónde se la llevaría si éstos no aprobaban lo suyo?, ¿qué futuro podría darle?

En esos dilemas no se hallaba un chicuelo enfrentado a inquietudes ba-nales, sino un hombre de 17 años enfrentando el destino de su vida.

La pregunta que más le dolía (porque en su interior ya lo tenía de-cidido aunque quisiera no afontarlo) era: “¿Cómo haría para vivir sin ella?, ¿cómo volver el tiempo atrás hasta antes de conocerla?” Todo ahora estaba impregnado de su esencia, de la calidez de sus palabras, la protección de su cariño y el misterio cautivante de su mirada avasallante.

Esa noche tuvo un sueño: caminaba por un jardín muy lindo y escu-chaba a lo lejos la risa de una niña y un niño que jugaban. Intentaba acercarse hacia ellos, pero de repente sentía que alguien detrás suyo lo retenía y le sostenía el corazón. Recordó fugazmente un abrazo perdido de su madre y cuando volteó a mirar su rostro se despertó.

“Eran sus ojos” pensó, “sus ojos orientales y su rostro, pero con las huellas del tiempo que pasó”.

Al otro día a la tarde, ella se acostó en su cama y se durmió. Cuando despertó vio un papelito amarillo que sobresalía de la almohada:

Si ves esto sabras que me e ido. Tome un buelo para bogot a a las 18 hrs. Ay veces en que las palabras están demas, eso decia un amigo mio, nunca lo entendi porque el hablaba mucho y sobre todo gritaba mucho para vender sus pro-ductos por la peatonal . Nunca lo entendi , sino hasta hoy. Me tengo que ir.

Te amo, de verdad .

                                 Tomy.

No te olvides de mí , yo nunca me voy a olvidar de vos.

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Bajó rápido las escaleras y miró el reloj de la pared: Eran las cinco.

Agarró su bicicleta y pedaleó tan rápido como pudo.

El cielo estaba gris oscuro y algunas gotitas ya manchaban las vere-das de La Docta (5).

5 Así se llama a la provincia de Córdoba en recuerdo a que fue cuna de la primera universidad argentina.

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El accidenteLas gotas que caían eran cada vez más grandes. Eso le difi cultaba la visión. Las calles que rodean el Aeropuerto de Pajas Blancas están siempre  atestadas de tránsito. Ese día no era la excepción.

En una mala maniobra le zigzagueó el manubrio y la bici se le fue para un costado, siendo golpeada por el frente de un auto que pasa-ba a su lado.

El hombre bajó del vehículo y socorrió a la joven. Unos turistas espa-ñoles que estaban por ahí vieron lo sucedido.

Tomy estaba adentro del aeropuerto cuando escuchó los comenta-rios de éstos últimos: “¡qué desgracia lo de esa chica atropellada!”, dijo la mujer. “Sí, a mí se me hace que era una turista porque tenía cara de japonesa…”, acotó el marido.

Un escalofrió le corrió por el cuerpo a Tomy: “¿Y si era ella?”.

Tenía un mal presentimiento. “No puedo, no puedo irme ahora”, le dijo a su tío y salió corriendo lo más rápido que pudo con su bolso.

Se tomó un taxi y fue a la casa de los Thompson.

“¡¿Dónde está tu hermana?!?”, le preguntó a Mariano apenas lo vio. “Ha salido”, le dijo éste.

“¿Se fue en la bicicleta?”, insistió Tomy con un tono grave de preocupación. “No sé… A lo mejor…” dijo Mariano, que en el fondo ya temía algo.

El guardia de seguridad les confi rmó que la había visto irse con su bicicleta hace una hora más o menos.

“¡Decime qué pasa!”, lo instó Mariano, “¿por qué tenés esa cara?”. No alcanzó a responderle cuando sonó el teléfono. Era un hombre que avisaba lo qué le había ocurrido a Cheny. Aportó los datos de la clí-nica en la que estaba y no dijo más sobre su estado de salud, porque los médicos la estaban observando en ese momento.

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Ideó algo mejor. Se fue al mercado.

Más tarde habló con Amanda, le dijo que había venido un primo suyo de Colombia, que lo quería agasajar. “La cocina es tuya”, le dijo la mu-jer sonriendo.

Eran las siete de la mañana y la casa parecía habitada sólo por él y el silencio.

Abrió despacito el cuarto de Cheny, que estaba sola porque su her-manita se había quedado a dormir en lo de Martina (claro, ese detalle cuando lo escuchó el día anterior lo puso más que feliz: todo su plan se concretaba a la perfección).

La muchacha dormía plácidamente. Él apoyó el desayunador sobre la mesita de la pieza. Se sentó en una silla al lado de su cama.

Ella tenía su pijama color violeta: “Oye, bella”, le susurró al oído. Ella se restregó los  ojos y la nariz con las manos, mientras fruncía el ceño. Entreabrió los ojos y los volvió a cerrar, y los volvió a abrir con asom-bro. “¿qué hacés acá?”

La sorpresa había ayudado a despertarla con toda lucidez, equivalen-te a un poco de agua fría.

“Te traje el desayuno”, le dijo él. Y le puso la bandeja sobre la falda, mientras la ayudaba a sentarse con un gran almohadón detrás de la espalda.

“¿Estás loco?”, le dijo ella sonriendo. “Algo…” respondió él.

“Mira, estas son cosas que se hacen en mi país: Éste es pan de chicha-que lleva harina de trigo huevos y grasa de marrano… entre otras cosas. Éstas de acá son cucas…”

Cheny escuchaba con atención y reía…

“Bueno, no tengás miedo porque no tienen seis patas ni antenitas y son sabrosas… tienen panela rallada, vainilla, mantequilla. Ahm y ésta de acá es una torta de cuajada… ¡ojo que tampoco es como sue-

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Aeropuerto Pajas Blancas, Córdoba

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Sabores de ColombiaCheny estuvo internada una semana en la lujoso Hospital Privado del Cerro de Las Rosas. Le hicieron todo tipo de estudios que arrojaron buenos resultados.

Los últimos cinco días los pasó en un cuarto muy confortable, donde la visitaron diariamente su papá y sus hermanos en la hora indicada.

Tomy quiso ir, pero no era un “familiar directo”. Christopher se vio sor-prendido por cómo le inquiría cada día sobre el estado de salud de su hija, avasallándolo con preguntas.

“Se ve que la querés mucho. Sos un buen amigo”, le dijo y le refregó una mano sobre la cabeza en gesto de cariño casi paternal.

Una tarde estaba regando las plantas cuando Amanda le comentó, como al pasar: “Esta nochecita la traen a la señorita Cheng. Por suerte le dieron el alta”.

Cerca del horario de la cena, después de comer un sabroso guiso pre-parado por la amable cocinera y después de verla alejarse, muy des-pacio, con su cuerpo regordete y añoso sobre la bicicleta antigua, se sentó a esperar a Cheng, mirando de reojo detrás de las cortinas de la sala, desde el piso de arriba.

Ello entró abrazada a su padre. Le costaba caminar, se había esguinza-do el pie, tenía algunos moretones y magulladuras en los brazos, y dos rasponcitos en las mejillas. Ese detalle tan preciso lo vio cuando subía la escalera y estaba más cerca de él (sin saber que él estaba ahí, claro).

Sus hermanos y su padre la acompañaron a su cuarto.

Él se fue a dormir a su habitación. Se sentía muy aliviado de haberla visto bien.

Eran las 9 recién. Pensó la manera de verla, pero el cuarto estaba siempre ocupado, podía sentir las voces de su padre y su hermano a cada rato.

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mente y tenían una amistad auténtica, sólida, inquebrantable.

Perder eso era demasiado para él por eso no se podía ni imaginar que Tomy amaba de verdad a Cheny.

Además, hasta ese momento, el no sabía lo que era el amor por una mujer. La primera mujer, la que le dio la vida, no le había dejado bue-nos recuerdos: sólo sabía de ella que lo abandonó. Después lo cuidó su tío, después lo expulsaron de la escuela, después mintió, robó e intentó destruirse la vida con actos que lo llevaron a un reformatorio. Después lo rescató de eso, Christopher: le dio una familia.

No conocía más amor que esa familia y sus amigos, por ahora.

Cheny, en cambio, sentía un amor que la desbordaba. No deja-ría que Tomy volviera a la calle. En Corea “Cheng” es nombre de varón y nombre de mujer. Su padre, el señor Lee, esperaba con ansias un varoncito.

Pero apenas vio a su hija se enamoró de ella. Los años que la tuvo (antes de morir) fueron los más felices de su vida. “Vos vas a ser una guerrera” le decía.

Cheny no era como las otras nenas, no se amilanaba ante nadie, no jugaba con muñecas sino con espadas y cuando alguien atentaba contra un ser querido se volvía poderosa.

Un día un niño del jardín derribó la torre de su mejor amiga Lou. Ella camino hacia él, lo tomó entre sus brazos por el cuello y lo derribó al suelo: el chico estaba pálido del susto.

Tomy era su amor, no dejaría que nada malo le ocurriera, que volviera a la calle. La guerrera estaba despierta en ella.

“Tengo que convencer a Mariano que ya me olvidé de Tomy. Y la me-jor forma es que piense que gusto de alguien más”, pensó.

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na! Es muy dulce y lleva guayabas… Y por último, ésta es una tarta de ciruelas, bueno... creo que ya la conocés”.

Cheny estaba anonadada de ver tanta comida junta y de escuchar tantos vocablos nuevos. No podía creer, sobre todo, lo bien que lucía la tarta de ciruelas (“soy un desastre…” pensó).

“¡¿Y cómo me voy a comer todo esto!?”. “Ah, pues, con este cafecito con leche” le dijo él. Ella rió, conmovida por su gesto tierno.

El se sintió fascinado de escuchar su risa: era, sin duda, la mejor re-compensa.

“¿Qué te parece?”.

“ ” (6), respondió ella.

“¿Y eso qué es?”, acotó él, “¿es lindo?, ¿no es un insulto, no?”

“No. Es lindo”, dijo ella sonriente y misteriosa.

“No me vas a decir”, le reprochó con insistencia. “No”, dijo decidida.

“¿Nunca?”.

 “No sé…” dijo  sonriendo con timidez y con la mirada baja, algo aver-gonzada por su confesión en lengua materna.

“¡Dale que hay que hacer un montón de cosas!” dijo en voz alta”, dijo el señor Thompson en voz muy alta que denotaba su ofuscación con su interlocutor del otro lado del teléfono. Tomy y Cheny se miraron con temor…

“¡Andate!”, le dijo ella, “y con cuidado”.

“Vale”, le dijo él.

Cuando estaba por abrir el picaporte ella le dijo: “¡Tomy!”, él se dio vuelta y la miró.

6 Signifi ca “te amo” en coreano

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“Te ibas a ir…” le dijo ella con un tono de tristeza…

Él quiso decir algo, pero ella le repitió “¡Andá, te pueden ver!”.

Por suerte nadie lo vio salir del cuarto. Pero cuando caminaba por el pasillo se encontró con Mariano. “¡Ey!, hermano”, le dijo y le palmeó el hombro.

Mariano tenía una expresión de bronca y habló con un tono de gravedad: “Vos y yo vamos a hablar… ¡ahora!” y le mostró un papel amarillo…

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La sentencia“¿Qué pasa entre vos y mi  hermana? Tomy estaba resignado, sabía que llegaría ese momento. “Le voy a decir la verdad…”, pensó, mientras se restregaba nervioso, las manos transpiradas sobre el panatalón.

“Mirá, leí este papel una y otra vez y no lo puedo creer. Porque pensé que Cheny era como una hermana para vos. No una minita que te querías levantar”.

“Cheny no es eso para mí”, le replicó Tomy.

“Entonces entre ustedes dos no pasa ni pasará nada”, sentenció Mariano.

Del otro lado, de la puerta del cuarto de su hermano, Cheny escucha-ba la sentencia.

Mariano prosiguió “Mi hermana ha sufrido mucho. No quiero que te metás con ella. Podés salir con cualquier chica, la que se te cante, pero ella, no. No quiero dejar de considerarte mi amigo, mi hermano, no quiero que te tengás que ir de acá otra vez a la calle. Entre vos y Cheny no hay nada.”

Tomy guardó silencio, tampoco Mariano esperaba respuesta. Su casi monólogo había sido contundente.

Tenía la profunda convicción de que todo eso quedaría en el olvido. Que él y Tomy seguirían como antes, que lo de Cheny fue una equivo-cación y que pronto lo vería saliendo con otra chica. 

Cheny volvería a verlo como lo que debía ser: un amigo o un herma-no para ella.

Lo creía fi rmemente, pero en el fondo se negaba a asimilar otra si-tuación porque no podía ni pensar en tener que enemistarse con su amigo del alma.

Ernesto y él compartían muchas cosas y ambos se querían franca-

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Verla de nuevo a Gisela le causó inquietud: “¿Será que realmente le pasa algo con ella?”, pensar eso la atemorizaba. En el fondo de su co-razón sabía que Tomy la amaba, pero tenía miedo: “Hay tantas cosas entre nosotros dos”, pensó.

Mariano estaba muy preocupado por Gisela. Desde el primer día que la vio se quedó admirado de su belleza y su actitud tan diferente a la del resto de las chicas. La conoció en un baile en el Sargento Cabral (9) y se quedo toda la noche bailando con ella, al son del ritmo de cuarteto de La Mona Jiménez (10).

“No debería fi jarme en ella porque es la amiga de Tomy y creo que algo pasa entre ellos”, refl exionó el mayor de los Thompson. Pero ya empezaba a sentir algo especial por ella que no podía evitar.

Tomy se fue a dormir y dejo a Mariano con Gisela. Éste le dijo que se quedaba un rato más ayudándole a armar el sofá cama, que era un trasto viejo ya, y por eso costaba que quedara plenamente horizontal.

La charla entre los jóvenes fl uyó plenamente. Mariano le contó más o menos su vida antes de ser adoptado, sus sufrimientos.

Ella le habló de la muerte de su hermanito, Joaquín, a raíz de los estragos de la leucemia sobre su joven cuerpo y de la depresión de su mamá.

Gisela era una de esas chicas que exteriormente parece tener-lo todo (era realmente hermosa y eso, muchas veces, causaba envidia en otras mujeres), pero que en el fondo esconden una gran vulnerabilidad.

“Sos una tipazo”, le dijo a Mariano cuando armó fi nalmente la cama, y le dio un abrazo con unos golpes bastante fuertes en la espalda.

9 Es un estadio donde se realizan frecuentemente bailes de cuarteto (genero musical de origen cordobés y con reminiscencias del paso doble y la tarantela, así como de otros ritmos caribeños como el merengue y la salsa)

10 Cantor popular de Córdoba, con mas de 100 discos editados de cuarteto.

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Celos“Uno se sienta de frente y se vacían los primeros vasoslentamente, contemplando fi jamente al rival con adversa mirada”(7)

A la fi esta organizada por el cumpleaños de Elizabeth concurrieron todos sus amiguitos. La casa estaba decorada como un parque infan-til. En la mesa, exultantes, se exhibían todo tipo de manjares.

Mica, Flor, Benja y Julián, amigos de Mariano, también estaban como invitados.

Lo sorprendió Gisela: “¡Ey, amigo, qué jodita esta!” le dijo mientras se comía un alfajorcito de la mesa dulce.

“Ah, sí, acá todo es de lujo: menos nosotros dos”, dijo Tomy y pegó una carcajada.

“Mirá vine hasta acá porque te tengo un notición, me tuve que hacer la invitada a la fi esta, me colé detrás de una nenita…jeje”. “¡Típico tuyo!”, exclamó Tomy divertido.

“El profe de salsa quiere contratarnos, por esta temporada, porque quiere agregar un turno de salsa”.

Tomy había trabajado un tiempo en el gimnasio, limpiando, y se ha-bía hecho amigo del profe. Éste lo invitaba a bailar a veces, con algu-na de las señoras o señoritas sin compañía de la clase y se admiraba de sus dotes de bailarín.

“¿Aceptás?”, le dijo Gisela. “Ehmmm, no sé tengo que hablar con el señor Thompson…”. “Es a la noche, no te va a hacer historia”, acotó ella y lo abrazó por la emoción.

Gisela tenía mucho en común con Cheny, hasta podrían ser amigas, si no estuviera de por medio Tomy.

7 Poema “Celos” de César Pavese.

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Él la quería muchísimo: era su mejor amiga, la incondicional. Ella esta-ba enamorada de él. Un anochecer estaban sentados hablando pava-das y ella en un momento lo besó: así sin previo aviso.

Tomy prefi rió hacer como que había olvidado ese beso. Ella era su amiga, su hermana: no podía verla con otros ojos.

En la radio pusieron un tema de salsa.

Se pusieron a bailar con mucho son: los dos eran una maravilla jun-tos. Se movían sincronizados a la perfección y con mucho ritmo.

Cheny, que pasaba por ahí, los vio.

Se le frunció el ceño.

Tomy la devolvió a la realidad: “¡Cheny! Ésta es mi amiga Gisela…”

“Ah!. (8 )“dijo ella con mirada furiosa y le extendió la mano, tras lo cual se fue.

“Me dijo un saludo en chino: ¡qué gracioso!” dijo Gisela. “Es coreano. Y no sé si es un saludo”, dijo Tomy sonriendo pícaramente.

Ya entrada la noche, Tomy vio a Cheny y a Julián hablando en un banco.

“Soy muy torpe bailando”, le contaba ella. “Ah, no te creo, aproveche-mos la música vení”.

Ella se paró y él la tomo por la cintura: le enseñó el paso del “uno, dos, tres” y le salió perfecto.

Tomy que veía todo sintió como un dolor en el estómago, no era como otras veces porque ahora sí había comido bien.

8 Signifi ca “Odio verte” en coreano.

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Entre nosotros dosGisela entró con los ojos rojos al gimnasio. Tomy estaba ya ensayando la coreografía.

Como buena profesional, se acopló a él en la danza y le siguió el rit-mo. Los clientes ni se dieron cuenta de la pena que embargaba a la joven profesora. Pero él sí.

Cuando salieron del local, la estrechó hacia él agarrándole los hom-bros y le refregó la cabeza como hacía con sus amigos varones.“ ¿Qué pasa, niña?”.

“Tomy me peleé con mi padrastro. Me echó de su casa”. “¿Oye qué pasó?”, preguntó él.

“Estoy harta de verlo maltratar a mi mamá. Le recrimina que esté todo el día postrada en la cama, que no quiera hacer nada. Desde que murió Joaquín que ella es casi un vegetal, sin emoción. Pero no puedo ver que este tipo le grite y la haga sufrir más. Le grité, le dije todo lo que pensaba, lo que tenía atragantado. Y ya no quiero volver”. Apretaba los labios como para no llorar, pero no pudo evitarlo, Tomy sentía una gran tristeza de verla así: “Ya, algo vamos a hacer…”

Caminó con ella hasta la hospedería que conocía, donde daban alber-gue a la gente sin hogar, pero en el trayecto se lo encontró a Mariano,  quien los saludó a ambos.

Se sentaron en unos bancos de la plaza. Gisela le contó todo lo que le había ocurrido. Mariano era un extraño para ella, pero desde que lo vio le causó buena impresión y confi anza.

“Por esta noche podés dormir en mi casa”. Hay una camita en el sóta-no… Bueno, es lo que hay, pero te puede servir”, le dijo.

Fueron hasta la casa de los Thompson. Cuando entraron Cheny los vio, Mariano le pidió silencio “Después te explico”, le dijo.

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nombre, sin embargo lo sintió como una traición, estaba seguro que era de Mica.

Después vino toda la trama que terminó involucrando a Cheny que ahora estaba parada frente a él con unos jeans y una camisa blanca.

Él la saludó y la invitó a sentarse. La conversación entre ellos fl uía muy espontáneamente. Realmente se divertían juntos. Él la sentía como una amiga y, en esos momentos, se olvidaba de que ella debía ser instrumento de su venganza. Es más, hasta llegó a pensar que podría enamorarse de alguien como ella: inteligente, divertida, senci-lla, dulce.

Miró el reloj: eran las cinco y 20. “Qué me querías decir?”, preguntó sin adivinar la trama secreta que se envolvía sobre ella.

“Te quería decir que… desde que te conocí me pasan cosas con vos, que me parecés hermosa y me encanta pasar el tiempo con vos”. La miró fijamente y ella bajó la mirada, se sentía nerviosa, asustada. “Yo…”

Antes de lo previsto (unos minutos) vio caminar hacia allí a Tomy y a Mariano (junto con Benja) que a las 5 y 30 ensayaban ahí con la re-ciente banda musical en proceso de formación: Una fusión inusitada de rock y cuarteto.

Cheng no los vio, pues su mirada estaba en la dirección opuesta.

Súbitamente Julián le arrebató un beso.

Mariano se vino como una mecha encendida de furia hacia él y le gritó “¡¿qué hacés con mi hermana!?”. Tomy fue más allá, le pegó con el puño derecho y le dejó sangrando la nariz.

“¿Qué hacés?, ¡pará!”, le gritó Cheny, todavía sorprendida por la acti-tud de Julián.

Sin mediar palabra alguna, Tomy emprendió la vuelta, como un autó-mata. Estaba ciego de rencor, de desilusión. Atrás los dejo a Cheny, a Mariano y a Julián.

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Decididamente eso le hizo “perder la cabeza” a Mariano. “Querría que-darme toda la noche charlando con ella y mirándola”, pensó.

Tomy volvió a ver a Cheny antes de entrar al cuarto.

“Hoy estuviste toda la mañana evitándome, ¿qué te pasa”, le preguntó el muchacho. “Nada” contestó ella con pretendido tono de indiferencia que no pudo esconder su bronca de haberlo visto con Gisela el otro día.

“Ey, ¿Tú estás enojada? Por lo que veo en tu cara…”, le preguntó sos-teniéndola del brazo.

“¡Estoy cansada, Tomy!” dijo ella y abrió la puerta de su cuarto.

“¡Cheny!...”, dijo él, del otro lado de la puerta cerrada. “Eres más linda cuando te enojás”.

Al otro día Cheny recibió un mensaje de Julián invitándola a tomar algo. Ella aceptó.

La pasaron muy bien ambos, charlaron muy entretenidamente toda la tarde.

Julián tenía un propósito: molestar a Mariano, quien había salido un par de veces con su actual novia y para ello Cheny era el instrumento de su venganza.

Pero estando junto a ella eso se le olvidaba. Descubrió que era una muy buena persona y hasta empezó a encariñarse con la muchacha.

Cuando salieron del bar, él la abrazó y le dijo “la pase muy bien con vos”. “Yo también”, dijo ella. Y no mintió.

Caminaba hacia su casa cuando empezó a llover. Sintió que alguien corría detrás suyo, por el ruido de los chapotazos sobre la calle.

“No te mojés, por favor”, le dijo Tomy y le puso su campera de lana apelmazada sobre los hombros.

“Y tú de dónde vienes”, preguntó él con el ceño fruncido (cuando es-taba enojado le salían los modismos colombianos y el trato de “tú”).

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“Estaba con Julián” dijo ella livianamente.

Sin embargo, esas palabras le cayeron como un balde de agua fría a él.

Se quedó en silencio un largo rato, estaba juntando cosas para decir, tenía bronca acumulada, rumiando los pensamientos lentamente como una vaca parsimoniosa sobre el pasto.

“¿Sabes que me molesta de tí?”, le dijo.”¿Qué?”, preguntó ella. “Nada deja, me voy a mi lugar de la casa” y señaló el cuartito de las herra-mientas, corroído por la humedad, donde estaba durmiendo actual-mente. Era el mejor sitio que había encontrado para dormir en años, aún cuando una gota le cayera sobre la nariz cuando llovía mucho.

Y fi nalmente entraron a la casa, cada uno en dirección opuesta, ella se quedó mirándolo, hubiera querido decirle algo, pero se tragó los vocablos entre los labios apretujados.

Él sintió cierto temor. “Sé que ella me ama, pero… hay tantas cosas entre nosotros dos”.

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Se rompió como porcelana“Te espero en la plaza del frente del cole a las 5. Tengo algo que decir-te” decía el mensaje de Julián.

Lo había planeado desde el día anterior, sabía que a las 5 y 30 Tomy y Mariano estarían allí.

Ese día se sintió mal y no quiso desayunar con sus hermanos. Julián era, en el fondo, un chico de gran corazón, pero muy pendenciero. Su padre se había ido con otra mujer y los había dejado solos a él y a sus cinco hermanos. Desde los 11 que trabajaba, lustrando zapatos, ven-diendo diarios, etc., etc. Siempre rebuscándosela para colaborar con la precaria economía de su hogar.

Estaba haciendo unos trabajos de albañilería cuando la conoció a Mica, que vivía justo en ese edifi cio. Se quedó prendado de sus ojos, desde el primer momento.

Para él ella era una especie de princesa inalcanzable. Algo de lo que ni siquiera se sentía digno.

Desde que la conoció no pudo dejar de pensar en ella, en especial, en ese rostro tan bello iluminado por esos ojos azules.

Quiso el destino o la suerte que se encontraran en un boliche. Ella estaba con unas amigas, muy divertida.

Él se le acercó y la invitó a bailar. “¿De a dos es mejor, no?”, le dijo. Ella reía a todo comentario suyo. Hablaron mucho mientras bailaban. De sus preferencias musicales, del colegio, de los amigos...

Allí pudo descubrir a una muchacha cálida y sencilla, incluso un poco ver-gonzosa, muy diferente a la imagen distante que se había hecho de ella.

Cuando la vio, una semana después, junto a Mariano se enfureció. Una vez, charlando con él, le había confesado que estaba pro-fundamente enamorado de alguien, pero no se atrevió a decir su

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Le costó derribar a Tomy - fl aco y desgarbado, pero muy alto- sin em-bargo éste colaboró con su empresa porque le divertía su actitud.

Cuando ella se fue, él se quedo acostado un rato sobre el piso, mien-tras una hormiga curiosa le trepaba por la nariz. Tenía una mezcla intensa de sensaciones: culpa, enojo consigo mismo, temor… y amor. Ese gesto formaba parte para él de un cúmulo de actitudes le fascina-ban de ella, que la hacían diferente a todas y que lo enamoraban.

Más tarde golpeó la puerta de cuarto de Cheny (quien sabía que no estaba) y entró a hablar con su hermanita.

“¡Alo, nena!, le dijo, “¿puedo preguntarte algo sobre tu hermana”. Lisi lo invitó a sentarse en una sillita rosa y le ofreció una masita. Se sentía muy halagada de recibir visitas, y más a Tomy porque en el fondo lo quería mucho. A su alrededor otros muñecos y muñecas “tomaban el té”.

“Oye, quiero saber qué hace tu hermana cuando esta triste… o se enoja…”, le dijo.

“Bueno… Cuando mi hermana está triste no quiere decir nada, se queda como muda. A veces no quiere ni comer. Y se tira a la cama y mira el techo. A veces lee… o habla con su amiga Lou y le cuenta lo que le pasó. Y si está muy triste se pone la cabeza en la almohada y yo no le veo la cara, pero la escucho llorar…”.

Tony escuchaba expectante. “Y… ¿cuándo se enoja?….”

“Uff f… (la nena hizo un ademán agitando las manos en señal de que era de temerse cuando eso sucedía ).

“Mirá cuando se pelean con Mariano, le dice palabras en coreano y a veces le hace uno de esos golpes que le quiere doblar la mano, o tirarlo.”

Tomy se quedó anonadado: “¿Y tu hermano que hace?”. “Y como él tiene más fuerza él la tira al piso y ella llama a alguien… o se que-da un rato tirada y diciendo cosas raras, en coreano supongo”. Pero cuando más, más enojada está no dice nada, como aquélla vez que

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“Él me besó a mí” yo no quería, le dijo Cheny a su hermano. “Lo voy a matar al guaso éste si te jode de nuevo”, le replicó aquél.

“¿A dónde está Tomy?”, preguntó ella al regresar a su casa. Al no encon-trarla se sentó afl igida, en su cuarto, mirando el jardín. Recordó su pri-mer encuentro en la plaza y que tanto había signifi cado para ella que aún conservaba, casi petrifi cado el alfajor que le había obsequiado…

Tomy, en cambio, fue a buscarla a Gisela. Sólo ella lograba calmarlo cuando estaba mal, era la “incondicional”. Era temprano, deambula-ron por las calles de Buenos Aires hasta que comenzó a anochecer. Entraron a un bar de mal aspecto situado en La Bajada Alvear.

La presión del momento lo llevó a besarla. Ese beso fue para él un consuelo, una venganza, una compensación de su orgullo macerado tras el beso de Julián y Cheny.

Para ella, sin embargo, ese beso signifi có una ilusión hecha realidad, fue como llegar al tesoro tan preciado tras años de buscarlo.

Pero él se arrepintió pronto de lo ocurrido.

Cuando retornó, vio a cheny sentada en las escaleras de la sala: esta-ba llorando. “Tomy…”, le dijo con la voz entrecortada.

“Tengo sueño…me voy a acostar” dijo a secas, él.

“¿De dónde venís?” le dijo Mariano cuando lo vio en el pasillo.

“Salí con Gisela”. “¿Pasó algo?”, le preguntó inquietado Mariano. “Nos besamos”, respondió Ernesto sin saber que acababa de las-timar plenamente el sueño de su amigo. Ni siquiera quería decir esas palabras, confesar lo ocurrido, pero fue como una trampa del inconsciente, un acto fallido. Mariano presentía que eso ocurriría, pero no que le iba a doler tanto como le dolió. Le cambió de tema rápidamente:

“Julián es una basura. La hizo ir a Cheny y la besó por la fuerza para vengarse de mí”, me lo confesó. Si me agarraba en un mal día lo surtía a trompadas”.

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Tomy se quedó anonadado.Cuando miró hacia atrás la vio parada frente a él: escuchó todo. Su mirada, sin embargo, no era de bronca, ni siquiera de reproche, sino de uno de los sentimientos más doloro-sos: la desilusión.

Ella no dijo nada y entró al cuarto. Mariano le palmeó la espalda y le dijo serio “mañana hablamos” (acarreaba su propia frustra-ción también).

A veces alguien nos obsequia algo maravilloso…algo que parece tan lindo que nos da miedo de sólo pensar en que pueda romperse. Por ejemplo un objeto de porcelana. Entonces, nosotros lo escondemos, lo apartamos, lo cuidamos recelosos de los avatares del entorno, de quienes puedan dañarlos. Y a veces a nosotros mismos se nos rom-pen y cuando vemos las piezas ya esparcidas por el suelo pensamos: “¿intento reconstruirlo o me resigno a perderlo?”.

Cheny sintió que su amor por Tomy se había roto, como porcelana. Lo amaba, sí, pero ese amor estaba profundamente herido.

Tomy sintió que había dañado su más preciado tesoro: Cheny.  Él mis-mo lo había hecho, con su propia actitud. Ahora pensaba en ello con uno de los sentimientos más terribles del hombre: la culpa.

Lo que tanto cuidaba lo había roto como a un hermoso objeto de porcelana. Esa noche pensó cientos de veces en cómo reconstruir las piezas… 

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Reconstruyendo las piezas“¡Anda, déjame hablar contigo!” él corría detrás de ella, que era indife-rente a sus ruegos.

“Por lo menos déjame explicarte, escuchame, necesito hablar con vos…”, le imploraba Tomy nervioso mezclando los modismos argenti-nos y colombianos.

Ella se dio vuelta y en tono grave y tajante le dijo “No tengo nada que hablar con vos”.

A lo cual él, que no se deba por vencido, le dijo: “Si estás enojada, pé-game, aunque sea… me lo merezco, pero no me dejés así Cheny…”.

Ella le lanzó una advertencia: “¡Basta, andate!”. Había llegado al punto máximo de su fastidio, cuando sentía como un cosquilleo por el cuer-po y se le encendían las mejillas.

Y Tomy, seguía insistente: hasta le tomo una mano y trato de acercar-la a él por la fuerza. Cheny sintió la misma bronca que cuando aquél chico le había tirado la torre de su amiga.  Le agarró la otra mano de Tomy -que estaba pasmado de asombro al ver súbitamente la ex-presión iracunda de Cheng- se la dobló detrás de la espalda y con la rodilla le pegó en la cintura.

Tomy, anonadado por su actitud, se tiró al piso, haciendo aspamento,  como sin en verdad le hubiese dolido mucho (bueno, lo cierto es que algo le dolió el golpe de la chica, pero no tanto).

 “¡Me mataste!”, le dijo, mientras Cheny sonreía ufana.

“Te dije que no me molestés”. Ese golpe se lo había enseñado su pa-dre (el biológico) cuando era chiquita y para su familia constituía un mecanismo de defensa contra los ataques de los extraños.

En verdad no quería dañar a Tomy, sino hacerle saber que no iba a amilanarse ante nadie y que realmente estaba enojada.

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do como un loco.

La mujer por una rendija de la ventana le decía que se fuera a lo de su hermana, que en esas condiciones no lo iba a dejar pasar. Estaba completamente borracho.

Tomy intervino en la situación: “Señor, hágale caso, no haga más pro-blemas por hoy. Mañana va a estar mejor y su mujer lo va recibir…”.

El hombre sin mediar palabra le pegó una trompada que casi lo  tira al suelo. Tomy  lo empujó y le agarró ambas manos como esposándo-lo: “¡Ey! ¿Qué está loco? ¡Váyase de acá o llamo a la policía!”.

La mujer gritaba: “¡Tiene razón Jorge!, andate porque voy a llamar en serio…”.

El tipo se fue, medio tambaleando, al fi nal.

Gisela salio y lo abrazó. Estaba llorando sobre su hombro y las lá-grimas le mojaron la remera. “Gracias por estar acá. Te amo ” le dijo entre sollozos.

Él no pudo decirle nada de lo que tenía pensado. La estrechó y la contuvo hasta que se calmó un poco.

“Va a estar todo bien”, le dijo y le acarició el pelo.

“Quedate, tenés la nariz y la boca con sangre”. “No. Estoy bien. Voy a estar bien”, dijo. Ella le volvió a insistir, pero al fi nal lo dejó ir.

Tomy llegó a la casa con un gran dolor de cabeza, además de las he-ridas y, sobre todo, sentía lastima por “la Gi” (así le decía) y culpa por haber herido a Cheny.

Ésta  salía de su cuarto cuando lo vio llegar: “ ¡¿qué te pasó,  quién te hizo eso!?”

“Nada, no importa. Estoy bien”

“No, vení a la cocina”, dijo ella.

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Mariano le rompió el jarrón de su abuela con la pelota.

Tomy conjeturó: “¿Entonces si te pega no está taaaan enojada, no?”. “No”, dijo Lisi y a continuación le ofreció una “taza de té”. Tomy se sin-tió aliviado.

“¿Y cómo hacés para que te perdone?, preguntó el muchacho aprove-chando la sagacidad infantil de la niña para comprender a su hermana.

“Mirá –dijo ella- una vez le rompimos el diario con mi hermano. Y no nos quería ni hablar. Le hicimos un dibujo de ella adentro de un cora-zón y yo le puse mucha brillantina”.

Acto seguido se lo mostró. “Vaya…qué lindo”, dijo Tomy, impresiona-do por el cuardo vanguardista apelmazado de plasticola.

“¿Querés brillantina”, le ofreció ella. “No, pero gracias. Estaba muy rico esto”, le dijo señalando una masita de masapán.

“Mi papá me dijo que esas no se comen, porque te salen bichos en la panza”. Tomy ya se acababa de comer la segunda.

Antes de irse Lisi le dijo “Ojalá que vuelvan a ser novios”. Tomy no pudo contener la carcajada “Shhh”, le dijo llevándose un dedo a la boca. La nena sonrió en señal de aprobación.

Gisela se apareció ese día en la casa de los Thompson  mucho más acicalada que de costumbre. Se lo encontró a Mariano que casi se desmaya cuando la ve tan linda.

“Tomy, no está, si lo buscás a él…” le dijo. “Uy, que malondón, che, yo venía para hablar con él, bueno me voy” y, acto seguido, le pal-meó el hombro.

“Espera Gisela te acompaño…”, le dijo Mariano y salió con ella.

“El día está hermoso,  ¿no querés ir a tomar algo?

“No sé, ya entro al laburo dentro de un rato… “Ah…¿estás…?”. “Sí”, se ade-lantó ella: “la ayudo a mi tía en la peluquería, estoy vendiendo champús” .

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Mariano la invitó a comer un choripán en el Parque Sarmiento. Esa no hubiera sido una salida adecuada para Mica, pero le parecía perfecta para Gisela.

Hablaron de todo un poco y el tiempo pasó rápidamente.

En un momento ella le empezó a hablar de Tomy: “Desde que está en tu casa está raro. No es el mismo…”. “¡Yo lo amo al guaso!”, las pa-labras le brotaron sin querer de la boca y retumbaron en los oídos de Mariano…

Ella, que ya le había revelado el secreto, continuó: “Creo que le pasa algo, en serio, con otra minita. ¿Vos sabés algo?”.

“No, no sé” dijo él, pero pensó súbitamente en Cheny con cierto temor…

A las tres de la tarde ella entraba a trabajar y él la acompañó.

Defi nitivamente estaba enamorado ya de ella, todo era perfecto para él: su belleza exterior, pero también su hermosa forma de ser. “Tan genuina y simple…”, pensó.

Mientras tanto, Tomy estaba en el desván buscando entre los libros algo interesante para dedicarle a Cheny. Encontró un libro con una recopilación de poemas inspirados en la cultura oriental que leyó con interés:

“El Haiku es una de las formas más bellas de la literatura japonesa. Se trata de un poema corto que generalmente consta de de diecisiete sílabas, distribuidas en tres versos y que busca transmitir una imagen al lector”

Eligió un haiku del poeta Marcel Valloisk y se dispuso a escribir una carta.

Agarraba un papel, tachaba, lo hacía un bollo y lo tiraba. Nunca había hecho algo así y le costaba horrores. Al fi nal trató de poner las pala-bras tal como se le venían a la cabeza. La carta quedó así:

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Mi prinsesa oriental :

Estoy arrepentido de lo que paso, fui un idiot a . Me ciento muy enojado de habert e lastimado. Me lo tenia bien mere-cido al golpe que me diste . Yo te amo y lo menos que queria en el mundo es lastimart e . Sos la persona que mas me im-port a .

Aunque halla cosas y personas que no nos dejen estar jun-tos, yo voy a luchar por estar con vos.

Te cuento un secreto: sos la cosita mas linda que vi en mi vida, ¡¡hasta cuando me pegas!!

Este poema, que es un “haiku” de la tradición oriental re-sume lo que siento por vos:

AMOREstremecedor recuerdoEn corazón palpitanteDe unas pupilas brillantes.Te amo.Un beso muy dulce y un abrazo gigante .

                                                                  Ernesto Manuel Zelaya .

Pd: Perdon por mis herrores ort ográfi cos

Ella encontró la carta en un sobre, debajo de la puerta. Le pareció hermosa, hasta con los errores de ortografía y todo.

Tomy estaba dispuesto a arreglar las cosas y eso implicaba hablar con Gisela y pedirle perdón.

Cuando llegó a su domicilio se encontró con una situación muy tensa.

Su padrastro golpeaba a patadas la puerta de la humilde casa gritan-

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“Yo soy su amigo, podés confi ar en mí, ¿venís de tan lejos? Acompá-ñame, vamos a tomar algo y me contás mejor”. “Ok”, dijo el joven.

Se sentaron en la mesa de un bar. “Conozco al tío de Ernesto. Soy In-geniero Civil. Estuve en Bogotá haciendo una digitalización de planos de Obras Hidráulicas,  Obras de Drenaje Vial y Diseño de Movilidad del Urbanismo…”

“Ah, pará… Yo me quedé  en “Bogotá”…jeje…”, dijo Mariano anonadado.

“Bueno lo conocí a Francisco, el tío de Tomy, en una obra. Él es albañil. Es un gran hombre y cuando le comenté que me venía para la Argenti-na me dio algo muy importante para Ernesto, algo de dinero (dijo mos-trándole un sobre marrón). Mira, este es mi número de teléfono, dile que me llame, es urgente. Francisco quiere que su sobrino compre un boleto para Bogotá y yo tengo el dinero para dárselo a tu amigo”.

Mariano guardó el número.

Amenizando la situación Luis, el venezolano, le comentó: “Me voy a un recital de Soda Stereo… Tengo dos entradas de más por unos ami-gos que me fallaron, ¿quieres venir conmigo?, puedes invitar algún amigo o amiga….”, le dijo a Mariano, agradecido por su predisposi-ción y buen recibimiento.

Éste le comentó “Si, me gustaría ir con una chica”. Y ya que se sentía cómodo y a gusto con el venezolano, le dijo con una sonrisa: “Vos tenés cara de saber mucho de mujeres…”. “¿Yo? Naaa, qué va” le con-testó el otro.

“Sí, yo creo que me mentís. Mirá: conozco a una chica que es preciosa y me tiene loco, pero gusta de mi mejor amigo. Y yo no sé qué hacer” “¿Y tu amigo gusta de ella?”, le preguntó Luis. “No creo”, dijo Mariano (y volvió a pensar en Cheny).

“Pues yo le diría lo que siento” dijo el joven

“No es tan fácil… no quiero perder su amistad, que piense que me la quiero levantar como a cualquier minita. Ella me importa de verdad.

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Sacó el botiquín de primeros auxilios y le puso agua oxigenada.

“Es un bestia ese tipo” dijo enfurecida después que él le contó.

“Ya…estoy bien, gracias… por todo”, dijo él sonriendo vergonzosamente.

Le encantaba a él verla así en esa actitud maternal, tan preocupada, queriendo cuidarlo. “¿seguro?”, le preguntó Cheng aún con rostro de preocupación.

“Bueno, podrías hacer algo por mí…”. “¿Qué?”, dijo Cheny en total acti-tud de predisposición a auxiliar a Tomy, cual si fuese una enfermera.

“Abrázame” dijo él.

Ella se quedó pasmada, no esperaba que le pidiera eso.

El se acercó a ella y la abrazó, ella no se resistió y lo abrazó también. Él suspiró al volver a sentir el aroma de su piel y tenerla de vuelta entre sus brazos.

Estuvieron un largo tiempo así: “¿Estás mejor”, le dijo ella.

“Sí gracias…” dijo él y le besó la mejilla. “Buenas noches”

“Buenas noches” dijo ella- y se quedó un rato pensando: “no debe-ría haberlo abrazado, estoy enojada con él”, pero lo cierto es que se sintió maravillosamente bien en ese momento y no pudo ni pensar en eso.

Tomy se acostó y se quedó pensando: de cualquier costado que se ubicara le irritaba la piel lastimada al roce de la almohada. Se durmió boca arriba acordándose del aquél abrazo…

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La invitación“Es tarde a la noche, ella busca qué vestir.Después se maquilla y peina su largo peloy me pregunta:< ¿Me veo bien?>

Le digo: Sí, estás maravillosa, hoy” (11)

Roque era para él casi como el padre que apenas tuvo, le tenía un cariño muy profundo. Vendía zoquetes y medias largas a “3x10” en la zona de Colón y Urquiza y alquilaba una pensión barata en barrio Güemes.

En el poco tiempo desde que lo conocía se había ganado su con-fi anza, su amistad y su lealtad. Por eso le fue sincero cuando le pre-guntó: “¿Qué te pasa, euh?”, después de observarlo con la mirada perdida, mientras sostenía una bolsa con pintura que había ido a comprar al centro.

“¿Es una cuestión de polleras (12)?” adivinó el anciano. Tomy le reveló su secreto, lo que sentía por Cheny.

El hombre no se vio muy sorprendido por la confesión: “Te he visto como andás encamotado…jeje” (13) “¿Y qué puedo hacer?”, pregun-tó Tomy.

“Cuando yo tenía tu edad conocí a una chica que era perfecta para mí. Lo que signifi ca: una mujer que aún con sus errores y su mal humor nos hace sentir maravillosamente bien cuando estamos a su lado. Era una tipaza (14).

11 Tema del cantante Eric Clapton

12 Es una expresión popular para referirse a “una cuestión de mujeres”

13 Signifi ca en la jerga popular “estar obnubilado por amor”

14 Signifi ca “una gran mujer”

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Ella vivía en mis pagos, allá en Santiago del Estero. Nos conocíamos desde chiquitos y compartíamos todo. Ella se puso de novia, con un hacendado rico de la zona. Tenía 16 años cuando me confesó que no lo amaba, que me amaba a mí y que estaba dispuesta a dejarlo todo por estar a mi lado. ¿Qué te parece?Nos íbamos a encontrar se-cretamente en la plaza mayor del pueblo, íbamos a hacer las valijas y partiríamos rumbo a Uruguay, donde ella tenía familiares de dine-ro que le ofrecían hospedaje y trabajo, como camarera. Lo teníamos todo cocinado (15).

La mañana de ese día llegó  mi hermano con un pasaje en tren a Córdoba para él y para mí. Me convenció de que ese era mi destino. Que seguirla a ella era una locura, que sus padres no lo consentirían y todo sería terrible para mí.

Muchas veces pensé en cuánto habrá llorado esa muchacha después de esperarme horas y horas en ese banco. Si de algo estoy seguro es que me amaba más que nadie.

Y yo me quedé solo, acá. No encontré nunca más una mujer como ella. No tuve hijos. Cosas de la vida, qué se yo. Siempre quise cambiar el tiem-po….”. El hombre se sentía como tranquilo de su revelación, y le dijo “No la pierdas, si la amás. No cometás el mismo error que yo…” y después con énfasis y simpatía estrepitosamente volvió a su ofi cio: “Medias, medias, 3 pares, 10 pesitos. Aproveche señora, aproveche señor…”

Tomy pensó mucho en sus palabras a lo largo del día

Un muchacho llegó a la casa por la tarde y toco el timbre de la resi-dencia: Pregunto por “Ernesto Manuel Zelaya”. Mariano, que estaba justo por ahí le dijo al guardia de seguridad que no se preocupara, que si era un conocido de Tomy era de confi anza y lo dejó pasar.

“Tomy no está, salió a comprar, ¿qué te hace falta?”.

“Bueno… yo necesito hablar con él, vengo de muy lejos, de Venezue-la, y tengo algo importante para decirle.”

15 Signifi ca “planeado”

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en los labios. Se había delineado los ojos y se marcaban aún más sus rasgos orientales.

“Acá estoy”, dijo ella, algo nerviosa.

El chico estaba mudo.

“¿Estoy bien?”, preguntó para romper el silencio.

“Maravillosa”, dijo Tomy que estaba conmocionado por su belleza.

Salieron los dos por la puerta del fondo sin que los vieran. Caminaron algunas cuadras en silencio.

Él cada tanto la miraba y sonreía, le parecía hermoso caminar junto a ella por las veredas de Córdoba y que los demás miraran la chica tan linda que iba a su lado, su tesoro.

Estaba muy nervioso y ella también.

“Está lindo el día, digo la noche…”. “Sí”, dijo ella y sonrió.

El acercó muy despacio su mano a la suya y se la tomó.

Después hablaron de cosas sin demasiada importancia, pero que pa-recían más que relevantes en ese momento.

Llegaron a un lujoso restaurante el zona más pintoresca al frente de la famosa Cañada (18).

Tomy se tocó la billetera adentro del bolsillo: “Esto te va a costar carito Ernestito...”, pensó, pero nada le importaba más que estar ahí junto a ella.

18 Emblema de Córdoba. Construcción armada en torno a las aguas del lago San Roque.

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A veces incluso pienso que no la merezco, que es mucho para mí”

“Mmmm (pensó Luis). Entonces primero hazle saber cuánto la quieres  y después que estás enamorado de ella”.

“¡Ah!, ¡Sos un capo!” le dijo Mariano con una sonrisa y salió a preparar-se para buscar a Gisela.

Cuando lo vio a Tomy le comentó lo de Luis, le pidió el teléfono y la dirección de Gisela. “No tiene teléfono” te doy la dirección”, le dijo de mala gana. Temía que éste (por su fama de mujeriego) la hiciera sufrir.

Mariano tocó el timbre de la casa humilde de San Vicente. Se sorprendió de verla, parecía una pocilga. Las paredes estaban to-talmente corroídas por la humedad y la puerta de madera estaba toda descascarada.

Gisela se sorprendió también cuando lo vio y sintió cierta vergüenza de que alguien de familia adinerada cómo él viera el lugar dónde vivía.

“No puedo ir, pero gracias”, le respondió a la invitación de Mariano.

El muchacho, insistente, le pidió que le diera motivos.

“Tengo que cuidar a mi mamá”. Él se dio cuenta que ella estaba ner-viosa y con los ojos encristalados como si hubiese llorado.

Finalmente le comentó la discusión con el padrastro y que temía que éste volviera y maltratara a su madre.

“Sos joven, tenés que divertirte. Tu mamá va a estar bien. Está con tu abuela. Y cualquier cosa llama a la policía o a mí y venimos rápido a ver qué pasa.Yo le voy a dejar un celular (la mujer no tenía ni teléfo-no). Vos necesitás divertirte: Va a estar todo bien.”

Gisela sintió cierta seguridad de escuchar esas palabras, como las sentía cuando se lo decía Tomy.

“Voy a tratar de sacarme un poco de angustia, pero va a ser difícil” comentó ella con resignación.

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El recital estaba muy bueno. Había unas miles de personas amonto-nadas, pero cuando Mariano la miraba a Gisela sentía que estaban solos ellos dos. Ella estaba vestida muy sencilla y humildemente y aún así se veía hermosa y deslumbraba para él, hubiera preferido ir a un buen baile de cuarteto, pero aun así se sentía a gusto.

“Cuando me quedo solosuspirando formas de humoDulce criaturanunca estás segura:soy tan dependiente de tu amor…”(16)

Mariano le tarareó esa canción al oído: “Soy tan dependiente de tu amor” le susurró.

Ella se río: “¡salí de acá chamuyero (17)!” le dijo y lo empujó, pero suavemente.

“Gi, te tengo que decir algo…” acotó muy seriamente: “Te quiero mu-cho, hermosa” y la abrazó fuertemente. Fue un abrazo intenso, tal vez, mucho más que un beso porque les llegó al alma de cada uno, les tocó sus respectivas heridas (las que llevaban en sus cortas vidas) y se las alivió en ese instante.

Tomy golpeó el cuarto de Cheny “¿Puedo hablar con vos?”, le dijo. “No, ahora no” dijo ella fi rmemente. “Yo me voy a buscar mi muñeca que me quedó abajo” dijo Lisi y se retiró del cuarto.

“Estamos solos”, le dijo él.

“Tomy no quiero hablar con vos, hoy no” suspiró Cheny.

“¿Tenés planes para esta noche?, le preguntó él. “No. Pensaba ir a lo de Flor, pero al fi nal ella tenía visitas y lo postergamos”

16 Fragmento de la letra de la canción “Claroscuro” de Soda Stéreo.

17 En Córdoba la expresión signifi ca “alguien que con fi nes persuasivos inventa cosas”.

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“¿Tu papá sabe… que no vas nada?” preguntó él con mucha expecta-tiva. “No…todavía no le dije.”, respondió ella previniendo lo que él le iba a proponer.

“¡Salí conmigo Cheny!, Esta noche. Vos y yo… por favor…”

“No, Tomy, vos me heriste y me prometiste que nunca lo ibas a hacer, me mentiste”.

“Sí, fue un estúpido, me odio. Pero todo fue equivocación. Vos sos lo más importante que yo tengo. Estoy acá por vos. Cuando te vi en esa sala de terapia intensiva sentí el mismo dolor que cuando murieron mis viejos. Me acordé detodo eso. Te juro que fue espantoso y ahí me di cuenta. Que no te voy a perder a vos, a menos si te pierdo, es porque hice todo lo que pude y no alcanzó” (esa frase le quedaría profundamente grabada años después).

“Dame esta oportunidad. La última…”, dijo Tomy, implorando.

Ella le dijo. “Lo voy a pensar. No te prometo nada”.

“Te espero a las 9 en mi cuarto (Mariano no está). Voy a estar rogando que golpeés esa puerta, como un tonto.”

Eran las 8: Se bañó, se cambió. Le robó una camisa, un pantalón y unos zapatos a Mariano. “Esta situación lo amerita amigo”, pensó.

A las 8 y 30 estaba nervioso sentado en la cama. Esperando el hermo-so sonido del golpe de la puerta.

Jugaba con los nudillos de sus dedos, se puso a hacer malabares con el centro de mesa. Se sentó de vuelta. Se acostó.

Se hicieron las nueve, las nueve y 5, las nueve y 10, las 9 y 15… Miró el pa-pel con el celular de Marcos, lo guardó en un cajoncito de la cómoda.

Desesperanzado ya, escuchó el mágico “toc, toc”. La chica que estaba del otro lado tenía un vestido rojo con fl ores blancas, el pelo lacio negro y brillante que le caía hasta la espalda y que contrastaba con su piel pálida… y con el poquito de rubor en las mejillas y algo de color

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“¿¡qué!?” dijo Tomy que no lo podía creer. “

¿No… tenés esa plata, no cierto? Dijo ella en tono muy suave.

“Bueno… Sé lavar bien los platos, ¿me esperás un rato?”, dijo tántean-dose los bolsillos mientras sacaba, nervioso, un par de monedas y billetes arrugados y un pañuelito bordado con su nombre, regalo de su abuela.

“Los lavamos juntos” sugirió ella, a quien la situación le provocaba mucha ternura.

“Tengo una idea mejor –dijo ella después -. He observado que el mozo tiene unos lentes muy grandes como vidrio de botella… Y es muy dis-traído, recién iba con una fuente tropezó y se le cayeron las papas. Yo lo noté. Puedo hacer como que me voy al baño y salir rumbo hacia la puer-ta. Y vos un ratito después, te metés entre todas esas mesas llenas y te vas disimuladamente hacia la puerta y… ¡corremos!”

Tomy no tuvo tiempo de pensarlo porque ella se levantó, tomó  su bolso y se fue.

Tiempo después él hizo lo mismo. Corrieron como locos unas cin-co cuadras.

Se rieron mucho del momento, estaban ambos colorados y agitados por semejante aventura.

Salieron corriendo y riendo y se sentaron frente a La Cañada, bajo la luz de la luna, a observar las aguas mansas que le provocaron lo que a los amantes los canales de Venecia por la emoción que llevaban dentro. La noche estaba estrellada y se podía decir que titilaban azu-les, los astros a lo lejos (21).

Él se sentó a su lado, sobre la baranda y con los pies colgando y la ayudó a sentarse a su lado. Despacio acercó sus dedos a los de ella y le tomó la mano.

21 Fragmento del célebre poema número 20 de Pablo NerudaAv. Colón y Marcelo T. de Alvear, La Cañada, Córdoba

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Somos noviosEn un café se vieron por casualidadcansados en el alma de tanto andar.Ella tenía un clavel en la mano. (19)

Se sentaron en una elegante mesa. El mozo acudió rápidamente a asistirlos. “¿qué se van a servir?”.

“Un coctail de camarones”, dijo ella. “Ehmm… yo una ensalada dijo él (pensando en el costo)”. “¿Ensalada marea?”, preguntó el mozo. “¡Sí!, de esa”, dijo Tomy. Pidieron gaseosa para tomar.

“He venido acá con mi papá y mis hermanos, ¿es un lindo lugar, no?” acotó ella. Ernesto pensó que unas calles más arriba solía limpiar los vidrios de los autos, cuando bromeaba con sus otros compañeros “limpiavidrios” observaba a lo lejos las luces de los lujosos restaurantes mientras comía algún sanguche o un pancho con coca.

“Sí… lo lindo es estar con vos”, le dijo él. Ambos se miraron a los ojos y después esquivaron la mirada, como avergonzados de todo aquello tan grande que sentían el uno por el otro.

Mientras Tomy le hablaba de las fl ores, de los malabares, de las maestras y de su mala relación con éstas, de Bogotá, de las comidas, etc. intentaba cada tanto agarrar la carta con los precios que estaba debajo del brazo de Cheny, pero le daba temor quedar mal con ella, como un tacaño y no podía alcanzarla sin que ella lo advirtiera.

Cheny le habló de Corea, de Lou y del sufrimiento de ésta por un amor no correspondido, de las recurrentes equivocaciones de su hermano que fastidiaban a su padre, etc. Pidió una ensalada fría de calamares y pulpo. Sólo a ella en la familia le gustaba el pescado, tal vez llevaba en la sangre el ofi cio de pescador de su padre biológico.

19 Canción de Fito Páez” Once y Seis”

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“¿Qué te gusta comer?”, le preguntó Cheng a su compañero. “Me gus-tan las milanesas con puré… que hacía mamá. Pero quiero probar lo que a ti te gusta”.

Cuando llegó el mozo con los platos, Tomy se quedó asombrado del suyo.

“¿Qué pasa?, ¿no comés nada?”, dijo ella sonriendo dulcemente.

“Es que… me da miedo esto (dijo señalando con asco parte del plato). Desde chiquito me dan miedo los pulpos…” y le contó el cuento del “Pul-po Asesino” (20) que le contaba siempre Ezequiel para asustarlo.

Cheny casi llora de la risa al ver la cara de espanto que hacía Tomy cuando miraba de reojo al pulpo mientras le relataba la historia. “¡Qué imaginación! Nunca más como pulpo” dijo ella.

Los dos comieron muy poco (Tomy esquivó el pulpo y probó algo de los otros ingredientes), pero al rato vino el mozo a retirar los platos. “¿Qué se van a servir de postre?”

“Mmmm”, dijo ella. “Pide, pide” le insistió él. “Un helado de frutilla”, dijo.

“Yo quiero una… ¿isla dulce?”” dijo Tomy, que por fi n le pudo arreba-tar (sin que ella lo viera) el menú de la mesa.

Al rato volvió el mozo. Cheny apenas probó el helado. Tomy en cam-bio comió bastante de su plato “Las islas me gustan” dijo y la hizo reír de vuelta.

“Bueno ya vámonos de aquí, quiero pasear un rato, ir a orillas de La Cañada”. Ambos se miraron con complicidad y brillo en las pupilas.

Cheny observó que Tomy dejaba $150 sobre la mesa: eran los ahorros de varios meses de trabajo. “Son… 150 dólares, aquí cobran en dóla-res. O sea son, al costo actual del dólar, … $450”, dijo ella.

20 Se refi ere a una versión del cuento “La llamada de Chtulhu” de H.P. Lovecraft.

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La trama secretaHacía casi dos años que no lo veía a Ezequiel ¡y lo encontró tan cam-biado! Se notaba que la vida de la calle había sido muy dura para él.

“¿Qué pasó con tus tíos?”, le preguntó Tomy.

“Ah… tuve que irme de ahí Mi tía no me soportaba y me lo puso en contra a mi tío, que es bueno, pero es un gil. La mujer lo domina como quiere”.

Tomy sonrió.

“Lo mejor que recuerdo de Tamara fue una vez que yo salía del co-legio rascándome a dos manos la cabeza < ¡Éste chico tiene piojos!, ¡qué asco!>, dijo, y me arrastró hasta el baño, me metió la cabeza bajo un chorro de agua fría y me tiró kerosén”, comentó Ezequiel para sin-tetizar lo poco que lo quería la mujer de su tío.

“Ah. Sí, a mi también me odiaba. No dejaba de mirarme fi jo y hacer-me sentir como un estorbo, por eso me fui”, acotó Tomy.

“¡Éramos los dos un estorbo! Cómo hubiera querido irme con vos”, se lamento Ezequiel.

“¿Y qué pasó? después”, preguntó Tomy, intrigado por el devenir de su amigo.

“Bueno yo aguanté todo hasta los quince. Tamara no podía tener hijos y creo que eso le hacía dar más bronca contra mí. Yo me iba acu-mulando todos los malos tragos de mi casa, callejeando, con amigos. Tirado en una plaza por ahí. Con el colegio me iba mal. Soy una bes-tia, ¿viste?

La cuestión es ésta: yo estaba dos años atrasados, o sea tenía que ir a quinto, pero iba a tercero.

Ella, en cambio, estaba en el curso que le correspondía. Esa chica fue… lo más dulce que conocí en mi vida (lo decía y le cambiaba el

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Ella rió nerviosamente, se había quedado sin palabras y el corazón le latía como los tambores de una murga.

“Si no te dejás de reír no puedo…” le dijo. “¿Qué no podés?

“Preguntarte” le dijo él. Ella se quedó seria, nerviosa.

“Quiero preguntar algo: ¿Quieres ser mi novia?”.

Ella sonrió. Pasaba por ahí un vendedor de fl ores: “Déme una rosa”, dijo él.

“No tengo, nada más que claveles”. “Los claveles me gustan” dijo ella sonriendo.

Él le obsequió uno.

“Vos sos como este clavel: amarillo por dentro, rosa en los bor-des y con algunos destellos de rojo en el centro. Las rosas son comunes. Pero tú eres distinta como esta flor… y sos hermosa”, le dijo él.

“Y soy tu novia”, agregó ella”. Se miraron largo rato las pupilas encen-didas como las de los gatos en la noche. Tomy le rodeó u brazo por la cintura y ella se recostó en su pecho.

Caminaron después unas cuantas cuadras, abrazados y  bajo el hechi-zo de la luna se hicieron promesas.

Cuando terminó el recital, Mariano se despidió de Luis y acompañó a Gisela a su casa.

La abuela de Gisela había tenido una suba de tensión porque el pa-drastro de la muchacha se presentó borracho de vuelta y ahora le tiraba piedras a la casa para que le abrieran.

“Por suerte se fue, enojado y dijo que me odiaba, que no iba volver nunca más a esta casa mugrosa”, dijo la señora.

Mariano estaba sentado en una silla de la cocina, la mamá de Gi insis-tió en que entrara: Quería agradecerle lo del celular.

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Gisela la abrazó muy fuerte y después saludó a su abuela que es-taba acostada.

Ella y Mariano se quedaron solos en la cocina: “Mi vieja es lo que más amo en el mundo”, dijo.

Mariano sonrió y sorbió un poco de café que ella había hecho.

“¿Sabés por qué lo amo a Tomy?- cambió de tema- porque siempre me cuida y me quiere, tal cual soy y no por cómo me veo sino por lo que soy… Él es, un chico especial, único: es una masa el chabón, vale oro…”.

Mariano sintió esa sensación, de la que prácticamente no escapa nin-gún mortal, que es escuchar hablar a la persona que nos gusta sobre un amigo/a de quien está enamorado.

Nos sentimos traicioneros. No podemos objetar nada porque sabemos que es verdad, que él/ ella es maravilloso… pero ¿y nosotros qué somos?

Cada una de las palabras de Gisela, llena de amor hacia Tomy, eran como agujas clavadas por un mal acupunturista en los puntos más dolorosos del cuerpo.

Gisela fue a su cuarto, separado apenas por una cortina de la cocina. Le trajo un montón de pulseras, collares y aros que había hecho. “Es-tán buenísimos” dijo Mariano orgulloso de ella: “Sos genial”.

“Gracias, che”, dijo y le palmeó el brazo. “Éste es para vos”  y le tomó la mano y le ató una pulserita.

“Es el regalo más lindo que me han dado”. “¡Eh, cualquiera” dijo ella riendo y en alusión a su comentario exagerado a su manera de ver.

“Lo que te dije en el recital es verdad. Te quiero mucho Gi. Sos mi compañera del alma”.

Ella sonrió y le dijo: “Yo también, morocho lindo” y lo abrazó con fuerza.

Cuando él se fue pensó: “Tal vez nunca me ame, pero me quiere y yo la quiero tanto…”

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Llegó pasadas las doce con una sonrisa de oreja a oreja y se lo encon-tró a Mariano, que también iba feliz de la vida con la mirada perdida. “¿A dónde fuiste?”, dijo éste. “A lo de un amigo”, dijo Tomy (que acaba de entrar furtivamente con Cheny por la puerta de atrás): “¿Y vos?”. “A un recital con…Gisela”

Ernesto se acostó y pensó “No la hagás sufrir a Gisela porque te mato”.

Mariano se acostó y pensó: “No la hagás sufrir a mi hermana porque te mato”.

Mariano atravesó el jardín y tocó la puerta de Ernesto. Se miraron fi jamente, con recelo. Mariano le comentó que un tal Luis quería ha-blar con el y entregarle personalmente el dinero de Francisco para pagar el boleto de su sobrino a Bogotá. Tomy le agradeció y guardó el número del venezolano.

“Hoy, menos que nunca, pienso irme: Amo a Argentina tanto como a Corea”, se dijo para sí.

Tomy estaba dormido cuando, nuevamente, alguien interrumpió su sueño. Una piedra lanzada sobre su ventana lo despertó: divisó en el jardín a un chico.

Salió descalzo, alumbrado con una vela, “¿quién anda ahí?” Escucho un susurro “Tomy”

Ahí se lo encontró, apenas iluminado por el candil, a Ezequiel, que hacía años que no veía: “Me tenés que ayudar, hermano…”. Y mientras le contaba todo, la noche de Tomy se iba transformando de algo her-moso a algo espantoso.

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Decididamente la dura vida de la calle lo había cambiado: pasar el día, sobrevivir un poco más a las malas jugadas del destino, era lo importante.

Y ya  había resuelto una trama secreta de la que Tomy no tenia ni idea, pero de la que sería instrumento.

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tono de voz, se ve que hasta lo estremecía hablar de “ella”). Toda esa vida miserable que llevaba –y que llevo- la cambió esa chica. Nos conocimos en un baile y nos gustamos ahí nomás. Después nos besamos.

Anduvimos de novios unos meses. Eugenia era conmigo la persona más linda que te puedas imaginar. Ya con verla a ella yo me sentía feliz. Andábamos todo el día juntos…”  hizo una interrupción y miró al piso, apenas alumbrado por un farol de baja intensidad.

Tomy estaba expectante, le causaba mucha emoción esa confi dencia de su querido amigo, “¡enamorado!, como él”, pensó.

“¿¡Y que pasó con Eugenia!?”

“Nada pasó, o mejor dicho: todo mal. Tamara se enteró de lo nues-tro. Ella, por esas cosas qué vaya uno a saber por qué las hace Dios, era amiga de la mamá. Iban a pintura juntas. Y bueno, le contó que su hija había faltado un par de veces al colegio y que le parecía que andaba con un chico, que estaba preocupada. Un día Tamara nos vio besándonos y me retó muchísimo, como si yo hubiese hecho algo terrible. Al otro día le contó a la mamá de Eugenia de lo nuestro y la cambiaron de colegio. Me imagino lo mal que se quedó ella y yo ni te cuento”, suspiró con tristeza.

“Supongo que tu reacción con Tamara no fue buena…” conjeturó Tomy.

“Naaa… un día cargué toda la furia junta y se la tiré toda, le dije que era una bruja, que no quería a nadie, que ni a mi tío lo quería por-que se mandaba mensajitos de amor con el carnicero (¡yo los vi, te juro! Adentro de una bolsa con un kilo de bifes: nunca faltó la carne en esa casa).

Sin embargo, ella a la noche lloró y le contó todo al marido que, pese al cariño que tenía por mí y por mi viejo, se puso de su parte y me dijo indignado: “<Vos a mi mujer la respetás, ¿eh? Si no, ahí tenés la puerta>. Y yo me fui, claro, estaba harto, hermano”

“¿Y cómo me encontraste?”, preguntó Tomy.

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“Te seguí el rastro: A la salida del mercadito de los alfajores baratos. Y otra vez te vi de vuelta por la plaza y me enteré de que vivís acá. Una señora muy amable me dejó pasar. Y te esperé hasta que te vi llegar con una chica, por la puerta, de atrás. Che, ¿en qué andás, Tomy?, ¿vos?, ¿en esta casa de lujo?”

“Mmmm… Ya te explicaré. Pero, dime tú ¿por qué estás acá?”

“Uh. Mirá, me hice mala junta este último tiempo. Me enganché con unos pibes que, al principio me ofrecieron compañía, un lugar dónde estar. Y después me dijeron que querían  para chorear: Me enseñaron cómo abrir las puertas de un auto y hasta me mandaron a robar uno. Yo no quería, pero estos tipos son bravos y me obligaron. Yo pude abrir el auto y arrancarlo, pero a las cuadras me dio miedo. No lo pude llevar al desarmadero. Salí corriendo como un tonto. Estos tipos ahora me aprietan, me dicen que yo les debo plata: $4000.  Y que se las voy a pagar como sea. La otra vez los vi pasar por la plaza donde estaba dur-miendo (la del frente de la iglesia, ¿viste?). No estoy seguro. Tengo que esconderme un tiempo, unos días, hasta ver cómo hago”

Tomy comprendió –y por cierto se sintió increíblemente identifi cado con su relato-. Lo miro a su amigo y se vio refl ejado en él: cuando se comparten experiencias tan duras se genera un vínculo irrompible entre las personas. Él era “su hermano” de corazón e iba a ayudarlo.

Subieron sigilosamente. Sacaron un colchoncito del desván y entra-ron a dormir al cuarto de huéspedes.

Tomy daba vueltas y vueltas en la cama: la alegría de estar con Cheny y la tristeza de ver cómo se había derrumbado la vida de Ezequiel: ¡era mucho para una noche!

“Oye, pana(22), ¿qué tienes con esa chica?” (con Tomy le venían las expresiones típicas de Colombia).

Tomy suspiró: “Ella es para mí… ¡Eugenia!”.

22 Es un mote amistoso en Colombia

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“Ah, entendí perfecto” dijo Ezequiel riendo.

“Sí, y somos novios” dijo Tomy, se quedó pensativo un rato y después emitió un gran bostezo y se fue sumiendo en un profundo sueño.

Al otro día en la cocina, Tomy preparaba un sanguche gigante cuando vio entrar a Cheny y a su hermano: “¿qué hacés? Sos un desubicado (dijo ella haciendo un gesto de enojo). Éste no es tu lugar de trabajo”.

“Ah, perdón si te molesté, pero  tú no eres mi jefe”, le replicó. Ambos se miraron con complicidad y cariño. Fingían odiarse, para evitar que Mariano y los demás descubrieran su romance.

“Por lo menos parece que éstos dos no se bancan”, pensó el mayor de los Thompson aliviado.

Ezequiel se devoró el sanguche y una taza de café que le trajo su ami-go antes de irse a trabajar.

Estaba como gato enjaulado adentro de la casa. “Tengo que tomar aire” imploró.

“Está bien”, yo le digo a Amanda, la cocinera, que te deje entrar de vuelta: ella es mi amiga”, dijo Ernesto.

El muchacho se encontró al salir de la casa con uno de los chicos que lo estaba persiguiendo. “Mirá dónde te vengo a encontrar: En un ca-serón”, le dijo sonriendo.

Ezequiel intentó irse, pero el otro lo agarró del brazo y le enseño el fi lo de una navaja cerca del cuello”. “Vos te quedás acá. Y vas a pagar todo lo que debés.”

Entonces le expuso un plan, escalofriante. Algo que arruinaría la vida de Tomy.

“Pero es él o soy yo”, pensó. “Además con ese dinero que pensamos sacar, también le va a corresponder algo a él”.

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Le contó un poco, apenas, de su historia y de que se había ido de lo de sus tíos. “Sí, eso ya lo sé”, dijo ella.

“¿Y tú… o vos… cómo anduviste?”, preguntó él. Ella le contó que ya estaba por terminar el secundario, que sus padres se divorciaron y que no dejó un día de pensar en él y en cómo el destino se había em-peñado en separarlos.

“Yo también pensé mucho en eso”, dijo él. “Pero yo, no soy para vos, no… no podía ser esto…”. Ella le dijo: “Eze, vos sos una persona mara-villosa. Yo lo sé. Estés donde estés prometeme que te vas a cuidar” le dijo y le acarició el rostro con gesto maternal.

Ahí estaba ella, de vuelta, rescatándolo de los momentos de angustia, suavizando sus penas.

“Oye, he pensado mucho, en cómo me querías, en la forma que te-nías de mirarme. Soy yo quien siente que no vale mucho. Todos los problemas que tuve en mi casa, ¿Sabés? Me reprocho no ser cómo las otras”. Ezequiel preguntó “¿Qué otras?”. “Las otras, las lindas” dijo mirando su cuerpo voluptuoso, “grandota” le decía su abuela.

 “Vale, tú eres lo más lindo que he visto”, dijo Eze mirándola con ternura.

“Te quiero mucho”, dijo la muchacha. “Yo también”, dijo él. “Mirá (le comentó como adivinando los problemas en que estaba metido). Mi tío, el hermano de mi viejo, busca alguien que le cuide la casa, que viva ahí nomás un año porque él se va. Quiere alguien de confi anza y ofrece vivienda y comida.”

“¿Yo soy de confi anza?”, preguntó él. “SI lo sos para mí, para él tam-bién”. Ella sacó un cuaderno y le escribió el número de Héctor en un papel y, más abajo, el suyo.

“¡Eugenia!”, le gritó una amiga desde el frente: “¡ya voy!, le respon-dió. Lo beso en la mejilla, pero él movió el rostro y le arrebató un beso en los labios. Eugenia, aún un poco sonrojada por semejante arrebato le dijo “Chau, suerte…” y se marchó sonriente, tocándose los cachetes colorados.

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El baúl de los recuerdosCada vez que yo me voy llevo a un lado de mi pieltus fotografías, para verlas cada vez que tu ausencia me devora entero el corazón y yo no tengo remedio más que amarte (23)

“¿Te acordás  de esto?”, le dijo  Tomy sacando una foto corroída por el tiempo y ajada en las puntas. “Nos la sacó mi tío: teníamos 10 años”.

“Sí…” dijo Ezequiel tratando de salir de la marea confusa de pensa-mientos en la que estaba absorto y apesadumbrado.

“Andábamos todo el día juntos en El Refugio (así se llamaba el orfana-to, nombre no muy original por cierto). A vos te gustaba jugar al cam-pamento. Sacabas las sábanas de las camas y las llevabas al patio y las poníamos debajo de dos sillas como haciendo un toldo. También me acuerdo que siempre andabas buscando bichos en el suelo para ver qué hacían. Un día tu tío te trajo una lupa, ¿te acordás?”

“Sí, me acuerdo”. Las malas cosas habían ya borrado ese recuerdo de su tío que ahora se le venía a la memoria.

“Eramos inseparables”, dijo Tomy: “Yo te voy a ayudar hermano” y le palmeó el brazo.

Ezequiel sintió que estaba tragando veneno lentamente, tal era su próxima condición de “traidor” a la que debía resignarse.

Tomy se la encontró a Cheny, más tarde, en el pasillo. “Vení quiero mostrarte algo”, le dijo ella.

Estaba sola en su cuarto, con um montón de fotografías desperdiga-das sobre la cama.

23 Es un fragmento del tema “Fotografías” interpretado por el grupo musical colombiano, Juanes.

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“Es una foto mía”, le dijo, señalándole una de las tantas. “Acá tenía unos meses de vida. Esos eran mis padres… de sangre”, le explicó con la voz algo entrecortada. “Acá tengo 6 años” “Y en esta 8”. “Mi abuela siempre me decía que era muy parecida a mi papá, en los gestos en mi carácter, en mi forma de enojarme y tengo la nariz como él más respingada en cambio la de mi mamá es más recta, ¿ves?”, le dijo se-ñalando la imagen.

Después les mostró una carpeta con hojas amarillentas: Estaba llena de dibujos y símbolos raros arriba de éstos: “son logogramas del idioma coreano”, explicó. “Acá dice o ´los quiero papás´.

“Ésta parece una casita”, dijo Tomy muy observador, mirando otro ejemplo de esa “curiosa” escritura para él.

“Esperame te voy a mostrar algo”, le dijo después, el muchacho.

Le trajo dos fotos que sacó de su billetera harapienta. Estaban bas-tante ajadas, pero aún se veían nítidos los rostros. En una salía él, de bebé, con sus padres y en la otra a los cinco años. “Fue sacada justo unos días antes del accidente”

Después le mostró un cuaderno con dibujos hechos en el orfanato, algunos eran simples rayones de colores: “Los hacía cuando estaba enojado. Tenía 8 años”. También había imágenes coloridas y con per-sonas sonrientes. Y su nombre escrito por todos lados: como si quisie-ra afi rmar su identidad.

Esos recuerdos de los dos estaban surcados por emociones: por la añoranza, la melancolía, la angustia de los días perdidos, el dolor ante las circunstancias de la vida y los resabios de los días felices que que-daban guardados en la memoria.

Esos recuerdos entrecruzaban de una forma u otra dos vidas, en exte-rior, muy diferentes, pero que compartían muchas vivencias similares.

Tomy le rodeó los hombros por el cuello y apoyó su cabeza junto a la de ella. Se sentían más unidos que nunca: por la memoria que forma parte de la existencia, que nos defi ne. Se habían compartido esos va-

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liosos secretos y estaban sus corazones más al desnudo: exponiendo sus vulnerabilidades.

Pero entre los dos parecían hacer una coraza para enfrentar todo lo malo.

Ezequiel salió del cuarto y bajó despacio las escaleras: necesi-taba salir, aún cuando afuera estaba el peligro no soportaba el encerramiento en esa casa donde era un refugiado teniendo que esconderse.

Mientras descendía uno de los últimos peldaños escuchó a Christo-pher: “Sí, el negocio salió bien. Voy a depositar la plata. Ok. Chau.”.

Lo siguió furtivamente por un corredor largo. Había que descender unos escalones y estaba, atrás de un cuadro grande, la caja fuerte. Observó con detalle la clave que marcó el hombre. Para que no se le olvidara después, sin que nadie lo viera, regresó al cuarto y la anotó en un papel que encontró. Se lo guardó al bolsillo.

Salió después de la casa, con el remordimiento a cuestas por lo aún no hecho.

Y sucedió algo verdaderamente increíble.

Caminaba por el lujoso barrio cuando vio una chica que creía cono-cer: “¡Es ella!”, se dijo.

No había cambiado mucho en dos años. Él sí, aparentaba más edad que sus escasos 19, tal vez por todos los sinsabores que había pasado.

Eugenia pasaba por la vereda de enfrente cuando lo vio y aún trans-formado lo reconoció: “¡Ezequiel!”, le gritó.

Él intento hacerse el que no escuchaba, no quería que ella lo viese así, en lo que se había convertido, en cómo se había ido arruinando su vida desde aquel cálido amor adolescente.

Ella gritó su nombre otra vez y él dio la vuelta. Ella cruzo la calle y lo abrazó “¿cómo estás?”.

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“Bueno, ahora hay que agarrarlo al otro colombianito” exclamó.

“¡No, él no está!, ¡no le hagan nada!”, imploró Ezequiel.

“Así que no está… Lo vamos a esperar y lo vamos a encañonar. ¡Va a ser nuestro pasaporte de entrada hacia la guita !”

“¿Qué hacemos con éste?” Dijo el otro tipo. “¿No va a cantar? (25)”.

“No. Dejalo. Ahora va a estar más hundido que nunca con la cana (26)

25 “Cantar” en la jerga delictiva y carcelaria signifi ca “confesar”

26 “Cana” se dice en lunfardo argentino a la policía.

Mariana Valle

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“Yo soy de confi anza”, pensó Ezequiel y caminó cabizbajo hacia la casa. Llevaba ese beso en el alma, y le hacía olvidar todo lo malo.

Cuando Amanda lo vio y le dijo que era amigo de Ernesto, lo dudo un rato, pero lo dejó pasar, tenía un enorme cariño por Tomy, tal vez por-que ella nunca tuvo hijos.

Entró al cuarto de huéspedes sin ser visto. Tomy no estaba.

Ezequiel hizo un bolso con todas sus pertenencias y se dispuso a irse de la casa. Lo peor estaba por venir.

Mariano golpeó la puerta desvencijada que aún soportaba tantos embistes. Venía con un paquete en las manos.

Gisela abrió con cara de “pocos amigos”. “¿Vos que hacés acá?”.

“Mi profe particular… vive cerca de acá y pasaba por tu casa y no pude dejar de visitarte”.

“Sí, claro (acotó ella irónicamente) ¿Y vos te llevás hasta lo recreos, no?

“Algo así”, dijo él, efectivamente 10 materias de 13 no distaba mucho de la observación de la muchacha.

La casita de día se veía distinta, se notaban más las manchas de humedad. Había banderines, tazas y hasta un reloj de Boca en un rincón. “No me digás que sos de River porque te vuelo de una patada (24)”, dijo ella.

“No, no…” dijo él y se tocó el bolsillo con el llavero rojo y blanco del “Glorioso”.

La morada de Gisela, parecía de esas casas que “se han quedado en el tiem-po” con una decoración anticuada. La comodita vieja llena de fotos, santitos y velas. Un cuadro con ornamentación dorada con capturas en distintas poses de un niño: se veía que pintada a mano, como se hacía antes…

24 Boca y River son dos equipos de fútbol de Argentina enemistados tradicionalmente

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“¿Era tu papá, no?”.

“Sí. Mi viejito” dijo ella y acarició el cuadro.

“Te traje facturas”, dijo Mariano riendo.

Ella puso la pava y cebó unos mates. “Medio tarde para el desayuno, pero gracias” El reloj azul y amarillo (por supuesto) marcaba las 11 y 30.

“Uhhhmmm acá hay facturas de membrillo, de la crema amarilla ésta, pero solamente una de mis preferidas: ¡dulce de leche!” dijo ella ob-servando el paquete abierto.

“Bueno… Es mi preferida también. Pero te la dejo a vos, tomala”

“¡Eyyyy no arrugués!”, dijo ella: “Vamos a hacer un juego: decí un nú-mero del 1 al 10”.

“¡10!” dijo Mariano. “¡1!, ¡te gané!”, dijo ella. “Ganaba el más chico”, explicó

Pícaramente, mientras se devoraba con fruición la factura que cho-rreaba el dulce de leche, frente a Mariano.

“Te juro que no sé que le pasa a Tomy. Ayer estuvimos bailando en el gimnasio. Terminó la clase y lo encaré de una: le pregunté por el beso que nos dimos. Me dijo que no, que yo era una amiga, que me que-ría…bla, bla, bla. ¿Qué opinás?”

“Que está loco, cualquier chico estaría loco por vos”, dijo Mariano frustrado por la recurrencia de Gisela a hablar de Tomy cada vez que lo veía.

“Pero algo le pasa al pibe, está enganchado. Algo groso”.

Mariano, pensó: “¿Si no es con mi hermana con quien será?”. La veía a Gisela pensar mientras sorbía la bombilla y le parecía un ángel, con sus bellos ojos azules.

“¿¡y!?”, “¿no comés nada? Ahí tenés una con la cosita amarilla…” le dijo ofreciéndosela.

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“Sí, otra no me queda. De dulce de leche no hay más” dijo Mariano con tono de resignación.

Gisela sonrió.

Hablaron bastante tiempo hasta que ella le dijo: “Me tengo que ir al laburo. Chau morocho”. Lo acompañó a la puerta de calle, le estamó un beso efusivo en la mejilla y una palmadita y él se fue, bastante conmocionado por la despedida.

“Me quedé con ganas de comer esa factura…”, pensó y  rió para sus adentros.

Ezequiel salía de la casa y estaba ya a una cuadra cuando súbitamen-te lo agarraron por atrás: le taparon la cabeza con algo y lo metieron a un auto.

Lo llevaron a una fábrica deshabitada, detrás de un basural. “¿Para cuando la guita?, ¡ya nos cansaste!”

“No pude encontrar nada. No se puede robar hay muchas cámaras…” dijo Ezequiel al que le habían atado las manos.

“De eso nos encargamos nosotros. Pasanos la clave” dijo uno de los cuatro que lo habían agarrado y que parecía ser el líder de la pandilla.

“¡No la tengo!”, dijo Ezequiel.

Como respuesta le dieron un golpe de puño  que lo tiró al suelo. Otros dos se le acercaron y le pegaron patadas en el estómago.

“Apurate, estúpido” dijo uno.

“A ver si por lo menos tenés algo acá”. Le sacaron todo lo que tenía en los bolsillos: “Documentos, números de teléfono, boleto de cospel…

“Ah, Ah… ¿Qué es esto? ¡Un número de siete dígitos! ¡No podés ser tan gil!, ¡muchas gracias!” dijo uno de los tipos.

“Así que no tenías la clave, ¿eh?...”, le dijo y le pegó una patada en la espalda.

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“Debería haberme ido a Bogotá…”. “Bogotá”, “el tío”, “la sorpresa de verlo”, “¡el número de teléfono!”. Fueron pensamientos que, asociados, lo llevaron a ése último, que habría de marcar su destino próximo. Buscó entre sus cosas y halló el papelito con el número. Fue hasta la cabina del kiosquito que siempre estaba abierto, se despidió de Gise-la con un abrazo intenso “Voy a resolver esto”, le dijo. “Chau morocha linda, nos veremos”. Gisela se quedó observándolo, mientras su fi gura se desdibujaba en la oscura calle del mítico barrio San Vicente.

“Oye no te escucho nada, ¡estoy de rumba!” dijo el venezolano.

“¡Necesito hablar con vos!, grito Tomy: “¡Soy Ernesto Zelaya!”

“Ah, vale… Ahora sí, ¿te parece bien mañana en el bar de la esquina de tu casa?”

“¡No!” dijo Tomy. ¿Conocés el Patio Olmos? Te espero ahí en la entra-da, voy a llevar una remera roja y jeans azules”.

“Nos vemos, entonces” le contestó Luis. Conseguir un colectivo a las 3 am no es tarea fácil, pero llegó finalmente. Mientras viajaba observaba la fisonomía de su querida Córdoba, donde conoció el primer amor.

Ambos muchachos se encontraron y se quedaron sentados sobre la fuente frente al Patio Olmos, lugar de tantos encuentros, reencuen-tros y desencuentros.

“Esto es para ti”, le dijo el otro joven mostrándole el sobre lleno de dinero. “Te lo manda tu tío, dice que hagas lo que te plazca pero que él desea verte allí, en Bogotá”.

“Sí, ese es mi destino” dijo Tomy, guardándose el dinero debajo de la ropa. Era todo lo que tenía en el momento: un fajo de billetes.

Al día siguiente, Gisela fue a la casa de Mariano.

A la noche, ya se habían enterado todos de lo del robo y, claro, por el testimonio de las cámaras, del presunto culpable.

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Surcando las nubesHoy me preguntépor qué el fi nalde nuestra historia es triste.Y, si alguna vez, te encontraré,si será bueno vertey saber si esta canción sólo es el adiós que se llevólo bueno de este amor. (27)

Llegaba de hacer unos mandados cuando sintió el acero del fi lo de la pistola que lo presionaba por la espalda, mientras el extraño, con la otra mano, le atravesaba el cuello tirándolo hacia atrás: “Quedate pio-la y hacé lo que te decimos. Si no te vuelo la cabeza”.

Éste sujeto y otros dos lo obligaron a entrar a la casa por la puertita del fondo (como siempre lo hacía para ir hasta el cuartito de las he-rramientas donde dormía).

El guardia y la cocinera no estaban aún enterados de nada.

El plan, para los maleantes, estaba saliendo brillante.

“Mirá: tu amiguito nos pasó la clave de la caja fuerte. Vos ahora la vas a abrir o te juro que te mato”.

El frío del revólver se apoyaba ahora sobre su sien y parecía haberse detenido el paso del tiempo para él por la conmoción de estar vivien-do semejante pesadilla.

Como un autómata, Tomy atravesó el gran comedor y se dirigió hacia el pasillo. “Antes de que lo moliéramos a golpes, el otro pibe nos dijo que la caja estaba atrás de un cuadro en un pasillo…”. Ese era el cua-dro más grande que Tomy conocía y que, por azar, había descubierto merodeando un día por la casa, cuando recién llegaba.

27 Fragmento de la letra del tema “Sé que ya no volverás” de Diego Torres. 

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Los tres tipos lo obligaron a Tomy a correrse de lugar y se encontra-ron con lo que buscaban: la caja fuerte.

Desde el lugar donde lo apuntaban con sus armas, a los maleantes no los capturaban las cámaras de seguridad, sólo a él.

Tomy sintió un sudor frío que le corría por el pecho. “No te estamos jo-diendo, te vamos a reventar los sesos. A tu amigo lo dejamos tirado en el piso hecho pelota. Lo tuyo va a ser peor, no vas a vivir para contarla…”

Tomy observó de reojo la expresión de uno de los tipos. Los tres tenían armas, pero el más grandote era el que comandaba todo, le parecía. Tenía un tatuaje enorme en el brazo,los ojos rojos llenos de furia y decadencia, como si estuviese bajo los efectos de algún aluci-nógeno. Comprendió que era capaz de todo.

Le dictaron los números. Los marcó. Sacó la plata en varios fajos. Se las dio: $300.000.

Después vino un mareo, una sensación de confusión, de enajenación.

No comprendía lo que pasaba.

Los malhechores lo siguieron hasta la puerta de entrada, atravesa-ron el enorme jardín. Vigilando cautelosamente que nadie los viera. Como si fuera un propósito del destino, nadie vio nada.El guardia, justo ese día, tenía franco. La patrulla de la cuadra estaba ocupada con un incendio en un comercio de pirotecnia cercano. Amanda co-cinaba un guiso de lentejas, canturreando una canción norteña, sin imaginar nada.

Los bandidos se inmiscuyeron rápidamente, por el mismo lugar por donde habían entrado.

Tomy se quedó congelado frente a la caja fuerte. El instinto de super-vivencia le dijo que debía huir. Guardó sus pertenencias en un bolso maltrecho y se fue. Sin mirar atrás.

Mientras caminaba empezó a comprender: Él ya no era la víctima sino el victimario. Las pruebas lo mostrarían como un ladrón.

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Él, en apenas unos instantes, se había convertido en algo terrible, en la persona que alguna vez fue y prometió jamás ser: un bandido.

La gente, afuera, parecía no advertir que su mundo se derribaba.

Caminó varias cuadras sin rumbo fi jo, escapando, queriendo escapar mejor dicho, de lo que era su vida en ese momento.

Llegó a la casa de Gisela: abatido. Ya era de noche y ella recién salía de trabajar en la peluquería de la tía.

Apenas lo vio se dio cuenta de su profundo sufrimiento y lo abrazó.

Entró a la casa de su amiga, se sintió un sillón, tomó un sorbo de agua, suspiró y allí le contó todo. Aún cuando lo relataba le parecía increíble, no terminaba de asumirlo.

Ella lloró sobre su hombro y el sintió un dolor en el pecho: era la an-gustia que parecía perforarlo.

Gisela y su madre, le prepararon una especie de camita en un sillonci-to viejo y todo agujereado: “como en los viejos tiempos”, pensó, recor-dando su guarida en la galería del centro.

Ahí pasó la noche. Mirando al techo fi jamente, armando fi guras con las manchas de humedad. Sin poder conciliar el sueño.

Gisela tampoco podía, cuando se quiere mucho a alguien sus emo-ciones se nos transfi eren por entero. A ella le aquejaba el mismo sen-timiento de tristeza que a él.

Se levantó a medianoche y volvió a abrazarlo, dándole unas palma-das fuertes en la espalda, como era típico de ella.

Tomy le dijo algo que venía pensando mucho, rumiando en la cabe-za: “Lo peor de todo es que ella va a pensar que soy un ladrón…”.

Gisela nunca fue una excelente alumna, pero era más que inteligente: Bastaron esas palabras para entenderlo todo.

“Quedate tranquilo. Ella no va a pensar eso”, le dijo y le acarició el rostro.

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Argentina y ColombiaEzequiel, cuando se cercioró de que sus captores estaban ya muy lejos, se las ingenió para desamarrarse la soga que ataba sus manos.

Le dolía todo el cuerpo. Con mucha difi cultad echó a caminar. No sabía dónde estaba, pero sabía a dónde tenía que llegar.

Después de andar varias cuadras se orientó y tomó un colectivo urbano. Los pasajeros lo miraban con los ojos desorbitados y se cu-chicheaban cosas por lo bajo: Tenía un aspecto terrible, de la boca le sabía a sangre y sentía la usencia de una muela inferior.

Terminó por fi n su odisea y llegó a la casa donde creía que aún vivía su amigo Tomy.

Le preguntó al guardia por Sr de la casa y éste lo dejo pasar, pero ac-cedió al diálogo con su empleado observándolos de cerca.

“Tengo que hablar algo muy importante con usted, señor” y le tendió la mano: “Soy Ezequiel…”.

Christopher escuchó todo lo que el joven tenía para decirle. Aman-da, que estaba cerca de allí, atinó a comentarle a su patrón que, en verdad “Si usted vio las grabaciones no podrá dejar de reconocer que el chico (por Tomy)parece aterrado y que mira en un momento hacia un costado, claramente, mostrando que alguien está junto a él obligándolo a actuar.” Para Amanda era imposible concebir que ese chico que ella adoraba casi como si fuera propio fuese capaz de semejante acto de maldad en el lugar donde lo habían acogido.

El señor se quedó pensativo, volvió a mirar las cintas: una y otra vez… y luego asintió con la cabeza. La verdad es que sentía mucho aprecio por Ernesto y le costaba encasillarlo como un traidor, un ladrón.

“Pero si es así, hay que encontrar a los verdaderos culpables. Tengo que llamar a la policía”.

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“¿Qué hacés acá?”, ¡fl or de turro resultó ser tu amiguito!” le dijo Maria-no a la chica cuando la vio.

“¡Callate!, ¿confías en mí o no?”, le dijo. Se lo preguntó mirándolo a los ojos.

Gisela le contó todo y él le creyó, aunque las “pruebas” se contradi-jeran con su relato éste se impuso: por el cariño que Mariano tenía hacia Tomy y porque amaba a Gisela.

“Necesito hablar con tu hermana”. “¿Para qué?” dijo él. “Después te explico”…

Cheny estaba desolada llorando en su cuarto. Gisela le dijo “Tenés que saber algo…”

“Ya sé que él es inocente” dijo ella: “Nunca dudé de eso”.

Gisela le contó todo a ella. Y además le avisó que, antes de venir a la casa, se lo había cruzado y le había dicho que el vuelo partía para Bogotá a las 10 pm… del día anterior.

Cheny se encerró en su cuarto sin decir nada, mirando la ventana apretujándose los labios para no llorar, pero como en cascada fueron cayendo sus lágrimas por el rostro.

Las experiencias difíciles de la vida lo hacen a uno, interiormente, tener más años de los que marca el tiempo cronológico. El tiempo de las sen-saciones es más fuerte, es el que marca la intensidad de lo vivido.

Ellos eran en ese momento dos adolescentes, pero eran más que eso. Eran dos personas con huellas muy profundas en el alma sabiendo que iban a amarse más allá de lo que depararan las circunstancias  del futuro.

Cheny cerró los ojos, pensando en él y Tomy hizo lo mismo. Ambos se imaginaron un abrazo intenso, y trataron de consolarse sus heridas por un instante de fantasía.

Pronto, ambos cayeron en conciencia de su penosa realidad.

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El reloj del aeropuerto, parecía haber aumentado sus dimensiones, era el único lugar en que la mirada de Ernesto podría concentrarse, mientras pensaba cuándo llegaría el vuelo que lo apartaría de su querida Córdoba y de Cheng.

La distancia marcaría de allí en más sus días, sus horas y segundos.

Un rato después él iba surcando las nubes, pensando en ese “fi nal” tan triste para los dos .

Pero en el fondo sabía que eso no era un fi nal. Sí, el comienzo de algo nuevo…

Casa de Cheng, Barrio Cerro de Las rosas, Córdoba

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Hoy, después de muchos años, se dice que están convertidos en dos enormes rocas encantadas, visibles desde la carretera central del Huila, ambos mirando hacia el cielo…”, le comento Cheny (29).

“Si la conozco, es muy famosa aquí y además vos sos tan linda como esa reina, que salió de una nube…” le dijo Tomy.

Ella también despertaba en él su dulzura y ¡quien lo hubiera dicho! hasta un poeta.

29 Hace muchísimos años el Cacique Tairón, vecino de los Michúes (antigua tribu del territorio actual de Colombia) hacia sus rituales a los dioses. En uno de ellos, apareció de repente una nube que esparcía rayos de mil colores y en su seno viajaba una mujer muy hermosa. Tairón y su tribu cayeron de rodillas, lanzando exclamaciones y gritos de alegría, pues creyeron que era una señal de protección y buen augurio para su pueblo. La dicha aumentó cuando la deslumbrante dama le entregó a Tairón y a su tribu una tierna niña y las instrucciones precisas para criarla y forjar su futuro. Los Taironas dedicaron toda su atención y esmero a la crianza de esta hermosa criatura a quien llamaron Mirthayú y la eligieron como su única reina. Mirthayú se convirtió en la adoración de los Michúes por su belleza, personalidad y el amor que manifestaba hacia su tribu. Pero un día llegó un gigante llamado Matambo, que se encargó de sembrar el terror en la tribu de los Taironas. Ellos, ante aquella amenaza, recurrieron presurosos a su reina y le suplicaron que interviniera ante el inminente peligro. Mirthayú se enfrento al gigante y éste al verla quedo hipnotizado por su belleza. Entonces, inclinó reverente su cabeza ante la reina y le pidió disculpas por el atropello que estaba cometiendo contra los suyos. Así todo volvió a quedar en paz armonía. Entre Mirthayú y Matambo nació una amistad que después se convirtió en amor. Juntos resolvieron viajar al macizo colombiano, guiados por el hilo brillante formado por las aguas del rió Guacacalló, hasta llegar a su nacimiento. Al regresar, el gigante tuvo que enfrentarse a la tribu de los valientes Michúes, quienes se opusieron a que Matambo cruzara por sus predios. Para evitar que algo le pasara a su amada, Matambo le pidió que se alejara hacia los cerros del oriente para que desde allí observara su triunfo o su derrota. Sin embargo, desde lejos, Mirthayú vio como miles de Michúes atacaban a su amado. La pelea terminó cuando el gigante cayó estruendosamente al suelo. Mirthayú desesperada intentó prestarle ayuda y le pidió apoyo a su jefe Tairón, pero todo fue en vano. Sin embargo, hoy, después de muchos años, se dice que Mirthayú y Matambo están convertidos en dos enormes rocas encantadas, visibles desde la carretera central del Huila, ambos mirando hacia el cielo y eternamente juntos. Ver: http://www.todacolombia.com/folclor/mirthayu.html

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“No, señor –dijo Eze- perdóneme, pero éstos no pueden hacer nada. Estas personas son una mafi a muy organizada. Yo tengo muchos da-tos de éstos y puedo ayudar a encontrarlos…”

“¿Por qué habría de confi ar en un muchachito como vos?”, le pregun-tó mirando de arriba a abajo su aspecto desaliñado.

“Porque los conozco de cerca. Y si estoy acá y así (se señaló el cuerpo magullado por los golpes) es porque sé que con un llamado usted puede encerrarme en la cárcel, pero he asumido cualquier peligro para salvar a mi amigo. Él es inocente”.

A la noche el señor Thompson pensó mucho en lo ocurrido. Antes de irse a dormir la vio a su hija sentada en un sillón de la sala, con los ojos hinchados y llorosos.

“¿Es por Tomy?” preguntó. Ella asintió con la cabeza.

Amanda entró a la galería e interrumpió el momento íntimo entre padre e hija. “Tengo algo que decirle, señor…”. Venía con un enorme palo de amasar en la mano.

El seguro cubrió el 50% del dinero robado. Los policías constataron que había alguien más que Ernesto dentro de la casa y que habían roto el resto de las cámaras de seguridad con un objeto contunden-te… un palo de béisbol… o tal vez un palo de amasar y era proba-ble que el muchacho hubiera sido amenazado por sus captores”.

Mariano se lo contó a Gisela y éste a Tomy que recién, desde Bogotá, pudo sentirse un poco más aliviado de semejantes tensiones y de so-brellevar la pesada carga de su nombre injustamente manchado.

En Colombia, Tomy se encontró con la calidez de su tío (quien, por cierto, le pidió sinceras disculpas por la actitud de su ex esposa) y con su nueva mujer, Helena.

Probó los platos típicos. Anduvo por la Catedral de Sal de Zipaquirá, la Plaza de Usaquén, el Museo del Oro del Banco de la República.

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El anfi teatro adquirido para el espectáculo de su tía (mujer dueña de una considerable herencia paterna invertida en su amor al arte) era precioso. “Es un show maravilloso. Hay danza, teatro, números circen-ses…” comentó Helena.

Tomy se vio deslumbrado por el sitio. Era mejor que lo que pudo haber imaginado alguna vez en sus sueños de ninño, mientras hacía malabares en lo semáforos y llegaba a recibir uno que otro billete entre tantas monedas, de parte de los conductores.

Helena le presentó a todos los miembros del espectáculo. En especial le cayó muy simpática María, una chica menudita y de una hermosa sonrisa que desde el primer momento lo guió en todos los aspectos de la presentación y le ayudó a insertar su número en ésta.

Tomy, de apoco, fue sanando de todas las heridas de lo acontecido últimamente en casa de los Thompson.

Después del dolor le quedaba la bronca hacia ese lugar en donde fue tan injustamente lastimado y difamado. Pero aún pensaba en Cheny, en su sonrisa, sus palabras “raras” y especialmente en sus ojos negros brillosos.

Un día su tío le dijo: Te llamó una chica, quiere hablar con vos. Dice que es muy importante.

Obviamente pensó en Gisela. Pero se sorprendió mucho al escuchar la voz de Cheny… “¡Hola!”, “¿cómo estás?…”

Conversaron mucho. Bastó escucharla para despertar en su corazón todas esas sensaciones que ella le provocaba: Cariño, ternura, inquie-tud… amor.

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Ahí, pero dónde, cómo“A vos que me leés, ¿no te habrá pasado eso que empieza en un sueño y vuelve en muchos sueños, pero no es eso, pero no es solamente un sue-ño? Algo que está ahí, pero dónde, cómo; algo que pasa soñando (…) pero ahí mientras te cepillas los dientes, en el fondo de la taza del lavabo lo seguís viendo (…) prendido todavía al piyama, a la raíz de la lengua mientras calentás el café…” (28)

Fueron meses que intentaron sobrellevar la distancia, eso que se de-vora los rostros de los seres queridos, sus gestos, sus actos cotidianos, los olores de la piel, los perfumes, las miradas cómplices, las maña-nas, las tardes o las noches compartidas, las trivialidades que son lo más profundo de la vida: porque de esos segmentos recopilados está formada nuestra existencia.Son esos momentos más nimios compar-tidos con los demás los que, al fi n y al cabo, colman nuestros días, los que a veces nos dan tristeza, pero también nos llenan de inmensa felicidad y, a veces, ni nos damos cuenta.

¿Cómo enfrentar la distancia?

Ella lo telefoneaba los fi nes de semana, en que era más bajo el costo del llamado internacional.

Su padre era un nombre muy adinerado, pero les asignaba una pe-queña mensualidad a sus hijos. Quería que éstos supiesen el valor del sacrifi cio, cómo él, que antaño había sido muy humilde.

En esas conversaciones se relataban todo lo sucedido en la sema-na. Ella era muy dulce con él, era una parte del corazón sensible de Cheny que se mostraba cuando hablaba con Tomy.

“Ayer, en el colegio me hablaron de la leyenda de Mihrtayu y el gigan-te, ¿la conocés? Es de origen colombiano. ¡Cómo sobrevivieron a ese amor después de la muerte! Me hace pensar en vos, en nosotros…

28 Fragmento del cuento “Ahí, pero dón, cómo” de Julio Cortázar.

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El 28 de agosto, el cumplió 18 años. Ella lo llamó y lo felicitó. Como sorpresa le cantó un tema: 

“Me lo encontré una tarde, con malabares formaba destellos. Llevaba puesto un jean y una cajita amarilla en el pecho.

<¿Qué vas ha hacer?> Me preguntó sonriendo. yo pensé. Empezamos a hablar y mojamos los sueños. Luego reí y rompimos el hielo, encen-dimos los ojos, como aurora que encandila al cielo…” (31 )

Le quedó grabada es voz tan hermosa con esa melodía encantadora. Se le quedó en el pensamiento y cuando estaba contento la tararea-ba por lo bajo. Aún varios años después… 

Mariano siguió visitando a Gisela con las facturas cada miércoles de la semana. Como ella no tenía buen humor a esa hora, generalmente lo atendía con un gesto de reprobación.

Pero después lo dejaba entrar y ambos reían mucho… de cualquier cosa. Esos mates suyos le sabían tan dulces como la miel a él.

Un día él le dijo:  “Me peleé con mi viejo”“Uh, qué bajón, che”, contestó Gisela: “Vamos a bailar un rato y te vas a poner mejor”.

Prendió el grabadorcito viejo de arriba de la cómoda y puso un cas-sette de La Mona.

Luego puso las manos de él sobre su cintura y le rodeó los brazos alrededor de su cuello. “Ahora mové el pie izquierdo adelante”, le dijo. Él, que no tenía mucha coordinación, movió el derecho y le piso apenas el pie de ella, que estaba descalza. “Ey… ¡para pibe, no seas bestia!” comentó riendo.

“Bueno, yo prefi ero el rock. No sé mucho de cuarteto”.

31 Es una versión modifi cada por Cheng del tema “La Hormiguita” interpretado por Juan Luis Guerra.

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“Me gustaría escribirte una carta” dijo él un día. “No, mi papá no dejaría que yo la viera”, le contestó ella afl igida. Él ve primero todas las cartas que llegan. Sabe que yo estuve muy mal cuando te fuiste y no quiere que sufra más, pero en cambio, podés mandarme un mail”

Él de él fue el primero:

De: [email protected]: [email protected]: ¡Hola linda!

El chico del ciber me ayudo a hacer esto, mi cuenta. Era muy difi cil para mi solo. ¡Oye, tengo algo muy grasioso para contarte! El otro dia me anote en un curso de coreano que dan aca en bo-gota. Fui a la primera clase y escuche atentamente todo lo que la señora profesora tenia para enseñarnos (no entendi mucho…). Cuando dijo: ¿ay alguna duda? Yo levante la mano y pregunté: ¿Como se dice te amo en coreano? La mujer y el resto de la cla-se se rieron mucho. ¡Fue horrible!

Este fi n de semana estuvimos en la isla del rosario en cartage-na. Mientras miraba el mar en un día un poco nublado, recos-tado sobre una piedra, pense que estabas a mi lado: con tanta intencidad que realmente senti que podia tomarte la mano y llebarte a ver las olas.

Un abraso y un beso muy largo.

Tomy.

PD: perdon por mis errores de hortografi a, como siempre

Después siguió el de ella:

De: [email protected]: [email protected]: De todo un poco

¡Cómo me hubiera gustado ir a la playa! Acá ya estamos, como siempre a fi nales de abril, en periodo de los primeros exámenes. Por cierto, ¿cuándo vas a retomar tus estudios?

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El otro día yo estaba sentada en el banco de la plaza y pen-saba mucho en vos… Esperaba verte entre medio de la gente que pasaba por ahí. Venir hacia mi banco y sentarte conmigo, como ese día. Con esa sonrisa tan sincera y cálida.

El otro día, Efraín tenía que hacer de árbol en una fi esta del colegio. Yo le armé el disfraz con un cartón forrado de verde y le pegué manzanitas rojas. ¡Estaba hermoso!Se tomó muy en serio su papel porque le dijeron “no te mue-vas”. Así que terminó la obra y todos bajaron del escenario menos él, que se quedó paradito a un costado. Mariano tuvo que subir a buscarlo.

Estuvo un buen rato enojado por cómo nos reímos todos de eso. Pero después se le pasó. Esa noche, a pedido de él, ar-mamos la carpa grande y fuimos los cuatro al jardín. Nos di-vertimos mucho. Ah, desde que está muy amigo con Gisela, Mariano ha cambiado mucho. Está como más maduro y a ve-ces lo veo reírse solo. ¿Qué pasará entre ellos?El otro día estaba lloviendo a cántaros y yo salía de gimnasia. Un perrito todo mojado me siguió. ¡Sabés cómo me gustan los animales! Lo metí adentro de mi campera y me lo llevé a casa.

A papá no le gustó nada, pero tanto insistí que dejó que se quedara. ¡Le puse Tomy! Porque tiene los ojitos color almen-dra, como vos. Yo le digo “Tom” (para que no se note tanto que es porque aún pienso…en vos).

Yo también te mando un abrazo y un beso muy largo.

Cheny.

De: [email protected]: [email protected]: Un poco de todo

¿¿ Le pusiste mi nombre a un perro?? Como ubiera querido estar mojado y que me llevaras en brasos hasta tu casa…

¡Que grasioso lo de Efraín! Pobre. Me imajino lo que se divirtie-ron en ese campamento, todos los hermanitos Thompson juntos.

Mariana Valle

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Ahora, precisamente, me inscribi aca en un acelerado para se-guir los estudios. ¡perdon por mis errores de ortografi a, profe!

No se que pasa entre Gisela y Mariano. Ella no me ha dicho nada. Vaya a saber en que andan esos dos.

Te cuento que la presentacion de ayer estubo muy buena, mi tía compro unas bolas transparentes que refl ejan todos los colores del arcoiris y yo hice malabares hasta con siete de ellas.

El publico me aplaudio. No me dieron monedas, pero igual me gusto mucho ¡como me hubiera gustado que estuvieras ahí!

PD: No se lo digas a nadie: Te amo.

Tomy.

Esos intentos de sobrellevar la distancia duraron 10 meses. Pero era más que difícil. 

Un día de agosto Tomy le hizo una broma a Cheny.

Ella, como siempre, le habló con mucha ternura. Él, le dijo en tono cortante: “Bueno… me tengo que ir porque estoy esperando un lla-mado muy importante de una chica, del elenco…”

“Ah, bueno. Perdón –dijo ella notablemente ofuscada-. Está bien no te interrumpo más.” Y acto seguido le cortó el teléfono.

Él se divirtió mucho con su fastidio y sus celos. Recobrar eso era aproximarse más a ella. Sentirla más cerca y completa.Después le mandó un mail y le explicó que era una broma… “No me parece gracioso, ¡ (30)! ”, le respondió notablemente enojada aún cuando hablaban por teléfono. “¿Y lo del fi nal fue un insulto, no?, ¡esta vez acerté!”, dijo él riendo: “Sé mucho de coreano”.

¡Cómo le gustaban esos enojos suyos! e imaginarla con las mejillas encendidas tratando de derribarlo al piso.

30 Signifi ca algo así como “tonto” en coreano.

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Físicamente, era bastante pequeña de altura, muy fl aquita y huidiza, como los gorriones.

Tenía la piel morena, los ojos marrones claros y una hermosa sonrisa. Se podría decir que su belleza era común, pero si se trataba con ella aparecía un aura especial. Algo que la hacía diferente del resto: esta chica volaba en verdad.

Desde que lo conoció a Tomy se hizo amiga de él y lo ayudó a incorpo-rarse a la obra de su tía política Helena. Era una idea de la señora que conjugaba el espectáculo circense con el teatro. En ese momento esta-ban haciendo Sueño de una noche de verano (33) de William Shakespea-re cuyo mundo fantástico se acoplaba muy bien a la idea original.

El día anterior, María probaba trucos sobre la cama elástica y lo invitó a Tomy. Ambos saltaban cuando él, inexperto, cayó sobre ella y ésta, imprevistamente, lo besó.

María no pensaba en las cosas, las hacía por impulso. Para ella el beso no signifi có nada más que una muestra de cariño hacia un amigo.

Tomy se sintió un poco perturbado esa noche, porque sentía que había hecho algo malo. Y pensó que lo mejor era contarle a Cheny.

Cuando se quedó dormido soñó que ella lo esperaba en la plaza Co-lón, como aquella vez que lo cautivó mientras leía un libro. En ese espacio onírico, pero a la vez tan realista, él llegaba, le tomaba el ros-tro y le besaba dulcemente esos labios, “suaves como las uvas”, diría Neruda.

Y de pronto se daba cuenta que ambos estaban suspendidos en el aire, mirándose a los ojos, tratando de tomarse las manos desespera-

33 Sueño de una noche de verano es una comedia romántica escrita porWilliam Shakespeare alrededor de 1595.sus temas principales son el sueño, la realidad y la magia. Lo fantástico está presente a través de la recreación del mundo de las hadas.

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No obstante, con gran esfuerzo aprendió una pequeña rutina y la hizo dar vueltas varias veces hasta que ella, ya un poco mareada, se cayó sobre él y éste, como arrastrado sin pensar por la emoción del momento, avanzó un poco hacia ella y le rozó los labios.

Súbitamente, ella cambió su expresión y sacó el cassette. “Ya es tarde, me tengo que ir a cambiar”.

Él un poco avergonzado, le besó la mejilla suavemente y fue hacia la puerta. 

Mientras caminaba se reprochó mucho no haberle dicho nada.Las siguientes semanas los dos hicieron como si no hubiese pasado nada. Pero él no podía evitar pensar en ello a cada momento y cada vez se acrecentaba más su amor hacia ella.

Hasta que un día pasó por azar frente a la puerta de su casa y la en-contró obsequiando esos labios que le había negado a un descono-cido. “Ni siquiera parece sentir amor por este tipo…”, pensó él. Con el tiempo comprendió la psicología de Gisela.

Ese miércoles no fue a su casa, pero el jueves siguiente ella, increíble-mente para él, fue a la suya con una pastafl ora en la mano. 

Se sentaron en un banco del jardín junto a una mesita ratona. Sus ojos, diamantinos, de tristeza le decían que estaba sufriendo.

“Ayer murió mi abuela…” le dijo Gisela, mientras se refl ejaba no muy decorosamente una mano por los ojos llorosos.

Él la abrazó y le acarició el pelo.

Extrañaría de su abuela el olor a azafrán de sus guisos de arroz, sus recomendaciones constantes, los recurrentes “olvidos” (de sus gafas, de sus pastillas, de las llaves), su forma de hacer el mate, con mucha peperina y otros “yuyitos”.

“Ahí, pero dónde, cómo”. Cuando alguien se muere, nos lo encon-tramos en cualquier momento: en la esquina de nuestra casa, en el colectivo, al pasar por un árbol fragante de olor a campo y recordar

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un veraneo con esa persona, en un frasco de colonia inglesa con su perfume preferido.

Son los recuerdos los que arrastramos.

“Ahí, pero dónde, cómo”. La distancia también es una forma de ausen-cia, más leve que la muerte, pero que también causa un dolor  agudo.

Cuando un ser querido está lejos, tenemos de él/ella sus palabras, importantísimas sí, porque estamos hechos de lenguaje: es a través de éste que nos formamos una imagen de nosotros mismos y del mundo y que ese mundo y los demás nos devuelve una mirada sobre nosotros mismos.

Pero también hay otras cosas. En cierta forma los seres distantes nos acompañan como fantasmas. Porque no pueden estar en presencia e imaginamos sus actitudes, sus respuestas, ante tal o cual cosa que nos pasa, acarreamos sus recuerdos y pretendemos, omnipotente-mente, que éstos pueden reemplazarlos.

Es una barrera mucho más delgada que la muerte, pero es al fi n y al cabo una barrera.

A Cheng y Ernesto, jóvenes y enamorados, se les hizo difícil sortearla.

El último día de octubre ella lo llamó por teléfono. “Tengo que hablar con vos”, dijo con un dejo de tristeza y perturbación. “Yo también”, dijo él…

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No dejes que el viento nos arrastre“Entre mi amor y yo han de levantarse trescientas noches como trescientas paredes y el mar será una magia entre nosotros. No habrá sino recuerdos. O tardes merecidas por la pena, noches esperanzadas de mirarte, campos de mi camino, fi rmamento que estoy viendo y perdiendo... Defi nitiva como un mármol, entristecerá tu ausencia otras tardes” (32)

Tomy empezó a hablar:

“Tengo que decirte que… una chica me besó. Y me siento muy mal por eso. Pero tenés que confi ar en mí, ese beso no hizo si no hacerme saber aún más cuanto te amo. ”

María provenía de una familia circense. Es común que esta peculiar vocación artística se transmita de padres a hijos. Ella y su hermano comenzaron a practicar la acrobacia aérea con sogas desde que te-nían 6 años y 8 años respectivamente, junto a sus padres.

Estar con un arnés en el cuerpo suspendida en el aire le daba infi nita sensación de libertad, era una sensación semejante al vuelo de una gaviota sobre la infi nidad del mar.

Tenía tal destreza para este acto que cuando Tomy la veía hacerlo le parecía que era una mariposa, con ese traje enterizo lleno de colores brillantes.

Todo en ella era espontaneidad y sencillez. Tenía una risa cantarina, como el gorgojeo de las aves más dulces.

32 Poema “Despedida” de Jorge Luis Borges en Fervor de Buenos Aires.

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“Entonces tomémonos un tiempo. Pensemos. Tratemos de vivir nues-tras vidas el uno sin el otro (ella lo decía, pero a la vez pensaba que era imposible. Porque todo a su alrededor estaba impregnado de él)”

“¡No!”, exclamó él negándose a esa idea: “No dejes que el viento nos arrastre…”, le imploro aún conmovido por ese mágico sueño, que había tenido el día anterior.

“Por favor”, dijo ella.

Él, que ni siquiera terminaba de comprender del todo, porque estaba sumido en una marea de angustia, temor y confusión, permaneció mudo, hasta que cortó el teléfono.

Ella salió del locutorio con un nudo en la garganta. Las gotitas empe-zaban a mojar las veredas.

Las cuadras se le hicieron eternas bajo la lluvia y con su dolor.

Llegó a su casa, subió a su cuarto y lloró. Después suspiro, como sin necesitara darse un alivio de tanta pena.

Él fue a su pieza. Tomó el papel con el sueño escrito.

“No dejes que el viento nos arrastre”, pensó y lo hizo añicos.

Se acostó apesadumbrado y desesperanzado mirando los pedacitos de papel. Estaba profundamente enojado: contra todos, con él mis-mo, con ella, con el destino. Después todo eso se convirtió en pena y en nostalgia…

El tiempo pasó: los meses, el primer año, el segundo, el tercero.

7 años sin tener contacto.

Era una ausencia que no excluía la presencia. Porque la recordaba a cada instante, en cada cosa. En el rostro de otra persona con los gestos parecidos a los suyos, en cada objeto relacionado a la cultura oriental, en el profundo peso de la palabra “A-R-G-E-N-T-I-N-A” y ni que hablar de “C-O-R-E-A”.

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damente, pero arrastrados por un vendaval que se los impedía. Y sus labios se apartaban cada vez más de los de él, sentía un susurro ema-nar de su boca, pero no podía descifrar las palabras extrañas de ella. Tal como si fuesen Paola Y Francesca, descriptos por el Dante Alighieri en su célebre Divina Comedia (34).

Cuando se despertó era todavía de noche. Prendió la luce cita del velador y anotó en un papel todo el sueño, porque le pareció mágico y hermoso:

“No dejes que el viento nos arrastre: quiero seguir be-sándot e hasta el amanecer…”, escribió.

Ella, el día anterior, se peleó con su padre. Christopher tenía un gran corazón pero era muy severo con sus hijos, como lo habían criado a él. Quería para ellos lo mejor.

Miró el boletín de califi caciones de su hija con el ceño fruncido: “¿Un 6 en matemáticas? Has bajado mucho tu promedio, que siempre supo ser de 9… Ahora es de 8, 50…”.

“¿Nunca soy buena para vos?, ¿nunca es sufi ciente?”, le dijo y se mar-chó muy triste de la sala hacia su cuarto.

Como Christopher trabajaba mucho. Los cuatro reclamaban su aten-ción y buscaban su aprobación constante. Sobre todo Mariano y ella, que habían sido adoptados de grandes y que tenían cierto temor a

34 Están en el segundo cerco (o círculo) del infi erno que visita Dante. Fueron condenados por la lujuria. Paolo (o en algunas versiones Pablo) era el bello hermano de Giovanni y estaba casado. Fue a pedir la mano de Francesca (o en algunas versiones Francisca) para Giovanni, pero se enamoró de ella y se volvieron amantes. El padre de éste los mató. Su pena en el infi erno (la ley del “contrapeso”) era ser arrastrados por el viento, mirarse y no poderse tocar: “Esos a quienes los vientos acometen/los pecadores son, torpes, carnales/que al apetito la razón someten/ Que como al estornino, a desiguales/vuelos obliga el tiempo no propicio, / así los lleva en surcos eternales”. Ver: Alighieri, Dante. Divina Comedia. 2004. Losada, Bs. As. Pp28.

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ser rechazados porque llevaban más a fl or de piel las heridas de sus vidas: temían más al abandono.

Ella se esforzó desde el primer momento en que fue adoptada en agradar a su reciente “padre” con sus buenas notas. Él comentaba orgulloso ante los demás ese excelente desempeño.

En 5 años aprendió a la perfección un idioma nuevo: el español.

Sus padres se instalaron en la Argentina-más precisamente en Córdo-ba- con su abuela paterna, desde que ella tenía 6 años. La economía de Corea del Sur no iba bien y desearon probar suerte en este país, apostaron todo sus ahorros en ello y se pusieron un pequeño local de ropa en la calle San Martín.

Y la verdad, es que les fue bastante bien hasta que llegó la desgracia.

La abuela, como era muy trabajadora y para ampliar los recursos de la familia, se empleó en la casa del señor Thompson como mucama, que en ese entonces estaba casada con una bella mujer de la que se divorció luego (después de adoptar a Lisi).

Un frío día de Julio entraron dos hombres a local. Cheny estaba con su maestra particular (tenía entonces 8 años).

Los señores Lee estaban solos. Los maleantes sacaron un arma y los amenazaron. Les sacaron la llave del negocio y cerraron la puerta. Uno le pidió todo el dinero al hombre (quien manejaba la caja), mien-tras el otro revolvía entre las prendas de ropa y guardaba todo en un bolso. La señora, pálida del susto, apretujaba un talismán de la buena suerte sobre su pecho.

El señor Lee, temerario, intentó agarrar el teléfono debajo del mostra-dor. El ladrón que lo apuntaba tuvo el súbito pensamiento de que era un revolver lo que buscaba. Le disparó a él y a su esposa.

Cheny vivió dos años con su abuela, quien siguió trabajando en la mansión de los Thompson y vendió el local que le recordaba a la infa-mia y la tragedia a otra familia de inmigrantes coreanos.

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Cheng acompañaba siempre a la señora Lee, cuando no estaba en el colegio, y se portaba muy bien, dando señales de su inteli-gencia, respeto y buenos modales. El señor Thompson le tenía un gran cariño.

Dos años más tarde su abuela murió de una afección cardiaca, preci-pitada por tanta tristeza, seguramente.

Christopher no dudó en hacer todos los trámites de adopción de la niña (instando a su esposa a colaborar con esa empresa) para quedar-se con esa hermosa nena: la primer “hija del corazón”. Después vino Lisi, unos meses más tarde. Y su mujer lo dejó criando dos hijas (y dos hijos que habrían de venir).

Cheny se acostó en su cuarto y hundió la cabeza en la almohada. Cuando estaba mal por algo, se culpaba de todo. Como si pudiese remediar las cosas con ello,

Tenía tanto miedo de perder el amor de su padre, de no ser lo buena hija que él se merecía.

Pensó en Tomy y abrazó la almohada aún mojada por sus lágrimas. “Quizá no soy demasiado buena para él tampoco. Quizá merece olvi-darme y ser feliz con otra chica…”, se convenció a sí misma.

Cuando escucho lo del beso ratifi có su decisión. “Lo nuestro no puede ser”, le dijo.“Vos no vas a venir a la Argentina y yo no puedo ir allá…”, agregó resignada.

“Las cosas andan más o menos con el espectáculo, pero voy a aho-rrar dinero. Tomaré otro trabajo. Podés venir acá, juntaré dinero para pagarte el pasaje, ya verás. La casa es grande. Hay que esperar, a que seamos más grandes, que tu papá vuelva a creer en mí. Sé que vamos a estar juntos…” dijo él muy fi rmemente.

“No”, dijo ella ya con la voz entrecortada: “Esto no puede ser”, repitió.

Él le recordó “Vos y yo sabemos que esto no va a terminar nunca, me lo prometiste, cuando salimos por primera vez…”

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res!”, comentó riendo. “Son muy útiles, si te quedas en el medio del mar… Y para que no se te caigan las toallas… y a las chicas les gusta para sostenerse bien mientras se bailan una rumba…”. Acto seguido le palmeó el hombro y orgulloso le informó: “Así de guapo era yo, a tu edad, Ernestito”

Tomy salió rumbo a la peluquería.

A la noche se había puesto su mejor ropa, y se estaba afeitando. Es-taba tan contento que empezó a cantar por lo bajo: “Cuando piensas en alguien/ sin hacerte preguntas/ y murmuras su nombre mil veces/ cuando estás en penumbras/ Y te quedas despierto/ al llegar la ma-ñana…” (36)

Se lavó la cara y subió el tono de voz: “¡¡¡Cuaaaaaando lloraaas por alguien es que estás entregado/ te das cuenta que no hay otras razo-nes para vivir!!!....”

Helena y Francisco que, estaban en la cocina se reían mucho de semejan-te improvisación. Tomy fue hasta la cocina y buscó un vaso con agua.

“¡Ese tema es de mi época!, ¿qué hacías cantando eso?” Le dijo He-lena riendo a carcajadas con Francisco. “¡Ah! (suspiro). Estoy bien chévere hoy”.

Buscó unos anteojos negros que tenía en su cuarto y se los puso “¿Cómo me ven?”. “¡Muy guapote!” dijo Helena y lo abrazó. “Vas a conquistar muchas chicas argentinas”, acotó, Francisco. “Con que con-quiste una…” dijo Tomy.

Después de comer habló con sus tíos. Le contó que iba a ver a Cheny y toda la historia entre ambos.

“A lo mejor ya no me ame. A lo mejor ni siquiera nos amamos. Ha pa-sado tanto tiempo, pero nunca me olvidé de ella y quiero verla”

36 Es la letra del tema “Cuando amas a alguien” de César “Banana” Puyrredón, famosa en los años 80.

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En el sol de una mañana. En el frío de una tarde de invierno que llama a una cálida compañía. En una larga noche sin poder conciliar el sueño.

Escribió mails que borró. Cuando Gisela, sin querer (pues le ha-bía pedido que no lo hiciera), la nombraba, sentía que le perfora-ba el pecho.

En los últimos años pudo recordarla con una sonrisa. Se sentía orgu-lloso de la chica que había conocido. De esa historia de amor intensa que ambos habían vivido.

Conoció a otras chicas, probó otros labios, otros brazos. Pero nunca dejó de pensar en los suyos.

Ella lo recordó, también, en esos años. En las tartas de ciruela que aprendió a hacer, en las cosas relacionadas con el circo, en la mágica palabra “C-O-L-O-M-B-I-A”, en una noche desvelada estudiando. Entre sus apuntes, cuando la mente quería escaparse y viajar a un lugar de ensueño, en las plazas, en los alfajores y sobre todo… en los ojitos color almendra de Tomy, que la acompañaba  a todos lados como fi el perro protector.

Empezó muchas veces a marcar un número de teléfono muy largo… y nunca terminó de hacerlo.

En los últimos años se acordó de él y pudo reírse, de todas sus ocu-rrencias. Y se sintió muy orgullosa, como si fuese ese chico la mejor califi cación que había obtenido en su vida.

Redescubrió a otro muchacho, que le dio ternura, seguridad y hasta (pensaba ella), confi anza: Julián.

Él festejo sus 24 años en agosto. Ella cumplió los 22 en noviembre.

Faltaban dos días para la Noche Buena.

Francisco y Helena estaban sentados en el sillón.  Tomy tocaba la gui-tarra en su cuarto.

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“Bienvenidos al sorteo de la Lotería de Bogotá, la que más billetes da” –dijo el presentador de la TV Bolivariana: “A continuación: Los núme-ros ofi ciales de la lotería nacional”

Francisco sostenía en la mano su billete: “09-10-19-85”.

Después de escuchar los dos últimos números se quedó como hela-do. Su mujer le sacó el billete de la mano y cuando lo vio no lo podía creer, lo abrazó y gritó: “¡Tomy!”.

Entraron los dos a la habitación de éste que no entendía nada.

“¡¡Ganamos mucha plata!!” dijo Francisco extasiado “Autos, joyas, mujeres… Bueno mujeres no (dijo riendo y mirando a su esposa), pero viajes…”

“¿Viajes?” dijo Tomy cuando terminó de darse cuenta de lo ocurrido. “Un viaje… ¡ya sé a dónde!” y salió canturreando hacia su cuarto un tango de Gardel.

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Hoy voy a verte de nuevoTengo marcado en el pechotodos los días que el tiempo no me dejo estar aquí.Tengo una fe que madura, que va conmigo y me curadesde que te conocí.Tengo una huella perdida, entre tu sombra y la mía,que no me deja mentir.Soy una moneda en la fuente;tú, mi deseo pendiente:mis ganas de revivir. (35)

“Necesito saber el costo en dólares de un pasaje desde Bogotá  ha-cia Córdoba, Argentina”. “¿Fecha de salida?”. “Lo más pronto posible”.  “1050 dólares en Loyd Aéreo Colombiano con escala en Lima, pasajes ida y vuelta… Zarpa el 27 de diciembre. 10.:50 a.m.…” “¿Es lo más barato?”. “Sí señor, ¿Vuelta? Tiene el 5 de enero o sino recién el 10 de enero”. “5, 5 de enero…” repitió Ernesto muy ansioso.

Entró a su casa, con los boletos en el bolsillo del pantalón y, como un tesoro, lo guardó en su cajonera con llave. Todavía le palpitaba tan fuerte el corazón que sentía que los demás podían oírlo.

“Mañana, mañana me voy…” pensó y no terminaba de creerlo.

Se miró en el espejo grande del cuarto de sus tíos. Trató de detectar las marcas del tiempo en siete años casi.

Se miró la cara: “Hay que afeitarse…”, pensó. Un granito incómodo en la punta de la pera. Observó varias canitas que tenía entremezcladas en el pelo castaño oscuro: “Hay que ir a la peluquería…” se dijo.

Se tocó los kilos de más que tenía depositados en el área baja de la cintura, si bien seguía siendo fl aco.

Francisco miró de reojo la escena. “¡A esos mi padre les decía fl otado-

35 Fragmento de la letra del tema “Hoy” de Gloria Estefan

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el tiempo (37)

El tiempo nos transforma externa e interiormente y no hay forma de volver atrás, porque son las experiencias de la vida las que nos han hecho cambiar. No hay modo de borrar lo pasado, incluso nuestras heridas, aunque quisiéramos… ¿Y si pudiéramos? Simplemente de-jaríamos de ser quienes somos. Ésas son marcas que nos distinguen, que forman nuestra personalidad.

“Nosotros, los de ahora, ya no somos los de antes”, pensó Tomy. Am-bos tenían que descubrirse de vuelta.

Entró al complejo lujoso del bar de Nueva Córdoba y la buscó entre cientos de rostros. Sé que voy a reconocerla, por esos ojos hermosos y orientales.

Subió las escaleras. Se fi jó en el otro piso: nada. Desesperanzado observó el lugar, que era muy bonito. Se fue a servir un trago a la barra. “Perdón”, le dijo a una chica a la que empujó sin querer. “Está bien”, dijo ésta.

La miró y descubrió esos ojos. Ella no lo reconoció y se sentó en un sillón. Tenía el pelo más corto, una media cola, los ojos y la boca pin-tada.  Ernesto sabía que era ella, pero no vio a la chica de hace 7 años; vio, en cambio, a una mujer hermosa.

Se sentó a su lado: “¡Hola!”, le dijo. “¿Estás sola?”. “No, estoy con unas amigas, ya vienen” le dijo en tono cortante.

“Yo soy Tomy. ¿Vos sos Cheny?” le dijo extendiéndole la mano. Ella le escuchó el acento y se quedó pasmada. “Soy Ernesto Zelaya, ¿te muestro mi documento?”. Era para ella un momento de irrealidad, como si alguien hubiera borrado todas las cosas y personas que esta-ban a su lado y sólo quedaran ellos dos.

“¿Cómo puede ser... que estés acá?”, por un instante pensó que otra vez tenía ese sueño, en que lo encontraba en cualquier calle céntrica de Córdoba, con la caja de alfajores en la mano.

37 Frase de la letra de “Canción de las Simples Cosas” de Mercedes Sosa.

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“Si ella no te ama, o tú no la amas. Volverás al menos con una certe-za…” le dijo Francisco.

“Y si todavía nos amamos, me volveré con ella”, dijo Tomy.

Se hizo un silencio sepulcral.

Helena lo rompió: “La casa es grande y ella es bienvenida aquí. Tienen el cuarto del fondo, donde saben dormir Juana y Marcelo (una pareja amiga de Barranquilla) cuando se quedan acá”.

Francisco, sonrió y aconsejó a su sobrino: Pase lo que pase, tú eres un gran hombre y te mereces una buena mujer que te ame. Así, lo hu-biera querido mi hermano…”

Esa noche pensó mucho en las dos posibilidades. Tenía hasta cierto temor de verla, de comprobar que la amaba tanto como siempre pensó o que la distancia en defi nitiva los había separado tanto que había cambiado sus sentimientos hacia ella.

Llegó a la modesta hostería céntrica de Córdoba a la tarde. Era ya de noche y enseguida se sumió en un profundo sueño: Estaba ella sen-tada en el banco de la plaza, como la recordaba (siete años atrás). Él llegaba y se miraban los ojos Pero, una vez más, un fuerte viento los apartaba, los llevaba hacia atrás y como por arte de magia ella se des-vanecía en el aire. Se despertó sobresaltado y angustiado.

Eran las 8 p.m. cuando toco el timbre de la humilde casita. Lo atendió una señora regordeta con una sonrisa… “¡Buenas noches!” Dijo él con el inconfundible acento colombiano. “¿Vos sos… ¡Tomy!?” Y después de comprobarlo, le dio un largo abrazo. Por detrás vino Gisela que se le abalanzó y le estampó un besazo en la mejilla.

Se sentaron a hablar en el cuarto de ella. Él le contó todo lo ocurrido.

“¡No lo puedo creer!”, decía la muchacha todavía anonada por verlo otra vez y así de repente: desbordaba de alegría. “Así que te ganaste…”

“Entre los dos, mi tío y yo, el equivalente en pesos colombianos a 8 mil dólares, y eso que apostamos el mínimo, apenas 500 pesos co-

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lombianos. Decidimos donar dos mil a mi tía, para invertir en su pro-yecto de formar una escuela de teatro. Mi tío no sabe aún que hacer con el resto del dinero. Yo decidí, con mi parte, venir acá. “¿Y quién te dio ese número mágico?”, preguntó Gisela. “No sé qué signifi can, pero me los dio María… mi mejor amiga”. Gisela cambió la expresión del rostro, se puso muy seria, se sacó una sandalia del pie y lo golpeó con ésta en la espalda: ¡¿mejor amiga?!”, ““¡Seguís siendo la misma, rubia!” rió Tomy.  Además de ti, claro” se apresuro a aclarar Tomy. “¡Rajá de acá!” le dijo ella sonriendo. “Sí ya me tengo que ir, gracias por el dato. Voy a buscar a Cheny en ese pub. Tengo que verla hoy mismo”.

“Por cierto, vos sos mi mejor amiga” (le susurró al oído).

 “Te conviene…” le dijo ella con tomo amenazante.

Apenas éste se fue, ella se quedó viéndolo caminar hacia la es-quina y le gritó: “¡¡Suerte, Tomy!!” el miró hacia atrás y respondió: “¡¡Gracias, rubia!!”.

Hay quienes dicen que la amistad entre el hombre y la mujer no existe. Podemos decir que hay una técnica para descubrirlo: Si no nos importa con quien salga  nuestro amigo/a, basta que sea feliz: es amistad realmente. En cambio si no logramos superar la idea de verlo/a con otra persona con un sentimiento de propiedad sobre éste/ésta: es amor.

Eso aprendió Gisela el día anterior, cuando Mariano le habló de Flor y le contó que salían desde hace unos días y que ella era excepcional. Le notó un brillo especial en la mirada cuando hablaba.

Le cayó como un baldazo de agua fría: una sensación de malestar y dolor en la garganta. De impotencia porque, en esta ocasión no po-día objetar nada. Conocía a Florencia y sabía que era una gran mujer: humilde, sensible y buena “desde el pie hasta el alma” como dice Benedetti.Por años le había criticado las pretendientes a su amigo, poniéndole feos sobrenombres y destacándole sus defectos. Siempre vaticinaba la pronta ruptura con sus “novias” y no se equivocaba. Ma-riano era inconstante con las mujeres y pronto se deshacía de ellas,

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pero también ellas a veces se deshacían de él. En ambos casos por-que no estaba realmente enamorado.

También así le pasaba a Gisela, que salió con varios chicos: a ninguno de ellos los amó de verdad ni ellos la amaron. Jamás dejo entrar a un hombre a su casa más que a Mariano o a Tomy. Aún desconfi aba de ellos. La psicología que había aprendido en su propio hogar, por los constantes malos tratos de su padrastro hacia su madre era: “los hombres buenos no son para vos”, y ella inconscientemente acataba semejante afi rmación. “Los hombres buenos son tus amigos, los que pueden confortarte cuando estés mal, pero vos no merecés a alguien así a tu lado”.

El último chico con el que salió se enojó mucho cuando ella terminó la relación. Le puso un grafi tti con un insulto en la puerta de su casa. Ma-riano pintó la pared. Lo fue a buscar al tipo a la salida de su trabajo, se lo encontró y le pegó una trompada: estaba lleno de furia. Él también recibió varios golpes, pero jamás ese hombre volvió a molestarla.

Años de una amistad sincera y pura, de cariño incondicional entre ambos. Y ella venía a darse cuenta recién ahora que lo amaba, cuan-do quizá ya era muy tarde…

A los 25 años seguía siendo tan hermosa como siempre, aunque ha-bía engordado algunos kilos desde los 18. “Las facturas se terminaron yendo a las caderas…”, le comentó resignada un día a Mariano mien-tras se veía al espejo.

Seguía teniendo esos profundos ojos celestes, que siempre fueron para Mariano como una invitación a sumergirse en el cristalino fondo de un mar paradisíaco. El cabello rubio y una gran sensualidad, que no podía esconder: por eso los hombres se volvían locos por ella, pero si la tenían ya no les importaba. Como si fuera ella una joya va-liosa que mostrar y de la que ufanarse unos días, pero no toda la vida, porque perdía su encanto.

La canción dice que el amor es simple y a las cosas simples las devora

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Ella venía caminando y lo miró de lejos, le palpitaba el corazón con fuerza. Desde que irrumpió en su vida el día anterior se sentía con-mocionada, envuelta en un mundo que era el mismo de antes, pero ahora se le presentaba como mágico: en cada calle, en cada rostro, en cada cosa que veía, en todo su ser… y en esos ojos color almendra... 

Para ella estaba más lindo que nunca, pareciera que cada huella del tiempo hubiese dejado una marca hermosa: esos cuantos cabellos blancos entremezclados con el resto, los tres o cuatro kilos ganados, las voz más áspera y grave. 

Ese hombre era, para ella, una imagen aún más intensa que la del chico que la enamoró.

Tímidamente lo saludó y se sentó a su lado. No sabían qué decirse, no encontraban las palabras…

“Este lugar es tan bello, como lo recuerdo, Cheny. ¿Te acuerdas cuan-do vinimos aquí?”

“Claro que sí… ¡cómo olvidarlo!...”

Él le ofreció la mano y se levantó “¿Vamos a pasear?”, le dijo.

Se sentía tan feliz de caminar a su lado como si estuviese en el lugar más hermoso del mundo. Atravesaron un puente y miraron correr las aguas tranquilas debajo de ellos; oyeron el sonido de los pájaros. A través del silencio se comunicaban algo más que importante: que aún había tanto amor entre los dos…

Se sentaron debajo de un sauce llorón y brotaron, entonces, todas las palabras acumuladas en los labios.

Tomy le contó más sobre el teatro. Hacía adaptaciones de obras clásicas. Tenían con un amigo un proyecto “Teatro para todos” y brin-daban espectáculos gratuitos en colegios pobres de la zona, en los hospitales, los asilos de ancianos…

Cheny le hablo de S.A.L.V.A.R y de su participación como voluntaria para proteger a los perritos de la calle. “¡Soy tan feliz cuando los visito

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“Ya te explicaré…”, dijo él, también fuera de sí, tenía la sensación de estar fl otando en el aire. Le volvió a extender la mano. Ella se la tomó en gesto de saludo. “¿Puedo bailar contigo?”, dijo él.

Los pasos de baile no les salían bien y el tema pop estruendoso no facilitaba la tarea. Por otro lado, ambos estaban demasiado emocio-nados. “No bailamos bien juntos”, dijo ella.

“No…” dijo él. “¿Y eso que importa?”, pensó. Y le estrechó más los bra-zos por la cintura hasta abrazarla y sentirle el olor de la piel.

Le pidió que salieran afuera porque no podía escucharla. “Mis amigas me estarán buscando” dijo ella nerviosa. “Pues, que te sigan buscan-do” dijo él sonriendo pícaramente.

Se sentaron en un bar, ya más tranquilo. Se sentían extraños y no se atrevían a mirarse siquiera, se esquivaban, hasta que él le tomó la mano y las pupilas de ambos se encendieron como candiles al ob-servarse después de tantos años. “¿Cómo estás?” Le preguntó Tomy, tratando de “romper el hielo” (38).

Ella le contó que se había recibido de veterinaria, con el mejor pro-medio en su clase. Que participaba de un grupo de rescate de perri-tos en la calle. Que una vez Tomy, de cachorrito, se tragó una pelotita de plástico y casi se muere y que sintió tanto miedo que allí decidió su vocación.

“Entonces, vos estudiaste para poder cuidarlo a Tomy, siempre…”. “En cierta forma, sí” acotó ella.

Él le contó que terminó la primaria y empezó la secundaria, que estudió teatro y que empezó a actuar en papeles cada vez más im-portantes: “Fui el Yago de Otelo, Leonardo de Bodas de Sangre, Jasón en Medea…”

38 Expresión popular que en Argentina signifi ca “comenzar a establecer un contacto con alguien, por medio de un gesto, una palabra o cualquier otra expresión de cordialidad”

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“Tenés un don”, dijo ella. “Así dicen. Me gusta mucho eso. Aún hago malabares y trabajo por la mañana en una fábrica de jugos. La econo-mía no marcha demasiado bien en casa. Aunque con esto del premio nos recuperamos bastante…”

“¿Y por qué estás acá?”, peguntó ella adivinando la respuesta. “Por vos, claro”.

Una amiga la llamó al celular: “Salí a comprar algo, ya vuelvo Me ten-go que ir”, se excusó la joven.

“Te acompaño”. Llegaron a la puerta del pub y se despidieron, con un beso en las mejillas. “¡Cheny!”, le dijo él tomándola de la mano antes que pudiera irse. “He atravesado más de 4000 kilómetros por vos. Dame otro beso”. Ella se acercó ruborizada ante él, le tomó el rostro con ambas manos y le dio un beso muy dulce y prolongado, sobre la comi-sura de los labios pero sin tocar directamente éstos. Fue una manera de expresar cuánto aún lo quería y lo había extrañado.

“No puedes hacerme eso…” dijo él reprochándole. “Te espero maña-na en el Rosedal, a las 11 a.m.”.

“Tengo una clase de inglés”, dijo ella. “¿Puedes faltar?”. “Tal vez pueda” dijo ella y le sonrió.

Ernesto caminaba hacia el hotel y vio un niño tratando de hacer ma-labares con unas piedritas, entre los conductores que avanzaban impávidos por esa calle céntrica de Nueva Córdoba.

Se acercó hacía él y le dio 100 dólares. El chico se quedó asombrado como si hubiera visto un fantasma.

“Yo soy ese niño que estaba en la calle y ella es esa chica que me res-cató una vez. Pero somos mucho más que eso y tenemos que redes-cubrirnos”, refl exionó.

Ella miró a Tomy antes de dormirse junto a su cama y lo acarició. El pe-rro la miraba como adivinando algo: “Sí, tu papi está acá”, le susurró.

Ella se miró el anillo de compromiso en su mano izquierda y suspiró.

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Historias de amor entretejidasPenélope,con su bolso de piel marróny sus zapatos de tacón,y su vestido de domingo.

Penélope,se sienta en un banco en el andény espera que llegue el primer trenmeneando el abanico… (39) 

Empieza en una línea que pasa por debajo de la aguja y después por arriba de ésta hasta quedar entrelazada en un punto, pero no ese el fi nal: es el comienzo de uno nuevo que se une con aquél formando una red que parece interminable. Tal vez igualaríamos a Scherezade (40)

si contáramos todas las historias que conocemos, aquellas que se entrecruzan y se bifurcan como los senderos y atraviesan nuestro camino: la de nuestros padres, la de nuestros abuelos, la de nuestros amigos y entre medio de todas ellas: la nuestra. 

Empezaba el sol ya a calentar la ciudad en ese día de verano cuando la vio llegar: estaba sentado en el mismo banco en el que se entibia-ron el alma de caricias y besos hace algunos años: ambos lo tenían muy presente.

39 Fragmento de la canción Penélope de Johan Manu el Serrat

40 Scheherezada, es la narradora en el libro de cuentos árabe Las mil y una noches. La historia cuenta que el sultán la había condenado a muerte. Sin embargo, Scheherezade, le pidió un día más de vida y le ofrecio a cambio contarle una gran historia. El sultán, que adoraba sus narraciones y siempre quedaba intrigado por el fi nal de aquella larga historia que engarzaba personajes y situaciones fascinantes, terminó dándole 1001 noche más de vida y no sólo le revocó su castigo, sino que además se convirtió en su reina.

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Ahora quiero saborear los labios que anhelo” (41)

Acto seguido, él se acercó y le acarició el rostro. Él respondió a esa caricia con la emoción a fl or de piel y fue tan intenso el tiempo que estuvieron mirándose a los ojos, con las manos entrelazadas, que la fi esta y los invitados y la música parecieron borrarse a su alrededor.

Pero volvamos al inicio de éste punto: El día que se conocieron, siete años atrás.

Ella le contó esa tarde mucho sobre su vida y él sobre la suya. ¡Pare-cían tan diferentes! Pero eran tan semejantes en sus corazones.

“¿Qué es la Ingeniería Civil?”, preguntó María a Luis. “ Es la rama de la ingeniería que aplica los conocimientos de física, química y geo-logía a la elaboración de infraestructuras, principalmente edifi cios, obras hidráulicas y de transporte, en general de gran tamaño y para uso público….”

“Ya… A ver si entiendo: ¿Puedes diseñar un puente gigantesco que conecte todos rascacielos de la ciudad? No de debería ser de un material tosco, sino de cobre u aluminio…” dijo ella intrigada y con entusiasmo. 

“Bueno… esa sería una empresa algo colosal, de enormes costos e in-ciertos benefi cios económicos. Habría que rediseñar la infraestructu-ra de los rascacielos aledaños, carece bastante de lógica y de utilidad y técnicamente es imposible”.

“¡Pero qué hermoso sería!” exclamó ella. “¿Te imaginas a la gente atra-vesando el cielo de un extremo a otro? La belleza del arte, a veces carece de utilidad… ¿Nunca imaginaste algo así?”.

“Bueno… cuando era chico. Pensaba en lo lindo que sería construir un túnel subacuático de cristal en la Isla Margarita, que uniera Cu-bagua con Punta de Piedra y que me dejara ver todas las maravillas del Mar Caribe adentrándome en él. Cuando estaba enojado o triste,

41 Fragmento del poema de Alfonsina Storni, “Tu Dulzura”.

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en el refugio!”, dijo muy entusiasmada. “Se agolpan a mi lado para que les haga un cariño….”

“¿Y tú los cuidas si estás lastimados, no?”

Notó ella que tanto tiempo en Colombia le había borrado casi el “vo-seo” argentino, pero le salía de vez en cuando. “Claro que sí”, dijo con orgullo de su profesión.

“¿Y qué es de la vida de Tomy?”. Ella le mostró la foto del perrito en su celular.

“Vaya…tú también tienes uno de éstos. Yo todavía me resisto…”. “¡No te puedo creer!” exclamó y prorrumpió en una carcajada.

“Oye, qué bello perro. Parece… El de La Dama y el Vagabundo…”. Tomy tenía, en efecto, un aspecto parecido al dibujito de Disney, con el pelo jaspeado entre gris, blanco y negro. Y los ojos marrones claros…

Cheny le contó sus travesuras: que adoraba romper bolsas de basura aunque tenía comidita siempre en su plato y que la despertaba cada mañana a las 6 a.m. para que lo llevara al jardín, apoyándole el peso de sus patas delanteras sobre el brazo y ladrándole hasta que desper-tara: ella… y también la pobre Lisi.

“Cuando entra alguien a mi cuarto, a quien todavía no le tiene con-fi anza (pensaba en Julián), salvo Flor que ya es de la “casa” para él, se oculta debajo de la cama y amenaza con morderle los talones ladran-do sin parar: Lo tengo que echar”.

Tomy reía mucho: “¡Qué mal me haces quedar, perro!... ¿Es verdad que yo soy el padre de éste sujeto? Como me contaste una vez por teléfono”. “Bueno, si no lo aceptás, no…” dijo ella con falso tono de indignación. 

“¡Claro que lo acepto! En el fondo sé qué es muy bueno Tomy. Te espera ansiosa y pacientemente cuando te vas. Se queda pensando en el eco de tu voz resonando aún en su cabeza, lleno de nostalgia y entristece mucho porque no estás a su lado. Pero cuando te siente

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llegar a ti y se pone tan feliz que no le cabe la alegría en el pecho. Y si le quiere morder los talones a los “extraños”, es porque te quiere cui-dar de todo mal y, en cierta forma, porque no quiere compartirte. Te ha esperado tanto tiempo y ahora quiere jugar con vos, y que lo aca-ricies suavemente y le digas esas palabras dulces en un tono de voz muy suave que te salen mientras le miras los ojitos. ¡Y es que adora tanto tu compañía! Cuando estás con él no tiene miedo, porque sabe que sos mejor que nadie curándole las heridas. Y tal vez es un poco torpe en sus modos, pero te reclama atención porque la necesita… Y te ama: con toda su alma”.

Después de esa confesión encubierta la miró a los ojos. Se acercó lentamente hacia ella de modo que podía sentirle el hálito de su respiración. Le tomó el rostro con una mano, ella cerró los ojos como en un instante de eternidad, pero súbitamente se apartó de él, se paró y le dijo, visiblemente perturbada y aún con las mejillas en-cendidas: “Vamos a otro lado donde haya más sombra, está haciendo mucho calor acá…”.

Tomy no sentía el calor, si no más bien como si estuviera bajo el cáli-do sol y alguien lo hubiese arrojado de repente hacia un estanque de agua fría, como el hielo.

“Dame seis números de la suerte”, le dijo a María cinco años atrás. Ella son-rió: “No soy una bruja”. “Anda, tú sabes muchas cosas” le insistió Tomy. 

“Vale: 09/10/19/85”. “Bien, voy a jugar a la lotería”. “Tal vez no te de suer-te ahora, pero sí algún día” sentenció ella confi ada en su sexto sentido.

“Oye, ¿quién ese chico que está sentado allá sobre la barra?”, señaló con el dedo. “Ah. Es Luis, de Venezuela, ¿no lo conocés?”.“¡Preséntamelo, es muy guapo!” Tomy rió a carcajadas. “¡Eh, Luisito ven para aquí!”. Cuando el muchacho llegó le dijo: “Ésta es mi amiga, María”. “Ah: ¡Tú eres la que vuela por el aire!”. “Sí”, dijo de ella después de recibir un cálido beso en la mejilla.

“Es genial lo que haces…”, la felicitó.

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“¿Por qué no le muestras ahora?”, dijo Tomy que se había puesto en el rol de celestino entre sus amigos.

María subió cada uno de los peldaños que la separaban diez metros de altura de la tierra. Se puso su arnés y miró hacia abajo. Apenas lo veía a Luis, pero imaginaba su sonrisa. Cada vez que volvió a subir allí, en adelante, pensó en él antes de arrojarse en el aire. Imaginó zambullirse en sus ojos marrones como si fuera un oasis de agua dulce en el medio del desierto, llenarse los ojos de sus pupilas encendidas como cirios y de esa sonrisa amplia, franca y sincera tan bella como la brisa que le atravesaba el rostro cuando surcaba las alturas.

Aprendió el ofi cio de la acrobacia aguardando la mano de su padre, fi rme y segura, desde la otra orilla. Pensó después en que era Luis quien estaba del otro lado y que podía alcanzarlo hasta abrazarlo intensamente y recostar la cabeza sobre su pecho, mientras él le aca-riciaba la espalda y la estrechaba con fuerza. Como hizo aquél triste día de noviembre, hace cuatro años atrás, mientras sus lágrimas le mojaban a él su camisa preferida y ella se despedía, para siempre, de su querido padre.

También pensó en que podía alcanzar sus labios del otro lado. Como hace tres años: Cuando sus ojos verdes se cruzaron con sus ojos ma-rrones. Era una cálida noche de primavera. Se festejaba el cumplea-ños de Helena en la suntuosa casa de una amiga suya. 

Estaban apartados, ambos, en una hondonada cerca de la pileta, apo-yados en un cantero, debajo de una palmera. Se entretenían con un extraño juego que consistía en que ganaba el que contaba los peores chistes. Luis estaba ganando por mucho y María se agarraba la panza de las carcajadas. Ella le recitó luego uno de los versos de su monólogo: 

“Esta noche tus manos en mis manos de fuego,dieron tantas dulzuras a mi sangre que luegollenóseme la boca de mieles perfumadas,tan frescas, que en la limpia madrugadade estío, mucho temo volverme al caserío,prendidas en los labios mariposas doradas.

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talón): “Pero… escribí esto (sacó una hoja de cuaderno dobladita del pantalón) que, textualmente, decía lo siguiente y de este modo (44):

Euge: Me desperté un dia de julio en la puerta de una cate-dral, tiritando y con sudor en la frente. Mis amigos se habían hido y yo estava solo. Tenía 16 años. Cerré los ojos y traté de conciliar el sueño, pero la cabesa me retumbaba como un tambor.

Como entre sueños vi una monjita que me dijo “Veni conmi-go”. Me llevó a una salita donde había muchos chicos sentados en sillas. Yo, casi a punto de caerme, me senté junto a ellos. Me acercaron una taza de mate cocido con leche, calentito y dulce… y un criollito. Me volvió el calor al cuerpo y me fui re-poniendo de mis dolores… Todabía recuerdo ese dulce sabor en mi boca: justo cuando más lo nececitaba.

Mi amor, vos sos una taza de mate cocido con leche entre mis manos y te amo con toda mi alma…

Ella no le dijo nada, pero por las lágrimas que le caían por el rostro él pudo advertir que era lo más lindo que había escuchado en su vida.

Cuatro años más tarde la vio caminar hacia él con un vestido blanco lleno de fl orcitas bordadas, el pelo ondulado que le caía hasta la es-palda y un ramo de rosas en las manos.

Un día la vio mientras dormía y le pidió a Dios: “No me la quites a ella. He perdido mucho ya. Pero no me la arrebates…”

Ahora estaba en la sala de espera del hospital y se acordaba de todo eso, mientras sacaba un pañuelito bordado, planchado por ella mis-ma días atrás, y se secaba las lágrimas.

44 Nota de la escritora: Todas las cartas de este libro conservan su modo de escritura original, tal como los originales, aportados por un testigo.

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pensaba mucho en meterme adentro de ese túnel y no salir sino mu-chas horas después”

“¡Eso es grandioso!, Avísame cuando lo construyas” dijo ella, admirada.

“¿Es verdad que sabes leer las manos?”, preguntó Luis. Ella le tomó la palma izquierda. “La línea del corazón está bifurcada. No es muy clara…” En realidad, veía mucho más de lo que le dijo, pero prefi-rió callar. 

“¿Y por qué estás acá, vene?”. “Por trabajo: Voy y vengo de Barquisi-meto a Bogotá. Pero también estoy buscando a alguien” Y le contó la asombrosa historia de Ana Karenina , que es un punto de este tejido que explicaremos más adelante.“Yo voy a ayudarte a encontrarla” dijo María. “Aquí están todos sus datos” dijo él acercándole un papel. 

Tomó los papeles y los guardó en su bolso.

Pero esa noche se dijo, celosa: “¿Y yo tengo que ayudarte a buscar a esa tal Ana… ?”. Hizo un bollo con el papel y lo embocó en el cesto de basura. Pero después se arrepintió, lo sacó, lo alisó y se lo guardó en el bolsillo. 

Ahora él estaba sentado en un bar en Caracas, con expresión de bronca y tristeza.

Dos semanas antes, ella quemó una por una cada foto suya. 

Ahora él miraba a cada rato la hora, con impaciencia. “¿Dónde estás María?, ¿Y por qué te perdí?” se preguntaba.

Diez pisos abajo la muchedumbre caminaba apresurada soportando el abrasador calor del verano venezolano.

Hace 6 años atrás, Eugenia llego al pueblito de Tulumba con un bolsi-to de mate. La soledad infi nita de ese lugar añejado en cada sendero, en cada casita, en cada negocio le parecía encantadora.

Cuando Ezequiel abrió la puerta se quedó tan asombrado como si hubiera visto un fantasma. 

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Después de saludarla la invitó a tomar el mate en la puerta del jardín. Por sobre el caminito de tierra cada tanto pasaba un hombre al galo-pe de un caballito. 

“¿Por qué estás acá,Eugenia?”. “¿Te molesta?” Le contestó ella con temor. “¡Nooo! Estoy tan contento de verte”,

Las visitas se hicieron asiduas los meses siguientes: cada sábado ella tomaba un colectivo hacia Tulumba. Llegaba a la hora de la tardecita. 

Por momentos parecía que en ese rincón del mundo sólo estuvieran ellos dos: Ezequiel y Lobito.

“Este perro alivia mi tristeza cuando te vas Euge”. De hecho, el animal la quería tanto que cuando él la acompañaba a la Terminal corría el colectivo varias cuadras hasta que ya no podía alcanzarlo. Una vez él le dijo, delante de Eugenia: “Sí, ya sé que te querés ir con ella y que serías más feliz. Yo también pienso lo mismo…”

En esas noches de ausencia pensaba tanto en ella. A veces la creía casi un ángel sin alas. 

Recordaba sus días de pesadilla en la calle. Durmiendo sobre un col-chón viejo, o a veces, sobre un cartón. Soportando las miradas indi-ferentes y despectivas de algunas gentes. El terrible frío del invierno que atravesaba la cobija vieja y calaba hondo en sus huesos. La eterna búsqueda del pesito con el que vivir.

A veces se sentía indigno de ella. ¿Me ama o es caridad lo que hace conmi-go, porque tiene ese corazón tan grande que desborda de bondad?...

Trató de descifrarlo mientras le besaba los labios una fría tarde de invierno. La miró largo rato a los ojos. “¿Es verdad?...”. “¿Qué cosa?”, replicó ella con dulzura. “Que me amas”. “Claro que sí” y en esa sonrisa amplia y en el rubor de su rostro pudo confi rmar que sí, que cierta-mente lo amaba. 

Además de cuidar la casita del tío de Eugenia (que había prolongado por muchos años su estadía en Norteamérica) empezó a trabajar en

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una carpintería. Se daba mucha maña con el ofi cio y tenía tiempo de sobra para practicar. De a poco fue poblando la casita de muebles fabricados por él.

“No quiero ir más a la Capital. Quiero quedarme en este pueblito”, le dijo ella un día antes de subir al micro.

Cuando cumplieron el primer año de noviazgo Eze le cantó un tema. Había encontrado una guitarra rota en la casa que arregló paciente-mente con cinta industrial. Gracias a un amigo y vecino tulumbense aprendió a tocarla:

“Si yo miro el fondo de tus ojos negros se me borra el mundo con todo su infi erno. Se me borra el mundo y descubro el cielo cuando me zambullo en tus ojos tiernos. 

Ojos de cielo, ojos de cielo, no me abandones en pleno vuelo Ojos de cielo, ojos de cielo, toda mi vida por este sueño. Ojos de cielo, ojos de cielo...” (42)

Eugenia aplaudió y silbó a rabiar, como si estuviese en pleno festival de Cosquín (43) escuchando al mejor folclorista.

“Estuve toda la noche pensando en decirte con palabras todo lo que eres para mí, mi amor… ¡Y no me salió nada! Es que soy tan torpe….”, se dijo haciendo una expresión de frustración mientras se tapaba la cara con una mano.

“No importa”, le dijo ella y lo besó.

“Pero… escribí esto (sacó una hoja de cuaderno dobladita del pan-

42 El tema es “Ojos de Cielo” interpetado por Víctor Heredia.

43 Famoso festival de musica nativa de Argentina, realizado en la localidad de Córdoba, de la cual lleva su nombre.

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El lenguaje de la músicaNo quiero saber qué has hecho.Hoy me alegra tenerte aquíY no me preguntes nadaSi mis ojos hablan por mí. (46)

La balada no podía expresar mejor sus sentimientos. El azar (o tal vez el destino), quiso que el estampido de una moto contra la acera (cuyo conductor afortunadamente salió ileso) desviara su atención y él olvi-dara el tema del anillo prontamente, antes de despedirla.

Eran las cinco de la tarde y se sentía ya incómoda, tratando de di-simular las emociones que el encuentro con Ernesto, después de 7 años, le habían generado.

Él era para ella un volcán que se había ido apaciguando con el paso del tiempo, aunque siempre quedó una inextinguible llama encen-dida entre sus latidos del corazón. Era una fuerza poderosa, pero no devastadora. Pues no arrasaba todas las cosas que encontraba a su paso (las que constituían su vida) sino que las transformaba, les daba un nuevo sentido,  las purifi caba, les imprimía mayor vitalidad y alegría.

Se observó al espejo con detenimiento. Los rayos de sol del día an-terior habían dañado su fi no cutis blanquecino. Tenía las mejillas de color salmón.

Se fastidió mucho buscando en el baño, cremas, lociones y demás artilugios para aliviar el ardor de la piel y no encontró nada.

Revolvió entre su ropa hasta encontrar la prenda que mejor le luciera. Se probó el vestido rojo de su graduación. Sencilla como era, acos-tumbraba usar ropa cómoda y no encontró otro más adecuado para la ocasión.

46 Fragmento del tema “Endúlzame los oídos” de Patricia Sosa

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Caminaba justo por la vereda de enfrente cuando lo vio abrazando a Flor. Llevaba una docena de empanadas en las manos. El chico de la moto se había enfermado y le tocaba a ella hacer el reparto caminan-do, en los lugares más cercanos a la casa de comidas.

Le dio tanta bronca, tanta indignación, tanta rabia, tanta tristeza, tan-to temor… tanta frustración.

Esa noche miró la foto de su padre sobre la cómoda del comedor. “¡Es igual a él!, ¡Son sus ojos, su sonrisa!”. No podía creerlo. Recién ahora lo advertía. Mariano no se parecía en nada a su padrastro, ni a sus novios anteriores. Nunca la había herido. Era la mano que acariciaba, la palabra que confortaba… no la del golpe, la del insulto sino, la del inmenso amor que le dio su padre mientras lo tuvo.

Y ante esa revelación suspiró con honda tristeza y se desahogó por tantos años de equivocación. Cubriéndose el rostro con las manos mientras caían a borbotones las gotas de sus ojos.

Mientras caminaban un muchacho gritó “¡Ey coreana! Volvete a tu país!”.

“¡Cállate imbécil!”, dijo Tomy. “No te preocupés, pasa seguido. Acá no aceptan mucho a los inmigrantes”, dijo ella.

“Es un idiota”, replicó él con la bronca acumulada en la garganta.

“¿Sabes? Adoro esos ojos orientales. En realidad adoro todo lo que…”. Ella lo interrumpió. “¡Son ya las tres de la tarde!”.

“¡Y no has comido nada que torpe soy!”. Se sintió avergonzado. “¿Qué quieres una arepa, un pancho, una hamburguesa gigante?”. “No ten-go mucho hambre, ¿y vos?”.

“¡Yo tengo muuuucho hambre de algo que no me dejas probar….”. Cheny sonrió: “Un helado: almendrado y dulce de leche”. “¡Vale ahí te lo traigo princesa!”.

Cruzó corriendo la calle y compró en la heladería del frente. Los hela-dos eran muy grandes y le mancharon toda la remera. “¡Ay que bruto eres!”, se lamentó para sus adentros…

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“Cuéntame de tus padres… de los biológicos… de cómo se conocie-ron y eso… ” le dijo él una vez terminaron de comer sendos helados.

“Mmmm…. Fue muy lindo porque… A ver… Mi mamá, Mi Kyhun tenía apenas dieciocho años cuando conoció a mi papá, Kion, de vacaciones en Jejú. Mi papá y mi abuela vivían en Jejú, que es una islita muy lejos de allí. Y bueno, ese amor de verano entre ellos dos no terminó ahí, sino que se siguieron mandando cartas tres años más. ¡A mi mamá no la dejaban ir a Jejú, claro!, aunque ella sí venía de una fa-milia adinerada. Y mi papá no podía ir a Seúl porque no tenía dinero sufi ciente: ¡eran muy pobres! Trabajaba muy duro en el puerto desde los diez años, para mantenerse él y mi abuela, que quedó viuda de muy joven.

La cuestión es que mi papá ahorró plata y a los 21 se fue para Seúl con su madre, a buscar un mejor empleo. Rentaron un pequeño departamentito. Los padres de mi mamá querían que ella se casa-ra con Kim Gu que provenía de una familia de mucha plata y muy respetada.

¡Papá hizo un día cien grullas (45) de papel para mamá! Y las colgó alrededor de todo el comedor del departamento con un cartel que decía “ “, o sea, < ¿Quieres casarte conmigo>?

Y así fue nomás. Sólo que mis abuelos maternos jamás se lo perdo-naron a su única hija… ¡Que se vaya con un trabajador de puerto a pasar miserias cuando le ofrecimos pagarle la universidad y ser una gran doctora! En fi n, yo llegué once meses después y nunca quisieron ni verme….”

Tomy la observaba extasiado. “Bueno, ¡la historia de mis padres es igualita! Ana Castro tenía 22 años y estaba por casarse en dos sema-nas con Andrés Velásquez. Un hombre de billetes y buen nombre

45 Las grullas son un símbolo importante de la cultura oriental, proveniente de Japón. Se las considera una señal de buen augurio. Después de estallar las bombas en Hiroshima y Nagasaki, tomó magnitud su signifi cado de “paz”. También se creía que poniendo muchas grullas de papel en el cuarto de los enfermos, podían ayudarlos a sanarse.

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y todo eso… Y ¡zas! Aparece mi papá para transformarle la vida: Er-nesto Zelaya, padre. Ellos se habían conocido en la Universidad de Bogotá hacía 3 años. Mi mamá cursaba dos años menos que él, ¡era hermosa! Y tenía novio y el pobre Ernestito no se la podía sacar de la cabeza. La cosa es que dos semanas antes de la boda mi mamá se en-cuentra con mi papá, que siempre le había gustado y fue un fl echazo, se besaron y se dieron cuenta que era muy intenso el amor que se tenían. Resultado: se canceló la boda. Adiós vestido, Adiós invitacio-nes, Adiós torta, Adiós salón. ¡Bochorno familiar! Que mis abuelos nunca le perdonaron a mi mamá. Casi un año después nací yo, ¡claro que mis abuelos no quisieron ni verme tampoco! Si encima me llamo como mi papá. ¡Pero qué grande mi padre: robarse a la novia casi en el altar!...” exclamó Tomy divertido.

Cheny estaba sorbiendo nerviosa una botella con agua, mitres ojeaba su reloj cunado se ahogó. “¿Estás bien? “Sí”, dijo ella bastante alterada. “Me tengo que ir”. “Bueno”, dijo él. Se le acercó al oído y le dijo: “Mañana te espero a las 20 hrs, aquí de vuelta. Avisa en tu casa que vuelves tarde”

“Mmmm (suspiró ella). Está bien…” y dio la vuelta para irse, aún perturbada. 

“¡Oye! Ni siquiera me das un abrazo”. Él le tomó la manó y la acercó hacia él. Mientras la abrazaba entrelazó ambas manos con las suyas y sintió el anillo: 

“¡Qué bonito es esto! (dijo mirándole la mano), ¿quién te lo regalo?”, preguntó en tono grave e inquisidor, frunciendo el ceño, como si adi-vinara algo…

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le  susurró al oído su signifi cado en español, cuando pudo atravesar la pared simbólica entre ambos y estrecharla con fuerza:

“Háblame despaciohay algo en tus ojosno dejes caer tu cabeza con penay, por favor, no llores.” (49)

Cinco años después, Ana tenía muy presente ese momento. Mientras él desenrollaba en el bar una serie de planos y charlaba, esperanzado, con un colega y gran amigo suyo.

Ezequiel, la había soñado muchas veces: cargándola en sus brazos, hamacándola en una plaza, esperándola a la salida del colegio.

Otras tantas, le habló, acariciando el vientre hinchado y redondo como un planeta misterioso y fascinante.

La sentía moverse muy despacito, a veces, y otras con tanta fuerza, que se asombraba de sus inmensas ganas de vivir…

“¿Cómo será allí adentro?, ¿estará todo oscuro?” le preguntó a Euge-nia mientras miraba el cielo. “Yo creo que sí…”, dijo ella asombrada de la pregunta y tratando de acariciarla a través de su piel, como que-riendo cuidarla en esas penumbras…

“Yo pienso que no”, dijo Ezequiel. “Creo que ese rinconcito está ilumi-nado por ella”. Eugenia rió tibiamente.

“Porque, mira: ella nos ilumina a nosotros dos, todos los días. Aún en la oscuridad, en la tristeza, ella está y estará brillando, como estas estrellas en la negra noche…” dijo observando hacia arriba, mientras ambos comían un guisado típico en un rupestre y modesto barcito de Tulumba.

Ahora, entre el olor a desinfectante del hospital y la mirada severa de su suegra, siempre tan despectiva hacia él, soportaba los minutos.

49 Es un fragmento del tema Don’t Cry de Gunses Roses.

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Tomy, por su parte, observó con bronca en el espejo del baño, cómo el granito en el mentón se le había lastimado y hasta le salía sangre. No se le ocurrió mejor cosa que tirarse alcohol, lo cual lo hizo gritar de dolor.

Todas sus camisas estaban tiradas sobre la cama, le parecía que nin-guna le quedaba bien. La blanca era la más linda, pero tenía unos cuantos años ya y ahora le andaba un poco chica.

Llamó a su tío: “¿Cómo marcha el asunto de la muchacha?, ¿ya la con-quistaste?”. “No lo sé… Más o menos. Cada vez que quiero aproximar-me, me evade, se pone nerviosa, cuando intento besarla se aleja de mí… como si algo la arrastrara. Pero a la vez noto en su mirada que me ama todavía ¿Qué le pasará?...”

María pensó mucho en Ana Karenina, cuando Luis la nombró. Se volvió un misterio compartido para los dos, algo que los unía y que habría de alejarlos.

Sólo tres datos tenía de ella: su nombre (¡tan raro!), que estaba en Bogotá y las cifras “221” que le dejó a él cuando se encontró con Luis, una noche, hace 7 años, en una fi esta.

En la casa de Helena había una gran biblioteca. Luis encontró tirado, detrás de un estante, un libro llamado “Ana Karenina” y se lo dio a María. Las siguientes 10 noches lo leyó con mucho entusiasmo, sal-teándose en verdad las descripciones extensas sobre personajes se-cundarios, y tratando de descifrar la historia de la protagonista.

Empezaron a rearmarse así las piezas del enigma que era Ana, la muchacha por quien Luis había llegado a Colombia, y sinceramente sintió pena de ella.

Luego pasaron tres meses hasta volver a ver al jóven, quien siempre andaba muy ocupado con sus estudios.

En ese entonces, 6 años antes del punto actual de nuestra historia, hacía un año que lo conocía y que compartían una hermosa amistad: largas charlas entretenidas, sentados sobre unas reposeras, mirando el fi rmamento en las afueras del teatrino.

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Lo divisó dibujando un plano (supuso), mordisqueando suavemente la lapicera cada tanto, con una expresión en su rostro de profunda concentración mientras cada tanto le sonaba el ruidito del celular y respondía uno tras otro a vaya a saber quién.

A ella le pareció tan adorable eso, podía hacer tantas cosas a la vez y aún así seguir tan comprometido en su labor. “Así es Luis”, pensó.

“Vene, tengo que hablar con vos cuando puedas…”, le dijo cuando lo creyó menos ocupado.

Se encontraron esa noche. “Lo descubrí, el secreto de Ana: Su mamá se vino de San Petersburgo, embarazada de la niña. Era una hija no deseada, la que llevaba en su vientre, fruto de una relación prohibida, con un venezolano. Ella fue a Margarita por él, pero las cosas no mar-charon bien, a causa de sus celos excesivos, y él acabó dejándola, tras lo cual ella quedó sumida en una grave depresión.

Su frustración fue tanta que a veces le achacaba su soledad, su juven-tud y belleza perdidas a esa indefensa criatura que había concebido. Tiene que haber sido muy profunda su identifi cación con la protago-nista para llamar así a su hija (47).

¡El nombre ni siquiera debe existir! Nadie más se llama así, salvo ella y un ser de papel.

Por eso el dolor de Ana, que veías en su cara desde que tenías doce años hasta los 14, en que ella cambió de colegio. Por eso la mirada indiferente y fría de su madre que hasta te atemorizaba. Por eso, a veces, la venía a buscar un hombre que nadie sabia quién era. Porque ella te dijo que no tenía padre, pero esa no era la verdad…”

47 En el libro, Ana queda embarazada de su amante Wronsky y tiene una niña. Pero sus constantes celos terminan por sumirla en una grave depresión y cierta locura de la que no puede superarse nunca. Siendo bastante indiferente en el trato hacia su hija. Ver. Tolstoi, León: Ana Karenina. Edaf, España, 1969.

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Luis tomó una bocanada de aire, los recuerdos se le agolpaban en la mente:

“Por eso su tristeza, por eso se recluía en los recreos, por eso su vul-nerabilidad extrema que escondía detrás de esa mirada penetrante e indiferente. Por eso tuve que quebrar tantas murallas para acercarme a ella, para tomarle la mano, para darle ese primer beso que di en mi vida… “, pensó.

Suspiró porque sentía una gran conmoción al hablar de ella y con-tinuó sumido en sus cavilaciones: “Por eso esa noche inolvidable en que nos volvimos a encontrar esquivó mis labios y me dijo. Tenía mie-do de amar, de estar condenada al destino de su madre. Por un nom-bre, que a ella le suena a tinieblas y a mí a una suave melodía…”

Ana terminó la dolorosa empresa de conducirlo a ella y lo sacó de su ensimismamiento:

“Te dijo donde vive… y además (hizo una gran pausa), tal vez, que te ama.

Algunas  calles de Bogotá antes tenían números para identifi carlas. Los memoriosos todavía lo recuerdan, como Francisco. La calle 22 es Santa Fe y se une con La Candelaria, la 1. La casa ha de estar en ese cruce. 22 es en el alfabeto la letra “t” y “1” la “a”: Te Amo…”

 Después de esas revelaciones él la abrazó y le agradeció mucho y ella lo miró marcharse con tanta pena: “Quizás le he dado al amor de mi vida la clave para separarlo para siempre de mí. Pero es mi deber. Sé que él debe resolver ese dilema. Lo dicen las líneas de su mano. Pero además me lo dice mi corazón…”, pensó.

Mujer rubia de ojos azules intensos y piel pálida que parece en exte-rior una amazona (48), bella y fuerte como un roble y en el fondo tan quebradiza y huidiza como una hoja seca llevada por el viento.

Gisela, tenía la mirada con ese dejo de temor, de dolor. En el graba-dor, resonaba un tema tan estremecedor en sus notas como ella. Él

48 Hermosas mujeres y valientes guerreras de la mitología griega.

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“Yo sé que no soy culpableyo sé que ahora soy felizyo sé que quería que alguien,alguien en el mundo piense en mí. Yo sé que soy imbancable.Sé que te hice reír.Yo sé: soy insoportablePero alguien en el mundo piensa en mí.” (54)

Cheng, caminó apresurada  entre las grandes avenidas de Córdoba para llegar a la Bajada Alvear. El remisero era conocido de la familia de Julián (su prometido) y no quería que supiera a dónde iba o con quién se encontraría. Alcanzó a divisar a Ernesto junto a un edifi cio con un cartel luminoso que decía: Estadio del Centro. Tenía una sonri-sa de oreja a oreja.

“Quería homenajear la música de nuestra segunda t ierra”, le dijo a Cheng, “es el suelo que nos unió, nuestra querida Córdoba”. Con un brazo le rodeó los hombros y la llevó, con cuidado, al medio de la pista. Se pisaron varias veces y chocaron otras tantas entre los en-laces típicos del cuarteto. “Esto está bien chévere”, le dijo Ernesto. La música alegre y festiva no era lo más acorde para bailar como un lento, pero sí para celebrar por ese rencuentro. Cheng rodeó tími-damente sus brazos a los de Ernesto, mientras que él la tomo de la cintura. Una lágrima de alivio corrió por sus mejillas blancas como la nieve y una sonrisa marcada a fuego, se dibujo en el rostro more-no de él.

De fondo se escuchaba:

“Ábrazame muy fuerte amor manteneme asi a tu lado, yo quiero agrade-certe amor todo lo que me has dado, quiero poder tenerte de una forma u otra a diario... amor yo nunca del dolor he sido partidario...” (55)

54 Letra de “Alguien en el mundo piensa en mí” de Charly García.

55 Fragmento de la letra “Abrázame muy fuerte” interpretada por el cantante Jean Carlos.

Mariana Valle

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Algo mareado, muy impaciente y con ese inmenso miedo de per-derlas, a las dos, caminaba de un extremo a otro de la sala. Sorbía un vaso de agua detrás de otro y miraba la hora.

Abrumado, le resonaban las palabras del doctor: “Está complicado…Hay problemas con la placenta…”.

Recordó una canción muy dulce:“Estarás esperando que un puñado de estrellas te vaya a buscar o estarás atascada en el borde del cielo y no puedes saltar…” (50)

Cuando la cargó entre sus brazos y miró a su madre sonriente recuperó el aliento. Sus manitos entre las de él parecían aún más chiquitas: arrugaditas y calientes. Sin embargo, allí estaba esa estrellita suya: sacándolo de la oscuridad,  iluminando todo a su alrededor…

La m ujer de vestido negro, zapatos altos, labios carmín y cabello dorado que caminaba a paso fi rme atravesando las calles de la Capi-tal Federal generaba tal conmoción por su belleza como la que, anta-ño, provocó la hija de Zeus entre los troyanos (51)

Cuando Mariano la vio quedó deslumbrado cual si fuese Paris.

La invitó a pasar a su cuarto. Hacía mucho que ya no vivía con su padre sino con un amigo en un departamento. Las paredes celestes estaban empapeladas por el universo del rock argentino: Imágenes

50 Es un fragmento de la canción “Milagro de Abril” de Alberto Plaza, inspirada en la espera de su hija, durante el embarazo de su esposa.

51 Helena, hija del dios Zeus y de Leda. Tenía tanta belleza que se dice, los hombre perdían la razón al verla. Paris se quedó prendidamente enamorado de ella y se la robó a su esposo Menelao. Generando así la guerra entre troyanos y aqueos (griegos). Esto se cuenta en la Iliupersis y principalmente en La Iliada de Homero (siglo IX a.c).

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de Almafuerte, Virus, Sumo, Seru Gir án, Charly García, Soda Stéreo, Patricio Rey, Vox Dei…

En un rincón había tres guitarras: una acústica, una criolla, una eléctrica.

El muchacho se sorprendió de verla: “¿Cómo andás, che?, ¿te vas a algún lado después? Lo digo por….” Y señaló su fi gura moviendo el dedo índice de arriba abajo…

“Digo (prosiguió) que estás muy…” hizo una expresión llevándose ambas manos al pecho y luego abriéndolas ampliamente, que en su lenguaje quería decir “desbordante”.

En cierta forma esa era para él una palabra muy adecuada para Gise-la. Si ella fuese  una canción sería la “Rapsodia Bohemia” de Queen, pensaba: “Demasiado…”.

Para él, Gisela era como el rock: el ritmo de su cuerpo al bailar, la po-tencia de su personalidad avasallante, los acordes intensos de una guitarra refl ejados en sus gestos, la emoción de la batería retumban-do como los latidos de su pecho cuando ella se aproximaba demasia-do a él;  su sencillez, humildad  y espontaneidad “de barrio” que eran un sello de este género en su país.

Gisela se sentó sobre la cama, cruzó las piernas y sonrió desenfadada: “Te vine a ver a vos”.

Mariano se sentó en una silla de madera frente a ella y algo nervioso cambió de tema… “Che… ¿y cómo va todo en el negocio, en lo de la peluquería?”.

“Acá ando, hago unos nuevos cortes mortales ¿y vos en la fábrica?”

“Monótono: poner una pieza, después otra, girar, cerrar, ¡soy como un robot!, ¡tenía razón el tipo éste!”

“¡¿Quién?!” dijo ella con los ojos grandes.

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“Marx (52): un grande” y le mostró su foto sobre la cómoda”…”.

“Uh… ¡cuánta barba!”, dijo ella pensativa. “Si dijo eso, me cae bien, che”.

De vuelta estaban en esa posición incómoda de “amigos”, cuando ninguno de los dos lo buscaba en el momento…

“¡Tengo ganas de bailar!”, dijo ella. “No tengo de la música que te gus-ta…  si no de todos estos maestros” y giró el dedo índice señalando toda su pieza.

“¿Y esos… tienen temas de amor?”. “Sí, ¡muchos!”. No soy demasiado bueno con esto, pero si querés puedo tocar algunos. “¡Dale!” Dijo ella y se enderezó como si estuviese a punto de empezar un recital:

“Todo es en vano si no hay amor.Cantar esta frase me ha nacido,recordar un grato momento vivido,apagar mis sedes con un suspiro Eclipsar con mi voz el fi rmamento” (53)

“¡Ja! No es para bailar lento. Es tan fuerte que casi me asusté”, dijo ella.

“No, pero… todo es en vano si no hay amor y esta canción me salió porque hay mucho amor acá en esta pieza…”

Escuchá esto, entonces:

52 Karl Heinrich Marx, conocido también en español como Carlos Marx (Tréveris, Reino de Prusia, 5 de mayo de 1818 – Londres, Reino Unido, 14 de marzo de 1883), fue un intelectual y militante comunista alemán de origen judío. En su vasta e infl uyente obra, incursionó en los campos de la fi losofía, la historia, la ciencia política, la sociología y la economía; aunque no limitó su trabajo solamente al área intelectual, pues además incursionó en el campo del periodismo y la política, proponiendo en su pensamiento la unión de la teoría y la práctica. Junto a Friedrich Engels, es el padre del socialismo científi co, del comunismo moderno y del marxismo. Sus escritos más conocidos son el Manifi esto del Partido Comunista (en coautoría con Engels) y el libro El Capital.(ver WIKIPEDIA online)

53 Fragmento de la letra de la canción “Todo es en vano si no hay amor” de Almafuerte.

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“A los niñitos blancos los buscan más…” comentó una de las encargadas del orfanato cuando tenía unos ocho años. Pensó en su tez morena y se dijo: “¿Será por eso que a mí no me llevan?”.

Los amigos se hicieron su familia. Afortunadamente fue siempre un chico con mucha energía y vitalidad como para soportar la situación. Lo que para Tomy fue Ezequiel, para él lo fue Víctor, pero éste se marchó, cuando tenía 13. Y se fue haciendo más huraño, le salió la bronca acumulada tantos años. Se metía en trifulcas por cualquier cosa y cansados de su reprochable actitud lo mandaron al “calabozo de los pibes”.

Él ya no esperaba tener un hijo y él ya no esperaba tener un padre, pero quiso el destino que la directora del juzgado le ofreciera la patria potestad del muchacho, que no se habituaba al lugar y que daba signos además de padecer una enfermedad que tenía origen psicosomático…

Quince años tenía él cuando su madre lo abandonó y ese día pensó mucho en la ausencia del padre y en los grandes valores que le inculcó. Fue a hablar con Mariano, que tenía esa edad en aquél momento,  y se vio a sí mismo refl ejado en sus ojos años atrás… “¿Dónde hay que fi rmar? Se viene conmigo”, le dijo a la mujer.

Mariano se adaptó rápido a sus tres hermanos (al fi n y al cabo todos compartían un origen penoso)  Pero tenía toda esa ira aún guardada por la  que ofrecía aún más resistencia a la severidad paterna del norteamericano en la educación de sus hijos.

Le decía “señor” y lo trataba de “usted” y aquél no sabía cómo reaccionar ante eso. Una tarde de invierno, cuando tenía 16, hablaron mucho: de música, de mujeres, de fútbol… Mariano se iba a una clase de la maestra particular con un buzo delgado y nada más. “¡Abrigate, hijo!”, le dijo Christopher. La palabra retumbó entre los dos: era la primera vez que la pronunciaba. Mariano buscó una campera gorda con capucha, se la puso y se fue.

Apenas unos días después escuchó a través de la puerta cómo éste hablaba con un amigo y le decía: “Naaa, mi viejo no me va a dejar  nunca, olvidate…”.

Mariana Valle

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Siguieron bailando un tiempo fuera del tiempo: el tiempo de reen-cuentro. Que terminó subrepticiamente con un mensaje de Mariano al celular de Cheng “Venite urgente para acá”.

Tomy la acompañó en un taxi y trató de tranquilizarla todo el camino, acariciándole sus manos entre las de él.

Cuando llegó a su casa él bajo para despedirla, incómodamente se miraron a los ojos. Como en un juego de ajedrez, Ernesto no sabía si arriesgar una pieza por lograr la victoria y dar un paso en falso. Final-mente la besó en la mejilla y se quedó mirándola ingresar a la casona.

Pero Cheng llegó a la puerta y se dio la vuelta. Aceleró el paso y son-rió. Como si alguien le hubiera recordado que el tiempo apremia, que no hay que dejar  los momentos de  dicha se nos pasen como arena fi na entre los dedos. Regresó con él y lo besó. Jaque mate a la reina que bajó la guardia frente a su castillo.

“Gracias. (56)”. Le dijo él.

Ella quiso responderle, sin embargo, una vez más una fuerza podero-sa se interpuso en sus vida. Sonó su celular y la devolvió súbitamente a una triste realidad.

“Papá está muy mal, Cheny. Está en la clínica. Venite para acá. Te paso la dirección…”, le dijo su hermano mayor.

56 Signifi ca “te amo” en coreano.

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Cien grullas para vosViajera que hacia el polo marcó su travesía,la grulla migratoria revuela entre el celaje;y en pos de la bandada, que la olvidó en el viaje,afl ige con sus remos la inmensidad sombría. (57)

“Tome usted un papel en blanco…”. El blanco es el color neutro, es el comienzo de todos los otros o es el  fi nal.

La historia empieza en Nueva York. En el frío de la época navideña Henry Thompson, hijo de familia adinerada, decide viajar a la Argentina. Es el año 1948. La estampa de Buenos Aires aún conserva resabios de la que pintara Borges: los arrabales, los malevos luchando cuerpo a cuerpo en un oscuro y frío recoveco de una calle porteña  y uno que otro cantando una suave melodía a la luz de un farol emulando al que allá en Francia supo anhelar “cuando yo te vuelva a ver, no habrá más penas y olvidos (58). Mujeres de boquitas pintadas que caminan pizpiretas por sobre las baldosas, entre ellas la muchacha fl orida que alborota su corazón desde el primer instante.

1949 y los negocios ya no marchan muy bien en el país natal y, mientras allá al norte los sueños familiares se derrumban, él comienza una nueva vida en un humilde barriecito cercano a La Boca.

57 Poema “La Grulla” de José Eustasio Rivera (célebre poeta colombiano de principios del siglo XX). Durante miles de años la cultura japonesa ha apreciado a la grulla como símbolo de honor y lealtad. La grulla es un ave majestuosa que se asocia con la vida y es extremadamente leal con su compañero. El ave es fuerte, agraciada y hermosa. A causa de su gran importancia, los japoneses creen que si una persona hace 1,000 grullas puede cumplir su deseo más preciado.A lo largo de todo el Lejano Oriente, la grulla es considerada un pájaro de buen augurio y es conocida con varios nombres: “el ave de la felicidad”, “la grulla celestial”, “el ave de la paz”. Es una costumbre en la cultura oriental elaborarlas de papel para pedirle favores especiales.

58 Letra del tango “Mi Buenos Aires Querido” de Alfredo Le Pera, popularizado en la voz de Carlos Gardel.

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En 1950 nace su único hijo, Christopher. Los siguientes años están plagados de nostalgia, de tristeza, de indiferencia y de obstáculos. Sobreviven en una casita de piso de barro y el niño sueña, mientras saborea la manzana jugosa que le robó a su padre de la jardinera (59)

Llanto, griterío y desconsuelo, la mujer no “está en sus cabales”, dicen los vecinos y se termina yendo porque simplemente “no aguanta más” y ha encontrado un amor en otro puerto y “vaya a saber qué será de su vida”…

Solos los dos hombres, enfrentan la adversidad y, ya siendo grande, esta vez el azar juega a favor de Christopher: ahorra dinero de su sueldo del ferrocarril y lo invierte en una empresa exitosa. Es el inicio de Lincoln (en honor a su padre), una fábrica de galletas de receta norteamericana que se convierte, a posterior, en una de las más grandes marcas de la Argentina.

Después del dinero, vino el amor y llegaron los primeros “hijos de corazón” que poblaron la soledad de la casa con sus voces cuando, como su madre, la mujer lo abandonó. Finalmente llegó Mariano: el último de los cuatro y se completó la familia, a la que se abocó completamente, a la par de los negocios.

“No lea, usted, el siguiente párrafo sino tiene el corazón puro, si

guarda rencor o cualquier otro sentimiento negativo: hay que

purifi car el alma antes de empezar el origami (60)…”

Mariano se acordó del día que Christopher lo fue a buscar alreformatorio.

59 “Jardinera” se le llama a un carro con ruedas hecho de madera y movido por un caballo sujetado a éste que los vendedores ambulantes de frutas y verduras usaban para llevar su mercadería

60 El Japón, después de la segunda guerra mundial, el “origami” (técnica de realizar fi guras con papel doblado) hizo de la fi gura de la grulla de papel un símbolo de la paz y la esperanza. Como motivo de tatuaje, la grulla puede ser un símbolo de elegancia, sabiduría, paz y amor por la vida. Aunque puede confundirse ocasionalmente con las cigüeñas y las garzas, las grullas pertenecen a una familia de aves propia.

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“El armado de un origami implica estar seguro realmente de sus

efectos y de confi ar plenamente en los efectos positivos de la

fi losofía taoísta (61)…”

“Segura…”, pensó y se acordó del celular  volando por el aire.

“Mi papá no va a poder volar, nunca más…”, le dijo María a Luis, mientras miraba hacia el techo del teatrino recordando cuándo él le enseño el maravilloso arte de la acrobacia. Su pierna derecha se había puesto cada vez peor y ahora estaba gangrenada.

Se sentó sobre la tarima de piernas cruzadas y miró el piso largo rato. Él recostó la cabeza sobre su hombro y la rodeó con los brazos. Le parecía que era realmente una mariposita: pequeña, leve, andariega, suave y luminosa…

Ella lo abrazó y brotaron como en cascada todas las lágrimas acumuladas hasta mojar su camisa con agua, sal y pena…

Él le acariciaba suavemente la espalda para reconfortarla dibujando suavemente una línea invisible: de arriba a abajo. Se le ocurrió alternarla  con una forma esférica y ella, que aún tenía los ojos enrojecidos y encristalados, dijo: “Es un círculo…”. “Sí”, respondió él y después dibujó otra fi gura en su espalda. “Es una estrella…”. “Vaya, sí, pero esa es muy fácil”. A continuación, trazo tantas líneas que ella quedó desconcertada y sin respuesta. “¡Era un cubo mágico! (62)”. “Me hizo cosquillas…” acotó ella mientras sonreía levemente. Él se sintió orgulloso de lo que había logrado, hizo un dibujo muy simple, esta vez. “Es un corazón”, dijo ella. “Lindo y grande como el tuyo” y  le besó varias veces la mejilla.

Se levantó y tomó una pelota, que había quedado del decorado de

61 Inspirada en las ideas de Lao Tse  (siglo V ac), que nacieron en China y se difundieron a países vecinos  de Asia como Corea y Japón, entre otros.

62 Es un cubo que posee nueve cuadrados en cada una de sus caras, pintados con diferentes colores. Sirve como juego.

Mariana Valle

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“Mi viejo…” le resonó como un eco y sonrió.

“¡No sé, Gi, tengo miedo por mi viejo” le dijo con la voz un poco ronca por el dolor en la garganta del temor.

“Va a estar bien, che, vas a ver”. Ella lo abrazó con tanta fuerza que le dolieron un  poco las manos y se volvió a sentar frente a él del otro lado de la mesa. No sabía qué más hacer para confortarlo y empezó a verter el agua sobre el mate.

“¡Ey, rubia,!, ¡vení para acá!”, le dijo haciéndole un huequito en la silla para que se sentara junto a él.

 “Vos tenés novia, está mal lo que estamos haciendo Flor es mi amiga.”. “Flor es casi como una hermana para mí…” le dijo él y dio por concluida la farsa de su noviazgo.

“¿¡De dónde salió semejante idea!?”. “De mi hermana, Cheny, que me dijo”.

“¡Ah!, ¡la tiene re clara la mina!” dijo asombrada y lo besó, ahora sí, sintiéndose plena poseedora de aquellos labios.

“¡Viejito, ponete bien!” exclamó él con las manos en posición de rezo y mirando hacia arriba, a ese que le pedimos siempre que estamos mal, sea cual fuere el nombre que le asignamos.

No había ya ira en su alma, ni en la de ella, ni siquiera rencor hacia su padrastro...

“Ponga el cuadrado de papel en forma de rombo y pliegue cada

una de sus puntas hasta formar cuatro triángulos concéntricos.

Luego, colóquelo en posición de cuadro nuevamente y doble

en sentido horizontal y vertical hasta formar cuatro rombos

concéntricos y ocho triángulos en total…”ambos dieron el primer paso, cada uno en sus respectivos papeles: Empezaba la cadena…

“Antes de hacer el segundo paso, es preciso que usted libere su

corazón de miedos y tribulaciones…”

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No dejes que el viento nos arrastre

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“¡Y cómo si fuera tan fácil!”, pensó Efraín.  Ante una adopción legal, los padres biológicos resignan sus derechos como tutores de sus hijos y los transfi eren a sus padres adoptivos. El caso de Efraín era particular, además, pues estuvo cuatro años en guardia judicial. Es decir, el Estado quitó a sus progenitores su tenencia por signos de maltrato y abandono del infante.

Cuando tenía diez años, una mujer de aspecto muy descuidado y con signos de cierta demencia lo tomó del brazo a la salida de la escuela y se lo llevó a la plaza. “Soy tu madre. Vos me podés ayudar, Efraín, dame plata, estoy sufriendo… Dale, chiquito, vos sos lo único que me queda.” Un hombre de mirada ruda hizo un gesto a la mujer y lo subieron a un auto destartalado que los condujo hasta una casucha donde el niño tuvo una impresión horrible de malestar e inseguridad y le emergió de ellos  un recuerdo triste que no pudo borrar el paso del tiempo… “¡Plata!” Eso es lo único que querían de él y lo consiguieron. Para padre e hijo fue un trauma. Christopher y sus hermanos siempre guardaron especiales cuidados para con ese niñito vulnerable, que hoy ya era un adolescente.

Mariano le enseñó a tocar la guitarra y pudo canalizar a través de ella muchas de sus emociones. Lentamente esa pesadilla fue quedando atrás, muy atrás… Pero estas instancias lo reavivaban.

Recordó una mañana en que se arrojó al mar, jugando con Lisi, y casi se ahoga. Su padre lo socorrió y calmó sus sollozos. “Papá te va a cuidar siempre”, le dijo.  ¿Y cuándo no estás, mientras te vas a trabajar?”. “¿No sabés que todos tenemos   un angelito de la guarda que está siempre detrás nuestro y nos cuida?”, le respondió. “¡No lo veo!, ¡es mentira!”, dijo después de voltear la cabeza. “Claro que no. Además tenés a tus hermanos que siempre te van a proteger, si yo no estoy…”.

El regalo de cumpleaños, a los once, fue una cadenita de oro con un ángel tocando el violín que decía “Fairne” (anagrama de Efraín): tenía nombre y lo podía ver, como ahora, brillando sobre su pecho. Lo tomó con su mano y calmó sus temores.

Mariana Valle

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“Doble el papel en forma de triángulo con la punta hacia abajo

y pliegue los dos triángulos que quedaron hacia los lados

del pequeño  rombo central hacia adentro. Haga lo mismo

con las otras caras del triángulo más grande…”. Efraín siguió atentamente la consigna.

“No prosiga si no es capaz de resignar su propio bien, en pos del

bien ajeno…”

A diferencia de sus tres hermanos, Elizabeth creció siempre en el seno de una familia bien acomodada monetariamente sin acarrear ningún tipo de recuerdo doloroso. Pues si bien su inicio, como el de ellos, era un abandono (voluntario o no); era apenas un bebé cuando la adoptaron.

Tenía el pelo castaño claro y los ojos marrones miel. Era muy femenina y delicada en sus modales y aunque tenía bondad en el fondo de su corazón, a veces era un poco egoísta, le costaba sacrifi car lo suyo por alguien más.

Recordó que hace unos meses atrás fue a visitar a su hermano. Tenía una salida con amigas planeada para la noche.

Mariano estaba solo en el departamento, tenía fi ebre y dolores estomacales muy agudos. Después de revisarlo, el médico le recomendó dieta y reposo.

Ella se esmeró mucho en prepararle una sopa con mucha verdura cortadita. Mariano odiaba la sopa, porque le recordaba al orfanato y se prometió no volver a comerla jamás. “¡Agh!… es aguosa y horrible…” “¡Pero esta es  una sopa !”, le refutó ella, mientras lo perseguía por la cocina con la cuchara. Al fi nal probó un poco y le pareció deliciosa: “¡Qué bien cocinás!”. La verdad es que el éxito de una receta depende mucho del cariño con que se piense, mientras se la está preparando. Y fue una forma de expresarle a “Nano” cuánto lo quería, tanto para cancelar la cita con sus compañeras y quedarse con él, cuidándolo.

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“Quiero leerte algo, linda”, le dijo y buscó un cuaderno. “Lo escribí para ti, hace seis años, después que hablaste conmigo y…tú sabes”. Le recitó:

“¿Por qué te has resignado?, ¿por qué te has dejado vencer por la distancia?, ¿no sabes que la única barrera realmente indestructible en este mundo es la muerte?, ¿no sabes que todo lo demás se puede superar?, ¿no sabes que me dejas un vacío tan hondo que siento que estoy perforado por dentro, que hay un hueco en mi cuerpo y en mi vida y eso es todo lo que me falta sin ti?, ¿no sabes que hay tanto dolor en este mundo, hay tanto dolor en nosotros mismos y nos estás quitando este espacio de felicidad que es un milagro de Dios, que nos compensa por todo lo que hemos sufrido?, ¿no sabes que no puedo con esta ausencia porque todas las cosas a mi alrededor tienen el peso de tu existencia?, ¿no sabes que es mejor tenerte  a miles de kilómetros, pero saber que cuento con tu amor, a no tenerte en absoluto?”.

Cheny suspiró hondo y se secó las lágrimas. “Sí, yo sé mi amor, yo sé…”, le dijo mientras le tomaba el rostro con las manos y le besaba la frente.

Yo también escribí esto hace 7 años, dijo y sacó un papelito amarillento que llevaba en el bolsillo de su short:

“Yo sé que no me vas a entender. Yo sé que tal vez sientas mucha bronca, yo también la siento. A mi me enseñaron a resignarme. Que si la vida no había sido muy buena conmigo no me quedaba otra que afrontarlo con serenidad. Yo sé que este amor que tengo no va haber tiempo ni distancia que lo borre. Yo sé que es una tortura que yo elegí el no poder hablarte, pero es que sentía que estaba siendo egoísta con vos y que debía darte la oportunidad para que te olvidés de mí, aunque yo nunca me voy a olvidar de vos”.

“Quince años tenías… ¡eramos tan chicos! A lo mejor era demasiado para nosotros: muchos obstáculos,  pero ahora eres “mi” mujer, eres mi novia y hay que mirar para adelante: nuestra casa, nuestros niños, todo lo que vamos a hacer juntos de ahora en más.”

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una obra y la lanzó varías veces, cada vez más alto, y agarrándola para impedir que toque el suelo…

“Tomy me enseñó que esto alivia cuando uno está mal”. “Tienes destreza…”, observó él.

Ella tomó su celular que estaba sobre la tarima y lo lanzó por el aire, muy alto, mientras él miraba anonadado la escena.

Lo tomó entre sus manos y se lo dio. “¿¡Y si se te caía!?”, le preguntó el. “Excluí esa posibilidad, porque estaba segura de agarrarlo, esa es la clave…”

Segura: así se sentía con él, como si estuviese caminando sobre una soga extendida, a la manera de un equilibrista y él estuviese siempre detrás suyo guiándola, impidiéndole caer.

Segura: como al oír su voz, que la serenaba cual si fuese una mañana de primavera en el campo, observando el paisaje…

Segura: como cuando sentía sus manos calientes, rozar las suyas, como el beso efusivo con el que la saludaba al llegar, después de esos meses de ausencia, como esas charlas largas y profundas que guardaba entre los momentos más preciados de la memoria.

Miró sus ojos marrones inmensos de autenticidad y esperanza, para ella y quiso decirle “Estoy segura de amarte”, mas no lo hizo.

“Desdoble los pequeños tríangulos de manera que quede una

figura cónica sostenida por dos extremos y luego vuelva a

plegar los tríangulos iniciales hacia atrás de la cara central

del rombo, que serán las alas…” María hizo lo indicado. Ya casi podía volar, como ella.

“Para el siguiente paso se necesita coraje para afrontar las

adversidades de la vida, para asumir lo que ya  no podemos

cambiar y luchar hasta el último minuto por lo que aún podemos”

“Necesito de ti un favor, es por nuestro amigo…”  Fue lo único que Ernesto le dijo a su amiga cuando habló con él por teléfono. María

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era como las Erinias (63),cuando estaba enojada, dejaba ver su ira en cada gesto, en cada frase. Se hacía una coraza para no sentirse nuevamente herida, en el fondo la bronca siempre esconde un resabio de temor.

“Tan pequeña y semejante carácter”, pensó.

En ese momento no sabía si podría vencer esa pared de mármol que ella había puesto entre los dos, pero no se resignaba a perderla.

Recordó cuando se enamoró de ella. Entró al teatrino y estaban ensayando la obra Píramo y Tisbe (64). Ella era Tisbe y estaba suspendida en el aire aferrada a unas telas blancas, a través de las cuales se deslizaba, como hamacándose y susurraba dulces palabras a Píramo (otro acróbata) a quien no podía tocar, sólo hablarle.

De repente el tiempo se detuvo para él, las cosas quedaron como paralizadas a su alrededor: sólo ella se movía con agilidad y destreza con esa sensación de paz y libertad que siempre la embargaba.

¿Cuánto tiempo basta para descubrir –o redescubrir- que se ama profundamente a alguien? Sólo un instante. Ése en que advertimos que esa persona es nuestra perdurable e inquebrantable compañía, un cúmulo de momentos de alegría, una inmensa reciprocidad de cariño que nos conforta, una señal de autenticidad que hace ese “alguien” destacable entre la multitud, un espacio de plenitud entre la vorágine del mundo, una esperanza en el porvenir y una gran belleza en toda su figura y personalidad, imperfectas -sí- (porque no es atributo de los

63 En la mitología griega, son mujeres que persiguen con furia a los culpables de ciertos crímenes o actos impropios.

64 Es una leyenda recogida por Ovidio (poeta romano del siglo I a.c) en La metamorfosis. Cuenta la historia de dos amantes cuyas familias estaban enfrentadas a muerte. Paradójicamente eran vecinos y se hablaban a través de una rendija en la pared que separaba ambas casas. Fue inspiración de Shakespeare para escribir Romeo y Julieta (1595).

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simples mortales la perfección), pero admirable a nuestros ojos y nuestro corazón.

Quiso decirle lo que acababa de advertir, gritarlo a los cuatro vientos.  Pero ella pasó raudamente a su lado, tenía mucha prisa y él no sabía por qué. Atinó a responderle su saludo: “Hola… ¿cómo estás?...” Pensó que habría muchas oportunidades para decirle cuanto la amaba, pero se equivocaba.

“Doble el extremo inferior del cono hacia adentro, de manera que

tome relieve y se sostenga…”

Continuó con el armado de la grulla. Y miró el plano sobre la mesa, una vez más, antes de irse a dormir…

“Para continuar con el armado piense en alguien que  ama con

intensidad…”

Pudo haber escapado una vez más, pero no lo hizo. Las circunstancias dolorosas de aquélla noche en el hospital la aferraron una vez más a sus brazos. Confesó ante Julián, su prometido, sus motivos y antes de marcharse de su casa sintió que el camino antes bifurcado ahora se hacía una senda larga, incierta y muy oscura, pero estaba determinada a continuarla.

Cuando llegó por fi n al departamento de Ernesto, se sintió segura de su decisión y manaron por fi n todas las lágrimas contenidas.

Se besaron lenta y dulcemente como queriendo recobrar las horas perdidas.

A él le parecía tan maravilloso tenerla de vuelta entre sus brazos, después de todos esos años de ausencia, que hasta a veces temía estar soñando y que, de repente,  otra vez ella se apartara de él por una ráfaga de viento y lo dejara solo, desconsolado por su partida.

Y no dejaba de mirarla embelesado, sentado a su lado y acariciándole su cabello renegrido y oriental: hasta le parecía que su presencia irradiaba luz, era un fenómeno inexplicable, pero así lo sentía.

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Hospital Privado, Cerro de las Rosas, Córdoba

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“Forme un triángulo delgado que deberá extraer de la base (el

cuerpo) del animal, como lo indica la fi gura, de modo que ésta sea

su cabeza, haga lo mismo con el otro extremo, de modo que se

forme la coleta”

Tomy tomó la fi gura en sus manos y realizó el último paso. Luego la hizo planear por la habitación: “Tiene mucha fuerza, amor, puede resistir a todo…”le dijo él sonriendo.

“Para terminar el origami hace falta fe y esperanza”

¡Claro que las tenía! Estaba recostada sobre su pecho, con sus manos entrelazadas entre las suyas, escuchando los latidos de su corazón que le daban tanta tranquilidad como los arrullos que le cantaba su madre antes de dormir. Y tenía profunda convicción de que el corazón de su padre seguiría latiendo, por mucho tiempo más. Estaban sentados en la sala de espera del hospital, aún no era el horario de visitas, pero ella se sentía más aliviada con sólo estar cerca de su padre. Por una instante, en la medianoche, se quedó dormida y le susurró a Ernesto casi entre sueños : “¿Tomy puede ir con nosotros a Colombia? Nunca lo he dejado solo por mucho tiempo...”.

“Mmmm... Ya veré que se me ocurre, mi amor...” le susurró mientras ella defi nitivamente se iba quedado profundamente dormida.

Él pensaba que esta vez, sí, la felicidad sería completa para ambos y aunque intentaba alivianar la preocupación y la angustia de Cheng estaba feliz de estar a su lado y apenas podía pensar en otra cosa.

Ya había somado el alba, por la ventana de la sala.

“Necesito descansar”, dijo ella. “Soñá conmigo”, le pidió él y ambos se retiraron del hospital, una vez más por senderos bifurcados, pero con un sentimiento entrelazado. A la mañana, ella se levantó aturdida por la intensidad de las cosas que había vivido el día anterior. Sentía un miedo paralizador por su padre, estaba como desorientada y fue a la biblioteca, como arrastrada por una fuerza inexplicable. Empezó

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a buscar entre los libros de Kion Lee, su padre biológico, que había heredado de su abuela. Encontró el Tao The Ching (65), pero l o que más le asombró no fue el libro en sí sino lo que guardaba: un manuscrito escrito en coreano, dedujo, de la pluma de Kion Lee con los pasos para hacer un origami donde se hacía mención a su curioso efecto positivo sobre la salud de los enfermos (66).

Reunió a tod os sus hermanos en el living y les pidió su ayuda: “Cuantas más personas lo hagan, cuanto más seamos, mejor” y les pasó a todos copias trducidas con los instructivos para realizar el ritual sagrado.

Ellos lo aceptaron porque no les quedaba ya otra cosa por hacer y, en cierto sentido, era muy reconfortante poder emplear el tiempo en algo que les diese un poco de esperanza, de aferrarse a esa tarea como si realmente dependiera en algo de ellos conservar la vida de su padre.

Cuando le contó a Tomy y fue a su departamento, a él se le ocurrió contarle a María, pues era una forma de unir un pedacito de su querida Colombia con Argentina y a ésta a Luis, pues si bien le guardaba mucho rencor, era una forma de unir su país a la Venezuela que tanto había aprendido a amar en su nombre: todo en misión de salvar a un norteamericano a través de las consignas de una práctica coreana. “¡Qué ironía del destino!”, pensó.

Cheng recopiló todas aquellas grullas de papel: pequeñas, grandes, con las alas abiertas o más cerradas. Formó con todas ellas una

65 Se puede considerar el libro más famoso de oriente, escrito en China en el siglo VII ac. por Laozi.

66 La leyenda, difundida en todo el mundo, cuenta que las grullas viven mil años y que por eso son un símbolo de salud y longevidad. Sadako Sasaki, fue un niño que sufría de leucemia a causa de la bomba de Hiroshima y decidió hacer mil grullas para salvar su vida. Desafortunadamente, no pudo terminar su proyecto, pero se hizo una estatua en su nombre y dio más vigor que nunca a la leyenda. Miles de personas esperanzadas, practican hoy este ritual en Oriente e, incluso, Occidente. Un relato de Elsa Bornemann, escritora argentina, reproduce este leyenda; se llama “Cien Grullas” y se encuentran en el volumen de cuentos para niños El libro de los chicos enamorados.

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guirnalda y durante el horario de visita las pegó alrededor de la habitación donde dormía el Sr. Thompson que seguía inconsciente. Sus cuatro hijos del corazón rezaron por él.

Esa noche sucedió algo mágico, les contaría luego la enfermera. Cuando abrió la puerta para cambiar el suero del paciente se encontró con miles de lucecitas pequeñas como luciérnagas que iluminaban todo el cuarto oscuro. Algunas de las grullas, inexplicablemente volaban por la habitación como si tuviesen vida realmente y algunas habían “anidado” muy cerca de Cristhoper, quien dormía plácidamente. “Como si estuviese soñando algo muy lindo”, dijo la mujer con los ojos brillosos mientras se tocaba una cadenita un tanto oxidada con un dijecito de la Virgen María.

Cheng le agradeció por su relato, miró a sus hermanos y cerró los ojos por un momento, pensando en sus padres biológicos y agradeciéndoles internamente.

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“Como una manzana podrida, como un depósito de basura, como si estuviese debajo del agua, anclada al fondo del mar sintiendo una gran desesperación y desconsuelo…”

“Entiendo”, atinó a decir Luis. Pensaba decirle muchas cosas más para reconfortarla, pero las palabras no le salían de la boca, perturbado como estaba, al sentir ese dolor tan profundo de su querida amiga.

“¿¡Cómo puedes entender!?, ¿Acaso puedes saber lo que es tener una madre que cada día de tu vida lamenta haberte parido?,¿que la sangre de tu sangre desprecie tu existencia? ¿Tú, justo tú?,  Y sin embargo estoy aquí, cuidándola, porque la quiero y porque no puedo escapar de ella… ni aunque quisiera”

Ana escondía su belleza detrás de un vestido antiguo como los que se usaban en los años 50, con amplios bolsillos a los costados y remendado en algunas partes. Tenía el rostro al natural, sin maquillajes, y una cola de caballo que le contenía bien el pelo rubio y largo que le caía como en cascada: Transmitía una imagen de perfecta pulcritud y serenidad como el agua en calma de una laguna, pero en el fondo era un torrente de emociones, sobre todo de furia contenida.

Era una ambivalencia, sabía que era hermosa y en el fondo se preocupaba mucho por su aspecto (pero no de manera que fuese notable para su madre que se alteraba los nervios si le veía con  lápiz labial); esperaba cautivar con ella a un buen hombre, enamorarlo y marcharse de una vez por todas.

Luis sabía de su ira, por eso comprendía y hasta le parecía bueno que ella canalizara parte de su enojo reprochándole a él.

El comedor de la casa tenía una biblioteca llena de libros, a través de los cuales Ana soñaba con mundos lejanos: el visionario Julio Verne y Robert Louis Stevenson, pero también las románticas hermanas Bronte y Jean Austen, entre otro centenar de clásicos de la literatura universal y rusa, en especial: Dostoievski, Chejov y Tolstoi.

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Revelaciones“Bebiendo solo bajo la lunaRodeado de fl ores, libo soloAnte un jarro de vino.Alzando la copa, convido a la luna (…)Aunque la luna no pueda beber….”(67)

“Necesito decirte algo, Tomy”, le dijo mientras lo miraba seriamente a los ojos y tomaba sus manos entre las suyas, que le temblaban por el temor. Ahora sí que se sentía al borde de un precipicio, sabía que ese era el costo de amarlo con la intensidad con que lo amaba, pero no estaba sola: Ernesto también se sentía así, como si los mágicos momentos que habían vivido- al parecer casi fuera del tiempo y el espacio por los visos de irrealidad que a veces tiene la felicidad cuando nos recobra algo que creíamos perdido- pudieran derrumbarse en un instante tras un sismo devastador.

“Mirá… si hay algo que yo no haría es lastimarte”, dijo Mariano. Estaban sentados en un humilde barcito porteño, con las paredes descascaradas y manchadas de humedad, cubiertas por fotos del Club Atlético Boca Juniors y, en grande, un cuadro de Diego Armando Maradona. Era el sitio favorito de Gisela.

Mariano bebió un sorbo de cerveza rubia y se rascó el pelo, nervioso. Tanto azul y amarillo le daba pánico, acostumbrado al celeste cielo de su que querido equipo: Belgrano de Córdoba.

El ambiente, el trago, la compañía de esa hermosa mujer que era la luz de sus pupilas lo llevó a la confesión. No hay nada más angustiante que guardar un secreto que nos corroe el alma, que nos taladra la conciencia y nos ataca en el momento menos previsto de

67 Poema de Li Bao, célebre poeta chino del siglo VIII, quien curiosamente murió por querer abrazar el refl ejo de la luna (alterado por su embriaguez) arrojándose de su bote y ahogándose en el río.

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nuestra existencia. Y no hay forma de condenarlo al olvido, cuanto más nos empeñemos, más se hace presente.

“Yo aprendí de mis errores, rubia. Sabés que te adoro (le dijo mientras le acariciaba el mentón y se impregnaba de la frescura de sus ojos azules, transparentes como su alma) y realmente no puedo creer que tu padrastro te haya lastimado tanto y…en todos estos años…¡nunca me hayás dicho nada! Que te hayás guardado toda   esa tristeza ¡y que pienses esas cosas horribles de vos!, que sos lo más lindo que yo conozco, por dentro y por fuera”.

No fue fácil para Gisela abrir su corazón y revelar su gran secreto. Entre la miseria acosadora de todos los días, y los tratos  violentos de aquél hombre estaban las palabras, que a veces duelen más que los golpes porque perforan nuestra manera de mirarnos y de sentirnos observados por el mundo. En términos menos elegantes, Ignacio (su padrastro) sostenía que su belleza, la que había heredado de su madre, era un demonio que no haría otra cosa sino atrapar a los hombres en sus redes y llevarlos a la desdicha, cual si fuese una araña venenosa.  Y eso venía a cuenta de los celos desmedidos que sentía hacia su madre y que prolongaba en la niña, que se había formado un carácter corajudo y aguerrido, para defender a su ser más preciado, su madre, de todo mal…

“¡Esta chica es un demonio, Clara!”, le dijo muchas veces a su mujer exudando olor a alcohol.

En el fondo, esas palabras minaron el mundo de Gisela como un campo de batalla, porque acabó creyendo que no era merecedora del amor genuino y puro de un hombre. Y contarle esto a Mariano fue sumamente aliviador para ella.

“¿Vos, guardás algún secreto morocho …?”

Mariano suspiró y empezó su triste relato:

 “Estuve muchos años en un reformatorio ¿sabías? Yo no era un buen chico, me peleaba con los demás me agarraba a trompadas por

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cualquier cosa. La directora del reformatorio me decía ´demonio´ mientras me corría con un cinto por todas las instalaciones.  ¡Te lo juro! Y yo tenía una bronca tan grande contra todos,  contra todo: contra mí.

Había un chico, Nazareno, que para los demás era la misma peste que yo. Competíamos, pero en el fondo éramos amigos: cada uno sabía lo que le pasaba al otro. Un día yo le hice una broma al Tarta Sanchez: le unté toda la cara con dentífrico mientras estaba durmiendo… ¡no había forma de que se despertara el tipo ese! La cuestión es que le se levantó furioso con la cara colorada y llena de granitos. Como ya era voto cantado, lo agarró a Nazareno y le dijo que confesara. Yo miré toda la escena y no hice nada. ¡una basura! Sanchez lo molió a golpes a Nazareno que me hizo una mirada horrible después: ´ ¡Fuiste vos!, ¡falluto! No tenés códigos basura´

Siempre me acuerdo de eso, fui un cobarde asqueroso, un jodido. Vaya a saber dónde estará este pobre chico ahora… y yo que me di la gran vida, haciéndome el enfermito para lograr la  compasión de mi viejo que es un santo y los dolores de cabeza que le he dado…”. Miró a la mesa y vio un cenicero lleno de colillas que al mozo se le había olvidado sacar y se sintió tan sucio como éste.

“Vos sufriste mucho, che, ¡deja de culparte! No podes volver el tiempo atrás. Tuviste miedo, la gente se equivoca, pero hay que mirar para adelante”.

Y es verdad, Mariano no soportó los golpes ese día, pero después le quedó el sabor amargo de la culpa, que es lo que tiene el hombre desde que Eva probó la manzana. La culpa es como  volver a comerse esa manzana, pero ya no tiene el gusto sabroso de la tentación sino que es amargo y áspero y solamente se termina cuando uno hace el bien y se perdona a sí mismo.

Mariano hizo un acto loable: rescató a esa humilde muchacha de la soledad, de sus fantasmas, de sus temores y revivió la belleza más profunda que había en su corazón: esa que le salía por los poros cada vez que sonreía haciendo un canto alegre a la vida.

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Después de ese día, ambos hicieron –o trataron de hacer- como si nada hubiese ocurrido.

Pero lo cierto es que aquello había sido un verdadero sismo en sus vidas. A Luis no le gustaban los sismos, de hecho había estudiado como frenar sus consecuencias en los edifi cios.

A María los sismos –los de la vida- le gustaban, pero le daban temor.

A él le gustaban los dibujos de líneas rectas, de hechos que se calculan hasta en la medida de los milímetros.

A ella le gustaban las curvas y los círculos. “¿Sabías que la vida  no es una línea recta?, le dijo una vez mientras lo miraba hacer un plano”.

Él se descolocó frente a semejante interrogación. Sólo María podía dejarlo así y moverle los cimientos de su vida, justo en sus momentos de mayor concentración.

“Tú dirás, vene, y es verdad, que es más lógico que sea una línea de tiempo: nacemos, vivimos, morimos y ya. Pero, no: La vida es un círculo porque volvemos de donde nacimos, de la oscuridad a la luz y de la luz a una nueva oscuridad y a otra luz. De la tierra nos hizo Dios y a la tierra volvemos y de la tierra nace la vida. Y si tú y yo hoy estamos aquí juntos y después nos separamos habrá otro momento -por más lejano que sea- que volveremos a estar juntos. Porque todo vuelve…”

Luis se quedó anonadado, de semejante cosmovisión.

María, estaba orgullosa de los conocimientos de simbología que había heredado de su madre. Tenía cierto temor cuando hablaba con Luis porque sabía que él sí tenía títulos y ella apenas había terminado la primaria.

“Nunca te fíes de aquél que cree que porque cosechó más papeles puede invalidar tu saber. El hombre aprende mucho de los libros, pero más de sus experiencias…”, le había dicho su padre un día en tono solemne.

Luis sonrió pícaramente ella y se enfadó.

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“He leído una y otra vez  este libro- dijo tomando el grueso tomo de Ana Karenina- y adivino que mi destino será como el suyo, como el de mi madre: es un nombre infame para mí porque me recuerda el sufrimiento, pero tengo tanto en común con ese personaje fantasioso y lleno de amor para dar, hasta que la locura le nublara los días…”

La sala era muy lúgubre, apenas se entreveraba un tibio  haz de luz que los iluminaba a los dos. Sin embargo, la casa tenía un patio muy bonito. Luis le sugirió que fueran alli. La Sra. Petrovsky estaba durmiendo la siesta…

 “Está a punto de llover” dijo ella mirando el cielo, mientras él curioseaba tratando de captar hasta el último detalle de ese lugar tan bello. Se arrodilló para  observar mejor  el colorido de unas plantitas silvestres debajo de un gran árbol fl orido.

“¿En qué piensas?”, preguntó ella, esta vez de manera suave y cálida, muy diferente a su tono de voz anterior. Ambos se sentaron sobre el pasto.

“Recuerdo cuando tenía 14 años. Reñimos con otros chicos del colegio: ellos eran tres y yo uno; y un manotazo del más grandote, me tiró al suelo. Se me lastimó la boca y no tuve mejor idea que  escaparme del colegio. Caminé mucho  hasta llegar al mar de la isla Margarita. Pensaba que encima de todo me iba a ligar un lindo reto de mi madre por lo que había hecho ¡menuda bronca llevaba encima!

Me senté en una piedra pulida y cerré los ojos oyendo el susurro de las olas”

“Entonces llegué yo –acotó Ana- Andaba por la orilla del mar mojando mis pies  y te acercaste  a mí y caminaste largo rato a mi lado sin decir nada”.

“No nos hacia falta: nos entendíamos así…”, dijo Luis sonriendo con complicidad.

“Me tomaste la mano y me arrastraste  casi a aquella casa abandonada oculta tras unos arbustos. Decían que allí vivía el fantasma de un hombre que sufrió una gran pena de amor y que de noche se lo podía ver

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conducirse hasta el mar y buscar a su amada entre las olas y luego volver a su hogar, sin encontrarla nunca”, recordó Luis.

“Ese hombre: era mi padre…” dijo ella, casi sin pensar que estaba revelando semejante secreto guardado durante años.

“Mi padre vino de San Petesburgo con mi mamá, huyendo de la ira de los padres de ella. Tenían una posición respetable en Rusia y ella había manchado el buen nombre familiar con su actitud, pues el era separado (no divorciado) y tenía dos hijos. Yo fui la mácula de esa equivocación para una familia estrictamente conservadora.

Mi padre era arquitecto. Había leído Doña Bárbara y se enamoró de Venezuela: de su naturaleza, su clima, sus colores…

Y Margarita fue su gran sueño hecho realidad: construyó esa hermosa casa frente al mar que después fue corroída por el tiempo hasta llegar al estado en que la encontraste. Hubo un tiempo en que fuimos felices, apenas lo recuerdo, pero mi padre se enamoró de una joven bella y misteriosa que caminaba siempre por la orilla del mar con la mirada perdida… y mi madre nunca pudo sobreponerse a ese dolor. Nos compró un departamento en el centro de Bogotá (plata no le faltaba) y se quedó viviendo allí, en Venezuela, por y para Elsa,  pero un buen día ella se fue. No me preguntes a dónde, no sé qué escondía esa mujer de su pasado. Alguna gente la vio meterse al mar… y mi padre no dejo de buscarla entre las olas ¡cómo si fuera a encontrarla! hasta que la muerte lo sorprendió solo y amargado en ese lugar que él diseñó: para ser feliz.

Creo que ni su alma pudo olvidarse de ese amor. He leído que los griegos pensaban que hay que atravesar un río del olvido antes de morir (68), ni esas aguas funestas podrían borrarle su recuerdo…”.

“Ana, yo también tengo un secreto. Ese día en la playa estaba

68 En la mitología de la antigua Grecia, el Leteo era uno de los ríos del Hades (el infi erno). Beber de sus aguas provocaba un olvido completo. Algunos de los fi eles, creían que al beber de sus aguas, las almas no recordarían nada de sus vidas pasadas y así podrían estar más aptos para proseguir su estadía en “el más allá”.

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enojado porque debía irme de Margarita y no quería hacerlo, por la magia de ese lugar que nunca encontré en ningún lado y además por la amistad que compartimos todos esos años. Tú eras para mí, y aún lo eres, algo muy valioso”

“Te besé ese día” comento ella y rió dulcemente, recordando la inocencia de aquél beso.

“Nunca me voy a olvidar de eso”, dijo y dejó de mirar a su alrededor para mirarla a ella.

Le acarició el rostro, tratando de curarle siquiera alguna herida y se inclinó sobre ella para besarle la mejilla, pero no pudo más que rozar sus labios, porque

fugazmente se apartó de él. “No te olvides quien soy y que puedo hacerte infeliz…”

“Tú  y yo sólo podemos ser felices, como lo hemos sido siempre que compartimos momentos juntos…Yo te voy a ayudar, Ana. Cuando me necesites, tienes mi número, haré lo que pueda para verte sonreír, estaré incondicionalmente cuando me necesites,  así es la amistad que construimos juntos”.

“Es verdad, no rompamos ese pacto”, le dijo y después aceptó su abrazo, aun con cierta reticencia al principio, como un pájaro herido que tiene miedo de volver a volar…

Como una golondrina que no puede levantar vuelo se sintió María, cuando Luis la defraudó aquella noche.

Lo esperaba con un vestido rojo y los labios pintados de igual color, que resaltaban su cabello castaño oscuro y los ojos esmeralda.

Se armó de valor y lo invitó a cenar. Coraje le sobraba, pero como realmente estaba enamorada de él, se sentía como una niña cuando lo veía y hasta se ruborizaba si, en medio de una charla, sus ojos se cruzaban con los de ella. Tenía miedo que la encandilaran y que la arrastraran a esos labios dulces que probó una vez.

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La canción desesperadaEmerge tu recuerdo de la noche en que estoy. El río anuda al mar su lamento obstinado. Abandonado como los muelles en el alba. Es la hora de partir, ¡oh abandonado! Sobre mi corazón llueven frías corolas. (70)

El avión zarpó en la mañana siguiente. El Sr. Thompson lentamente fue recuperándose de su ataque al corazón. Y el olvido con su color sombrío, pero apaciguado entre la rutina diaria, terminó minando nuevamente las llamas de aquél amor entre Cheng y Tomy. En su departamento, él le había ofrecido una nueva vida en Colombia. Había logrado en su tierra natal un empleo y una familia, todo que había anhelado estaba allí: sólo ella era la pieza que le faltaba para colmar su felicidad. Aquella mañana debían encontrarse en aquél bar, frente al aeropuerto.

Pero ella nunca llegó porque su padre aquélla mañana despertó de su letargo y ella prometió estar a su lado, como siempre lo había hecho. Julián era su socio, ya que su hijo mayor había decidido ganarse su propio sustento trabajando en una fábrica de autopartes. Mariano se negaba a recibir más cosas de su padre: “Ya me diste mucho, viejo. Ahora quiero hacer mi camino solo”, le dijo cuando le ofreció administrar su empresa ya que, por las tensiones que su administración le generaban, era altamente riesgoso para sus doctores que siguiera trabajando después de un bypass.

Cheng, comprendió que lo mejor era formar una vida con aquél joven quien tanto la quería y la había acompañado durante todos esos años.

Es normal que en las familias uno de los hermanos asuma la responsabilidad por uno u ambos padres. En este caso, Cheng tenía naturalizado ese mandato.

70 Fragmento de “La canción desesperada” de Pablo Neruda.

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“Ah… ya veo que te causa mucha risa lo que te digo. A ver: me vas a decir que no  ´tiene lógica’”, le dijo parafraseando sus frases típicas.

“Te voy a decir- dijo él- que tiene lógica, razón y que es los más hermoso que he escuchado en mi vida. Pues si amamos algo y lo perdemos, luego volveremos a encontrarlo, alguna vez…”

“¡Sí que eres inteligente mariposita!,” le dijo rodeándole los hombros con sus brazos.

“Le voy a decir que la amo, más aún que la adoro…” pensó él años después, mientras caminaba hacia el teatrino, pero le sonó el celular.

Ahora fumaba y veía los círculos de humo que emanaban de su boca y  ya no pensaba en Ana, sino en María, con nostalgia, con esperanza, con amor…

“¡Al venezolano ese lo mato cuando lo agarre!” dijo su hermano con aire belicoso: “se merecen la guerra los venezolanos esos son roba tierras, vende patrias…Pero te juro María, me voy para Lima y lo agarro… y ya verá…”, dijo hablando ya incoherencias geográfi cas, por su elevado índice de alcohol en sangre. Mientras, a María le corrían las lágrimas por la cara y acumulaba bronca. Bronca que se fue haciendo pena, pero la bronca y la pena albergan al amor, más no el olvido que todo lo devora y ella no sabía si ya lo había olvidado, pero advertía que estaba  pisando “suelo enemigo” (como decía su hermano), lo que no adivinaba es que caminaba por la misma calle en sentido contrario y que habrían de encontrarse unos minutos después (69).

Cheny se despertó sobresaltada. Como si algo la amenazara, por eso al ver su mensaje en el teléfono se tranquilizó.

Él se despertó y advirtió que ya había amanecido y que aún, por fortuna de la vida que le regalaba esos momentos de inmensa felicidad tras tanto dolor, todo aquello era verdad y ni producto de una generosa imaginación.

69 Se refi ere al confl icto político que mantuvieron Venezuela y Colombia en el año 2010, a raíz de las posiciones confrontadas entre ambos gobiernos por el mercado interno y las medidas de exportación e importación entre ambos.

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Cuando la vio esa tarde notó su perturbación y le acarició la mejilla, la nariz y los labios con su dedo índice, y esta vez ella no se escapó.

La estrechaba entre sus brazos con fuerza, como si alguien le hubiera advertido que podría ser la última vez y apenas dejaba de abrazarla para mirarla y comprobar que era cierto: que sí estaba allí, que nada la arrastraba, y que no era un sueño.

Ella recordaba, con remordimiento, que aún no había podido hablar con su familia, pero presagiaba el sismo que provocaría en ellos la ruptura de su futuro matrimonio.  Mas no le quedaba casi resquicio en su mente para pensar en aquello, la enfermedad de su padre la amenazaba como a un náufrago una tormenta de verano.

Y todo eso no la hacía sino aferrarse más a él. Sentir que, en ese instante, él era un refugio de tranquilidad, de dicha y de esperanza.

Y sentía una gran impotencia porque entendía, y se repetía a si misma, que no debía estar allí, que tal vez cosas tan hermosas como ese momento le están vedadas al hombre. Tal vez porque tenía arraigada la idea de que cuanto más feliz se sea, más puede uno sufrir: más alto caer.

Ernesto no tenía miedo, en cambio, de esas cosas. Le encantaba confi rmar que “ellos, los de entonces, ya no eran los de antes: eran mucho más que eso”. La amistad genuina, el abrazo compartido, el dolor remedado entre ambos: la chica oriental que leía un libro y el chico que vendía alfajores en la plaza: Aún eran todo eso, pero eran mucho más.

Un hombre y una mujer dispuestos a enfrentar las barreras del tiempo y la distancia: una batalla ganada entre tantos dolores y pérdidas. Una reivindicación de la vida.

No sentía temor, pero notaba el miedo de ella y le recordaba que un amante no es sino un mejor amigo, que cuida y contiene. Se lo decía a través de sus ojos, le daba tanta ternura ver su rostro pálido con las mejillas encendidas que a veces no sabía si era esa muchachita o una mujer la que estaba junto a él.

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Aún llevaba la emoción de aquél momento mágico cuando se apareció por la clínica.

Cheng acomodó el origami alrededor de la cama de su padre. “Ojalá que ocurra el milagro”, le dijo sonriéndole cómplicemente y recordando la experiencia fantástica que había visto “con sus propios ojos” la noche pasada.

Tomy sabía que los hermanos de Cheng estarían allí, pero creía que era necesario aclarar las cosas con ellos, ahora que Cheng y él estaban juntos…

“¡Mariano y Lisi!”, exclamó para sí, le dio alegría verlos tan grandes. Se quedó escondido detrás de una pared. Aun no se decidía a hablar con ellos.

Sin embargo, los escuchó hablar de una boda, no de cualquier boda: ¡Del casamiento de Cheng con Julián en unos días!

Salió lleno de decepción de ese lugar, como si le hubiesen atravesado un objeto punzante en el corazón.

Esa noche bebió varias copas de vino que le supieron muy amargas. Estaba profundamente enojado con ella, no podía terminar de creer su engaño. Sin saberlo, tenía el mismo rencor que su amiga a unos 5000 kilómetros de distancia.

Se juró a sí mismo que aquella sería la última vez que habría de dormir en suelo argentino.

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Para Ernesto aquél desencuentro fue la clave para comprender fi nalmente que Cheng y él jamás podrían estar juntos. Ella habría de casarse y ser feliz con otro hombre.Los primeros días, esa conjetura le trajo rencor hacia ella, pero fi nalmente pudo aceptarlo con resignación, pero olvidarse…jamás.

María y Luis se reencontraron en una calle venezolana. No sé lo que se dijeron, pero puede el lector suponerlo. Al fi nal de esta historia esta narradora se permite reconocer los límites de sus fuentes de información. Sé, no obstante, que sus vidas quedaron entrelazadas para siempre en el proyecto utópico del puente de Margarita, que quedó plasmado en un dibujo añejo que ambos guardan recelosamente en su casa. Tal vez algún día el idealismo de ella sea compatible con la racionalidad de él. Entre tanto, prefi eren adentrarse en calurosas discusiones y admirarse mutuamente en secreto.

Mariano y Gisela, continuaron su estilo de vida desenfadado en una casita del sur del Sur y Sofía fue el mejor antídoto para los dolores que habían acumulado en sus vidas. Ezequiel, Eugenia y su Estrellita todavía viven en Tulumba y él ahora mejoró sus dotes de cantante conformando una banda de guitarreros de éxito incipiente en Córdoba. Efraín aún no defi ne su historia, pero está construyéndola día a día y se puede ver que es una persona de bien que está forjando su futuro.

Lisi sigue alternando entre un empleo y otro. Jamás pude cumplirle a su padre su deseo de que fuera médica. Pero estoy seguro de que si pudiera verla, estaría orgulloso de ella ya que lo primero que le pidió antes de irse- muchos años después de aquél infarto y habiendo ya visto “lo mejor del mundo”: sus nietos e hijos - fue “Lisi, difrutá de la vida”.

Sé que Uds. se preguntarán por Cheng. Pues bien, ella ahora tiene cuarenta años y trabaja en un local de ropa “para todas las edades y talles” llamado Yon Lee, como su querida abuelita que la cuido con amor y le propició una bella familia con su padre del corazón.

Allí me la encontré una tarde, estaba comprando ropa con una amiga e investigando la cultura oriental para un ensayo de la facultad. Ella

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accedió a tomar un café conmigo. Los minutos pasaron rápidamente y estuvimos hasta el anochecer, contándonos nuestras vidas. Así descubrí esta historia maravillosa, que en verdad surgió en los años 80, más precisamente en un bello día otoñal de 1983 cuando conoció a Ernesto.

¿Qué sucedió con Ernesto?

Ambos me brindaron toda la información necesaria para hacer esta novela que yo se la dedico íntimamente a todos los Ernesto y las Cheng que andan por el mundo buscándose y persiguiéndose entre un vendaval de desencuentros y promesas rotas.

Decidí contextualizarla en la época actual imaginándome cómo habría sido su bella historia ambientada en este siglo, entre canciones de moda, mails (que en verdad fueron cartas) y llamados por celular (que en realidad fueron hechos en cabinas telefónicas).

¿Cómo fue el reencuentro?

Tengo para mí que fue así: Quince años después de aquél encuentro en la Argentina ella se resolvió a buscarlo en una red social. Jamás le confesó que era ella en verdad, pero su perfi l falso le permitió acercarse a él y adivinar que ciertamente no la había olvidado y que, como ella, vivía solo en una casa con dos gatos, mientras que ella en su gran casa con tres perros, varias aves y una tortuga.

Meses estuvieron consolidando esa amistad y al fi nal ella le confesó la verdad.

Ernesto junto peso por peso obtenido de su trabajo como albañil en una obra. No quería que Cheng costeara su viaje, lo creía de “poco hombre”

Aquél día, imgino, habrá bajado del avión con el rostro cabizbajo y preocupado: ¿Dónde trabajaría?, ¿Qué sería de su vida otra vez en Argentina?

Ella debe haberlo reconocido entre la multitud con temor. Sus mejillas se habrán ruborizado al escuchar su voz y la melodía de aquél acento.

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Adivino miradas cómplices en aquél primer café que compartieron aún tímidamente, redescubriéndose. Imagino el latir de sus corazones, sentados en el sillón de su jardín, mirándose a los ojos, tomándose las manos mientras la brisa primaveral acariciaba suavemente sus rostros, al caer la tarde.

Fin

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Guía de lectura (consignas sugeridas para trabajar en el aula) *

Ejercicios:

¿Qué países se mencionan en el libro? Elaborar un breve texto sobre cada uno de ellos utilizando la trama descriptiva.

Desarrollar una breve presentación para el resto del curso, utilizando la trama expositiva, acerca de los temas sugeridos en torno a la cultura oriental mencionados en el texto: -Grullas (ave) –Origami -Idioma coreano -Haiku-Corea del sur-Taoísmo.

Leer el cuento “Cien grullas” de Elsa Bornemann y explicar de qué manera las grullas intervienen en la historia de ambos niños.

Leer el cuento “La Red” de Silvina Ocampo y explicar por qué el signifi cado especial que la cultura oriental atribuye a ciertos personajes de la fauna, origina un desenlace fatal para la protagonista.

Este libro plasma confl ictos actuales como la discriminación, por motivos étnicos, raciales, nacionales o de estamentos sociales. Investiga sobre este tema y elabora un breve texto argumentativo sobre el mismo. Opcionalmente pueden hacer una breve monografía en grupos pequeños para exponer frente al resto de la clase y debatir. Se sugiere que tengan en cuenta, para su elaboración, las referencias de los siguientes textos:

* Estas consignas se sugieren para alumnos de nivel medio, pero se recomienda que el docente las adapte según el curso donde se desempeña.

Casa de Cheng, Barrio Cerro de Las rosas, Córdoba

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Facebook

Cheny ThompsonTrabajó en Petslife (Veterinaria) Estudió Veterinaria en Universidad Nacional de Río Cuarto. Casada. Nació el 20 de noviembre de 1968 en Corea del Sur, Seúl. Idiomas: Coreano-Español

Estado Fotos

¿Qué estás pensando?

Hermoso día con mis niños, Ernesto Manuel Zelaya, My Khun Zelaya y Cristopher Zelaya- Mis hijos del corazón- y con mi marido Ernesto.. El vendaval nos hizo interrumpir el picnic, pero estamos resguardados ya en casa, con Tomy Jr. mirándome mientras escribo y ladrando a la gente que pasa por la ventana.Agradecida de contar mi historia. Gracias a Caro Moine y Mariana Valle. Saludos a la comunidad coreana en Córdoba. CCC. Córdoba-Corea-Colombia: ¡Las llevo en mi corazón!

Amigos - Publicar

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por terquedad y más adelante, debido a que en tu presencia no podía ni pensar ni hablar”. “Tú me decías: “Ni una palabra más” y con ello querías acallar en mí las fuerzas contrarias que te eran desagradables. Pero tal infl ujo era demasiado fuerte para mí, yo era demasiado obediente y enmudecí del todo, me oculté de ti y sólo osaba moverme cuando estabas tan lejos que tu poder, cuando menos directamente, ya no me alcanzaba. Entre nosotros no hubo realmente ninguna lucha; yo de inmediato estuve liquidado; lo que quedó era huida, amargura, tristeza, lucha interna”.

Investigar sobre los haikus. Escriban haikus a partir de tres palabras claves escogidas por el docente que se repartirán a cada alumno.

Leer el siguiente instructivo para escribir una telenovela y redacta el libreto de una escena central de una telenovela inventada por ti. Esta actividad pueden hacerla grupalmente.

Procedimientos para crear una telenovela

1.Retomar el esquema de La Bella Pobre propuesto por Beatriz Sarlo en su libro El imperio de los sentimientos, dedicado al estudio de los folletines románticos

“Una fi gura de mujer se repite a lo largo de estos relatos: el de la bella pobre, alguien que merece mejor destino, aunque probablemente no lo alcance. Foco de identifi cación para las lectoras jóvenes, este tópico (que forma también parte de la literatura de folletín y que Dickens no desdeñó) es compartido por la literatura sentimental y por el cine (…). La bella pobre puede ser el eje de apasionantes tramas porque, al no tener otras armas que las de su belleza, se arroja al mundo en una lucha desigual y se convierte en protagonista de las aventuras del sentimiento vivido bajo condiciones adversas”

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• Van Dijk. Teun A. “Discurso y racismo” en revista Persona y Sociedad. Universidad Alberto Hurtado. Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales ILADE. Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales ILADE. Vol. XVI, nº 3, Diciembre de 2002, pp. 191-205. Disponible en http://www.discursos.org/oldarticles/Discurso%20y%20racismo.pdf (visto el 03/03/12).

AAVV. (2011) Cuadernos del Inadi, número 5. Disponible en http://cuadernos.inadi.gob.ar/cuadernos-del-inadi-05.pdf (visto el 03/03/12).

• Se recomienda además trabajar con los 10 informes del INADI, disponibles en su sitio web www.inadi.gob.ar : 1) Tribus urbanas-2)Discriminación en Internet-3)VIH-SIDA-4)Salud Mental-5)Violencia de género-6)Migrantes- 7)Pueblos originarios-8)Afrodescendientes.

Corregir los errores ortográfi cos que fi guran en algunas de las cartas y los emails de los personajes del libro.

Releer la leyenda colombiana que comenta Cheng a Ernesto en un email e investigar sobre las leyendas cordobesas más famosas: El Cabeza colorada- La Llorona- Jardín Florido- La Papa de Hortensia- La Pelada de la Cañada.

Lecto-Comprensión:

Explicar el sentido del título de la novela y rastrear a qué libro célebre de la edad media hace referencia.

¿Por qué para Cheng y Ernesto el suyo parecía ser un “amor imposible”?, ¿qué otros presuntos “amores imposibles” se mencionan en este relato? Leer el poema “Despedida” de Borges (que fi gura a continuación) y compararlo con el argumento básico de la novela que gira en torno al desencuentro de los protagonistas:

“Entre mi amor y yo han de levantarse trescientas noches como trescientas paredes 

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y el mar será una magia entre nosotros. No habrá sino recuerdos 

o tardes merecidas por la pena, noches esperanzadas de mirarte, 

campos de mi camino, fi rmamento que estoy viendo y perdiendo... 

Defi nitiva como un mármol entristecerá tu ausencia otras tardes”

¿Cuál era el misterio que para Luis encubría Ana Karenina y por qué para ella “su nombre la condenaba”?

Para el narrador, ciertos rasgos de la personalidad de Cheng, tienen que ver con la cultura coreana y, en especial, con el origen de su nombre, ¿por qué?

Taller literario en el aula:

Leer detenidamente varias cartas de amor extraídas del libro Las cartas del joven Werther. Luego, elaboren un instructivo para escribir cartas de amor recuperando las principales características de esas epístolas.

Leer detenidamente las siguientes cartas de Kafka a su padre y a su amada Felice, y luego, responderlas como si cada uno de los alumnos fuese el destinatario original de las mismas (escojan uno de los tres).

Carta a Felice Bauer del 17 de noviembre de 1912.

“La otra noche te soñé, es la segunda vez. Un cartero me traía dos certifi cadas tuyas y me entregaba una en cada mano con un movimiento magnífi camente preciso de los brazos que saltaban como émbolos de una máquina a vapor. Eran cartas mágicas. Podía extraer cuantas hojas quisiera sin que los sobres jamás se vaciaran. Me encontraba a mitad de una escalera y estaba obligado, no te ofendas, a tirar sobre los escalones las hojas ya leídas si quería extraer más de los sobres. Toda la escalera de

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arriba a abajo estaba cubierta de manojos de hojas y el papel elástico, ligeramente sobrepuesto, enviaba un fuerte murmullo”.

Carta a Felice Bauer del 28 de marzo de 1913.

“La ventana estaba abierta y en mi fantasía inconexa cada cuarto de hora yo saltaba por la ventana, continuamente, luego llegaba el tren y un vagón después de otro pasaba sobre mi cuerpo tendido en los durmientes y profundizaba y ensanchaba mis dos tajos: en el cuello y en las piernas”.

Carta a Felice Bauer del 6 de agosto de 1913.

“Tuve durante la noche un verdadero ataque de locura, no lograba dominar mis ideas, todo se disolvía hasta que en medio de mi máxima angustia vino en mi ayuda la fi gura de un sombrero negro como de comandante napoleónico, que se apoyó sobre mi conciencia y la mantuvo apretada con fuerza. Mientras tanto el corazón me latía magnífi camente, luego tiré la frazada, aun cuando la ventana estuviera abierta de par en par y la noche estuviese bastante fresca”.

Carta al Padre (fragmentos seleccionados del libro de nombre homónimo)

“Te lo ruego, papá, comprende lo que te digo, todos estos detalles no habrían tenido importancia por sí solos. Me deprimían únicamente por el hecho de que tú, el hombre que tan enormemente ha infl uido en mi vida, sin embargo, no observaba los mandamientos que imponía. Por ello subdividí el mundo en tres partes: una, en la cual vivía yo, el esclavo, bajo leyes que sólo hablan sido inventadas para mi y a las que yo, por otra parte —sin saber por qué— nunca más podía cumplir en forma satisfactoria: luego un segundo mundo, infi nitamente lejos del mío, en el cual vivías tú, ocupado en gobernar, emitir las órdenes y disgustarte a causa de su incumplimiento; fi nalmente un tercer mundo, en el cual vivía el resto de la gente, feliz y sin órdenes ni obediencia” (…)”Desde muy temprano tú me prohibías la palabra. Te recuerdo siempre amenazante “¡Ni una palabra de réplica!” y levantando la mano al mismo tiempo. Cuando se trata de tus asuntos, tú eres un excelente orador y yo adquirí en tu presencia un modo de hablar entrecortado, tartamudeante, y aun eso era demasiado para ti: fi nalmente me quedé callado, primero acaso

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2. Cambiar el programa narrativo(1) de La Cenicienta de Charles Perrault, tal como lo propone Gianni Rodari en el apartado “Fabulas Plagiadas” en su libro Gramática de la fantasía.

Sujeto en disyunción con el objeto de valor riqueza, poder, status pero en conjunción con el objeto de valor belleza entra en conjunción con el objeto de valor(2) riqueza, poder, status a través del casamiento con el príncipe, de manera que éste se convierte en “sujeto del hacer” o “sujeto agente”(3) de la transformación.

Entonces, en las telenovelas alguien carece de un objeto de valor, pero posee otro, que será su herramienta para lograr su objetivo.

Es común que el héroe de una telenovela sea portador de un mandato propuesto por un Destinador (ej.: Vengar a alguien, visitar a la abuela, devolver un objeto) y, a veces, de una prohibición, que de ser transgredida provocará el confl icto. En las telenovelas siempre la concreción del amor signifi caría la transgresión de un mandato y esto constituye el eje del confl icto narrativo, el casamiento fi nal será la aprobación del amor por medio de las partes. Los sujetos y los oponentes serán aquellos que impidan que el héroe y la heroína estén juntos.

Ya tienes el argumento(4) modifi cando el esquema actancial y los programas narrativos de La Cenicienta. Ahora, el segundo paso es crear los personajes, para lo cual debes valerte de los

1 El programa narrativo es la sucesión de estados y cambios que se encadenan a partir de una relación sujeto-objeto.

2 El objeto puede ser también una persona y el sujeto una cosa.

3 Las capacidades del sujeto agente son: deber hacer, querer hacer, poder hacer, saber hacer.

4 Para Propp, las principales funciones de los cuentos populares son: alejamiento, prohibición, infracción, investigación, delación, trampa, carencia, consenso, partida, pruebas, lucha con el antagonista, victoria, regreso, ejecución del mandato, nupcias. Ver: Libro de Gianni Rodari citado en “Fuentes”.

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siguientes ejes: etiqueta semántica del personaje, función, rol actancial, retrato físico, historia, actores que lo representarían

El Tercer paso es planifi car un argumento eje que capte la atención de público. Recuerda que una novela debe ser interesante, esto es, que mantenga la atención del público.

En este caso, te sugerimos pensar una escena5 para tu novela. Recuerda que se debe marcar el escenario (espacio), el tiempo (de día o de noche) y las acotaciones (son los comentarios entre paréntesis que marcan la actitud de los actores). 1

Fuentes utilizadas:

AAVV (1997) “La novela” en Lengua 9. Editorial Santillana. Colección EGB. Bs. As. Pp. 92 a 106.

AAVV. (2011) Cuadernos del Inadi, número 5. Disponible en http://cuadernos.inadi.gob.ar/cuadernos-del-inadi-05.pdf (visto el 03/03/12).

Andrueto, María Teresa y Lardone, Lilia. (2011). El taller de escritura creativa en la escuela, la biblioteca, el club. Editorial Comunicarte. Colección Pedagogía y Crítica. Cba.

Borges. Jorge Luis (2005) “Despedida” en Fervor de Buenos Aires. Ediciones Emecé. Bs. As.

Bornemann, Elsa(1991). No somos irrompibles: cuentos de chicos enamorados. Editorial Fausto. Colección La Lechuza. Bs. As.

5 Una escena es, semióticamente, un tiempo de la historia y un tiempo del relato que coinciden. Si el tiempo de la historia es anterior al del relato, se cuenta en pasado, de lo contrario, es presente. Las rupturas temporales en la narración se llaman anacronías. Analepisis: Evocación hecha a posterior de algo que ha pasado antes. Prolepsis: Se adelanta algo que sucederá. Elipsis: Algo que se sugiere que pasó, pero no se narra. Acronías: Algo que no se puede situar en un marco preciso de tiempo.

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Goethe, Johann Wolfgang von (2005) Las penas del joven Werther. Traducción Osvaldo y Esteban Bayer. Introducción Jorge Warley. Ediciones Colihue. Bs. As.

Kafka. Franz. (1978). Cartas a Felice. Alianza Editorial SA.

___________. Carta al padre (1981). Ediciones Akal. Madrid

Ocampo, Silvina (2004) “La red” en Cuentos con espectros sombras y vampiros. Antología seleccionada por Andrea Baronzini, Andrea Cordobés y Ricardo Sorzoni. Ediciones Colihue. Bs. As.

Rodari, Gianni (2000). “Fabulas Plagiadas” en Gramática de la fantasía: Introducción al arte de inventar historias. Ediciones Colihue. Colección Nuevos Caminos. Bs. As. Pp. 64 a 68.

_________________. “Las cartas de Propp” en Gramática de la fantasía: Introducción al arte de inventar historias. Ediciones Colihue. Colección Nuevos Caminos. Bs. As. 69 a 77.

Sarlo, Beatriz (2000) El imperio de los sentimientos. Grupo Editorial Norma, Bs. As. Pág.25.

Van Dijk. Teun A (2002). “Discurso y racismo” en revista Persona y Sociedad. Universidad Alberto Hurtado. Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales ILADE. Vol. XVI, nº 3, Diciembre de 2002, pp. 191-205.Disponible en http://www.discursos.org/oldarticles/Discurso%20y%20racismo.pdf (visto el 03/03/12).