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Novela histórica figurada.
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H a v a n a.
¿Mala Suerte?
Autor: e-MARO.
La Habana. Cuba. 2020.
Si a usted le gustan las estadísticas, los mundos recreados a partir de la realidad soportada
por cifras y datos reales, lo que pudo haber sido pero desgraciadamente no lo fue, pues esta
es su novela.
Sinopsis. La Habana de 1762 es ocupada por los ingleses después de una cruenta batalla de
seis semanas. Nadie conoce cuánto va a durar la ocupación, si va a ser definitiva o si es tan
solo una estrategia pasajera. Los ingleses, a pesar del estado de ocupación, intentan ser
aceptados por los locales comportándose bondadosos y amables, según su idiosincrasia.
Mantienen en la ciudad sus costumbres y su diferente religión anglicana. Comienzan a
mezclarse algunos y a casarse otros. Algunos locales eligen cooperar con la administración
anglosajona que alarga su estadía hasta hacerla definitiva. No se canjea la isla por la Florida.
Se liberaliza la aduana, el comercio y toda la industria. Como se está mucho mejor con esta
cultura que con la más restrictiva y atrasada española, las personas se acostumbran rápido y
comienza a hablarse el inglés profusamente, al inicio en los negocios y el comercio, luego las
artes y el pueblo, aunque permanece el español como segundo idioma en las zonas más
aisladas.
Nos emancipamos de Inglaterra en la Guerra de Independencia americana. Formamos parte
del sur esclavista y guerreamos a su lado hasta la derrota. ¿Cuáles nuevos y diferentes retos
tendríamos? ¿Sería distinta nuestra idiosincrasia con más sangre inglesa-irlandesa en
nuestro pueblo junto a la española y demás que nos conformó? ¿Habría sido posible la
llegada al poder de los hermanos Castro o la historia habría sido diferente?
¿Cómo seríamos hoy?
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En esta obra hay mucho dato histórico real que se mezcla con la ficción de lo que pudo
haber sido y se toman numerosos fragmentos reales de otras obras de historiadores
anteriores que aportan interesantes y poco conocidos datos a la narrativa que se cuenta.
Todas las informaciones históricas, los nombres, las cifras, las fechas y las noticias son
veraces y han sido obtenidos de archivos públicos en Internet.
Novela
Uno.
Pepe Antonio está detenido en su paseo detrás de la fortaleza de La Fuerza, junto a la
muralla que la protege y la separa de la casa de huéspedes donde ha almorzado un buen
plato de guisado de ternera con vegetales. No le agrada mucho pasearse por esta ciudad
medieval apestosa a cloacas y de calles enfangadas, aunque ya se han empedrado algunas
con chinas pelonas o adoquines de la madera dura que abunda, pero tiene que conocerlo,
aprender, para importarlo después a su Guanabacoa. Eso de los adoquines de Ácana le ha
gustado. Le llaman la madera de hierro por tan dura y resistente a la lluvia que resulta
además abundante en esta ínsula.
Le tomó tres horas con la fresca cabalgar desde su pueblo hasta aquí rodeando la extensa
bahía. Ya a medio camino desde que la vía pasa cercana al mar, se puede ver el enorme
astillero al sur de la urbe, donde armarían en 1769 el Santísima Trinidad, el barco más
grande del mundo que duró hasta 1805, perteneciente a la Armada Española, hundido tras
la Batalla de Lepanto.
Hay muchos veleros pacíficamente fondeados en los muelles y se escucha el insistente crujir
de La Machina descargando lo más pesado justo por la Plaza de San Francisco tan olorosa a
bacalao, tasajos, otros pescados salados, rellena de comerciantes y mercancías recién
llegadas. Todos los navíos tienen la bandera española. Se reúne lentamente la flota para
partir en unas semanas hacia Cádiz con la escolta contra piratas, bucaneros y los ejércitos
enemigos, en especial el inglés con quienes llevamos seis años de batallas navales.
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Pepe Antonio.
Pape es un criollo medianamente alto y fuerte con unos cuarenta y cinco años de edad,
descendiente de españoles e indígenas que ha sido nombrado recientemente Alcalde del
pueblo de Guanabacoa debido en gran parte a la riqueza que ha acumulado su familia
produciendo rudimentariamente (con esclavos) azúcar y otros productos agrícolas, a su
conocimiento del idioma de los originales habitantes de la isla, y de que su urbanización
inicialmente fue formada en un asentamiento anterior a la llegada de los españoles cuando
se reubicaron en ese lugar a todos los nativos que se hallaban dispersos por los alrededores
de la nueva ciudad que se generaba en un rincón de la muy protegida bahía de bolsa. El
nombre de su pueblo es también original de antes de 1492.
Se pasa la mano por sobre la incipiente barriga y observa más allá de las aguas de la entrada
a la bahía. Justo en el borde opuesto una alargada colina de unos cincuenta metros de altura
que parte desde las inmediaciones de la Fortaleza del Morro, impide la visión hacia el
interior de la campiña. La elevación está cubierta de un espeso bosque de árboles robustos,
pero justo en medio se puede ver la diminuta cabaña de algún pescador que escapó de los
insalubres muros.
Pepe observa en detalle las tres fortalezas edificadas con asignados españoles para la
defensa de la urbe. La primera, la Fortaleza de La Fuerza, es un fiasco después que varios
piratas como Jackes de Sores atacaran y ocuparan la ciudad con éxito por algunos días para
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saquearlo todo. Una vez que los Galeones artillados atacantes estuviesen frente a La Fuerza,
ya es tarde pues están dentro de la ciudad.
Si algún enemigo se le ocurre la idea de ocupar esa colina, la ciudad está perdida. Algunos
cañones que coloquen ahí nos bombardean por encima de la muralla sin que los veamos o
podamos hacer nada contra ellos. Piensa Pepe mientras no deja de crecer en su mente la
marcada ineptitud del Gobernador Juan de Prado.
A la izquierda, hacia la entrada de la bahía están las potentes fortalezas del Morro y La
Punta. Se pueden ver los botes que sostienen la cadena que se tenderá en la entrada
cuando suene el cañonazo de las cuatro de la tarde, para tratar de impedir sorpresas de
piratas nocturnos. Los barcos de velas son totalmente silenciosos, pero por la noche se
arriesgan a chocar con las rocas de la orilla, o con la cadena, pues no ven nada de nada.
En la fortaleza de La Fuerza, en la parte que da al mar, se han acomodado las habitaciones
residenciales, las más ventiladas pero asimismo las más vulnerables, pertenecientes al
Gobernador de la Habana y su esposa.
Sobre la torre del fortín se mueve graciosamente con el viento la estatuilla-veleta a la
imagen de la única Gobernadora que tuvo y tendrá esta ciudad y la Isla en su historia. Inés
de Bobadilla, esposa del muy rico Hernando de Soto que se fue a descubrir la fuente de la
eterna juventud sobre la que tanto había escuchado y nunca retornó. (Lo mataron los indios
en el Missisippi, mucho después se sabrá).
Aquí justo detrás de donde comienza la muralla de piedra existe una fábrica de cañones
para los barcos y las fortalezas. Las viviendas dentro de las murallas tienen casi todas un
piso de altura y pocas dos. Casi ninguna tiene portales y las grandes puertas de acceso abren
directamente a la calle o a una precaria acerita de un pie de ancho conformada con lajas de
piedra (granito negro extraduro) traídas de Alemania y acomodada sobre el fango o al borde
de los adoquines del mismo material. En algunas áreas al sur hay zonas donde solo se ven
numerosos bohíos con techos de guano apilados sin demasiado orden urbanístico. No existe
el pavimento. El humo de la madera con que cocinan sale hacia arriba por entre los
resquicios de las hojas de guano ya podridas.
Aquí es donde habitan los negros esclavos libertos y los delincuentes, las clases más bajas,
aunque ya al otro lado del muro se expande otro barrio llamado Jesús María, puro negro
manumitido y gente pobre que ya no caben o no les conviene estar entre los protectores
muros. Los más pudientes se han ido asentando en grandes mansiones entre la puerta del
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Obispo y la de La Iglesia del Ángel cuyos torreones resaltan por encima de las demás
edificaciones antiguas. Del lado de afuera por toda la muralla existe un espacio vacío de
construcciones y vegetación de unas cincuenta yardas de amplitud. Varios esclavos tienen
que barrerlo cada día para que no crezca la yerba.
Si usted le pide permiso a uno de los guardias y se encarama sobre la muralla comprobará
que lo único que sobresale por encima de las casas son los campanarios de las diez iglesias y
de los seis conventos que existen, algunos muy fuertes y construidos en piedra de la finca
Jaimanitas o de las canteras de San Lázaro, como la Catedral aquí cerquita donde vierte el
Callejón del Choro. Otros templos son de madera como el de la Plaza de Armas.
El Callejón del chorro es una de las cinco fuentes públicas donde termina el acueducto de la
Zanja Real. Vierte constantemente y el lugar se transforma en un lodazal. La mejor hora
para recoger el agua es por la madrugada, dicen los vecinos, pues aún no han tapado
totalmente el canalillo y algunos habaneros descuidados vierten sus desperdicios en él
cuando les parece que nadie los ve.
Es costumbre que en las zonas más antiguas las familias arrojen los cubos llenos de
excrementos e inmundicias al centro de la calle por donde rodará hacia las afueras y
después al mar. Pocas calles están bien asfaltadas como Obispo y las cercanas a la Plaza de
Armas. La fetidez es algo común en casi todas partes y tienes que tener cuidado que algún
vecino abra súbitamente una puerta y te lance sin querer un buen cubo de desechos y orine,
o te lo despachen desde algún balcón donde el residente no se tomó el trabajo de mirar
primero abajo.
Cuando único se limpian las callejuelas y se descansa un poco del mal olor es cuando llueve
fuerte y eso por fortuna sucede con frecuencia en estos trópicos. En algunas zonas más
pudientes existe una iluminación pública con faroles de aceite que son atendidos por
faroleros que los encienden al anochecer y los apagan al amanecer. En los interiores de las
residencias de los adinerados se alumbran con un sistema de gas producido con un digestor
de carburo y agua.
Ya avanzada la madrugada casi toda la urbe está totalmente a oscuras y solo se escuchan los
pasos de los Serenos quienes de cuando en cuando pregonan la hora mientras avanzan por
la medieval urbanización.
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Las ratas que cruzan velozmente de un lado a otro en las callejuelas son tan grandes como
los conejos del campo y le pasan a uno por delante como si fuesen gatos hambrientos.
Muchos se las almuerzan con gusto ante la falta de algo mejor. Saben a pollo frito.
No es nada raro que los que caminemos nos enfanguemos las botas, y los carruajes pesados
se atasquen en las charcas frecuentes. Los quitrines, aunque solo llevan un caballo, sí que
son difíciles que se atoren gracias a su ligereza y grandes ruedas.
La Plaza vieja es la única donde no existe una iglesia pues funciona allí el Mercado donde se
vende o se compra cualquier cosa que la población necesite. Demasiado mundana y
bulliciosa para los curitas. Se negocia sobre todo la mercadería recién llegada en los barcos y
lo que los marinos bajan a escondidas de los navíos que se suponen van a transportar a
Cádiz. También se expende lo que traen los campesinos de la periferia. Es mucha la plata y
el oro que se contrabandea en La Habana sustraído de las naves de carga, alargadas patanas
con velas muy poco marineras con un par de entrepisos para las mercaderías. Las llaman
Carracas y tienen que esperar fondeadas hasta meses para partir a España como parte del
convoy escoltado por las cañoneras, galeones con varios puentes artillados, como el Santa
María que llegó a contar con cuatro donde se acomodaron más de ciento treinta cañones
con sus dotaciones humanas.
En el puerto y la Alameda de Paula ya de noche lo más que abundan son las putas con
quienes se refocilan los marinos y muchos habaneros.
Uno de los principales problemas de los citadinos es el muy ineficiente sistema de salud.
Simplemente no existe ningún sistema. Trabajan muy pocos médicos y en su inmensa
mayoría se dedicaban a hacer medicina familiar entre la alta burguesía que pagaba bien.
Quienes atienden a la población regular son los boticarios o farmacéuticos, profesionales
que escuchan tras el mostrador sobre los males de la persona, proponen, recetan y elaboran
los medicamentos en una manera muy personalizada con las materias primas disponibles.
No existe industria, ni comercio de medicamentos elaborados. Los boticarios son los
asistentes de salud de las ciudades y atienden en lo que pueden a la población hasta el
punto de curar heridas u otros males, aplicar los medicamentos y los pocos materiales
desinfectantes e inyectar. Los cirujanos para casos más graves son los barberos. No existen
los antibióticos, ni la anestesia. Los fígaros operan con las mismas navajas con que acaban
de afeitar a algún barbudo o peludo lleno de piojos u otros animalitos.
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Por lo general, ante la aparición de alguna enfermedad conocida, las personas más antiguas
acuden a remedios confeccionados con el herbolario nacional o foráneo al que se puede
acudir sin pagar, o pagando a alguien conocedor de las plantas que lo buscara. Se reconoce
mucho la sapiencia de los ancianos quienes conocen infinidad de remedios para los males
más comunes.
Son conocidas las recetas de jarabe casero de güira, o la enjundia de pollo frotada calentita
sobre el pecho para los catarros fuertes; la hoja de salvia caliente en la suela de los zapatos
por dentro para los resfríos; diferente cuentecitas rojinegras en forma de rosarios en los
cuellos de los bebés, o en sus manitas, contra el maldeojo; sobar la barriga contra los
empachos digestivos. Lo más común entre los vecinos es que a las personas les diera una
cosa, o un papatún y callera redondito. Qué a las personas les diera un soponcio, una
apoplejía, o les atacara una erisipela, que se quedaran tiesos por algún ataque de los malos
espíritus, o tísicos, etc. Esas eran las explicaciones para los más comunes fallecimientos.
Abundan las curanderas, las parteras y las comadronas bien calificadas por la universidad de
la calle. Hay para escoger.
Se practica la costumbre de velar al difunto por un día completo y si no despierta es
finalmente sepultado, pues ningún médico certificaba la defunción y no se sabe casi nunca a
ciencia cierta si el finado está viajando al más allá o padece de algún simple truco de
dormidera profunda y retornará a la vida, con gran susto para todos, en pleno proceso
mortuorio, cosa que había sucedido ya varias veces.
El ritmo de mortalidad es apabullante y la expectativa de vida no pasa de los cincuenta años
si tienes suerte.
En este año del Señor de 1762 la Habana, urbe protegida con tres fortalezas y una potente
muralla, es la única ciudad que se puede llamar como tal en esta isla, las demás son puros
villorrios en desarrollo con algunos miles de habitantes ciudadanos y un montón de
esclavos. En Santiago también existe una fortaleza muy parecida a la del Morro llamada San
Juan de la Roca, probablemente sea hasta mejor, dispuesta sobre una gran elevación que
domina la entrada de la bahía también de bolsa, pero está alejada del centro urbano por un
tupido y expuesto bosque de difícil acceso.
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La Habana. Se construye la muralla desde el sur.
Ya existe cierta confusión en cuanto al origen de
los paisanos de esta ínsula. Yo, Pepe Antonio, he
nacido aquí fruto de la unión de un peninsular
con una india. ¿Soy español o indiano? A lo mejor
si pregunto me dicen que mitad español y mitad
aborigen, que no andarían errados. Aún no se
habla de cubanos. Se cuentan las generaciones
consecutivas de los blancos: Fulano es criollo de séptima generación, y así.
Tampoco quedan ya indios originales. Todos han ido muriendo sin reemplazo, o mejor
dicho, reemplazados en el trabajo por los negros africanos que traen los negreros
portugueses, holandeses, ingleses y españoles, casi siempre de contrabando. Los indios
parecen menos fuertes que los negros. No se acostumbran al cautiverio ni a las arduas
labores del campo, así como cuando se declara alguna peste en la Península, aquí se mueren
como moscas pues no están preparados para los problemas del viejo continente, ni hay
remedio que los salve. Yo ya soy más criollo que otra cosa y esta es mi tierra. Mi fortuna la
le hecho trabajando duro, bueno… trabajando los esclavos. Por eso me designaron alcalde
de Guanabacoa.
Alguien ha escrito esto:
La “Villa de Pepe Antonio” se ubica en la parte central de la provincia y es su segundo
municipio en cuanto a extensión. Posee extensas llanuras las cuales favorecen la agricultura.
En la zona urbana se encuentran algunas elevaciones y las funciones de Centro de Ciudad
están concentradas en el centro donde se encuentra la Plaza de Armas y a Iglesia Mayor.
Guanabacoa en el idioma taíno significa "tierra de ríos y lomas", llamada así por los indios
que vivían en su territorio debido a la abundancia de pequeños ríos y colinas de mediano
tamaño.
En 1555, a raíz del ataque del Corsario francés Jacques de Sores, Guanabacoa se convierte en
capital transitoria, refugiándose en ella una gran parte de los habitantes de la villa de San
Cristóbal. En los meses siguientes radicó en Guanabacoa el Gobierno Colonial. De esta
eventualidad surgió el refrán "Meter la Habana en Guanabacoa" cuando se refieren a intentar
meter algo grande en un espacio más pequeño que el que requiere.
Durante los siglos XVII y XVIII Guanabacoa tuvo un desarrollo agrícola y ganadero con la
producción de azúcar y tabaco fundamentalmente. Por todo su desarrollo se le otorga en
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agosto de 1743, el Título de Villa de Nuestra Señora de la Asunción de Guanabacoa y le es
concedido su escudo de armas. Un siglo más tarde surge el comercio y comienza una fuerte
prosperidad industrial.
Después de la Guerra de los Siete Años, residieron en Guanabacoa una comunidad de indios
de Florida, principalmente apalachees y yamasees procedentes de la Florida.
Dos.
La Flota.
La muy impresionante flota inglesa compuesta por 23 navíos de línea, 11 fragatas, 4
corbetas, 3 bombarderos, 1 cutter y 160 transportes (202 barcos en total) donde se
acomodaban 12.826 soldados y 17.000 marineros e infantes de marina, ha súbitamente
aparecido frente a la Bahía de La Habana justo a las diez de la tranquila y soleada mañana
del 6 de junio de 1762.
El mando supremo de la expedición está a cargo del teniente general George Keppel, Tercer
Conde de Albemarle; el jefe de las fuerzas navales es el almirante Sir George Pocock. Su
segundo al mando es el comodoro Augustus Keppel, hermano de Albemarle. A cargo de las
tropas de tierra está el general George Elliot.
Los diferentes barcos arbolados al máximo se acercan lentamente hasta estar a distancia de
disparo de un Twelve Pounder (un cañón que usa una bola proyectil de doce libras), más o
menos una milla náutica. Todas las troneras de los tres puentes de cada nave de combate
están abiertas y las negras bocas de los cañones asoman sus feas fauces.
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Desde cuando el vigía en lo alto del muro de la Fortaleza del Morro ve la enorme, inusual e
inesperada flota que se mueve aparentemente en su dirección, llamó con premura a su
oficial de guardia. Se reunieron varios de estos a conferenciar atraídos por el tropelaje que
se había armado, hasta cuando con los catalejos pudieron distinguir las banderas inglesas en
los mástiles.
Se envió entonces un mensaje urgente en un bote a remos propulsado por dos marinos, al
Gobernador Juan de Prado que a esta hora debía estar desayunando en su residencia
adicionada casi sobre el foso del Castillo de La Fuerza ya dentro de la ciudad. La Habana en
estos momentos cuenta con unas potentes murallas con nueve enormes puertas de madera
reforzada que rodean los cinco quilómetros cuadrados de la urbanización, aunque la
población, casi desde los inicios del enorme muro, ha ido construyendo fuera de su área
protegida como mejor han podido.
La ciudad tiene unos 50 000 habitantes que se autoemplean en todo tipo de servicios del
comercio y la administración, la mayoría vive ocupándose de la flota, gran suministradora
de casi todo lo necesario para la vida. Laboran como carpinteros ebanistas e inmobiliarios,
constructores de barcos, de velas, o de barriles, las mujeres como prostitutas: «una
mezcolanza tan desafortunada como la que más en esta tierra», afirma un comandante
británico en tono de desaprobación, y añade que «la clase alta da un pésimo ejemplo
permaneciendo indolentemente interesada en valioso y llamativo mobiliario y vestimenta».
Pero de verdad La Habana tiene su encanto, y su fuerza, en su diversidad. La mitad de su
población son esclavos negros, pero —a diferencia de las colonias británicas— hay muchos
trabajadores negros libres: unos 10 000 tan sólo en La Habana. Ya prospera también más
allá de la muralla una incipiente agricultura como el tabaco y otros productos de
subsistencia local mientras comienza a desarrollarse la industria con las producciones de
azúcar y sus derivados como el muy apreciado ron, etc.
España lleva seis años de guerra con Inglaterra, por eso Juan de Prado, cuando su asistente
le entrega el aviso que han traído desde El Morro, tira sobre la mesa un pedazo de pan
negro, termina de bajar lo mordido con un trago de leche tibia y camina a paso enérgico
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hacia el torreón, el punto más elevado de la ciudad, donde no hace mucho Inés de Bobadilla
solía encaramarse para ver si De Soto retornaba del Norte.
El lugar es estrecho y allí ya se encuentra el Jefe de la Guarnición que escudriña el cercano
océano plagado de velas. De Prado mira hacia abajo y puede ver a José Antonio Gómez de
Bullones (Pepe Antonio), el Alcalde de Guanabacoa, que deambula por las inmediaciones de
la fábrica de cañones justo tras la Muralla que comienza en el borde del foso de la fortaleza.
Sin embargo no puede apreciar mucho movimiento en los barcos ni, gracias a la distancia,
ve las escotillas de combate abiertas.
-“Nada. Debe ser la flota Inglesa que viene de Bretaña hacia sus colonias y algún encargo
tendrán que dejar aquí que se han detenido en las afueras. Me avisan si llega algún
emisario.” Le dice al Jefe militar que lo mira con sorna.
-“Bueno, si usted lo dice…” Responde el oficial mientras con las dos manos encoge el
catalejo, observando con cierto desprecio cómo el Gobernador baja rápidamente los
escalones de piedra para retornar a sus habitaciones y continuar su interrumpido desayuno.
Toda la mañana y la tarde las tropas destacadas en las tres fortalezas que protegen la ciudad
capital de los ataques se mantienen en máxima alerta. La cadena que flota entre varios
botes desde La Punta hasta el Morro, que se ha diseñado para cerrar el acceso a la bahía por
el agua, ha sido desplegada mucho antes de que sonara el rutinario cañonazo de las cuatro
de la tarde y se han cerrado las puertas. El despliegue de grandes veleros enemigos llena
todo el horizonte marino de la ciudad, pero permanecen tranquilos, como a la espera de
algo. Los vigías observan constantemente la flota inglesa, pero nada incrementa la alarma.
Al caer la tarde y comenzar a hacer noche, el pueblo curioso y preocupado por la aparición
sin aviso de tal flota de guerra, concentrado en la costa tras la Muralla justo al borde de la
urbanización, comienza a respirar más tranquilo. Los ingleses no atacarán por la noche.
Ningún barco podría ingresar a la bahía en la oscuridad pues terminarían encallados sobre el
Diente de Perro en la orilla al no contar con los prácticos locales y no conocer la zona, eso si
los numerosos cañones dispuestos en las tres fortalezas no los hunden primero en el
estrecho canal de acceso. El poder de fuego español hacia este viaducto es muy grande.
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Juan de Prado como gobernador es el Jefe de la defensa de la ciudad y ha llamado a sus
oficiales subalternos Gutiérrez de Hevia y Luis Vicente Velasco para que le rindan el parte
sobre con cuantos recursos contamos para la protección y la respuesta a un supuesto asalto
masivo. Desde 1555, después que Jackes de Sores atacara y ocupara la urbe por varios días
dejándola casi totalmente destruida y saqueada, la capital no ha sido tomada por pirata
alguno u otro enemigo de España a pesar de varios intentos fracasados, más bien los piratas
y bucaneros se han dirigido preferentemente a otros desprotegidos pueblos interiores como
Puerto Príncipe y Remedios, a los que han tenido que mudar hacia el interior del país como
medida de seguridad.
La Plaza cuenta en este momento con 3.870 soldados de infantería y caballería; 5.000
marineros e infantes de marina; 2800 milicianos y 9 navíos de línea artillados y fondeados
en la bahía.
Tres.
El desembarco inicial.
Jimmy nunca ha sido tan feliz como cuando pudo poner nuevamente pie en tierra firme en
medio de la para él demasiado cálida madrugada de esta isla. No le agrada estar en los
atestados barcos donde nadie puede tomar un baño y agua solo hay para beber, se tiene
que dormir sobre el sucio piso de los entrepuentes o en hamacas de a tres de alto mientras
molesta la tosca homosexualidad de la mayoría de los marinos habituales. Es mal augurio
llevar una mujer a bordo.
A cuatro brazas de la orilla arenosa, donde se ha parado después de saltar del bote atestado
de infantes de marina como él, comienza un tupido bosque donde podría estar escondido
un ejército, pero nada sucede. No hay nadie vigilando. No se escucha ningún disparo ni
ninguna orden de mando. Unos cuarenta barcos artillados los han traído en total silencio y
oscuridad hasta esta zona alejada al este de la ciudad. Son cinco mil soldados
desembarcados en esta pequeña bahía (de Cojimar) con toda su indumentaria,
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avituallamiento y armamento. Otro grupo avanzó un poco más y desembarcó el Bacuranao.
Funcionará como un refuerzo de tropas frescas, una segunda oleada.
A Jimmy le molesta la pesada casaca roja típica de este uniforme inglés. Le parece muy poco
conveniente para el tipo de clima que se siente en esta isla caribeña. Jimmy es de origen
inglés, pero hace mucho que reside en la provincia de New Ingland desde donde han sido
reclutados y embarcados la mayoría de sus colegas de aventura. La paga es buena y les han
hablado de esperanzas de un gran botín de guerra. Llevaban meses de entrenamiento en
tierra.
El uniforme inglés se compone de una casaca roja con dos filas verticales de botones
plateados (o dorados, según el rango) con camisa blanca y chaquetilla de paño (uniforme de
verano), junto a un tricornio negro con borde blanco por sombrero. Lo cruzan a la bandolera
dos bandas blancas: una es para portar la espada o algún otro aditamento filoso, y la otra
banda es para portar balas, pólvora o artículos de uso personal. Portan un mosquete con
bayoneta, originalmente ésta era de cubo y después pasó a ser de punta hueca. Si se es
oficial, se utiliza un tricornio con el borde dorado o de borde blanco con escarapela
multicolor, botas negras cubiertas por polainas blancas (uniforme de invierno), pantalón
blanco, y una pistola con una pequeña bayoneta en la punta algunas veces. Dependiendo
del rango portan algunas distinciones como una peluca blanca con bucles o una medalla
dorada al lado derecho. No se usan los galones, sino más bien enseñas de uso tradicional de
cada regimiento o de cada sostenedor de un ejército.
A los oficiales se les agregan generalmente piezas de oro y se les arma con pistolas y
espadas, además de usar una gola simbólica, en recuerdo de su pasado como oficiales de
coraceros. El uniforme de invierno para las zonas frías se complementa con un abrigo de
gala de color representativo de la región primigenia del regimiento: azul para los
regimientos escoceses, rojo para los regimientos galeses, verde para los regimientos
irlandeses, blanco o granate para los regimientos ingleses.
Ya amaneciendo se ha descargado toda la artillería terrestre que se va a mover con nosotros
y todos los cinco mil los infantes de marina que participarán en este ataque por tierra. El
mar ha estado muy tranquilo mientras soplaba el Terral y la bahía es lo suficiente profunda
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con una costa de piedras elevada que permitió atracar los barcos cómodamente. Se
confirma el secreto de esta operación táctica pues finamente no ha aparecido ningún
soldado por la zona, ni gente extraña que suponga una amenaza de aviso a los españoles.
Todo parece tranquilo.
Jimmy también considera que estas casacas rojas son demasiado pesadas para el nuevo
mundo y parecen un perfecto tiro al blanco cuando se marcha entre los árboles robustos y
la vegetación intensamente verde como sucede en esta isla.
No existen carreteras y el país está muy poco urbanizado, según un mapa que los jefes se
han agenciado de algún marino portugués conocedor de la zona, por lo que la tropa
avanzará tan rápido como lo haga el más pesado cañón, impedimenta que será arrastrada
por algunos búfalos que nos hemos traído y que servirán como comida cuando cumplan su
misión.
Hay que ir desbrozando monte, pero eso lo hacen algunos esclavos, unos dos mil y pico, que
nos hemos comprado para estas faenas y para asistir en los cañones de los barcos. El país
parece muy fértil y no hay cenagales por donde hemos de avanzar hacia la ciudad. Los
oficiales han señalado una colina en el borde de la bahía donde habremos de instalar la
artillería. Mientras tanto el grueso de la flota permanece inmóvil frente a la entrada de la
rada, aunque se han enviado varios barcos artillados a atacar y controlar la del Mariel donde
existe otro puerto por donde se embarcan otras mercancías como el Café y el tabaco, donde
deben estar fondeados varios navíos peninsulares.
Realmente los extranjeros conocen muy poco de esta isla pues los españoles no permiten el
ingreso al puerto habanero de barcos con diferente bandera a la suya a comerciar con los
isleños. Solo permiten el comercio con La Madre Patria y los barcos cargados provenientes
del Nuevo Mundo, formados en una única flota anual y escoltados por los Buques de
Guerra, solo pueden atracar, descargar y cargar en el puerto de Cádiz, al sur de España.
Esta situación genera mucha curiosidad e interés en los otros gobiernos coloniales aparte de
la Corona Española, debido a los beneficios que se pudiera obtener con el comercio en esta
isla situada justo al centro de todo el tráfico con las Indias Occidentales o el Nuevo Mundo.
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No obstante, muchos corsarios, piratas y otros navegantes ingresan a puertos menos
vigilados y nada fortificados en el resto del país para conseguir abastecimientos y hacer
negocios con los vecinos que no las tienen bien con los peninsulares. Estos aventureros
llevan asombrosas noticias sobre la riqueza de la isla, su belleza y su potencial agrícola con
un clima perfecto.
Los cañones han sido descargados, montados sobre sus cureñas y transportes tirados por los
poderosos animales norteños mientras ya forman una cadena al inicio de las tropas
formadas. Avanzamos por sobre los caminos cortados a puro machete por los negros y
diseñados por nuestros cuerpos de ingenieros que forman la avanzadilla. Nos movemos
alertas y dispuestos para el combate. El Ejército Inglés está muy bien preparado para el
enfrentamiento con otro ejército y sus oficiales poseen una amplia experiencia guerrera.
Hoy es la mañana del Siete de Junio de 1762 y comienza el ataque a la isla española de
Cuba.
Mientras avanzamos mojándonos las botas con el rocío matinal el sol comienza a picar
sobre los cuerpos demasiado arropados por los uniformes mientras los soldados y animales
comenzamos a sudar copiosamente. Los negros desbrozan rápido el monte de donde ya
parece se han talado los árboles mayores como materia prima para el gran astillero que
poseen los isleños en el puerto donde vamos a atacar. Los ingenieros informan que ya por la
tarde estaremos instalando la artillería sobre la colina designada. El grueso de la flota
permanece al pairo en silencio frente a la bahía, tranquilos pero listos para combatir
mientras se observan asombrados los escasos preparativos de los habaneros para la
defensa.
Cuatro.
Preparativos para la Defensa de la ciudad.
Avanza la mañana del día 7 pero el Capitán General Juan de Prado no está muy convencido
de que los ingleses vengan a atacar La Habana a pesar del despliegue de la enorme flota que
se ve justo frente a la bahía. Permanecen inmóviles, las velas arriadas, y no se han movido
en las casi veinticuatro horas que llevan ahí. De Prado espera que de un momento a otro se
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acerque alguna chalupa con emisarios para negociar algún tipo de rescate. No obstante los
militares están nerviosos y no han quitado la cadena que impide el ingreso de los barcos a la
segura bahía, la cual por su forma de bolsa con una estrecha garganta de entrada permite
un cierre efectivo contando con las tres fortalezas justo sobre el acceso y la gruesa muralla
de piedras que también permanece cerrada. Todas las guarniciones se han puesto en
máxima alerta y se han alistado todas las piezas de artillería disponibles.
Según han reportado los oficiales La Plaza cuenta en este momento con 3870 soldados de
infantería y caballería; 5000 marineros e infantes de marina y 9 navíos de línea artillados y
fondeados en la bahía. Se han convocado a 2800 milicianos.
Las familias pudientes van abandonando la urbe discreta pero apresuradamente hacia sus
residencias campestres donde presuponen estarán a salvo de un ataque que no puede ser
muy prolongado. Muchos se han ido a Jesús del Monte, Guanabacoa, e incluso han llegado
tan lejos como Managua, villa ya más alejada en el centro del país a un día entero de viaje
en carreta.
El Combate.
Cuando la artillería inglesa comienza a ser instalada en lo alto de la colina al otro lado de la
bahía en el canal de entrada precisamente frente a la fortaleza de La Fuerza y se pueden
apreciar a simpe vista las numerosas rojas casacas alistando el ataque, Juan de Prado intuye
que el combate es inminente e imparte algunas órdenes adicionales para la defensa.
Los habaneros se han quedado de una pieza pues este giro de los eventos les ha tomado por
sorpresa. De Prado y los defensores españoles tenían como seguro que si había ataque este
comenzaría con el cañoneo hacia las fortalezas desde los barcos fondeados frente a la
entrada, pero estos se habían mantenido a adecuada distancia y tranquilos, sin visibles
señales de combate.
Tres grandes y viejos galeones fondeados en la bahía pero que probablemente ya no
navegarían más, fueron remolcados, llevados hasta la entrada y hundidos a lo largo del
estrecho como para impedir el paso de otros buques al interior de la ensenada y por ende a
la ciudad. Estaban preparándose para repeler un ataque naval contra los barcos que
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intentaran desembarcar, pero no planificaron un desembarco más alejado de sus defensas y
que la infantería inglesa atacase por la retaguardia.
Pepe Antonio galopa a toda velocidad hacia su poblado de Guanabacoa.
Lo que de Prado no vio inicialmente fue que esta maniobra de boquear la entrada impedía
asimismo que los nueve barcos de guerra fondeados dentro de la rada pudieran salir a
combatir, aunque en realidad esto hubiera sido un suicidio ante la gran superioridad
numérica de los ingleses. Lo que si ha notado de inmediato el Gobernador es que sus
habitaciones al lado del foso Este quedan justo frente a los cañones ingleses que se alistan
sobre la colina de la cabaña y las ha mandado a evacuar de inmediato, salvando sus
pertenencias y a su aterrorizada familia a quien ha montado apresuradamente en un
carruaje oficial rumbo a Jesús del Monte.
Se podían apreciar a simple vista dos grupos de cañones siendo emplazados por los negros y
los búfalos bajo las órdenes de los Casacas Rojas. Una batería apunta hacia la ciudad
mientras la otra más numerosa apunta al norte hacia los Castillos de la Punta y el Morro.
El Primer cañonazo, estruendoso y no por esperado menos horrorífico, es disparado contra
la ciudad. Se puede ver claramente la rápida trayectoria de la mortal esfera desde cuando
sale desde la llamarada naranja de la boca del cañón, vuela en arco por sobre las
edificaciones pegadas a la costa y va a dar al oeste en la Plaza de Armas exactamente sobre
la añeja iglesia de madera causando instantáneamente una gran nube de polvo, destrozo y
alboroto entre los pocos quienes aún se mueven por las calles.
Se escuchan las órdenes en inglés, y se aprecia mucho movimiento entre los soldados de
rojo sobre la colina. Los infantes han avanzado organizadamente rumbo al Morro dejando
detrás las baterías de cañones. Se puede incluso escuchar las voces de los oficiales
ordenando cargar las piezas, los tambores transmitiéndola y minutos después de una
frenética actividad alrededor de las piezas: Luego ¡Fire! Y la consiguiente explosión.
Las piezas disparan una tras otra a intervalos uniformes y ya no se escucha nada más que el
estruendo de las detonaciones en los cañones y de los proyectiles al caer sobre las
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fortalezas y sobre la horrorizada ciudad. Mientras esto sucede la flota se ha acercado y
comienza a disparar sus numerosísimos medios contra los mismos blancos.
Algunos soldados comienzan a caer de entre la formación de los atacantes debido al nutrido
fuego de los defensores desde el Morro. Se escucha insistentemente el repique de los
tambores transmitiendo los comandos a la infantería que nunca podría escuchar las voces
de los oficiales debido al furibundo tumulto.
Su forma más conocida de atacar, en esta era de las armas de fuego con mosquetes, es una
formación en doble fila de 6 a 8 soldados que disparan al mismo tiempo, siguiendo la orden
de un superior. De esta forma la ráfaga de balas alcanza con cierta eficacia el objetivo, pues
si disparan individual y voluntariamente, no son muy precisos, debido a que el mosquete
que usan no tiene cañón estriado, sino liso. Además la bala disparada por el mosquete era
esférica, siendo muy imprecisa, de ahí la costumbre de atacar en grupos. Por eso en muchas
batallas a los casacas rojas se les ordenaba atacar con bayonetas, principalmente cuando el
enemigo está disperso o mal formado, o simplemente para terminar con la batalla y los
soldados aún en pie.
La única potente riposta defensiva que se escucha de inmediato parte solamente de los
comparativamente muy pocos cañones situados sobre los muros protectores de las tres
fortalezas. Se han abierto a la fuerza las dos puertas del Oeste y del Suroeste de la muralla y
los civiles escapan despavoridos casi todos a pie. Los que tenían algún tipo de carruaje ya se
han marchado antes y puesto a buen recado todo lo que han podido de sus pertenencias.
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Continúan ininterrumpidamente las explosiones y el destrozo de viviendas y negocios.
Algunos incendios han comenzado dentro de los muros. Los buques de guerra atacantes han
desplegado sus velas y pasan de seguido en círculo por delante de las fortalezas
descargando sus cañones, avanzando para recargar y dejando a otros detrás hacer lo mismo
por lo que las andanadas son continuas y ensordecedoras. En instantes casi no se ven los
navíos, solo los fogonazos desde sus costados que levantan una suspendida nube de humo
negro blanquecino.
August Keppel, hermano del general Albemarle, detenido observando el desarrollo de la
batalla en el mar, entretenido contando los fogonazos de los cañones, entre el estruendo de
cañonazo y cañonazo, le pregunta al apuesto capitán inglés Augusto Hervey justo a su lado
cómo se encuentra. «Often more bored» (A veces me aburro más) es su magnífica
respuesta.
El polvo espeso de la destrucción cubre la ciudad y los truenos de pólvora estremecen los
tejados, las columnas, los soportales, las mansiones, los campanarios, los fuertes, las
tabernas, los prostíbulos del puerto... Los últimos niños, mujeres y curas que aún quedan
dentro de las murallas huyen.
De repente sobre la colina de la cabaña sucede algo que no era esperado por los mandos
atacantes.
Por sobre las ligeras colinas cubiertas de vegetación que se pierden hacia el sureste aparece
de improviso una tropa de unos treinta hombres a caballo. No visten ningún tipo de
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uniformes ni portan estandarte alguno, pero vienen armados con mosquetes y a la cintura
los tradicionales machetes campesinos. En la primera línea se destaca la recia figura de Pepe
Antonio.
El pelotón de improvisados soldados ha salido de la maleza justo a un costado del
campamento donde se arremolinan infinidad de casacas trojas con las escudillas en las
manos quienes organizadamente van por el almuerzo que reparten unos ordenanzas desde
una improvisada cocina humeante. Es la retaguardia y la zona de reorganización de las
tropas.
Todos se detienen en un instante para observar aquella cuadrilla bisara y gritona que ha
aparecido inesperadamente a unos pasos de distancia. No entienden lo que dice el Jefe,
pero sí ven que los soldados levantan sus mosquetes y apuntan. Luego disparan.
Se escuchan algunos gritos de varios soldados alcanzados por los proyectiles mientras reina
el estupor entre la tropa y los oficiales que se han acercado a todo correr tras el estruendo
en momentos que aún no se disipa el humo oscuro de la pólvora negra.
Entonces, los caballos montados por enormes e intimidantes jinetes, tal parece, salen a todo
galope a través de la nube enarbolando sus machetes avanzando directamente ante los
horrorizados soldados ingleses que no atinan a responder. Varios casacas rojas caen
amacheteados, pero ante un comando de Pepe Antonio la pequeña caballería se retira a
toda velocidad hacia el cercano montecillo por donde han aparecido.
El oficial a cargo de esta tropa en descanso llega a todo correr y ordena de inmediato formar
el cuadro. Apuntan hacia el bosquecillo y disparan la primera andanada. Silencio. Estremece
la vegetación la segunda, pero tampoco nada se mueve mientras la primera fila se ha puesto
de rodillas recargando sus mosquetes. El oficial no ordena un tercer disparo y se queda con
su diestra en alto observando el monte.
Cuando todo el cuadro está de nuevo correctamente formado, cubiertos los huecos de las
bajas y en posición de alerta máxima de combate, el oficial ordena calar bayonetas a la
primera escuadra y avanzar hacia el bosquecillo. Si es necesario se tenderán panza en tierra
para que el vóley de la segunda escuadra les pase por encima y elimine gran parte de los
atacantes sin quedar los primeros desarmados de fuego, pero nada sucede. Los atacantes
han desaparecido por completo. Hay en el bosquecillo un extraño silencio mutilado
constantemente por el algo alejado estruendo de las continuas andanadas de la artillería
pesada contra las fortalezas y la ciudad amurallada.
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Se ha producido la primera carga al Machete que se realiza en Cuba más de cien años antes
de que Gómez la organizara entre los mambises como recurso alternativo y extremo ante la
carencia de municiones a mitad del combate.
Los ingleses continúan manteniendo sus formaciones a pesar de los repetidos ataques de la
escurridiza caballería de Pepe Antonio y los negros a pie armados con machetes de labor. Es
una táctica inglesa errónea en parte. Los colonos milicianos (que no son soldados regulares)
pocas veces les harán frente, sino más bien combatirán como si de guerrillas se tratase,
atacando por sorpresa. Además los colonos usan un rifle-mosquete Kentucky, que es más
largo y de mayor alcance que el mosquete de norma del ejército inglés. El soldado británico,
preparado para combates frente a frente, no está entrenado para enfrentarse a otro tipo de
tácticas. Algunos ingleses caen producto de los esporádicos e inesperados ataques. La cifra
va a llegar hasta veintiséis bajas sin que pereciera ningún improvisado soldado de Pepe
Antonio.
Este combate continúa intermitente durante todo el mes de Junio y todo Julio. La ciudad
está destruida aunque las murallas han sufrido poco daño comparativamente. La artillería
desde la colina al otro lado de la bahía dispara cómodamente por encima de las
fortificaciones, aunque en realidad casi no queda nadie que combatiera. Casi todos han
huido.
Los cañones de La Punta han sido ya silenciados por estar bajo cómoda la línea de tiro
directo de los buques ingleses que continúan pasando constantemente por la cercanía del
profundo mar y descargando sus broadside (todos los cañones de una banda disparados al
unísono contra un mismo blanco) que lo destrozan y estremecen todo. El único punto que
continúa resistiendo con mucha fuerza y valentía es la fortaleza del Morro debido a la muy
inteligente disposición de sus baluartes, sus defensas y al almacenaje de agua,
avituallamientos y municiones que podrían durar para resistir un asedio de dos años
seguidos. Defiende la posición el Comandante de Campo Luis de Velasco.
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En realidad el asedio se hace con calma, según la flema inglesa, pero lo que al final está
causando más bajas que los disparos de los españoles y los sorpresivos ataques de Pepe
Antonio es el intenso calor veraniego en esta isla del cual nadie advirtió a los extranjeros.
Probablemente el principal enemigo de los atacantes fueran los insistentes mosquitos.
Hacen muchos estragos enfermedades como la Fiebre Amarilla, la disentería y otras muchas
que no existen en regiones más templadas y que amenazan con terminar la guerra por falta
de soldados hábiles para la contienda. Se les hace necesario a los ingleses pedir refuerzos
desde Nueva Inglaterra ante las numerosas bajas causadas por el trópico.
Mientras tanto Albemarle ordena intensificar el bombardeo desde tierra y disminuir el
ataque desde el mar. Es otra distracción. Madrugada tras madrugada una tropa de
zapadores marinos horada calladamente un hueco en el diente de perro de la costa bajo el
muro norte de la Fortaleza del Morro y lo carga con una tonelada de explosivos.
Aún antes del amanecer del 19 de julio, con los soldados de la defensa extenuados por las
muchas noches de insomnio, el agotamiento por el estrés y el bombardeo, explota
ensordecedoramente la gruesa pared norte de la fortaleza que se desmorona como una
plataforma inclinada hacia el mar. Los marinos ingleses, ya preparados y cercanos en sus
botes de remos, comienzan a trepar por la nueva ladera y a ingresar en los amurallados
recintos donde se generaliza el combate cuerpo a cuerpo.
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Luis de Velasco cae fulminado por un disparo de mosquete a quemarropa y la guarnición
acéfala y diezmada se rinde. Se han silenciado los cañones. Han pasado cuarenta y cuatro
días de batalla y está a punto de caer La Habana en manos inglesas.
No obstante los ingleses continuaron el asedio. Tras estas seis semanas de sitio, el
gobernador de Cuba, Juan de Prado Malleza Portocarrero y Luna, sabe que, a esas alturas,
ya tomado el Morro como último baluarte defensivo, todo esfuerzo es en vano. Es agosto de
1762. Ya había mandado a que la población saliera con mosquetes o lo que tuviera a
defender los últimos reductos dentro de la destruida ciudad que todavía no habían caído en
manos enemigas pero el Jefe de la Defensa le alertó que solo disponían realmente de unos
dos mil mosquetes en buen estado para disparar.
Las bajas inglesas: 2.764 muertos, heridos, capturados o muertos por enfermedad,
3 navíos de línea perdidos.
Las bajas españolas: 3.800 muertos o fallecidos por enfermedad. 2.000 heridos o enfermos.
5.000 capturados. 13 navíos de línea capturados. 3 barcos hundidos.
La conquista de La Habana fue un acontecimiento muy feliz para el ejército y armada
inglesa. La oportunidad de su rendición salvó a una y otra arma de una ruina segura, pues
era imposible que hubiese podido continuar por muchos días el sitio en una época del año
en que el excesivo calor, las fuertes lluvias estacionales y las enfermedades propias del clima
hubieran pronto destruido el ejército más poderoso, no teniendo donde guarescerse y
estando rendido de fatiga y falto de los recursos más esenciales a la vida. Algunos miles de
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hombres yacían aniquilados en los campamentos y la escuadra por falta de alimento, y las
enfermedades tropicales se habían cebado tan cruelmente en el ejército que al tiempo de la
capitulación no había más de dos mil quinientos hombres aptos para el servicio. Bajo el
aspecto militar, ella fue la batalla más grande, y en sus consecuencias la más decisiva, de
cuantas hicieron los ingleses en el transcurso de la guerra; y en ninguna de las campañas
militares que tuvieron lugar en las diversas partes donde pelearon las armas británicas
resplandeció tanto como en el sitio de La Habana la superior inteligencia militar de los jefes
y oficiales generales, ni el valor, serenidad y perseverancia de las tropas de casacas rojas.
Fue el 11 de agosto cuando la Junta de Defensa, formada por Juan de Prado, Gutierre de
Hevia, marqués del Real Transporte, y José Manso de Velasco, conde de Superunda, ex
virrey del Perú, como figuras principales, enarboló la bandera blanca. El 12 de agosto, ante
Pocock y el conde de Albemarle, Juan de Prado y el marqués del Real Transporte,
comandante general de la escuadra de Su Majestad, firmaron la capitulación de La Habana.
El 13 de agosto de 1762, cuando se abrieron otra vez las murallas y algunos negocios tras la
capitulación, los habaneros vieron ondear en el asta mayor del Morro el signo inequívoco de
la aparente tragedia.
Las autoridades españolas sorpresivamente no habían tomado ninguna medida para sacar
de la capital los tesoros de la Corona ni los de los particulares. El botín obtenido consistió de
varios millones de pesos en plata acuñada y once barcos de guerra intactos, además de
considerables cantidades de azúcar, tabaco, cacao y cueros. Pasó de medio millón de pesos
la participación de cada uno de los principales jefes de la operación (el conde de Albemarle
y el Almirante Pocock), mientras que a cada soldado se le dio poco más de veinte pesos y
algo menos a cada marino. Estos fondos fueron repartidos con tan parcial desproporción
entre las varias clases del ejército y armada, que hubo multiplicadas quejas y vivos
resentimientos por parte de la tropa y marinería.
No obstante esta importante adquisición reúne en sí misma todas las ventajas que pueden
obtenerse en la guerra: un triunfo de armas de la clase más elevada y cuyos efectos sobre la
escuadra española equivalieron a una gran victoria naval, pues además de los buques
26
apresados en Cayo Sal y bahía del Mariel, cayeron en poder de los conquistadores los nueve
navíos y uno más que estaba en grada y todos los utensilios del arsenal.
Los ingleses no sólo encontraron allí satisfacción a sus necesidades y gloria militar, sino
también grandes riquezas. Además de los cañones, provisiones de guerra y otros efectos
que había en gran abundancia, el botín ascendió a tanto como hubiera producido una fuerte
contribución sobre la ciudad: veinte y cinco buques mercantes, varios grandes almacenes
llenos de valores inmensos y cerca de tres millones de pesos cayeron en su poder.
Desde el punto de vista comercial la capitulación de La Habana significó el fin del monopolio
de la Real Compañía, sucediéndole, sin transición, la apertura del puerto habanero al
comercio inglés. A pesar de las malas condiciones tras las hostilidades en la toma de la
ciudad, su captura fue la señal para la inmediata irrupción de los capitales ingleses en la isla.
Desde América del Norte llegaron comerciantes en productos alimenticios, tratantes de
caballos y granos; desde Inglaterra, vendedores de lienzos, lanas y vestidos. Se estableció un
activo comercio con las colonias británicas en toda América, siendo el tráfico negrero el más
importante.
Ya en 1762 estaba desarrollada una cierta demanda de esclavos en Cuba. Durante la
ocupación se adquirieron 3262 negros bozales comprados por los vecinos, unos para
haciendas y otros para negociar con ellos. El comerciante inglés John Kennion recibió
permiso para la importación exclusiva de 2000 esclavos. A pesar de todo ello, este negocio
no proporcionó a los traficantes ingleses tantos beneficios como los esperados. Cuba en
1762-1763 tenía poco capital acumulado (perdido como botín de guerra, confiscación de las
mercancías, donativos a los ocupantes), y esta situación hizo que el precio del esclavo se
hundiera en Cuba. En un memorándum presentado al secretario de Estado, Lord Egremomt,
en noviembre de 1762, 145 de los principales traficantes de esclavos de Liverpool rogaron al
gobierno que se guardara al menos Guadalupe en la inminente paz que se iba a firmar en el
Tratado de Paris, por los grandes beneficios obtenidos. Estos mercaderes para nada
mencionaron La Habana.
Sin embargo en su puerto entraron más de 700 barcos mercantes, cuando nunca en todo un
año habían entrado más de 15. De estos barcos sólo 20 eran negreros, la cuarta parte eran
navíos de la América del Norte inglesa, el resto traían suministros, mientras otros evacuaban
soldados. La importación de esclavos, combinada con acuerdos a largo plazo (incluyendo los
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débitos), fue la más destacada característica de la expedición de Albemarle a La Habana, y la
afluencia de mano de obra barata ayudó en su acelerada y constante carrera azucarera.
Los negreros ingleses permanecieron en La Habana para la introducción de esclavos. De
hecho desempeñaron una labor importante en el comercio en general, como lo indica el
que en 1766 el gobernador Bucareli hubiera de expulsar del puerto a varios barcos ingleses
que habían llegado cargados de harinas y ladrillos para dar espacio a los negreros. La
apertura al comercio británico para la entrada de productos ingleses contribuyó al
desenvolvimiento de la agricultura y el progreso de la ciudad y la isla.
Cinco.
La Hora de los Mameyes.
La entrada de cantidad de productos y de un considerable número de esclavos es
indiscutible. La colaboración de los criollos con los ingleses fue obvia. En todo caso, podría
asumirse que la derrota trajo para Cuba un importante efecto positivo
Escuadra de Casacas Rojas de ronda en la Plaza San Francisco de Asís.
A pesar de las constantes disputas epistolares entre el gobernador y el obispo Morell de
Santa Cruz, y los rigores propios de toda dominación militar (política de impuestos y
donaciones, acogimiento en casa particulares de soldados británicos, etc...), las autoridades
inglesas procuraron captar la estimación de los habaneros, con la afabilidad de su trato y la
templanza de su gobierno. No alteraron el régimen gubernativo del pueblo, ni cambiaron su
municipalidad, ni destituyeron a los empleados civiles. Los mismos españoles a su servicio
(Peñalver y Oquendo) cooperaron para hacer más llevadera la situación de la ciudad
vencida.
28
Los Casacas Rojas fueron haciéndose de algunas amistades y más de uno se casó en La
Habana. Esto dio origen a numerosos versos satíricos con popularidad como estos:
“Las muchachas de La Habana
no tienen temor de Dios
y se van con los ingleses
en los bocoyes del arroz”.
No obstante la exitosa ocupación, los ingleses tomaron La Habana pero inicialmente nunca
pasaron mucho más allá. Era una zona que abarcaba unos 40 kilómetros hasta el Mariel y
luego otros 100 kilómetros hasta Matanzas, no tenían suficientes recursos para extenderse
a todo el territorio de Cuba. Solo permanecen dentro de esta área una tropa fresca de unos
cinco mil soldados de la corona británica. Las varias decenas de miles de soldados que
combatieron fueron retornados gradualmente a la cercana Norteamérica inglesa donde se
comenzaba a gestar la Guerra de Independencia de las Trece Colonias iniciales que
culminaría en 1776 con la Declaración de Independencia y el surgimiento de la Primera
República, a la cual seguiría la Revolución Francesa de 1789.
Los soldados británicos fueron los responsables de que iniciara en Cuba la masonería. El
primer organismo masónico con funciones en el país fue la Logia Militar Inglesa No. 218 del
Registro de Irlanda, adscrita al Regimiento 48 del ejército inglés de ocupación. También el té
inglés comenzó a tomarse en las mansiones de la nueva aristocracia y el católico convento
de San Francisco de Asís se convirtió en una iglesia anglicana.
Sólo el obispo de La Habana Morell de Santa Cruz es capaz por estos días de mantener una
actitud desafiante frente a los ocupantes, especialmente con el propio gobernador, conde
de Albemarle, surgiendo entre ambos violentas discusiones, mantenidas a través de una
extensa correspondencia personal. La relación sería obligatoriamente tumultuosa, pues el
obispo es la máxima instancia católica de la isla mientras los ocupantes responden a la
iglesia anglicana que no reconoce al Papa romano.
Pepe Antonio, quien continúa como alcalde de Guanabacoa por algún tiempo más, es el
otro personaje que se enfrenta de palabra a la ocupación inglesa de su parroquia mientras
la alta burguesía nacional comienza a apreciar las ventanas de aceptar la ocupación como
legítima y definitiva. Comienza en Cuba la transformación hacia la idiosincrasia norte
europea.
29
Al Private Jimmy ya concluido el asedio y tomada la isla, el mando de su batallón, debido al
valor demostrado durante el combate y su destreza al ocupar temporalmente los puestos
de sus superiores muertos en ofensiva, consideró ascenderlo a Teniente mientras este
solicitaba permanecer en La Habana pues había comenzado a gustarle el lugar y no había
sido víctima de los proyectiles españoles ni de ninguna de las enfermedades que aniquiló o
puso de baja a muchos de sus colegas.
Jimmy no tenía ya a nadie por quien retornar a tierras del norte y en esta isla, después que
se comenzaron las reconstrucciones y la cotidianidad de la vida, los habitantes comenzaron
a retornar a sus lugares de origen para intentar rescatar lo mucho o lo poco que habían
dejado detrás.
A Jimmy lo han asignado a una casa modesta donde residen una familia compuesta por dos
padres cuarentones y una joven moderadamente bella al final de la adolescencia.
Al principio la familia se mostraba calladamente ofendida por la presencia impuesta de un
completo extraño en el hogar, una persona que no habla el idioma de todos, que tienen
unas costumbres extrañas como eso de estar tomando té en vez de café y que es un soldado
de una tropa invasora de ocupación.
No obstante el oficial extranjero súbdito de una majestad extraña es una bendición desde el
momento cuando ha comenzado a traer a la casa suministros (comida y otros medios de
vida) que le entregan sus superiores para la sobrevivencia, así como maneja cierto dinero
que le entregan de salario y no se lo va a gastar en los lupanares del puerto, en las casas de
juego o en los abundantes bares. Jimmy es un muchacho tranquilo que ha comenzado a
dedicar algo de tiempo para aprender el español con la familia, en especial cuando nota
cierto gusto de la muchacha por enseñarle de sobremesa. Mientras más la trata más
encantadora le parece, sobre todo cuando ríe desembarazadamente, pero sin burla o
agravio, ante las torpezas que expresa pero que son imposibles de evitar en un aprendiz de
alguna lengua extraña y tan difícil como el español.
El trabajo de Jimmy hoy consiste en presentarse en su nuevo cuartel llamado Fortaleza de La
Fuerza, donde se ha asentado el mando del ejército de su majestad, y salir a patrullar por
toda la ciudad con una escuadra armada de los ya famosos Casacas Rojas, sus colegas de
menor rango. No obstante la vigilancia, el mando le ha advertido que no deben interferir
para nada en la vida regular de la ciudad y en el accionar de sus autoridades e instituciones
regulares que se ha decidido continúen en el poder como antes del ataque. No se conoce
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cuánto va a durar la ocupación de esta isla o si va a ser definitivamente asimilada por el
Gran Imperio Británico. Jimmy reza por que suceda lo segundo. Le encanta la isla y su gente.
Cada día retorna a la vivienda en cuanto puede y dedica largas horas a leer hasta cuando los
padres le anuncian que es la hora de la cena a la cual acude de completo e impecable
uniforme. Cada vez que puede le trae algún regalo adicional a la muchacha que lo acepta
con sus risas encantadoras mientras los padres aceptan callados observando hacia dónde se
dirige aquella amistad. Jimmy aprende rápido el castellano, le interesa mucho poder
comunicarse con los locales, con la muchacha, con sus padres.
La población de la urbe ha comenzado a aceptar a los ingleses como parte del entorno
cotidiano mientras estos hacen todo lo posible para integrarse y facilitar la existencia de
quienes les rodean. Los más inclinados a la camaradería y la aceptación son los
comerciantes quienes conocen que estos soldados tienen dinero para gastar y los Jefes, muy
bien asesorados por antiguos aristócratas y ricos locales que pertenecían al gobierno
anterior, están haciendo todo lo necesario para liberalizar el comercio y mejorar todo lo que
se pueda la vida económica de la isla comerciando con el mundo entero.
Lo más que le divierte a Rosita, así se llama la cubana, es el temperamento pausado, casi
lento, del inglés, su parsimonia y cuidado en el trato con los demás, su extraño humor que le
hace reír calladamente por las más extrañas situaciones, pero que demuestra una
inteligencia destacable cuando aprende el lenguaje a toda velocidad. Le agrada mucho
Jimmy.
El uniforme se fue quedando solo para el trabajo mientras que el resto del tiempo ya el
inglés viste las ropas civiles más elegantes del momento sin aparentar afectación y solo su
rostro rubicundo, sus cabellos rubios, así como su estatura que sobrepasa los seis pies,
impiden que lo tomen por un criollo más.
Hay mucho trabajo en la ciudad que se reconstruye rápidamente, en el comercio, sobre
todo con la intensa afluencia de buques de cualquier bandera con todo tipo de mercadería
foránea que es apreciada en la isla. Funciona con intensidad el gran astillero del puerto
donde se siguen construyendo naves de guerra y de comercio sin parar aprovechando los
numerosos bosques milenarios que aún quedan en pie dentro de la isla y que ya en el viejo
continente escasean.
Hoy los dos padres de Rosita se han retirado a conversar a la sala de la casa mientras Jimmy
está aún a la mesa sentado junto a la joven que porta un libro nuevo en sus manos.
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Rosita le hace leer un libro de versos sencillos de un poeta desconocido llamado Don José
Martí. Son fáciles de entender y le dan al extranjero un ritmo y un delicado arte que apreciar
en nuestro lenguaje, aparte de estar muy bien escritos. Al inglés le gustan.
En un momento de descuido, casi como por accidente, Jimmy le toma la mano a la
muchacha y ella no la retira intentando mirarle directo a los ojos del hombre. Ya lo había
visto venir. Todos lo habían visto venir y nadie había puesto objeción. La besó casi como
robando algo y se sintió la emoción más importante del mundo. Para ambos era su primera
vez y les pareció más que suficiente.
Jimmy se puso en pie y haló de la mano a una tímida, sonrojada y bellísima Rosita. La llevó
hasta la sala donde los padres les observaron en silencio. Jimmy como pudo, en un
imperfecto pero elocuentísimo español, pidió la mano de la muchacha y que le permitieran
comenzar los arreglos para el matrimonio. Ya había hecho algunos ahorros para esto.
Nunca hubo familia más feliz en La Habana.
Por otra parte el Obispo Morell de Santa Cruz, quien residía en la confluencia de las calles
Mercaderes y Obispo, justo a un costado de la Plaza de Armas y del moderno Palacio de los
Capitanes Generales que se había inaugurado en 1776 en sustitución de la vieja iglesia que
había sido destruida durante el ataque de los ingleses, Palacete que había pasado a ser
oficinas del Conde de Albemarle y otros gobernantes ingleses y de algunos otros criollos
destacados, se gastaba su tiempo en una feroz controversia con el aristócrata británico
intercambiando misivas encendidas sobre los temas que más le dolían como que se les
hubiese impuesto altos impuestos a la iglesia católica y se les hubiese quitado una gran
iglesia para ofrecer en ella servicios religiosos de tipo anglicano inicialmente a los
extranjeros, pero que ganaba paulatinamente adeptos gracias a lo generosos y dadivosos
que los clérigos importados se mostraban en especial con la población local. Semanas
después el obispo español fue expulsado de la isla y todo fue calma.
Como se había cortado el intenso comercio privilegiado con España y ya los comerciantes
cubanos no se veían obligados a exportar sus bienes una vez al año a una lejana y antigua
Madre Patria, florecían los negocios redirigidos esta vez hacia la gran nación del norte, tan
cercana y novedosa donde el libre comercio, entre otras muchas facilidades, se
transformaba en uno de los pilares del desarrollo de todo tipo.
Los grandes comerciantes se vieron obligados de inmediato a aprender el idioma inglés, o a
contratar a personas que lo hicieran. Como el caso de Jimmy, y así poder entenderse con los
32
nuevos proveedores y compradores. Se mantenía una guarnición de cinco mil soldados
norteamericanos en la isla y se conformaba un ejército nacional que respondería a los
gobernantes ingleses mientras se había desbandado paulatina pero oficialmente todo lo que
respondiera al español.
Las principales ciudades se había hecho bilingües y florecía un gran tráfico de seres
humanos africanos apresados como esclavos para laborar en la muy florecientes industrias
azucarera, cafetalera y tabacalera, aunque esta última empleaba más bien mano de obra
especializada y poco la fuerza bruta de los obligados a la esclavitud.
Uno de quienes ahora más trabajan en la inserción de las nuevas ideas independentistas
que han llegado del norte, así como de los aires de privilegiar un desenfrenado desarrollo
económico e industrial, es el aún hoy Alcalde de la Villa de Guanabacoa, Pepe Antonio,
quien ahora habla en tres idiomas, su natal arahuaco, el español y ahora el inglés, al que se
ha acostumbrado rápidamente.
Se escuchan cada día con mayor frecuencia noticias de las tierras del Norte y de los
enfrentamientos entre soldados ingleses y los colonos residentes criollos de las ahora
Catorce Colonias hasta cuando estalla la guerra con los ingleses en 1775.
Seis.
Se inicia la Guerra de Independencia Norteamericana.
Los cubanos asumen una gran participación en esta conflagración.
En el momento que estalla en 1775 la rebelión de las trece colonias norteamericanas contra
Gran Bretaña, se intensificó el comercio entre Cuba y la parte oriental de Norteamérica. Se
produce la Declaración de la Independencia de las Trece Colonias Norteamericanas en 1776.
Ya para entonces España había donado en secreto importantes sumas de dinero y
pertrechos a los rebeldes que enfrentaban a los ingleses en tierras norteñas. Es poco
conocido el hecho de la participación del Batallón de Pardos y Morenos (mulatos y negros)
cubanos en la conquista de la Florida y en el ataque a la ciudad de Pensacola, dirigidos por el
Mariscal de Campo Juan Manuel Cajigal y Monserrate, militar del ejército español nacido en
Santiago de Cuba.
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No obstante España estaba trabajando para el inglés, más bien para el Gringo, pues la
posesión de estas colonias en el norte les duraría muy poco.
Juan de Miralles, un comerciante de origen español, residiendo en La Habana desde 1740 y
gran partidario de la causa norteamericana, y el irlandés Oliver Pollock, amigo personal del
financiero de la guerra, Robert Morris, cumplieron importantes misiones con los rebeldes en
el aprovisionamiento, con recursos monetarios y en el espionaje, entre otras acciones.
Miralles obtuvo que las naves de una escuadra norteamericana que se dirigía a Francia,
fuesen carenadas, artilladas y abastecidas en la isla. El Arsenal de La Habana se puso a
disposición de los sublevados. Igualmente por sus gestiones, los corsarios norteamericanos
se refugiaban en La Habana, donde se aprovisionaban y vendían sus presas.
Con Washington, Miralles estableció una importante relación personal, al punto de que
cuando se enfermó gravemente, el general lo albergó en su casa, lo atendió su médico y lo
cuidó su esposa. Allí falleció el 20 de abril de 1780.
España le declara oficialmente (otra vez) la guerra a Inglaterra en mayo de 1779.
Inmediatamente España oportunistamente, observando cómo comienza a generarse una
guerra de independencia contra sus eternos enemigos, asalta y captura los fuertes ingleses
en Mississpi, conquista la Florida y toma Mobila y Pensacola.
El 22 de mayo de 1781, el general George Washington y su aliado francés, el también
general Jean-Baptiste de Vimeur de Rochambeauc, se reúnen en Wethersfield, Connecticut,
para planificar las futuras operaciones militares contra las tropas inglesas.
Prevalece el criterio de avanzar hacia el Norte, a Nueva York, que permanece ocupada por
unas 10,000 casacas rojas bajo el mando de Henry Clinton, el comandante británico de
mayor graduación.
Tiempo después le llegó al general Lafayette la información de que un contingente inglés
integrado por unos 7, 500 hombres, bajo el mando de Lord Corwallis, se encontraba
acampado en la aldea de Yorktown, Virginia, cerca del río York, en las colonias del Sur.
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Cuando el general Washington conoce la posición de las tropas británicas, decide atacarlas
conjuntamente con sus aliados franceses. Esa era su lógica, estratégica y acertada maniobra
militar. Pero la realidad era otra.
El ejército rebelde que comandaba se encontraba en condiciones deplorables. Famélicos,
hambrientos, harapientos, la mayoría descalzos. No había dinero para pagarles a los
agricultores las provisiones, y lo que era peor, ni a ellos su paga, por lo que se negaban, casi
amotinados, marchar a combatir al Sur.
Por aquel entonces, 16 de julio de 1781, arribaba a la colonia francesa de Cabo Haitiano una
flota procedente de Brest, Francia, integrada por 23 fragatas bajo el mando del Almirante
Francois Joseph Paul De Grasse.
Entre la correspondencia que le entregaron–todas fechadas en junio de 1781–, encontró
tres cartas selladas IMPORTANT:
-El general Rochambeauc le pedía que reclutara tropas y las trajera consigo para reforzar al
Ejército Continental de Washington. Y que el desembarco se efectuara por donde él
estimase más conveniente.
-Urgía al Almirante De Grasse a recaudar la enorme suma de 1 millón 200 mil libras, para
cubrir los gastos del combate de la aldea de Yorktown, como única forma de obtener la
victoria sobre el enemigo.
-Ponía al corriente al Almirante aspectos generales de la estrategia militar que se había
planificado. Expresaba, además, su preocupación por la cuestión financiera:
«No debo ocultarle, Señor, que los norteamericanos están en el límite de sus recursos, que
Washington no tiene ni la mitad de las tropas que él calcula tener, y que en mi opinión,
aunque él permanece callado al respecto, él no tiene 6 000 hombres, ni tampoco el Señor
de Lafayette reúne 1 000 regulares con la milicia para defender Virginia…»
Por su parte el General Washington le escribió esta dramática carta al financiero Robert
Morris:
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«Debo solicitarle con urgencia, si es posible, que me procure en especie la paga de un mes
para el destacamento bajo mi mando. Parte de las tropas no han recibido paga alguna
desde hace un largo tiempo, y en varias ocasiones han mostrado señales de gran
descontento (...) no tengo dudas de que el dulzor de un poco de moneda dura les devolverá
el carácter apropiado. Si la cantidad total no pudiera ser obtenida, al menos una parte de
ella será mejor que nada…»
Pero el financiero Morris fue tajante en su respuesta: Yo le he informado, Su Excelencia, de
la triste situación en materia de dinero, y dudo mucho que sea posible pagar, como usted
desea, un mes de salario a su destacamento. Por lo tanto, pienso que siempre será mejor no
levantar falsas expectativas en ese sentido.
Cuando llegó la hora cero de la Revolución, Washington se halló a sí mismo en una gran
encrucijada. El espíritu de combate de las tropas estaba cercano al amotinamiento, y
ninguno de los hombres de los estados norteños quería ser enviado al sur.
De acuerdo con las instrucciones recibidas, el Almirante De Grasse logró reclutar unos 3 000
hombres entre Puerto Príncipe y Cabo Haitiano. Pero nada de dinero. Lo más que pudo
obtener en Santo Domingo fue un contacto en La Habana: Francisco de Miranda, joven
venezolano a la sazón ayudante personal del Gobernador español en Cuba, Juan Manuel de
Cajigal.
Fue así como a finales de julio de 1781, el Almirante De Grasse le ordenó al joven oficial
Henri de Saint-Simon, que zarpara rumbo a La Habana en la fragata Aigrette, escoltada por
dos de las mejores de la flota, y contactara allí con Francisco de Miranda.
Las gestiones del joven Miranda resultaron decisivas, fundamentales, en la recaudación del
dinero. Por su parte de La Habana, aún en manos de los ocupantes anglosajones, ya se
habían retirado casi todos los oficiales ingleses quienes habían originalmente atacado y
dominado la isla, la cual ha quedado al mando de oficiales y personal local, aunque aún
respondiendo a la Metrópoli norte europea. Se ha retirado asimismo la inicialmente gran
guarnición oficial inglesa que ha sido trasladada con urgencia al norte para defender
aquellas posesiones en inminente peligro. El Gobernador de La Habana ofreció una discreta
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suma y autorizó a Miranda en esa misión de recaudación de fondos para los rebeldes
norteños.
Miranda, junto a unos pocos cubanos (criollos), fueron las personas que organizaron la
recogida de fondos solicitada por Saint-Simon. Si bien procedieron de varias fuentes
diferentes, el principal grupo donante fueron las damas habaneras. Ellas ofrendaron sus
joyas y sus diamantes —su riqueza— a la causa norteamericana.
Tal y como estaba previsto el almirante De Grasse, zarpó de Cabo Haitiano el 5 de agosto de
1781 con su flota y el día 14 de ese mismo mes, a unas tres leguas al norte de Matanzas se
le incorporaron la fragata Aigrette, con su valiosa carga (la inmensa suma de un millón
doscientas mil libras) y las otras dos que la custodiaban, poniendo rumbo Norte el convoy
francés.
Con ese dinero, los dirigentes norteamericanos y franceses comenzaron a enfrentar los
vastos gastos de la campaña sureña. El Ejército Continental, junto a la muy necesitada
colaboración francesa, combatieron exitosamente a las fuerzas británicas del general
Cornwallis en Yorktown, Virginia. La Flota francesa desempeñó un importante papel, tal vez
crucial, al impedir que los refuerzos ingleses llegaran a Cornwallis. Después de unos pocos
días de salvaje combate, las tropas británicas, rodeadas por los rebeldes, se vieron obligadas
a rendirse. La capitulación de Yorktown fue firmada el 31 de octubre de 1781. A partir de
entonces, la victoria norteamericana se consolidó, aunque hasta 1783 continuaron
combates esporádicos. El Tratado de Paris estableció, finalmente, la independencia
norteamericana.
Cuba, isla que ha permanecido en manos inglesas desde 1762 (desde hace más de veinte
años) aprovecha la coyuntura y se declara asimismo independiente del Impero Británico y se
alía a las Trece Colonias originales, transformándose en la colonia número catorce,
formando parte formal de los iniciales Estados Unidos de América.
Siete.
Cuba, uno de los iniciales 14 Estados Norteamericanos.
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Las Trece Colonias eran un grupo de propiedades de la Corona Británica en la costa este de
América del Norte, fundadas en los siglos XVI y XVII que declararon su independencia en
1776 y formaron los Estados Unidos. Las trece eran (de norte a sur): Massachusetts, Nuevo
Hampshire, Rhode Island, Connecticut, Nueva York, Pensilvania, Nueva Jersey, Delaware,
Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Georgia y ahora, según esta historia,
Cuba.
Las ahora Catorce colonias (incluyendo a Cuba) tienen sistemas políticos, constitucionales y
legales muy similares, y fueron dominadas por protestantes de habla inglesa. Eran solo una
parte de las posesiones de Gran Bretaña en el Nuevo Mundo, que también incluyeron
colonias en la actual Canadá y el Caribe, así como en el este y en el oeste de la Florida,
península que pasó a ser parte de Los Estados Unidos finalmente en 1821.
La Confederación
Siete estados algodoneros del Sur profundo se separaron de la Unión en febrero de 1861:
Carolina del Sur, Misisipi, Florida, Alabama, Georgia, Luisiana y Texas. Estos siete estados se
unieron formando los Estados Confederados de América el 4 de febrero, con Jefferson Davis
como presidente y una estructura gubernamental similar a la de la Unión. Tras el ataque de
Fort Sumter, el presidente Lincoln reclutó un ejército voluntario en cada estado. En dos
meses, cuatro estados sureños más declararon su unión a la Confederación: Virginia,
Arkansas, Carolina del Norte y Tennessee. La región noroccidental de Virginia se separó de
éste uniéndose a la Unión con el nombre de Virginia Occidental el 20 de junio de 1863.
Hacia finales de 1861 Misuri y Kentucky estaban divididos, teniendo ambos dos gobiernos,
uno prosureño y otro prounionista. Varias tribus amerindias, poseedoras de esclavos,
apoyaron a la Confederación, provocando en el Territorio Indio una pequeña guerra civil
muy sangrienta.
La capital de los estados Confederados se situó en Montgomery (Alabama) entre el 4 de
febrero y el 29 de mayo de 1861. Desde el 30 de mayo la capital se trasladó a Richmond
(Virginia). A finales de la guerra el gobierno tuvo que ser evacuado y realojado hasta el final
del conflicto en Danville, también en el estado de Virginia. La economía de la Confederación
se basaba en la exportación de productos agrarios, especialmente algodón, tabaco y caña de
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azúcar. La industria era bastante escasa y fue necesario que comprasen muchas de las
armas utilizadas a otros países.
Cuba participa en la Guerra de Secesión Norteamericana como parte de los Estados
Confederados (esclavistas) que resultan finalmente vencidos por los Unionista del Norte en
1865 y se fuerza en la isla, como en todos los demás Estados secesionistas, la abolición de la
esclavitud, entre otras cosas. La isla de Cuba se pacifica por décadas debido al desgaste
bélico, aunque no se produce ninguna destrucción de su incipiente industria cuando los
combates se suceden en el continente. No existen las guerras de independencia cubana de
la segunda mitad del siglo diecinueve pues somos un Estado Norteamericano más, el cual
nunca retornó a las manos de España. Arriba entonces un intenso período de florecimiento
económico, industrial y comercial para la isla que impide la guerra pues ya somos
independientes de dominador colonial alguno. Somos un Estado Federal Norteamericano.
Ya desde 1862 el Gobierno Norteamericano, el nuestro, reconoce a la nueva República de
Haití. Esta revolución que comienza en 1891, justo detrás de la francesa e inspirada por esta,
llega a conformarse, con la interesada ayuda inglesa, en la primera sublevación exitosa de
esclavos en la historia de la humanidad.
La sublevación de los negros en la aún colonia francesa, que durará doce años consecutivos,
es muy violenta y aterroriza de inmediato a la población de colones blancos franceses muy
en desventaja numérica. Todo el que pudo puso mar por medio y fueron a parar a la cercana
isla de Cuba donde existe una abundante presencia de ciudadanos blancos, funciona un
Estado fuerte, ya se ha abolido la esclavitud, reina la paz y la prosperidad mientras todo
quien venga a trabajar es bienvenido.
Los franceses blancos escapados de Haití traen a esta isla toda la riqueza que pueden
sustraer de la debacle haitiana, vienen con sus familias, sus experiencias civiles y
tecnológicas, sus ya muy seleccionadas y valiosas semillas, así como con algunos sirvientes
mulatos y negros que les han sido fieles. Se establecen en la montañosa zona sur oriental y
en la Sierra de Los Órganos pinareña donde comienzan a cultivar con mucho éxito el café
que hará de Cuba una potencia exportadora del grano, junto al tabaco y el azúcar. Casi toda
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la producción es exportada sin aranceles a los demás Estados Norteamericanos
directamente por los productores que se enriquecen rápidamente.
Estos blancos franceses, como los negros y mulatos que traen, pronto se aclimatarán
mezclándose con la población original de la isla, contribuyendo a su gran diversidad. El
comercio casi exclusivo con Norteamérica obliga y comienza a predominar el uso del idioma
inglés como instrumento en los negocios y todo tipo de transacción cotidiana.
Por otra parte, atraídos por la sostenida bonanza económica de la isla y su pertenencia a la
nueva Nación Norteamericana, se inicia una fuerte inmigración de irlandeses hacia nuestra
isla. Esta nueva tendencia fortalecerá el uso del idioma inglés que predominará por sobre el
español aún en uso y traerá el gran espíritu independentista y de lucha de estos nuevos
arribantes sometidos por los ingleses hasta límites infrahumanos de un coloniaje brutal.
Ocho.
Havana.
Hace muchos años, cuando el originario Teniente de su Majestad Británica Jimmy se percata
de que el estruendo y el eco de los cañones han cesado y se han apaciguado los ánimos.
Después que ha visto cómo los vecinos de la urbe han comenzado a retornar, temerosos
primero, decididos después, en busca de lo que ha quedado de sus propiedades intramuros
mientras los más poderosos comienzan construir modernos palacetes del lado externo de la
muralla. Ha notado el inicio de una tendencia de opinión que habla de demoler las murallas
que de tan poco sirvieron para detener el ataque de los Casacas Rojas. Muy bien que
vendría esa gran cantidad de material de cantería y el espacio liberado adicional para las
nuevas edificaciones que se planean por doquier.
Los Jimmy han ido envejeciendo con su familia y dejando espacio para Jimmy sucesores, a
quienes les han enseñado el viejo arte del comercio y esperan que sean consecutivos
sustitutos del linaje al frente de la compañía que han creado.
Una vez lograda la independencia de las Catorce Colonias se han retirado las autoridades
inglesas para dar paso a la República independiente federalizada. El idioma oficial es el
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inglés, aunque aún largas porciones de población aún emplea el español en sus
conversaciones privadas. Queda poca herencia española. Ya nadie se quiere acordar de
cómo se sufría bajo el despotismo de los Gobernadores Generales de la península que solo
venían a Cuba a enriquecerse, aunque se conservan las tradiciones que prendieron en el
pueblo como las celebraciones cristianas de fin de año y un fuerte conservadurismo
religioso entre los descendientes de hispanohablantes.
Jimmy Junior sale a la calle completamente vestido de limpio, decisión que ha asumido
después de haber tomado un buen balo matinal. Va para el trabajo. Ha heredado La Gran
Compañía de Comercio de La Habana que creara el padre y pretende continuarla
desarrollando todo cuando se pueda en todos los rubros que sea posible.
Una de las cosas de esta ciudad que más le molesta es la peste a orine de caballos que se
nota incluso a cierta distancia de donde se establecen las primeras compañías de taxis
urbanos tirados por estos animales de siempre. Asimismo ya circulan por todas partes los
primeros tranvías tirados por mulas que van por la Calzada de San Lázaro hasta la novedosa
Zona del Vedado que ha dejado de estar prohibida para su urbanización. Las familias más
adineradas dejan sus ya envejecidas grandes mansiones en El Cerro por las modernas que
han comenzado a construirse sobre el diete de perro y las furnias de esta zona norte de la
Capital donde se ha hecho famoso el muy moderno Hotel Trotcha. Nadie ya nos va a atacar
por este flanco, y probablemente por ninguno, gracias a la fortaleza en que se han
transformado Los Estados Unidos de América de los cuales esta isla es parte indivisoria.
De todas formas Jimmy ve como se acerca por la avenida Monserrate un coche que no lleva
caballos al frente. Es la novedad de los primeros coches eléctricos que han comenzado a ser
traídos a la isla desde Europa por algunos ricos visionarios. Estos transportes no tienen
emisiones apestosas y no producen casi ruidos.
Si se fijan este auto tiene ya un distribuidor eléctrico al costado del chofer y llantas con
neumáticos con cámaras y válvulas para inflar. Jimmy piensa adquirir uno para la familia.
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Otra cosa de la que ahora se percata nuevamente cuando pasa frente a uno de los ahora
numerosos puestos de helados que han aparecido desde cuando se inventaron las
sorbeteras y los primeros equipos de refrigeración, es de la gran cantidad de embases de
cartoncillo o papel grueso que los consumidores desechan sobre las aceras, en los contenes,
sobre la misma calle, y que obstruye los tragantes del gran alcantarillado de la ciudad
cuando llueve. Son molestos, resbaladizos y pueden hacer caer a alguna persona descuidada
o a algún anciano. El Gobierno de la Capital está muy molesto por este problema y se habla
ya de cerrar definitivamente los puestos de venta de helados, pero han mucha presión en
contra. La ciudad tampoco va a contratar más barredores para comunales. No les alcanzaría
el presupuesto.
Jimmy ha estado pensando en una solución y cree que la tiene. Ha llamado a una reunión a
varios de los mejores panaderos reposteros de la urbe y les ha pedido que fabriquen con
harina de trigo un barquillo que pueda contener por largo rato los líquidos congelados del
helado y ser comestible a la vez. Hoy va a comprobar las propuestas.
Cuando pasa por el establecimiento de un amigo y colega le pide que le lleve un galón de
helado de chocolate a su oficina en unos minutos y le paga por adelantado.
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Cuando el heladero llega a la gran oficina, allí están las diferentes propuestas y varios
empleados que toman el pote de helado y lo sirven en los diversos embases que reparten a
los presentes.
-“Coman, señores. Coman. Invita la casa, pero fíjense que no hay cestos de basura en la
oficina. Tienen que comérselo todo pues no tienen que tirar los envases. Son también
comestibles.”
Algunos días después todos los vendedores de helados habían asumido el invento por lo
genial de la idea que solucionaba un grave problema mientras Jimmy ganaba más dinero
cuando había convenientemente patentado su invento y para producirlos había que pagarle
a su compañía. De esta innovación la prensa nacional y extranjera se ha hecho eco.
La prensa se publica en los dos idiomas y se ha implantado una amplia libertad de expresión
así como de emprendimiento empresarial. El gobienro no se mete en la economía mientras
esta marcha bien. Asimismo gran parte de la población se ha convertido al protestantismo,
aunque aún es fuerte el catolicismo y las religiones afrocubanas que los descendientes de
los esclavos africanos aún alimentan.
Jimmy ha inaugurado en el Havana Lower East Side (zona en desarrollo anexa al puerto de la
gran bahía) unos nuevos grandes almacenes para la exportación e importación de bienes de
consumo y uso, aprovechando los numerosos espacios vacantes donde se deberá construir y
los dineros que había acumulado de sus pagos militares pasados. No existen los bancos aún
mientras los comerciantes son quienes operan las finanzas y los préstamos con intereses
que los Jimmys han aprendido a manejar muy bien. Serán los primeros en fundar un Banco
en la Cuba americana imitando las normas de las nuevas instituciones bancarias inglesas. La
mayoría de sus nuevos empleados son irlandeses ya residentes en La Habana y Jimmy los ha
buscado con experiencia en estos campos donde va teniendo éxito.
Esta nueva emigración a la isla ha llenado rápidamente grandes áreas urbanas donde los
irlandeses se asientan y hacen valer sus costumbres y su ancestral idiosincrasia celta. Está
surgiendo en estos barrios, donde predominan las clases bajas, un nuevo tipo de
delincuencia organizada llamada Mafia mientras la también incipiente emigración italiana
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ha comenzado a conformar lo que entre ellos llaman discretamente Cossa Nosstra. La
mayoría de los empleados de Jimmy son irlandeses y, como Jimmy, casi todos pertenecen a
diferentes logias masónicas que han tomado fuerza últimamente.
Jimmy ostenta el grado de Maestro y a la entrada del edificio de su Gran Almacén, justo
sobre la puerta, han colocado una señal donde resaltan una escuadra debajo y encima un
compás vertical abierto a unos cuarenta y cinco grados. En el centro se nota una gran letra
G. Esto les ha facilitado mucho la vida y los negocios a los Jimmys en la Havana anglosajona
aunque han intentado con mucha fuerza no inmiscuirse en los turbulentos ministerios del
crimen organizado que ya se ha hecho notar.
Se liberaliza la aduana, el comercio y florece la industria de todo tipo, no solo la azucarera.
De acuerdo a la Segunda Enmienda de la Constitución de 1776 todo ciudadano es libre de
portar armas de fuego que se venden en negocios especiales con ciertas normas restrictivas.
La Asociación Nacional del Rifle mantiene un gran lobby en el edificio de Gobierno. Gracias a
esto han aparecido con gran éxito los Minutemen que se dedican a vigilar que las nuevas
corrientes migratorias de naciones caribeñas más pobres que comienzan a inundar a la isla
con rumbo norte.
La ciudad crece aceleradamente y con la llegada de las grandes fundiciones de acero, como
parte de la acelerada revolución industrial que se instala en la isla, comienzan a levantarse
los primeros tímidos rasgacielos y a trazarse las primeras avenidas súper amplias. WallStreet
es una de estas nuevas rutas trazada y construida por encima de donde estuvo la muralla
que ya se ha demolido, cómoda vía que rodea toda la zona antigua que se ha transformado
en un distrito financiero.
Se intenta salvar algunas manzanas con detalles arquitectónicos interesantes o donde aún
se levantan elegantes mansiones o destacados palacetes antiguos pero en buen estado de
conservación. Todo lo demás es devorado sostenidamente por las nuevas compañías
inmobiliarias desarrolladoras que van acarreando modernidad y elevando la ciudad hacia el
firmamento.
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Ya estamos en la primera mitad del siglo XIX y se ha construido a lo largo de toda la isla una
extensa red de carreteras y de vías de ferrocarril que transportan a la población y a las
producciones agrícolas e industriales hacia sus mercados o sus puertos. Cuba es el cuarto
exportador de carne vacuna en todas las Américas mientras el consumo interno de proteína
roja es uno de los más altos del paneta. Por lo general se mantiene en nuestros campos una
vaca por persona aproximadamente.
Nueve.
Jimmy Junior y Pepe Antonio Séptimo.
Jimmy Junior ha ido hoy con su familia (su esposa y un par de hijos varones adolescentes)
hasta Guanabacoa donde han sido invitados a un almuerzo de lujo en el palacete del nuevo
Alcalde de la ciudad Pepe Antonio VII con motivo de su reciente elección como gobernador
del pueblo. Los convidados han ido llegando espaciadamente y conversan.
La elegante y moderna edificación está situada en la calle Martí entre Versalles y Quintín
Banderas, Guanabacoa. En su clásico patio central rodeado de todas las habitaciones de la
vivienda, se han acomodado decenas de mesas cubiertas con manteles de lino fino, y un set
de cubiertos de siete tenedores de plata han sido organizados alrededor de los platos
decorativos. La distribución de los asientos ha sido preorganizada y Jimmy ha podido
comprobar que le toca sentarse justo al lado del nuevo Alcalde y su familia.
Al centro del patio y de las mesas varios chefs se mueven alrededor de un toro ya
descabezado, descuerado, eviscerado y bien cargado de especias que está siendo asado en
una púa enorme que lo soporta y lo hace girar lentamente sobre unas brazas de carbón de
Marabú. Se puede apreciar asimismo un gran caldero con papas peladas y hervidas, así
como gran variedad de verduras y ensaladas criollas que adornan con sus diversos colores el
área de cocción y preparación de los platos. Otra mesa se llena con dulces y pastelería fina.
El olor del asado es provocativo y todos observan el quehacer de los empleados.
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En un momento les sorprende a todos que el chef principal, el del gorro más alto, se ha
encaramado sobre una silla de madera y golpea entre sí dos grandes cuchillos de acero para
llamar la atención de los invitados que ya casi llenan el patio de la casa. El hombre, cuando
cree tener la atención de todos, explica la metodología del almuerzo tradicional a lo cubano.
-“Señores invitados, con gusto les informo que el toro ya está listo como todo lo demás.
Junto a la bestia hemos dispuesto la mesa de los cuchillos con los que cada quien tomará la
porción que considere satisfará sus apetitos. Adelante, ¡que comience la carnicería!”
Algunos casi que corren hacia el centro del patio del palacete, sobre todo los muy jóvenes. A
los niños les servirán los padres, como es costumbre. Las damas expresan mil remilgos
intentando no estropearse los costosos y complicados vestidos pero no dejan de acercarse
al banquete. Todos tendrán que pasar por el toro y cortar su pedazo para combinar su plato
con las papas o con los vegetales que guste. Otros empleados-somelier con librea escancian
vinos desde grandes jarras de cristal a las personas que han ido ocupando sus asientos. Unas
señoras de blanco llevan jarras de agua para quien la desee y los menores a quienes no se
les servirá licor. Pepe Antonio Séptimo observa desde el segundo balcón sonriente junto a
su esposa el tropelaje culinario. Tras unos momentos se dirigen hacia la gran escalera de
mármol y descienden ambos enlazados de las manos. Van a sentarse al lado de Jimmy
Junior que espera con calma se disipe un poco el tumulto, sabe que hay toro para todos.
Jimmy y su esposa se ponen de pie y estrechan la mano del nuevo Alcalde y su media
manzana. Se saludan. Todo es un jolgorio alrededor.
Pepe Antonio Séptimo, un blanco grande medio aindiado aún joven, la viva imagen de su
difunto y célebre ancestro, se inclina un poco hacia Jimmy.
- “¿Y cómo van los negocios, maestro?” Expresa en un perfecto inglés.
Jimmy se inclina hacia el oído de su interlocutor y le responde sonriendo: -“Muy bien señor.
No nos podría ir mejor.”
José Antonio ya ha realizado algunos negocios con Jimmy Junior y conoce que el hijo de su
padre es un tipo sagaz y pragmático en extremo, con toda la idiosincrasia heredada de sus
ancestros anglosajones. Pepe hace un gesto a una de las sirvientes que se ha mantenido
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aislada y algo alejada y esta se acerca con una jarra de cerámica oscura en la mano. Llena las
copas de los Jimmy y los Antonio. Los muchachos ya han sido abastecidos con agua
abundante y se entretienen junto al toro en la faena de cortar algún suculento pedazo de
carne.
Jimmy les observa hacer mientras prueba el vino y de inmediato le habla suavemente a
Pepe sin volver el rostro -“Imagino que el que nos hayan sentado juntos no ha sido
casualidad.”
Pepe Séptimo no deja de degustar el vino. Le habla a Jimmy sin tampoco desviar la vista de
la copa, saboreándose. -“Este vino cubano es de excelente factura. Lo están produciendo los
franceses que emigraron a las lomas de Pinar del Río y cómo ves, no solo se dedicaron al
cultivo del buen café de primera.
Jimmy Junior asiente callado. Pepe Séptimo continúa. -“Necesito un gran préstamo que solo
su empresa es capaz de resolver.”
Jimmy asiente en silencio. Algo de esto imaginaba. –“Quiero crear el Primer Banco
Financiero Comercial de Guanabacoa y para esto necesito de un gran capital de inicio.
Necesitaría cuando menos un par de millones de dólares.”
El hijo del Inglés piensa rápido aunque se mantiene unos segundos pensativo. –“No te
puedo prestar esa cantidad pero te compro el cincuenta por ciento de las acciones del First
National Bank of Guanabacoa que ya te has autorizado y así trabajamos juntos. Es más o
menos la misma cantidad de efectivo que podrás comenzar a utilizar de inmediato y no
tienes que pagar intereses de retorno.”
Pepe mira directo a los ojos del Junior y este le acepta la retadora mirada sin cambiar la
vista. De repente estalla en carcajadas y habla entrecortadamente. -“Tú sí sabes, inglés, tú sí
que sabes. Por eso tienes la compañía que tienes y te admiro. ¿Trato?”
Pepe le extiende la diestra a Jimmy. Le sonríe: -“¡Trato!” Y se estrechan la mano. En esta
época, esto vale más que un contrato firmado ante abogados. Pepe Antonio Séptimo
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también es masón, pero de otra logia diferente, algo muy común en la primera mitad del
siglo veinte en el Caribe anglosajón.
Ya desde el siglo XIX se ha desarrollado un intenso comercio entre el Estado Caribeño de
Cuba y los Estados más al norte comenzando por la Península floridana. Los grandes barcos
cargueros bajan desde los puertos del norte repletos con algún tipo de género necesario en
la isla y retornan llenos con otros productos donde los isleños son buenos como el café, el
tabaco, los licores, el azúcar, la carne vacuna y sus producciones asociadas como los
famosos zapatos cubanos Amadeos o Ingelmo, entre otras marcas menores, todo piel hasta
la suela.
En estos momentos Cuba compite con Hawái cuando el turismo norteamericano inicia sus
grandes migraciones hacia las playas caribeñas tan cercanas, especiales y seguras, donde se
trabaja 24-7 los trescientos sesenta y cinco días del año. La producción azucarera se ha ido
industrializando a pasos acelerados cuando existen casi doscientas grandes factorías de este
rubro que se ha mecanizado mucho, mientras han hecho aparición otros importantes
recursos como el Níquel donde la isla cuenta con uno de los mayores yacimientos del
planeta de este metal, junto a una gran producción petrolera que se ha desatado en el Golfo
de México. Existe en Havana una gran planta productora de automóviles y camiones Ford
desde el mismo 1903 y se fomenta la industria química con gran cantidad de fábricas en las
ciudades, en especial la Rayonitro de Matanzas que produce el rayón que se exporta y se
emplea profusamente en la fabricación de los excelentes neumáticos GoodYear y Goodrich
banda blanca en la planta del Cotorro. Existe el pleno empleo en la isla perteneciente a los
Estados Unidos de América, región que se va a beneficiar mucho con la llegada de las dos
Guerras Mundiales lejanas y destructoras de dos tercios del planeta que no es aquí.
Ya desde mediados del siglo veinte comienza a hacerse famosa, entre otras, la firma de muy
ricos abogados habaneros Castro y Hermanos, quienes procedentes de una remota zona
cañera del oriente de la isla llamada Birán, son los primeros innovadores en trabajar de
manera bilingüe colgando un gran cartel en la entrada de su espléndido edificio de negocios
que anuncia: “We Speak Spanish”.
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Diez.
Siglo Veinte.
Hoy se celebran las elecciones para gobernador en el Estado de la Unión Cuba. Ya se han
realizado todas las depuraciones necesarias, los clásicos encuentros televisivos organizados
y controlados por la CMQ en su gran sede de 23 y L, se han celebrado todos los Caucus
necesarios y las encuestas dan como potenciales ganadores al binomio de Jimmy y Pepe
Antonio. Hoy es domingo de mañana y se aprecia una fuerte afluencia de votantes a los
lugares donde se han situado las urnas. Ambos contendientes anuncian que no pararán
hasta la Casa Blanca en Washington, y es probable que lleguen en los próximos años.
Cada cuatro años se llevan a cabo estas elecciones primarias y después las presidenciales
que pone en movimiento la economía con el gran gasto que realizan los candidatos de los
diferentes partidos políticos, dinero que no sale de sus bolsillos sino de quienes los
respaldan y les interesa que ganen. Esto es ya como un show mediático que mantiene
entretenido a las audiencias y polariza la nación hacia las diferentes versiones de
pensamiento que existen y conviven en esta sociedad, donde los numerosos partidos juegan
a ganarse el prestigio y los votos de la mayoría. Pepe es alcalde de Havana y Jimmy senador
por el Estado de Cuba.
Según las encuestas, ambos son los favoritos para la mayoría de la población de esta isla.
Havana se ha hecho una ciudad de paso y de ancianos. De paso porque a la mayoría de los
norteamericanos les agrada venir a vacacionar al muy cercano Caribe Americano de tal
forma que el aeropuerto de Havana se ha transformado en uno de los más extensos y
activos del planeta cuando la isla recibe unos veinte millones de turistas anuales. Asimismo
todas aquellas personas que arriban a la tercera edad, se jubilan, y pueden sufragar los
gastos, se mudan para esta isla donde el calor es permanente y no existen los rigores del
clima de más al norte. La isla caribeña compite con beneficios con Hawái debido a la
cercanía de tierra firme y no existen volcanes de ningún tipo. Desde la cercana y
competidora ciudad de Miami parte hacia Havana un avión cargado de paseantes cada
treinta minutos. Es un vuelo de poco más de aproximadamente media hora y usted puede
comprar un asiento cinco minutos antes de la partida, si es que existen plazas vacías. No se
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ha creado ningún otro tipo de requerimiento para viajar a Cuba desde Norteamérica que
pagar el pasaje que corresponda. Lo demás es problema suyo pues es cara la isla.
Ya se habla de extender el Seven Miles Bridge hasta el Malecón, pero la profundidad del
estrecho lo impide aún, aunque ya existen proyectos a futuro de trenes sumergidos que
viajarían súper veloces por tubos al vacío, etc. Es decir, que usted va a poder ir más rápido a
Miami que a Santiago de Cuba al otro lado de esta isla. Una de las ideas que más gusta es la
de copiar el túnel franco inglés bajo el canal de La Mancha.
Se ha desarrollado mucho la industria petrolera en los yacimientos profundos en el Golfo de
México mientras las plataformas flotantes de la Shell más cercanas a la costa se pueden
divisar a simple vista en un día claro, floreciendo en el mar como descomunales rosas de
acero oscuro con una llamita encima. Se mantiene el pleno empleo en la isla y un sistema de
salud impecable dirigido a atraer a los visitantes que se sentirán seguros aquí.
Con la cercanía del siglo 21 nos ha llegado la Internet y el planeta se ha hecho pequeño con
la posibilidad virtual de salir a todas partes sin movernos, de conocer lo que siempre nos
estuvo vedado debido a los altos costes de viajar y la disponibilidad de tiempo libre. Se
multiplica rápidamente el conocimiento humano y se pone a buen resguardo para las
venideras generaciones. Gracias al arribo de las nuevas tecnologías y a su posición
geográfica en el medio de todo tráfico físico aéreo o marítimo la isla se ha industrializado y
nos acercamos a la era de los autómatas que nos harán la existencia más tolerante.
Con el avance del siglo 21 se ha revertido la tendencia al envejecimiento poblacional con la
llegada de oleadas de juventud deseosa de laborar en las ofertas que se anuncian en todos
los medios totalmente libres.
Como resulta lógico ya en el siglo 21, Jimmy el irlandés, presidente de los Estados Unidos,
ordenó la construcción del único necesario tren ultrarrápido Guanacabibes-Maisí que ha
desbancado a las líneas aéreas debido a su velocidad de gestión y capacidad de carga.
Paralela a la cuádruple y ultraprotegida vía férrea, se desarrolló la muy cómoda autopista
nacional con todas las condiciones para un viaje o un paseo veloz para quienes decidan
viajar en los novedosos autos autónomos o en los buses para visitantes.
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No hay una pulgada de tierra cosechable que no se aproveche en una agricultura feroz con
una ganadería mejor que en la primera mitad del siglo veinte cuando contábamos una vaca
por persona. La gente vive tranquila y feliz mientras nadie se mete con nadie pues nada lo
provoca mientras cada cual tiene lo suficiente y más. Se planea ya para el siglo 22 desecar el
mar dejando los nuevos límites de las costas a la altura de la plataforma insular y los cayos
ya conectados entre sí por los famosos pedraplenes locales. Con esta idea casi se dobla el
espacio habitable de la isla y más personas podrán venir a residir al paraíso terrenal.
El cubano hoy es un tipo educado, amable y muy humanitario cuando no tiene el estrés de
estar luchando para sobrevivir una jornada más día tras día, mientras el American Way of
Life no es un inalcanzable y olvidado cliché de a mediados del siglo veinte.
El Malecón habanero según esta novela.
¿Qué nos habríamos perdido?
Nos habríamos perdido nuestras solitarias guerras de Independencias cuando las demás
recién nacidas Repúblicas Latinoamericanas y Caribeñas Independientes de España,
incomprensiblemente nos mostraron la espalda cuando necesitamos urgente
reconocimiento de nuestra beligerancia y urgente ayuda material para lograr nuestra
independencia (solo acudieron los norteamericanos al final de la querella y hoy se habla de
aquello como una invasión), los cientos de miles de cubanos inocentes muertos en las
contiendas, el genocidio de Weyler que mató de hambre y una miseria inconfesable a más
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de doscientos cincuenta mil cubanos, un tercio de la población de entonces. No habrían
perdido la vida lejanos de su tierra cientos de miles de soldados españoles que ni sabían
porqué venían a guerrear a esta isla inhóspita donde morían más por fiebres que por las
balas de los rebeldes.
No habría sucedido el ataque suicida al Moncada y su secuela tremebunda. No existiría el
fraude de libro llamado La Historia Me Absolverá. Seríamos un Estado con más de
doscientos años en vías de perfección democrática. No habría llegado la nefasta Dictadura
del Proletariado para destruirlo todo, incluyendo a los seres humanos, para destrozar la isla
comenzando por su incipiente industria, su extensa ganadería y pujante comercio. No
hubieran existido los politicones de los Hermanos Castro y comparsa que habrían
evolucionado a otra cosa como pertenecientes a la alta clase media que eran, no Ché
Guevara. No un gobierno dictatorial y represivo de más de sesenta años sin cambios ni
posibilidades de sacarlos de sus cómodas conchas existenciales hasta cuando se murieron.
No una nación donde impera una propaganda política constante desleal y mentirosa. No
hambre y miserias de todo tipo por más de medio siglo. No habríamos perdido tres
generaciones en este fracasado y rechazado experimento político. No guerrillas en
Latinoamérica financiadas por los soviéticos a través de nuestro gobierno comunista y
apoyadas a todo coste por nosotros, no otra vez cientos de miles de muertos en guerras
irregulares americanas que nunca quisimos y nunca fueron necesarias, que a la luz de la vida
en los tiempos actuales, fueron totalmente inútiles. No guerras en África donde iríamos a
morir por una población que hoy no sabe ni siquiera dónde queda Cuba, donde hoy los
libros de historia por donde estudian las nuevas generaciones no recogen la equivocada
epopeya cubana. No gobiernos dictatoriales de extrema derecha o de extrema izquierda
que exterminan a sus conciudadanos, no demagogia y manipulación de los pueblos
utilizando sus propios anhelos e intereses para instaurar dictaduras populistas espurias y
asesinas. Nos habríamos ahorrado las decenas de miles de desesperados muertos ahogados
en el estrecho de La Florida, Camarioca, Mariel, El Maleconazo. Los más de doscientos mil
escapados hacia Ecuador en unas semanas. Los Niños y los muertos del Darién. Las decenas
de miles atrapados en la frontera sur. Los olvidados de Europa. No seres humanos en peligro
por el simple hecho de disentir.
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Ah, tendríamos ahora que estar terminando el Muro de Trump alrededor de toda esta isla,
diez metros de alto y diez hacia abajo. Con este intentaríamos contener el narcotráfico y la
fuerte emigración que estaría arribando a este Estado de la Unión Número 51 desde todas
las islas caribeñas y el resto de América pobre. Hablaríamos inglés que es más bonito y más
práctico, no tendríamos impagables deudas económicas o de gratitud con nadie. De seguro
que habría valido la pena si la historia hubiese sido diferente. Tuvimos simplemente mala
suerte.
F I N.