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Novela Juvenil: ¿Brujas o Princesas?

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Se entrega el capítulo 19 de esta novela chilena escrita por Isidoro Rodriguez M.

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Isidoro Rodriguez Moncada

NOVELA

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¿Brujas o Princesas?En el Jardín de Dragones

Autor: Isidoro Rodríguez Mondaca.www.isidororodriguez.com

Primera Edición: marzo, 2009.

Editorial ForjaRicardo Matte Pérez Nº 448, Providencia, Santiago de ChileFono: 415.32.30Fax: [email protected]

Prohibida su reproducción total o parcial.Derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trasmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin per-miso previo del editor.

Inscripción de Registro de Propiedad Intelectual # 158568

I.S.B.N. 978-956-8323-67-7

Editado en Chile / Impreso en Chile.

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Dedico este cuento que atrapé, a mis dos hermosas hijasMás allá del corazón, más allá de la mente, donde podemos estar juntos, por siempre...

“Gracias, papá, me hiciste ver enanos, donde sólo había piedras”.

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Dragones del viento

En el mismo instante en que Fran se perdía en aquel túnel, Luna se encontraba caminando por un sendero de prados verdes. Su piel lucía tan blanca como el bello coral, sus cabellos se habían oscure-cido y aquella larga cabellera dorada, ahora lucía una melena que no traspasaba sus hombros y dejaba ver un rapado es su costado derecho. Bajo sus ojos celestes, unas ojeras se delineaban, como si ella misma hubiese querido resaltar la mirada. Sus pantalones negros y aquellos bototos militares eran los mismos, pero su blusa había cambiado: lucía una armadura negra, cartilaginosa y ceñida a su figura. Sobre el costa-do del sendero, una imponente montaña cobijaba en su regazo a un río cristalino. Todo en aquel río era normal, salvo sus aguas, que en vez de bajar buscando el mar, venían de vuelta, y buscaban las alturas de la montaña para desaparecer o solo transformarse. Los pasos sutiles de Luna no emitían ruido alguno, lo que permitía al viento llenar los espacios con su suave cántico, y refrescar de paso su rostro.

Detuvo su andar a pocos pasos de la gran cúpula azul de la reina Andrhas, donde las Dárgolas —unas torres de enormes piedras negras— cercaban la cúpula y lucían sobre sus cimas los emblemas de aquel reino. Sobre su cabeza, Rex, uno de los diez dragones del Jardín de dragones, sobrevoló el lugar, regalándole a Luna un enorme rugido, además de una sonrisa.

Luna se recostó bajo la sombra de aquellas estructuras, y fijó su vista en una piedra que le pareció muy particular: era completamente circular.

–Debe pesar una enormidad –pensó Luna, mientras la observa-ba detalladamente, pero su mente seguía concentrada en los emblemas que se agitaban libres al viento.

Luna giró su cabeza y de un segundo a otro, todos los emble-mas se quedaron tan quietos como la piedra que tenía frente a ella. Le extrañó mucho, porque el viento seguía soplando a su alrededor. Volvió a girar su cabeza para observar la piedra, mientras de reojo no

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le quitaba la vista a los emblemas, que inmediatamente, en el instante en que giraba su vista, volvieron a sacudirse, y esta vez, con más inten-sidad. Todos se sacudían tensando sus telas, dejando ver en ellos dis-tintos dibujos de animales y figuras sobrenaturales, con fuertes colores impresos en ellos. Ningún emblema era igual a otro. El emblema que estaba justo sobre sus narices —quieto y en silencio— no tenía dibujo ningún. Su tela estaba completamente sin trazo alguno: inmaculada.

—¿Por qué no le haces caso al viento, como todos los emblemas lo hacen? —susurró Luna, esbozando una sonrisa.

Justo en aquel momento, todos los otros emblemas se desplo-maron, como desmayados, sobre la base del mástil. Sólo uno, el mismo que antes no se movía, se agitaba ahora, salvaje.

Luna sintió que de alguna manera era ella la que originaba ta-les movimientos de los emblemas. Su mente quería jugar con ella o al menos quería saludarla, decirle:

—¡Hola!Entonces Luna tuvo una nueva idea. Levantó su brazo y lo

apuntó al emblema y le susurró:—Ven, deja de jugar conmigo.Y el emblema se despegó de su mástil y cayó suave desde las

alturas, hasta depositarse sobre sus manos.—¿Fue tu mente, lo imaginaste o es obra de la casualidad?…

Ves cómo acá sí existe el tiempo, Luna. Las cosas cambian… Si te que-das quieta como la roca, el tiempo volverá a desaparecer, sólo así aleja-rás tus dudas, ya lo verás.

La voz de Andrhas, que inundó el espacio, asustó un poco a Luna. Se arrodilló a su lado y continuó hablando:

—Estos emblemas son los Dragones del Viento, y te han escu-chado, como si ignoraran tus pensamientos de dolor. ¿Hace cuánto que no juegas, Luna?

Entonces Andrhas se acercó a la roca que Luna tenía enfrente y la levantó sin ningún esfuerzo, la aproximó a sus labios y le susurro unas palabras.

Andrhas soltó la piedra y ésta se mantuvo flotando. Lentamen-te su superficie se despojó de la textura típica de las rocas y Luna pudo apreciar cómo brillaba, ya que ahora era una esfera perfecta de metal,

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tan negra como el carbón.—Los Avanus te esperan, como esperan también a Luna —su-

surró la reina, mientras se levantaba y tomaba la mano de Luna.Ambas caminaron hacia la cúpula, hasta que a unos pasos de

sus paredes, una puerta circular se apareció de la nada. De inmediato Luna escuchó un zumbido extraño, similar a un tono musical que se mantenía fijo en el tiempo. Pero también escuchó un murmullo que le llamó más aún la atención, parecían voces de niños.

Atravesó lentamente el umbral de la inmensa cúpula azul. An-drhas le seguía los pasos con sus dos manos apoyadas en los hombros de Luna. El murmullo y el extraño ruido se hacía cada vez más intenso, hasta que de un segundo a otro cesó. Luna estaba dentro de aquella magnífica construcción, un gran auditorio semejante a una sala de cla-ses, con hileras circulares de mesas transparentes, donde unas decenas de niños y niñas que por su aspecto tenían la misma edad de Luna, quietos y en silencio, la observaban de pies a cabeza. Sus facciones eran humanas y sus rasgos físicos correspondían a toda la gama de razas sobre la tierra: había chicos negros, otros con rasgos orientales, chicas de cabello rubio y otras morenas.

Luna recorrió el recinto con una mirada tímida, intentó retro-ceder, pero las manos firmes de la reina la detuvieron. Frente a todos aquellos niños, la esfera que encontrara Luna se unió a otras cuatro y eran las que al parecer presidían la reunión.

Suavemente algunos susurros se filtraron por la mente de Luna y comenzó a distinguir algunas frases que provenían de los niños allí presentes:

—¡Es una Frekiana! Dicen que es una humana omgénica. ¡No! Ella es una impura —señaló otro muchacho con su mente—. Creo que aún no muere. ¡Ella es su propia asesina!

El corazón de Luna se agitó lleno de un temor angustiante. —Silencio, Avanus. Ella será vuestra compañera. Es portadora

de un emblema blanco y deberá, como ustedes, salvarlo del viento. Ha sufrido una evanescencia irreversible por lo cual queda estrictamente prohibido violar el código avanus —–dijo Andrhas, levantando la voz, para ser escuchada en todos los rincones de la cúpula.

Luna no soportó esta nueva experiencia. Prisionera dentro de

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un laberinto de pensamientos, se desplomó sobre los pies de Andrhas. Rápidamente uno de los niños, unos dos años mayor que Luna; alto, de cabellos largos y negros, de corta barba, que usaba la misma vestimen-ta negra que todos los presentes y, el único que además traía puesto unos guantes negros, se arrodilló a su lado y la sostuvo en sus brazos. Sólo con su mirada los demás alumnos que estaban correctamente sen-tados se corrieron un puesto y dejaron lugar para que Luna se sentara, hasta que pudo despertar de su desmayo.

—Estarás bien, no te preocupes. Tu fuerza es por ahora neutra, pero la unificarás en lo misterioso —le susurró el joven alto, mientras le sostenía sus manos.

Luna se calmó con aquel tono tan sereno y lleno de ternura. Giró su cabeza y la reina ya había desaparecido.

Al costado derecho había otro muchacho, éste era completa-mente calvo y tenía facciones orientales, era bien robusto y se notaba que estaba muy nervioso, porque no sabía dónde poner sus manos ni menos adónde mirar. Tenía su boca llena de unas semillas que alma-cenaba en la superficie de su mesa. Luego de mirar hacia todos lados, fijó su vista en las botas de Luna, y fue recorriendo su figura hasta llegar a sus ojos. Y le regaló una mirada tímida, pero con cierto toque de coquetería.

Las esferas negras delante de los alumnos, comenzaron a des-plegar pantallas transparentes delante de los niños; un sinnúmero de ecuaciones llenas de unos signos imposible de descifrar para Luna.

Sobre la superficie de su escritorio, una figura de una mano se formó inesperadamente, y luego se iluminó.

—No te preocupes, Luna, no es más complicado que aprender que uno más uno son tres.

Luna le respondió sólo con una suave sonrisa. —Debes colocar tu mano sobre la figura que tienes frente a ti

—le señaló el alto y enguantado muchacho de su izquierda.Los sentimientos de Luna eran demasiado potentes, pero si ha-

bía decidido confiar en Andrhas estaba dispuesta a dar un nuevo paso, aun cuando los murmullos y las miradas de muchos de los presentes la incomodaran. Sobre todo, había un chico que estaba al otro lado de la cúpula, que no le quitaba la vista de encima. Sus ojos brillaban como

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si la conociera y, más aún, como si sintiera odio por Luna. Era el chico más pálido de todos, y lucía unas gruesas ojeras bajo sus grises ojos.

Luna presionó la palma de su mano sobre la figura de su mesa de cristal y ésta se iluminó dejando ver la mano de Luna casi comple-tamente transparente. De inmediato, un río de voces comenzaron a fluir por su mente. Eran cifras, nombres muy extraños, cánticos y una avalancha de datos que de alguna manera traspasaban los torrentes nerviosos de su cerebro. Fue tanto lo que pudo asimilar, que sacó brus-camente su mano del cristal y se dio cuenta que había permanecido en una especie de trance, sin siquiera sospechar el tiempo transcurrido. Todos los demás permanecían aún con sus manos apoyadas, comple-tamente en silencio, con los ojos cerrados. Sus cuerpos se apreciaban levemente iluminados.

De pronto, un ruido subterráneo sorprendió a todos. Salieron de inmediato de su trance y un fuerte sismo sacudió la cúpula.

Las esferas se plegaron y formaron una de gran tamaño. Ésta emitió unas palabras en un lenguaje que a oídos de Luna pareció sólo una vibración.

Los alumnos se formaron a gran velocidad fuera de la cúpula y Luna fue prácticamente arrastrada por todos.

Unas de las torres de piedras negras que sostenían los emble-mas, se había caído y, en su base, se apreciaba un gran socavón de tierra.

—Es un portal, se ha formado un portal —gritaban algunos de los chicos.

—No es un portal, es una grieta —dijo Andrhas.—¡Es mi Dárgola, ella ha destruido mi dárgola! —gritó el chico

que poco antes había atemorizado a Luna sólo con su mirada—. Les dije que ella no debería estar en el jardín —añadió.

—Habriel, será mejor que vigiles tu emblema. Creo que hay tanto polvo en él, como en tus palabras —le contestó enérgicamente Andrhas.

Para luego añadir con el mismo tono severo:—Todos a sus cuartos. Luna, quédate conmigo.Esta vez, su voz volvió a ser tan dulce como el aullido de un

lobezno.Los chicos y chicas se retiraron en silencio y, Luna se quedó a

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solas con Andrhas. Un sonido familiar para Luna le llamó la atención, era el sonido de cascabeles. Desde el boquete en el suelo, bajo la gran torre abatida, apareció frente a la mirada atenta de Luna el gorro de Sylvius, y luego la silueta de bufón.

—Mi reina, es sólo una grieta vibracional.Al darse cuenta que estaba Luna con ella, cambió su rostro se-

rio, otorgándole una gran sonrisa, casi exagerada a Luna.Un gran viento azotó el lugar. Luna se aferró a la cintura de

Andrhas y explotó en llanto.—Dime de una vez dónde estoy, Andrhas. Qué es todo esto.

Tengo mucho miedo y tu silencio comienza a fastidiarme.Luna temblaba entera.La reina con un leve movimiento de sus ojos detuvo al viento.—Querida Luna, si supiera cómo hablarle a tu corazón te lo

diría. Mira a tu alrededor. Si te dijera que estamos en el centro de una incubadora de energía nanoplasmática, es posible que hasta sonrías, o tal vez si te demostrara que estamos en la superficie de una vieja y olvi-dada nave espacial, contraerías todos los músculos de tu rostro, lo mis-mo si te digo que todo lo que ves, no es otra cosa que una sensación. Tú misma le has dicho en ocasiones a tu hermanita que cuando grande entenderá algunas cosas. Es justo eso, Luna. Los secretos se descubren si nos hacemos las preguntas correctas.

—Andrhas, algo no está bien. Siento en mi cuerpo un vacío inaguantable, y no es por hambre. No tengo sueño, no como, ya no me crecen las uñas, ¡hoy no recordé el nombre de mi padre, Andrhas! —susurró Luna.

—Pero Luna, tú decidiste quedarte en Frekes. Existen portales que deberás traspasar antes…

Luna la interrumpe, con un tono sorpresivamente agresivo, diciéndole:

—No me vas a decir que comienza mi viaje iniciatico, ¿verdad? Que deberé cumplir varias pruebas, descifrar acertijos para descubrir mi esencia dijo Luna con un tono distinto de voz. Que soy un ser omgénico, mitad humano y mitad evanescencia, añadió.

La reina la abrazó hasta que Luna se tranquilizó y secó sus lágrimas.Había conocido el lado emocional de Luna.

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—Si has de seguir tu camino, debes confiar en mí, Luna.Andrhas no soltaba el cuerpo de Luna.—Lo haré, reina. Bajo tu silencio y, con respecto a lo que es este

lugar. No es ni una nave, ni una sensación, ni una maldita incubadora de energía. Esto es el mismo infierno.

Luna caminó en silencio. Su rostro ya no cobijaba sus lágrimas. Una vez dentro de la cúpula, se dirigió hasta donde se encontraba una burbuja de cristal y al estar dentro, el piso comenzó a descender, tal como lo hace un ascensor. Descendía a las profundidades, donde más de algunas respuestas le serían reveladas.

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