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Novena a Santa Clara de As í s

Novena a Santa Clara de Asís - centrofranciscanoac.org

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Novena a Santa Clara

de Asís

TEMAS PARA LA NOVENA DE SANTA CLARA DE ASÍS

O SEMANA DE RETIRO

Del 2 al 10 de agosto

PRIMER DÍA.

Oración: Dichosa Santa Clara, gloriosa Virgen de Asís, míranos

a tus plantas para hacer tu Novena. Queremos solicitar tu

intercesión y aprender tus lecciones. Tú fuiste ilustre y clara de

nombre y de vida. Así queremos seguirte. Que en nosotros no

haya nada oscuro, ni nieblas de pasiones ni negrura de pecados.

Intercede por nosotros ante Cristo. Que resplandezca nuestra

alma con la claridad de la gracia para que pueda brillar un día

en la claridad del visón divino. Te lo pedimos por Jesucristo,

nuestro Señor, Amen.

TEMA 1: MISIÓN Y COMÚNION DE NUESTRAS

FRATERNIDADES. CANTO:

Toda relación personal con el Señor, todo carisma religioso

entraña dos elementos inseparables: la vocación y la misión:

«seguidme» e «id», dad testimonio de lo que habéis visto. El

Señor nos llama para hacernos discípulos suyos y sus testigos

en el mundo entero. De ese modo nos insertamos en la historia

como memoria viva del Evangelio de Jesucristo, dispuestos

siempre a inventar las formas más aptas para testimoniar y

anunciar el Reino de Dios, presente ya en medio de nosotros.

Como hermanas y hermanos de Clara y de Francisco, tenemos

un mensaje bien definido que anunciar, aunque de diversas

maneras; nuestras Reglas indican claramente los elementos

fundamentales que caracterizan este camino.

1.1 Vivir el Evangelio y dar testimonio de él

«Admiro cómo has hallado el tesoro incomparable, escondido

en el campo del mundo y de los corazones de los hombres, con

el cual se compra nada menos que a Aquel por quien fueron

hechas todas las cosas de la nada; y cómo lo abrazas con la

humildad, con la virtud de la fe, con los brazos de la pobreza. Lo

diré con palabras del mismo Apóstol: te considero cooperadora

del mismo Dios y sostenedora de los miembros vacilantes de su

Cuerpo inefable» (3 CtaCl 7-8).

La regla de vida común a toda la Familia Franciscana consiste en

«vivir el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (cf. Rb

1,1; RCl 1,2; ROFS 4), deseando ante todo «tener el Espíritu del

Señor y su santa operación» (Rb 10,8; RCl 10,9), teniendo como

prioridad absoluta la oración y la contemplación (cf. Rb 5,2; RCl

7,2). El trayecto, bien definido, es también el mismo: la humildad

y pobreza de nuestro Señor Jesucristo y de su Madre pobrecilla.

Clara dice explícitamente: «El Hijo de Dios se hizo para nosotras

camino» (TestCl 5). La existencia en pobreza de Jesús de

Nazaret, desde Belén hasta el Calvario, como epifanía de Dios, se

convierte en la vida de Francisco y de Clara en una experiencia

espiritual unificadora y revolucionaria: es una pasión que los

ajusta tan plenamente a Cristo que nunca admiten comentarios

acomodaticios o reducciones. Responde Francisco a quienes le

proponen otros modos de servir al Señor, otras Reglas ya

experimentadas y mejor organizadas: «El Señor me dijo que

quería hacer de mí un nuevo loco en el mundo, y el Señor no

quiso llevarnos por otra sabiduría que ésta» (LP 18b). Y Clara

replica al Papa, que quería aligerar su pobreza dispensándola

del voto: «Santísimo Padre, a ningún precio deseo ser

dispensada del seguimiento indeclinable de Cristo» (LCl 14a).

La vida de Clara asume una dimensión universal y es vivida y

transformada por una dinámica espiritual que no tiene

fronteras. Antes de caer enferma, Clara está fuertemente

tentada incluso de marchar a Marruecos, donde los primeros

hermanos habían confesado su fe con el «martirio» (cf. Proc VI,

6); durante sus últimos 30 años vivirá, mediante el «martirio»

de su enfermedad, una increíble multiplicidad de relaciones de

amistad: recibe visitas del Papa, de cardenales, de frailes, de

personas humildes y de personas importantes... En su

«claustro» arde el fuego del amor, que inflama todo tipo de

relación (cf. Flor 15) y supera todas las limitaciones que pueda

imponer la clausura. Clara es una verdadera «mística»: arde con

una pasión única que la identifica con Cristo. Todo lo demás es

«relativo» y converge en ese «centro».

1.2 Por el camino de la cruz

«Si sufres con Él, reinarás con Él; si con Él lloras, con Él gozarás;

si mueres con Él en la cruz de la tribulación, poseerás las

moradas eternas en el esplendor de los santos» (2 CtaCl 21).

«Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí»

(Jn 12,32): desde lo alto de la cruz, Jesús es ofrecimiento de

salvación para todos los hombres. Siguiendo a Francisco en su

itinerancia misionera llegamos a las llagas del monte Alverna;

siguiendo a Clara llegamos al lecho del sufrimiento, de la

enfermedad, que empezó cuando el Pobrecillo llevaba en su

cuerpo las llagas y que duró toda la segunda mitad de la vida de

Clara. Una vez más comprobamos la sorprendente

complementariedad del carisma: dos caminos igualmente

«misioneros», el de la itinerancia y el de la clausura, que

conducen a la misma meta: la cruz. El amante quiere estar junto

al Amado no sólo en el camino de la pobreza, sino también en el

del sufrimiento (cf. 2 CtaCl 19), para completar en su propia

carne los dolores de Cristo (cf. Col 1,24). No basta con escuchar

y servir; es menester compartir también el destino de Jesús y

llevar su cruz (cf. Lc 9,23-24).

Pero qué difícil nos resulta asimilar estos valores cuando el

«mundo» en torno a nosotros habla otra lengua y nos impulsa a

aceptar sus seducciones. Sabemos bien que nuestra eficacia está

vinculada con la fecundidad divina; que nuestros servicios,

estructuras y actividades apostólicas han de estar en función de

nuestro ser memoria viva del Evangelio de Jesús. Ése es el

primer servicio que debemos a la Iglesia y al mundo, antes que

cualquier actividad: la calidad de nuestra vida es lo que da

sentido a la cantidad de nuestros compromisos, cuyo punto de

referencia debe ser esta dimensión existencial en la que todos

nos sabemos «misioneros, enviados», tanto si estamos en un

monasterio como si recorremos los caminos del mundo; tanto si

oramos como si predicamos; tanto si gozamos de buena salud

como si estamos enfermos. Conservo siempre en mi corazón la

imagen de muchísimos rostros radiantes de hermanas, jóvenes

y ancianas, que he encontrado en mis visitas y que reflejan,

como una palabra viva, el absoluto de Dios que las habita;

rostros de hermanas enfermas que, purificadas como Clara por

los sufrimientos, iconos vivientes semejantes al Crucifijo de San

Damián, reflejan una humanidad sufriente pero transfigurada y

gloriosa: se han convertido en palpitante espera del Esposo que

viene, y su cuerpo, pura envoltura transparente, deja entrever la

presencia liberadora de Dios. ¡Qué extraordinaria misión!

Para la reflexión

1.- ¿Qué aspiraciones o valores evangélicos fundamentales

constituyen la base de nuestra unidad interior y de los

compromisos de la fraternidad? ¿Estamos dispuestas a

comprometernos de verdad? ¿Para cambiar qué? ¿Cómo? ¿Con

quién?

2.- ¿Hay conciencia de que la primera tierra del anuncio

evangélico somos nosotras mismas, llamadas a darnos unas a

otro testimonio de la Buena Noticia en la concretes de los gestos

de cada día?

3.- La fecundidad divina de nuestra existencia resplandece

también en la impotencia humana, como la ancianidad y la

enfermedad, que nos vuelven signo más transparente de la

esperanza que habita en nosotras. ¿Cómo nos preparamos a esta

etapa «misionera» tan importante y decisiva?

4.- Nosotras, hermanas, juntas somos, una Fraternidad-en-

misión en el silencio contemplativo. ¡Somos anuncio de una

Palabra viva en cada una de las etapas de nuestra vida, en la

pasión por el Evangelio que nos configura con Cristo! ¿Cómo

podemos traducir y anunciar concretamente esta experiencia

junto con toda la Familia Franciscana?

Compartimos las reflexiones.

Aclamaciones

-Loado seas, mi Señor, por nuestra Hermana Clara, que se

abrazó por tu amor a la pobreza santa (Padrenuestro)

-Loados seas, mi Señor, por su vida penitente y liberada. A ti, el

honor, la gloria y la alabanza. (Padrenuestro)

-Loados seas, mi Señor, por su vida alegre y entregada y porque

suscitaste por doquier miles a su semejanza (Padrenuestro)

Oración Final

Virgen prudente, Clara de Asís, fragante azucena del Jardín

Franciscano, desde tus primeros años te rodearon riquezas,

bienestar, halagos, pero a la vez se cultivaban en tu alma

sentimientos de religiosidad y bondad. Desde niña fuiste “Clara

de nombre y Clara de vida”, sin sombras ni oscuridades.

Enséñanos a seguir tus ejemplos. Necesitamos hogares santos,

conscientes de su responsabilidad ante Dios y ante la Iglesia.

Necesitamos niños que sepan mirar al mundo con ojos llenos de

amor, pacientes, comprensivos, animosos y que cierren sus ojos

al odio y a la maldad. Queremos hacer del mundo una gran

familia, donde todos los hombres amen a Dios y se amen como

hermanos. Lo suplicamos por Jesucristo, nuestro Señor, Amen.

CANTO:

SEGUNDO DÍA

Oración: Gloriosa Santa Clara, virgen prudente y fiel. Por tu Dios

supiste renunciar a todo, dejarlo todo. De tu corazón brotaba

aquella afirmación del seráfico Padre: “Tu eres el bien, sumo

bien, todo bien, señor, Dios y Vivo y verdadero”. Ya desde

adolescente comprendiste la oposición existente entre lo que

pide Jesús y cuanto te rodeaba… y decidiste darte a Jesús toda

entera, sin reserva alguna, sin miedo al sacrificio. Obtennos de

tu Dios la gracia de seguir a Cristo pobre y sentir en nuestro

corazón el fuego de su amor. Te lo pedimos por Jesucristo,

nuestro Señor. Amén.

TEMA 2: RECIPROCIDAD Y COMPLEMENTARIEDAD DE

FRANCISCO Y CLARA

CANTO:

«Mostrándose ya más cerca el Señor, y

como si ya estuviera a la puerta, [Clara]

quiere que le asistan los sacerdotes y los

hermanos espirituales, para que le reciten

la pasión del Señor y sus santas palabras.

Cuando aparece entre ellos fray Junípero,

notable saetero del Señor, que solía lanzar ardientes palabras

sobre Él, inundada de renovada alegría, pregunta si tiene a

punto algo nuevo sobre el Señor. Él, abriendo su boca, desde el

horno de su ferviente corazón, deja salir las chispas llameantes

de sus dichos, y en sus palabras la virgen de Dios recibe gran

consuelo» (LCl 45a).

2.1 Complementariedad teocéntrica

«En efecto, cuando el Santo no tenía aún hermanos ni

compañeros, casi inmediatamente después de su conversión, y

mientras edificaba la iglesia de San Damián, en la que había

experimentado plenamente el consuelo divino y se había

sentido impulsado al abandono total del siglo, inundado de gran

gozo e iluminado por el Espíritu Santo, profetizó acerca de

nosotras lo que luego cumplió el Señor» (TestCl 9-11).

El camino evangélico de Francisco y de Clara, sus dos historias,

son interdependientes. Si Clara se define la «plantita» de

Francisco, éste, por su parte, según la tradición, en los

momentos más difíciles de su vida acude a Clara y se deja guiar

por ella, le confía sus dudas y preocupaciones, a veces le manda

hermanos (cf. Proc II, 15). Francisco está en el origen de la

vocación de Clara y de sus hermanas; Clara pide la asistencia de

los hermanos y protesta ante Gregorio IX cuando éste prohíbe a

los frailes ir a los monasterios de las clarisas sin su licencia (cf.

LCl 37c).

El punto focal de esta relación son las «santas palabras» o el

«hablar de Dios», según la estupenda expresión de las Florecillas

(cf. Flor 15). Se trata de una comunicación «extática», es decir,

de una comunicación que nos saca de nosotros mismos, con el

centro hacia lo «alto»: de aquí nace la complementariedad y la

reciprocidad que dan plenitud humana y divina a nuestra

vocación. .

2.2 Complementariedad construida sobre la Palabra de

Dios

«[Clara] provee a las hijas, por medio de predicadores devotos,

del alimento de la Palabra de Dios, del que se reserva para sí una

buena ración» (LCl 37a).

Francisco nunca fue un «oyente sordo del Evangelio» (1 Cel

22b); Clara, a su vez, «gozaba mucho escuchando la Palabra de

Dios» (Proc X, 8a), la vivía, «se miraba en ella como en un

espejo», se dejaba transformar por ella y la irradiaba a sus

hermanas y al mundo, consciente de que esta es la misión de las

damas pobres (cf. TestCl 21).

Francisco y Clara son artífices de una espiritualidad construida

a partir de la escucha y de la obediencia inmediata a la Palabra.

Se dejan sorprender, desarmados, por la Palabra; se dejan «des-

estabilizar» para emprender nuevos caminos, sin saber, como

Abrahán, a dónde llevan (cf. Heb 11,8). Se dejan atraer (ad-

trahere) y plasmar por la Palabra para identificarse con sus

exigencias sin permitir que nada los distraiga (dis-trahere);

terminan por convertirse ellos mismos en palabra viva y

profética para el mundo en el que viven.

Uno de los signos más evidentes de estos años postconciliares

consiste sin duda en el redescubrimiento de la centralidad de la

Palabra de Dios para toda experiencia espiritual que pretenda

llamarse cristiana. La Iglesia nos exhorta continuamente a

entrar en esta riqueza y nos invita a formarnos y a renovarnos

en esta fuente de agua viva. «No cabe duda de que esta primacía

de la santidad y de la oración sólo se puede concebir a partir de

una renovada escucha de la palabra de Dios» Para nosotros

debería ser una vuelta a nuestros orígenes: «nutrido» con esta

Palabra, el corazón se convertiría, como el de Junípero, en un

«horno» y nuestras palabras volverían a adquirir fuerza

«arrebatadora». La Palabra de Dios provoca siempre una

reestructuración espiritual de la persona: nos obliga a revisar

nuestras costumbres y nuestros esquemas; crea una dinámica

de búsqueda y de adhesión que cambia nuestro estilo de vida en

el Espíritu, como les sucedió a Francisco y a Clara. Quizás por

eso puede advertirse con frecuencia en nuestros ambientes una

cierta resistencia, y así se sigue en la rutina, tumba de cualquier

entusiasmo. ¡Tenemos miedo de que Dios pida demasiado, todo!

Tememos perder ciertas estructuras «que nos dan seguridad»

aunque obstaculicen nuestro camino contemplativo. ¡Amamos

más conservar que contemplar! Seguimos depositando nuestra

confianza en los medios más tradicionales, más inmediatos, sin

preguntarnos si necesitan un espíritu nuevo. Es éste un campo

en el que la ayuda mutua entre hermanos y hermanas podría

infundir dinamismo y entusiasmo a nuestra vida y, sobre todo,

podría avivar ese deseo de búsqueda y de adhesión al Señor que

sólo una espiritualidad bíblica profunda puede ofrecer. Acoger,

concebir, custodiar, engendrar la Palabra, a ejemplo de la Virgen

María, son elementos indispensables para una vida consagrada

vivida en profundidad y autenticidad.

Para la reflexión

1.- «Por parte de las hermanas no ha de ser una tutela

paternalista, sino un servicio recíproco en minoridad y

fraternidad verdadera, que enriquece a unas y otras... ¿Y por qué

no intensificar las relaciones informativas, y también las

formativas, por parte de las hermanas, como hacía el mismo

Francisco desde el inicio de la vocación evangélica?» (Clara de

Asís, mujer nueva, n. 51). ¿Qué camino hemos recorrido en los

últimos años?

2.- ¿Es la Palabra -especialmente el Evangelio-, el criterio de

discernimiento y de respuesta a los retos, situaciones y cambios

de la vida comunitaria cotidiana?

3.- ¿Cómo armonizamos la tensión valores-estructuras? ¿Qué

medios empleamos, personalmente y en fraternidad, para

comprobar el camino?

Compartir la reflexión.

Aclamaciones

-Loados seas mi Señor, por nuestra Hermana Clara, que se

abrazó por tu amor a la pobreza santa. (Padrenuestro)

-Loados seas, mi Señor, por su vida penitente y liberada. A Ti, el

honor, la gloria y la alabanza. (Padrenuestro)

-Loado seas, mi Señor por su vida alegre y entregada, y porque

suscitaste por doquier miles a su semejanza. (Padrenuestro)

Oración Final

Gloriosa Clara de Asís. Hoy hemos admirado tu valentía en

seguir a Cristo, “tu bien, todo bien, sumo bien”. Queremos seguir

tu ejemplo y amar a Dios como nuestra única riqueza. Por

aquella fidelidad a la gracia que te convirtió en la hija predilecta

de San Francisco, despreciando, como él, cuanto el mundo te

brindaba de halagador, obtennos de tu Dios que, dóciles a sus

inspiraciones, sigamos tus huellas de renunciamiento, fidelidad

y demás virtudes que te llevaron a la cima de la santidad… y

sepamos superar con valor cualquier dificultad por amor a

Aquel que tanto nos ha amado. Te lo pedimos por Jesucristo,

nuestro señor Amen.

CANTO:

TERCER DÍA.

Oración: Gloriosa Clara de Asís, abogada a intercesora nuestra.

Tus virtudes heroicas en el seguimiento de tu Dios chocan con

nuestra pereza y falta de valentía. Ninguna dificultad fue

obstáculo para tu fidelidad. Animados por tu ejemplo,

detestamos nuestra pereza, pedimos perdón por nuestras

infidelidades y proponemos seguir tus huellas con fervor. Tú

hiciste de San Damián un centro de irradiación de fe y de amor.

Queremos tener amplitud de corazón, un alma grande, un trato

afable y cordial para repartir “paz y bien” en nuestro alrededor.

TEMA 3: FRANCISCO Y CLARA HUÉSPEDES Y PEREGRINOS

CANTO:

El encuentro de Dios con el hombre en

Jesús de Nazaret se manifiesta como un

éxodo: el Verbo deja el seno del Padre

para venir al mundo y, después de su

muerte y resurrección, deja el mundo

para volver al Padre.

Nosotros somos testigos y

protagonistas de esta peregrinación hacia la casa del Padre

empezada por Jesús; el Resucitado nos ha introducido mediante

el don del Espíritu en esta dinámica. Vivimos el reto de ser

«peregrinos y forasteros» cuando, liberándonos de toda

esclavitud de apropiación, estamos dispuestos a restituir todo a

Dios, considerando la vida no como un bien de consumo sino

como un don que hay que devolver: «Y restituyamos todos los

bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos

son suyos, y démosle gracias por todos ellos, ya que todo bien

de Él procede» (Rnb 17,17).

La persona consagrada, si no está radicalmente expropiada,

pierde la dimensión profética, que es el corazón de la vida

consagrada.

3.1 «Sólo en la muerte se conoce al hombre» (Si 11,28)

«Dijo también la testigo que, estando la dicha madonna y santa

madre cercana a la muerte, una noche, al comienzo del sábado,

la bienaventurada madre comenzó a hablar, expresándose así:

"Vete segura en paz, porque tendrás buena escolta: el que te

creó, antes te santificó, y después que te creó puso en ti el

Espíritu Santo y siempre te ha mirado como la madre al hijo que

ama". Y añadió: "¡Bendito seas Tú, ¡Señor, porque me has

creado!"» (Proc III, 20; cf. LCl 46).

A partir de estas palabras -transmitidas por las testigos en el

proceso de canonización- que Clara dice en voz baja a su alma,

se puede descubrir su verdadera personalidad, su profunda

espiritualidad, casi una síntesis de su camino espiritual. «Vete»

sin miedo, se dice a sí misma; vete como aquella noche en que

forzaste la puerta de los muertos de tu casa paterna; vete y no

te preocupes de nada; vete tranquila y en paz, aunque el Papa no

haya querido todavía aprobar tu Regla: no importa; vete con esa

gran libertad que has custodiado con alegría y energía en el

«Privilegium paupertatis», en tu experiencia de abandono

confiado en el Señor, que recompensa siempre al ciento por uno.

Vete, «recordando tu propósito... Con andar apresurado, con

paso ligero, sin que tropiecen tus pies ni aun se te pegue el polvo

del camino, recorre la senda de la felicidad, segura, gozosa y

expedita, y con cautela: de nadie te fíes ni asientas a ninguno que

quiera apartarte de este propósito» (2 CtaCl 11-14).

Esta invitación a ponerse rápidamente en camino es la

traducción concreta de la opción de vivir como «peregrinos y

forasteros» en este mundo (RCl 8,2; Rb 6,2), que Clara y

Francisco llevaron a cabo desde las primeras etapas de su

conversión. Su vida estuvo siempre animada por el deseo de

volver a empezar, sin miedo ni dilaciones. Clara debió de haber

vivido -directa o indirectamente- la escena violenta y simbólica

en la que Francisco emprendió desnudo, en la plaza de Asís, ante

sus conciudadanos, el obispo y su propia familia, su camino de

libertad, entregándose al único Padre: «Quedó desnudo el siervo

del Rey altísimo para poder seguir al Señor desnudo en la cruz,

a quien tanto amaba» (LM 2,4b). Sin duda Clara también se

enteró, por los frailes, de cuál había sido el último deseo de

Francisco antes de morir: que le pusieran desnudo sobre la

tierra desnuda, en la Porciúncula. Estamos, pues, ante un

«éxodo» simétrico y convergente de estos dos Santos que

convierten su vida en una «entrega» total a Dios, a ese Dios que

vino a su encuentro y que ellos amaron sin reservas. La muerte

siempre da miedo e infunde terror, pues nos expropia

totalmente de todo y de todos; pero para los místicos se

transforma en la cima de la gratitud y de la felicidad: Clara y

Francisco viven esta experiencia.

Cuánta tristeza y cuánto sufrimiento se sienten al encontrar

comunidades bloqueadas por una rigidez legalista y que no

tiene nada que ver con la radicalidad evangélica, fuente de

alegría, de fantasía, de audacia; comunidades de hermanas de

mirada triste y de rostro hastiado y resignado, porque han

dejado de soñar, de creer en lo que se les ha prometido.

3.2 Belleza de una vocación

«¡Bendito seas Tú, ¡Señor, porque me has creado!» (cf. Proc III,

20).

La mirada de Dios a una criatura que se deja amar y responde

con disponibilidad, es siempre un acontecimiento maravilloso.

Este grito de alabanza de Clara, al final de sus días, es la síntesis

de su riqueza espiritual, de su existencia aceptada en todos sus

aspectos, positivos y negativos, y que ella restituye sin

añoranzas ni pesares al Señor. «La comunión produce siempre

belleza». Clara está plenamente reconciliada consigo misma, con

su pasado, con sus límites, y ofrece todo a Dios con serenidad y

libertad. Todo cuanto ha constituido su existencia es fruto de la

ternura y del amor con que Dios la envuelve; y ella se ha hecho

«espejo» para reflejar esta belleza divina en quienes están a su

lado; se ha hecho icono para el mundo, para que todos puedan

contemplar la atención paciente con que Dios se preocupa de

sus criaturas. «Ama totalmente a quien totalmente se entregó

por tu amor» (3 CtaCl 15), escribe a Inés de Praga, evocando la

exhortación de Francisco asombrado y casi incrédulo ante la

humildad de Dios: «Nada de vosotros retengáis para vosotros

mismos a fin de que enteros os reciba el que todo entero se os

entrega» (CtaO 29).

No siente necesidad de pedir perdón al hermano cuerpo, como

Francisco: lo ha unido a este canto de alabanza; su cuerpo, que

ha sufrido con paciencia y durante largos años la enfermedad,

es también objeto de alabanza, pues es objeto del amor del

Padre: «¡Bendito seas Tú, ¡Señor, porque me has creado!».

¿Cómo podemos volver bella nuestra vida hoy? Valorando los

espacios: los angostos espacios de la comunidad pueden

convertirse en lugares de fiesta, y no de penitencia, si están

iluminados y caldeados por una Presencia. ¡Qué importante es

valorar los lugares! En la simplicidad franciscana, que forma y

ayuda la relación, hay una belleza estupenda; en el orden, la

limpieza y la decoración de los ambientes de un monasterio hay

una armonía «contemplativa». Al mismo tiempo, quien vive la

comunión se vuelve creativo cuando prepara los lugares y el

espacio para el encuentro con el Amor y con los otros.

Así, el tiempo en que vivimos se convierte en un elemento

indispensable para construir una vida armoniosa: gracias a la

Encarnación, vivimos ya en el tiempo de Dios y escribimos

nuestra pequeña historia en este tiempo «habitado»; no

podemos apropiarnos de él, sino sólo vivirlo como una gracia,

captando en él una Presencia y restituyéndolo a Aquel que nos

lo dio. Vivir este ritmo sereno del tiempo significa vivir en el

respiro profundo de Dios, sin prisa o precipitación, sin

añoranzas o huidas en la acción, sin «consumirlo» ávidamente

ni dejarse consumir, arrollar o estresar por él. Vivir en el tiempo

de Dios, captando su epifanía en todos los acontecimientos,

incluso en los mínimos, en todos los gestos del día, puede ser un

verdadero ejercicio de contemplación, una auténtica

proclamación de liberación frente a un mundo víctima de una

visión egocéntrica del tiempo, que empuja al hombre a la

angustia o a la huida en el vacío. ¡La religiosa contemplativa da

testimonio de que el tiempo no es dinero, sino relación!

La belleza de nuestra vocación nace de esta construcción espiritual armónica en la que todo encuentra su lugar, pues todo: tiempo, espacio, trabajo, descanso, silencio, palabra... hace referencia a la relación esponsal con el Señor y se vincula con ella. La contemplación es precisamente esa armonía que hay que construir diariamente, en primer lugar, en nuestro proprio interior, donde nos espera Aquel que nos habita. San Agustín decía: «Noli foras ire»: No salgas de ti mismo; a Dios lo encuentras dentro de ti. Sólo puedes salir hacia el otro, hacia el mundo con todo tú mismo, ese tú mismo reconciliado con Dios y acompañado de Dios. Entonces, ni siquiera las tensiones, que no faltarán nunca, entre el «dentro» y el «fuera», entre carisma y estructuras, entre alma y cuerpo, entre clausura y mundo, entre vida personal y vida de fraternidad turbarán la armonía y la serenidad profunda, pues la contemplativa siempre encontrará la senda que conduce al Absoluto, senda de paz y no de turbación, ansiedad o preocupaciones.

Para la reflexión

1.- El joven rico del Evangelio «se marchó triste, porque tenía muchos bienes» (Mt 19,22). ¿Sabemos «gustar» la belleza de la simplicidad franciscano-clariana como fruto de la purificación de lo superfluo?

2.- Y Dios «estaba en el susurro de una brisa suave» (cf. 1 Re 19,12). ¿Cómo logramos custodiar, vivir, habitar el silencio contemplativo? ¿Sabemos «revestir» de calma profunda y

serena nuestras palabras, tanto en la oración como en las relaciones fraternas, a fin de que sean vivas y vivificantes?

3.- «¡Salve, palacio de Dios! ¡Salve, tabernáculo de Dios! ¡Salve, casa de Dios! ¡Salve, vestidura de Dios! ¡Salve, esclava de Dios! ¡Salve, Madre de Dios» (SalVM 4-5)! ¿Somos también nosotras «palacio, tabernáculo, casa, vestidura, esclavas, madres» de Dios? ¿Cómo vivimos esta realidad? ¿Cómo logramos armonizar las estructuras cotidianas (horario, lugares, tiempos...) y hacer que converjan en la «pasión contemplativa» que nos habita?

4.- El silencio, exterior e interior, custodia y favorece nuestra vida interior. ¿Cómo armonizamos estos valores con lo «exterior» (teléfono, medios de comunicación escrita, internet, televisión, locutorio...)? ¿Logramos usar estos instrumentos sin que perjudiquen nuestra contemplación personal y comunitaria?

Compartir la reflexión. Aclamaciones -Loados seas, mi Señor, por nuestra Hermana Clara, que se abrazó por tu amor a la pobreza santa. (Padrenuestro) -Loados seas, mi Señor por su vida penitente y liberada. A Ti, el honor, la gloria y la alabanza. (Padrenuestro) -Loados seas, mi Señor, por su vida alegre y entregada, y porque suscitaste por doquier miles a su semejanza. (Padrenuestro)

Oración Final: Gloriosa Clara de Asís. Hemos contemplado hoy tu valentía y fidelidad en el seguimiento de Cristo. Toda tu vida fue un cántico de fidelidad a quien tanto nos ha amado. Conseguiste la gracia de asemejarte a Cristo. Hiciste de tu vida una ofrenda perenne y agradable que permaneció en la presencia divina ardiendo en el fuego de su amor. Obtennos la gracia de caminar tras tus huellas para que podamos seguir a Cristo, confesar su nombre y entregarnos a Él con amor jubiloso. Te los pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amen CANTO:

CUARTO DÍA.

Oración: Admirable Santa Clara de Asís. Tu seguiste a Cristo tras las huellas de Francisco de Asís y eres modelo de cuantos queremos seguir el ideal franciscano. Obtennos la gracia de caminar fielmente por esa misma senda, siguiendo tu ejemplo y tus enseñanzas. Queremos compartir las alegrías y las tristezas de los hombres, sufriendo con los que sufren, alegrándonos con los que se alegran. Que nuestra vida sea así un sacrificio agradable a los ojos de Dios y llevemos a feliz término la obra que El en nosotros ha comenzado. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor Amén.

TEMA 4: «FIDELIDAD A LA PROPIA VOCACIÓN.»

CANTO:

«De nadie te fíes ni asientas a ninguno que quiera apartarte de este propósito, o que te ponga obstáculos... Y, para avanzar con mayor seguridad en el camino de la voluntad del Señor, sigue los consejos de nuestro venerable padre el hermano Elías, ministro general; antepón su consejo al de todos los demás, y tenlo por más preciado que cualquier regalo» (2 CtaCl 14-16). Todos nos acercamos hoy a Clara no como a una simple «copia» de Francisco, sino como a una personalidad rica en sí misma, en relación constante con Francisco en la reciprocidad y la complementariedad del carisma. Francisco fue la palabra evangélica viva que la inspiró y acompañó durante toda la vida; pero Clara mantiene su propia originalidad, que no puede reducirse a la de Francisco. Esta relación de «identificación-diferenciación» garantiza la identidad inspiradora del carisma.

Todos los Institutos de vida consagrada, contemplativos o de vida activa, tienden hoy en día a una reestructuración que fomente una colaboración más intensa; lo pide la misma vida de la Iglesia, concebida como comunión de carismas. Rechazar este

diálogo significa privarse de una riqueza, negar la coparticipación de un don que nos ha sido transmitido y confiado para el servicio de todos. «En conclusión: nada de vosotros retengáis para vosotros mismos» (CtaO 29). La Iglesia nos anima y nos dice que «la debilitación de la vida consagrada no consiste tanto en la disminución numérica, sino en la pérdida de la adhesión al Señor y a la propia vocación y misión» (Vita consecrata, 63d). Esos son, en efecto, los tres campos fundamentales para verificar el camino de fraternidad de una comunidad: la adhesión al Señor, la fidelidad a la propia vocación y la coherencia con la propia misión. Y para eso estamos todavía poco formados; hay mucha rivalidad entre fraternidades, el testimonio de vida no es coherente con nuestro carisma, la vocación cada vez más se va alejando de los primeros orígenes de Francisco y Clara de Asís. Estas actitudes son claramente contrarias al espíritu de fraternidad, que debería ser el corazón de nuestra vocación.

La formación

«(Clara) había clavado en la Luz eterna el ardentísimo dardo de su ansia íntima y, trascendiendo la esfera de las realidades materiales, habría más plenamente el seno de su alma al torrente de la gracia» (LCl 19). La persona humana es un ser que lleva en su corazón un misterio mayor que ella misma: la clave consiste en «clavar» como Clara la mirada en el misterio-don para encontrar a Aquel con quien se puede vivir en plenitud. Este «clavar» el ansia íntima en la Luz que habita una criatura finita se transforma progresivamente en un deseo de Dios y en un compromiso total de la persona para hacerle espacio, para quitar todo cuanto pueda obstaculizar la unión, para vivir cotidianamente esta relación en profundidad. Se trata de formar y de formarse en la obediencia al Espíritu. «Aplíquense [los hermanos y las hermanas] -afirman Francisco y Clara- a lo que por encima de todo deben anhelar: tener el Espíritu del Señor y su santa operación» (Rb 10,8; RCl 10,9).

Es menester formar a una expropiación radical. Según Clara y Francisco, observar el santo Evangelio significa vivir «en obediencia, sin nada propio y en castidad» (Rb 1,1; RCl 1,2). «sine proprio», «sin nada propio». No se trata solamente de tener una relación equilibrada con las cosas: estamos ante una actitud que debe caracterizar profundamente la identidad de las hermanas pobres y de los hermanos menores; vivir «sine proprio» significa renunciar a exigir derechos sobre las personas, sobre los cargos que se nos confían,... Hemos recibido todo de Dios y debemos devolver todo a Dios, de lo contrario nos convertimos en «ladrones» de los bienes que el Señor distribuyó gratuitamente.

Para la reflexión

1.- «Somos una comunidad contemplativa con una misión particular en un mundo que cambia». ¿Cómo vivir una fidelidad creativa a nuestro carisma de Órdenes complementarias? 2.- Garantizar la autenticidad de nuestra espiritualidad franciscano-clariana es fruto de un compromiso tomado seriamente como hermanos y hermanas en la confianza mutua. ¿Cómo concretizarlo en el país o la zona donde vivimos? ¿Cómo podemos obedecer hoy al mandato del Crucifijo de San Damián: «¡Ve y repara mi casa!»? 3.- ¿Cómo ayudar a las comunidades en dificultad» a ponerse más a la escucha del Espíritu, verdadero formador, y a la escucha de los signos de los tiempos? 4.- Para ser auténtica, la formación debe cambiar nuestro estilo de vida y hundir sus raíces en la búsqueda teórica y práctica del rostro de Dios. ¿Qué hemos hecho en los últimos años y qué plan de formación tenemos para el futuro? ¿En qué nos formamos? Compartir la reflexión

Aclamaciones –Loados seas mi Señor, por nuestra Hermana Clara, que se abrazó por tu amor a la pobreza santa. (Padrenuestro) -Loados seas, mi Señor, por su vida penitente y liberada. A Ti, el honor, la gloria y la alabanza. (Padrenuestro) -Loados seas, mi Señor, por su vida alegre y entregada, y porque suscitaste por doquier miles a su semejanza. (Padrenuestro)

Oración Final. Gloriosa Santa Clara, hija esclarecida del jardín franciscano, espejo de pureza y de fe, a quien el Señor concedió la gracia de amar el sacrificio y la santa pobreza y de seguir los pasos de San Francisco. Tú ilustraste a la Iglesia con el admirable resplandor de tu virtud y la enriqueciste con una nueva familia dentro del movimiento franciscano. Alcánzanos del Señor que también nosotros comprendamos el valor sobrenatural de las virtudes del Evangelio, de las cuales tú nos dejaste admirables ejemplos y que, practicándolas fielmente, merezcamos gozar un día del fruto de ellas en el cielo. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor, Amén. CANTO:

QUINTO DÍA.

Oración: Gloriosa Santa Clara, el señor te eligió para ser santa e irreprochable ante El por el amor. Él te dijo: contempla al Señor y quedarás radiante. Tu vida entera fue esplendor y claridad, como tu nombre indica. Encendida en el fuego del amor divino, le bendijiste en la contemplación de las obras de sus manos con cantos de júbilo. Alcanzadnos que, siguiendo a Jesús, como camino, verdad y vida, podamos llegar a gozar de la compañía de los santos en el cielo. Te lo suplicamos por Jesucristo, nuestro Señor Amén.

TEMA 5: LOS RETOS DE CLARA CANTO:

5.1 Formación del corazón y creatividad Cristo resucitado echa en cara a los discípulos su «dureza de corazón» (cf. Mc 16,14; Lc 24,25), es decir, la actitud de repliegue sobre nosotros mismos, prisioneros de nuestros esquemas, que consideramos sólidos y bien fundados, pero que en realidad son incapaces de abrirnos a la novedad de Dios.

La mayor tentación de quien busca a Dios consiste siempre en encerrarlo en las propias perspectivas; en cambio, Dios quiere superar nuestras expectativas, ampliar los horizontes de nuestra existencia. Dios nos sorprende porque tiene confianza en nosotros y nos pide una disponibilidad plena y continuamente renovada. La resistencia a la conversión proviene sobre todo del deseo de conservar la tradición en sí misma y mantener un equilibrio nivelado desde abajo, que con frecuencia expresa aferramiento a los propios esquemas y rechazo a renovarse, más que aprecio de lo que hemos recibido. La fidelidad evangélica siempre es fuente de audacia y de creatividad, de una creatividad que no significa rechazo del pasado o de la riqueza recibida de nuestros santos ni

desestructurar completamente nuestra existencia: es imposible vivir sin estructuras y sin insertarse en una historia.

Creatividad significa poner «vino nuevo en odres nuevos» (Mc 2,22), adaptar las estructuras a la nueva vida que se manifiesta día tras día en nosotros, hacerlas más expresivas y adaptarlas teniendo en cuenta los signos del tiempo en que vivimos. Es una misión confiada a toda generación, a toda época, para hacer vivo y vivificante el mensaje evangélico. Hoy en día vivimos en una cultura que favorece una identidad centrada en el conocimiento intelectual o en expresiones psicológicas y emotivas, más que en la formación del corazón, definido por la Biblia como el centro de la vida del hombre nuevo, «el centro de integración, de apertura y de superación de todo el ser humano». El corazón endurecido -en griego «sklerokardia»- es como la esclerosis de las capacidades y posibilidades de amar, de abrirse a la confianza en Dios; la novedad del Espíritu, en cambio, nos sorprende e impide toda forma de repliegue obstinado sobre nosotros mismos, que, por miedo a perder el talento recibido, tendemos a conformarnos con lo que siempre se ha hecho, contentándonos con esconderlo y conservarlo (cf. Mt 25,18). La resistencia a los cambios puede significar resistencia a la conversión, a dejarse guiar por el Espíritu por sendas inéditas que iremos descubriendo al andar (cf. Heb 11,8).

La preparación seria y creativa de los espacios litúrgicos, comunitarios, recreativos, favorece una formación permanente a la relación con Dios y con los otros. Sobre todo, la autenticidad de la palabra y de los gestos, madurados armónicamente en el silencio y en el tiempo que necesitan, ayuda a construir una personalidad verdadera, libre, serena y acogedora. Esta creatividad espiritual puede continuar cuando el cuerpo se debilita o enferma: el ejemplo de Clara, incluso en este punto, debe enseñarnos a permanecer vivos en el amor y a no resignarnos nunca, a no refugiarnos en la costumbre, que, indefectiblemente, adormece y paraliza cualquier espíritu de iniciativa.

5.2 Espiritualidad bíblica, litúrgica y carismática Creo que no hace falta alargarse recordando los numerosos documentos de la Iglesia y de la Orden que -desde hace cuarenta años- tratan de la importancia de una sólida formación bíblica y litúrgica, sobre todo para las personas consagradas. ¿Pero qué eco han tenido en la VIDA de nuestras comunidades? La relación prolongada con la Palabra de Dios no puede menos que transformar ciertas «prácticas de piedad». La liturgia viva, bien preparada y participada no se opone al espíritu de la clausura, sino que, más aún, debería «formar».

Además, no debemos olvidar que toda liturgia, como indica su etimología, es un servicio al entero pueblo de Dios; por eso, es preciso reflexionar sobre nuestra acogida litúrgica a los fieles laicos que desean unirse a la oración de nuestras comunidades. Todas las comunidades de clarisas del mundo acogen las peticiones de oración que les dirigen hombres y mujeres cercanos y lejanos; quizá haga falta ayudar más a los laicos, empezando por los cercanos a la Familia Franciscana.

Con frecuencia damos la impresión de considerar nuestra vocación como si fuera un hecho adquirido de una vez para siempre, olvidando que el carisma no es sólo una herencia recibida, sino sobre todo una responsabilidad de búsqueda ante Dios y ante nuestro mundo. ¿Cómo logramos adaptar o crear nuevas formas de oración, para convertirlas en «ejemplo y espejo» (TestCl 19), evangelización y misión en nuestro ambiente?

5.3 Sentido de pertenencia «Os ruego, mis señoras, y os aconsejo que viváis siempre en esta santísima vida y pobreza. Y estad muy alerta para que de ninguna manera os apartéis jamás de ella por la enseñanza o consejo de quien sea» (RCl 6, 8-9). ¿A quién pertenecemos? Quizás la respuesta -aprendida de memoria- sea fácil. Pero preguntémonos también: ¿Dónde convergen nuestros deseos y nuestras preocupaciones? ¿Qué cosas nos causan sufrimiento? ¿En qué invertimos de hecho las

energías y el tiempo? ¡La respuesta resulta entonces un poco más difícil! Creo que muchas veces no logramos centrarnos en lo esencial y nos perdemos en lo secundario, que puede ser: la salvaguardia de ciertas estructuras, la supervivencia del monasterio, la búsqueda de vocaciones incluso haciéndolas llegar -improvisadas- de otros continentes, los «celos» territoriales...

¿A quién pertenecemos? ¿Al Espíritu de Dios, que nos «inventa» cada día con nuestra colaboración? ¿O a quiénes otros? «El Señor nos pide una respuesta nueva en cada etapa de la vida» (Pablo VI). Y en esta dinámica de hacer espacio a Dios en nosotros, la prioridad debemos dársela al Evangelio, al carisma franciscano-clariano, a la Familia Franciscana más que al monasterio. ¡Nuestra misión tiene amplios horizontes! No es un sueño, sino la verdadera dimensión de nuestra vocación, que exige kénosis y conversión continua. Precisamente en esos espacios de vida se ve más claramente la necesidad de trabajar juntos, de convertirnos juntos, de caminar juntos: no nos hacemos santos cada uno por su cuenta, sino ayudándonos unos a otros.

5.4 Formación a la relación «Sed siempre amantes de Dios y de vuestras almas y de todas vuestras hermanas, para que observéis siempre solícitamente lo que al Señor prometisteis» (BeCl 14).

Hablando de formación, hoy, es necesario subrayar especialmente la capacidad de relación de la persona: relación con ella misma, con su propia historia, con su afectividad, con sus fracasos, con sus cualidades -que ha de restituir al Señor-... Ése es el fundamento de las relaciones con los otros y con Dios. Sobre todo, nuestra dimensión afectiva necesita ser aceptada sin complejos; sólo así puede alcanzarse la serenidad interior y engendrar la increíble riqueza de vida que favorece el desarrollo armónico de la personalidad. A veces vestimos el hábito religioso y pensamos que el resto vendrá por sí mismo. ¡Cuántos dramas se leen en ciertos rostros tapados por un velo! Dramas

no resueltos, que se convierten en infinitas ocasiones de tensión capaz de destruir la paz de una casa durante meses y años. ¡Qué «paraíso», en cambio, la atmósfera de una fraternidad en la que se ha aprendido a conocerse, a dialogar consigo mismo, con Dios, con los otros! «La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros» (Jn 13,35). Tenemos esta responsabilidad como cristianos y como consagrados; debemos, pues, invertir todos nuestros talentos en fomentar la formación a la relación fraterna y a la relación con Dios. No existen atenuantes: ni la edad, ni el carácter, ni las tradiciones pueden dispensarnos de este compromiso.

Para la reflexión

1.- Sólo una fe «inteligente», la fides quaerens intellectum, iluminada, puede dar un fundamento adecuado a la opción de vivir según el Evangelio. ¿Qué empeño ponemos y qué medios utilizamos para ahondar nuestra fe? ¿Somos capaces de usar al máximo los dones y los carismas de cada una -sin excluir, naturalmente, su preparación intelectual- para el bien de toda la fraternidad?

2.- «La lectio divina (...) permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia» (Juan Pablo II, NMI, 39). ¿Cómo nos dejamos «modelar» por la Liturgia de las Horas, por las celebraciones litúrgicas, por la lectura orante de la Palabra de Dios?

3.- ¿Cuánto «invertimos» en favorecer una formación bíblica, litúrgica y carismática que implique la vida en su integridad?

4.- ¿Qué espacio damos a la formación humana, a la valoración de nuestra afectividad en la vida cotidiana en fraternidad?

Aclamaciones:

-Loado seas, mi Señor, por nuestra Hermana Clara, que se abrazó por tu amor a la pobreza santa. (Padrenuestro)

-Loados seas, mi Señor, por su vida penitente y liberada. A Ti, el honor, la gloria y la alabanza. (Padrenuestro -Loados seas, mi Señor, por su vida alegre y entregada y porque suscitaste por doquier miles a su semejanza. (Padrenuestro).

Oración final

Oh Virgen Clara, fragante azucena del jardín franciscano. Tu vida fue un estar pendiente de las palabras que caían de la boca de tu Dios. Él te dio un amor extraordinario a la oración y a los misterios de su Cuerpo y de su Sangre. Que, siguiendo tus pasos, alcancemos la cima de nuestra vocación. Que busquemos en la tierra la verdadera sabiduría y amemos los bienes celestiales. Obtennos de tu Dios una fe viva en la presencia de Jesús en la Eucaristía y que hagamos de este sacramento la cima de nuestra celebración cristiana. Te lo suplicamos por Jesucristo, nuestro Señor Amen. CANTO:

SEXTO DÍA.

Oración: Santa Clara de Asís, virgen prudente y sabia. Tú obtuviste de tu Dios la gracia de imitar en total fidelidad a Cristo, pobre y humilde, y así te lo concedió la Iglesia. Tú sabías que uno de los mayores obstáculos para alcanzar la virtud es el apego a los bienes de la tierra y que la perfección de la vida cristiana exige que sea Dios nuestro único tesoro y en él esté fijo nuestro corazón. A cambio de todo ello Jesús te concedió su paz. Alcánzanos que sepamos valorar en su justa medida las cosas de este mundo y anhelar constantemente las del cielo. Te lo suplicamos por Jesucristo nuestro Señor, Amen.

TEMA 6: EL CRISTO DE SANTA CLARA

CANTO:

Una rápida lectura de sus Escritos ya deja bien patente que Clara ve indisolublemente unidos en Cristo al Niño que fue «colocado en el pesebre y envuelto en pañales» y al Crucificado que «escogió padecer en el leño de la cruz y morir en él con la muerte más infamante» (4CtaCl). Los hijos de Francisco y de Clara comprueban la afinidad espiritual de la «Plantita» con el Pobrecillo que hizo la primera representación del belén en Greccio y, hacia el final de su vida, configurado con Cristo, recibió los estigmas en el monte Alverna. El tema de Jesús crucificado es frecuente en Clara, y lo evidencia también su devoción, común en el Medievo, a las cinco llagas, reforzada sin duda en ella por haber visto los estigmas de Francisco tanto en vida, cuando lo curaba en San Damián, como tras su muerte, cuando el cortejo fúnebre se detuvo ante el monasterio (cf. 1 Cel 116-117; LM 15,5; 13,8; LP 13; EP 108).

Aunque no pueda atribuírsele la oración a las cinco llagas, tal como ha llegado hasta nosotros, Clara la recitaba diariamente

(cf. LCl 30; Proceso X,10). Además, recomienda a Ermentrudis de Brujas: «Meditad asiduamente en los misterios de su Pasión y en los dolores que sufrió su Santísima Madre al pie de la cruz» (5CtaCl).

Su relación con Cristo es esencialmente esponsal, aunque no ignora los demás tipos de relación. La Carta I a Inés de Praga no deja duda alguna al respecto; puede advertirse justamente cómo Clara desarrolla este tema en razón de las circunstancias: Inés, en vez de unirse en matrimonio al emperador, ha preferido unirse al «Esposo del más noble linaje». De ahí derivan una serie de expresiones metafóricas: «Su poder es más fuerte, su generosidad más alta, su aspecto más hermoso, su amor más suave, y todo su porte más elegante. Y ya os abraza estrechamente Aquel que ha ornado vuestro pecho con piedras preciosas, y ha puesto en vuestras orejas por pendientes unas perlas de inestimable valor, y os ha cubierto con profusión de joyas resplandecientes, envidia de la primavera, y os ha ceñido las sienes con una corona de oro, forjada con el signo de la santidad» (1CtaCl). El tema de los desposorios espirituales, que Teresa de Ávila tratará ampliamente, se había generalizado entre los místicos a partir de san Bernardo.

La terminología adoptada por Clara no dimana exclusivamente de una cultura. Se enraíza en la experiencia fundamental de los grandes orantes de todos los tiempos, desde el Antiguo Testamento; Clara revive las etapas de la búsqueda de Dios, que culminan en la unión. Pero, al igual que en los grandes místicos, su experiencia pasa por Cristo y en Él se basa. Cristo el Señor es «esplendor de la eterna gloria, reflejo de la luz perpetua y espejo sin mancilla» (4CtaCl). La Carta IV a Inés de Praga está enteramente construida sobre la metáfora del espejo y el acto de contemplación de la monja. el tema del espejo está ya insinuado en la Carta III: «Fija tu mente en el espejo de la eternidad…, fija tu corazón en la figura de la divina sustancia» (3CtaCl). La realeza de Cristo brota de la naturaleza de su relación con el Padre.

De hecho, cuando escribe: «Observa, considera, contempla, con el anhelo de imitarle» (2CtaCl), se está refiriendo al misterio de la Pasión, y también al misterio del Cristo Total. Recomienda la meditación de la pasión y de la vida de Jesús, la simple mirada posada sobre él.

Los textos son elocuentes, y no necesitan comentario: «Fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la gloria, fija tu corazón en la figura de la divina sustancia, y transfórmate toda entera, por la contemplación, en imagen de su divinidad» (3CtaCl). Y también: «Mira diariamente este espejo y observa constantemente en él tu rostro… Mira al comienzo de este espejo la pobreza de Aquel que fue colocado en un pesebre… Y en el centro del espejo considera la humildad, compañera de la bienaventurada pobreza… Y en lo más alto del espejo contempla la inefable caridad, por la que quiso padecer en el leño de la cruz y morir… El mismo espejo, colocado en el árbol de la cruz, se dirigía a los transeúntes para que se pararan a meditar… Contempla, además, sus inexpresables delicias, sus riquezas y honores perpetuos…» (4CtaCl).

El tema del espejo le permite expresar la totalidad del misterio de Cristo, tal como Clara lo entiende. La contemplación del Hijo del Altísimo es apertura al Reino; anhelante, el alma sale de sí misma. Pero la unión se produce también -la hija del Pobrecillo no puede ignorarlo- adentrándose en lo más profundo de sí misma, allí donde Dios mora, en la celda interior, como dirá Francisco a sus hermanos (LP 108h; EP 65g. La unión, en este caso, se expresa con términos de parto: como María, el alma acoge, contiene, da a luz a Jesús: «A aquel Hijo del Altísimo, dado a luz por la Virgen, la cual siguió virgen después del parto. Adhiérete a su Madre dulcísima, que engendró un tal Hijo: los cielos no lo podían contener, y ella, sin embargo…» (3CtaCl). «La gloriosa Virgen de las vírgenes lo llevó materialmente: tú, siguiendo sus huellas, principalmente las de la humildad y la pobreza, puedes llevarlo espiritualmente siempre, fuera de toda duda, en tu cuerpo casto y virginal…» (3CtaCl). Este es un tema predilecto de Francisco, que lo desarrolla, aplicándolo a sus

hermanos, en las Cartas a los fieles (1CtaF I,8-10 y en 2CtaF 50-53); Clara sólo lo insinúa, sin detenerse en la fraternidad con Jesús.

En la unión, el alma experimenta la inhabitación trinitaria y, «por la gracia de Dios», se torna más grande que el cielo: «De ese modo contienes en ti a quien te contiene a ti y a los seres todos, y posees con Él el bien más seguro…» (3CtaCl). Cristo conduce al Padre: reaparece el doble movimiento, esto es, la inhabitación y el impulso hacia el Reino, que es la Trinidad. Clara no se evade en una escatología ilusoria, desencarnada. El Reino contemplado en el espejo, que es Cristo, está ya presente, dentro de nosotros. El estado del alma llamada «por el Espíritu» es «la alegría en el Espíritu»: «Alegraos vos y saltad de júbilo, colmada de alegría espiritual y de inmenso gozo» (1CtaCl), porque en Cristo hemos sido llamadas por el Padre «para ofrecerle multiplicado el talento recibido» (TestCl). La llamada, desde su origen hasta su término, se hace en y con la moción del Espíritu. Como es sabido, Francisco llama a las damianitas esposas del Espíritu Santo, hijas del Altísimo (FVCl), vocablos con los que designa, y que convienen por antonomasia, a María (cf. OfP Ant).

La devoción de Clara a la Virgen no es sólo filial: la contemplativa es un ser eminentemente mariano. El realismo espiritual de Clara es semejante al del Pobrecillo. Del mismo modo que María es figura de la Iglesia -María y Juan están a los pies del Cristo crucificado de San Damián-, la contemplativa es un ser eclesial y tiene una dimensión netamente misionera. «Ve y repara mi Iglesia», le dijo Cristo a Francisco. Y éste, como nos recuerda Clara, profetizó de las Damas Pobres en estos términos: «Venid y ayudadme en la obra del monasterio de San Damián, pues con el tiempo morarán en él unas señoras, por cuya famosa y santa vida religiosa será glorificado nuestro Padre celestial en toda su santa Iglesia» (TestCl). Conocido es, además, el deseo de la joven abadesa de ir entre sarracenos para sufrir el martirio (cf. Proceso VI,6; VII,2).

La referencia a la misión no es ocasional, pues aparece varias veces en sus Escritos. La hermana que se empeña en observar el santo Evangelio es para Clara «cooperadora del mismo Dios y sustentadora de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable» (3CtaCl); la más mínima negligencia repercute en el cuerpo entero. Piénsese en el texto en que Isaías describe el papel del centinela sobre las murallas (cf. Is 21,8; 62,8). Piénsese en la comprensión que de la vida contemplativa tenía Teresa de Lisieux. El Testamento de Clara nos hace una última recomendación: «Por consiguiente, si hemos entrado por la vía del Señor, cuidémonos de no apartarnos jamás de la misma en modo alguno por nuestra culpa, negligencia o ignorancia, para no inferir injuria a tan gran Señor y a su Madre la Virgen, y a nuestro bienaventurado padre Francisco, y a la Iglesia triunfante y militante» (TestCl).

La relación con las hermanas que de aquí se deriva reviste numerosos aspectos complementarios, pero tiene su origen en Cristo. Al igual que Cristo es el espejo del Padre, el alma-esposa que lo contempla se transforma en él, se convierte a su vez en espejo, en primer lugar para sus propias hermanas: «Pues el mismo Señor nos puso a nosotras como modelo para ejemplo y espejo no sólo ante los extraños, sino también ante nuestras hermanas [de otros monasterios] que fueron llamadas por el Señor a nuestra vocación, con el fin de que ellas, a su vez, sean espejo y ejemplo para los que viven en el mundo» (TestCl).

Cristo la condujo al Padre, le reveló los secretos del Reino: «¿Ves tú al Rey de la Gloria, al que yo estoy viendo?», pregunta a una de sus hijas, instantes antes de morir (Proceso IV,19). El tiempo se abre a la eternidad. Su sed de Dios, siempre intensa, va a ser finalmente aplacada. Profundamente mariana, se confía al Amor con una total confianza: «Vete segura en paz, porque tendrás buena escolta: el que te creó, antes te santificó, y después que te creó puso en ti el Espíritu Santo, y siempre te ha mirado como la madre al hijo a quien ama». Como le preguntara una hermana con quién estaba hablando, Clara le respondió: «Hablo a mi alma» (Proceso III, 20 y 22).

Profundamente humilde y libre, enteramente purificada, Clara puede, al igual que María, contemplar y cantar en su Magníficat las maravillas que en ella hizo el Altísimo: «Si’ tu benedetto, Signore, ¡lo quale me hai creata!», «¡Bendito seas Tú, Señor, ¡porque me has creado!» (Proceso III,20).

REFLEXIÓN. Clara se ve indisolublemente unid a Cristo al Niño que fue «colocado en el pesebre y envuelto en pañales» ¿A qué me siento yo unida indisolublemente? Cristo la condujo al Padre, le reveló los secretos del Reino: ¿En este tiempo por quien me estoy dejando conducir? «Mira diariamente este espejo y observa constantemente en él tu rostro… Mira al comienzo de este espejo la pobreza de Aquel que fue colocado en un pesebre… ¿en qué espejo me miro cada día? «Fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la gloria, fija tu corazón en la figura de la divina sustancia, y transfórmate toda entera, por la contemplación, en imagen de su divinidad» (3CtaCl). ¿A qué me reta esta frase hoy en día? ¿Puedo yo decir a este tiempo de vida religiosa, que Cristo se a impregno en mí, como se impregno en Clara?

Aclamaciones -Loados seas, mi Señor por nuestra Hermana Clara que se abrazó por tu amor a la pobreza santa. (Padrenuestro) -Loado seas, mi Señor por su vida penitente y liberada. A Ti, el honor, la gloria y la alabanza (Padrenuestro -Loados seas, mi Señor, por su vida alegre y entregada y porque suscitaste por doquier miles a su semejanza. (Padrenuestro

Oración Final: Gloriosa Santa Clara de Asís. Dios infundió en tu corazón un profundo amor a la pobreza y a toda palabra que proceda del Señor. Tu itinerario espiritual va marcado por un despojo interior y exterior que te liberó de toda traba o atadura y te hizo vivir en un remanso de paz alegre y serena. Queremos que nuestra vida, a ejemplo tuyo, sea un continuo esfuerzo por

unirnos cada día más a Cristo pobre y fundamento de la felicidad. Negándote a ti misma y cargando con la cruz, seguiste a Cristo en entrega generosa, y le elegiste como tu roca y tu hereda. Ayúdanos para que sigamos tus ejemplos y para que nuestro corazón esté siempre fijo en el Señor. Te lo suplicamos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

SEPTIMO DÍA. Oración: Gloriosa Clara de Asís, santa de la luz, la paz y la alegría. Tú consagraste la vida a los asuntos del Señor, dedicándote a ellos en cuerpo y alma en aquel monasterio de San Damián, considerando despreciables las cosas de aquí abajo en comparación con los bienes del cielo. Las rejas y muros te recordaban el compromiso radical con tu Dios, y Él era para ti la quietud, el gozo, la seguridad, la plenitud. Obtennos de Cristo el que sepamos valorar en su justa medida las cosas de este mundo y que anhelemos constantemente los bienes del cielo. Te lo suplicamos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

TEMA 7: COMUNIÓN DE VIDA EN FRATERNIDAD

CANTO:

Clara, siguiendo fielmente la opción evangélica de Francisco, vive el seguimiento de Cristo pobre en la comunión de la vida fraterna. Desde que el Altísimo reveló a Francisco que debía "vivir según la forma del santo Evangelio" (Test 14), y a Clara le iluminó el corazón (cf. TestCl 24), ni uno ni otra se comprendieron a sí mismos, sino en comunión profunda con sus hermanos y hermanas. Y, desde que el Señor les regaló hermanos y hermanas (cf. Test 14; TestCl 25), tampoco pensaron otra forma de vida que no fuese la vida fraterna en comunidad. Tanto para Clara como para Francisco, la fraternidad es el lugar en el que el Evangelio es vivido en lo cotidiano, el ámbito privilegiado en el que se da testimonio de un Dios que es comunión en la diversidad y diversidad en la comunión. Por eso, la fraternidad será un elemento irrenunciable del proyecto evangélico franciscano-clariano.

Llamados a seguir más de cerca el Evangelio y las huellas de nuestro Señor Jesucristo, los Hermanos Menores y las Hermanas Pobres somos constituidos en fraternidad y como fraternidad. Si la vida consagrada es "signum fraternitatis" (cf. VC c. II), la vida en fraternidad es nuestro rostro, nuestra vocación y misión, nuestro modo de vivir el Evangelio y de testimoniar a Cristo (cf. Jn 13,35). La fraternidad es, sin lugar a duda, uno de los ejes, junto con la contemplación y la pobreza-minoridad, sobre los cuales Francisco y Clara han hecho girar toda su forma de vida. En este sentido, el nombre que llevamos, Hermanos Menores y Hermanas Pobres, es bien significativo y sintetiza nuestra vocación y misión, tal como se lo consignó Francisco a Clara.

La fraternidad, como exigencia de la vocación franciscana y clariana, parte de una experiencia de fe, gracias a la cual, primero Francisco y luego Clara, pueden reconocer que los otros son verdaderos regalos del Señor: "Cuando el Señor me dio hermanos", reconocerá Francisco, lleno de estupor (Test 14), y otro tanto confesará Clara: "… junto con las pocas hermanas que el Señor me había dado a raíz de mi conversión" (TestCl 25). Dios dio hermanas a Clara, como había dado hermanos a Francisco. Ellos y ellas son don y regalo del "Padre de las misericordias". Y lo que nace de una experiencia de fe, se alimenta y nutre de la contemplación del misterio trinitario, modelo y origen de toda comunión fraterna (cf. VFC 8.9), y se manifiesta en gestos llenos de afecto que rezuman una caridad genuina y muestran una relación transparente, sin doblez, basada en la sencillez, en la familiaridad y en el reconocimiento de los dones del Señor en cada uno de los hermanos y hermanas. Sólo la mirada del que ama y tiene un corazón sencillo, como en el caso de Francisco y de Clara, es capaz de descubrir, con admiración y respeto, la obra del Espíritu en los demás (cf. EP 85). Nada tiene de extraño el que tanto San Damián como la Porciúncula se conviertan bien pronto en lugares donde el ideal de la primitiva comunidad cristiana (cf. Hch 2,44-47; 3,34-35)

se hace vida en lo cotidiano, y tal experiencia se vuelve visible en gestos bien concretos, a través de los cuales unos nutren a otros (cf. 2R 6,7-8; RCl 8,15-16), y todos obedecen incondicionalmente a Dios y se obedecen caritativamente entre sí.

Pero la fraternidad, para ser propuesta de vida evangélica, debe ser verdadera, concreta e íntima. Por este motivo, Clara, al mismo tiempo que pide a sus hermanas que "manifieste confiadamente la una a la otra su necesidad" (RCl 8,15; cf. 2R 6,8), les exhorta a manifestar, a través de las obras, el amor que se profesan: "Amándoos mutuamente por la caridad de Cristo, mostrad exteriormente con las obras el amor que interiormente os tenéis, para que, estimuladas las hermanas con este ejemplo, crezcan siempre en el amor de Dios y en la caridad mutua" (TestCl 59-60). Y, si entre ellas se hiciese presente cualquier desavenencia o escándalo, las hermanas no deben dejarse llevar de la ira o la turbación, sino mantener la paz del corazón y adelantarse a ofrecer el perdón recíproco para sanar las heridas (cf. RCl 9,5ss; Adm 11), conscientes siempre de que "la unidad del amor mutuo es el vínculo de la perfección" (RCl 10,7) y que la fraternidad se construye al precio de la reconciliación y el perdón (cf. VFC 26).

Si la fraternidad cualifica y da autenticidad a nuestra consagración y misión, entonces nuestras comunidades deben ser verdaderas fraternidades y hacerse visibles como tales. Para ello, debemos construirlas y reconstruirlas día a día, obedeciendo todos a la palabra del Evangelio que resuena en el corazón e inspira el tierno afecto y la autenticidad de los gestos cotidianos, a través de los cuales se plasma el amor a los demás. Cualquier gesto fraterno, hasta el más elemental, el más humilde y el más simple, lleno de bondad, discreción y delicadeza, puede convertirse en una "piedra pulimentada" (2Cel 204) en la construcción de la fraternidad.

Dado que la fraternidad implica apertura y reconocimiento de los otros, construir fraternidad significa trabajar para que la

colaboración con otras fraternidades sea una hermosa realidad. Esto exige renunciar a la autosuficiencia, cualesquiera que sean los medios de que una fraternidad disponga. Lo cual significa además tener un gran sentido de realismo. Porque ¿cómo puede un hermano creerse tan "rico" que llegue a pensar que no necesita de los demás? El orgullo y la soberbia, que pueden provenir del número de Hermanos y Hermanas o, incluso, de una buena preparación intelectual, son frutos de la carne, nunca del Espíritu. La comunión que abre las puertas a la colaboración es el mejor antídoto contra el cansancio y la falta de esperanza que a veces ronda en nuestros corazones.

La tentación, para los Hermanos Menores, puede significar el "provincialismo", mientras que, para las Hermanas Pobres, puede ser la "autonomía" de que gozan los monasterios, si ésta es pensada y practicada como un cerrarse sobre sí mismas, como una "defensa" frente a "peligros" externos que amenazan ciertas falsas seguridades. A la luz de lo dicho, cabe preguntarse: ¿Qué imagen de sí mismas ofrecen nuestras fraternidades? ¿Qué significa para nosotros pertenecer a una Orden? ¿Qué sentido de pertenencia a ella tenemos? ¿Qué medios utilizamos para construir fraternidad y para superar los conflictos que surgen en nuestras fraternidades? ¿Cómo vivimos las cualidades requeridas en toda relación humana? ¿Qué ejemplos de perdón y reconciliación podemos ofrecer al mundo de hoy, tan violento y dividido? ¿Qué cambios se nos están pidiendo para lograr una verdadera colaboración entre Provincias y entre monasterios?

Personalmente estoy convencido de que, si mucho es el camino que hemos recorrido en el "terreno", no siempre fácil, de la fraternidad, mucho es el que todavía nos queda por recorrer para alcanzar unas fraternidades que puedan ofrecer a nuestra sociedad el singular testimonio de ser "lugares privilegiados de encuentro con Dios" (CCGG 40) y "hogares" en los que se puede alcanzar "la plena madurez humana, cristiana y religiosa" (CCGG 39).

Para la reflexión.

Uno de los grandes retos que tenemos por delante es el de pasar de una vida en común a una comunión de vida en fraternidad. Para ello, no es suficiente, ni mucho menos, vivir bajo un mismo techo. Tampoco, realizar un mismo trabajo, ni siquiera ser buenos amigos. No somos ni una comuna, ni una empresa, ni un simple grupo de amigos. ¿Qué tanto estoy dispuesta a cambiar, para vivir una verdadera fraternidad, como lo hiso Clara y Francisco?

Somos hermanas, formamos "una familia unida en Cristo" (ES II 25), en la que se deberían dar unas relaciones interpersonales verdaderas y armónicas, cordiales y fraternas, animadas por la fe en el Padre en quien todos somos hijos, en el Espíritu que nos une en el respeto a la diversidad, y en el Hijo en el cual somos hermanos. ¿Cómo ha sido mi relación en la fraternidad hasta hoy? ¿Cuáles han sido mis aportes para crear un ambiente de unidad y fraternidad?

Una fe que nos lleve a amar a todos sin distinción, incluidos los que sufren. Una fe que nos anime a esperar en las otras y en la posibilidad de su conversión y crecimiento. Una fe que nos mueva a trabajar sin descanso en la construcción de la fraternidad, aunque ello signifique morir a uno mismo (cf. LG 46). ¿mi nivel de fe, me lleva a creer a un cambio profundo de mi congregación? ¿qué tanto estoy dispuesta a morir, a mis caprichos, a mis propias actitudes, a mi forma de ser para lograr una buena fraternidad?

Aclamaciones:

-Loados seas, mi Señor por nuestra Hermana Clara que se abrazó por tu amor a la pobreza santa. (Padrenuestro) -Loado seas, mi Señor por su vida penitente y liberada. A Ti, el honor, la gloria y la alabanza (Padrenuestro -Loados seas, mi Señor, por su vida alegre y entregada y porque suscitaste por doquier miles a su semejanza. (Padrenuestro

Oración final: Santa Clara de Asís, Dios hizo de ti un ejemplo esplendoroso de fe y mortificación, consumiendo tus días en el servicio y alabanza de tu Dios. Toda tu vida es una aventura del espíritu con tonos de auténtico heroísmo. Alcánzanos el que cada uno, en su puesto, trabaje en la Iglesia por la salvación de los hombres y la glorificación de Dios. Que no nos dejemos llevar por el vértigo de los afanes terrenos y por el brillo de los bienes pasajeros… y así un día podamos gozar de los bienes que Dios nos tiene preparados. Lo suplicamos por Jesucristo, nuestro Señor Amén. CANTO:

OCTAVO DÍA.

Oración: Santa Clara de Asís, Madre y Maestra de tus hermanas. En tu vida admiramos, junto con la virtud de la pureza virginal y la austeridad de tu penitencia, tu bondad y tu amor. Diste tus cosas, y sobre todo, te diste a ti misma al servicio de tu Dios y al servicio de tus hermanas. Con tu actitud supiste hacer amable la virtud y atraer a muchos hacia la bondad. Obtennos de tu Dios vernos libres de pecado y que, al ver nuestras buenas obras, los demás, glorifiquen a Dios. Lo suplicamos por Jesucristo, nuestro Señor, Amén.

TEMA 8: LA VOCACIÓN DE CLARA.

DESARROLLO Conocer nuestra vocación para mejor responder a ella, es el gran desafío con el que nos enfrentamos constantemente. Es una tarea nunca acabada y que no podemos delegar. En ello nos jugamos nuestra fidelidad.

Tanto para Clara como para Francisco, nuestra vocación, que es también nuestra misión, es vivir el santo Evangelio (RCl 1,2; 2R 1,1). Viviendo el Evangelio, glorificaremos "al Padre celestial en toda su santa Iglesia" (TestCl 14), y le bendeciremos y alabaremos (TestCl 22) en todo tiempo y lugar, a través de nuestra "famosa y santa vida religiosa" (TestCl 14). De este modo, formaremos "un cuerpo de piedras vivas pulimentadas" (2Cel 204) y seremos "ejemplo y espejo" los unos para los otros y todos para los demás (cf. TestCl 19).

¡Grande y hermosa es nuestra vida y misión, queridas hermanas y hermanos! Consideremos, pues, los múltiples dones que del "Padre de las misericordias" hemos recibido y diariamente recibimos, especialmente el de nuestra vocación (cf. TestCl 2). Consideremos la copiosa benignidad de Dios para con nosotros (cf. TestCl 15). ¡Mucho es lo que el Señor nos ha regalado!

Restituyamos multiplicado el talento recibido y guardemos los mandatos de Dios y del bienaventurado padre Francisco (cf. TestCl 18). Entreguémonos totalmente a aquel que todo entero se ha entregado por nosotros (cf. CtaO 29). Entreguémonos, sin reserva alguna, al "más bello de los hijos de los hombres" (2CtaCl 20). Alegrémonos siempre en Él y no dejemos que nos envuelva la tiniebla de la mediocridad, ni la amargura y tristeza que produce "el fango del mundo" (5CtaCl 2). Antes bien, mantengámonos fieles a Aquel a quien nos hemos entregado en amor eterno (cf. 5CtaCl 3-4; 1CtaCl 5).

"confirmar" nuestro "propósito" de servir al Señor y ser fieles a quien nos hemos prometido hasta la muerte (cf. 5CtaCl 4), llevando a término con empeño la obra que tan bien hemos comenzado (cf. 5CtaCl 14), "progresando de bien en mejor, de virtud en virtud" (1CtaCl 32), sin estorbos en los pies, para que ni siquiera nuestros pasos recojan el polvo, sino que, seguros, gozosos y dispuestos, recorramos con cautela la senda de la bienaventuranza (cf. 2CtaCl 12-13).

Clara, engendrada dentro de la Iglesia por la fecundidad profética de Francisco, confesará en su Testamento: "El Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino" (TestCl 5). Esta confesión de Clara, que bien podríamos llamar "oración del corazón" de la madre a sus hijas, es la síntesis del Evangelio indicado por Francisco, es la convicción sencilla y fuerte de la "dama pobre", capaz de sostener el sentido y la búsqueda de toda una vida: ¡Conocer el camino para alcanzar la visión de la belleza del Rostro de Dios manifestado en Jesucristo! Este camino ha tomado forma en la vida de Clara, creando un espacio abierto a la "operación del Espíritu del Señor", dando origen a la "forma de vida" de las Hermanas Pobres, que ella misma delinea en la Regla confirmada por el Papa Inocencio IV el 9 de agosto de 1253.

Clara tiene el privilegio de centrar lo franciscano en lo esencial. elementos esenciales de nuestro carisma, muy fundamentales en la vida de toda Hermana Pobre, así como en la vida de todo

Hermano Menor: la dimensión contemplativa, la pobreza y la fraternidad. Vivir estas "prioridades" hará más visible y significativa nuestra vida y transformará nuestra existencia en "profecía de futuro" (NMI 3).

Para reflexionar. ¿estoy convencida de mi vocación? ¿Qué elementos observo en mí, que pueda asegurarme que no estoy equivocada de mi vocación? ¿Cómo estoy ayudando con mi testimonia a cultivar la vocación de mi hermana de fraternidad? ¿Qué estoy haciendo para alimentar mi vocación, y la vocación de mis hermanas? por donde paso ¿Qué olor voy desramando, para poder motivar a más jóvenes a nuestra congregación?

Aclamaciones:

-Loados seas, mi Señor por nuestra Hermana Clara que se abrazó por tu amor a la pobreza santa. (Padrenuestro)

-Loado seas, mi Señor por su vida penitente y liberada. A Ti, el honor, la gloria y la alabanza (Padrenuestro

-Loados seas, mi Señor, por su vida alegre y entregada y porque suscitaste por doquier miles a su semejanza. (Padrenuestro

Oración Final

Gloriosa Santa Clara, hermana, madre y maestra. Tú supiste ser madre y servidora de todas las religiosas que, siguiendo tu ejemplo, vinieron a vivir tu ideal. Supiste unir maravillosamente la fe y la bondad. Los más mínimos detalles de la vida de cada día eran siempre expresión de tu amor a ellas. Queremos aprender de ti esta gran lección para ir por la vida haciendo amable la virtud. Alcánzanos de tu Dios el saber servir a los hermanos, la convivencia fraterna y delicada, y el saber testimoniar amor en todas las necesidades. Lo suplicamos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. CANTO:

NOVENO DÍA. Oración: Virgen prudente y fiel, que brillas en el jardín franciscano Santa Clara de Asís. Te admiramos por tu santidad y por tu poder de intercesión ante Dios. Ya en tu vida mortal obtuviste constantes beneficios del cielo. Eso nos ha animado a venir ante ti en esta novena y a presentarte nuestro culto. Te hemos traído nuestros problemas y nuestras súplicas por las necesidades que tenemos más urgentes. Obtennos de Jesús cuanto con fe te hemos pedido. Lo suplicamos por Jesucristo, nuestro Señor Amén.

TEMA 9: DIMENSIÓN CONTEMPLATIVA DE SANTA CLARA DESARROLLO

Hacer del Evangelio la única regla de vida, como en el caso de Francisco y de Clara, implica haber descubierto el primado de Dios y de su Palabra en la vida de cada día. Dicho primado no es un principio general, sino el núcleo central de nuestra común vocación. Por este motivo, la dimensión contemplativa ha de ser considerada como la primera y fundamental expresión de nuestro seguimiento de Cristo. Dicha dimensión contemplativa, que, en expresión de Clara, consiste esencialmente en el abrazo amoroso con Cristo para identificarse con Él, y llena de estupor y gratitud al misterio de la encarnación. Aquel, "al que no podían contener los cielos", se abajó hasta hacerse morada "en el pequeño claustro" del "vientre sagrado" de la doncella de Nazaret (cf. 3CtaCl 18-19). El "Señor de los señores" (2CtaCl 1), "tan digno, tan santo y glorioso", al recibir "la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad" (2CtaF 4), "quiso aparecer en el mundo como un hombre despreciado, indigente y pobre" (1CtaCl 19); "y, siendo sobremanera rico (2Cor 8,9), quiso escoger la pobreza en este

mundo, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre" (2CtaF 5). En Clara, esta mirada es la mirada de esposa a Esposo, es la de un corazón enamorado que contempla la encarnación del Verbo del Padre a la luz del amor. Es la mirada atenta y permanente -"diariamente..., constantemente" (4CtaCl 15)-, que lleva a descubrir la belleza de Jesucristo, el "Esposo del más noble linaje" (1CtaCl 7), con el aspecto "más hermoso" (1CtaCl 9), "cuya belleza admiran sin cesar todos los bienaventurados ejércitos celestiales", y "cuya visión gloriosa hará dichosos a todos los ciudadanos de la Jerusalén celestial" (4CtaCl 10.13). Ante la maravilla de que el Hijo de Dios se haya abajado tanto por nuestra salvación, Clara no puede menos de exclamar, llena de estupor: "¡Oh admirable humildad, oh asombrosa pobreza! El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra (cf. Mt 11,25), es colocado en un pesebre" (4CtaCl 20-21). Y no puede menos, tampoco, de invitar a la contemplación de semejante misterio: "Mira atentamente…, considera..., contempla" (4CtaCl 19.22.28). Pero, si la pobreza y humildad de Belén encienden el estupor interior de Francisco y de Clara y los conquistan para Dios, será el Calvario el lugar privilegiado del amor esponsal de la virgen Clara y del amor transformante de Francisco. De hecho, es en la pasión y muerte del Señor donde se revela plenamente, hasta las últimas consecuencias, el amor de Dios hacia el género humano, su "inefable caridad" (4CtaCl 23). Por lo cual, ante el escándalo de la cruz, la mirada de Francisco se torna seguimiento: "Dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1Pe 2,21; 2CtaF 13), y la de Clara se vuelve penetrante, apasionada y llena de compasión: "Abrázate a Cristo pobre como virgen pobre. Míralo hecho despreciable por ti, y síguelo, hecha tú despreciable por Él en este mundo... Mira atentamente, considera, contempla, con el anhelo de imitarle, a tu Esposo…, hecho para tu salvación el más vil de los varones, despreciado, golpeado, y azotado de mil formas en todo su cuerpo, y muriendo entre las angustias de la cruz" (2CtaCl 18-20).

La contemplación franciscano-clariana, es camino de identificación con el Señor. Quien asume una actitud contemplativa en su vida, se transforma en "criatura nueva" (Gál 6,15) y puede decir en verdad: "Para mí la vida es Cristo" (Fil 1,21). Tanto para Clara como para Francisco, lo mismo para las hermanas que para los hermanos, contemplar es dejarse habitar por Cristo para convertirse en su morada permanente (cf. Jn 14,23); es "mirar", "observar" y "adornarse" de las virtudes del Señor: la bienaventurada pobreza, la santa humildad y la inefable caridad (4CtaCl 15.16.18); es mirar atentamente a Cristo y abrazarse a Él con el anhelo de imitarlo (cf. 2CtaCl 18-20). Contemplando continuamente el rostro de Cristo, Clara lo refleja como en un "espejo" y comunica la fuerza que le viene de nutrir y custodiar, en el corazón y en la vida, una fuerte pasión por Cristo, su Esposo, y una tierna compasión por el hombre y la mujer de todo tiempo. De este modo, Clara, "amante apasionada de Cristo crucificado y pobre" (Juan Pablo II), y Francisco, "verdadero amante e imitador" de Jesucristo pobre y crucificado (cf. TestCl 5), se transforman en testimonio del amor de Dios por la humanidad.

Para reflexionar

A la luz del ejemplo de Clara y de Francisco, podemos preguntarnos: ¿Qué lugar ocupa Dios en nuestras vidas? ¿Cómo vivimos la dimensión contemplativa que caracteriza el carisma franciscano-clariano? ¿Cuáles son los obstáculos que encontramos en nuestra vida de contemplación y cómo podemos removerlos? En nuestro caso concreto, ¿seguimiento y contemplación coinciden? ¿Cómo se vive en nuestras fraternidades la "clausura del corazón"?

Aclamaciones:

-Loados seas, mi Señor por nuestra Hermana Clara que se abrazó por tu amor a la pobreza santa. (Padrenuestro) -Loado seas, mi Señor por su vida penitente y liberada. A Ti, el honor, la gloria y la alabanza (Padrenuestro -Loados seas, mi Señor, por su vida alegre y entregada y porque suscitaste por doquier miles a su semejanza. (Padrenuestro

Oración Final

Gloriosa Santa Clara, patrona y modelo. Te hemos seguido durante estos nueve días, admirando tu vida y contemplando tus virtudes y tu intercesión poderosa. Queremos imitarte. Dios te llamó, te entregaste en plenitud e hiciste de tu vida un cántico de fidelidad y de amor. Pedimos tu intercesión. Alcánzanos de Jesús el perdón de nuestros pecados, la perseverancia en la gracia y el bien particular que te hemos pedido en esta Novena si es del agrado de Dios. Lo suplicamos por Jesucristo, nuestro Señor Amén.

CANTO: