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líSE O R EGlOS N uestro planeta 1 CUATRO REALES 1 f. SBMPERE Y BDITORBS Calle del Palomar, número 10 11 Sncnrsal: Mesonero Romanos, VALENCIA MADRID

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líSEO REGlOS

Nuestro planeta

1 CUATRO REALES 1

f. SBMPERE Y COMPA~1~ BDITORBS

Calle del Palomar, número 10 11 Sncnrsal: Mesonero Romanos, ~2 VALENCIA MADRID

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p . S emperre y Comp.a Edito11es.~ .. VRllENCIA

Obras publicadas á UNA. peseta e l tomo

n•cn~á Gnliano.-l.as t11 = 1/lllla twches. ~ ramo (Siblla).-1•~<1 '"'j r·. f. taxis, Bonafoux, ·Biasco llla11ez. - Emillo

Z Ji t ~~~ ¡,/ 1 1/ /1118 oln't~B). 'lexis.-Lns eh cns ,¡~¡ amigo Leftbre. Jlamira.-C'oaas d, 1 din.

flrg '1 Guerra.-J,¡/ero lo.• extranjeros. ClKouulne.-JJios '1 .¡ Fstado.

Id. -1' ,¡ ¡·alt:ww. Socialismo y Aufi/, oloqismo.

;aróro d Holbach.- JloiséB, Jesus y .Jla-h( 14

:::audelairo. Los paraísos artiflciates. eeuuzzi.-C'n 11cion y vida. Cjmrnson.-J;/ Rey.

Id. -El guanle.-]lás. alld de tcu {ttu=ns humanas.

"lasco lbáilez.-('ueulos valenda-ttOB. Id. -Ln condenada.

Oouhelier.-F/ n 11 sin corona (drn.mn.). uovlo (Juan).-Las doctrinas de tos p artí­

''"' ,,o{¡ tu os u1 L'uro¡Ja. Cracco.-J/a~,·ns humanas.

Id. -!:;e o•·ttbú el ctmor.-Bjmr nson.­rlltt qwebra.

CJchner.-l'<l~,·.:a 11 materia. Id. -1 u.: y o·ida. Id. -CitiH'irt 11 .. Yaturateza.

Cuckle.-Bo~qw.io d~ una historia deL in­t lec! o es¡111 no/ ,¡, sde el sigLo V hasta 111~dindo8 el 1 X 1 X

Cueno -Ara; tl. tier·ra. r.Jnge.-La 11oc• l1c de la sangre. t:Jpitán Casero.-Recuerdos d11 u n r evolu­

r.tururto Ca mandante +++.-.A si hablaba Zorra·

''Cfsi ·o. Conde Fa11raquer.-La e:z;putaión de loe

j,sui/cpt, Chamfor t.-C11adros hist61·icos de la R evo­

luctv!a francesa. D'Annunzlo.-Epíscopo y Oompwn.ía. Darwln.-El origen clet hombre.

Id. -j}fi viaje a.t1·ededor del mundo. 2 tomos.

Id . -OriyP•c de las especies. S t. Id. -EJ'}JI'eBión de tas emociones en el

lcombn~ 11 Pll los animales. 2 t. Oaudet.-Cue111os cwcorosos y pat1·ióticos. Del Casti llo (8. E.).-Dos Américas.

Id. -JlutuaUdad, Ooopen~r tismo y P revisi ón.

Del Castillo Már quez (F. X.) .-Baj o otro• cielo>.

De la Torre.- Cuentos d~l JúcOII'. Oellino .-Atomos 11 ast1·os. Oeutsch.-Die= 11 seis a11os en Siberia. ll t. Oide -Jliaufl Sn·vet '1 Oalvi1w. Oldero t.-Obras filosófic as. Oraper.- Conflictos entre La Religión y la

t '"-'liCia. EchagUe.-Prosa de combate. Eng els.-OI'ifi~n tiP la fam ilia, de la pro·

¡Jie!lnd ¡n·, va.: 1 .11 del Estallo. 2 t. Fabbri. -Simlicrclismo ¡¡ rcnarquism{). Faure.-Rl tlofot• IIIIÍ!!C1'8aL. 2 t. Finot .-F.I prrjuicio rlf lns raz a s. 2 t. Flaubert.-Po1·1os CtWIJWB ¡¡las pla yas.

Flaubert.- La tentación de San .Antoni: France (Anatole).-Ln cortesana de .L,

)undria (l'ais). Francés.-.1fiedo. Garcia Calde rón.- Hombres ~ ideas de

ll/tP!If¡·o li·~mpo. Garchine .-l,n guerra. Gautie r (Judi1 h).- Las crueldades del awo1 Gautier (Teófilo).- Un viaje por Espallu. Georga.- l'ru~¡reso 11 ntiseria. 2 t.

Id . -L'robl~llltts sociales. Gómez Carrlllo.- fl. s{lle de visiones .

Id. - Pur t ie?'1'Ct8 lej anas. Goncourt .-La ram~ra Elisa. Gorki.-Los ex hombres.

Id . -En l a ]n'isión. Grave.- La sociedad futura. 2 t .

Id. - L a sociedad mor ibunda y la anal' quía.

Guerln Glnlsty.-EI fango. Gutlér rez Gamero.-La.derrota de Jlnlla r Guy de Maupassant.-El llo1·la .

Id . - L a munccbía. Hamon.-Detenninismo y responsabil irln ,¡

Id . - Psicología del milittu · pt·or~ siounl.

Id. - Psicología del socialista · a na 1 quista.

Id. -Socialismo 11 anm·qui811lO. Hmckei.-Los eniymas del u,th•e¡·so. 2 t.

Id . - L as maraviUns de .la -vidct.!! 1 lfaggard.-El h ijo de los boe1·s. Helne.- De la A lemania. 2 t.

Id. - Los d io.•es •'n el drsl ien·o. Hugo (Vfctor).- EI suelto det Pc~pa. lbsen. - La comedia del a?nm·.-J.os r¡w

1'1·e1·os en I l elgPtaud. Id . -Empe1·a.dor y GaULeo. - J ul·

]J)mpe¡·ador . 2 t. Id. - Los espectros.- Ifedda Gnbte1· Id. - Cuando ¡•es·ucitemcs.- Jtlan­

briel BoTkman. lnchofer.-L a moncwquia jesuítica. lngegnleros .-La simulnción en la l11th

por la virln Id . -Italia en la vida, en la ci'''

cia y e11 el a rte. Jacqulnet (Ciemencla).- I bs.n¡¡ s11 obr o Kropotklne.- Lu COitquistn del 71an.

Id . - l'lttabms d·· w1 J'ebl' ltle. Id. - Oam¡•os, (ubricns¡; la l/ Prt Id . -Las prisiones Id . -El a]wiJO mutuo. Un {acl•

de 1 n ~volución. 2 t . labrlola ( Arturo ).-Rc{orma y ?·evolltci•l

80ti<ll. labrio la (Antonlo).-Del m aten'aliswo hi

tórico. l aclos.-Las amistades pe/ig¡·osas. l augei.-Los prolJ/e7ntcs de l a.X a hu·tclr.:•

Id. -Los p¡·ob/emas del nlmcc. Id. -Los ¡noblemns de la vitla.

Leone.-EI Sindicnlismo. López Ba llesteros.-./unlo (1 l ns máq11 ino Lubock.-Lct dichn clr In vida. Mackay.-Los amcrr¡uisf tl8. Mmterlinck.-R/Ieso,·o tle los lwmild ,.•. Malato.-Piloso{ut 11,1 "ll" ¡·quii!JII"

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NUESTRO PLA NETA

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OBRAB DEL MISl\IO AUTOR

PUBLICADAS POR ESTA CASA

Et,olución !J rel'olución.-U na peReta.

La moutwia -U na peseta.

jlfis eJplorariones en América .-U na peseta

El arro!Jo.-Una peseta.

ELrSEO RECLÚS

NUESTRO PLANETA

Traducción de R oberto Roúert

---F. SEMPERE y CoMPAÑÍA, EDITORES

Calle del Palomar, núm. 10

VALENCIA

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E 1ta Oasa Edi tor ial obtuvo D iploma. de H onor 11 lJf~dalla de Oro en la E:r:po­l icídn R egiollal de Valenci a d e 190,.

Imp. de la Oua Editorial F. Sempere y Comp.•-v .A.L:ucu.

CAPÍTULO PRIMERO

La Tierra en el espacio

I

P equeñez de la Tierra comparada con el Sol y las estrellas. ­Grandeza. de sus fen ómen os.- F orma y dimensiones del globo terrestre.

... La Tierra que habitamos es uno de los as tros

más ínfimos , y casi se escapa, á fuerza de exigüi· dad, á las miradas de la inteligencia del astróno­mo que sondea las inmensidades del espacio. Simple satélite del Sol, cuyo volumen es 1.255.000 veces más grande, no es más que un punto rela­tivamente á las enormes extensiones de éter re­corridas por los planetas que gravitan hacia su globo central; el mismo Sol es como una chispa perdida entre los 28 millones de estrellas descu­biertas por el anteojo de Herschel en la Via Lllc­tea; por último, esta inmensa aglomeración de

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soles y planetas, que parece que forma una han. da de luz alrededor del Universo entero, no es en realidad mlls que una nebulosa, es decir, una nube de astros, semejante A una niebla que se desvanece por el espacio infinito. Mlls allA de nuestro cielo se extienden otros cielos, y luego otros mlls, que tarda la luz eternidades en reco­rrer, A pesar de su prodigiosa rapidez. ¿Qué es la Tierra en ese abismo sin fondo de las estrellas? Aislada puede parecernos inmensa; demasiado vasta para nuestra pequeñez, no nos ha dejado descubrir toda su superficie, pero en relación con el mundo sideral, es menor que el grano de arena comparado con la masa de las montañas, menor que una molécula atmosférica comparada con la extensión de los aires.

Verdad es que no es mAs que un grano de polvo la Tierra para el que ve las nebulosas en el camp~ de su telescopio, y sin embargo, no es me­nos digna de estudio que todos los astros del cielo. Si no tiene la grandeza de sus dimensiones no deja de ofrecer en todos sus pormenores infi~ nita variedad. Las generaciones enteras que se suceden en su seno podrían pasarse la vida estu­diAndola, sin acabar de conocer completamente su belleza, y no hay ciencia especial cuyo objeto sea una parte de la superficie terrestre ó una serie de sus productos, que no ofrezca A los sabios in­agot.able dominio. Este globito es, lo ~ismo que el Cielo, un verdadero cosmos, por la admirable

NUESTRO PLANETA 7

armonia de sus partes y de su conjunto. Este planeta imperceptible es, desde cierto punto de vista, tan grande como el Universo, porque es ex­presión en las mismas leyes. Por la forma de su órbita, por sus diversos movimientos de trasla­ción y rotación, por la sucesión de dias y estacio­nes y por cuantos fenómenos gobierna la gran ley de la atracción, la Tierra es representante de los mundos; en ella estudiamos todos los astros.

Nuestro planeta es un esferoide, es decir, una .esfera achatada por los polos y convexa en el Ecuador, de modo que todas las circunferencias que pasan por el extremo del eje polar tienen forma eliptica. La depresión de cada polo vie­ne á ser de una trescentésima parte del radio terrestre, ó sea de 21 kilómetros, pero no es seguro que ambos casquetes polares estén igual­mente achatados. Tal vez exista un contraste en­tre los dos hemisferios, no sólo por el relieve de los continentes y la distribución de los mares, sino ·también por la forma geométrica. Sea de ello lo que fuere, parece demostrado que la curvatura no es exactamente la misma en todas las partes de la Tierra situadas A igual distancia de los polos; Jos meridianos, sin excepción, son elipses irregulares. Las mediciones recientes de grados llevadas A cabo por los astrónomos, especialmen­te la gra~ triangulación ejecutada desde 1816 has­ta 1852 bajo la dirección de Struve, desde las eostas del Océano Glacial hasta las orillas del

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Danubio, han revelado en la forma terrestre sin~ guiares desviaciones, causadas, ya por la natura­leza geológica del suelo, ya por la proximidad de poderosas aristas de montañas. De las comarcas de Europa, Inglaterra é Italia tienen una superfi .. cie notablemente más achatada que la de los pai­ses vecinos.

Parece además que una hinchazón perpendi­cular al Ecuador, y por lo tanto paralela al meri­diano, forma un relieve alrededor del mundo, pasando á través de Europa y África, unos doce grados al Este de la longitud de Paris; en cambio, dos depresiones ó polos de segundo orden, acha­tados en unos dos kilómetros, algo más de la tresmilésima del radio terrestre, corresponden á ambas regiones de la zona ecuatorial, donde las tierras están muy hundidas, uno á 102 grados del Este de Par1s, en medio del archipiélago de la Sonda; otro en el hemisferio del Oeste, cerca del istmo de Panamá. Esas desigualdades de curva­tura, que indudablemente son variables y corres­ponden á los cambios de lugar del centro de gravedad del planeta, no se revelan más que al astrónomo y no interrumpen en ningún paraje la horizontalidad aparente de la superficie de las lla­nuras y los mares.

Las dimensiones de la Tierra no pueden com­pararse con las de los grandes cuerpos celestes, y sobre todo con las del espacio que pueden son­dear los telescopios. Si la luz (cuya velocidad se

NUESTRO PLANSlTA 9

toma en astronomía como término de compara­ción) pudiera propagarse siguiendo un a linea curva, daria siete vueltas á la Tiert'á en un segun­do, de modo que esa medida, única conveniente en los espacios estelares, es completamente inapli­cable á la superficie de nuestro globo. El hombre, que es tan pequeño con relación al planeta, empe­zó por usar como medida de su dominio todo ó parte de su propio cuerpo, como el pie, el codo, el brazo ó la distancia que r~rre durante un espacio de tiempo determinado. Á fines del último siglo, los sabios que honraban entonces á Francia imagi­naron dividir exactamente la circunferencia de la Tierra en partes iguales que sirvieran de medida común para todas las distancias terrestres. Esa medida común ó metro, que con auxilio de sus múltiplos ó divisores permite evaluar tan fácil­mente la circunferencia de la Tierra como la de una molécula apenas visible, es la diezmillonésima parte del arco descrito desde el Ecuador hasta uno de los polos. Á consecuencia de errores inevitables por las dificultades de la medición, el metro ideal supera al metro usual en una undécima parte de milímetro, pero puede despreciarse en la prácti­ca sin inconveniente esa diferencia mínima, per· fectamente invisible á la simple vista. La 11nea que da vuelta á la Tierra pasando por los dos extre­mos polares viene á tener una longitud de unos 40 millones de metros ó de 40.000 kilómetros. Como ha hecho notar Schúbert, esta distancia

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podrta recorrerla un hombre fJ. paso normal en un año, siempre que no se parara un momento. La superficie del globo, calculada por Wolfers según las medidas mfis recientes que han hecho los astrónomos en diversos paises sobre los arcos de longitud y latitud, debe de ser de 509.990.553 kiló­metros cuadrados. Según el astrónomo Enke, es de 509.950,658 kilómetros cuadrados y la masa planetaria se eleva fJ. mfis de un trillón 83 billones <le kilómetros cúbicos.

II

Movimientos del planeta: rotación diurna, revolución anual.­Dia sideral y día solar.-Sucesión de días y estaciones.-

t Diferencia de duración entre las estaciones de ambos hemis­ferios.- Precesión de los equinoccios.-Nutación.- Per­turbaciones planetarias.-Traslación de la Tierra hacia la constelación de Hércules.

La Tierra, glóbulo aislado en el espacio in­me?so, no permanece inmóvil, según supon tan los ant1guos pueblos, viendo en ella la base inquebran­table del firmamento. Arrebatada por el torbellino d~ la vida universal, muévese sin descanso, descri­biendo en el éter una serie de espirales e11pticas tan complicadas, que todavía no han logrado los astrónomos calcular el conjunto de sus diversas

NUESTRO PLANETA 11

<!urvas. Girando sobre si misma, describe la Tierra una elipse alrededor del Sol y se deja llevar de cie· lo en cielo á remolque de ese astro hacia lejanas <!onstelaciones. Oscila después, se balancea sobre su eje y se aparta más ó menos de su camino para saludar á cuantos cuerpos planetarios vienen fi su encuentro. Es probable que no pase dos veces por las mismas regiones del éter; pero si tuviera que recorrer de nuevo la espiral de elipses que ha re­corrido ya, no lo podria hacer hasta pasado un ciclo de tantos millares de años, que ya estar1a la Tierra completamente transformada y no seria el mismo astro. La Naturaleza, que es inmutable en sus leyes, pero varia constantemente en sus fe-nómenos, nunca se repite. .

El movimiento de la Tierra cuyos efectos mme­diatos nota mfis el hombre es la rotación diurna que se verifica alrededor del eje ideal q~e P.asa por los polos. El globo gira de dere~ha á Izqm.er­da ó de Occidente fJ. Oriente, es dec1r, en senttdo in~erso del movimiento del Sol y de las estrellas, los cuales parece que surgen en Oriente para des­aparecer en Occidente. Nula en lo~ polos, porque el eje de la Tierra e m pieza y termina en. ellos, la rotación es tanto más rápida en cualqmer parte del aJobo cuanto más apartada se encuentra ésta del :je central. En San Petersburgo, baj~ el grado t>O de latitud, la velocidad de la rotación es de unos 14 kilómetros por minuto; en Paris, pasa de 18 kilómetros; en la linea ecuatorial, que puede

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considerarse como la llanta de una rueda gigan· tesca, dicha velocidad es doble de la que arrastra á la Tierra en el grado 60, ó sea de un os 28 kiló­metros por minuto, ó 464 metros por· seaundo casi . o ' 1gual á_ la de una bala de cañón de 12 kilogramos despedida por ü kilogramos de pólvora. Gracias al movimiento de rotación, la Tierra presenta alter­nativamente al Sol una y otra de sus caras, para volverlas luego hacia los espacios relativamente obscuros del éter; as! se establece la sucesión de d!as y noches. Además, la rotación terrestre es un hecho capital que hay que tener en cuenta para deter·minar· la dirección de los fluidos en moví· miento sobre_ la superfici_e del globo, como ríos y arroyos, corl'lentes mar!t1mas y atmosféricas.

La revolución anual que la Tierra describe al­rededor del Sol se verifica siguiendo una elipse uno de cuyo~. focos lo ocupa el astro centrn l, y cuya excentricidad es casi igual á las 17 milési­mas del eje mayor. La di~tancia que separa el Sol del planeta ,·aria, pues, constantemente según los puntos de la órbita que recorre la Tierra. En su a.felio, es decir, cuando está más lejos, esa distan­Cia es de unos 150 millones de kilómetros· en el perihelio, cuando están más cerca los dos 'astros es de unos 145 millones. Los astrónomos ha; evaluado la distancia media, desde las correc­ciones de Encke, Hansen, Foucault y Huid, en 147.800.000 kilómetros. Ese es un espacio que re· corren los rayos solares en 8 minutos y 16 segun-

NUiliSTRO PLANETA lS

dos; el sonido tardaria 15 años en atravesar la

misma extensión. Según ha formulado Keplero en sus célebres

leyes, el planeta se mueve con más rapidez cuanto más cerca está del Sol y retrasa su marcha en proporción de su apartamiento del astro, pero. su velocidad media puede calcularse en unos 30 ktló­metros por segundo, ó sea en 60 veces la rapidez de una bala al salir del cañón. Esa rapidez, en la ~ual no se puede pensar s in vértigo, se suma, en todos los puntos de la superficie terrestre, con el movimiento de rotación que la arrastra alrededor del eje polar. Modificada por ese movimiento, la linea descrita por un punto cualquiera de la su­perficie terrestre se convierte en espiral.

Después de haber girado 366 v~ces sobr~ si misma la Tierra ha recorrido su órbtta, y relattva· mente ~l Sol se encuentra en la mis ma posición que al salir del punto de partida. Acaba de cum­plir el año. Durante ese espacio de tiempo, com' puesto de 366 revoluciones terrestre~, el ~ol no ha iluminado sucesivamente cada hemtsferro más que 365 veces. ¿Cuál es la causa de esa anomalla aparente? ¿Por qué un movimiento completo de rotación ejecutado por el globo alrededor de su ~je no coincide exactamente con el d!a solar? Por­que al girar la Tierra sobre si misma, arrebatada ~n su inmensa órbita, cambia constantemente de posición con relación al Sol. Co·n· rel~ción á las ~strellas situadas á distancia cas1 mfimta de nues-,

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tro sis~ema, el planeta puede decirse que perma­nece stem~re en el mismo sitio, y por consiguien­te el di a Sideral, es decir, el intervalo que separa d~s pasos de la misma esttella por encima del m1smo me.ridiano terrestre, presenta precisamen­te la duración del movimiento rotatorio de nuestro planeta. Después de cada revolución cotidiana, el planeta presenta á esos astros lejanos la misma parte de su superficie, y si se extinguiera de pron­to la luz del Sol, si una estrella como Sirio ó Al­debarán se convirtiera en nuestro gran foco de resplandor, nuestros días tendrían la duración exacta de una rotación terrestre, es decir, unas 23 ho.ras y 5n minutos. Pero el Sol es una estrella próx.Jm.a á. la Tierra. Mientras ésta verifica su m O\'Jmtento de rotación sobre sí misma recorre 2.581.000 kilómetros de un arco de la órb' .t . . . 1 a, por consiguiente, el Sol, en su marcha aparente, pare-ce que retrocede otro tanto, y para que la Tierra le pres~nte exactamente la misma parte de su s uperficJe que al principio de su evolución tiene que rodar cuatro minutos más El d< · ' · . . · 1a s1gmen te ot~o movimiento d-e la Tierra añade otros cuatro mm u tos á la .duración del día, y así sucesivamen­te hasta final~zar el año. Esos aumentos diarios de cuatro mmutos á la longitud de los días for man dur~nte un año un tota l de minutos igual á la duración de un dta de rotación, de lo cual re ... sul.ta q~e el número de los días solares del año es mferwr en una unidad al de los días siderales~

NUESTRO PLANETA 15

La rotación cotidiana de la Tierra alrededor­de su eje produce la sucesión de días y noches, y su revolución anual alrededor del Sol causa la alternativa de las estaciones. Si el eje de la Tierra, es decir, la linea ideal que une ambos polos, fuese perpendicular al plano de la órbita anual, es evi· dente que la parte del globo iluminada por el Sol se extendería invariablemente de un polo á otro y los dias y las noches se compondrían exacta­mente de doce horas en ambos hemisferios. Pero no sucede así; la Tierra se inclina al verifica r su movimiento de traslación; su eje está inclinado unos 23 grados y medio sobre el plano de la ói·bi­ta y sostiene esa linea ideal en una posición que se puede considerar como invariable relativamen­te á las rápidas peripecias de los dia s y las. esta­ciones. Esta oblicuidad del eje ocasiona contmuos cambios de aspecto. La parle de la Tierra ilu~i~a· da por los rayos del astro central varia. diana­mente, porque si el eje del planeta so~llene ~u extremo fijo hacia un mismo punto del e~pac10 infinito ofrece á consecuencia de la traslac1ón del globo u'n grado de inclinación que cambia sie~­pre con relación al Sol. Dos veces al año está dis­puesto de tal manera, que los rayos solares caen perpendicularmente sobre el Ecuador del glo?o; en todos los demás periodos de la revolucJó? anual, ya el hemisferio septentrional, ~a el men· dional, es el que recibe la mayor cantidad de luz.

El año astronómico empieza el 20 de Marzo.

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16 BLÍSS:O RECLÚS

en el preciso momento en que el Sol alumbra verticalmente el Ecuador y hace pasar por los dos polos el circulo de separación entre los rayos y la sombra. Entonces el periodo de obscuridad es igual al de luz y mide exactamente doce horas en cada punto de la Tierra. Por eso se llama equinoccio (igualdad de noches). Pero pasado ese dia, que sirve de punto de partida á la primavera en el hemisferio del Norte, y que fué designado durante algunos años en Francia con el nombre de 1.0 de Germinal, continúa la Tierra su movi­miento de traslación. Gracias á la inclinación del eje, el hemisferio boreal, vuelto hacia el Sol, recibe más cantidad de luz y el hemisferio meridional está menos alumbrado. Los rayos verticales del Sol caen cada vez más al Norte del Ecuador, y el cir· culo de luz, lejos de pararse en los polos, donde empieza á reinar un día de seis meses, se extiende mucho más allá sobre las regiones boreales. Por último, el 21 de Junio, dia del primer solsticio (1), encontrándose el eje de la Tierra muy inclinado hacia el Sol, este astro irradia en el cénit del tró­pico de Cáncer á 23 grados y medio al N orle del Ecuador, y su luz ilumina toda la zona glacial ártica, es decir, el casquete terrestre que cubre un

(1) El nombre de solsticio de verano es impropio, puesto que sólo conviene á las comarcas del hemisferio septentrional . ' y el solsticio de verano de Paris es de invierno en el Cabo de Buena Esperanza. Tampoco deberían llamarse los equinoccios de otono ni de primavera.

NUESTRO PLANETA 17

espacio de 23 grados y medio alrededor del polo Norte. Entonces acaba en el hemisferio septen­trional la primaver·a y empieza el verano. En cam­bio, en el meridional sucede el invierno al otoño. Al Norte del Ecuador hay días largos y noches cortas, y al Sur las noches duran más que los dias. En la zona ártica, el Sol desct·ibe com plata­mente encima del horizonte la espiral de movi­miento aparente de rotación diurna. · El di a de seis meses inaugurado en el polo Norte con la primavera alcanza la hora de mediodía el primer día del verano y empieza la media noche en el mismo instante para las tinieblas que ocupan el polo Sur.

Inmediatamente después del 21 de Junio, los fenómenos que se han verificado durante la esta­ción anterior se reproducen en sentido inverso. El Sol parece que retroceda hacia el ho!'izonte del Sur; sus rayos verticales dejan de caer sobre la linea del trópico septentrional, y se acercan constantemente al Ecuador; la zona de luz del polo boreal y la zona de sombra d.el ~ustral, se van estrechando al propio tiempo; dtsminuyen los días en el hemisferio del Norte y crecen en·el del Sur; poco á poco se restablece el equilibri~ entre ambas mitades de la Tierra. El 22 de Septtembre vuelve á encontrarse el Sol directamente encima de la linea ecuatorial, y su luz roza los dos polos. El equinoccio, ó igualdad absoluta de los días Y las noches en todas las partes del globo, se pre-

2

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18 ELÍSEO RECLÚB

senta por segunda yez durante el año, pero ese momento de equilibrio no es, digámoslo asi, más que un punto matemát1co entre dos es_taciones. El eje de la Tierra, que durante los se1s meses transcurridos lwbía vuelto el polo Norte hacia el Sol, le prel:>enta entonces el polo Sur; los rayos verticales del a!:5tro central caen al i\lediodía del Ecuador· tene~tre, y el hemisferio meridional re· sulta á su \e:t. ganancioso en cantidad total de luz )' en longitud de los días. E m pie1a para él la pn· mavera, y para el otro el otoilo. Tres meses des­pués, el 21 de Diciembre, el Sol se encuentra d1 rectamente encima del trópico meridional ó de Capricornio, á 2:-3 gt·ados y medio o! Sur· del Ecua­dor terrestre, y lu zona glacia l antártica queda completamente nlumbrada por su~ rayos. De-;­pués, gracias al movimiento de traslación del globo, esa.;; dos e~tacione:s s1guen cada cual su curso en sentido iu,·et·so hasta que la Tierra se encuentra al cHllo en posición análoga á la del punto de partida; el equinoccio de Marzo, prime1· dí3 de la primaver·a en Europa ) de oloilo en Aus· t~·alia. empiezn de nue\'o el uilo astronómico.

La formH elíptica de la órbita terrestre y la ~elocidad de~igunl del globo en los dt::;tin tos pun · to~ de su recotTido, dan por resultado una dife· r·encia muy notable de longitud en la duración de la":S el:>laciones. En efecto, del 20 de i\larzo al 23 de Septiembre, es decir, durante la primtn-era y el

. verano del hemi::derio boreal, tarda la Tierra 18o

t-UE~:>TRO PLAN&TA

dias en describir la primera y mayor parte de su órbita, y durante el periodo de invierno, desde el 22 de Septiembre hasta el 20 de Marzo, no emplea más que 179 días en recorrer la segunda parte. El período eslivu 1 del hemisferio boreal es 7 ú 8 días 1nayor que el período correspondiente del hemis· ferio meridional; además, á consecuencia del ma· yor espacio de tiempo durante el cual permanece vuelto hacia el Sol el polo ártico, el número de horas del día es mayor en el hemü,ferio del Norte que el de horns de noche, cu ando en el hemisfe· rio austral ocurre lo contrario. Hay cierta com- • pensación, porque si dura menos el ver·ano en la parte meridional de la Tierra, el planeta ~e en­cuentra durante esa estación más cerca del Sol; pasa por el perihelio, y por lo tanto recibe mayor cantidad proporcional de calor. Pero no se puede dudar, como lo demuestra la observación direc­ta de las temperaturas y la de los vientos y co· rl'ientes, de que la s tierras del Sur, á igual <..listau· cía del Ecuador, son más fria:s que las del N arte; el problema está en averiguar si ese fenómeno se origina en la distribución de los continentes ó del contraste entre las estaciones que presentan am· bas mitades de la Tierra. En resumen: ¿el hemisfe­rio austral gana por su proximidad al frío central tanto calórico durante la estación cálida como ganó el opuesto por ~u exposición más prolongada á los rayos solares? ¿Hay perfecta compensación? Así opinan la mayoría de los astrónomos; basán·

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20 ELÍSEO RECLtS

dose en el célculo, afirman que en cada hemisfe­rio la intensidad del calor está en razón inversa de su duración: otros sabios, siguiendo el sentir del matemlltico Adhanar, autor de una ingeniosa teoria sobre la periodicidad de los diluvios, pien­san que por la irradiación nocturna, el hemisferio cuyo verano es mlis corto se enfria mucho mAs que el hemisferio opuesto.

Sea de ello lo que fuere, si el equilibrio entre las estaciones no existe actualmente entre ambas mitades del mundo, acaba por restablecerse des­pués de una larga serie de siglos, á con ecuencia del lento movimiento terreslt'e conocido con el nombre de prece ión de los equinoccio :como un peón da vueltas por el suelo inclinllndose en todos sentidos y describiendo con su eje un cono ideal, gravita la Tierra en el espacio balanceando lenta­mente la linea de los polos. Esa linea, siempre in­clinada unos 23 grados y medio sobre el plano en la órbita terrestre, gira lateralmente, apuntando A cada paso á una nueva región del cielo; si se la prolongara indefinidamente, se la verla dibujar un c1rculo en medio de las estrellas; cambiando as1 constantemente de dirección el eje de la Tierra, el plano del Ecuador ha de varitlr exactamente del mismo modo en la posición que ocupa respec­to al Sol. En efecto, todos los años el momento preci:so del equinoccio de l'vlarzo se adelanta veinte minutos sobre la hora del año precedente. Cada revolución de la Tierra alrededor del Sol lleva

NUESTRO PLANETA 21

constgo un nuevo adelanto de 20 minuto ~ ,) como el eje del planeta no cesa de girar durante ellt·ans­CUI'SO de las edades, ocurTe que después de un período de 12.900 años e tran:::,{orman por com· pleto las condiciones de las estacione . El hemisfe­rio que recibía más calor, recibi1·á menos, y el que tenía más días de invierno, gozaré de verano mAs largo. Después de otro periodo de 12.!300 ~ños, durante el cual las rela ciones enli'e las estacwnes de ambos hemi ferias se verificnn otra vez, el eje de la TietTtl completa s u balanceo, que ha durado 258 siglos , la posición del globo re!::ipeclo al Sol vuehe á !::iel' poco más ó menos lo misma que en el punto de partida y empieza el egundo ciclo de e l8ciones.

Pudiera darse á es e período el no mbr·e de aiio gra11de de la Tierra, si el planeta, al fi .n~liz~r tal espacio de tiempo, se encontrara en posición Idén­tica á la que ocupaba al principio, pero no o?urre así. La a tracción de la Luna, las perturbocwnes causadas por lo proximidad de los planetas, mo· difican sin cesar la curva descrita por el eje terres· tre en el espacio y la complican con mult.itu~ de espirales, cuyos períodos diversos ~o cmnctden con el gran periodo de balanceo del eJe. Las o~qu­laciones sucesivas forman un sistema conttnuo de espirales entrelazadas. . .

Y hay mAs. Á los movimientos- del g~obo mdt­cados ya, A su giro diario, á su revoluctón anu.al alrededor del Sol, al balanceo rHmico de su eJe,

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ELÍSEO RECLÚS

probado por la precesión de los equinoccios, A la nutación ó balanceo mAs rápido que le hace sufrir la atracción de la Luna, hay que añadir el enorme movimiento de traslación que le arrastra de cielo en cielo A remolque del Sol. Pocos años hace que los astrónomos desconocían todavía ese movi­miento, y sin embargo, se verifica con una incon­cebible rapidez, doble de la que hace moverse al planeta alrededor del astro central. En un segun­do de tiempo recorre la Tierra unos 71 kilómetros hacia el punto del cielo donde está la constelación de Hércules; en un año recorre 2.225 millones de kilómetros. Esa enorme distancia, que la luz no podrla andar en menos de dos horas y cinco mi­nutos, no se sabe si forma parte de una elipse descrita por todo el sistema planetario alrededor de un núcleo de atracción que el astrónomo Maed­ler creyó descubrir en Alción, en el centro de las Pléy~des, ó si, como opina Carm, tiene por foco, lo mismo que las curvas de estrellas múltip les, un centro de gravedad común A varios astros un

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punto matemAtico eternamente variable en el es-pacio infinito. Esa traslación de nuestr·o g lobo natal á través de los cielos insondables nos da una idea de la inmensa variedad de los m¿vimien­tos que hacen girar los astros como moléculas de una tromba de polvo. Nuestra Tierra es arrebata­da por los espacios, sin poder cerrar nunca el ci~lo de sus revolucioues. Desde el dia en que sus primeras células se agruparon, describe por los

NUESTRO PL-\NlllTA 23

-cielos la espiral indifinida de sus elipses, y nunca dejará de girar y oscilar en el éter hasta el mo­mento en que ya no exista en forma de planeta aislado, porque también ha de acabar, como los demás cuerpos del U ni verso; nace y vive para morir. Su movimiento anual de rotación va tenien­do menos velocidad; verdad es que ese retraso es poco perceptible, puesto que desde Hiparco hasta Laplace, ningún astrónomo lo habla comprobado todavia; pero como una fuerza cósmica obrando en sentido inverso no compense la pérdida de ve­locidad causada por el roce de las mareas contra el fondo y las riberas del Océano, el impulso del planeta irá disminuyendo. Después de peripecias imposibles de prever, la Tierra acabará por cam· biar completamente de situación y perderá su existencia independiente, ya para unirse con otros cuerpos planetarios, ya para dividirse los frag­mentos, ya para caer encima del Sol como un

.aerolito.

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CAPÍTULO II

Las primeras edades

l

Op~niones diversas sobre la formación de la.Tierra. -IIipóte-818 de La place: graves objeciones que provoca. -Teoría del fuego centraL-Objeciones.

El origen de la Tierra se p!erde en la noche de nuestra ignorancia. Á ningún hombre de ciencia pueden autorizarle sus observaciones ni sus razo­namientos para decirnos cómo se formó el plane· ta, aunque nazcan continuamente nuevos astros en 1~ inmensidad del cielo. El telescopio no ha servido más que para comprobar la aparición de esos cuerpos celestes, sin revelarnos su manera de ~armarse. Una vez sola, en Diciembre de 1845t tuvieron los astrónomos la suerte de asistir á la división de un cometa, el de Biela, viendo doblar­se al astro, romperse luego y constituir dos nú­cleos .de distinto tamaño, que andaban por el espaciO uno tras otro. Pero este hecho único no­da derecho á imaginar que se forman del mismo

NUBlSTRO PLANETA 25

modo todos los globos del cielo, ni para afirmar que las estrellas y planetas nacen asi por una es­pecie de división. El ingenio humano está redu· cido todavía á hipótesis sobre el nacimiento de­nuestro globo y de todos los demás. Desde la leyenda del salvaje que hacia nacer la Tierra del estornudo de un dios, hasta la teoría del gran Buffón, según el cual los planetas del sistema solar son sal picaduras arrojadas al espacio por el encuentro de un cometa y un sol, las cosmogonías balbuceadas por los pueblos antiguos y las in ven· tadas por los sabios modernos, no son más que conjeturas más ó menos plausibles é ingeniosas.

La hipótesis más aceptada en nuestros días es la que, después de propuesta por el filóso.fo Kant en 1755 y desarrollada por Herschel, ha s1do pre­sentada de nuevo y apoyada magníficamente por Laplace en la Exposición del sistema del mundo, Y es tal la autoridad del geómetra ilustre, que su hipótesis la consideran erróneamente muchas personas como hecho científico perfectamente de­mostrado. Por lo tanto, hemos de exponer, aunque sea muy sucintamente, un boceto de la historia

primitiva de la Tierra. Supone La place, en primer lugar, que el espa-

cio en que hoy se mueve el sistema solar lo ocu­paba una materia cósmica gaseosa de alta tempe­ratura y dilatación excesiva, compara~le con ~a de los más enrarecidos gases. Irrad1ando s1n cesar á su alrededor, y perdiendo calórico en be·

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26 ELÍSEO RECL ts

neficio de los espacios que la rodeaban, la enorme nebulosa había de condensarse poco á poco en derredor de un punto central, destinado á conver­tirse algún día en sol. Atraídas unas hacia otras las moléculas de gas no obedecían sólo al movi~ miento de condensación, sino que eran anastradas en ch·culo inmenso en derredor del eje del siste­ma. La pél'dida de calórico y la concentración de la masa esferoidal, que era su consecuencia, daban p.or resultado el aumento de rapidez de la rota­Ción. Al mismo tiempo la fuerza centrífuga se acrecentaba en proporción, y bajo el influjo de esa fuerza, achatándose la masa atmosférica en am­bos po~os, iba tomando la forma de un disco. Por último, la atracción, que habla sujetado las moléculas de la circunferencia y la había impedi­do e'>caparse por el espacio, estaba equilibrada por la fuerza centrífuga, y mientr·as la mayor parte de la masa gaseosa seguía condensándose alrede­dor del núcleo central, la zona exterior solicitada á.un tiempo por fuerzas opuestas, dejaba de mo­dificar su distancia relativa al eje del esferoide y tomaba la forma de un reborde circular ó de un anillo giratorio.

o.tros anillos, separados de la masa achicada, se aislaban sucesivamente del mismo modo y se?uian describiendo alrededor del Sol su mo~i­miento de rotación. Con esta hipótesis, esos ani­Jlos son los futuros planetas del sistema solar Los más ligeros hablan de ser los más apartado~

NUESTRO PLANETA 27

del Sol, por la menor densidad de la atmósfera incandescente que los constituía; los más pesados hablan de ser los formados posteriormente de capas gaseosas más próximas al centro del Sol, y por lo tanto, más densas. Nótase, en efecto, que los planetas más distantes del foco central, como Urano y Neptuno, tienen el peso especifico del corcho, y que la densidad de los globos aumenta (aunque sin seguit· una ley absolutamente regu­lar) desde los grandes astros lejanos hasta los pla­netas chicos y pesados del interior del sistema. Además, los planos de las órbitas planetarias, q.ue están levemente inclinados unos sobre otros, In­

dicarán la situación del Ecuador del Sol, cada -época en que se verifica uno de esos grandes des­garramientos que ha de dar origen á un nuevo

planeta. . Adelgazándose á causa de la pér·d1da lenta de

su calórico, los cuerpos anulares conservaban su forma durante una serie de edades más ó menos larga, pero en cuanto, por una perturbación as­tronómica, se hacia uno de sus segmentos más denso que los demás, éste ejercía una fuer·za cre­ciente de atracción, rompía en provecho suyo la zona de materia gaseosa y la condensaba á su alrededor, en atmósfera concéntrica. Por efecto de las leyes de rotación, tomaba el planeta nuevo una forma esferoidal, análoga á la del astro que le había dado origen, y gracias á la pri~e~a fuerza impulsiva de sus moléculas, su mov1m1ento se

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28 J!lLÍSIIlO Rl!lCLÚS

duplicaba: continuaba su revolución en torno del Sol y empezaba á girar sobre su eje.

L~ formación de los satélites se explicaba tamb1én por· la retirada gr·adua l de la masa gaseo­s~ de los planetas primarios. Los anillos despren­didos de la zona ecuatorial de estos astros se con­dens~n también, contra!dos por la pérdida de­cal~rrco, y e convierten en otras tantas lunas. Los pflltdos anillos de Saturno son los únicos que recuerdan en el cielo la antigua forma de todas las e~feras qu.e la condensación del Sol y de Jos pla~etas ha~ Ido .dejando en el espacio: antes, segun e.:;ta hipótesis, eran una simple hinchazón ecua~onal del planeta primitivo; otro día serán satél.Ites .esféricos, semejantes á las ocho lunas que Ilumman las cortas noches de Saturno.

Segú~ la ideas de Laplace, todo el sistema planetar·¡o formó parte en otro tiempo del Sol. El a:stl'O, compuesto únicamente de moléculas gaseo as mucho má:s ligeras que el hidrógeno, en-globó en su enor·me redondez todo el . . espacw en que l.o:s planetas (tr~clu o Neptuno) describen hoy sus Inmensa~ órbitas. El diámetro del esferoide solar habr!a Sido entonces 6.500 veces más consi­derabl~ que hoy, y su volumen habría superado 860 millares .de millones de veces al volumen act~~l. TambJén la Tierra, antes de enfriarse y soh.dlf1carse, habría abarcado á la Luna en sus llm!les, y su diámetro habría sido cerca de cien veces el del planeta Júpiter; pero vago, aéreo.

NUESTRO PLANETA 29

lfluestro globo no habría tenido más que una vida .cósmica impersonal; al solidificarse, al endure­cerse su corteza empezaría su verdadera exis-

tencia. Esa es una hipótesis brillante, seguramente

la más hermosa y sencilla de cuantas han pro­puesto los astrónomos: mejor que otra cualq uiera da cuenta del m ovimiento uniforme de trasla­-ción de los planetas de Occidente á Oriente; co n­cuerda, al parecer, de una manera notable con .ciertos hechos subsiguientes de la historia de la Tierra como nos la cuenta la geología; por últi­mo los maravillosos anillos que rodean á Satur-, no parece que proclaman la verd ad de la teoría imaginada por Laplace. Hasta los experimentos de gabinete parece que reproducen en miniatura el espectáculo grandioso presentado durante las primeras edades por el nacimiesto de los plnne­tas. El sabio belga Platean ha encontrado el medio de hacer girar á un globo de aceite en una mezcla de agua y de alcohol del mismo peso especifico que el aceite. Cuando la revolución del a::;tro imi­tado es bastante rápida, se ve que el globo se aplasta por los polos, se ensancha por el Ecuador, forma luego una especie de reborde circul ar y produce, por último, verdaderos anillos que se condensan rápidamente en glóbulos animados de un movimiento de rotación propio y giran alre­dedor del globo centra l. Aunque esos planetas microscópicos se originan en la expansión de la

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30 ELÍSEO RECLÚS

gota de aceito, son reproducción exacta del siste­ma solar.

Pero el mismo Laplace emitió esta hipótesis con desconfianza, y nadie tiene derecho á encon­trarla mlls fácil que el gran geómetra. Efectiva­mente, sus conjeturas no explican la presencia de l~s cometas que gravitan alrededor· del Sol en ór­b~tas p~rfectamente determinadas, y que en su htpó.tesJs son extraños ~1 sistema solar; tampoco e~piJc?n 1~ fo~ma elíptica de las órbitas planeta­l'Jas n1 la mch~ación de su eje, y además parece que las de::;m1ente el movimiento retrógrado de lo~ satélite~ de Urano. Las nebulosas lejanas, que los a::,tr·ónomos lomaban por hacinamientos de materia cósmica no condensada, y que eran un p.oderoso argumento en favor de la hipótesis, han stdo re:sueltas en gr·an parte por los telescopios y apare.cen á nue~tra vista como torbellino:::. ó O'I'U­

pos SJdemle~ de caprichosas formas; muchu: de ellas ~on varwbles y el telescopio nos lus muestra ~u~estvamente bajo muy diversos aspectos. Por ultimo, el ~escubrimiento del análi~i.s espectral, que .ser·á Imperecedero título de gloria para Kir­c?~ff y B~n~en, autoriza para creer que la com po­Sición quimica del Sol difiere bastante de la de los plan~ta.s de su sistema, pue:::.lo que el tal astro no co?tten~, á lo menos en sus capas exteriOre-s ni si.hce, nt estaño, ni plomo, ni mercurio ni pl~ta m oro: Debemos confesar que la célebr~ y :seduc: tora hipótesis de Laplace no basta para explicar

NUESTRO PLANETA 31

todos los fenómenos observados. El espíritu hu­mano, hambriento siempre de certidumbre, fácil· mente se deja llevar á tomar simples conjeturas por verdades absolutas, y la menor virtud del filó· sofo no es saber dudar sin temor Cuando el in­vestigador no pueda descubrir la verdad, que se atreva á ignorarla y permanezca animoso en el umbral del mundo desconocido.

útra hipótesis hay, relacionada con la brillante teoría astronómica de Laplace, y es continuación suya, para contar la formación de la envoltura pla­netaria. Condensado ya en globo el anillo gaseo· . so, no dejó de contraerse á consecuencia de la irradiación de calórico. Liquidada por el enfría· miento gradual de sus moléculas, la masa entera se convirtió en mar de lavas arremolinadas en el espacio, pero dicho estado fué transitorio. Des· pués de un número indeterminado de siglos, la pérdida de calor fué bastante grande para que una ligera escoria se formara como un témpano en la superficie del mar de fuego, quizá en uno de esos polos que el frío llena hoy de montailas y bancos de hielo. Á esta primera escoria sucedió otra, lue­go otras más, uniéronse en continentes, que flota· han por la superficie de las lavas, y por· último, cubrieron con una capa continua todo el contorno del planeta, y una envoltura delgada y sólida apri­sionó el inmenso mar incandescente.

Esa envoltura, rota frecuentemente por las lavas que hervian debajo, soldada de nuevo, gra-

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ELÍSEO RECLÜS

~ias á la solidificación de las escorias, fué hacién­dose más recia por el enfriamiento. Después de una época de prodigiosa longitud (porque el único intervalo durante el cual la temperatura de la cor­teza terrestre bajó de de 2.000 grados á 200 está calculado en 3 millones y medio de siglos), la pe­licula adquirió al fin estabilidad y las erupciones de la masa liquida interior dejaron de ser un fenó­meno general para localizarse en las regiones donde la capa r!gida era menos recia. La atmós­fera ambiente, llena de vapores y de substancias di \'ersas sosten idas en estado gaseoso por el exce­sivo calor, se fué desprendiendo de su carga; cada cuerpo, uno tras otro, se separó de la masa lumi­nosa y ardiente del aire para precipitarse sobre la envoltura sólida del planeta; los metales y otros cuerpos simples, según la disminución de tempe­ratura necesaria para hacerlos pasar del estado gaseoso al líquido, cayeron como lluvia de fuego sobre la lava terrestre; después, el vapor de agua contenido en las altas regiones de la masa gaseosa se condensó en inmensa capa de nubes surcada . , sm cesar por los relámpagos; empezaron á caer gotas de agua (las primeras del océano atmosfél'i­co), volatilizándose en el camino y volviendo á su­bie; por último, á una temperatura muy superior ú_100_ grados, á consecuencia de la enorme presión e¡erctda por el aire pesado de aquellas edades, cayeron gotitas en la superficie de la escoria te­rrestre, y el pr·imer charco, origen del mar, se for-

NUJI)STRO PLANillT A 33

mó en una hendidura de las lavas. Ese océano, aumentado sin cesar por la precipitación de nuevas lluvias, acabó por rodear casi toda la cor­teza de las escorias con u na envoltura liquida, pero al mismo tiempo tra!a nuevos elementos para la construcción de los continentes futurcs; las numerosas substancias que tenia en solución se combinaban diversamente con los metales y tierras de su lecho, las corrientes y tempestades que lo agitaban demolian las riberas para formar otras nuevas. Los sedimentos depositados en el fondo del agua empezaban la serie de las rocas y terrenos que se suceden encima de la corteza primitiva. Ya el planeta incandescente, revestido por el exterior de una triple envoltura sólida, lí­quida y gaseosa, pod!a convertirse en teatro de la vida. Vegetales y animales rudimentarios na­cían en las aguas y en las tierras, y por último, en cuanto la temperatur'a de la superficie del globo, inferior á 50 grados, permitió á la albúmina liqui­darse y á la sangre correr por las venas, se des· arrollaron la fauna y la flora cuyos residuos se encuentran en las primeras capas fósiles. Á la edad del caos sucedia la de la armonía vital, pero en la inmensa serie de Jos tiempos, la vida que aparece en el planeta enfr·iado no es más que cmoho de un día, ., como dice Danbrée.

Según la teoría profesada generalmente, la costra só lida acababa de formarse apenas, y hasta era m ucho más delgada que la capa de aire en-

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ELÍSEO RECLÚ8

,.o) vente del globo, porque según las evaluaciones comunes, y además puramente hipotéticas, el ca­lor terrestre bastante para fundir el granito se encuentra á una profundidad de 45 ó 50 kilóme­tros. Comparada con el diámetro de la Tierra, que es 250 Yeces mayor, esa corteza Yiene á ser, l'egún esa teorfa, una película tenue, de lo cual podría dar idea una hoja de cartulina que rodeara una esfera lfc¡uida de un metro de anchura. En In Tierra ese líquido será un mar de lavas y roen-; derretidac:;, que tendrá corno el océano superficinl sus crecientes, su mareas y acaso sus borrasca~ Las revoluciones geológicas del globo no c:;er;~n

más que el reflejo de las ondulaciones .;.,ubterrñ · neas de e · e infiei·no oculto,lac:; rnontniins de pór· fido serán las olas cuajadas de ese océano de fuego, y los gr·andes gigantes colocados ll orillas de los mares, corno el Etna, el pico de Teide, el M a D •

na Roa, dan pmebac:; con sus erupciones y lavn-=; de las tempestades que rugen debajo de la envol­tura sólida.

E~ realmente probable que la rnnyoría de lns rocas que constituyen la parte extel'ior del plnnetn, y -obre todo las formaciones más anti­gua"', '-e hayan encontrado antes en un e~tado de· fu-:;iór. anlllogo al de las lavas \'Oic{lnica-=; de nue-..­tros día . Para la mnyor parte de los geólogos, el granito y otras rocao; similares, que con::;tituyen las rnac:;as principales en la arquitectur·a de los continentes, existieron en otro tiempo en estado

NtTR'STRO P I A NRT A 35

pastoso ó semipastoso, pero aun cuando esto estuviera fuer·a de toda d uda, no convertir·la en certidumbre las hipótesis relativas al origen del planeta, á lo tenue de su película y á la existencia del fuego central.

El achatamiento de la Tierra en ambos polos y su ensanche ecuatoria l, han sido presenta~os como testimonios irrecusables del estado de In­

candescencia líquida en que se encontró el globo. Efectivnmente, toda esfera líquida que gire alr·ede· dor de ~u eje, tomar() forzosamente e a forma por_ la velocidad desigual de s'u masa, pero podernos preguntar si un globo, aunque sea sólido, no se hincharía también hacia el Ecuador·, girando sin reposo dur·ante indeterminada serie de iglos, por­que ninguna materia es inflexible en abs?luto, Y bajo las fuertes presiones de su laboratono, muy inferiores á las de las fuerzas planetarias, á todo~ los cuerpos sólidos, corno el hierro y el acero, les ocurre lo que á los líquidos. Además, las obser· vaciones y Jos cálculos de astrónomos y ge?rne­tras los han inducido á creer que el achatarntento de la Tierra en los polos no es una cantidad cons · tante, y por consiguiente, que hay leyes, ~istinlas de los movimientos de rotación y revolución, que contribuyel'On á modificar la forma del planeta; menor probablemente en el polo boreal que en el austral, la irregularidad de la esfera parece e~tar sometida á cambios periódicos durante el trans· curso de las edades y se complica además con

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S6 ELÍSEO Rl!IOLÚS

otras varias irregularidades, turgencias 6 depre­siones reveladas ll la ciencia por las oscilaciones del péndulo y las medidas de arcos terrestres. U no de los motivos de estudio más serios que presenta la geografía flsica es precisamente esa inestabili­dad del suelo, que en diversos puntos de la superfi­cie del globo se levanta 6 se deprime con prodigio­sa lentitud. Si la causa cierta de esas hinchazones y depresiones nos es desconocida, nada inclina á creer que se deban á la fue1·za ce ntrifuga desarro­llada por la rotación de la Tierra.

Tampoco hay que olvidar que en la hipótesis admitida por quienes creen en el fuego central, nuestro planeta debe ser considerado corno una masa líquida, puesto que la envoltui'a exterior es relativamente una pellcula tenue. En esas condi­ciones, dificil sería comprender que el g1·an océano de Javas no estuviera agitado, como el de agua, por el movimiento alternativo de las mareas. Tarn poco se co rn prenderla que la Tierra no estu­viese mucho más deprimida en los polos y no se transformara en verdadero disco; el achatamiento polar no es más considerable que las si m pies desigualdades superficiales co mprendidas en la zona ecuatorial entre las cimas del Himalaya y los abismos del Océano Índico. Liais atribuye el es­caso achatamiento de Jo~ polos al trabajo de unión que Jos hielos y aguas polares, irresistible­mente ati'aidos hacia el Ecuador, no dejan de lleva1· á cabo año tras año, siglo tras ~iglo, cargán-

NUESTRO PLANETA 37

dose de enormes cantidades de residuos arranca­dos á la superficie del suelo.

El argumento prin cipa l de quienes consideran la existencia del fuego central como un hecho de­mostrado, consiste en que en las ca pas exteriores de la Tierra exploradas por los mineros, el calor no ce a de aumenta1· con la profundidad de las cavidades. Bajando al fondo de un pozo de mina, se atraviesan invariablemente zonas de tempera­tura cada vez más alta, pero la proporción del aumento varía según las diversas partes de la Tierra y las rocas en que se abren las galerías. El calor crece más rápidamente en los esquistos que en el g1·anito, más en las ''enas de metal que en los e~quistos, más en los filones de cobre que en los de e:::.laiio y más en las capas de hulla que en los yacimientos metálicos. En \Vurtemberg, en el pozo artesiano de Nenffen, crece la temperatura un grado cenllgrado cada 10 metros y medio. En la mina de Monte Masí (Toscana), cerca de los manantiales borácicos, crece un grado cada 13 me· tros. Cerca de Jakutzk (Siberia), crece un grado cada 16 metros. En los demás sitios, la progre­sión s uele ser menos rápida; el término medio del intervalo que en ese enorme termómetro de las capas terrestres corresponde á un grado de calor, es de 25 á 30 metros. En las minas de Sajonia, el aumento, según Reich, es de un grado por cada 42 metros.

Sin embargo, la Tierra no ha sido socavada á

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SS ELÍSEO REOLÓS

gran profundidad. Las excavaciones mAs nota­bles, la de Kutenberg, en Bohemia, y una de las minas de Guanajuato (Méjico), llegan apenas A un kilómetro, es decir, la seis ó sietemilésima parte del radio terrestre; seria mAs que imprudente querer juzgar del estado de todo el interior del globo pot' la temperatura de las capas superficia­les y afirmar que el calor, acrecentado según pro­porción constante desde la superficie del suelo hasta el centro de la Tierra, se eleva hasta la tem· peratura de 200 000 grados, es decir, mucho mAs de lo que puede concebir la imaginación del hombre. Lo mismo darla inferir, del enfriamiento gradual de las altas capas aéreas, que la baja de temperatura continúa hasta el centro de los espa­cios celestes, y que A 1.000 kilómetros de la Tierra el fria es de 5.000 grados. La parte superficial del globo, atravesada sin cesar por corrientes magné­ticas que se dirigen de polo A polo y en la cual se elaboran todos esos fenómenos de la vida plane· taria que modifican sin parar el relieve y la forma de los continentes, sin duda ha de encontrarse en condiciones especiales respecto al desal'rollo de calor. La delgadez de la envoltura teiTestre no estA demostrada, ni mucho menos, por el creci­miento gradual de la temperatura en los pozos de mina y en los manantiales.

Prodier, A quien llamaron la atención todas las objeciones que se le ocurrian respecto á la tenui­dad de la envoltura terrestre, ya admitía que esta

NUESTRO PLANETA 39

corteza no puede ser estable como no tenga de 120 á 280 kilómetros de espesor. Recientemente, al someter W. Hopkins á cálculos de altas mate­máticas los fenómenos de la precesión y la nuta­ción terrestres, ha llegado A un resultado muy diferente de la hipótesis susodicha. Ha demostrado que con fuego central ó sin él, el planeta ~staria animado de movimientos periódicos muy dtferen­tes si la parte sólida de la corteza no tuviese de 1.300 á 1.600 kilómetros, ó sea la cuarta ó quinta parle del radio terrestre. W. Thoms?n es.tab~ece por otros cálculos que si la Tierra tuvtera stqutera la solidez del hierro y del cuero, las mareas Y la precesión de los equinoccios tend:ían un.a .impor­tancia menor de la actual. Por últtmo, Ltats, exa­minando y discutiendo todas esas suposiciones, trata de demostrar que en virtud de los fenómenos .astronómicos, la solidez interior del planeta es in­discutible. Puede creerse, sin doclararse aún defi­nitivamente, que no existe fuego central, sino ma· res interiores de materia incandescente, dispersos en varias partes del planeta, á poca distancia de la superficie terrestre, separados unos d.e otr~s por pilarea de rocas sólidas. Esa es la htpótests que á W. Hopkins y á Sartorius de Watterohansen, historiador del Etna, les parece la más conforme eon los fenómenos volcanicos.

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40 EI.ÍS&O RKCLÚS

Il

Heladas geológicas.-Conglomerados, asperones, arcillas, ca­lizas. -Capas fosilíferas. -Orden de sucesión de los seres. -Clasificación general de los terrenos.-Duración de los periodos geológicos.

Los documentos positivos más antiguos rela­tivos á la historia geológica de la Tierra son las primeras capas de sedimento que pueden cono­cerse de una manera cierta como depositadas pox­las a~uas en el fondo de algún océano antiguo. Deba¡o de los estratos superficiales de origen mo­derno se encuentran otros pertenecientes á época más rem~ta y otros de formación antei'ior, y asi s~ va de hilado en hilada hasta el esqueleto de la Tierra, ó hasta aquellas rocas que la presión de las masas superiores y el calor planetario han trans­formado gr·adualmente durante el transcurso de las edades de modo que hacen indecisa la estra­tificación. E5as capas superpuestas, comparadas muchas veces con las hojas de un libro, manifies­tan la fecha de su antigüedad con el orden mismo de su sucesión¡ sin que pueda decirse cuántos centenares ó millares de siglos han transcurrido durante la formación de cada lecho de sedimento

NU.BlijTRO l'LANETA 41

á lo menos se puede conocer su edad relativa en

la serie de las rocas. Donde esas hiladas no han sufrido pertubación

desde su origen, todavía se extienden en capas paralelas y casi horizontales, como en el fond? del mar donde se depositaron, y es lo más fác1l clasificarlas por orden de antigüedad. El geólogo que baja á un pozo de mina, abierto verycalmente en esos terl'enos, puede recorrer en c1erto modo toda la serie de los ti e m pos hasta las primeras edades; en pocos momentos ve como un resumen de la historia geológica de la Tierra. Donde la acción de los meteoros y de las fuerzas que traba­jan en lo interior del globo han co:tado la sup~rfi­cie continental ccn escarpas ráp1das y perm1ten ver lateralmente como en un muro inmenso las hiladas superpuestas, el orden de sucesión de las rocas distintas no puede ofrecer duda alguna. En cambio, en las comarcas donde los estratos s.e han levantado en ángulos diversos ó están torci­das rotas ó vueltas del revés, donde rocas salidas

1

de la Tierra en estado de liquido ó de pasta, como el pórfido y las lavas, se han intercalado entre las hiladas, las investigaciones de los geólogos s~elen tropezar con muchas dificultades, y n~ ob.t1enen buen éxito mlis que á fuerza de pac1enc1a Y de sagacidad. Ultimamente, el problema mayor Y de más penosa resolución consiste en hallal' la con­cordancia de edad y formación entre rocas sepa· radas unas de otras por valles, llanuras anchas

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42 .kLÍtlEO RECLÚS

y el Océano; por eso hav dudas res ect hechos particulares, y. estalla p o~ muchos Jos geólogos Sin emb n discordias entre cifrados 1 • argo, estén ó no estén des-

' os estrntos con la · d. . sas que contienen sus,minera~e~n Icacwn~s diver-Jos ú~icos anales auténticos dy ¡sus fósile~, son -como Jeroglíficos mi'st .· e planeta, son

• et1osos en pa 't cuentan con trazos , . . 1 e, que nos T . gr andwsos la historia de 1 Ierra. a

Esas hiladas innumerables . . su posición, su inclinación ' tan distmtas por Jogas li las capas de la ~ su espesor, son anA-vemos formarse sin cesa~Isma natura.leza que montañas surcadas por 1 ~ nuestra VISta. Las lados socavados por 1 os¡ orrentes, los acanti­nien tes fl · 1 a~ . 0 as, entregan á las co-

uv¡a es ó mal'ltimas . que se extienden como , 1 masas de residuos guijartos, y poco li poco a~:na es .ó como lechos de conglomerados Las co.nvietten en sólidos por los agente~ atm:~~:~~c Cl'Istalinas trituradas rfos ó las del Océan os, las aguas de los asperón bajo la pres~ns: cotvierten en rocas de encima. El agua tran ·~ ~s masas colocadas arrastran guiJ·arros ni qaut a e . los rfos que no

. rena smo m lé 1 nues de c1eno y li d '. o cu as te-en el fondo de losU:~re:pbostta en sus ?rillas y llegan li ser pode, f anco.s de arctlla que P I osas ormacwn 1 •

ueden verse li orillas del M. . e~ geo óg~eas. bancos arcillosos que 1 . ISSISSipf enormes ~~ agua del rfo po a retirarse ha dejado alli

, co menos duros, al parecer,

NUESTRO PLANETA 43

que rocas asaltadas durante siglos por olas y te m pastadas. En ciertos lagos de Méjico, y sobre todo alrededor de los anecifes de la Flor·ida, voli­tos como los del Jura se estén formando {l nuestra vista sin cesar. Por último, en los bajos fondos del mar se ven formarse nuevas capas calcáreas como en Guadal u pe, ó nuevos tenenos de trans ­porte, como en el banco de Tenanova. También los corales, las madréporas y otros muchos ani­malillos marinos son constructores que no dejan <ie trabajar, construyendo nuevas hiladas, seme­jantes á las de los antiguos periodos geológicos. Lo que hicieron en otro tiempo el movimiento de las aguas y la perpetua actividad de la vida que pululaba en el mar, se sigue ha ciendo, y nos revela cómo se ha modificado la superficie terres­tre durante la serie de los tiempos.

Si los esttatos pueden ser clasificados todos de una manera general en una de las cinco grandes series de conglomerados, asperones, arenas, arci ­llas y calizas, presentan, sin embargo, en susma · tices diversos, en su porción relativa y en los minerales que contienen, indicios que permiten -clasificarlos según sus respectivas edades, pero principalmente se conoce, ó. veces con certidumbre completa, el orden de sucesión de las capas por los residuos orgánicos, animales ó vegetales, en­-cerrados en la mayor parte de esas formaciones; la historia natural es la única que permite desci­frar con claridad esas pl:lginas de la Tierra.

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41 ELÍSEO BECLÚS

Los restos orgllnicos se conservan en el suel() de una manera excepcional, y de ello han tenid() los naturali~tas muchas ocasiones de convencerse en su e ludio de las plantas y los animales de nuestros días. Lo cadáveres que caen los devo­ran pronto .an imales de presa é insectos; la hu­medad del v1ento y el Sol disuelven lo que queda de sus carne y los ligamentos; el mismo esque­~eto .acaba por. reducirse á polvo. Las legiones Infinilas de ammales inferiores que no tienen ?samen_ta. sólida, de aparecen á millones sin de­Jar v~. l1g10 alguno; sus masas amontonadas se connerten en humus y en gases. Los árboles y Jas P.lanta~ ~e aparecen como los animales para ser­VIl' ?e ahmento á oti'OS seres. Apenas caídos, los ant1guos organi mos sirven para formar otros nuevos; la muerte alimenta sin cesar la vida. Los restos no pueden conservarse para las edades fu­t~ras, como no se hurten inmediatamente á los d1entes de los animales y á la acción de los ele­mentos.

Los restos orgánicos que las fuentes incrus ­tantes revi::;ten con una envoltura de cal y los tron~os de árb.oles rodeados por fundas de lava, ad~ulei'en la mdestructibilidad de la piedra. Los a m males sor~rendidos por los hielos, tragados por­desmoronamientos ó refugiados en grutas pro­fundas, pueden sostenerse durante siglos en per­fe_cto estado de conservación y convertirse en fó­Siles. De todos modos, es muy raro que un ser-

NUESTRO PLANETA 45

terrestre se preserve para edades futuras, ya ente· !'O, ya en fragmentos, pero no ocurre lo mismo -con los seres marítimos, que generalmente quedan sepultados inmediatamente de pués de morir, ó aun vivos, en \a arena y cieno que las olas arras­tran; así s e encuentran en Jos sedimentos de los antiguos fondos marinos y de lo deltas muche­dumbre de animales fósiles cuyas partes todas e stán adm irablemente conservadas, ha talas más delicadas, como \o prueban en nuestros museos las hermosas muestras procedentes de las capas de So\enhofen, de Monte Bolea, de Grignon y de

Montmartre. Es más; en las playas donde tenían gran am·

p\itud las mareas, como en el Severo, el golfo de San Miguel y la bahía de Fundy, el limo traído por \a ola ha cubierto á veces la . huellas de pasos de animales vertebrados, de ca m1110s trazados por los crustáceos, gusanos y mol u ~cos, de las seña­les hechas por las gotas de lluvia ó fuertes ráfagas de viento. Ese limo endurecido poco á poco se ha convertido luego en hiladas de esqui...,to_s, creta, asperón y arcilla; ahora, millone de anos des· pués, se encuentran en estas rocas las huella.s en un momento grabadas más profun~as Y.le~Jbles á los ojos de los geólogos que las wscrl pciOn~s ambiciosas de los antiguos reye~ del mundo. Peto esos magn\f1cos testimonios de lo pasado _n? so~ comunes más que respecto á los seres matíllmos.

f T · ó para lo hay pocas probabilidades de os1 ¡zacL n

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ELÍSEO RECLÚS

que vive en las tierras emergentes, en el aire y en el agua dulce.

La conservación de las formas orgllnicas ó d& sus huel!as depende de circunstancias excepcio­nales, y por consiguiente, gran númei'O de capas est~n des pro' islas totalmente de fósiles, mientras encJma. y debajo de ellas se pueden descubrir muchlsimos restos de las antiguas poblaciones del globo. La falta de residuos or·gánicos en los e:tratos nada prejuzga contra la existencia de la \'Ida .~u.rante taló c~al período de la historia pla­net~IIa, la~ conclusiOnes negativas de la vida qu Vflr_ws sabws han querido sacar de In falta d: fó ~ Il_e en muchas hiladas no se basan en ninguna cei·tidumbre. Además, la exploración del o-Jobo apenas ha empelado, y muchas capas en laso cua­les no se había visto hasta ahora más qu b. e roca

ruta, han entregado luego ll la ciencia no pocos tesoros geológicos. Además, no debemos olvidar que hay grandes desiertos, lo mismo en el fondo de los mares que en tierra firme.

La aparición y desaparición de especies fósiles no co~cuerdan de una manera completa con la sucesión. de teiTenos, y poi' consiguiente la idea de catac!J ~m0 c¡ue · 1· t ' . Imp Jea )a antes con kecuencia el término de reYolución geológica, no está justifi­cada. La continuidad de la Yida ha enlazado ll to~as las formaciones unas con otras, desde los rn~_eros seres organizados que han aparecido en a Ierra hasta las muchedumbres que hoy la

NUESTRO pr_,ANET& 47

pueblan . Hay especie que no vivió más que duran­te un corto periodo en la historia planetaria, otras aparecen raras veces en una capa, como ensayan­do la vida; luego se multiplica de estrato en estra­to, para disminuir durante el transcurso de las edades y extinguirse poco á poco ó desaparecer bruscamente; por último, otras formas genéricas han atravesado todas las épocas y existen repre· sentantes suyos al cabo de millones de siglos. La duración de la especie depende, no de le s di­versas revoluciones que modificaban el suelo ni de otra causa exterior, sino de su propia vitalidad. Generalmente la existencia de cada serie de eres es tanto más larga cuanto más rudimentaria es su organización. Los animales invertebrados infe­riores han recorrido todos un ciclo geológico más extenso que el de los animales vertebrados su pe­riores: los foraminíferos atraviesan más larga serie de edades que los moluscos; éstos, los peces y los reptil es, viven más tiempo que los cuadrúpedos; por último, los grandes mamiferos de la época terciaria han tenido una existencia relativamente corta; no han podido resistir, como los animales inferiores las influencias variables de los climas.

1

Cuanto más se eleva un organismo, en más estre-chos limites se encierra. Lo que gana en nobleza , lo pierde, si no en número, en duración. .

¿En qué orden se hhn sucedido en la Tierra las especies animales? Los geólogos han prof_esn· do hasta hace poco respecto á ese punto un s tste-

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48 ELÍSEO REOLÚS

ma bien sencillo. Según sus ideas preconcebidas, los animales inferiores, incluyendo la clase de los cru láceos, poblaron exclusiva mente la superficie del plaueta durante la formación de las capas geológicas más antiguas¡ los peces aparecieron por vez primera durante el pet'lodo del asperón rojo; los reptiles nacieron en los golfos y bajos fondos pantanosos, donde se acumulaban los re­siduos vegetales que luego se han transformado .gradualmente en hulla. Las aves propiamente dichas volaron por primera vez en la época ct·etá­eea, y los cuadrúpedos se sucedieron, siguiendo un orden regular, desde las especies inferiores hasta las ml:ls elevadas. El mono se asoció al nú­met·o de los seres vivos inmediatamente antes que el hombre y éste fué Ct'eado después de los deml:ls animales, como para resumir en su perso­na todas las vidas antet'iores.

Los dec;cubrimientos hechos durante los últi­mos aiios por Lyell, Forbes, Barrande, Owen, Leidy, Emmons, \Vl:lgner, han introducido una gran pet:turb~ción en la seriación de especies pre­establecida. A los helechos, cicádeas y contferas, que se suponía ser las únicas especies de plantas representadas en las hullas, se han sumado mu­chas especies pertenecientes á otras familias y hasln alt·ededor de las dicotiledóneas. Mlls de tt'ein. ta especies de reptiles se han encontrado en las mismas capas, donde, según el sentir de muchos geólogos, no se podía descubrir ni uno. Se han

NUBISTRO PLANETA 4!)

hallado mamiferos del orden de los marsupiales en la volita, en las hullas jurásicas, hasta en el días y en el trias, al final de las rocas de forma­ción paleozoica. Monos de una organización tan elevada como los de nuestros días vivían durante el periodo mioceno superior, y el hombre fué contemporáneo del oso de las cavernas, del mam­mut, del megaterio y de otros animales enormes, desaparecidos hoy. N o pasa un año sin que se des­cubran en los estratos de la Tierra nuevas formas animales y vegetales que ensanchan nuestro ho­rizonte geológico hacia espacios cada vez más leja­nos. Los hechos que demuestran la existencia de organismos superiores en las antiguas capas terrestres son ya tan numerosos, que ciet' tos pa­leontólogos han llegado á dudar del desarrollo progres ivo de las series animales y vegetales du­rante los pet·íodos geológicos . Según ellos, ha­bía que buscar el orden de desarrollo en cada grupo de especies y no en el conjunto de los seres. Sin embargo, si se abarca con una mir·ada el con­junto de los seres, en vez de considerar únicamente los precursores y los rezagados, hay que recono­cer que ha habido progreso real en las series orgánicas . Por su período de mayor exuberancia, la vida vegetal ha precedido á la animal; las plan· tas desprovistas de flores fueron en las primeras edades más numerosas que las floridas; los crus­táceos, moluscos y otros animales poco elevados tuvieron su edad de oro antes que Jos peces Y

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50 ELÍSEO RECLÚS

reptiJec:;. y éc:;tos fueron dueñ os de la Tierra antes que Jos mamíferos. Entre é;:tos también parece muy probable el pro~rec:;o, po1·que la mayor parte de lo-s nnimale-.. jurá....,icos son mrn supia les, y los oTandes marnífen,s no Rlcanznron su completo ~

de!:iaJTolln lw ... ta In épocn terciaril'l. Supone Agas-~ií'. que los tipos de lns épocns antigtHlS repre~en­tflll Jo-.; embriones de lo· seres actuales, de modo que In paleontologín cuen ta la infa11r.in del mundo llegndo hoy á la virilidad.

Sen lo que fuere, las cnpns geológi~"n~ son fó. siles; de.::de In mil'-' nntigua á la más reciente e~tñn en i toda~ rcnnidns unas ron oti'fl'S por e-..pecies comune-.. fJ do"' ó mús de ellus. GJ'élCins fi In 'mc·e­!3ión de lns di,er.;;a::; ec;:pecie", y tl pe~at de i.t-;

numeros:J" diferencia~ de nombre::;; emplearlo~. e~lán Jo geólogos rac:;i rontestes acerr.o de In cla­~ific-qeión gP.neral de los terrenos de toda In supe,·­ticie del globo. Ln.;; formaciones rnás nntiguns ó pnlnzoic·as, que desranc:;nn sobre el granito y oli'<ts roc:~s de n11üloga nnturnleza, rornprenden I11Ci grupos tocónif'O, cnmbriano, silúrico y del nspc· rón rojo, y son loe:; primero~ e ' lrntos en que ~e encuenfi'an re~tos de seres orgnnizarlo~; allí IHH·ió el en.:oon ca11adense ec;:pecie de fornminifero encon­trado en el mi m o a perón, y a JJ¡ n ( ió el trislo­vita de Bo'lintree (parado:rirles Ha,/ani), que di .... pul:l al eozoon el honor de hDher mnugurado In fnuua lenec;;t¡·e A ese período de la historio del globo, precedido por otros períodos deseoncwi- .

NUESTRO PLANETA 51

dos, sucedió la edad de los terrenos ca rbon ífet·os, que encierran las rocas llamadas calcllreas de montaíia y las diversas hil adas de la fo rm ación hullera . Encima e extendieron las capas de nue · \ ' O nsperón rujo. Después vienen en la escRln geo­lógicn las numerosas capas jurásicas y cretáceas, conocidas en con junto con el nombre de terrenos secundarios. El último período, que precedió á la época actual, corresponde al origen de ln s rocas eocenns, m iocenas, pleocenas y ~e une con las hilnd[l s cunternarw :::, á las formacwnes que se de­positan á nuestra vi:::,ta. Por último, las Ja vas in­candescentes que han salido do las profundidades y han utt·n,·e:-.lldo lns series e:stratigróficas, cons­tilU) en una sexta clase de terrenos.

Si los grupos generales son los mismos en ambos hemisferios, las numerosas hojas geológi· cas difieren singularmente por '::)US fósiles y con otros caracteres distintivos en Ju ~ diver::;us comar­cas del mundo. En ninguna p•1rle presentan cotl· cordnlldu absoluta, y pcr lo tanto, es muy difícil clasificarlas con certeza en el orden respecti' o de su sucesión. Antes, como en el período actual, animnles y !Jlnnla::; dif~rían según lo:, clima:::. y los estratos que recibían: todus eslo::s residuos toma· ban cada cual espcci<d cnt áctol' geológico. En ltis di\'ersidades que presentan lns floras ) faunas geológicas, ¿qué pnrte l.Orresponde á lt~s edades Y cuál al clima? La solución de e:::,e problema e::s una de las mayores mibioue::s de la ciencia.

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62 ELÍSEO RECLÚS

III

Modificaciones incesantes en la forma de los continentes.­Tenta.ttvas hechas para conocer la antigua distribución de tierras y climas.-Objeto de la geología. -Dominio de la geografla física.

Las edades necesarias para llevar á cabo la inmensa obra geológica cuya historia cuenta las capas de la Tierra, han tenido que durar muchísi­mo, porque los anales de la humanidad, compa­rados con los ciclos del globo, no son mlls que un momento fugaz y la cronologla cosmogónica de los indios es la única que puede dar una idea de los periodos terrestres. Todos Jos cálculos hechos por lo~ geólogos sobre la duración de las gr'andes evoluciOnes del planeta dan por resultado formi­dables ser'ies de años, y se puede calcular la lon­gitud de estas edades por millares de millones de siglos. El matemático Hanghton trata de demos­t~ar, según la fórmula de Dulong y Petit, que un s1mpl_e deseen o de temperatura de 25 grados, anteriOr á lA época actual del planeta, ha requeri­do unos 1.800 millones de aiios. Para la forma­ción de cada capa de las que constituven el conjunto de los ar~hivos geológicos de la s~perfi-

NUESTRO PLAN.illTA 63

cíe, han ~ido necesarias largas series de siglos ante las cuales se confunde el pen~amiento hu­mano.

Las lr'an formaciones in ce~ante de todl'ls las rocas que componen las capas extet·iores del o-Jo­bo no podían verificarse sin modificar al misbmo tiempo el relieve de todos los con tornos de la TieiTa; de modo que la arquitectura general de las partes emergentes no ha dejado de varia r des­de el principio de las edades. La::; antiguas cordi­llera s se han derrumbado piedra por piedra, molé­cula por molécula, para repartirse en arcillas y arena~ por llanuras y mares; por su pa rle , los o.céano~ se han levantado gradualmente y Jo-, an­tiguo'-i fondos se han comerlido en tierra fi1·me , que ~e ) ergue formando colinas y filas de pi­cos. Apenas formados Jos estratos, empezaban á con tribuir á la formación de otros. Como arras­trada por etemo remolino, cada molécula no ha dejado de viajar de peña en peíia, y por consi­guiente, las masas continentales, que no son más que vastas aglomeraciones de moléculas, han te­nido que via jar por todo el contorno del globo. Tendrí a mucho interés científico poder seguir á través de la serie de las edades ese viaje de las tierras y las oscilaciones seculares de su relieve; la armenia de las formas continentales, que es ya tan hermosa, á pesar de la inmovilidad a paren· te de la Tierra, seria mucho más grandiosa si pudiéramos asistir con el pensamiento á la infini-

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51 ELÍSEO RECLÚS

ta sucesión de ondulaciones que han rizado la supedicie del planeta. Desgraciadamente, si las in­vestigaciones directas de los geólogos pueden en­señarnos cuáles eran las partes de los continentes actuales que sobresalían del agua en tal ó cual época, no pueden revelarnos qué regiones cubier­tas por el mar hoy se elevaban en otro tiempo por encima de la superficie; para cada periodo geoló­gico, no es posible trazar más que mapas parcia­les, pero esos mapas, por incompletos que sean, no dejan de representar un admirable resultado de los pacientes é ingeniosas investigaciones de los sabios. Después de un lar·go transcurso de siglos, es hermoso saber cuáles de las distintas reaiones o de los continentes son las que se elevaban sobre el mar en una misma época y encontrar, haciendo tanteos, algunos rastros de la antigua arquitectura del globo.

El enor de muchos geólogos, que tenían gran prisa de determinar el principio del periodo ac­tual, ha sido ver en estos primeros cimientos de nuestros continentes las únicas tierras exis­tentes entonces en el planeta. Posible es que hu­biera un tiempo durante el cual la superficie del globo estuviera cubierta de agua en toda su re­dondez y la primera tierra no fuese más que un escollo; tal vez los islotes y las islas aparecrer·on en seguida y acabaron por agruparse en archip ié­lagos y por· unirse formando continentes; pero nada autoriza para creer que dur'1nte la forma-

NUESTRO PLANETA

eión de los estratos interrogados por los geólogos la pmporción entre la sequía y la humedad haya cambiado notablemente. Si han surgido tienas nuevas donde el examen de las hiladas prueba que antes se extendía el Océano, en cambio otros muchos hechos demuestran que bajo las aguas hun desaparecido vastas comarcas. El pla­no general de los continentes no ha dejado de modificarse durante el transcurso de las edades; nuestras llanuras y montañas han estado cubier­tas por las aguas del mar, mientras cordilleras y mesetas se erguían en las la ti tu des del globo don­de hoy se agitan las olas del Océano. Para cono­cer de una manera aproximada la antigua exten­sión de los continentes á través de los mares actuales, les queda á los geólogos un medio, el de establecer la concordancia perfecta de las hila· das de una formación quebrada y separada por las olas. Entre Francia é Inglaterra, esa corres· pondencia de las capas en una y otra orilla del Paso de Calais es evidente.

Los residuos fósiles que se encuentran acu­mulados en ciertos puntos de la Tierra adonde los transportaban las corrientes, demuestran también la antigua extensión de las comal'cas re­ducidas hoy á cortas dimensiones. El Atica, que en la época actual es una simple península roqui­za de la helénica, debió de formar parte en la época miocena de un continente que presentara vastas llanuras, grandes praderas y bosques tu·

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pidos_, y que se extendiera A lo lejos para unirs6 con Africa A través de los espacios ocupados en nuestros días por el mar de Creta y el archipiéla­go. Así lo comprueban de un modo evidente para el geólogo los restos de animales gigantescos en­contrados entre el légamo de Pikermi. Las ma­nadas de hipariones semejantes á las de caba llos salvajes de la América del Sur, los rebaños de anlilopes de diversas especies, las jirafas, los mastodonte , Jos rinocerontes, el poderoso dino-herium, el formidable machairodus, más fuerte que la cebra del Atlas, y otros muchos animales corpulentos, no podían vivir en montañas peladas ó provista de mezquinos arbustos como las del Áti?a actual; n,ecesitaban un vasto continente pa­recido al de Africa, donde aun se ven en las partes no habitadas por blancos tan prodigiosas muchedumbres de hipopótamos, elefantes, antí­lopes, cebras y búfalos.

Los fósiles de las dos series veo-etal y animal . o s1rven para demostrar, de manera más directa todavía, la a n ligua existencia de tierras hoy des­aparecidas. Efectivamente, si se encuentran las mismas especies fósiles en las capas correspon­dientes de islas y continentes separados actual­mente por brazos de mar y sometidos á otras condiciones climatéricas, puede colegirse natura l­mente que las comarcas donde vivían en ton ces esas especies estaban reunidas. Con semejantes concordancias de faunas y floras, han podido

NUESTRO PLANETA 57

comprobar los geólogos la antigua existencia d6 tierras de unión entre Inglaterra é Irlanda, entre Irlanda y España, y hasta entre Europa y Amé-

rica. Explorando las capas de lignito de los terrenos

terciarios en Europa, los geólogos han descubier­to tulipanes fósiles, residuos de cipreses, simien­tes de robinias, nogales de los Estados U nidos, hojas de arce, de encina, de álnmo, de pino, de magnolia, de árboles gigantescos de los bosques de California y otros árboles de América del ~ orte que ya no viven en los bosques europeos. A mi­tad de camino entre ambos continentes, los lig­nitos de Islandia presentan una vegetación fósil análoga. ¿Cómo pudieron invadir los árboles ame­ricanos las tierras de Europa si no hubiera ser· vido de puente á través del Atlántico un continen­te, ó á lo menos una serie de islas muy próximas entre sí? También se han encontrado en las capas miocenas de las Malar, tierra de Nebraska, como en las hiladas correspondientes de Europa, rino­cerontes y machairodus, es decir, exactamente los mismos restos de animales. La existencia de la misma y ünica vida orgánica en dos contin~n~es cuya fauna y flora respectiva son hoy tan _dts_tw­tas, permite colegir que en la época de los llgmtos terciarios de la molasa, las tierras dispersas Y las masas poco numerosas de montañas, que forma­ban, por decirlo asi, los rudimentos de nuestra Europa, se unían á las orillas americanas por un

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58 ELÍSEO RECLÚS

istmo que separaba las aguas atlánticas de las glaciales. Ese istmo era la Atlántida, y las tradi­ciones que interpretó Platón respecto á esa tierra desaparecida se basan quizá en testimonios au­ténticos. Posible es que el hombre haya visto hun­?irse en los mares ese antiguo continente, y que •OS guanchos de Canarias hayan sido los descen­dientes directos de los primeros habitantes de aquella tierra.

En una época más antigua, cuando los fósiles que se encuentran hoy en las capas jurásicas se depositaban en el fondo de los mares también

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ext tía la Allántida, pero con dimensiones mucho más considerables. Parece que durante aquellas ~dades terrestres un vasto continente, que com­prendia la mayor parle de ambas Américas Áfri­<!a, In lndiu y Nueva Zelanda, se extendía ob,licua­mente al Ecuador entt·e los dos Ot:éanos del Norte Y dell\lediodía. Ese continente, que debía cubrir poco más ó menos, como las tierras actuales un tercio de la superficie planetaria, separaba co~ su enorme masa los diversos golfos donde se deposi­taban los restos de los seres organizados; lo de­mue~tra que. los terrenos jurásicos de Tejas, bajo la mtsma latitud que los del Mediodía de Europa, no presentan entre sus raros restos fósiles resi­duos de esas numerosas especies del mundo antiguo, que, como sus congéneres de la época .actual~ podian viajar á distancias muy considera­bles; SI no hubteran existido obstáculos entre am-

NUESTRO .PLANETA 59

bas cuencas, este contraste absoluto entre las dos faun as habría sido imposible. Del mismo ~odo, las ec;pecies de las formaciones jut'~sicas del Africa Meridi onal son completamente diferentes de las del Himalaya, de Persia, de Europa, lo cual lleva á admitir la existencia de un continente intermedio que se oponía á la emigra~ión de los seres.

Por último, la Australia actual presenta en s~ fauna y en su flora la mayor analogía co n los a m· males y las plantas que vivían en los mares del Jura de Europa y sus riberas.

Al ver los canguros australianos, que recuer· dan los marsupiales de las rocas jurásicas de Inglaterra, y el extraño or~itori~co, no rne.nos raro que el antiguo pterodáctilo, rollad ave, ~ttad batracio, ó que el problemático Arqueopte:tx de Solenhofen hemos de creer que Australia for­maba parte' del antiguo continente jurásico. Ade­más, hoy no se encuentran más que en las ~os­tas de Nueva H olanda los representantes vtvos de aquellas trigonias que poblaron en otro tiempo

los mares del Jura. Alrededor del mar interior, que se ha conve~-

tido en la Europa actual, la poderosa masa conti­nental de la época jurásica proyectaba un a ancha península semilunar, en cuyo origen desembo­<!aba un gran río cuyo delta se encuentra hoy todavía en las riberas inglesas de la !\lancha. Sobre la masa de agua que esa península resguar­daba de los vi en tos glaciales de la zona polar, Y á

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la cual daba calor el foco de las tierras ecuatoria­les, la temperatura media debía de ser m ucho más elevad_a que hoy, y pasaría de 20 grados cen­~ig~ados, Sl ha de ju1garse por la pr'esencia del Ictr auro y del ple:-:,io auro. Ya se comprende) P?r otra parte, que los contornos y condiciones dr,·ers~s de e as tierras que desaparecieron hace tanto t1e_mpo, r~o se conocen con precisión y quizá se nece::,tlen 1glos _de im·estigacione::, para que pue~a tr·az~r e atJ::,factoriamente el mapa del con lrnente Jur·á ico.

Con-,iderac.:iones análogas á las que han hecho de~cubrir apr?xim~dam~nte el clima de Europa dur ?nte el penado JUrá-:,¡co, han permitido á los sab1~s aventurar algunas indicaciones o-enera les relativas á la-, oscilaciones cl im atéricas ~re enta­da s )JOI_' los otro~ gtandes petíodos de la historia de la Trerra. La temperatura media de Europa ~~~ ~uave, luego se fué elevando en las edades silurrca ... ; durante el per·íodo de las for·maciones carboníf~r·as, el clima fu é ca liente y húmedo, por. que l a~ lrerr·as colocadas sobr·e todo en la . tó ·d . zona

n :r a consi::,línn en su mayor parte en una serie n_o mteiTumpid_a de archipiélagos. La época lriá· Sica fu é relatJ\'amente fría á consecuencia de la gran extensión de los continentes hacia los polos .

_Después de las _e~ades del Jura, que fueron muy calientes y secas, VInieron sucesivamente un perio­do templado, el de la creta, luego una época de

NUESTRO PL~NETA 61

calor, la eocena, y los ti e m pos cada vez más fríos (lUe han acabado en el periodo glacial, desde el cual aumenta de nuevo la temperatura. Esa fué, resumida brevemente, la sucesión de los climas europeos, según las indicaciones que Lyell, Mar­con, Oswaldo Heer y otros sabios han sacado de los hechos cuidadosamente observados.

Ya se ve cuán grandiosa es la misión de la geología . Partiendo del es tudio cada vez más hondo de los terrenos actuales, esa ciencia se ha propues to reconstituir, respecto á cada período suces ivo de la historia del globo, la forma variable de mares y continentes; sigue en las diversas épo­cas los vientos y corrientes que con los continen· tes mis mos han cambiado de luga r; trata de medir, eomo con un termómetro, las temperaturas que han prevale9ido según las edades en las distintas comarcas de la Tierra; por últim o, utiliza ndo los puntos de unión que le facilitan los resid uos dis­persos, procura en co ntrar la m aravi llosa fi liación de las e pecies animales y vegelale , de de los primeros fó iles , cuyas huellas apenas indicadas se ha n descubierto, basta los seres innumet'ables que hoy pueblan la Tierra. No satis fecha aún en ese id ea l que se pro pone, espera poder precisar algún día las condiciones en q ue se ha desarro· liado cada o rga nis m o de los períodos pa~ados y deter'minar has ta las profundidade del agua en que han vivido peces , moluscos y a lgas. La astto­nomia sondea los infinitos abismos del espacio;

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la geo logía penetra en las profundidades del tiempo.

La exploración de las rocas comprueba cada vez más la prodigiosa actividad de las fuerza~ que renueYan la Tierra . A..,í como el planeta, con us hermanos y todos los a'->tros del espacio, es a n e­batado en mo\'imiento etemo, cuantas molécula s componen la masa del globo cambian de sitio sin cesar y giran sin descanso, en ciclo no menos ar­monioso que el del cielo. En la primera em·oltura de la Tierra, océano ntmosférico donde se alimen­ta la vida de animales y planta<::, circula el torbe­llino continuo de los Yientos que soplan del polo al Ecuud or hacia todos los puntos del horizante; en el océano de ngua, cada gota Yiaja también de mar eu mar, desde la ola h asta la nube y des­de los \'enti quet·os hasta los ríos No meno~ mo­\'ible que la alm6:;:,fera y el aguo, lu parte sólida del planeta mueve con m(ls lentitud sus moll.!cu­las, y á \'eces, cuando en un corto interYalo de días, de ailOS y de siglo, no ha ,·isto el hombre vast.as modificn~iones, tiende á ct·eer que la Tiena es tnmuta~le. También ha cl'eído fijas aquellas estrellos leJanas que, sin embargo, se mueren en el éter con pi'Odigiosa ''elocidad.

Las roca~, las montaiias, las masas continen­tales C'Ombian constantemente y rrit·an alrededor del globo como las aguas y Ids

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ai1·es . Bajo Ja acctóll de los tonen tes y de Jos agentes atmo féri­cos, se ni\'elan los montes y van á parat· al Océano;

NUESTRO PLANETA 63

nuevas comarcas s urgen del agua y otras s e hun­den y abisman lenta mente; hiéndese la Tierra y deja salida á los gases y materias derretidas de las capas profundas; por último, á consecuen cia de las in cesantes reaccion-es químicas del interio~ de la Tierra, las mismas rocas cambian de compo­sición y las vegetacio nes de cri s ta les se s uceden en la piedt·a como las faunas y las floras en e l suelo. Además verificase un ca mbio regular entre la Tierra y Jos espacios del cielo, como lo demues­tran los rastros de piedras abrasadas que se sepa­ran de los bólidos lan zado'l á la atmósfet·a y las cabelleras de los cometas cuyas ondas invisibles atraviesa f.l veces e l globo. La Yida de l planeta, como otra vida cualquiera, es un génesis continuo, un torbellino incesa nte de átomos, sucesi\'nmente fij os y suelto<::, que van de organismo en organis­mo. Sin embargo, cua lquiera que sea la fase de esas modificaciones infinitas que se contemple, la Tierra siempre es bella en su forma y lo::. fenó­menos que en ella se s uceden se verifica n con maravil lo a armonía.

La geogt·afía fí sica, limitándose ó la época ac­tual, describe la Ttena únicamente como Yi\'e hoy á nuestro \'isla. No tiene las grandes a:nbiciones de la geología, que intrnln relatar la hi~ tot·ia del planeta durante In suce ión de lfls edade~,.pero en cambio reco(Te y clasifica los hechos y descubre

b 1. las leyes de la forma ción y destrucción de las 11 •

ladas. Abre el camino á la geología, y con cada

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progreso suyo en el conocimiento de los fenóme­nos actuales facilita una conquista de la inteligen­cia humana sobre el pasado de nuestro globo. Sin su auxilio habría sido imposible dar el primer paso en el laberinto de las edades muertas.

CAPÍTULO 111

Armonías y contrastes

I

Distribución regular de continentes.-Ideas de los pueblos antiguo>~ re~pecto á. ella.-Leyendas del Indostán.-Atlas y Chibclu1rnm.-El escudo de H omero. -Estrab6n.

Puesto que el globo de la Tierra obedece á las leyes de la al'monia en su redondez esférica y es­tructura gener·RI, lo mismo que en su marcha re­gular por los e~ pRcios, seria incomprens ible que en este planeta de l'itmico movimiento se hubiera hecho al acaso la distribución de mares y conti­nentes. Verdad es que los contornos de las ribe­ras y las crestas de las montañas no forman en la Tiel'ra redes de regularidad geométrica, pero esa misma variedad e:::, una prueba de vida supe­rior y de movimientos múltiples que concurrieron al embellecimiento de la superficie terrestre. El dibujo quebrado, pero armonioso, de las líneas continentales, es como la representación visible de las leyes que durante la serie de los siglos han

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presidido al modelado exterior del planeta. No­hay un trazo fundamental en el relieve de la Tierra que no sea un trazo geométrico, como dice Juan Reynaud.

Mientras la mayor parte de la s uperficie del globo fué desconocida para los geógrafos, que ignoraban hasta la verdadera forma de la Tiena, se comprende que los hombres, abarcando con débil mirar un horizonte muy limitado, vieron una ima­gen del caos en el cruzamiento de Jas lineas geo­gráficas. Imposible les era darse cuenta de las leyes que presidieron la formación de las masas continentales, de las que ni siquiera los contornos conocieron; el análi is de las formas lerre::,tres no se había terminado aún, de modo que no podía intentarse la síntesis, como no afirmaran sin prue­bas ó aventuraran el espíritu por entre las cosmo· gonias milagrosas.

Á lo menos, los pueblos niños, seguros antici­padamente de la vida de una tierra bondadosa que Jos alimentaba, han considerado todos á la Naturaleza como un inmenso organismo dotado de suprema belleza. Para unos era un animal, para otros una plt:1nta, para todos el cuerpo de un dios. Las ideas que se formaban respecto á ello son en general lo más precioso que presen­tan sus tradiciones orales ó escritas, porque en esas relaciones, en las cuales se revela la más elevada expres:ón de su genio poético, resumían al mismo tiempo sus creencias relativas al origen

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de la Tierra y de su raza. Para el estudio com· parado de la historia, de las costumbres y d~l ideal de cada pueblo, ningún libro seria tan útil como aquel en que estuvieran reunidos todos los conceptos cosmogónicos imaginados. Comprén­dese también que esas leyendas son tanto más sencillas y rudimentarias cuanto más tranquila fuese la manifestación de sus fenómenos en la naturaleza ambiente, de la cual son aquéllos en gran parle reflejo. Los pueblos del Norte, que be abren habitaciones subterráneas para evitar el frío y cuyo territorio durante gran parte del año está helado ó cubierto de nieve, no pue­den tener una idea tan fantástica de la armo­nía del globo como los hombres del Mediodía que habitan al pie de las montañas más altas del planeta, y que contemplan los grandes fenómenos de la vida planetaria, los monzones, los huraca · nes, las súbitas crecidas de los rios, el rápido cr ecimien Lo de los poderosos bosques tropicales. Para los indios, en la Naturaleza todo es moví­miento, creación incesante, fulminante actividad. Según uno de sus libros, Brahma, el trabajador eterno, creó la Tierra contemplando su propia imagen en el océano de sudor que babia brotado de su frente.

Numerosas son las leyendas indias sobre la formación de la Tierra y distribución de los con. tinentes; además, en la mayor parte de esas hipó­tesis cosmogónicas hay que admirar la osadia y

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el profundo sentimiento de la vida que lodo lo anima. Por raras que nos parezcan esas teorias grandiosamente poéticas, no dejan de ser más verdaderas que esas áridas nomenclaturas en las cuales han visto toda una geografía infelices eru­ditos. Según antigua creencia de los indios, aná­loga á la de varios pueblos de América, la Tierra no es más que una carga colocada encima de un elefante gigantesco, símbolo de la inteligencia ó la sabiduria, mientras una inmensa tortuga, que representa las fuerzas brutales en la Naturaleza, pasea al enorme animal por un mar de leche, ili­mitado como el infinito.

Más adelante, las ideas que del globo se for­maron los indios variaron mucho según las épo­cas y las sectas. Para los bracmanes, la Tierra es un loto abierto sobre la superficie del agua. Las dos penínsulas del Ganges y las demás comarcas asiáticas son la flor abierta; las islas dispersas por el Océano son los capullos á medio abrir; las tierras lejana son las hojas muellemente exten­didas. Los ghats y los nilgherri son los estambres de la inmensa flor, y en medio se yergue el gran Himalaya, pistilo sagrado donde se elaboran las simientes del mundo. El hombre, como esos in­sectillos que ven el infinito en una rosa, constru­ye imperceplibles ciudades cerca de los nectarios de la flor, y abre á veces las alas para desliza rse por los mares, desde la corola de la India hasta la de Ormuz ó la de Socotora . El tallo desaparece

NUESTRO PJ,ANBTA 69

en las profundidades del Océano, y de a bis m o en abismo sumerge sus raíces en el corazón de

Brabma. Muy inferiores á ese co ncepto ext.rflño, per?

grandioso, que á lo menos daba á la T_Ierra movi­miento y vida, son todas aquellas teor1as d~~má­licas de los sacerdotes sirios y de los talmud1stas hebreo:5, que, por terror al cambio, veían en la Tierra un a ma a inmóvil apoyada sóli da mente en inmen as columnas de piedra ó de mctnl que se perdían en el caos primitivo. Esos hipóle~is anti­guas y groseros se encuentran en el m1to más noble de los helenos, según el cual el globo de la Tierra e taba colocado en los hombros de un gi­gante anodillado. Era esa una idea más conforme con el genio plástico de GreciA, que trotaba de bu car en todas pat·tes las proporciones del cuer­po humano, divinizado por la fuerza y la belleza. En el fondo era el mismo el concepto, pero su

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forma era más poética, y por lo tanto más grata al espíritu de los pueblos niños. Imbuidos por análogas ideas, los aborígenes de la meseta colom­bi·ana de Bogotá contaban que, como castigo de un crimen la buena diosa Bochica había conde-, nado al gigante Chibchacum á sostener con los hombros la Tierra, que descansa ba antes en pila­res de madera de guayaco; los terremotos, según este mito, obedecían á los movimientos de can­sancio ó impaciencia de ese Atlas del Nuevo Mundo.

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Las ideas re latí vas á la distribución de conti­nentes _Y mares en la superficie del globo eran nec_esartamente erróneas en todos los pueblos antiguos que querían conocer la Tierra entet·a por las comarcas más ó menos estudiadas. . Según los cantos de Homero, expresión de las Ideas de los antiguos helenos sobre la Naturaleza y la sociedad, la Tierra es un enorme disco, cuyos bordes realza un alto cinturón de montañas, alre­dedor del cual corren las ondas del río Océano. En medio del disco, yergue el Olimpo hacia el cielo sus tres cumbres redondeadas sostén de los p~l~cios de los dioses bienaventurados, y donde Jupller, desde su trono, colocado en la más eleva . d~ cima, ve á través de las nubes agitarse á sus p1es la muchedumbre humana. La Tierra, sepa­rada en dos mitades por la masa azul del Medite­rráneo, se extiende en lontananza hasta el rebor­de del disco, semejan te á figuras en relieve que adornan un escudo. Desde lo alto del Olimpo, contemplan á un tiempo los inmortales las penín­sulas de Grecia, las blancas islas del archipiélago, las costas del Asia Menor, la llanura de Egipto, las montañas de Sicilia, habitadas por los ciclopes, y las columnas de Hércules, colocadas en los lími­tes del mundo. Encima de aquel espacio poblado por los hombres se redondea la cúpula cristalina del firmamento, sostenida por los pilares del Atlas y del Cáucaso.

Los descubrimientos de los viajeros y los cál-

NUESTRO PLANJllTA 71

culos de los astrónomos griegos habian de modi­ficar gradualmente la teoria primitiva. Estrabón, que fué uno de los viajeros más constantes de la antigüedad, puesto que recorrió la Ti~rra desde las montañas de Armenia hasta las rtberas del mar Tirreno y del Ponto Euxino á las fronteras de la Etiopía, se formaba ya idea muy acertada de la distribución real de los continentes del mundo antiguo y discutia con maravillosa sagaci­dad las relaciones mutuas de las partes que cons­tituían aquel conjunto. Llegando hasta atravesar los limites de la región conocida, se arriesgaba á decir que tal vez existiera entre la Europa Occi­dental y el Asia Oriental una tierra habitada que equilibrara el mundo antiguo. En su audacia cien­tifica, llegaba á adivinar lo que después ha descu· bierto la geología moderna, ó sea que cno sólo simples masas de rocas ó de islas grandes y chi­cas, sino también conlinentes enteros pueden surgir del fondo de los mares,, como ha expuesto el gran Ritter con sentimiento que podríamos llamar filial. Estrabón es el verdadero fundador de la ciencia geográfica y su obra es la que los sabios modernos han reanudado después de tan· tos siglos esterilizados por el cesarismo romano y la barbarie de la Edad Media.

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72 EL1SEO RECLÚS

1I

Debigualdad de las tierras y los lllareb.-llemi::.ferio oceá­nico, hemisferiO contmental.-Semicírculo de las tierras -Di.stribución de la::; mesetas ~ás altas y de las mayore~ cord!lleras alrededor del Océano Indico y del mar del s-· _ e· ur.

uculo polar.-Círculo de los lagob y los desiertos.-Ecua-dor de contracción.-Ribera::; dispue::.tas en arcos de círculo.

. El hecho más considerable que Ílamn la aten­Ción del ob en·ador al examinar la superficie del glob~, es la extensión de~igual del Océano y de las tierras emergentes. Aunque en ambas regio n.es polares se encuentran todavía ' 'astos espacios sm explorar.' ~ue forman una décimosexta parte de la super·ficie terrestre, puede decirse de una manera nproximadn que los mares cubren las tres cuartas partes del globo.

En el hemi ferio meridional es donde se han acu~ ulado princi poi mente las aguas, y las masas contmentale<s se han agrupado en el boreal. E::,te primer contraste entre amba" mitades de la Tie rra llama más la atención si en lugar de tomar los dos polos por centro de Jo ~ hemisferios se elige.n dos puntos situados respectivamente en medw de los espacios océanicos más extensos, y

NUE::!TltO PLANETA 73

hacia la parle central del grupo de los continen­tes. Si se describe un gran circulo sobre el globo,. alrededo1• de Londres, que es en nuestros di.ns el principal foco de atracción para ~1 com~rcw de todo el mundo, casi toda la superficie conlmental, encenando la doble cuenca del Atlé ntico .com.o un mar inte1·ior, cabrá dentro de ese hem1sfer10; la otra mitad de la superficie terrestre, cuyo centro está situado junto fl Nueva Zelanda, en los anti: podas de la Gran Bretaña, no estará ocupada cast más que por la inmensidad de las aguas. L~s co marcas antárticas, la Australia, la Palagoma Y el archipiélago vecino, son las única~ ti~rras qu.e rompen la uniformidad de ese hem1, fen.o oceám­co. Según una hipótesis plausible, esa hmchazón, esa tut·gencia de los continentes que sobresalen en una parte del globo y esa afluencia de aguas oceánicas en el hemisferio opuesto, obedecen al peso desiaual de los materiales que constituyen la masa del globo, y por lo tanto á la falta de coincidencia entre el centro de figura y el centro de gravedad. El litoral de los continentes que se desarrollan alrededor del Gran Océano afecta una forma sensiblemente circular; es una especie de anillo rolo al Sur, por la parte de los hielos antfir­ticos. Desde la punta meridional de Africa ha::,ta el Kamlchalka y de las islas Alentrinas al cabo de Hornos las tierras están dispuestas en un , . inmenso anfiteatro, cuyo contorno, igual á la Cl~-cunferencia del globo, no es menor de 40.000 lu-

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lómet_ros. Y no son simples playas bajas que se d_esphega? en hemiciclos alrededor del hemisfe­no oceámco: las mesetas más altas, las montañas más elevadas de los continentes se colocan en vas~o semicirculo precisamente en las comarcas Yecmas al Pacifico y hacen inclinarse hacia ese océa_no el centro de gravedad de todas las masas continentales.

Por la parte del Océano Índico, dependencia del gran mar del Sur, presenta África sus aristas más elevadas; alli se encuentran los montes ne­vados del K~nia y del Kilimandjaro y se alza la meseta de EtiOpia, semejante á una gran fortaleza rodeada de baluartes; al Oriente de la estrecha puer'ta del Mar Rojo se eleva otra meseta la del Yem~n, cuya_s pendientes más rápidas se ;uelven también hac1a las riberas del Océano.

Más allá, aquella muralla de tierras altas, que s_e podria llamar la columna vertebral de los con­twe~tes, está cortada por la represión del golfo Pér'SICO y del Éufrates, pero empieza de nuevo al Norte de Persia. El Cáucaso, el Elburz, el Hindu Kneh, e~ Kara Korum y el poderoso Himalaya, cuyas cimas se levantan á nueve kilómetros de altura encima del Indostán, están tres ó cuatro veces m~s . próximos al mar de las Indias que al Océano Art1co; esa diferencia seria mayor si se prescindiera de las peninsulas del Ganges, que avanzan mar adentro como los miembros del gran cuerpo asiático. Considerada en su conjunto,

NUESTRO PLANETA 75

1 asa del continente puede dividirse en dos vaer~entes, una de las cuales baja rápid~me_nte hacia las llanuras ribereñas del Océano Ind_Ico, mientras la contrapendiente, erizada de cordille­ras divergentes, se inclina de grado en grado ha· cia las inmensas tundras pantanosas que están

junto á los mares glaciales. . . . Las grandes mesetas del Asia Central, hmlla·

das al Norte y al Sur por esas cordilleras q_ue irradian como un abanico desde el nudo de Hm· du Kuch, forman en dirección al NE. la parte culminante del anfiteatro continental; después al Norte del valle del Amor se continúan á poca distancia del litoral con hileras de picos que do­minan los mares de Ochotzk y de Behring. Más allá las aguas del Pacifico se han abierto paso

' Gl · 1 la para unirse con las del Océano ac1a , pero linea de las montañas sigue prolongándose. Co· locadas en forma de istmo roto al Sur del Estre­-cho, las islas Alentienas reunen las dos masas continentales de Asia y de América del No_rte; parece la ribera de una antigua tiena sumerg1da.

La alta península de Alaska, co~t~n~ación de la fila de las Alentienas, es el punto mtcial de esta serie de altas tieiTas que siguen las orillas _del Pac\fico á través de ambos continentes ameriCa­nos. Cordilleras paralelas, apoyadas en ciertos si· ti os en grandes masas, se encorvan. alre~ed~r de las riberas de Sitka, de la Colombia britámca Y de la California, y luego se funden insensiblemen-

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76 ELÍSEO RECLÚS

te en la meseta ~el Anahuac. Esta continúa al SE. en una cordillera volcánica, interrumpida de trec~o en trec~o; pero en las orillas del golfo de D~nen la cordtllera empieza de nuevo, y su­mergiendo las rocas de su base en las olas del Pacifico, desarrolla su doble ó triple arista nevada hasta ~1 e:::,lrecho de l\lagallanes. Las otras prolu· ber·ancw de la América l\leridional que se elevan al E le de e:::,a gran espina dorsal de Colombia alcanzan una altura menos considerable y está~ atrave::,adns por ríos á los cuales la nieYe de los Ande!::J ha dado origen. Además, la pendiente abrupta de la cordillera madre está uniforme· mente \'Uelta hacia el Pacífico; la distancia de las boca:::, del Amazonas á las cimas de los Andes es lo menos quince ,·eces más larga que la distancia entr·e la cre~ta y el litoral del mar del Sur

E:::,e in_mens~ hemiciclo de tierras al~as que formn In nbera mterior de las masas continenta­les, de de el cabo de Buena Esperanza ha:::,ta el d~ Homo~, no es el único testimonio de la fuerza S1emp1:e activa que tiende á hacer surgir las par· tes :::,a.hentes_ de la esfera terrestr·e siguiendo gran­des llneas cm.:ulares. Con la misma cordillera de ~os Andes s~ suelda una serie de montaiias y de rslas 'olcámcas que se desarrollan en círculo alrededor d~l mar del Sur. Es el gran anillo de volcanes activos señalado primeramente por Leo­poldo de Buch y designado por Cados Ritter con el nombre de circulo de fuego.

NUESTRO PLANETA 77

También las riberas de los continentes é islas vueltos hacia el mar Glacial del Norte se des · arrollan siguiendo una curva círcular. Según se puede juzgar por el estado actual d~ nuestros conocimientos sobre esa parte de la Tierra, pare­ce que un círculo polar inclinad~ un~s cinco .g~a· dos hacia el estrecho de Behnng trena por cir­cunferencia casi regular las costas septentrionales de Siberia, del archipiélago de Parry, de Groen­landia, de Spitzberg y de Nueva Zembla.

Otro círculo, inclinado 10 grados sobre el polo en dirección al meridiano de París, pasa á través de la mayor parte de los mares interiores del antiguo y del nuevo mundo. Esa curv~ penetra en el Mediterráneo por el estrecho de G1braltat', r~­corre este mar y el Ponto Euxino, une el Casp10 con el mar de Ara\, que en una época geológica reciente no formaban más que una masa de agua, y luego se prolonga hacia el Pacífico por la cade· na de los principales lagos siberianos, incluso el Baskal. Sobre el continente americano, la curva atraviesa el lago de Winnipeg, el Mediterráneo de los grandes lagos del San Lorenzo, y desp~és el Champlain y la bahía de Kindy. A~í se termma esa gran serie de dept'esiones continentales, que ciel'tamente no se formó al acaso. A\ Norte del Mediterráneo, el más importante de esos mares intel'iorec; las montañas más elevadas de Europa

' levantan una muralla análoga á la que da vuelta al Pacífico. Efectivamente, los Pirineos, los gran·

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78 ELÍSEO REOLÚS

des Alpes y los BaJI.~anes constituyen una especie de muralla con numerosas brechas, mucho mlls próximas al Mediterráneo que á los mares del Norte, y que pre enla su pendiente más rllpida por la parte del Sur.

Juan Re) naud ha señalado la existencia de otro anillo terrestre que también debe de haberse formado en virtud de una gran ley geológica. Ese tercer circulo, de una inclinación de 15 ó 20 gra­dos sobre el polo, pasa por el istmo de Panamá, que es la depresión más grande de América, y atraviesa en el mundo antiguo casi todos los gran· des desiertos, muchos de los cua les estaban cu­biertos de agua duran le los últimos periodos terrestres. Esos espacios arenosos ó peñascosos, colocados oblicuamente á tra,·és de los continen­tes de Africa y de Asia, son el Sabara, los arena· les de Egipto, el Nefud de Arabia, las mesetas saladas de Persia y el Cobí ó Chamo, cuya super­ficie no es muy inferior á las soledades africanas. Cosa notable es que esa serie de antiguos mares esté domin ada al Norte por di,·ersas cordilleras, el Atlas, el Tauro, el Cáucaso; como el Pacífico y el Mediterráneo, las aguas desaparecidas tenían al Norte un a muralla de tierras elevadas. Corno quiera que se ha) a formado ese anillo de mares y desiertos al cual Juan Reynaud llamó ecuador de contracción, es imposible considerarlo como ciego capricho de la Naturaleza.

N o sólo las diversas regiones de la Tierra que

NUJilSTRO PLANETA 79

una ran analogía de relieve ó se distinguen por d. g estas circularmente en la de aspecto estl\n Ispu . o que los contornos de

fi · del planeta, sm . . á super e1e bedecen as1m1smo los continentes parece q~et od presentan una serie

· a en cuva v1r u . una ley ritmlc J 1 ·dad cas1 per· 1 de una regu an

de arcos de círcu o d los tres continentes fecta á veces. Las c~sta~ l ~ur África y Australia, meridionales, Aménc~ e l 'de ello Todas las presentan notables e)e~p ots s del Norte tienen

d los contmen e penínsulas . e , en arcos de círculo, Y tambiép on\las coi ta~as uede ser Sicilia, son muchas islas, cuyo tipO ~á ulos esféricos. Esa comparables _con vastos tn n~as es tan frecuente, disposición circular de las c~s do de clasificar las que varios ~eólogos han ~: ~urvatura de golfos y tierras segun el grado bahías.

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ELÍSEO REOLÚS

III

División de las tierras en mundo antiguo y moderno.-Doble continente americano.-Doble continente de Europa y Áfri­ca.-Doble continente de Asia y Australia.

Si puede considerarse que las masas conti­nentales están colocadas siguiendo grandes círcu­los tr·azados alrededor de la esfera, hay que reco­n.ocer que obedecen también á otra ley en cuya vtrtud los grupos terrestres se han distribuido en tres continentes dobles, que forman respectiva­mente tres series paralelas.

Parece al principio que las partes salientes del suelo no c~nstituyen mlis que dos masas, la del mundo antiguo y la del nuevo, y que esas masas no se asemejan en sus formas exteriores. Pero un examen atento revela una gran unidad de plan donde á primera vista no se advertía más que caos y desorden. Y es que, á consecuencia del cruza­miento de las diversas partes, levantadas unas circular·mente alrededor de los mares, otras parale­lamente al meridiano, se ha producido entre lo.:> grupos continentales una serie de contrastes que se mezclan con las semejanzas y hacen predomi-

NUESTRO PLAN~TA 81

nar sucesiYamente las formas opuestas en la distribución general de las tierras. Esa mezcla es Jaque da con su variedad mayor armonia al con­JUnto del relieve terrestre.

Para el estudio comparativo de la configura· cióu de los continentes, hay que elegit· á América como tipo, porque en dicha parte del mundo la linea de elevación dirigida de Norte á Sur es tan­gente á la curva que describen las tierras alrede­dor del Pacífico y hasta se confunde con ella en cierta extensión. Gracias á esa coincidencia de ejes, el Nuevo Mundo presenta una regularidad de formas muy grande. Se compone de dos triángu­los que dirigen hacia el SurJa punta más aguda y se unen entre si por medio de un istmo muy estrecho. Ambas mitades de América, una de las cuales pertenece por completo al hemisferio sep­tentrional, mientras la otra es trópico-meridional, forman dos continentes perfectamente distintos, y sin embargo, ofrecen analogía tan grande en su estructura, que constituyen seguramente una sola pareja. Por un efecto natural de la divergencia creciente que se produce en la América del Norte entre el eje continental y el círculo de montañas desplegado alrededor· del Pacíllco, ese continente es más grande que su compañero del Sur en la proporción de una séptima parte, y sus contornos son mucho más quebrados. La forma más típica es la del continente mer·idional, al cual debiera darse el nombre especial de Colombia.

G

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82 ELÍSEO BECLÚS

En el mundo antiguo África se adapta de un modo evidente al mismo modelo que la América del Sur. En su estructura general, parécense am­bos continentes por su gran masa triangular de riberas poco sinuosas, y la analogía se encuentra hasta en los detalles de golfos y promontorios. Muchos son verdaderamente los contrastes, pero se producen con tanto ritmo y regularidad, que ha de verse en ellos nueva prueba de la unidad de formación en las dos masas continentales.

Europa no parece á primera vista una parte del mundo correspondiente á la América septen­trional. Efectivamente, ese conjunto de penlnsu· las que aun en nuestros días es la región más importante de la Tierra por la civilización de sus pueblos, podría parecer un apéndice geográfico, una simple prolongación de Asia; cuesta trabajo compararlo con la América del Norte, cuya masa ocupn doble superficie. Sin embargo, el estudio geológico del relieYe de Europa prueba que forma en realidad un continente distinto. En época ante­rior estaba separada de Asia por una masa de agua que se extendía desde el Mediterráneo has­ta el golfo de Obi por el Ponto Euxino, el Caspio y el mar de Aral. Al pie de las montañas del Ural y del Atlas se extienden esas estepas inmensas que toda\'ía conserv:m, como casi todos los desier­tos, su antigua fisonomía marítima, y que limitan al Oriente el continente europeo de manera mlls eficaz que otra Atlántida. Existía el brazo de mar

NUESTRO PLANETA 83

que separaba las dos partes del mundo; pero aunque se han reunido tierras que ante.s eran distintas, conserva cada cual su carácter b1en de-

terminado. La geología se presenta como testigo para afi:·

mar la for·ma continental de Europa y su analog1a con lo América del Norte. Por la parte del Sur Y la del E:::,te, la semejanza sigue entre ambas partes del mundo. Cier·to es que por el lado meri~ional las tierras de Europa no se Qnen ya con Africa por medio de un i:::,Lmo semejante al que enlaza las do!::J Américas, pero, como sabía ya Estrabón, baslarla con un levantamiento de cien metros esca~os para formar una lengua de tierra desde Sicilia hasta Túnez entre los dos mares de Espa· ña y de Creta. Una compuerta submarina divide el Mediterráneo en dos profundas cuencas, y gra­cias á su relieve acentuado, puede considerarse como un istmo verdadero. Además, la parle sep­tentrional de Áfr·ica, es decir, las regiones del Atlas comprendidas entre el mar de Sahara y las costas actuales de Manuecos, de Argelia y de Túnez es seguramente una dependencia de Euro­pa. La ciencia moderna ha comprobado que en cuanto á la fauna, la flora y la constitución geológi­ca, todo el litoral del Mediterráneo oriental, al Norte y al Sur, forma un todo inseparable. Bour­guignarlt ha sentado claramente, con sus investi­gaciones sobre los moluscos vivos, que el Norte de África no posee una sola especie que sea pecu·

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84 ELÍSEO RECLÚS

liar suya, y que todos los tipos de esos animales encontrados en las pendientes del Atlas proceden de la peninsula ibérica. El Sahara occidental y la Tripolitana tampoco poseen especies pri,·ativas, por lo cual es evidente que estas regiones no hablan salido todavía del fondo del Océano al principiar la época actual y que la rvlauritania continuaba al Sur la península española; los pro­montorios de Ceuta y Gibraltar formaban parte todavia de la misma cordillera. No •gn oraban los antiguos que el Mediterráneo había estado cerra· do en otro tiempo por la parte de Occidente, puesto que atribuían á Hércules el honor de ha­ber abierto una puerta entre los dos mares. Otros varios autores consideraban novedad desagrada­ble que los geólogos hubieran hecho de Europa y Libia dos partes del mundo distintas una de otra; aunque separadas por el mar, las dos regiones les parecta que pertenecían al mismo conjunto geo­gráfico. Los contornos exteriores de Europa re­cuerdan bastante los de América septentrional. En los dos continentes, las riberas del Atlántico están muy recortadas y dejando penetrar al mar tierra adentro, proyectan peninsulas muy en lontanan­za dentro del mar. En Europa, el Mediterráneo y el mar Báltico corresponden al golfo de Méjico y á lodos los mares que se extienden entre Groen­landia y la N u e va Bretaña; pero es de notar que Europa, cuya organización es más delicada y m{ls fina que la de las demás par'tes del mundo, tiene

NUESTRO PLANETA 85

las penínsulas de formas m~s sueltas y lo~ mares interiores más rodeados de lterras; sus pemnsul~s se han convertido en islas, sus mares son a l mts­mo tiempo lagos; de todos modos, Europa c?rr~s­ponde {l la América del Norte y foema con Afnca segunda pareja continent~l parale.la á la del Nue­vo ~1undo. Asia y Austraha constttuyen .la ter~er_a pareja, aunque su forma reproduzca el ttpo pnml­tivo de una manera muy imperfecta. Se ha roto el equilibrio en favor de la parte septentrional, pero aun se encuentran en la configuración general de esas grandes masas los rasgos principales que distinauen los otros continentes dobles. Como América del Norte y Europa, está Asia aislada geológicamente; como esas dos partes del mundo, pro~ ecta numerosas penínsulas en los ma.res que la rodean, y sí no está directamente umda con Australia por medio de un istmo continuo, á '? menos las islas de la Sonda, semejantes á los pt­lares de un puente derrumbado, están colocadas á tra\'és de los mares de uno á otro conti nente. Australia recuerda muy bien con su forma regu­lar y casi geométrica, y con su falta absoluta de penínsulas, las otras dos partes del mundo que penetran en los océanos meridionales.

Por último si se considera aisladamente el , mundo antiguo, ó grupo oriental de los continen ­tes, se obserYa una doble distribución binaria, ó la división del mundo en cuatro partes colocadas dos á dos al Sur y al N orle del Ecuador. Ya lo

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86 lllLÍBEO RECLÚ8

enseñaban as1 la mayoría de los antiguos, que daban al mun_do el nombre de Terra quadrifida. Otros, obedectendo también li ideas sistemliticas creian que las tierras tenían la forma de un huev~ Y se componían de tres partes redondeadas alre­dedor del templo sagrado en Delfos, co mbligo del mundo,.

Encuéntranse, pues, en la forma exterior de los continentes dos leyes distintas: una en cuya vir­tud se han dispuesto en círculos oblicuam~nte al Ecuador, y otra que las ha distribuido en tres lineas paralelas al meridiano. Á esa complicación se debe la apariencia irregular de Jos continentes dobles del mundo antiguo, porque en él se cruzan l~s do~ ejes de formación, y por lo tanto, hay gran dtverstdad en el relieve de sus tierras. Las seme­janzas y diferencias que presentan entre si ambas mitades del mundo se explican también perfecta· mente cuando se las relaciona con uno ú otro orden de hechos. Si se consideran las tierras que brotan del mar como formando tres continentes dobles paralelos, llama la atención la analoO'ia en

. b

su conJunto y en sus pormenor·es· si se admite la división casual de las masas continentales en dos mundos, el antiguo y el nuevo, se nota entonces la ra~ón de los contrastes, que son otro género de semeJanzas. Así se explica la variedad de formas de Europa, considerada ya como mitad de una pareja continental paralela á las dos Américas, ya como una gran penínsu la de Asia en el inmenso

NUESTRO PLANlllTA 87

anillo de las tierras que rodea el Océano. S~ dis­tinguen la urdimbre y la trama en el_ maravilloso tejido de la superficie del globo lo mtsmo que en

una lela. . El rasgo principal del relieve d~l mundo anti-

guo es la enorme elevación de las lter·ras cerca del centro de Asia, en el cruce de las altas cordill~ras del Indu Kuch, en toda aquella región grandwsa que con justicia fué llamada 1 echumbre del mundo. Aquel pais tan elevado que rode_an el Himalaya, el Kara Korum, el Kuenlun, el Ttan Chan, el Soh· man Dagh y otras cordilleras ~s el lu?ar de la Tierra donde se cruzan ambos eJeS contmentales dirigidos uno de N orle á Sur y otro de SO. á NO., paralelos á los contornos del Pacífico. Al encontrarse, se han superpuesto ambas olas te­rrestres, como lo hacen en el mar las que llegan de puntos diversos del horizonte. En ese cruce de los ejes es donde se encuentra la verdadera cús­pide de la Tierra, el centro orográfico de los con­tinentes, que es al mismo tiempo el centro de dispersión de los pueblos arios. Por un notable contraste, precisamente en los antipodas de esta región de altas llanuras y de montañas elevadas se extienden las partes del Pacifico más despro­vistas de islas, y probablemente también los abis­mos más hondos del Océano.

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ELÍSEO RECLÚS

IV

Principales analogías entre los continentes; forma piramidal de las partes del mundo; pendientes y contrapendientes.­Cue~c.as cerradas de cada masa continentaL-Penínsulas meri~IOn.ales d? c~da grupo de continentes.-Hipótesis de los dlluv10s per16d1Cos.-Disposición rítmica de las penín­sulas.

Cada continente, considerado aisladamente puede ser· asimilado A una base piramidal con una base enorme y una cima colocada lejos del centro de la figura. El Monte Blanco, cima culminante de los Al pes, está situado á distancia relativamen­te muy corta de las costas occidentales y meridio­nales de Europa; ésta en conjunto es una pirámi­de cuya altura equivale á la milésima parte de la base Y cuyas .verti.en tes vueltas hacia el Asia y el Océano ~!acial tienen una longitud cuádruple, por térmmo medio, de las pendientes inclinadas hacia el Océano y el Mediterráneo. El continente asiático tiene por cimas las altas montañas del Himalaya, y de esos puntos elevados las caras del país se inclinan siguiendo pendientes muy diver­sas h~cia los océanos opuestos; por una parte, el descenso es rápido hasta las llanuras y los golfos

NUESTRO PLANI!)TA 89

del Indostán; por otra, la contrapendiente es de una lon(7itud mucho más considerable. .

El relieve general de África es menos conoc1~~, pero es probable que el monte ~enia y el Kll~­mandjaro sean las alturas culmwantes del poli· edro continental, y esas alturas, que se yerguen le¡os del centro de África, presentan por una parte una inclinación relativamente brusca y por la otra una contrapendiente muy prolongada. En Austra­lia ocurre el mismo fenómeno, porque los montes más elevados de ese continente son probablemen­te los que se encuentran en la ~ueva Gales_ del Sur, á poca distancia de las onllas del_ Pa~1fico; desde esas montañas hasta el Océano Indico, la distancia es lo menos séxtupla.

Por último, ambas Américas pueden ser t~m­bién consideradas como dos sólidos cuya c1ma está lejos del centro de figura, uno en Orizab~ ó en Popocatepetl, otro en el grupo de_ las ~ontanas boli' ianas. Á pesar de todas las diVel'bidades de relieve que presentan los continentes, á pe.s~r de las oquedades y depresiones de su superficie, el suelo presenta en muy pocas regiones cavidades inferiores al nivel del mar, y esas cavidades, como los alrededores del mar Caspio y el valle del mar Muerto, están precisamente situadas en los con­fines respectivos de los dos continentes: Europa y Asia, Asia y África. Hasta las depresiones del Sabara de Argelia, cuyo suelo está en ciertos lu­gares más bajo que el Mediterráneo, son el fondo

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ELÍSEO RECLÓS

del mar an~iguo que separaba en otro tiempo la verdadera Africa de las comarcas del Atlas.

Üli'O gran rasgo de semejanza entre las diver­sas ma.sas c?ntinentales es que cada una encie­r~a, á distancia considerable de las riberas oceá­mc~s, una ó varias cuencas cerradas, donde se extienden la.s aguas que no pueden derramarse por l.as vertien.tes exteriores; esas concavidades, que tienen su Sistema exterior de lagos y de ríos, son otros tantos mundos. En el continente asiáti­co, el mayor de todos, cuyo centro de figura es el mli~ ap~rtado del mar, las cuencas hidrográficas delmte~wr presentan mucha extensión. Compren­den ca.si toda la superficie de las altas mesetas de Tartar1a Y de Mongolia, es decir, las cuencas del Lob Nor, del Tengri Nor, del Koko Nor, del Ubsa Nor; después, al Oeste de las grandes cordilleras del Asia central, abarcan la meseta del Iván la cuenca del Balkach, las del mar de Aral, de Íos lagos. de Van Y de Urmials. Con la depresión del CaspiO, la serie de las cuencas cerradas del Asia se. enlaza con la de Europa, que se extiende hasta el mismo centro de Rusia, hasta las fuentes del Knua Y del Valga. En conjunto, toda esa reo-ión cuyas aguas, desde las colinas del Valda rus~ hasta las mesetas de Mongolia, nu encuentran salida hacia el mar, comprende un espacio tan vasto como Eu­ropa. Los dos continentes americanos también tie­nen sus siste.~as aislados de lagos y ríos, que ocu­pan una posiCión correspondiente, uno entre las

NUESTRO PLANETA 91

montañas Roquizas y la Sierra N evada de Califor­nia, otro en la meseta del Titicac.a, ent~e ~os .An· des y la cordillera propiamente dicha. Afr1ea ttene muchas cuencas cerradas, y la principal es .la del lago Tchad, situado en el cen.tro del contwente. Por último, la misma Austraha, á pesar de su escasa extensión relativa, tiene sus lagos Torrens, Gairdner y otros, que no se comunican con el mar.

Según habia observado Bacón, los tres grupos de continentes presentan también unos con otros un parecido singular por la forro~ peninsular de sus puntas terminales, vueltas hacw el Océano An­tái'lico. Esas tres penínsulas meridionales no avan­zan mar adentro de igual modo, puesto que se encuentran respectivamente á 36, 44 y 56 grados de latitud, pero están unidas unas con otras por un círculo ideal, inclinado 10 grados sobre el polo Sur. Las distancias respectivas de las tres extre­midades continentales son iguales en la periferia terrestre, porque los espacios marHimos compren­didos entre el cabo de Buena Esperanza y el cabo de Hornos, el cabo de Hornos y Tasmania, ésta Y el Sur de África, vienen á estar en la misma rela­ción que los números 7, 8 y 9.

Cada promontorio avanzado de la Tierra pare­ce que fué en parte demolido por las olas. La América del Sur presenta en su extremo la ima­gen de una inmensa ruina; el tortuoso estrecho de Magallanes la separa de la Tierra del Fuego, que está dividida en varias islas por un dédalo de ca-

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92 ELÍSEO Rb.CLÚS

nales y que tiene al Sur, como un león echado el for~i~able islo~e del cabo de Romos. De la pu~ta mend10nal de Afl'ica sale otro cabo, el de las Tor­mer~tas,. al cual la esperanza de descubt·ir las lnd1as hizo dar su nombre actual; al Este de ese promontorio, unido con el continente por medio de mesetas y montañas, penetra mar adentro el gran banco de las Agujas, en el cual viene á que­brarse la . fuerza de las corrientes, y que es, sin ~u~ a, residuo de una liel'l'a de::, a parecida. Por ultim o,. el cont.in.ente austr·aliano tiene por pro­~ongacJón meridional la ribera escarpada de la 1sla de Van D.1emen, porque, por su posición geo­gréfica, e::;a lierTa pertenece seo-uramenle á la Au::,tralia; el error de Cook, que bno ''eía en Tas­mania más que un promontorio de Nueva Holan­da, em más aparente que real. Lo que completa más el parecido entre las puntas terminules de los tres continentes del hemisferio antártico es 1

que cada uno de los mares que se extienden al Oriente de esas tierras baña una isla ó un archi­piélago considerables. Al Este de Australw, es la Nueva Zelanda; al Este del continente colombia­no, el archipiélago de Falkland; al Este de África, la isla de !\ladagascar.

Estas ob:::;e¡·vaciones de Bacón, desarrolladas luego por Buffón, Foster, el com paííero de Cook, y en los ti e m pos modernos por Steffens Carlos Ritter, Arnoldo Guyot y otros geógrafos, h~n dado lugur á la hipótesis de que un terrible diluvio

NUESTRO PLANillTA 93

procedente del SO. desc~r?ó sobre los continen · t s del hemisferio meridiOnal para roerlos, re c:rtarlos, llevar sus residuos á los ~ontinentes del Norte y formar así las largas pend1entes que ba­jan hacia el Océano Glacial Ártico.' Según esta hipóle.,is, las tierras del Norte crecieron desm~­suradamente á expensas de las del s_ur, de las cuales no quedó más que el esqueleto. A esa gran inundación, que esculpió de nuevo las masas con· tinentales, atribu\a el via jero ruso Pallas el trans­porte de los innumerables cuerpo~ de.rnamrn~ts sume¡·aidos en las tundras de S1bena. Sab1do es que

0 esa hipótesis la han defendido después

Arhemar y sus disc\pulos. Para esos geólogos que ven los grandes agentes de renovación terrestre en una serie de diluvios periódicos, que descen­die¡·on alternativamente del Norte y del Sur cada 10.500 aüos, las osamentas que se encuentran en Siberia las trajo el penúltimo diluvio, procedente del hundimiento de los hielos del polo austral. Según una de esas hipótesis, el último deshielo vino del Sur; según otra , del N orLe. Prudente es prescindir de esas ideas contradictorias , que atribuyen á un cataclismo la forma peninsular de los continentes del Sur. Hoy nadie duda de que el rinoceronte y el rnammut hayan vi\'ido en Siberia, donde actualmente se encuentran s us restos.

Casi todas las grandes peninsulas de la Tierra, Groenlandia, Kamtchatka, Corea, se ala!'gan tam­bién con dirección al Sur. Los tres continentes

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94 ELíSEO RECLÜS

del. Nort~ toman separadamente por tipo de sus articulaciOnes meridionales el conJ·unto d 1 t t' e os res con mentes del Sur, y proyectan cada uno

tres ye~ínsulas en los mares que los bañan al MediOdia; á las tres penínsulas del mundo co­rresponden en Europa, Asia y América del Norte tres grupos de penínsulas secundarias.

Sobre todo en el mundo antiguo se han for­mado con reg~laridad esas articulaciones penin­sula:es, con ritmo y medida; de continente á conti.nente presentan las analogías más notables Arabia, por la belleza sencilla y alti\a de sus contornos, rec~erda la for -na elegante y majes­tuosa d~ Espana; el Indostán, por la muelle ondulación de sus riberas y la redondez de sus ~ahías, conesponde á Italia; la India transgangé· tiCa, con sus numerosos contornos dentados y el ~n?rm.e desarrollo de sus riberas, es como una Imitación de la hermosa Grecia, CU)a forma se compara muy acertadamente con la de una hoja de morera. En los dos continentes las penínsulas ca~a vez son más articuladas de Occidente á Or1ente. Las penínsulas mediterráneas especial­me?te presentan el fenómeno notable de una variedad .de contornos tanto más grande cuanto más próxtmo á Levante está el país.

Las numerosas bahías que recortan las costas de España á lo largo del l\Iediterráneo se des­arrollan en arc?s de círculo regulares que equi­valen por término medio á la cuarta parte de la

NUESTRO PLANETA 95

circunferencia; los golfos de ltalia, como el de Génova, el de Nápoles, el de Falerno y el de Man­fredonia, se abren como semicírculos completos en el contorno de la pen1nsula, mientras la ma­yor parle de los golfos de Grecia recorta~ muy profundamente las riberas y forman medtterrá· neos en miniatura como el mar de Lepanto.

Hay que notar también que España y Arabia, penínsulas análogas, no presentan al Este de sus costas, de contornos sobrios y severos, más que islas de poca importancia. Italia y la India, cuyas formas son tan ricas, tienen cada cual una isla grande, y con sus puntos meridionales gozan aquélla con Sicilia y ésta con Ceylán. Grecia y la península lransgangética están bañadas al Oriente por mares sembrados de islas é islotes innume­rables, semejantes á una nidada de pajarillos que juegan al abrigo de las a las maternas. Las dos penínsulas orientales que posee adetuás el gran continente de Asia, Corea y Kamtchalka, están asimismo acompañadas de un archipiélago.

Las Lres penínsulas meridionales de América del Norte no presentan en su aspecto la misma re gularidad que las de Europa y Asia. Á consecuen­cia de la forma estrecha y alargada del continente , dos de esas penínsulas, la Florida y la California Baja, parecen atrofiadas en comparación de los órganos análogos de los continentes del mundo antiguo. El otro apéndice peninsular, mucho más desarrollado porque se encuentra en el mismo eje

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ELÍSEO RECLÚS

del Nuevo Mundo, no es más que el istmo de América Central. EfectiYamente, bastaría con una si m pie depre~ión de 30 metros para que el Pacifi­co y el mur de la~ Antillas unieran sus aguas entre los dos continenles americanos. Parece ade­más que, en una época geológica reciente, un estrecho unta ambos mares á través de la llanura (llena hoy de Ja, a'-) que por una parte domina la Sierra de Maná Eungín y por otr·a la Sierra Trini­dad. Un solo rasgo de relieve terrestre puede ser­vir á un tiempo para varias cosas: precisamente en los antípodas de América Central, las islas de la Sonda sirven al mismo tiempo de istmo entr·e los dos continentes de Asia y Nueva Ho­landa.

NUESTRO PLANETA 97

V

Articulaciones numerosas de los continentes del Norte.­Formas pesadas de los del Sur.-Desigualdad de los conti­nentes del mundo antiguo.-Desarrollo de las costas en razón inversa de la extensión de las tierras. -Contrastes entre el mundo antiguo v el nuevo.-Ejes transversales entre si de América y el mundo antiguo.-Contraste de los climas en los diversos continentes de Norte y Sur, Oriente y Occidente.

Un contraste fácil de comprobar es el de la forma de las riberas continentales. La América septentrional, Europa y Asia tienen, comparativa­mente con su masa, considerable longitud de costas. Golfo~ profundos, mares interiores pene· tran en ellas hasta gran distancia y su contorno está lleno de penínsulas dentadas; puede decirse que por su organización esas masas continentales parecen cuerpos articulados y provistos de miem­bros. La América del Sur, África y Australia pare­ce que tienen en cambio una forma r·udimentaria; su perfil es de una sencillez y una regularidad casi geométr·icas, sus golfos son escotaduras poco pro· fundas en la línea poco movida de las orillas, y los promontorios, que han adquirido una forma penin­sular, apenas existen. Esos continentes represen·

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98 IDLÍSIDO REOLÚS

tan en la escala de la organización terrestre una fase inferior de la vida. De todos modos, esa pesa­dez de contornos y esa falta de penínsulas quedan compensadas en gran parte por la posición más oceánica de los continentes del Sur y por la pre­ponderancia del clima tórrido. En efecto el aire

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más cálido bajo los trópicos, se satura de mayor cantidad de humedad y las corrientes atmosféri­cas, más rápidas y regulares, transportan los vapores maritimos á través de espacios más vastos. Gracias á las lluvias torrenciales, á los vientos alisios, á los huracanes, las enormes masas de la América del Sur y de África están expuestas á la influencia oceánica lo mismo que las otras partes del mundo escotadas por golfos y bahías. Los tres continentes del Norte, cuyas riberas están recor­tadisimas, deben á sus mares interiores el respi­rar en una superficie muy desarrollada aquellos vapores acuosos, sin los cuales serian desiertos mmensos.

La superficie de los continentes no es un he­cho menos importante que su forma, y los contras­tes presentados por las diversas partes del mundo son muy notables. Mientras ambas mitades de América son casi iguales en extensión, los cuatro continentes :del mundo antiguo difieren mucho unos de otros en superficie. Asia, por si sola, comprende un espacio de tierra más grande que el de ambas Américas juntas. Por su parte, Eu­ropa, proyectada en el Océano como una simple

NUESTRO PLANETA 99

península de Asia, es cuatro ó cinco veces más pequeña_ que la enorme masa co? que está unida. Al Sur, Africa tiene una superficie tres veces ma­yor que Europa, y Australia, ~omparad~ con su vecina del Norte, cuya extensión es seis veces mayor, no merece más que el nombre de isla grande. De todos modos, es de notar que por. un curioso fenómeno de ponderación, las dos mita­des de cada pareja continental se equilibran en la redondez terrestre. En la pareja occidental, África, que es la parte preponderante por la masa, se encuentra al Sur y Europa al Norte. En la pareja oriental ocurre lo contrario. El gran conti­nente asiático está al Norte, y al Sur las tierras de Nueva Holanda.

SUPERFICIE DE LOS CONTINENTES

Primera pareja

América del Norte. América del Sur. .

20.600.000 kc. 18.000.000 »

Europa. África . .

Asia .. Australia ..

Segunda pat'fja

9.900.000 kc. 29.125.000 ,

Tercera pareja

4o.440.000 k c. 7.700.000 ,

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100 lllLíSIIIO RBlOLÚS

. :ambién pueden compararse los continentes mdiC~ndo las dis_tancias desde su centro de figura á la ribera oceámca más próxima.

RADIOS DE LOS CONTINENTES

Primera pareja

América del Norte. América del Sur. .

Europa. África ..

Asia .. Australia ..

Segunda pareja

Tercera pareja

1.750 k. 1.500 ))

770 k. 1.800 »

2.400 k. 990 ,

Esa gran desigualdad de los continentes po­dría sorprendernos si no se supiera que. según la hermosa .ley expuesta por Geoffroy Saint-Hilaire, toda func1ón ha de desarrollarse en un organismo á expensas de otra función. Verdad es que Euro­pa es pequeña, pero tiene gr·an riqueza de costas ~olfos Y penínsulas en sus contornos, y de islas é Islotes en sus mares. Las tierras y las aguas están c~locadas en capas alternadas como para formar mmensa pila eléctrica en la cual s ustitu­yen á los ácidos, chapas de metal é hilos conduc­tores las tierras, los mares y las corrientes aéreas.

NUESTRO PLANETA 101

Tan diversamente articulada está Europa, q~e sus costas tienen un desarrollo total más co~s·~era­ble que las de América Meridional ó de Afnc~, á pesar de que ésta cubra mucha mayor extens1?n. Australia parece á primera vista una excepc1~n (por su forma pesada) de aquella ley en_ cuya vir­tud las masns conti nentales más pequenas son al propio tiempo las mejor or~anizadas, pero ?o hay que considerar á Austraha como cuerpo ais­lado; hay que tener también en cuenta el prolon­gado istmo de islas é islotes que la enlazan con la Indo China. Alli hay numerosos archipiélago~ de tierras cuyo desarrollo total de costas es cas1 incalculable, y tienen por lo tanto todas las venta­jas de clima, riqueza y fecundidad que ?a una situación marítima; allí, más que en nmguna otra parle del mundo, se despliega la magni?cen­cia de la vida terrestre por el esplendor y vanedad de sus productos.

Los cuadros s iguientes, que dan en kilómetros la longitud absoluta y relativa del litoral marítimo en cada continente, forzosamente han de resultar incompletos. No podemos separar de Europa á Inglaterra Irlanda Sicilia ni á las islas de Grecia, ' , comarcas que han representado gran papel en la historia de la civilización. No podemos prescindir de las Antillas en el Nuevo Mundo, ni de las Mo­lucas, archipiélago de la Sonda y el Japón al Oriente del continente de Asia.

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102 ELÍSI!lO RlllOLÚS

LITORAL MARÍTIMO

Primera pareJa

América del N o rte .. América del Sur.

~uropa .. A frica.

Asia. . . Australia.

Segunda pareja

Tercera pareja

RELACIÓN DEL LITORAL CON LA

Primera pareja

América del N o rte.. 1 k. por América del Sur · · 1 , por

~uropa .. Africa.

Asia. . . Australia.

Segunda pareJa

1 k por 1 , por

Tercera pareja

1 k. por 1 , por

48.230 k. 25.770 ,

31.906 k. 20.215 ,

57.753 k. 14.400 ,

SU~ERFICIE

407 kc. 689 ,

289 kc. 1.420 ,

763 kc. 534 ,

NUESTRO PLANETA lOS

Teniendo en cuenta las principales islas, la Gran Bretaña, Irlanda, Cardeña, Sicilia y algunas otras, se calcula el desarrollo total de las costas de Europa en 43.000 kilómetros, ósea en un kiló­metro por 229 kilómetros cuadrados de super·

ficie. En los dos continentes del Nuevo Mundo,

mesetas y superficies presentan una superficie casi igual en extensión, y bajo este aspecto tienen una armonia que no existe en el mundo antiguo. Todas las comarcas occidentales de la América del Norte y una gran parte de las orientales son mesetas lisas ó dominadas por cordilleras; las llanuras que se extienden entre esos dos sistemas de elevaciones y comprenden las cuencas fluviales de la América inglesa y del Misuri-Mississipi­son iguales en superficie á las tierras elevadas que tienen á ambos lados. En la América del Sur, las llanuras tienen más extensión relativa, pero si se añaden á la cordillera de los Andes y á sus estribaciones las masas colombianas, las del Perú y Bolivia, las masas de Famatina, de Aconguija,de Córdoba, las sierras de las Guyanas, las cordille­ras del litoral brasileño y de Minas Gevaes, las gradas gigantescas de Patagonia, entre la arista de los Andes y la orilla del Atlántico, se ve que el equilibrio viene á ser igual entre las tierras altas Y bajas de aquella parte del mundo. Según Hum­boldt, cuyas cifras deben ser comprobadas cuida­dosamente con los medios que nos da un conocí·

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104 ELisEO RECLÚS

miento cada vez mAs exacto d l . la elevación media de la A ~ relieve terrestre, de ser de 228 met 1 mérJca del Norte debe de 351. ros, y a de América del Sur

Los continentes del mund . . tan la misma arman· 1 o antJguo no presen.

d Ja en a confio-u . ó e su relieve. Considei'ada As . o racJ n. general

un vasto sistema d la en su conJunto,es d e mesetfls qu .

esde los promontorios del A . e se exttenden de Corea, y desde las . s ta l\1 enor has ta los hasta las de la pro . . orillas del Beluchistán

VJncia de Vchot 1 L . central de Asia rod d z e a región altas del globo ~s J ea a por las montañas más de todos los co,ntine:~:s~ ten~stre más elevada A la altura media de 3 odo e~ Ciertos lugares llega La superficie total d 1 . ' 1-.000 y 5.000 metros. calculada por Hum~o~;t ~esetas ~e Asia ha. sido partes de aquella parte d 1 n las cmco séptimas las llanuras del Ga e mundo; l\Iesopotamia, tundras de SJ.be . nfges y del Indo, la China y las

r1a orman · t 1 séptimas partes del t. JUn as as otras dos . con m en te En b'

traha es muy pobre · cam 10, Aus-parte de la Tierra en mesetas y cordilleras; es la no. Muy hipotético~u:a~~nos sobresale del Océa­ca de su elevación d. e ser los cálculos acer­bien sus regiones ~et 1~, porque no se conocen

In erwres pe!' 1 1 continente australia 11 ' o a a tura del de Asia calculada no no. egarA á un tercio de la boldt en' 355 metro aproximadamente por Hum-

s. Europa, situada en el grupo del mundo anti-

NUESTRO PLANETA 105

guo diagonalmente é. Australia, presenta un gran predominio de las llanuras sobre las mes~~as .. La Europa oriental casi entera es una campma lisa, y ese campo, cultivado en gran parte, pero lleno de brezos y turba de trecho en trecho, se prolonga por Polonia y Prusia hasta las fronteras de Fran­cia y Bélgica; en aquel inmenso espacio es tan uniforme el terreno, que en una distancia de 3.950 kilómetros,desdeNijni Novgorod á Colonia, no hay ni un túnel de ferrocarril. En Europa occiden · tal, que bajo el as pecto histórico es la verdadera Europa, son muy numerosas las tierras ele· vadac;;; generalmente se reducen á simples cor­dilleras , que tienen á ambos lados llanuras considerables. Las únicas mesetas que tienen notable importancia en la arquitectura general del continente, son las de la peninsula ibérica, de Suabia y de Turquía; las tres se apoyan, de una manera rítmica, en una cordillera cuya vertiente opues~a domina extensiones horizontales de alu· vión. Al Norte de los Pirineos y de la meseta de España, se extienden las llanuras del Garona y del Langüedoc; al Sur de la meseta bé.vara y del muro de los Alpes, las fértiles campiñas de Lom­bardi;} y del Piamonte continúan la superficie del mar Adrié.tico; por último, las tierras bajas del Danubio están separadas de las mesetas de Tur· quía por la cordil lera balkánica, que se desarrolla casi paralelamente á la Pirenaica. Á causa del escaso número de mesetas que hay en Europa, la

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106 ELíSEO RECLÓS

altura media de este continente viene A ser la mitad de la de Asia; Humboldt la ha calculado en 205 metros. Inútil es decir que no puede de­terminarse la altura media de África, pero los via­jeros modernos que han penetrado en lo interior de aquella parte del mundo han visto lo bastante para que podamos afirmar la analogía de África y de Asia respecto A la altura de la Tierra. Excep­to Egipto, las llanuras del N1ger, algunas regiones del litoral y algunas partes del Sahara que antes cubria el Océano, el continente estA completa· mente compuesto de mesetas que se suelen apo­yar en altas cordilleras. Esa ley de las diagonales que presentan en sus dimensiones respectivas los cuatro continentes del antiguo mundo existe igualmente respecto A su arquitectura general. Los dos continentes donde dominan las mesetas

, 1

Asia y Africa, están dispuestos diagonalmente A los dos continentes en los cuales son mAs exten­sas las llanuras, Europa y Australia.

Otro gran contraste entre el mundo antiguo y el nuevo es el que presentan las partes centrales de estos grupos. Entre ambas Américas se extiende un mar de forma casi circular, rodeado completa­mente por un cinturón de islas y riberas continen­tales. El centro del mundo antiguo, en cambio, estA ocupado por las llanuras de Mesopotamia y tierras altas, hacia las cuales se dirigen oblicua­mente varios mares. El golfo Pérsico, el mar Rojo, el Mediterráneo, el Ponto Euxino y el mar Caspio,

NUESTRO PLANETA 107

d aquella región central de los continentes ro. eatn les y van á herir oblicuamente la masa or1en a , . · ét · Al ver

nta onal con intervalos casi stm neos. r: for~a y la dimensión de aq~ellos mare~, pare-que la región que circunscnben ha sufndo una

ce . de torsión como si la arrastrase un pode-especie , roso torbellino. .

Por otro fenómeno de ponderación m~y nota· ble las montañas mAs altas de cada mitad del

lobo están situadas en los hemisferios opuestos, ~ero á igual distancia del Ecuador. Cerca de uno de los trópicos se yerguen el Himalaya y demlis gt·andes masas de Asia; ce:ca del otro, se levantan los Andes de Bolivia Y Ch1le.

Otra diferencia de las diversas partes del ~un-do merece mención. Á consecuencia de la dispo· sición anular de los continentes alrededor del Gran Océano las costas occidentales de Europa

' · t l del y África corresponden li las costas onen a es Nuevo Mundo, en vez de recordar las del rest~, como reclamaria la analogia. Al Norte, Escandl­navia hace juego con Groenlandia; mas al Sur, ~as dos orillas que se miran á través del Atlánt1co septentrional se parecen mucho por sus escotadu­ras numerosas, sus golfos profundos, ~us penin· sulas y sus islas, y no hay ninguna s1metria de formas entre las costas de Europa Y las de la California y Colombia inglesa. Muchos geógra­fos, y Humboldt entre ellos, han creído que el continente de África y el de América del Sur te·

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108 ELíSEO RECLÚS

nfan sus lados correspondientes orientados en el mis m o sen ti do. N o es cierto; esas dos par·tes del mundo presentan entre sí el mismo contraste que ~as dos manos del hombre. Hay simetría, pero no 1gualdad. Las mesetas más altas y las montañas m ás elevadas de África se levantan al Este del continente, y la cor·dillera de los Andes domina las riberas occidentales de América del Sur·. Los m ayo res ríos africanos, el Orange, el Congo, el Níger, el Senegal y hasta el Nilo derraman di­recta ó indirectamente s us aguas en la cuenca del Atlántico, a l cua l van á parar también los ríos inmensos del continente americano, el Plata, el Am azonas, el Orinoco y el f\Iagdalena. Los de· s iertos saharianos que se inclinan hacia el Océa­no Atlántico corresponden á los llanos de Vene· zuela y á las pampas argentinas, vueltas hacia la misma cuenca oceánica. Por último, los dos ist­mos de Suez y de Panamá ocupan cada cual en la esquina de s u continente una posición simétrica, pero opuesta. Por Jo tanto, hay que considerar á Cabo Verde como la punta correspondiente al promontorio brasileiio de San Roque, y el golfo de Guinea está representado allende el Oeéano por el vasto semicirculo de riberas que se extien­de al Sur del Br·asil. H asta en el fondo del mar persiste la simetría, puesto que una elevación de 4.000 metros harta surgir· del centr·o del Atlántico una tierra larga, separada de Europa y del Nuevo Mundo por dos canales paralelos.

NUESTRO PLANETA 109

En cada uno de los dos grupos de continentes

d. ntes y contra pendientes están colocadas las pen 1e . A · 1 en sentido inverso. En Africa, E~ropa y . s la, e declive más prolongado de las tier~as sigue la dirección del Oeste y del Norte hacia el Océano Atlántico y los mares glaciales. ~n el Nuevo Mundo también baja la contrapendlente del con­tinente hacia el Océano Atlántico. Resulta de ello un con traste que al mismo tiempo es una .armo­nía; los dos mundos están vueltos un o hacia otro y sus costas, llanuras y rios, a~i como las r~­giones donde vive el hombre, llenen más fácil

acceso. Otro contraste, quizá el más importante de

todos para la his toria de la humanidad, es el que presentan los dos gr·upos de los continen tes .por su disposición recíprocamente trans:ersal. Mien­tras las comarcas más ricas y más v1 vas del mun­do antio-uo desde el estrecho de Gibraltar hasta el archipi~la~o del Japón, se extienden de Oeste á Este, paralelamente al Ecuador, el Nue.v~ Mundo se alarga de Norte á Sur; como el mer1.d1ano, co­locado en el camino que siguen los v1erltos, las corrientes y los pueblos proceden tes de l.a otra masa de tierras emergentes, ese doble contmen te recibe y desarrolla los gérmenes de vida cuya elaboración ha empezado a l otro lado de los m a· res. Esa disposición transversal de América re la· tivamenle al mundo antiguo es u no de los rasgos principales del relieve planetario y uno de los que

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110 ELÍSEO RBlOLÚS

influyen de manera decisiva en el porvenir de toda la raza humana.

Ul~im.amente, tampoco hay que olvidar que los prinCipales contraste~ de las masas continen­t~les procede? naturalmente de todas las oposi­Ciones producidas por las diferencias de lonaitud Y de latitud. Esos contrastes son los del cli~a y su verdadera causá reside en la forma de la Tie­rra y en sus movimientos alrededor del Sol.

El. ~ontraste astronómico entre el Norte y el s.ur. divide las partes del mundo en dos gr·upos distmtos. Los tres continentes del Norte pertene­cen á la zona te m piada en casi toda su extensión Y proyectan sus peninsulas avanzadas, por una parte en la zona glacial, por otra en la zona tórri­da. Los tres continentes meridionales presentan su desarrollo mayor entre l os trópicos ó en la zona templada del Sur. Reciben la mayor canli· dad de vapor anual, y por consiguiente son teatro de .los fenómenos más notables de la vida plane­tari~. En ellos se verifican los cruces de vientos y lluvias de ambos hemisferios y se forman los huracanes; en ellos hay inmensos desiertos; en ellos se presenta la vegetación en todo s u esplen­dor y llega la fauna terrestre á s u mayor fuerza y belleza.

El contraste entre el Oriente y el Occidente es también muy importante en cada grupo conti· nental, porque toda la serie de fenómenos clima­téricos que acompaña al Sol en su carrera apa•

NUESTRO PLANETA 111

rente alrededor de la Tierra no sigue de manera uniforme las latitudes paralelam~nte al Ecuador. Á consecuencia del reparto desigual. de mares y tierras, viajan corrien tes, vientos y chmas, o~~ al Norte, ora al Sur, y producen asi una opos1c1ón muy definida entre la parte .occidental de un con· tinente y la oriental del contmente opuesto: Hasta entre Asia y Europa, á pesar de estar u~I~as en gran parle de su extensión, es bastan~e VISible el contraste para haber llamado la atención de nue~­tros antepasados más remotos y haber dado ori­gen á las denominaciones usuales de. L~vante Y Poniente, Oriente y Occidente, que mdi~an, no sólo la situación, sino también las diferenci.as res­pectivas de climas, comarcas y pueblos. Sm em­bargo, el contraste es más notable entre el ~undo antiguo y el nuevo; á latitud igual, las nberas occidentales de Europa y las que están frenl~ á ellas allende el Atlántico tienen clima~ muy dife­rentes, por los cambios que originan la~ corrien­tes maritimas, los vientos y todos los fenómenos en la atmósfera.

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112 ELÍSEO RECL Ú8

VI

Armonía de las formas oceánicas. -Las dos cuencas del Paci­fico.-Las dos del Atlántico.-El Océano Índico-El Océa­no Glacial Ártico y el continente Antártico.-Los contras­tes;:condición esencial de la vida planetaria.

Á la armonía de las formas continentales res­ponde la de la s formas oceánicas. El mar del Sur, inmenso manantial de aguas, comparados con el cual son los demás océanos brazos de mar, cubre por si solo todo un hemisferio del planeta; pero á pesar de sus enormes dimensiones, presenta un conjunto armoniosisimo, tanto por el anfiteatro de las riberas desplegadas alrededor del Pacífico, desde la isla de Van Diemen hasta la Tierra del Fuego, como por el cinturón de los maravillosos archipiélagos de Polinesia. Esas islas tan bellas y numerosas, llamadas por Ritter la Vía Láctea de las aguas, están sembradas oblicuamente á lo ancho del mar del Sur, desde las Filipinas hasta la isla de Pascuas, y dividen la inmensa cuenca del Pacífico en dos masas distintas por sus vien tos, el circuito de sus corrientes y las ondulacio · nes de sus olas. El gran hemisferio de las aguas forma una especie de pareja oceánica, siguiendo

NUI!l8TR0 PLANETA us

d . t ·b <do las tierras en . a ley que ha lS n Ul Ja ffilSID areJ·as continentales.

1 tres p d 1 Atlántico que separa e El valle tortuoso e , . M do del antiguo se divide también en

Nuevo u:s que difieren p~r la forma de los con­dos cuen~ clima los vi en tos y las corrientes. Por tornos, e , \·ega el Atlántico meridional en una parte, se tep 1 • ebra-

to semicirculo entre las nberas poco qu ~::de los dos continentes de macizas formas; por 1 tra el .Atlántico septentrional se estrecha gra-a o • . 1 1 s y proyecta á dualmente hacia los hle os po are

. lf ales y penínsulas. derecha é izqlllerda go os, can l d Al Este, el Mediterráneo, la Mancha .Y el cana e Irlanda, el mar del Norte y el BáltiCo; ~ ~ Oeste el mar de las Antillas y el golfo de Mépco; das aguas llenas de islas en que desemboca el :t Lorenzo: el mar de BaWn, el estrecho y ~a b~ a de Hudson se corresponden de un hemlsferw al otro y por la semejanza de sus contorn~s acre­cien~an la armonia de los mismos contmentes. Las dos cuencas del Atlántico, comparables con los dos moldes huecos de una medalla, rec~erdan

11 d ·e1·as contmenta· por su form a genera as os par . les cuyas riberas bañan . La cuenca septentrwnal, con tierras muy articuladas, es el más rico de los océanos en golfos, bahías Y puertos de todas cl.a· ses, y el des tinado por la Naturaleza á convertlr· se en camino real de todo el comercio de las na­ciones.

El mar de las Indias, encerrado en la inmensa 8

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114 ELíSEO RlllCLÚS

tina que forman las costas de África de Arab· d 1 , Ia, e as penínsulas del Ganges, de las islas de la

Sonda y de Australia, no puede presentar el mis­mo carácter doble que los otros dos océanos d 1 mun?~· pero si s~ tienen en cuenta la s antiguaes condiciOnes geológicas de Asia, podemos consi­derar el mar Caspio, el mar de Aral y Jos demás lag~s del Asia Occidental como rest~s de aquel ant1guo Océano que en el hemisferio del Norte hacia juego con el mar de las Indias. De modo que ha debido de haber tres océanos dobles como hay tres parejac;; continentales. Además, es ~roba ­ble que las regiones polares del Norte y del Sur presenten asimismo un problema de equilibrio entre la Tierra y las aguas. Se conocen todavía muy poco las r'egiones del polo boreal y austral pero las exploraciones de los nave()'antes y Jo~ estudios de los meteorólogos confirm

0an cada vez

más la antigua hipótesis según la cual ha de ex­te?derse un mar libre alrededor del polo ártico, ~Ientras ocupa el antllrtico un casquete de tierras. S1 en efecto ocurre así, la armonía de la s masas continentales y líquidas que c::e mezclan en todo el planeta queda admirablemente completada por el contrllste de esos polos de tierra y agua que ocupan los dos extremos del eje terres tre.

Las semejanzas generales y los grandes con• trastes que acabamos de reseñar no son Jos úni­cos rasgos de ese género que presenta la Tierra, Y nada más fácil que proseguir estudiando ese

NUESTRO PLANETA 115

paralelismo mar por mar, rio por rio, montaña por montaña. Además esa simetria puramente ex­terior presentada por las formas continenta les es poca cosa si se compara con la armonia profu nda que res ulta de las alternativas de los vientos, de las corrientes, de los climas y de todos los fenó­menos geológicos; no ha de buscarse la verdadera belleza de la Tierra en las diversas partes del globo, sino en su manera de funcionar. La vida del planeta, como todas la s demás vidas, está compues ta de perpetuos contrastes en una armo­ní a perpetua, y esos contrastes se modifican sin cesar. Los conti nentes, los mares, la atmósfera y de una manera más especial cada monte, cada península, cada río, cada corriente marítima, cada viento del espacio, pueden ser considerados como los órganos del aslro que nos lleva, y sólo viendo trabajar esos órganos, estudiando sus acciones y reacciones contin uas, es como puede llegarse á conocer la fis iología del cuerpo planetario.

La geografía física no es más que el estudio de esas armonías terrestres. Las armonias supe­riores procedentes de la s relaciones de la huma­nidad con el planeta que le sirve de teatro, á la historia toca describirlas.

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CAPÍTULO IV

Las llanuras

I

Aspecto general de las llanuras.-Llanuras de aluviones fl.u­viales.-Llanuras cultivadas.-Uniformidad de las llanuras incultas.-Diferencias de aspecto producidas por los climas y las diversas condiciones fisicas.

Las partes de la superficie terrestre en que la v~da del globo se muestra con menos fuerza y va­rtedad son las comarcas cuyo nivel varía poco. En esas regione", la horizontalidad apenas sensible de la pendiente impide el libre tránsito de las aguas; las ca m piñas presentan la misma vegeta­ción ó la misma esterilidad en vastas extensiones· ' su aspecto general suele ser muy monótono. Sin embargo, á pesar de la uniformidad de las llanu­ras, los fenómenos de la Naturaleza son en ellas tanto más notables cuanto que se verifican de una manera más sencilla y regular.

Cnsi la mitad de las regiones continentales se compone de tierras bajas y relativamente lisas,

NUBlSTRO PLANBlTA 117

cuya superficie llana ó suavemente inclinada prue· ba la acción de las aguas del Océano ó de los ma­res interiores que las cubr1an anteriormente; son antiguos fondos que se han levantado y por la uni­formidad de su aspecto, parecido á veces al de las extensiones marítimas, contrasta notablemente con las tierras altas ó las montañas cercanas. Unas llanuras, regadas por rios, han sido movi­das diversamente por las aguas corrientes, y gracias á Jos aluviones fértiles que han recibido, gracias á la humedad que penetra en ellas, han dado espontáneo nacimiento á grandes bosques. Pierden entonces su parecido con la superficie del mar, y únicamente lo conservan cuando se las Ye desde lo alto de un promontorio, á cuyo alrededor se agrupan como olas los árboles co­pudos. Por último, cuando los hombres se apode­ran de las llanuras para construir sus ciudades y cultivar los terrenos, introducen gran variedad en aquellas extensiones uniformes y no dejan de modificar su aspecto primitivo. Esas regiones bajas, destinadas por la horizontalidad del suelo á ser teatro de escasa actividad en la vida plane­taria, son ahora la principal residencia de la hu­manidad, y en ellas lleva á cabo la civi lización sus más notables progresos.

Las llanuras que mejor conservan su antigua apariencia son las que por falta de lluvias ó por no tener casi ninguna inclinación están regadas por pocas corrientes de agua ó por ninguna. Por

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118 ELÍSEO RECLÓS

eso se confunden las llanuras con los desiertos del globo en varias partes de éste. Dejando aparte las tierras bajas cultivadas, las mesetas y cor­dilleras intermedias, se ve que hay coincidencia entre la mayor parte de las gi·andes llanuras y las soledades de los continentes. Las regiones occidentales y orientales del Sahara, los Nefud de Arabia, las estepas del Caspio, del Ara! y del Bal­kach, las tundras de Siber·ia son á un tiempo vas­tas llanuras y los dos desiertos más considerables del globo. El eje general de las llanuras princi­pales del mundo antiguo está orientado, como el de los desiertos de las montañas y de los continen­tes, de SO. á NE., y en el nuevo mundo el eje de las tierras bajas se dirige de Norte á Sur, parale­lamente á la cordillera de las Montañas Roquizas y de los Andes. Todas las tierras desprovistas de arbolado se parecen por su uniformidad. En la superficie de esas llanuras, como en la del mar, bastn con mirar el contorno del horizonte para ver con claridad las pruebas de la redondez del globo. Aunque la vista se cierna sin dificultad por encima del suelo pelado ó de la masa verde de las plantas, las bases de las colinas y los troncos de árboles que aparecen en los linderos de la lla­nura quedan ocultos por la convexidad de la Tie­rra; no se ven al principio más que las cimas de los collados y las puntas del ramaje, y luego, á medida que el observador se acerca, se revelan las pendientes infel'iores y los troncos de los ár-

NUE~TRO PLANETA 119

boles corno en alta mar se ve el casco de_l buque mucho después que las velas y los másttles. Po~ último, y lo mismo que en el Océano, el espectá culo variable del cielo, al cual, por l_a costum­b no se presta más que una atención secun­d:~ia en los países quebrados, recupe_ra toda su importancia en las llanuras y se convterte e_n el principal elemento del ~aisaje._ L_a superfi?te de la llanura uniforme y sm movlmlento se m­elina hacia el horizonte como el dorso de un ~s­cudo gigantesco, y nada presenta en ~u extenstón que pueda atraer la mirada; pero enctma apa~ece la redonda cúpula de la atmósfera, con s~s JUe­gos de sombra y de luz, la gradación sucesiva de sus colores, desde el azul profundo hast~ el pur­púreo encendido; sus nubes que se pei:siguen, se dispersan, se agrupan, forman largas tira~ ~rans­parentes ó se acumulan como masas cenicientas y sombrías. Á veces, cuando el aire que llena el espacio es calentado con desigualdad por los ra­yos solares, los objetos lejanos se deforman apa­rentemente, se acercan, se superponen Y produ­cen aquella fantástica ilusión de espeji~mo que en otro tiempo se creía obra de duendes JUgueto­nes.

Si todas las llanuras peladas de los continen­tes se parecen en la curvatura del suelo, en la redondez del horizonte y en los juegos de la at­mósfera, difieren en cada pais según la naturaleza geológica del terreno, la temperatura media, los

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1~ ELÍSEO RECLÚS

cambios de estaciones, la dirección del viento la abundancia de la lluvia y las demás condicio~es fisicas del medio. Hay llanura arcillosa dura y compacta como el suelo de una era; otra, cuyas rocas son calizas, está cortada de trecho en trecho por barrancos de tajadas paredes; otras son are­nosas, y el viento las llena de ondulaciones como el mar. Algun.~ s (que son pocas) están despi'ovis­tas .de vegetación en extensos es pacios; presentan varws tallos aislados, cada uno de los cuales es una planta de distinta especie, y puede viajarse dias enteros por esos desiertos sin ver otros representantes del reino vegetal. La mayor parte d~ las llanuras poseen una flora compuesta de d1ver as especies, pero dos ó tres plantas más comunes que las demás, apareciendo uniforme­mente en centenares de kilómetros cuadrados

' paree? que se han apropiado el desierto y le dan una fi onomia especial. Por último, ciertas sole­dades, durante la estación de las lluvias ó duran­te todo el año, son magnificas prader~s verdes que esmalta~ las flores, espacios que el hombre p~ede conquistar fácilmente hincando en ellos la reJa del arado.

NUESTRO PLANETA 121

Il

Landas francesas .-La Campiña.-Brezos de Holanda y del Norte de A.lemania .-Puszla de Rungria.-Estepas de Ru­sia. - E stepas saladas del mar Caspio Y del A.ral. - Tundras .

Gracias á las lluvias traídas por el viento d~l mar, los desiertos pequeños de la Europa occi­dental no son espantosos como el Sahara ó los Nefud de Arabia . Los más conocidos son las landas de Gascuña . La antigua región de las Lan­das fran cesas no se coro ponía sólo del departa­mento que lleva ese nombre; abarcaba también la mitad del Gironda y el ángulo extremo del. Lot y Garona y se extendía sobre cerca. de un mlllón de hectáreas. Aquel espacio, cubterto en otro tiempo por las aguas del Océano, es una mes~ta de 50 á 60 metros de altura media, con suave In­

clinación al NE. hacia el Gironda y el Garona; al O. hacia los estanques del litoral; al S. hacia el río Addur. La uniformidad de la gran meseta de las Landas es tan grande, que en una longitud de 45 kilómetros entre Lamothe y Labonheyne, el ferrocarril de Burdeos á Bayona es perfectamente rectiHneo: parece un meridiano visible.

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122 ELÍSEO RECLÚS

bre ~:s~:c~~c;~~~unos años, el tr~bajo del hom. to d . . o para reconquistar aquel vas

ominiO, antes tan descuidado· . • municipios tratan d ,· ' parti?ulares y los brezos con plan~ac~~~I!u~cer~e sustituyendo boles, y es indudable ue e pino_s y otros ár­perflcie de las antio-uas ql ;n poco tiempo la su­bosques y cultivoso En an as e~~ará cubierta de ahora lo · pocos Sitios puede verse

que antes era tod 1 lindes de los viñedos bordet a meseta, desde las las primeras colina . _eses hasta la base de

s pirenaicas. En esos espacios d h b.

falta variedad pero . es a Itados, al paisaje le • Siempre t"

encanto singular 1 Iene grandeza y un leza libre Ve el para os amantes de Ja Natura-l . . . espectador en torn 1 Imitado, encerrado or el . o, en e c_írculo

ferencia uniforme p . honzonte en su Circun-d · . ' un Inmenso bos d

e distmtas especies que e brezos metros sobre el suelo q~~ ~e elev~ hasta uno ó dos esas plantas añaden l. a estación de las flores,

· eves mati delicado verdor p , . ces sonrosados al , ezos1empre tá .

una porción de 'll . es n erizadas con ram1 as sm h ·

como si las hubiera 1 . OJas, y tan negras partes, los helechos ca ~Inado el fuego. En otras del suelo y llenan la ~ ~altos se han apoderado gancia. Más allA h a m sfera de penetrante fra­que florecen juntos a: ca~pos de juncos y retama nura con un inmen n plnmavera y cubren la Ha-

so ve o de M neas y malezas crecen al bor oro. usgos, grami-nenúfares y otras pl t de. de los senderos;

an as acuAtiCas duermen en

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la cenagosa superficie de las lagunas; ramilletes de juncos crecen en la tierra esponjosa de los charcos. Apenas puede distinguirse en el hori­zonte lejano una linea de color verde azulado que indica el lindero de un bosque de pinos.

En vastas ex~ensiones de las landas está com­puesto el terreno superficial de arena blanca y casi pura, pero en general se ven mezclAdos con la tierra residuos vegetales que le dan un color gris ó negl'Uzco, semejante al de la ceniza de car­bón. Debajo de esta primera capa se extiende un esti·ato de arena aglutinada que suele tener· color de herrumbre y presenta gran analogía con el as­perón fetTuginoso. Esa arena compacta, conocida en las landas de Médoc con el nombre de alios, debe su color y dureza á la infiltración continua del agua de lluvia que lleva al suelo substancias orgánicas en disolución y las mezcla intima­mente con las moléculas arenosas. Generalmente el alios, á pesar de su apariencia ferruginosa, en­ciena una proporción pequeñísima de óxido de hierro. Cuando se arroja al fuego, se carboniza lentamente para reducirse á ceniza, pero en cier­tos lugares, sobre todo en los pantanos, donde se forma espontáneamente el hierro de limo, la capa inferior· suele convertit·se en verdadero mineral. Generalmente, el banco de alios, cuya dureza está en razón inversa del espesor, permanece com pie­lamente impermeable como una hilada de rocas. Detenida por esa capa continua de alios, el agua

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de lluvia ha de quedar forzosamente sobre el suelo y durante la estación lluviosa la superficie de las landas se convertiria en un inmenso cenagal si no se cuidara de abrir de trecho en trecho unos como sumideros que recogen lo que rebosa de los charcos d i5persos y lo llevan, ya á los arroyos del interior, )ll á los estanques del litoral. Par·a atra-

• vesar fácilmente las extensiones de agua, que A veces se pierden de vista, han tomado los pastores de las landas la costumbre de pasearse y vigilar los rebaiios montados en zancos de cerca de un metro. Creo que son los únicos hombres que tie­nen esa costumbre en toda la tierra, y que no men ciona otros la historia de la humanidad.

Casi todas las regiones de la Europa Occiden · tal que antes cuLH·ía el mar y conservan la unifor­mtdad de la st.:.perficie marítima, están cultivadas desde hace mucho tiempo; pueden servir de ejem­plo la s tienns bajas del antiguo golfo de Poitou, el esluar·io cegado de Flundes, la mayor parte de Holanda, de la Frisia alemana y de Dinamarca . Per·o tierra aden tro se encuentran de trecho en trecho comarcas de landas semejantes á las de Burdeos. Pueden citarse en Francia las de Solo­gne y Br·enne, que eran antes enorme bosque de más de 500 000 hectáreas y se transforman de nue­vo en sembrado de pinos. En Bélgica las landas arenosas de la campiña que, desde que se estable· cieron los germanos y los bátavos en las comarcas vecinas, siempre han sido una extensión de bre-

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de .charcos, se ~xtendian en 1849 zos sembrad~ . d 140.000 hectáreas, pero los en una super cte e b Jgas que sitian esas lan-

. ·cultores e . vahentes agn d . sus dimenswnes unas das no cesan de re_ uclr

1.600 hectáreas al ano. de Alemania la zona de En Holanda y Norte hura y se extiende por

d · . ma yor anc d brezos a qUlet e á onsiderable que la e

fi · mucho m s e · una super cte - Sólo en H olanda, una ex-las landas de Gascuna. ó sea más de la

. d 1 ?00 000 hectáreas, tenstón e · · . t n un suelo arenoso · . conSIS e e mitad del terntono, 1 d d cu yas partes

na vasta so e a , que era hace poco u tablemente con los incultas todavía contrastan no .6 de arena ele-

. . ¡ Esa regt n ' ricos polders del htoi a . b l mar está en gran vada un os 15 metros so re e ·osa's á las cuales

· d t rberas esponJ ' Parte cubterta e u d haberlas seca -d f go después e se puede pren er ue .

0 durante

bt ·á neos En vei an , do con cana les s u .err l o~ a ldeanos esos mon-los días buenos, encienden. d·o se esparce en

b el meen I tones de tur ~ seca ~ de hectáreas arden á vastas extensiOnes; mill.ares d 1 Norte pasa junto un tiempo. Cuando el viento lle~'D consigo el humo á esas hogueras grandes, se de JeCTuas de

de la turba hasta centenares b . ó acre ntro de Francl8 Holanda ~ veces hasta el ce 1 or·t·gen

' . .· Ese es e hasta Suiza, Bavtera y ~usttia. 1 N rte que dan de las nieblas secas ó meb\as de ~tan' á medias tono amarillo á la .almósfern y o.c~le la hoguera el sol. Cuando el vtento es fa:oi a . 's· en 1865, envia el humo hasta grandes distancia '

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cuando se incendió un barrio de Limoges, la hu­mareda, que se desarrollaba en largos torbellinos con dirección al Oeste, se vió perfectamente en Marennes, á unos 200 kilómetr·os en línea recta.

Las landas del Nor·te de Europa presentan, por ser mlls frío ei clima, una vegetación menos alta } menos \'ariada que la de las landas de Gas­cuña, pero parece que la composición del teneno es ca i la misma en ambas zona~;, El color amari­Jio de la nrena en Alemania y Jutlandia se debe, como en Francia, á la filtración gradual del jugo de las plantas, cargndo de tanino, y la toba de as­pecto ferruginoso que se encuentra ú cier·ta pro­fundidnd en el subsuelo y niega paso á las raíces de los ár·boles, no es más que un banco de arena compacta de la misma naturaleza que el alios de la - landas francesas. En Jutlandia, donde ese han· co presenta un espesor medio de ciuco á siete cen­tímetros, ~e le da el r.ombre dejeors aló ascua de hierTo. En Inglatenn, Escocia é Irlanda, se descu bren tn mLién delgadns capas de igual apariencia bajo las gr·andes llanuras solitnrias de los nivors

1\luy diferentes por· la \'egetación son las grnn­des llanur·as herbosas de IIungria y Rusia Central; son inmensas praderas, no menos uniformes que las landas, pero de aspecto más agradable y suave, sobte todo en prima,·er·a. La pus~ta madgyar, que cantó Peta>ti, es un antiguo lago de más de 500 ki­lómetros de circunferencia, limitado á una parte por la gran curva del Danubio, desde Pest hasta

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l hemiciclo de los Carp_a-Belgrado, y á la otra ?ore l de la Transilvama; - occ1denta es

tos y montanas 1 s fértiles aluviones que alimentado el suelo por ~ os rios le han llevado el Tisza, el Maros y los o r as es muy fértil y en

t -as cercan , desde las mon an . d da abundantes cose-

t cul t1va as d todas las par es . es dedicadas á pra era_s chas. Vastas extenswn h. ba ondulosa recorn­

ares de 1er naturales son m med1·0

bravos Y por or toros d das libremente p montan los ru os

aquellos raros caba llos qued aquellas llanuras . L l rmosura e

jinetes eztkos. a 1e d. de las cuales las casas verdes y floridas, en me 10 d aparecen á veces

. h de adobes, es ba¡as, hec as . t más el contraste que hasta el techo, la acreclen a . irculo de las monta· forma en el horizonte el semlc

ñas azules. 1 Rusia Central no Las estepas herbosas, de a admirable marco

1 s"'ta hungara, . tienen, como a pu ~> . un encanto swgu-. pero tienen . d de elevadas c1mas, f1 v la o-entlleza e

d sus ores J b lar por la belleza e . 1

nire. Ln vasta ¡ mpwn en e •

sus espigas, que seco u . egra) llamada asi · (t1erTa n • región del Tchorno~om parte un mar de

l es en o-ran . Por el color del sue o, 5

1 por puebleclllos,

. 1 0 en trec 10 . d hierba cor·tadodelrecl n con lenl1lu . · s que corre

campos cult1Vados y no 1 Tchornosjom, que se entre orillas profundas. E del Don, del

. or las cuencas . extiende á un l1empo P d na superficie de Dnieper y del Valga, compren e u así doble que

· d hectáreas, e l más de 80 millones e . la tierra vegeta . . nso espacw, Franc1a, y en ese m me