Objetividad de Horacio Quiroga - ERM

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Emir Rodrguez Monegal: Objetividad de Horacio QuirogaEn: Nmero, n 6-7-8, enero-junio 1950.p. 209-226INo escribas bajo el imperio de la emocin. Djala morir y evcala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.H. Q., DECALOGO DEL PERFECTO CUENTISTA.

"NO PARECE HABER HIPRBOLE en afirmar que de la produccin narrativa de Horacio Quiroga conserva casi intacta su vigencia una dcima parte.(1) Ignoro qu valor estadstico puede tener ese hecho. S que, en trminos literarios, significa la supervivencia de una figura de creador, la ms rotunda afirmacin de su arte. Ese grupo de cuentos, que una relecturaminuciosa permite distinguir del conjunto, tiene una comn esencia: expresa, por encima de ocasionales divergencias temticas o estilsticas, una misma realidad, precisa una actitud esttica. Si se quisiera expresarlo en una frmula habra que referirse a laobjetividadde esta obra.(2)Nada ms fcil en este terreno que una grosera confusin de trminos. Por eso mismo, conviene ventilar -y precisar- su exacto significado. La objetividad en materia esttica es la condicin esencial de todo arte de raz clsica. Significa la superacin de la adolescencia y del subjetivismo; significa haber padecido, haber luchado y haber trascendido ese padecer, esa lucha, en trminos de arte. La objetividad no se logra por mero esfuerzo de voluntad, o por insuficiencia pasional; no es don que pueda heredarse. No es objetivo quien no haya sufrido, quien no se haya vencido a s mismo. La objetividad del que no fue probado no es tal, sino inocencia de la pasin, ignorancia o insensibilidad.Quiroga alcanz -estticamente- la objetividad despus de dura prueba. El exacerbado subjetivismodelfin de sicle, los modelos de su juventud (Daro, Lugones, Poe), su mismo temperamento de aguzada sensibilidad, parecan condenarlo a una viciosa actitud egocntrica. No es sta la ocasin de trazar minuciosamente sus combates.(3) Baste recordar que de esa compleja experiencia -que incluye una breve aventura parisina- extrajo QuirogaLos arrecifes de coral(1901) y muchos relatos de sus libros posteriores.Pero el trnsito por el Modernismo no fue slo un paso en falso para Quiroga por la inmadurez y la inautenticidad de sus productos. Lo fue, principalmente, porque conduca al artista hacia errneas soluciones. Es claro que esta misma experiencia actu providencialmente. Arrojado al abismo,pudo perderse Quiroga, como tantos de su generacin. De su temple, de su esencial sabidura, da fe el que haya sabido cerrar con dura mano un ciclo potico e iniciar lenta, cautelosamente, su verdadero destino narrativo. Su doble maduracin -humana y literaria- habra de conducirlo al descubrimiento esttico de Misiones, a la objetividad. (4)II... la divina condicin que es primera en las obras de arte, como en las cartas de amor: la sinceridad, que es la verdad de expresin interna y externa.H. Q., MISS DOROTHY PHILLIPS, MI ESPOSA.Algncrtico ha sealado la indiferencia de Horacio Quiroga por la suerte de sus hroes, su respeto no desmentido por la Naturaleza omnipotente, verdadero y nico protagonista de sus cuentos.(5) Creo que tal apreciacin encierra, pese a reiterados aciertos de detalle, un error de enfoque. Como artista objetivo que supo llegar a ser, Quiroga dio la relacin hombre-naturaleza en sus exactos trminos. Sin romanticismo, sin innecesaria crudeza, registr la implacable, ciega fuerza de la naturaleza tropical y la desesperada derrota del hombre. Ello no implica, de ningn modo, que no fuera capazde compasin por ese mismo hombre que la verdad de su arte le haca mostrar anonadado, capaz slo de fugaces victorias. Pinsese que algunos de sus ms duros cuentos (En la noche, El desierto, El hijo) tienen contenido autobiogrfico. (6) La angustia que desprenden naturalmente sus narraciones no sera tan autntica, su lucidez tan impecable, si el propio Quiroga no hubiera vivido -as fuera parcial o simblicamente- las atroces, las patticas circunstancias que describe.Pero si esta realidad autobiogrfica no bastara, pinsese cunto ms eficaz es la compasin que fluye intolerable, incontenible, de estas narraciones, que el blando lamento compasivo, capaz de darse solo en palabras. Por su misma excesiva dureza sacuden al lector ms eficazmente estos cuentos y provocan la buscada, la deseada,catharsis; como supremo artista que era, lo sabia Quiroga.Y si se observa bien no es compasin nicamente lo que se desprende de sus narraciones ms hondas: es ternura. Relanse a esta luz los cuentos arriba mencionados. Quiroga se detiene a subrayar -con finos toques- aun las ms sutiles situaciones. Ejemplo: el padre deEl desierto, en su delirio agnico, descubre que sus hijitos se morirn de hambre: "Y l quedara all mismo muerto, asistiendo a aquel horror sin precedentes". Nada puede comunicar con mayor precisin, ms dolorosamente, la impotencia que ese cadver asistiendo a la destruccin de sus hijos.Por otra parte, todo el volumen que lleva por ttuloLos desterrados(1926) responde al signo de la ternura.Los tipos y el ambiente misionero (de San Ignacio, ms precisamente) aparecen envueltos en la clida luz que arroja la profunda mirada de Quiroga. Ah estn Joao Pedro y Tirafogo, Van Houten o elhombre muerto, o Juan Brown, para probarlo.(7) En la pintura de estos ex-hombres, de sus extraas aventuras, de sus manas o vicios, en la expresin de su alma cndida y nica, ha puesto el artista su amor al hombre, su mgica comprensin.Esta ternura alcanza, ya se sabe, a los animales. Quiroga supo, como pocos, recrear el alma simple y directa, la vanidad superficial e ingenua, la natural ferocidad de los animales. No slo en los famososCuentos de la selva(1918), o en las ms ambiciosas reconstrucciones a la Kipling (Anaconda, 1921;El regreso de Anaconda, 1926), sino, principalmente, en dos de sus cuentos magistrales:La insolacinyEl alambre de pa. Con impar intuicin hace vivir Quiroga a los perros del primer cuento y a los caballos del segundo una experiencia que los sobrepasa ( la muerte, la destruccin ) pero que los afecta como testigos apasionados o como puros espectadores. Esta hazaa parecera imposible sin una comprensin amorosa.No como un dios intolerante se alza Quiroga sobre sus criaturas (hombre o animal), sino como compaero lcido y severo. Sabe denunciar sus flaquezas. Pero sabe, tambin, aplaudir sutilmente su locura, su necesaria rebelin, contra la Naturaleza, contra la injusticia. Esto puede sealarse mejor en sus relatos sobre los explotados obrajeros de Misiones. (Los mens, La bofetada, Los precursores, por ejemplo.) No abandona Quiroga su imparcialidad para denunciar, a la vez, el abuso que se comete contra esos hombres y su misma degradacin que consiente el abuso. La aventura de Cay y Podeley (Los mens) es,en este sentido, ejemplar. Ni un slo momento la compasin, el fcil -e inocuo- alegato social, inclinan la balanza. Quiroga no embellece a sus hroes; por eso mismo puede concluir la srdida y angustiosa aventura con la muerte alucinada de uno, con el inconsciente ingreso del otro en el crculo vicioso de explotacin, rebelda y embriaguez del que pretendi escapar. Esta lucidez preserva intacta la fuerza de su testimonio.(8)IIISoy -como deca mi personaje- capaz de romper un corazn por ver lo que tiene adentro. A trueque de matarme yo mismo sobre los restos de ese corazn.H. Q., CARTA A EZEQUIEL MARTNEZ ESTRADA (8/IX/936).Es claro que hay relatos de esplendorosa crueldad verbal. Hay relatos de horror. Quiz el ms tpico seaLa gallina degollada. Este cuento, que por su difusin, ha contribuido a forjar la imagen de un Quiroga sdico del sufrimiento, encierra (como es bien sabido) la historia de una nia asesinada por sus cuatro hermanos idiotas. Del examen de sus procedimientos surge, sin embargo, el recato estilstico en el manejo del horror, un autntico pudor expresivo. Las notas de mayor efecto estn dadas antes de culminar la tragedia: en el fatal nacimiento sucesivo de los idiotas, en su condicin cotidiana de bestias, en el lento degello de la gallina, ejecutado por la sirvienta ante los ojos estupefactos de los muchachos. En el momento culminante, cuando los idiotas se apoderan de la nia, bastan algunas alusiones laterales, una imagen ambigua, para trasmitir todo el horror. (Dice, por ejemplo: "Uno de ellos le apret el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas"...) Dos notas estridentes, de muy distinta naturaleza, cierran necesariamente el cuento: el piso inundado de sangre, el ronco suspiro de la madre desmayada.(Alo largo de la obra quiroguiana puede advertirse una progresin -verdadero aprendizaje- en el manejo del horror. Desde las narraciones, tan crudas, de laRevista del Salto(9) hasta las de su ltimo volumen (Ms All, 1935) es lcito trazar una lnea de perfecta ascensin. En un primer momento, Quiroga debe nombrar para suscitar el horror; abusa de la descripcin que imagina escalofriante y es, por lo general, neutralizadora. Ejemplo: [El muerto] "Iba tendido sobre nuestras piernas; y las ltimas luces de aquel da amarillento daban de lleno en su rostro violado con manchas lvidas. Su cabeza se sacuda de un lado para otro. A cada golpe en el adoquinado, sus prpados se abran y nos miraba con sus ojos vidriosos, duros y empaados. Nuestras ropas estaban empapadas en sangre; y por las manos de los que lo sostenan, el cuello, se deslizaba una baba viscosa y fra que a cada sacudida brotaba de sus labios" (Para noche de insomnio, 1899). Quiroga aprende luego a sugerir con fuertes trazos, como en el pasaje ya citado deLa gallina degollada; como en ese alarde de sobriedad que esEl hombre muerto, en que el hecho fatal apenas es indicado: "Mas al bajar el alambre de pa y pasar el cuerpo, su pie izquierdo resbal sobre un trozo de corteza desprendida del poste, a tiempo que el machete se le escapaba de la mano. Mientras caa, el hombre tuvo la impresin sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo".Ya en plena madurez logra aludir casi imperceptiblemente, en un sutil juego de sospechas y verdades, de alucinacin y esperanza frustrada, como enEl hijo, su ms perfecta narracin de horror -horror, por otra parte, secreto y casi siempre rescatado por algn rasgo de incontenible felicidad. Quiz no sea casual, por eso mismo, que este cuento constituya uno de los ms eficaces ejemplos del manejo de la ternura.)Todo esto parece indiscutible. Cmo se compadece, pues, con el enfoque anteriormente esbozado? No se debe desechar, ante todo, la clave aportada por Quiroga en el ttulo -tan significativo- de uno de sus mejores volmenes:Cuentos de amor de locura y de muerte(1917). Aparecen audazmente sintetizadas en esta frmula tres de las dominantes de su mundo real -tres dominantes que, por lo dems, se daban (se dieron) muchas veces fundidas en un mismo instante, en un mismo relato. (No debe extraar que el amor conduzca a la muerte, como enEl solitario; que la locura se libere con la muerte, como enEl perro rabioso.) A toda la zona oscura y alucinada de su alma (que se aliment siempre en Poe y Dostoievski) pertenece esta creacin de morosa crueldad.Pero el horror y la dureza -hay que insistir- no respondan a indiferencia, a lujuria verbal, sino al autntico horror que padeci el creador en su propia villa y que hechiz tantos momentos de su existir. (La muerte brutal de su padrastro; el involuntario asesinato de uno de sus mejores amigos; el suicidio de su primera esposa.) Y los cuentos de horrory crueldad, as considerados, parecen liberaciones -objetivaciones- de sus pesadillas de sueo y vigilia. Demasiado sincero para ocultarse el horror del mundo, su minuciosa crueldad, o para trazar con su arte una va de escape, prefiri Quiroga explorar hasta el delirio, hasta la fra desesperacin, esos abismos. (10) (En carta a Martnez Estrada habra de expresarlo, con su peculiar franqueza, el 26/VIII/936: "Le aseguro que cualquier contraste, hoy, me es mucho ms llevadero, desde que puedo descargarme la mitad en Vd. Este es el caso que es el del artista de verdad. Verso, prosa: a uno y otra va a desembocar el sobrante de nuestra tolerancia psquica. Pues vividas o no, las torturas del artista son siempre una. Relato fiel o amigo real, ambos ejercen de pararrayo a estas cargas de alta frecuencia que nos desordenan".)En su madurez supo trascender Quiroga todo lo que haba de morboso en esta tendencia al horror. Esto no significa que haya podido eliminar sus rastros. Bajo la forma de cruda alucinacin, de locura y obsesin, estar presente hasta el ltimo momento. Pero la calidad de su visin profunda le permiti algunas hazaas narrativas en que del ms puro humorismo se pasa, casi sin transicin, al horror. Quiz sea enLos destiladores de naranjadonde aparece ms clara la lnea que separa uno y otro registro del alma. Los elementos anecdticos de la historia (que parte de un suceso autobiogrfico), la acentuacin de las circunstancias cmicas, la feliz pintura de algn personaje, no permiten sospechar el tremendo -y efectista- episodio final, cuando el qumico, en su delirio alcohlico, confunde a su hija con una rata y la ultima. No elude aqu Quiroga los gruesos brochazos melodramticos y cierra su cuento en una nota de insuperable y helado horror: "Y ante el cadver de su hija, el doctor Else vio otra vez asomar en la puerta los hocicos de las bestias que volvan a un asalto final". Tambin enUn pense produce el mismo salto del humor juguetn y satrico al golpe de efecto, duro y absurdo, con que culmina la aventura -aunque en este cuento sean ms delicados, menos violentos, los contrastes y toda la narracin aparezca baada en luz ms clida. (11)Este rescate por el humor, esta fusin de horror y risa, es otro signo inequvoco de la objetividad del arte de Quiroga.IVAunque mucho menos de lo que el lector supone, cuenta el escritor su propia vida en la obra de sus protagonistas, y es lo cierto que del tono general de una serie de libros, de una cierta atmsfera fija o imperante sobre todos los relatos a pesar de su diversidad, pueden deducirse modalidades de carcter y hbitos de vida que denuncien en este o aquel personaje la personalidad tenaz del actor.H. Q., UN RECUERDO.Y si se pasa de la obra al hombre -como se ha hecho ya, insensiblemente- toda la documentacin hasta ahora conocida no hace sino justificar el enfoque propuesto. Lo que no puede extraar a nadie, ya que la obra de Quiroga est enraizada en su vida. No es casual que la casi totalidad de sus mejores cuentos procedan o de su propia experiencia (como actor, como testigo) o se ambienten en el territorio al que entreg sus mejores aos. Esta vinculacin tan estrecha en vez de acentuar el subjetivismo de la obra (en vez de aislarla dentro del creador), la asienta poderosamente en la realidad, la objetiva (es decir: vuelca al creador en la obra).Lasmismas anttesis que denunciaba el examen de su obra se reproducen si se procede al examen de su vida. Tambin fue acusado Quiroga de indiferencia o de crueldad; tambin es posible restituir su verdadera y profunda imagen de ternura y lealtad.(12) Una de las personas que lo conocieron mejor, el ilustre escritor argentino Ezequiel Martnez Estrada, lo ha expresado as, en distintas oportunidades: "Su ternura, acentuada en los ltimos tiempos hasta un grado de hiperestesia chopiniana, no tena, sin embargo, ningn matiz de flaqueza o sensiblera de conservatorio" (mascarilla espiritual de H. Q., enSech, N4, marzo de 1937). Y tambin: "La amistad lo retornaba al mundo, a donde regresaba con el candor de un nio abandonado que recibe una caricia. La ternura humedeca sus bellos ojos anglicos, celestes y dciles, y por entre las fibras textiles de su barba diablica, sus labios delicadsimos y finos borbollaban en ancdotas y recuerdos" (Quiroga y Lugones, enEl Hogar, 24/II/939).Y l mismo, en su correspondencia, insista en la necesidad de cario, de amistad fiel. Mrense estas espontneas declaraciones a Martnez Estrada: "Sabe Vd. qu importancia tienen para m su persona y sus cartas. Voy quedando tan, tan cortito de afectuosas ilusiones, que cada una de estas que me abandona se lleva verdaderos pedazos de vida" (29/III/936 ); "Yo soy bastante fuerte, y el amor a la naturaleza me sostiene ms todava; pero soy tambin muy sentimental y tengo ms necesidad de cario -ntimo- que de comida" (11/IV/936); "Hay que ver lo que es esto de poder abrir el alma a un amigo -el AMIGO-, supremo hallazgo de toda una eterna vida. Cmo voy a estar solo, entonces!" (20,VI/936). O stas, a Julio E. Payr: "Como el nmero de los amigos se va reduciendo considerablemente conforme se les pasa por la hilera, los contadsimos que quedan lo son de verdad. Tal Vd.; y me precio a mi vez de haberlo admirado cuando Vd. era aun un bambino, o casi" (21/VI/936); "No sabe cunto me enternece el contar con amigos Como Vd. Bien visto, a la vuelta de los aos en dos o tres amigos de su laya finca toda la honesta humanidad" (9/IX/936). O sta, a Asdrbal E. Delgado: "No dejes de escribirme de vez en cuando, pues si en prspero estado los pocos amigos a la cada de la vida son indispensables, en mal estado de salud forman parte de la propia misma vida" (21/XI/936).Estos testimonios no ocultan que Quiroga haya tenido su lado sombro. Era hombre de carcter fuerte y apasionado, de sensibilidad casi enfermiza, capaz de sbitas violencias. Supo golpear, y herir. Pero supo, tambin, recibir los golpes. Y, asimilarlos con entereza.La locura no fue en su obra un tema literario. Durante toda su vida estuvo obsesionado por ella. Ya desde su iniciacin haba sabido reconocer que "la razn es cosa tan violenta como la locura y cuesta horriblemente perderla"; haba descubierto "esa terrible espada de dos filos que se llama raciocinio..." (Los perseguidos, 1908). Pero conceba la locura no en el sentido inmediato del chaleco de fuerza, sino en el ms sutil y traicionero de la histeria. Siempre se crey un fronterizo (como califica al hroe deEl Vampiro). Lo prueban dos testimonios tan alejados en el tiempo como estos dos que convoco ahora. En suDiario de viaje a Pars, anota el 7 de abril de 1900: "Hay das felices. Qu he hecho para que hoy por tres veces me haya sentido con ganas de escribir, y no solo eso, que no es nada; sino que haya escrito? Porque este es el flaco de los desequilibrados. 1: No desear nada; cosa mortal. 2: Desear enormemente, y, una vez que se quiere comenzar, sentirse impotente, incapaz de nada. Esto es terrible". Y en Carta a Martnez Estrada confirma, 36 aos ms tarde: "Bien s que ambos, entre tal vez millones de seudo semejantes, andamos bailando sobre una maroma de idntica trama, aunque tejida y pintada acaso de diferente manera. Somos Vd. y yo, fronterizos de un estado particular, abismal y luminoso, como el infierno. Tal creo" (21/V/936) (Hay otros testimonios en su correspondencia. En Carta a Martnez Estrada, del 30/VI/936, se califica de "neurastenizante"; en otra, del 22/VIII/936, de "histrico" y comenta: "Los histricos son la flor de la humanidad -deca Widacowick. Y nada ms cierto. Pero tenemos que pagar en frutos amargos el esplendor de esa flor".)Esta conviccin naca del conocimiento de su hipersensibilidad.El remedio fue -es siempre- el dominio objetivo de s mismo. As como supo aconsejar al joven narrador: "No escribas bajo el imperio de la emocin..."; as supo enterrar en lo ms profundo del corazn la trgica muerte de su primera esposa. Esto no signific abolir la realidad del ser querido sino sus imgenes destructoras. (13) Durante toda su vida, a lo largo de toda suobra literaria, explor Quiroga el amor. Sus cuentos, sus novelas, sus testimonios ntimos, lo muestran como fue: apasionado de aguda sensibilidad, un poderoso sensual, un sentimental. Cuatro grandes pasiones registran sus bigrafos, (14) pero hubo sin duda ms: pasiones sbitas, consumidas velozmente; pasiones incomunicadas. A la obra traseg el artista esta suma de erotismo ms o menos trascendido. Pero no supo recrearlo en su plenitud objetiva. Logr memorables, parciales, aciertos -abundan estos relatos en sutiles notas, enfuertes intuiciones- sin alcanzar la redondez cabal de sus cuentos misioneros.Tampoco fue el horror un recurso mecnico, descubierto en Poe. El horror estaba instalado en su vida. (15) Y tambin la crueldad. La haba descubierto y sufrido en la propia carne antes de aplicarla a sus criaturas. Cuando la mujer deEn La Noche rema enloquecida, hora tras hora, contra las correderas del Paran para avanzar algunos centmetros, Quiroga no contempla impasible el esfuerzo agotador y sobrehumano; Quiroga rema con ella. Pero su artepara realizarse necesita esa objetividad que jerarquiza y que, como ha expresado magistralmente Martnez Estrada, consiste en la eliminacin de lo accesorio. ("Casi todo lo que se entiende por trgico en su vida y en su obra proviene de que haba eliminado sin piedad lo accesorio y ornamental. Cuando la vida o el arte se despojan de sus atavos, hllase la amarga pulpa de la almendra fundamental.") (16)Y a su propia vida aplic ese objetivo. Para el queexamine cuidadosamente su existir, tal como lo registra la crnica, parece indudable que Quiroga se forj a s mismo. De un ser fsicamente dbil, ensombrecido por la histeria, extrajo una figura indestructible, endurecida en su intimidad con el silencio, por un esfuerzo de voluntad cuyo modelo habr que buscar en el mundo de Ibsen. (17) Pudo sobrevivir. Pero no mat la ternura sino que la preserv intacta, para su profunda intimidad. Y derram esa ternura en sus ltimos aos, sobre los seres que acompaaron su pasin: sus hijos, sus amigos.Con franqueza ejemplar se exponen y comentan all todos los episodios de sus ltimos aos: la arbitraria destitucin como cnsul uruguayo en Misiones; los penosos trmites de su jubilacin; el divorcio de su hija Egle; las desavenencias conyugales que casi culminaron en una separacin total; el crecimiento implacable de su enfermedad. Quiroga no acostumbraba comunicar su intimidad y es necesario que est bien enfermo para que entere a sus amigos, por medio de alusiones incidentales al principio, por la escueta mencin de los hechos luego, de sus molestias en las vas urinarias. Y solo cuando la prostatitis est muy avanzada decide contar al detalle sus males. Saba bastante medicina como para no hacerse ilusiones respecto a la seriedad de sumaladie(como le gustaba escribir a Payr), pero deseaba engaarse y vivir. Y a travs de las cartas puede advertirse el complejo balanceo entre su sinceridad natural y la serie de excelentes razones que l mismo encuentra o que otros le acercan, para no desesperar. La letra endiablada, sin rastros de dandysmo ni de la esmerada caligrafa juveniles, y hacia el final, el pulso vacilante, dificultan enormemente la lectura de estas cartas. (Sus mismos amigos se quejan; Payr le pide que escriba a mquina.) Pero esas lneas, esos ganchos, trascienden una profunda agona. Cuando se leen esas pginas y cuando se advierte que la ternura -tan escondida pero tan cierta, que siempre quiso disimular tras una mscara insensible a hirsuta- aflora incontenible en cada lnea, y este hombre Quiroga se aferra a sus viejos amigos de adolescencia o a los ms jvenes e ntimos de ahora; entonces no pudo importar que en su trgica simplicidad las cartas no parezcan de un literato, ni que en muchas ocasiones la memoria se enturbie o construya mal sus frases. El lector sabe que aqu toca un hombre -como quera Whitman.Quiroga reciba golpe tras golpe y su alma se iba despojando de toda especie subjetiva -como supo hacer antes su arte. De su lpiz flua, sin ningn alio la ternura, la mxima sabidura del hombre. Y se iba transfigurando. Martnez Estrada ha evocado el proceso con estas palabras: "Los ltimos meses de su vida lo iban elevando poco a poco al plano de lo sobrenatural. Era visible su transfiguracin paulatina. Todos sabemos que su marcha a la muerte iba regida por las mismas fuerzas que lo llevaban a vivir. Su vida y su muerte marchaban paralelamente, en direccin contraria. Segua andando, cuando ya la vida lo haba abandonado y por esos das traz conmigo sus ms audaces proyectos de vida y de trabajo. Pobreza y tristeza que contemplbamos con el respeto que inspira el cumplimiento de un voto supremo. Llegaba a nuestrascasas y hablbamos sin pensar en el mar. Recordaba su casa tan distante, construida y embellecida con sus manos. Y se volva a su cama de hospital, con peso de fantasma. Entraba a su soledad y a su pobreza y nos dejaba nuestros vidrios de colores. As se aniquilaban sus ltimas fuerzas y sus ltimos sueos." (18)Era en ese plano de objetividad que encontraba lo mejor de su obra el adecuado, el necesario complemento.VYo sostuve (...) la necesidad en arte de volver a la vida cada vez que transitoriamente aqul pierde su concepto; toda vez que sobre la finsima urdimbre de emocin se han edificado aplastantes teoras. Trae finalmente de probar que as como la vida no es un juego cuando se tiene conciencia de ella, tampoco lo es la expresin artstica. Y este empeo en reemplazar con rumoradas mentales la carencia de gravidez emocional, y esa total desercin de las fuerzas creadoras que en arte reciben el nombre de imaginacin, todo esto fue lo que combat por el espacio de veinticinco aos.H. Q.: ANTE EL TRIBUNAL.Cabe desprender una leccin del sucinto examen de esta obra? Es evidente que s. Ms aun: Es lcito extraer varias. La principal -objetividad de su arte- ha sido ya suficientemente explicitada. Pero quiz merezcan relevarse algunas complementarias. Ante todo la que se refiere a su experiencia narrativa mltiple. Quiroga intent dos veces la novela (Historia de un amor turbio, 1908;Pasado amor, 1929) y una, el cuento escnico (Las sacrificadas, 1920). En las tres oportunidades err. El mbito de su arte era el cuento corto. Reflexionando sobre las formas de la narracin, sostuvo en distintas oportunidades (Declogo del perfecto cuentista, La retrica del cuento, Ante el tribunal) una distincin entre novela y cuento que llego a expresar as: "Luch por que no se confundieran los elementos emocionales del cuento y la novela; pues si bien idnticos en uno y otro tipo de relato, diferencibanse esencialmente en la acuidad de la emocin creadora que a modo de corriente elctrica, manifestbase por su fuerte tensin en el cuento y por su vasta amplitud en la novela. Por esto los narradores cuya corriente emocional adquira gran tensin, cerraban su circuito en el cuento, mientras los narradores en quienes predominaba la cantidad, buscaban en la novela la amplitud suficiente".No se equivocaba en cuanto a una de las necesidades del cuento (la intensa concentracin), pero al definirlo, en otro lugar, como "una novela depurada de ripios", pona en evidencia, indirectamente, las causas de su fracaso en este gnero. (19) Es claro que ahora interesa explayar su esttica del cuento, la que redonde, sucesivamente, en estas frmulas: "El cuento literario (...) consta de los mismos elementos sucintos que el cuento oral, y es como ste el relato de una historia bastante interesante y suficientemente breve para que absorba toda nuestra atencin. Pero no es indispensable (...) que el tema a contar constituya una historia con principio, medio y fin. Una escena trunca, un incidente, una simple situacin sentimental, moral o espiritual, poseen elementos de sobra para realizar con ellos un cuento"; "En la extensin sin lmites del tema y del procedimiento en el cuento, dos calidades se han exigido siempre: en el autor, el poder de trasmitir vivamente y sin demoras sus impresiones; y en la obra, la soltura, la energa y la brevedad del relato que la definen".Supo, tambin, codificarla sagazmente, aconsejando al novel cuentista:"No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adnde vas. En un cuento bien logrado las tres primeras lneas tienen casi la misma importancia que las tres ltimas" (En otra oportunidad habra de escribir: "Luche porque el cuento (...) tuviera una solo lnea, trazada por una mano sin temblor desde el principio al fin"); "Toma a los personajes de la mano y llvalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo t lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta aunque no lo sea."De esta leccin se desprendeinmediatamente otra: sobre el estilo. En Quiroga se ajust a las exigencias de brevedad y concentracin ya subrayadas. Y suDeclogo lo expresa magistralmente: "Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: desde el ro soplaba un viento fro, no hay en lengua humana ms palabras que las apuntadas para expresarla" (20) "No adjetives sin necesidad. Intil ser cuantas cosas adhieras a un sustantivo dbil. Si hallas el que es preciso, l, solo, tendr un color incomparable. Pero hay que hallarlo."Tambin merece relevarse su opinin sobre el regionalismo en arte. Ya se sabe que lo practic voluntariamente, y la mejor parte de su obra que (en esencia no en apariencia) regionalista. Pero ah no se liquida el problema, ya que aporta al regionalismo una perspectiva universal. No busc el color local, sino el ambiente; no busc la peculiaridad anecdtica sino el hombre. Unas frases de su artculo sobre la traduccin castellana deEl omb, abordan con entera lucidez el problema: "Cuando un escritor de ambiente recurre a ella [la jerga] nace de inmediato la sospecha de que se trata de disimular la pobreza del verdadero sentimiento regional de dichos relatos, porque la dominante psicologa de un tipo la da su modo de proceder o de pensar, pero no la lengua que usa. (...) La jerga sostenida desde el principio al fin de un relato, lo desvanece en su pesada monotona. No todo en tales lenguas es caracterstico. Antes bien, en la expresin de cuatro o cinco giros locales y especficos, en alguna torsin de la sintaxis, en una forma verbal peregrina, es donde el escritor de buen gusto encuentra color suficiente para matizar con ellos, cuando convenga y a tiempo, la lengua normal en que todo puede expresarse".Otra leccin, directamente vinculada: Quiroga escribi su obra en la gran tradicin narrativa occidental. Sus maestros fueron, sucesivamente: Poe, Maupassant, Dostoiveksi, Kipling, Cjehov, Conrad, Wells. No temi las influencias-ningn escritor fuerte las teme, ni se distrajo en averiguar la patria de sus modelos. Tom de ellos lo que importaba a su arte: la visin esttica y humana, el oficio de artfice y las motivaciones temticas. A esa poderosa corriente, sum un territorio indito, no transcribindolo en sus minucias tursticas sino expresndole el alma. (21)Una ltima leccin, ligada estrechamente al tema de este NMERO: Quiroga supo pasar por la experiencia modernista vivindola luego para crear un arte que le permita superar el perodo. Esto sucedi as, no slo porque la vida le dej cerrar su rbita. (Tambin Reyles super cronolgicamente el perodo, sin lograr una forma verdaderamente independiente.) Fue porque asimil las enseanzas estticas profundamente y, tambin profundamente, logr vivir su vida; supo, en fin, vivirse y realizarse. No es extrao, pues, que su obra sea hoy, indiscutiblemente, la ms actual de su generacin. Y sea, por lo mismo, la ms ejemplar."1. Hay muchas narraciones que Quiroga no recogi en volumen. Algunas fueron publicadas bajo seudnimo (Aquilino Delagoa, Fragoso Lima, Dum-dum). La editorial Claudio Garca y Ca., de Montevideo, ha reunido buena parte de ellas en los volmenes de su edicin deCuentosde Quiroga (especialmente, los tomos IX a XII). Una atenta lectura permite concluir que, salvo contadas pginas, no merecan la reimpresin, que su autor haba actuado atinadamente al olvidarlas. En este trabajo se ha prescindido de ellas. (Volver)2. La obra de Quiroga se ordena fcilmente en cuatro perodos, de limites retocables: el primero, 1897-1904, comprende su iniciacin literaria, su aprendizaje del Modernismo, una estridencia decadentista, su oscilacin expresiva entre verso y prosa; culmina y concluye con dos obras:Los arrecifes de coral, 1901;El crimen del otro, 1904. El segundo, 1904-1911, lo muestra en doble estudio minucioso: del mbito misionero, de la tcnica narrativa, al tiempo que recoge muchas de las obras del perodo anterior y se cierra con su libro ms rico y heterogneo:Cuentos de amor, de locura y muerte, 1917. El tercero, 1911-1926, presenta un Quiroga magistral y sereno, dueo de su plenitud; encuentra su cifra en el libro ms equilibrado y autntico,Los desterrados, 1926. El ltimo perodo, 1926-1937, registra su segundo fracaso como novelista (Pasado amor, 19299, su progresivo abandono del arte, su sabio renunciamiento, (La publicacin deMs all, 1935, con relatos desiguales y en su casi totalidad, del tercer perodo, no modifica para nada el cuadro. Un estudio cronolgico de sus cuentos que partiera de la primera publicacin en peridicos, permitira, sin duda, una clasificacin ms fina y sensible. Hay, por otra parte, una estrecha relacin entre estos perodos y los ciclos de su vida, pero explicitarla conducira demasiado lejos. Quede para otra oportunidad.(Volver)3. En laIntroducciny en lasNotasque acompaan mi edicin delDiario de viaje a Pars de Horacio Quiroga, seal sucintamente la naturaleza y el alcance de esta experiencia modernista. (Vase ob. cit., en laRevista del Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios, Ao I, N 1, Montevideo. Diciembre 1949, pp. [47]-185.)(Volver)4. Este trabajo abarca nicamente aquella zona de la produccin quiroguiana que conserva, a mi juicio, su vigencia. Es la que se centra, particularmente, en los cuentos de ambiente misionero. Con ms tiempo y espacio, examinar en otra oportunidad el conjunto de la obra.(Volver)5. Vase Antonio M. Grompone:El sentido de la vida de Horacio Quiroga, enEnsayos, Ao II, N 11, Montevideo, Mayo 1937, pp. [90]-104.(Volver)6. El primer cuento se apoya en una experiencia personal que, en el relato, aparece transferida a una mujer. (Vase, al respecto, J. M. Delgado y A. J. Brignole,Vida y obra de Horacio Quiroga, 1939, p. 243.) Los otros dos cuentos derivan de los trances de su viudez: en uno, se preservan sus curiosas enseanzas pedaggicas; en el otro, segn ha referido Daro Quiroga, una ancdota de su propia juventud ha provocado el relato.(Volver)7. En San Ignacio, durante un breve viaje realizado en 1949, tuve oportunidad de conocer a los originales de algunos de estos personajes. Quiroga supo recrearlos con toda su fuerza esencial: principalmente a Juan Brun, sobre quien escribi cierta vez a Martnez Estrada: "Si los hados lo traen a Vd. aqu algn da, va a conocer lo que es un gran hombre, visible y palpable en su ser moral". (El original de esta carta, fechada en 2/IX/1936, se custodia en elArchivo de Horacio Quiroga, as como el resto de las cartas inditas citadas en este trabajo.)(Volver)8. En un argumento cinematogrfico indito,La jangada florida, que se conserva en suArchivo, acude Quiroga, como solucin al problema social de los obrajes, al entendimiento entre patrones y obreros. En realidad, sigui all un esquema fcil y previsible, utilizando los recursos de suspenso ms caractersticos del film de aventuras de la poca. Su argumento puede resumirse as: un ingeniero, inspector del Departamento del Trabajo, se hace pasar por mens para investigar de cerca las condiciones de los mensualeros. Interviene en una revuelta de stos con la finalidad de apaciguar los nimos, administrar justicia y poder rescatar a la hija del capataz, de la que est enamorado. Al revelarse la verdadera identidad, despus de angustiosas peripecias, casa con la muchacha y se pone al frente de un obraje modelo. Este documento esta viciado del concenvionalismo inherente a todo libreto de cine comercial. Ms importante es la actitud, ya glosada, que documentan sus cuentos o la que aportan algunas cartas de suEpistolario. As por ejemplo, una del 13/VII/936, a Martnez Estrada: "Casi todo mi pensar actual al respecto [se refiere a la cuestin social] proviene de un gran desengao. Yo haba entendido siempre que yo era aqu muy simptico a los peones por mi trabajar a la par de los tales, siendo un sahib. No hay tal. Lo averig un da que estando yo con la azada o el pico, me dijo un pen que entraba: -'Deje ese trabajo para los peones, patrn..." -Hace pocos das, desde una cuadrilla que cruzaba a cortar yerba, se me grit, estando yo en las mismas actividades: "No necesita personal, patrn" Ambas cosas son una. Yo robo, pues, el trabajo a los peones. Y no tengo derecho a trabajar: esos son los nicos capacitados. Son profesionales, usufructuadores exclusivos de un dogma. Tan bestial son, que en vez de ver en m un hermano, se sienten robados. Extienda un poco ms esto, y tendr el programa total del negocio moral comunista. Negocio con el dogma Stalin, negocio Blum, negocio Crdova Iturburu. Han convertido el trabajo manual en casta aristocrtica que quiere apoderarse del gran negocio del Estado. Pero respetar el trabajo, amarlo sobre todo, minga. El nico trabajador que lo ama, es el aficionado. Y este roba a los otros. Como bien ve, un solitario y caluroso anarquista no puede escribir por la cuenta de Stalin y Ca" Tal era su opinin, por lo menos en los ltimos aos de su vida. Otra es, sin embargo, la interpretacin que da Luis Franco a sus relatos mensualeros. VaseOtra faz de Horacio Quiroga, enBabel, Ao X, N 49. Sgo. de Chile, primer trimestre de 1949, pp. 39-41.)(Volver)9. Uno de estos cuentos (Para noche de insomnio) fue reproducido en elApndice documentalde mi edicin delDiario de viaje a Paris de Horacio Quiroga. (Vase pub. cit., pp. 168-71.) Para la Revistadel Salto, consltense las pginas correspondientes en la misma publicacin.(Volver)10. Martnez Estrada ha escrito al respecto: "La naturaleza compasiva lo provey de aspectos terribles para la defensa de su delicado individuo interior. A los hombres magnficos slo se los puede ver de adentro para afuera. Fue una ternura pattica e infantil, no cruel. Sus cuentos son crueles. Ni su aspecto ni su crueldad le pertenecan. Lo que se le entraba al alma no se pareca a lo que exhalaba". (VaseDiscurso de E. M. E., enNosotros, 2. poca. Ao II, N 12, Bs. Aires, Marzo 1937. p. 326.)(Volver)11. Aun en cuento tan horrible comoLa gallina degolladaes posible rastrear algn signo, levsimo, es cierto, de humor, como ste, cuando los idiotas acechan a la nia: "La pequea, que habiendo logrado calzar el pie, iba a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente, sintise cogida de la pierna". Ese: "...y a caerse del otro lado, seguramente,..." oficia de fugaz escape humorstico a la tensin, alivio casi imperceptible y, para muchos lectores atropellados, inexistente.(Volver)12. Lo sealaba ya en su oracin fnebre, el Dr. Jos Maria Delgado: "As pasastes delante de los que no pudieron penetrarte y slo te juzgaron por la morfologa aguda de tus huesos, la espesura cimarrona de tus barbas, la riscosidad de tus ademanes, la lealtad hirsuta de tus expresiones como alguien desposedo de todo sentimiento nazareno, encastillado en un yo rido como la pea. Pocos conocan qu manantial de ternura brotaba de esa piedra cuando la tocaba la vara mgica de la belleza o del amor". (VaseA Horacio Quiroga, enEnsayos, Ao II, N 11, Montevideo, Mayo 1937, p. 110.)(Volver)13. Quiroga nunca hablaba de su primera esposa. Una vez, sin embargo, al pasar por el cementerio de San Ignacio le dijo a Julio E. Payr (quien ha comunicado la ancdota) : "Est enterrada all". Payr le pregunt si visitaba la tumba. Quiroga Ie contest que jams. Y agreg: "Me he olvidado completamente de todo eso'". "Pareca muy duro", advirti Payr,"pero despues he llegado a comprender que esa era la nica manera de seguir viviendo para el que queda". (Volver)14. Vase J. M. Delgado y A. J. Brignole:Vida y obra de Horacio Quiroga. 1939. (Volver)15. Nada ms atroz, ms srdido, que la muerte de Ferrando. Las crnicas de la poca preservan, en su condicin de comunicados periodsticos, el horror del suceso.(Volver)16. Vase art. citado, p. 325.(Volver)17. En la correspondencia con Martnez Estrada expresa Quiroga su afinidad ntima, su entusiasmo por Brand. "Es mi hobby", llega a afirmar (2/IX/936). Y en carta memorable comenta as la tragedia: "Brand: Pero amigo: Es el nico libro que he reledo 5 6 veces. Entre los "tres" o "cuatro" libros mximos, uno de esos es "Brand". Dir ms: despus de Cristo, sacrificado en aras de su ideal, no se ha hecho nada en ese sentido superior a Brand. Y oir Vd. un secreto: yo, con ms suerte, deb haber nacido as. Lo siento en mi profundo interior. No hacen 3 meses tom a releer el poema. Y creo que le he sacado de la biblioteca cada vez que mi deber o lo que yo creo que es flaqueaba. No se ha escrito jams nada superior al 4 acto de Brand, ni se ha hallado nunca nada ms desgarrador en el pobre corazn humano para sentir de pedestal a un ideal. Tambin yo tuve la revelacin de Ink cuando exigida y rendida por el "todo o nada'", exclam: Ahora comprendo lo que siempre haba sido oscuro para mi: El que ve el rostro de Jehova debe morir". Si, querido compaero. Y tambin tengo siempre en la memoria una frase de Emerson, correlativa de aquella: "Nada hay que el hombre no pueda conseguir: pero tiene que pasarlo". (25/VII/936.) En otras cartas, principalmente una del 2/IX/936, disente con su amigo el final de la pieza como una concesin de Ibsen al gran pblico.(Volver)18. Vase, en este mismo volumen, el fragmento de la carta del 29/IV/936, Martnez Estrada sobre su actitud ante la muerte.(Volver)19. Con mayor precisin en los trminos, Borges haba sostenido: "La palabra cuento se justifica, pues cada pormenor existe en funcin del argumento general; esa rigurosa evolucin puede ser necesaria y admirable en un texto breve, pero resulta fatigosa en una novela, gnero que para no parecer demasiado artificial o mecnico requiere una discreta adicin de rasgos independientes". (Vase Hugh Walpole, en "La Nacin'", Buenos Aires, enero 10 de 1943.)(Volver)20. Puede vincularse esta enseanza con aquella clebre de Juan de Mariena:-Seor Prez, salga usted a la pizarra y escriba: Los cuentos consuetudinarios que acontecen en la ra."El alumno escribe lo que se le dicta."'-Vaya usted poniendo eso en lenguaje potico."El alumno, despus de meditar, escribe: Lo que pasa en la calle."Mairena. -No est mal."(Vase Antonio Machado,Obras completas, 1940, p. 443.) (Volver)Es sintomtico que habiendo vivido tantos aos en San Ignacio no usara del magnfico escenario natural de las ruinas jesuticas para ninguno de sus cuentos. (Aparecen mencionados, al pasar, enLos desterrados). Tambin es sintomtico que (con excepcin deEl salvaje) prescindiera de las cataratas del Uguaz. De la lectura sucesiva de dos de sus artculos (Cuatro literatos, enCuentos, XII;El sentimiento de la catarata, id., XIII) puede extraerse la razn profunda de su actitud. (Volver)