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Tercera ronda
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Ofrenda de gratitudEmelda Ramos
INFANTIL Y JUVENILR E P Ú B L I C A D O M I N I C A N A
BIBLIOTECA
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ENCIA DE LA REPÚBLICA DO
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Ofrenda de gratitud Emelda Ramos
Estas piedras son buenas y ayudan a parir a las mujeres, las tienen muy custodiadas y envueltas en
algodón, las ponen en cestillas y les dan de comer lo mismo que a ellos.
Mitología taina
Esa mansión que ves, perdida en la serranía, es la única que se construyó, sin que su
dueña tuviera que emigrar a Nueva York; pues aunque veas una cara de indio en cada
columna del portal que reza Los Gemelos, no es por la famosa torre Twins aquella no;
Paulina no es una dominican-york… ¿Paulina? ¡Paulina no!
La comadrona más solicitada de este mundo y del otro es Paulina, la de Monte Llano.
Cierta noche Paulina escuchó pasos y como llovía a cántaros, avistó por una hoja de su
ventana y no vio un alma; después percibió un ruido en el zaguán y creyó que era el perro
buscando refugio de la lluvia, mas, lo oyó aullar lejos y espeluznantemente en el corral.
Fue a la puerta del cuarto de sus hijos y el dueto de sus ronquidos la devuelve.
Ahora golpean a la puerta y Paulina enciende la lámpara de gas, asegura el tubo de cristal
y la coloca en la modesta mesa del comedor. Tiene que abrir, es seguro que alguien la
necesita para un parto ¡seguro!
Quita las aldabas y la puerta abre hacia un orbe de humedades, olor a albahaca pisada y
sombras, entre las que se contorna alguien choreando aguas a maras, alguien le gesticula
como un saludo, o lo que ella interpreta como: tranquila, no temas.
Paulina pierde toda noción de la realidad y lo sigue.
El hombre toma el trillo hacia el rio y allí, junto al tronco de un eucalipto, el árbol más
próximo al cauce y a la vez el más protegido de la lluvia, sí, allí junto a una pequeña
fogata, hay una india, a la cual él señala y con lágrimas, casi arrodillado, gestualmente le
pide que la auxilie.
La mujer está en un evidente e inicial proceso de alumbramiento; así es que, la partera,
asistida por quien sabe qué fuerzas tutelares, por milésima vez, se enfrenta en atávico
quehacer ritual de salvar del no ser, a una vida que pugna por nacer. Oscuramente Paulina
dubita ¿pero nacer a qué mundo?, empero desecha ese conato de racionalidad y le
pregunta al hombre, apoyando en palabras inútiles sus mímicas:
__¿Cómo lo hago? ¿a mano pelá? así, no puedo ayudarla.
Él le muestra su rústico instrumental: una olla de barro, espátulas, morteros, una higuera
y un pájaro carpintero.
__No tengo tiempo ya ¡me ofrezco a las Tres Divinas Personas: ¡Padre, Hijo y Espíritu
Santo, Amén!
Y con esa misma determinación, cuando dos llantos idénticos rasgaron el silencio del
pluvioso bosque, Paulina tomó cuatro hojas de salvia y selló con sendas cruces los
ombligos de los gemelos. El hombre, a todas luces el padre por segunda vez llora y por
segunda vez se arrodilla ante la matrona, que concluye exhausta la terrible faena.
Entonces, le presenta una ofrenda de dos pequeñas bateas y entre brumas, Paulina
entrevé que en una hay frutas y en otra hay piedras.
__¿Qué escoja? ¿Si? bueno, para lo que me puede servir a esta altura una cosa u otra. Pero
en fin, no puedo ofender lo que no conozco.
Tomó una de cada una y a seguidas, se internó en la lluvia, que no amainaba. Sin volver la
vista una sola vez hacia el misterioso cuadro que dejaba atrás, siguió como sonámbula, a
la deriva, hasta que finalmente, un claro del bosque le reveló el trillo del cual conocía cada
hierba, cada árbol, cada sombra.
Al llegar a su casa, donde el quinqué ya había consumido todo el gas, Paulina, a tientas,
deja en la mesa el inusual obsequio y de nuevo la detienen los formidables ronquidos de
sus hijos.
__Estoy viva, tengo todo el tiempo de este mundo para contárselo; sí, mañana se lo
cuento. ¡Los muchachos no me van a creer!
El mañana es un arcoíris fragmentado en las celosías de su cuarto, recordándole que está
en este mundo y ya es otro día.
Paulina salta e inconteniblemente, va en procura de la prueba material para ella, de que
no ha sido un sueño, para así poder contárselo a sus hijos.
Entonces vio en la mesa aquella ofrenda: la fruta, es una guayaba madura; la piedra,
amarilla, también es de oro macizo.
Emelda Ramos
Nació en Salcedo el 16 de septiembre de 1948. Poeta, narradora, ensayista y educadora. Cursó educación básica y secundaria en su pueblo natal. En 1966 se trasladó a Santo Domingo e ingresó a la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña donde se licenció en Educación con especialización en Filosofía y Letras. Ingresó al magisterio en 1971 como profesora del Liceo Secundario de Salcedo. Estudió bibliotecología en la Universidad Católica Madre y Maestra y en la Universidad Mundial. En 1983 obtuvo el primer lugar en el concurso literario del Ateneo Minerva Mirabal de Salcedo con la novela El despojo, o por los Trillos de la Leyenda. Parte de su producción literaria, dedicada mayormente a rescatar las tradiciones y las
costumbres campesinas dominicanas, ha sido incluida en antologías: Selected Papers of
Wichitta State University, Creación e identidad: encuentro mujer y escritura, Combatidas,
combativas y combatientes, Antología de creadores interioristas. Actualmente dirige la
biblioteca de la Universidad Nordestana, en San Francisco de Macorís