Paul Doherty - Asesinato Imperial

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    PAUL DOHERTY

    ASESINATO

    IMPERIAL

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    Dedicado a la memoria de Michael Akos,miembro de las Fuerzas Areas de los

    Estados Unidos de Amrica,muerto en agosto de 2002

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    Argumento

    Claudia intentar descubrir al asesino, pero tambin alhombre que cambi su vida.

    En una poca en la que la influencia del cristianismo en Romaes cada vez mayor, el poder de Constantino se ver amenazadocuando aparecen asesinadas tres prostitutas de La Casa deAfrodita, un famoso burdel frecuentado por el propioemperador. Helena, madre de Constantino, tratar de protegerel futuro de su hijo contratando los servicios de Claudia, lasobrina de un tabernero que se har pasar por sirvienta paradescubrir al verdadero asesino.

    Por ella tambin tiene un secreto que esconder...

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    PERSONAJES PRINCIPALES

    EMPERADORES_____________________

    DlOCLEClANO: Anterior emperador, ahora retirado.MAJENCIO: Anterior emperador de Occidente, derrotado y muerto por

    Constantino en el Puente Milviano.

    CONSTANTINO: Nuevo emperador de Occidente.ELENA: Madre de Constantino, emperatriz y Augusta.LlClNlO: Emperador de Oriente.

    OFICIALES DEL IMPERIO_____________________

    ANASTASIO: Sacerdote cristiano y escribano al servicio de Elena.BESSUS: Chambeln imperial.BURRUS: Guardia personal de Elena.CRISO: Cabecilla de los agentes de Constantino.SEVERIO: Primer ministro de Majencio.RUFINO: Banquero mercante, amigo personal de Constantino.

    LA IGLESIA CRISTIANA_________________________

    MILICIADES: Papa, obispo de Roma.SILVESTRE: Asistente de Miliciades, principal sacerdote de la comunidad

    cristiana en Roma.

    LAS CORTESANAS______________________________

    DOMATILLA

    SABINA

    LOS ACTORES_________________________________

    ZOSINAS

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    PARISIOLO

    EN LA TABERNA LA BURRA___________________

    POLIBIO: el propietario.POPEA: su concubina.OCANOGRANIO

    JANUARIAFAUSTINACLAUDIA: sobrina de Polibio.MURANO: gladiador.

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    INTRODUCCIN

    Segn narran los Evangelios, durante el juicio de Cristo, Pilatos quiso liberar a unprisionero. Cambi de opinin bajo la amenaza de que podra perder el favor delCsar. Segn algunas opiniones, Pilatos reconoci la amenaza. Cada gobernadorromano se someta al estrecho escrutinio de los agentes secretos del emperador, los

    Agentes in Rebus; literalmente, los que hacan las cosas. El imperio romano contabacon una fuerza policial, de carcter tanto militar como civil, aunque con marcadas

    diferencias entre las distintas regiones. En cualquier caso, sera inexacto afirmar queel imperio recurriese a una figura parecida a un detective, o al actual Departamentode Investigacin Criminal. En lugar de eso, el emperador y sus principales polticospagaban grandes sumas a una legin de informadores y espas. Frecuentemente,stos eran difciles de controlar, como en cierta ocasin coment irnicamenteWalsingham, el espa principal de Isabel I: No estaba completamente seguro de paraquin trabajaban sus hombres, para l o para la oposicin.

    Los Agentes in Rebus eran una especie aparte entre esta horda de recolectores dechismes, contadores de historias y, en ocasiones, informadores extremadamente

    peligrosos. El emperador los utilizaba, y su testimonio poda dar al traste con unaprometedora carrera. Esto se aplicaba fielmente al sangriento periodo bizantino, alcomienzo del siglo cuarto de Nuestro Seor.

    El emperador Diocleciano haba dividido el imperio en dos mitades, la oriental yla occidental. Cada divisin contaba con su propio emperador, y, un gobernador, quereciba el ttulo de Csar. El imperio se resenta por las dificultades econmicas y lasconstantes incursiones de las tribus brbaras. Su religin oficial se vea amenazadapor la floreciente religin cristiana, que haca sentir su presencia en todas lasprovincias y en todos los estratos sociales.

    En el ao 312 A. D, un joven general, Constantino, con el apoyo de su madre,Elena, mujer nacida en Britania, que coqueteaba ya con la iglesia cristiana, centr susmiras en el imperio de occidente. Desfil hacia el sur de Italia para enfrentarse con surival en el Puente Milviano. Segn el relato de Eusebio, bigrafo de Constantino, elaspirante a emperador tuvo una visin de la cruz bajo las palabras In hoc signo Vinces(Con esta seal, conquistars). Como contina la historia, Constantino inst a sustropas a que adoptaran el smbolo cristiano, y consiguieron una aplastante victoria.Derrot y dio muerte a Majencio y desfil triunfalmente hasta Roma. Constantino eraahora el nuevo emperador de Occidente, y su nico rival era Licinio, que gobernaba

    el imperio oriental. Fuertemente influenciado por su madre, Constantino tom lasriendas del gobierno y comenz a negociar con la iglesia catlica, dando as fin a

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    siglos de persecucin. Sin embargo, las intrigas y asesinatos seguan estando a laorden del da. Haba multitud de asuntos pendientes en Roma, y los Agentes in Rebustenan las arcas repletas...

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    PRLOGO

    De un solo crimen asimilamosla naturaleza de todos los dems.

    Virgilio, Eneida, 11.65

    ROMA:OTOO,AD 311

    El Tber se retorca como una serpiente a lo largo de su curso, revolvindose parasortear los templos, los apretados suburbios, los atestados muelles y los jardines delos patricios. Aunque la noche ya se dejaba sentir, el Tber segua creciendo ymenguando como siempre lo haba hecho, pacficamente al fin, despojado de loscadveres que haban poblado sus aguas durante das, tras el sofocamiento de laltima conspiracin. El Tber estaba acostumbrado a tales horrores: elderramamiento de sangre, la consecuencia habitual de una proscripcin masiva,terribles asesinatos y muerte. A lo largo de sus orillas, multitud de cristianos habansido amarrados a cruces, cubiertos de aceite, y usados como antorchas humanas, parasealar el camino de los navegantes. Todo aquello perteneca ahora al pasado. Laestatua de Nern sobre la Colina Palatina haba desaparecido. Su suntuosa residenciadorada, su palacio de magnficos techos abovedados, que representaban lasconstelaciones del firmamento. Todo se haba evaporado. Una sucesin de tiranossigui a Nern, para acabar ahogados en el ro de sangre que ellos mismos habancausado.

    Las voces proclamaban ahora el resurgimiento de una nueva Roma. Los cristianosya no merodeaban por las catacumbas, reverenciando los huesos de aquellos quehaban perecido en el anfiteatro del Coliseo. Roma entera se regocijaba. Constantinose preparaba para marchar hacia el sur y el usurpador Majencio preparaba su ejrcitopara hacerle frente. Y qu importaba? El ro Tber segua fluyendo. Miles depersonas hacan uso de l como una fuente de vida: pescadores, comerciantes,mercaderes y viajeros. En el reflujo de la marea, cuando quedaba al descubierto unadensa capa de lgamo y cieno, los pobres de Roma, o los curiosos, patrullaban susorillas en busca de tesoros ocultos. La muchacha joven y su torpe hermano eran parte

    de ellos. Venan de una casa respetable o, al menos, as89+ haba sido en el pasado.Ahora vivan con su to Polibio, sedicente empresario, gerente y propietario de la

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    taberna Las Burras. La joven, Claudia, se arrop con la capa que su querido tohaba birlado a un antiguo husped procedente de Ostia, y continu caminando conpaso inseguro, hundiendo sus sandalias en el lodo.

    Vamos, Flix!

    dijo, y despus le sonri.Flix caminaba sin rumbo fijo, dejando oscilar libremente sus manos a amboslados. No buscaba tesoros, sino conchas, las reliquias de una vida pasada en el ro. La

    joven retrocedi hasta l y lo zarande con suavidad. El chico elev la cabeza paramostrar unos labios flccidos y unos ojos vacos. Reconoci la cara de su hermanaentre la plida luz y consigui descifrar las seales que sta le haca con sus dedos.

    Debes continuar, deca el mensaje, debes mantenerte cerca de m. Te he tradoaqu porque t queras venir.

    La joven se detuvo a escuchar los sonidos de la ciudad. Maana deba entretener alos huspedes de su to con un recitado pblico de las fbulas de Esopo. Claudia segir, Flix la segua a la distancia, trotando como un cachorro. Estaban tanembebidos en su tarea que se sobresaltaron ante el hombre que sali de entre lassombras de un muelle desierto. Claudia no consegua reconocer su cara, aunquellevaba una lujosa toga y vistosas sandalias. El cliz que llevaba tatuado en lamueca izquierda capt su atencin.Vaya, vaya, vaya!exclam. Qu tenemos aqu?La agarr por los hombros y Claudia se resisti. Estaba acostumbrada a tales

    atenciones por parte de los borrachos, pero el miedo la atenazaba ahora. El hombreera ms fuerte de lo que haba pensado. Flix lleg hasta ellos correteando y agarr la

    mano del hombre. El extrao lo lanz al suelo de un manotazo. Claudia lanz ungrito, que no obtuvo respuesta. Esta zona del Tber estaba prxima a la CloacaMxima, donde los colectores de la ciudad descargaban el hediondo contenido deletrinas y pozos spticos. Flix se acerc de nuevo, con la boca abierta, como si tratasede gritar. Claudia trat de prevenirle. Su asaltante se movi como una vbora. Lanavaja que llevaba en la mano brill a la luz de la luna y, de un rpido corte, seccionel cuello del joven. Flix se desplom como una piedra. Claudia se arrodill junto al, gritando desconsoladamente, las lgrimas resbalaban por su rostro. Escuch unchapoteo en el barro. La muerte de Flix no iba a ser ningn obstculo: su asaltante

    estaba sobre ella, la navaja se mova con rapidez.

    ROMA:OTOO,AD 311

    Era bastante bella. Sobre la melena rubia luca una diadema. Llevaba perlas porpendientes, un collar de piedras preciosas rodeaba su delgado cuello, suspendidoentre unos pechos turgentes. El aro que rodeaba su tobillo era de plata, la tnica

    estaba astutamente teida de un tono prpura. Su cadver yaca bajo los choposnegros de los Jardines de Salustio. Sus bonitos ojos permanecan cerrados, la boca

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    voluptuosa manchada de sangre. Las marcas que se apreciaban sobre el cuelloestaban an frescas. Unos crueles verdugones rojos evidenciaban cmo se le habaarrebatado la vida. El asaltante se arrodill y comprob el pulso en el cuello de la

    joven y luego, bajo la seda, busc el latido del corazn. Todo estaba en calma. Lacarne comenzaba a enfriarse. Gir la cabeza de la cortesana y apart suavemente desu cara los mechones rubios. El atacante, de oscuro atuendo, esgrimi la navaja concrueldad y grab la cruz sangrienta; primero, en la frente, y despus, en ambasmejillas.

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    CAPTULO 1

    Una serpiente acecha en la hierba.Virgilio, glogas, III.64

    Roma: Primavera, AD 313

    EN EL MATADERO DE LA DOMUS JULIA, EN LA COLINA Palatina, la espaClaudia permaneca sentada en un incmodo taburete y miraba impasible al hombrede la tnica blanca con rayas rojas, que la escrutaba atentamente desde otra

    banqueta. Claudia reprimi todas sus emociones; el miedo o la pena no conseguirannada en esta situacin. El matadero era un lugar fro, donde reinaba una glidaquietud. Baj la mirada, para evitar los ojos del hombre. El suelo estaba an cubiertode serrn empapado en sangre. Se preguntaba si procedera de las reses que colgabande los garfios de hierro, o del cuerpo de la joven a la que haban cortado el cuello y a

    la que, posteriormente, haban colgado de uno de aquellos ganchos.Claudia se frot los brazos. Afuera escuchaba los murmullos de palacio, los gritos

    distantes de los guardias entre la brisa de media noche. Haba considerado laposibilidad de salir huyendo, pero hacia dnde? Era solo cuestin de tiempo que lossabuesos del Csar le dieran caza. Se senta a la vez intrigada y asustada. Habaestado muy atareada en la cocina, fregando las planchas de despiece, cuandoAnastasio, el secretario de la Augusta, vino a buscarla. Lleg con una sonrisa en elrostro, pero la cogi por el codo. Una vez fuera, le hizo unas seas con los dedos,instndole a que le siguiera. La trajo hasta aqu y le pidi que se sentase. Anastasio

    encendi unos candiles de petrleo y los fue colocando cuidadosamente sobre elsuelo, alrededor de ella, como si fuese algn tipo de estatua o lar, una divinidaddomstica a la que, ms que temer, se deba honrar y venerar.

    Claudia observ el cadver que colgaba del garfio. Se haba sobresaltado al verlopor primera vez, pero consigui mantener la cabeza fra. Reconoci enseguida aFortunata; un nombre que, dadas las circunstancias, pareca cuando menosinapropiado. Fortunata era una mesonera, bastante diestra en el llenado de vasos ycopas de vino en este u otro banquete. Siempre vesta con una tnica de talle bajo,para regalar a los bebedores una buena panormica de sus hinchados pechos. Para

    poco iban a servirle ahora. Su cuerpo se haba reducido a un trozo de carne, del quependan sus pechos como sacos vacos. Sus atractivas piernas pendan en caprichosa

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    postura, y en su rostro, que mostraba un mortecino tono azulado, destacaban sus ojossaltones y la boca impregnada de sangre...

    Claudia apart la mirada: Anastasio segua sonriendo pero, por supuesto, los

    mudos siempre sonrean. Su tez delgada y aceitunada, escondida bajo una maraa depelo aceitado, pareca no conocer otra expresin distinta; siempre sonrea, con loslabios y los ojos, como si Anastasio creyese que as desarmara al resto del mundo.Generalmente, lo consegua.Me he metido en problemas?pregunt Claudia. He hecho algo malo?Tradujo sus seales a signos. La cara de Anastasio no mostraba reaccin alguna.Pensaba que Fortunata nos haba dejado. Decan las habladuras que la haban

    transferido al servicio imperial. A las cocinas del Divino Augusto un acceso de tosla interrumpi. Por qu estoy aqu?continu.

    Adelant uno de sus pies calzados de sandalias, como para iniciar su marcha.Anastasio le hizo seales con las manos.Los guardias de afuera dijo tienen rdenes de matar a todo aquel que se

    marche antes de que llegue la Divina Augusta.Claudia apart el pie enseguida.La emperatriz!exclam.Anastasio asinti con la cabeza.Yqu quiere ella de m?Claudia conoca las leyes, incluso para este lugar lgubre y sangriento. No deba

    decirse una sola palabra, ni tan siquiera una indicacin, sin el permiso de la Divina

    Augusta.He... He sido lealtartamude Claudia.Anastasio hizo un rpido movimiento con sus manos.Cllate, desgraciada! No tienes nada de qu preocuparte!Claudia sonri aliviada y se acomod en su asiento. Se gir hacia su izquierda. La

    pieza de ternera que colgaba del gancho pareca haber sido sacrificada haca yabastante tiempo; las vetas de grasa tenan color blanquecino, adquiriendo un tonoamarillento en los bordes, y la carne nervuda tena un aspecto compacto y glaseado.Por supuesto, en el palacio real no faltaba de nada. Constantino haba hecho su

    entrada en Roma y todos se haban apresurado a rendirle lealtad. Obsequiaron yagasajaron al general victorioso, que haba entrado desfilando en Roma con crucesamarradas a las insignias de sus legiones. Se haba extendido largamente por laciudad la historia de que Constantino, antes de su gran victoria en el PuenteMilviano, haba tenido una visin del signo cristiano, junto a las palabras In hoc signoVinces, Con esta seal, conquistars. La multitud se cuestiona la veracidad de estahistoria. Experimentaba visiones el divino Constantino? O era el efecto de tomardemasiado vino, o de uno de sus ataques epilpticos? O, incluso, la influencia de sudivina madre, la emperatriz Elena? Quiz fuese la hija de una tabernera, pero ahora

    era la madre de un emperador de Occidente con una simpata secreta hacia la fecristiana. Simpata o poltica? Se preguntaba Claudia. La fe proscrita se haba

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    convertido en una fuerza poderosa en la ciudad: senadores, banqueros, generales,mercaderes, sin olvidar a la gran masa de ciudadanos ordinarios y esclavos, todosfavorecan abiertamente el culto que proceda de las catacumbas. Los templos de

    Jpiter y Venus podan proclamar su gloria, pero el nuevo orden era el de Cristo ysus seguidores. Convertirse estaba de moda y un general victorioso y, desde luego,su madre, jams deban pasar por alto las nuevas tendencias.

    Claudia escuch el crujido de la puerta al abrirse, el murmullo de voces y el golpeal volverse a cerrar, junto con el sonido del pestillo al extenderse y el eco de sandaliasarrastrndose contra el enlosado. Anastasio se llev a los labios las yemas de losdedos, como si hubiese olvidado algo; se levant de su taburete y se perdi en lapenumbra, volviendo al poco tiempo con una silla porttil, una simple yrudimentaria silla plegada en cruz y con asiento y respaldo de lona. La mujer que leacompa hasta el claro de luz se sent, se reclin y cruz las piernas. Llevaba el pelorecogido cuidadosamente en pequeas ondulaciones, con unos tirabuzones queresbalaban por sus mejillas. Estos se encontraban casi completamente ocultos tras elpauelo de seda pura que caa sobre sus hombros, cubriendo la parte superior de latnica blanca de mangas bordadas en tonos prpura. No llevaba joyas, a excepcinde un anillo en el dedo ndice de la mano izquierda. Las sandalias eran muy lujosas,de cuero espaol, con las puntas y las correas doradas. Tena el rostro alargado, conmejillas huesudas, unas cejas escrupulosamente depiladas y una nariz pequea queasomaba sobre unos labios que, segn observ Claudia, o bien se cean en unadelgada y plida lnea, o se abran carnosos y sensuales. Sus ojos eran oscuros: en

    cualquier otra mujer, pens Claudia, parecera que haba abusado del vino deFalerno. Centelleaban como si aquella mujer estuviese saboreando alguna bromasecreta. Con quien fuera que estuviese hablando pensara que la risa estaba a puntode brotar de sus labios. Claudia saba que no era as. Conoca bien a la DivinaAugusta. Elena era una mujer que poda representar su papel con gran encanto.Poda mostrar gran inters hacia la persona con la que estuviese hablando, pero erasolo una mscara. Su corazn era duro, y su voluntad, inexorable.

    La Divina Augusta examin a Claudia de pies a cabeza.Bien, mi pequea ratoncita. Qu placer tan inesperado! de repente, Elena se

    inclin hacia delante, apoyando los brazos sobre sus muslos. No es excitante?Dramtico? Por qu crees que he venido a verte?

    Claudia seal el cadver ensangrentado de Fortunata.Vamos, ratoncita, puedes hacerlo mucho mejor.Su excelencia, por qu este lugar es silencioso?As esla emperatriz Elena asinti con la cabeza y sonri, como si elogiase a su

    chiquilla favorita. La primera regla de la poltica, ratoncita: nunca conspires enpalacios. Los muros tienen odos, los suelos, ojos. No puedes ni alterar la corriente deaire sin que alguien se entere. Algunos piensan que las letrinas son un lugar seguro.

    Ms hombres han sido ejecutados por lo que han dicho en letrinas, que por lo quehan susurrado en salas consistoriales o alcobas. Por cierto, por qu no te has

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    levantado y postrado ante tu emperatriz?Claudia seal a Anastasio, que permaneca sentado, mirndola con una serena

    sonrisa en los labios.

    Bien, ratoncita

    arrull Elena, dando unas palmadas con las manos

    , haz loque te diga Anastasiola sonrisa se borr de su rostro. Exactamente lo que te digay los grandes gatos no te atraparn, tal como hicieron con la pobre Fortunata.

    La emperatriz Elena, la Divina Augusta, se reclin en la silla. Le encantaba lateatralidad. Era una maestra de las entradas espectaculares, pero solo comodistraccin. Ahora, sin embargo, estudiaba minuciosamente a la joven que tenaenfrente, agitando sus largas pestaas. Pequea, pens, con una piel suave y plida.Con esa destartalada tnica de mangas cortas que le colgaba a la altura de lasrodillas. Sus sandalias eran de calidad, robustas, con los lazos bien atados. No llevabaornamentos de ningn tipo. A Elena eso le complaca: cuantos menos artificios queatrajesen la atencin, mejor. En realidad, a esta jovencita le resultara muy difcilatraer la mirada de cualquier hombre. Llevaba el pelo corto, como el de una golfillade los suburbios, apelmazado y sin lavar, aunque eso probablemente responda a lasinstrucciones de Anastasio. Tena un rostro vulgar y mofletudo, con nariz y bocapoco atractivas, y unos enormes ojos que centelleaban bajo unas cejas pobladas ydesarregladas. Una ratoncita perfecta, pens Elena. Alguien que podra escurrirsepor pasillos y corredores, y escuchar los cuchicheos de los sirvientes y los huspedesde palacio. Sin embargo, Anastasio haba prevenido a Elena de que la mente deClaudia era tan despierta como su ingenio. Hablaba poco y escuchaba mucho. Si el

    sacerdote se hubiese salido con la suya, la habra enviado a ella, y no a Fortunata, alpalacio de su hijo. Los dedos de Elena se cerraron fuertemente sobre el puo. Tratdeliberadamente de mostrar irritacin, pero Claudia no se inmut. Se mantuvosentada, con las manos sobre las rodillas, con la mirada fija en el suelo. Si moviese lanariz, pens Elena, sera una autntica ratoncita.De dnde vienes, Claudia?De Roma, excelencia.Elena ech la cabeza hacia atrs mientras soltaba una sonora carcajada.Todas las cosas vienen de Roma, Claudia. Eres la hija de un centurin, no es

    cierto? Que se retir y cobr su pensin, pero no vivi lo suficiente para disfrutar deella, verdad? Su esposa tuvo tres hijos; uno muri en el parto, o eso me dijoAnastasio. Tan solo quedasteis tu hermano y t. Cul era su nombre?Flix, excelencia.Ah s, Flix; no es cierto que le asaltaron? Le mataron y abusaron de ti.

    Guardas algn rencor, Claudia?Venganza, excelencia; no hay rencor, solo sed de venganza.Y tu atacante llevaba un cliz tatuado en la mueca izquierda? Pero voy

    demasiado deprisa. Formabais parte de una compaa de actores itinerantes. Tras la

    muerte de tu padre, tu to se convirti en tu guardin. Anastasio dice que eres unabuena actriz, una excelente imitadora: con tus pechitos pequeos y tu voz profunda,

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    incluso puedes representar el papel de un hombre, ya sea en las obras de Terencio oen las farsas de Esquilo. Pero tu director era un borracho, no es as? Demasiado vinoy muy pocas representaciones. Los banqueros os cerraron sus puertas: el vestuario y

    el atrezzo son muy costosos, as que debais vender vuestros servicios

    la mano deElena se movi deprisa para alcanzar la mueca de Anastasio. No debera sersacerdote, Claudia. No puede hablar ni or; una deformidad visible, como dice laiglesia cristiana, debera ser un impedimento para el sacerdocio. Adems, Anastasiodisfruta con el teatro, una actividad prohibida especficamente a los sacerdotes deCristo. Pero, como ves dijo con un suspiro, existe un gran abismo entre Cristo ysus seguidores, no es cierto? En cualquier caso, as es como te encontr Anastasio.Me sent honrada de entrar a tu servicio, Divina Augusta.Qu servicio?respondi Elena con brusquedad.La sonrisa de Anastasio desapareci: Claudia acababa de cometer un error.Lo... Lo siento, excelencia balbuce. An soy nueva en este papel. Quiero

    decir...No, no Elena sonri y extendi los brazos. Mi pequea e inteligente

    ratoncita. Te has aprendido bien tu papel. Es un papel, se trata de actuar. Llevas unamscara sobre el rostro. Yo llevo una mscara. Anastasio lleva una mscara. Los

    bravucones, los generales, los orondos senadores, los banqueros de giles dedos,todos llevan una mscara. Cuando beben, cuando yacen codo con codo,desmadejados sobre sus divanes, y el vino comienza a fluir, la mscara se desprendey comienzan a hablar. In vino ventas: el vino conforta el corazn y suelta la lengua,

    Claudia, y as es como mis ratoncitas obtienen sus pequeos manjares Elena jugabacon las borlas de su chal mientras hablaba. Sabes por qu te llamo ratoncita,Claudia? Ya s que no es muy halagador, pero la gente nunca nota que ests ah. Noeres como la mosca, que revolotea sobre la comida; o la abeja, cuyo zumbido retumbacon claridad en tus odos. No, t te deslizas con suavidad y desapareces, correteas deaqu para all. Recuerdas hace dos semanas? La rolliza Valeria, la mujer delmercader de cereales? Trajiste una bandeja de copas de las cocinas. Te hice avisardeliberadamente. Hice que permanecieras junto a la puerta durante un rato. Dejcaer una de mis horquillas del pelo e hice que la recogieras.

    Claudia asinti con la cabeza.Y cuando te fuiste, sabes lo que le pregunt a la rolliza Valeria? Elena cubri

    con los dedos la risilla que asomaba a travs de sus labios. Le dije: Puedesdescribirme a la sirvienta que acaba de estar aqu?. Sabes?, ni siquiera se habapercatado de que habas estado all.

    Claudia gir la cabeza a un lado; no mostr el ms mnimo signo de vergenza.Me pregunto qu estar pasando por esa cabecita tuyaaadi Elena con cierta

    malicia. Vamos, deja de mirar a la pobre Fortunata! dijo bruscamente. Estmuerta. Roma est repleta de cadveres. Nadie la echar de menos. Era una necia.

    Fracas. Me fallars t, Claudia?Soy la ms humilde servidora de su excelencia.

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    Elena observ aquellos ojos y sinti un escalofro de aprensin. Estabaacostumbrada a los espas. Ella misma lo haba sido. Pero esta jovencita...Anastasio te tiene en gran consideracin susurr Elena. De todos mis

    ratones, dice que eres la mejor. Y no lo digas

    aadi con voz entrecortada

    . Yo lodir por ti.Anastasio levant las manos y gesticul con los dedos.Qu te est diciendo? gru Elena. Algunos de sus smbolos los conozco,

    otros no.Me dice que tenga cuidadorespondi Claudia.Ah, s, l tambin debera tenerlo la emperadora abri la palma de su mano

    derecha y olisque la pequea bolsita de perfume que llevaba. Es extrao,verdad?se pregunt. La sangre tiene un penetrante olor metlico. Este lugar merecuerda al anfiteatro. El anfiteatro representa la vida, no es cierto, Claudia?Ganadores y perdedores. Espectadores a los que nada de aquello importa, los ricos,los poderosos, los pobres y los lisiados. Cada uno asiste para observar algo distinto.Supongo que los miserables acuden para observar cmo alguien, an ms miserable,sufre ante el filo de una espada. Sabes para qu acude la rolliza Valeria? Aquello leexcita! Como si la muy estpida estuviese en la cama con el gladiador! Losmuchachos la agasajan y se aprovechan de sus favores, a ella le entusiasma. A ti teentusiasma alguien de vez en cuando, Claudia?

    La joven le devolvi la mirada con frialdad.No, supongo que noaadi secamente Elena. Eres cristiana, Claudia?

    Una sacudida de la cabeza respondi su pregunta. Elena entorn los ojos.No crees en nada, verdad? Dioses y diosas, grandes y gordos que muestran sus

    pezones y levantan las piernas. Solo hay un dios en Roma, Claudia continuElena. Es mi hijo, el divino Constantino.

    Anastasio sacudi la cabeza en seal de desaprobacin.No te enfurrues, sacerdote!dijo bruscamente la emperatriz. Lo sabes todo

    sobre Constantino, no es cierto? Tu Augusto emperador.Claudia record las rdenes de Anastasio: qudate inmvil, permanece tranquila,

    no comentes nada sin que te pregunten.

    York queda muy lejos continu Elena con tono soador. Tantosemperadores. Ahora solo hay dos: Constantino en el oeste levant la mano quesujetaba la bolsita perfumada. Derrot a su rival Majencio en la batalla del PuenteMilviano, y desfil hasta Roma con la cabeza de ese tirano clavada en una estaca. Enel este, el emperador Licinio. Bueno, voy a contarte ahora para qu te he citado aqu.Hay dos razones. Primero, mi hijo pretende convertirse en el nico emperador.Desde luego, le jurar amistad eterna, pero en cuanto Licinio cometa un error,Constantino marchar hacia el este, le presentar batalla, aniquilar su ejrcito y lomatar. Si Licinio tiene un poco de cerebro, intentar hacer lo mismo con mi hijo. Se

    sonreirn y se darn el beso de la paz, cada uno llamar al otro hermano y firmarnel ms maravilloso de los tratados de pazElena agach la cabeza. Pero volvemos

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    al anfiteatro, Claudia. Uno de ellos debe morir. Debe ser Licinio. Para tal fin, mi hijopretende revocar todos los edictos en contra de la fe cristiana.Una buena parte de Roma es cristiana, al igual que la mayora de los oficiales

    del ejrcito; al menos, lo son en secreto. Por qu? Porque Constantino dice habertenido una visin? No quiero hacer comentarios sobre eso, pero l necesita a loscristianos. Ellos son la segunda razn por la que hablo hoy contigo. Tenemos dosimperios en Roma. Tenemos las columnas de Trajano, el arco triunfal de Tito, elColiseo, el Foro, pero bajo la ciudad discurren las catacumbas, excavadas por loscristianos para enterrar a sus muertos y para celebrar clandestinamente sus ritos.Observa bien nuestra ciudad! Los monumentos comienzan a decaer, pero la vida enlas catacumbas se muestra ms vigorosa que nunca. As est sucediendo a lo largo detodo el imperio. En realidad, poco me importa si hace trescientos aos, un judollamado Cristo, se levant de entre los muertos tras permanecer tres das clavado enla cruz. Lo que realmente me importa, al igual que a Constantino, es que lacristiandad se ha convertido en un segundo imperio Elena hizo unos extraosaspavientos con las manos. Permanece en la sombra, retorcindose y girando,como esas estrechas galeras de las catacumbas. De qu estoy hablando en realidad,ratoncita? Vamos, tienes mi permiso para hablar.

    Claudia mir a Anastasio, que asinti imperceptiblemente.Si Constantino comenz a decir Claudia suavemente llegase a un acuerdo

    con la iglesia cristiana...Muy bien susurr Elena. Acuerdo, me gusta esa palabra. No saba que

    estabas tan bien educada. Hay muchas cosas de ti, Claudia, que me gustara conocer.Pero contina.Tu hijo, el divino emperador, no solo unira el imperio de Occidente, sino que

    marcara el camino hacia el imperio de Oriente de Licinio. Licinio se sigue mostrandohostil hacia la cristiandad continu Claudia, pero la iglesia tiene mucha fuerzaen Asia.Muy bien dijo Elena mientras aplauda. Puedo comprobar que has estado

    hablando con Anastasio. Constantino se abrir paso a travs del edificio que ha idoconstruyendo Licinio. Mientras ese necio termina de rematar y pintar las plantas

    superiores, Constantino se afanar en debilitar las bvedas de los cimientos. Mi hijomantendr correspondencia con los patriarcas de la iglesia cristiana en Asia; mientrastanto, palmear suavemente las espaldas de los oficiales del ejrcito de Licinio quemuestren simpata hacia la nueva fe Elena suspir profundamente. Pero esorequiere tiempo. Mientras tanto, tenemos enemigos en Roma, y los enemigos sevigilan entre s constantemente. Es como la rolliza Valeria. Se presenta ante m,agasajndome y halagndome, pero crees que le place hacer una reverencia y besarla mano de la hija de un tabernero de York? dijo con una risilla burlona. No!No! Le encantara ver rodar mi cabeza por los escalones del cadalso; y as, volvemos

    al argumento de que todos portamos una mscara: incluso el Divino Augusto. Sesienta, come, bebe y alterna con prostitutas junto a hombres que, hace seis meses,

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    habran pagado una fortuna por ver su cabeza expuesta pblicamente en la plaza delmercado. Por eso, recurrimos a informadores: los Especuladores. Se dedican aescuchar habladuras dijo, agitando un dedo. A recopilar cotilleos. Sin embargo,

    el aspecto terrible de estos informadores, Claudia, es que tienen en su poder un bienmuy preciado: la informacin que recogen. Son como los buhoneros del mercado.Estn siempre dispuestos a venderla al mejor postor. Peor an, si no encuentraninformacin, se la inventan. Terminarn dicindote lo que quieras escuchar. T noeres una informadora, no es cierto, Claudia?Soy la ms humilde servidora de su excelencia.No, no, qu eres en realidad?Soy miembro de losAgentes in Rebus Politicis...Y qu significa eso, Claudia?Soy una espa. Tu espa, excelencia.Y quin es tu maestro, tu seor?Claudia seal a Anastasio, que permaneca sentado, con los ojos cerrados,

    inmvil como una estatua sobre su pedestal.Bien! exclam Elena. Mis agentes no le dicen a nadie quienes son. No

    tienen amigos, ni compaeros tic confianza. No pueden confiar en nadie, pues nuncasaben con quin estn hablando en realidad. Es realmente un sirviente ese zoquetemedio sordo de la cocina encargado de la limpieza de los retretes? Hay miles de ellosen Roma. O ser, quiz, un informador? Hay tantos como hormigas en unhormiguero. O un espa? Y si fuera esto ltimo, trabaja para m, para mi hijo, para

    uno de los grandes patricios de Roma, o para la polica? O incluso, Dios no loquiera, para la rolliza Valeria? Es una vida solitaria, no es cierto, Claudia? Jamsdebes decir a nadie quin eres en realidad, exceptundome a m, o a Anastasio. Parael resto del mundo eres una sirvienta, sobrina de Polibio, el dueo de la taberna LasBurras, en los suburbios cercanos a la Puerta Flavia. Ah, por cierto, he odo que estmetido en problemasdijo Elena sonriendo.

    Por primera vez, Claudia dej caer su mscara.No son problemas polticos. Est demasiado preocupado por sus ganancias.

    Conoces a Ario?

    Es un mercader de vino respondi Claudia. Un msero avaro. Se marcha asus granjas y viedos y, cuando recoge sus beneficios, siempre se aloja en Las Burras.Bien, pues est muerto coment Elena. He ledo el informe del prefecto de

    polica. Le cortaron el cuello en la taberna de tu to, y sus asaltantes le vaciaron hastala ltima pieza de plata que llevaba.Mi to est entre los sospechosos?No, pero tiene que dar muchas explicaciones. Nos ocuparemos de l ms tarde.

    Le quieres, no es cierto, Claudia?Es un buen hombre, excelencia. Cuid de m y de mi hermano. A veces se

    emborracha, y puede ser demasiado ligero con sus puos...Un hombre generoso? sonri Elena. Vamos, no te preocupes, Claudia.

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    Tenemos mucho en comn. Mi padre tambin era taberneroElena reclin la cabezay observ el techo, embadurnado por el humo de las lmparas de aceite. Estempezando a hacer fro aqu murmur. Le he dicho a mis damas que me

    apeteca dar un paseo

    le dio una cariosa palmada en la rodilla a Anastasio

    . Perono te preocupes, he puesto en guardia a ese corta-cuellos, Burrus, y estar alerta anteposibles fisgonesse volvi para mirar de nuevo a Claudia. No se ha preguntadonunca tu to por qu una nia bien educada como t dijo, imitando la voz deClaudia trabaja de sirvienta?En realidad no le importa, excelencia respondi Claudia. Despus de todo,

    algn da podra casarme con algn afamado general y convertirme en la madre deun emperador.

    Elena aplaudi y se balance adelante y atrs entre carcajadas.Es cierto, es cierto dijo, mientras secaba las lgrimas de sus ojos. Lo mejor

    que podemos hacer las mujeres, Claudia, es tumbarnos sobre nuestras espaldas, noes cierto? No podra recordar el nmero de techos que he contemplado en mi vidael rostro de Elena adopt un gesto serio. Pero vali la pena. Constantino es elemperador. Y ahora, volvamos a la pobre Fortunata. Mi hijo ha arrasado en Roma. Esel Augusto, proclamado por el senado, el pueblo y el ejrcito. No obstante, es unnecio si piensa que es el seor de todos. Es cierto, no le pueden atacar. Estdemasiado bien protegido, y el ejrcito le adora. Sin embargo, pueden debilitarle. Mihijo ha protagonizado una dura campaa. Es demasiado astuto... cmo explicarlo?...para dejarse embaucar por los encantos de las matronas romanas y de sus hijas la

    Augusta se examin las uas. No quiere ofender a nadie. Al contrario, hadisfrutado de la compaa de algunas de las principales cortesanas de la ciudad. Atres de ellas las han encontrado estranguladas se hizo una seal en la frente. Suscuerpos se descubrieron en distintos lugares: uno en su habitacin, otro en el atrio deuna casa, tirado en el suelo como un saco de carne, y el tercero, en los Jardines deSalustio. Las tres haban sido estranguladas, y les haban grabado una cruz en lafrente y otra en cada mejilla. No ves el peligro de esto, Claudia?Roma est plagada de prostitutas, excelencia.Es cierto, pero las cortesanas son diferentes. Tienen el mismo rango que una

    sacerdotisa, incluso que el de una virgen al servicio de la diosa Vesta. Tambin tienenamigos muy poderosos, y no solo debido a sus encantos.Sino porque conocen muchos secretosaadi Claudia.Continainsisti Elena.Su excelencia debe preguntarse por qu han asesinado a tres cortesanas,

    particularmente, despus de ofrecer sus encantos al Divino Augusto Claudia sedetuvo unos instantes para medir cuidadosamente sus palabras. Podra ser que elmismo emperador las hubiese asesinado, pero eso sera imposible.Por qu?pregunt Elena.

    No encuentro una buena razn para ello respondi Claudia. Por lo tanto,debe ser obra de algn enemigo. Roma no conoce realmente a Constantino.

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    Constantino no conoce a Roma. Los hombres poderosos van a sentarse a observar. Sepreguntarn si las mujeres haban contado ciertos secretos a Constantino que debanser silenciados. O tambin, podra ser que sus asesinatos fueran un mero capricho.

    Roma puede haber visto a muchos emperadores degenerados; solo los dioses saben acuntos. La gente podra preguntarse si las muertes fueron el resultado de la formaque tiene Constantino de obtener placer, y si las cruces grabadas en sus cuerposreflejaban su visin: la que dice haber tenido durante la batalla del Puente Milviano.Cunta gente replic Elena creera realmente que el emperador est

    implicado en tales asesinatos?Ah s, excelencia, pero cuanto ms protesta ste, ms preguntas se hace la gente.Elena cogi del brazo a Anastasio.Tienes razn, Anastasio, es muy aguda. Mi hijo continu Elena se siente

    ms avergonzado que amenazado por esos asesinatos. Le he insistido en que seacauto, en que no solicite la compaa de esas cortesanas, pero, puedes pedirle a unpjaro que no vuele? Constantino siempre fue un chiquillo muy rebelde. El es de laopinin de que, aun cuando dejase a un lado sus placeres, las sospechaspermaneceran en el aire. Se pregunta si existe alguna otra razn para esas muertes;alguna que ni siquiera nosotras conozcamos.Han muerto todas las cortesanas que le han visitado?pregunt Claudia.Elena sacudi la cabeza.No todas, y as llegamos hasta la pobre Fortunata. Ahora est muerta, eso te lo

    aseguro. Fortunata era una de mis agentes. La introduje en el servicio domstico de

    Constantino: como dispensadora de vino de palacio. No descubri nada nuevo y, depronto, no supimos ms de ella. Ya hemos encontrado la explicacin a eso. Uno delos carniceros vino aqu esta tarde. Encontr el cuerpo de Fortunata colgado de unode los garfios. Di la orden de que lo mantuvieran aqu. Una vez que caiga la noche,Anastasio podr descolgarlo y llevrselo a uno de los cementerios para enterrarla.

    Elena se puso en pie. Claudia estaba ansiosa por bajarse del taburete; los muslos ylas pantorrillas le dolan por la tensin.T ocupars el lugar de la desdichada Fortunata dijo Elena sonriendo. El

    chambeln de palacio, Bessus, est a mi servicio. Nunca recluta a nadie al servicio de

    mi hijo sin consultarme. Conozco ciertas cosas de Bessus que seguro que preferiraque yo no supiera. As que, prepara tus cosas, ratoncita, y ve correteando hacia elPalacio del Palatino. Sea lo que fuere que encuentres, Anastasio debe saberlo sumano sali disparada como una garra y agarr el brazo de Claudia. Quieroencontrar al autntico asesino. Quiero saber el porqu. Quiero que el bastardo quecometi la imprudencia de colgar a una de mis sirvientas, termine clavado de estemismo garfio.

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    CAPTULO 2

    Con esta seal, conquistars.Eusebio, La Vida de Constantino, I.28

    CONSTANTINO, AUGUSTO, EMPERADOR DE OCCIDENTE, yaca tumbadosobre su divn prpura bordado de oro, en la sala de banquetes de su palacio real, en

    el Palatino. Se enjug los labios y mir satisfecho a su alrededor. Los frutos de lavictoria!, pens. La corona de laurel que marca sus triunfos! Record esa rpidamarcha desde Miln: los vientos glidos, la escasez de vveres, el vino agriado y unasilla de montar que le irritaba los muslos, y que haca que le doliera el trasero como siestuviese ardiendo. Ahora todo era diferente. Roma coma en la palma de su mano.Atrs quedaban las radas tiendas de campaa y las barracas improvisadas: el olor delas cuadras de caballos, el sudor rancio de los hombres, el regusto ftido de lasletrinas mezclado con la brisa de la maana.

    El saln comedor era de prfido mrmol. En el suelo luca un precioso mosaico,obra del emperador Trajano, que representaba a Baco y a Ceres sonriendo ante unacosecha generosa. Sobre el blanco techo destacaban unas estrellas de color azuloscuro, que rodeaban a una gran luna roja. Los pilares, de color negro rasgado porvetas blancas, estaban rematados por cpulas del oro ms puro. Constantino acaricicon la mano el cobertor prpura de su divn. De pronto, le invadi una sensacin desopor y tom el cojn que tena debajo del codo derecho y apoy en l la cabeza,dispuesto a sumirse en un sueo reparador. An pesaban sobre l los rigores de lacampaa, claramente visibles en su endurecido rostro de soldado, a pesar de haberserasurado y aceitado y cortado escrupulosamente el pelo, conservando algunosmechones al estilo de los bustos de Csar y Augusto que haba en la habitacin. El

    emperador extendi el brazo para tomar una copa de vino, medio escuchando elzumbido de la conversacin a su alrededor. Todo era tan distinto ahora. Las correasde sus sandalias se cubran de perlas, no de esparto alquitranado. Su tnica y su togacon bordados prpura eran del lino ms noble. Varios anillos y brazaletes, tomadosdel tesoro del difunto Majencio, decoraban ahora sus dedos y muecas.

    El emperador languideca sobre el divn.Su excelencia est cansado?Constantino contempl a Lucio Rufino, el banquero ms poderoso de Roma,

    amigo de Constantino y su ms ferviente seguidor.

    Su excelencia no est cansadosusurr el emperador. Solo est distrado.Rufino se mes los cabellos, grises como el acero, y en su afeitado y aseado rostro

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    de patricio se dibuj una sonrisa. Constantino correspondi con una risilla. Siemprese senta relajado con Rufino: un hombre de riqueza y poder que gobernaba unimperio mercantil, pero que no era en absoluto ceremonioso.

    Trato de portarme bien

    murmur Constantino.Desvi la mirada hacia su derecha, donde yaca tumbada su madre, Elena, con untraje prpura y el pelo rizado, mirndole con unos oscuros y tiernos ojos.Estoy convencido de que, si se lo permitiesesusurr Constantino, mi madre

    se levantara para comprobar que me he lavado bien las orejas.Les dara una buena friega, si pudieradeclar Elena.Constantino sonri y mene la cabeza.Siempre se me olvida que sabe leer en los labiossusurr a Rufino.Constantino eruct suavemente y ech una ojeada a la mesa: por todos lados se

    desparramaban palillos de dientes y cucharas doradas. Varios esclavos, sosteniendograndes palanganas de agua de rosa, no dejaban de moverse de uno a otro lado. Loscocineros le haban organizado un fenomenal festn. Rollitos de lirn aderezados conmiel y semillas de amapola; enormes langostas adornadas con esprragos;salmonetes de Crcega; y su creacin suprema: una gran bandeja de oro con larepresentacin de los signos del zodiaco. Sobre cada uno de los signos, el cocinerohaba depositado un manjar apropiado: un trozo de ternera sobre el toro, rionessobre los gemelos y, en el centro, una liebre rellena, especiada y con la piel plegadaen forma de alas, para darle la forma de un improvisado Pegaso. El plato final estabacompuesto por un jabal, que descansaba sobre una gran bandeja, y de cuyos

    colmillos colgaban dos cestas; una repleta de dtiles secos y la otra de dtiles frescos.A lo largo de ste, se haban dispuesto una serie de figuras de pequeos jabatoshechos de mazapn. La bandeja haba hecho su entrada en la sala precedida deltoque de trompetas y cuernos y el repique de cmbalos. Al abrir el estmago delcerdo salieron de su interior un grupo de zorzales, que escaparon volando hacia eltecho del saln. Constantino dej escapar un suave gemido y se frot el estmago.Haba bebido bastante vino aromatizado con miel, aunque, siguiendo el consejo desu madre, y como respuesta a sus constantes miradas, se haba cuidado de mezclarsu vino de Falerno con abundante agua.

    Unos esclavos entraron en las dependencias sosteniendo unos cestos, ycomenzaron a esparcir entre los divanes pellizcos de serrn mezclado con azafrn yvirutas de bermelln. Constantino deseaba que aquella fuese una tarde normal.Mam se retirara y entraran las bailarinas: en particular, esas espaolas de grcilescuerpos, repicando las castauelas, taconeando, ondeando sus negras melenas,lanzando al viento sus voluptuosos pechos adornados con oro, deseando seracariciados. En tales ocasiones, sus oficiales beberan abundantemente, le ofreceran

    brindis y el banquete se prolongara hasta altas horas de la madrugada. Esta nocheera diferente. Los negocios se trataban primero, los placeres se dejaran para ms

    tarde. En el pequeo cubculo que haba frente a los jardines de palacios debaaguardarle Sabina, una cortesana de cabellos rojos como el fuego y la piel blanca

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    como la nieve. Constantino observ su copa de vino y reprimi un escalofro depnico. Desde los primeros das de sus campaas, le haban aterrado las terriblesenfermedades que podan contagiar las prostitutas que merodeaban por los

    campamentos. Para ser sincero, y sobre todo con una madre como Elena, Constantinotena miedo de las mujeres, recelaba del acto sexual: demasiados titubeos, y a veces,incluso, humillaciones. Su propia mujer, Fausta. Constantino sacudi la cabeza:mejor no pensar en ella! Concntrate en Sabina, pens: suave y blanca, ser comoretozar sobre la ms pura seda. Sin demandas inoportunas, sin politiqueo.

    Constantino tom un sorbo de vino, ignorando la dramtica y exagerada tos de sumadre. Desde su llegada a Roma haba tratado con La Casa de Afrodita, lasperfumadas cortesanas dirigidas por Domatilla. Pero esos asesinatos recientes!Constantino mir a Criso, el eunuco afeminado y su consejero personal. Resabiadopedazo de carne! Debera servir mejor a su seor! Constantino contuvo su irritacin.Tres cortesanas asesinadas y los rumores comenzaban a transmitirse de boca en boca.Y la cantidad de comentarios que haban surgido en el foro y los mercados? Unarepresentacin del smbolo cristiano, la cruz, y bajo ella, la inscripcin: In hoc signooxides, con esta seal, matars. Una burla a su gran visin previa a la batalla delPuente Milviano. Tres cortesanas muertas! Con la seal de la cruz marcada en susfrentes y mejillas. Pero por qu? Por qu?Excelencia?Constantino elev la cabeza. La conversacin se haba evaporado. El emperador se

    percat de que estaba hablando en voz alta. Su madre le miraba con gesto de

    perplejidad. Junto a ella se situaba el enigmtico sacerdote mudo, Anastasio; Crisosostena el cuenco cerca de los labios; incluso Rufino pareca preocupado.Constantino mir a su husped de honor, un hombre de pelo blanco con un rostro

    juvenil, vestido con una simple tnica oscura y una capa: el presbtero Silvestre,enviado personal de Miliciades, obispo de Roma, la autntica razn de ser del

    banquete de esta tarde. Bessus, el chambeln imperial, haba sacado las piernas deldivn. Constantino parpade.Por qu las madresbromemiran continuamente a sus hijos?Las risas relajaron la tensin. Antes de que Elena pudiese pensar en alguna

    respuesta ingeniosa, Constantino elev su vasija de barro cocido y le dedic unbrindis. El resto de la reunin le sigui. Elena hizo lo propio, guindole un ojo conpicarda.Por qu no bebes en una copa, como todos los demsdijo, en vez de en esa

    jarra de barro que utilizara cualquiera para orinar?Me siento cmodo con ella, madre.Eras igual cuando nioElena se levant del divn.S, sintervino Constantino con rapidez.La madre tena el molesto hbito de mencionar de vez en cuando las

    circunstancias ms embarazosas de su infancia a cualquiera que estuviese dispuestoa escuchar. La amaba profundamente, apasionadamente. Haba decretado el ttulo de

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    Augusta y aprovech su energa para as explotar su gran talento para fisgonear.Concedi a Elena y a su sacerdote Anastasio control completo sobre los Agentes inRebus. Lo hizo por una tazn: se poda confiar en Elena, implcita e

    incuestionablemente. Tal como ella haba dicho en una ocasin: sin Constantino, nohay Elena. Era su mxima, su lema vital. Elena le miraba ahora con ojos tiernos.Constantino suspir y sacudi la cabeza.Ya hemos comido y bebido suficiente declar. Bessus, ordena que limpien

    la habitacin, que cierren la puerta y que monten guardia. Nadie debe entrar.Bessus, un hombre alto y de rostro anguloso, con un aire de perpetuo desdn en

    sus delgados labios, se apresur u obedecer. Una vez que todo estuvo dispuesto,Constantino levant su copa y propuso un brindis por su husped de honor. Sepercat de que Silvestre apenas haba tocado su comida o su vino. Habapermanecido inmvil, observador y vigilante, como si valorase y juzgase a todos lospresentes. Se trataba de un hombre de pequea estatura y sin ninguna caractersticadistintiva, a excepcin de su boca y sus ojos. Una boca generosa, pens Constantino,dispuesta a rerse. Observ la cicatriz sobre el rostro de Silvestre, y record historiasimprecisas de como, bajo el mandato de Diocleciano, las tropas imperiales habanperseguido a este poderoso sacerdote cristiano. Ahora era el enviado y portavoz delobispo de Roma. Constantino reprimi un acceso de ira: esclavos y gente comn!Aunque Miliciades y Silvestre eran tan poderosos, o incluso ms, que el banqueroRufino. Podan decidir la opinin de la muchedumbre, distraerle con su oposicin,dividir a Roma.

    Considrate bienvenidodijo Constantino, mostrando su sonrisa sobre la copa.Excelenciarespondi Silvestre al brindis, me haces un gran honor a m y al

    santo padre, adems de a la iglesia de Roma. Damos a diario las gracias a Dios por tugran victoria. Le ofrecemos constantes splicas por nuestra seguridad y bienestar. Noexiste en Roma, exceptuando la presente compaa dijo Silvestre, con una mediasonrisa seguidores ms leales de tu persona, Augusto, que Miliciades y lacomunidad cristiana. Os damos las gracias por el edicto de tolerancia.Y volver a repetirse declar Constantino. La tolerancia hacia los cristianos

    en Roma, y en todo el imperio. Y ms an...

    Silvestre elev la cabeza con una sacudida.La restitucin de todas las propiedades confiscadas continu Constantino.

    La garanta de derechos civiles y de libertad religiosa; aqu y en las provincias.La revelacin tom a Silvestre por sorpresa.Y el obispo de Roma continu Constantino, complacindose con sus propias

    palabras, sus presbteros, sacerdotes y consejeros, no volvern a ser molestados.Todos los juicios que involucren a los cristianos cesarn, se conceder el perdn y seliberar a los prisioneros.

    Silvestre agach la cabeza, tratando de ocultar sus lgrimas.

    Este es, en realidad murmur el presbtero, el da de la salvacinelev elrostro hacia el emperador. El Seor nos ha escuchado. A lo largo del imperio, hasta

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    en sus fronteras ms remotas, se ofrecern plegarias, Augusto, por tu salud ybienestardirigi ahora la vista hacia Elena. Y a la de tu madre. Pero, excelencia,si me permites que abuse de tu generosidad Constantino le mir con gesto

    sorprendido

    . No te parece suficiente?

    replic suavemente

    . Paso a paso.Excelencia, existen dos problemas. El primero, la doctrina de Ario...Constantino contuvo un gruido. Ya le pareca suficientemente difcil comprender

    la doctrina de Cristo: que Dios se hiciera judo, y que permitiese que le crucificaran,era algo difcil de aceptar para cualquier soldado. Y eso sin mencionar las enseanzasde Cristo: Perdona a tus enemigos. Constantino reprimi una sonrisa. Siempreestaba dispuesto a hacerlo, pero despus de que estuviesen muertos!El archihertico Ario continu Silvestre, insistiendo en su argumento pone

    en peligro la unidad de la iglesia y, por lo tanto, la del imperio.Y cmo lo consigue?pregunt Elena.Proclamando que Jesucristo no es Dios al completo, de la misma sustancia

    divina que el Padre.Elena pareca tan desconcertada como su hijo, que se encoga de hombros

    imperceptiblemente. Un da, se prometi a s mismo el emperador, tendr quesentarse a escuchar atentamente a uno de estos sacerdotes. Los cristianos predicabanla existencia de un nico Dios; pero, al mismo tiempo, hablaban de tres personascontenidas en ese Dios. Poda asimilar tal simbolismo; no apareca, igualmente,

    Jpiter en varias formas? Pero los cristianos iban ms all.Ese asunto deber esperar intervino apresuradamente el emperador antes de

    que su madre, que gustaba de enfrascarse en tales sutilezas, les condujese aconversaciones que jams conseguira comprender. Has mencionado un segundoproblema?dijo, sintiendo un pellizco en el estmago.Divino Augusto Silvestre no tuvo reparos en conceder cualidades divinas al

    emperador.Constantino se sinti halagado. Si todos los cristianos fueran como este sacerdote,

    se llevara a cabo un mayor acercamiento sin problemas.Ha llegado a nuestros odos Silvestre cogi su cuchillo de la mesa y se sirvi

    unas piezas de cerdo sobre su bandeja de plata noticias sobre el asesinato de tres

    mujeres, cortesanas, miembros de La Casa, o el Gremio, de Afrodita volvi a dejarel cuchillo sobre la mesa. No estamos aqu para dar ningn sermn, excelencia. Sinembargo, esas muertes han causado un cierto escndalo. Los rumores apuntan haciaticontinu, aunque nos consta que eso no puede ser posible.Los escndalos y los rumores vienen y van!interrumpi Elena.Seora replic Silvestre, inclinando la cabeza en su direccin, no existe

    seguidor ms ferviente que yo de la casa imperial, o de la ma propia. Sin embargo,se han repartido octavillas en el foro, a lo largo de los muelles de Ostia, en losmercados y las entradas de los templos. Esos panfletos se burlan de la cruz y de la

    casa imperial. Mi estimado padre santo, Miliciades, ve en esto el oficio del Maligno:desunir, agitar, provocar divisin...

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    Pero no es ese el autntico motivo de tu preocupacin, no es cierto? interrumpi Elena. Se senta airada y avergonzada a la vez. Frente a ella seencontraba su hijo, el seor del imperio de Occidente, negociando con este hombre

    vulgar y anodino.Nos tememos, seora replic Silvestre, que estos crmenes puedan ocultar

    males mayores. Los oponentes de tu hijo tratarn de desacreditar su nombre...Comprendemos perfectamente tus preocupaciones cece Criso. Tenemos

    controlado ese asunto. Los asesinatos cesarn y los traidores responsables de ellosrecibirn un castigo apropiado.

    Silvestre agach la mirada, embebido en sus pensamientos.No pretendo poner reparos, ni hacer crticasdijo, elevando la mirada mientras

    sacaba las piernas del divn. El divino Augusto ha conseguido una gran victoria.La mano de Dios descansa sobre l. Nosotros, la comunidad cristiana, haremos todocuanto est de nuestra mano para asegurar la continuidad de tales favores divinosse levant y ofreci una reverencia al emperador. Pero ahora, se hace tarde.

    Constantino se levant junto a l. Silvestre bes el anillo de la mano imperial, hizolo propio con Elena, dedic una reverencia al resto de la concurrencia y se retir. Elemperador oy como se abra la puerta. Escuch atentamente el sonido de los pasosdel presbtero mientras se alejaba por el pasillo de mrmol.Hace veinte aos dijo Criso, arrastrando las palabras, nuestro querido

    sacerdote estara atado a una cruz, o tratando de escapar de los leones, en elanfiteatro. Esto, excelencia, prueba lo voluble que es la fortuna.

    El jefe de ese hombre replic Elena es el seor espiritual y temporal dedecenas de miles de romanos en esta ciudad, y de Dios sabe cuntos ms en Italia yan ms all. Nuestro amigo Licinio se encuentra en Nicodemia, observando yescuchando, tratando de descubrir cmo tratamos con l.Algn da marchar hacia el estedijo Constantino, reclinndose en su divn y

    llevndose a los labios su copa de vino de Falerno. Mis legiones se encontrarn conlas suyas y ese ser el final de Licinio.S, querido hijo, y necesitaremos a los cristianospuntualiz Elena. Piensa en

    las poderosas iglesias de Grecia, Palestina y Asia Menorse levant y se sent junto

    a Constantino, mirndole directamente a los ojos. Cuando marches con tu ejrcitosusurr, el smbolo cristiano aparecer cosido a tus estandartes y cincelado enlos escudos de tus legionarios. Y qu pensarn entonces las iglesias cristianas deOriente? Te saludarn como a su salvador, el virrey de Dios en la tierra Elenaacariciaba la cabeza de su hijo mientras pronunciaba estas palabras.

    Todos los dems en la sala permanecieron fascinados. Era como si Elena hubieseolvidado que se encontraban all; ella, la madre abnegada con su hijo favorito.Tienes ese asunto bajo control?pregunt Constantino.Lo tengo controladoreplic Elena, advirtindole con la mirada.

    Constantino acab su vino, se apart con delicadeza del lado de su madre y sepuso en pie.

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    Vuestro emperador est aburrido declar Constantino. Ya ha hablado ybebido demasiado. Ahora necesita retirarse.

    Seguidamente, girando sobre sus talones, Constantino abandon la sala del

    banquete. Los pasillos de mrmol estaban desiertos. Ocasionalmente, algn esclavose cruzaba apresuradamente en su camino. Los miembros de la guardia real,ataviados con corazas y faldas de cuero, permanecan en las sombras, sosteniendo enalto lanzas y escudos.Excelencia.Constantino se gir, dirigiendo la mano hacia su daga, cuando el sacerdote

    Silvestre apareci de entre las sombras.Crea que te habas marchado. Cmo sabas que vendra aqu solo?Una dbil sonrisa apareci en el rostro de Silvestre.Vuestro aburrimiento era evidente, excelencia. Debo hablaros.Cmo lo sabas?insisti Constantino, sintiendo un escalofro de temor.ExcelenciaSilvestre extendi las manos. El palacio est repleto de sirvientes

    y esclavos. Muy pocos de ellos queman incienso ante sus dolos. Entrad en susaposentos. Encontraris nuestro smbolos, las letras griegasji(X) y rho (P), el pez y lapalabra Icthus. Me han hablado de Sabina.Y vienes aqu a darme sermones?Vuestra moral, excelencia, es un asunto entre vos y Dios. En estos momentos, no

    es asunto de mi incumbencia.Constantino se sinti asustado. l era, como decan todos, el seor de Occidente.

    Este era su palacio; los pasillos estaban vigilados por su guardia personal, un puadode legionarios privilegiados, que reemplazaban a los pretorianos que haba aplastadoen el Puente Milviano. En el Campo de Martes aguardaban acampadas dos legiones,preparadas para entrar en combate en cuanto les diera la seal; un contingentemucho mayor aguardaba ms all de las murallas de la ciudad. Sin embargo, estesimple sacerdote pareca capaz de moverse y actuar a su capricho.Entonces, para qu vienes?el emperador mir fijamente a Silvestre.Como ya he dicho, tu moral no me concierne, pero tu imperio s. Tambin

    nosotros tenemos nuestros espas susurr el sacerdote. Esos asesinatos

    enturbiarn tu nombre, aunque, existe algn personaje poltico que tenga las manoscompletamente limpias?En la sala del banquete mencionaste males mayores.As es, excelencia, esos asesinatos esconden algo ms. De qu se trata, an lo

    ignoramos. Se te dio la bienvenida en Roma como al salvador, aunque hay muchosque suspiran por que vuelvan los viejos tiempos, y te ofrecen sus servicios para tratarde enfrentarte con Licinio.Contina.Tambin hay otros, que comparten nuestra fe, que no creen que debamos

    negociar con un estado que les ha perseguido durante siglos.Ah!sonri Constantino. Y por eso has venido, Silvestre?

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    Por eso y para ofrecerte un ltimo consejo. No confes en nadie!Ni siquiera en mi madre?Excelencia, no confes en nadie Silvestre hizo una reverencia y desapareci

    entre las sombras.Constantino permaneci inmvil y, pasados unos instantes, continu su marcha.Abri una puerta y recorri el peristilo. El jardn que se extenda a su derecha,iluminado por una serie de antorchas y lmparas de aceite, despeda el suave aromade las flores. La dbil luz oscilante haca danzar las sombras de los laureles, pltanose higueras. Se escuchaba el chapoteo del agua de una fuente. Constantino se detuvo yobserv el reguero de agua que manaba a borbotones de la boca de un pez demrmol, que sujetaba Cupido en sus manos. Se acord de Sabina y siguicaminando. El pasillo que continuaba tras el jardn estaba desierto; los sirvienteshaban encendido las lmparas y las haban colocado en los nichos de las paredes.Constantino se detuvo frente a una puerta y llam con suavidad.Sabina!No hubo respuesta. Constantino abri la puerta. Se encontr una habitacin

    opulentamente amueblada. Las paredes mostraban bellos motivos y, en cadaesquina, haba un brasero con hierbas aromticas. La luz que despedan se reflejabasobre los ornamentos de cobre, plata y oro que abundaban en la habitacin. El divnestaba vaco; la enorme cama de la esquina estaba cubierta por una densa maraa degasas, iluminadas por una lmpara que arda sobre la mesilla. Constantino cerr lapuerta y cruz la habitacin con sigilo. Apart a un lado las gasas: Sabina, vestida

    con una tnica malva oscura, yaca sobre la cama. Incluso bajo la pobre luz de lalmpara, Constantino pudo apreciar las manchas oscuras sobre su cuello de marfil. Elcollar que llevaba se haba partido, desparramndose sobre sus voluptuosos pechos.Sus cabellos rojos le cubran parcialmente el rostro. Constantino los apart con undedo, dejando al descubierto la sangrienta cruz sobre su mejilla derecha. Le girsuavemente la cara: lo mismo apareci a su izquierda y sobre la frente.

    Constantino respir profundamente, tratando de componer su pnico. No querasalir corriendo, gritando como una chiquilla esclava aterrada. Haba luchado en

    batallas en las que los cadveres se amontonaban por cientos. Haba sido testigo de

    ejecuciones de criminales, de soldados moribundos con las ms terribles heridas,pero esto era distinto. Una preciosa joven, con los ojos medio cerrados y la piel rgiday fra. Descubri un trozo de pergamino sobre las almohadas de plumn de pato y lotom en su mano. La caligrafa era rudimentaria. Constantino reconoci un Defixio,una maldicin solemne. Lo tir al suelo y sali de la habitacin. El pasillo estabadesierto. El emperador recorri deprisa el jardn y orden a uno de los guardias queavisara a su madre, a Rufino y a los dems; seguidamente, volvi a la habitacin.Encendi ms lmparas, descorri las cortinas y abri las ventanas que miraban al

    jardn. Cuando escuch la llamada en la puerta no se preocup por volver el rostro.

    Entrad!grit.Su madre entr en la habitacin, seguida de Rufino, Bessus y Criso. No se escuch

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    ningn sonido mientras se aproximaban a la cama, exceptuando suspiros ymaldiciones contenidas.

    Constantino se gir hacia ellos.

    Estrangulada!

    declar

    . Y las mismas mutilaciones.Elena haba recogido del suelo el trozo de pergamino.Qu es eso?pregunt Rufino.Un defixio.Una maldicin!exclam el banquero.S, una maldicin solemneapostill Constantino.Elena la estudi detenidamente. En el encabezado del pergamino apareca la

    representacin de un demonio con una larga barba, que sostena una antorchallameante; debajo de ste haba unos smbolos mgicos, y despus, la maldicin, unaconsagracin formal de su hijo a los dioses del Ultramundo.

    Que una fiebre ardiente atenace sus miembros,Mate su alma y congestione su corazn.

    Oh, demonios de las tinieblas,Romped y deshaced sus huesos,

    Cortadle la respiracin.Que su cuerpo se retuerza y se quiebre.

    Esta maldicin se ha destilado en intestinos de rana,plumas de bho,

    huesos de serpiente, hierbas de las tumbas y poderososvenenos.

    Son tonteras!exclam Elena, tirando el pergamino sobre la cama.Seguro? pregunt Criso. Virgilio afirma que un hechicero podra hacer

    bajar a la luna del cielo.Bueno, jams he contemplado semejante cosarespondi Elena.Mir a su hijo de reojo, tratando de sofocar su propio temor. Quienquiera que

    hubiese hecho esto deba de ser muy listo. La naturaleza supersticiosa de

    Constantino, el legado de su padre, era bien conocida por todos. Poda comprobarque la maldicin haba causado casi el mismo efecto en l que el propio asesinato.Elena tambin sospech que el autor de aquello era alguien cercano a su crculo.Cmo si no habran asesinado a una cortesana en sus aposentos privados depalacio?Por qu?inquiri.Constantino se sent sobre un taburete y comenz a juguetear con los anillos de

    sus dedos.Pens que sera ms seguro replic si traa aqu a Sabina y la haca regresar

    escoltada maana por la maana.Cunta gente saba que estaba aqu? pregunt Rufino, sin apartar la mirada

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    del cadver.Cuando llega una cortesana en un palanqun, escoltada por varios portadores de

    antorchas, adems de algunos fornidos ex-gladiadores...Constantino se encogi de

    hombros

    . La mitad del palacio. Pens que estara a salvo.Hace cunto?pregunt Criso.Unas dos horas antes de que comenzara el banquete. Yo mismo vine a verla.

    Estuvimos hablando unos instantes.Y no pusiste una guardia en sus dependencias?Ypor qu iba a hacerlo?respondi Constantino.No ha habido resistenciadijo Criso.S, ya me he dado cuenta de eso Bessus, el chambeln recorra pausadamente

    la habitacin. No hay desorden, nada est fuera de su sitio. Debera haber gritado,luchado.Har que mis mdicos examinen el cuerpo maana propuso Elena. Se sent

    en el extremo de la cama y dio la vuelta al cadver, pasando la mano por su pelo rojoflamgero. No palpo magulladuras ni contusiones murmur. Nada indica quela cogieran por sorpresa, o que la estrangularan mientras estuviese consciente. Loscortes son ligeros, practicados con una daga muy fina. Una cortesana de alto rangocomo Sabina no permitira que nadie entrase en sus aposentos. Habra protestado:debe tratarse de alguien que conoca.

    Constantino se dirigi de nuevo hacia la ventana y observ la oscuridad de lanoche a travs de ella. Qu poda decir? Incluso el sacerdote Silvestre saba que ella

    estaba all, y la maldicin... Era la primera vez que esto ocurra. Ysi su madre estabaen lo cierto? Sabina deba conocer a su asesino. Mir sobre su hombro a Bessus y seencontr con la mirada de Criso. Cualquiera de ellos podra haberse deslizado hastaaqu. Sabina no habra sospechado nada extrao: lo mismo podra decirse deAnastasio. Y Elena? El palacio haba registrado una gran actividad antes del

    banquete, con el ir y venir de multitud de siervos y esclavos. Cualquiera de ellospodra haber entrado, pero por qu no se resisti Sabina?La segunda muerte de esta noche dijo, dedicando una amarga sonrisa a su

    madre. Creo que han hallado el cadver de una sirvienta, Fortunata, en una de las

    naves del matadero, no es cierto?El asesino te est transmitiendo algo replic Elena. No ests a salvo en este

    palacio, en tu propia ciudad dijo, golpeando suavemente el brazo de la cortesanamuerta. Te han entregado este mensaje en tu propia puerta. Sabina entra aqu convida y se la llevan muerta.

    Constantino quera retirarse. Necesitaba pensar, reflexionar sobre lo que habaacontecido. Deseaba que Silvestre estuviese all pero, por otra parte, poda confiaren l? Despus de todo, l tambin haba estado en el palacio. Sabina no leconsiderara una amenaza.

    Dnde est Anastasio?pregunt.Est encargndose del cadver de Fortunatarespondi Elena. Es mejor si lo

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    sacamos de aqu entre las sombras de la noche, y lo mismo se aplica para Sabina.Apaciblemente, sin alborotos. Enviaremos una carta a Domatilla dijo, exhalandoun profundo suspiro. S continu, como si estuviese hablando para sus

    adentros

    , quiz sea all donde deberamos centrarnos: en la espaciosa villa deDomatilla.Quera ir ms all; reprender a su hijo, pedirle que controlase sus deseos carnales,

    pero no era este ni el momento ni el lugar. Recogi una de las sbanas de seda de lacama y la arroj sobre el rostro de Sabina, preguntndose qu lectura podra sacar deesto su ratoncita.

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    CAPTULO 3

    La ira es una locura transitoria.Horacio, Epstolas, I.2

    CLAUDIA ABANDON EL PALATINO, SIGUIENDO EL camino queserpenteaba tras las paredes de mrmol, los prticos y los jardines. Se escurri entre

    oscuras sendas, flanqueadas por pinos, cipreses, laureles negros y hiedra. De vez encuando, los asistentes salan de las sombras, para detenerla e inspeccionarla.Palpaban la carga que llevaba, las mseras posesiones recogidas del dormitorio.Trataban de tocar sus senos, o de pellizcarle el trasero, y la dejaban seguir. Al final dela colina del Palatino pas junto a la fuente de la Fortuna, cerca del templo de Castory Plux. Se cuid bien de mantenerse a distancia de la explanada principal y de lascalles que conducan hacia la Va Triunfalis, prefiriendo ocultarse entre las sombrasde las estrechas calles paralelas a la va principal.

    La noche era fra, el cielo estaba despejado. Claudia se detuvo en una esquina y

    miro hacia atrs, para asegurarse de que nadie la segua; despus, examin elhorizonte, como si estuviese interesada en el imponente perfil del circo Maximus, laColumna de Trajano, las estatuas del foro, o la Baslica Nova del difunto Majencio.Claudia tom consciencia de todo lo que la rodeaba. De lo estrechas que eran lascalles, colmadas de todo tipo de olores; unos dulces, otros speros y aejos. Sin dejarde mantenerse alerta, Claudia dirigi su mirada hacia los nmadas que trataban dedormir en los prticos del templo, al alboroto causado por un perro enloquecido, o auna cerda empapada en barro, con una soga atada al cuello, huyendo del grupo denios que la perseguan entre gritos.

    Recorri la calle de los talabarteros y entr en la de los curtidores. El aire estabacargado de incienso, mezclado con el hedor que despeda el tinte prpura y la orinarancia. En una ocasin, perdi su camino, preocupada por burlar a cualquier posibleperseguidor, y se encontr en un callejn, donde unos traperos sirios, ataviados conlargas togas de colores, trataban de pasar la noche cobijados bajo una higuera. Debavolver sobre sus pasos: cruzar el cementerio del Campo Esquilmo, cerca de laMuralla Serviana, donde se enterraba a los pobres y se ocultaban sus cuerpos bajoescasas paladas de tierra. Se tap la nariz y espant a las aves carroeras, queremontaban el vuelo a su paso, batiendo sus alas en la noche.

    Claudia tena la certeza de que la estaban siguiendo. Gir rpidamente unaesquina, se qued inmvil y mir atrs, pero no vio a nadie. Se detuvo en un cruce de

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    caminos, donde se haban cincelado unos enormes falos como proteccin contra elmal de ojo. Simul estar interesada en un cortejo fnebre, precedido por gaiteros, quedesfilaba al sonido de flautas, trompas y tubas. Unas siluetas que portaban antorchas

    flanqueaban el atad de bordes dorados, mientras una legin de plaideras gemaentre gritos, como si desearan levantar al difunto con sus lamentos. Tras el atad,caminaba un bufn, que imitaba algunas de las acciones ms sealadas del difunto.A este cortejo le segua una desordenada procesin de pobres, que transportaban uncadver sobre un carretn, tratando de sacar provecho de la gloria y la pomposidaddel otro funeral.

    Las calles mantenan an bastante actividad. Multitud de carretas entraban en laciudad tras la cada de la noche, junto a lujosos palanquines. De vez en cuando, todosellos deban apartarse a un lado ante el paso de la guardia nocturna, los Vigiles, quepermanecan alerta ante la aparicin de fuegos o de malhechores. Claudia cruz unapequea plaza, bajo cuyos prticos, los mercachifles vendan cajas de fsforos, loszapateros compraban y vendan zapatos, y los cocineros preparaban pastel deguisantes y salchichas en sus cocinas ambulantes. Un encantador de serpientes y unsaltimbanqui trataban de atraer la atencin de la multitud, en dura competencia conun domesticador de monos que, ltigo en mano, haca lo que poda para persuadir aun macaco de Berbera para que arrojase dardos a una diana. A veces, la calle seensanchaba; otras, se converta en un mero pasillo, recortado por estrechos arcos quepodan bloquearse cerrando los postigos. La gente vea pasar a Claudia, pero sucaminar decidido y su robusto bastn les hizo percatarse de que no se trataba de una

    criada que se hubiese extraviado. Claudia haba aprendido una estratagema: lasvctimas atraan a los asaltantes, pero si caminabas con aire arrogante, agitabas un

    bastn y devolvas la mirada a los dems, nadie te molestara. Pas junto a unprostbulo; sobre el escaln de la entrada un hombre cantaba:

    Aqu encontr a una chica lozana,juguetona y alegre, afanosa en la cama!

    Un grupo de borrachines, completamente ebrios, se acercaron tambaleando hasta

    l y lo bajaron del escaln a empujones. El incipiente altercado acab bruscamentecon la aparicin de una patrulla. Los soldados escoltaban a un esclavo con unaargolla de hierro en el cuello, signo evidente de que lo haban recapturado, y lehaban dado el nombre de su dueo, como si fuera un perro. Finalmente, tras cruzaruna rica zona residencial, plagada de espaciosas casas protegidas por recios muros,Claudia lleg hasta la nsula, el gran bloque de cuatro plantas de apartamentos quealbergaba la taberna Las Burras. Ocupaba toda la planta baja. Se trataba de unaextensa posada bajo un cartel chirriante. Su espaciosa entrada se vea reducida porun mostrador de mampostera. Sobre el dintel de la puerta principal se sostena el

    Bho de Minerva, y junto al quicio apareca agachado un sonriente Hermes,mostrando un falo erecto. La taberna pareca desierta. Claudia sinti un vuelco en el

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    corazn. Se habran llevado a su to? Entr en el saln principal, lo que los ricosllamaran el atrio: Polibio lo haba transformado en una amplia zona donde servir

    bebidas, iluminada con velas de junco y lmparas de aceite. El ambiente estaba

    cargado con olores a sebo quemado, carne y pescado.Claudia permaneci en la sombra, bajo la puerta, y esboz una sonrisa. Nadahaba cambiado! Si la guardia entrase, se encontrara vaco el lugar. La mayora de laspersonas que frecuentaban Las Burras tenan algo que ocultar. Todo estaba bastantetranquilo: unos hombres jugaban a los dados, al juego denominado Bandidos, opermanecan sentados, medio borrachos, con la mirada perdida en sus jarras decerveza. En la esquina ms apartada se encontraba el corpulento ex-gladiadorOcano: ancho de pecho, con una barriga prominente, de muslos macizos comotroncos. Se estaba quedando calvo, as que solucion su problema rapndosecompletamente la cabeza. En una oreja llevaba un anillo de cristal. La otra se lahaban arrancado de un bocado durante un combate. Ocano la haba disecado y lallevaba colgada del cuello con un cordel. Tena el ceo fruncido, como era habitual enl, escondiendo sus pequeos ojos bajo unas pobladas cejas. Diriga miradas furtivasde uno a otro cliente, en actitud desafiante. Fij su mirada en Claudia. Parecidesconcertado unos instantes, pero enseguida esboz una amplia sonrisa y exhibi laque era, en palabras de su to, la ms completa exposicin de dientes rotos yastillados de toda Roma.Pequea! Pequea! dijo, dirigindose a ella con andares de pato y agitando

    su mugrienta tnica, que le confera un aspecto ridculo. La envolvi en un abrazo

    con aromas de aceite de oliva, hierbas y sudor rancio.No tan fuerte, Ocanosusurr Claudia. Dnde est mi to?Ha salido a ver al prefecto de polica contest Ocano mientras liberaba a

    Claudia de su abrazo.No se habr metido en problemas, verdad?No el ex-gladiador comenz a dar golpecitos a la oreja seca contra su pecho

    sudoroso. Ese estpido bastardo solo quiere hacerle algunas preguntas. Eso estodo la acompa hasta la mesa. Tengo unas buenas salchichas picantes y unpoco de pan fresco. Mirad, todos!grit Ocano. Claudia est aqu!

    Unas sombras aparecieron en la puerta de la cocina, pero Ocano les hizo un gestopara que se retirasen. Sirvi un plato de esprragos y cort unos trozos de embutido,que le ofreci junto con una copa de vino de Falerno mezclado con agua. Claudiacomi atropelladamente. Tena hambre, aunque Ocano jams preguntara nadaantes de quedarse satisfecho de haberla alimentado bien.Biendijo, mientras se limpiaba los dedos con la trapo que le haba ofrecido.

    Polibio est con la polica. Dnde est Popea?Nuestra uvita morena est en el jardn de los pjaros, con un pao hmedo

    sobre la cara. Dice que toda esta conmocin es demasiado para ella.

    Qu conmocin?Claudia no deba permitir que nada se filtrase a esta gente: era una simple

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    sirviente de palacio, nada ms.Ese estpido bastardo, Ario. Sale a recoger sus tributos y trae aqu la plata

    recaudada. Siempre alquila una habitacin, termina su cena y alquila el servicio de

    dos mujeres, para que le entretengan en la cama.Y qu ms?Vino aqu, se puso cmodo y cerr la puerta de la habitacin ms espaciosa que

    tenemos en la primera planta. Transcurri una hora. Ese maldito avaro no mand anadie por comida, as que me acerqu yo, llam a la puerta varias veces, pero nadiecontest. Sal al jardn y mir hacia su ventana, pero los postigos estaban cerrados.Volv a subir y mir a travs del hueco de la cerradura, pero la llave estaba puesta. Selo dije a Polibio Ocano hizo una pausa para recordar. Forzamos la puerta yentramos en la habitacin. Ario yaca tumbado en la cama, con una segunda boca.Le haban cortado el cuello?De un extremo a otro, seorita. Sus alforjas estaban vacas, el dinero se haba

    esfumado. Ese viejo ladrn estaba tieso como una estaca. Polibio tuvo que llamar a lapolica. Entraron aqu, pellizcando el vino y a nuestras sirvientas. Le echaron unvistazo a Ario, y se disponan a arrestar a Polibio cuando entr Popeaatropelladamente con un cepillo. La emprendi a golpes con ellos. Hasta yo measust. Cabezas de chorlito!, les grit. Mi marido.... En realidad, no lo es, meequivoco?

    Claudia sacudi la cabeza.Bueno, les dijo que su marido tena testigos: en ningn momento se haba

    aproximado a la habitacin. Eso hizo dudar a la polica. As que se pidieron algo devino y se sentaron a esperar al oficial. Ya sabes, uno de esos jvenes que no dan unpalo al aire en el ejrcito. Estaba completamente desconcertado. Ya has visto lahabitacin. Es como una caja grande: dos entradas, una por la ventana, aunqueestaba cerrada, y ya conoces a Ario, la puerta estaba cerrada y con el pestillo echadodesde dentro.Y el dinero ha desaparecido?Se ha esfumado.Cmo sabemos que lo llevaba cuando lleg a la posada?

    Porque cuando entr aqu, el dinero tintineaba en sus alforjas. La polica envi aun jinete a las afueras; Ario haba recaudado sus rentas y, como es habitual, trajo aqusu dinero consigo.Es un gran misterio, Claudia.Granio, un joven espigado y con el pelo de punta, se acerc, mostrando unos ojos

    apretados sobre unos labios burlones. Era el autoproclamado gerente del to Polibio.Tras l vena su novia, la sirvienta Faustina. Ambos besaron en la mejilla a Claudia,arrastraron unos taburetes y se sentaron frente a ella.Ha sido una horrible visindeclar Granio. No es cierto, Faustina?

    La sirvienta de rostro felino apart a un lado unos mechones de brillante pelonegro, un gesto que sola realizar cuando quera que los hombres se fijaran en ella.

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    Tena el pecho cubierto de sangre. Pareca como si alguien le hubiese derramadoencima una jarra de vino.Yan sigue ah?pregunt Claudia.

    S. La polica dice que es asunto de Polibio, que debe encargarse de sacar de aquel cuerpo y llevarlo al cementerio. Espero que no se demore demasiado; maana porla maana, Ario estar rgido y comenzar a oler.Todos hemos subido a verlo grit un cliente que haba pegado el odo a su

    conversacin. Polibio nos ha cobrado dinero por ver el cadverarrim la barbillaal pecho y emiti un gruido. No es que Ario fuera un tipo bien parecido cuandoviva, pero all echado, pareca bastante enfadado de que le hubiesen matado.Yquin no iba a estarlo?Otros clientes comenzaron a congregarse alrededor de la mesa, incluyendo a

    Januaria, una muchacha pechugona, muy indulgente con el gladiador Murano.Va a participar en los juegos, sabis? dijo Januaria con tono soador. S, en

    la celebracin de la victoria del emperador.Pos la barbilla sobre el reverso de la mano, como ausente a todo lo que ocurra en

    la taberna. Claudia sonri. Januaria siempre estaba enamorada: Murano sustentaba elrcord de haber captado y mantenido su atencin ms tiempo que ningn otro.

    Januaria llevaba su rubia melena sobre los hombros. Independientemente de lasinclemencias del tiempo, siempre llevaba la tnica muy baja. Haba aprendido cmoservir, regalando a sus clientes una visin generosa, aunque sin que asomaran susredondos pechos.

    Ha dicho que si gana continu Januaria, mirando dulcemente a Claudia, secasar conmigo.Ni lo suees! susurr Ocano. Hoy contigo, maana si ti, como dijo

    Polibio de su cerdo picazo, que se larg corriendo hace tres semanas.Es frisio, un buen luchador!Ocano suspir profundamente y sacudi la cabeza.Murano ha luchado seis torneos y ha ganado cinco. La ltima vez se salv

    porque la multitud sinti lstima por l.Pero as es la vida dijo Simn, un desaliado y despeinado filsofo,

    reclinndose sobre un taburete, junto al mostrador. Este auto proclamado estoicopasaba casi todo su tiempo en Las Burras, aleccionando a cualquiera losuficientemente estpido como para escucharle. Se levant y camin arrastrando lospies, reflejando la miseria en su rostro. Somos como pellejos de vino comenz.Nos damos muchos aires: peores que las moscas, somos, porque, al menos lasmoscas sirven para algo! Para qu servimos nosotros?Dinos algo alegre!grit Faustina.Simn el estoico se enjug los labios.Crispn, el panadero, est muerto.

    Por todos los diablos! exclam Ocano. Pero si sera capaz de revolcarse enel estircol para encontrar una moneda. Y estaba tan caliente que ni el perro de la

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    casa estaba a salvo.Claudia mir hacia el umbral de la puerta, distrada por el hombre que curioseaba

    desde all; una silueta oscura y de forma indeterminada. La habra seguido hasta

    all?Ocano sigui la mirada de la chica y se puso en pie.Bienvenido, extrao, qu quieres?Me he tragado la mitad del polvo de la Va Apiadijo el extrao, acercndose y

    echando hacia atrs la capucha de su toga: era un hombre viejo, con la cara pequeay arrugada y escondida bajo una maraa de pelo blanco. Mir a Claudia unosinstantes y desvi la mirada.Una copa de vino y un poco de pescado?dijo, y se situ en una esquina.Bueno, vamos!apremi Ocano a Januaria. Sirve a este hombre.Claudia permiti que la conversacin dejara de centrarse en su persona. Simn el

    estoico estaba en buena forma: comenz a aleccionar a Faustina acerca de suapariencia fsica.Una chica debe aprender a lucirse lo mejor posible proclam. Tienes la cara

    ovalada. Por eso, debes peinarte con la raya en medio. Creo que hay unos preciosostintes rubios de Germania. Los has probado?

    Claudia observaba en silencio al extrao. Januaria sali apresuradamente de lacocina, llevando en sus manos una taza y una bandeja, y las dej sobre la mesa. Elhombre se sent de espaldas a ella: Claudia aguard unos instantes y, tras excusarse,se dirigi hacia el umbral de la puerta. Cuando volvi, se detuvo en la mesa. El

    extrao haba introducido un dedo en el vino y haba dibujado un pez sobre elnmero IV. Claudia volvi a su taburete. Faustina haba hecho acopio de fuerzas ygritaba a Simn el estoico acerca de su consejo no solicitado. Aquel conflicto habraterminado en pelea si no fuera por la mediacin de Ocano. Januaria comenz agemir en voz alta acerca del paradero de Murano.No te preocupes por l declar Granio, con cierta malicia, entornando los

    ojos. Seguramente, estar liado con alguna potranca joven, asegurndose de quesacuda la cabeza y levante las piernas.Ojal te largases de aqu!dijo Januaria, apoyando las manos sobre la mesa.

    Ojal te largaras t al sitio de donde vienes: algn cubil de Marsella!Yo me ir pronto dijo Granio, guiando un ojo a Faustina. No es cierto,

    querida?Adonde?pregunt Claudia, presa de la curiosidad.No s, quiz al norte. Quiz a Miln. A ver algo de mundo.Alstate en el ejrcitodeclar Ocano. Ah s que vers mundo, muchacho.No, gracias replic Granio. No me atrae nada perseguir entre la niebla a

    unos brbaros con el culo al aire.No sabras ni empuar una espada!replic cnicamente Januaria. Ya tienes

    bastantes dificultades para manejar tu verga!No sigas por ah!

  • 7/22/2019 Paul Doherty - Asesinato Imperial

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    Paul Doherty Asesinato imperial

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    Claudia mir a su alrededor. Popea haba entrado en el saln desde el jardn.Sombra, suculenta y jovial como una pequea ciruela, Popea llevaba su negramelena recogida en un moo, sujeto con un peine de plata. Cuando entr en el

    comedor, mir a su alrededor. Claudia se levant y una sonrisa se dibuj en el rostrode Popea, seguido de gritos de satisfaccin, abrazos y besos. Simn el estoico, quehaba subido las escaleras para echar otro vistazo al cadver de Ario, desaparecientre las sombras.Me alegro de verte, Claudia!exclam Popea mientras la libraba de su abrazo.Desde luego!tron una voz desde la entrada.Polibio haba vuelto. Camin con aire arrogante, torciendo con una mueca su

    rostro duro y oscuro. Se limpi el sudor de la calva, estirando los pocos pelos que lerodeaban la coronilla como si de una corona imperial se tratara. Ignor a los demsen la sala y, por primera vez ese da, Polibio sonri. Bes y abraz a su sobrina y,seguidamente, pellizc uno de los