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Los Cuadernos de Leratura PERUCHO, UN ABORDAJE(*) José Doval A CONTRACORRIENTE H ay un surtido de escollos para llegar a Joan Perucho, y no son los menores cuantos derivan, gananciales, del alto maridaje que su obra mantiene con ese ancho mar de los sargazos que se llama imagina- ción. En sus momentos, así sucedió, y los esco- llos eron casi diques que obligaron a sus tex- tos a permanecer anclados en las calas editoras de su costa natal. Ahora, como por paradoja, o puede que como penúltima ilustración de los flujos y reflujos de la historia, cuyo salitre es la moda y su figura el remolino, llegan a los acua- rios de los escaparates productos largo tiempo náuagos, pero en los que es notorio su perc- to estado de conservación. También es verdad que cuando, a mediados de los '50, aparece Llibre de cavalleries, no anda- ban las aduanas portuarias del realismo socialis- ta muy proclives a acoger una historia sobre un viaje hacia atrás en el tiempo, una queste en bus- ca de recuperar el brazo incorrupto de santa Eu- igis y derrocar al traidor Paleólogo Dimas. Una carga incómoda en momentos de urgente acceso a lo contemporáneo, al desnudo reflejo social. Por si era poco, la novela, aparte de esa estruc- tura más cercana a la experimentalidad que a la lineal y omnicomprensora del realismo, practi- caba un estilo pudorosamente lírico, muy aleja- do del rerencialismo a ultranza que entonces parecía de rigor. Por último, estaba escrita en ca- talán, lengua que, a los ojos oficiales, apenas al- canzaba otra gracia que la de habla de trato en- tre comerciantes de Levantía. Mas Perucho no era ningún recién llegado a la literatura. Había sido poeta de algún renom- bre, bendecido por D'Ors (1) y alentado por Ri- ba (2); había ejercido como crítico de arte, un crítico de una acusada, indómita, impertérrita modernidad (3). Pero ahora, cuando sale al océano de la narrativa, desnudo como los hom- bres de la mar, lo hace a desmano y en una len- gua marginalizada. El lector no catalán pudo, en el intermedio, llegar a leer Galería de espos sin fondo, que no era sino una recopilación de artículos publicados en Destino y La Vanguardia, donde se va de Tahúll a Miró, de Azorín a Cun- queiro, del Preste Juan a -y es la zona más am- plia del libro- una pormenorizada inrmación sobre vampiros: de nuevo, extravagante, elípti- co, tangencial a los intereses del momento. Fue en 1968 cuando aparecieron en el ámbito editorial castellano Las historias naturales, tra- 134 ducidas por Corredor-Matheos y en un claro in- tento de ampliar el público lector. Pero bastaría recordar el maremoto del Mayo ancés y el ti- n del boom latinoamericano a las puertas, para no hacerse excesivas ilusiones sobre un relato que narra las andanzas del naturalista catalán del Ochocientos Antonio de Montpalau tras los pasos de un vampiro que responde al nombre de Onoe de Dip, y que tan pronto puede ser un guerrillero carlista, apodado «El Mochuelo», cuanto murciélago que anida en la amplia ente del general Cabrera, más conocido por «El Tigre del Maestrazgo». Así las cosas, al año siguiente, contumaz, pu- blica Botánica oculta o el falso Paraceo, en una colección [«El Ciempiés»] que él mismo dirigía para la Editorial Táber. A pesar de que dicha co- lección consiguió poco menos que una coadía de lectores convictos y consos, ya se compren- de que a no mucho más allá de esa diseminada atría podría alcanzar la masa lectora que se en- carase con un título así, al que, por si era po- co, seguía un «Apéndice» sobre plantas mágicas, «siguiendo las directrices del rmidable ocultis- ta Rodol Putz» (BO 152,-186). Por fin, en 1972, una Editorial de gran calado, Planeta, se decide a lanzar en nada menos que su Colección Universal, y flanqueado por nom- bres como Sender, Palomino o Umbral, Histo- rias secretas de balnearios. Sin descrédito del po- der disor de Editorial y Colección, ni de las verdades económicas del marketing aplicado a cualesquiera industria, no parece imprudente suponer que inrmes del tipo «Frégoli y las aguas de Alcaraz», o relaciones de tanto tirón como «Arnedilio, los lodos y Fernando VII», no son como para catapultar a nadie a lo alto del mástil de la popularidad. FLETE Nos las habemos, pues, con un escritor de al- guna rareza, que cuando surge en narrativa está en las antípodas del gusto coetáneo -más la difi- cultad adida de la lengua literaria-, pero que, paso a paso, ha ido amarrando una obra tan ori- ginal como abundante. No sólo consta de la poe- sía inicial (4) (y final: a ella ha vuelto tras un lar- go paréntesis) (5) y aquello que hoy es más co- nocido entre lo suyo, la novelística (6), sino que aporta igualmente una carga de cuentos (7), pro- sas poéticas autobiográficas (8) (que parece ser se incorporarán a sus morias, en curso de re- dacción), recopilaciones de artículos periodísti- cos (sobre arte [9], sobre gastronomía [10], mis- celáneos [11]), incluso un cierto ensayismo (so- bre Cataluña [12], sobre las artes visuales [13]), y sin que se pueda olvidar una serie de libros in- clasificables, entre la erudición y la ntasía, por los márgenes de la historia, por las onteras de la ciencia (13 bis), para acabar, por último mas no en último lugar, con un peculiarísimo libro de viajes a los grandes centros de la cristiandad

PERUCHO, UN ABORDAJE(*) · 2019-06-26 · PERUCHO, UN ABORDAJE(*) José Doval A CONTRACORRIENTE Hay un surtido de escollos para llegar a Joan Perucho, y no son los menores cuantos

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Los Cuadernos de Literatura

PERUCHO, UN ABORDAJE(*)

José Doval

A CONTRACORRIENTE

Hay un surtido de escollos para llegar a Joan Perucho, y no son los menores cuantos derivan, gananciales, del alto maridaje que su obra mantiene con ese

ancho mar de los sargazos que se llama imagina­ción. En sus momentos, así sucedió, y los esco­llos fueron casi diques que obligaron a sus tex­tos a permanecer anclados en las calas editoras de su costa natal. Ahora, como por paradoja, o puede que como penúltima ilustración de los flujos y reflujos de la historia, cuyo salitre es la moda y su figura el remolino, llegan a los acua­rios de los escaparates productos largo tiempo náufragos, pero en los que es notorio su perfec­to estado de conservación.

También es verdad que cuando, a mediados de los '50, aparece Llibre de cavalleries, no anda­ban las aduanas portuarias del realismo socialis­ta muy proclives a acoger una historia sobre un viaje hacia atrás en el tiempo, una queste en bus­ca de recuperar el brazo incorrupto de santa Eu­frigis y derrocar al traidor Paleólogo Dimas. Una carga incómoda en momentos de urgente acceso a lo contemporáneo, al desnudo reflejo social. Por si fuera poco, la novela, aparte de esa estruc­tura más cercana a la experimentalidad que a la lineal y omnicomprensora del realismo, practi­caba un estilo pudorosamente lírico, muy aleja­do del referencialismo a ultranza que entonces parecía de rigor. Por último, estaba escrita en ca­talán, lengua que, a los ojos oficiales, apenas al­canzaba otra gracia que la de habla de trato en­tre comerciantes de Levantía.

Mas Perucho no era ningún recién llegado a la literatura. Había sido poeta de algún renom­bre, bendecido por D'Ors (1) y alentado por Ri­ba (2); había ejercido como crítico de arte, un crítico de una acusada, indómita, impertérrita modernidad (3). Pero ahora, cuando sale al océano de la narrativa, desnudo como los hom­bres de la mar, lo hace a desmano y en una len­gua marginalizada. El lector no catalán pudo, en el intermedio, llegar a leer Galería de espejos sin fondo, que no era sino una recopilación de artículos publicados en Destino y La Vanguardia, donde se va de Tahúll a Miró, de Azorín a Cun­queiro, del Preste Juan a -y es la zona más am­plia del libro- una pormenorizada información sobre vampiros: de nuevo, extravagante, elípti­co, tangencial a los intereses del momento.

Fue en 1968 cuando aparecieron en el ámbito editorial castellano Las historias naturales, tra-

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ducidas por Corredor-Matheos y en un claro in­tento de ampliar el público lector. Pero bastaría recordar el maremoto del Mayo francés y el ti­fón del boom latinoamericano a las puertas, para no hacerse excesivas ilusiones sobre un relato que narra las andanzas del naturalista catalán del Ochocientos Antonio de Montpalau tras los pasos de un vampiro que responde al nombre de Onofre de Dip, y que tan pronto puede ser un guerrillero carlista, apodado «El Mochuelo», cuanto murciélago que anida en la amplia frente del general Cabrera, más conocido por «El Tigre del Maestrazgo».

Así las cosas, al año siguiente, contumaz, pu­blica Botánica oculta o el falso Paracelso, en una colección [«El Ciempiés»] que él mismo dirigía para la Editorial Táber. A pesar de que dicha co­lección consiguió poco menos que una cofradía de lectores convictos y confesos, ya se compren­de que a no mucho más allá de esa diseminada fratría podría alcanzar la masa lectora que se en­carase con un título así, al que, por si fuera po­co, seguía un «Apéndice» sobre plantas mágicas, «siguiendo las directrices del formidable ocultis­ta Rodolfo Putz» (BO 152,-186).

Por fin, en 1972, una Editorial de gran calado, Planeta, se decide a lanzar en nada menos que su Colección Universal, y flanqueado por nom­bres como Sender, Palomino o Umbral, Histo­rias secretas de balnearios. Sin descrédito del po­der difusor de Editorial y Colección, ni de las verdades económicas del marketing aplicado a cualesquiera industria, no parece imprudente suponer que informes del tipo «Frégoli y las aguas de Alcaraz», o relaciones de tanto tirón como «Arnedilio, los lodos y Fernando VII», no son como para catapultar a nadie a lo alto del mástil de la popularidad.

FLETE

Nos las habemos, pues, con un escritor de al­guna rareza, que cuando surge en narrativa está en las antípodas del gusto coetáneo -más la difi­cultad añadida de la lengua literaria-, pero que, paso a paso, ha ido amarrando una obra tan ori­ginal como abundante. No sólo consta de la poe­sía inicial (4) (y final: a ella ha vuelto tras un lar­go paréntesis) (5) y aquello que hoy es más co­nocido entre lo suyo, la novelística (6), sino que aporta igualmente una carga de cuentos (7), pro­sas poéticas autobiográficas (8) (que parece ser se incorporarán a sus Memorias, en curso de re­dacción), recopilaciones de artículos periodísti­cos (sobre arte [9], sobre gastronomía [10], mis­celáneos [11]), incluso un cierto ensayismo (so­bre Cataluña [12], sobre las artes visuales [13]), y sin que se pueda olvidar una serie de libros in­clasificables, entre la erudición y la fantasía, por los márgenes de la historia, por las fronteras de la ciencia (13 bis), para acabar, por último mas no en último lugar, con un peculiarísimo libro de viajes a los grandes centros de la cristiandad

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(14), acompañado de espectros tales como el Ba­rón Corvo y toda la larga serie de comisionados secretos de la Cataluña decimonónica, de Satur­nino Ximénez a Pedro Felipe Monlau, pasando por el anteriormente guerrillero carlista Xa­conín, cuyo Diario llegó a manos de Perucho (15).

Al solo prorrateo, ya es de ver la amplitud ge­nérica (sólo no ha escrito teatro) y temática (bo­tánica, historia catalana, magia, balnearios, zoo­logía monstruosa ... ). Pero, además, si nos cen­tramos en su narrativa, los límites del mundo peruchiano vienen a ser poco menos que los del mundo conocido, de sus orígenes a la actuali­dad. Especialmente, el lector se puede mover por la Grecia catalana (LC), la Cochinchina -ac­tual Vietnam- (GC), el Norte de Africa (CK) o el Priorato, cuya capital es Falset (HN). Tempo­ralmente, lo narrado puede ocurrir a finales del s. VI (CK), hacia la mitad del XIX (HN), simul­táneamente a principios y finales del mismo (P),o ser una fulgurante vuelta del s. X al XIII (LC).

Hay una sensación de dispersión, de excesivavariabilidad, casi de desasosiego. Esta impresión inicial de descentramiento a la vista del conjun­to de la obra de Perucho, no hace sino aumen­tar, si de la flota pasamos a cada cubierta. Por­que es una prosa (abandonemos definitivamen­te la lírica) cuya voz narrativa parece sobria, casi fría, monótona, impersonal: algo como el narra­dor omnisciente se diría que emite el texto, tan imperturbable como glacial. O eso simula ser, hasta que cruje el maderamen. Al principio se­rán detalles que la atención registra a medias y almacena por algún desván del recuerdo; más tarde viene su acumulación, apilándose a con­tramano, casi a su pesar; finalmente, el golpe se­co del humor, que reúne todas las piezas para luego hacerlas saltar con estrépito, balizas que harán imposible olvidar un movimiento textual diferente al de superficie y sospecha cierta de que el texto se mueve. Es lo que pudiera llamar­se la educación del lector por bamboleo.

CABOTAJE

Como los ejemplos podrían ser muy abundan­tes, tomemos la primera novela que el lector no catalán pudo conocer, Las historias naturales.

No es cuestión ahora de sonreír ante un título que alude a la vez, e impávidamente, a historias que tienen que ver con la Historia Natural (sien­do el héroe, Antonio de Montpalau, un reputa­do naturalista, de aquellos cuya biografía se su­perpone o confunde con su sola actividad cientí­fica) y, al mismo tiempo, e irónicamente, a his­torias tan poco naturales como las provenientes del vampirismo del caballero Onofre de Dip, al que Montpalau debe destruir.

No es cuestión de eso ahora, sino de tomar el libro y empezar a leer. Comienza aquel detalla­do, detalladísimo -esto es, y literariamente ha­blando, naturalista- recorrido por el laboratorio

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científico de Montpalau, donde van ordenadas linneanamente las especies, cada cual con su nombre latino, del «simius saltarinus» a la «te­nies intestinalis»; allí están luego los frascos donde flotan restos corpóreos en fenol que el cristal abraza. En resumen, ese aire entre mórbi­do y taxonómico, como de domingo después de la muerte, que el laboratorio sólo comparte con el hospital. Quien tal espacio transita es Isidro Novau, un marino primo del protagonista, Montpalau, quien se acerca, saluda y, acto se­guido, pasa a devorar el Courier des Sciences. Es el momento en que el impertérrito narrador aprovecha para hacer una relación biográfica de Novau, neutra, distante, punto menos que insí­pida, hasta que, flemático, nos informa del suce­dido entre Novau y el «pez Nicolás». El lector sabe que la narración anda por los recuelos de la Ilustración, y sin mucho esfuerzo se acuerda del hombre-pez que viene en Feijoo, o no le son ajenas informaciones que puede haber leído en el Monstres, Démons et merveil/es a la fin du Mayen Áge (16) de Kappler o, más cerca de noso­tros, El pez pulmonado, el dodó y el unicornio de Willy Ley (17); y si hubiera sido un lector más asiduo del propio Perucho, sabría que el «pez Nicolás» viene en otros lugares de su obra (18).

De manera que no es eso lo llamativo, ni po­ne ni quita sospecha, como tampoco lo hace el que se afirme que, de resultas del encuentro, a Novau le quedase media cabeza cana, pues es al­go que la medicina psicosomática registra con mayor frecuencia de lo previsto. Lo que respin­ga es el comentario del átomo, pasivo, neutral, casi transparente narrador: esa semicabellera ca­na fue «cosa que favoreció notablemente su físi­co» (HN 23). Se concederá el beneficio de dudar que exista relación alguna entre la estética y un apéndice capilar como ése, a lo ficha de dominó. Pero tampoco es cosa de alterar el pulso, pues el mismo narrador distante, eficaz, impasible, casi áspero, nos sigue contando el desplazamiento de ambos primos a una finca cercana, propiedad de Montpalau, donde este hombre de ciencia inasequible al desaliento experimenta noveda­des agrícolas, siempre bajo el auspicio y abrigo del progreso científico-racional. Como a Novau no parece interesarle mucho el asunto, se nos dice que hacía, mientras Montpalau controlaba sus plantaciones, «ejercicios metódico-ambula­torios por los huertos, y observaba ahora, pensa­tivo, la gran alberca llena de ranas» (HN 28). Desde luego, aquí hay varias líneas de flotación. No sólo ese salto temporal del ahora, y ni si­quiera la inversión atributiva, de manera que se le aplique a Novau -«ejercicios metódico-ambu­latorios»- lo que parecería propio de Montpa­lau, sino que todo viene a dar en esa figura pen­sativa frente a un medio -la alberca llena de ra­nas- del que resulta difícil admitir que pueda simbolizar algo semejante a la articulación carte­siana del discurso.

Ha prendido en el lector la chispa de la sospe-

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cha, que no le abandonará. No es que el narra­dor deje de ser la esfinge maragata o de Gizeth, o el grado cero del narrador naturalista; es queempieza a asemejarse al poliedro; y gira. Ya elrecelo, en adelante, anidará en lo que parecíacalma, helada, pero ya se ve que espejeante, su­perficie textual. A veces, será una simple irisa­ción, como cuando la voz narrativa afirme que«se levantó en aquel momento un fuerte vientoque venía del sur, posiblemente de las costasafricanas, o quizá más lejos todavía» (CK 29-30).En otras ocasiones, la disparidad entre lo que alnarrador comenta y un personaje enuncia alcan­za tamaño de salto de delfín: «-Efectivamente-declaró el gramático y autor del Arte de hablaren prosa y en verso, don José Gómez Hermosilla,crítico funesto a quien temen los literatos nove­les» (P 55). En fin, y por no cansar, otras vecesla ironía es de algún calado, y más si se tiene encuenta que ocurre en un texto comúnmente ad­mitido como el menos proclive a estos bandazos(19). Ya se ha dicho que Libro de caballerías esuna vuelta hacia atrás en el tiempo, de formaque el personaje, con plena justicia ortográficaretroactiva, pasa de apellidarse Safont a Cafont;lo que ya no se esperaría uno es que el narradorcomente que el tal Cafont, «abusando de los pri­vilegios de su increíble situación personal, vitu­per[ase] al caballero [= el Gran Maestre de losHospitalarios] y, anticipándose aproximadamen­te un siglo, le ech[ara] en cara, con gran estupe­facción de éste, los grandes beneficios que laOrden tendría que agradecer a los todavía no na­tos Antón Fluviá y Pedro Ramón Sa Costa,grandes figuras del futuro» (LC 51).

Y eso sin contar, por demasiado de bulto, cuando efectos tales alcanzan a todo un libro. Es el caso de su Bestiario fantástico, un catálogo de seres dudosos e imposibles colocado en el cen­tro mismo de la Ilustración, en la mayor vecin­dad, sobre todo, de los ilustrados catalanes. Allí tenemos al Fardacho, al Bernabó, el Colintro, aparejados con José Finestres en su Universidad de Cervera, con Mayans y Sisear, con los redac­tores del Diario de los literatos de España, con el abbé Desfontaines de las Mémoires de Trévoux y hasta con D. Mariano de Rementería y Pica, co­cinero que fuera del gran Voltaire y posterior­mente del barón de Panckoucke, el editor de la Enciclopédie, sin que pudiera faltar Jerónimo Benito Feijoo, que fue el mayor causante del descrédito de esos desprestigiados seres: «Fei­joo despierta temerariamente el espíritu crítico hasta el extremo de negar la existencia de los monstruos. De ellos, sólo admite los híbridos, producto de un cruzamiento contra natura, y considera los demás como fabulosos. De esta forma, quedan sin vigencia los más tradicionales y, hasta cierto punto, familiares: el unicornio, el basilisco, el grifo, etcétera» (BF 32). Y por ahí para adelante. Basta decir, para colocar el asunto en las coordenadas del portulano, que este Bes­tiario fantástico no es sino la ampliación del Dis-

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curso de ingreso de Perucho en la Reial Acade­mia de Bones Lletres de Barcelona, institución de cuyo raigambre ilustrado parece ocioso du­dar. El Discurso llevaba por título «La zoologia fantastica a Catalunya en la cultura de la Illus­tració».

AGUJA DE MAREAR CULTOS

Parece, pues, de alguna evidencia lo conve­niente de andar con pies de plomo por este fon­do textual, y más si la ironía puede girar aún más la tuerca, anudar otro nudo. Y a va el lector haciéndose a ese humor seco, mate, culturaliza­do. Lee, verbigracia (HSB 35-39), algo que ocu­rre en Bohemia, en aquel lugar famoso que di­cen Marienbad, el mismo que en época reciente el cineasta Resnais traspasara para siempre a nuestras pesadillas, con tanto juego de desen­cuentros con fondo de susurros. Pero ahora no. Ahora es el encuentro, el deseo que crece como un lirio, el vibrátil lenguaje del amor entre la marquesa de Séchelles y el príncipe Rakoski. Los amantes, adulterinos, se buscan por los sa­lones, por el fondo de los espejos, que reflejan las mejillas encendidas, el brillar de las copas de champagne, la embriaguez de vivir. Ella, la que consume a grandes tragos la vida y las jornadas balnearias, la marquesa de Séchelles, es esposa de un alto intelectual español: D. Pío Reburro. Ni los corredores de mármol, ni el languidecer de los valses vieneses, ni la ternura que embarga pensar en ver atardecer entre los mármoles bal­nearios con un fondo de valses vieneses, impi­den sonreír ante un nombre como ése para un intelectual. Pío Reburro. Pues bien, D. Pío Re­burro no es invención de Perucho, antes al con­trario, quien quiera tener cumplida cuenta suya acuda al insondable D. Marcelino Menéndez Pelayo, a sus Heterodoxos, a la p. 411 del t. I de sus Obras Completas, editadas en Madrid por el C.S.I.C., el año de gracia de 1946, Deo va/ente.

Sí, la erudición es una constante en Perucho,casi lo primero que viene a la vista en su obra, su mascarón de proa, pudiera decirse. Guiños, referencias, títulos, citas de alguna extensión, todo un cordaje de cultura escrita entrelaza la narrativa peruchiana, desde los textos más cono­cidos hasta -y esto podría ser, en parte, otra marca de fábrica- aquellos que comparten esa indecisa línea de sombra que no se sabe si sepa­ra o une la bibliofilia más extrema con la vulga­ridad librera (si no es que el amor por el libro lleva obligatoriamente a amar todo libro, cual­quier cosa publicada, el más humilde pergeño de la mente humana).

En cualquier caso, uno acaba haciéndose a to­par con cosas como los Elementos de higiene pú­blica (20) de Pedro Felipe Monlau, ya citado co­mo uno de los comisionados secretos catalanes del Ochocientos, y de alguna notoriedad para el experto, pero también se puede dar de higos a brevas con la Orden breve y Régimen muy útil y

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provechoso para preservar y curar de Peste. Hecho y ordenado por Bernat Mas, en Artes y Medicina Doctor; natural de la ciudad de Manresa. Dirigido a Nuestra Señora Santísima de la Fuente de la Sa­lud. Año 1625. Con licencia y Privilegio. En Barce­lona por Esteban Liberós (21). Y, a la vez que trae el narrador a colación el Catecismo de la Doctrina Cristiana explicat i adaptat a la capaci­tat deis noys y noyas (22) del eximio san Antonio María Claret, en nada empece que también se cite el anónimo Itinerario de um viagem a cara dos elephantes (23), o el Arte de escribir con técni­ca y práctica (24) del tan mentado Eduardo Coc­ker, sin olvidar ese «libro de imposible localiza­ción», La misteriosa Armenia (25), de Luis Fa­raudo de Saint Germain, que ya tiene alguna te­la que cortar, si el lector consulta la nota (26). O qué decir de la Endelechia (27) del polígrafo as­turiano Isidro de las Pedrochas, tan amante del diálogo didascálico, donde se resuelven todas las grandes cuestiones que apenumbran el corazón humano: por qué tienen la voz aflautada las se­ñoras, a qué se debe el que unos caballeros sean calvos y otros pilosos, por qué oculta razón te­nemos entrambos, señoras y señores, dos orejas, y otras incógnitas no menores.

A pesar del mareo, uno se habitúa, y hasta cree haber conseguido dar con un cierto ritmo alternativo entre erudición real y ficticia. Así, vamos por Nicéforas y el grifo, la recopilación de textos que Perucho editara en su colección de Táber, y allí encontramos un par de entregas (C 115-119 y 120-123) sobre D. Mariano Pardo de Figueroa, andaluz, gastrónomo, taurófilo, fi­latélico, cervantinista, además de terrateniente y «Cartero Honorario Mayor del Reino, con uso de uniforme y sin sueldo». Pardo de Figueroa no sólo es, o fue, ente real, sino que se hizo muy célebre por sus colaboraciones periódicas sobre gastronomía, que firmaba como Doctor Thebussem, anagrama de «Doctor Embustes», si no fuera esa h sobrante, puede que de regalo, o, al ir colocada tras consonante -Th-, para evitar la fatiga andaluza de aspirarla. Y algo de su exis­tencia sabe el lector de Perucho, pues, aparte de ahí, aparece también en Pamela: como resulta que la novela va en dos tiempos -principio y fi­nal del s. XIX-, no sólo viene él, sino también su abuelo, D. José Pardo y Figueroa (P 129-133), de quien D. Mariano heredará su finca de Medi­na Sidonia, con aquella huerta de la Cigarra que tantos éxitos horticultores le habrían de produ­cir y en la que escribiría aquella obra que tanto le plugo, Ristra de ajos (28).

Son dos entregas, las de Nicéforas y el grifo re­ferentes al Doctor Thebussem, amplias, con gran acopio de datos, irrefutables. De manera que, cuando vemos que el siguiente texto versa sobre el muy honesto brujo Alexandre Vincent-Char­les Berbiguier (C 124-127), que se pretende haya escrito una obra autobiográfica intitulada Les farfadets, donde el autor, Berbiguier, daba cuen­ta de su incómoda relación con esa raza abomi-

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nable y diminuta, como pulgas de lo invisible, losfarfadets, levantamos el arpón para dar caza a la pieza falsaria. Sin embargo, ha de ser dicho que el género humano nunca dejará de dar mo­tivos para la maravilla y el alhelamiento, la pato­grafía diaria o ese delirio que dicen razón; de forma que no es ocioso recordar que existe, o existió, el tal Berbiguier, que hay la tal obra inti­tulada Les f arjadets, y quien quiera comprobarlo no tiene sino que acudir a la espléndida obra que Auguste Viatte dedicó, con tanta sabiduría como paciencia, y puede que sorna, a Victor Hu­go et les il/uminés de son temps, reimpresa por Slatkine Reprints, en Geneve, corriendo el año de 1973 [ed. original, 1943], en su p. 41.

POR LOS CANALES

Y a se comprenderá que todo esto va más allá de la simple broma, o el juego de manos, o un agitar de banderas que transmitieran un mensa­je en código para iniciados. Ocurre, sencillamen­te, que la escritura peruchiana participa de las dos cualidades mayores que inauguran y carac­terizan a la Edad Moderna en literatura: la ironía y la analogía (29). Y de una forma aún más cer­cana, ahora que tanto se enuncia del fin de los grandes relatos, y la contaminación como para­digma estilístico: ironía y analogía se dicen una en función de otra, siendo las resultantes una ironía analogizada y una analogía ironizada.

No hará falta insistir en cómo, con frecuencia, en los textos de Perucho, tras el sentido literal anida el figurado, cómo el bloque textual que si­mulaba ir como un iceberg por los mares del Norte, comenzaba a escarchar, a cuartearse. De­trás de una cosa podía haber otra, que tampoco acababa siendo lo que esperábamos aparentara. Este sentido oculto tras el visible, esta anuda­ción de similitudes y equivalencias, esta feno­menología del ser y el aparecer, es lo que empa­renta la ironía peruchiaba con la Analogía. Y sis­tema analógico de pensar el mundo es el que la magia -así sea la de Berbiguier y sus farfadets­practica, y que la literatura moderna recupera como opción estética, desde el simbolismo ( o el modernismo hispánico) en adelante, con recala­das tan significativas como el surrealismo ( o nuestro posterior postismo ), y eso sin apuntar a obras concretas más cercanas, como el Portrait de l'artiste enjeune singe de Butor (30) (o, ya que se ha reeditado recientemente, el Hechizo de la triste marquesa de Corpus Barga) (31).

Si ironía es aplicar magnitudes relativas a lo ínfimo y lo superior, y analogía hacer equivaler lo superior y lo inferior, ningún ejemplo más adecuado que el último citado de Berbiguier: esa atención peruchiana a un ocultista marginal, estrafalario, casi de pacotilla, esa preocupación por una analogía extravagante, ha de ponerse irónicamente en relación con la creencia, repeti­damente afirmada, de un autor, Perucho, que identifica la creación literaria con una forma de

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conocimiento de lo oculto y que no duda en asi­milar -si se quiere, analogar- escritura a magia (OR 9, ID 107, etc.). Por si fuera poco, hablamos de alguien que pasará su bautismo de fuego lite­rario con un libro que, sintomáticamente, se ti­tulará El medium (32): fue el momento en que un viejo capitán, Eugenio d'Ors, le escribiera, confirmándole como un digno sucesor de la gran estela literaria catalana (33).

Perucho no es sólo medium, o -como en otras ocasiones reclama- mago, porque por sus escri­tos boguen espiritistas, messmerianos, hipnoti­zadores, brujos, vampiros, y hasta Martines de Pasqually (C 20-22 y 167), Sofía Walder (C 55-58; GC 93-94; P 74) o incluso la Blavatsky en persona (BO 99-103); ni tan siquiera lo es por­que haya libros completos dedicados a ello (BO). Lo es, además, porque Perucho es un transmisor, un mediador que nos pone en rela­ción con infinidad de textos, los más muertos vi­vos, e incluso desaparecidos. Por más que de su sombrero textual haga surgir libros inverosími­les, las ediciones más olvidadas, autores que hay que hacer un acto de fe para aceptar su existen­cia, no se queda en la pura prestidigitación. De

. todo ese material, que en su extrema diferencia parece masa inerte, obtiene, como en la alqui­mia, un producto nuevo, transmutado.

De manera que a él le puede ser aplicado el cuento, por más que sus textos mismos oficien de catalizadores. Son ellos los que señalan lo oculto tras lo enunciado, las relaciones a distan­cia, las anáforas que surcan el conjunto, las vías subterráneas, todo el tejido de comunicaciones bajo superficie. No podría decirse de forma me­jor qué cosa sea la intertextualidad (34).

MAR ABIERTO

Que, a simple vista, la literatura peruchiana está llena de trayectos es indudable. Y visible: sus personajes no cesan de desplazarse. Safont [LC] empieza su aventura en Barcelona, va a San Feliu de Guixols, donde embarca hasta Me­sina (Sicilia), de forma que arriba a Alejandría, sigue hasta El Cairo por tierra, internándose a continuación en el desierto que le llevará hasta Ulm, de donde escapa al Reino del Preste Juan, cuya capital es Addis [y ya se comprende que es la actual capital de Abisinia]; de allí pasa por el desierto que bordea Guria, desde donde vuelve a Haffa, en Israel, retornando por Famagusta de Chipre, la Atenas catalana, y a través de Brighia, Livadostro y Salona, lejos definitivamente de su tiempo y su geografía natal, aposentará en Akantos, feliz y puede que eterno.

Y, si de ésta su primera novela pasamos a la última [GC], veremos cómo Alfredo Darmell y su inseparable Celestino Barallat, botánico fune­rario, empiezan su periplo en el n. º 22 de Gros­venor Square, Londres, dirigiéndose pronto a Wentworth (allí reside, tras la carlistada, el ge­neral Cabrera), más tarde a Manchester y, vía

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Liverpool, se aproximan hasta el lago Ness, de donde retornan a Londres. No pasará mucho tiempo para que la fortuna de una herencia, uni­da a los intereses del Estado español, les hagan salir hacia Manila, para lo que han de hacer es­cala en Cádiz, Tenerife, La Habana, Java, Luzón (se les unen, o están en sus cercanías, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Charles Darwin, Diego Rocafort -el personaje de Los misterios de Bar­celona de A. Altadill- (35), un pariente de Nico­medes Pastor Díaz que, como él, va «De Villa­hermosa a la China», y se pone en escena du­rante la travesía una obra de quien enviara a nuestros héroes desde su alto puesto en la jerar­quía del Estado, Patricio de la Escosura: Roger de Flor). Llegan a Manila (allí triunfa el drama­turgo Enrique Gaspar), pero no pasa mucho tiempo cuando ya han de salir en misión espe­cial hacia la Cochinchina -actual Vietnam-, pa­ra lo que tienen que seguir la ruta de Mekong, Saigón y Ankung, a fin de poder volver a Mani­la, donde Alfredo Darnell logrará casarse con su amada Clarita y donde su fiel amigo Celestino Barallat comenzará a redactar su celebérrima Botánica funeraria (36) que tanta gloria le conce­dería entre las futuras generaciones.

CORRIENTES, MAREJADAS

Esos eran los grandes trayectos externos, rosa de los vientos que en su fragancia establece los límites espaciales y centrífugos del mundo. Pero la escritura de Perucho conoce otros trayectos, ahora internos, conductos que van de un texto a otro, personajes que pasean su vida por varios, líneas genealógicas que se pueden seguir a tra­vés del tiempo; en definitiva, un tejido que se va construyendo por encima o por debajo de la su­perficie textual, una red en la que el lector acaba totalmente atrapado, o quizá a salvo.

Hay una novela entera de Perucho, Pamela, protagonizada por la homónima heroína de Ri­chardson, Pamela Andrews, que tan leída fue entre nosotros a comienzos del s. XIX. En ella seguimos las andanzas de esta propagadora de la peste liberal, desde el Cádiz de las Cortes hasta su final en Bellver: allí, tras un emocionado re­cuerdo a Jovellanos, hallará la barca que le lleva­rá al país de los muertos. Pero ya se ha dicho que la obra toda de Perucho está surcada de ríos internos, de manera que volvemos a encontrar a Pamela en Los laberintos bizantinos. Ahí aparece durante un momento como amiga de lady Caro­line Gibbon, la nieta del conocido autor del De­

cline and Fa/1 of the Roman Empire, sir Edward (LB 45 y ss.). Es cuando se nos recuerda que el traductor de esta obra en España fue Mor de Fuentes, el inefable autor del Bosqueji/lo de mi vida (37). Como se sabe, Mor de Fuentes estaba ligado al círculo del editor Bergnes de las Casas -de quien fue secretario-, y muy en concreto ala gente de El Vapor.

Ustedes dirán que a qué viene lo que va a se-

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guir, pero pronto se dará razón de ello. Por (BF 15-20) alcanzamos a saber del monstruo Jezabel,aquella figura femenina, si monstruosa no te­rrorífica, pero coqueta, que sólo parecía tenerexistencia en la turbia mente de Marie-JeanLéon Lecoq, barón de Hervé y marqués deSaint-Denis, más conocido, para simplificar, co­mo Hervé de Saint-Denis. Jezabel «no teníaninguna existencia real fuera del sueño» (BF16), como Saint-Denis le confía a su futura es­posa por carta, «seguramente influido por unareciente lectura de la novela epistolar de Ri­chardson, la celebrada Pamela Andrews» (BF16). Pues resulta que, a pesar de la existencia su­til, incorpórea, sólo mental, producto de lasmiasmas del sueño, de Jezabel, la noticia de suexistencia la va a dar, para España, Bergnes delas Casas, en El Vapor, y precisamente «a instan­cias de su íntimo amigo José Mor de Fuentes»(BF 19).

Lo que son las cosas: a El Vapor también esta­ba ligado el protéico Sinibaldo de Más, el autor del Sistema musical de la lengua castellana (1832), del que Marasso afirma que Rubén Darío lo estudió en profundidad, y que tanto en­salza Tomás Navarro Tomás (38). Sinibaldo de Más es uno de los espectros acompañantes del narrador de Los laberintos bizantinos, donde se nos confirma que fue él quien organizó los ser­vicios de los comisionados secretos conforme a sugerencias de Olózaga (LB 65), así como de su viaje al imperio de los zares haciéndose pasar, primero, por artificiero distinguido y, después, por director del circo «La Alegría» (LB 137-143), sin olvidar su amistad con Horacio Perry, el ma­rido de Catalina Coronado (LB 211), que tanta leyenda creara a su muerte, sobre si mantuvo Carolina su cuerpo incorrupto, y lo tenía oculto en una habitación, y le daba las buenas noches, y, en fin, todas cuantas extravagancias concede ese delirio que dicen amor, deseo más allá de la muerte (39).

Pero hete aquí que en La guerra de la Cochin­china viene el dato de que Bergnes de las Casas también editó la versión castellana del famoso libro de Walter Scott sobre brujos y magos esco­ceses, donde precisamente viene Bob Dading­ton, que era familia de la mujer del general Ca­brera, Maryon Catharine Richard, y estaba ente­rrado en el panteón familiar de Wentworth (CG 45). El general Cabrera, el Tigre del Maestrazgo, es un viejo conocido de los lectores -y no diga­mos ya si, además, han leído el Pirala, para po­nerse en situación-, pues ocupa gran parte de Las historias naturales. A punto estuvo de ser vampirizado por Onofre de Dip, si no hubieran sido las urgencias que se tomó Antonio de Montpalau, con mucho crucifijo y abundante in­fusión de ajos. Ahora está en su retiro campes­tre de Wentworth, y allí va a dar el pterodáctilo «Charlie», ptosaurio huido de la Era Secundaria y de Barcelona; allí lo van a buscar Alfredo Dar­nell y Celestino Barallat, que ya se dijo que tan

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atento andaba a la vegetación, con vistas a des­pués aplicarlo a su tratado de botánica funeraria modernista. Cuando ambos, vueltos a la Ciudad Condal -y antes de su gran periplo filipino-, vi­siten el cementerio de San Gervasi, lquerrán creer que encuentran la tumba de Bergnes de las Casas y la de Mor de Fuentes (CG 78-79)?

RAPIDOS, REMOLINOS

Como se vio, el trayecto anterior cerraba so­bre sí mismo, pero no es el único posible. Vol­vamos al comienzo. Y el comienzo era Pamela Andrews (ya que salió antes a relucir uno de los «comisionados secretos», digamos de pasada que -conforme a LB 112- Pamela había sido cortejada por otro, el ya citado Pedro Felipe Monlau, doctor en Medicina, polígrafo e higie­nista, de quien Pamela llegó a ser tardía amante, y una de cuyas líricas conversaciones alcanza­mos a oír en GC 88).

En (LB 112), pues, vemos a Pamela tomar el té nada menos que con Eugenia de Montijo, ba­jo la atenta mirada de la baronesa de Urpí. lQue quién es la baronesa de Urpí? Quien haya leído Las historias naturales sabe que era hermana de José Martí y Lubra, marqués de La Gralla, a cuya tertulia barcelonesa acudía lo más granado de la ciencia catalana del momento. Pero, ade­más, y sobre todo, la baronesa era la madre de Inés, aquella que alcanzará a ganar el recio cora­zón de Antonio de Montpalau. Ustedes lo recor­darán, porque quizá yo mismo se lo haya conta­do. La baronesa de Urpí escribe a su hermano, el marqués de La Gralla, pues están ocurriendo hechos misteriosos en las proximidades de su residencia, en Pratdip. La tertulia científica que se reúne en casa del marqués decide enviar al intrépido Antonio de Montpalau, paladín de la Ciencia Moderna, aborrecedor de la Supersti­ción, sólo armado de la esplendente espada de la Razón; allí se dará de bruces con lo acientífico, lo supersticioso, lo irrazonable: la existencia vampírica de Onofre de Dip.

(Aprovechando que ya estamos en Pratdip, ha de decirse que, al poco de aposentarse allí Montpatau, pasa transeúnte el P. Jaime Villa­nueva, O. P., a quien tantas veces cruzamos en Pamela (40), siempre a la disputa con Bartolomé José Gallardo, cuando el Cádiz cortesano, y cuando el mar de la bahía gaditana le succionara la biblioteca que bibliopirateara -y luego fanta­seara aún más- el erudito; también ahí veíamos a la greña al P. Villanueva con Antonio Puig­blanch, al que volvemos a encontrar, siempre disputante, en Carnets d'un diletant) ( 41).

Pero estábamos en Pratdip, si mal no recuer­dan. Conocemos sus contornos tal como los describe Cristóforo o Cristóbal Despuig en Los coloquios de la insigne ciudad de Tortosa fechas por mosén Cristóbal Despuig, caballero ( 42). Son momentos estos en los que la quilla de la nave­gación roza las playas biográficas peruchianas.

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En la rada cordial de Perucho, esta zona, con sus afluentes como venas y el Ebro por aorta, forma parte de su geografía espiritual. Allí se inició profesionalmente, allí vivió: «Siempre me ha gustado -y me gusta- pasear por las calles de la ciudad de Tortosa, a la que hace años estuve, en cierta manera, vinculado» (OR 99). Afirmación pudorosa, pues nunca se acabará de desengan­char de esa zona, a la que vuelve, con esa repeti­ción compulsiva que el psicoanálisis adjunta a la pulsión de muerte: «Estoy en Tortosa y, desde el alto castillo de la Zuda, contemplo los edifi­cios descendiendo hacia el río. Aquí el Ebro es majestuoso y lento, algo sonámbulo, y se com­place en ceñir perezosamente la cintura de esta ciudad ilustre, cargada de historia y belleza [ ... ] Que lo diga la sombra enamorada del caballero Despuig cuando, rodando por estas calles y pla­zas, escribió en sus Col/oquis el más limpio y claro elogio de Tortosa» (OR 11).

Cerca de esa zona en que el Ebro es arteria fluvial, vaso de sangre que la emoción azota, es­tá Pratdip, y la baronesa de Urpí, y Onofre de Dip, y Antonio de Montpalau, que concediere el reposo eterno al fatigado vampiro, que tanto lo ansiara. Allí, en Pratdip, Antonio de Montpalau, el perfecto caballero en queste de la Razón Científica, dio con la otra parte: la no muerte y el amor. Quizá sean la misma cosa. Al menos, él halló a la vez la sinrazón y el loco deseo por Inés que hizo trizas aquel frasco cerrado al que nom­braba corazón.

Por allí había también acertado a pasar Peru­cho, y fue entonces cuando un compañero de comportamiento le contara la historia que luego atravesara Las historias naturales: «Fue durante un viaje en tren, al contemplar el paisaje monta­ñoso que circunda el pueblo tarraconense de Falset, cuando tuve por primera vez noticia de Pratdip» (OR 176). El caballero enjuto y triste le habla del misterio que envuelve la zona y de una vieja historia ligada al lugar, que había em­pavorecido, con sus dips misteriosos, su imagi­nación infantil. «Tanto me impresionó lo que dijo el melancólico caballero que, días después, alquilé un taxi y me fui a Pratdip. Con la infor­mación recogida escribí luego Las historias natu­rales» (OR 176).

RECOGIENDO MOMENTANEAMENTE VELAS

Como se puede comprobar, todo un tejido de venillas, vasos comunicantes, un verdadero sis­tema capilar recorre la escritura peruchiana, que tanto podría ser un rescoldo atemperado de su antigua actividad surrealista como una práctica de eso ya apuntado y que la crítica denomina co­mo intertextualidad. De la misma manera que, en su comienzo como escritor, Perucho escribió ya no de lo que había bajo el cuerpo, sino Sota la sang (44), bajo la sangre, de lo que estaría reti­culando aquel sistema venoso capilar, así tam-

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bién, después, lo que sostiene sus textos poste­riores -en el sentido de subtender y sustentar­serán elementos discontinuos, discretos, dife­renciales, que articulan el sentido último de su escritura.

Es una intertextualidad, en ocasiones, clara­mente metonímica, en cuanto una cosa se pue­de relacionar con otra por su misma contigüi­dad: así ocurría cuando, junto a Pamela An­drews, estaba la baronesa de Urpí, y a partir de entonces se extendía toda una nueva serie. Otras veces, quizá las más, la intertextualidad ocurre en esa dimensión tan incierta entre si­nécdoque y metáfora (que, por ejemplo, el psi­coanálisis desconoce): los elementos mantienen una relación en ausencia y, a la vez, cada elemen­to forma parte de un todo; así acaban siendo las formaciones finales de los diversos trayectos, múltiples, constantes, dentro de cada obra, de una obra a otra, y de cada una al conjunto de la producción de Perucho. Es verdad que, en oca­siones, la dispersión misma del texto peruchia­no impide ver su urdimbre. Pero es igualmente cierto que estas características -que la mirada del lector comparte con la mirada del narrador, tal cual éste la registra y aquél la percibe- de objetos disruptos, discretos, no continuos, par­ciales, no son sino las figuras mismas del len­guaje del deseo, de la mirada erótica que se en­garza en el afecto amoroso ( 45). Y el objeto de elección del narrador, aquel que le obliga a una mirada errática, disyunta, fractal, seriada, no es otro que Cataluña.

NAVEGANTES DE PAPEL: RECORTABLES CON RUMBO A CATALUÑA

Que hay un arrastre, una tracción final catala­na en todo cuanto Perucho escribe es innegable. Ya se acaba de ver aquel trayecto que nos con­dujo de Pamela Andrews a Pratdip. Esto sería aplicable a toda la narrativa peruchiana. Por más que la escala pareciera, en principio, desorbita­da, con aquellas idas y venidas por la antigua Cochinchina, la secreta Albania, la pajarera Ma­nila, la inexistente ciudad de Indala en Africa, a pesar de estos trayectos que casi abrazan los límites del planeta, la narrativa peruchiana siem­pre acaba acercándose, atravesando o reposando en España, y, dentro de ella, en Cataluña, ya sea la que hoy se conoce como tal o la antiguamente perteneciente al Reino de Aragón. Además, con la mayor frecuencia, los personajes eran catala­nes, o pasaban por Cataluña, o se acercaban a las antiguas posesiones catalanas en Oriente.

Libro de caballerías comienza en la Barcelona de la bel/e époque y acaba ascendiendo por el tiempo hacia una antigua colonia de la Corona de Aragón ( cuando Cataluña formaba parte suya) en tierras griegas. Las historias naturales ocurren prácticamente en los límites del Priora­to. Pamela terminará su doble y paralelo trayec­to, uno en Mallorca, y otro, definitivamente, en

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Vilafranca. El caballero Kosmas se las arregla pa­ra pasar por el Montsant y Prades y, al final, tras fatigar medio Oriente próximo, entra por Ma­llorca, Tarragona y finaliza en Barcelona. Laguerra de la Cochinchina se organiza de modo que pasen unos cuantos capítulos los protago­nistas en Barcelona. Del todo (HN) a la parte (GC), pues, los trayectos de superficie recorren o habitan Cataluña. Pero, como antes, tambiénbajo superficie van trayectos intertextuales quetejen múltiples figuras catalanas.

Es así como va el desprevenido lector leyendo atento las bizantinas aventuras del caballero Kosmas, el que fuera recaudador imperial para Cartago Nova, en el cual oficio le ayudan sus fieles autómatas Macario, Arquímides I y Arquí­mides II, y siempre en la compañía -hasta que surja Juan de Bíclaro- de su sirviente Ugernum y el buen buitre Orgo, rapsoda y cantor. El tema de los autómatas es frecuente en Perucho, que recuerda cómo tiene unos, cercanos, en el Tibi­dabo (OR 21-22). Lo que sí puede desorientar al lector es que, al poco de comenzada la novela, y como será su costumbre periódica, efectivamen­te el buitre Orgo se pone a cantar «una tonada griega, aquella que fue la preferida de la prince­sa Lyscaris, prima y compañera de Kosmas: / Ten, amor, el arco quedo,/que soy niña y tengo miedo» (CK 14). Por si el lector no va curado en salud, o no frecuenta el folklore, en seguida se curará de espantos, justo cuando ese fidelísimo buitre Orgo, buscando endulzar las acíbaras ho­ras en que su amo tiene perdida a su amada Egeria, desempolve de su repertorio algo «un poco melancólico del lunfardo bonaerense: / Una noche que al cotorro/fue sin vento la garaba,/ la fajó de una castaña/aquel chorro escabiador [ etc.]» (CK 172-173).

Con todo, textualmente, lo más desazonante es la alusión a la princesa Lyscaris, que, si bien prima de Kosmas, sólo volverá a estar presente en el texto por alusión: un hermoso triclinio hecho por un ebanista de Pisa, y donde Kosmas hace sentar a su vecino San Isidoro, había sido regalo suyo (CK 31); cuando Kosmas, adulto, recuerde sus días infantiles, allí aparecerá por un momento Lyscaris, a quien, por cierto, Kos­mas regala una muñeca mecánica (CK 60); sólo otra vez se la citará, y es cuando, casada ya con Focos, protonotario del Emperador, y con cua­tro hijos, sirva como comparación a aquel Kos­mas que se mantenía soltero y permanentemen­te joven (CK 204).

lQué hace ahí esa Lyscaris, como flor griega entre la retama textual? Sin acudir a otros expe­dientes que los propios textos de Perucho, en principio, tan porosos como compactos, espon­jas por las que el sentido viene y va, pueden es­tablecerse algunos regueros intertextuales. Así, por (C 47) sabemos que Lyscaris fue condesa de Pallars, donde -y ahora nos informa (P 96)- ha­cen un queso llamado 1/enguat, como aquél que la marquesa de Valldaura enviara a Ignacio de

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Siurana (y ya observan cómo la onomástica y la toponimia se inclinan hacia la zona catalana): será en la casa madrileña de la marquesa de Valldaura donde aparecerá el mazo de cartas que Pamela Andrews dirigiera a Lord Holland, y que constituirán el bloque fundamental de Pa­mela. La cosa no queda ahí, pues por (TC 65) nos enteramos también de que, a las afueras de Montblanc, hubo un monasterio de clausura, fundado precisamente por Lyscaris. Es decir, muy cerca de donde -«[ en] Vallclara, al lado de Montblanc, bajo las montañas de Prades» (CK 78)- Juan de Bíclaro, el compañero de Kosmas, escriba una regla monástica innovadora que -según (ID 66)- aplicará en el monasterio deSan Feliu de Guixols.

También por (TC 65) tenemos conocimiento de que, antes de todo este asunto, Lyscaris estu­vo casada con el famosísimo comte Arnau: es el momento de recordar -conforme a (HN 258)­que Prades y Siurana pertenecían al antiguo do­minio del conde. Y no parece ya casualidad el que fuera Milá i Fontanals, tío de Ignacio de Siurana, el amante a través del tiempo de Pame­la Andrews en Pamela, quien se lo explicara a Antonio de Montpalau: «[ ... ] el conde Arnau, cuyo dominio geográfico comprendía desde Ri­poll y San Juan de las Abadesas hasta Castellar de N'Hug, con infiltraciones por todas partes, como Prades y Ciurana» (HN 258).

El conde Arnau, al decir de Josep Rumeu ( 46), es ni más ni menos que una de las polari­dades que conforman el imaginario catalán, des­de el Medievo a nuestros días. Personaje popu­lar que destiñe sobre el folklore, los juegos in­fantiles y hasta expresiones del habla común, no puede decirse que su esposa Lyscaris caiga fuera del reflujo general de la obra peruchiana hacia Cataluña. Si bien lo ha hecho de esa manera desplazativa, descentrada, fuera de órbita, con la magnitud cambiada, propia de las formaciones afectivas inconscientes. Es el camino más cierto al fondo del sujeto.

Supongo que me creerán si les digo que ese rodar giróvago puede continuar, y que ya no lle­ga a extrañar el que sepamos que Lyscaris era tía de Nicéforas, el que da nombre al libro de rela­tos de Perucho Nicéforas y el grifo (cf. C 47). Co­mo tampoco el que nos enteremos de que Nicé­foras era muy amigo de Tomás <;afont, aquel que llegará a ser, rampado por sus antepasados, el héroe de Libro de caballerías. Por cierto, que <;afont era, curiosamente, natural de Blanes -(LC 41)-, lo mismo que la tan amada por Kos­mas Egeria, en los tiempos en que, con alguna hermosura, Blanes se decía Blanda (CK 29). Cla­ro que, cuando el narrador de El caballero Kos­mas describa a Egeria, en ese momento inaugu­ral, meridiano, definitivo, en que Kosmas la ve por primera vez, lo hará, en un homenaje muy claro, siguiendo las pautas que D'Ors utilizara para describir a Teresa, la ben plantada (CK 29). Y la vida, o el afecto, o la literatura, continúan.

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AJUSTANDO EL CATALEJO HACIA PUERTO

El texto, que parecía centrífugo, acaba siendo centrípeto. Conoce una imantación fatal. Tantas rutas por el fondo textual, por caminos de lo que se ha denominado genotexto (47), rutas libé­rrimas pero de dirección única, con el mismo determinismo que las líneas de vencimiento en el cristal, o que las vías del rocío sobre la rama con que simbolizara Stendhal el amor, terminan alzando una cartografía a escala ampliada de ese trozo de tierra que todo iris arrastra, barro de su carne, y que en el caso de Perucho viene a ser el Priorato y sus contornos.

La primera mención, si bien fugaz, es en su inicial salida narrativa. Un extraño Canciller de la antigua Corona de Aragón envía a Tomás Sa­font, a través del tiempo, órdenes con vistas a recuperar el brazo incorrupto de Santa Eufrigis y derrocar a Dimas Paleólogo, traidor a la Com­panyia Catalana a l'Orient ( 48). El cumplimiento de estas órdenes, rampando tiempo arriba es to­do el asunto de la novela, de cuyo carácter más lírico, o poemático, de estructura no lineal, dan fe estos como fogonazos iniciales, en que el dis­curso tocante al personaje Tomás Safont en el siglo XX se ve atravesado por otros, momentá­neos, muy cortos, pertenecientes al siglo XIII. Así, el citado Canciller, tras varias intromisio­nes, aparece de nuevo cuando Tomás Safont, aceptando el encargo, empiece la navegación que le hará surcar el tiempo. El Canciller, pues, como si lo celebrara, aparece fugaz bebiendo a sorbitos el vino rancio que un sobrino suyo, a la sazón prior de Poblet, le enviara. Es entonces cuando el Canciller «recuerda cómo, en cierta ocasión, al salir del monasterio, la comitiva si­guió el camino de Prades, a través de un gran bosque de castaños, y recuerda también cómo, ya en las proximidades de Ciurana, entre barran­cos y riscos, descubrió el rostro y la mirada su­plicante de una doncella campesina» (LC 36).

El recuerdo, como el olvido, nunca es inocen­te, y la extrañeza de este recuerdo se diluirá al final, cuando se vea hasta qué punto está lleno de motivación ese área territorial. Así comienza, pues, perdida por entre los remolinos textuales, esta primera baliza de situación. Porque tam­bién será por esa zona, entre las sierras de Mon­sant y Prades, concretamente en Vallclara, don­de Juan de Bíclaro, el compañero fiel de Kosmas durante el Concilio Toledano, fundará un mo­nasterio: «Bíclaro dejó solucionados en pocos días los asuntos pendientes de Vallclara (Kos­mas aprovechó el tiempo explorando las sierras del Monsant y Prades), y una vez hubieron re­puesto fuerzas y se hubieron avituallado, nues­tros amigos siguieron viaje hacia Gerona, atra­vesando toda clase de climas y paisajes de sor­prendente belleza, en cuyo fondo emergía la montaña santa de Montserrat» (CK 113).

Los no lugareños, y ni siquiera viajeros por la

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región, se pueden hacer algo de idea de ella por lo que Perucho nos dice en otra parte, hablando de Montroig (para nuestra información, nos re­cuerda que allí tuvo el pintor Miró la tan conoci­da masía que aparece en el cuadro homónimo, con el interior de la casa, todos sus animales, y hasta cada piedrecita, cuadro del que se enamo­ró Hemingway y no paró hasta comprarlo): «A !'esquerra es troba Pratdip, amb el seu castell en rui:nes [ ... ] A l'altre costat de la collada de Falset [s'estat] el Priorat [ ... ] Una mica més amunt [sor­geix] de la boira Prades» (SV 146-147).

Pero ya en Las historias naturales la acción va a ocurrir, en su mayor parte, por allí. En su capí­tulo titulado «Camino de la aventura», Antonio de Montpalau y su inseparable Isidro Novau sa­len en busca del lugar donde mora, muerto de día, vivo de noche, el hastiado vampiro Onofre de Dip, a quien el amor desbocado por una da­ma magiar llevara a tan espantable condición. En Reus visitan nuestros héroes a José Veciana y Sardá, corresponsal de la Academia de Cien­cias, y éste les indica la ruta que deben escoger: «Indudablemente, la de Falset». Y, por si no se tuviera constancia de ello, comenta el narrador: «Falset es la capital del Priorato» (HN 108).

Estimada por los enólogos, y los amantes de los caldos densos, graduados, ricos en azúcares, es zona que también los fieles peruchianos co­nocían siquiera fuese por aquel temprano Gale­ría de espejos sin fondo, ahora transmutado en lncredulitats y devocions. Ahí viene quizá el pri­mero de esos caballeros eruditos, ángeles tutela­res suspendidos en el tiempo sobre el aire cata­lán, micer Lluis Pons d'Y cart, el conocido autor del Libro de las grandezas y cosas memorables de la metropolitana, insigne y famosa ciudad de Ta­rragona [Lérida, 1572]. Allí nos habla -al decir de Perucho- «d' Altafulla, 1,a Selva, Riudoms, Salou, Constantí i Prades. Es segur que devia coneixer també Scala Dei, Cornudella, Cam­brils, Mont-roig i Pratdip» (ID 52). Son parajes estos muy frecuentados por Perucho: «Passo so­vint davant d'aquestes paratges estimats per Mi­ró. A Falset, giro a la dreta i, per una mala carre­tera, baixo per la Torre de Fontaubella vers Mont-roig» (ID 56).

Parecería un enclave mágico, de esos que atraen, imantándolas a través del tiempo, las creencias más diversas. Porque, como por allí pasa estancias Perucho, no es extraño que, por ejemplo, salga a por agua y vea que «J. V. Foix y Joan Prats, impecables y elegantemente vesti­dos, comentan, en el cruce de la carretera de Pratdip, la nueva edición del libro de Fulcanelli sobre el misterio de las catedrales» (OR 173). Pero, anterior a esos arduos enigmas y lumino­sos misterios de las catedrales góticas, es el mo­nasterio cisterciense que hay no lejos de allí, precisamente panteón de aquellos antiguos reyes de la Corona de Aragón que interrumpían, por momentos, Libro de caballerías: Poblet. Po­blet es «un altre dels nostres monestirs-sím-

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bols» (TC 124), dice Perucho, y dice bien, pues el románico es temporada alta del símbolo, de la cultura que no ha pasado al signo, del reino de la analogía. «El paisatge que l'envolta és un pai­satge de conreu, romanitzat, fet a la mesura de l'home, que tot d'un cop ascendeix abruptament vers les muntanyes i els boscos que menen a Prades i, una mica més enlla, a Siurana» (TC 125).

De Siurana ya saben ustedes que es originario el amante imposible de Pamela Andrews, grácil figura que sonríe a lo lejos, como un holograma que surcase el tiempo. Y si fue cuna de Ignacio de Siurana, tampoco es raro que sea también jardín de infancia por donde acierte a vagar aquel petit animal felif que dicen el lom, el cual «ve a ésser com un gat de pel molt fi que es cría a les muntanyes de Prades i pels rodals de Siura­na [ ... ] També he sentit dir [-diu Perucho-] que a les masies del Mont-Sant, prop de Scala Dei, se n'hant vist alguns, somicant satisfets, a les teulades o vora els galliners» (GPPAF 41-42).

ESCALA TEMPORAL, REVERSIBLE PERO DEFINITIVA

Se ha ido bajando, pues, desde las dimensio­nes casi del mundo navegable, la Cochinchina, Filipinas, Grecia, Norte de Africa, hasta esta península donde está España; y, dentro de ella, siguiendo la herida que el Ebro abre, por esa zo­na que el Mediterráneo estrecha contra el Piri­neo, llegamos hasta aquel punto de luz, luciér­naga que alumbra toda la travesía, que los ojos de Perucho, quizá húmedos aún de surcar las ri­beras del sueño, reflejan: «Más arriba de Mont­roig, las tierras suben hasta Colldejou y la Torra de Fontaubella. Allí las casas están blanqueadas con cal y se utilizan unos hierros para marcar el ganado de significación evidentemente oculta, secreta. A la izquierda, entre las montañas, está Pratdip, la villa del desventurado Onofre, perse­guido por Antonio de Montpalau, el científico [ ... ] Al otro lado de la collada de Falset se extien­de a los pies el Priorato, con las Vilelles, Porre­ra, Scala Dei, Cantallops y Cornudella. Todavía más arriba asoman Prades, la roja, y la romántica y aérea Siurana» (C 242). El pasaje lleva por títu­lo: Simplemente, he mirado. Podría ser el lema de su obra. Nadie hubiera podido definir mejor esa proyección en el espacio y el tiempo, pero con un punto de apoyo, de amarre, de tierra. Luego, sí, se remonta la vista y se tocan los siglos y el mundo con los ojos: Les yeux fertiles, los ojos fértiles, que Perucho cita (SV 9), de Paul Éluard.

Ahora sería el momento de remontar, río arri­ba, y comprobar cómo la obra de Perucho, quizá sin proponérselo, pero por su propio peso de gravedad, alza la cadena alternativa o comple­mentaria del mundo visible. Del mundo mineral ( el «Lapidario portátil» que cierra HSB) ( 49) al humano ( con sus variantes de no muertos, vam­piros, espíritus, etc.), pasando por el reino vege-

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tal (BO) y el animal (BF). Como si ayudara a ca­lafatear esa débil cáscara de nuez azotada por el oleaje, que dicen razón, preparándola a salir al océano por donde anda, con sus pies de espuma sobre las olas, la imaginación.

Pero ya el lector me dispensará, y permitirá que me acoja al tópico medieval de «viene la no­che»: para una cultura que no conoce otra luz que la solar, o el pabilo que desfallece, de noche es ya imposible escribir, y no digamos trazar a escala todo un universo, de lo inanimado a lo animado, de la materia al espíritu, ni levantar al­ternativas al mundo ya por tan poco tiempo visi­ble. Quizá reste sólo entrecerrar los ojos, como si se soñara, pues va ya la vista algo cansada. Es­crevir en tiniebra -dijo el maestro Ber- ..-.._ ceo- es un mester pesado. Y, en ocasio- �nes, una obligación. �

NOTAS

(*) Para evitar repeticiones, tan fatigosas, con cierta fre­cuencia utilizaré abreviaturas para referirme a obras de Pe­rucho. Estas serán las más utilizadas: LC = Libro de caballerías, Alianza/Enciclopedia Cata­

lana, M., 1986. Es la edición que utilizo. Con­viene saber que su primera edición fue en cata-

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HN =

CK =

P=

GC =

C= LB= BF = BO =

HSB =

lán (Llibre de cavalleries, Ancora, B., 1957) y co­noció, antes de la de Alianza/Enciclopedia, una traducción (Planeta, B., 1976). Las historias naturales, Marte Ed., B., 1968. Uti­lizo la primera versión al castellano; original­mente, Les histories naturals (Destino, B., 1960). Las aventuras del caballero Kosmas, Seix Barral, B., 1986. De 1981 (Ed. Planeta) es la primera edición, tanto castellana como catalana. Pamela, Planeta, B., 1983; es la l.ª ed., coetánea de la catalana. La guerra de la Cochinchina, Plaza & Janés, B., 1986. Dígase lo mismo que de P (La guerra de la Cotxinxina apareció en Edicions 62). Cuentos, Alianza, M., 1986. Los laberintos bizantinos, Bruguera, B., 1984. Bestiario fantástico, Cupsa, B., 1977. Botánico oculta o el falso Paracelso, Plaza & Ja­nés, 1986. Historias secretas de balnearios, Planeta, B., 1972.

GPPAF = Gabia per a petits animals feliros, Ed. deis Qua­

ID=

OR =

TC =

sv =

derns Crema, B., 1981. Incredulitats i devocions, Edicions 62, B., 1982. Es la versión catalana, posterior a la castellana, que llevó el título de Galería de espejos sin fon­do, Destino, B., 1963. Dietario apócrifo de Octavio de Romeu, Destino, B., 1985. Cf. n. l. Teoría de Catalunya, Edicions 62, B., 1985; aca­ba de salir en Destino la versión castellana, 1987. Una semantica visual, Plaza & Janés, 1986.

(1) Hay una fidelidad d'orsiana en Perucho, como se de­muestra en que reutilice aquel alter ego del maestro, Octavi de Romeu, y para la misma función: la crítica de arte (OR). OR es la ampliación, con material procedente de otros li­bros, del primer bloque de Museu d'ombres (Edicions 62, B., 1981), aquel que lleva por título «Un dietari enigma.tic d'Oc­tavi de Romeu», pp. 7-78; en ambas ocasiones, la dedicato­ria va dirigida a la memoria de Eugenio d'Ors. (Una infor­mación de urgencia sobre este pseudónimo d'orsiano puede verse en G. Díaz-Plaja, Estructura y sentido del Novecentismo español, Alianza, M., 1975, pp. 190-196).

Por otra parte, d'Ors era bisnieto de D. Joaquín Rubio y Ors (de manera que la d'de d'Ors vendría bajo su pseudóni­mo Lo Gayter del Llobregat, en HN 43: allí vienen un par de estrofas debidas a su estro, las que empiezan «De antiguo trobador la muda lira/yo arrancaré de su húmedo sepulcro [etc.]; en HN 309 se nos informa de que «instauró una di­nastía de hombres de letras». Y si Perucho hace aparecer a D. Joaquín, bisabuelo de Xenius, en sus comienzos narrati­vos, no se ve por qué no ha de sacarlo en los últimos: enGC se hace mención extensa de aquella «sublime obra» deD. Joaquín El libro de las niñas, en aquella parte suya quecomienza: «De la misma manera que las flores son más omenos bellas y despiden más o menos fragancia según elcultivo que reciben, así vosotras, hijas mías [etc.]» (GC128). También lo vemos teniendo tertulia abierta en «El Ca­fé Español» de la barcelonesa Plaza Real con D. ManuelMilá y Fontanals, así como aconsejando al padre del prota­gonista, Alfredo Darnell, sobre la elección de estado de suhijo (GC 158), y, posteriormente (GC 190), insistiendo este«vate catalán y pedagogo femenil» en cómo el pensar en lamujer en general y en la amada en particular aleja toda me­lancolía y tristeza.

En cualquier caso, donde más abundantemente trata Pe­rucho de D. Eugenio d'Ors es, naturalmente, en OR. En él piensa con cierta tristeza a la vista de las casas solariegas que sólo el hereu recibe (OR 20); cita su libro sobre el Ba­rroco (OR 25); recuerda la observación d'orsiana sobre có­mo, «durante mucho tiempo, hablar en Europa de civiliza-

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ción era referirse exclusivamente a un orden cultural pro­pio» (OR 52), con cierta minusvaloración hacia las culturas externas a ese ámbito; al hablar de Francesc Pujols, el insó­lito autor de La Hiparxiología pragmática y que diseñara aquella Sumpéptica, o Ciencia General Catalana, amén de fundador de la inefable revista humorística Papitu (que Pe­rucho reeditara, por cierto), se nos dice que era amigo de d'Ors (OR 101); hablando con alguna emoción de Laura Al­béniz, hija de Isaac Albéniz, y medio familiar suya, por par­te de madre, recuerda su muerte en 1944 y cómo Xenius le dedicó una «glosa» (OR 140); con motivo de la «mentalidad primitiva» de Lévy-Bruhl, trae a colación lo que d'Ors lla­maba en su Ciencia de la Cultura «la irrupción de la Subhis­toria en la Historia» (OR 144); nuevamente recuerda, por extenso, el gran libro d'orsiano, reeditado por Gallimard, Du Baroque (OR 148-149).

Lo que más interés tiene -y a ello se aludirá en el texto más adelante-, es la mención, doblemente repetida (OR 113 y 203, éste cerrando el libro), orgullosa, de la carta que le enviara Xenius cuando Perucho le remitiera El Medium: fue su espaldarazo cqmo poeta.

(2) Cuando Perucho tenía 22 años, en abril de 1943,vuelve del exilio Caries Riba y se establece en su casa de la calle República Argentina, al pie del Putxet. Allí le visitará Perucho. Es una zona emocional para el joven escritor, pues, no muy lejos de allí, en un colegio de los hermanos de La Salle, estudiaría y vería crecer su adolescencia (puede verse un recuerdo muy emotivo de esa época en el prólogo que le puso al libro de Elvira Farreras Adeu, Putxet, recogi­do en su Les delícies de /'oci, Laia, B., 1984, pp. 41-45).

Riba acoge al joven poeta, que se hará no sólo discípulo, sino amigo suyo. Gracias al maestro será como Perucho asista a los congresos de poetas organizados por Ruiz Gi­ménez y Pérez Villanueva (años 1952 a 1954), en Segovia, Salamanca y Santiago: aunque fuera decisión muy discutida en los medios nacionalistas del momento, Riba apostó por abrir el auditorio posible de la lengua y cultura catalanas; fue por esa misma razón por la que alentó igualmente a Pe­rucho a presentarse al Premio Ciudad de Barcelona de poe­sía, en el año 1954, que Perucho ganó con El Medium: el premio era verdaderamente oficial, pero, como Perucho le cuenta a Carlos Pujo!: «El [Riba] creyó que en aquel mo­mento era una cuestión de supervivencia literaria. Me dijo, en palabras textuales, que me presentase a todas las ocasio­nes sin agradecerlas» (Pujo!, Carlos, Juan Perucho. El mági­co prodigioso, Servicio de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Barcelona, 1986, p. 36. Es el mejor estudio de conjunto sobre la obra de Perucho y la mejor ayuda para iniciarse en tan compleja singladura).

En Incredulitats i devocions, versión catalana curiosamen­te posterior a la castellana Galería de espejos sin fondo (aquélla lo es en edicions 62, B., 1982, y ésta lo fue en Desti­no, B., 1963, y la razón editorial parece ser el que aquélla era ya inencontrable), se puede ver la altísima significación que Perucho otorga a Riba con respecto a él mismo y a toda su generación poética: «En aquest sentit fou un mestre. En­senyit que era el que no podia fer en poesia. És a dir, va ex­cloure de la poesia allo que no era poesia, el que era llast, propaganda, escoria inútil. Després, en l'ample camí de la poesia, el poeta era lliure» (ID 47; el trabajo completo, titu­lado «Caries Riba en el record», ocupa de la p. 46 a la 48).

(3) Carlos Pujo!, o. cit., p. 29, cuenta cómo Perucho seinició en la revista Alerta, publicación del S.E.U., dirigida por Francesc Espriu, hermano de Salvador, a la que le insu­flaron la cultura más moderna de la época. A pesar de una reprimenda del pintor José Santamarina, hermano de Luys, a Perucho por ocuparse de los impresionistas, éste siguió escribiendo sobre Picasso, Miró, le douanier Rousseau, etc.

Tras el vacío crítico que siguió a sus dos primeras nove­las, una vez abandonada la poesía que le diera algún nom­bre, tras comprobar que su narrativa no tenía nada que ha­cer frente a la hegemónica de esos finales de los '50 y co-

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mienzos de los '60, Perucho volverá a la crítica de arte, en la que alcanzará notoriedad e influencia, especialmente desde su sección del diario Destino. Ha publicado libros específi­cos sobre el tema, como El arte en las artes (Danae, B., 1964), Gaudí, una arquitectura de anticipación (Polígrafa, B., 1968), Juan Miró y Cataluña (idem), La cultura y el mundo vi­sual (Táber, B., 1968), etc. Como curiosidad, y dada la rele­vancia que actualmente ha adquirido, puede decirse que Pe­rucho ha sido de los primeros en atender, en nuestro país, a la cultura del diseño.

Aparte de esto, en sus libros misceláneos rara es la vez que no introduce notas sobre pintores, especialmente del área catalana. Así, ocurre, en mayor o menor proporción, en Les delícies del oci, ya cit., en ID, en OR, en Carnet d'un diletant (Eliseu Climent, Valencia, 1985) y en Museu d'om­bres, ya cit., donde un apartado lleva precisamente el título de «Pictor christianus eruditus», pp. 137-154.

(4) Los libros iniciales de su poesía son: Sota la sang(Caries Pisas, Ed., B., 1947), Aurora per vosaltres (Óssa Me­nor, B., 1951), El medium (Óssa Menor, B., 1954) y El país de les meravelles (Joaquim Harta, B., 1956). Una buena se­lección es la Antología poética que preparó José Corredor­Matheos y prologó Antoni Comas (Polígrafa, B., 1970); también, la hecha por Leopoldo de Luis bajo el título Poe­sía. 1947-1981 (Plaza & Janés, B., 1983).

(5) Inesperadamente, tras un largo silencio, Peruchovolvió a la publicación de poesía: Quadern d'Albinyana (Edi­cions deis Quaderns Crema, B., 1983), e ltineraris d'Orient (edicions 62, B., 1985). A lo que parece (cf. «Libros» de El País, IX, n.º 410 -10/IX/87-), Ed. La Malgrana prepara otro volumen poético que se titulará La medusa (p. 8).

(6) Las siglas que en (*) vienen como LC, HN, P, CKy GC.

(7) Id., la sigla C; es una antología de relatos proceden­tes de GESP, Nicéforas y el grifo (Táber, B., 1968; anuncia su reedición Ed. Destino), y Roses, diables i somriures (Des­tino, B., 1965; apareció traducida en Táber, B., 1970, y hay una edición reciente, 1986, en Edicions del Mali, B.). Bajo esta rúbrica también debería incluirse HSB, así como los cuatro relatos incluidos en Minuta de monstruos, Almarabú, M., 1987.

(8) Diana i la Mar Morfa (Atzavara, B., 1953; luego pasóa Roses, diables i somriures, cit. en la nota anterior).

Se anuncia su reedición castellana en Ed. Mondadori. Po­drían ser la base de unas largas Memorias familiares que Pe­rucho prepara en la actualidad.

(9) Aparte de lo citado en la n. 3, El arte de las artes(Danae, B., 1964).

(10) Discurs de f'Aquitania i a/tres refinades perversitats(Edicions deis Quaderns Crema, B., 1982). Más técnico, ha escrito con Néstor Luján, El libro de la cocina española (Da­nae, B., 1970).

(11) Aquí podrían incluirse, entre otros, ID, OR, Carnetd'un diletant, ya cit., etc.

(12) Me refiero a TC.(13) Esto es, SV.(13 bis) Son, sobre todo, BF y BO, a la espera de qué

sea el anunciado (por «Libros» de El País citado en n. 5) Monstres/Erudicions, que sacará, a lo que parece, Enciclope­dia Catalana.

(14) Es LB.(15) En Nicéforas y el grifo (que también se anuncia que

reeditará en breve Ed. Destino) viene «El diario de guerra de Xaconín» (recogido en C 83-86). Este guerrillero carlista bajo la enseña del barón de Erales surge con alguna fre­cuencia en los escritos de Perucho; así lo encontramos en Grecia (LB 191-196) y, ya anciano y ayudando al comisiona­do secreto Dr. Bonpoing, en la Venecia del Barón Corvo (LB 221); lo vemos fugazmente en compañía de otro comi­sionado secreto, Pedro Felipe Monlau, blandiendo una ci­mitarra y liberando a Alfredo Darnell de su secuestro en la «Torre de los Siete Jorobados» (guiño nevillesco que viene

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en GC 103); sabemos que era amigo del eruditísimo D. Juan Segarra y Coll, autor del tan olvidado Bellezas de laDiscreción y Rasgos de la Providencia (Impr. de Feo. Arís,Tarragona, 1858), quien le corrigiera a Xaconín el estilo, al­go campestre, producto de sus correrías campesinas cuandola carlistada, de sus Memóries (HSB 87-88); finalmente, apa­rece como conversador de las tertulias que en Albinyanamontara Antonio de Montpalau, el héroe de HN, cuandopor allí pasara a tomar baños en un balneario que nuncaexistió (HSB 94-95). Pero aquí surge un enclave, Albinyana,donde Perucho tiene una casa de campo, una de cuyas alasviene del tiempo de los romanos, donde se aúnan sus deco­raciones originales con el arte más moderno, en una mez­cla, por lo demás, muy peruchiana. Es fama que la tal casa,como algunas inglesas, tiene fantasma, quizá el de Antoniode Montpalau. En cualquier caso, es tema éste, el de Albi­nyana -recuerden el Quadern d'Albinyana citado en n. 5-,que exigiría un desarrollo demasiado amplio como para serabordado aquí.

(16) Claude Kappler, o. cit., Payot, París, 1980.(17) O. cit., (subtitulada «Una excursión por la zoología

fantástica»), Espasa-Calpe, M., 1963. (18) Por ejemplo, en Rosas, diablos y sonrisas (manejo

la ed. de Edicions del Mali, 1986), pp. 131-135 y pp. 136-141; igualmente, en Carnet d'un diletant, ya cit., p. 27, y en Lesdelícies de l'oci, también cit., p. 112.

(19) Así, por ejemplo, Pere Gimferrer, en su «Prólogo»a la ed. de Alianza/Enciclopedia Catalana, dice: «Entre las novelas de Perucho, Libro de caballerías es, por un lado, la más grave y menos lúdica, y, por otro, la más cercada técni­camente al poema en prosa» (LC, ii).

(20) GC 68-69.(21) HN 188-189.(22) HSB 105.(23) P 93. (24) BF 100.(25) LB 174.(26) TC, uno de los libros capitales para comprender la

vertebración sociocultural de la obra de Perucho, va dedica­do «A la memoria del general Lluís Faraudo de Saint Ger­main» (TC 5). Fue uno de los increíbles «comisionados se­cretos» que circulan la Cataluña decimonónica hacia Orien­te y, a la vez, LB, ese «viaje con espectros»; perteneció a la Reial Academia de Bones Lletres de Barcelona, así como al Institud d'Estudis Catalans (TC 46). No parece el momento de adentrarse por esta «afinidad electiva» (y yo diría que «afectiva»). Baste decir que, si se siguiera por aquella vieja afición gastronómica de Perucho, conviene saber que Fa­raudo de Saint Germain, experto como era en literatura ca­talana antigua, publicó el manuscrito valenciano del que puede ser el tratado de cocina catalana más antiguo que se conoce -y que sería también el más antiguo de toda la península (s. XIV)-, el Libre de Sent Soví.

Esta afinidad de elección también arrastra otra de afec­ción, en la que no voy a entrar, por ser siempre, sobre hipo­tética, vidriosa, y muy dada a la exorbitación. Pero quien quiera navegar tan prohibidos mares, sepa que las pistas textuales pueden ser LB 174 y 99-100, de donde se debe pa­sar a C 231 y 216, y quizá por ese orden. Parodiando aquel pórtico que Inmanuel Kant pusiera a su Crítica de la RazónPura, parece conveniente que de illo ipso silemus.

(27) C 149-152; cf. sobre el mismo, C 153-56 y 157; OR160 y HSB 54.

(28) Recientemente se ha editado la correspondenciaque Mariano Pardo de Figueroa, «Doctor Thebussem», man­tuvo con José Castro y Serrano, «Un Cocinero de Su Majes­tad», uno de los periodistas más celebrados de la época y autor, entre otros libros, de La novela del Egipto, crónicas reunidas con motivo de la apertura del Canal de Suez, y premiadas por un jurado que elogió el sentido de la obser­vación, el espléndido trabajo de campo y su información de primera mano, siendo así que Castro y Serrano no se había

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movido de su domicilio, aunque, eso sí, echándole una ma­no la hija de Gayangos en el acceso a la biblioteca paterna. Las cartas gastronómicas cruzadas entre «Dr. Thebussem» y «Un Cocinero de S.M.» han aparecido bajo el título La MesaModerna, en la Ed. Laia, B., 1986. Próximamente, Ed. Alta Fulla reeditará La novela del Egipto, en su colección «Bi-blioteca».

(29) Una sugerente iniciación al tema es la de O. Paz,Los hijos del limo (Seix Barral, B., 1981, 3." ed., ampliada).

(30) Gallimard, P., 1967.(31) Azanca/Júcar, M., 1987.(32) Cit. en n. 4.(33) Cf. n .. l.(34) Cf. J. Kristeva, «Para una semiología de los para­

gramas», en Semiótica 1 (Fundamentos, M., 1978), pp. 227-269; ID., «Poesía y negatividad», parágr. «El discurso ex­tranjero en el espacio del lenguaje poético: La intertextuali­dad. El paragramatismo», en Semiótica 2, ibid., pp. 166 y ss.; ID., «Semanálisis y producción de sentido», en J. Greimas y otros, Ensayos de semiótica aplicada (Planeta, B., 1976), pp. 273-306.

(35) El propio Perucho reeditó la obra para su colecciónde la Ed. Táber, en 1968.

(36) Hay una edición reciente en Alta Fulla, B., 1984(facsimilar).

(37) Editada originariamente por Bergnes de las Casas,en su imprenta de la e/ Escudellers, en 1836, la reeditó Ma­nuel Alvar para la Nueva Biblioteca de Autores Aragoneses (1981). También está prevista su reedición facsimilar en Ed. Alta Fulla. Sobre Bergnes puede consultarse S. Olives Ca­nals, Bergnes de las Casas, helenista y editor (1801-1879), Es­cuela de Filología de Barcelona, C.S.I.C., 1947.

(38) Cf. Métrica española (Guadarrama, M.-B., 1974),p. 44, 420 n. 16, et passim'. Aparte de en LB, también vieneen GC 114-115 y 185, y TC 46. Sobre su influencia en Ru­bén Daría, cf. Arturo Marasso, Rubén Darío y su creaciónpoética, Kapelusz, Bs. As., 1954.

(39) Por ser ed. recientemente, cf. Carolina Coronado,Treinta y nueve poemas y una prosa, edición, estudio y co­mentarios de G. Torres Nebrera, Editora Regional de Extre­madura, 1986.

(40) P 36, 43-47, 143, 155-157.( 41) Pp. 119-122.(42) HN 110 (evidentemente, aparece asentado en el

«Indice onomástico» final, HN 304). De él tenemos más no­ticias en TC 31 y 64, así como en OR 11 y 99.

(43) Esto lo ha estudiado muy atinadamente Juan M.Bonet, «La España de Juan Perucho», en Pasajes, 5 (1986), pp. 19-30.

(44) Cf. n. 4. (45) Cf. G. Bataille, El erotismo, Tusquets, B., 1979.(46) Cit. por R. Buckley, Raíces tradicionales de la nove-

la contemporánea en España (Península, B., 1982), p. 230; este libro contiene un par de aportaciones, sobre «La «ma­teria de Cataluña» en la obra de Joan Perucho», pp. 211-232, una, y, otra, el «Epílogo bizantino» [sobre CK], pp. 233-243, perfectamente iluminadoras y de lectura imprescindible.

(47) El concepto lo ha explicitado Julia Kristeva. Para ellector español, lo más accesible es consultar su Semiótica 1y 2, ya cit., que dispone incluso de un «Indice por materias» (t. 2) muy orientativo y de gran utilidad.

(48) Perucho, en TC 137, no puede dejar de citar a An­tonio Rubió y Lluch, hijo de D. Joaquín Rubió y Ors, a quien se cita en la n. 1 de este trabajo, abuelo de Eugenio d'Ors y -según GC 131- «alma gemela de don Marcelino Menéndez y Pelayo»: precisamente disertará Rubió y Lluch, en el Homenaje a Menéndez Pe/ayo de 1899, sobre có­mo la máxima expansión de la lengua catalana coincide con las gestas de la Companyia Catalana a l'Orient, de 1302 a 1311. Por otra parte, en TC 37, Perucho indica el engarce entre la Companyia y LC.

(49) HSB 157-176.