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Poder, Verdad y Sujeto en
la obra de Michel Foucault
Alessandro Demurtas
4
Libre adaptación y traducción del Acta final, dirigida
por Sandro Mezzadra, de la Licenciatura en “Culturas
y Derechos Humanos” de la Facultad de Ciencias
Políticas de la Universidad de Bolonia – Alma Mater
Studiorum, presentada por el autor el día 18 de marzo
de 2005.
5
El autor: Alessandro Demurtas se ha licenciado en
“Culturas y Derechos Humanos” en la Universidad de
Bolonia (Italia) en 2005 y se ha especializado en la misma
Universidad en “Cooperación internacional, regulación y
tutela de los derechos y de los bienes etno-culturales” en
2007. Master en “Relaciones internacionales” en el
Instituto de Barcelona de Estudios internacionales (IBEI)
en 2008 y Master en “Relaciones internacionales,
seguridad y desarrollo” en la Universidad Autónoma de
Barcelona en 2009. Actualmente prepara su tesis doctoral
en “Relaciones internacionales e integración europea” en
la misma Universidad y es analista geopolítico para la
revista especializada “Equilibri.net”.
6
7
ÍNDICE
Introducción p. 9
Poder y Saber p. 23
Los modelos p. 43
La creación de los personajes p. 56
Referencias bibliográficas p. 79
8
9
INTRODUCCIÓN
El método, la problematización y el tema de la
Verdad
La obra de Michel Foucault es una “Historia crítica
del Pensamiento”, entendida como el análisis
detallado de las condiciones que intervienen en la
formación de las relaciones entre Sujeto y Objeto de
conocimiento (de ahora en adelante, sujeto y objeto).
El pensamiento no coincide con las ideas – que son
un sistema de representación – ni con la mentalidad
(que es el conjunto de las actitudes y de los
esquemas de comportamiento) sino, más bien, es el
nexo en el que el sujeto y el objeto se relacionan,
creando la posibilidad del Saber.
El fulcro de la investigación foucaultiana es la
determinación de las formas de “subjetivización”,
entendida como la normalización del sujeto: qué
10
status tiene y debe tener, qué posición debe ocupar
en el mundo real y en el de la imaginación para
convertirse en el sujeto legítimo de cualquier tipo de
conocimiento, son algunas de las cuestiones que
pretende responder el filósofo. Otro punto central es
la determinación de las condiciones en las que un
objeto puede ser problematizado como objeto de
conocimiento y el procedimiento que ha atravesado
para llegar a serlo.
El método de Michel Foucault consiste en analizar
las relaciones mudables entre, por una parte, la
subjetivización y objetivización y, por otra, entre
subjetivización y sometimiento. Estas vinculaciones
están determinadas por los “juegos de la Verdad”,
históricamente variables, que dictan las condiciones
culturales según las cuales los enunciados de un
sujeto determinado se catalogan como verdaderos o
falsos. Esta es una tentativa de trazar la historia de la
subjetividad a través del análisis de los juegos de la
Verdad, permitiendo que el sujeto sea objeto de
conocimiento, y a través de la individuación de los
11
«procesos de subjetivización y objetivización que
permiten que el sujeto pueda volverse, en cuanto
sujeto, el objeto del conocimiento1» (traducción
propia*).
La investigación de Foucault ha seguido tres
orientaciones en relación a los distintos juegos de la
Verdad: mientras que en Las palabras y las cosas de
1966 el análisis se centra en el sujeto que vive,
habla, y trabaja, en obras como Historia de la
Locura (1961), Nacimiento de la clínica (1963) y
Vigilar y Castigar (1975), la investigación se
focaliza en los juegos de la Verdad que determinan
la separación normativa que hace que el sujeto sea
objeto del conocimiento (el loco, el enfermo y el
1 Foucault M. (1998), “Foucault”, en Pandolfi A. (ed.),
Archivio Foucault 3. 1978-1985 Estetica dell’esistenza,
etica e politica, ed. Feltrinelli/ Campi del Sapere, pp.
248-261.
*Todas las traducciones del presente trabajo son propias,
dado que el texto original ha sido elaborado a partir de la
utilización de los textos traducidos al italiano. Por ende,
de ahora en adelante, se omitirá precisar que la
traducción es propia, excepto en los casos explícitamente
señalados.
12
delincuente) de prácticas como la psiquiatría, la
medicina y el derecho penal. Este segundo campo de
investigación es el tema central del presente trabajo,
que pretende estudiar la locura y la delincuencia,
estados de la subjetividad que tuvieron (y tienen) en
el asilo psiquiátrico y en la cárcel sus instituciones
históricamente caracterizadoras.
La última fase de la investigación del filósofo de
Poitiers puede definirse como el intento de
individuar una estrategia ética que permita al sujeto
auto-constituirse gracias a una “práctica de sí”
entendida como momento esencial de construcción
de su propia identidad. El análisis del juego de la
Verdad en el que el sujeto está en estrecha relación
consigo mismo lleva a Foucault a escoger la
sexualidad como el objeto privilegiado de estudio en
la obra Historia de la Sexualidad, dividida en tres
partes: La voluntad de Saber (1976), El uso de los
placeres (1984) y El cuidado de sí (1984). A lo largo
de los veinticinco años de su investigación, Foucault
renueva constantemente el enfoque analítico sobre la
13
base de una ininterrumpida y multiforme
problematización de lo que se ha definido como el
objeto del conocimiento, especialmente cuando se
ha identificado con el sujeto.
La mirada crítica hacia el pasado y el presente ha
permitido al filósofo tomar distancia respecto a los
análisis históricos tradicionales, creando un original
trabajo interpretativo basado en la problematización
de las situaciones y de los contextos analizados.
Cada forma de acción y de reacción nunca es dada
por cierta, sino que es interpretada a través de las
relaciones que se instauran en las prácticas sociales,
políticas y económicas de cada contexto histórico.
Con el uso de tres disciplinas históricas como la
genealogía (entendida como la teoría de las prácticas
de poder), la arqueología (la teoría de las formas
discursivas del saber) y la ética (el estudio de la
subjetividad), entrelazadas gracias al concepto de
problematización – en la que el sujeto se da como
sujeto y como objeto del pensamiento – Foucault
pretende estudiar cómo y dónde se sitúa el sujeto
14
humano en el recíproco condicionamiento del Saber
y del Poder en la historia.
El hilo conductor de este análisis interpretativo de
la historia de la subjetividad es la continua búsqueda
de la Verdad que se esconde detrás de las dinámicas
históricas aparentemente más imperceptibles (para
usar palabras de Foucault, “microfísicas”) de la vida
cotidiana, escondidas en las vidas de los hombres
“infames” que tienen una existencia humilde, por no
decir insignificante, y en las relaciones cotidianas
que constituyen nuestras vidas. Es una Verdad que
hay que buscar en los efectos de las ideologías
religiosas y políticas, así como en el interior de las
instituciones sociales en las que los seres humanos
pasan la mayoría de su tiempo (escuela, trabajo,
familia) o en las instituciones que representan lo que
la sociedad considera como “Otro”, excluyéndolo y
confinándolo en asilos psiquiátricos y cárceles. Es
una Verdad que, debido a su complejidad, no puede
resumirse en una fórmula sintética: no tiene lugar, y
por esto Foucault termina buscándolo dentro del
15
mismo sujeto pensante, y cambia en función de la
interacción entre las prácticas socio-económicas y
los imaginarios colectivos. La mayor innovación del
filósofo reside en la conciencia de que la Verdad, así
como cualquier tipo de conocimiento históricamente
posible, es una construcción que depende de la
forma en la que las prácticas de Poder y las
relaciones de Saber se dan al interior de cada cuerpo
social inconsciente frente a sus condicionamientos y
a sus refuerzos recíprocos.
Foucault ha confrontado el Pensamiento a las
incertidumbres y a sus propias dudas, desarrollando
un largo trabajo de crítica y problematización sobre
su historia e identidad, intentando deslegitimar cada
conocimiento dado como cierto e inmudable, para
empezar a entender hasta qué punto es posible
empezar a pensar de forma distinta. Para hacer esto
él toma distancia respecto a cualquier filosofía
trascendental de corte kantiano, centrada en
estructuras universales que definirían tanto al
conocimiento como a la acción moral, y utiliza el
16
método arqueológico, interpretando analíticamente
cada discurso o evento histórico que condicionan
nuestra forma de pensar, decir y actuar: «la filosofía
como problematización de la actualidad y como
interrogación, por parte del filosofo, de esta
actualidad a la que pertenece y respecto a la cual se
tiene que situar, podría caracterizar la filosofía como
discurso de la modernidad y sobre la modernidad2».
La reconstrucción arqueológica del pasado va
acompañada por un diagnóstico genealógico del cual
emerjan las formas históricas con las que
problematizar la modernidad: arqueología y
genealogía son dos perspectivas distintas que se
centran en el mismo objeto de análisis. La primera
examina la dinámica de los discursos y
procedimientos de control que delimitan el espacio
del sentido y de la verdad, mientras que la segunda
se centra en la producción material y concreta de los
2 Foucault M. (1998), “Che cos’è l’Illuminismo?”, en
Pandolfi A. (ed.), Archivio Foucault 3. 1978-1985
Estetica dell’esistenza, etica e politica, ed. Feltrinelli/
Campi del Sapere, p. 255.
17
discursos y en su rarefacción en relación a cada
contexto histórico (y no en sus regularidades). La
arqueología analiza el plano de los discursos
considerados en su autonomía, la genealogía
focaliza los efectos y las capacidades de los
discursos para aislar un grupo de objetos insertados
en un contexto de prácticas de poder y relaciones de
saber que les impide ser autónomos. El uso
combinado de estas dos prácticas de estudio permite
estructurar al pensamiento crítico en una ontología,
articulando las nociones de sujeto y de “nosotros” –
entendido como un conjunto cultural característico
de su propia actualidad y no como grupo humano,
tradición o doctrina – para analizar los procesos
externos en la complejidad de su formación y el
recíproco condicionamiento de cada formación
social.
En Historia de la locura, Foucault se interesa en la
posibilidad de análisis de la verdad, subrayando que
desde la Edad Media hasta el siglo XIX nunca se
dieron las condiciones para un conocimiento de la
18
locura, que nunca fue objeto de algún discurso. El
propósito es insertar su investigación en el marco de
la filosofía que él define como “ontología del
presente”, de nosotros mismos, de la actualidad,
cuya pregunta esencial es “¿Qué es realmente
nuestra actualidad? ¿Cuál es el abanico actual de las
experiencias posibles3?”, involucrándose en un
campo mucho más amplio que el de la analítica de la
verdad.
Este trabajo, como ya se ha mencionado, se centra
en la obra Historia de la locura, que representa una
historia del Otro, que al mismo tiempo
- es interno a la razón porque es un posible estado en
el que podría encontrarse en algún momento,
- y externo a ella, porque es extraño a los parámetros
establecidos de normalidad.
3 Ibídem, p. 257.
19
Hay que excluir al Otro para que no se transforme
en un peligro interno, incluyéndolo en los
mecanismos sociales que puedan reducir su
extrañez: Foucault quiere arrojar luz en las
situaciones históricas en las que la locura ha sido
sometida por siglos, para rendir justicia al mundo de
la anormalidad, aislado del universo de la razón por
parte del hombre “racional”.
Este análisis quiere demostrar como la locura y el
asilo psiquiátrico tienen una historia a menudo
interconectada, y otras veces divergente, con la de la
prisión y de la delincuencia: esta última es el tema
de análisis de Vigilar y Castigar, que ofrece una
genealogía de las formas del castigo, pasando de la
exclusión bajo el modelo-lepra a la exclusión de la
ciudad plagada, para llegar a la integración
normativa – cuyo modelo es el hospital psiquiátrico
– en la que la normalización y la disciplina interior
se substituyen a la violencia pública, y acabando en
el modelo panóptico, inventado por Jeremy Bentham
en 1791.
20
El Panóptico es el «principio general de una nueva
anatomía política en la que el objeto y el fin no son
las relaciones de soberanía, sino las relaciones
disciplinarias4», difusas y polivalentes en toda la
sociedad. El objetivo del poder disciplinario es el
cuerpo del individuo, sobre el cual diversos
dispositivos introducen una vigilancia continua para
que se mantenga dócil, obediente, eficiente y útil.
Para lograr estos resultados, el poder crea un
universo que sumerge el prisionero en un
microcosmos donde sus gestos y sus actitudes más
imperceptibles son sectorializadas, encasilladas y
catalogadas dentro de un marco de conocimiento
que, a la vez, es fortalecido por las relaciones de
poder que se instauran dentro de la misma
institución.
Se analizarán dos obras en las que el individuo-
sujeto es objetivizado como posible objeto del
4 Ibídem, p. 261.
21
conocimiento y sometido a mecanismos típicos de
instituciones únicas y que encuentran en estos
procesos de objetivación y sometimiento su
legitimidad histórica. El asilo psiquiátrico y la
prisión generan ulterior locura y delincuencia, no
representando un remedio real para ellas, ya que el
loco es la verdad del manicomio y el delincuente es
el fundamento de la prisión. Ellos representan la
esencia del universo punitivo-correctivo, simbolizan
la potencia que encierra y castiga, son el objeto por
excelencia de prácticas de Saber y de Poder que se
refuerzan sólo si se demuestran capaces de producir
figuras subjetivas como el loco y el criminal.
Como veremos más adelante, el loco ha cambiado
de status a lo largo de la historia en función del
significado que ha ido asumiendo en el imaginario
colectivo, mientras que la delincuencia es el fruto de
una particular situación histórica de la segunda
mitad del siglo XVIII: la eterna relación entre el
hombre y la locura/criminalidad es el producto de
los cambios sociales, culturales, políticos y
22
económicos que se han dado a lo largo de la historia,
y esta es la tesis central que Foucault quiere
sustentar en la arqueología del silencio y la
genealogía del poder.
23
PODER Y SABER
La definición foucoultiana de Poder es importante
para entender su metodología – su análisis
interpretativo – y para medir la distancia que el autor
toma respecto a los postulados tradicionales del
gauchisme: «el Poder es la matriz general de las
relaciones de fuerza que se dan en una sociedad en
un momento dado5». El Poder no es un objeto, un
trofeo o el control al que las distintas instituciones
someten a sus ciudadanos. El ejercicio del Poder se
pone de manifiesto como una afección, ya que una
fuerza se define según su capacidad de afectar a las
5 Dreyfus H., Rabinow P. (1989), La ricerca di Michel
Foucault, ed. Ponte delle Grazie, p. 212.
En este punto del trabajo es oportuno hacer una
aclaración estilística: por Poder con la “P” mayúscula se
entiende lo que está descrito precisamente en esta cita.
Cuando en el trabajo se hace referencia a un poder
particular, la letra inicial será minúscula. Al mismo
tiempo, cuando se habla del Saber general que ocupa una
parte importante de la investigación, la inicial será
mayúscula; y minúscula, en los demás casos.
24
demás fuerzas y de ser afectada por ellas. Podemos
tener afecciones activas (incitar, suscitar, producir) o
pasivas (ser incitado, ser suscitado, ser llevado a
producir). Como afirma el mismo Foucault, «el
ejercicio del Poder… se da en la actuación de
algunos sobre otros. Lo que significa, naturalmente,
que algo llamado Poder, con o sin la letra
mayúscula… existe sólo durante el acto6». El Poder
siempre es una acción sobre una acción actual o
eventual de otro sujeto libre, individual o colectivo. .
El Poder es entonces un conjunto de relaciones
desiguales y multidireccionales que no se puede
intentar organizar ni describir en una teoría única:
opera de arriba abajo y viceversa, estando abierto a
toda eventualidad y conectado a una microfísica de
relaciones fluidas y no localizables que se
entrelazan, se repiten, se imitan, convergen o se
apoyan recíprocamente. De esta manera forman un
6 Foucault M. (1989), “Il soggetto e il potere”, en
Dreyfus H., Rabinow P. (1989), La ricerca di Michel
Foucault, ed. Ponte delle Grazie, pp. 235-254.
25
conjunto de técnicas minuciosas que definen una
particular investidura política del cuerpo. «El único
problema está en el darse una matriz de análisis que
permita una analítica de las relaciones de Poder7», a
través de la cual el genealogista pueda llegar a una
diagnosis de las relaciones que interfieren en el
Poder, Saber y Cuerpo en la sociedad moderna.
Estamos muy lejos del método histórico
tradicional, ligado a la metafísica de los orígenes y
de las leyes universales de la humanidad como
Progreso, Desarrollo, Verdad y Libertad. Foucault
intenta escribir la historia efectiva y profunda
constituida por las relaciones de fuerza siempre
activas en los distintos momentos históricos, una
historia formada por los detalles más ínfimos y los
cambios más imperceptibles, que desvela su
significado más profundo en las prácticas que han
sido tradicionalmente consideradas como
superficiales y sin importancia. A través de su
7 Ibídem, p. 210.
26
trabajo analítico, el genealogista descubre que los
significados más profundos y escondidos de la
realidad son puros artificios, interpretaciones
impuestas por otros sujetos y no dictadas por la real
naturaleza de las cosas. El núcleo conceptual de la
analítica interpretativa reside en la consciencia de
que la historia es una cadena discontinua de estas
interpretaciones no condicionadas por las doctrinas
de Desarrollo y Progreso.
Gilles Deleuze reconoce a Foucault el mérito de
haber sido «el primero en inventar esa nueva
concepción del Poder que había sido buscada [por
los históricos de izquierda contemporáneos] sin que
nadie pudiese encontrarla ni enunciarla8», que lo
lleva a abandonar los postulados esenciales del
pensamiento de izquierdas. En los seis puntos
siguientes se explica como la definición de Poder
toma la distancia de la izquierda francesa
contemporánea al filósofo de Poitiers:
8 Deleuze G. (2002), Foucault, ed. Cronopio, p. 41.
27
1. postulado de la propiedad: para Foucault el
Poder no es propiedad de la clase que lo ha
conquistado dado que es pura estrategia; puede ser
ejercido pero puede ser poseído y sus efectos son
atribuibles a maniobras, técnicas y funcionamientos,
pero no a la apropiación;
2. postulado de la localización: el Poder no
tiene lugar privilegiado alguno como fuente y no
está localizado en ningún aparato estatal; al
contrario, atraviesa cada aparato e institución, para
luego reconectarlos y hacerlos converger. El estado
es la resultante última de los múltiples engranajes
situados a niveles distintos que constituyen una
microfísica del Poder;
3. postulado de la subordinación: el Poder no
está subordinado a ninguna estructura, modo de
producción o instancia económica sino que, al revés,
la economía entera presupone en su interior los
mecanismos de poder que actúan sobre el cuerpo y
28
el alma de los sujetos, condicionando las relaciones
de fuerzas y productivas;
4. postulado de la esencia: «el Poder no tiene
ninguna esencia, es operativo. No es un atributo…
que calificaría los que lo poseen (dominantes)
distinguiéndolos de los sobre los que se ejerce
(dominados)… Es una relación9» que atraviesa las
fuerzas dominadas y dominantes. A este propósito,
las Lettres de Cachet (traducibles como “Cartas del
Sello”) de 1692 son un ejemplo emblemático,
porque el albedrio del Rey es solicitado por las
personas más humildes como vecinos y parientes del
acusado, y no se ejerce de arriba abajo como si fuera
un atributo trascendente del poder regio;
5. postulado de la modalidad: el Poder no
actúa a través de la ideología, aunque se ejerza sobre
las almas, y cuando se ejerce sobre los cuerpos no lo
hace con la violencia o la represión (estas son la
9 Ibídem, p. 44.
29
relación de una fuerza sobre algo o alguien, pero no
constituyen la relación entre dos fuerzas, como se da
en los actos de suscitar, incitar, serializar y
normalizar);
6. postulado de la legalidad: el poder del
estado no se expresa a través de la ley que se opone
a la ilegalidad con el simple hecho de definirla,
excluyéndola. La contraposición entre legalidad e
ilegalidad tiene que ser substituida por la relación
entre leyes e ilegalismos: las primeras son una
gestión de los segundos que a menudo son
inventados y construidos como privilegios de la
clase dominante y, en otras circunstancias, son
tolerados como compensación para las clases
subordinadas. A lo largo del siglo XVIII hay una
nueva distribución de los ilegalismos por dos
razones: en primer lugar las infracciones se
concentran siempre más sobre la propiedad en lugar
que sobre la persona; en segundo lugar, la
formalización del poder disciplinario permite la
30
primera definición de la delincuencia, causando una
nueva gestión y diferenciación de los ilegalismos.
Es un Poder radicado en los lugares y en las
situaciones cotidianas que, a primera vista,
definiríamos como insignificantes y privadas de
valor histórico: la fábrica, la prisión, la escuela, la
familia, el hospital y todas las demás instituciones
infra estatales (colocadas en entremedio entre lo que
es estatal y lo que no lo es) son lugares donde los
objetivos de segregación y de inclusión en la
normalidad se consiguen con el ejercicio de un
Poder. El Poder es polimorfo y polivalente porque
tiene un claro rasgo económico (piénsese a la
recompensa ofrecida al obrero a cambio de su
tiempo pasado en la fábrica), una connotación
política porque quien manda da órdenes y es el
único encargado de tomar las decisiones, y un rasgo
judicial porque quien manda puede castigar o
premiar (usando el bastón o la zanahoria) según la
conducta de quien está comandado. Al mismo
tiempo, el Poder es epistemológico porque consigue
31
sacar alguna forma de conocimiento “de” y “sobre”
los individuos sometidos a su control, clasificados,
registrados y confrontados entre ellos. El carácter
epistemológico del Poder permite evidenciar uno de
los aspectos más importantes del pensamiento:
«Poder y Saber se implican directamente el
uno con el otro; no existe relación de Poder
sin su correspondiente constitución de un
campo del Saber, ni de un Saber que no
suponga ni constituya al mismo tiempo una
relaciones de Poder… El sujeto que conoce,
los objetos a conocer y las modalidades del
conocimiento son efectos de estas
implicaciones fundamentales del Poder y
Saber y de sus transformaciones históricas10
».
Después de haber analizado las características del
Poder, es oportuno concentrarse en las
características del Saber, definido por Deleuze como
un “dispositivo” de enunciados y visibilidad dado
por las posibles combinaciones de estos dos
elementos propios de cada época histórica. El
enunciado no es una forma ideal o una proposición,
10
Foucault M. (1993), Vigilar y Castigar, ed. Einaudi, p.
31.
32
ni un evento o una entidad lógica, sino un “acto
lingüístico serio”, es decir, separado de las
circunstancias locales o del contexto cotidiano en el
que se inserta. Los procedimientos para su
afirmación han superado las oportunas
averiguaciones institucionales (por ejemplo, la
aprobación de una comunidad de expertos) que le
permiten pasar el límite del “se dice, se afirma”,
pudiendo ser pronunciado por cualquier sujeto. Por
ejemplo, la frase “va a llover” es normalmente un
acto lingüístico de la vida cotidiana dotado de una
exclusiva significación local, pero se transforma en
un acto lingüístico serio cuando es pronunciado por
el servicio meteorológico de la Aeronáutica, que
tiene autoridad sobre las previsiones climáticas. El
enunciado adquiere un significado relativo al campo
de utilización en el que se sitúa, y por ende no puede
analizarse aisladamente sino dentro del conjunto de
las relaciones en las que se inserta, que varía en cada
época histórica.
33
El Saber, entendido como dispositivo, es
constituido por prácticas discursivas de enunciados y
prácticas no discursivas de visibilidad. Esta es una
definición del Saber muy heterogénea – que
comprende discursos, instituciones, leyes y
reglamentos, medidas administrativas, enunciados
científicos, filosóficos, morales, construcciones
arquitectónicas – y complementaria a las estrategias
de las relaciones de fuerza junto a las que se puede
forjar no sólo el individuo entendido como sujeto,
sino también el abanico posible de objetos de
conocimiento. Desde un punto de vista
exclusivamente ontológico, de acuerdo con
Foucault, los objetos constituyen algo derivado
respecto a las formaciones discursivas, ya que estas
últimas son las que dictan las condiciones históricas
de aparición de aquéllos (nunca reconducibles a
pocos principios porque son numerosas y
estratificadas): las combinaciones entre prácticas
discursivas y no discursivas son variables en todos
los estratos pertenecientes a cada formación
34
histórica porque dependen de sus límites y
orientaciones.
En cada campo del conocimiento habrá una forma
de expresión que define el campo de lo que se puede
decir, y una forma de contenido que define el campo
de visibilidad: ambas formas se presuponen
recíprocamente, pero no son correspondientes. En
Vigilar y Castigar la forma de expresión es
representada por el derecho penal, concerniente a
todo lo que puede pronunciarse en el ámbito penal.
Éste se presenta como un régimen que clasifica y
traduce todas las posibles infracciones, siempre
reconducible a la prisión ya que le “entrega” los
prisioneros como si fueran objetos ya catalogados e
individualizados. La forma de contenido es el
ambiente carcelario relativo a lo que es visible,
porque pretende mostrar el crimen y la criminalidad
como un objeto dentro de un régimen de total luz y
transparencia.
35
El derecho penal produce los enunciados de
delincuencia prescindiendo de la prisión, siendo
derivado del horizonte disciplinario que le atribuye
el papel fundamental de llevar el criminal en el
horizonte de la normalidad-moralidad para que, una
vez libre, pueda portarse como un buen ciudadano.
El encuentro entre el derecho penal y la prisión –
que han tenido una génesis muy heterogénea – se da
en la delincuencia, que se conecta al derecho penal
si la entendemos como ilegalismo y a la prisión si la
entendemos como objeto. «Es como si la prisión
substituyera al delincuente penal otro personaje y,
gracias a esta substitución, produce y reproduce la
delincuencia al mismo tiempo de que el derecho
produce y reproduce los prisioneros11
».
Antes de entrar en el análisis que Foucault hace en
Historia de la Locura en la Edad Clásica es
relevante explicar la evolución histórica del
concepto de “policía”, elaborado por primera vez
11
Deleuze G. (2002), Foucault, ed. Cronopio, p. 87.
36
por los constitucionalistas alemanes liberal-
burgueses en el ámbito historiográfico del siglo
XIX. El concepto de policía se contrapone al estado
de derecho, representando una degeneración del
primero: la Polizey de 1800 era considerada como
un sector subsidiario a la actividad estatal y tenía su
función principal en la prevención y castigo de los
actos ilícitos a través de un aparato de investigación
e intervención en las esferas pública y privada de la
vida de los ciudadanos. En el pensamiento griego
clásico y latino, el término tenía un significado
global y omnicomprensivo: para Aristóteles la
politeia correspondía a la constitución y al
ordenamiento de la polis, mientras que Santo Tomás
interpretaba la politia ordinata como el equilibrio
global, igualitario y justo que se debe respetar
durante la vida terrena para superar el dualismo
existente entre la laicidad y la esfera religiosa. En
suma, se trataba de vivir en el continuo respeto de
los preceptos cristianos.
37
Hay que esperar al Renacimiento para que el
concepto de policía adquiera un significado técnico-
prescriptivo y activo, y no más estático y pasivo: en
la Francia del siglo XVII, unida bajo una monarquía
consolidada, se planteó por primera vez el problema
de cómo reforzar y defender el poder del Rey frente
a las demás fuerzas políticas del país, que tenían un
notable poder centrífugo ya que aspiraban a
defender o a reconquistar antiguos privilegios. La
pólice, entendida como el conjunto de actividades
gubernamentales, adquiere paulatinamente una
connotación jurídica definida y se interpreta como
el conjunto de las intervenciones con el fin de
garantizar la seguridad de los súbditos.
Por otra parte, el imperio alemán de los siglos XVI
y XVII constituía una estructura política aún frágil
en la que el respeto a las ordenanzas regias no estaba
garantizado en todo el territorio: por esta razón, el
Rey del impero alemán se servía de los príncipes
territoriales, exponentes de los varios órdenes
imperiales, que – al lado de las ordenanzas regias –
38
emitían sus propias ordenanzas policiales
territoriales, con fuerza de ley.
«Empezando por los problemas más comunes
de la vida social, como el control sobre los
pesos y las medidas, sobre las bebidas y las
comidas, sobre los mercados y las demás
actividades comerciales, sobre la seguridad y
la tranquilidad de la vida campesina, el
control de los príncipes se extendió a la
reglamentación de los problemas principales
de los nacientes estados territoriales: la
creación de un ejército estable, el aumento
fiscal, la formación de una administración
profesional, eficiente y segura, el impulso de
la actividad económica, el bienestar de los
súbditos12
».
Este proceso histórico permitió a los príncipes
apoderarse de prerrogativas decisivas respecto a la
vida de los ciudadanos a través de instrumentos
burocrático-administrativos en continua expansión:
la Polizey a finales del siglo XVII es un aparato de
poder con el fin de garantizar la existencia y la
tranquilidad del ordenamiento imperial y de su
12
Schiera P. (2004), “Stato di polizia”, en Bobbio N.,
Matteucci N., Pasquino G., Il Dizionario di Politica, ed.
UTET, p. 949.
39
población. La Polizey es el resultado de
intervenciones políticas concretas con el fin de
garantizar y, cuando necesario, restablecer el orden:
la prosperidad estatal requiere aparatos burocráticos
y militares eficientes y no puede prescindir de la
presión fiscal sobre su población, proporcional al
nivel de bienestar alcanzable. Por último, el estado
de policía es el emblema de la «política de potencia
y de bienestar13
» que quiere perseguir el orden
estatal. De esta manera, durante la época moderna
sentó las bases de su expansión sobre la
reorganización tributaria, la expansión de un ejército
estable y la centralización administrativa.
Historia de la Locura en la Edad Clásica se centra
en cómo la medicina formula los enunciados sobre
lo irracional, y en cómo el manicomio surge como
lugar para dar visibilidad a la locura: ambas formas
tiene un origen distinto porque el origen del hospital
general no es la medicina sino la pólice, y porque
13
Ibídem, p. 950.
40
durante el siglo XVII la medicina fundamentaba su
discurso en la razón y lo irracional en lugares
externos al hospital. El aislamiento de los locos nace
como un imperativo laboral, como un asunto de
pólice sin ninguna finalidad médica: la Guerra de los
Treinta Años (1618-1648) suprime la mayoría de los
beneficios económicos, provoca un aumento de la
tasación y del desempleo en las poblaciones
europeas. Las consiguientes protestas y revoluciones
minan la estabilidad social y el internamiento es
visto como una posible solución para esta crisis de la
sociedad entera. Mientras que durante periodos de
crisis el encierro sirve para la absorción de
indigentes, vagabundos, pobres, perezosos y sujetos
potencialmente subversivos, en épocas de pleno
empleo es una fuente de mano de obra barata para el
estado y los empresarios privados. El hecho de que a
menudo las prisiones y los institutos de
internamiento hayan sido confundidos, y que los
locos hayan sido encerrados indistintamente en una
u otra institución demuestra como la locura no se ha
quedado exclusivamente en el horizonte médico,
41
pasando a menudo al universo del castigo y de la
corrección.
Hasta 1785, cuando por primera vez en Francia se
da una orden médica en el mundo del internamiento,
la locura ha tenido una existencia dividida entre la
práctica del encierro – que la excluyó y la silenció –
y la práctica médica que ha intentado objetivarla en
un conocimiento positivo. «No hay ninguna
posibilidad de diálogo y confronto entre una práctica
que domina la contra-naturaleza y la silencia, y un
conocimiento que intenta descifrar la verdad de la
naturaleza… Totalmente excluida por un lado,
totalmente objetivada por el otro lado, la locura… ha
quedado sometida a la división del intelecto14
».
De este análisis emergen las formas de expresión
que están analizadas en Vigilar y Castigar y en
Historia de la Locura (derecho penal y práctica
médica) y que han tenido un recorrido histórico y
14
Foucault M. (2004), Storia della follia nell’Etá
Classica, ed. BUR Saggi, p. 175.
42
formativo completamente distinto respecto a las
respectivas formas de contenido (la prisión y el
manicomio): estas últimas han sido a menudo
confundidas hasta los años antecedentes a la
Revolución francesa. Sólo a finales del siglo XVIII
el encierro dejará de ser un conjunto abusivo de
elementos heterogéneos: en los hospitales, en los
correccionales y en las prisiones, delincuentes,
indigentes, locos y chicos que molestaban el
descanso familiar no estarán encerrados entre los
mismos muros.
43
LOS MODELOS
En las dos obras analizadas en el presente trabajo,
Foucault sustenta la tesis según la cual los encierros
médico y judicial derivan directamente de un
esquema primario ya elaborado en la Edad Media.
Por un lado nos referimos al esquema del exilio y al
modelo del leproso, por otro lado al esquema del
quadrillage (que podríamos traducir con
“encasillamiento”) y al modelo del plagado.
En el capítulo segundo de Historia de la Locura,
titulado “El gran internamiento”, el filósofo francés
describe el nacimiento del fenómeno de la
exclusión/reclusión de todas las personas acusadas
de inmorales e incapaces de conformarse al nuevo
orden burgués y a una sociedad siempre más basada
en el utilitarismo y en el imperativo ético del trabajo.
En 1656 entra en vigor el “Edicto regio sobre la
44
fundación del Hospital General para la reclusión de
los pobres indigentes de los suburbios y de la ciudad
de Paris”, el punto de referencia del gran
internamiento y la estructura más visible de la
experiencia de la locura en la Edad Media. Distintas
instituciones fueron reagrupadas bajo la
administración única de la Sàlpetriere cuyos
directores, con nombramiento vitalicio, tenían
autoridad no sólo en las instalaciones del edificio
sino también en toda el área metropolitana de Paris.
El Hospital General no es una estructura médica,
sino una estructura casi-jurídica que decide, juzga y
ejecuta fuera del control de los tribunales y de las
demás instituciones: representa el “Tercer Estado de
la Represión” creado por el Rey al margen de la ley,
en un limbo entre Policía y Justicia, típico del orden
monárquico-burgués en el que ha desaparecido
completamente la mediación espiritual de la Iglesia.
“La Edad Clásica ha inventado el internamiento así
como la Edad Media ha hecho con la segregación de
los leprosos; el lugar que estos sujetos han dejado
45
vacío ha sido ocupado por nuevos personajes del
panorama europeo: los internados15
”. Los institutos
para el encierro – que a menudo surgen donde antes
estaban los leprosos – tienen en su interior
verdaderas celdas en las que se encierran los
detenidos por orden del Rey o de los jueces; reciben
bienes materiales gracias a donaciones de la Iglesia,
edictos regios y tasas recogidas directamente por la
administración estatal. Estos representan el lugar
donde se mezclan, y a menudo se contraponen, los
rituales de la hospitalidad y los privilegios
eclesiásticos para asistir a los pobres, y la
preocupación burguesa de acabar una vez por todas
con la existencia pública de los miserables en una
sociedad dominada por la ética capitalista del
trabajo.
En el siglo XVII se da un cambio de régimen en las
formas discursivas que atañen a la locura y a la
pobreza: ya no “se habla” de una salvación común
15
Foucault M. (2004), Storia della follia nell’Etá
Classica, ed. BUR Saggi, p. 58.
46
para la Pobreza y Caridad, sino que se difunde una
experiencia que involucra totalmente el hombre en
sus deberes sociales y que imprime en los pobres un
efecto del desorden y un peligro para el orden social.
La miseria deja de ser objeto de la experiencia
religiosa que la santifica para pasar a una
concepción moral que la condena. El punto de
máxima aplicación y evolución será el gran
internamiento, que más tarde la Iglesia también
aceptará. Este nuevo régimen discursivo se rige por
la dicotomía entre la pobreza sometida (el pobre
bueno que acepta la reclusión y que así encontrará la
paz) y la pobreza rebelde (que se merece la reclusión
porque la rechaza): este dualismo es el origen de la
doble justificación del encierro operado en la Edad
Clásica, resolviéndose en beneficio o castigo,
dependiendo del sujeto moral al que se aplica.
Del mismo modo, la locura es desacralizada y
concebida exclusivamente en un horizonte moral:
mientras que en el Medioevo el loco se acogía
porque provenía de otro mundo, en la Edad Moderna
47
se excluía porque provenía de este mismo mundo y
se recluía junto a los pobres y miserables fuera de la
ciudad. Esto fue posible porque la ciudad se había
trasformado en lugar neutro donde la razón podía
tener todo bajo su control. El internamiento es una
manera de pensar distintas formas de marginación,
es el momento en el que la locura se inscribe en el
horizonte social de la pobreza, de la incapacidad
laboral y de los problemas para el ordenamiento
civil. El Hospital General de Paris tiene un estatuto
ético gracias al cual la moral se impone con actas
administrativas, y la obligación al trabajo constituirá
al mismo tiempo un castigo, purificación y
expiación para todos los sospechosos de pertenecer
al mal. Los locos son juzgados como enfermos sin
recibir ningún tratamiento médico, y la única razón
por la que en estas estructuras hay un médico es
porque existe el miedo al contagio de la enfermedad
conocida como la “fiebre de las prisiones”.
Durante el siglo XVII la oposición entre trabajo y
ocio se erige como la gran línea de separación que
48
antes era representada por la exclusión debida a la
lepra. A comienzos del siglo XIX la locura es la
única condición humana que queda más allá de esta
línea roja de segregación, culpable de haber
sobrepasado los límites impuestos por el orden
burgués, de haberse alienado más allá de los límites
sagrados de la ética burguesa y de conductas
asociales (el “ser asocial” constituye el amalgama de
los esquemas de exclusión que se solapan el uno con
el otro).
La tentativa de adoptar las nociones de sujeto de
derecho y de hombre social ha llevado a la difusión
de la idea según la cual la alienación del primero se
corresponde a la locura del segundo, y que el sujeto
jurídicamente incapaz es inseparable de la figura del
hombre perturbador del equilibrio de la colectividad.
La alienación puede caracterizarse según dos
formas:
1. el sujeto de derecho pierde su libertad a
causa de la caída natural en el universo de la locura
49
y con la sanción jurídica que lo entrega a la potestad
de otro sujeto: la alienación entendida como
enfermedad es la “caída bajo la potestad ajena”,
2. la sociedad reconoce el loco como ajeno a
su patria, lo define como “otro” y lo exilia: la
alienación entendida como condena moral es
representada por la “exclusión-clausura”.
También el tercer capítulo de Vigilar y Castigar,
titulado “El panoptismo”, analiza los modelos que
inspiraron las instituciones de encierro:
«Si bien es verdad que la lepra ha suscitado
los rituales de exclusión que hasta cierto
momento han caracterizado el modelo y la
forma general de la Encarcelación, la plaga
ha suscitado los esquemas disciplinarios…
reclama separaciones múltiples,
distribuciones individualizadoras, una
organización profunda de vigilancias y
controles, una intensificación y una
ramificación del poder… los plagados eran
capturados en un meticuloso encasillamiento
táctico en el que las diferenciaciones
individuales son en realidad los efectos
50
constringentes del Poder que se multiplica, se
articula, se subdivide16
».
La imagen de una ciudad plagada representaría el
modelo ideal para el gobierno de una sociedad
urbana: se trataría de una ciudad inmóvil que el
Poder encasilla y atraviesa gracias a sus controles,
vigilancias y jerarquías, llegando así al control
individual de cada cuerpo humano. A pesar de que a
primera vista el modelo de la ciudad plagada parezca
distinto del modelo de exclusión del leproso, no son
para nada incompatibles y hasta llegarán a parecerse
visiblemente a lo largo del siglo XVIII para,
finalmente, juntarse en el Panóptico. Aquí la técnica
de Poder propia del encasillamiento disciplinario se
aplica al espacio de la exclusión, poblado por un
conjunto heterogéneo de individuos (locos,
indigentes, vagabundos, violentos y homosexuales).
La repartición analítica que el Poder cumple en los
lugares donde los detenidos son recluidos es la
16
Foucault M. (1993), Sorvegliare e Punire, ed. Einaudi,
p. 216.
51
esencia de la disciplina moderna: el poder moderno
evita tratar a los sujetos como una multitud
indiferenciada (ya no trata a «los leprosos como
plagados17
») sino que opera según de un doble
esquema. La primera herramienta conceptual es la
antinomia entre normalidad y anormalidad y la
segunda es la repartición diferencial que permite
establecer un control individualizado y constante
sobre el detenido. El Panoptismo – entendido como
diagrama, o sea «como mecanismo de poder
reconducido a su forma ideal… instrumento de
tecnología política que se puede y se tiene que
desenganchar de cada uso específico18
» – ya no es
una manera de ver sin ser vistos, sino la “imposición
de una conducta cualquiera a una multiplicidad
cualquiera” a través de la gestión de un espacio, una
serialización temporal y una rígida composición del
espacio-tiempo de los detenidos.
17
Ibídem, p. 217. 18
Ibídem, p. 224.
52
Igual que los demás diagramas, el Panoptismo
tiene un carácter inter-social y está en constante
devenir; es productor de historia(s), destructor de las
realidades y de las significaciones precedentes, es la
pantalla donde se exponen las relaciones
microfísicas, estratégicas y difusas que constituyen
los poderes. El Panoptismo actúa siempre como
causa inmanente porque es capaz de integrarse y
actualizarse constantemente en sus efectos. El
Panoptismo se inserta en la dimensión informal de
cada dispositivo concreto, siendo capaz de medir los
momentos de conjunción entre los segmentos de lo
que es visible y lo que es enunciable: como afirma
Foucault, «el sistema carcelario une en la misma
configuración de los discursos y de las arquitecturas,
de los reglamentos correctivos y de las
proposiciones científicas, de los efectos sociales
reales y de las utopías invencibles19
».
19
Ibídem, p. 298.
53
El Panoptismo es una instancia que combina
elementos de separación que derivan del modelo-
lepra y elementos de repartición y análisis que
derivan del modelo-plaga: es una máquina-
laboratorio que se extiende por toda la sociedad.
Permite una cierta visibilidad del Poder en tanto lo
plasma en las estructuras e instituciones, pero
también lo invisibiliza en la vigilancia de los
detenidos, experimentando las más dispares
transformaciones en los sujetos-objetos absortos en
sus gestos cotidianos. El éxito del Panoptismo como
dispositivo social está ligado al momento en que el
diagrama disciplinario le permite sobrepasar el
“umbral tecnológico” a partir del cual la
combinación entre la generalización de la formación
del conocimiento y el aumento de Poder les permite
fortalecerse recíprocamente y en continuidad.
En las antiguas sociedades se exiliaba pero no se
encasillaba, el diagrama napoleónico representó el
eslabón entre las funciones de soberanía y
disciplinaria, mientras que vivimos hoy en día en un
54
mundo dominado por los procesos panópticos: las
prisiones, los hospitales, las fábricas, las escuelas, la
familia son instituciones en los que cada mecanismo
de objetivación se transforma en instrumento de
sujeción. La medicina, la psiquiatría y todas las
ciencias humanas nacen en el universo disciplinario
y son el resultado de dos procesos paralelos:
1. los progresos tecnológicos de las relaciones de
Poder que llevan a un desbloqueo epistemológico, a
una “explosión interpretativa”;
2. la aparición de nuevos conocimientos que permite
conseguir una mejora y una capilarización de los
efectos del Poder sobre el cuerpo social en su
totalidad.
Respecto a este planteamiento, Foucault se
preguntaba en la última parte de su discurso sobre el
Panoptismo: «Si la prisión se parece a los hospitales,
a las fábricas, a las escuelas, a las estaciones de
55
policía, ¿cómo podemos maravillarnos de que todas
éstas se parezcan a las prisiones20
?».
20
Ibídem, p. 247.
56
LA CREACIÓN DE LOS PERSONAJES
El asilo psiquiátrico y la prisión han tenido a
menudo historias entrelazadas porque ambos han
sido utilizados por el Poder con el fin de eliminar los
individuos que no se conformaban a la moral
común, o que eran bien inútiles bien nocivos para la
sociedad. El internamiento y la reclusión son sólo
las últimas fases de dos procesos paralelos en los
que al comienzo era necesario individualizar los
criterios de lo que es el Bien y la Normalidad, para
poder luego definir qué acciones y comportamientos
son erróneos y merecen ser corregidos o
sancionados. El elemento que ambos universos
correctivos-punitivos comparten es el haber tenido –
junto a una parte negativa de exclusión – un papel
positivo de organización. La condición de
posibilidad de esto es, precisamente, la existencia de
mecanismos activados por los dispositivos de Poder,
57
los cuales han reorganizado el mundo ético – creado
por las líneas de separación entre bien y mal,
cambiantes según la época histórica y el lugar de
definición – y elaborado sus propias normas de
integración social.
Foucault analiza las historias de dos instituciones
que distan muchos años la una de la otra, haciéndolo
con dos disciplinas históricas que – a pesar de ser
complementarias en todo el pensamiento del filósofo
francés – tienen objetivos e instrumentos analíticos
distintos. En Historia de la Locura, la cuestión
central es la individuación del gesto fundacional de
exclusión de la locura del mundo de la razón, que la
transforma en el objeto privilegiado de estudio para
la naciente ciencia médica. Este gesto sirve para
analizar los límites de la cultura occidental en su
proceso de individuación del “Otro externo” y su
rechazo, siendo inconsciente de que éste seguirá
siempre rodeándola como «una acequia cavada a su
58
alrededor que contribuye a definir su identidad al
igual que sus contenidos positivos21
».
Foucault es consciente de la necesidad de una
“arqueología del silencio”, que analice todas las
medidas político-judiciales y los discursos sobre la
ciencia y las instituciones (o sea los discursos del
saber que son propios de cada formación histórica).
De esta manera, se podrían entender las dinámicas
que han provocado y renovado las fracturas
históricas entre el mundo “que tiene sentido” y el
mundo que no lo tiene, hasta el momento
inseparables porque no hubo un discurso del Saber
que los organizara en torno a los ejes del bien y del
mal. A pesar de que el Poder es un factor importante
para la historia del asilo psiquiátrico, éste no aparece
explícitamente en la primera parte del pensamiento
foucaultiano: hay que esperar a la obra Vigilar y
Castigar para que el autor se centre en la genealogía
del Poder y de las prácticas que se constituyen en las
21
Catucci S. (2000), Introduzione a Foucault, ed.
Laterza, p. 9.
59
relaciones microfísicas que se dan en cada cuerpo
social.
El análisis y la normalización de la locura no
pertenecen al ámbito disciplinario en el que se da la
problematización de la criminalidad: a lo largo de
los siglos XVII y XVIII los locos fueron encerrados
en los antiguos leprosarios al lado de criminales y
otros personajes concretos, mientras que el criminal
que poblará las modernas prisiones es una figura
histórica de nacimiento más reciente, que no se
corresponde a la situación de los leprosos del
Medioevo ni a la de la Stultifera Navis, ni a la
sucesiva al 1656. El loco y el criminal tienen
algunas semejanzas y diferencias fundamentales
relacionadas con el contexto histórico y la distinta
forma de juzgarlos y asimilarlos por el imaginario
colectivo: también dentro del universo de la
exclusión, de la separación y de la reducción al
silencio hay que aclarar algunas diferencias entre las
dos instituciones.
60
En Historia de la Locura, descubrimos que el
internamiento ha sido por mucho tiempo un encierro
de personajes en un lugar homogéneo, un
imperceptible desvío de individuos y valores hacia
el horizonte del pecado y de la anormalidad, donde
la locura ha sido relacionada con la sexualidad, la
profanación y el libertinaje (o sea todos los
comportamientos que se pueden relacionar con la
esclavitud de las pasiones): la razón descubre que lo
irracional es demasiado cercano al hombre para
poderlo tachar de inhumano, y lo interpreta como el
abandono del hombre a sí mismo. Mientras que los
pasajeros de la Stultifera Navis eran todos personajes
abstractos correspondientes a tipologías morales
como el impío, el glotón y el sensual, el mundo de lo
irracional está poblado por personajes concretos
(homosexuales, libertinos, magos y suicidas),
aislados y reconocidos por la sociedad como
“extranjeros en su propia casa”, como los relegados
a los márgenes y alejados de un orden social que no
toleran.
61
La sexualidad ya se conforma en el orden de la
familia burguesa, la profanación no puede prescindir
de la nueva concepción de lo sagrado y el libertinaje
es juzgado según las mudables relaciones entre el
libre pensamiento y el mundo de las pasiones. Estos
comportamientos son juzgados a partir del siglo
XVII como irracionales, susceptibles de ser
condenados en una sociedad dominada por la razón.
Si antes estos comportamientos eran ignorados o
tolerados, ahora son absorbidos por la razón y
reducidos al silencio. La locura comienza ahora a
convivir con el pecado, teniendo el mismo castigo,
así como lo irracional tiene el peso de la
culpabilidad: la ética sexual se vuelve un asunto de
interés público y es confiscada en su totalidad por la
moral que emerge de la familia burguesa, intolerante
con las actuaciones libertinas y con la
homosexualidad. Al mismo tiempo, la distinción
entre locura e impiedad – entendida como
profanación de lo sacro – es imperceptible,
creándose una región homogénea e indistinta en la
que conviven la irreligiosidad y los desórdenes de la
62
razón y del corazón: los blasfemos, los aspirantes
suicidas, los magos, los brujos y los alquimistas se
añaden a las categorías que reciben la etiqueta “a
internar”.
El internamiento es la expresión institucional de la
gran división operada durante el siglo XVII entre lo
racional y lo irracional: esta división es el producto
de un proceso en el que la razón se autodefine para
luego identificar los actos y personajes que no
pueden identificarse con ella. De esta manera sufren
así el exilio y reclusión ya que son “culpables” de no
conformarse al orden que la razón había creado. El
Enfermement debe reconducir a la verdad por medio
de morales coercitivas, y su motivación pedagógica
requiere que, en el puro mundo de la Verdad, la Luz
sea inevitable para la oscuridad de lo Irracional. A
partir de tabúes sexuales, vetos religiosos, libertades
de corazón y pensamiento, el Clasicismo ha dado
cuerpo a una experiencia moral de lo Irracional que
más tarde asentará las bases de nuestros
conocimientos científicos sobre la enfermedad
63
mental, desagrada y neutralizada como si fuera un
objeto del saber científico.
Este largo proceso llevará a lo Irracional a perderse
en el universo indiferenciado de las culpas morales,
alejándose de la locura que será diferenciada, aislada
y autonomizada. Al final de 1700 la locura es
asimilada en el espacio concreto del internamiento
artificial y empieza a hablar de sí misma y de su
lucha por el reconocimiento. De forma paralela, es
posible relevar el desarrollo de la analítica médica
como campo abstracto en el que se recortan los
conceptos de la teoría médica que permiten incluir la
locura entre las especies naturales: habrá pero que
esperarse al siglo siguiente para que la medicina se
convierta – junto con la psiquiatría – en la disciplina
que reina dentro del espacio asilar, en el que la
relación entre médico y paciente será el pernio del
diálogo entre locura y razón.
El nacimiento de la psiquiatría positiva, portadora
de un reconocimiento médico-objetivo de la locura,
64
se debe gracias a la aparición de tres estructuras
distintas: primero, la fusión entre el espacio médico
y el internamiento; segundo, la creación de una
relación neutralizada entre la locura y la mirada
objetiva de quien la vigila, la reconoce y la juzga;
tercero, la comparación, pero no la confusión, entre
el loco y el criminal. El internamiento asume una
doble función: el control moral de los internados y el
beneficio económico para la administración asilar y
la sociedad; en ello se confrontan la locura internada
que hace referencia a lo irracional, y la locura
curada, entendida como enfermedad. El objetivo
primordial que rige aquí es encontrar un equilibrio
entre la exclusión y las curas médicas ofrecidas a los
pacientes para que ellos puedan ser productivos en
sus trabajos, demostrando así que el asilo adquiere
un valor terapéutico y que la medicina tiene una
nobleza moral.
El loco, antes escondido en las sombras del
encierro, ahora está bajo la mirada atenta y continua
del saber médico que lo trata como un objeto y le
65
juzga con una verdad discursiva que ya está
formulada. La locura se transforma en un simple
evento de la cadena positiva de las posibilidades y se
le priva de su libertad jurídica y psicológica,
sometiéndola a una rígida repartición entre
constricciones y momentos de descanso, obligándola
a aceptar la camisa de fuerza. Dentro de este
enfrentamiento creado para llevar a una verdad
analítica sobre la locura, el médico se rige como la
contraparte dotada de autoridad y prestigio porque
autoriza el ingreso certificado en el asilo, con un
poder basado más en su sabiduría y en su papel de
garante jurídico y moral que en sus conocimientos
objetivos. El médico representa la razón que debe
disolver la realidad de la enfermedad mental en el
concepto crítico de locura, es la persona real en la
que el loco se tiene que alienar para poder curarse:
en su relación con el paciente convergen todos los
poderes de las estructuras del internamiento.
Toda la psiquiatría moderna convergerá en Freud,
considerado el fundador de la escuela psicoanalítica,
66
cuyo análisis gira en torno al convencimiento de que
un “loco” se curará en la medida que permita una
alienación en la figura del médico (o sea, en la
razón). En las conclusiones de Historia de la
Locura, Foucault afirma que en el esquema
freudiano no existe liberación, sino una implacable
objetivización de la libertad de los locos: también el
psicoanálisis se queda fuera de lo que es irracional
por haber reagrupado, extendido hasta el punto
máximo y anudado todos los poderes del
internamiento en el médico. Éste es la figura
portadora de la alienación que se cura después de un
largo proceso de diálogo y análisis, pero que será
siempre una figura externa a la dimensión esencial
de lo se define como “anormal”. Lo que las ciencias
humanas y el psicoanálisis no han sido capaces de
mantener es
«La relación de una Cultura con lo que ésta
misma excluye, o sea la relación de nuestra
Cultura con una verdad sobre sí misma tan
lejana y contraria que descubre y vuelve a
descubrir en la locura… lo que ya muere en
nosotros es el homo dialecticus: el ser de la
67
ida, de la vuelta y del tiempo… el extraño a
sí mismo que vuelve a ser familiar22
».
El mérito de Freud ha sido permitir que la locura
deje de ser un error de lenguaje, una blasfemia o un
significado intolerable para convertirse en un
lenguaje auto-implícito que repliega en silencio
sobre sí mismo, extraño a la red de significados
cotidianos, «palabra que no dice nada más que su
lengua23
» y que no puede ser silenciada como ha
hecho el Positivismo. El punto de ruptura entre el
psicoanálisis y la psicología es precisamente el
diálogo con lo irracional que habla en la locura,
haciendo que ésta vuelva a la situación precedente a
la Edad Clásica, que la ha silenciado e internado.
Para Foucault la historia de la locura es entonces un
continuo silencio que va del Clasicismo a la
moderna psicología, interrumpido sólo por el
22
Foucault M. (2004), “La follia, l’assenza d’opera”, en
Storia della follia nell’Etá Classica, ed. BUR Saggi, p.
476. 23
Ibídem, p. 477.
68
psicoanálisis que, en este sentido, tiene un gran
mérito.
En Vigilar y Castigar la creación del personaje
concreto del delincuente es más evidente aún que en
Historia de la Locura, dado que el delincuente es el
producto artificial de la técnica penitenciaria y de su
correlativo criminológico, resultado de los distintos
experimentos llevados a cabo en el laboratorio-
prisión a lo largo de la segunda mitad del siglo
XVIII. La primera fase de creación de la
delincuencia se da con la reconfiguración de los
ilegalismos, operada por la Ley durante esta breve
fase histórica bajo la influencia de las instancias
económicas. Foucault examina todos los ilegalismos
con neutralidad: entre fraudes fiscales,
especulaciones ilícitas, escándalos inmobiliarios y
financieros, tráfico de drogas y armas, daños al
medio-ambiente no se establece ninguna jerarquía
universal, sino sólo una red de relaciones que se
configura de acuerdo a la gestión y a la
redistribución que la Ley hace de ellos. La atención
69
judicial y legal mueve su eje de interés de los
agentes hacia los mismos hechos sociales, de los
individuos concretos hacia las realidades generales,
bajo la convicción de que no es posible individuar
un sujeto universal por cada situación.
La prisión-laboratorio nace y se desarrolla de
forma muy rápida porque es usada por las instancias
estatales como lugar de represión y de integración
entre los distintos ilegalismos: el mismo desarrollo
del capitalismo fue posible gracias a las evasiones
fiscales, al contrabando, a la piratería marítima y a
las especulaciones edilicias e inmobiliarias,
testimoniando como los ilegalismos juegan un
importante papel de transformación social. Cuando
el ilegalismo burgués se enfrenta al ilegalismo
popular y la apuesta en juego es el ejercicio del
Poder, el primero saldrá ganador y sancionará los
distintos comportamientos de la clase popular como
infracciones a las reglas de la justa convivencia
social. Todo esto a pesar de que los ilegalismos
burgués y popular se hayan juntado en el pasado
70
para combatir los privilegios de la aristocracia, como
testimonian las luchas históricas contra las
tasaciones. Los obreros se convierten en sujetos de
nuevos y potenciales ilegalismos, como el daño de
las máquinas en las que el emprendedor ha invertido
buena parte de su capital, el robo de materias
primas, el ausentismo, el conducir una vida irregular
(que grava sobre el cuerpo del obrero, impidiéndole
de conseguir la productividad máxima) y, sobre todo
a partir de 1789, todas las formas de protesta política
que interrumpen la producción y provocan un grave
daño a las ganancias de los empresarios (huelgas,
ocupaciones de las fábricas y revueltas). El sistema
penal distingue estas nuevas formas ilegales de
protesta de las formas más tradicionales – más
dirigidas hacia la propiedad, como robos, atracos,
depredaciones – las aísla y las sanciona más
duramente, acusando los sujetos culpables de ser la
plebe más peligrosa y nociva para el orden social,
distinta de la plebe proletarizada y trabajadora que
recuerda de cerca los pobres “buenos” del gran
internamiento.
71
La literatura policiaca, los periódicos, los discursos
médicos y antropológicos logran marginar la figura
del homo criminalis, identificándolo como un
delincuente que tiene que ser encerrado y corregido
en el universo penitenciario: la prisión no es una
obra de pura represión, sino también de
encasillamiento, estigmatización y exaltación de una
particular categoría de ilegalismos; lugar de
aparición y momento de visibilidad de la
delincuencia que, en el plano jurídico, representa
una infracción pero, una vez recluida, se convierte
en detención. La delincuencia es definida por
Foucault como una invención, el producto histórico
de una institución, una categoría conectada a
determinados comportamientos que se irá poblando
de individuos concretos, o sea los detenidos de la
prisión. Nacida por un entrelazarse histórico de
relaciones entre Saber y Poder, la delincuencia
terminará siendo investida por estas mismas
relaciones en el ámbito penitenciario, que opera con
una vigilancia rígida e ininterrumpida y con las
72
disciplinas, cuya finalidad es encasillar e
individualizar los detenidos hasta el más
insignificante y pequeño gesto cumplido en sus
actividades cotidianas, para llegar a conocer los
detalles de su carácter y sus predisposiciones más
profundas.
«La disciplina fabrica los individuos; ésta es la
técnica específica de un Poder que se auto-confiere
los individuos como objetos y como instrumentos de
su ejercicio… Modalidades humildes,
procedimientos modestos si comparados con los
majestuosos rituales de la soberanía o a los de los
grandes aparatos estatales24
» pero continuos,
omnipresentes, invasivos, incansablemente
operantes sobre los individuos. En la prisión existen
sólo carceleros y detenidos, obligados en atenerse a
las reglas de un juego de rol, que nacen como reflejo
espontáneo de las relaciones del Poder disciplinario
al que se aparejan instrumentos bastante sencillos
24
Foucault M. (1993), Sorvegliare e Punire, ed. Einaudi,
p. 186.
73
para la actuación de dichas reglas, como la
vigilancia jerárquica y la sanción normalizadora, de
la combinación de las cuales deriva el examen.
La vigilancia jerárquica consta de un juego
continuo de «miradas que tienen que ver sin ser
vistas25
» y funciona con la máxima eficiencia,
incluida la económica, cuando se establece en
espacios y arquitecturas perfectamente encasillados
y seccionados, en los que la geometría de la
disposición de los vigilantes y de los vigilados
permite a las miradas disciplinarias de enredarse y
sobreponerse de manera que nada quede fuera de su
alcance. El diagrama ideal de esta visibilidad es
dado por el acampamiento militar, repetible al
infinito, en el que la disposición de las calles, de las
carpas y de cada ingreso diseña una perfecta red de
miradas que se controlan mutuamente. Con el paso
del tiempo, también el hospital y la escuela harán
propio este modelo arquitectónico, convirtiéndose
25
Ibídem, p. 187.
74
definitivamente en instituciones disciplinarias en las
que el complejo aparato de un poder indiscreto,
automático y múltiplo funciona como microscopio
de las conductas de pacientes y estudiantes
sometidos a divisiones rígidas y analíticas. En todas
las instituciones infra estatales el entero mecanismo
de arquitecturas, distribuciones y miradas calculadas
se configura como el productor de la red de las
relaciones de Poder.
El campo de observación donde operan las miradas
del Poder se refiere a gestos y comportamientos
específicos que, una vez individuados, se insertan en
un mecanismo penal situado más allá de la ley (lo
que Foucault llama la “infra-penalidad”, con la
función de encasillar lo que está por fuera de la
regulación de las leyes), que los juzga y los sanciona
si no entran en el criterio de “normalidad” que cada
institución ha establecido en plena autonomía. En la
prisión, tal como en la escuela y en el Ejército, los
retrasos y las faltas, las negligencias, la
desobediencia, la mala educación, la insolencia, la
75
indecencia y cada actitud no conforme a la buena
conducta son sancionados con procedimientos
sutiles que van del ligero castigo físico a las
pequeñas privaciones y humillaciones, cuya función
preponderante es la de corregir el error y evitar su
repetición, o sea “adiestrar a la normalidad”.
El ejercicio del Poder disciplinario que juzga se
refiere a un polo positivo y a uno negativo, y elabora
un continuo mecanismo de gratificación-castigo que
le permite separar los buenos de los malos, para
luego individuar el mejor sujeto (el más dócil de los
dóciles), hasta llegar al escalón más bajo o último
rango de la jerarquía cualitativa: «la disciplina
recompensa con el sólo juego de las promociones,
permitiendo de ganar rangos y posiciones; al mismo
tiempo castiga, retrocediendo y degradando26
».
El efecto normalizador derivado de estos
mecanismos se explica sólo si los mecanismos de
26
Ibídem, p. 198.
76
Poder logran subordinar, dominar y hacer que los
sujetos-objetos investidos en este sistema se
parezcan. La constricción a la conformidad sanciona
inicialmente la igualdad formal de los individuos,
pero las sucesivas operaciones cuantitativas de
medición y jerarquización de sus capacidades
resaltan las diferencias existentes, utilizadas por la
disciplina para definir los desvíos y determinar los
niveles. «El examen combina las técnicas de la
jerarquía que vigila y las de la sanción que
normaliza. Es un control normalizador, una
vigilancia que permite calificar, clasificar y
castigar… manifiesta la sujeción de los sujetos que
son percibidos como objetos y la objetivación de los
que están sujetados27
». El examen representa el
fulcro del sistema disciplinario, donde se da la más
nítida yuxtaposición de las relaciones de Saber y de
Poder, que se refuerzan recíprocamente y
continuamente, más allá del umbral tecnológico. El
examen es un “desfile disciplinario” «donde los
27
Ibídem, p. 202.
77
sujetos están ofrecidos como objetos a la
observación de un Poder que no se manifiesta de
otras formas sino con la mirada28
»; es productor de
un sistema riguroso de registros y documentos en el
que identifica, describe y señala los rasgos
somáticos, psicológicos y las prestaciones
individuales, sucesivamente organizados en campos
de serialización, categorización y clasificación útiles
para establecer promedios y fijar normas.
Con el examen no sólo el individuo, sino también
los fenómenos colectivos y globales empiezan a
formar parte de esa categoría del Saber producida
por el Poder epistemológico para lograr controlar y
dominar hasta poblaciones enteras (es la celebérrima
argumentación sobre la Biopolítica): como afirma a
claras letras el filósofo de Poitiers al final de la parte
de Vigilar y Castigar dedicada a la disciplina, sería
un grave error ver en los efectos del Poder
exclusivamente acciones negativas de represión,
28
Ibídem, p. 205.
78
exclusión y censura, porque «el Poder produce;
produce la realidad; produce campos de objetos y
rituales de verdad. El individuo y el conocimiento
que podemos asumir derivan de esta producción29
».
29
Ibídem, p. 212.
79
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