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¿Por qué mata el hombre?

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¿Por qué mata el hombre?La naturaleza humana en la ciencia, en las humanidades y en la realidad

Teresa Waisman

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Por qué mata el hombre / Teresa WaismanPrimera edición, 2014

D.R.©2014, Jus, Libreros y Editores, S. A. de C. V.Donceles 66, Centro Histórico C.P. 06010, México, D.F. Tel: 22823100 www.jus.com.mx / www.jus.com.mx/ revista

ISBN: 978-607-412-152-0, Jus, Libreros y Editores, S. A. de C.V.Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la copia o lagrabación, sin la previa autorización por escrito de los editores.

Diseño de portada: Anabella Mikulan / Victoria AguiarPUMPKIN [email protected]ón y cuidado editorial: Valentina Tolentino Sanjuan.Impreso en México - Printed in Mexico

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Introducción

Homicidio, crimen, masacre y lo humano

El aventurarse a penetrar en distintos cuarteles, es decir, a indagar en disciplinas apartadas una de otra y a hurgar en diversas y hasta opuestas obras y noticias, se debe a querer llegar a entender de algún modo la verdadera razón o razones del osado acto de matar de unos humanos a otros. Aprovechar las distintas maneras de concebir la realidad significa recurrir inclusive a contrarios y hasta aparentes enemigos separados, como son las humanidades y la ciencia. Encontrar pistas para poder conocer quiénes somos, es la finalidad de esta rara investigación, misma que puede permitir que nos ente- remos de la evolución de la mentalidad humana a través de los siglos en lo que respecta a nuestra consciencia de los he- chos flagrantes del asesinato.Estos crímenes no han dejado de repetirse de distintas maneras en la historia; pero quizás debido a sus horrendos y pavorosos efectos en el sentir y en el pensar humano, en su cultura, se han efectuado distintas mutaciones colaterales en el ADN, las cuales han afectado probablemente ciertos genes produc-tores de una proteína que tiene que ver con el comportamiento humano, cambiando mentalidades y el mismo comporta-miento para contrarrestar el mal.

Según esos mismos estudios de nuestro tiempo, deben ser otras mutaciones las que han llevado a matar. Científicos han demostrado que la proteína o serotonina disminuida en el

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cerebro de criminales a causa de una mutación de cierto gen que produce una enzima –que a su vez produce esa seroto-nina–, los ha hecho como son.

La mayoría de las personas son normales en sus propios genes y, o no matan, o se oponen a ello. Desde el pasado hasta nuestros días, se han registrado diferentes testimonios sobre violencia, de entre los cuales se ha escogido cierto material que es conveniente al tema que se trata de analizar para, por lo menos, encontrar suposiciones o hipótesis en cuanto a esas indignas reacciones humanas de arrancarle la vida a otro ser humano.

Cuando los asesinos examinados no muestran ningún dolor o aprehensión y no han titubeado al matar, dan la impresión de actuar movidos –debido a distintas situaciones de apuro y angustia– por esa tendencia del gen o por aquellos genes que se apropian de algún modo de su voluntad. Cuando no sienten ni lástima ni arrepentimiento, es un signo de que la razón, las emociones y sentimientos humanos se borran, se desvanecen ante esa fuerza que dirige a homicidas o asesinos que a veces se valen de justificaciones adecuadas, al tiempo en que actúan.

La consciencia del triste hecho emerge desde eras antiguas pero no con la fuerza con que se expresa en tiempos presen- tes o cercanos a los nuestros, debido seguramente al acopio de ideas y de creaciones, a la experiencia y a la memoria histórica, o bien, a acontecimientos de taimados crímenes que se prolongan o explotan en gran número de socieda- des frente a nosotros. No ha parecido ser posible llegar al fondo del problema examinando sólo una cara de lo humano. Teorías, imágenes o bellas frases, no calan en esa unidad que somos, pues no somos fragmentos superpuestos que se pueden despegar o separar como se creía en eras medievales.

En ese entonces, el alma se podía salir del cuerpo y así tener su propia existencia. Sabemos ahora que somos un ente compuesto de diversos elementos. Las representaciones o figuraciones que hacemos en nuestra imaginación sobre lo

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que vemos, lo que pensamos o lo que leemos, son percep-ciones incompletas o distorsionadas de esas imágenes reales, pues dependen de nosotros mismos, de cómo las vemos. Esas percepciones, ideas, convicciones o imágenes, requie- ren del sostén de la demostración científica de que se sitúan en nuestra mente tal como es la realidad, de que están ahí en nuestro cerebro y de que pueden cambiar. Es así como podremos probablemente, combatir aquellas concepciones que nos dañan.

Los líderes aferrados al poder y sus seguidores o los indivi-duos que cometen asesinatos, pueden ser explicados con mayor facilidad si echamos mano aparte de las humanidades, de los descubrimientos científicos. Entender la razón por la cual criminales de guerra u otra clase de matadores en serie o no, rara vez sienten contrición o pena por sus aberrantes acciones, es de gran trascendencia para la conservación y para la superación de la sociedad humana. Las creaciones basadas en el pensamiento y en la imaginación no tienen fronteras, y pueden aprovechar los descubrimientos de la ciencia; y viceversa, estos estudios científicos han de tener fines sociales, morales y humanos pues, de otro modo, pueden llegar a ser devastadores para la especie.

Críticas, juicios y consideraciones desde distintos ángulos en forma de proposiciones, forman el contenido de este trabajo, desde lecturas, experiencias y a partir de diversas actividades sociales. No se trata de un proyecto acabado para combatir guerras o asesinatos ni un plan para terminar con la afectación de la producción de proteínas en nuestro cerebro, si conside-ramos que genes malignos forzados por ciertas mutaciones nos asedian junto a aquellos que pueden detenerlos.

Tan sólo queremos despertar una nueva consciencia sobre la amenaza y el peligro de sucumbir si no realizamos cambios sustanciales a nuestras mentalidades, a nuestra cultura y a las formas de vida que ya no tienen vigencia. Lo humano que ha de prevalecer en la convivencia social frente a toda clase

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de inmolaciones que terminan con la vida de integrantes de una comunidad, es difícil de definir a pesar de que lo más sencillo sería considerarlo como el fundamento de ese ser o de ese hombre, que es el más desarrollado de entre los demás seres vivos. Lo humano sería la superación de lo animal en cuanto al razonar, al imaginar, al sentir y en lo que se refiere al comportamiento.

Este es el motivo o cuestión principal que se busca y que da lugar a que los significados vayan surgiendo a partir de hechos, de obras, de documentos y de noticias propias de las distintas épocas y lugares que se tocan en este paseo aleccionador, el cual llega a aterrizar en el mismo México. En esta perspec-tiva, aparecen temas de debate, de discusión y de reflexión que, en caso de repetición de aconteceres o de casos coyuntu-rales, estarán siempre enfocados a diferentes contextos; servirán para producir nuevos proyectos que han de cumplir con el cambio urgente requerido por la sociedad humana de la actualidad, pues ni la educación de ahora ni el castigo, han logrado evitar la violencia. Ahora que domina el egoísmo y la rapiña, transformar nuestro mundo es un requisito absoluto para seguir existiendo humanamente. Tampoco ha servido el psicoanálisis para abatir el homicidio y el crimen.

Una vez que sepamos en dónde estamos podremos quizás reaccionar debidamente, creando nuevos vínculos, asocia-ciones, alianzas y pactos tanto públicos como privados y civiles para que juntos podamos afrontar peligros, problemas y conflictos. Ante estos desafíos, en este análisis se hicieron a un lado los clasicismos eruditos y tradicionales, para así con cierta libertad, aportar algo y romper la cadena de violencia en la historia.

Permeando obras y documentos, se desarrollan en este texto cuestiones que sirven para alcanzar a ver algo del verdadero ser humano sin academicismos o afectaciones; así, hemos intentado exprimir de la literatura, el arte, la filosofía, la antropología, de distintas ciencias humanas, algunas ciencias

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naturales y de otros conocimientos de lo real, actitudes, gestos, presencias y significados de la violencia que nos den esperanza al descubrir una evolución de la consciencia respecto de esos hechos bochornosos para la humanidad.

Son enseñanzas que han sido posibles echando mano de la neurociencia, de la genómica y de otras disciplinas que han servido para acceder a ciertos conocimientos producto de la relación entre ciencia, humanidades y realidad. Conoci-mientos que nos obligan a ver a todos los hombres por igual como miembros diversificados de la especie humana, mostrando sus propias naturalezas, como diría Paul R. Ehrlich de la Universidad de Stanford; lo cual permite acercarnos a similitudes y diferencias de culturas y civilizaciones y de la esencia que las une.

De todo ello resulta que la activación de los genes afecta- dos que llegan a producir violencia, es igual y es distinta en los diferentes pueblos, razas y personas, conservando cuali- dades y defectos humanos. Muchas son las causas tanto históricas como individuales, las que marcan la inseguridad y la desestabilización de eras de ayer y hoy. Previendo el origen de la agresividad humana y sus efectos tremendamente nocivos para la humanidad, que así parece acercarse a un verdadero apocalipsis, encontramos tanto factores internos o personales y aquellos que tienen que ver con el ambiente; factores que coinciden en nuestro cerebro y en nuestras acciones.

Aparte de la situación apremiante que nos rodea, es relevante notar con esperanza que la evolución lenta pero positiva del ser humano en su trayecto histórico, lleno también de regresiones y empantanamientos, parece persistir hasta nuestros días dando a luz con gran dolor una nueva era de evolución positiva; era del advenimiento de una cultura naciente, casi subterránea que llega hasta hoy.

Un gran número de investigaciones se llevan a cabo a propósito del genoma y de la memoria. Inclusive la psicología se está internando en la neurociencia, en la biología y en la

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medicina, tomando en cuenta conductas familiares, heredadas y ambientales inconscientes. Son relaciones que dejan atrás métodos parciales de estudio sobre la adaptación a la difícil convivencia humana, sobre la “selección natural” de épocas ancestrales, que son el fundamento de nuestra forma de ser y reaccionar, hasta la evolución técnica, social y cultural que se da a través de los siglos y hasta nuestros días. Esta vía, como muchas otras, ha de conducir a una nueva mentalidad que crea fehacientemente que la vida es más importante, que toda clase de ansias y pretensiones de grupos o individuos. Estas falsas aspiraciones y deseos han de transformarse de manera que todos los hombres no puedan dejar de respetar y aún de venerar la presencia y la existencia del humano sobre la Tierra; de un humano fraternal, productivo y fecundo.

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Literatura y violencia

Tanto el asesinato, el crimen, el genocidio, las guerras y demás formas de aniquilar al otro, son temas de violencia recurrentes en la literatura de todos los tiempos. Ello se debe probable-mente a que estos hechos, de distinta intensidad y sentido, se registran constantemente en la realidad histórica de los hombres. En cualquier sociedad o entre distintas, sucede o puede suceder que los seres humanos se maten entre sí. Estos actos no dejan de ser uno de los problemas más serios de la humanidad por el caos social, el dolor infringido a los deudos, a los compatriotas o a los compañeros; por el riesgo para una comunidad humana de sucumbir. Son actos que caracterizan generalmente hasta hoy, a los hombres de todas las épocas.En nuestra época, la violencia es un signo desgarrador que requiere de una profunda investigación en lo que se refiere a la naturaleza humana en la literatura, pues el animal que cuenta historias conduce a la evolución. Y como dice el escritor mexicano Jorge Volpi, la literatura nos permite conocernos a nosotros mismos. La gran literatura es un producto del talento humano, de la creatividad sobresaliente circunscrita al tiempo y al espacio; de tal manera que es una prueba, una evidencia imprescindible para entender mejor nuestra mente y reacciones ante la realidad que nos rodea.

No se trata de encontrar al culpable de delitos, como sucede en las obras de misterio. En los casos del detective Sherlock Holmes o de la escritora Agatha Christie, se repite y es ineludible el desciframiento de crímenes para dar con el asesino. Domina

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en estas historias de policías y de criminales la tensión y la incertidumbre. Sólo se trata de descubrir la trama del hecho sangriento junto con las motivaciones cercanas y obvias: se mata ya sea por dinero, por pasión o por razones patológicas.

Pero al parecer, estas obras de mucha emoción, no llegan a intentar comprender la razón o razones subyacentes y pro- fundas de este comportamiento. Comportamiento ligado qui- zás al “instinto de muerte”, como lo llama Sigmund Freud, que corresponde ahora científicamente a un cambio en el ADN, afectando el gen que produce la proteína involucrada en la mentalidad o en el comportamiento agresivo.

En la literatura y en el arte surge así, en los intersticios de la imaginación plasmada en las obras, cierta complicada e intrincada respuesta al enigma de todos los enigmas: quiénes somos, o mejor dicho, en qué consiste lo humano y su opuesto: lo inhumano. Hasta hoy, la crítica del arte se va muchas veces por la tangente, como si quisiera evadir el terrible conflicto entre humanidad y violencia. O se lamenta, o suelta un grito o desprecia la horrible capacidad humana de matar, pero pocas veces considera el tema de la muerte de un hombre llevada a cabo por otro para entender nuestra naturaleza. Este problema enorme es esquivado o se admite –con grandes excepciones– como algo normal, natural, como si no se quisiera aceptar la realidad o ya estuviera aceptada con resignación.

Puede ser una actitud que se protege de la ambigüedad hu- mana, alabando solamente las grandezas de la escritura poéti- ca del autor perteneciente a un conglomerado humano. Lo que parece importar algunas veces es el texto como pura comunica-ción o técnica que contiene connotaciones y códigos, personajes, la unidad estética, las influencias intertextuales, estructuras adecuadas a desconstrucciones, exterioridad-interioridad, trama, ritmos, desenlaces y su función, arquetipos, estereo-tipos, prototipos, narración y voz del escritor, el tiempo, etc. Pero nada o poco de ello va al velado fondo representado; no

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llega al delicado y aparentemente inescrutable sentido de la violencia humana simbolizado poéticamente.

Las contradicciones de los hombres afloran en novelas y poemas cuando muestran la doble y profunda raíz animal y humana por la que se matan, por la que atentan unos contra otros. Sin embargo, el matar de los humanos a los semejantes aparece como una incógnita, puesto que se lleva a cabo debido a impulsos a veces simples y otras veces por ímpetus distintos a los del resto de los seres vivos, aunque muchas veces parecidos a los de algunos antropoides.

Y debido a que el ser humano es de lo más compli-cado, los orígenes de la violencia de los hombres sobre los hombres, parecen ser misteriosos y difícilmente definibles. Pensamientos, sentimientos, actitudes, visiones, sueños, conductas, luchas en constantes cambios a través de la historia, aparecen en la literatura de las distintas culturas y tiempos como un laberinto. Laberinto rondado muy seguido por la muerte. Abundan los críticos que prefieren en efecto frente a ello hablar de la belleza, del lenguaje, de la técnica, de la forma, de las descripciones o de los ritmos poético-na-rrativos…. Y si llegan a referirse al significado de las obras, les adjudican sentidos e ideas propios de su ideología o de la de otros críticos reconocidos de su época y de otras; así, permanecen en lo superficial de la densidad literaria.

Suicidios, martirios, tremendas diversiones de masas son un testimonio histórico y literario de una especie con sed de sangre, especie atrasada todavía en lo humano pues se supone desde la Biblia o antes, que en lo humano no cabe matar. Aún así, la literatura en general, aquella que trata sobre otras cuestiones, sobrepasa en número las obras que tratan precisa-mente sobre matanzas o crímenes individuales; aunque las literaturas antiguas sí abordan muy seguido ataques, defensas y la amenaza constante de la vida humana ante vecinos o ante los miembros de la propia tribu o de la misma comunidad.

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Es posible que ciertos hechos sean tan lacerantes, tan monstruosos para la mente humana, que no puedan ser bien captados por la literatura posterior, pues rebasan toda imaginación.

En algunos de los más recientes estudios sobre los genes, resalta la idea de que mucho del comportamiento humano es innato, y otros estudios concluyen que aparte de lo innato, juega un papel importante el ambiente que se relaciona con el gen. Es decir que la conducta humana es el resultado de miles y millones de años de diversas influencias en la evolución, a partir de los primates, junto con el peso del ambiente. Esa atinada “selección natural” que ha dirigido nuestra evolución, nos ha dejado genes que se esparcen de manera diferente en las distintas comunidades e individuos; inclusive en la literatura encontramos diferencias en las conductas y pensamientos de superación frente al crimen, según el tiempo, el espacio y las individualidades que moran donde el hombre inflinge la muerte a otro de sus semejantes.

Esa malicia humana no es siempre la misma y tampoco su contrapeso. Los héroes en Homero matan de una manera distinta a la de los personajes que llevan a cabo un crimen en Fedor Dostoievsky. La diferencia reside –aparte de los medios o de las armas– en lo que sienten y piensan los distintos protago-nistas de poemas, mitos o narraciones; en la actitud abierta u oculta del escritor y sobre todo, en las distintas estrategias y actitudes basadas en mutaciones afectadoras de algún gen ligado al comportamiento agresivo frente a actitudes distintas de escritores en cuanto a su crítica del crimen descrito. Pero además, cada manera de matar es enfocada de forma diferente por literatos y sociedades, donde son creadas las obras a pesar de cambios lentos de la consciencia en el devenir histórico y social.

De todos modos, han de existir razones generales o esenciales por las cuales los hombres se atreven a matar. Aparte del antes llamado instinto, que ahora sería una mutación genética

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dañina, pudieran ser ciertas circunstancias diferentes a las de cientos o miles de años anteriores, las que han despertado sentimientos que a su vez han activado el gen afectado para conducirlo a ese acto nefasto. Acto maldecido y reprobado en distintas culturas, aunque en otras ha sido alabado o sigue siendo utilizado como castigo.

Un claro ejemplo histórico sería la suerte de aquellos que se han atrevido a oponerse al poder dominante de la Iglesia a través de la ciencia: Giordano Bruno muere en la hoguera por alejarse –desde el conocimiento– del antropocentrismo o bandera del poder de esa Iglesia. En el siglo pasado, Hitler mantiene el poder matando a los perversos “culpables” de no pertenecer a la “raza pura” y al mismo tiempo, manda quemar todos los libros extraños a “su lucha”. Escritores, activistas y políticos sospechosos han sido perseguidos o enviados a la muerte de Siberia en la Rusia socialista.

Pensamos entonces que el hecho de que un ser humano le quite la vida a otro no proviene simplemente o solamente de la necesidad de la supervivencia, del hambre o de la multi- plicación de la especie. No podemos dejar de lado los genes que llegan a sufrir cambios o mutaciones con el paso de siglos, debido a factores internos y externos durante la evolución que, más que fisiológica o física, es ya ahora conductual, cultural, pues según los especialistas, aquélla terminó básicamente hace millones de años.

Esas conductas o actuaciones están condicionadas en efecto por los genes que tienen que ver con las cualidades o defectos de cada quien y que se adquieren a través de la selección natural. O sea que para profundizar en las distintas situaciones humanas dentro y fuera de la literatura, habrá que tomarse en cuenta el desarrollo de la técnica, de la vida social, de la política, de la historia, de las instancias materiales y de las mismas ideologías en los diferentes momentos de creación. Instancias que repercuten en las actitudes de los caracteres literarios a través de las neuronas cerebrales.

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Será de gran importancia tomar en cuenta la manera en cómo intervienen las relaciones humanas desde el grado de cultura dominante y desde su composición o equilibrio y su autocrítica en el control del mal o en su realización, en el ímpetu del gen asesino o en su apaciguamiento. Y habrá que entender cómo la realidad circundante, junto con la procli-vidad o disposiciones del cerebro, pueden presionar a superar toda humanización hasta llegar a la barbarie.

Surge de esta manera un comportamiento humano peligroso producto ni más ni menos que del mismo razonar y de los sentimientos influenciados por el entorno y definidos por la mutación genética. Por lo tanto, el cerebro del homo sapiens es un arma de dos filos: ayuda al avance de una sociedad, pero también la hace retroceder socavando la misma cultura e inventando justificaciones y armas cada vez más mortíferas. Desarrolla la técnica este cerebro descuidando las relaciones sociales a través de una dura insensibilidad.

Leyendo y tratando de entender los símbolos de las obras de arte literarias dentro de sus múltiples contextos y como representaciones de la realidad que percibe el artista, surge el potente hecho posible de que el gran escritor conoce, intuye o presiente las fuerzas genéticas y al mismo tiempo, las del ambiente en que se desarrollan sus tramas imaginadas. Tramas enraizadas siempre en la realidad material y en la espiritual en que crea su obra. A su vez esta realidad es producto de una historia que toma forma de individuos, conductas y ambientes especialmente imaginados para –a través del lector avezado y de la crítica– sugerirla, describirla y analizarla de acuerdo con los medios culturales, estéticos, técnicos y científicos de cada tiempo y espacio.

Tomando al azar obras de la Antigüedad, los seres que matan lo hacen justificándose con las cuestiones en las que creen; cada personaje tendrá una conducta y una actitud diferente según la cultura y el nivel de ésta a la que pertenece.

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Julio César escribe con orgullo sobre la Guerra de las Galias en que toma rehenes, prisioneros y mata en nombre del Imperio Romano y su expansión; imperio que constituye el máximo poder que requiere conquista y dominación, muerte e impuestos.

En el poema El Cid Campeador, éste lucha contra los moros por la reconquista de España, siendo venerado como un héroe inmortal. Aquí la literatura disiente de la realidad porque en los hechos históricos, el Cid llega a ser un mercenario bueno para la estrategia y la guerra. El papel del poema en éste y en muchos casos de aquéllos y de estos tiempos, es el de glorificar héroes colectivos que permitan la unidad y el avance cultural de conjuntos humanos; o que esa glorificación dé lugar al fortalecimiento del sentimiento grupal o nacional, muchas veces como instrumento del mismo poder: constituye lo que llamaríamos hoy, el patrimonio nacional. Este también juega el papel de acumulación de la cultura de cada nación, una acumulación que muchas veces es tomada positivamente en el sentido de esfuerzo real y honesto frente a la violencia y la corrupción.

Al cambiar la cultura según las necesidades reales que inducen a mutaciones del ADN, algunos héroes del pasado con sus formas de pensar son desmentidos por el mismo Quijote, desvirtuando al caballero andante tradicional.

En nuestro país aparecen obras de revisión de atrevidos intelectuales, acerca de los hechos históricos dictamina- dos según la versión del poder; sin embargo, no permite esta versión analizar la verdadera evolución del ser humano.

Regresando a las novelas medievales de caballería, éstas muestran en efecto la fuerza de la valentía heroica en la capacidad de vencer y matar de un ser poderoso e invencible. Este ser representa una respetada excusa racional ocultadora de intereses individuales, sociales, económicos, políticos, religiosos, amorosos, o los de distintos poderes que rodean a los hombres que viven en aquellas sociedades. Situación que

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persiste en nuestro ámbito, como la del presidente actual en México, quien se enfrenta al temible narcotráfico con métodos sangrientos, inducido por los requerimientos de control de la sociedad que gobierna.

Entrado el Renacimiento, el Medioevo se prolonga en ciertas obras, aunque se percibe en otras, algunos cambios renovadores. Los principios religiosos rigen el mundo creado por muchos poetas o escritores. El motivo de La Jerusalén Libertada de Torcuato Tasso, es el desarrollo de la primera cru- zada en defensa de la fe cristiana. En el poema épico, los cruzados tienen todo el permiso de matar por la fe, a pesar de que la lucha se dirige también contra la amenaza constante del Imperio Otomano; hecho registrado en la obra de Cervantes.

En esa misma era, Ludovico Ariosto resalta en su obra a Orlando el Furioso, el personaje de la corte de Carlomagno, como un guerrero que ha de derrotar a Argalia, el enemigo, matándolo en combate para alcanzar el gran premio de amor y así merecer a la bellísima Angélica. Tras los hechos poéticos, existen siempre condiciones reales y una intencionalidad disfrazada y oculta que tiene que ver con las propensiones heredadas y con la realidad que influye también en los profundos deseos buenos o malos del hombre en cuestión.

Hasta nuestros días se prolonga en el llamado inconsciente colectivo de los distintos pueblos, el dominio de esas actitudes junto con la presión de las necesidades reales.

Son así las circunstancias de todo tipo junto con las propen-siones naturales de agresividad, y también con otras tendencias genéticas opuestas implicadas en el comportamiento –que consisten en una inclinación de nuestro cerebro de genes especiales hacia la saludable convivencia tanto individual como colectiva–, las que parecen determinar de algún modo el pensar y el actuar de los héroes o antihéroes literarios.

El arrebatar la vida a otro ser es considerado de distintas maneras. Desde la Biblia, libro sagrado en Medio Oriente y en Occidente, los hechos sangrientos se repiten sin cesar

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y son justificados por la creencia de que la muerte es natu- ral y arbitrariamente dictada por la divinidad y es, al mismo tiempo, un premio paradisíaco o un castigo infernal. Desde allí o desde antes de ese libro hasta hoy, gran parte de la mentalidad humana justifica, según su despliegue cultural dentro de su medio, toda clase de matanzas. Son estas diversas justifica-ciones requeridas por la organización social, por sus metas y por las mismas relaciones humanas, las que permanecen posiblemente en nuestros circuitos genéticos como herencia de nuestros antepasados; herencia negada, avivada o contro-lada por ciertas personalidades y grupos humanos de los tiempos en que vivimos y del mismo pasado.

Ya en la era moderna y aún mucho antes, se alzan en ciertas obras voces distintas con timidez, ironía o cinismo; voces con otros ánimos para criticar, denostar o atacar las fuerzas oscuras de ese mal que radica entre los hombres. La vida adquiere un nuevo valor ante preceptos y viejos ideales gracias a la evolución de la consciencia, que deviene con reacciones de gran inteligencia ante la maldita realidad.

Conviven en esta época histórica como en todas las demás, lo viejo y lo nuevo; ello sucede con la gran mayoría de las costumbres, de las culturas y de la literatura de ayer y de hoy. Novelas sobre crímenes por celos, odio, descontento, ideales, deseos insatisfechos, se escriben hasta el presente acarreando disposiciones y gestos propios de cada situación histórica. Porque la buena literatura constituye una gran percepción del comportamiento humano producido desde nuestras mentes.

Efectivamente, con el Humanismo del Renacimiento surgen otras ideas, otras miradas, otras imágenes junto con un lenguaje y estilo diferentes al anterior. Pero de todos modos, domina la espada. El mismo poeta toledano Garcilaso de la Vega, milita en el ejército del emperador Carlos V. Empezando a tener consciencia en sus versos de La furia infernal que es la guerra, no deja de ser un soldado que mata y muere en batalla. Con todo y su reclamación poética, permanece en el mundo

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de las luchas de dominio. Luchas que no dejan de registrarse hasta la era actual en la realidad y en la literatura.

Pero cada vez más, la creación poética va abundando entre líneas en los orígenes de nuestra presunta necesidad de matar, cambiando las técnicas literarias que están vinculadas generalmente al significado distinto de las obras. Cambian estilos, temas, contenido de críticas, lenguajes, vocabularios… Es imposible separar la técnica artística del significado, debido a esos cambios tanto de métodos como de mentalidades. Pero dentro de estos cambios o transformaciones mentales y materiales de la misma realidad humana, persisten algunas veces los procesos fundamentales de la selección natural en la evolución de avance del hombre y de la sociedad, o se repiten aquellos procesos de regresión y de estancamiento.

Tenemos en esa época, héroes literarios que matan por la fe o por poder y a otros que matan por honor, conquista o amor, ensalzando la valentía, la fuerza y la bravura. Los fines se imponen a los medios. Pero en el centro de todo ello, llega resplandeciente el Quijote que, a pesar de portar armas y armadura, en ningún momento de la novela de Cervantes, el héroe alocado derrama la sangre de otro ser humano para arrebatarle la vida. Son obras que se oponen a otras que alaban de alguna manera la muerte del enemigo. Son contrarias como dos sensibilidades o dos disposiciones que se colocan una frente a la otra, constituyendo tendencias opuestas que se alojan en nuestro cerebro y que se prolongan hasta nuestros días.

Estos hechos narrativos contradictorios los encontramos desde hace milenios en la obra hindú “Mahabarata”, donde la bondad de los Pandavas triunfa sobre la perfidia de los Kuravas en una lucha sin tregua. Las palabras de Yudhistira –citadas en una historia universal de la literatura– resuenan contra la violencia: “¿A qué han servido tantos horrores? Nos hemos destruido los unos a los otros. ¡Maldita sea la violencia que tantos males acarrea a los hombres! ¡Cuán preferible es la paz, el imperio de sí mismo, la pureza, la abnegación, el desdén

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de la envidia, el respeto de la vida ajena, la verdad que predican los ascetas en el fondo de los bosques!” Las frases anteriores encierran un fehaciente testimonio de una actitud tradicional insertada en el cerebro, en el gen que está involucrado en el comportamiento y que llega hasta Mahatma Gandhi.

De todas maneras, la extinción de comunidades, de ciudades, de culturas y de civilizaciones debidas a la violencia humana entre otros factores, persiste hasta hoy en el arte literario y en la realidad histórica. No parece haber servido en Oriente la doliente voz escrita del filósofo chino Mo Tr que, en su libro Mo Tseu, defiende la paz, el amor hacia el prójimo y la idea de que el interés verdadero se cifra en la práctica del bien. Este libro fue escrito en el siglo V antes de Cristo. Encierran estas líneas realmente los conceptos fundamentales de distintas religiones y los mismos principios de la moral laica.

Las diferencias yacen quizás en los diferentes sentidos del bien y del mal y en el castigo, el premio, la alabanza, la condescendencia, el perdón, la confesión o el repudio de los actos calificados como buenos o malos.

Por un lado, tenemos bellas frases e imágenes de pesares y aflicción que llaman a la paz y a la comprensión del otro y, por otro lado, hechos sangrientos, algunos ya casi olvidados o grabados en la memoria histórica a través de la transmisión oral de mitos, de herencias y de leyendas o a través de obras litera-rias. El solo hecho de escribir sobre los temas de esos horrores, expresa el deseo consciente o no, de alabarlos o de evitarlos a toda costa. Aparecen así fantasmas, miedos, culpas, destinos, cinismos, ironías, venenos, decapitaciones, pesadillas, convul-siones, lágrimas y entierros, martirios, repulsiones; en fin, propósitos asesinos considerados con una cierta indolencia o desde una crítica mordaz propagada en la palabra artística.

En la crítica de la literatura llega a haber, empero, canoni-zaciones de las grandes obras pero que, para el lector sensible, se acompañan –frente a hechos sangrientos– de un eventual silencio atronador en las consciencias. Muerte y amor en la

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literatura van muchas veces juntos, acompañados de diversas maneras de lamentos, voces y arrepentimientos. Muchas obras contienen vidas segadas por golpes y cuchillos, por ruidos huecos que traen la muerte calculada. Descripciones crudas de delirios y deseos criminales son iluminadas con fuerza signifi-cativa, aunque a veces, la descripción es distinta, es hueca, sentimental, infinitamente dolorosa, fantasiosa o inventada artificialmente, construyéndose casi inútilmente para los fines artísticos de cultura, de humanización, de consciencia.

Se va perfilando así la idea del hombre como un ser ambiguo. En ocasiones, es asesino sin tener ningún remordimiento y en otras, moralmente no quiere serlo, acaso para no dañar a la especie sintiendo culpas y arrepentimientos; son actitudes enraizadas en los procesos cerebrales. En ciertas ocasiones es pacífico, pero las circunstancias lo llevan al crimen. Se concibe igualmente al ser humano como bueno y malo al mismo tiempo. La épica antigua narra las hazañas liberadoras de héroes que matan “justamente”, sin borrar las obras sobre santos y bienhechores escritas en la misma era.

El gran conflicto de la mente humana brota en la prosa y en múltiples versos. En la historia, trae consigo en ciertas condi- ciones funestos resultados. Estudios postmodernos y con- temporáneos, como la obra Colapso de Jared Diamond, concluyen que la gran cultura maya desaparece –entre otras razones– debido a las guerras entre ellos mismos, quienes luchan por el poder, el agua y la tierra; también al daño ambiental y al crecimiento demográfico, al cambio climá- tico y a vecinos hostiles.

Se han perdido civilizaciones enteras en la maraña que lleva a asesinatos o a masacres. Ello nos hace voltear a nuestro alrededor, donde amenaza la guerra nuclear. Sobre la bomba atómica trata la novela del escritor mexicano Jorge Volpi: En Busca de Klingsor. En la trama, a la mayoría de los científicos europeos dedicados a la investigación de la materia, del átomo, de la energía atómica, no les preocupa el tremendo peligro de

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este descubrimiento para la humanidad; sólo piensan –con algunas excepciones– en su prestigio.

Hay obras que solamente registran la violencia mortífera de manera indirecta desde nihilismos llenos de tristeza, o desde estados de ánimo de congojas o lamentos y de gran descon-suelo. En otras obras repercuten con angustia y duelo negativas situaciones económicas, sociales, históricas, psicológicas, nacionales, culturales y étnicas, vinculadas a la violencia. Muchas de ellas son contrarrestadas por distintas versiones salvadoras, como las míticas, las religiosas, las teóricas o las críticas. Pero desafortunadamente, los análisis de esas cuestiones, de esas posturas, no acuden a la ciencia, a la nueva sabiduría sobre los genes.

En algunas literaturas latinoamericanas, los héroes son el guerrillero o los revolucionarios matizados de distintas maneras, según la percepción, el lugar y el tiempo del escritor. Con diversas circunstancias geográficas ya sea en el campo, en los ranchos o en las urbes, el desempeño de matar al enemigo es parecido.

Es completamente plausible encontrar el imperio del terror en la literatura. Hay personajes que actúan sin escrúpulos morales o ideológicos, como los sicarios en la novela contem-poránea del colombiano Fernando Vallejo: La Virgen de los Sicarios. Otros creen en la redención del pueblo, valiéndose de la misma violencia.

Es frecuente que suceda que, a lo más que llegue la crítica de la literatura sea a dilucidar sombrías situaciones históricas, como la descomposición social, las caídas de líderes y movimientos, las luchas por el poder, la desespera-ción individual o popular, el hundimiento de instituciones, la instauración de dictaduras, la depredación de la naturaleza… Esta crítica dominante formula, desde las imágenes poéticas, hechos reales negativos o trágicos sin desentrañar su origen orgánico, físico, expresado subterránea o clandestinamente por muchos escritores.

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Antonio Gramsci, el marxista italiano de las primeras décadas del siglo XX, escribió que “la literatura dice lo que no dice”. Pero la mayoría de los estudiosos actuales de la obra literaria, solamente dan cuenta del drama evidente de sangre lleno de horror y de crueldad, siendo incapaces probable-mente de asimilarlo para comprenderlo objetiva y cabalmente. Pierden así el verdadero sentido de los valores estéticos, pues la literatura no es solamente la apología o la crítica de los resultados del comportamiento humano; va más allá –según la época–tratando de comprender el porqué de ese actuar y cuáles pueden ser sus consecuencias. De aquí que surjan, con la evolución cultural y desde los variados choques humanos reales en el paso de los siglos que tienen influjo sobre la mente, nuevas opciones poéticas y narrativas.

A partir de la crítica establecida y aceptada o convencional, la literatura es, sobre todo, una constatación de hechos reales, a pesar de que se toman en cuenta otras obras denominadas fantásticas que en realidad son ficción como las otras. Y por más retórica que utiliza, las obras literarias, artísticas, no pasan de ser para ella un testimonio o una revelación.

Se habla de la reelaboración poética, de una técnica imaginativa especial para presentar cruentos sucesos en la ficción y en la poesía, de reinvenciones, sin siquiera buscar su significado humano. Se exponen en la crítica violencias como orgías de odio, como comunidades desgarradas que consti-tuyen en verdad una amarga crítica de la realidad; crítica que es, empero, incompleta, pues estas ideas sobre la literatura de la violencia no llegan al centro, al meollo del problema de las relaciones del hombre con el hombre, del hombre con la naturaleza y de aquellas que el hombre tiene consigo mismo. Relaciones que expone con gran brío y naturalidad la poesía antigua, que no es más que para esa crítica la llamada gran lírica o épica en forma de poema excelso.

En algunas explicaciones famosas sobre obras literarias existe un mecanicismo entre la historia y la literatura, puesto

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que, según estas concepciones, la obra literaria se desprende directamente de la historia sin ningunas mediaciones. Ciertas ideas críticas distintas se liberan por completo de la historia, dedicándole a la literatura expresiones impactantes pero vacías, artificiales, altisonantes, incomprensibles, casi místicas.

Otras percepciones, aciertan intuitivamente en algunas proposiciones que toman en cuenta la interioridad del hombre y su medio histórico-social. Entre esta clase de crítica de percepción y vislumbre del sentido de la literatura y de la cultura creada por el hombre, estaría el crítico del siglo pasado, George Steiner. Se dedica este polifacético escritor a la educación del lector en cuanto a la humanización y a la universalización que encierra la gran obra de arte escrita, como la tragedia de “Antígona” de Sófocles, que lo impresiona. Después del Holocausto en Europa, este escritor se manifiesta por el silencio literario.

Existen así inicios de otra crítica que presiente las mediaciones mentales entre la naturaleza humana y su sociedad, entre esa condición pensante y la realidad. Es ya una crítica universal de la literatura que esboza los vínculos entre las tradiciones estéticas y las simbólicas, entre la literatura y la imaginación, entre el arte y la realidad, entre la belleza y el hombre como ser poseedor de un cerebro hecho de genes que producen proteínas, mismas que conducen a muchos y diversos comportamientos.

Según las eras y culturas, la literatura cambia como también la crítica. De aquí que cada nación pueda crear su propia literatura y su crítica o poderoso comentario intuitivo –o no–, a pesar de que ambas han de alcanzar con su fuerza e impresión el nivel universal para subsistir como creaciones humanas propias de la evolución. Por lo tanto, los pueblos que han gozado o sufrido más la violencia, tendrán quizás ma- yor tendencia a novelarla o a vivirla en la prosa o en los versos. Pero habrá casos en que se ignore el tema de esa violencia;

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aunque en otros, se enaltecerá la lucha por una causa. Estas últimas obras se consideran importantes, grandiosas, a pesar de que no se aclara o se deja de rechazar el hecho de que los conflictos entre los hombres han de resolverse, desafortuna-damente, por medio de la violencia.

El hecho es que la violencia de muerte, desequilibra sociedades, familias o grupos humanos que quedan marcados por las huellas del trato siniestro a los antepasados. Con el transcurrir del tiempo, van sanando lentamente las heridas aunque, secretamente, siguen abiertas transluciéndose en la literatura. Un ejemplo serían algunas obras de la escritora Carmen Boullosa, quien deja sentir su dolor por un pasado que la acosa, o deja percibir su búsqueda de la propia identidad, identidad que escapa. Nada o poco sobre la naturaleza humana puede desentrañar una crítica meramente política, histórica, sociológica, ideológica, filosófica e inclusive psicológica; tampoco servirá para ello una crítica formal “artística”. Estruc-turalista, semiológica o desconstruccionista, la crítica no hará más que desmembrar la unicidad de la obra creada y dejar de lado el sentido humano de las obras poéticas. Agregado a ello, está el falso examen de la llamada “percepción estética”, que se sale de la creación para inventar teorías artificiales.

Difícilmente podrán esas variantes de crítica idealista o supuestamente materialista y científica, atrapar los im- periosos e invisibles dictados de la mente humana en los comportamientos. Pues tras los actos de los protagonistas de historias narradas o tras las íntimas voces de la poesía, se ocultan potentes combinaciones de resortes o hilos que manejan los distintos entes literarios. Conocer esos conduc-tores desnudando la palabra poética, es un elemento necesario junto con otros factores, para la positiva evolución humana y cultural que anida en su conocimiento. Evolución que pueda así participar en el alcance del logro por ahora utópico, de no permitir que el hombre mate a sus semejantes.

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No se trata solamente de la vida, sino más que de otra cosa, de la humanidad que va con esa vida de la víctima o de las víctimas. Porque las civilizaciones que florecen tienden a conservar y a renovar formas de vida controlando hasta cierto punto, la muerte amenazadora. Pero ésta siempre está al acecho, de tal manera que las culturas que se van desarro-llando, abandonan paulatinamente en el transcurso de la historia de la literatura, maniqueísmos y dogmatismos en los momentos magníficos de su creación literaria; puesto que son los fanatismos, las obsesiones y los fundamentalismos de todo tipo, los que factiblemente conducen, entre otros factores, a la violencia.

Esta respuesta tiene que ver con mutaciones segura-mente aleatorias de los genes y por lo tanto, con el proceder humano. En su mente anidan siempre creencias, certezas y confirmaciones de realidades, sueños o mitos del pasado que la manejan pasionalmente; junto a ellos, esa misma mente impele al hombre a rebeldías ante el acontecer trágico de muerte y desolación.

Con el adelanto y progreso de la cultura árabe en el pasado, podemos situarnos en la población siria de Maarat, en la segunda mitad del siglo XI, donde escribe el genial poeta ciego Abdul-Ala al Maari:

“Los habitantes de la tierra se dividen en dos, Los que tienen cerebro pero no tienen religión, Y los que tienen religión pero no tienen cerebro.”

Son versos que reaccionan en el extremo opuesto, en la otra ceguera ardiente, resentida y rencorosa, porque atesti-guan racional y poéticamente el miedo y el agotamiento de poblaciones enteras que caen bajo la espada de los cruzados. Estos hechos van creando la mentalidad de las generaciones posteriores, basada en la pura e intensa emotividad remanente de odio. Ahí está frente a nosotros, el terrorismo empapado de fundamentalismo, de pasado próspero ya lejano y de la misma derrota frente a nuevas civilizaciones.

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Ahora ya se hacen estudios sobre el genoma humano o secuencia del ADN que da órdenes o instrucciones para la fabricación de la proteína del gen que resguarda o cambia las conductas; ahí están grabadas las actitudes que han resultado de los procesos históricos de miles de años o de millones de años.

Así son, entre otras causas, los sentimientos heredados y otros presentes que coinciden con ellos, los que conducen a la crueldad, a la persecución, al racismo, a las dictaduras, a la opresión, a la limpieza de sangre cuando la realidad es propicia. Odio, miedo, desamparo, avaricia, egoísmo y tantas otras pasiones y sentimientos, rigen ese comportamiento humano bajo distintas condiciones.

Quedan de igual manera estigmatizadas innumerables personas del mundo en que sus ancestros fueron mutilados, explotados, abandonados; son algunas veces, masas que permanecen atontadas, aturdidas y sumidas en la inercia, incapacitadas para hacer algún esfuerzo real por superar su triste situación, como muchos de nuestros indígenas.

También brotan sin embargo de nuestro cerebro, desde la necesidad, el cansancio y la razón siempre abierta en ciertos hombres y en distintas condiciones, los inmensos deseos de tranquilidad, de riqueza espiritual y de gozo, legados también por nuestros antepasados. Representaciones de todo ello, las encontramos en la literatura.

Hay cementerios, museos, efigies y monumentos de toda especie para honrar a los héroes muertos. Son venerados como algo natural, pero lo importante parece ser que no hay que olvidar. Recordar, empero, sin saber, sin comprender a fondo qué es eso de “pasiones primitivas” o “sucesos tenebrosos”; tener presente el triste pasado, no es suficiente para impedir nuevos crímenes de lesa humanidad. Con las puras memorias quemantes, abrasadoras, sólo queda la confusión, el odio, la amargura, los resentimientos, la venganza, el desprecio de sí mismo o simplemente la inercia y el olvido.

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Contrariamente, el deseo vital en la misma creación del poeta, trata de detener la tragedia dando cuenta hasta cierto punto, de algo de la condición de los humanos. Conocer cada vez mejor esa condición humana, es un paso adelante. Ese conocimiento o intuición artística que ofrece la literatura, tiene el cometido de una especie de desahogo necesario, a pesar de que ciertos asesinos hayan sido castigados. Además, tiene la misión de sacar del letargo a los no pensantes, sometidos a sensaciones frívolas e inútiles; trata de sacarlos de la depresión y de la frustración cultural para ayudarles en la compren- sión de nuestro ser y así, abandonar las desesperanzas y la desolación, productos de la ignorancia y de la ignominia.

Penetrar la literatura difundiendo sus sentidos puede ayudar probablemente a permitir cierta superación de lo salvaje e inhumano en nuestra conducta y en nuestra mente, alejándola de los duros fanatismos y de la intolerancia. Algunos autores, basándose en la psicología, han llamado a no reprimir nuestra energía destructiva, sino a sublimarla –como diría Freud– o a encausarla a la creatividad, controlando así nuestras pasiones. Sin embargo, esa posibilidad no depende directamente o sólo de la literatura, ni se realiza por puras convocaciones morales o terapias ocupacionales, o inclusive creativas. Se requieren ciertas condiciones tanto materiales como espirituales para que ello se pueda realizar. No basta la evidencia del estado de degradación de una sociedad. Vicios, humillaciones, aberra-ciones de toda clase, impunidad, decadencia y hasta caos, se localizan en muchas literaturas y culturas que no han tenido la manera de superarlos.

Pero con todo y todo, en la efusión solidaria y en el vivo pensamiento humano, en la auténtica educación, en la avan- zada organización social, en la información certera, en el avance de la ciencia, en la plena e íntegra cultura en evolución, puede eventualmente sobrevenir, aunque lentamente, el esfuerzo consciente por el cambio necesario.

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No es suficiente cuestionar el mundo frente a la violencia. No basta tampoco imaginar poéticamente la atroz y espantosa realidad para intentar esclarecer los síntomas y las causas del hundimiento de las sociedades. Ni siquiera la experiencia o la razón pueden por sí solas rescatar a la humanidad. Toda civili-zación se sostiene gracias a muchos factores interrelacionados entre sí. Estos definen el nivel y el poder de esa civilización; el arte y la literatura constituyen uno de esos factores que le dan vida. Una comunidad sin unidad, vigor y pujanza de lucha, sin una manifiesta aspiración de paz, sin avance cultural y sin desarrollo de la ciencia, sin creatividad artística y sin condiciones objetivas para existir, no tiene futuro.

Para el humanismo del siglo XXI nada fuera tal vez o alguna vez de la supervivencia como humanos, puede justificar la violencia entre los hombres. No se puede matar como humanos en nombre de lo más preciado, ya sea de la democracia, de la redención, del amor, de la justicia o de la misma libertad.

Es imposible construir renovando la sociedad sobre los restos del adversario, sobre “el matadero”, como diría Borges. Ahí y en algunos de sus otros cuentos está expuesta crítica-mente la retórica de letrados que no detiene la sangrienta ola que desatan criminales, matarifes federales, marginales o malhechores; el proceder de todos ellos es brutal, monstruoso. Son los bárbaros que están lejos de la civilización. Sombríos y siniestros, desfilan por las narraciones de Borges, exponiendo la violencia tanto de los poderosos como la de los rebeldes oprimidos en su sentido político y social. Ni justificaciones razonadas y lógicas ni bellezas ni sueños pueden resolver la inseguridad humana expuesta a la imposición de lucros y de beneficios disfrazados de buenas intenciones, manejado todo ello por mutaciones dañinas del gen para llegar de la agresi-vidad a la violencia; a pesar de que existe la posibilidad de una mutación benigna desde la selección natural, que da lugar a medios y estrategias para sobrevivir.

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Estos hechos se repiten hasta hoy en muchos lugares de nuestro mundo. Hasta hoy, grandes movimientos de contra-ataques físicos, políticos y sociales, han luchado para liberar a masas y pueblos. Pero en nuestro tiempo, ya ha habido revoluciones pacíficas. El viejo honor, la lastimada dignidad y la venganza, conservan todavía su fuerza bárbara al igual que las disputas y contiendas por el poder. En Latinoamé-rica, innumerables obras llevan ese sello de lucha, de ruina y de destrucción.

Facundo en Argentina nos muestra la enorme contradic-ción de los políticos en Latinoamérica; Domingo Faustino Sarmiento, presidente en el siglo antepasado de Argentina, escribe el Facundo. Las tropas actúan con severa crueldad bajo sus órdenes; organiza levas forzosas de gauchos para combatir a los indígenas, entre otros comportamientos criminales hacia las clases oprimidas. Con todo y eso, agregado su desprecio autoritario hacia los pobres, su pensamiento ilustrado y su concepción racional e ideológica de la elite, no borran su comportamiento al estigmatizar al “tigre de los llanos”, o sea al bárbaro frente al civilizado que odia ese salvajismo.

Tenemos Los de Abajo en México, novela escrita por Mariano Azuela. En ella, aparecen dos extremos de la sociedad de entonces: los desamparados y los federales en una lucha a muerte. Lucha matizada por los ideales revolucionarios. Ambos, tanto los desheredados junto con los revolucionarios y los soldados del gobierno, se aprestan al crimen con saña; unos se sienten prepotentes y llenos de desprecio hacia los rebeldes, y otros, los calzonudos, los desvalorizados, los despojados y resentidos, atacan con coraje a los poderosos. Los alzados que arrastran su miseria se mantienen entre balazos, tequila y amores, en un ambiente rústico, polvoriento y agreste. Las tropas destruyen, roban y riegan sangre de campesinos; pero el mayor botín reside en la apetencia por el poder de jefes, soldados de rango y dirigentes. Y mientras los revoluciona-rios que vencen se entregan al saqueo y al libertinaje, los que

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representan al gobierno se aprestan a imponerse a través de la avidez por la guerra.

Azuela nos entrega un mural realista hecho de diálogos, de acciones plenas de rudeza y de rústicas descripciones de la naturaleza. Se pierden en esos contornos los ideales revolu- cionarios en medio de la violencia, de la muerte. En medio de los distintos ataques, de datos históricos y a través de un lenguaje tosco y rudimentario de los personajes, el autor transfiere la ignorancia y el primitivismo del pueblo sumido en la represión, en la marginación y en la violencia.

El Arma del Hombre de Horacio Castellanos Moya en El Salvador, y tantas otras novelas, evidencian en la litera-tura el carácter de lo humano frente a las propias tendencias genéticas y frente a la represión y el dominio. El escritor salvadoreño riega en su obra una reacción rebelde a la realidad violenta que impera frente a él. Puede así apreciar o divisar las corrientes internas polarizadas de pensamientos y emociones del ser humano traicionado y vejado, y de aquel que comete toda clase de tropelías.

El narrador proyecta la agresión y el atropello de las dictaduras y el dolor que queda de los campos de batalla. Sus personajes atestiguan la consecución de la muerte lacerados por su eterno recuerdo de persecución, derrota y abandono. Esa cruda realidad se enfoca sobre la guerrilla, integrada por feroces combatientes que pelean y actúan, al mismo tiempo que se activan bandas de delincuentes constituidas por ex militares o ex guerrilleros, como ha estado sucediendo ahora en distintos países de Latinoamérica.

La muerte azota a oficiales revolucionarios y al líder de un grupo de desheredados en la novela de Mariano Azuela; se pelea en un medio de traición y de corrupción como en el mundo de Castellanos Moya.

Encarnan esas imágenes mundos vacíos de ideas polí- ticas; mundos regidos por organizaciones terroristas, como las fuerzas armadas abusivas, la policía corrupta o los narco-

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traficantes de hoy que caen bajo el poder de la agresividad exagerada. Esos hechos narrados se parecen a los sucesos críticos de la actualidad. Encierran aconteceres que no dejan de repetirse por todo el mundo, sobre todo en las naciones surgidas de los trastornos y conflictos de la colonización. Esta violencia desnuda, reproduce ya nuestra propia pesadilla de la realidad.

Desde mitos y leyendas, magias y supersticiones, los grupos humanos quebrados muchas veces por dentro, pasan por los rigores de inmolados e inmoladores. La historia se repite en el siglo pasado y llegamos al Macondo de García Márquez; símbolo pestilente y pernicioso por los arcaicos mitos de vida que conserva y encierra, para devenir en la impunidad y en la corrupción que propician dentro de la realidad mexicana la matanza de Tlaltelolco. Esta matanza fue propiciada por el afianzamiento de un poder injusto, apoyado por los genes del comportamiento agresivo. Todo ello se dispara y se agrava con Stalin, Hitler, Mussolini o Milosevic.

Es así casi lógico pensar como el filósofo Horst Kurnitzky, en cuanto a que el sacrificio es el fundamento de toda comunidad humana, o sea de toda civilización. El teórico multidiscipli-nario e interesante, se apoya en una incesante cadena de mitos de sacrificio y fundacionales desde eras primitivas hasta la nuestra. La muerte sería el requisito funesto e inamovible para la existencia de una cultura.

A pesar de ello, la gran literatura moderna responde crítica-mente a esa justificación unilateral; responde tanto con pesimismo como con optimismo, variando según el tiempo y el espacio en que se crean las obras. De aquí que la palabra poética trace otras perspectivas humanas, puesto que de nada valdría escribir si no tuviera ningún sentido necesario el hacerlo.

Y son precisamente algunos mitos viejos y nuevos los que conforman con distintas presiones reales y nuestras actitudes negativas –tanto racionales como emocionales– vislumbradas

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censuradamente por los grandes escritores, a quienes podríamos considerar como los exponentes de la selección natural en distintos tiempos.

Pero los hechos reales superan nuestra mente y nuestra imaginación en la literatura. Los propios demócratas nortea-mericanos aceptan arrojar la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. La literatura casi queda muda con todo y sus símbolos frente a estos hechos, pues no expone muchos de la infinidad de atroces golpes de estado en el tercer mundo.

Pero el “ser o no ser” de Hamlet resuena en la palabra escrita de la Modernidad para convertirse en Latinoamérica, en civili-zación y barbarie, cultura e inhumanidad.

Rómulo Gallegos, José Revueltas y muchos otros escritores tocan estos temas de violencia en algunas de sus novelas, de manera ya muy distinta de como lo hacen los griegos al representar el asesinato en las tragedias; acto determinado entonces por el destino. Son obras que describen o cuestionan cada una a su manera la humanidad misma, que se convierte de repente en inhumanidad; lo hacen desde perspectivas diferentes, a través de mentes asesinas que se producen seguramente debido a afectaciones del gen relacionado con la agresividad humana. Son afectaciones que surgen en largos momentos de crisis de esos países. Piensan, de todos modos, que la civilización es el camino para redimir al hombre de la barbarie.

Persiste sin embargo en la literatura moderna polaca de fines del siglo XIX, toda una épica que enaltece las hazañas de héroes liberadores a pesar de que son héroes que matan; Henrick Zinkiewicz alaba los o brutales defensores de la patria. Bulle en otros escritores de la Modernidad, una oposición a la violencia que no deja de ser violencia mortal y hasta regenera-dora al mismo tiempo.

Ya en los últimos siglos va despertando una nueva consciencia de la naturaleza humana. De tal manera que no podemos sencillamente afirmar –por posibles malentendidos– como

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lo hace en algún momento el filósofo francés Regis Debray, que “las pasiones patológicas son una invariable antropoló-gica en los hombres”, puesto que no todos los que matan están locos o enfermos; algunos lo hacen porque lo que les importa es la supervivencia, la salvación, y otros dan rienda suelta a sus pasiones.

Ningún absoluto puede no obstante explicar lo que so- mos los seres humanos, tomando en cuenta que estamos lejos de los chimpancés, de los cuales parece haber provenido nuestra especie. Además, han cambiado o evolucionado la organización social, la ciencia y la técnica, la mentalidad y más que nada, la respuesta a la violencia que sigue imperando.

Es a partir de imágenes simbólicas, desde hechos poéticos y narrativos, desde personajes novelescos, que podremos prefigurar aspectos de la violencia humana; rasgos que radican en el lenguaje literario. Lenguaje que es una maravilla de la creatividad de los humanos, por haber permitido y dado lugar a la profunda comunicación, expresión y transmisión de experiencias y de sabiduría. Aunque también ha servido para catequizar, persuadir o decretar la sumisión, la dominación y la explotación del hombre por el hombre; ha cantado las falsas grandezas, ha condicionado y preparado sucesos de desastre y de muerte por medio de la difusión de ideas contrarias a lo verdaderamente humano.

La modelación de mundos imaginados en la letra auténtica-mente artística entrega contrariamente visiones inconformes, con la actuación de seres deshumanizados que violan la vida de los otros y la de sí mismos. Pero con la sola inconformidad parecería que estamos determinados o condenados a ser violentos, puesto que antropólogos, biólogos, neurocientíficos y otros especialistas, afirman que el hombre está marcado en sus genes por la violencia de sus antepasados. Aunque según ellos mismos, los humanos somos capaces también de aprender, de producir pensamientos nuevos y de crear una espiritualidad protectora de nuestra evolución humana.

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Pero no es la lingüística la que puede servir de clave para descifrar las obras literarias. El lenguaje es la materia que utiliza el escritor para exponer su mundo imaginado. Lo trabaja, lo metamorfosea según sus fines diseminados en la imagen. La literatura es más que lenguaje, es nada menos que una visión del hombre a través de él y de su realidad. Es arte, es lenguaje poético producto de la maestría y talento del escritor, que transforma el mismo sentido de la palabra que es, asimismo, producto de las capacidades humanas. Ni el estudio de la lengua ni el de la vida del escritor son la llave para entrar al universo inventado, y descubrir algo de su sentido en cuanto a la naturaleza humana.

Es el impacto y el análisis emocional-racional el que podrá guiarnos en nuestro cometido. El biografismo puro e imperante en este nuestro tiempo no es el camino para entrar de lleno a la realidad poética, pues la obra de arte es la voz de un tiempo, de una cultura, de un congregado humano; no es sólo la de un individuo, a pesar de que éste es capaz de captarla y transmitirla a los demás contemporáneos y a las generaciones que le siguen.

La gran literatura es, como testimonio o mucho más que eso, una dura crítica a los actos perversos de los humanos según los conceptos de cada época. Sin embargo, esa crítica acoge en su reverso significados de aptitudes humanas, de conocimiento, de aprendizaje y de defensa o de protección de la especie.

Hanna Arendt, filósofa superviviente de la persecu-ción nazi, aconseja intentar despojarse de la propia realidad para aprehender el sentido del mundo en que vivimos. Algo semejante parece proponer Sartre con su idea de “el ser y la nada”. En efecto, para penetrar las obras de arte es necesario comprender la ideología encerrada en ellas, haciendo a un lado la propia manera de entender la realidad que, de todas formas, nos guía para poder llevar a cabo esa empresa de nuestra era, del gran intento de objetividad; puesto que ese intento nos provee de una mirada distinta y profunda sobre las obras

Teresa Waisman

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humanas. Esa mirada se acompaña siempre de todas maneras, de cierta subjetividad.

Es vano el agregar como algo a priori o externo significados que no brotan del fondo del quehacer artístico; ello se debe a que nos valemos de métodos, conceptos y sistemas previos o anteriores al estudio de la literatura.

La manera en que se engendran la mente y la mano asesinas apenas si roza los proyectos y fines de la criminalística. Ésta busca agarrar al malhechor valiéndose de métodos cada vez más avanzados en cuanto a las técnicas de señalar y encontrar al asesino para enjuiciarlo.

La literatura puede dirigir su crítica acerba hacia culpables de todo tipo; pero más que nada, se dirige al escabroso discer-nimiento del ser natural y humano que interpreta el personaje poético. La creación literaria resulta de este modo de lo biológi-co-cultural que configura las actitudes humanas, del talento y de la percepción del medio circundante del escritor. O sea, de los genes revestidos de sentimiento y de pensamiento, de la realidad social, política, científica, técnica, económica, rural, artística, enfundados y recubiertos por el medio ambiente, por la salud física y por tantas otras condiciones que dan lugar interactuando a las afecciones e impresiones dentro de una ideología singular, particular del artista y del nuevo crítico de arte.

Tampoco son los cuentos y obras de terror en sí los que destapan con sus imágenes el profundo entramado humano. Es claro sin embargo que esas imágenes de temores y de espanto nos hacen temblar, nos quitan la respiración y nos dejan absortos o se gozan irreflexivamente como pura emoción. Bestialidades y truculencias atraen o despiertan asco. Aunque ahora ya muchos no se inmutan ante verdaderas escenas de aprensión y de muerte en la televisión o en el cine. No obstante, en alguna que otra de la llamada novela negra o de la novela de ciencia-ficción, podemos encontrar una fuerte crítica de la realidad, dejando de ser un simple thriller, una

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