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Pornoterrorismo en Interviú. Por: Carlos Dávalos

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PornoterrorismoDIANA J. MEZCLA EN SUS ESPECTÁCULOS SEXO, SANGRE, RELIGIÓN Y POLÍTICAUna corriente transgresora, que reniega del porno tradicional, recorre los escenarios más oscuros de nuestro país. Estuvimos en una de estas representaciones• Texto: Carlos Dávalos • Fotos: Dimitri StefanovLa primera vez que algo entró dentro de mi vagina no fue una polla o un dedo, sino un bolígrafo imitación Mont Blanc que me regalaron a los diez años”, me dice Diana J. Torres sentada en la barra de un

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DIANA J. MEZCLA EN SUS ESPECTÁCULOS SEXO, SANGRE, RELIGIÓN Y POLÍTICA

PornoterrorismoUna corriente transgresora, que reniega del porno

tradicional, recorre los escenarios más oscuros de nuestro país. Estuvimos en una de estas representaciones

La primera vez que algo entró dentro de mi vagina no fue una polla o un dedo, sino un bolí-grafo imitación Mont Blanc que

me regalaron a los diez años”, me dice Diana J. Torres sentada en la barra de un bar en el barrio de Lavapiés, muy cerca de donde realizará una de sus re-presentaciones artísticas, que interpre-ta bajo el nombre de pornoterrorista. En su página web –www.pornoterrorismo.com– se puede leer un mani� esto en el que Diana reivindica su derecho a po-nerse cachonda con lo que le dé la gana, como, por ejemplo, las desgracias pre-sentadas diariamente por los medios de comunicación. “Esto de la excitación con las catástrofes, con las masacres, con las cosas que te echan en la tele, lo encuentro como una especie de estrategia para no

• Texto: Carlos Dávalos • Fotos: Dimitri Stefanov

estar idiota, o sea, lo que quieren real-mente es idiotizarnos. Ponen tanta vio-lencia, tanta masacre, que te acostum-bras a ella”, argumenta esta madrileña de 28 años que vive en Barcelona.

En marzo del próximo año, En sus espectáculos, los espectadores nunca saben qué se encontrarán, ya que Diana puede estar leyendo un poema titulado A mi vagina mientras otra chica le introduce un puño por la vulva o pe-netra a otra chica con un chorizo ibérico, mientras, de fondo, un locutor habla en contra de la producción y el consumo de carne. “El sexo nunca ha sido sublime, es guarro y sucio. Lo que hago es terrorista por eso, porque hay cuestiones muy en-raizadas en la sociedad, en la cultura y en la historia que hacen que el sexo sea una cuestión brutal –explica–. En reali-dad, el sexo no tendría que ser una cues-

tión terrorista, no tendría que inspirar terror, pero inspira terror porque te han metido un montón de mierda en la cabeza que dice que el sexo es malo, que el sexo es sucio, que el sexo es de alguna forma utilitario. Y el sexo no tiene por qué ser utilitario, es útil por sí mismo, no tiene por qué ser útil para nada más. Follar, sirve para follar”.

Lleva la cabeza rapada y, además de sus tatuajes, en su cuerpo se pueden ver marcas de cortes y cicatrices pro-ducidas en el escenario. Su infancia, asegura, fue feliz, rodeada de un pa-dre artista –“algo desequilibrado, pero muy buena persona”– y una madre que practica reiki, yoga o taichi. “Muy jipis ambos. Mis padres vivían en Ibiza cuan-do yo era pequeña y tuve una infancia donde ninguna pregunta fue dejada sin 3

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España, la precursora de esta corriente alternativa a la pornografía tradicional es María Llopis, que en abril de este año publicó el libro El postporno era eso (Melusina), en el que la autora intenta acercar este concepto al gran público. “Lo que provoca el posporno es la duda. Hay como una interrogante, como una incógnita. Tú pones una peli posporno y te encuentras con que de repente no hay el típico mete-saca constante. No hay una dominación por parte del hombre. Sin embargo, te encuentras con un tío que parece tío, pero que en realidad tiene co-ño. O con una tía que parece tía pero que en realidad tiene polla, o que se pone una prótesis para follarse a un hombre por el culo”, agrega.

Sobre el escenario Diana aparece con una gorra, un micrófono en la mano y una botella de cerveza en la otra. Salu-da al público. No lleva nada en la parte de arriba y no tarda mucho tiempo en quitarse la parte de abajo y quedar total-mente desnuda. “Iba a empezar leyendo un texto del Corán acerca del paraíso y las vírgenes, pero no lo encontré –dice Diana entre sorbos de cerveza–, pero empezaré

con un texto igual de blasfemo o sagrado”. Y comienza a leer un poema.

“Cuando llegué a Barcelona, hace más de diez años, lo que encontré fueron muchos espacios donde se podía hacer poesía, ha-bía micrófonos abiertos y tú llegabas ahí con tus escritos y recitabas tus poemas. Así empecé a escribir un poco pornopoe-sía, o sea, poemas cerdos, que hablaban de sexo y de guarradas”. Pero, como era de esperar, Diana se aburrió muy pronto de todo aquello que era tan quieto y solem-ne: “Un recital puede ser muy aburrido si la persona que está frente al micro no sa-be dinamizarlo”. Entonces ella comenzó a quitarse la camiseta primero y a hacer actuaciones después: “Fue en plan ‘voy a probar a ver qué pasa si en este recital en el que la gente tiene una cara de abu-rrimiento brutal yo me quito la camiseta’, que es como un acto bastante simple que, por ejemplo, un hombre puede hacer en cualquier momento porque tiene calor y nadie se escandaliza, pero si lo hace una mujer es muy distinto.”

El clímax de la representación llega cuando Diana se va quitando uno a uno los piercings que minutos antes se aca-ba de poner. Mientras la sangre cae por su frente y su rostro, se toca sus partes íntimas y lee poemas. Cuando termina, dice con ironía: “Lo bueno es que la vir-gen está conmigo y luego no me queda ninguna marca”. El público se ríe. ■

Diversos momentos de la ‘performance’ de Diana, que se enciende un cigarro en la imagen de arriba.

■ ”En una película posporno, no hay el típico mete-saca constante.Te encuentras con una tía que parece tía, pero que en realidad tiene polla”

respuesta. Nunca me pusieron una mano encima, nunca me han levantado la voz. Siempre tuve libertad total”.

Su primer acercamiento al porno fue a través de los cómics que su padre leía, como Víbora o Totem. “Yo me acuerdo de tener cuatro años en la playa y estar masturbándome. Mis padres nunca me dijeron que no me tocara”.

Esta noche Diana asegura que no ha-brá mucho sexo, pero sí mucha sangre. “Estoy en otra etapa”, me explica. El local donde actuará es un bar oscuro, de es-tética descuidada, ideal para una de sus representaciones. Hay bastante gente y el lugar está prácticamente lleno. Hay varias parejas, pero pocas de ellas po-drían considerarse convencionales.

En el vestuario, minutos antes de em-pezar el espectáculo, una de las com-pañeras de Diana le ha clavado varios piercings entre las cejas. El dolor pa-rece causarle placer. “Estoy cachonda”, me dice cuando le pregunto cómo se siente en los minutos previos a subir al escenario.

Para entender el pornoterrorismo ha-bría que mencionar al posporno, una especie de reacción transgresora que reniega del porno tradicional y que fue acuñado por la americana Annie Sprinkle, una actriz porno y ex prostitu-ta que hizo conocido este arte, también a través de representaciones en vivo. En

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