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ESPECIALES DE RADIO CRISTIANDAD
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EL REVERENDO PADRE LEONARDO CASTELLANI
UN PROFETA DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
Engañado por las mentiras de teólogos, filósofos, políticos y economistas, el hombre moderno busca una luz que lo oriente. Y
no podrá hallarla sino en la Tradición Católica y en las Profecías.
El Apocalipsis del Apóstol San Juan, el último de los Libros que componen las Sagradas Escrituras, es una profecía sobre la
Parusía o Segunda Venida de Cristo, con todo cuanto la prepara y anuncia.
Jesucristo debe volver pronto. Y a medida que su retorno se aproxima, más claras se hacen las profecías que nos indican que
la Parusía tendrá lugar en el clímax de la más horrenda lucha religiosa que han visto los siglos, en el ápice mismo de la gran apostasía y
de la tribulación más terrible desde el diluvio.
Pues bien, también respecto a la interpretación de esta profecía es desorientado el hombre moderno por los pseudoprofetas y
los malos doctores. Y precisamente en esta álgida cuestión el Reverendo Padre Leonardo Castellani sobresale como Doctor y Profeta
en medio de la maraña de esos "sofistas brillantes, hábiles y perversos; trompeteros del Anticristo, al servicio de la gran correntada
del siglo, de la época enferma; adoradores vanamente esperanzados del paraíso en la tierra por las solas fuerzas del hombre", como
él mismo los definiera.
Es por eso que consideramos la situación actual y su desenlace a la luz de las enseñanzas de este profeta de los últimos
tiempos. Son sus libros y sus artículos los que nos encauzan y nos hacen descubrir los senderos apocalípticos que conducen a la
Jerusalén Celestial.
En su comentario al Apocalipsis de San Juan nos advierte: "La función «profecía» --profecía en sentido lato, los hombres
capaces de especular sobre el futuro-- es necesaria a una nación, tanto o más que la función Sacerdote y la función Monarca. Si se
arroja por la borda la profecía, se cae necesariamente en la pseudoprofecía. Hay hoy día una abundante y muy en boga literatura
apokalyptica falsa; que dicen algunos críticos «es la literatura de la Nueva Era» (...) Se refiere a la llamada fantaciencia. Otra rama
de la literatura apokalyptica es la que llamamos «literatura de pesadilla». La tercera rama la constituyen los ensayos utópicos acerca
del futuro, que son abundantísimos. Todo esto es profecía; quiero decir, pseudoprofecía; a veces, profetas del Anticristo. No quiero
extenderme acerca deste nuevo género de visiones que conducen al lector al terror o al desaliento; o bien --y son las menos-- a
ilusiones eufóricas acerca del futuro. La mayoría son disparatadas, y no es el menor mal influjo que irradian, el despatarro del sentido
común; pues algunas son dementes casi. Ponen como base un absurdo" (páginas 297-298).
En este año 2001, vigésimo aniversario de la muerte del Reverendo Padre Leonardo Castellani, publicamos esta reflexión
basada sobre su enseñanza con dos intenciones: homenajear a ese profeta de los últimos tiempos, y proporcionar al hombre moderno
desorientado la luz de la verdadera Tradición Católica y de la interpretación genuina de las Profecías.
Para no repetirnos en las citaciones ni desviar la atención, damos de una vez la lista de las obras del autor que manejamos,
cuyas citas resaltamos en negrita y remitimos a las páginas de los libros utilizados:
Hacia la Hispanidad, Cabildo, 23 de abril de 1944. Citamos tal como fuera publicado en Las Canciones de Militis, 3ª edición,
Biblioteca Dictio, 1977, página 175.
El derecho de gentes, Cabildo, 11 de agosto de 1944. Citamos tal como fuera publicado en Decíamos ayer, Editorial Sudestada, 1968,
página 141.
Super - Estado, Cabildo, 7 de septiembre de 1944. Citamos tal como fuera publicado en Decíamos ayer, Editorial Sudestada, 1968,
página 167.
A modo de Prólogo, 24 de febrero de 1945, Decíamos ayer, Editorial Sudestada, 1968, página 17.
Visión religiosa de la crisis actual, Dinámica Social, septiembre-octubre de 1951. Citamos tal como fuera publicado en Cristo, ¿vuelve
o no vuelve?, 2ª edición, Editorial Dictio, 1976, página 284.
Una religión y una moral de repuesto, Dinámmica Social, noviembre-diciembre de 1957. Citamos tal como fuera publicado en Cristo,
¿vuelve o no vuelve?, 2ª edición, Biblioteca Dictio, 1976, página 278.
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Los papeles de Benjamín Benavides, escrito en 1947. Utilizamos la 3ª edición, Biblioteca Dictio, 1978.
El Apokalipsis de San Juan, escrito en 1963. Utilizamos la 4ª edición, Biblioteca Dictio, 1977. Son pocas las citas de esta obra, porque
su lectura íntegra y su estudio reflexivo son indispensables e insustituibles.
San Agustín y nosotros, marzo de 1954, Ediciones Jauja, abril de 2000.
ESTADO DE LA CUESTIÓN
La historia de los últimos cuarenta años guarda todavía misteriosos secretos, así como también nos revela asombrosos hechos.
Un análisis de la situación actual a la luz del magisterio del Reverendo Padre Leonardo Castellani ayuda mucho a comprender estos
acontecimientos y a conjeturar sobre aquellos enigmas.
En efecto, con una clarividencia admirable, en dos artículos publicados en Cabildo en abril y agosto de 1944, nuestro autor
precisaba no solamente la situación exacta en que se encontraba la Cristiandad, sino también los dos únicos desenlaces posibles:
Estamos al fin de la Contrarreforma: se cierra un período histórico determinado esencialmente por la disolución de la
Cristiandad europea a causa de esa gran convulsión religiosa, política y social que se llamó Reforma, o mejor Protestantismo.
Después de esto, o se abrirá un conflicto más terrible todavía, la aparición de la última herejía que describe Belloc al final de su
libro clásico, o Dios conducirá a la Iglesia temporariamente a un puerto de paz, y a un gran triunfo universal, como lo ha hecho
otras veces (...) La actual división del mundo, en el fondo no es sólo política, sino más bien religiosa (Hacia la Hispanidad. Las
Canciones de Militis, páginas 176-177).
Dos ideas nuevas se han abierto paso entre el follaje ilusorio o amañado del pacifismo liberal, y habiéndose formulado
como metas de la época que viene, ya no las para nadie, ni se ve la posibilidad de esquivar la opción entre ellas. De una parte, el
Super-Estado judaicomasónico que completaría política y militarmente la superestructura económica ya existente del
capitalismo internacional. De otra parte, las alianzas libres pero totales entre grupos de naciones espiritualmente afines, a la
manera de la Cristiandad Medieval o del siempre soñado Imperio Católico, realizado parcialmente por España en América,
como antes por Carlomagno o Carlos Quinto (El derecho de gentes. Decíamos ayer, página 143).
Pero, al mismo tiempo, nos advertía sobre el peligro de que ese Superestado judaicomasónico fuese presentado como una
tercera posibilidad, enmascarado por la figura de la Nueva Cristiandad o de la Restauración Ecuménica, resultados de un cristianismo
falsificado:
El proyecto de Federación Europea es simplemente la sombra del Imperio Romano, que Europa es impotente a
olvidar, con el sueño del Reino de Cristo, que Europa necesita para vivir, la que han escamoteado y adulterado, y están
parasitando estos vivillos masones y delirantes protestantes. Sólo que cuando Europa sueña en la Federación, sueña en una
cosa que es natural y que ha existido; cuando el yanqui nos predica el Superestado, fragua una cosa que es antinatural y que
nunca ha existido. Ni habrá de existir, según esperamos. Es sin embargo hoy día una idea en marcha, un signo de los tiempos.
En realidad, ahora, después de dos terribles guerras mundiales, se ha acercado mucho; y todo parece indicar que no se va a
detener y que, tarde o temprano, será realizada, con Cristo o contra Cristo. Es uno de los ideales del mundo moderno (...) El
rigor y la crueldad de las modernas guerras totales hacen gemir al mundo por un substituto de la antigua Cristiandad, especie
de federación natural y religiosa de la Europa Medieval, rota definitivamente por la llamada Reforma (...) Pero esta nueva
cristiandad, que se nos quiere imponer en nombre de la diosa protestante Democracia, tiene todas las apariencias de una
Contra-Cristiandad, es decir, se parece a su madre, la pseudo-Reforma (Super - Estado. Decíamos ayer, páginas 167-170).
En la presente edad no será la Iglesia, mediante un triunfo del espíritu del Evangelio, sino Satanás, mediante un
triunfo del espíritu apostático, quien ha de llegar a la pacificación total (aunque perversa, aparente y breve) y a un Reino que
abarcará todas las naciones; pues el Reino mesiánico de Cristo será precedido del reino apóstata del Anticristo.
La gran apostasía parece que comienza a perfilarse en el mundo, porque las impulsiones de la herejía han adquirido
por fin volumen cósmico (A modo de Prólogo. Decíamos ayer, página 27).
El Superhombre está al nacer, junto con la Superfederación de las naciones del orbe en una sola, y la palingenesia
total del Universo visible, por obra de la Ciencia Moderna. Esta idea, o imagen o mito está en el ambiente, y tropieza uno con
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ella en todas partes; implícita o explícita, aplicada o pura, en forma de argumento o de espectáculo, con la variaciones más
sublimes o más idiotas. Efectivamente, esta imagen de la Unidad, es decir de UN y de la UNESCO, tiene ya vigencia religiosa.
Tiene ya incluso su gran teorizante religioso, su teólogo o profeta: el Padre Teilhard de Chardin (...) El punto focal de su
especulación no es otro que esa unificación triunfal del Universo, a la cual corren infaliblemente, según él, las naciones bajo la
atracción formidable de un «Cristo Universal» que absorbe hacia sí al Universo inmanentemente, ya que está encarnado en él
desde su creación y es su propio elan vital (...) Teilhard está seguro de la gran fusión de los pueblos en uno y del advenimiento
natural de la Restauración Ecuménica. El entusiasmo, el patetismo y el ímpetu religioso con que el alma de Teilhard de
Chardin anima esta síntesis esencial de todas las heterodoxias modernas, y aun antiguas, es cosa notabilísima. Enferma leerlo;
pero ilustra muchísimo; a un teólogo, por lo menos (Visión religiosa de la crisis actual. Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, páginas 288-
289).
El mundo quiere unirse, y actualmente el mundo no se puede unir sino en una religión falsa. O bien las naciones se
repliegan sobre sí mismas en nacionalismos hostiles (posición nacionalista que ha sido superada), o bien se reúnen nefastamente
con la pega de una religión nueva, un cristianismo falsificado; el cual naturalmente odiará de muerte al auténtico. Sólo la
religión puede crear vínculos supranacionales (Los papeles de Benjamín Benavides, página 292).
Tengamos en cuenta que el más reciente de estos textos corresponde al año 1951. ¡Cuánta luz para ver el inicio de la apostasía
actual y cuánto coraje para hacer tales advertencias en 1944 o 1947, pleno apogeo del pontificado de Pío XII.
CONJETURAS PROFÉTICAS
Una vez planteada la cuestión, basado en la Historia y en las profecías del Apocalipsis, saca sus propias conclusiones sobre el
futuro de la Iglesia y de la Cristiandad.
a) La Cristiandad será pisoteada:
La Iglesia creó la Cristiandad Europea, sobre la base del Orden Romano. La Fe irradió poco a poco en torno suyo y
fue penetrando sus dentornos: la familia, las costumbres, las leyes, la política. Hoy día todo eso está cuarteado y contaminado,
cuando no netamente apostático, como en Rusia; un día será «pisoteado por los gentiles» del nuevo paganismo. Ése es el atrio
del Templo. Quedará el santuario, es decir, la Fe pura y oscura, dolorosa y oprimida; el recinto medido por el profeta con la
«caña en forma de vara», que es la esperanza doliente en el Segundo Advenimiento, la caña que dieron al Ecce Homo y la vara
de hierro que le dio su Padre para quebrantar a todas las gentes (Los papeles de Benjamín Benavides, página 294).
b) La Iglesia cederá en su armazón externo:
La presión enorme de las masas descreídas y de los gobiernos, o bien maquiavélicos o bien hostiles, pesará
horriblemente sobre todo lo que aún se mantiene fiel; la Iglesia cederá en su armazón externo; y los fieles «tendrán que
refugiarse» volando «en el desierto» de la Fe. Sólo algunos contados, «los que han comprado», con la renuncia a todo lo terreno,
«colirio para los ojos y oro puro afinado», mantendrán inmaculada su Fe (...) Esos pocos «no podrán comprar ni vender», ni
circular, ni dirigirse a las masas por medio de los grandes vehículos publicitarios, caídos en manos del poder político; y,
después, del Anticristo: por eso serán pocos. Las situaciones de heroísmo, sobre todo de heroísmo sobrehumano, son para
pocos; y si esos días no fuesen abreviados, no quedaría ni uno. Pero la Iglesia no está por hacer, ya está hecha; hoy está
construida, inmensa catedral de piedra y barro, con una luz adentro. No desaparecerá como si fuese de humo: quedarán los
muros, quedarán al menos los escombros, y en los altares dorados y honrados con huesos de mártires se sentará un día el Hijo
de Perdición, el Injusto, cuya operación será en todo poder de Satanás, para perdición de los que no se asieron a la verdad mas
consintieron con la iniquidad (Los papeles de Benjamín Benavides, páginas 292-293).
c) Estábamos en 1947; diez años más tarde anticipará que, si el mundo debe morir pronto, el democratismo liberal será
reforzado nefastamente por una religión preñada del Anticristo:
El democratismo liberal, en el cual somos nacidos, uno puede considerarlo como una herejía, pero también por suerte
como un carnaval o payasada: con eso uno se libra de llorar demasiado, aunque tampoco le es lícito reír mucho. Ahora está
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entre nosotros en su desarrollo último, y una especie de gozo maligno es la tentación del pensador, que ve cumplirse todas sus
predicciones, y desenvolverse por orden casi automático todos los preanuncios de los profetas y sabios antiguos que,
empezando por Aristóteles, lo vieron venir y lo miraron acabar... como está acabando entre nosotros. De suyo debería morir, si
la humanidad debe seguir viviendo; pero no se excluye la posibilidad de que siga existiendo y aun se refuerce nefastamente, si
es que la humanidad debiera morir pronto, conforme al dogma cristiano. Mas eso no será sino respaldado por una religión,
sacado a la luz el fermento religioso que encierra en sí, y que lo hace estrictamente una herejía cristiana: la última herejía
quizás, preñada del Anticristo (Una religión y una moral de repuesto. Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, página 278).
Mientras tanto, a los que no quieren ver, a los que ven pero no aman bastante la verdad, a los católicos de cartelito, se les
suministra una religión y una moral de repuesto:
Es para llorar el espectáculo que presenta el país, mirado espiritualmente. El liberalismo ha suministrado a la pobre
gente --no a toda, sino a la que no ama bastante la verdad-- una religión y una moral de repuesto, sustitutivas de las
verdaderas; un simulacro vano de las cosas, envuelto a veces en palabras sacras. ¡Qué es ver tanto pobre diablo haciendo de un
partido un Absoluto y poniendo su salvación en un nombre que no es el de Cristo --aun cuando a veces el nombre de Cristo
está allí también, de adorno o de señuelo--! Se pagan de palabras vacías, vomitan fórmulas bombásticas, se enardecen por
ideales utópicos, arreglan la nación o el mundo con cuatro arbitrios pueriles, engullen como dogmas o como hechos las
mentiras de los diarios; y discuten, pelean, se denigran o se aborrecen de balde, por cosas más vanas que el humo... Una vida
artificial, discorde con la realidad, les devora la vida (Una religión y una moral de repuesto. Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, páginas
278-279).
La religión y la moral de repuesto que en 1957 podían malinterpretarse solamente como un afán puesto en lo temporal,
irrumpieron luego con la avasalladora fuerza de lo estrictamente religioso; a punto tal que la clásica opción entre los dos señores del
Evangelio, los dos amores y las dos ciudades de San Agustín, las dos banderas de San Ignacio, se presenta claramente en la alternativa
de Revolución o Tradición:
No hay que engañarse: en el mundo actual no hay más que dos partidos. El uno, que se puede llamar la Revolución,
tiende con fuerza gigantesca a la destrucción de todo el orden antiguo y heredado, para alzar sobre sus ruinas un nuevo mundo
paradisíaco y una torre que llegue al cielo; y por cierto que no carece para esa construcción futura de fórmulas, arbitrios y
esquemas mágicos; tiene todos los planos, que son de lo más delicioso del mundo. El otro, que se puede llamar la Tradición,
tendido a seguir el consejo del Apokalypsis: «conserva todas las cosas que has recibido, aunque sean cosas humanas y
perecederas» (Una religión y una moral de repuesto. Cristo, ¿vuelve o no vuelve? página 282).
¿Cuál es la característica de nuestra época sino un inmenso movimiento por destruir hasta la raíz de la tradición
occidental y una heroica decisión de conservarla y revivificarla? (San Agustín y nosotros, página 10).
LA IGLESIA CONCILIAR OPTA POR LA REVOLUCIÓN
La Iglesia Conciliar, la que se manifestó y tomó los poderes de la Iglesia Católica durante el último Concilio, «tiende con
fuerza gigantesca a la destrucción de todo el orden antiguo y heredado». No es nuestro propósito alargarnos en demostrar estas
afirmaciones. Existen numerosos libros dedicados al tema. Sólo nos basta presentar algunos ejemplos.
Antes de la clausura del Concilio Vaticano II, el entonces simple sacerdote Joseph Ratzinger, perito consejero del cardenal de
Colonia, expresó en su libro "Resultados y Perspectivas en la Iglesia Conciliar" conceptos como los siguientes:
"Tiempos vendrán en que el debate sobre la libertad religiosa será contado entre los acontecimientos más relevantes de un
Concilio que, por cierto, ofrece tal abundancia de sucesos importantes que hace difícil establecer una escala de valores. En este
debate estaba presente en la catedral de San Pedro lo que llamamos el fin de la Edad media, más aún, de la era constantiniana. Pocas
cosas de los últimos cincuenta años han inferido a la Iglesia tan ingente daño como la persistencia a ultranza en posiciones propias de
una iglesia estatal, dejadas atrás por el curso de la historia. (...) Que la recurrencia al Estado por parte de la Iglesia desde
Constantino, con su culminación en la Edad media y en la España absolutista de la incipiente Edad moderna, constituye para la
Iglesia en el mundo de hoy una de las hipotecas más gravosas es un hecho al que ya no puede sustraerse nadie que sea capaz de
pensar históricamente (...) Está claro que los opositores al texto, al negar no la libertad de conciencia, pero sí la libertad de culto,
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luchaban por un mundo que se está desmoronando, mientras que la otra parte abrió a brazo partido un camino que conduce al futuro"
(Resultados y Perspectivas en la Iglesia Conciliar, Ediciones Paulinas, Buenos Aires, agosto de 1965, páginas 41-45).
Joseph Ratzinger, veinte años después, ya Cardenal y al frente de la principal Congregación Romana, en su libro "Los
Principios de la Teología Católica", confirma su pensamiento sobre este hecho sorprendente; hablando sobre la Declaración Gaudium
et Spes, nos dice:
"Si se busca un diagnóstico global del texto, se puede decir que es (junto con los textos sobre la libertad religiosa y sobre las
religiones del mundo) una revisión del Syllabus de Pío IX, una especie de contra-Syllabus (...) Es suficiente que nos contentemos con
comprobar que el texto juega el papel de un contra-Syllabus en la medida que representa una tentativa para la reconciliación oficial
de la Iglesia con el mundo tal como ha llegado a ser después de 1789 (...) Ya nadie contesta más hoy que los concordatos español e
italiano buscaron conservar demasiadas cosas de una concepción del mundo que desde largo tiempo no correspondía más a las
circunstancias reales (...) De igual manera, casi nadie puede negar que a este apego a una concepción perimida de las relaciones
entre la Iglesia y el Estado correspondían anacronismos semejantes en el dominio de la educación (...) El deber, entonces, no es la
supresión del Concilio, sino el descubrimiento del Concilio real y la profundización de su verdadera voluntad. Esto implica que no
puede haber retorno al Syllabus, el cual bien pudo ser un primer jalón en la confrontación con el liberalismo y el marxismo naciente,
pero no puede ser la última palabra" (Los Principios de la Teología Católica (Téqui, Paris, 1985, páginas 426-437).
No faltará quien diga que el Cardenal Joseph Ratzinger no es una voz suficientemente autorizada. Recurramos, pues al propio
Papa Juan Pablo II y consideremos ahora solamente dos párrafos de su discurso al Parlamento Europeo, el martes 11 de octubre de
1988. Esta disertación pontificia tiene capital importancia, no sólo por las circunstancias en que fue pronunciada, sino también porque
fue considerada por los parlamentarios europeos como el mejor discurso político del pontificado del Papa Juan Pablo II.
La primera cita que queremos destacar se aparta de lo que el Magisterio de la Iglesia enseñó sobre el «antiguo orden fundado
sobre la fe religiosa», base de la doctrina de la Realeza Social de Jesucristo, expresada claramente en las Encíclicas Quanta Cura,
Immortale Dei, Sapientiæ Christianæ y Quas Primas:
"Para algunos, la libertad civil y política, en su día conquistada por el derrocamiento del antiguo orden fundado sobre la fe
religiosa, se concibe aún unida a la marginación, es decir, a la supresión de la religión, en la cual se tiende a ver un sistema de
alienación. Para ciertos creyentes, en sentido inverso, una vida conforme a la fe no sería posible más que por un retorno a este
antiguo orden, además a menudo idealizado. Estas dos actitudes antagónicas no aportan una solución compatible con el mensaje
cristiano y el genio de Europa".
El segundo texto es digno colofón del discurso político más importante de Juan Pablo II: Ecologismo, Fraternidad y
Humanismo... todo bajo el signo del Deísmo. En definitiva, una Europa sin alma y sin Jesucristo. He aquí la Quas Primas en su versión
Vaticano II:
"Finalizando, recordaría tres campos donde me parece que la Europa integrada del mañana, abierta hacia el Este del
continente, generosa hacia el otro hemisferio, tendría que retomar un papel de faro en la civilización mundial:
Primero, reconciliar al hombre con la creación, cuidando de preservar la integridad de la naturaleza, su fauna y su flora, su
aire y sus aguas, sus sutiles equilibrios, sus recursos limitados, su belleza que alaba la gloria del Creador.
Seguidamente, reconciliar al hombre con sus semejantes, aceptándose los unos a los otros entre europeos de diversas
tradiciones culturales o escuelas de pensamiento, siendo acogedores para con el extranjero y el refugiado, abriéndose a las riquezas
espirituales de los pueblos de los otros continentes.
Finalmente, reconciliar al hombre consigo mismo: sí, trabajar por reconstruir una visión integrada y completa del hombre y
del mundo, frente a las culturas de la desconfianza y de la deshumanización, una visión en la cual la ciencia, la capacidad técnica y el
arte no excluyan, sino que reclamen la fe en Dios" (L'Osservatore Romano, edición semanal castellana, 27/11/1988).
UN PAPA Y UN OBISPO DE LA TRADICIÓN
A) San Pío X
¿Cómo no pensar en las palabras de San Pío X al condenar la utopía de Le Sillon? Salgamos ya de esta atmósfera malsana y,
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como una bocanada de aire puro y fresco, releamos los párrafos más salientes de tan magnífica Encíclica:
"Se proclaman idealistas irreductibles; que tienen doctrina social propia y principios filosóficos y religiosos propios para
reorganizar la Sociedad con un plan nuevo; que se han formado un concepto especial de la dignidad humana, de la libertad, de la
justicia y de la fraternidad, y que, para justificar sus sueños sociales apelan al Evangelio interpretado a su modo, y lo que es más
grave todavía, a un Cristo desfigurado y disminuido (...) Su sueño consiste en cambiar sus cimientos naturales y tradicionales y en
prometer una ciudad futura edificada sobre otros principios que se atreven a declarar más fecundos, más beneficiosos que aquellos
sobre los que descansa la actual sociedad cristiana. No, --preciso es recordarlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e
intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores--, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó;
no se edificará la sociedad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventarse ni la
«ciudad» nueva por edificarse en la nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la «ciudad» católica. No se trata más
que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la
utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo (...) Le Sillon tiene la noble preocupación de la dignidad
humana. Pero esta dignidad la entiende a la manera de ciertos filósofos, de quienes la Iglesia dista mucho de poder alabar (...) Pero
más extrañas todavía, espantosas y aflictivas a la vez, son la audacia y levedad de hombres que, llamándose católicos, sueñan con
refundir la sociedad en las condiciones dichas y establecer sobre la tierra, por encima de la Iglesia católica, «el reinado de la justicia
y del amor», con obreros venidos de todas partes, de todas las religiones o faltos de religión, con creencias o sin ellas, a condición de
que olviden lo que los divide, es a saber, sus convicciones religiosas y filosóficas, y de que pongan en común lo que los une, esto es, un
generoso idealismo y fuerzas tomadas de donde puedan (...) Asusta ver a los nuevos apóstoles obstinados en hacer cosa mejor con un
vago idealismo y las virtudes cívicas. ¿Qué van a producir? ¿Qué es lo que va a salir de esa colaboración? Una construcción
puramente verbalista y quimérica, donde espejearán revueltas y en confusión seductora, las palabras de libertad, justicia, fraternidad
y amor, de igualdad y exaltación del hombre, todo ello fundado en la dignidad humana mal entendida; una agitación tumultuosa,
estéril para el fin propuesto, provechosa para los agitadores de masas menos utopistas" (Encíclica Notre Charge Apostolique).
B) Monseñor Marcel Lefebvre
Con ocasión de los festejos de los 60 años de su ordenación sacerdotal Monseñor Marcel Lefebvre pronunció un célebre
sermón, el 19 de noviembre de 1989. La última parte de su disertación fue dedicada al análisis de los sucesos que conmovían al mundo,
particularmente a Europa:
"Ahora os diré algunas palabras sobre la situación internacional. Me parece que tenemos que reflexionar y sacar una
conclusión ante los acontecimientos que vivimos actualmente, que tienen bastante de apocalípticos. Es algo sorprendente esos
movimientos que no siempre comprendemos bien; esas cosas extraordinarias que suceden detrás, y ahora a través, de la cortina de
acero. No debemos olvidar, con ocasión de estos acontecimientos las previsiones que han hecho las sectas masónicas y que han sido
publicadas por el Papa Pío IX. Ellas hacen alusión a un gobierno mundial y al sometimiento de Roma a los ideales masónicos; esto
hace ya más de cien años. No debemos olvidar tampoco las profecías de la Santísima Virgen. Ella nos ha advertido. Si Rusia no se
convierte, si el mundo no se convierte, si no reza ni hace penitencia, el comunismo invadirá el mundo. ¿Qué quiere decir ésto?
Sabemos muy bien que el objetivo de las sectas masónicas es la creación un gobierno mundial con los ideales masónicos, es decir los
derechos del hombre, la igualdad, la fraternidad y la libertad, comprendidas en un sentido anticristiano, contra Nuestro Señor. Esos
ideales serían defendidos por un gobierno mundial que establecería una especie de socialismo para uso de todos los países y, a
continuación, un congreso de las religiones, que las abarcaría a todas, incluida la católica, y que estaría al servicio del gobierno
mundial, como los ortodoxos rusos están al servicio del gobierno de los Soviets. Habría dos congresos: el político universal, que
dirigiría el mundo; y el congreso de las religiones, que iría en socorro de este gobierno mundial, y que estaría, evidentemente, a
sueldo de este gobierno".
¿QUÉ TENEMOS QUE HACER?
Ya hemos leído, pero repitamos algunas frases para que se graben en nuestra inteligencia y muevan nuestra voluntad:
Por un lado, San Pío X:
* nos asegura que "no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó" y que "no se edificará la sociedad si la Iglesia
no pone los cimientos y dirige los trabajos";
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* nos advierte que "la civilización no está por inventarse ni la «ciudad» nueva por edificarse en la nubes";
* nos recuerda que esa «civitas Dei» "ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la «ciudad» católica";
* nos traza el único verdadero camino del «Omnia instaurare in Christo»: "no se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar
sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la
impiedad".
Por otra parte, los "utopistas" y/o "rebeldes" y/o "impíos" que gestaron, dieron a luz e hicieron crecer las ideas conciliares del
Vaticano II proclaman solemnemente que:
* "Para ciertos creyentes, una vida conforme a la fe no sería posible más que por un retorno a este antiguo orden. Esta actitud no
aporta una solución compatible con el mensaje cristiano y el genio de Europa";
* "En el debate sobre la libertad religiosa estaba presente en la catedral de San Pedro lo que llamamos el fin de la Edad media, más
aún, de la era constantiniana";
* "Los textos conciliares Gaudium et Spes, Dignitatis Humanæ y Nostra Aetate juegan el papel de un contra-Syllabus en la medida
que representan una tentativa para la reconciliación oficial de la Iglesia con el mundo tal como ha llegado a ser después de 1789".
Llegados a este punto, la pregunta surge espontáneamente: ¿qué tenemos que hacer?
Así intituló el Padre Castellani un ensayo religioso publicado en 1951 como parte de su libro Cristo, ¿vuelve o no vuelve? Y
respondía:
«Para un cristiano, la respuesta es muy sencilla: hay que salvar al alma (...) En concreto: hacer todo el bien que uno
puede alrededor suyo, a corta distancia, lo que está a mano, sin embarazarse de grandes planes, de grandes empresas, de
grandes proyectos, de grandes revoluciones» (páginas 212-213).
Pero esto no satisface del todo a los católicos más ilustrados o comprometidos, especialmente porque en torno nuestro se
agitan otros proyectos y se presentan otras alternativas. Entre ellas se destacan dos: la construcción de la llamada «Civilización del
Amor» y la confiada espera en un reflorecimiento de la Cristiandad Medieval.
A) La Civilización del Amor
Para los "idealistas irreductibles, que tienen doctrina social propia y principios filosóficos y religiosos propios para
reorganizar la Sociedad con un plan nuevo", la destrucción del antiguo boceto de unidad que se llamó la Cristiandad es poco y nada.
"Su sueño consiste en cambiar sus cimientos naturales y tradicionales y en prometer una ciudad futura edificada sobre otros
principios" y nos proponen la construcción de la «Civilización del Amor».
De este modo, Pablo VI en más de una ocasión (por ejemplo el 25 de diciembre de 1975 durante la Clausura del Año Santo, y
en Las Enseñanzas al Pueblo de Dios, 1975, página 482) indicó a la «Civilización del amor» "como fin al que deben tender todos los
esfuerzos en el campo social y cultural, lo mismo que en el económico y el político".
Por su parte, Juan Pablo II, en el Discurso a los jóvenes, en el estadio Esseneto, Agrigento, el 9 de mayo de 1993, expresó:
"Estamos aquí para hacer realidad, inicial pero objetiva, este gran proyecto de la civilización del amor. Esta es la
civilización de Jesús; esta es la civilización de la Iglesia; esta es la verdadera civilización cristiana".
Esta utopía no es cosa olvidada o dejada de lado. El 10 de septiembre de 2000 se clausuró el encuentro denominado La
Cumbre del Milenio, que reunió a más de 150 jefes de Estado y de Gobierno en el Palacio de Cristal de Nueva York, convirtiéndose en
la mayor reunión de altos mandatarios en la historia. El Cardenal Sodano, Secretario de Estado, haciéndose portador de los saludos de
Juan Pablo II expresó en su intervención del viernes 8:
"La Santa Sede desea fervientemente que, al alba del tercer milenio, la ONU contribuya, por el bien de la humanidad, a
construir una nueva civilización, la que ha sido llamada «civilización de amor»".
Y Juan Pablo II comenzó su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del 1º de enero 2001, titulado "Diálogo entre las
culturas para una civilización del amor y la paz" de esta manera significativa:
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"Al inicio de un nuevo milenio, se hace más viva la esperanza de que las relaciones entre los hombres se inspiren cada vez
más en el ideal de una fraternidad verdaderamente universal. Sin compartir este ideal no podrá asegurarse de modo estable la paz.
Muchos indicios llevan a pensar que esta convicción está emergiendo con mayor fuerza en la conciencia de la humanidad. El valor de
la fraternidad está proclamado por las grandes «cartas» de los derechos humanos; ha sido puesto de manifiesto concretamente por
grandes instituciones internacionales y, en particular, por la Organización de las Naciones Unidas; y es requerido, ahora más que
nunca, por el proceso de globalización que une de modo creciente los destinos de la economía, de la cultura y de la sociedad. La
misma reflexión de los creyentes, en las diversas religiones, tiende a subrayar cómo la relación con el único Dios, Padre común de
todos los hombres, favorece el sentirse y vivir como hermanos" [1].
Para expresar más adelante:
"El diálogo entre las culturas, tema del presente Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, surge como una exigencia
intrínseca de la naturaleza misma del hombre y de la cultura (...) El diálogo lleva a reconocer la riqueza de la diversidad y dispone los
ánimos a la recíproca aceptación, en la perspectiva de una auténtica colaboración, que responde a la originaria vocación a la unidad
de toda la familia humana. Como tal, el diálogo es un instrumento eminente para realizar la civilización del amor y de la paz, que mi
venerado predecesor, el Papa Pablo VI, indicó como el ideal en el que había que inspirar la vida cultural, social, política y económica
de nuestro tiempo" [10].
"El diálogo entre las culturas, instrumento para construir la civilización del amor, se apoya en la certeza de que hay valores
comunes a todas las culturas, porque están arraigados en la naturaleza de la persona (...) También las diferentes religiones pueden y
deben dar una contribución decisiva en este sentido. La experiencia que he tenido tantas veces en el encuentro con representantes de
otras religiones --recuerdo en particular el encuentro de Asís de 1986 y el de la plaza de San Pedro de 1999-- me confirma en la
confianza de que la recíproca apertura de los seguidores de las diversas religiones puede aportar muchos beneficios para la causa de
la paz y del bien común de la humanidad" [16].
Finalmente, cerró su mensaje con una llamada a los jóvenes:
"Deseo concluir este Mensaje de paz con una invitación especial a ustedes, jóvenes de todo el mundo, que son el futuro de la
humanidad y las piedras vivas para construir la civilización del amor (...) Queridos jóvenes de cualquier lengua y cultura, les espera
una tarea ardua y apasionante: ser hombres y mujeres capaces de solidaridad, de paz y de amor a la vida, en el respeto de todos.
¡Sean artífices de una nueva humanidad, donde hermanos y hermanas, miembros todos de una misma familia, puedan vivir finalmente
en la paz!" [22].
Quien conozca las obras de Félicité Robert de La Mennais, fundador del liberalismo católico, y de Jacques Maritain, creador
de la animación cristiana de la civilización moderna, reconocerá en ellas las bases de esta Nueva Cristiandad, propuesta por Concilio
Vaticano II, cuyos mentores han sido Maurice Blondel, Henri de Lubac, Marie Dominique Chenu, Yves Congar, Urs Von Balthasar,
de quienes son deudores tanto Pablo VI como Juan Pablo II.
En el pensamiento mennaisiano-maritainiano hay que aceptar, so pena de "suicidio histórico", la marcha hacia adelante de la
humanidad; y como la civilización moderna camina en la línea de la Revolución, hay que aceptar el camino de la Revolución, que es el
camino del Progreso.
Aceptado el carácter necesariamente progresista de la historia, hay que convenir que el mundo moderno, con el naturalismo,
el liberalismo y el comunismo, sería más humano que la Ciudad Católica Medieval; y que, por lo tanto, la nueva ciudad católica, la
Civilización del Amor montiniana-wojtyliana, no ha de renunciar a esas tres pestes de la revolución anticristiana.
B) ¿Un reflorecimiento de la Cristiandad?
No faltan quienes entre las alternativas o posibilidades de los últimos tiempos esperan un reflorecimiento de la Cristiandad
Medieval.
A lo largo y a lo ancho de su comentario novelado del Apocalipsis, el Padre Castellani ya nos advertía sobre la ilusión de ese
período de triunfo de la Iglesia.
Para conocer su pensamiento respecto a este supuesto restablecimiento de la «Cristiandad» hay que leer con detenimiento en
Los Papeles de Benjamín Benavides las páginas 15, 29-30, 38, 85, 135-136, 139-140, 159-160, 227-228, 287-288, 292-296, 307-309,
312, 387-389, 393, 398, 415.
Resumiendo su enseñanza, entresacamos estos párrafos, que no siempre citamos textualmente:
El mundo moderno nació bajo un signo de enfermedad de muerte. El mundo creyó salir de una muerte y era una
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fiebre su fastuoso «renacimiento». Tenía una herida mortal. Le fue dada la consigna de confirmar, robustecer las cosas que, de
todas maneras, eran morideras. La Iglesia se centraliza fuertemente, como un ejército a la defensiva que se repliega sobre sí (cfr. pág. 160).
¡Se acabó la época de Sardes! No estamos ahora en ella, esperando que venga con Filadelfia el triunfo de la Iglesia y la
restauración de la Cristiandad. La Contrarreforma terminó en la Revolución Francesa. La Revolución fue un acontecimiento
capital, una tuba, que cambió la faz de la historia; no se engañan en esto sus admiradores. ¿No la ponen en los manuales de
historia como una nueva era, la «hégira» de los nuevos tiempos, la «Historia Contemporánea» que llaman?
Con la Revolución acabó formalmente en el mundo el Imperio Romano, que la tradición patrística pone como el
misterioso Katéjon de San Pablo, el Obstáculo del Anticristo (cfr. pág. 161).
No habrá una «Nueva Cristiandad»: ni la de Solovieff y sus discípulos Berdiaeff y Rozanof, ni la de Maritain, ni la de
Pemán, ni la del padre Lombardi y don Sturzo. Esas son ilusiones vanas de un mundo que teme morir. El Imperio Romano es
el último de los grandes imperios, después del cual seguirá el del Anticristo (cfr. pág. 296).
Sin embargo, no desaparecerá la Cristiandad: será profanada. Ni quedará intacta la Iglesia visible: dentro de ella
habrá santuario y atrio. Habrá fieles, clero, religiosos, doctores, profetas que serán pisoteados, que cederán a la presión, que
tomarán la marca de la Bestia.
La Cristiandad será aprovechada: los escombros del derecho público europeo, los materiales de la tradición cultural,
los mecanismos e instrumentos políticos y jurídicos serán aprovechados en la continuación de la nueva Babel: la gran
confederación mundial impía (cfr. pág. 294).
El Padre Castellani, sin embargo, no ignoraba la existencia de otra opinión contraria a esta interpretación, la de quienes dicen
que tendrá lugar un reflorecimiento de la Iglesia y una nueva Cristiandad. En la misma obra citada la presentaba de este modo:
Habrá, entre el Anticristo y la Gran Guerra, un período entero de gran paz y prosperidad de la Iglesia, como nunca se
ha visto, en el cual se predicará el Evangelio en todo el mundo, y se convertirá el pueblo judío. Sería el tiempo del Papa
Angélico y del Gran Rey, de las visiones medievales. Infinidad de profecías privadas lo han anunciado: una especie de breve
edad de oro de la Iglesia en medio de dos furiosas tempestades; una restauración pasajera (de la durada de una generación) de
la Monarquía Cristiana en Europa, que corresponda al tramo entre el finis y el initia dolorum de Nuestro Señor; es decir, lo
que pudiéramos llamar el período Nondum Statim (cfr. págs. 29-30 y 38; Para las citas en latín, ver S. Mateo 24:6-8 y S. Lucas 21:9
= "Esto, en efecto, debe suceder, pero no es todavía el fin (...) Todo esto es el comienzo de los dolores").
El beato Holzhauser predice un inmenso pero breve triunfo de la Iglesia, de la durada de una vida de hombre, en que
las fuerzas de Satán serán comprimidas y reducidas pero no eliminadas, y en que la presión de los dos bandos será formidable.
Un período tenso, palpitante, ruidoso, exasperado, del ritmo de la historia humana: una tregua y no una paz (cfr. pág. 140).
Y a pesar de esto, confirmaba su opinión al respecto:
A ello puede acogerse usted si le tiene demasiado miedo al fin del mundo. Pero temo que esa esperanza sea una especie
de milenarismo temporal, una humana escapatoria al temeroso vaticinio: porque los dolores puerpéricos una vez que empiezan
ya no se interrumpen por un tiempo largo de bienestar (cfr. págs. 38 y 30).
Es un milenarismo malo, que espera el Reino de Cristo en la tierra antes de la Venida de Cristo, y obtenido por medios
temporales, y consistente en un esplendor de la Iglesia también temporal (cfr. pág. 287).
Hoy día, muchísimos católicos, incluso escritores, incluso predicadores, incluso sabios, sueñan con una especie de gran
triunfo temporal de la Iglesia vecino a nuestros tiempos y anterior a los parusíacos. ¿Y es eso otra cosa que un milenarismo
anticipado? (cfr. pág. 387).
Y en su comentario al Apocalipsis ratificará su pensamiento:
Es el mismo sueño carnal de los judíos, que los hizo engañarse respecto a Cristo. Estos son milenistas al revés. Niegan
acérrimamente al Milenio metahistórico después de la Parusía, que está en la Escritura; y ponen un Milenio que no está en la
Escritura, por obra de las solas fuerzas históricas, o sea una solución infrahistórica de la Historia; lo mismo que los impíos
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progresistas; lo cual equivale a negar la intervención sobrenatural de Dios en la Historia (El Apokalipsis de San Juan, página
297).
C) La estrategia trazada por el Padre Castellani
No podemos seguir la utopía de la construcción de la «Civilización del Amor». No podemos ilusionarnos con un supuesto
restablecimiento temporario de la «Cristiandad Medieval»... ¿Qué tenemos que hacer? Ahora completamos la estrategia delineada por
el profeta de los últimos tiempos.
Estamos en marzo de 1954, y lo primero que hace es presentar la realidad de los hechos:
Es desagradable ser profeta de desgracias, y paga mucho más ser profeta de venturas; y yo pido a Dios me haga mal
profeta de desgracias. Pero la destrucción de la tradición en Occidente es una cosa que está allí delante, y cerrar los ojos ante
ella es como cerrar los ojos andando por la calle. Abrir los ojos puede ser un remedio en todo caso, por aquello de que «La
primera medicina es saber la enfermedad» (...) La Humanidad camina hacia la resolución del gran drama de la Historia, drama
que tiene un protagonista y muchos antagonistas (...) La situación actual del mundo, eso que llaman la «crisis contemporánea»,
es la de una destrucción progresiva de la tradición occidental y de una defensa de ella (San Agustín y nosotros, páginas 91, 93 y
94).
Seguidamente, muestra las estrategias de los contendientes:
La Iglesia Católica, que es tradicionalista por excelencia, no hace nada nuevo desde el Concilio de Trento: se limita a
defender lo que hay: «confirma cetera, quæ moritura erant»; y las sucesivas rupturas, de la tradición religiosa (Lutero), de la
tradición filosófica (Descartes), de la tradición política (Rousseau), y consiguientemente de la tradición social, e incluso de la
tradición artística, se producen desde diferentes sectores y con diferentes motivos. Una casa es una casa: los que asaltan una
casa pueden venir de diferentes partes, pero los que la defienden responden desde el centro (San Agustín y nosotros, página 94).
Y llegamos al punto culminante de la cuestión planteada:
¿Qué podemos hacer nosotros, si todo esto depende de una serie de destrucciones sucesivas y forma parte de una
destrucción que avanza? «Conserva las cosas que han quedado, las cuales son perecederas», le manda decir Jesucristo al Ángel
de la Iglesia de Sardes, la quinta Iglesia del Apokalipsis; lo cual quiere decir «atente a la tradición», que es lo que ha hecho la
Iglesia desde el Concilio de Trento. Pero el texto griego dice un poco diferente y más enérgico: «robustece lo que ha quedado,
que de todas maneras ha de perecer» (San Agustín y nosotros, página 106).
Y se anticipa a la objeción que plantea la humana debilidad y la temerosa postura demasiado terrenal:
Pero esto es inhumano, se nos manda luchar por una cosa que va a perecer, luchar sin esperanza de victoria, lo cual es
imposible al hombre. Es imposible al hombre que está en el plano ético, cuyo signo es la lucha y la victoria; pero no al hombre
que está en el plano religioso, el cual lucha por Dios, y sabe que la victoria de Dios es segura, y que él ha nacido para ser usado,
quizá para ser derrotado, ¿qué importa? ¡Hemos nacido para ser usados! ¿Por quién? ¡No por el Estado, sino por el Padre que
está en los cielos! «Porque sabes que no llegarás, por eso eres grande», dijo un poeta, que por cierto no se puso nunca en este
plano, nunca fue grande (San Agustín y nosotros, página 106).
Termina por señalar la estrategia querida por Dios:
Tenemos que luchar por todas las cosas buenas que han quedado hasta el último reducto, prescindiendo de si esas
cosas serán todas «integradas de nuevo en Cristo», como decía San Pío X, por nuestras propias fuerzas o por la fuerza
incontrolable de la Segunda Venida de Cristo. «La Verdad es eterna, y ha de prevalecer, sea que yo la haga prevalecer o no». Por
eso debemos oponernos a la ley del divorcio, debemos oponernos a la nueva esclavitud y a la guerra social, y debemos
oponernos a la filosofía idealista, y eso sin saber si vamos a vencer o no. «Dios no nos dice que venzamos, Dios nos pide que no
seamos vencidos». ¡La Iglesia es eterna!, dicen los democristianos. La Iglesia es eterna en el sentido que Jesucristo habló; pero
la organización externa de la Iglesia, digamos el Vaticano, no es eterna: esa organización ha sido quebrada y reformada
muchas veces. Y la Iglesia será quebrada al fin del mundo. Lo que es eterno es el alma del hombre unida a Dios... unida a Dios
para ser usada (San Agustín y nosotros, páginas 106-107).
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Destaquemos en el texto citado que, según el Padre Castellani, el «Omnia instaurare in Christo» no necesariamente debe ser
realizado por nuestras propias fuerzas y antes de la Parusía, sino que todas las cosas pueden ser integradas de nuevo en Cristo por la
fuerza incontrolable de su Segunda Venida.
Aquí hay mucha tela para cortar y mucha materia de reflexión para los filósofos y los teólogos. Pero, por favor, si se llenan la
boca con el Padre Castellani, al menos reflexionen sobre lo que ha escrito.
Por todo esto, nosotros, por nuestra parte, por ser más conformes a la revelación y a la realidad de los acontecimientos, nos
acogemos a las enseñanzas del Padre Castellani. A lo ya citado, agregamos estas preciosas indicaciones:
1ª) Atenerse al mensaje esencial del cristianismo:
Mis amigos, mientras quede algo por salvar; con calma, con paz, con prudencia, con reflexión, con firmeza, con
imploración de la luz divina, hay que hacer lo que se pueda por salvarlo. Cuando ya no quede nada por salvar, siempre y
todavía hay que salvar el alma (...) Es muy posible que bajo la presión de las plagas que están cayendo sobre el mundo, y de esa
nueva falsificación del catolicismo que aludí más arriba, la contextura de la cristiandad occidental se siga deshaciendo en tal
forma que, para un verdadero cristiano, dentro de poco no haya nada que hacer en el orden de la cosa pública. Ahora, la voz de
orden es atenerse al mensaje esencial del cristianismo: huir del mundo, creer en Cristo, hacer todo el bien que se pueda,
desapegarse de las cosas criadas, guardarse de los falsos profetas, recordar la muerte. En una palabra, dar con la vida
testimonio de la Verdad y desear la vuelta de Cristo. En medio de este batifondo, tenemos que hacer nuestra salvación
cuidadosamente (...) Los primeros cristianos no soñaban con reformar el sistema judicial del Imperio Romano, sino con todas
sus fuerzas en ser capaces de enfrentarse a las fieras; y en contemplar con horror en el emperador Nerón el monstruoso poder
del diablo sobre el hombre (A modo de Prólogo. Decíamos ayer, páginas 31-32).
2ª) Un pesimismo constructivo:
«Hay que trabajar como si el mundo hubiera de durar siempre; pero hay que saber que el mundo no va a durar siempre».
Esta actitud, aparentemente contradictoria o imposible, ha sido siempre la consigna de los espíritus religiosos en todas las
grandes crisis de la historia. Los dos términos parecen inconciliables; y lo serían si no fuera por el misterioso catalítico que es la
fe. Mas, el valor pragmático de la actitud apokalyptica puede apreciarse aun fuera de la fe, por un positivista de talento, por
ejemplo. Por eso no hemos vacilado en publicar, y eso con no pocos esfuerzos y riesgos, en medio de la incertidumbre y el dolor
de esta hora, un ensayo sobre el Apokalypsis, que la superficialidad de alguno calificará, sin duda, de «pesimista». Es
pesimismo constructivo (Visión religiosa de la crisis actual. Cristo, ¿vuelve o no vuelve? página 284).
Hay mucha miga para el filósofo en esta frase del Ángel: "El tiempo se acabó". El fin de la creación de Dios es
intemporal, aunque hacia ese fin se mueva el Tiempo. El término y el fin del mundo no coinciden omnímodamente; pues es
sabido que un movimiento puede llegar a su término sin alcanzar su fin; simplemente puede fracasar como han fracasado
tantas grandes empresas humanas; comenzando por la torre de Babel y acabando por la Sociedad de las Naciones.
El término de la Historia será una catástrofe, pero el objetivo divino de la Historia será alcanzado en una metahistoria,
que no será una nueva creación, sino una transposición; pues "nuevos cielos y nueva tierra" significa renovadas todas las cosas
de acuerdo a su prístino patrón divinal.
Así como la Providencia y la acción (incluso milagrosa) del Albedrío de Dios acompaña a la historia del Albedrío del
Hombre, así en su resolución y fin intervendrán ambos agentes; y por eso el Fin del Mundo será Doble. La Humanidad se
suicidará; y Dios la resucitará; no haciéndola de nuevo, mas trasponiéndola al plano de lo Eterno (...)
El talante del Cristianismo no es Pesimismo; menos aún es el Optimismo beato de la filosofía iluminística, el famoso
"Progreso Indefinido". La Profecía cristiana nos da una posición que está por encima desos dos extremos simplistas, en donde
caen hoy todos "los que no tienen el sello de Dios en sus frentes". El mundo va a una catástrofe intrahistórica que condiciona un
triunfo extrahistórico; o sea una transposición de la vida del mundo en un trasmundo; y del Tiempo en un Supertiempo; en el
cual nuestras vidas no van a ser aniquiladas y luego creadas de nuevo, sino --como es digno de Dios-- transfiguradas ellas por
entero, sin perder uno solo de sus elementos (El Apocalipsis de San Juan, páginas 124-126).
3ª) Cristo vuelve:
Los espíritus religiosos, como buenos médicos, huelen la muerte, pero siguen medicando. Es la actitud paradojal de la
fe. La fe asegura al cristiano que este aión, este ciclo de la Creación tiene su fin; que el fin será precedido por una tremenda
agonía y seguido de una espléndida reconstrucción; o en palabras religiosas que «Cristo vuelve un día a poner a sus enemigos de
escabel de sus pies y a tomar posesión efectiva del Reino de los Cielos trasladado a la tierra...» Así lo dice el Texto, yo no soy solo
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responsable de esta enormidad (...) Por una paradoja de psicología profunda, esta literatura pesimista ha sostenido el optimismo
constructivo del Cristianismo (Visión religiosa de la crisis actual. Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, página 285).
También aquí llamamos la atención para que no se lea a las corridas lo que nuestro autor entiende por «espléndida
reconstrucción».
4ª) Todo esto está previsto y mucho más:
Cuando las inmensas vicisitudes del drama de la Historia, que están por encima del hombre y su mezquino
racionalismo, llegan a un punto que excede a su poder de medicación e incluso a su poder de comprensión --como es el caso en
nuestros días--, sólo el creyente posee el talismán de ponerse tranquilo para seguir trabajando (...) Cuando parece que los
cimientos del mundo ceden y se descompagina totalmente la estructura íntegra --como pasó, por ejemplo, en el siglo XIV--
entonces el sabio lee el Apokalipsis y dice: «Todo esto está previsto y mucho más. ¡Atentos! Pero después de esto viene la victoria
definitiva. El mundo debe morir. Aunque de muchas enfermedades ha curado ya, una enfermedad será la última. Mas, el alma del
mundo, como la del hombre, no es una cosa mortal» (...) La consideración de la visión religiosa de la crisis actual es uno de los
motores más poderosos (el primer motor incluso) del movimiento político y económico. Si el hombre no tiene una idea de
adónde va, no se mueve; o, si se sigue moviendo, llega un momento en que su movimiento deja de ser humano y se vuelve una
convulsión (Visión religiosa de la crisis actual. Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, página 286).
5ª) La verdadera consigna:
La unión de las naciones en grandes grupos, primero, y después en un solo Imperio Mundial (sueño potente y gran
movimiento del mundo de hoy) no puede hacerse sino por Cristo o contra Cristo. Lo que sólo puede hacer Dios (y que hará al
final, según creemos, conforme está prometido), el mundo moderno intenta febrilmente construirlo sin Dios; apostatando de
Cristo, abominando del antiguo boceto de unidad que se llamó la Cristiandad y oprimiendo férreamente incluso la naturaleza
humana, con la supresión pretendida de la familia y de las patrias. Mas nosotros, defenderemos hasta el final esos
parcelamientos naturales de la humanidad, esos núcleos primigenios; con la consigna no de vencer sino de no ser vencidos. Es
decir, sabiendo que si somos vencidos en esta lucha, ése es el mayor triunfo; porque si el mundo se acaba, entonces Cristo dijo
verdad. Y entonces el acabamiento es prenda de resurrección (Visión religiosa de la crisis actual. Cristo, ¿vuelve o no vuelve?,
páginas 289-290).
Este texto implica toda una espiritualidad. Nada mejor que expresarla poéticamente, tal como lo hiciera el mismo Padre
Leonardo Castellani en Los Papeles de Benjamín Benavides, página 399:
Corazón, tente en pie sin doblegarte
de la injusta opresión a la insolencia;
aunque estoy loco, tengo yo mi arte:
"Nam furor sæpe fit læsa patientia".
[En efecto, muchas veces la ira lesiona la paciencia]
Luchando sin más armas que mi triste
corazón contra el mal peor que existe
¿no hago yo nada? Lucho,
sangro y no caigo al suelo.
No hago mucho,
pero hago más de lo que puedo...
Centinela aterido,
no dejo sospechar que estoy herido,
ni dejo conocer que tengo miedo...
Herido, helado, aguanto la bandera;
no deserto la inhóspita trinchera.
Y aunque sé que la muerte me ha podido,
estoy de pie y estoy ante ella erguido,
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marcando el SOS de la brega
a un auxilio que no me llegará
sino un momento tarde, si es que llega,
y que muerto de pie me encontrará...
La otra mitad la hará sobre mi tumba
otro infeliz, después que yo sucumba...
¡Corazón!, ¡tu mitad se ha hecho ya!
(No hago nada)
D) Dos combates... Dos tácticas
Como síntesis de la reflexión sobre todos estos textos sólo nos queda decir que es cada vez más evidente que la lucha
contrarrevolucionaria abarca dos combates que han de desarrollarse en dos tiempos distintos: un combate de resistencia, conservador, y
un combate para restablecer el Reino de Cristo Rey.
En primer lugar debemos combatir para conservar las últimas posiciones que nos quedan. Es necesario, con toda necesidad,
conservar nuestros Seminarios, nuestros Noviciados, nuestros Monasterios, nuestros Prioratos, nuestras Capillas, nuestros Centros de
Misa, nuestros Retiros y Casas para Retiros, nuestras Familias Católicas, nuestras Escuelas, nuestras Asociaciones, nuestras
Publicaciones...
Por sobre estos innumerables compromisos conservadores se entablará el combate por el restablecimiento del Reino de
Nuestro Señor Jesucristo.
Estas dos contiendas tienen sus tiempos y tendrán, en un momento, los mismos combatientes. Es importantísimo no confundir
ambos combates, es necesario distinguirlos, porque ellos tienen objetivos diferentes y, por lo mismo, también poseen tácticas distintas.
Muchas veces, el comportamiento erróneo de los jefes y de los soldados tradicionalistas se deben a que existe una
incomprensión respecto a estos dos combates y a sus objetivos. Es decir, muchas veces se piensa que existe un solo combate y se
confunden los objetivos de la batalla de conservación con los fines de la lucha posterior, se mezcla la parte que le corresponde a los
hombres con la acción que deben llevar a cabo Cristo Rey y su Madre Santísima.
Por lo tanto, es de la mayor importancia considerar las tácticas de estas dos confrontaciones superpuestas.
¿Cómo combatir la batalla defensiva, de mantenimiento? Ante todo, hay que hacer dos advertencias previas: esta batalla
apunta solamente a objetivos secundarios y no le es proporcionada ninguna asistencia divina extraordinaria.
Además, ella posee particularidades que dependen de sus raíces históricas e imponen tres límites a los combatientes, que
deben ser respetados:
1º) La misión de las fuerzas contrarrevolucionarias no es de ruptura, sino de resistencia, para conservar los restos.
La tendencia espontánea de nuestras filas es hacia la restauración. Pero, la batalla que debemos librar no es una refriega de
ruptura, de arremetida. Los medios con los que contamos no son proporcionados para intentar romper el asedio.
Nuestra misión es vigilar, conservando los restos que van a perecer. Si intentásemos la ruptura, equivocaríamos la táctica.
2º) Las fuerzas contrarrevolucionarias son, humanamente, impotentes.
La batalla de mantenimiento es llevada a cabo por una minoría, vigorosa y valiente ciertamente, pero humanamente
impotente. El dispositivo revolucionario es inexpugnable. El enemigo ha tejido un asedio cerrado que, si bien es artificial, se impone de
una manera absoluta. Las fuerzas contrarrevolucionarias son incesantemente neutralizadas, mutiladas y aniquiladas.
3º) Las fuerzas contrarrevolucionarias están constreñidas por los medios de la «legalidad» revolucionaria.
Los contrarrevolucionarios tienen consciencia de defender los derechos de Dios contra el poder de la Bestia. Es de esa fuente
que extraen su ardor y su confianza. Pero se imaginan demasiado fácilmente que esta posición de principio les da sobre el Estado laico
una preeminencia jurídica.
Es demasiado tarde para exigir del Estado laico el reconocimiento de los derechos de la Iglesia, para pretender del Estado
apóstata el reconocimiento de los derechos de Jesucristo, para esperar del Estado sin Dios el reconocimiento de los derechos de Dios.
En el combate que llevamos a cabo, somos constreñidos a los medios de la «legalidad» revolucionaria, que, por añadidura,
será cada día más rigurosa, reduciendo cada vez más nuestros medios de defensa.
La batalla ulterior, la que tendrá por objetivo arrancar el poder a la Bestia y restituírselo a Cristo Rey, es obra personal de
Dios. Sin embargo, el Divino Maestro espera que el pequeño número intervenga por la oración y la penitencia para remover el
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obstáculo que se opone a la acción divina, e incluso, en una cierta medida, para desencadenarla.
La situación es tal que, al mismo tiempo, participamos de un combate de conservación y de un combate preparatorio por
medio de la súplica. Es necesario ser hombres de acción para asumir la custodia de los restos, y ser hombres de oración para participar
de la batalla de súplica.
Estas dos actitudes son difíciles de conciliar, y eso explica las divergencias en la apreciación de las prioridades. ¿Qué hay que
privilegiar, la acción o la oración? Este problema de la cohabitación del hombre de acción y del hombre de oración se resuelve
sabiendo que hay un tiempo para la oración, que debe preceder a la acción, y un tiempo para la acción, que debe seguir a la oración.
Además, hay que ser muy activos en la contemplación y muy contemplativos en la acción: permanecer y al mismo tiempo salir; salir y
al mismo tiempo permanecer.
Mientras combatimos conservando nuestros puestos de resistencia, por la oración y la penitencia obtendremos la decisión
divina de hacer misericordia, adelantaremos el triunfo del Corazón Inmaculado de María y el restablecimiento definitivo del Reino de
Cristo Rey.
CONCLUSIÓN
Queremos concluir este trabajo con las palabras finales del sermón ya citado de Monseñor Marcel Lefebvre:
"Habría dos congresos: el político universal, que dirigiría el mundo; y el congreso de las religiones, que iría en socorro de
este gobierno mundial, y que estaría, evidentemente, a sueldo de este gobierno. Corremos al riesgo de ver llegar estos
acontecimientos. Es necesario prepararnos. Pero, entonces, frente a estas cosas, ¿qué debemos hacer?
En su Encíclica sobre los masones, León XIII dijo: «Ellos quieren destruir de punta a cabo las instituciones cristianas. Ese es
su objetivo». Pues bien, lo están consiguiendo...
Nosotros tenemos que reconstruirlas. Ante esta destrucción, tenemos que erguirnos. Hay que reconstruir el Reino Social de
Nuestro Señor Jesucristo en este mundo cristiano a punto de desaparecer.
Me diréis: «Pero Monseñor, es la lucha de David contra Goliat». Sí, ya lo sé, pero en la lucha que sostuvo contra Goliat,
David salió victorioso. ¿Cómo obtuvo semejante victoria? Con una pequeña piedra que fue a buscar al torrente. ¿Cuál es la piedra
que tenemos nosotros? Jesucristo Nuestro Señor.
Diremos como nuestros ancestros vandeanos, que vertieron su sangre por su Fe: «No tenemos otro honor que el honor de
Jesucristo; no tenemos más que un temor en este mundo, y es el de ofender a Jesucristo». Esto es lo que entonaron cuando se dirigían
a la muerte por defender a su Dios.
Nosotros también entonaremos con ardor, con todo el corazón: «No tenemos más que un amor, y éste es Nuestro Señor
Jesucristo, y no tenemos más que un temor, que es el de ofenderlo».
Le pediremos a la Santísima Virgen que nos ayude en el combate. Estamos persuadidos de que la Santísima Virgen, nuestra
Buena Madre, que está siempre en la avanzada del combate, nos animará. Ella viene a la tierra para pedirnos que luchemos, para que
no sintamos miedo, puesto que está con nosotros.
Consagrando nuestras familias, nuestras personas, nuestras ciudades, nuestras patrias al Corazón Inmaculado de María,
estamos persuadidos de que vendrá en nuestra ayuda, y que hará de manera que nos reunamos con Ella un día en la vida eterna".
Padre Juan Carlos Ceriani