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Identidad Una pregunta común que se plantean los filósofos, los literatos y los sociólogos de América Latina es "¿quiénes somos?" Nacido de la perspectiva de la psicología social sociológica, el tema de la identidad es muy popular entre los grupos políticamente activos de los psicólogos sociales de estos países (por ejemplo, Salazar, 1983; Montero, 1984; Martín Baro, 1990; Béjar y Capello, 1986). Esta orientación teórica se remonta a la obra clásica de Emile Durkheim, quien acuñó el término (conciencia colectiva para designar los valores, las creencias, las actitudes y las conductas que un grupo social muestra en una comunidad y que constituyen el fundamento de la identidad social. El término identidad es de gran utilidad cuando abordamos la cuestión de qué nos caracteriza como grupo y nos distingue de otros. La identidad se define simplemente como la experiencia que nos permite decir: "Yo soy yo" (Fromm, 1982). En una forma más compleja, denota la experiencia del autoconocimiento consciente, basado en los rasgos y en los atributos que nos hacen únicos y nos confieren una congruencia, interna a lo largo de la vida. En ambos casos, la identidad surge de un proceso de interacción social de rflexión y de observaciones simultáneas durante nuestra existencia: el individuo juzga su yo según como percibe que los otros lo juzgan a él y se

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Identidad

Una pregunta común que se plantean los filósofos, los literatos y los sociólogos de

América Latina es "¿quiénes somos?" Nacido de la perspectiva de la psicología social

sociológica, el tema de la identidad es muy popular entre los grupos políticamente activos

de los psicólogos sociales de estos países (por ejemplo, Salazar, 1983; Montero, 1984;

Martín Baro, 1990; Béjar y Capello, 1986). Esta orientación teórica se remonta a la obra

clásica de Emile Durkheim, quien acuñó el término (conciencia colectiva para designar los

valores, las creencias, las actitudes y las conductas que un grupo social muestra en una

comunidad y que constituyen el fundamento de la identidad social.

El término identidad es de gran utilidad cuando abordamos la cuestión de qué nos

caracteriza como grupo y nos distingue de otros.

La identidad se define simplemente como la experiencia que nos permite decir: "Yo soy

yo" (Fromm, 1982). En una forma más compleja, denota la experiencia del

autoconocimiento consciente, basado en los rasgos y en los atributos que nos hacen

únicos y nos confieren una congruencia, interna a lo largo de la vida. En ambos casos, la

identidad surge de un proceso de interacción social de rflexión y de observaciones

simultáneas durante nuestra existencia: el individuo juzga su yo según como percibe que

los otros lo juzgan a él y se compara constantemente con ellos. Juzga la forma en que lo

juzgan a la luz de cómo percibe el yo, comparándose con otros y con los que son

importantes para él. Es un proceso que se realiza dentro de una estructura social y que es

consecuencia de la interacción entre personas y grupos. La expresión final de la conexión

entre el individuo y su grupo tiene un carácter hereditario fundamental de unidad cultural

compartida entre la identidad del individuo y los ideales y hábitos de su grupo (Erikson,

1968). La identidad social consta de tres componentes básicos: a) el autuconcepto se

forma a partir de la conciencia de pertenecer a un grupo (cognoscitivo); la) la evaluación

en función del valor y de la importancia de poseer cierta identidad, "lo bueno que es

pertenecer a un grupo” (evaluación); c) lo que se siente (feliz, orgulloso, triste,

avergonzado) de ser miembro de un grupo (sentimiento o emoción) (Tajfel, 1982; 1984).

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Al replantear la pregunta "¿quiénes somos?" desde el punto de vista de la identidad, nos

percatamos de que formamos parte de un grupo con normas, valores y creencias que

rigen nuestra conducta, e interpretación del mundo. El grupo cobra mayor importancia en

la definición del yo, dado el valor subjetivo de los miembros con quienes compartimos la

identidad social. En este proceso, el individuo define el yo en función de una nación, de

una clase social de de un grupo étnico que vive en un lugar y en un momento histórico

determinados. Un refrán popular mexicano dice: "Dime con quién andas y te diré quién

eres". En conclusión, pertenecer a un grupo se convierte en un estado psicológico que

en lo esencial se distingue del yo individual.

Cuando conocemos la identidad del individuo, podemos predecir quién es y cómo nos

comportaremos de acuerdo con ella. Por ejemplo, atendiendo a la identidad, los católicos

y protestantes de Irlanda se consideran poseedores de una identidad distinta aunque son

irlandeses. Así, esta distinción caracteriza sus relaciones al grado que luchan por mantener

su identidad sin prestar mucha atención a la difícil situación del rival. En los grupos, la

identidad se alcanza cuando los individuos acoplan sus sentimientos, sus valores y

sistemas de creencias a los del grupo. Para formar parte de un grupo se requiere

conservar fielmente sus normas, lo cual produce una sensación de pertenencia a él. En

resumen, la identidad social es más colectiva que personal, se basa en las relaciones

intergrupales y trasciende las interpersonales; se expresa cuando el individuo se comporta

de acuerdo con su pertenencia al grupo.

El yo

El yo se desarrolla a través de la endoculturación y la socialización. James, Cooley, Mead,

Sullivan, Hilgard, Rogers y Allport, todos ellos innovadores pensadores de la psicología, lo

concibieron como la función central explicativa de la conducta y de los procesos mentales.

El autoconcepto está constituido por todo lo que el individuo considera suyo: cuerpo,

familia, posesiones, estados de ánimo, emociones, conciencia, actitudes, valores y

posición social. Es la percepción que tenemos de nosotros, y todo lo que consideramos

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nuestro (el cuerpo, la familia, los amigos, posesiones, creencias, valores) distribuidas en

diversas dimensiones que reflejan las experiencias personales socioculturales de cada

individuo.

Cooley (1902) sostuvo que el autoconcepto se obtiene a través de las relaciones que

tenemos con el ambiente social. A través de estos procesos el yo se construye a partir de

lo que otros piensan del yo y de cómo se comportan con él. En busca del yo sociocultural

de los mexicanos, La Rosa y Díaz Loving (1991) efectuaron una serie de estudios para

obtener una descripción del autoconcepto sensible a la cultura. Realizaron lluvias de

ideas, sesiones de asociación libre y entrevistas de respuesta breve con varios grupos de

estudiantes de enseñanza media y de enseñanza superior, quienes coincidieron en cinco

categorías generales de autoconcepto: física, social, psicológica, ética y ocupacional. En

sesiones ulteriores ofrecieron atributos apropiados y sensibles a la cultura para describir

las cinco dimensiones.

Un inventario final del autoconcepto se administró a más de 3,000 adultos jóvenes y

adolescentes en la Ciudad de México. Las dimensiones del autoconcepto obtenidas en

estas muestras concuerdan con las propuestas y los resultados recabados en estudios

etnopsicológicos de Díaz Guerrero y Díaz Loving (1992) sobre las características básicas de

la personalidad del mexicano. El hallazgo más significativo es que los aspectos sociales y

psicológicos del yo son de gran importancia y diversos. Se trata de datos según los cuales

las culturas con tendencias colectivistas o sociocéntricas dan mucha importancia a los

aspectos sociales y afectivos de la personalidad. En la tabla 1 se incluyen adjetivos que

describen las tres dimensiones sociales.

Los mexicanos han adquirido la capacidad y la necesidad de llevarse bien con la gente en

un estilo suave y no confrontacional en el contexto de una filosofía de la vida que impone

la automodificación (cambiar y adaptarse a las necesidades y deseos de los demás) y la

obediencia (obedecer a los padres y a los detentores del poder a cambio de protección, de

amor y atención) como medios apropiados para las relaciones personales. El patrón

permite dedicar buena parte de la vida a las delicias de la interacción humana.

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Los atributos sociales de la tabla 1 permiten las relaciones constructivas y adecuadas. Así

pues, desde el punto de vista social hay que ser respetuosos, amables, decentes,

amistosos, agradables, educados, corteses y considerados, pues sólo así nos llevaremos

bien con todos. Además de las características anteriores, un segundo componente social

designa las tendencias expresivas y comunicativas que mostramos al interactuar con la

familia, los amigos y los conocidos (extrovertidos, comunicativos, divertidos, espontáneos,

libres, expresivos, amistosos y sociables). Esta última dimensión se requiere para

interactuar con la familia, con los hijos y la pareja. Hombres y mujeres tienen en el fondo

de su ser una tendencia clara y fuerte, romántica y tierna, afectuosa y cariñosa. Los

progenitores se ganan el respeto y la obediencia cuando cuidan, aman y protegen a sus

hijos; a las mujeres se les describe como irremediablemente románticas y los varones

deberían servirse de su poder y fuerza para proteger, cuidar y amar a su pareja. Esto

explica el predominio del sexismo benevolente en muchas culturas latinoamericanas.

Los patrones de socialización que refuerzan dar amor y recibirlo, que castiga el rechazo y

la hostilidad, crean y favorecen las formas de interacción en que se desarrollan el amor, el

afecto, el interés por los demás, la ternura, el romance y el sentimentalismo.

Además de la creación de un yo social interactivo, el segundo aspecto más prevalente del

yo mexicano es la dimensión emotiva. Los atributos que representa se muestran en la

tabla 2. La cultura concede gran importancia a ser animoso, feliz, optimista y alegre. De

hecho, los estados de ánimo positivos se relacionan con el éxito, mientras que la tristeza

es el principal factor de la psicopatología de la sociedad mexicana (Díaz Guerrero, 1989).

El hecho de que en esta cultura los que tienen estados positivos de ánimo sean personas

realizadas y exitosas indica lo siguiente: cuando las relaciones personales son lo más

importante, ser alegre y tener relaciones afectuosas gratificantes es suficiente para

alcanzar el éxito; en cambio, los sentimientos de tristeza producen una sensación de

fracaso, de ansiedad, de neurosis y psicopatología.

Cuando se responde a los problemas y al estrés de la vida diaria en busca de la armonía

social, lo mejor es abordar los problemas y las relaciones interpersonales con una filosofía

serena, tranquila y equilibrada, reflexionar sobre las cosas y repensarlas, no enfadarse sin

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motivo, mantener la estabilidad, tratar de llevarse bien con los demás, ser generoso y

noble. Las atributos anteriores encajan bien en un sistema de valores que fundamenta su

evaluación del bienestar subjetivo en el carácter positivo de las interacciones humanas

(Díaz Guerrero, 1983).

Otros aspectos del yo reflejan las características necesarias del desarrollo eficiente de las

múltiples fases relacionadas con el trabajo y la educación. En las culturas industrializadas,

estos atributos constituyen la principal fuente de satisfacción y de realización personal.

Los rasgos necesarios para alcanzar el éxito son los siguientes: confiabilidad, trabajo duro,

meticulosidad, capacidad, responsabilidad, eficiencia, puntualidad e inteligencia. Esta

categoría ocupacional, que parece reflejar una sociedad individualista manipuladora, ha

de interpretarse dentro del contexto de una perspectiva sociocultural colectivista. Según

la semántica indígena de la inteligencia de las comunidades nahuas, los progenitores

creen que la inteligencia del niño es sinónimo de obediencia (Torquemada González,

Elizalde Lora, Moreno Martínez, Pérez López, 1994), pues se da mayor importancia al

esfuerzo necesario para trabajar que a las habilidades que diferencian a una persona o

que la confrontan con su comunidad.

El hombre es un ser axiológico, es decir, es fuente de valores y de actividades evaluativas.

En cierto modo, la felicidad depende de realizar los valores y los ideales, a fin de mantener

relaciones armoniosas con el ambiente físico y social. Para los mexicanos, los aspectos

más representativos de la moral son lealtad, sinceridad y honorabilidad. La inmoralidad se

centra en la corrupción, que deshonra a la familia y a la sociedad. La honestidad, la

sinceridad y la lealtad son importantes en el orden apropiado de la cultura mexicana y en

el establecimiento de las relaciones importantes; de ahí la necesidad de estimular la

conservación y la aceptación de esos valores.

Importancia de la cultura en psicología

La psicología tiene por objeto observar, describir, medir, predecir y hasta controlar la

conducta individual ¿Cómo le ayuda en esta tarea el concepto de cultura? La cultura nos

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da un modelo teórico que nos permite explicar cómo los grupos específicos de individuos

han llegado a tener un conjunto común de actitudes, de valores y de conductas sociales y

al mismo tiempo cómo otros grupos poseen un conjunto diferente. La cultura nos sirve

para explicar la variabilidad de las conductas entre grupos y así la que se observa entre los

individuos de esos grupos.

Se han propuesto varios modelos que explican de qué manera la cultura evoluciona e

influye en las actitudes, los valores y las conductas de sus miembros. Casi todos incluyen

factores ecológicos e históricos como elementos del crecimiento y del cambio continuos

de una cultura. Por ejemplo, Triandis (1994) afirma que la cultura es una respuesta

permanente de adaptación del hombre al ambiente físico donde se encuentra. En todo

sistema ecológico, hay un conjunto específico de recursos apropiados al uso humano. Su

disponibilidad moldea los tipos de conductas que emergerán y que permanecerán

exitosamente (Triandis, 1994). Por ejemplo, los que se dedicaban a la caza por tradición se

convertirán exclusivamente en cazadores, porque había animales que podían cazar sin

muchos problemas. De la misma manera, quienes eran agricultores por tradición

contaban con suelo fértil y con condiciones climatológicas propicias para levantar buenas

cosechas. Las conductas premiadas tienden a repetirse al grado de convertirse en

automáticas. De ese modo, los factores ecológicos crean las condiciones de un patrón

cultural, socializador y conductual específico, lo mismo que cierta manera de ver el

mundo. Triandis (1994) señala asimismo que la historia es acaso tan importante como la

ecología por su influencia en la forma en que la gente llega a concebir su cultura y su

persona. Por ejemplo, los británicos han cambiado radicalmente la forma de verse a sí

mismos desde el siglo XIX en que "el sol nunca se pone en el imperio británico” hasta el

momento actual, en que cedieron el último baluarte colonial de Hong Kong.

La investigación transcultural

Cuando se llevan a cabo trabajos de investigación, se suele operacionalizar la cultura como

nacionalidad (Smith y Bond, 1994). Las explicaciones de las "culturas nacionales"

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prescinden de la diversidad de las personas y de las culturas que conviven hoy en la

generalidad de los países. Como observan Smith y Bond, las diferencias que se descubren

entre dos países podrían encontrarse también entre las subculturas de uno de ellos.

Se han efectuado numerosos estudios en varias culturas nacionales para reproducir los

resultados obtenidos en los que se efectúan en Estados Unidos. Por desgracia, rara vez

tienen una base teórica que explique las semejanzas y las diferencias de los hallazgos

(Smith y Bond, 1994). Una notable excepción la constituye una serie de trabajos

innovadores realizados por Geert Hofstede (1980). La suya fue la primera investigación

transcultural que propuso una serie de dimensiones psicológicas que explican las

semejanzas y las diferencias en las respuestas de los grupos nacionales.

Como la cultura se define, al menos parcialmente, como un conjunto común de valores,

Hofstede quería analizar los valores culturales. Se le permitió consultar en 1968 y 1972 un

cuestionario de valores que se administraba a los empleados de IBM. El tamaño de los

datos era tan inmenso, más de 100,000 entrevistados procedentes de 40 países (más

tarde se amplió el número para abarcar 50), que fue posible hacer comparaciones válidas

entre los países. Primero, los datos se promediaron por pregunta para cada país. A

continuación las evaluaciones promedio de cada pregunta se factorizaron para identificar

las dimensiones comunes básicas entre las preguntas. Con el análisis factorial se

obtuvieron cuatro dimensiones que Hofstede llamó individualismo/colectivismo, distancia

del poder, evitación de la incertidumbre y masculinidad/femineidad. Hofstede describió

las cuatro dimensiones en la siguiente forma.

El individualismo/colectivismo designa hasta qué punto la identidad se define por las

decisiones y logros personales o por el carácter del grupo colectivo al cual estamos ligados

más o menos permanentemente. A quienes crecen en una sociedad individualista se les

inculca pensar en función del "yo", y aprender a cuidarse por sí mismos. La ideología de la

equidad predomina sobre la de la igualdad. Las personas exigen decidir ellas mismas. A los

miembros de las sociedades colectivistas se les inculca a pensar en función de “nosotros”

y son fieles a su grupo de cuya protección gozan. La ideología de la igualdad predomina

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sobre la de la equidad. Se espera que los miembros del grupo integren sus decisiones a las

de los demás.

La distancia del poder designa el aprecio y el respeto existente entre la posición de

superior y la de subordinado, así como al nivel de aceptación que tiene en la cultura. Otra

forma de definirla es el grado en que existe un "orden social jerárquico" en la sociedad.

Las sociedades con poca distancia del poder tienden a regirse por leyes, normas y

conductas ordinarias que reducen al máximo las distinciones de poder. Los subordinados

exigen que se les consulte. Se desalientan los privilegios y los símbolos del estatus. En las

sociedades con gran distancia del poder, la gente acepta las distinciones del estatus como

algo normal y no se molesta cuando los que ocupan un estatus alto ejercen su poder. Los

subordinados están acostumbrados a que les digan qué hacer. Se aceptan los privilegios y

los símbolos de estatus, gozando de gran popularidad.

La evitación de la incertidumbre indica Cuánto necesita una cultura las reglas y la

estructura formal, lo mismo cuánta tolerancia a la ambigüedad tiene. La búsqueda de la

forma "correcta" de hacer las cosas, y una vez encontrada su institucionalización

constituye la esencia de este valor. Por tanto, se considera que el uso generalizado de

reglas aminora la incertidumbre en el futuro. Si la gente sabe que todos los miembros de

la sociedad la obedecerán, tendrá más confianza en el futuro. A menudo las diferencias

culturales en esta dimensión se refieren al número y al alcance de las reglas, de las leyes,

de las normas y de las directrices informativas. Las sociedades con una gran evitación de la

incertidumbre tienden a contar con muchas reglas, mientras que a las que tienen poca les

preocupan más los límites de la libertad de movimiento. Hofstede señala que se acepta

más el riesgo en los países con poca incertidumbre.

La masculinidad/femineidad se refiere a la relativa importancia cultural que se concede a

las metas relacionadas con la productividad, la cual requiere asertividad y competencia en

comparación con las metas que se centran en la armonía interpersonal. En los países

masculinos, el trabajo desempeña un papel más importante en la vida de los varones

("vivir para trabajar") y una economía ele mercado es el ideal. Los sistemas de antigüedad

son importantes y a menudo existe la segregación entre hombres y mujeres. El conflicto

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se resuelve luchando hasta que surge un vencedor. En las sociedades femeninas, el valor

dominante es el interés por los demás. La gente "trabaja para vivir"; el ideal es una

sociedad con bienestar. Hombres y mujeres participan por igual en el trabajo y en el

hogar. El conflicto se resuelve mediante el compromiso y la negociación.

Basándose en las puntuaciones factoriales tomadas del análisis de Hofstede, se pudo

clasificar cada país en ellos e identificar grupos que tenían valores culturales semejantes.

La tabla 18-1 contiene las clasificaciones de 50 países en estas cuatro dimensiones. Los

resultados demostraron los siguientes patrones: en los 50 países el individualismo se

asociaba generalmente a una pequeña distancia del poder. Escandinavia, las naciones de

habla inglesa, Austria e Israel mostraban pequeña distancia del poder y un individualismo

relativamente alto. Por su parte, los países mediterráneos, latinoamericanos y del sureste

de Asia mostraban gran distancia del poder y poco individualismo (gran colectivismo).

Respecto a las dos dimensiones restantes, masculinidad y evitación de la incertidumbre,

los países escandinavos generalmente tenían un bajo nivel de ellas, en tanto que los

países de habla inglesa tenían poca evitación de la incertidumbre y gran masculinidad. Por

lo regular, los latinoamericanos y los mediterráneos mostraban gran evitación de la

incertidumbre, sin ninguna tendencia clara respecto a la masculinidad/femineidad. Una

explicación más detallada de los resultados totales en los 50 países se encuentra en

Hofstede (1980). 

Retornando a los patrones de los resultados referentes a América Latina, la figura 18-1

muestra una diferencia clara en las dimensiones de individualismo/colectivismo entre las

naciones individualistas de Canadá y Estados Unidos con el resto de América Central y

América del Sur, que tendían a ser colectivistas. Asimismo, todos los países

latinoamericanos menos Costa Rica, con una larga historia de democracia, tenían gran

distancia del poder; en cambio, Canadá, Estados Unidos y Costa Rica tendían a mostrar

una distancia pequeña. En relación con la evitación de la incertidumbre, Centroamérica y

Sudamérica la tenían en un alto grado, mientras que Canadá y Estados Unidos tenían poca

(figura 18-2). No se observó un patrón claro respectos la masculinidad/femineidad en

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Argentina, Canadá, Colombia, Ecuador, México, Venezuela; Estados Unidos se

caracterizaba como masculino y el resto de los países como femeninos.

Las cuatro dimensiones descubiertas por Hofstede parecen ser un buen medio para

distinguir las culturas. Pero Hofstede advierte que, al aplicarlas, es necesario evitar la

falacia ecológica, la cual consiste en suponer erróneamente que, como dos culturas

difieren en una dimensión, también dos miembros de ellas diferirán en el mismo aspecto.

Por ejemplo, Estados Unidos es más individualista que Ecuador. Basándonos en las

puntuaciones promedio de ambos países, sería una falacia suponer que un

norteamericano es más individualista que un ecuatoriano.

De las cuatro dimensiones, el individualismo/colectivismo ha sido objeto de mayor interés

y de más investigaciones. El libro de Triandis (1995) sobre ella ofrece un excelente

resumen de esta literatura cada vez más numerosa.

El trabajo de Hofstede ha sido validado y ampliado por las investigaciones posteriores. Un

grupo denominado Conexión Cultural China (1987) probó si los resultados de Hofstede

pueden estar sesgados en favor de los valores occidentales, porque la investigación fue

diseñada por un grupo de occidentales y administrada en una empresa también occidental

en una empresa también occidental, con oficinas en todo el mundo. Su investigación se

inició como una lista emic de los valores chinos que después sirvieron para elaborar una

encuesta aplicada a 23 culturas nacionales. Los resultados indicaron que las cuatro

dimensiones identificadas por Hofstede tenían una gran fuerza cultural. Una quinta

dimensión, el dinamismo confuciano del trabajo o perspectiva a corto y largo plazos como

la llamó más tarde Hofstede (1991) fue propuesta para mejorar la validez del esquema

taxonómico.

Esta dimensión es quizá la más difícil de entender para los occidentales por sus aspecto

emic, pero los países que le han dado prioridad muestran un gran crecimiento económico

en los últimos años (Chinese Cultural Connection, 1987).

El confusionismo dinámico indica que la familia es el prototipo de las organizaciones

sociales. Se piensa que las relaciones de estatus desiguales favorecen la aparición de una

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sociedad estable. Los jóvenes deben respetar y obedecer a los mayores y éstos a su vez los

protegen y les tienen consideración. El individuo necesita descubrir su identidad como

miembro de un grupo; los niños no están socializados para verso como "individuos". Es

preciso conservar la armonía, la dignidad, el respeto a sí mismo y una imagen positiva. La

virtud consiste en trabajar duro, en adquirir habilidades y educación, no desperdiciar

recursos y en perseverar a pesar de las dificultades (Hofstede, 1991).

El trabajo reciente de Schwartz y de sus colegas en Israel (Schwartz y Bilsky, 1987,

Schwartz, 1992; Schwartz, 1994) confirman y amplían los hallazgos de Hofstede,

ofreciendo así evidencia sólida de que podemos clasificar las culturas nacionales a partir

de las semejanzas y de las diferencias en la importancia que se atribuye a distintas

orientaciones de los valores.

A pesar de que, en general, la investigación transcultural se ha centrado en

comparaciones entre países, las culturas existen siempre que grupos de personas

compartan un sistema organizado de significados que abarcan las actitudes, los valores y

las conductas. Por tanto, hay culturas de hombres y mujeres, de hombres educados y no

educados, de jóvenes y ancianos, de ricos y de privilegiados, de pobres e indigentes. Aun

dentro de las culturas nacionales existen varios grupos étnicos minoritarios, con una

cultura propia. Rebasa el ámbito de este capítulo examinar esta enorme diversidad de

culturas y de subculturas. Pero resaltaremos algunos valores culturales de un grupo, el de

los hispanos, que viven dentro de los límites nacionales de los países americanos.

Valores culturales hispanos

De acuerdo con Marín y Marín (1991), los siguientes valores culturales caracterizan a la

población hispana.

Colectivismo

Hofstede (1980), así como Marín y Triandis (1985) afirman que el colectivismo (llamado

también alocentrismo cuando se aplica a los miembros de una sociedad) es un valor

hispano básico. Se acompaña de interdependencia personal, dependencia del campo,

conformidad, susceptibilidad de ser influido por otros, empatía mutua, confianza y

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disposición a sacrificarse por los miembros del grupo (Marín y Triandis, 1985). Se ha

demostrado que, por su carácter colectivista, los hispanos prefieren las relaciones

personales en los grupos que son afectuosos cariñosos, íntimos y respetuosos; por su

parte, los blancos no hispanos prefieren las relaciones superordenadas y de confrontación

(Triandis, Marín, Hui, Lisansky y Ottani, 1984). En aspectos importantes la característica

colectivista de la cultura hispana se distingue de la cultura norteamericana, individualista

competitiva y orientada al logro.

Simpatía

"Se dice que la simpatía es un guión cultural de los hispanos (Triandis, Marín y Betancourt,

1984). Es la tendencia general que pone de relieve la conducta positiva en situaciones

agradables y la evitación del conflicto interpersonal y de las conductas negativas. Resalta

la necesidad de comportarse en forma cortés y respetuosa; desalienta la crítica, la

confrontación y la asertividad. Con ello se propone favorecer relaciones agradables,

sociales y placenteras. Por ejemplo, una expresión de la simpatía sería la siguiente: los

hispanos acostumbran ofrecer café o un bocadillo al investigador que acude a su casa a

efectuar entrevistas domiciliarias.

Familiarismo

Se dice que este valor es uno de los que mejor definen la cultura hispana (Moore, 1970).

Es un valor consistente en una sólida identificación y apego del individuo a su familia

nuclear y a su familia extendida, con profundos sentimientos de lealtad, de reciprocidad y

solidaridad entre los miembros (Triandis, Marín, Betancourt, Lisansky y Chang, 1982). Se

ha demostrado que comprende tres tipos de orientaciones axiológicas (Sabogal, Marín,

Otero-Sabogal, Marín y Pérez-Stable, 1987): 1) percibir la obligación de dar apoyo material

y emocional a la familia extendida; 2) utilizar los recursos de los parientes para ayudar y

apoyar; 3) utilizar los parientes como modelos de conducta y de actitudes.

Distancia con el poder

La investigación de Hofstede (1980) ha demostrado que las culturas hispanas

generalmente aprecian mucho la conformidad y la obediencia que respaldan las actitudes

Page 13: psicología social de las américas

autoritarias y autocráticas de quienes detentan el poder. En general, se tiene miedo a

disentir con ellos: los menos poderosos procuran cumplir con todas las exigencias de los

integrantes más potentes de la sociedad. El mantenimiento del respeto personal permite

al individuo sentir que se reconoce su poder personal. Este hecho es especialmente

importante en el trato con los extranjeros.

Espacio personal

Se ha demostrado que los hispanos, a quienes se considera una "cultura de contacto"

(Hall, 1959, 1966, 1976), prefieren menos espacio personal (cerca de 2 1/2 pies) que los

blancos no hispanos (cerca de 3 pies). Se sienten más cómodos cuando están más cerca de

la gente y tienden menos a sentirse "invadidas" si un extraño se les acerca demasiado. Las

diferencias en las "zonas de comodidad" explicarían por qué los no hispanos podrían

percibir a los hispanos como "dominantes" cuando intentan establecer un espacio

interpersonal más estrecho. De manera parecida, esas personas les parecerían a los

hispanos frías y distantes por la necesidad de una mayor distancia física.

Orientación en el tiempo

Se dice que los hispanos conceden más valor a la calidad de las relaciones interpersonales

(tiempo de eventos) que al momento en que tienen lugar (tiempo cronológico). A veces se

considera que este valor cultural se traduce en impuntualidad de las citas (Levine, West y

Reís, 1980) o en juzgar erróneamente el tiempo dedicado a una actividad (Holtzman, Díaz

Guerrero y Schwartz, 1975).

Roles sexuales

Igual que otras culturas, los hispanos realizan conductas relacionadas claramente con el

sexo, que se juzgan apropiadas a hombres o mujeres. Los roles sexuales tradicionales de

los hombres son fuerza, control y la capacidad de proveer el sustento de la familia

(machismo); se espera que la mujer sea sumisa, sin poder y sin influencia (Heller, 1966;

Madsden, 1961). Los roles sexuales pueden cambiar, la investigación revela la ausencia del

dominio del hombre en la toma de decisiones conyugal (Cromwell y Ruiz, 1979).

Revisión de la psicología social

Page 14: psicología social de las américas

Las dimensiones culturales universales nos ofrecen un interesante modelo para comparar

las tendencias generales de la cultura; en cambio, la psicología social se ocupa

principalmente de la conducta del individuo más que de una cultura entera. Por tanto, en

esta última sección del capítulo veremos cómo nuestro conocimiento de la conducta

individual dentro del contexto social puede cambiar con un nuevo constructo denominado

individualismo/colectivismo en el nivel grupal (Hofstcde, 1980) o autointerpretaciones

independientes o frente a interdependientes en el nivel individual (Markus y Kitayama,

1991).

Como señalamos al inicio del capítulo, casi todo lo que sabemos de la psicología social

proviene de investigaciones hechas por psicólogos europeos o de América del Norte. Al

formular sus teorías siempre han empleado las suposiciones no demostradas que se

formaron en sus propias culturas (Ichemheiser, 1949, 1979) y que han originado teorías

que se centran en constructos del mundo occidental y en una perspectiva de él.

La teoría psicológica de occidente siempre se ha centrado en el individuo y en sus

procesos internos del individuo, de sus creencias, de sus necesidades y su personalidad,

así como los valores que caracterizan la conducta humana (Markus y Kitayama, 1991).

Como acabamos de ver, hay otra perspectiva opuesta no occidental. El resto de las

culturas, que constituyen cerca del 70% de la población mundial (Trianclis, 1995), tienen

una orientación más colectivista. Ponen de relieve los procesos externos del individuo

como elementos esenciales para entender la conducta: pertenencia a un grupo

(autodefinición, valores, normas y necesidades del grupo) y el contexto de la actividad.

En esta última sección del capítulo reexaminaremos algunos constructos y teorías de la

psicología social para determinar si pueden contribuir a explicar satisfactoriamente la

conducta colectivista no occidental.

Autoconcepto

Nuestro "sentido del yo", o autoconcepto, constituye el elemento central al definir

quienes somos como personas. Influye profundamente en la forma que entendemos e

interpretamos el mundo y, finalmente, en la forma en que decidimos comportarnos. La

Page 15: psicología social de las américas

siguiente exposición de las perspectivas occidental y no occidental del yo se basa en un

excelente artículo en que Hazel Markus y Shinobu Kitayama (1991) ofrecen una reseña

sobre la cultura y el yo.

Quienes hemos crecido en una cultura occidental nos consideramos personas

independientes, autosuficientes y autónomas que 1) estamos formadas por una

configuración especial y congruente de atributos internos (por ejemplo, rasgos,

capacidades, motivos y valores) y 2) nuestro comportamiento es fundamentalmente

consecuencia de tales atributos. El proceso de individualización comienza en la niñez, con

el entrenamiento para ser independiente y con la separación gradual de la madre y de la

familia. El individuo en crecimiento aprende a expresar y defender sus opiniones, a pugnar

por aquello en que cree sin importar lo que digan los demás. El proceso culmina en la

adultez al separarse definitivamente de los otros y al asumir la plena responsabilidad de

nuestra vida. En la adultez la dependencia se considera a menudo como un fracaso, el

adulto lucha por conservar su independencia hasta ya avanzada la edad, cuando una vez

más volverá a depender de la gente. La meta en la vida es alanzar la independencia,

descubrir y expresar lo que nos hace únicos. Markus y Kitayama (1991) dan el nombre de

yo independiente a éste constructo. Es un yo no totalmente insensible al contexto social,

pero se sirve ele él sobre todo como una ayuda informativa para determinar la forma

óptima de manifestar los atributos internos del yo.

Otra descripción distinta del "yo" destaca la conexión o interdependencia del individuo

con otros y su estatus como miembro de una unidad más grande. A este concepto Markus

y Kitayama (1991) le dan el nombre o interdependiente. Tener un yo interdependiente

significa considerarse como parte de un tejido social donde la vida se centra en

pertenecer, encajar, mantener la armonía, mostrar empatía, realizar las acciones

adecuadas y contribuir a la obtención de las metas ajenas. Existe la preocupación,

constante por ocupar nuestro lugar, por relacionarse bien con quienes son importantes en

nuestra vida para cumplir las obligaciones y crear otras. En general el objetivo central es

llegar a participar en las relaciones interpersonales.

Page 16: psicología social de las américas

Por lo regular, a las relaciones se les considera fines y no medios para alcanzar las metas

individuales. Mantener contacto con otros significará una conciencia continua de las

necesidades deseos y metas de los otros; de modo que ayudarles a cumplir sus deseos es

parte necesaria de lograr lo mismo nosotros. La suposición de una relación

interdependiente es que, mientras promovemos las metas de otros, ellos también nos

ayudarán a conseguir las nuestras.

La persona interdependiente normalmente no tendrá una forma constante de responder

ante los demás, sino que diferenciará las conductas para adaptarse a las obligaciones

definidas por el tipo particular de relaciones con la gente o por la circunstancia del

momento. Por ejemplo, las acciones para con el padre, el hijo, el jefe o el dependiente de

una tienda dependerán principalmente de las obligaciones mutuas que definen esta

relación y también de la situación. La conducta de un individuo tenderá a ser determinada

por lo que considera que son los pensamientos, los sentimientos y las acciones de los

demás en la relación y no por los atributos internos. De hecho, la autoaserción de los

atributos internos se considera una señal de inmadurez. A los niños se les suele socializar

para que controlen voluntariamente su comportamiento.

Sin embargo, ello no significa que las personas no piensen que sus acciones provienen de

ellos. Simplemente optan por ejercer autocontrol sobre sus metas y emociones, por

adaptarse a las contingencias interpersonales. La capacidad de adaptarse en el dominio

interpersonal quizá sea una causa importante de la autoestima y la forma especial en que

nos ajustamos a las contingencias sociales que pueden favorecer el sentido de

singularidad del individuo.

Autodescripciones

Basándonos en las diferencias fundamentales en la forma en que los individuos con

autoconceptos independientes e interdependientes se comprenden a sí mismos y a los

demás, podemos predecir divergencias importantes en la forma en que se describen a sí

mismos y a los demás. Al examinar primero las autodescripciones, cabría suponer que

quienes tienen autoconceptos independientes tenderán más a describirse a partir de un

Page 17: psicología social de las américas

conjunto de rasgos individuales relativamente libres del contexto. En cambio, quienes

tienen autoconceptos interdependientes supuestamente mostrarán mayor reticencia a

describir y estarán más dispuestos a caracterizar "la conducta dentro de un contexto" en

su descripción.

Cousins (1989) menciona un estudio donde a unos estudiantes japoneses y

estadounidenses se les pidió describirse empleando el Test de Veinte Afirmaciones

(veinte oraciones que comienzan con “Soy..." y que el individuo debe completar con una

descripción de sí mismo). Los estudiantes norteamericanos tendían a utilizar nombres más

generales de rasgos ("Soy amistoso"; "Soy ambicioso”) mientras que las descripciones de

los estudiantes japoneses eran más concretas y específicas de roles ("Soy el primer hijo";

"Juego golf los fines de semana”). Después Cousins cambiaba la tarea y pedía a los sujetos

describirse en situaciones específicas, como estar con amigos o en casa. En tales

condiciones se invirtieron los resultados: los estudiantes japoneses escogían más nombres

de rasgos (“Soy feliz”) y los norteamericanos estaban más inclinados a matizar sus

repuestas y a utilizar menos evaluaciones de rasgos ("A veces soy perezoso en casa").

Se interpretó que los resultados indicaban que es artificial pedirles a sujetos japoneses

una descripción global de sí mismos fuera de contexto. Están mucho más acostumbrados

a reflexionar y a caracterizar su conducta en situaciones sociales concretas. En cambio, los

estudiantes estadounidenses se sienten mucho más cómodos con las descripciones

abstractas de sí mismos en situaciones sociales concretas y tienden a matizarlas

estipulando que no debe suponerse que son siempre "iguales".

Descripciones de otros

Hay diferencias importantes en la forma en que las personas independientes e

interdependientes tienden a describirse; cabe, pues, suponer que se den diferencias

similares en la forma en que describe a otros. Más concretamente, se predice que quienes

tienen un autoconcepto independiente tenderán a utilizar más descripciones abstractas

libres del contexto; en cambio, quienes tienen un autoconcepto interdependiente tienden

Page 18: psicología social de las américas

más a especificar la descripción de otros estipulando el contexto junto con la conducta

que se realiza.

Los resultados de la investigación suelen confirmar esta expectativa. Por ejemplo,

Schweder y Bourne (1984) mencionan que, cuando se les pide describir algunos amigos

íntimos, los indios (descriptores interpedendientes) ofrecen descripciones relacionales

mucho más específicas de la situación que los ciudadanos norteamericanos. Por ejemplo,

podrían decir "Se comporta correctamente con los huéspedes pero se siente mal si

invierte dinero en ellos", mientras que los "ciudadanos norteamericanos" dirían que “es

tacaño”. De hecho, el 46% de las descripciones de estos últimos acerca de sus conocidos

eran libres de contexto y, en cambio, lo eran apenas el 20% de la muestra de indios. Se

obtuvieron resultados semejantes en un experimento donde los sujetos indios y

norteamericanos debían dar dos descripciones de conducta social acompañadas de una

explicación sobre las causas de ella (Miller, 1984). Miller asegura haber descubierto que el

40% de las razones con que los sujetos norteamericanos explicaban la conducta se refería

a los rasgos generales del agente, mientras que apenas 20% de los indios recurrían a estas

descripciones libres de contexto.

Teoría de la atribución

La teoría de la atribución fue formulada como un modelo para interpretar las causas de la

conducta de los otros. Esta teoría (Jones y Davis, 1965) generalmente explica cómo

utilizamos la conducta ajena para identificar rasgos internos estables que no cambian de

una situación a otra. La atribución interna frente a la externa constituyen elementos

esenciales de la teoría, porque indican el origen de la conducta y ayudan a asignar la

responsabilidad de las consecuencias subsecuentes; por ejemplo, ¿a quién se atribuye el

crédito de un resultado positivo y a quién se culpa por un resultado negativo?

¿Reprobaron los alumnos el examen de matemáticas porque son tontos y porque no

estudiaron (causas internas) o porque el examen no estaba bien redactado y el

compañero de cuarto estuvo enfermo toda la noche y no pudieron estudiar (causas

externas)?

Page 19: psicología social de las américas

La teoría ha detectado ciertos prejuicios en la forma de realizar las atribuciones. Por

ejemplo, el error fundamental de atribución (Ross, 1977) es un principio general de que

estamos más propensos a hacer atribuciones internas sobre las causas de la conducta

ajena. El efecto de actor observador (Jones y Nisbett, 1971), otro prejuicio muy afín, es la

tendencia a atribuir nuestra conducta a factores externos y situacionales, y la conducta

ajena a factores personales internos. Finalmente, la autoprotección o autoservicio (Brown

y Rogers, 1991; Miller y Ross, 1975) es la tendencia a atribuirse el crédito (atribución

interna) por los resultados positivos y a atribuir los resultados negativos a causas externas.

La suposición de que la predisposición interna del individuo puede ser la causa primaria de

sus acciones parece ser un punto ele vista muy occidental. La teoría de atribución predice

muy bien la conducta de las personas con autoconceptos independientes; pero sería

razonable suponer que los miembros de sociedades interdependientes no occidentales

tenderían mucho menos a efectuar atribuciones internas, ya que esa conducta suele

depender del contexto y de la ocasión. La investigación reciente confirma que las

atribuciones hechas por integrantes de culturas no occidentales suelen ser más

externas/situacionales (Morris y Peng, 1994). Además, la investigación con sujetos

norteamericanos indica que los individuos con autoconcepto interdependiente están

menos dispuestos a realizar atribuciones internas de rasgos que los que tienen un

autoconcepto independiente (Newman, 1993).

La autoprotección o autoservicio atribucional (motivación para reclamar el crédito del

éxito, para negar las responsabilidades del fracaso y creer que uno es mejor que los

demás) constituye un fenómeno netamente occidental (Markus y Kitayama, 1991). Por

ejemplo, se sabe que los estudiantes japoneses están menos propensos a esta actitud en

sus atribuciones que los estudiantes norteamericanos, por lo menos respecto a ciertas

experiencias relacionadas con el logro (Kashima y Triandis, 1986). Los individuos con un yo

interdependiente rara vez afirmarán ser mejores que los otros miembros del grupo o

expresarán el placer de sentirse superiores y tampoco disfrutarán su superioridad sobre

los demás (Markus y Kitayama, 1991).

Page 20: psicología social de las américas

Si queremos que la teoría de atribución sea más apropiada para quienes poseen un

autoconcepto interdependiente, tal vez haya que ampliar el número de atribuciones

disponibles de la clasificación de dos atribuciones básicas (internas/externas) a una

clasificación de cuatro: 1) interna, yo solamente; 2) interna, grupo de pertenencia que

incluye al yo; 3) interna, grupo de pertenencia sin el yo; 4) externa, un agente externo al

yo y al grupo de pertenencia (Taylor, Doria y Tyler, 1983).

Los miembros de las culturas colectivas desean más obrar "adecuadamente" (según las

condiciones de la situación) que "mantenerse fieles" a sus opiniones o actitudes

personales; de ahí que se observe menor congruencia entre las actitudes y conductas

personales que las culturas individualistas. Las personas interdependientes sí poseen y

expresan atributos internos, pero piensan que son propios de la situación y por lo mismo

poco confiables. Por ejemplo, un ideal de la sociedad japonesa es la subordinación

voluntaria de los atributos internos (Markus y Kitayama, 1991). Por tanto, la congruencia

entre lo que ocurre dentro de una persona y su conducta externa no parece tan

importante para los individuos con un yo interdependiente como para los de un yo

Independiente.

En resumen, se han realizado suficientes estudios transculturales que ponen en tela de

juicio la aplicabilidad de muchos de los conceptos más comunes respecto a la teoría de

atribución cuya corrección se ha comprobado en el mundo occidental. La mayoría de los

fenómenos atribucionales no parece existir en otras culturas o si existen no suelen tener

el mismo significado.

Teorías de la consistencia

La consistencia ha sido una característica importantísima del pensamiento occidental

desde la época de Aristóteles; de ahí que gran parte de la literatura de la psicología social

se haya centrado en ella: Asistencia entre actitudes, entre actitudes y conducta (Festinger,

1975; Heider, 1958; Osgood y Tannenbaum, 1955).

Las teorías de la consistencia cognoscitiva se basan en el deseo de los occidentales de que

haya coherencia entre su pensamiento y sus acciones. La teoría de la disonancia

Page 21: psicología social de las américas

cognoscitiva (Festinger, 1957) descansa en la premisa de que las contradicciones entre

actitudes importantes, o entre actitudes y conductas, producen un estado motivacional

negativo. Se supone que este estado, llamado también disonancia cognoscitiva, nos hace

sentirnos tan incómodos que nos impulsa a restablecer la consistencia cambiando la

actitud y el comportamiento.

¿pero qué sucede si los estados internos influyen poco en la conducta y si la consistencia

no se considera un atributo importante? ¿Se cumple la teoría en tales circunstancias?

Según Markus y Kitayama (1991), las, opiniones y las actitudes de los individuos, con un yo

interdependiente no se consideran atributos importantes del yo y se cree que los

sentimientos personales se regulan conforme a las exigencias de la situación. Doi (1986)

señala que a los ciudadanos norteamericanos les preocupa más la congruencia entre los

sentimientos y las conductas que a los japoneses. En Japón, no se considera virtuoso a

quien expresa sus sentimientos; por el contrario, la virtud consiste en controlar su

expresión.

También parece haber evidencia de que a las culturas no occidentales no les preocupa

tanto la consistencia entre actitudes y acciones como a las occidentales.

Por ejemplo, Triandis (1989) menciona un estudio de Iwao (1988), en que a unos sujetos

japoneses y norteamericanos se les preguntó cuál será la respuesta correcta en una serie

de escenarios. En uno de ellos, la hija lleva a casa una persona de otra raza. Una de las

posibles respuestas del padre era "pensó que nunca les permitiría casarse, pero les dijo

que respaldaba su decisión de casarse". Esta respuesta la clasificó como óptima el 44% de

los sujetos japoneses, pero apenas el 2% de los norteamericanos le dio esa evaluación. El

48% de ellos le dieron la puntuación más baja, mientras que apenas el 7% de los

japoneses la consideraron la peor respuesta. Este hallazgo refuerza la idea de que los

japoneses se comportarán en una forma "apropiada a la situación" (conocer la respuesta

deseada y emitirla), a pesar de que la respuesta es totalmente incompatible con sus

pensamientos y sentimientos reales.

Page 22: psicología social de las américas

En resumen, al parecer las teorías occidentales de la consistencia cognoscitiva tal vez no

predigan las actitudes ni las conductas con la misma exactitud para los individuos con

autoconcepto interdependiente que para los que tienen un autoconcepto independiente.

La función de las actitudes personales es menos importante en el autoconcepto y como

determinante de la conducta en los individuos interdependientes en comparación con

independientes. Defender algo en lo que no creemos podría causar disonancia en los

segundos, pero probablemente cause poca en los primeros por la tendencia a restarle

importancia a las actitudes personales cuando se determina la conducta.

Las contradicciones entre conducta y exigencia de la situación, más que entre conducta y

actitudes, tenderá más a originar un estado motivacional negativo (vergüenza, quizá). Es

un estado que probablemente impulse al individuo a armonizar su comportamiento, con

"lo que se espera" en la situación.

Actitudes

Se dice que las actitudes son juicios evaluativos duraderos sobre los objetos, las personas

y las ideas. Han captado el interés de los psicólogos sociales occidentales porque se cree

que son precursores de la conducta. 

La explicación de este capítulo indica que la idea de que las actitudes internas son un

medio confiable de precedir la conducta sólo tiene importancia en las sociedades

occidentales (véase teoría de la atribución en una sección anterior). Las personas

colectivistas o con un ego interdependiente no piensan que sus actitudes internas influyan

mucho en su conducta, y tienden menos a creer que la conducta de los demás

corresponde a sus actitudes internas (Kashima, Siegel, Tanaka y Kashima, 1992). Se

considera que la situación y el contexto donde tiene lugar la conducta son factores mucho

más importantes.

A partir de las consideraciones anteriores, los modelos de la persuasión y del cambio de

actitud que se basan en la congruencia entre actitud y conducta quizá no se apliquen

exitosamente a las personas con un yo interdependiente.

Page 23: psicología social de las américas

Procesos de grupo

La diferencia fundamental entre la perspectiva individualista y la colectivista se observa en

la definición de los roles y de la responsabilidad del individuo en una situación de grupo.

En consecuencia, es aquí donde la universalidad de los procesos de grupo descubiertos

por los psicólogos occidentales tiende más a ser puesta en tela de juicio.

En las sociedades individualistas, y en quienes tienen un autoconcepto individualista, los

grupos suelen ser reuniones de personas que se juntan para disfrutar ciertas actividades o

buscar una meta en particular. Cuando alguien disfruta la compañía de la gente o se da

cuenta de que las metas grupales corresponden a las suyas, se afiliará de modo voluntario

a un grupo. Se sobrentiende que la asociación durará mientras se mantenga el interés del

individuo por el grupo. Es perfectamente aceptable abandonar el grupo en cualquier

momento, sobre todo si los intereses cambian.

Por el contrario, no existe una distinción clara entre el "yo" y "otros" en las sociedades

colectivistas, lo mismo que en quienes tienen un yo interdependiente. Los individuos se

definen como parte de un tejido social donde lo esencial está constituido por la

pertenencia, el ajuste, el mantenimiento de la armonía, el ser empático, la realización de

las acciones apropiadas y el contribuir a conseguir las metas de otros. Una preocupación

constante es ocupar el lugar que nos corresponde y convivir en armonía con personas

importantes en nuestra vida (nuestro grupo).

Los grupos en que participa la gente en las sociedades colectivistas suelen ser más una

parte permanente de su vida (Hui, 1990). Las personas inter dependientes tienden a tener

vínculos de toda la vida y lealtad con la familia extedida, con las organizaciones de trabajo

con los grupos estudiantiles u otras asociaciones laborales. De hecho, una parte

importante de la identidad social del individuo es su lugar en la familia y en las

organizaciones de trabajo. Por eso en Asia las tarjetas de negocios ocupan un lugar tan

importante en el ritual de presentación. La gente respeta a las personas si sabe “quiénes

son”. En el mundo japonés de los negocios, "quién es usted" es lo más importante (un

Page 24: psicología social de las américas

representante de la empresa), después el puesto que se ocupa en la estructura

organizacional y, finalmente, el nombre y la identidad personal del individuo.

Relaciones intergrupales

Según Triandis (1994), cuando pensamos tener un "destino común" con otros, tendemos

definirlos como pertenecientes a nuestro grupo. En las culturas colectivistas como Japón

algunos grupos como los de estudiantes, de vecinos y compatriotas constituye grupos

importantes. Son mucho menos importantes en las culturas individualistas como Australia

(Mann, Raclford y Kanagawa, 1985).

Favoritismos en el grupo

La clasificación de una persona como perteneciente o no al grupo influirá profundamente

en la forma en que los demás la verán y la tratarán. Por ejemplo, Man, Radford y

Kanagawa (1985) señalan que cuando a los escolares japoneses se les pidió dividir dulces

entre su grupo y otro grupo formado por otros compañeros, los dividieron en

proporciones iguales. Pero cuando la misma oportunidad se les dio a escolares

australianos, le dieron más dulces a su grupo; Este resultado indica que los japoneses

veían a todos sus compañeros como su grupo, no así los australianos. En el mismo orden

de ideas, los japoneses dicen estar dispuestos a cooperar con sus vecinos o con otros

japoneses más que los norteamericano (Triandis, 1994). De hecho, el mero acto de

clasificar a un individuo en un grupo nuestro o ajeno, aun en forma totalmente arbitraria y

aleatoria, basta para producir el favoritismo de grupo (Triandis, 1994).

Justicia distributiva

Conforme a la teoría de la equidad (Adams, 1965), los miembros de las sociedades

individualistas prefieren que la asignación de recompensa refleje la contribución relativa

de cada uno. En cambio, los experimentos con grupos de niños y adultos (Kashima, Siegel,

Tanaka e Isaka, 1988; Leung, 1987; Mann, 1986) demuestran que los sujetos provenientes

de las culturasasiáticas están más propensos a distribuirlas en partes iguales en un grupo

y no a la contribución de cada cual. Pero Triandis, Bontempo, Villareal, Asahi y Lucca

(1988) descubrieron que los colectivistas sólo tendían a este tipo de participación con los

Page 25: psicología social de las américas

miembros de su grupo: su conducta se parecía a la de los sujetos procedentes de las

culturas individualistas con integrantes de otros grupos.

Ayuda

En todas las culturas se tiende más a ayudar a los miembros del propio grupo que a los de

otros grupos, pero la diferencia de la probabilidad de ayudar en ambos casos es mayor en

las culturas colectivistas que en las individualistas (Triandis, 1994).

En una cultura colectivista más que en una individualista, la gente tiende a sentir la

responsabilidad moral de ayudar a quien lo necesite. Miller, Bersoff y Harwood (1990)

presentaron diversos escenarios a muestras de indios y de ciudadanos norteamericanos,

en donde quien pedía ayuda era: 1) un pariente cercano, 2) un amigo y 3) un extraño; y las

necesidades eran: 1) extremas, 2) moderadas y 3) pequeñas. Todos se dijeron dispuestos

a ayudar en la condición de necesidad extrema. En la condición de poca necesidad en que

un amigo pedía al sujeto dejar de leer un interesantísimo libro y decirle cómo llegar a una

tienda, el 93% de los indios pensaba que el amigo tenía la obligación de ayudar, pero

apenas el 33% de los ciudadanos norteamericanos aceptó esa idea.

Estereotipos

Hoy se sabe que el estereotipar es un proceso natural del pensamiento (Brislin, 1993) y,

pese a que se ve con majos ojos en las culturas individualistas, tiende a prevaler más en

las culturas colectivistas donde también es más aceptable. Quizá los estereotipos son más

funcionales cuando se aplican a las colectivistas. Los individualistas tratan de acentuar las

diferencias entre sí y los colectivistas celebran los aspectos comunes. En las sociedades

colectivistas se establecen claramente normas y roles y se cumplen, por lo cual la

conducta pública mostrará menos variabilidad. Por tanto, al predecir la conducta en ellas,

un estereotipo de grupo podría ser un buen predictor de conductas públicas importantes.

Conformidad, complacencia y obediencia

Otra diferencia fundamental entre el enfoque individualista y el colectivista es lo que se

considera bueno e importante en la sociedad. En las culturas individualistas,

ejemplificadas por Estados Unidos, se alienta y favorece el logro de todos los "yos":

Page 26: psicología social de las américas

autodescubrimiento, autoestima, autoexpresión, autoconciencia, autoconfianza,

autoaceptación, etcétera. Por supuesto, todos estos valores orientados al "yo" son

contrarios a conformarse o hacer lo que se espera de uno. Conformarse en una sociedad

individualista equivale a ser desvalido e inadecuado. No sucede así en todas las culturas,

pues en las colectivistas se fomentan los valores comunes orientados al grupo, así como

los conceptos de conformidad y obediencia La complacencia posee una connotación

positiva y un estatus mucho más alto que en las culturas individualistas. No sólo se le

considera "buena", sino que se requiere para un buen desempeño en los grupos, en las

relaciones interpersonales y en la cultura misma.

En lo referente a las investigaciones sobre la conformidad, varias reproducciones exitosas

del experimnto original de Asch (1951) se han efectuado en países de todo el mundo

(véanse Smith y Bond, 1994). En general, se observó mayor probabilidad de que ocurriera

la conformidad en los que se realizaron en las culturas colectivistas donde el destino

personal está más estrechamente ligado al de otros. Pero aunque hay conformidad con el

grupo, las personas tienden a no cooperar con otros grupos (Triandis, 1994). 

Resumen

En este último capítulo del libro, hemos procurado destacar el trabajo que queda por

hacer. En los últimos cien años, la trayectoria de la psicología en general y de la psicología

social en particular fue fijada por los pensadores de Estados Unidos y de la Europa

Occidental. Avanzaron mucho en la identificación y en la definición de los mecanismos que

moldean la conducta humana, pero muchas de sus teorías están vinculadas a una cultura

en particular. No han tenido éxito total los programas que buscan reproducir las

aportaciones de la psicología social. Dos grupos de investigadores en distintos contextos

culturales apenas si lograron reproducir cerca del 50% de los estudios (Amir y Sharon,

1987; Rodríguez, 1982).

En parte, la imposibilidad de reproducir los hallazgos plenamente demostrados de la

psicología social se debe a problemas metodológicos en la prueba de hipótesis. En este

capítulo ofrecimos una introducción a los tipos de problemas metodológicos que es

Page 27: psicología social de las américas

preciso encarar al efectuar una investigación transcultural. Otro motivo es el hecho de que

no todas las teorías de la conducta formuladas en los países industrializados del occidente

pueden o deberían aplicarse en todo el mundo.

En el capítulo expusimos varias dimensiones globales que han sido descubiertas y

utilizadas para comparar las culturas. Una ele ellas, el individualismo/colectivismo, sirve

para destacar las diferencias de los puntos de vista y de las inclinaciones en ambos tipos

tan distintos de cultura. Por último hemos contrastado las perspectivas de las personas

provenientes de ellas y reflexionando sobre el poder explicativo de las teorías de la

psicología social en ambos grupos.

Confiamos en que el lector se percate de que, cuando cruzamos las fronteras culturales,

enfrentamos nuevos desafíos a nuestra comprensión ele la conducta humana. Las

suposiciones básicas que se hacen en una cultura tal vez no sean aplicables en otra.

Puesto que vivimos en un mundo cada vez más pequeño por las comunicaciones, hemos

ele conocer mejor el resto de la población con la cual compartimos nuestro planeta. Y

para ello, nada mejor que una perspectiva transcultural.