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Reflexión en torno a la Exhortación Marialis Cultus. Un primer paso. Punto necesario a tener en cuenta al comenzar la aventura de leer esta exhortación Apostólica de S.S. Pablo VI es que busca como fin el promover el incremento del culto a la Madre de Dios entorno a la renovación de la litúrgica desarrollada por el documento del Concilio Vaticano II, la Sacrosantum Concilium. Por lo tanto es lógico que las reflexiones sobre el culto bilenario a la Madre de Dios del Papa Pablo VI son realizadas a la luz del concilio ecuménico, para ser más exactos, su meditación gira en torno al capítulo VIII de la Lumen Gentium. Que como dijo el Cardenal Ratzinger citando Hugo Rahner que: “La mariología fue pensada y enfocada por los santos Padres (en el Concilio Vaticano II) como eclesiología” 1 . Es claro el conocimiento que después de la renovación litúrgica implantada por el Concilio surgió una “crisis Mariana post conciliar”; la nueva reflexión teológica que posicionaba a María en consonancia con la realidad antropológica del hombre moderno, la Madre de Dios pero también Madre nuestra y de toda la Iglesia. La reestructuración del Misal Romano y de las fiestas litúrgicas teniendo principalmente referencia cristológica. La devoción a la Virgen María reubicado en su verdadero lugar y 1 Cardenal J. Ratzinger, L’Osservatore Romano, n.34, 25 de agosto del 2000

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Un resumen no tan bueno de este documento Marialis cultus

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Reflexión en torno a la Exhortación Marialis Cultus.

Un primer paso.

Punto necesario a tener en cuenta al comenzar la aventura de leer esta exhortación

Apostólica de S.S. Pablo VI es que busca como fin el promover el incremento del culto a la

Madre de Dios entorno a la renovación de la litúrgica desarrollada por el documento del

Concilio Vaticano II, la Sacrosantum Concilium. Por lo tanto es lógico que las reflexiones

sobre el culto bilenario a la Madre de Dios del Papa Pablo VI son realizadas a la luz del

concilio ecuménico, para ser más exactos, su meditación gira en torno al capítulo VIII de la

Lumen Gentium. Que como dijo el Cardenal Ratzinger citando Hugo Rahner que: “La

mariología fue pensada y enfocada por los santos Padres (en el Concilio Vaticano II) como

eclesiología”1.

Es claro el conocimiento que después de la renovación litúrgica implantada por el

Concilio surgió una “crisis Mariana post conciliar”; la nueva reflexión teológica que

posicionaba a María en consonancia con la realidad antropológica del hombre moderno, la

Madre de Dios pero también Madre nuestra y de toda la Iglesia. La reestructuración del

Misal Romano y de las fiestas litúrgicas teniendo principalmente referencia cristológica.

La devoción a la Virgen María reubicado en su verdadero lugar y ya no en un lugar

privilegiado, una devoción empática con la realidad propia en que se encontraba

posicionado el ser humano trajo como efecto un cierto enfriamiento.

Teniendo en cuenta la crisis que surgió después de 1966, y el periodo de mayor

enfoque teológico con respecto a la figura María (1970-1990) que se desarrollo como

antítesis de esta crisis de las devociones marianas y de cierto desinterés teológico, es que

podemos posicionar la obra de Pablo VI, como un escrito reorientador y reanimador

producto de la profundización de lo expresado en el Concilio. En efecto, subrayando lo ya

formulado líneas atrás, la exhortación Apostólica Marialis Cultus fue publicada para

reactivar el culto mariano, es decir, reorganización del culto a María.

1 Cardenal J. Ratzinger, L’Osservatore Romano, n.34, 25 de agosto del 2000

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Su estructura.

Para seguir con nuestra reflexión tomare tres motivos que nos aclaren la finalidad

con la que fue publicada la Exhortación Marialis Cultus; la reorganización del culto a

María. Pero antes resumiré la manera como se encuentra estructurada.

La exhortación está dividida en tres partes. La primera parte (nn. 1-23) el Papa

expone la prominencia de María en la renovada vida litúrgica de la Iglesia. En la segunda

parte (nn.24-39) nos sintetiza temas relacionados a la renovación de la devoción a la Madre

de Dios teniendo como fundamento la Tradición y la sensibilidad histórica en que se

encuentra posicionado el hombre contemporáneo. La tercera parte (nn.40-55) resalta la

importancia sobre devociones marianas como son el Ángelus y el Rosario. Por último, el

Papa Pablo VI concluye con una valoración que remarca la característica teológica y

pastoral de la devoción a la Madre de Dios (nn.56-58).

Pues bien, al leer la exhortación uno puede caer en la cuenta que se enfatizan ciertos

motivos que hacen como hilo conductor en el escrito, motivos que nos ayuda a la

comprensión de su planteamiento.

Desde mi punto de vista estos motivos son: la recuperación de un sana y recta

devoción a Madre de Dios, que siempre acompañando la vida de la Iglesia. Segundo, la

exhortación nos muestra la relación intrínseca entre la Virgen María y la Liturgia renovada,

el lugar que ocupa en ella. La pedagogía que utiliza el Papa Pablo VI para señalarnos esta

relación intrínseca y ubicación a la devoción de la Virgen María en la Liturgia es

mencionarnos las principales solemnidades, fiestas, memorias en el calendario litúrgico.

También nos describe a la María como modelo ideal de oyente de la palabra, de mujer de

oración, como Virgen Madre y oferente; actitudes principales que manifiestan su

importancia en la celebración de la fe.

Por último, nos señala las principales características esenciales de una sana y recta

devoción mariana: debe de ser trinitaria, cristológica y eminentemente eclesial, sobre todo

considerando la dimensión pneumatológica de esta orientación cristocentrica. En efecto, en

la revisión o creación de ejercicios y prácticas de piedad mariana, deben tenerse cuatro

orientaciones fundamentales: bíblica, litúrgica, ecuménica y antropológica.

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Al visualizar la estructura y señalar los motivos que aclaran el fin con que fue

escrita la exhortación podemos señalar que el Pontífice potencia el culto a la Madre de Dios

y lo posiciona en lo nuclear de la Liturgia del Concilio Vaticano II. Su reflexión gira en

torno a profundizar la figura única de María como aquella creatura en la cual se refleja el

misterio de Dios y de la salvación de los hombres, su historia es salvación para el género

humano y es arquetipo excelso de la misión maternal de la Iglesia.

María y nuestra Iglesia.

Mi reflexión esta lleno de lo más general a lo más específico, y es en este punto que

tratare de aproximarme a nuestra realidad peruana. Nuestra Iglesia local que es la Iglesia

universal.

Las personas de los pueblos rurales y también las ciudades urbanas saben que

encuentran a María en la Iglesia Católica, es de un conocimiento colectivo saber y sentir de

muchos fieles tener a María como Madre porque es Madre de Dios. La Figura de María en

nuestra Iglesia es un icono de identificación: En la Iglesia Católica esta María, a quien se le

ora y pide su intercesión por sus necesidades. Donde encontramos dos o tres personas

orando a María encontramos a la Iglesia Católica.

Por otro lado, cuando uno visita la sierra del Perú o zonas rurales es la piedad

mariana en muchas ocasiones el que mantiene fieles a su fe a esos pueblos aun cuando no

existe presencia de una pastoral continua y eficaz. En efecto, al estudiar nuestra historia

como Republica o como pueblos concretos observamos que nuestra Iglesia es realmente

desde sus inicios mariana, nuestra iglesia local no se puede comprender históricamente sin

la figura de María; para darse cuenta solo tenemos que observar la piedad popular y las

diversas advocación mariana en nuestro pueblos para subrayar la fe mariana impronta de

los fieles.

Todas las anteriores observaciones son significativas, creo yo, porque son aspectos a

considerar de todos aquellos pastores con un celo apostólico de renovar los modelos de

evangelización de sus parroquias, que en muchas ocasiones carecen de capacidad de

asombro, de admiración ante la realidad de que les rodea.

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La impronta mariana de la fe de nuestros pueblos los convierte a estos en tierra fértil

para la aplicación de las recomendaciones del Papa Pablo VI como por ejemplo el esfuerzo

que esta piedad mariana tan llena de folklor, bella de por sí, sean prácticas de piedad que

tengan una orientación bíblica, litúrgica, ecuménica y antropológica.

Quiero centrarme en el aspecto antropológico descrito por la Exhortación, el Papa

Pablo VI no señala (nn. 37): “María no fue una mujer remisa, todo lo contrario fue una

mujer fuerte que afrontó la pobreza, el sufrimiento y el exilio, que puede presentarse de

modelo a quienes buscan con espíritu evangélico la liberación del hombre y de la

sociedad” 

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que esta gracia especial de Dios hizo que descendiera en el corazón del mundo. Fue un concreto caminar humano. Buscó, se sintió ansiosa, no comprendió todo, tuvo que buscar la manera de pasar de una a otra etapa de su vida. Vista desde fuera, su vida fue realmente muy común y tenebrosa, la de cualquier mujer situada en un rincón de un pueblo pequeño, lejos de las grandes corrientes de la historia, de la civilización y de la política. La vida no fue dulce para ella. Vivió con todos los sinsabores del género humano, “ con lágrimas y molestia, dolor y amargor, agonía y muerte, alegría y luz, excitación y grandeza, una vida humana plena y sin precedentes.i

El Papa Pablo VI describe a María como mujer fuerte e inteligente, con ingenio para cuestionar al ángel, que experimentó la pobreza, el sufrimiento y el destierro. Aún en medio de estas desventuras, con solidez, consintió activa y responsablemente, a la llamada de Dios, hizo valerosas opciones, y se ocupó de fortalecer la fe de los demás. En lugar de ser dócilmente piadosa, “fue una mujer que no dudó en proclamar que Dios es vindicador de los humildes y de los oprimidos, y derriba de sus tronos a los poderosos del mundo” ii

En la mayoría de los pasos citados en esta Exhortación, el Papa declara que, lejos de endosar los detalles ejemplares de la vida de María, la Iglesia la propone al creyente como ejemplo a imitar, no precisamente por el tipo de vida que Ella llevó y, tanto menos por el ambiente socio-cultural en que se desarrolló, hoy día superado casi en todas partes, sino porque en sus condiciones concretas de vida Ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios (cf. Lc 1,38) ; porque acogió la Palabra y la puso en práctica; porque su acción estuvo animada por la caridad y por el espíritu de servicio; porque, es decir, fue la primera y la más perfecta discípula de Cristo.iii

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No sorprende que Pablo VI nos ayude a descubrir la necesidad siempre vigente de promover el culto mariano, no sólo las formas de piedad tradicionales, que deben ser renovadas a la luz del Concilio, pero también descubriendo en nuestra época nuevas formas de piedad. Lo que importa es que unas y otras tengan tres características esenciales: ser de carácter trinitario, cristológico y eminentemente eclesial. Esto es, se debe subrayar en la devoción a María la íntima y especial relación de María con todas y cada una de las Tres Personas divinas (Pablo VI subraya la relación especial de María con la tercera persona de la Santísima Trinidad) y el papel especial y único que ella tiene en la Iglesia: el más alto y más próximo a nosotros después de Cristo, de manera tal que no se puede hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor.

Además, en la revisión o creación de ejercicios y prácticas de piedad mariana, deben tenerse cuatro orientaciones fundamentales: deben tener su inspiración en la Sagrada Escritura de manera tal que el culto mariano esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano. Estas prácticas deben estar en armonía con la Sagrada Liturgia, de manera tal que se inspiren en ella y nos conduzcan a ella. Sin duda todo esto contribuirá a que el culto mariano no sea obstáculo para el diálogo ecuménico. El culto mariano debe ser un medio y un punto de encuentro para la unidad de los cristianos. Al mismo tiempo, el culto a María debe ser eminentemente antropológico, al tener en cuenta las adquisiciones seguras y comprobadas de las ciencias humanas y la sensibilidad de nuestros contemporáneos.

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Marialis Cultus

Si pudiésemos afirmar que la enseñanza del Concilio, en el capitulo VIII de la Lumen gentium, no ocasionó una reanudación de los estudios sobre María, tendríamos que añadir que tampoco el intento de Pablo VI provocó una reactivación de estos estudios. No obstante que Pablo VI haya invocado a María en numerosos momentos cruciales. Por ejemplo, en su carta encíclica Mense maio (29 de Abril, 1965) invocó a María como "Madre de la Iglesia", también en su carta encíclica Christi matri (15 de Septiembre, 1966) lo hizo nuevamente llamando a María "Madre de la Iglesia", así también en su exhortación apostólica Signum magnum (13 de Maio, 1967) amplió su enseñanza sobre "María Madre de la Iglesia", mientras que en su exhortación apostólica Recurrens mensis october (7 de Octubre, 1969) preconizó una devoción siempre mayor en favor del Rosario. No obstante que Pablo VI predicó en favor de Nuestra Señora y la mencionó con énfasis en casi todos los documentos que publicó durante su pontificado, después del Concilio los escritos marianos y la devoción hacía María decreció. Los católicos se preocuparon al percibir cambios en la interpretación de la Iglesia sobre la Beata Madre y muchas conferencias episcopales nacionales reaccionaron a esta confusión. Por ejemplo, en los Estados Unidos la conferencia de los obispos publicó ("Behold Your Mother:

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Woman of Faith") "Mirad a Su Madre: Mujer de Fe" el 21 de noviembre 1973.

El año siguiente, en Marialis cultus Pablo VI habló de la misma dificultad y un año después escribió su "Carta al Cardenal Suenens" en ocasión del Congreso Mariano del 1975, conocido como "El Espíritu Santo y María" (13 de Mayo, 1975). En ambos textos Pablo VI contribuyó de manera decisiva en la comprensión de María por parte de la Iglesia, aunque estos escritos no hayan sido suficientemente valorizados por la investigación teológica. Marialis cultus está dividida en tres partes. En la primera Pablo VI describe la prominencia de María en la renovada vida litúrgica de la Iglesia (nn. 1 - 23). En la secunda Pablo VI resume los temas de una renovada devoción hacia María a la luz de la tradición y de las necesidades de nuestro tiempo (nn. 24 - 39). Por último, Pablo VI hace sus observaciones sobre dos devociones importantes de María, el Angelus y el Rosario (nn. 40 - 55). Pablo VI concluye con una exposición del valor teológico y pastoral de la devoción a María (nn. 56 - 58).

En nuestra reflexión me concentro en la secunda parte. Pablo VI sostuvo de que "los ejercicios de piedad hacia la Virgen María deberían expresar claramente la noticia trinitaria y cristológica que es intrínseca y esencial" (n. 25). Todas las expresiones de devoción para María deberían ser orientadas hacia su Hijo, para que así alcancemos el pleno "conocimiento del Hijo de Dios, hasta que nos volvamos hombres perfectos, completamente maduros con la plenitud del mismo Cristo " (Ef 4, 13). De la misma manera, la devoción hacia María, en cuya vida terrenal el Espíritu Santo

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es más evidente, nos lleva a un entendimiento más profundo del papel del Espíritu Santo en la historia de la salvación (n. 26). La consecuencia de una ulterior reflexión teológica sobre el papel del Espíritu Santo en la historia de la salvación y un examen de la relación entre el Espíritu Santo y la Beata Virgen nos lleva a "una más profunda meditación sobre las verdades de la Fe" de la cual deriva "una Piedad más intensamente vivida" (n. 27). Pablo VI nos recuerda la enseñanza del Vaticano II y, específicamente su enseñanza sobre el pueblo de Dios. La naturaleza eclesiológica del pueblo elegido por Dios nos conduce al entendimiento de la hermandad bajo la tutela de María, nuestra Madre. Así también, la preocupación maternal de María infunde el amor que la Iglesia inspira a todos los pueblos y, de manera especial, a los pobres y débiles". La devoción hacia la Beata Virgen debe mostrar explícitamente su contenido intrínseco y eclesiológico: así será capaz de valerse de una fuerza que renueve las formas y los textos de manera apropiada" (n. 28).

Para alcanzar esta renovación, Pablo VI trazó cuatro líneas directivas: la bíblica, la litúrgica, la ecuménica y la antropológica. En este sentido, recomendó que cualquier forma de culto Cristiano tendría que estar impregnado de elementos bíblicos, incluyendo material de devoción. "Lo que se necesita es que los textos de los rezos y cantos saquen su inspiración y su terminología de la Biblia y, sobre todo, incluya el material para la devoción hacia la Virgen, imbuido de los grandes temas del mensaje Cristiano" (n. 30). Pablo VI recomendó que todas las devociones hacia María fuesen armónicas a las celebraciones y estaciones litúrgicas. La devoción nunca debía ocultar el culto o confundirse

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inadecuadamente con éste. Cuando estos dos elementos son debidamente distinguidos, el valor de cada uno resalta claramente (n. 31). Pablo VI también recomendó que la devoción hacia María pusiese atención en fomentar un espíritu ecuménico. De una parte, la devoción hacia la Madre del Señor podía ser compartida por todos los que invocasen a Su Hijo, a través de la piedad mariana, tema al cual todos los Cristianos podían adherir; por otra parte, había que poner atención para evitar el exceso, para que fuese evidente para todos los Cristianos, la verdadera naturaleza eclesiástica sobre la función de María (nn. 32 - 33). Para terminar, "la devoción a la Beata Virgen tiene que prestar atención a ciertos adquisiciones seguras de las ciencias humanas" (n. 34). Es necesario que la figura de María sea presentada a toda la gente como ejemplo de su aceptación a la voluntad de Dios. El fiat de María trasciende el tiempo y la cultura. El acento de la devoción hacia María no debe ser puesto en los detalles particulares de las condiciones de vida de María, sino en su papel para realizar la misión recibida por parte de Dios bajo la inspiración del Espíritu Santo (nn. 35 - 36).

No obstante el énfasis de Pablo VI sobre la guía del Espíritu Santo en Marialis cultus, "El Espíritu Santo y María" y de sus otros escritos, no hubo algún progreso mariano durante su vida. Sin embargo, parecería que, así como el Espíritu Santo oscureció metafísicamente a María en la concepción del Verbo Encarnado, así también el Espíritu Santo oscureció metafóricamente María en la concepción de los teólogos inmediatamente después del Concilio y durante todo el pontificio de Pablo VI. El mismo Espíritu Santo ha concedido a su sucesor, en la persona de Juan Pablo II la

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capacidad de reactivar el trabajo empezado durante el Concilio, enfatizando la función de María en la Iglesia y en la historia de la salvación.

El Concilio Vaticano II, en el capítulo VIII de la Constitución dogmáticaLumen gentium (nn. 66-67) [4] , habla del culto a la Santísima Virgen en la Iglesia. Explica que “María, ensalzada, por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y de todos los hombres, por ser Madre santísima de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, es justamente honrada por la Iglesia con un culto especial" (n. 66).

Enseña también que el culto a la Virgen, a pesar de su singularidad, es esencialmente diverso del que se tributa al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, a la vez que lo favorece eficazmente (ivi.). Anima también a los fieles a que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen, sobre todo el litúrgico, a la vez que insiste a los fieles en que “sientan gran aprecio por las prácticas y ejercicios de piedad mariana recomendados" (n. 67).

Pablo VI dedicó la Exhortación apostólica Marialis cultus , del 2 de febrero de 1974, a hablar del culto a María. En la introducción recuerda que el desarrollo de la devoción a la Virgen “es un elemento cualificador de la genuina piedad de la Iglesia" a la vez que se inserta “en el cauce del único culto que «justa y merecidamente» se llama «cristiano»" pues “en Cristo tiene su origen y eficacia, en Cristo halla plena expresión y por medio de Cristo conduce en el Espíritu al Padre" (ivi.).

Recuerda cómo la reforma de la Liturgia romana, y en concreto de su Calendario General, “ha permitido incluir de manera más orgánica y con más estrecha cohesión la memoria de la Madre dentro del ciclo anual de los misterios del Hijo" (n. 2).

Señala también que la reforma de los libros litúrgicos ha facilitado la adecuada perspectiva para considerar “a la Virgen en el misterio de Cristo y, en armonía con la tradición, le ha reconocido el puesto singular que le corresponde dentro del culto cristiano, como Madre Santa de Dios, íntimamente asociada al Redentor" (n. 15); y subraya que “el culto que la Iglesia universal rinde hoy a la Santísima Virgen es una derivación, una prolongación y un incremento incesante del culto que la Iglesia de todos los tiempos le ha tributado con escrupuloso estudio de la verdad y con siempre prudente nobleza de formas" (ivi.).

Recuerda que la Virgen es también “ejemplo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios. La ejemplaridad de la Santísima Virgen en este campo dimana del hecho que ella es reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo" (n. 16).

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La segunda parte de la Exhortación apostólica está dedicada a dar unas pautas para la renovación de la piedad mariana. Señala cuatro notas que caracterizan una auténtica devoción a la Virgen: la trinitaria, la cristológica, la pneumatológica y la eclesial. Y a continuación indica cuatro orientaciones que conviene tener presentes en esa tarea de renovación: la bíblica, la litúrgica, la ecuménica y la antropológica.

La tercera parte de la Exhortación apostólica trata de dos devociones marianas: el Angelus y el Rosario. Y en la conclusión del documento se explica el valor teológico y pastoral del culto a la Virgen.

Web: http://campus.udayton.edu/mary/Spanish/Mariologia_Magisterio.html

http://www.clerus.org/clerus/dati/2002-06/01-999999/04MaSp.html

http://teologicamente.com/2011/04/maria-%C2%BFmodelo-de-la-mujer/

A medida que la teología de María se fue desarrollando, y sobre todo durante su período culmine bajo el pontificado de Pío XII, con la definición del dogma de la asunción (1950) y con la celebración del año mariano (1954), el modelo de María a ser imitado no era el de la Iglesia primitiva, sino más bien este nuevo modelo propuesto por una mariología maximalista y promotora de una visión de María llena de privilegios y virtudes bastante descontextualizada[1].  Este modelo para todos los fieles pero especialmente para la mujer, era delineado por varones  sumergidos en una cultura y una sociedad  patriarcal. Estos valores o virtudes que se presentaban para las mujeres eran los de: esposa, madre y virgen. El ideal del eterno femenino[2].Hasta el día de hoy continúa presente esa imagen de María propuesta como esposa perfecta, cuando cada vez son más las mujeres que optan por la soltería como un modo de ejercer su propia individualidad e independencia. Inclusive las que optan por el matrimonio, no lo hacen bajo los términos presentados por esta tradición mariana, sino en una relación de igualdad de derechos, responsabilidades y deberes en relación al cónyuge. Como madre, cuando en la sociedad actual las mujeres desarrollan actividades tanto como los hombres y controlan por esto la natalidad, el valor de la maternidad ya no es visto como el único modo de realización personal de la mujer. Como virgen, cuando es complejo para la sociedad actual comprender su significado más profundo, entendida tantas veces como no más que una renuncia a la sexualidad. Renuncia que se entiende poco bajo la influencia de los cambios sociales y culturales y el mismo avance de la teoría feminista, en la que la libertad en el ejercicio irrestricto de la sexualidad parece significar una especie de independencia e igualdad con el hombre.Juan Pablo II en su catequesis durante la audiencia general de los miércoles del 6 de diciembre de 1998, dirá que María expresa lo que es esencial de la personalidad femenina. Esto es, refiriéndose al relato de la Anunciación, dar su consentimiento generoso ante la iniciativa del ángel como mensajero de Dios. A través de esta antropología dualista de género manifiesta como papel de la mujer a la luz de María, la sumisión ante el papel activo del ángel en representación de lo masculino, aunque sea indirectamente[3]. A pesar de este antecedente tan reciente, ya Pablo VI venía advirtiendo la ineficacia de este modelo de María en la exhortación apostólica Marialis Cultus, donde afirma la dificultad  para las mujeres de este siglo de encontrar en la María presentada por la teología tradicional un modelo para ellas mismas [4]. Juan XXIII en 1963, en Pacem in terris, admite como un signo de los tiempos la participación de las mujeres en la vida pública y común[5]. En el Concilio Vaticano II, se intentó volver a la primera

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teología cristiana, recalcando el papel de María, no como mediadora, sino más bien como modelo, pero como modelo de la Iglesia, integrándola en la teología de la comunión de los santos ( L.G. c.VIII)[6].Resaltando el canto del Magníficat de María (Lc. 1,46-55) la teología feminista intenta rescatar del olvido una visión de María que puede ser un precioso modelo para los cristianos de nuestro tiempo, muy significativo para las mujeres de hoy que luchan por abrirse camino en la Iglesia y en el mundo. Especialmente en Latinoamérica por lo significativo que resulta el anuncio profético de María que baja del trono a los ricos y exalta a los pobres y hambrientos. Es un lenguaje profético de fe, una oración al estilo de los grandes Himnos del Antiguo Testamento, y está puesta en labios de una mujer. Este es un modelo acorde a los signos de los tiempos y a las necesidades de los fieles de este siglo. También desde una nueva interpretación del fíat, se puede rescatar una actitud activa en María, siendo que la tradición teológica la ha asociado siempre con una actitud de silencio. “Curiosamente suele ser el ‘fíat’, que es la palabra decisiva, la más importante que nadie pudo decir nunca, la que se ha cargado del simbolismo del silencio en cuanto a pasividad, sumisión y ausencia”[7].La imagen de María presentada por la teología tradicional, recalca la teóloga Elizabeth A. Johnson[8], parece un modelo irrealizable, no sólo para las mujeres de la actualidad sino, para cualquier mujer, ostentada como virgen-madre, y como madre en una función que parece agotar todas las posibilidades vocacionales de las mujeres. Todo esto además de ser el modelo de la pasividad, el silencio, el ocultamiento, funcionando como cualidades exclusivas de la femineidad, terminan arrastrándola a un modelo de absoluta sumisión y nula participación. Hoy toda la Iglesia siente ya la necesidad de una revisión profunda del modelo mariano, buscando una solución más eficaz a nuestro tiempo. Las nuevas interpretaciones de María pueden ser muy provechosas para que pueda volver a ser vista como un modelo por las mujeres contemporáneas. María tiene un gran valor como modelo, pero no exclusivamente de la mujer, sino de todos los fieles, y no en el sentido de las circunstancias históricas de su vida concreta, sino más bien y con mucho sentido en relación a la actitud que ella tomó en el transcurso y ante las vicisitudes de su vida[9]. Una actitud de fiel discípula, de verdadera creyente que se entrega a la voluntad de Dios, pero con todas las potencias de su alma, dando un sí que no la llevó a la pasividad y la ineficacia, sino a la actividad y el compromiso. No podemos olvidar que, además de María, podemos encontrar en la Biblia numerosos casos de mujeres fieles que pueden presentarse hoy como verdaderos modelos también[10].María puede ser para todos los creyentes, nuestro modelo de peregrinación en la fe y de fidelidad a Cristo (LG nº 58). Bien lo expresa Marialis Cultus[11] cuando dice: “María es de nuestra estirpe, verdadera hija de Eva, aunque ajena a la mancha de la madre, y verdadera hermana nuestra, que ha compartido en todo, como mujer humilde y pobre, nuestra condición”[12]. En orden a este modo de enfrentar la teología de María, el testimonio evangélico auténtico debe partir de la base de la libertad, por la que cada uno responde al llamado de Dios a través de sus diversas capacidades, y de la consideración de las particularidades históricas, ya que quien responde al amor de Dios es un hombre, varón o mujer, encarnado en una realidad precisa. María es modelo de ello respondiendo al amor de Dios con total libertad en medio de sus circunstancias. También es modelo nuestro como promesa de futuro, que en la totalidad de su humanidad nos muestra que es posible imitar a Cristo. Así imitándola a ella, nos acercamos más a la semejanza con Él. Además nos recuerda que también nosotros estamos llamados a vivir sus privilegios, también nosotros estamos llamados a resucitar y librarnos de la mancha del pecado[13].Si bien Elizabeth Johnson prefiere no referirse a María como modelo, sino hablar de ella como la mujer concreta que fue, una judía del siglo I, esto no impide que, luego de dicho reconocimiento, podamos llegar a pensar en ella también como un modelo de cristiana. Sin olvidar que debemos renovar nuestra mirada sobre ella, podemos acercarnos nuevamente desde una lectura comprometida con los signos de los tiempos actuales.

 

[1] Cfr., Elizabeth A. JOHNSON, Verdadera hermana nuestra. Teología de María en la comunión de los santos, Herder, Barcelona 2003, 152.[2] Cfr., Ibid., 35.[3] Cfr., Ibid., 86.

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[4] Cfr., Marialis Cultus, nº34.[5] Cfr., Pacem in Terris, nº41.[6] Cfr., Elizabeth A. JOHNSON, Verdadera hermana nuestra… 159.[7] M. NAVARRO PUERTO, María, la mujer. Ensayo psicológico bíblico, Publicaciones Claretianas, Madrid 1987, 42.[8] CSJ, doctora en teología y profesora eminente de Teología en la Fordham University, institución jesuita en Nueva York.[9] Cfr., Marialis Cultus, nº35.[10] Ya que  en numerosas ocasiones estas imágenes de María han funcionado como símbolo no del discipulado, sino del eterno femenino encarnado en la mujer ideal, o de la cara maternal de Dios. También en el contexto eclesial, ha contribuido muchas veces a disimular la naturaleza pecadora de la Iglesia. Esta María simbólica, hasta parece dificultar el renacer de las mujeres históricas reales en el plano de la fe. Al transformarla en símbolo se ha perdido notablemente su realidad histórica judía, a la vez que el resto de las mujeres de la Biblia se terminan perdiendo en una suerte de nebulosa. Nombra JOHNSON como ejemplo a María Magdalena, “apóstol de los apóstoles”,  María de Betania, Juana y la samaritana,  la diaconisa Febe de Céncreas, la apóstol Junia de Roma, también posibles modelos de discipulado. Finalmente se dirige a que poner como discípulo ideal a una mujer, sigue siendo excluyente para todas las demás. Cfr., Elizabeth A. JOHNSON, Verdadera Hermana Nuestra… 128-129.[11] A pesar de la clásica comparación con Eva, tan odiosa para la teología feminista.[12] Marialis Cultus, nº 56.[13] Cfr., Ignacio OTAÑO S.M., María, Mujer de Fe, Madre de Nuestra Fe. Mariología del P. Chaminade y de Hoy, Servicio de Publicaciones Marianistas, Madrid, 1996,  55. 

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Exhortación Apostólica de S.S. Pablo VI, 1974PARA LA RECTA ORDENACIÓN Y DESARROLLO DEL CULTO A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

La devoción de la Iglesia hacia la Santísima Virgen pertenece a la naturaleza misma del culto cristiano. La veneración que siempre y en todo lugar ha manifestado a la Madre del Señor, desde la bendición de Isabel hasta las expresiones de alabanza y súplica de nuestro tiempo, constituye un sólido testimonio de cómo la «lex orandi» (el culto) es una invitación a reavivar en las conciencias la «lex credendi» (la fe). Y viceversa: la «lex credendi» de la Iglesia requiere que por todas partes florezca lozana la «lex orandi» en relación con la Madre de Cristo.

El culto a la Virgen tiene raíces profundas en la Palabra revelada y sólidos fundamentos en las verdades de la doctrina católica, tales como:

- la singular dignidad de María, Madre del Hijo de Dios y, por lo mismo, Hija predilecta del Padre y templo del Espíritu Santo; por tal extraordinaria gracia aventaja con mucho a todas las demás criaturas, celestiales y terrestres;

- su cooperación incondicional en momentos decisivos de la obra de la salvación llevada a cabo por su Hijo;

- su santidad, que ya era plena en el momento de su concepción inmaculada y que, no obstante, fue creciendo más y más a medida que se adhería a la voluntad del padre y recorría el camino del sufrimiento, progresando constantemente en te, esperanza y caridad;

- su misión y el puesto que ocupa, único en el Pueblo de Dios, del que es al mismo tiempo miembro eminente, ejemplar acabado y Madre amantísima;

- su incesante y eficaz intercesión, mediante la cual, aun habiendo sido asunta al cielo, sigue mostrándose cercana a los fieles que la suplican y aun a aquellos que ignoran que realmente son hijos suyos;

- su gloria, en fin, que ennoblece a todo el género humano, como lo expresó maravillosamente el poeta Dante: «tu eres aquella que ennobleció tanto la naturaleza humana, que su Creador no desdeñó convertirse en hechura tuya»; en efecto, María pertenece a nuestra estirpe como verdadera hija de Eva, aunque ajena a la mancha de la madre, y verdadera hermana nuestra, que ha compartido en todo nuestra condición, como mujer humilde y pobre.

Añadiremos que el culto a la Virgen tiene su razón última en el designio insondable y libre de Dios, el cual, siendo amor eterno y divino, lleva a cabo todo según un designio de amor: la amó y obró en ella maravillas; la amó por sí mismo, la amó por nosotros; se la dio a sí mismo y nos la dio a nosotros.

Cristo es el único camino al Padre, Cristo es el modelo supremo al que el discípulo debe conformar la propia conducta, hasta lograr tener sus mismos sentimientos, vivir su vida y poseer su Espíritu. Esto es lo que la Iglesia ha enseñado en todo tiempo y nada en la acción pastoral debe oscurecer esta doctrina.

Pero la misma Iglesia, guiada por el Espíritu Santo y amaestrada por una experiencia secular, reconoce que también el culto a la Virgen María, de modo subordinado al culto que rinde al Salvador y en conexión con él, tiene una gran eficacia pastoral y constituye una fuerza renovadora de la vida cristiana.

La razón de dicha eficacia se intuye fácilmente. La múltiple misión que la Virgen María ejerce para con el Pueblo de Dios es una realidad sobrenatural que actúa eficazmente en la comunidad eclesial.

Será útil considerar los diversos aspectos de dicha misión y ver cómo todos se orientan, cada uno con su eficacia propia, hacia el mismo fin: reproducir en los hijos los rasgos espirituales del Hijo primogénito.

Queremos decir que la maternal intercesión de la Virgen, su ejemplar santidad y la gracia de Dios que hay en

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ella, se convierten para el género humano en motivo de esperanza sobrenatural.

La misión maternal encomendada a María invita constantemente al Pueblo de Dios a dirigirse con filial confianza a Aquella que está siempre dispuesta a acoger sus oraciones con amor de Madre y con eficaz ayuda de Auxiliadora. Por eso el Pueblo de Dios la invoca como «consoladora de los afligidos», «salud de los enfermos» y «refugio de los pecadores», para obtener consuelo en la tribulación, alivio en la enfermedad y fuerza liberadora en el pecado. Y en verdad Ella, la libre de todo pecado, conduce a sus hijos a vencer con enérgica determinación el pecado. Y, hay que afirmarlo nuevamente, esta liberación del pecado es la condición necesaria para toda renovación de las costumbres cristianas.

La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar sus ojos hacia María, la cual brilla como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos. Y se trata de virtudes sólidas, evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la Palabra de Dios; la obediencia generosa; la humildad sincera; la solícita caridad; la sabiduría reflexiva; la verdadera piedad, que la mueve a cumplir sus deberes religiosos, a expresar su acción de gracias por los bienes recibidos, a ofrecer en el Templo y a tomar parte en la oración de la comunidad apostólica; la fortaleza en el destierro y en el dolor; la pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor; el vigilante cuidado hacia el Hijo desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la Cruz; la delicadeza en el servicio; la pureza virginal y el fuerte y casto amor esponsal.

De estas virtudes de la Madre se adornarán los hijos, que con tenaz propósito contemplan sus ejemplos para imitarlos en la propia vida. Y tal progreso en la virtud aparecerá como consecuencia y fruto maduro de aquella fuerza pastoral que brota del culto tributado a la Virgen María.

La devoción hacia la Madre del Señor ofrece a los fieles ocasión de crecer en la gracia divina: finalidad última de toda acción pastoral. Porque es imposible honrar a la llena de gracia sin valorar en sí mismo el don de la gracia, es decir, la amistad con Dios, la comunión de vida con El, la inhabitación del Espíritu. Esta gracia divina afecta a todo el hombre y lo hace conforme a la imagen del Hijo.

La Iglesia católica, apoyada en su experiencia secular, reconoce en la devoción a la Virgen una poderosa ayuda para que el hombre llegue a conseguir la plenitud de su vida. María, la «mujer nueva», está junto a Cristo, «el hombre nuevo», a la luz de cuyo misterio encuentra sentido el misterio del hombre. Y es así como prenda y garantía de que en una persona de nuestra raza humana, en María, se ha realizado ya el proyecto de Dios para salvar a todo el hombre.

Al hombre contemporáneo, frecuentemente zarandeado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de sus límites, asaltado por aspiraciones sin fin, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende fuertemente a la comunicación con los demás, presa de sentimientos de náusea y hastío; a este hombre contemporáneo, la Virgen, contemplada en las circunstancias de su vida terrena o en la felicidad de que goza ya en la Ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra tranquilizadora: es una garantía de que la esperanza triunfará sobre la angustia, la comunión sobre la soledad, la paz sobre la turbación, la alegría y la belleza sobre el tedio y la náusea, las perspectivas eternas sobre los deseos terrenos, la vida sobre la muerte.

Sean como el sello de nuestra exhortación y una nueva prueba del valor pastoral de la devoción a la Virgen para conducir los hombres a Cristo, las mismas palabras que Ella dirigió a los criados en las bodas de Caná: «haced lo que El os diga». Palabras que en apariencia se limitan al deseo de poner remedio a la incómoda situación de un banquete, pero que en verdad, si consideramos las perspectivas del cuarto evangelio, son una frase en la que parece resonar la fórmula usada por el Pueblo de Israel para ratificar la Alianza del Sinaí o para renovar los compromisos allí adquiridos, y son también totalmente conformes con la palabra del Padre en la aparición del monte Tabor: «escuchadle».

Nos ha parecido bien, venerables Hermanos, tratar extensamente de este culto a la Madre del Señor, por ser parte integrante del culto cristiano. Lo pedía la importancia de la materia, objeto de estudio, de revisión y también de controversias en estos últimos años.

Nos conforta pensar que el trabajo realizado para poner en práctica las normas del Concilio, por parte de la Sede Apostólica y por vosotros mismos, sobre todo en la reforma de la liturgia, está siendo una gran ayuda para que se tribute a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo un culto cada vez más vivo y consciente y para que vaya creciendo la vida cristiana de los fieles. Es también un motivo de confianza el constatar que la renovada liturgia romana constituye un claro testimonio de la devoción de la Iglesia hacia la Virgen María. Nos sostiene además la esperanza de que serán sinceramente aceptadas y puestas en práctica las directrices para hacer

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dicha devoción cada vez más vigorosa. Y finalmente nos alegra la oportunidad que el Señor nos ha concedido de ofrecer estas consideraciones sobre algunos puntos doctrinales, con los que esperamos crezca la estima y se renueve y confirme la práctica del Rosario.

Consuelo, confianza, esperanza y alegría que, uniendo nuestra voz a la de la Virgen en su Magnificat, deseamos traducir en ferviente alabanza y acción de gracias al Señor.

Mientras deseamos, pues Hermanos queridos, que gracias a vuestro empeño diligente, se produzca en el clero y en el pueblo confiado a vuestros cuidados, un saludable incremento de la devoción mariana, con indudable provecho para la Iglesia y la sociedad humana, impartimos de corazón a vosotros y a todos los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral, una especial Bendición Apostólica.

Se trata de una exhortación apostólica en la que Pablo VI reflexiona, a la luz del Concilio Ecuménico Vaticano II, el culto bimilenario a la santísima Virgen María. El interés del documento pontificio es incrementar el culto mariano en el marco de la renovación litúrgica promovida por la Sacrosantum Concilium, una renovación que tiene a Cristo como punto de referencia. El documento nos presenta a María como Madre de Cristo y Madre de la Iglesia.

Pablo VI intuye admirablemente que el mejor espacio para el culto mariano es la liturgia, de ahí que se note en la reforma de la Liturgia romana el interés por incluir de manera más orgánica y con más estrecha cohesión la memoria de la Madre dentro del ciclo anual de los misterios del Hijo. Por eso en cada tiempo litúrgico se recuerda frecuentemente a la Santísima Virgen. Destacan las festividades de la Maternidad divina de María, su Inmaculada Concepción, la Anunciación del Señor y la Asunción de María al cielo. Otras fiestas marianas conmemoran acontecimientos salvíficos en los que María estuvo estrechamente a su Hijo. El Leccionario de la Misa nos ofrece, después de una serena crítica de los textos mariológicos, lecturas relativas a la Santísima Virgen. Lo mismo ocurre en la Liturgia de las Horas, que contiene bellos testimonios de piedad hacia la Madre del Señor, y en los diversos libros litúrgicos sobre los diversos sacramentos. Pablo VI nos ayuda, en este contexto, a recordar que las más límpidas expresiones de la piedad hacia la Virgen María han florecido en el ámbito de la liturgia o han sido incorporadas a ella.

Por otra parte, descubrimos, guiados por Pablo VI, que María es nuestro modelo en la escucha del Señor y de su Palabra: ella es la Virgen orante, presente desde el inicio de la Iglesia, presente siempre; ella es la Virgen-Madre y la Virgen oferente, que se nos presenta como maestra de vida espiritual, pues nos enseña a hacer de nuestra propia

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vida una ofrenda a Dios. No extraña que los discípulos de Jesús tengamos hacia María las más variadas relaciones: a ella la veneramos de una manera especial (hiperdulía), experimentamos hacia ella un amor ardiente, queremos servirla con amor, deseamos imitarla, descubrimos en ella a una poderosa intercesora… cuando contemplamos a la Toda Hermosa, a la Toda Santa, cuando nos asomamos a su misterio, la única respuesta es el estupor, el asombro, que desemboca en el amor filial. Todas estas relaciones nos motivan a realizar un atento estudio sobre ella para conocerla mejor y amarla más intensamente.

No sorprende que Pablo VI nos ayude a descubrir la necesidad siempre vigente de promover el culto mariano, no sólo las formas de piedad tradicionales, que deben ser renovadas a la luz del Concilio, pero también descubriendo en nuestra época nuevas formas de piedad. Lo que importa es que unas y otras tengan tres características esenciales: ser de carácter trinitario, cristológico y eminentemente eclesial. Esto es, se debe subrayar en la devoción a María la íntima y especial relación de María con todas y cada una de las Tres Personas divinas (Pablo VI subraya la relación especial de María con la tercera persona de la Santísima Trinidad) y el papel especial y único que ella tiene en la Iglesia: el más alto y más próximo a nosotros después de Cristo, de manera tal que no se puede hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor.

Además, en la revisión o creación de ejercicios y prácticas de piedad mariana, deben tenerse cuatro orientaciones fundamentales: deben tener su inspiración en la Sagrada Escritura de manera tal que el culto mariano esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano. Estas prácticas deben estar en armonía con la Sagrada Liturgia, de manera tal que se inspiren en ella y nos conduzcan a ella. Sin duda todo esto contribuirá a que el culto mariano no sea obstáculo para el diálogo ecuménico. El culto mariano debe ser un medio y un punto de encuentro para la unidad de los cristianos. Al mismo tiempo, el culto a María debe ser eminentemente antropológico, al tener en cuenta las adquisiciones seguras y comprobadas de las ciencias humanas y la sensibilidad de nuestros contemporáneos.

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Entre los ejercicios de piedad mariana que el Santo Padre recomienda, destacan especialmente el rezo del Angelus y del Santo Rosario, que contribuyen a santificar diversos momentos de nuestra jornada y meditar sobre los misterios centrales de nuestra redención.

El culto a la Virgen tiene raíces profundas en la Palabra revelada y sólidos fundamentos en las verdades de la doctrina católica, tales como:

– la singular dignidad de María, Madre del Hijo de Dios y, por lo mismo, Hija predilecta del Padre y templo del Espíritu Santo; por tal extraordinaria gracia aventaja con mucho a todas las demás criaturas, celestiales y terrestres;

– su cooperación incondicional en momentos decisivos de la obra de la salvación llevada a cabo por su Hijo;

– su santidad, que ya era plena en el momento de su concepción inmaculada y que, no obstante, fue creciendo más y más a medida que se adhería a la voluntad del Padre y recorría el camino del sufrimiento, progresando constantemente en la fe, la esperanza y la caridad;

– su misión y el puesto que ocupa, único en el Pueblo de Dios, del que es al mismo tiempo miembro eminente, ejemplar acabado y Madre amorosísima;

– su incesante y eficaz intercesión, mediante la cual, aun habiendo sido asunta al cielo, sigue mostrándose cercana a los fieles.

 Sin duda alguna, estas reflexiones de Pablo VI, convertidas en

exhortación apostólica, reflejan la meditación del Romano Pontífice del capítulo VIII de la Lumen Gentium. Pero sobre todo, reflejan el amor personal del Papa del Concilio y del diálogo hacia la Madre de Nuestro Señor, un amor que se contagia, que comunica, que entusiasma.

Es una magnífica oportunidad para renovar la propia devoción a la Madre del Señor, siguiendo los pasos de tantos que nos han precedido. A nosotros toca pasar la estafeta a la próxima generación.

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i Elizabeth Johnson citando a Raymond E. Brownii Marialis Cultus nº 37iii Marialis Cultus nº 35