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8/17/2019 Que Titulo Para Un Cuento y Otros Cuentos
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¿QUÉ TÍTULOPARA UNCUENTO?...Y
OTROS CUENTOS
SOLO
SÉ QUE
SÉ LO
QUE NO
SÉ
Autor:
Ricardo Salvarrey Arana
MONTEVIDEO, URUGUAY
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ÍNDICE
¿Qué título para un cuento?........................................3
Que fresco que era mi valle……………………………6
El moscón…………………………………………………9
El vendedor de muñecos……………………………...13
El Gringo………………………………………………….17
Final para un cuento fantástico para I.A. Ireland …22
El hombre de la sonrisa sospechosa……………….27
Empuje aquí……………………………………………..38
Una oficina como tantas……………………………...42
El hombre de la muerte insospechada…………….48
Cuento sobre ruedas, en el ómnibus……………....53
La semilla de los sueños……………………………..57
El vapor de la esencia…………………………………60
Incendio en la Compañía……………………………..63
El escritor que hay en mí……………………………..66
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¿Qué título para un cuento?
Los días habían estado hasta ese momento con temperaturas que
oscilaban los treinta grados. Pero el clima cambió súbitamente, propio de la
zona subtropical. Descendió el termómetro sin miramientos hasta un grado bajo
cero, desatándose una gran tormenta. A las pocas horas los informativos
daban inundaciones por todo el país, con damnificados en viviendas y mucha
gente auto desalojada y otra siendo llevada a gimnasios de las capitales
departamentales por el ejército nacional lejos de las zonas bajo agua.
Su gripe comenzó con la tormenta. El médico que lo visitara le había
recomendado la consabida quietud y los antipiréticos de reglamento. Doctor, le
señaló el paciente, el problema que tengo es que vivo solo y tengo que
hacerme los mandados. Pero amigo, ¿no tiene ningún vecino que le dé una
mano? No, la verdad que no, acá todo el mundo se guarda temprano en las
casas y cada quien en lo suyo. Bueno, recomendó el galeno, en caso de no
tener otro remedio que salir se me abriga, pero que solo se le vean los ojos.
Ok doctor. El médico y su asistente en la emergencia se retiraron.
No tenía con quien compartir su estado actual. Pensó en llamar a su
amigo Gabriel, pero vaya a saber en qué andaría a esa hora y a sesenta
kilómetros de distancia. Abrigado y con varias frazadas encima se durmió casi
sin quererlo.
En el ensueño se dio cuenta que la fiebre alta lo atacaba. Transpiraba
copiosamente y se revolvía en la cama para un lado y para el otro, al punto tal
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que, cuando recuperó el conocimiento se encontró hecho un ovillo entre
frazadas, sábanas y almohadas.
No tenía hambre, es más, si lo pensaba, cuando quiso comer almediodía, el bocado que probó le había significado unas asquerosas ganas de
vomitar. La fiebre avanzaba, por lo que volvió a dormirse, pensando entretanto
que debía alimentarse. Dormir es como morir un poco pensaba y repasaba la
imagen de sí mismo acostado.
Algo, no sabía qué, lo despertó como en un sobresalto del pesado yafiebrado sueño. Se vistió como pudo y decidió enfrentar las inclemencias del
tiempo en medio de soberana tormenta. Se preguntó porqué no sentía frío y el
intenso viento no le afectaba de camino al supermercado.
Ni supo cómo traspuso la puerta del establecimiento. La cajera,
entretenida en los diarios que nadie había comprado ese día (a quién se leocurriría salir pensó) al verlo exhaló un grito de pavor. El no entendía que
ocurría y avanzó hacia las latas de comestible sin importarle el comportamiento
de la joven.
Claro que no dejó de extrañarle, así como le extrañó también el
comportamiento de Medina, el carnicero, que lo miraba fijo cuchilla en mano.
Tomó las latas de alimento que precisaba y avanzó de nuevo hacia las cajas
para dejarlas a su cuenta. La cajera las registró pero ni siquiera le pidió la
firma. Pálida y robótica, lo miraba y se movía a duras penas.
Cuando regresó a su casa seguía sin explicarse porque el temporal no le
afectaba. Debería al menos producirme frío la lluvia y empujarme el viento,
pensó, pero nada de eso ocurría.
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Sin explicarse mucho cómo, ingresó de nuevo a su hogar, dejó en la
mesa de la cocina lo que traía. Fue al dormitorio y vio un bulto en su cama
envuelto entre las frazadas. Aquel bulto se movió y se vio a si mismo
durmiendo. No podía creer que aquello ocurriera. Intentó tocarse y al hacerlo
descendió de nuevo en sí.
El golpe le produjo un espasmo que no le permitía respirar. Abrió los
ojos ante la enormidad de los recuerdos recientes. La boca intentando atrapar
todo el aire posible. Poco a poco fue recuperando la calma.
En eso, sintió que golpeaban con fuerza inusitada la puerta de su casa.
Hacia allí fue y se encontró con Milton el dueño del supermercado que le traía
el pedido. ¿Cuándo te pedí yo esto? , lo interrogó con toda la extrañeza del
mundo representada en el rostro. El aludido no entendía nada y le preguntó si
no se había tomado unas copas de más. Ta no te hagas problema le contestó
él, ¿qué te debo? Antes de consignarle lo adeudado le comentó: ¿pero no te
acordás que me llamaste hace como media hora y me hiciste el pedido? Pah,
discúlpame Milton, debe ser la fiebre que me tiene a mal traer.
Así, como la famosa historieta “El otro yo del Dr. Merengue”, así parecía
que había transcurrido su vida ese aciago día de temporal. Se dio un buen
baño caliente para desalojar transpiración y fiebre, abrió un par de latas y con
renovado apetito se dispuso a cenar. Con panza llena y corazón contento es
otro el cantar.
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Parientes, íncubos y súcubos, adorados y aborrecidos a la misma vez,
casi ni se acercaban a su isleño territorio a salvo de tétricas dominaciones de
ejércitos de The Coca Cola Company, Rockefellers y Shaloms del oriente
medio.
Guerras imperecederas en Irak, Jordania, Cisjordania y los olvidados e
innombrables pueblos del África meridional con sus innúmeros dioses y diosas
que dejaron sus tierras escapando, para apalabrar una América sublingual al
sur del río Bravo (conocido en EE.UU. como río Grande) hasta el extremo sur
de la latina América en el Islote Águila, de las Islas Diego Ramírez de Chile, no
tenían cabida en su territorio.
Así, desde los sacros candomblés, hasta las chamánicas culturas,
derivaban inconclusamente por todos los territorios americanos en su
espiritualidad de latinismos informes.
En una insidiosa expedición continental, supo conocer a la que, a partir
de aquel entonces, sería su compañera de vida, desde el más acá y hasta el
insomne más allá.
Irrefrenables deseos tuvo por parte de ambos la irresoluta relación
iniciática a placeres terrenales a un comienzo, que se continuaban en
espiritualidades milenarias e incandescentes donde las corporeidades no
pueden delinear, ni siquiera en las más cercanas aproximaciones, las
limitativas aseveraciones carnales.
Omnívoro amoroso, se pertrechaba de revolucionarias súplicas al calor
de su amada, guardando para sí el rescoldo último de los amaneceres en su
compañía.
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Buscando réplicas al tiempo, diacronías sin demora, sincronías sin
esperas, así dejaba circular por su ser el amor de su amada en insalvables
cúspides de placer.
Pero no supo tener salomónicas decisiones a la hora de los subvertidos
placeres de las hegemónicas decisiones femeninas. Como si los torrentosos e
incólumes momentos fueran tan metafóricos como el más intrínseco de los
corazones.
Así la prole pobló aquel territorio, discurriendo amenidades sibaríticasde sus propias némesis. Patriarca y matriarca serían entonces disquisiciones
de la especie generada por el culto idiomático de las sucesivas eñes propias
del léxico castellano, origen de dominaciones y revoluciones libertarias en las
propias mentalidades subjuntivas de las generaciones que irrumpían las
nuevas realidades.
Los acentos y subversiones idiomáticas quedarían entonces
omniscientes en las retinas bucólicas de las descendencias, las que recurrirían
a sus ascendientes, insuflados a las terrenales diéresis apocalípticas de la
simple y llana muerte provocada por la senil edad, apócope de la vida.
¿Se puede ser joven eternamente?, pensaban los hijos de aquella unión
primigenia. El único elíxir vital que podemos deducir, meditaban algunos, es
aquel que conlleva a las ánimas a unir sus corporeidades como expresión
antediluviana, y sus veleidades como sucedáneas implicancias cordiales.
Así la especie humana rehízo, de construyó, mercantilizó, capitalizó la
vida y la muerte del mundo que hoy nos queda.
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EL MOSCÓN
Una noche el insomnio, puede que actúe parcial o totalmente, lo
contrario no necesariamente significa un dormir plácido. Dos y media de la
mañana se despertó. Prendió la luz de la mesita, fue al baño, volvió y se acostó
nuevamente.
Quedó contemplando la luz amarilla (la bombita de luz estaba pintada de
ese color) para espantar a los mosquitos. En realidad nunca pudo comprobar
esa idea, pues si no ponía la pastilla en el aparato vaporizador, se lo comían
igual y amanecía con ronchas y picazón.
Hacía calor y sintió un zumbido fuerte. Extrañamente no había
mosquitos, que en realidad es la hembra la que pica, el mosquito macho solo
sirve para fertilizarla.
Al fijar la vista vio un moscón de inconmensurable tamaño que daba
vueltas por toda la habitación hasta posarse en la pantalla de la portátil.
Revoloteó a continuación por sobre su cabeza incansablemente hasta que casi
lo espantó a manotazos. Observando su derrotero, se detuvo a pensar cuánto
viviría un bicho de aquellos, quizás más que una mosca común.
Comenzó a sentirse molesto pues le trajo el recuerdo en el que llevaba
el cajón con su abuelo recién fallecido al nicho familiar años atrás. Aquello era
un enjambre de miles de moscas con sabor a muerte y producto de los
muertos.
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Sintió que el estómago se le apretaba, el corazón le palpitaba, y el asco
lo consumía. No encontraba el matamoscas, por lo cual se decidió por una
chancleta, para matarlo definitivamente. Aquellos versos que Don Antonio
Machado le dedicara a estos bichitos, los definían muy bien en cuanto a los
lugares a que concurrían, pero no de la habilidad que tenían de escapar a los
chancletazos de la muerte que a esa altura estaban marcados por toda la
pared, pero de los cuales se seguía escapando con todo éxito.
Pensó que como tenía que pintar toda la casa unas marcas negras en
las paredes no jorobarían tanto. Desistió por un momento en la encarnizada
persecución, con la respiración agitada y un notable mal humor. Hijas de puta,
se comieron a mi abuelo Julián y ahora me quieren comer a mí, pensó. ¡No
estoy muerto inmundicia!, gritó en el silencio lúgubre de la noche. ¿Quién se
iba a molestar si la casa más próxima se encontraba a bastante distancia? Es
la particularidad de vivir solo.
Intentó recostarse nuevamente y dormir. En eso estaba cuando el
zumbido se hacía insoportable a sus oídos. Abrió los ojos de golpe, con un
extraño presentimiento y una sensación de picazón fuerte en la punta de la
nariz. El moscón estaba parado en ella y se rascaba las alas con ritmo
intermitente. Se sintió paralizado del asco, y ante el amago de golpe, el bicho
se paró de nuevo en la pantalla de la luz. Desde allí lo miraba atentamente.
El terror lo invadió cuando se dio cuenta que sus ojos registraban miles
de imágenes del mismo insecto, posado en la misma lámpara. Quiso
ahuyentarlo nuevamente y en lugar de sus manos y brazos observó peludas
patas. ¿Desde cuándo estaba ocurriendo semejante mutación? No pudo
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calcularlo pues no tenía referencias. Los insectos del orden de los dípteros no
eran cosa a la que tuviera afición y mucho menos pasar, inexplicablemente, a
integrar ese orden.
De pronto se paró en sus nuevas seis patas. No podía pensar, salvo
seguir el juego de volar por toda la casa como una mosca más, pero de gran
tamaño. En eso sí podía pensar, pues si se detenía como el moscón en la
lámpara, esta no aguantaría su peso.
La ventana estaba abierta y decidió probar suerte en el pozo negro cuyoaroma lo atraía al expandirse con el calor. No hay mal que por bien no
venga…¡qué placer poder volar! Pensó en el asco del pozo negro, pero lo
atraía. Comer mierda a esta altura de mi vida… pero no… no me puedo
detener.
Hacia allí se dirigía cuando sintió un ahogo profundo, no podía respirar.Se debatía entre la vida y la muerte a ojos cerrados. No podía aceptar morir
siendo mosca luego de haber integrado durante tanto tiempo la especie más
poderosa que existe sobre el planeta tierra.
De pronto chocó contra el piso. Recorrió con la vista lo circundante
agarrándose el pecho en un ataque de desesperación. Poco a poco fue
recuperando el aire y lo sentía entrar en sus pulmones. Con la boca
inmensamente abierta quería aspirar todo el aire del mundo hasta que…algo
entro en la cavidad y le produjo nuevo ahogo y asco.
El moscón que lo había seguido ahora estaba atorado en su garganta.
Tosió como si se acabara el mundo al punto que logró expulsarlo. Abrió y cerró
los ojos repetidas veces y se dio cuenta que ya no veía miles de imágenes.
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Acercó sus extremidades a la cara y observó detenidamente sus manos.
Intentó incorporarse y cerca suyo estaba el cadáver de aquel atrevido moscón.
Se dio cuenta de lo que había ocurrido, se i ncorporó y fue raudo hacia el baño.
Lo único que tenía disponible era el enjuague bucal. Después de profundas
gárgaras, en las que reprimió las ganas de vomitar, comenzó a tranquilizarse.
La madrugada le dijo que tenía que ir a trabajar. Pensó en aquello de:
me extraña araña que siendo mosca no me conozca. ¿Hubiera preferido ser
araña y no mosca aquella noche? Ideas locas, meditó, al punto que no le
preocupó el golpe a raíz de la caída de la cama. Se bañó lo más rápido que
pudo, no sin dejar de ingerir agua, hacer gárgaras, y escupir con asco.
Salió raudo hacia la parada donde la gente que, como él, se dirigía a sus
ocupaciones, lo miraba intrigada por la expresión de su cara. Una vez en el
bus, se durmió profundamente y sin sensación de peligro pues se bajaba en la
terminal y en el cubículo llamado ómnibus no había como papar moscas.
No recordó al despertar otra cosa que aquel sueño tan vívido de una
mosca, que aunque grande, era una más del montón.
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EL VENDEDOR DE MUÑECOS
Es raro lo que pasa, todo lo que vas a comprar hoy día es chino,pensaba, mientras repasaba en su mente las sucesivas marchas obreras
reclamando trabajo y salario que había visto días anteriores.
Paseaba por el centro con sus muñecos mostrándolos para vender. Su
favorito era uno militar que se arrastraba con la metralleta, tal cual como en las
películas.
La gente lo quedaba mirando por la novedad, aunque muchosparecían decir con expresión infantil lo que harían con un destornillador y ese
muñeco. Era tan real, cual un soldado en la batalla, que se podía creer que
solo faltaba la balacera y las bombas a campo traviesa.
Aquella esquina, ese invierno, ese día, con diez grados bajo cero de
sensación térmica, acobardaba su carne y sus huesos. Las heridas del tiempoceñían su rostro de forma inequívoca, tanto que se superponían, pareciendo
simples y largas rugosidades.
Con el frío, la gente pasaba presurosa a buscar refugio de modo que,
cuando voceaba su mercadería, apenas torcían el rostro para mirar. El clima
poco le importó a un niño, que insistiendo sobremanera a su padre, se acercó a
la mesita del vendedor maravillado con aquel muñeco. ¡Quiero verlo…quiero
verlo!... gritaba el chiquilín con sus ojos llenos de deseo.
El hombre, ilusionado con una posible venta, comenzó una encendida
diatriba acerca de las cualidades del juguete. Fijesé señor, no solo se arrastra
como en un campo minado, también se pone en posición de tiro… ¡mirá las
granadas del cinto (esta vez al niño)!
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El hombre pensó fugazmente en que ese día tendría suerte y llegaría a
tener ganancia, o mejor aún, capaz que hasta almorzar en “El Chivito de Oro”.
Llegar a su casa y poder dormir con el estómago conteniendo algo más que
aire o mate era algo que no le ocurría a menudo.
El niño consiguió lo que quería: ante tanta insistencia el padre accedió a
la compra, lo malo para el hombre fue que se puso a regatear. Se mezclaba
todo, los gritos de la criatura y el tire y afloje sobre el precio entre comprador y
vendedor.
El viento arreciaba y quedó solo en medio del mar de gente que corría a
sus ocupaciones. Pasaba el tiempo y nadie se detenía frente a su mesita
plegable con la mercadería.
Decidió levantar sus cosas y caminar. Paró a comprar una hamburguesa
en un carrito y en un almacén un litro de vino. Se refugió en una garita depolicía, abandonada, para comer y escanciar aquél líquido rojo, único parecido
que tenía la bebida con la sangre de los dioses.
Una lluvia pertinaz, que congelaba todo, lo hizo decidirse a volver a su
casa. Hoy tomaría un ómnibus, decidió, tanteando en su bolsillo lo que
quedaba de la magra ganancia del día.
El asentamiento donde residía lucía desierto. Su rancho, de lata y cartón
como el de todos los demás, no daba ninguna sensación en su interior de
dejarlo a cubierto de las inclemencias. El frío se colaba por innumerables
rendijas, la magra ventanita, apenas era atravesada por la luz, la estufa
improvisada en un ladrillo ticholo con un rulo, eran toda su defensa. Colgado de
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la electricidad como todos en aquel lugar, a gatas daba para tener una
lamparita en el medio de la vivienda y ese calefactor como de presidio.
Sintió golpes en la puerta y una vocecita que gritaba: ¡ Muñeco, Muñeco,soy yo, el Chapa! Un niño, que debía tener unos siete años pero que
aparentaba más, tanto así castigaba la vida que llevaban, entró en la
habitación. ¡¿Qué me trajo Muñeco?!...preguntaba con insistencia.
Hacía tiempo que, aunque no tenían lazos de parentesco, el veterano se
había encariñado con ese gurí. Sacó un bombón que había comprado en elómnibus y se lo entregó. Le brillaban los ojitos, con fruición comenzó a sacar la
envoltura y con placer se lo metió en la boca de una vez. Te vas a atorar
Chapa, le increpó cariñosamente mientras este mascaba como podía. ¿Y qué
hacés descalzo gurí de porra, con este frío? ¿Tu madre no pudo ponerte los
championes?
Vení, le dijo, tengo unos guardados como para vos, pero los dejás acá,
sino capaz que tu madre los vende. Le puso unos escarpines y el calzado.
Andá C hapa, tráeme un litro de vino sino este frío me va a matar. Le dio el
dinero al chiquilín que salió disparado al almacén de mitad de cuadra.
Mientras éste volvía el Muñeco se acomodó en la cama con las viejas
frazadas. Al llegar la bebida, que era más química que producto de la uva,
tomó un trago largo para sacarse el chucho del cuerpo.
Su mirada recorrió los rincones como buscando algo hasta posarse en la
figura del Chapa. Te juego una partida a las damas dijo el hombre que hacía
poco le había enseñado. Recordaba como lo había sorprendido la rapidez del
niño para aprender el juego y casi ganarle al maestro. Pensó en qué
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desperdicio sería que una criatura tan inteligente terminara como los otros del
barrio, remontando un carrito de basura y drogado. La madre ya había tenido
problemas con la justicia por no mandar a los niños a la escuela tal cual la
obligaba la ley. El Chapa demostraba aprender con facilidad y el viejo lo sabía
pues al salir del colegio se venía y ahí conversaban de cuánto había aprendido
ese día.
Más de una vez el hombre le compraba materiales para estudiar, pero se
aseguraba que quedaran en su casa. Los ojitos recorrían el tablero e hizo una
jugada de comer triple. El Viejo sorprendido le espetó: ¡Chapa, me estas
ganando! Efectivamente el niño venció al hombre en esa oportunidad.
Este pensó que aunque fuera lo último que hiciera tenía que sacar a ese
chiquilín adelante para que no se pasara balconeando la vida como el resto…
como él mismo.
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El Gringo
Ni siquiera amanecía aun en ese helado día de invierno. La escarcha en
el pasto crujía bajo sus alpargatas bigotudas. Se metió de nuevo al galpón
restregándose los ojos y la cara para despabilarse. Se dirigió al baño común de
todos los peones y en la única canilla que había se lavó la cara. El agua
helada lo hizo crisparse y resoplar, como su pingo, una yegua criolla
acostumbrada también al trabajo que lo esperaba para comenzar la jornada
allá en los pesebres de los caballos.
Era alto, flaco, de apariencia desgarbada pero fuerte y trabajador como
el que más. El mote le venía por su rebelde pelo rubio en remolinos, su tez
blanca pero quemada por los soles del trabajo y los ojos claros, tanto que
permitían ver su interior de buena gente.
En el momento que se disponía a aprontar el mate apareció su
compañero de pieza. El Gringo se la tenía jurada por alcahuete del patrón. El
tenía veinticuatro años y el lamebotas rondaba los treinta, cuestión que no le
impedía cada tanto ponerlo en su lugar.
El Gringo era joven pero curtido en las tareas más duras y en las largas
jornadas de peón rural. Cuando e l amargo estuvo listo se sentó en un banquito
cerca de la enorme caldera que funcionaba unas veces si y otras no.
Ya le había dicho al patrón: “¿A usté le gusta baña rse con agua fría?
Arregle la caldera, no sea piojo. ¿No se da cuenta que estamos todo el día
entre la bosta e’las vacas?”
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Ese bautizo corrió como reguero de pólvora por toda la zona y le quedó
el apodo. ¿Cómo no le iba a venir tal cual anillo al dedo si todo el mundo sabía
lo sanguijuela que era? No rompía un huevo por no tirar la cáscara, como
señala el dicho popular.
El era el único que se atrevía en el tambo de seiscientas hectáreas a
enfrentar al dueño de todo aquello. Tas loco – le dijo el viejo Jeremías - ,
¿cómo vas a hablarle al trompa así? Te puede echar al diablo. El otro no
demoró en contestar que era el dueño de campo y animales pero que ellos no
eran bichos para vivir como tales y tampoco era dueño de ellos para tratarlos
como bestias. Lenguas en los bolsillos y calladitos al trabajo, no tenían
respuesta.
El empresario rural – así gustaba autoproclamarse – se hacía el sonso
cada vez que el Gringo lo increpaba. No lo echaba porque era su mejor
trabajador. Desde que ingresara había aumentado la producción en trescientos
litros de leche y como también sabía inseminar con muy buen porcentaje de
preñez, ello le valía no quedar sin trabajo. Claro, con tanta vaca en el predio
era explicable tanta parición.
Las terneras quedaban para la producción y los terneros eran vendidos a
muy bajo precio. De todas formas siempre engordaba el bolsillo del dueño.
Y allí estaba en ese soliloquio de pensamientos, amargueando,
recordando las estancias en las que había trabajado. En todas había sido
inseminador y peón con cama y comida.
El Piojo le daba lugar para dormir pero comida no, salía de su magro
sueldo. Pensaba y pensaba que en la escuela le habían enseñado que la
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esclavitud se había abolido en el año 1853 y tenía claro como se puede ser
esclavo aunque se cobre un salario. Menos mal que ahora existía legislación
que cubría al peón rural pero en campaña todo el mundo sabe que si reclamás
las ocho horas y las condiciones de trabajo que provee la ley probablemente no
vuelvas a conseguir otro sitio. Quería desesperadamente irse de allí, los otros
se aguantaban, o por que tenían familia que mantener o porque simplemente
su horizonte era ese.
El Gringo sabía que el capataz robaba al patrón pero nunca lo deschavó.
Eso no iba con él, era demasiado derecho como para ensuciarse por la
inmunda plata, tan o más inmunda pensaba, que la bosta en la que se veían
sumergidos todos los días. Mientras terminaba con el mate se iba poniendo las
botas de goma y abrigándose un poco más.
Ese día salió derecho al tractor, se trepó y lo hizo arrancar. En ese
momento recordó el tabaco que había dejado en el galpón. Quiso la desgracia
que al bajarse resbalara y cayera de costado sobre su brazo derecho. Sintió el
dolor pero como de costumbre no le prestó atención. Cuando quiso
nuevamente subir a la máquina el malestar se hizo más agudo y esbozó un ¡ay!
El capataz, que estaba cerca, le dijo que no fuera mañero que no era
para tanto. Mirá que yo no soy de quejarme dijo el aludido, me está doliendo en
serio. De hecho, no podía articular el brazo. Fueron donde el patrón y el Gringo
explicó lo que había pasado. Este, para cubrirse, lo mandó al Banco de
Seguros con un papel que acreditaba que pertenecía a la empresa.
Le faltaba un día para cumplir los tres meses trabajando allí y viendo a
los ojos al Piojo le dio mala espina. Se desvistió y se bañó como pudo para
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sacarse el fétido olor al que ya casi no le prestaba atención de tanto rondar en
las tareas entre las vacas.
El patrón le dio la plata para el ómnibus y a Montevideo se dirigió con elbrazo atado con un remedo de pañuelo. Su único consuelo era no saber por
cuanto tiempo no iría al trabajo y que estaría con su madre en la Capital. Según
la ley esos días correspondía que se los pagaran. Como pudo acomodó sus
cacharpas en un rincón y se fue a tomar el transporte hacia la ciudad.
En el camino se durmió con la sensación de que le iban a hacer unamala jugada, pero eso no impidió que descansara. Una vez en el sanatorio y
luego de una espera de dos horas lo atendió un médico. Amigo, vamos a tener
que enyesarlo, tiene fisurado el codo. Tendría para un mes de inmovilidad del
brazo. Cuando llegó a la casa, la mamma, como el gustaba llamarla, lo abrazó.
Lo primero que le dijo para que no se asustara fue que no era nadaserio, en poco tiempo estaría como nuevo con un poco de quietud y
fisioterapia. El patrón llamó por teléfono para saber de su estado y cuanto
tiempo tendría sin ir al campo. Preguntó además su dirección y el Gringo se la
dijo. A poco se dio cuenta que el otro lo iba a joder.
A los dos días llegó un telegrama que señalaba que estaba despedido y
que pasara a cobrar sus haberes. ¿Cómo te va a echar si tuviste un accidente
trabajando?, le preguntó su madre. Quedate tranquila, me voy al Ministerio de
Trabajo a ver que me dicen. Una vez allí, el abogado que lo recibió hizo su
análisis de lo que él le contaba y sostuvo que un monto determinado era lo que
tenía para cobrar. Pensar que me rompí el alma trabajando, ¿usté me dice que
voy a cobrar eso?
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La cifra era poco menos que irrisoria y se volvió a su casa sin saber qué
hacer. Charlando con un amigo llegaron a la conclusión de que había que
consultar con un abogado que supiera de derecho laboral. Consiguieron a dos
que trabajaban en sociedad, Bruno y Gabriel que resultaron ser duchos en
esos temas.
Luego de intensas reuniones con los abogados del Piojo obtuvieron una
cantidad muy por debajo de lo que pidieran para él, en primera instancia, pero
mucho mayor que la que le había señalado aquel abogado del Ministerio.
Hoy día, el Gringo sigue buscando desesperadamente trabajo. Le
parece mentira haber dado todo de sí y quedar de esa forma en la vía. Pero
mantiene la fe, mucha gente lo conoce como buen trabajador.
Algún día los verdaderos dueños de la tierra, los que la riegan con el
sudor de su sangre, tomarán su parte y al decir de la canción que los pobrescoman pan y los ricos mierda.
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Fina l para un cu ento fan tás ti co para I.A. Ireland
Conocí a I.A.Ireland a través de un mail en el cual se presentaba como
escritor. En el, dejaba en claro que enviaba un fragmento de cuento fantástico
al que darle un inicio y un final. Supuse que esta persona había obtenido mi
dirección de correo de la base de datos de afiliados a la Asociación de
Escritores de…Como componente de la misiva, incluía la imagen de una
muchacha, reflejada en un espejo, en el cuerpo propio del mensaje. En el
corolario del mismo, transmitía su intención de dar una opinión sobre la
respuesta.
No quedaba claro si su contestación referiría a la calidad del texto que
yo pudiera elaborar en base a los escasos cuatro renglones que me remitiera.
Tampoco quedaba claro el destino que dicho desarrollo acarrearía.
Lo siguiente que elucubré fueron los motivos que lo impulsaban a
calificar textos ajenos que abarcaran el suyo propio. No sé qué había en la
imagen de la muchacha frente al espejo que me llevaba a imaginar diversas
situaciones posibles en las que el titular del mensaje podía verse implicado.
Pensé en algo más primitivo y era que no sabía si Ireland era él o ella.
¿Por qué no elaborar algo y enviarlo?, se me ocurrió a continuación. Si le
agradaban mis escritos ello alimentaría mi ego y no sabía qué más, caso
contrario, nos desestimaríamos mutuamente sin siquiera saberlo.
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Dejé esta tarea para más adelante y me dediqué a los restantes asuntos
de mi vida. No soy excesivamente metódico pero tampoco dejo todo librado al
azar.
Un buen día, leyendo el periódico, veo el anuncio de una conferencia
sobre técnicas literarias que brindaría el señor Ian Admonius Ireland en la
sala principal de un importante hotel de la ciudad.
Inmediatamente recordé aquel mail y vino a mí una renovada
curiosidad. Sin duda se trababa del mismo sujeto. Quise acudir y conocerlo,
muñido de mi calidad de periodista, como forma de acercarme.
Era un individuo de mediana altura, cabello castaño claro, ensortijado,
parecido al de la muchacha de la imagen que orlaba su fragmento en aquella
misiva. Pero lo que más me llamó la atención fue su mirada, sin dudas muy
parecida a la de ella en el espejo. Hicimos buenas migas desde el principio.
Era un hombre sencillo al que los conocimientos del lenguaje y la
escritura lo apasionaban. Quedamos en un aparte charlando animadamente
de estos temas por un rato. Le hice mención al correo que había recibido y
me confirmó que era él quien lo había enviado.
Decidí ir directo al grano. En determinado momento mencioné el
parecido entre la imagen de la chica y la suya. El hizo referencia a un cuadro
de su autoría. Como si manejara un pesado secreto, me sugirió en voz baja
que podríamos charlar más tranquilos en el estar de su habitación.
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Cuando llegamos al piso correspondiente quise inquirir el motivo que
provocaba la inflexión de tono preocupado en su voz. Venga estimado amigo
– me sugirió- y se lo contaré. Tomamos el ascensor y nos dirigimos al séptimo
piso del hotel. Nos detuvimos en el número 717.
En ese instante se escucharon ayees cuyas tonalidades denotaban una
presencia femenina. Visiblemente alterado, me pidió que tomara asiento en
los sillones del pasillo y lo esperara. Abrió la puerta de su habitación con la
tarjeta del hotel. No pude menos que prestar atención, pero mi prudencia y
recato pudieron más por cuanto me había dicho que lo aguardara, lo cual
motivó que tan solo intentara ver quién podía ser su interlocutora.
Cuál no sería mi sorpresa al comparar a esa mujer con la imagen
transmitida por este señor en aquel desafío literario viendo que la semejanza
era harto comprobable.
-¡Que extraño! -dijo la muchacha avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta
más pesada!
La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado deadentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció. Todo esto lo supe pues tenía
el oído puesto y pude escuchar la breve conversación más los comentarios de
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Ireland ni bien quedó solo. Lo cierto es que yo no vi salir a nadie. Me creí
envuelto en una confabulación siniestra, pues no entendía que ocurría.
Por instantes me preocupaba que él pudiera pensar que yo formaba
parte de algo orquestado para dejarlo encerrado con esa mujer. Por otro lado,
no entendía como ella se había esfumado.
Golpee la puerta y no recibí contestación alguna. Ya bastante nervioso
me dirigí al responsable del hotel, le conté la situación y accedió a entrar. Una
vez allí, encontramos al hombre tirado en el piso, con una mueca horrible en
su rostro que lo hacía irreconocible respecto de quien poco rato antes brindara
una conferencia y estuviera departiendo conmigo.
El gerente del establecimiento lo revisó y comprobó que yacía sin vida.
Inmediatamente acudió la policía a su llamado. Entretanto me preguntaba qué
había motivado semejante expresión de miedo en el rostro del recientemente
fallecido. Desde luego que por ser la última persona que lo había visto con
vida tuve que prestar declaración en el destacamento policial.
Pasaron los días y fui citado nuevamente por la policía, pero esta vez
vinieron a buscarme a mi casa. Cuando llegamos me condujeron ante un
inspector. Este me aclaró la situación: el muerto lo estaba por haber ingerido
un poderoso veneno. No era factible, dada la tecnología actual, determinar el
tiempo entre la ingesta y la muerte. Todo dependía de la fortaleza corporal
que determinaba la resistencia al mismo.
Le pregunté al Inspector frontalmente que tenía yo que ver con todo
eso. Señor, usted estuvo lo suficiente con la víctima, lo que no queda claro
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son sus motivos. Queda usted detenido y pasará a juez, de todas maneras no
me voy a quedar solo con esto. Le prometo seguir investigando. Y quedé en la
cárcel sin más trámite.
Pasaron unos días y el Inspector vino a verme con unos papeles en la
mano. Me los dio a leer y vi que era el cuento que yo le había escrito a Ireland
en respuesta a aquel mail primigenio estaba firmado por él, integrando un
libro que me mostró a continuación el Inspector.
Se lo hice saber, así como que tampoco entendía por qué estaba
firmado por I.A.Ireland. El Detective me recalcó sobremanera la fama que
poseía el fallecido como escritor. Por otro lado, las autoridades entendían que
los celos podían ser una motivación muy poderosa como para asesinarlo.
No podía creer lo que estaba ocurriendo. Enloquecí y me puse a gritar,
tanto que los guadiacárceles me condujeron de nuevo a la celda 717.
Por las noches, solo celebro las que tienen luna y la observo por una
pequeña ventana con poderosas rejas. No estoy tan triste, la bella muchacha
a veces me acompaña y se pasea por mi celda con su vestido de noche.
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EL HOMBRE DE LA SONRISA SOSPECHOSA
Estaba siempre con sus medias por sobre el bajo del pantalón debido a
que su medio de transporte era la bicicleta. Su aspecto bonachón no
condescendía con la expresión de su rostro. Uno no entendía si su risa sonrisa
permanente era una tomada de pelo al transeúnte.
Siempre se sentaba en el mismo escalón de un negocio de repuestos
para autos de forma que era imposible que quien pasara por esa vereda no lo
viera. Con sus canas y arrugas denotando el paso del tiempo, pero con su risa
silenciosa entre risa sonrisa acuosa y el asombro de ver a quien pasaba.
Quizás munido de temporales de disputa en su juventud hoy optaba por
reír en silencio y con expresión socarrona. Parecía que sobraba al que pasaba,
fuera tiempo, persona o lugar. No crea usted que no sucede que los lugares
pasen también aunque uno esté quieto. Nunca un punto de referencia es el
mismo con el transcurrir de los segundos, los minutos, las horas que hace que
uno está allí. Por el entorno pasan cosas que logran que el lugar cambie
mientras uno lo piensa como sitio, concurrido o con poca gente, con perritos y
sus dueños, con feriantes y sus gritos, con el bar de la esquina rehuyendo
copas mañaneras de algún alcohólico empedernido, o un simple café con leche
y bizcochos de desayuno.
De pronto cuando pasaba por frente a su cara, ambos nos miramos, nos
saludamos y le hice un comentario tonto sobre el estado del tiempo. Una
señora nos detuvo a pedirnos por favor que bajáramos a su gato. El animalito
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había saltado desde un balcón del segundo piso del edificio sobre la casa de
repuestos al plátano de la vereda.
Lo primero que hice fue preguntarme qué le habría hecho esa mujerpara que el animal tomara una decisión de ese tipo.
Los gatos no piensan, sobreviven como sea, sentenció el de la risa
incomprendida. Entre lo que cualquiera piensa que no puede pasar y lo que
otros piensan que sí, esta la cabeza de la persona hacia el mundo, volvió a
sentenciar. Todo con intervalos cortos de tiempo. Era una máquina desabiduría pensé yo. Largaba prendas de su apero así como así.
Miré al gato encima del árbol, era más feo que desayunar con coca diet.
La señora no le iba en zaga. El hombre, que era bajo de estatura y de
complexión liviana me preguntó si me animaba a hacerle pie para subir al árbol
y bajar tamaño gato.
Lo miré y pensé que no sólo con su risa tomaba el pelo, mire si a su
edad iba a andar haciendo piruetas para trepar a un árbol, y sobre todo bajar
con ese animal que se había declarado en rebeldía. El arañazo más chico iba a
ser una zanja en su rostro, más de las que ya tenía.
El seguía riendo y diciéndome, dale animate a hacerme pie que yo lo
bajo. No sabía qué hacer, si hacerle caso o mandarlo a paseo. Finalmente
crucé mis manos y las puse en posición para que subiera. Entre el esfuerzo
mío y el equilibrio de él no hacíamos equipo de circo ni a palos. Intentaba
agarrar el tronco del árbol para no perder asidero mientras yo hacía fuerza
intentando ayudar al objetivo.
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Logró finalmente asir una rama y trepar con sus rodillas y pies.
Resbalaba y sacudía sus piernas como loco. Llegué a pensar que se iba a
desgarrar algún músculo. De pronto quedó inertemente colgado pero sin
desprenderse de su risa. A esa altura parecía maldecir por no poder ascender.
Intenté empujarlo impulsando sus viejos championes. El hacía fuerza y casi me
tira a mí al suelo, menos mal que era liviano.
El gato estaba como loco, la mujer gritaba que iba a llamar a los
bomberos, los vecinos comenzaban a agolparse tirando ideas que eran como
pedradas en lugar de aportar para bajar al gato. El hombre entretanto, logró
poner un pie en una saliente del tronco. Una deformidad del árbol le daba
apoyo por lo que parecía caminar hacia arriba hasta quedar casi horizontal con
la rama de la que estaba asido.
Aquello se complicaba más y más cuando llegaron los bomberos, a los
que según me enteré después, había llamado otro vecino no la dueña del gato.
Ahora había que bajar a dos descompensados: el rebelde y grande gato y el
hombre de la risa sospechosa. Izaron escaleras, un ruidaje bárbaro de sirenas
y un despliegue enorme de soldados del fuego, vecinos, y quién era capaz de
evaluar que otros elementos influían en el panorama. Todo desplegado en el
entorno de media cuadra que ya iba creciendo hacia las esquinas.
El hombre estaba acalambrado cuando el bombero subido a la escalera
intentó tomarlo de la cintura. El se negaba rotundamente aludiendo a que él era
quien se había comprometido a bajar al gato. Bueno, le dijo el bombero,
súbase a la escalera y descanse, luego baje usted al gato. Dicho y hecho, así
fue. Luego de unos minutos de descanso nuestro amigo ascendió los peldaños
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de la heroicidad arrimándose al felino. Este, que daba para pensar que podía
ponerse bravo, ante la voz amistosa y melódica se dejó tocar y agarrar. En eso,
el hombre se dio cuenta que le costaba darse vuelta en lo alto de la escalera.
Intentó pasarle el enorme gato al bombero que estiró los brazos para
sostenerlo. La fiera en que se había transformado le dejó surcado el rostro con
dos tremendos arañazos, aquellos que en primera instancia yo había pensado
que le tocarían al hombre de la risa sonrisa sospechosa.
El bombero se defendió como pudo, el hombre intentaba hablarle al gato
para tranquilizarlo, la gente gritaba y se condolía del bombero, las fauces del
gato sibilaban. Saltó sorpresivamente a la espalda del hombre, asustado de
tanto uniforme y casco tal vez. Quedó prendido aquel bicho como garrapata de
la campera de su salvador, que, al ser tan gruesa, evitó que lo lastimara. El
bombero gritó enojado, baje usted a ese maldito sino lo como a las brasas y
otra que gato por liebre.
La dueña gritó enojada por la momentánea insania del combatiente
ígneo tornado de salvador en potencial asesino de su mascota. El de la risa no
tuvo más remedio que intentar sacarse la campera con el gato prendido. El
bicho quedó como un bebé recién nacido envuelto en la vieja prenda y en
brazos del héroe momentáneo.
El bombero con el rostro ensangrentado y la carne dolida bajó y fue
atendido en primeros auxilios por sus colegas. Maldecía y repetía “nunca más a
salvar gatos jefe, llámeme para el incendio forestal más jorobado pero no para
esto”. Mientras eso le pedía a su superior veía como el hombre bajaba
aplaudido por la dueña del animal y abucheado por los bomberos. Sonaste
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fulano, esas marcas no se te borran así nomás le dijo el jefe. Se agarró la tal
bronca, de esas que tapan el dolor físico e intelectual combinado con unas
ganas de matar al inhumano felino, valga la redundancia, que superaban en
mucho la solidaria tarea emprendida no hacía mucho. Parecía pensar con
bronca hacia sus compañeros que lo habían mandado a salvarlo, creyendo que
lo hacían porque era nuevo en la fuerza y debía pagar derecho de piso, según
me comentó cuando me acerqué a verlo.
Bajó por fin el hombre acompañado de los gritos histéricos de la mujer
que intentó abrazar el bulto que eran campera y gato. El hombre se lo negó.
Dígame señora, antes de agarrar a su gato, qué le hizo para que saltara de la
ventana al árbol. Quién es usted para decirme nada, déjese de preguntas
estúpidas y deme mi gato. El, con su risa sonrisa le contestó calmadamente
que si el gato quería ir lo dejaba en el piso para que decidiera. Hecho esto, y
ante la llamada de la mujer, el gato se prendió de la pierna del hombre.
Los vecinos lo aplaudían, la histérica señora comenzó a tener ideas
similares a las del bombero y a manifestarlas. De a poco comenzó nuevamente
otro caos. El de la mujer enfrentada al hombre y a su nueva mascota, la de los
vecinos enojados por lo que le había pasado al bombero, la del bombero
increpando a su jefe y compañeros y yo como un idiota con las manos
mugrientas y dolidas de sostener a este viejo loco y risueño.
Hablando de él, todos nos preguntábamos qué demonios iba a pasar
con el gato que se había aquerenciado en la pierna de su nuevo protector. La
mujer no cejaba en querer llevárselo, el hombre le rebatía que el gato había
decidido con quién quedarse y eso estaba demostrado. Comenzó una
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discusión parecida a las de las grandes estrellas de la pantalla que nadan en
dólares y cuando se separan se disputan las mascotas que van desde perritos
hasta bichos que valen miles de dólares y son inimaginables, salvo por la fama
y el dinero, que no era el caso obviamente.
En el fragor del entredicho la señora se puso violenta e intentó darle un
cachetazo al veterano. Única vez que no lo vi tan risueño, con tan mala suerte
para el hombre que el resultado fue un arañazo sangrante en el rostro que
ahora quedaba con una marca más.
Ya ahí los bomberos llamaron a sus colegas de la policía porque la
cuestión estaba yendo a mayores. El hombre desplegó una risotada un tanto
diabólica y le espetó a la dama no tan dama un gruñido feroz y una
imprecación: usted se pasó de la raya y me está dejando rayado igual que su
gato al bombero. El jefe de los antifuego alcanzó a meterse en el medio pues el
hombre estaba a punto de olvidarse que se dirigía a una mujer pues ella,
además del arañazo comenzó a insultarlo e intentar por la fuerza recuperar su
propiedad rebelde. El hombre por supuesto se lo impedía anteponiendo su
brazo derecho. Me parece que era zurdo pues ese puño lo tenía firmemente
cerrado y conteniéndose. El no quería golpear a una mujer por más que ésta lo
mereciera muy mucho. Un patrullero arribó a la zona de conflicto y bajaron una
dama policía y su compañero de tareas.
Entre medio del griterío al que se sumaban los vecinos y curiosos se
interpusieron los representantes de la ley para frenar el desorden. Cuando se
enteraron cuál era el motivo de la disputa intentaron saber cómo se había
llegado a tal situación, tal vez como manera de calmar lo ánimos y que los
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combatientes descargaran las energías negativas y la cosa no pasara a
mayores. No hubo caso, tenían que llevarlos a la comisaría en el patrullero
pues no había forma de arreglar aquello.
Lo difícil fue que el hombre no estaba dispuesto a abandonar al gato y la
mujer a no quedarse sin su pertenencia. Como condescendencia de los
policías el gato también marchó en el patrullero para la segunda seccional de la
ciudad de Montevideo. Yo tuve que ir porque el hombre, esta vez con una
mueca de sonrisa me pidió que lo acompañara en el difícil trance.
Una vez allí continuaban las imprecaciones a la paciencia del hombre
por parte de la señora, cada vez más alterada. Tanto fue que el comisario en
persona salió de su despacho a ver qué ocurría. Difícil fue para los dos agentes
explicarle a su superior que además de, a esta altura, una insana señora y un
pobre tipo risueño, risa que había recuperado y por la cual el jerarca pensó que
le estaba tomando el pelo, que el motivo era un gato y el gato allí estaba, en un
destacamento policial.
La cosa era imperdonable pues no se permiten animales, solo los de dos
patas y un cerebro, cuando hay materia gris. El comisario se armó de paciencia
pero la señora no, por lo que fue amenazada de permanecer en algún calabozo
si no cerraba por un momento su boca. Ante el redoble de imprecaciones, esta
vez hacia quien comandaba el despacho policial, a la celda fue a dar.
Ahora si, me explica señor de qué se ríe y que pasó. Comenzó e l largo
relato de los hechos, en principio balbuceados por el hombre que me pidió
ayuda para aclarar a lo que el comisario accedió. Como pude colaboré en
contar el desarrollo del episodio. El hombre lo único que acotó fue que no
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permitiría que el pobre animalito cayera nuevamente en las garras de tamaña
bruja, prueba de lo cual era el sangrante arañon. Como complemento agregué
que el de cuatro patas no quería saber nada con volver al lado de su antigua
dueña y conté la prueba sobre el amor que le había tomado el gato al risueño.
Ahora cuénteme de qué se ríe porque no lo entiendo, ¿usted sabe que
está en una comisaría y que yo soy el comisario? Es una falta de respeto a la
autoridad lo que usted hace. Mire comisario, dijo el hombre conteniéndose, me
río por no llorar. Y ahí largó a contar la historia de su vida pero el comisario lo
paró. Se dio cuenta que los cables en esa cabeza hacía rato que no andaban
bien y como tenía pinta de bueno y a él también le gustaban los animales solo
lo mandó un rato al calabozo. Yo me salvé porque no me reía y parecía cuerdo.
¿Cuándo lo suelta comisario?, pregunté.
En ese momento se escuchaban insultos que venían del carcelario.
Acompañé a la autoridad para ver y estaban como perro y gato verbales la
mujer y el hombre. Un escándalo de aquellos. El hombre se calló y la mujer
siguió insultándolo. El comisario la amenazó que pasaría varios días encerrada
si no se calmaba.
Al final decidió pasarlos a los dos a juez. Ya que yo había hecho veinte
haría veintiuna y decidí permanecer y participar de esa audiencia que para mí
sería antológica. La autoridad policial ya estaba aburrida del hombre y la mujer,
yo tendría que hacerme cargo del gato o iba a las gateras y no a correr
carreras. Fui a mi casa, me di un baño y le dejé el gato a mi mujer que le
encantan los bichos, no sin antes haberle explicado en qué líos andaba.
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A las tres de la tarde fui al juzgado. Cuando vi entrar a los reos de tan
somera causa la mirada del hombre preguntaba por el animal. Le hice señas de
que estaba todo bien. Atentamente el actuario comenzó a describir al juez los
hechos por los cuales ambos estaban en calidad de imputados por desorden
público. El juez, un hombre entrado en años y con sapiente rostro escuchó los
descargos del abogado de la defensa, que por supuesto era de oficio en el
caso del hombre de la risa exasperante y que resultó ser yerno de la señora.
Hecho este que me pareció motivaba el que se dirigiera a su defendida y no le
prestara atención al otro, más bien parecía querer marcar los motivos de la
disputa.
Inesperadamente quien tuviera la risa como escudo gritó que ella debía
explicar porqué el gato había hecho lo que había hecho. Otra vez se armó gran
discusión y de no estar separados por filas de bancos, la mujer hubiera dejado
otra marca en el rostro teatral de quien yo a esta altura consideraba como un
amigo al que se le hace el favor de cuidar la mascota lealmente ganada.
Súbitamente, el juez que percibía que la señora no estaba en sus
cabales hacía mucho le pidió que hablara más calmadamente y explicara
porque estaba tan ofuscada. La mujer pareció conmoverse por tan buena
disposición y contó su vida de un tirón, la existencia con su marido, su viudez y
demás. Mire usted, dijo el hombre de la risa sospechosa, yo también soy viudo
y cuido coches porque me quedé sin trabajo hace tiempo. Por raro que
parezca, se pusieron a conversar civilizadamente entre ellos olvidando los
bancos de por medio. Parecía aquello un enamoramiento escolar pasajero.
Después de todo el lío que habían armado recién ahora se entendían.
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Ella admitió haber tratado mal al gato momentáneamente, por ello era
que este había saltado al árbol. El admitió que se reía de todo porque no le
encontraba sentido al mundo, no porque quisiera tomarle el pelo a nadie. Ante
tanta amabilidad despertada por un juez, este manifestó que porqué no se iba
cada quien para su casa y dejaban todo como estaba.
Así continuaron los hechos: la bruja era bruja porque culpaba a la vida
de su viudez y no la soportaba, el risueño se reía realmente por no llorar
extrañando a su fallecida esposa. El se había abandonado a cuidar coches tan
solo, pese a ser técnico electricista, especialista en el armado y eléctrica de
ascensores y chapista de autos, por su pérdida afectiva. De esto salieron
conversando ambos amablemente del juzgado ante la atónita mirada del
personal que rato antes los viera entrar separados y a punto de matarse.
Tasa tasa cada quien para su casa pero se seguían viendo en el barrio.
Cuentan las malas lenguas que ahora son pareja a punto de casarse. El de la
risa se mudó al apartamento de la señora pese a las críticas de su hija que
creía desaparecida su futura herencia en manos de un pordiosero. Así se lo
hizo saber varias veces a su madre, sin que esta le prestara atención, incluso
ante la embobada mirada del hombre de la risa que ahora reía de contento.
Las comadres del vecindario murmuraban al verlos pasar, su yerno el
abogado intentaba hacerse eco de las exigencias de su mujer y le decía, cada
vez que la acompañaba, que este tipo por más que se riera, solo era un
buscavidas atorrante. Las discusiones por estos motivos se terminaron cuando
la mujer, ahora con su gato y su nuevo compañero de vida, les dijo que si no
les gustaba no fueran más a su casa.
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Un buen día mi mujer me entrega un sobre que ostentaba hermosa
decoración y decía que fulano y fulana nos invitaban a su casamiento. Pues sí,
y se realizó por todo lo alto en la iglesia de los conventuales bien cerquita de
donde vivían.
Los comentarios de los vecinos del edificio eran que se escuchaba
música todo el día. Mi amigo, ahora más cuerdo por el amor, cada vez que me
encontraba en la feria con su mujer, mientras ella compraba, me contaba como
bailaban sus buenos tangos y se habían hecho amigos de una barra de
veteranos en una academia de baile a la que comenzaron a concurrir.
Sabés lo que pasa, que a ella le encanta bailar y yo nunca supe. Ahora
agarré la onda, siempre me gustó el tango y nunca lo supe bailar. Me dicen los
muchachos de la academia que lo estoy bailando fenómeno.
Ahora enseña electricidad y chapa y pintura a gurises en una academiade oficios. Se gana sus buenos mangos en el taller de un vecino, recomendado
por el dueño de la casa de repuestos de autos.
Su otrora oponente es su actual señora. La hija aprendió que no todo es
dinero y se sumó al grupo de bailarines de la academia de veteranos. Mi amigo
que no tenía a nadie en el mundo ahora tiene una familia y nietos postizos.
El barrio, ya no es malo y comenta. Resulta que al final el hombre
aprendió además de una forma de reír, una forma de vivir y una forma de
bailar.
El hombre de la risa sospechosa había abandonado su escalón a tiempo.
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EMPUJE AQUÍ
Muchas veces estamos distraídos, eso es común, pero de tanto pasar
por una misma puerta de vidrio, deberíamos ya saber, o presuponer, para qué
lado abre.
Los empleados pegaron innumerables carteles en ese vidrio con la
incontrastable leyenda: “EMPUJE AQUÍ” o “TIRE”, a ambos lados. Pues no
hubo caso, la mayoría quería abrir para el lado que no era.
Quienes trabajaban a pocos pasos de esa zona (podría decirse de
“conflicto mental”), observaban las distintas formas de circular y enfrentarse a
ella. Había para todos los gustos, personas que leían y abrían correctamente,
personas que empujaban mirando para otro lado hasta que se daban cuenta en
qué sentido tenían que tirar o empujar de la manija y personas que, aun
mirando, tironeaban o empujaban inversamente proporcional a lo que los
carteles i ndicaban.
Estas últimas eran las más interesantes. Se detenían a mirar para todos
lados, sobremanera el punto inferior o superior de la puerta de cristal a ver por
qué no se abría, menos a los carteles.
Dio para pensar en los diferentes significados que puede tener el término
“manija”. En Argentina y Uruguay puede referir al poder que tiene y ejercita
alguien en razón de su situación social, profesional o jerárquica. También a la
influencia que alguien intenta ejercer sobre otra persona para incitarla a pensar
o a actuar de cierta manera.
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No se sabe qué fue lo que pasó, si alguien habría ejercido alguna de las
dos situaciones sobre un muchacho, muy crecidito él, que tironeó de la manija
con tal fuerza que se quedó con el trozo de vidrio en la mano y miles de
fragmentos diseminados por todo el hall de entrada.
El susto fue mayúsculo para todo el mundo, la cristalina explosión no
dejó sujeto humano en el entorno que no corriera a ver qué había ocurrido.
Algún idiota llegó a gritar que aquello parecía una bomba, a lo que se vieron
muchos rostros con ganas de salir desesperadamente hacia la calle, tal vez
porque cualquier excusa es buena para no trabajar y cobrar el sueldo igual.
Como fuera, ese impulso ya tenía mayor sencillez pues no había
impedimento físico para ir a la vereda. Se formó una ronda alrededor del joven
y los desechos de lo que otrora fuera una puerta, por definirla de alguna
manera.
La única cabeza que sobresalía era la del autor de la tropelía
inconsciente (no sabían si un psicoanalista lo titularía así). El joven medía más
de dos metros y miraba a todos con cara de “yo no fui” y menuda expresión de
miedo al verse rodeado, no se sabía si se pensaba atacado por la
muchedumbre.
Una chica le acariciaba la espalda y le preguntaba reiterativamente si
estaba bien. No quedaba claro si quería darle respiración boca a boca y no
llegaba por la altura del sujeto en cuestión o simplemente lo animaba para que
no se sintiera tan mal por tamaña brutalidad. Imaginaron que tal vez fuera
jugador de basquetbol, siempre se piensa eso cuando se ve gente tan alta, y lo
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acontecido fuera producto de la vehemencia impelida por su fuerza para el
deporte, sin medida y aplicada en los hechos.
El personal de la guardia trataba de hacer espacio en derredor del altopersonaje, que no se movía y seguía sosteniendo el trozo de cristal, rémora de
una entrada y una salida que había desaparecido. Es feo no tener más límites
de un adentro y un afuera, pues así habían quedado frente al público externo e
interno (si aplicamos teoría comunicacional reciente). A fin de cuentas, esa
puerta de cristal, era un medio que había que trasponer para comunicarse con
la entidad y viceversa.
El implicado en la desaparición del pasaje del interior al exterior y
viceversa era un empleado de un correo privado que venía a traer
encomiendas. Reaccionó sobre su situación y procedió a entregar los paquetes
y huir desesperadamente de allí.
La gente procedió a asolearse en la vereda ya que el hermoso día
incitaba a ello. Algunos fumaban y charlaban, otros simplemente recurrían a las
aplicaciones del lenguaje en sostenidas conversaciones sobre sus bebés o el
fútbol, dependiendo de las adecuaciones familiares a su sexo respectivo. Había
una gordita que los tenía a todos los varones boquiabiertos, pues no suponían
que supiera tanto más que ellos sobre deportes, en este caso el balompié.
La gente de mantenimiento edilicio se acercó, realizó un cerco alrededor
de los vidrios en añicos intentando pensar una solución antes que llegaran los
jerarcas. Dicho cerco no involucró a nadie, pues los pocos que andaban en la
vuelta ya se dirigían a tomar sol con el resto. La guardia del edificio ya no tuvo
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a quien impeler a desalojar la zona problemática. Por todos lados el comentario
era generalizado: ¡qué explosión!
Un tipo que venía pasando en ese momento y dijo ser policía, a raíz delos comentarios, se dirigió a los empleados de seguridad para averiguar los
detalles. Pero dijeron que esto fue provocado por una bomba, sostenía el
policía con su identificación en la mano. Explicación va y viene, los de
seguridad le dejaron en claro que no había ninguna bomba. No le quedó muy
especificado al agente de la ley lo de que un orangután había hecho estallar la
puerta, así que se fue sin más trámite.
Los responsables de la institución uti lizaron el dinero de una caja chica
para reponer la puerta de vidrio faltante. Una entidad que se precie no puede
estar sin un adentro y un afuera. Hay que dividir para reinar, ley básica
inventada mucho antes de que surgiera el capitalismo. Vaya uno a saber que
avatares acarrearía la prolongación de tal situación en el tiempo.
Ante la rápida imposición de una nueva puerta, regresaron mansamente
a sus puestos de trabajo, claro que la anécdota dio para charlar varios días.
No era para menos: ¡que susto que nos dimos!, se repetían cada vez
que trasponían el grueso, pero comprobadamente, delicado vidrio.
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UNA OFICINA COMO TANTAS
Puede ser que no tengan remedio mis pensamientos sobre la gripe
reincidente que me aqueja. En los huecos de mi pieza es tu paso el que
regresa, pero sé que no es así porque estas a muchos kilómetros de distancia.
Esto parece letra de tango más repetida que gusano en cadáver.
No sé lo que se está por ver pero desde mi ventana añoro la época en
que estábamos juntos. ¿Será cierto que uno se enamora una sola vez en la
vida? A mi cuenta llevo como tres. El amor consume la carne, ¿y después?
Después quedan los resabios de haberlo vivido.
Siempre puedo observar los pájaros, los árboles, todo lo que me rodea
en Bello Horizonte, pero no estás vos. A veces me digo que no importa cuando
a la larga me cruzo con algún vecino. Aquí cada quien en su casa, aunque
siempre hay una mano solidaria, aunque sea a pedido expreso. Claro, todo el
mundo sabe que vivo solo. Pensarán que soy un pobre infeliz.
Igual me detengo a observar desde la hormiga negra hasta el maldito
helicóptero que cruza, sobre todo en época de verano por sobre nuestras
cabezas, metiendo un ruido al que el invierno nos tiene desacostumbrados. No
soy pendenciero, más bien un tipo manso, pero hay cosas que me calientan
como por ejemplo los ruidos fuertes.
Estamos muy acostumbrados a la tranquilidad y el silencio de los otoños,
los inviernos y las primaveras. Pero cuando llega el verano todo el mundo se
pone loco. Si no tuviera que trabajar juro que Montevideo no lo pisaba.
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Tampoco quiero jubilarme así como así. Me gusta leer, estudiar, aunque
con las personas que trato generalmente eso no importa para nada. Debo
reconocer que una vez tomé un taxi debido a una urgencia familiar y el tachero
resultó ser un antiguo profesor de filosofía.
En ese trayecto confieso que me olvidé de los problemas y charlamos
duro y parejo sobre los pastabaseros y mangueros del barrio. Si, en aquellos
días vivía en un barrio montevideano, luego disparé del mundanal ruido y aquí
estoy, rodeado de verde, cerca del mar y solo como un perro. Pero eso sí,
tengo la libertad de desarrollar en mi casa un especial relajo personal. Mis
libros y cuadernos amontonados en la mesa del living, mis zapatos y medias
por doquier.
Por supuesto que los fines de semana los pongo en orden, pero el resto
de los días se complica con el poco tiempo que el laburo me deja.
Vení, le dijo Martín, que es editor pero se cree el dueño de la oficina, a
una compañera. Le habló en tan mal tono que me hervía la sangre. Ninguno de
los que estábamos allí dijimos nada. Si hubiéramos tenido cojones le
habríamos saltado encima. Primero porque básicamente todo ser humano
merece respeto y segundo (será que soy medio antiguo), a mi me parió una
mujer y tengo especial afecto hacia el género femenino.
Entiendo que han existido mujeres famosas como Margaret Tatcher, que
más vale perderlas que encontrarlas, pero no es característica inherente de las
damas que existan seres humanos así. Y bueno, Silvana guardó violín en
bolsa y fue haciendo gestos de hartazgo y bronca. Cuando volvió comentaba
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por lo bajo que para qué la llamaba si igual él iba a poner, en el artículo escrito
por ella, lo que se le diera la gana.
Emilio era en realidad el jefe, pero este sujeto informe, pedante yestúpido, el tal Martín, arrobaba para sí el hacer y deshacer en la redacción
destratando a la gente.
Todos teníamos la obligación expresa, marcada por los jerarcas, de
realizar no menos de dos notas al día. A veces te salían tres o cuatro, a veces
ninguna y de esa forma se compensaban las faltantes cuando no encontrabasnoticias ni de broma. Todos teníamos miedo de perder el laburo. Justo en esos
días en que los medios de prensa bailaban en la cuerda floja y alguno que otro
cerraba dejando a la gente en la calle, como quien dice colgados del pincel y
sin la escalera.
Había que sobrevivir a como diera lugar. Y la compañera destratada noera la excepción al igual que ninguno de nosotros. Hasta para enfermarse era
todo un problema. No sé qué va a pasar cuando vuelva el lunes. Pero sin duda
voy a tener que aclarar con Emilio que la nota del jueves no la hice, aunque
estuviera pactada por agenda, pues Martín mandó a Pablo en mi lugar.
Tendría que preguntarle a Emilio quién es el jefe en realidad en la
oficina. Sé que eso va a generar líos pero ya me tiene cansado el tal editor. He
vivido cosas peores y con peores sujetos que este así que no me voy a andar
asustando. Dicen que la página en blanco es el terror de los escritores. Nunca
fui un gran escritor pero páginas he llenado muchas.
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Me parece que me da más miedo publicar, quizás por aquello del qué
dirán. Tengo un amigo que es como un hermano, Gabriel. Con Gabriel nos
conocemos desde que éramos botijas en preparatorios del viejo liceo Rodó.
Hoy día el edificio es un terreno pelado que sirve de estacionamiento
para vehículos. Aquel glorioso edificio, cuna de la formación de muchos
presidentes de la república, no tuvo un buen final.
Sé que me desvío y ramifico por las distintas cosas que me ocurren en la
vida y no sé si esto será de algún interés para alguien pero no me importa.Escribir es una necesidad y un gusto para mí.
No concuerdo con algunos que sostienen que hay que redactar no
menos de diez páginas al día si es que realmente eres del oficio. En lo personal
escribo tanto y cuanto me da la gana y no le pido permiso a nadie, al menos en
esto de desplegar las cosas del alma en frases y oraciones.
Volviendo a la oficina…¿no se darán cuenta que es mucho más
productivo tener un buen ambiente de laburo? Tipos como este Martín, huecos
como boñato recocido, hay muchos y en todos lados. A veces me pregunto
cómo es que los jerarcas no evalúan esos comportamientos. No soy ningún
alcahuete como para ir y desasnarlos, pero deberían darse cuenta.
Hace poco que trabajo ahí pero de la forma en que este tipo me
serrucha las patas gratis me doy cuenta del ambiente. Cuando hable por
primera vez con el Neco, subdirector de la oficina, me comentó que este tipo
era el que había implementado el manual de estilo y les había dado cursos al
respecto. Y bueno, con razón el ambiente de trabajo está como está.
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Sé que no le gusta como escribo y que tuve que aprender a adaptarme a
los requerimientos del laburo. Tuve varias charlas con mi jefe Emilio y luego
con el Neco y Gonzalo, subdirector y director de la oficina de prensa
respectivamente. En la última me dijeron que si no cubría los requerimientos
mínimos de dos notas por día me tenía que ir.
Ahí voy, peleandolá después de pedir una oportunidad de demostrar que
yo podía hacer bien el trabajo. Pero tengo que remarla con este Martín que me
serrucha las patas a más no poder. Lo malo es que si fuera delirio persecutorio
de mi parte yo me daría cuenta. Pero no, lo hace con todo el mundo. No sé si
los jerarcas creen que este tipo es un genio o qué.
Ya Emilio me había dicho si no me daba cuenta que mis notas estaban
todas corregidas cuando salían publicadas. Yo no sé porqué me callé la boca y
no le señalé que en una de mis notas este tipo Martín había corregido poniendo
mal todos los datos. Yo tenía los datos correctos, pero cuando vi mi artículo
todo cambiado en la página web y con los datos mal, fui ante el tal editor y se lo
señalé. Era un artículo sobre política agropecuaria del Estado para productores
familiares que poseyeran menos de dos mil quinientas hectáreas.
El tipo me objetaba cosas como, por ejemplo, que yo repetía mucho los
adjetivos, ejemplo productor rural. El quería poner trabajadores. Pero cualquier
ignoto sabe, desde Adam Smith, pasando por David Ricardo y Carlos Marx a la
fecha, que si un individuo es dueño de la tierra es propietario del medio de
producción. No hay como errarle por más pequeño que sea el predio, no hay
caso, el tipo no es un trabajador, es dueño de la tierra que trabaja que no es lo
mismo.
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Pero además nunca pude saber de dónde sacó los datos que puso al
cambiar todo el artículo. A modo de ejemplo, yo había puesto que el setenta
por ciento del núcleo de producción debía ser producción familiar y estar
inscripto en el registro de productores familiares. El puso que el setenta por
ciento de los productores debían estar inscriptos. Cada núcleo de producción
podía tener hasta un máximo de cinco personas. No es lo mismo el setenta por
ciento del total de productores que el setenta por ciento de cinco. Lo último da
como cuenta simple que cuatro de esos cinco deb ían ser productores familiares
inscriptos.
Todo esto es un cuento entreverado, lo sé, pero tengo ganas de decirlo.
No es que esto sea una catarsis, pero sí es como para que vayan entendiendo
al pobre Martín. Es que al final me da lástima, no se puede ser tan pobre de
intelecto y de espíritu.
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EL HOMBRE DE LA MUERTE INSOSPECHADA
Los días se sucedían, grises y encapotados, o soleados e
incandescentes. Él, de todas formas, pasaba en su bicicleta pedaleando con
sórdida lentitud. No tenía otra manera de comunicar que estaba vivo.
Cuidaba de noche la barraca de la zona, ese era su trabajo. De un lado
el mar, del otro sus sueños que no respondían a nada conocido. Si tuviera un
dedal para zurcir lo que pensaba en cada instante quizás la aguja no diera con
el plano de la realidad. Daba miedo su soledad.
El comentario de alguna vecina era que si paraba de andar en su
bicicleta capaz que no se levantaría más y caería muerto quien sabe dónde. No
se podía calcular su edad aunque e l paso de los años se hiciera notar en su
rostro.
Era un hombre alto y fornido, con la tristeza en los ojos enfocada en el
sendero, al punto que los levantaba solo para saludar a la gente que conocía
de muchos años en la zona, sino no te prestaba atención y se mantenía en su
senda, dale que dale a los pedales.
Las arrugas del destino denotaban en su cara las huellas del camino. No
se sabía si alguna vez tuvo mujer o parientes pues a su casa, al borde de la
ruta, no llegaba nadie. No tenía ni perro que le ladrara, cosa rara en los
desolados días invernales del balneario. Estaba claro que un cuzco era una
boca para alimentar y sus mínimos ingresos no se lo permitían. Cuando hacía
el surtido en el almacén, todos veían las magras cosas que llevaba, por
supuesto los alimentos no perecederos eran de lo primero.
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Una noche de tormenta estaba calentando el agua para tomarse un té.
Conocía tan a fondo todos los ruidos, aún en medio de truenos, relámpagos,
viento y lluvia arremolinada con fuerza indescriptible en aquella casucha en el
medio del terreno de la barraca, que aquello no le pareció común.
Se plantó el poncho campero que hacía más de cuarenta años le
acompañaba y salió. En una de las esquinas del predio lindero vio sombras en
torno a un ventanal con rejas. Esa casa era una de las tantas que se ocupaban
solo en temporada veraniega. No le incumbía, pensó, pues no tenía nada que
ver con su tarea, pero creyó que sería bueno que alguien le debiera aunque
solo fuera correr unos ladrones de su propiedad. Y así intentó hacerlo lanzando
unos gritos destemplados para ver si los amigos de lo ajeno cesaban en sus
trabajos.
Manoteó su cintura buscando el .38 del especial que cargaba desde su
juventud, herencia de su padre, y al que nunca había tenido que darle uso. Por
ese motivo pintaba con esmalte de uñas los fulminantes de las balas para
sacarles la humedad, cosa que el tiro no fallara. Quizás el único aroma
femenino que sintiera durante mucho tiempo, como femenina es la muerte que
contiene el estanco de pólvora y plomo.
Mándense mudar o les tiro, gritó ya con el revólver en la mano. Si vos
tirás nosotros también, le contestaron. Y el viejo que no tenía nada que perder
más que su ignota existencia fue y tiró. La respuesta no se hizo esperar y a
poco sintió un ardor muy fuerte en una pierna. Las sombras de la noche
salieron corriendo y una de ellas parecía arrastrada por las otras, lo que le hizo
pensar que el también había dado en el blanco.
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El viejo, herido, se ató la pierna con el cinturón para detener la
hemorragia, maldiciendo aquella soledad congelada en la que, además de
estar solo, se encontraba tirado en la arena y con un balazo en el cuerpo.
Su desesperación era motivada, principalmente, porque pensó en cómo
haría ahora para poder proveerse de alimentos y en cómo saldría de ese trance
si no tenía a nadie en este mundo. Ta bueno, se dijo, capaz que en el otro
mundo se la pasa mejor.
El temporal arreciaba y decidió arrastrarse hasta la puerta del ranchitode costaneros de pino y chapas. Una vez allí la tenue luz de una única
lamparilla le mostró que, a pesar del dolor, el tiro de los malvivientes había
entrado y salido limpiamente. Se apoyó en una silla y en la pierna sana y logró
asir un par de varejones de eucalipto, a modo de muletas. La arena que se le
había metido en la herida lo hizo maldecir nuevamente.
Como pudo llegó al local principal de la barraca donde el barraquero y
sus vendedores atendían a los clientes todos los días. Desde allí pudo llamar a
la policía y al dueño de todo aquello.
Al poco rato llegaron los agentes del orden y luego el patrón. Con tanta
sirena, apareció algún vecino que otro, y dio la casualidad que a esa hora
tardía llegaran también los dueños de la casa que habían intentado robar.
A poco llegó el socorro médico y allá marchó el hombre en ambulancia
hacia una policlínica de salud pública cercana. Luego de las primeras
atenciones para curarlo pasó a una sala común. Le sobrevinieron análisis y
placas y cantidad de atenciones de parte de los enfermeros a las cuales no
estaba acostumbrado. Con el pasar de las horas le trajeron alimento. Pensó
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que había valido la pena jugársela aunque solo fuera para probar tan buena
sopa.
Sorpresa se llevó cuando al otro día una de las enfermeras le dijo quehabía gente esperando para verlo. ¿A mí?... preguntó incrédulo como si aquello
no fuera posible. Si usted no quiere visitas no hay problema, le dijo
amablemente la mujer. Al viejo le atacó la curiosidad por ver quien quería estar
con él y le contestó que pasaran. Bueno, pero va a tener que ser en tandas,
usted tiene que recuperarse.
El viejo quedó con los ojos como dos huevos duros cuando vio
acercarse a una pareja con cuatro gurises. Eran los dueños de la casa que
querían agradecerle lo que había hecho. La señora llevaba la voz cantante y
como estaba un poco nerviosa su verborragia se desplegó.
El hombre, mudo por tanta palabra junta, pudo entender que los vecinosse habían reunido y discutido lo ocurrido. Al parecer, habían encarado al dueño
de la barraca pues pensaban que no podía ser, en principio, que le pagara tal
miseria como salario. El barraquero no era sonso y ante tanta insistencia
aseguró que le mejoraría el ingreso.
Pero la cosa no quedó allí, los vecinos también querían darle trabajo al
hombre, así que el barraquero tuvo que resignarse a que además de recorrer el
inmenso terreno de su propiedad, también visitara en su bicicleta las casas de
los vecinos. La propuesta, si decidía aceptarla, era que entre todos le pagarían
un salario decoroso y figuraría legalmente con todos los aportes
correspondientes, tanto de la barraca como de la asociación de vecinos.
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Con el correr de los días la herida sanó y la misma pareja lo fue a buscar
al policlínico para llevarlo a su casa. Mayúscula fue su sorpresa al llegar pues
se había congregado mucha gente en la entrada. Todos querían saber qué
necesitaba y qué podían hacer por el.
El aprecio de tanta gente, al principio, lo abrumó un poco, pero al tiempo
le tomó el gusto. Hasta cuando pasa por la placita responde al saludo de la
gurisada. Ya no le es posible hacer distingo entre vecinos conocidos o por
conocer.
El hombre ahora anda en su bicicleta con la cabeza levantada y una sonrisa en
la mirada.
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CUENTO SOBRE RUEDAS
EN EL OMNIBUS
Se dirigió como siempre a la terminal de buses para tomar el que todos
los días lo acercaba a su hogar. Espero, pensaba, que el viaje sea tranquilo.
No era para menos, un vecino suyo había formado parte del sonado accidente
en el cual un reventón de cubierta había provocado unos meses de hospital a
varios pasajeros, entre los cuales se encontraba el gordo Eduardo. Pobre, lo
tengo que ir a visitar a la casa, meditaba mientras sacaba pasaje en la
ventanilla.
Ese día no consiguió asiento, así que le tocaban dos horas de viajar
parado. Aunque el bus era un directo, colectaba gente en algunas paradas
céntricas y otras no tanto. A poco se llenó, al punto que aquello parecía un
camión de ganado.
Una chiquilina de dieciséis o diecisiete años, entorpecía el paso del
resto, parada al lado del chofer. Una muchacha le increpó la posición que
ocupaba. Quizás un poco desubicada la mujer en la forma en que se lo dijo, tal
vez pensando en que como era una gurisa, no le iba a responder. Pues la
respuesta no se hizo esperar: ¿que decís vos vieja pelotuda? Ahh, dijo la
muchacha, le arrancaría los auriculares, en referencia a los que la chiquilina
tenía encasquetados. ¿Qué es lo que me vas a arrancar pelotuda? Algunos del
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bus comenzaron a reclamarle a la jovencita que tuviera más respeto. ¿Respeto
de qué si yo no me meto con nadie?, argumentó ésta a modo de defensa.
La multitud de pensamientos se le agolpó en la cabeza pues la situación,si bien era un tanto violenta, las antipatías las tenía repartidas entre ambas
contendientes. Por qué no se podrá viajar tranquilo, se decía, a la vez que
recapacitaba que aquello era un muy pequeño lugar de convivencia móvil.
La convivencia no es fácil, se acordó que una novia una vez le dijo, pero
de todas maneras no son fáciles de digerir los conflictos en el bus. Pensabaque no podía ser que se tomaran ambas mujeres a golpes de puño, pero la
más joven aparentaba estar dispuesta a todo. La otra refunfuñaba: Jaa, si yo
soy vieja ella no nació todavía.
Iban y venían las increpaciones y la mayoría del bus se estaba poniendo
de parte de la mujer. Al hombre se le ocurrió meter la cuchara porque sentíacomo que iban a linchar a la gurisa. En realidad fue nada más que una
sensación, pero le pareció tan grande la soledad de la chiquilina que decidió
meterse. A fin de cuentas, pensó, ¿dónde vamos a parar si reventamos a los
jóvenes?
Entendió que ella tenía más problemas de los que aparentaba, por lo
pronto, la respuesta violenta y fuera de lugar no parecía responder a una
cabecita en su lugar. Che, botija…¿Por qué te ponés así?, le preguntó.
Lo único que faltaba era que un borracho destemplado desde el fondo
comenzara a insultar al chofer. Este levantó presión y paró el bus dispuesto a
encarar a quien profería las increpaciones: ¿cómo dijiste? Acto seguido,
abandonó su lugar y se dirigía a quién lo había ofendido. A esa altura varias
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personas reaccionaron y alguien gritó: dejalo, no le des pelota que está
mamado, arrancá sino no llegamos más. Y dirigiéndose al borracho varios lo
frenaron: calláte la boca y dejá de molestar. Este refunfuñando metió violín en
bolsa.
Todo estaba volviendo a la normalidad, en el ínterin el hombre había
quedado expectante mirando a la gurisa esperando su respuesta. Esta,
bajando un poco las revoluciones, argumentó: no pasa nada señor. A el le
pareció que se le despuntaba una lágrima y no se equivocaba. ¡Guacha de
mierda!, dijo entre dientes la mujer, ahora viene a llorar, ¿porqué no lo pensó
antes? ¡ Señora!, gritó el hombre, ¿para qué sigue provocando?
A esa altura esa persona se dirigió a la puerta trasera para descender.
¡Menos mal!, exclamó el con alivio. Sintió que alguien lo pisaba con fuerza. Al
rato, sintió codazos en las costillas. Se dio media vuelta y se encontró con una
mujer que, en lugar de pedirle que se corriera, tomaba esas actitudes. Al rato
es increpado: Viejito, a ver si te corrés. ¿A dónde querés que me corra?,...¿no
ves que no hay espacio? Pero no ves que venís ocupando todo el pasillo, le
dijo ella. ¿Y vos no ves que es de mejor educación pedir las cosas en lugar de
pisotear a los demás?, ¿dónde aprendiste educación, en la Sorbona? ¿Y eso
qué es? , le dijo la mujer.
El la quedó mirando pensando que la ordinariez respondía a múltiples
factores y no precisamente porque la dama en cuestión no supiera qué cosa
era ese lugar.
En fin, meditó, locos hay en todos lados pero no los tenía registrados tan
agresivos. La gurisa se bajó, la loca se bajó también y el siguió hasta el destino
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que quedaba a una cuadra y media de su casa. Como se verá, no resulta tan
sencillo viajar en ómnibus.
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La semilla de los sueños
Se sentía mareado y no entendía lo que su acompañante le decía. Le
sirvieron la merienda y, dado que tenía hambre, acabó rápido con ella. Su
sobrina debía retirarse por lo que lo dejó a los cuidados de la enfermera.
Comenzó a reconocer el espacio circundante y le vino a la mente aquella
casona que había visitado una vez, hacía ya mucho tiempo, pues los vidrios y
la mampostería tenían similitud con ese interior que veía.
Pensó que era una locura que hubiera pasado tanto tiempo como para
estar en un asilo de ancianos. Pidió un espejo a la enfermera a lo que ella se
negó argumentando que podía romperse el vidrio y lastimarse él. Notaba sus
miembros con la inseguridad propia de una persona de mayor edad.
Comenzó a sofocarse al intentar incorporarse en la cama, de lo cual lo
hizo desistir quien se suponía estaba a su cuidado. Lo contuvo tan solo para
darle un par de comprimidos y un vaso de agua con la indicación de que los
ingiriera. Pensó rápidamente en negarse pero no lo hizo, simplemente tuvo la
precaución de guardarlos en su meji lla bebiendo el agua tan solo.
Una vez que su cuidadora se alejó a otras tareas tiró las pastillas en una
vasija al lado de su cama y comenzó a observar las partes de su cuerpo para
las que no necesitaba en qué reflejarse. Su piel y sus articulaciones le
indicaban el paso del tiempo el cual se negaba a creer pese a las pruebas
inobjetables de su aspecto.
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Creyó volverse loco y decidió investigar qué era lo que le había ocurrido
para estar en esa situación. Decidió esperar a que anocheciera simulando
dormir para no ser molestado. Cuando las primeras sombras comenzaron a
rodearlo todo y la tenue luz artificial primó, cuando la última ronda lo encontró
dormido como al resto, recién ahí dio señales de vida.
Intentó erguirse en la cama y lo consiguió no sin trabajo. Se echó hacia
delante, tocó su rostro y se asustó, las marcas en él no mentían. Peor aún
cuando se restregó desde su cara hasta su nuca. En ella sintió la presencia de
una doble hilera de orificios con metal en ellos. Intentó levantarse
consiguiéndolo a duras penas, caminó lentamente a través del pasillo formado
por sinnúmero de camas.
El recinto era enorme, miró por la ventana y vio aproximarse una
tormenta. Por suerte para él no se había alejado mucho de su cama pues sintió
ruidos detrás de la enorme puerta a lo lejos. Llegó a su lecho y fingió
nuevamente estar dormido. Las mujeres de túnica se acercaban en hilera con
carritos portando muchos frutos de araucarias, tal cual aquel que recogiera una
vez hacía no tanto, según su frágil memoria.
Por el rabillo del ojo, por lo menos conservaba buena vista, alcanzó a ver
cómo le tocaba el turno a él. La enfermera levantó su cabeza y retiró la
almohada. Colocó en lugar de ella un soporte con la piña, le acomodó de
manera que él sintió cuando las púas se insertaban en los orificios de su nuca y
cabeza. Sintió ruido de cables pegando contra la cama.
De esa forma quedó conectado a una semilla y no sabía qué más. En
ese momento perdió conciencia de sí y se sintió transportado por el aire, volaba
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de una manera increíble por entre las nubes sintiendo de manera muy real su
humedad. Veía los edificios desde la altura inconmensurable que vivía en su
espíritu acercándose cada vez más a las hormigas humanas de las calles
mirándoles suspendido en el aire e intentando decirles que se sumaran a él.
Algo en ese momento luchaba en su interior por averiguar qué ocurría.
Despertó con esa idea que le molestaba profundamente, por un lado el no
querer despertar, por el otro la necesidad de hacerlo para averiguar qué
pasaba.
Cayó del profundo sueño teñido de una absoluta realidad y abrió los
ojos. Se irguió como mejor pudo y tocó su nuca. Sintió la semilla vegetal
adherida en esos orificios que le habían mortificado tanto. Se la quitó, giró, vio
todo el cableado que partía de un único agujero en el polo norte del producto
de la planta hacia la pared y de ahí hacia el techo. No se sacó los sensores que
tenía en la mano derecha pues como era zurdo realizaba todo con esa mano.
Ello le valió el no ser descubierto por la alarma de los medidores del ritmo
cardíaco.
Se preguntó en ese momento qué prefería, si volver a la cruda realidad
de la conciencia o viajar por los cielos en sus sueños que no eran más que otra
realidad diferente. ¿Cuál de las dos realidades prefería?, esa era la gran
disyuntiva.
Tomó de la mesa que estaba a su costado dos pastillas de una caja,
similares a las que había simulado ingerir, se dispuso a dormir y voló, voló por
los aires.
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El vapor de la esencia
Se despertó recordando sueños que lo habían tenido inquieto toda la
noche. El fin de la diaria estadía en la cama lo puso el teléfono de manera
impertinente. Tambaleándose entre las cosas desperdigadas de la reunión con
amigos de aquella noche atendió refunfuñando. Era su ex novia intentando
entrar de nuevo en su vida. La despachó como pudo.
Lo que no lo abandonaba era una sensación de nauseas producto de la
ingesta del día anterior. Quizás ´- pensó- eran debido a eso las pesadillas. Las
imágenes le venían como en torbellino y no podía menos que espantarse.
Estas comenzaban como una película en la que era protagonista.
Se encontraba en su casa y escuchó de pronto un ruido a truenos. La
luz de los rayos que rebotaban por todos lados. Salió a la calle y observó un
gran hoyo en el pavimento junto a muchas personas asustadas. De pronto la
tierra comenzó a resquebrajarse haciendo que todos se echaran hacia atrás.
Emergió en ese momento un enorme aparato tomando por sorpresa a
los circundantes. Sintió que algo con enormes pinzas lo elevaba del suelo y lo
colocaba en el interior de ese aparato del infierno, sentándolo abruptamente en
una silla a la cual se vio amarrado. Inmediatamente un brazo con una jeringa
en el extremo le inyectaba en las venas un líquido verde.
El dolor en todo el cuerpo no se hizo esperar. Desesperado intentó
liberarse pero el metal de las abrazaderas se lo impedía. Los seres que le
rodeaban parecidos a lagartos no emitían sonido alguno pero en su cabeza
repercutían las palabras que aludían a un diálogo entre ellos: ¿tiene el tipo
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genético indicado? , escuchó. Parece que este humano si responde a la
transformación.
Los tonos de voz eran increíblemente reales pese a que no les veíamover la boca, o las fauces para ser más exacto. Las ligaduras metálicas lo
soltaron pero inmediatamente un brazo mecánico lo tomo por la cintura y lo
sentó nuevamente en una silla donde se encontró preso otra vez. Otro brazo
mecánico le inyectó un líquido, esta vez de color oscuro.
El dolor en el cuerpo había cesado. Sintió presión en su abdomen, luegoen su espalda y piernas y por ultimo en sus brazos y manos. Esta vez también
estaba apresado por el cuello pero esto no evitó que mirara la punta de su nariz
que paulatinamente desaparecía. Apenas pudo distinguir las escamas que le
salían. Al tacto sintió la sensación de la dureza de sus manos al tocar la palma
con sus dedos. Cuando se vio reflejado en las paredes de metal el horror fue
mayúsculo. Se estaba transformando en uno de esos lagartos telépatas de los
que había estado rodeado momentos antes.
Recordando este episodio en el ensueño le interrumpió nuevamente la
duermevela el teléfono con su insistente timbre. Era su amigo Gabriel para
decirle que estaba en el bar de enfrente y que no quería subir pues venía con
otra persona y una propuesta de trabajo.
Se preguntó qué sería más horroroso, si tener dos trabajos o ser un
lagarto. Se vistió como pudo sin que lo abandonaran las nauseas. Una vez
frente a su amigo y al extraño, quienes lo miraron sorprendidos por su cara de
susto, tuvo que responder a las miradas de interrogación. No se preocupen, es
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que comí algo que me cayó mal anoche. Bueno le dijo Gabriel, lo mejor para
eso es un te con limón. La taza con el líquido color ámbar no tardó en llegar.
Todavía se miraba los brazos y manos temiendo ser un lagarto más enel universo. Al beberlo contemplando a los otros a través del vapor de la
infusión discurrió que una taza de té caliente en medio del invierno calma
hasta los sueños más locos y los estómagos más sensibles.
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INCENDIO EN LA COMPAÑÍA
Hacía poco había ingresado a la plantilla de trabajadores. A sus veinte
años había estado en múltiples empleos. La dictadura más dura que había
conocido el país, hacía que los patrones emplearan gente sin ningún tipo de
garantía laboral.
Arquímedes conoció la industria de la construcción, la del cuero,
lavaplatos en bares, lavavajilla y baterías de cocina en cantinas de comidas,
cadete en agencia de viajes trabajando en negro, peón de empresa de
remates, empleado en una tienda y por último, funcionario en el Ministerio de
… Allí las condiciones mejoraron, aunque fueran todos contratados por un año,
renovable según le cayera la persona al director de la unidad.
Ese día se despertó más temprano de lo usual para ir a clase al Hospital
de Clínicas. Su madre le alcanzó un café con leche, que se tomó rápidamente,
y la vianda para el almuerzo. Tenía calculados los tiempos para ir en su
bicicleta al estudio y al trabajo. Al llegar a éste último vio que el ambiente era
pesado, sus compañeros con rostros sombríos apenas contestaron los buenos
días.
A poco se enteró que habían sumariado a una compañera, Rosario, por
tener la letra “C”, lo que implicaba, más o menos, ser un paria social con
probable destino hacia la cárcel. Al igual que a su madre, ex funcionaria a
causa de sus ideas, así castigaba el gobierno de facto a quienes pensaban
diferente.
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Un compañero tenía sintonizado en la radio el informativo del mediodía.
Se enteran en ese instante del incendio en la Compañía del Gas y de las
enormes proporciones que alcanzaba. Vivía a escasas tres cuadras del
epicentro, por lo que, pensando en su madre y su hermano menor, salió
corriendo sin dar más explicaciones.
A la altura de Cuareim e Isla de Flores había un cordón policial que lo
frenó. Pidió por favor para pasar pues temía por su familia pero la negativa fue
rotunda, acompañada por un culatazo en su estómago que lo hizo retroceder.
Dolorido, intentó rodear por otro lugar, cosa que logró para llegar a su
casa. Desde el terraplén del edificio vio las llamas que superaban la altura del
gasómetro por varios metros. Sintió que lo tomaban del brazo, era su madre, la
abrazó. Estoy bien hijo, pero murió uno de los empleados de la compañía,
acaba de darlo el informativo.
Al otro día se enteró por los muchachos del barrio, muchos de los cuales
trabajaban allí, cómo habían sido las cosas. Al parecer un manómetro en mal
estado y una chispa de la instalación eléctrica fueron el inicio del incendio. Los
bomberos tiraban agua pero ésta se evaporaba. Los trabajadores les indicaban
que debían tirar arena para sofocar el foco ígneo.
La muerte del compañero había sido al comienzo, cuando intentó ahogar
el inicio del fuego y la explosión no le dio tiempo, llevándoselo de este mundo.
Los días fueron pasando, pero la tristeza en el barrio no daba lugar al olvido.
Igualmente el tiempo vence todo, aún las condiciones más duras. Hoy,
ya médico, Arquímedes se preguntaba cómo era posible tanta insensibilidad
frente a la vida humana. ¿Cuántos trabajadores habían pagado con su vida en
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los cadalsos de la dictadura, ya derrotada por la lucha de la gente? Pero
también, ¿cuántos trabajadores habían pagado con su vida, y seguían
pagando, por condiciones de trabajo completamente inseguras? ¿Algún día
esos episodios, que en forma cotidiana e insensible se sucedían, tendrían
final?
Sintió que un atisbo de respuesta se acercaba sobre sus piecitos; lo vio
en la mirada clara y profunda de sus hijas.
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EL ESCRITOR QUE HAY EN MÍ
Uno de tantos días, pensó, siempre con la noria, de casa al trabajo y deltrabajo a casa. Pero esta vez estaba en su casa. Fue a la heladera, intentó
beber un poco de yogurth, pero se le atrabancaba en la garganta. No quiso
comer nada.
Sin comer y sin dormir no puedo estar, calibró en una monotonía de
pensamientos que se diluían por un callejón oscuro, que era la mar de sucerebro en esos momentos. Una especie de túnel que no le dejaba salida le
impulsaba a querer ir a la rambla y tirarse al agua, sucumbiendo al terrible
ahogo del líquido, entre salado y dulce del estuario, entrando a sus pulmones.
Imaginó como sería eso pero lo acobardó la posibilidad de no ver más a
quienes quería por encima de todo. No puedo cometer tamaña traición, eso fuelo que le vino a la cabeza, pero no aguantaba más la vida que llevaba. Quisiera
poder hablar pero no puedo, no puedo decirle a un terapeuta que tiene su
propia vida, a ver cómo le va con la mía, elucubró en una sintonía que lo
dañaba.
Eso, meditó, ¿por qué quiero acabar conmigo mismo? Así como no hayrespuesta para los grandes enigmas del mundo, así este ratón en un mundo de
felinos voraces se preguntaba acerca de su vida. Sus deseos de vivir no eran
menores a los de acabar con tanto sufrimiento. ¿Será por eso que Cristo
permitió que comieran de su carne y bebieran de su sangre?
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Esta idea asaltaba, prorrumpía, desfibrilaba su corazón como idea
atrapante. Decidió escribirla, casi como sentencia que lo circunscribía a su
entorno pueblerino.
Las teclas de la computadora parecían negarse a ser manipuladas por
sus dedos, que a esa altura semejaban garfios que duramente intentaban
penetrar su realidad. Pero poco a poco la dureza de sus manos, a través de las
cuales descargaba los sentimientos, se hicieron cada vez más dúctiles.
No puedo mentir, no quiero mentir ni mentirme, disgregó a quien quisieraoírlo, a pesar de que sabía que nadie lo escuchaba. Solo el viento del este
podía llevarse sus palabras, pero lo que escribía era un documento, tal vez
póstumo, tal vez una cuchillada al futuro que no veía por no encontrar una
salida.
Recordó haber visto algunos grafitis que sostenían la leyenda: violenciaes mentir. El era intrínsecamente violento consigo mismo. Pero se adentró en
comunicar lo que le ocurría, aunque fuera a una posteridad inconclusa, ya que
no sabía si alguien algún día leería lo que estaba escribiendo.
Continuó llenando el vacío que sentía con palabras que, al verlas
escritas en la pantalla, le parecía que no eran de é l. Al parecer no estaba tan
vacuo como pensaba, pues seguía deletreando y recordando aquellos cursos
en los que aporreaba una vieja Remington en su adolescencia, que se
alternaba con la taquigrafía irrumpida por una bella docente, ésta en realidad
era la que en aquellas etapas de su vida le llamaba realmente la atención. El
único problema es que ella era la pareja de un amigo de la familia, aunque de
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todas formas jamás se hubiera animado a comunicarle los sentimientos que le
provocaba.
Decidió en ese momento alivianar una copa de vino en su garganta, y alparecer, contradictoriamente con lo que su estómago le marcara en cuanto a
los alimentos y a los lácteos que pretendiera ingerir otrora, no le provocó más
que sentir el alcohol como penetrando en sus venas. El vino, la sangre de
Cristo, mentó en su cabeza, en la que a esa hora de la madrugada se
agolpaban sin piedad los sentimientos de dolor y soledad.
El vino después de todo es la bebida con más estirpe en la historia de la
humanidad. Claro, el whisky no le gustaba, y creyó que debía hacer una
apología de la bebida con más raigambre a la tierra que generara la especie.
Olvidó que todo había comenzado en el agua; la vida había habitado en el
agua antes que en la tierra, pero del agua había salido arrastrándose
lastimosamente hasta erguirse en dos piernas. ¿Cómo habrá sido ver todo al
ras para luego cambiar la perspectiva y hacerla más humana desde las alturas
que implicaban los miembros inferiores?
Claro que había que cuidar la espalda. No cabía la posibilidad de girar la
cabeza en derredor, tal cual las lechuzas, sin tener que mover el tronco para
volverse. Aquel primer hombre tuvo que cuidar la retaguardia, indefenso, pero
con omnívoro poder, de manada con conciencia de sí y de los otros
equidistantes a é l, también humanos.
Tomar conciencia, pensó, conciencia de mí y de los otros, ese puede ser
un camino. Dejar de ser un ratón y pelear como león contra la amargura de la
soledad, poner en palabras aquello que lo angustiaba.
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Ese fue el camino elegido, representar en signos y símbolos para
continuarse en los otros y no morir jamás.
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