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LEGADOde:
DON M. PIORNO
BREVES REFLEXIOIXES
SOBRE LOS FUNESTOS EFECTOS
DE LAS ESCICIONES POLITICAS.
POR
ITiV A M A N T E D E L A C O Ï S C O R D i A .
G o n ívo v ) i i c e i iC L cu :
MADRID: IMPRENTA DE D. EUSEBIO AGUADO.
1855.
i i a / i o i x a i i a n # ^ a / a í i i !
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/ Ç o o ç o rd i^ p a r v t r C ff* í:u n í, d /sco rd id m a x i/n tt j i / a iu n / u r . . i
(SiLLVST. P> BtLLO luorir.)
c (UANDO el hombre reflexivo consulta los fastos de los pueblos, ya antiguos, ya modernos, y halla ensangrentadas casi todas sus páginas por la lucha de opiniones exageradas, ó por el choque de intereses mal entendidos, no puede menos de preguntarse con dolor á sí mismo: cómo es posible que »siendo la historia la maestra de la vida (1), ha- »yan aprovechado tan jx)co sus lecciones, a j)esar »de no haber sido jamas desmentidas por laespe* »riencia de tantos siglos?” Si los romanos hubieran escarmentado en las disensiones de los griegos, que acabaron poniéndolos á todos á discreción de sus triunfantes águilas, despues de haber empapado en sangre propia el nativo suelo, no hubieran seguramente sufrido las proscripciones de Mario y Sila; n i, hechos mas tarde el ludibrio de los Calígulas y Domicianos, hubieran al fin caído en jwder de las bárbaras hordas septentrionales. Si varios pueblos de Europa hubieran meditado profundamente sobre los horribles estragos pro-
<lucidos en una de las mas florecientes naciones modernas por su sangrienta revolución, á buen seguro que esperaran el remedio de sus males de la mano de sus legítimos gobiernos, los cuales ya no pueden ignorar ser el mas firme apoyo de su poder el amor y felicidad de los que deben obedecerles (2). Pero sordos unos y otros á los clamores de la razón, y ciegos á la luz de la esperiencia, sacudieron el suave yugo de las leyes , desconocieron la tutelar autoridad de los gobiernos, olvidaron los sagrados preceptos de la moral, turbaron la buena armonía entre las diferentes clases del Estado, y víctimas hoy los que ayer fueron verdugos, enervaron de tal modo las fuerzas de su infeliz patria con muertes, saqueos, incendios, destierros y proscripciones, que al fin vino á ser el patrimonio de un audáz guerrero, ó la conquista de una nación prepotente, cuando no tuvo la fortuna de volver á su primitivo gobierno.
Y en medio de tan dolorosos recuerdos, y á la vista misma de tan espantosas ruinas, ¿no ha de acallarse ya la tumultuosa voz de las jwsiones para dar oidos á consejos mas moderados, haciendo todos algún sacrificio á la paz, para poder gozar á su sombra los inapreciables bienes de la tranquilidad y Justicia? En estos dos beneficios, bien asegurados por la iinparcial energía de un prudente gobierno, se cifra en último resultado
toda la felicidad de los pueblos ; y si para conseguirlos son á veces necesarias diferentes medidas, según su carácter, opinion y costumbres, siempre será cierto que al gobierno toca dictar aque« lias, si han de producir establemente el objeto deseado. Consúltense enhorabuena los sabios de una nación ; pésense una y mil veces los provechos y desventajas de todo nuevo proyecto, concíliense en lo posible los encontrados intereses de todas las clases para subordinarlos luego al ínteres general ; óiganse atentamente las respetuosas reclamaciones del que se considere agraviado; camínese á paso lento, pero firme, por el escabroso sendero de las reformas que se juzgaren indispensables ; mas una vez sancionado por la autoridad soberana lo que rodeada de sus prudentes consejeros tuviere por mas conveniente al bien del Estado, sométase gustoso á ello todo el que quiera gozar en seguridad de sus bienes y de sus derechos, aunque sea á costa de algún sacrificio inevitable. Es preciso conocerlo é inculcarlo de continuo : aun cuando las leyes religiosas y civiles no nos impusieran esta obligación saludable, nuestra propia utilidad nos la prescribiria, si supiéramos apreciar debidamente nuestros verdaderos intereses. Chocando de continuo los de los diferentes miembros de un Estado, ¿será acaso mas seguro esponer un individuo ó corporacion los suyos al fallo jxircial de los demas interesa
dos? Los unos repugnarían todo iinpueslo, mientras los otros los exigirían insoportables ; estos intentarían cerrar la entrada á toda producción estrangera en favor de su industria, al paso que aquellos querrian abrir á todos mil puertas en beneficio de su comercio; algunos clamarían por prontas y radicales reformas, en tanto que muchos las detestarían todas; hasta que de disputa en disputa, de invectiva en invectiva, vendría por fm á desecharse toda medida prudente, y á sucumbir la sana parte á la intriga, cuando no á la fuerza (3). ¿Y será ínas prudente arriesgar al azar ominoso de una fuerza ilegal la recuperación ó adquisición de lo que la pasión nos pinta como injustamente perdido, ó no ganado? ¡Ah!¡ Pluguiese al cielo que los turbulentos tiempos en que vivimos no exigieran combatir de firme una proposicion tan disonante! Pero al ver lanzarse cada día en la funesta carrera de las revoluciones hombres que se tienen por sensatos, y pueblos que pasan por civilizados, no estará de mas el hacer ver los horrorosos precipicios á que arrastra tan abominable temeridad, no solo á los que la cometen, sino también á las naciones que los abrigan en su seno.
Roto una vez el saludable freno de la le y , desoída impunemente la voz de la autoridad, y proclamada en derecho la voluntad del que mas puede, queda desde aquel momento disuelta la so-
cìcdad ; y semejantes los pueblos á aquellos salva- ges que se disputan la presa con encarnizamiento, unos exterminan á otros para ser luego exterminados por quienes sepan atraer á su partido la muchedumbre, mas inconstante que las olas del m ar, mas feroz que los tigres de la Hircá- nia, mas insaciable que el buitre de Prometeo. No, en la inconsiderada turba no hay medio; sino teme, atemoriza (4). Dijolo ya el historiador mas profundo: y parece que se haya olvidado por desgracia una verdad que deberia estar inscrita al frente de todos los códigos, y en el salón de todos los tribunales. Cuantos desean el bien público, cualquiera que sea su opinion sobre los medios de conseguirlo, deben al menos convenir en que el imperio de la muchedumbre es la esclavitud del sabio, el azote del hombre de bien, la expoliación del propietario, el vilipendio del magnate y la ruina del Estado. ¿ Como hay pues no pocos, que en vez de suavizar su miseria con el producto del trabajo, y de aumentar sus escasos conocimientos con la facilidad de la enseñanza, tratan en estos tiempos de constituirla árbitra de los destinos de su patria, ora sentando abiertamente tan absurdo principio, ora abjurándolo en teoría y adoptándolo en la práctica. Será sin duda porque creen contar con ella para el logro de sus maquinaciones ; pero deberian considerar que su adhesión, nacida del deseo de me-
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O O )drar en las turbulencias, cesará tan pronto como cese el cebo de su codicia (5 ) ; que es tan raro conseguir el triunfo con esa gente insubordinada, como ordinario sufrir sus insolencias antes de ver la cara al enemigo (6 ); y que en tan deplorables combates lo mas funesto de todo es la misma victoria, puesto que ban de consentírsele basta la saciedad las mas horribles atrocidades, bajo la pena de verse espuestos los mismos gefes á ser vnctimas de su furor (7). Por lo mismo se ha dicho y a , y se ha dicho muy bien, que las revoluciones son como Saturno, que devoraba sus propios hijos; verdad de que no necesita salimos garante la historia con los innumerables testimonios que pudieran citarse, siendo asi que en nuestros dias la hemos visto confirmada hasta la evidencia de un modo capaz de excitar la compasión, aun de los enemigos mas acérrimos de semejantes desórdenes.
Pero logrado ya completamente el trastorno que se projx>nian los agitadores, ¿qué hacen despues sus caudillos, al ver abrumados de exacciones los hombres pacíficos, saqueados los vencidos , indignados contra el menor impuesto los vencedores, agoladas por la anarquía todas las fuentes de producción, depuestos y aterrados unos por el enorme delito de su lealtad (8 ) , ensalzados y seguros otros por el relevante mérito de sus escesos (9), y amenazada la nación, tanto por
las potencias vecinas que desean aprovecharse de su aniquüamienlo, como por los proscriptos que desde lejos traman nuevas invasiones en venganza de su proscripción? Á no querer continuar en un estado tan violento, que por lo mismo no puede ser de larga duración, querrán sin duda restablecer el orden, desobstruir los manantiales de la riqueza pública, introducir la economía, reconciliar los ánimos, corregir las costumbres, vigorizar la disciplina y hacer respetar al nuevo gobierno, para que pueda mantener el imperio de las leyes. Mas si estas salvadoras providencias no son emanadas de la autoridad legítima, ¿cómo no ha de saltar á la cara del menos perspi- cáz la chocante contradicción de lo que intentan hacer mandando, con lo que ejecutaron cuando debian haber obedecido? "Vosotros (podrán decirles los que vivan del desorden introducido por ellos ) , vosotros nos habéis ensefiado practica- » mente que el descontento es un justo motivo de »resistencia álas órdenes del que manda; y noso- »tros no estamos contentos con volver al traba- »jo y á la subordinación á que quereis someter- »nos: vosotros habéis publicado, que quien se »opone á la insurrección de los que se conside- »ran mal gobernados es un opresor digno de »los mayores castigos; y nosotros consideramos »como tales á los que ahora querían imponernos »a favor suyo las mismas obligaciones que antes
( 1 2 )«nos hicieron quebrantar, cuando eran á favor »de otros: vosotros habéis sentado, que los distin- »tivos mas honoríficos y los destinos mas lucro- « sos debían ser el premio de los mas decididos »en recuperar la primitiva independencia; é in- » dependientes ya nosotros de toda tiránica suje- »cion, queremos conservar los puestos en que nos »ha colocado nuestro corage, por mas que aho- »ra queráis probarnos nuestra incapacidad: voso- »tros en fm habéis proclamado, que la fuerza »era el mejor derecho, y nosotros somos los que »en la actualidad la tenemos.” Á estas reconvenciones de unas gentes, cuya conciencia se guia mas bien por ejemplos que por preceptos (10), yo no sé que puedan responderles nada convincente los que les dieron aquellos ; y ved aquí desde aquel punto perjwtuado el desorden en la nación, ó encendida una nueva contienda entre los mismos que han usurpado su gobierno (11 ).
Sí para salir de esta crisis tratan entonces de elegir un magistrado íntegro é inflexible, que no haya tenido parte en los desórdenes á fin de ponerles un término urgente ya aun para los mismos que los promovieron, conociendo él que jamas se someterán por largo tiempo á una autoridad severa los que una vez desconocieron la legítimamente establecida, les responderá lo que Maulío Torcuato á los que intentaban elevarle al consulado: '^?si yo podré sufrir vuestras eos-
»lumbres, ni vosotros mis ordenanzas Ysin otro recurso se verán precisados á poner las riendas de una terrible dictadura en manos del mas osado, que por lo mismo será regularmente el menos á propósito para afianzar la paz y la dicha de un gran pueblo (13). Alce entonces la voz algún verdadero patriota proponiendo la única áncora de salvación en el restablecimiento de la autoridad legítima y en la observancia de las leyes: al punto se le lachará de traidor, y acercándosele algún demagogo, socolor de compasiva amistad, le dirá al oido lo que á Focion en otro tiempo un orador ateniense: m ira , que s i a l escu cha r ta l proposicion en tra e l pueblo en Juror^ te da rá la m u erte : bien que el pudiera responderle lo que aquel contestó sabiamente: y s i un d ía vu elv e en su ju i c i o tú será s e l condenado á ella por tu s p erversa s in stiga cion es. Efectivamente, basta que lo sumo del mal hace reconocer sus enormes faltas á la muchedumbre, que ni tiene ojos para ver, ni oidos para oir, ni juicio para discernir , puesto que todo lo ve, oye y juzga como otros se lo pintan, hasta aquel punto, digo, en que el mas cruel desengaño suele suceder á la mas deplorable ilusión, todo es inú til, todo perdido. ¡Ay del que intente desengañarla! Víctima del mas ciego furor, su muerte aumentará el horrible catálogo de los excesos mismos que internaba atajar, y atemorizados los demas hom-
( U )
bres de probidad con semejante espectáculo, enmudecerán para siempre, ó huirán lejos de aquel suelo á deplorar en otros climas la ruina de su patria.
¿Qué sucedió en aquella Atenas tan célebre por su cultura y por sus leyes luego que el pueblo se sobrepuso á ellas y se entregó á sus pasiones? Anaxágoras que enseñaba los verdaderos atributos de la Divinidad, Sócrates que inculcaba la moral mas pura, Focion que persuadia la política mas conveniente, todos tres fueron proscriptos por una plebe supersticiosa, inmoral y temeraria, que mantenia espléndidamente á los adivinos en el Prytáneo, que gastaba sumas inmensas con los histriones y prostitutas, y que provocaba neciamente á un formidable monarca vecino para postrarse luego á sus plantas y hacerse el instrumento de su desmesurada ambición. ¿Y acaso fueron menos feroces aquellos generosos romanos, que en los felices dias de su república preferían el dulce gusto de jierdonar las injurias al bárbaro placer de vengarlas (14) luego que el populacho por medio de sus turbulentos tribunos logró abatir aquel senado, cuya circunspección se captaba la admiración del universo? Las solas muertes de su mas esforzado caudillo, de su mas elocuente orador, y de su mas íntegro ciudadano bastarían para probar hasta donde puede llegar un pueblo agitado por las facciones, sí las
circunstancias de haber sido Escipion asesinado en su lecho por sus mas cercanos parientes, y degollado Cicerón por un ingrato cliente, y despedazado Catón por sus propias manos á fm de evitarse humillantes desafueros, no recargasen de colores todavía mas negros un cuadro ya de sí sobradamente espantoso y capaz de hacer temblar á cuantos intenten valerse de una fuerza brutal, que jamas podrá producir sino atrocidades, desolación y envilecimiento.
Y no paran aquí los males de un pueblo en que se cometen tales injusticias contra los hombres mas eminentes, porque exasperados sus partidarios y admiradores á vísta de tan atroces tratamientos , olvidan la mansedumbre de aquellos mismos gefes que tratan de vengar, abjuran los generosos sentimientos que les había inspirado una educación esmerada, y desoyen hasta la misma voz de la naturaleza, si victoriosos en una reacción afortunada logran dar rienda suelta á sus enconados resentimientos (15.) Sila, aquel patricio tan instruido en las letras griegas y latinas, aquel que supo precipitar de la roca Tar- peya á un esclavo por haber declarado á su señor, aquel hombre magnánimo que abdicó despues la dictadura sin temer los graves riesgos á que le esponía este paso despues de tamaños rigores y reformas como había ejecutado, aquel mismo, irritado jwr las crueldades de Mário, le
dejó muy atras en ferocidad, castigando de muerte á los padres que abrigaban en su casa á un hijo proscripto, premiando con profusion á los hijos que denunciaban á su propio padre, declarando infames y confiscándoles sus bienes á los nietos de sus enemigos, adjudicando las propiedades de los ciudadanos á las meretrices y farsantes , y haciendo degollar en un solo dia á su presencia mas de doce mil habitantes de Pre- neste. ¿Y qué es lo que suele suceder entonces cuando las clases ultrajadas abusan tan atrozmente de su insegura victoria (16)? Que produciendo las mismas causas los mismos efectos, es decir, nuevas atrocidades, nuevas reacciones, se viene á parar en un círculo horroroso del que solo puede sacar á un pueblo, aunque á duras penas, un genio tan prudente como enérgico, tan sabio como justiciero, tan benéfico como extraordinario, que tomando legítima ó legitimadamente las riendas del gobierno, comience proclamando un olvido generoso por lo pasado, y un rigor inflexible para lo venidero. Asi lo hizo Trasíbulo cuando libertó á Atenas de aquellos treinta tiranos que la esclavizaban ; así lo propuso hacer Cicerón en el templo de la Concordia cuando después de la muerte de Cesar iban á venir á las manos aquellos dos partidos que dividian á Roma; y tanto los felices resultados de haberse llevado á efecto la pro
videncia del primero, como las funestas consecuencias de no haberse cumplido la propuesta del segundo, han marcado con el sello de la evidencia una verdad que jamas debiera haberse puesto en duda por los amantes del bien público.
Echando cada uno entonces mano á su pecho, y procurando acallar el clamor de las pasiones, podrá decirse á sí mismo: "¿será cierto »que yo no tenga algo que agradecer á esta me- »dida de olvido y conciliación? ¿ningún deu- » do, ningún amigo , ningún allegado mió se »halla en el caso de deber su salvación á esta » ley? ¿Yo mismo, exento quizá de crímenes, »no seré reo de algún error, debilidad ü omi- »sion en aquellos difíciles tiempos de confusion » y trastorno? Si no he ¡>ertenccido á los furi- »bundos de uno y otro bando que solo aspira- » han á su venganza y ensalzamiento por los me- »dios mas violentos y execrables, ¿no habré sido »tal vez uno de aquellos indiferentes, que ahro- »quelados en un reprensible silencio, esperaban »el éxito eventual de los combates para mani- »festar sin el menor riesgo su dictamen (1 7)? Y »aun cuando nada de esto me comprenda, ¿no »debo dar rendidas gracias al cielo y al gobier- »no de que hayan vuelto á nuestro lado tantos »hermanos j^erdidos, al regazo de la madre jxi- »tria tantos hijos estraviados, y al procomunal »del Estado tantos talentos útiles, tantos brazos
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«robustos, tantos y tan productivos capitales?” ISinguno que no haya sofocado enteramente los mas dulces sentimientos del corazon, y en quien no se haya del todo apagado el sagrado fuego del patriotismo, ninguno dejará de esjxirimentar en su pecho, al hacerse estas reflexiones, aquel purísimo placer que esperimentan los miembros de una familia, cuando ven terminadas sus disensiones domésticas, y regocijado ya un padre amoroso, que deploraba anteriormente la falta de unión entre sus queridos hijos (18). Pero sube mucho de punto este placer natural hasta elevarse al inefable gozo de las inteligencias celestiales, cuando se abriga en un corazon poseido de los sentimientos de una religión que es todo amor, fraternidad y dulzura; de una religión que desecha los sacrificios si no van acomjianados de la misericordia; de una religión en fin que reconoce por su divino fundador á quien sefialó con inagotables beneficios toda su mortal carrera en este valle de miserias; á quien jamas quebró la caña hendida, ni apagó la mecha que todavía humeaba, y á quien no estremeciendo ni fulminando, sino llorando en una cuna y gimiendo en una cruz, redimió al humano linage, declarando el am or recíproco como la mas segura divisa de sus fieles secuaces. Viéranse en otro tiempo purificadas con el agua lustral del templo de Ajx)- lo las manos de un Catilina, manchadas todavía
con la sangre dc Gratidíano (19). Viéranse alzadas indignas aras á la concordia por un Opimio, cuando acababa de sacrificar á las furias tres mil de sus conciudadanos; pero las verdaderas espía- ciones, que únicamente pueden aplacar la ira del cielo contra nuestras criminales pasiones, siempre han sido y serán la reforma del corazon, la reparación de los agravios, y la extinción de los odios; verdad que llegaron á conocer, aun privados de las superiores luces de la revelación, algunos sabios antiguos que no cerraron sus ojos á la antorcha de la razón (20).
Mas restablecida ya la concordia bajo la protección de un gobierno enérgico e imparcial, resta que, cooperando todos los amantes del bien público á sus beneTicas miras, no solo no le pongan aquella fatal inercia que producen en no pocos hombres, muy apreciables por otra parle, el aislamiento en que viven, el sistema que adoptan, ó cierta apatía á que los inclina su natural, sino que, despertando de esta especie de le-* targo, no menos perjudicial á ellos que al bien del Estado, recuerden de continuo las pasadas agitaciones al saborear las dulzuras del presente sosiego, para estimularse á cooperar cada cual á su modo á la consolidacion del orden, á la pro- j)agacion de las luces, y al aumento de la prosperidad general. Nunca faltarán en una nación hombres avezados al desorden, en el que única
mente pueden prosperar sus malas artes, que suspiren y aun trabajen por reproducirlo; mas siempre deben hallar en la firmeza de todos los hombres de bien, unidos al legítimo gobierno, un obstáculo insuperable á sus criminales maquinaciones, si cada uno de estos no quiere exponerse á perder en un solo día de anarquía lo que tantos años de sudores le ha costado de adquirir bajo la salvaguardia de las leyes. No hay medio; ó todos juntos han de resistir al desorden, ó cada uno ha de sufrir sus violentas demasías (SI"). ¡Cuán engañados viven los que esperan evitar los deplorables efectos de un general trastorno negándose á tomar parte activa en el triunfo de la causa pública! ¿Poseen bienes? Esos se buscan en las revueltas. ¿Obtienen dignidades? Esas están reservadas para los gefes de la facción. ¿Gozan de tranquilidad ? Esa es la primera que se pierde en cualquier tumulto. ¿Aman la vida? Ni aun esa está segura, cuando el mas osado se abroga el derecho de quitarla. Duerman, pues, al borde de un precipicio los que algo tienen que perder en los trastornos, si quieren dispertar desposeídos de sus bienes, privados de sus dignidades, faltos de tranquilidad, y con el hacha revolucionaria en la garganta, como sucedió á los pacíficos habitantes de Mantua en las espoliacio- nes del triunvirato (22). Cuando los navegantes ven aparecer algunas aves marinas de mal agüe-
ro que suelen preceder á la tempestad, inmediatamente consultan al piloto, resguardan en lo posible sus equipages, y hacen todos los preparativos necesarios para hacer frente al furor de las olas y de los vientos. Y no hay que confiar en que á nadie se ha hecho la menor ofensa para haberse atraido su venganza ; pues al que no está con los agitadores, al momento le califícan de contrario ; y esto basta, y aun sobra para es- perimentar su furor (23). Ademas, que el odio reconcentrado, según un gran conocedor del corazon humano, no es el que procede de la ofensa sufrida, sino de la ofensa hecha (2¿i); y pocos habrá que no tengan un rival envidioso, un calumniador maligno, un deudor ingrato, un criado infiel, ó un amigo pérfido, cada uno de los cuales, y especialmente el último, es bastante para perder al hombre mas generoso en tiempos de revolución.
Sostenidos unánimemente los incalculables beneficios de una paz verdadera, que solo puede hallarse en la justicia, falta todavía moderar nuestros insaciables deseos para saber arreglarnos á ella, sin aspirar á lo que no corresponde á nuestros méritos ni es necesario para nuestra propia felicidad. Quien no sepa contentarse con lo que la naturaleza exige y su estado requiere en la sociedad, jamas será feliz en ella, ni dejará serlo á los demás, valiéndose del soborno, del fraude
y aun de la violencia para conseguir como un bien lo que en realidad es un cargo, y un cargo quizá muy superior á sus fuerzas, por mas que el amor propio se las pinte muy sobradas. Donde todos quieren cobrar y ninguno contribuir, donde muchos aspiran á mandar y pocos consienten en obedecer, no puede haber paz ni reinar la justicia; y esta y no otra ha sido ordinariamente la causa del trastorno de los mayores imperios y de las mas florecientes repúblicas del universo (25). En vano, pues, serán todas las leyes, todas las exhortaciones, todos los castigos contra los atentados de la ambición y de la codicia, fecundos siempre en disturbios y calamidades, si despues de habernos emponzoñado tantas veces con sus amargos frutos, no hacemos los mayores esfuerzos para extirpar su raiz, derramando en nuestros corazones las semillas de la templanza y laboriosidad, madre siempre de la salud, de la alegría , de la abundancia, del orden, de la concordia, y de la estabilidad de un imperio, ¿Que imporla en efecto al que sabe contentarse con el producto de su trabajo, haciendo con él su dicha y la de sus allegados, que otro alguien le sea preferido en el nombramiento para un empleo, en el que sabe que no pocas veces habia de sacrificar su reposo, y esponer quizá su reputación, último sacrificio en que llega á consentir el sabio? Si la elección ha sido justa, dará gracias al cielo de que todavía
abundan en su patria hombres idóneos para servirla; y si no lo ha sido, se resignará muy gustoso, acordándose que los lacedemonios acababan todas sus súplicas á los dioses pidiéndoles valor para soportar la injusticia, y esperará del cielo, cuando no de los hombres, una completa reparación de su indebida repulsa.
En ninguna parte se cometían mas injusticias de esta especie que en aquellas antiguas repúblicas, á cuya memoria se estaxían no pocos en la edad presente, porque han tenido la fortuna de no vivir en ellas, tanto que al presenciarlas Anacarsis no pudo menos de llamar á la plaza de Atenas e l tea tro de la s sinrazones ; ni Yugurta de titular á Roma la c iu dad m a s vena l d e l un i- verso. Y no podía ser otro cuando siendo el pueblo el dispensador de los empleos, se abrían por el mismo hecho mil caminos á la intriga para cada uno que haya por desgracia en el palacio de un principe, cuya suprema autoridad está por otro lado muy interesada en el remedio de tales injusticias tan pronto como se descubrieren, si quiere tener firmes apoyos de su trono y dignos colaboradores para labrar la felicidad de sus pueblos. Tan lejos está nuestro ánimo de querer adular á los depositarios del poder, como de querer denostarlos ; porque sabemos ser cierto el dicho de un gran filósofo, á saber; "que si el detrac- » lor es el mas dañino animal de los montaraces,
»el adulador es el mas despreciable de los anl- » males domésticos.” Ni ignoramos bailarse confirmada por mil funestos ejemplos la máxima del historiador de Alejandro de Macedonia, esto es: "que los aduladores han destruido mas reinos que »los ejércitos enemigos.” (26) Por otra parle se halla ya tan agotado el diccionario de la lisonja, que solo nos resta un respetuoso silencio para espresar nuestro sincero agradecimiento por las medidas benéficas que se tomen y hayan tomado en beneficio público, como decia Pünio á nuestro Trajano (27). Pero el íntimo convencimiento que en nuestra alma ha producido una dolo- rosa esperiencia no nos permitirá callar por temor de que se nos atribuyan semejantes miras de abyección, que en los gobiernos monárquicos, cuando se halla en pleno vigor la autoridad del gefe del Estado, no son tan frecuentes ni de tan larga duración las injusticias de todas clases como en las turbulentas democracias; que en los consejos de un príncipe no pueden tener tanto ascendiente aquellos oradores superficiales, cuyo mérito consiste en una facundia desprovista de loda prudencia, como en las reuniones populares, que no estando dispuestos los pueblos moilernos á amoldarse á las leyes de los antiguos griegos y romanos, ni á permanecer regidos por las hechas en siglos menos ilustrados, es muy preferible la calma y circunspección de sabios consc-
jeros para adoptar un término medio en las mejoras de la legislación, al ardor y animosidad con que disputan encontrados partidos, unos para no dar un paso en la carrera de las reformas, otros para caminar en ella con demasiada precipitación ; que si en los salones de un palacio tiene no pocas veces entrada la adulación, jamas desampara las plazas ó edificios en que se congregan los electores de un pueblo; y que mejor acogida suele hallar en los oidos de un Soberano la verdad, expresada con respetuoso decoro, por lo mismo que está en una esfera muy superior al de aquel que se la dice sumiso, que en los de unos hombres aferrados en su parecer, é interesados en la decisión, los cuales por lo mismo no pueden sufrir la menor oposicion de parte de sus iguales; y aun por ello tiene dicho la Sabiduría infalible, que los labios del justo son las delicias de un Rey (28).
Pero ¿y si estos sabios consejos no fueran escuchados por los que rodean el trono, ni presentados á su decisión con la imparcialidad debida?... No todas las ocasiones son á propósito para poner en ejecución los mejores proyectos, ni todos los que parecen tales lo son atendidas las circunstancias de los pueblos en que han de realizarse; y ninguno puede conocer mejor uno y otro, que aquellos que colocados en lugar mas eminente descubren mas horizonte político. Ade-
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mas que si tan útil es lo que se propone, como se lo figura su autor, tarde ó temprano le llegará la vez de planlificarse, no solo sin contradicción, sino con sumo beneplácito del supremo gobierno. Los tiempos mas fecundos en proyectos de utopias no ban sido los mas felices en resultados para el bien estar de los pueblos. Nunca faltan empíricos muy satisfechos en la virtud de sus drogas, que sin haber siquiera visto un enfermo, critican inconsideradamente el plan curativo de un buen médico, que observando de continuo los síntomas de la enfermedad y la complexión del paciente, le propina los remedios mas adecuados, si no para volverle su primitiva robustez, á lo menos para conservarle la vida. Pero si ciertos censores políticos se parecen á estos curanderos, los que al proponer sistemas de gobierno, muy bellos en teoría, intentan introducirlos en la práctica por medios violentos é ilegales, se jwrecen á Medea, que para rejuvenecer á un anciano comenzaba por degollarlo. ¿ Qué ventajas, {x>r grandes y reales que fueran, podrían compensar ni de mucho los imponderables males que precisamente habían de resultar de tan criminal osadía? Por fortuna vive la Europa bajo el suave influjo del cristianismo, que si ha dado mas estabilidad á los gobiernos, también ha proporcionado mas libertad á los pueblos, puesto (jue la verdadera libertad consiste en la sumisión
á leyes sabias y justas (29); leyes que n¡ aquellas pueden jamas'derogar bajo ningún pretesto, estando destinados á obedecer y no á legislar , ni aquellos mudar á su capricho estando circunscripta por la eterna Sabiduría su autoridad á los saludables fines de su institución. De esla manera se ve resuelto el gran problema político de unir la mayor libertad jwsible de los pueblos con las mejores garantías para la conservación del orden y la estabilidad de las leyes, todo lo cual se goza bajo el imperio legal de un buen príncipe (30).
Queda pues probado por la esperiencia de los siglos, y confirmado por la naturaleza misma de las cosas, y autorizado con las máximas de los hombres mas eminentes de la antigüedad, á muchos de los cuales cupo la suerte de vivir en tiempos muy semejantes al nuestro, que sola la autoridad legítima puede remediar suave y duraderamente los males de una nación; que las mejoras hechas por una facción delincuente, sobre ser tan efímeras como equívocas, dejan al fin las cosas en peor estado del que antes tenian; que la discordia, fuente perenne de calamidades é injusticias, es el primer resultado de paso tan atrevido; que la única tabla de salvación en tan fatal naufragio es reconocer de nuevo la ley y la autoridad holladas por tanto tiempo; que estas deben entonces echar un denso velo sobre lo pa
sado, y obrar energicamente para lo venidero; que todos los amantes de la causa pública deben cooperar efizcamente al sostenimiento del orden restablecido, si no quieren pagar muy cara su culpable indiferencia: que el mejor modo de cicatrizar las llagas abiertas en el cuerpo social, é impedir que vuelvan á abrirse de nuevo, es cortar de raiz los dos vicios que mas contribuyen al fomento de los disturbios y al trastorno de los imperios; que el mayor atentado contra la justicia es volverse contra quien la administra, so pretesto de no ser equitativo el fallo á juicio del interesado mismo; que si todo gobierno humano ha de resentirse de tal, los populares son precisamente en los que han de cometerse mas desaciertos ; y que si para hacer triunfar una teoría fuese permitido á los súbditos usar de una fuerza ilegal, jamas prevaleceria el orden, ni duraría el sosiego, ni reinaría la concordia, só lid o apoy o , con e l que se en grandecen lo s pequeños E sta d o s , y sin e l cu a l se d es tru yen lo s m ayores imperios.
Si á vista de un cuadro tan lastimoso como verdadero, trazado con los rasgos que han sido posibles á nuestro patriotismo, se desengañasen de sus ilusiones algunos jóvenes de buena fe , ó llegaran a amistarse algunos hombres de bien, á pesar de sus encontradas opiniones en cuanto á los medios, ya que en cuanto al fin están muy
acordes, daríamos rendidas gracias al cielo por haber bendecido nuestro trabajo; y al ver unidos estrechamente para bien de la patria ciudadanos íntegros, que solo han dejado de amarse por no conocerse, derramaríamos lágrimas de ternura, dando por superabundantemente recompensada nuestra laudable intención, única ofrenda que podemos presentar en el altar de la Concordia.
NOTAS.
( i ) N ulla h om in ib u s f a c i l ì o r a d v itce in s t i tu t io n em v ia e s t , q u am r e r u m a n t e g e s ta r u m co g n it io . (Polib.)
(а ) C erte id f i r m i s s im u m im p e r iu m e s t , quo o b ed ien te s g a u d en t . (T. Liv.)
( 3) Ut p le ru m q u e f i t , m a jo r p a r s m e l io r em v ic i t . (Idem.)
( 4) I n v u lg o n ih i l m o d i cu m : t e r r e r e , n ip a v e a n t . (Tacil.)
( 5) M alitia p r c cm iis e x e r c e tu r ; u b i e a d em p s e r i s , n em o g r a tu i t o m a lu s est . (Sallust.)
(б) I n c a s t r i s f e r o c e s , in a c i e p a v id i. (T. Liv.)
(7 ) O m n ia su n t m is e r a in b e llis c iv i l ib u s , s e d m is e r ìu s n i h i l e s t , q u am ip sa v i c t o r ia ; m u lta e n im v i c t o r i , e o ru m arbi~ t r io p e r q uos v i c i t , e t ia m in v ito , f a c i e n d a su n t. (Cicer.)
( 8) D a m n a to s f i d e i c r ìm i n e , g r a v i s s im o in t e r d e s c ì s c en te s . (T acil.)
(9 ) Q uam p e s su m e qu isqu e f e c i t , la m m a x u m e tu tu s est. (Sallust.)
(10 ) Q uod ex em p lo f i t , id e t ia m ju r e f i e r i p u ta n t. (Cicer.)
( j i ) N ondum v i c t o r ia , ja m d i s c o r d ia a d e r a t . (Tacit.)
( l a ) N eque e g o m o r e s v e s t r o s c o n s u l f e r r e p o t e r o , n e c v o sim p e r iu m m eu m . (Apud T. Liv.)
(1 3) P e s s im u s in p a c e , in b e llo n o n s p e r n e n d u s . (Tacit.)
(1 4) A ccep ta in ju r i a , i g n o s c e r e , q u a m p e r s eq u i , m a leb a n t. (Sallust.)
( ! 5) D ocu m en tu m p o s t e r i s , h om in e s cu m s e p erm isse 'r e f o r t u n a , e t ia m n a tu ra m d e d i s c é r e . (Q. Curt.)
( 16) E a v i c t o r ia n ob ili ta s ex lu b id in e s u a u sa , m o r ta l e s m u llo s f e r r o , a u t f u g a ex tin x it ; p lu sq u e in r e liq u u m s ib i t i - m o r í s , q u a m p o ten tia s a d d id i t . (Sallust.)
(17 ) H a c a u t i l la d e f e n s u r u s , p r o u t in va lu is s en t . (Tacit.)
(18 ) ScFpt n u m ero e l ia m a l ia s c o g i t i v i , h on um P r in c i - p em n ih ilo d i f f e r r e à bon o p a i r e . (Chrisant. apud Xenoph.)
(19) A h ! n im iu m f á c i l e s , q u i i r i s t ia c r im in a c a :d i s , F lu m in ea tà l l i p o s s e p u ta t i s a q u a ! (Ovid.)
(30) F'is p r o p i t ia r e D eo s? e s to b o n u s : qu isqu ís im i ta tu s e s t e o s , r e c t e co lu it . (Senec.)
( a i ) A u dendum e s t a liq u id u n iv e r s i s , a u t om n ia s in g u l i s p a t ien d a . (T. Liv.)
( aa ) .....................E n q u o d i s c o r d ia c iv e sP e r d u x i t m is e r o s ! e n q u eis c o n s e v im u s a g r o s !
(V irgil.)
(a 3) C ives v e r o , quo tquot in t e r u tr o sq u e e r a n t m ed i i , v e l q uod i l lo s n o n a d ju v a r e n t , v e l p r o p t e r in v id ia m , q u od ip s i c a - la m ita tu m e s s en t im m u n e s , ab u tra q u e f a c i l o n e p en i tu s p e r - d ch a n lu r . (Thucid. interp. Hudlon.)
(24 ) P r o p r iu m e s t h u m a n i in g e n i i o d is s e quern I ceser is. (Tacit.)
(a 5) P r im o p e c u n ia : , d e in im p e r i i cu p id o c r e v i l ¡ e a q u a s i m a t e r i e s om n iu m m a lo ru m f u e r t . (Sallust.)
(36 ) R egu m op e s s a p iu s a s s e n ta l i o , q u a m iio s t i s , ev e r t i t . (Q. Curl.)
(37) Cum ja m p r id e m om n is a d u la t io n is n o v i la s con sum p^ t a s i t , n o n a l iu s e r g a t e n o vu s h o n o s s u p e r e s t , q u am s i a l i - q uan d o d e t e t a c e r e a u d ea m u s . (Plin . juu. iu Paueg, T ra j.)
(38) V ólup ta s r e g u m la b ia j u s t a ; qu i r e c t e lo q u itu r , d i - l i g e tu r . (Proverb.)
( 39) P a r e r e le g ib u s s u m m a lib e r ta s .
( 3o) F a l l i lu r e g r e g i o q u isqu is sub P r in c ip e c r e d i t S erv it iu m , n un q uam lib e r ta s g r a t i o r ex ta t .
(Claadian.)
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