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R E A “D€¦ · 2. La Navidad y sus Símbolos ! Consideración Con frecuencia, en estos días de festejos previos al 25 de diciembre, se encuentran en internet alusiones a que

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  • RETIRO ESPIRITUAL DE ADVIENTO

    “DAR RAZÓN DE LA ESPERANZA”

    “Glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor. Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de

    la esperanza que ustedes tienen”. (1Pe 3,15)    

    SEXTO DÍA: LUNES 19 DE DICIEMBRE 2011  

    “ESPERAR DESDE LOS SÍMBOLOS”  

     

    1. Significado de los Símbolos  El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española dice que la palabra símbolo viene del latín y a su vez del griego: del lat. simbŏlum, y este del gr. σύμβολον). Tiene dos principales acepciones:

    a) Representación sensorialmente perceptible de una realidad, en virtud de

    rasgos que se asocian con esta por una convención socialmente aceptada.

    b) Figura retórica o forma artística, especialmente frecuentes a partir de la escuela simbolista, a fines del siglo XIX, y más usadas aún en las escuelas poéticas o artísticas posteriores, sobre todo en el superrealismo, y que consiste en utilizar la asociación o asociaciones subliminales de las palabras o signos para producir emociones conscientes.

    El filósofo español Eugenio Trías, dice que: “El símbolo remite a lo que trasciende. No refiere conceptos sino que desborda sus límites, abre a lo que se halla más allá de todo horizonte, lo sagrado, el referente de una experiencia de radical alteridad relativa al Gran Otro, lo intuido en la experiencia mística y que el símbolo hace aparecer”. (Los Lenguajes del Símbolo, Barcelona, Antrhopos, 2001). El símbolo anuncia un plano de conciencia diferente a la evidencia racional, es

  • la esfera del misterio, el único medio de decir aquello que no puede ser aprehendido de otra manera, no está jamás explicado de una vez por todas y siempre ha de ser de nuevo descifrado”. (Ibid). El Cardenal Carlo María Martini dice en su Diccionario Espiritual: Es algo que experimentamos a menudo: a veces las palabras no bastan para expresar la riqueza de nuestros sentimientos. Entonces recurrimos, por ejemplo a gestos, a signos, a símbolos que nos ayudan a comunicar aquello que las palabras son incapaces de manifestar. Cada don, por ejemplo, es guiado por esta comunicación que no es meramente verbal sino simbólica, es decir, por la capacidad de establecer una comunicación más rica que las palabras. De hecho, los símbolos nos dicen más cosas, nos abren –más allá de los significados inmediatos y literales- a ulteriores valores comunicativos. Por esto la comunicación simbólica es una gran riqueza humana a la que siempre, el hombre ha recurrido. No es carente de sentido el hecho de que precisamente los acontecimientos decisivos de la existencia hayan sido, en todas las culturas, acompañados por lenguajes y gestos simbólicos: el nacimiento, la muerte, la elección de vida, la comida, el hogar. Todos estos acontecimientos y lugares, muy por encima de su funcionalidad y de su significado inmediato, encierran un valor simbólico sin el cual nuestra existencia sería verdaderamente insignificante. Es aquí donde interviene el arte –sobre todo el arte sacro-, que se encarga de interpretar estas dimensiones simbólicas de la vida, de proponerlas, de hacerlas vibrar, de ahondar en ellas. Por eso la calidad de nuestra comunicación no puede estar sin los símbolos; pero tampoco la calidad de nuestra experiencia de fe puede prescindir de esa peculiar forma de comunicación. Además, no hay ninguna tradición religiosa, que no haya recurrido a este tipo de comunicación. Pero aún hay más: el tiempo es un aspecto absolutamente invasor de nuestra vida: ¿podemos simplemente reducirlo a una dimensión cuantitativa, al trascurso inexorable de años, meses, días y horas? ¿Por qué la Iglesia no renuncia a tener un calendario propio, marcado no por ritmos siempre idénticos de las estaciones, sino por una historia, por un camino hacia la meta. El tiempo, sin densidad simbólica, ¿acaso no sería una insoportable cadena? (Diccionario Espiritual, Madrid, PPC 1997).    

  • 2. La Navidad y sus Símbolos  

    Consideración

    Con frecuencia, en estos días de festejos previos al 25 de diciembre, se encuentran en internet alusiones a que es necesario rescatar la Navidad. Sí que hace falta reconsiderar la Navidad, porque sólo si llegamos a la raíz de estas celebraciones retornaremos a la única fuente inagotable de esperanza verdadera.

    No es casualidad que la disminución o pérdida del verdadero sentido de los símbolos navideños esté en relación directa con el clima asfixiante de violencia y la injusticia en nuestro país. Además, la mentira parece haber tomado posesión de bastantes aspectos de la vida pública, del mundo laboral y hasta del núcleo familiar. Es tristemente lógico: el proyecto del hombre, que busca afanosamente armonía y fraternidad sin necesidad de acudir a Dios, fracasa.

    La Navidad nos hace conmemorar el prodigio increíble del nacimiento del Hijo de Dios –un hombre como Jesús sólo nos lo podía dar Dios- de la Virgen María en la cueva de Belén. Dios se ha hecho ser humano, sin abandonar su condición divina, para enseñarnos el camino del amor, de la justicia y de la paz. Esa vía no es una lección abstracta de ética, sino que la encontramos en la vida humana y el mensaje de Jesús de Nazaret. Solamente cuando las enseñanzas de Jesucristo se toman en cuenta para inspirar la vida social y la existencia personal, advienen la armonía y la alegría verdaderas.

    Ya se entiende porqué en épocas pasadas, en esta fecha se establecían treguas en las guerras, se incrementaba la ayuda a los pobres y se visitaba a los enfermos. Era la consecuencia inmediata de reconocer la fuerza y la validez de las palabras del Dios encarnado: “ama a tu próximo como a ti mismo”, “reza por tu enemigos”, “perdona de corazón como Dios te perdona” “quien visita a un enfermo a mi me visita”.

    Por eso, como afirmó atinadamente el Papa hace años: “si no se reconoce que Dios se hizo hombre, ¿qué sentido tiene festejar la Navidad? La celebración se vacía” (Audiencia, 19.XII.2007). Y esto es tristemente lo que encontramos en bastantes ambientes: una fiesta navideña hueca, llena de mercantilismo, de celebraciones sin referencia directa al compromiso de humanizarnos, de fraternizarnos, de superar rivalidades y discordias incluso en el seno de las familias.

    “Pidamos a Dios que la violencia sea vencida con la fuerza del amor, que los enfrentamientos cedan el paso a la reconciliación, que la prepotencia se transforme en deseo de perdón, de justicia y de paz. Que los deseos de bondad y de amor que nos intercambiamos en estos días lleguen a todos los ambientes de nuestra vida cotidiana. Que la paz esté en nuestros corazones,

  • para que se abran a la acción de la gracia de Dios. Que la paz reine en las familias, para que pasen la Navidad unidas ante el belén y el árbol lleno de luces”. (Benedicto XVI).

    SÍMBOLOS DE ESPERANZA  -‐ EL PESEBRE DE NAVIDAD

    El pesebre sin duda tiene un alto valor simbólico. ¿Lo pusiste en tu casa? ¿Has ido a ver pesebres en casa de tus familiares y amigos? ¿Qué significa para ti este hermoso símbolo de la pobreza y humildad de Dios? En este día del Retiro busca un pesebre, colócalo ante ti…    

                             

  • Medita, al contemplar este Símbolo de Esperanza:

     “Sí, el espíritu de Dios es raro porque es muy difícil dejar del todo la propia

    razón, ciencia, vida natural, defectos del propio espíritu y no obrar más que según el espíritu de Dios.

    Es difícil estar unidos a Dios de tal manera

    que no seamos más que uno con él. Es difícil ser lo bastante humilde,

    lo bastante pequeño, lo bastante dócil,

    lo bastante silencioso, para que siempre podamos recibir y seguir bien sus inspiraciones.

    Sus inspiraciones son tan suaves,

    tan finas, tan imperceptibles a veces,

    por no decir siempre, que es difícil captarlas, comprenderlas y aceptarlas.

    Por el contrario, la ciencia, la razón, el mundo hacen tanto ruido en torno a

    nosotros que es muy difícil oírle y seguirle perfectamente”. (Antonio Chevrier V.D. 228).

    -‐ EL ÁRBOL DE NAVIDAD: árbol de vida y esperanza Será siempre un símbolo que nos puede llevar al verdadero espíritu de la navidad.

    Medita: El mirar el árbol nos puede ayudar a comprender que nuestra vida, las actividades que hacemos, todo, tiene que tener vida interior, raíces..

  • “Ante todo, es necesario poner la savia interior...” “Dos árboles, uno artificial y el otro natural; muy parecidos.

    El artificial es hechura del hombre: tronco, ramas, hojas, flores, frutos, son hermosos, bellos colores y forma. El parecido con el árbol natural es perfecto; es encantador el orden, decorado, forma, color, semejanza. Pero éste árbol no tiene raíz ni savia, no hay en él vida, está muerto. Sólo una vida: la artificial, la

    semejanza.

    Aquí todo lo ha hecho el hombre. Dios no ha puesto nada en ello. En las apariencias, bello; pero falto de vida por dentro, sin frutos verdaderos. Frutos

    que no se pueden comer y ni siquiera los pájaros del cielo se posan en él para comerlos.

    En el árbol natural, al contrario. El hombre ha hecho pocas cosas: le plantó, lo

    poda, lo riega; savia misteriosa que ha producido el tronco, las flores, las hojas. Los frutos son comestibles.

    En este árbol hay una vida misteriosa que viene de Dios. Vida que no tiene el

    otro. Por grande que fuere la belleza del árbol artificial, no es más que un árbol muerto, mientras que el natural será un árbol de vida.

    (...) Se ocupan mucho más de lo exterior que de lo interior; no hay savia

    vivificante, se hacen árboles artificiales, árboles muertos.

    Es mucho más fácil hacer un árbol artificial que un árbol natural, vivo. Es muy poco el cuidado que requiere el árbol artificial: un poquito de trabajo, de energía, firmeza, regularidad. El árbol vivo, en cambio, requiere savia vivificante, comunicar esta savia a las almas a quien se instruye. Para

    comunicarla hay que tenerla. Hay que dar la gracia, la vida, la fe, el amor vivificante. No se da lo que no se tiene, y no se adquiere sin esfuerzo y sin

    Dios. Trabajo espiritual, mucho más difícil que el trabajo material.

    El Espíritu Santo es quien ha de producir en nosotros todo lo exterior. Hay que comenzar por poner en nosotros el espíritu de Dios y, cuando ya está, actúa

    como la savia del árbol: produce en nosotros todo lo exterior .

    Hay que ocuparse mucho más de lo interior que de lo exterior; dar mucha más importancia a lo interior que a lo exterior, inculcar en las almas la vida interior,

    que lo exterior seguirá siempre. Nada habréis hecho con empezar por lo exterior.

    Se dirá que lo exterior es índice de lo interior. No siempre. Hay personas que pueden comportarse exteriormente mejor que otras, pero que son menos

    agradables a Dios que quienes cuidan menos lo exterior y más lo interior. Estas son de mejor voluntad y hacen más esfuerzos. No juzguéis por las apariencias,

    por el semblante, dice Nuestro Señor.

  • Atender a lo exterior sin el espíritu de Dios es un cuerpo sin alma. Comenzar por lo exterior es construir en el aire, si eso, nos parecemos a plantas

    artificiales. 1 Ms XII 15... sin cimientos, es hacer máquinas, veletas. Ante todo es necesario poner la fe,

    el amor de Dios, la savia interior”. (V. D. p. 220-221).

    “No atarse demasiado a la corteza. Muchos no piensan más que en la corteza, no ven más que la corteza, no juzgan más que la corteza. Es necesaria la

    corteza para conducir la savia, llevar la savia, pero ¿qué es la corteza sin la savia? Un árbol muerto. Hay que proteger la corteza del árbol, pero sobre todo hay que regar, abonar el árbol para tener una buena savia, fuerte y vivificante, y el árbol será bello y magnífico. Tener cuidado de las raíces” (V. D. p. 224).

    (Antonio Chevrier).  

     -‐ LA LUZ DE LA NAVIDAD, LUZ DE ESPERANZA

     La navidad es tiempo de luz… ¡enciende tu luz! ¡comparte la luz!  

         MEDITA esto, en casa, después de que hayas caminado y hayas visto calles, casas iluminadas…    La Verdadera Luz de Navidad

    “Los textos antiguos no nos dan muchos datos sobre el nacimiento de Jesús, excepto que se produjo en los alrededores de Belén, y que el niño fue

    depositado en un pesebre que se utilizaba para los animales. Este detalle se repite tres veces en el relato del evangelista Lucas, y constituye probablemente

    una modesta, pero significativa clave de lectura de todo el episodio.

  • Este niño que ha nacido es, en cierto sentido, un niño como los demás. Sería inútil buscar en él algún signo que indique su origen divino. Pero la

    extraordinaria precariedad de su primera situación, inaceptable incluso para los pobres pastores beduinos que tenían al menos el orgullo de poseer una tienda propia, llama la atención de todos los que pasan por ahí o se sienten llamados

    hacia ese lugar por una luz que viene de lo alto.

    Para cualquier hombre, hasta para el que no cree, el malestar de esta joven familia sin techo es una invitación a dejarse tocar por un rayo de luz que

    abre el corazón.

    Para el que se acerca a los ojos de la fe, constituye además, incluso en los días de mayor bienestar, un signo inolvidable de lo que tiene valor y de lo que no cuenta a los ojos de Dios. Hay muchos entre nosotros que carecen de casa, de trabajo, de seguridad; y hay muchos más para quienes el hogar ya no es hogar, porque el cariño ha muerto o languidece. Y hay muchos –o, mejor dicho, somos muchos- que dicen creer en Cristo, que proclaman que el Niño del pesebre es el Maestro y el Señor, pero que a la hora de la verdad preferimos con mucho el tener al ser. No es pecado el tener: también Jesús algún día tendrá casa, su trabajo, una vida digna, como la gente laboriosa de su pueblo. Lo que es pecado –y esa es la oscuridad-, es anteponer el tener a los valores más importantes de la existencia. No hay ninguna realidad, ni personal, ni social, ni política, ni eclesiástica, que no haya de someterse a esta verdad luminosa”. Carlo María Martini.