Recuperar La Ciudad (articulos)

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Sebastian Salazar BondySelección del libro Escritos políticos y morales

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    RECUPERAR LA CIUDAD PERDIDA

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    Ciudad-jardn, irona o alucinacin?

    Slo a un satrico o a un visionario se le pudo ocurrir ponerle a Lima elepteto de ciudad-jardn, pues no hace falta ser un zahor para darsecuenta que a nuestra capital le hacen falta rboles y flores, es decir, aque-llo que justificara, de existir profusamente, el literato apelativo. Ya lostcnicos han hecho pblico el drama de la carencia de zonas verdes condatos de la implacable estadstica: para una poblacin de ms de unmilln de habitantes slo se cuenta con un poco ms de tres metros cua-drados de rea libre por persona, y de esos tres metros escasos slo lamitad se dedica a la recreacin. Mida cada lector en torno de s el espacioflorido que le toca y diga entonces si aquello de la ciudad-jardn nopasa de ser una solemne tontera. (Un dato interesante: las normas apro-badas por la National Playing Fields Association, de Londres, la mximaautoridad en cuanto a parques y jardines pblicos se refiere, seala quecomo norma general es preciso que toda urbe moderna tenga un mnimode veinticinco metros cuadrados de verdor por individuo.)

    El drama no queda ah. Ayer hemos ledo las declaraciones del co-nocido floricultor Francisco Ruiz Alarco sobre la lenta y al parecer inevi-table desaparicin de algunas especies de rboles que servan de adornoen calles y plazas limeas, no por causa de ninguna peste maligna, sinosimplemente por la guerra que sus enemigos les han declarado. Cayeronya las palmeras de las plazas de Armas, Bolognesi e Italia, y caern msan si la pasin arboricida no se detiene, y Ruiz Alarco levanta a prop-sito su voz de protesta y advertencia. Las plantas pblicas son cortadassin piedad porque, sedientas como estn, buscan desesperadamente sualimento lquido y rompen las veredas, o son podadas a destiempo, deuna manera torpe, porque sus ramas se elevan tras la luz, lo que equivalea matarlas. En la avenida Santo Toribio, por ejemplo, los rboles han

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    sido devastados en el momento en que brotaban las yemas, segando enellas as la vida renovada. En cuanto a los que se lucen en la avenidaWilson, la condena es peor: han sido constreidos a un tan despiadadoaislamiento que apenas reciben la nutricin que requieren. Todo esto sincontar que muchas veces hacen, aqu y all, las veces de postes, puessoportan los clavos que sostienen letreros, leyendas de trnsito, avisoscomerciales, cables elctricos y telefnicos.

    Ciudad-jardn? Apenas sirven los espacios de las casas particu-lares, a veces egostamente cercados con grandes y espesos muros, parajustificar el curioso mote, porque en lo que se refiere a las reas verdespblicas estamos entre las pocas ciudades del mundo que en lugar decuidarlas y aumentarlas se las ataca y disminuye. La Oficina Nacionalde Planeamiento y Urbanismo ha publicado un plano de Lima en quefiguran teidos de negro los ncleos libres, para esparcimiento, con quepodemos contar los limeos que no tenemos jardn en casa. Aparte dedos ms o menos grandes el Parque de la Reserva y el Olivar de SanIsidro, cada da menos proporcionado con respecto al tamao urbanoel resto de esas manchas son insignificantes. Hay un agravante: los queexisten no obedecen a ningn plan tcnico, son fruto del azar, y por endeno llenan su funcin estrictamente. A ellos tenemos que acudir parareclamar nuestro metro y medio de csped y flores, nuestro trozo de natu-raleza, cuando la fatiga citadina cemento, polvo, gases txicos nosabruma. Qu pasara cabe preguntarse si maana cada ciudadanoacudiera a los parques a pedir su pedacito de jardn? El resultado esdigno de una novela de Kafka, inenarrable.

    Hay que reclamar enrgicamente una poltica municipal ms con-creta con relacin a los parques y plazas. Hay que unir la voz a la delfloricultor Ruiz Alarco, uno de los pocos ciudadanos que en cada ocasinen que los arboricidas se desmandan protesta pblicamente. Todo estoaunque sea para que lo de la ciudad-jardn no parezca una amargairona, algo que alguien ech a correr con el fin de caricaturizar, o en casocontrario la alucinacin de quienes no ven de la realidad sino el nombreque mentidamente la oculta. La actual autoridad municipal tiene con-ciencia de sus deberes y ha de poner atencin en este problema sobre elcual, desde hace tantos aos, se viene infructuosamente hablando.

    Publicado en La prensa, 30 de octubre de 1957, p. 10.

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    El Per contra el turismo

    Parece que todo estuviera organizado en el Per para crear en el turista lasensacin de que su presencia entre nosotros es intolerable. Desde lagestin por la visa consular a la cual tambin nos tenemos que someter,vergonzosamente, los propios peruanos que deseamos, hallndonos enel exterior, volver a nuestra patria Hasta la entrada en los lugares deimportancia natural, histrica o artstica, proclaman que esa valiosa fuentede recursos que es el turismo se halla sellada por la ms reprochable faltade visin. Viajar dentro del Per es sufrir y nadie, por ms excntrico quesea, abandona su casa para ser vctima de maltratos y desconsideracio-nes. No obstante tal situacin, an vienen cientos de forasteros a admirarnuestros paisajes, nuestros monumentos, nuestras riquezas pretritas ypresentes. Pero lo que podra ser una industria prspera, un inagotablemanantial de divisas, constituye hoy, por suerte de las penosas condicio-nes en que se le mantiene, una actividad ciertamente anmica.

    No hay programa

    Una sola razn explica la pobreza del turismo en el Per: la falta de unprograma estatal al respecto que d organizacin y aprovechable senti-do a la afluencia internacional de visitantes. Inclusive, el turismo inte-rior se ve gravemente afectado por la carencia de medios que lo faciliten.La mayora de pases europeos y gran parte de los de nuestro continen-te Mjico es un ejemplo bien cercano y patente han dispuesto las co-sas de tal manera que, no slo se trata de abrir las puertas hospita-lariamente a quien llama a ellas, sino principalmente de despertar elinters del posible turista en el lugar donde l reside y acta. Oficinasespeciales irradian propaganda bien hecha con el objeto de invitar al

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    hombre de la calle a salir de su rutina y ver un mundo maravilloso auncuando las maravillas que se prometen no sean tantas ni tan grandescomo se dice. Toda la tcnica de la publicidad moderna se pone al servi-cio de una causa que, siendo nacional, no deja de ser comercial. Se in-vierte en el extranjero un capital que va a dar copiosas utilidades cuan-do, tentado por los bellos ofrecimientos, el negociante, el rentista, el aho-rrador, etc., compren un pasaje con rumbo al pas que, con tanta habili-dad, supo invitarlo.

    En la Argentina, por ejemplo, esa situacin del turismo alcanzaun carcter interior excepcional. En la capital, las provincias ms impor-tantes mantienen despachos situados en los sectores cntricos, en loscuales se brinda toda clase de facilidades para viajar, alojarse, descan-sar y gozar de los atractivos naturales de cada regin. El propsito queinspira esta poltica es tan vasto que dichas oficinas ofrecen terrenos enventa y anuncian regalas especiales para todos aquellos que en la pro-vincia construyan sus casas de veraneo. La eficacia del sistema es enor-me. La prueba est en que muy pocos habitantes de Buenos Aires perma-necen en la ciudad durante sus vacaciones y que es muy raro encontrarun argentino que no haya vivido, durante algunas semanas por lo me-nos, en Crdoba, Tucumn y Bariloche. Cuntos limeos pueden decirlo mismo de Arequipa, Cuzco o Iquitos? Para un peruano, viajar por elinterior de su pas es someterse voluntariamente a una serie de pruebasriesgosas cuando no infamantes. Y si nos desconocemos, nos desprecia-mos. De ah que exista una especie de gente negativa que, a ms de igno-rar al Per, lo posponga sistemticamente en su afecto.

    Doble beneficio

    Es sencillo suponer qu impresin lleva el turista extranjero que va aArequipa y se aloja en el hotel de Selva Alegre con el objeto de contem-plar el Misti, hermoso espectculo natural, y se encuentra con que nin-guna de las habitaciones del edificio da hacia ese punto. Y no cuestatrabajo imaginar qu concepto tiene del Per el forastero que acude aadmirar Machu Picchu y tiene previamente que realizar el viaje hacia lazona donde se hallan las ruinas en uno de los incmodos autovagonesque hacen la ruta y ascender hacia la cumbre en aquellas camionetas queparece que van a ceder inesperadamente al peso de su carga e ir a dar conella al fondo del abismo. Poco esfuerzo de fantasa, en fin, es necesariopara suponer el efecto que hace al extranjero el escandaloso hecho que

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    ninguna ventana del hotel de Puno se proyecte hacia el lago Titicaca,principal seuelo de la visita a dicha ciudad.

    No aadamos a esta relacin la mala atencin, los transportesincmodos, las molestias burocrticas, el cmulo de obstculos que seimponen entre el husped y su destino. Digamos, ms bien, que se impo-ne la creacin de un organismo que se dedique a trazar un plan encami-nado a atraer hacia el Per las grandes masas de turistas que anualmen-te salen de los Estados Unidos y otros pases ricos a los puntos de mayoratraccin: Espaa, Cuba, Mjico, Italia, Francia, tienen establecidas enti-dades que cumplen esa finalidad y no sera gran tarea imitar los progra-mas que esos pases poseen y aplicarlos a nuestra patria. Una vez ms,solicitemos mayor inters del estado por un campo que est por explotary del cual, a no dudarlo, puede esperarse un doble beneficio: el material,constituido por la renta que representar, y el moral, determinado por elprestigio que procurar al pas en todo el mundo.

    Publicado en La Prensa, 21 de junio de 1955, p. 8.

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    La ciudad que semeja al pas

    El asfixiante centralismo en que ha vivido el Per, durante casi toda suhistoria, ha consolidado en la conciencia selecta del pas provinciano,una idea de reprobacin y rechazo hacia Lima, la absorbente capital, yha fecundado, tambin, un correlativo resentimiento que, por estar justi-ficado, a nadie puede considerar arbitrario. Mientras Lima ha crecido yprogresado, a costa sin duda de las energas robadas al trabajo y la pro-duccin del resto de la patria, la Repblica entera se ha sumido en elahogo que hoy, quiz mas que nunca, la abruma. Ha sido una entregatotal o un vasallaje, cuyo efecto negativo no es tanto la anmica condi-cin de la economa provinciana, cuanto la opulencia parcial de estacabeza nacional, en la cual, al modo de un reducido centralismo urbano,de la periferia hacia adentro, se distinguen los mismos escalones quemuestra toda la nacin, los que van de la miseria srdida e inhumana allujo desenfrenado y banal.

    Y si en la mente sencilla del pueblo provinciano la imagen de Limase ofrece con los caracteres del mito paradisiaco, al que hay que acudirpara encontrar la dicha, en el pensamiento de las personas ilustradasnuestra ciudad constituye el vientre tumefacto y siempre insatisfechoque se nutre con la sangre de quienes de l dependen. As se ha creado laleyenda negra de Lima, que proclama que nuestra ciudad no es el Per o,peor an, que es el anti-Per. Sin embargo, tales definiciones slo pue-den explicarse como frutos del acerbo sentimiento que ha cuajado en elcorazn de los nacidos all donde la prosperidad capitalina ha signifi-cado, a contrapelo, desmedro y pobreza, opacidad y dolor, rutina y des-truccin. Porque en el fondo, bien mirada la cuestin, Lima no slo esseccin principal del Per sino que representa su sntesis, especialmenteen lo que se refiere a la estructura social. Como todas las capitales del

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    mundo, Lima es la ciudad de los provincianos, el lugar donde se renen,como en una abigarrada y hormigueante gora, gentes venidas de todoslos confines del amplio territorio peruano. Si no, que se interrogue a lasmasas que ocupan sus calles, a la hora de la tarea o en la fiesta, por suorigen: se ver que aqu est el crisol de lo que el pas, en su vrticeactual, promete para maana.

    Y el provinciano, al mismo tiempo, as como recibe el impacto de lametrpoli, as como cambia sus maneras y sus caractersticas, adopta, encambio, otras cosmopolitas o citadinas, entrega, por medio de una tcitapermuta, ciertos elementos propios y los incorpora a la personalidad dela urbe, la cual en seguida los adquiere y particulariza. En su ltimavisita a nuestra capital, el famoso antroplogo francs Pal Rivet afirma-ba que vea con agrado y satisfaccin que Lima se estuviera convirtiendoen una poblacin india. Y esto es cierto. La provincia ha trado aqu staperuansima contribucin racial y ella se ha tornado limea.

    Un recorrido por la capital nos proporciona, adems, el testimoniopatente de la situacin de todo el Per. Desde los barrios y urbanizacio-nes clandestinas en cuyos recovecos y callejuelas es posible distinguirel remedo de la aldea andina, que el habitante naturalmente, al construirsu improvisada vivienda, ha evocado hasta el centro, y de aqu a laszonas residenciales la Lima quiz propiamente dicha, por lo florida,por lo pacfica, por lo conventual que se nos aparece el itinerario nosmuestra la gama peruana: all, en los cerros, el hombre del Ande, laprovincia campesina que ha emigrado en busca de un premio que nohall; luego, en los barrios que ayer fueran el ncleo de la villa y que hoy,venidos a menos, subsisten como refugio de los menesterosos, las razascosteas mestizos, mulatos y negros; ms ac, en las urbanizacio-nes modestas de la clase media, el compacto conjunto de la empleocraciaaspirante, en la que no hay distingos de procedencia y en la cual sejuntan y entremezclan, sin discriminaciones, las familias, sean chicla-yanas, cuzqueas o loretanas. El centro no es tampoco el predio de loslimeos: es el meollo de esta mvil y efervescente cita nacional. Tal vez,como dijimos arriba, sean los sectores residenciales los que constituyenla parte genuina de la ciudad, el bastin representativo del centralismoque devora los productos del esfuerzo de los ciudadanos del Norte, elCentro, el Sur y el Oriente patrios.

    En recientes artculos, el autor de estas lneas coment el expedienteurbano de nuestra capital, las cuestiones que su magnitud plantea a losespecialistas en los problemas metropolitanos. Dicha causa urbanstica,

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    en pleno proceso, demuestra que Lima lleva un ritmo de crecimiento sinpausa, a costa, por supuesto, de las dems regiones del pas. Se trata deun hecho que no puede condenarse con acusaciones, violentas y acres,sino que merece estudio, meditacin y frmulas prcticas de solucin.Ante todo, la descentralizacin, pero la descentralizacin cientfica, yluego la devolucin a la provincia de todo aquello que le pertenece mate-rial y espiritualmente. As se retornar a la legtima comunidad, esa queest levantada slidamente sobre las bases de la recproca admiracin,sin rencores ni escisiones, tal como destella en el smbolo peruano: firmey feliz por la unin.

    Publicado en La Prensa, 16 de febrero de 1956, p. 8.

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    Sociedad, delincuencia, castigo

    En la columna de cartas a este diario apareci hace unos das la extensamisiva de un lector acerca del auge de la delincuencia en Lima en la cualexpona sus puntos de vista sobre la manera de reprimirla. Con muybuena intencin y explicable alarma, nuestro amigo, que llamaba a losladrones y asaltantes que proliferan en ciertos barrios de nuestra ciudadnada menos que abortos de la naturaleza, pareca entender el graveproblema a que aluda con una suerte de azarosa generacin espontneaa la cual haba que combatir como la enfermedad en el cuerpo humano,mediante la extirpacin del rgano virulento y la extirpacin de los gr-menes que lo corroen. Propona as contra tanto zngano y depravado(con sus palabras) juicios sumarios, y tal vez meramente policiales, con-finamiento en un penal de la selva por veinte aos y trabajos forzados.Otra de sus expresiones era que para alejar el fantasma de los delin-cuentes era preciso el establecimiento de guardias perennes o serenazgosen todas las esquinas.

    Si se tomaran las medidas que este amigo lector sugiere estoy seguroque la delincuencia no disminuira, y ello por una sola y simple razn:en el cuerpo social los males deben ser remediados merced a un sistemadistinto de la mutilacin, pues el foco de la infeccin no est aqu o all,no radica en ciertos individuos o grupos humanos, no se expresa porpredisposicin o instinto congnito a la naturaleza. Si los delincuentesson abortos para usar la frmula del lector, lo son de la sociedadmisma. Nadie nace estigmatizado por la criminalidad, nadie tiene undestino moral preestablecido. Los franceses dicen que el mal corre, esdecir, que se contamina y propaga, y lo dicen pensando que no es posiblecombatir la violencia con la violencia, puesto que la que se usa comosupuesto correctivo acta a su turno como estmulo. Este es, de otra par-

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    te, el mejor argumento de los abolicionistas de la pena de muerte, que noson pocos ni insignificantes en el mundo. Si se incrementa la delincuen-cia en nuestro medio es porque hay miseria, no hay trabajo y la educa-cin es poco menos que exclusiva de una parte de la poblacin. El delin-cuente, como quera Concepcin Arenal, es digno de compasin. Es unavctima del rgimen social que predomina en una comunidad.

    Pongmonos en el caso de un desdichado nacido en una de lasinmundas, pavorosas barriadas de esta capital. Pensemos en su infanciahambrienta, callejera, tempranamente dedicada al penoso trabajo de lus-trabotas, del cuidador de carros, del vendedor ambulante. Sin educa-cin, sin cultura, ese individuo llegar a hombre carente de todo instru-mento para ser til a s y a su comunidad. Si antes de la dolencia no hadelinquido y ello por necesidad, lo har en cuanto pueda, porque allado de su pobreza tendr la diaria y pertinaz exaltacin del lujo, de lamesa desbordante, del placer. Para conseguir primero el pan y luego, enun proceso de corrupcin, los elementos de la concupiscencia que tantosvehculos de expresin le ofrecen, robar y hasta matar. La crcel no lopuede intimidar, porque su juego es un juego de vida o muerte. El Sepa?Los trabajos forzados? La represin drstica? Slo harn ms terrible,ms cruel, la organizacin de nuestra vida social. Por eso disentimos delamigo lector y por eso tambin propugnamos propugnamos, s unareforma de la sociedad peruana que permita la creacin de fuentes detrabajo, de vivienda sana, de escuelas, de bienestar, en una palabra, endonde las inmensas mayoras no reciban la existencia como una pugnahorrenda para sobrevivir de cualquier manera y a cualquier precio.

    Publicado en El Comercio, 17 de enero de 1961, p. 2.

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    Un santo entre nosotros

    He aqu un santo. Hemos escuchado de sus labios, en los que se sucedenla dulce sonrisa y el rictus melanclico, palabras que son consignas,advertencias que apuntan, segn lo queramos, un futuro alegre o desdi-chado; ideas en las cuales la certitud esplende sin contestacin posible.Su ademn es de amor, pero mueve su corazn tambin, como en losprofetas, el rigor de un mandamiento ineludible. El cronista ha estadocerca de l, como un inmerecido privilegio, para orlo y trasmitir, en sustorpes palabras cuotidianas, el lquido mensaje que trae. En nuestra ciu-dad frvola, que quiso hacerlo objeto slo de su novelera y contingentehospitalidad, su verbo parablico se clavar como una flecha de fuego.Ha descubierto la comedia en la que aqu se vive: el lujo y la comodidadde unos cuantos y la carencia casi absoluta de los ms. A stos les hapedido que no pierdan la esperanza y a aquellos les ha sealado sunico y fatal deber de cristianos, de humanos. Esto es, dar. Y no dar lamigaja del banquete, sino dar con la plenitud generosa del que compren-de que amar es arriesgarse, sacrificarse, sufrir con los que sufren. Laespuma de la sociedad peruana debe emplear su influencia, su poder, suriqueza, para obtener el bienestar comn, la paz colectiva. Esto ha dichoel abate Pierre.

    Nos ha hablado de la obra de Meaux. No se trata, en verdad, de unainstitucin de beneficencia a la manera tradicional, ni un sistema paratranquilizar la conciencia atemorizada de los burgueses. Es una formade la encarnacin en el dolor. Para explicarlo emplea la imagen del r-bol. Un rbol es tronco, ramas, hojas, flores y frutos. Todo ello, sin embar-go, no vivira si no existiera la raz. La raz no tiene pompas, que estdentro de la tierra, en el estircol y la basura, extrayendo de ellos la saviaque infunde belleza a la planta. En la obra de Meaux nada tiene sentido

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    si no se dan los voluntarios que conviven con los pobres, que compartensu dolor, que se empapan de la miseria, y en ese medio desdichado cons-truyen y redimen al hombre. Los voluntarios constituyen esa raz ocultay esencial: el resto ha de ser, con la ayuda que preste, la parte visible yexterna de la obra. Hay necesidad, pues, de voluntarios que, durante unplazo largo o corto, vayan al fondo mismo de la vida pobre y en ella inicienlo que ser poco a poco una movilizacin general contra la miseria.

    El joven que haya estado cumpliendo este servicio, no influir ensu familia en el sentido de compartir sus bienes con los que no lo tienen?En el gobierno, faltar a sus obligaciones morales y polticas con res-pecto a la comunidad? Mientras los amigos de Meaux cooperan, ms quecon limosnas, con su actividad y su influencia, en la tarea de recupera-cin, los voluntarios, en una suerte de compenetracin prctica y msticacon la pobreza, por medio del trabajo, llevarn a cabo la revolucin.Porque se trata de una revolucin sin violencia la que proclama el abatePierre.

    La semilla inicial de los primeros voluntarios que a Lima vendrnde Suecia y de Francia, es una especie de ecumenismo promisor de unatotal fraternidad futura crecer como creci en otros pases, y el peque-o grupo de los amigos que lo respaldan y sostienen ser tambin cadavez mayor. Aqullos harn su servicio vivo y paciente; stos echarn lasbases de los talleres, las fbricas, las cooperativas, etc., en los cuales losricos que comprendan que es llegada la hora de dar sin inters mucho delo que les sobra, pondrn sus capitales a disposicin de las mayoras.Ha sonado el fin de la monedita en el cepillo, del mendrugo distribuidoen la puerta falsa, de la mezquina limosna. En la medida del sacrificio sedescubrir el amor que recobra su reino entre los hombres.

    Un santo ha estado entre nosotros. No es un santo contemplativo,sumido en su visin iluminada. Es un santo de voz ardiente, que marchasobre la tierra urgido por un quehacer que sobrepuja sus fuerzas y queno tiene contemplaciones para con los culpables del estado de cosasactual. Si el dinero no est precedido por lo humano ha dicho es unacosa abominable. Cuntos peruanos han hecho de esa cosa abominablesu nica devocin? Meditmoslo y hagmonos soldados de la lucha queel visionario francs ha emprendido.

    Publicado en El Comercio, 16 de agosto de 1959, p. 2.

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    Hoy 400 mil, maana un milln

    El fenmeno de las barriadas no es exclusivo de Lima y esta verdad esel consuelo de muchos tontos que justifican los males sociales por suabundancia en el mundo. El hecho de que en torno a una serie de gran-des ciudades se haya creado semejante cinturn de miseria constituyeprueba irrebatible de que semejantes defectos de organizacin las apare-jan y las hacen vctimas de semejantes problemas. El Fondo Nacional deSalud y Bienestar ha dado a conocer los resultados de un censo sobre elparticular y ha revelado que 400 mil personas habitan esas urbanizacio-nes clandestinas. La tercera parte, pues, de la capital se hacina en cho-zas (muy pocas barriadas exhiben construcciones de material noble) yexiste en las precarias condiciones que son propias de una agrupacinhumana que comienza como provisional y termina siendo definitiva. Enesto s nuestra ciudad no puede apelar a ninguna identidad con otroscentros urbanos del mundo. Su ndice de crecimiento de diez aos a estaparte muestra un ritmo acelerado que, de tener autoridades atentas, de-bera haberse interpretado como manifestacin de una crisis digna decorrectivos profundos y altamente eficaces. No es de esa ndole, por cier-to, la ley promulgada recientemente, que si bien procura a esas concen-traciones algunas ventajas, favorables a su mejoramiento interno, no afec-ta a la causa fundamental que las determina.

    En verdad, como lo advirtiera el abate Pierre, no son ni leyes delorden de aqulla ni un plan de construcciones que reemplace el tuguriopor la habitacin medianamente higinica y holgada los remedios deesta neoplasia urbana. El xodo provinciano, especialmente campesino,a la ciudad no se produce por un mero capricho de los emigrantes. Lafalta de trabajo, los salarios miserables, la vida chata y sin posibilidadespara el futuro, etc., que en pases macrocfalos hacen del poblado excn-

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    trico un desierto, empujan a las gentes a buscar esas luces de la ciudadque, a la postre, tambin las defraudan. Nadie, sin embargo, emprende elretorno. Una excelente pelcula de Visconti nos ofrece en estos das elcaso de una madre y sus hijos a quienes Miln dispara hacia la tragedia.La provincia es centrpeta, rene el hogar en torno a la tradicin pacficaque le es caracterstica. La gran ciudad, en cambio, es centrfuga: desco-yunta la unidad hogarea y lanza a sus integrantes por diversos cami-nos, algunos terribles. Mientras no se eleve el nivel de vida provinciano,sobre todo el de la clase trabajadora, seguirn viniendo a Lima esas vc-timas del espejismo urbano,, con desmedro no slo del lugar natal decada uno sino, lo que es tan grave como aquello, con el descaecimientode la capital abrumada de parias desocupados y descontentos. El sedan-te que el gobierno ha decidido aplicar la Ley de Barriadas ser unseuelo ms para multiplicar la migracin y, por ende, para complicar elproblema.

    Una vez ms habr que referirse, con disgusto de los liberales quenos abruman desde el poder, a la necesidad de un cambio de estructurasen la organizacin socioeconmica del pas. En tanto no se transforme elfundamento de nuestra economa meramente exportadora e importadora,es decir, en tanto no se industrialice el pas, se eleve la capacidad deconsumo de las masas, se planifique el desarrollo nacional cabalmente,no se acabar con este problema de las barriadas, en las que se alojanhoy las 400 mil personas y en las cuales vivirn, tensas como la energainestable de un explosivo, un milln maana. El que no entiende esto esun incapaz y carece de lo intelectualmente esencial para dirigir la mar-cha del pas.

    Publicado en El Comercio, 15 de junio de 1961, p. 2.

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    Un sacrificio humano en la prensa

    La prensa local ha abierto el vasto abanico de sus columnas tan celo-sas para la informacin que importe algo edificante para la sociedadal crimen de moda, que se ventila actualmente en los tribunales. Loshechos del suceso, a los que se imbrican mltiples intimidades de lospersonajes, precisamente de aquellas que ataen ms bien al inters, dela terapia psquica, no son el objeto de esta nota, sino la desaforadapublicidad que ellos han merecido. Los mismos rganos de expresinque suelen moralizar en editoriales de fondo, que suelen mostrarse par-tidarios de la censura cinematogrfica, que levantan su voz de alarmaante la crisis juvenil, no han vacilado en imprimir, subrayndolas, lasconfesiones sobre prcticas y relaciones sexuales de los actores del dra-ma. Este doble rasero, esta gravsima contradiccin, es consciente y, enconsecuencia, compromete la responsabilidad de los editores. En ltimotrmino, el sacrificio humano que diariamente se consuma en la infor-macin y el comentario es ofrecido a un pequeo dios del periodismocontemporneo: la circulacin.

    Peor que el crimen

    Es cierto lo que sostienen los devotos de esta deidad: los lectores recla-man la minuciosa y si es posible ornamentada transcripcin de los epi-sodios del juicio, especialmente los que revelan, si lo hay, un fondo mor-boso. La demanda no es siempre de la misma ndole: proviene unasveces de los curiosos, otras de los que anhelan excitaciones inhabituales,bastantes de los que confirman sus propias inclinaciones. Pero que laprensa est dispuesta a abastecer el producto anmalo por ganar la com-petencia competencia en la cual, en un momento dado, se pierde toda

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    nocin de las limitaciones depende en esencia de que la noticia se haconvertido en una mercadera, ms solicitada cuanto ms inslita, cuan-to ms extraa o brutal es. Ninguna persona, por ms elemental que seasu cultura, ignora que instintos y pasiones humanas suelen ser, con msfrecuencia de lo que se supone, deformes, pero que en tales casos no es laexhibicin escandalosa lo que los corrige sino el tratamiento sereno, re-servado y sistemtico de la ciencia. Un crimen que la justicia estudiapara dictar su sancin de acuerdo a las leyes, no puede juzgarse a puertacerrada, es verdad, pero si en los pliegues psicolgicos y morales dequienes lo cometieron y en los hechos que precedieron a los actos haysituaciones que arrastran en su torrente la honra de unos, la inocenciade otros, la dignidad o el prestigio otros ms, hay un deber social deevitar que se convierta en espectacularidad tenebrosa y negativo ejem-plo. Mercar todo esto es tanto peor que el crimen mismo.

    La deidad agradecida

    En el caso que nos ocupa, de otra parte, hay un aspecto particularmentecondenable que se suma al ya repulsivo de la publicidad aparatosa queno conoce el pudor ni la conmiseracin. Es el de la formacin de banderas;stos estn por una de las partes, aqullas por la otra. La informacin nose constrie, como debiera, a sintetizar las sesiones del tribunal sino queprocura inclinar la opinin a cada uno de los lados de esa balanza quealegricamente sostiene la divisa de los ojos vendados. A la postre, sinpiedad por la acusada, por la vctima, por los familiares de ambos (entrelos cuales hay dos nias que hoy o maana sufrirn las consecuenciasde esta historia), se da un carcter competitivo (y se podra decir depor-tivo si la palabra no sonara a sarcasmo) a lo que es preciso que sea unracional y objetivo anlisis de los sucesos. Tambin aqu la divinidad esmercantil. La norma para ser: Vendamos ms papel aunque estampadaen sus pliegos sangre salpique a los lectores. La sacra circulacin loagradece en dinero.

    Aprendices de brujos

    Es cierto que el mundo contemporneo se satisface fracturando la intimi-dad ajena y que el comercio se incrementa ofrecindola. Pero eso no esfruto del azar sino de la estructura social que ha creado un hombre-masa, un numero entre otros nmeros, que aspira a individualizarse

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    individualizando a los dems, aunque sea mediante el escarnio de una oms personas. Y los instrumentos de difusin, que deberan estar al ser-vicio de la restitucin de lo humano en su cabalidad su obra positiva,su mrito personal, su trascendencia histrica, su valor social prefie-ren sacar partido de esa ansiedad estimulando las tendencias oscuras yequvocas. Desatan esa hambre victimaria y luego se justifican diciendoque es la que prevalece y los hace a ellos mismos prevalecer. Como losaprendices de brujos, sus poderes los dominan. Ah estn las columnasde la prensa local en su loca carrera, y de nada han de servir, si la limita-cin no emana de la autoridad, reflexiones como las que sacerdotes,maestros y socilogos han expresado recientemente a propsito del sa-crificio humano que en el periodismo de estos das est realizndose.

    Publicado en Oiga, N. 126, 28 de mayo de 1965, pp. 8-9.

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    Pinglo y nuestro pueblo

    Ayer se cumpli el 25 aniversario de la muerte de Felipe Pinglo. AquelFelipe de los pobres como le ha llamado Gonzalo Rose supo, pormera intuicin, cmo quera que el pueblo mestizo que se expresaran suvida interior, sus penas y sus amores. Y en las melodas que compuso, alas que puso versos ingenuos, la gente de Lima hall su voz trmula, deneblina y desolacin. No fue el trovador encendido y pasional de unconglomerado humano posedo por la alegra de vivir. Ms bien se hizoeco de las angustias de aquellos a quienes, por injusticia, una sociedadegosta coloc al margen de todo premio, de toda recompensa. El plebeyoes una pgina que por haber sido cantada sin pausa y considerada asuna suerte de protesta, recibi esa consagracin incontrovertible que esla costumbre. Incorporada a la tradicin a esa parte de la tradicin queno se vincula a ninguna remembranza urea de historia edulcorada, deleyenda cortesana, la msica de Pinglo es algo que ser imposibleseparar de la idea de esta Lima de hoy, colmada de contradicciones aveces patticas, hormiguero de pompas vanas y miserias desgarradoras,panal de mieles recnditas y, sin embargo, insuficientes para tanta ansiade dicha como hay. Msica de fondo de un filme tedioso en que rostrosdesencajados, luces mortecinas y soledades se repiten como en un sueode inhibicin.

    Se ha anotado inteligentemente que el poeta popular evita, porquequiere imitar al poeta culto, el lenguaje del pueblo. Los payadores argen-tinos escribieron versos en los cuales ninguna palabra provena del ha-bla del campo, en tanto los gauchescos (Hernndez a la cabeza), escrito-res de oficio y generalmente con formacin intelectual, transcribieron ensus composiciones vocablos y giros del hombre rstico, del campesino,procurando que su obra fingiera la creacin colectiva. El caso de Pinglo

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    es exactamente el mismo: el sentimiento es popular, s, pero su expresinapuntaba a la forma ilustrada, al poema propiamente dicho. La nochecubre ya/con su negro crespn, etc., intenta decir, con elegancia frus-trada y metafricamente, el soledoso monlogo del enamorado plebeyoante la amada inaccesible. De ah su encanto, precisamente; su saborlocal y su gracia. La condicin folclrica est ms all del comps delvals, tambin culto, y de la forma pretenciosa que asume el mensaje.Quiz lo ms autntico de la msica criolla sea su inautenticidad previa.

    El vals peruano es un gnero curioso, lleno de peculiaridad. Notiene ese ritmo que enajena de lo negroide, en cierto modo universal,pues el negro es universal, ni esa fuerza poseedora del jazz que se iden-tifica con el espritu de una cultura que se ha expandido y que ha termi-nado por ser ecumnica. Nuestro vals tiene necesidad de un odo y ungusto muy particulares. No se le entiende ni se le aprecia si no es limeo.Y esto es complejo. Hay que compadecerse con todo lo positivo y lo nega-tivo de nuestra ciudad, de nuestro carcter individual, de nuestra entra-a espiritual. Escuchando lejos, en un medio ajeno, donde resulta ines-perado, es sencillamente lnguido, insignificante, absurdo. Slo quienlleva adentro la impronta de la ciudad india, negra, blanca, siente eltoque humano que lleva consigo, siente la vida que contiene. Es unaclave nuestra el vals criollo, una especie de comunicacin secreta decosas melanclicas: gara, calles desoladas, balcones vacos, geranios obuganvillas, y tambin pobrezas que se olvidan porque esa ha sido lanica manera de combatirlas. Pinglo alcanza esa tesitura como ningnotro. Por eso es representativo.

    El canto, el presente. No hizo, como est al uso, recuerdos de virre-yes, tapadas y misturas, sino que verti en su msica y en sus versos sudolor de aqu y ahora. Tampoco pretendi ser original inventando unajerga o retratando cierta picarda original como humor. Fue lo que es elpueblo limeo, simple, afectivo, emocional, resignado, dulce, corts,amable. Sus creaciones son todo eso y ms an. Merece, como ningnotro cantor del pueblo, el homenaje que se le tributa, no el anual queasume fechas, sino el diario que en el corazn del hombre annimo loreconoce como su ideal, como su presencia por encima del tiempo y sustransformaciones.

    Publicado en El Comercio, 14 de mayo de 1961, p. 2.

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    El coliseo, laboratorio de mestizaje

    El Mambo de Machaguay es hijo del mestizaje contemporneo. En l loindio y lo negroide internacional se integran. Habr quienes se horrori-cen de ese hbrido del show radial y el fresco folclor campesino, pero lasrealidades son y nunca se ha ganado ninguna batalla negando la pre-sencia del enemigo.

    Lima es hoy, como nunca antes, la retorta de una emulsin culturalen la que el hombre de los Andes y su tradicin se unen al hombre, lascostumbres, la moral y las formas sociales que han sedimentado, origi-nales y postizas, en la capitalidad de nuestra ciudad.

    Canta en puna

    El proceso de mezcla puede verse domingo a domingo bajo la carpa delos coliseos durante ocho horas, desde el comienzo de la tarde hasta lamedianoche, cinco mil constantemente renovados espectadores aprecian,sobre un elemental tablado, el largo desfile de bailarines, cantantes,msicos, cmicos y hasta acrbatas procedentes del norte, el centro y elsur de la serrana peruana.

    En seguida del conjunto de fresca autenticidad, que transporta alescenario el canto y la meloda en estado puro, es posible or a la sopranoincaica que escala fatigosamente las cuatro octavas de Ima Smac, entanto un bailarn de tijeras como el mitolgico Rasu iti de Arguedasalterna con un negrito currupantioso y avispado que refuta, con unquechua artificioso, el dicho de que gallinazo no canta en puna.

    Ni vencedor ni vencido

    El empelln del amor serrano que arranca carcajadas unnimes, loscharros mejicanos que remedan en falsete la voz abierta de Jorge

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    Negrete, la graciosa mestiza que alterna el valseo criollo y la muliza deCerro, el arpa solitaria que entona el triste, estn en desatinada confu-sin, hirviendo en una infusin cuya substancia ser, sin duda, la delPer de maana, la del Per de siempre. Pero no hay que olvidar que,cubierta por el cielo de lona, esta muchedumbre que grita, palmea, silba(despiadada), mastica, se mueve, re, queda en silencio, reclama el bis,compra y vende golosinas y viandas, hora tras hora, participando comoen el teatro chino, a medias de s misma y a medias del espectculo. Elsentimiento y la rivalidad regionales aparecen de improviso en este ja-leo, y viene la competencia entre un prodigioso danzarn del sur y otrono menos hbil del centro. No hay vencedor ni vencido, pero los dosbandos se han comunicado por medio de su arte bello y elemental.

    Sabor de la tierruca

    En Lima, en los coliseos, se puede medir el grado del amestizamientoperuano. Los que aqu viven y bajo la carpa se divierten son de sus viejosy lejanos pueblos y son al mismo tiempo, de la ciudad. Como el Mambo deMachaguay, precisamente, en el cual se compenetran el oscuro ro de laraza de bronce y el aluvin incoloro y cosmopolita que se vierte por lasladeras de la vida urbana. Esa suma, mientras se haga bajo el signoindgena, ser obligadamente peruana. Tendr el sabor de la tierruca, dela patria varia y, sin embargo, una.

    Publicado en Oiga, N. 12, 12 de febrero de 1963, p. 9.

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    Recuperar la ciudad perdida

    Ral Porras Barrenechea ha contado, en una hermosa conferencia desti-nada a los arquitectos y urbanistas, que Lima era en los tiempos colonia-les una villa de alamedas, jardines y paseos arbolados. Cronistas y via-jeros la describen como una poblacin favorecida por las flores y lasplantas, de las cuales gozaban, en su trajn cuotidiano, los viandantes.De aquella poca a hoy, no obstante el escaso caudal de nuestro ro,mucha agua ha corrido bajo los puentes del Rmac, y hemos arribado a lagran urbe uno de cuyos ms graves problemas urbanos es la asfixia porla falta de parques. Fcil resulta observar que las zonas de recreacincon que hoy contamos son obra del pasado y que de veinte o ms aos aesta parte, excepto alguna que otra plazuela, no se ha trazado ningunarea extensa para esparcimiento de los agobiados ciudadanos. Estamos,pues, en camino de hacer de la antigua ciudad verde un grisceo y mo-ntono bloque de edificios y vas asfaltadas. Es decir, un verdadero in-fierno, ya que el infierno ha de concebirse como la antinaturaleza.

    El hombre de la ciudad moderna es un bicho particular y muchos desus defectos provienen, sin duda, de las deformaciones que la vidaclausurada le imprimen desde nio. Imaginemos al pequeo que nace enun departamento de un edificio cntrico y ah transcurre, sin otro hori-zonte que el que le brindan de vez en cuando ciertas peridicas salidasal campo o a la playa, la mayor parte de su infancia y adolescencia.Habr en l, en su psicologa, la impronta del trfago citadino, de laestrechez de sus panoramas, del ahogo de su mbito, lo que se expresaren egosmo, amargura, tensin e intolerancia. Sin pecar de deterministas,se puede afirmar que el medio condiciona el espritu de un ser, y el hom-bre de la ciudad contempornea, ese hombre masivo que es, a un tiempo,muchedumbre y soledad, constituye el factor principal de la historia

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    presente, tan plena de contradicciones dolorosas, tan feroz y mezquina.Los socilogos no han dejado de considerar la importancia que tiene enla vida humana esta carencia de espacio, y los urbanistas al da sabenque no se pueden planear ni viviendas ni centros habitados sin insertaren ellos zonas de expansin en las cuales la naturaleza vegetacin,agua, elevaciones del terreno, etc. est al alcance de todos.

    Quien tiene jardn en su casa, o quien por fortuna vive cerca de unode los pocos parques que hay en Lima, no tiene conciencia de lo quepadece el que se aloja en uno de esos sectores urbanos pongamos comopattico modelo el hosco barrio sarcsticamente llamado El Porvenirdonde hallar un trozo verde es poco menos que un milagro. Lima estsituada en un oasis y en torno a ella, como bien lo sabemos, el arenal seextiende con su inexorable uniformidad, con su abrumadora constanciaincolora. Si una madre quiere que sus hijos gocen un poco de la purezadel aire limpiado por la vegetacin, o un anciano desea transcurrir entrela amable y acogedora sombra de los rboles, o un convaleciente aspira areponerse con la estimulante exhalacin de la vegetacin, no podr ha-cerlo sino a costa de esfuerzos extraordinarios. He ah un pequeo dra-ma, no por pequeo menos triste que los que llenan las pginas de lasnovelas o las piezas de teatro. Vivirlo puede fecundar en el alma demucha gente tremendos resentimientos.

    No es por un prurito sin fundamento que algunos levantan su vozen pro de una mayor y mejor atencin a este defecto de nuestra ciudad, ala cual el progreso le ha pedido en pago el precio de su tradicin deciudad de alamedas y parques arbolados. Si a Pars le exigieran comoretribucin a cualquier favor, a cualquier don necesario, la supresin deapenas un trozo de alguno de sus bosques, los parisienses diran rotun-damente que no, porque saben que ellos son como el pan para la vida.Otro tanto sucedera en Nueva York, Londres o Buenos Aires. Nosotros,que vendimos por un plato de lentejas la primogenitura continental, es-tamos a tiempo de volver a ser esa villa de verdor que Ral PorrasBarrenechea reconstruyera en su charla a los arquitectos y urbanistas yque es uno de los ms bellos recuerdos que guarda nuestra frgil memo-ria. Tal vez esa reconquista sea posible: Quien la inicie ser un benefac-tor de Lima.

    Publicado en La prensa, 3 de febrero de 1958, p. 8.