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E sta vez nos traslada- mos tierra adentro. Digo “nos” porque me acompañan el portátil y la grabadora. Vamos al últi- mo reino que se unió a la co- rona de España, a una tierra que en tiempos antiguos tuvo a San Sebastián por puerto de salida al mar. El nombre de aquel reino era Navarra y su capital, Pamplona, ciudad que al principio de nuestra historia estaba formada por tres burgos, aunque algunos historiadores le añaden un cuarto. De los tres en los que estuvo dividida la ciudad, la Navarrería, el Burgo de San Cernín y la Población de San Nicolás, nos fijamos en es- te último que se encuentra reproducido en una de las vidrieras de la escalera no- ble del Ayuntamiento de la ciudad. En él, se aprecia una nave que lleva en la popa a un Obispo con su báculo, distintivo del poder que os- tenta y, en la parte de proa, lleva tres personas. El tres es una constante en la vida del santo. De todos modos, este santo fue tan popular en la antigüedad que tiene templos consagrados por todo el mundo, es invocado en situaciones de peligro, en incendios, en situacio- nes económicas difíciles y, por sus actuaciones sobre el mar, se venera como patro- no de los marineros. Quizás por esta última advocación y representación es por lo que a la Pamplona de hoy haya llegado la afición a las cosas del mar y de la mar. De todos modos, aque- llos fueron otros tiempos. Los franceses entraron en la Navarrería en 1276 y la destrozaron. La ciudad vuel- ve a rehacerse y, a partir de 1324, adscrita al fuero de Jaca, Pamplona vuelve a su antigua fisonomía; «tres ciu- dades en una». Y así perma- neció hasta que Carlos III, el Noble, promulgó en 1423 el Privilegio de la Unión, crean- do una sola municipalidad fundiendo los tres burgos en un solar único, el de hoy, al que he llegado en una solea- da mañana de primavera. Hoy me resulta difícil en- contrar la manera de hacer la presentación de una nue- va faceta de los modelistas navales, unas personas que casi siempre han trabajado en el silencio de sus peque- ños talleres. Y han trabajado en silencio porque quizás nunca encontraron un hue- co, un lugar o unos amigos que se interesasen por su obra. En esos largos silencios gestaron sus mejores obras, que tal vez alguna vez sal- drán a la luz. Hace años que en el gru- po de Historia y Modelismo Naval de la Sociedad de Oceanografía de Guipúzcoa, se nos acercó una persona seria, silenciosa, de buenos modales, de palabra fácil y amena cuando hablaba de barcos, de sus barcos. Le costó tiempo conseguir que le hiciésemos un hueco en nuestras charlas. Nosotros 34 · MÁS NAVÍOS Ante los nuevos materiales y las nuevas tecnologías para los barcos de siempre Fotos y textos: Puri Noguera y Jesús Mª Lizarraga Reflexiones de un ARTÍCULO Clermont Clermont

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Esta vez nos traslada-mos tierra adentro. Digo “nos” porque me acompañan el portátil

y la grabadora. Vamos al últi-mo reino que se unió a la co-rona de España, a una tierra que en tiempos antiguos tuvo a San Sebastián por puerto de salida al mar. El nombre de aquel reino era Navarra y su capital, Pamplona, ciudad que al principio de nuestra historia estaba formada por tres burgos, aunque algunos historiadores le añaden un cuarto. De los tres en los que estuvo dividida la ciudad, la Navarrería, el Burgo de San Cernín y la Población de San Nicolás, nos fijamos en es-te último que se encuentra reproducido en una de las vidrieras de la escalera no-ble del Ayuntamiento de la ciudad. En él, se aprecia una nave que lleva en la popa a un Obispo con su báculo, distintivo del poder que os-tenta y, en la parte de proa, lleva tres personas. El tres es una constante en la vida del santo. De todos modos, este santo fue tan popular

en la antigüedad que tiene templos consagrados por todo el mundo, es invocado en situaciones de peligro, en incendios, en situacio-nes económicas difíciles y, por sus actuaciones sobre el mar, se venera como patro-no de los marineros. Quizás por esta última advocación y

representación es por lo que a la Pamplona de hoy haya llegado la afición a las cosas del mar y de la mar.

De todos modos, aque-llos fueron otros tiempos. Los franceses entraron en la Navarrería en 1276 y la destrozaron. La ciudad vuel-ve a rehacerse y, a partir de 1324, adscrita al fuero de Jaca, Pamplona vuelve a su antigua fisonomía; «tres ciu-dades en una». Y así perma-neció hasta que Carlos III, el Noble, promulgó en 1423 el Privilegio de la Unión, crean-do una sola municipalidad fundiendo los tres burgos en un solar único, el de hoy, al que he llegado en una solea-da mañana de primavera.

Hoy me resulta difícil en-contrar la manera de hacer la presentación de una nue-

va faceta de los modelistas navales, unas personas que casi siempre han trabajado en el silencio de sus peque-ños talleres. Y han trabajado en silencio porque quizás nunca encontraron un hue-co, un lugar o unos amigos que se interesasen por su obra. En esos largos silencios gestaron sus mejores obras, que tal vez alguna vez sal-drán a la luz.

Hace años que en el gru-po de Historia y Modelismo Naval de la Sociedad de Oceanografía de Guipúzcoa, se nos acercó una persona seria, silenciosa, de buenos modales, de palabra fácil y amena cuando hablaba de barcos, de sus barcos. Le costó tiempo conseguir que le hiciésemos un hueco en nuestras charlas. Nosotros

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Ante los nuevos materiales y las nuevas tecnologías para los barcos de siempreFotos y textos: Puri Noguera y Jesús Mª Lizarraga

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siempre charlamos y char-lamos y pensábamos que el nuevo era uno más. Ya ha-blaría cuando le viniese en gana. Pero D. Carlos Ortega Navarcorena no hablaba, es-cuchaba y, así, poco a poco llegó la hora de nuestra ex-posición bianual.

Cuando en ella vimos su barco, su maqueta, su obra, todo el mundo preguntó de quién era. Aquella manera de hacer se salía fuera de lo que habíamos visto. Aquello lo presentaba nuestro buen amigo navarro nacido y cria-do en Pamplona hace unos

cuantos años y lejos de la mar y de los barcos.

De su infancia sólo recuer-da un verano azul que pasó en una acampada cerca de la playa de Orio, jugando a realizar pequeños barquitos, emulando a aquellos barcos que cortaban el agua de la ría antes de adentrarse en la mar.

Para un niño de tierra adentro, el mar, aquel mar, era algo nuevo, inmenso y muy grande. Allí su imagi-nación volaba a su antojo.

Hoy, al tratar de escribir unas líneas sobre el origen

de la afición, de cualquier afición que en todos alguna vez se ha despertado, bien a través de una lectura, de una película, de una exposición, de un regalo perdido que alguien nos hizo, D. Carlos dice no recordar a ciencia cierta el inicio de su pasión por los barcos. Él se escuda en aquél lejano verano. Hoy, sólo recuerda su gran afición por la madera.

Si os digo su profesión, le voy a quitar mérito a sus tra-bajos. Es un buen ebanista y comparte su profesión de ebanista con la enseñanza de

Restauración de Muebles en cursos para adultos de Ayun-tamientos de las Merindades de la comarca de Pamplona. Quizás por eso, diga siempre que la madera casi no tiene secretos para él. La madera le habla y él habla a la made-ra. Esta afición por la madera le ha acompañado siempre a lo largo de su vida. Ha sido el hilo conductor para de-sarrollarse como profesional y puede asegurar, dentro de los límites prudenciales, que la madera no guarda secre-tos para él. La conoce en casi todas sus variedades, sus

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Reflexiones de un modelista naval

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vetas, sus nudos, sus fibras; son para él como las venas, los tendones o los nervios del cuerpo para el médico. Tienen sus nombres y sus cometidos. Sabe todo lo que le puede pedir y lo que ella le puede dar.

Le está agradecido, por-que le ha proporcionado el medio de vida a lo largo de su existencia y siente por ella, la madera, gratitud. No en vano son ya casi cuarenta los años que lleva trabajando como ebanista. Pero volva-mos al modelismo naval.

Es muy probable que se acercase a nosotros, a nues-tras reuniones mensuales, con la idea de observar có-mo hacíamos nuestros bar-cos y de dónde conseguía-mos planos e información. Hoy, la historia se cuenta al revés: somos muchos de nosotros los que le consulta-mos a él. Viajero infatigable, siempre acompañado de sus dos inseparables; su mujer y la cámara que lleva su mujer. Por sus ojos han desfilado museos navales, astilleros, puertos, bocanas y todo lo que huele a mar.

Lo dice con rotundidad, «mi primer barco fue de kit»

y fue un pesquero; no siente reparo ni vergüenza. Cientos de buenos modelistas de hoy empezaron igual o con me-nos. Pasan los años y de una antigua revista «Hobby» ha-ce el CLERMONT de forma totalmente artesanal.

Después vinieron otras obras: una góndola con su típica asimetría que denota-ba ya un conocimiento del tema, una falúa, un bote ba-

llenero, un batel, la canot de Napoleón....etc.

Se considera una persona muy meticulosa y exigente a la hora de reproducir un barco. Antes de empezar la realización de una maqueta, pasa mucho tiempo estu-diando sus formas, se docu-menta en todos sus campos: época, historia, trayectoria, y destino del barco. Estudia los planos, libros, fotografías si

las hay, investiga en museos y confronta opiniones con personas cualificadas.

Trata siempre de buscar planos originales, contrastar información, buscar docu-mentación en libros, museos, exposiciones y donde quiera que puedan facilitársela.

Trabaja sin prisa pero sin pausa, despacio, pues no le importa repetir una pieza las veces que sea necesario, has-

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ta que no considera que esta bien realizada. Se recrea en lo que hace y no le importa el tiempo sino la veracidad de la maqueta con relación al original. La ilusión del trabajo bien hecho y la recompensa de que alguien le pregunte cómo lo hizo o le consulte so-bre la historia del barco.

Las obras que realiza son siempre de tamaño muy re-ducido, lo que hace que la dificultad aumente. A veces, las piezas son tan pequeñas que necesita descansar para luego volver con más ganas a retomar el trabajo. Pero la dificultad no está en la ma-dera, está en los metales con los que trabaja y que hacen que sus piezas seas auténti-cas joyas. Estos han supues-to un reto dentro de esta afición, reto que todavía le cuesta solventar y sobre el que sigue investigando día a día.

Mejor será que pasemos a algunos ejemplos.

MaquEta dEL CLERMONt, taMañO 510 mm.Al principio comenzó traba-jando la chapa de hoja de la-ta. Con este material realizó la caldera del CLERMONT, era el año 89 casi al principio de su andadura. Las ruedas, los volantes, y los engrana-jes están hechas en latón.

Se encontró con muchos problemas al realizar este trabajo y los solucionó como mejor supo y pudo entender, haciendo uso de sus recur-sos, de sus escasos conoci-mientos y poniendo todo el interés y la paciencia que le fue posible.

No obstante, la caldera del Clermont tiene su encanto: funcionan sus mecanismos manualmente y se conserva con el paso del tiempo co-mo el primer día.

Las soldaduras las hizo con ese material que todos siempre tenemos a mano, desde hojalateros de base

hasta electrónicos de élite: el Sr. Es-taño y un soldador eléctrico.

Al envejecer y oxidarse la caldera con óxido de hie-rro, observa que las soldaduras no responden a este tratamiento, es de-cir que no se oxi-dan y producen un efecto discordante que no le satisface. Le da al ojo aque-lla chapuza.

Al latón, para darle la pátina de viejo, lo trata ha-bitualmente con revelador gastado

de película de blanco y ne-gro. Estos detalles se pueden apreciar en las fotografías que se acompañan.

MaquEta dE VaLENCiaga, MEdidas 280 MM. Al realizar este modelo, sigue investigando con metales, tratando de buscar un ma-terial que le permitiera, por un lado, trabajar a pequeña escala y que, además, fue-se de fácil manejo y que no ofreciera problemas de sol-dadura.

Es cuando comienza su época de la plata; material sumamente noble, muy dúc-til, fácil de cortar, pulir, soldar y muy agradecido en su aca-bado. En definitiva, un metal noble que se comporta como tal. En contra de lo que pu-diera pensarse, no le supone un gran dispendio económi-co, pues las cantidades que utiliza son muy pequeñas y no repercuten en el valor de las piezas que realiza. Al contrario, confiere a las ma-quetas una mayor prestancia y categoría. La plata tiene la ventaja que hasta las limadu-ras o los recortes que sobran se reciclan volviéndose a fundir con el soplete en una redoma de las que usan los mecánicos dentistas. Luego, se vuelve a laminar en los ro-dillos o se trefila en la planti-

lla hasta obtener el diámetro deseado.

Para trabajar la plata em-plea un soldador de gas bu-tano que alcanza mil quinien-tos grados, fácil de recargar, con cargas de mechero.

Para soldar plata hay que preparar una mezcla con plata y una liga tipo SP1. Al mez-clarse con esta liga, la plata funde a menor temperatura y, según las cantidades de mez-cla, se obtiene una soldadura suave, mediana o fuerte.

Utiliza bórax líquido para desengrasar y efectuar la sol-dadura. Para la limpieza de las soldaduras, eliminar los restos de bórax que se acu-mulan y los cercos azulados que produce la propia solda-dura, recurre al ácido sulfúri-co rebajado.

Después de la limpieza viene el pulido con pulido-res y rotalin del mini taladro y el barnizado final ya que la plata tiene un inconveniente: expuesta al medio ambiente o al tocarla con los dedos, se oscurece por lo que es ne-cesario pretejerla con barniz antioxidante si queremos que se conserve limpia.

Carlos Ortega Navarcore-na en la actualidad es socio de la Fundación Oceanográ-fica de Guipúzcoa y miem-bro de la Asociación Navarra de Modelismo Naval.

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