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Región e historia en el Centro-Occidente de México Gladys Lizama Silva Colegio de Jalisco Presentación En esta época de discusión sobre macrorregiones, globalización e intemacionalización de la cultura, es útil echar un vistazo hacia atrás y reflexionar sobre uno de los problemas que ocuparon mu- chas mentes, y sobre el cual se vertió muchísima tinta: la región, su delimitación, su definición y su aplicación como categoría, tanto en el estudio del presente como del pasado, de sociedades ubicadas en espacios intermedios que no eran los nacionales ni los locales. Este ensayo persigue varios propósitos. El primero es indagar en el porqué de los estudios regionales; el segundo, ofrecer una revisión bibliográfica crítica de algunos enfoques teóricos y metodológicos sobre el concepto región en la historiografía del Centro-Occidente de México. Resulta de especial interés profundizar en el caso de Michoacán, puesto que las vidas de los actores de mi estudio sobre las grandes fortunas de Zamora durante el porfiriato,1se insertaron en uno de los espacios regionales más importantes de la entidad. En tercer lugar, presentar la propuesta metodológica que servirá de marco conceptual para el análisis del influjo de las diez grandes fortunas familiares en la conformación de la región. A manera de hipótesis, sostengo que Zamora ejerció una influen- cia más allá de los límites del llamado bajío zamorano; es decir,

Región e historia en el Centro-Occidente de México · el porqué de los estudios regionales; el segundo, ofrecer una revisión bibliográfica crítica de algunos enfoques teóricos

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Región e historia en el Centro-Occidente de México

Gladys Lizama Silva Colegio de Jalisco

Presentación

En esta época de discusión sobre macrorregiones, globalización e intemacionalización de la cultura, es útil echar un vistazo hacia atrás y reflexionar sobre uno de los problemas que ocuparon mu­chas mentes, y sobre el cual se vertió muchísima tinta: la región, su delimitación, su definición y su aplicación como categoría, tanto en el estudio del presente como del pasado, de sociedades ubicadas en espacios intermedios que no eran los nacionales ni los locales.

Este ensayo persigue varios propósitos. El primero es indagar en el porqué de los estudios regionales; el segundo, ofrecer una revisión bibliográfica crítica de algunos enfoques teóricos y metodológicos sobre el concepto región en la historiografía del Centro-Occidente de México. Resulta de especial interés profundizar en el caso de Michoacán, puesto que las vidas de los actores de mi estudio sobre las grandes fortunas de Zamora durante el porfiriato,1 se insertaron en uno de los espacios regionales más importantes de la entidad. En tercer lugar, presentar la propuesta metodológica que servirá de marco conceptual para el análisis del influjo de las diez grandes fortunas familiares en la conformación de la región.

A manera de hipótesis, sostengo que Zamora ejerció una influen­cia más allá de los límites del llamado bajío zamorano; es decir,

hacia la tierra caliente de Michoacán, y parte de Colima y sur de Jalisco. La selección de autores y trabajos obedece a que sus pro­puestas son ilustrativas e iluminadoras en el estudio de la región zamorana, tanto en el análisis comparativo como en la explicación de la participación de las familias, y de los individuos que las componen, en la estructuración regional.

Por qué la cuestión regional

La creciente importancia de la cuestión regional durante los años setenta y ochenta se debió a varios factores: en primer lugar, desde la perspectiva de la sociedad nacional, hubo la necesidad política y económica2 de conocer la desigualdad territorial como factor disgregante. Era menester descentralizar capitales; era imperioso elaborar programas de desarrollo regional para que distintas capas de la población tuviesen acceso a nuevos recursos, y había, en fin, que atender los reclamos, casi universales, de grupos regionales que exigían una mayor autonomía en la toma de decisiones. No en bal­de, la posibilidad de construir sociedades más democráticas ha esta­do ligada a la necesidad de descentralizar el aparato de decisiones.

En segundo término, el surgimiento del interés por lo regional obedeció también a una necesidad epistemológica. Eran evidentes las limitaciones de los estudios de comunidades, urbanos, locales y de caso.3 Por otra parte, había que precisar dónde estaban los lími­tes o fronteras de una comunidad, de un espacio habitado y articula­do económica, social y políticamente.

Resultaba crucial, además, considerar las relaciones verticales de una comunidad, ciudad o localidad con el sector externo nacional e internacional. Este último no encierra ni impacta de igual manera lo nacional, lo comunal, o lo relativo a un centro rector. En términos globales, toda explicación remite en última instancia a la dinámica del sistema mundial. Pero un aumento en medio punto a la tasa de interés en las bolsas de Tokio, Londres o Wall Street no repercute

de igual forma en una comunidad de Los Altos de Jalisco que en una purépecha, ni en la economía regiomontana o en la chiapaneca.

Los impactos de las vicisitudes mundiales podrán explicar las tendencias generales de la economía campesina de una comunidad hindú; sin embargo, no dan cuenta de la manera en que esos impul­sos se articulan con el hecho de que los hindúes sean vegetarianos o estén organizados en un sistema de castas.

En tercer lugar, el desarrollo e influencia del estructuralismo marxista,4 cuya premisa metodológica dice que no puede entenderse la realidad concretándose a una sola de sus partes, fue otro estímulo para el estudio de la cuestión regional.

En efecto, cada parte tendría que estudiarse como una de las varias que constituyen un sistema, y en su funcionamiento dentro de éste. Aprehender una realidad implica entender los mecanismos de su reproducción, pero estos mecanismos requieren una dimensión, una escala mínima.

El ámbito de reproducción de los mecanismos de acumulación y dominación de una comunidad suele ser regional. A la noción de región se le reconoce, entonces, su pertinencia para abordar fenóme­nos que no pueden entenderse cabalmente al interior de una comuni­dad o localidad pequeña, pero que tampoco pueden ser comprendi­dos desde los estudios de escala nacional.5

Para concluir, diremos que la necesidad de análisis desde una perspectiva nueva, que incluyera las determinaciones de la sociedad general y de una espacialidad mínima, llevó a estudiar la región.

Realmente, las regiones son escenarios donde es factible percibir con mayor transparencia la interrelación entre lo específico local y lo característico global. La región es el ámbito que mezcla la combi­nación de estas dos dimensiones: suficientemente reducido para per­cibir una sociedad; suficientemente amplio para asimilar los meca­nismos de reproducción de los grupos sociales.

La cuestión regional en la historia

Los estudios históricos que han tenido como objeto de trabajo co­munidades, localidades o regiones en México no son pocos.6 Llama la atención, eso sí, que los paradigmas aplicados no sean unívocos ni teórica ni metodológicamente. Transitan desde la narración más empírica hasta la mayor sofisticación teórica, pasando por la geo­grafía, la economía y la antropología histórica.

El resultado ha sido un enriquecimiento de la historia, producto de ese persistente contacto con otras disciplinas de las ciencias sociales. Éstas le han aportado un bagaje teórico sobre los múltiples aspectos de lo regional, que hasta el momento la historia ha aprove­chado y desarrollado, lo cual, como dice Pedro Pérez Herrero, distó de ser “una moda pasajera, convirtiéndose en el centro de análisis de muchos de los estudios sociales y en foco de interés de no pocos especialistas y centros de investigación”.7

Los estudios regionales, según este mismo autor, han ayudado a resolver la tensión generalización/particularización, tan frecuente en la historiografía nacional mexicana; también han contribuido a es­clarecer los momentos de cambio social y a pensar cómo se articula un espacio regional con el Estado nacional y/o con alguna metrópoli extranjera; de igual modo, han hecho observable a través del tiempo el cómo y el porqué aparecen, se desarrollan y pierden importancia diversos tipos de regiones, algunas incluso muertas para siempre en el olvido.

Es obvio que las dimensiones de las sociedades pasadas distan muchísimo de las industriales actuales, de tal manera que la dimen­sión regional de aquéllas hace posible estudiar problemas como el clientelismo, el parentesco, las redes de distribución, los mecanis­mos sociopolíticos, etc., en un todo articulado, que trata de coordi­nar “las interpretaciones económicas con las sociales, institucionales, políticas, antropológicas, demográficas” y culturales. Los estudios histórico-regionales han mostrado que “la tesis tradicional [...] de

atomización o regionalización del territorio” y del poder político en la primera mitad del siglo xix, era “una visión efectuada desde la óptica de la capital”, del centro político mexicano que sintió amena­zado su poder. Finalmente, el estudio de lo regional puede propor­cionar nuevas formas de interpretación de la historia nacional.8

El Centro-Occidente: región e historia

La noción región occidente tiene su historia. Surge con ese nombre cuando se dan las primeras confrontaciones de este lado del virreinato de la Nueva España con el centro del mismo, a mediados del siglo xvni.9 La idea, como tal, no está en la mente de las personas con anterioridad a esa fecha, y el calificativo de Centro-Occidente vino muchísimo después.10

El presente trabajo no se propone seguir el itinerario de dicho concepto ni la literatura relativa al tema, sino que se orienta más bien hacia la síntesis y análisis de aquellos modelos elaborados para parcialidades de la región Centro-Occidente de los siglos xvm y xix.

Región “olla a presión ” y “región embudo ”

Empezaremos por el modelo de Eric Van Young porque es el más general y abstracto.11 Este historiador proporciona una tipología fija para un momento de la historia; su estudio elimina la evolución histórica y se centra en los flujos mercantiles.

Varias son las definiciones que ofrece del concepto región. Al respecto, dice: ‘las regiones son como el amor—difíciles de descri­bir— pero las conocemos cuando las vemos”; luego sostiene que “región es el área que estamos estudiando en este momento”; pero, es también, “una ciudad o pueblo con su espacio circundante”. Asimismo, piensa que “las regiones son hipótesis por demostrar” y que “son buenas para pensar”, y afirma que “región en su forma más útil es [...] espacialización de una relación económica”, y un

“espacio geográfico con una frontera que lo delimita, la cual estaría determinada por el alcance efectivo de algún sistema cuyas partes interactúan más entre sí que con los sistemas externos”.12

Según este autor, hay razones teóricas y metodológicas que obli­gan a especificar lo que entendemos por región antes de emprender su descripción, pues así se evitan explicaciones erróneas o reduccio- nismos de cualquier índole. Al definirla se sabrá con claridad qué comparar entre dos o más regiones y se podrá distinguir cuándo y cómo se da el cambio social. Sin duda, es un buen factor explicativo y un modelo que elaboramos y comprobamos; en este sentido, la región es una hipótesis por comprobar.13

Existen, por otro lado, factores de naturaleza empírica-histórica y de naturaleza teórica que explican por qué las regiones son instru­mentos conceptuales adecuados para pensar a México. En primer lugar, El Bajío, La Huasteca, La Tierra Caliente, Los Altos de Jalisco o Los Altos de Chiapas parecen haber sido siempre espacios regionales naturales; ahí estaban, ahí están; ¿qué los hizo regiones? ¿qué factores los hacen o los harán desintegrarse o perder importan­cia? Segundo, desde el punto de vista teórico se resuelve, en gran medida, la tensión entre generalización y particularización,14 esto es, se dilucida hasta qué punto la historia del país es también la historia de la región.

Por otra parte, la teoría del lugar central que subyace en muchos estudios regionales descansa en supuestos que difícilmente se en­cuentran en la realidad mexicana (ej. plano isotrópico ilimitado); por ello hay que pensar en cómo definir la región. Su estudio obliga, además, a plantear el asunto del nivel superior con el que se vincu­lan o encajan las regiones, esto es, compele a reflexionar en su articulación interna y externa. El problema es que el análisis regio­nal, al enfatizar los aspectos económicos, las relaciones espaciales o la interacción social, deja de lado otros rasgos tan importantes como la etnicidad o la cultura.15

Eric Van Young elabora como propuesta metodológica una tipología dual con base en la teoría del lugar central: de “región olla

a presión” y de “región embudo”. El criterio de definición, como se menciona más arriba, es “por la escala de cierta clase de sistema interno de las mismas”, que en este caso es el sistema y relaciones de mercado, donde las interconexiones de la red de intercambio son los hilos que unifican a la sociedad.

De manera esquemática, los dos modelos se sintetizan así:

olla a presión embudo

* definición funcional* lugar central tipo solar* lugar central dentro del

sistema; mercado interno* existencia de una jerarquía

urbana más o menos estructurada

* división del trabajo conco­mitante

* complementariedad econó­mica

* espacio interno relativa­mente complejo y polariza­do jerárquicamente

* complejificación paulatina de las estructuras inter­nas a través del tiempo

* definición formal* lugar central tipo dendritico* lugar central fuera: mercado

externo* agrupamientos o ramilletes de

unidades productivas o de empresas vinculadas al mercado externo

* similitud fenomenològica* bajo grado de polarización

interna* simplificación y homogenei­

dad de las relaciones económicas y sociales internas

* diferenciación más aguda entre las clases sociales

El esquema se complementa con la idea de que hay una conexión inversa entre polarización espacial y social: la diferenciación social es mayor donde hay mayor homogeneidad, es decir en el “embu­do”, y al revés en el modelo “olla a presión”. El modelo así diseñado es ideal, “sólo posible en el laboratorio de la mente”; por lo tanto, habría que preguntarse cuánta viabilidad tienen las metáfo­ras de la “olla a presión” y del “embudo” en la historia de Méxi­co.16

Según el autor hay pocas regiones “embudos” y ninguna que haya jugado un papel central en la economía colonial. Piensa que la economía azucarera del área de Morelos y la industria henequenera de Yucatán son buenos ejemplos del modelo “embudo”. En nuestra opinión, ubicar los espacios regionales como esencialmente exportadores hacia el mercado interno, en el caso de Morelos, y hacia el mercado externo, en el de Yucatán, en un tipo ideal, no agregó mucho al conocimiento de estas dos regiones.17 Luego, Eric Van Young desarrolla y caracteriza Guadalajara y su área de in­fluencia, y parte de la diócesis colonial de Michoacán, como dos casos de regiones “olla a presión”.

No me detendré en la región de Guadalajara—espacio suficien­temente estudiado— ; más bien señalaré cuál es la validez del mode­lo en Michoacán. En la segunda mitad del siglo xvm el estado de Michoacán formaba parte de la diócesis del mismo nombre. El autor observó como rasgos dominantes de aquella época los siguientes: los productos de exportación, como el azúcar, eran de consumo interno; hubo una fuerte presencia de mercados periódicos en pue­blos pequeños y medianos y en ciudades; los mercados locales eran relativamente complejos, y había importación limitada de alimentos. Las pocas líneas dedicadas al estudio de la región “olla a presión” en parte de la diócesis de Michoacán están contenidas en el libro de Claude Morin18—más adelante desarrollo su postura—, y lo que es criticable en uno, lo es también en el otro. Primero, porque hay una cierta contradicción entre el modelo propuesto por Van Young y la delimitación de la región con base en la división administrativo- religiosa, que predomina en el estudio de Claude Morin. A poco andar encontramos que hubo una serie de subregiones que escapa­ron a esa delimitación espacio-regional; y, segundo, porque durante el siglo x v iii los mercados michoacanos fueron eminentemente regio­nales, sin presentar, necesariamente, las características del modelo de región “olla a presión” o “embudo”.

Todo indica que históricamente hubo varias regiones con dife­rentes lugares centrales, además del centro administrativo de Valla-

dolid. Para ser justos con Van Young, hay que reconocer que el bajío guanajuatense, ubicado en la diócesis, sí responde al modelo elaborado, aunque en el trabajo que comentamos no lo desarrolla.19

Región administrativo-religiosa

El trabajo de Claude Morin es de 1974. Su visión teórica estaba impregnada del materialismo histórico, de la metáfora de la estruc­tura y la superestructura, de la escuela de la coyuntura y la estruc­tura, esto es, de la presencia simultánea de rupturas y estabilidad, de la teoría del crecimiento y el subdesarrollo y de la polémica sobre el carácter feudal o capitalista de América Latina.

Por otra parte, conoció a geógrafos y economistas que maneja­ron de una u otra forma el concepto de región. Sin embargo, en lo relativo a la reconstrucción de la región Centro-Occidente, y en la definición de dicho concepto, las categorías elaboradas desde esas disciplinas fueron desechadas por Morin. Su desconfianza radicó en que se trataba más de elaboraciones teóricas que de una aplicación correcta de nociones que no fueron creadas para el pasado.20

Así fue como las antiguas divisiones administrativas sirvieron al autor de criterio para delimitar la región; pero, entre las que hubo en el siglo x v i i i , escogió no la político-administrativa sino la adminis­trativo-religiosa, es decir, consideró como región Centro-Occidente a la diócesis de Michoacán. Esta postura, según el autor, no fue el camino más fácil.

Tomar cualquier demarcación espacial del territorio (geográfica, administrativa, política) mutila, separa o divide arbitrariamente; la religiosa, no obstante, le ofrecía la ventaja de disponer de abundante material estadístico para estudiar las variables que se había pro­puesto: movimiento de la población y de la producción, las deduc­ciones fiscales, el intercambio y los sistemas hacendarios y comuni­tarios. Esto no significa que las instituciones religiosas concentraran o hubieran realizado toda la recopilación estadística de la época,

sino sólo que las autoridades correspondientes, al levantarlas, tuvie­ron en mente, al parecer, dicha noción de espacialidad.

Por otra parte, el obispado era el punto medio entre la audiencia y el corregimiento. Por su peso moral y religioso, fue la división administrativa que terminó por imponerse. Al interior de esta cir­cunscripción encontramos provincias, ayuntamientos, subdelegacio- nes, parroquias y, después de las reformas borbónicas, intendencias; en todas estas parcialidades pensó el autor, según se entreve, y fueron decisivas al momento de reconstruir la historia, en tanto que constituyeron las matrices que le proporcionaron los datos estadísti­cos y cualitativos.21

Aunque Claude Morin no lo sostenga, es posible pensar que la división administrativo-religiosa tenga un sentido, pues muestra cierta unificación de un determinado espacio en el cual la iglesia y el obispo tenían influencia. Ahora bien, los límites de dicha circuns­cripción se demarcaron a lo largo de más de un siglo en continua discusión con las jurisdicciones vecinas. El obispado de Guadalajara, por ejemplo, le disputó y ganó a su correspondiente michoacano algunos territorios que pasaron definitivamente a su dominio,22 lo que indica la existencia de rivalidades o, por lo menos, de roces entre ambas jerarquías.

Con esto queremos decir que el tomar como espacio regional una circunscripción religiosa tan extensa, no sólo obedece a razones prácticas de obtención de datos estadísticos y a su peso histórico, sino también porque se considera que ese ámbito religioso está uni­do por una fuerte relación entre la corporación y su jerarquía con los feligreses. Aunque estas relaciones sí existieron, no fueron obje­to de estudio por parte de Claude Morin.

Esta gran región englobó a cuatro de los actuales estados de Michoacán, Guanajuato, San Luis Potosí y parte de Guerrero. El autor reconoce que tenía, por un lado, numerosas subregiones geo­gráficas con diferentes centros cuyos límites estuvieron dados por un tipo de paisaje, y por otro, grandes y pequeñas unidades adminis­trativas entre las cuales se encontraban las intendencias creadas a partir de las reformas borbónicas.23

Para subregionalizar, Claude Morin tomó como criterios algunos elementos de carácter natural y la existencia de algún tipo de rela­ción político-administrativa al interior de una unidad. Esta regiona- lización geoadministrativa interna es, entonces, la resultante de la observación de una determinada organización acorde con el paisaje y de las disposiciones respecto a límites de una u otra institución colonial, haya sido estatal o religiosa.

La creación de las cuatro intendencias —división administrativa a partir de las reformas borbónicas—, golpeó a la relativa unidad de la gran diócesis de Michoacán. En relación con los criterios espacia­les que primaron en la creación de las intendencias, no señalados por el autor, hay que considerar que, si una de éllas — la de Valla­dolid—, tuvo como referencia limítrofe la antigua frontera del reino indígena purépecha, quiere decir que estas demarcaciones no fueron tan arbitrarias, puesto que han perdurado en el tiempo aunque sus nombres se hayan modificado.24

A manera de hipótesis se puede pensar que los límites diocesanos perduraron debido a que al interior de dicho espacio hubo vínculos exclusivamente religiosos que no perjudicaban a nadie y que hicie­ron posible esa relativa unidad.

Respecto de esto, Claude Morin se pregunta, ¿cuál fue en reali­dad el “Michoacán grande” del obispado fuera de lo eclesiástico?25 Nosotros agregaríamos: ¿hubo un sentimiento de identidad y de pertenencia regional al gran Michoacán? Pareciera como si la res­puesta fuera no; aunque se hayan encontrado algunos versos que ensalzaron a Michoacán como “emporio ilustre de apetecidas glo­rias y riquezas”,26 prevalecieron los particularismos locales y regio­nales, y las rivalidades continuas entre ciudades.

Como centro administrativo religioso, Valladolid pudo haber unido en torno a sí un ámbito regional bastante amplio, pero es poco factible que existiese una importante fuerza de identidad entre un habitante de Valle de Santiago (cercano a Guanajuato) o de San Luis Potosí, o de algún lugar de Guerrero, respecto de otro del mismo centro.

En conclusión, lo único que unió a las diversas regiones internas fue “la común dependencia de la sede episcopal de manera que la diócesis formaba un conjunto heterogéneo de regiones naturales se­gregadas de su medio propio y agrupadas en un todo que más que nada era histórico55.27

Como conclusión preliminar, se puede afirmar que una y otra propuesta, al tomar las metáforas abstractas y divisiones adminis­trativas como criterios para definir una región dejan de lado que son hombres y grupos sociales los que organizan un espacio, y que al hacerlo ponen en juego y echan a andar un cúmulo de relaciones mucho más complejas que las mercantiles y las político-administra­tivas.

Para regionalizar, habría que tener en cuenta el sistema de rela­ciones sociales, religiosas, políticas y económicas tejidas en un es­pacio, las cuales, en última instancia, son las que dan unidad y cohesión a un espacio territorial.

Región geográfica-económica

Gerardo Sánchez28 estudia la costa y parte de la tierra caliente durante el siglo xix. Para regionalizar pone el énfasis en diversos factores topográficos, hidrográficos y climáticos, propicios para el desarrollo de la agricultura comercial, sin dejar de lado el estado local y la transformación de la propiedad comunal, la sociedad, el comercio y las revueltas campesinas.

Del estudio se desprende que la costa y la tierra caliente michoacana no pueden considerarse una región volcada hacia el mercado internacional, entendiendo éste como factor impulsor de la producción agrícola y de la modernización tecnológica. Más bien estamos ante un espacio regional que se inserta en el mercado nacio­nal, que ocasionalmente exporta al mercado externo y que esta nue­va inserción se hace con nuevos métodos y técnicas que elevan la producción agrícola y ganadera a volúmenes espectaculares. Lo an­

terior no significa que no hubiera capitales extranjeros; los hubo, sin duda, pero estuvieron inscritos en la dinámica interna de la región.

Otro rasgo a destacar en el caso de la tierra caliente es que sus productos eran vendidos en una región muchísimo más extensa que la comprendida por el Centro-Occidente de México, sobre todo des­pués de la llegada del ferrocarril.

En conclusión, puede plantearse que es una región vinculada prioritariamente a Uruapan y Morelia, dado el sistema de comunica­ciones y de relaciones surgido en su interior. Esto la diferencia, por ejemplo, de Zamora, que por la misma época se volcó principalmen­te hacia Guadalajara.

La ciudad como región

Gustavo Verduzco Igartúa29 propone un análisis histórico y econó­mico como enfoque metodológico predominante. En su concepción de región asume de manera implícita que el proceso de urbanización es producto del tipo de expansión capitalista y, por ende, del papel que el centro ha asignado a la periferia.

Su estudio de lo regional en Zamora se orienta de forma priorita­ria al siglo xx; sin embargo, ofrece puntos de vista sugerentes para la época del porfiriato. Una de sus principales interrogantes respec­to de lo regional es acerca de “cómo y hasta dónde rastrear en el pasado la conformación de los fenómenos que son de nuestro inte- res .

En su respuesta se preocupa principalmente por determinar el espacio de influencia de Zamora en este siglo a través de su estruc­tura productiva y de las instituciones que generó y con las cuales influyó en los espacios contiguos. Además, hay un interés por defi­nir los ámbitos en los cuales las personas y sus actividades estuvie­ron vinculadas a Zamora, más que a cualquier otro espacio.30

La atención está centrada en la ciudad misma y en el territorio adyacente a Zamora delimitado a partir de ella, es decir, no se hablará de región por las semejanzas topográficas, culturales,

ecológicas o de estructura productiva que puedan darse sino de “un territorio donde existen relaciones recíprocas e intensas a través de las instituciones y la estructura organizativa de un centro de pobla­ción”.31

El enfoque, entonces, es el “de la ciudad que estructura un espacio” y

donde [...] ella misma es influida por las actividades que organiza. Si

Zamora es una ciudad agrícola, es porque fundamentalmente debe su

existencia al tipo de actividad que se desarrolla en la región contigua,

pero cuya organización productiva se mantiene a través de las institu­

ciones y de la estructura organizativa urbana.32

Región como sistema de relaciones

Jesús Tapia Santamaría33 elabora el modelo de región del bajío zamorano principalmente para el siglo xx, pero el nivel de abstrac­ción conseguido permite, en mi opinión, que pueda ser aplicado al pasado más reciente: el porfiriato. Aquí la región es concebida como categoría e instrumento de análisis, y se le define como “una forma­ción histórica, producto de la combinación de diversas actividades productivas, modalidades de organización social y sistemas de do­minio político, gracias a la cual sus habitantes han forjado un paisa­je”, y que responde en su evolución a través del tiempo, a diversos sistemas de poder.34

En esta concepción, el control sobre el espacio geográfico lo delimitan las relaciones que sus habitantes establecen en función de la explotación de los recursos del lugar. En otros términos, la región se extiende hasta los confines donde los actores sociales ejercen un dominio sobre el territorio físico. En ese espacio regional, tales actores, de manera individual o corporativa, organizan todas sus actividades, “consolidando sus instituciones y legitimando mediante la fuerza o la eficacia simbólica de sus ideologías la asimetría de sus intercambios”.35 Esto último, entiendo, alude a un espacio re­gional dividido en clases, donde unas son dominadas por otras.

Para este autor, las manifestaciones religiosas han marcado al bajío zamorano a lo largo y ancho de su historia. Es decir, la práctica de la religión católica fue un eje articulador de la región. En relación con esto y con la investigación sobre fortunas zamoranas, interesa lo sucedido en el último tercio del siglo xix, pues, siguiendo a J. Tapia, se puede sostener a manera de hipótesis que el ejercicio del catolicismo fue prioritario en la mentalidad de familias e indivi­duos de la región y fue convertido en esta etapa en un componente más de las “relaciones de dominio o de confrontación entre los diferentes actores de los procesos políticos”.36

En esta concepción, la región se configura a partir de la “organi­zación de las relaciones sociales en un espacio geográfico dado”.37 Con esto se otorga primacía al hombre, a los actores sociales, en la constitución de una región y se tiene al medio físico como condicionante y nunca como determinante o articulador principal. Ellos dan vida a un espacio.

El autor sostiene que podemos identificar una región por sus rasgos geográficos, históricos, mercantiles, de producción o cultura, pero son los modos que tienen los actores sociales de organizar y combinar sus actividades los que dan la especificidad a la región.

En tal sentido, ésta, dice Tapia, no es “un sistema cerrado ni autosuficiente”; ella se liga por diversos vínculos al “contexto so­cial global”.38

El autor se sitúa en el paradigma estructuralista al sostener que la región es una totalidad constituida por “la interdependencia y complementariedad de sus partes”, y en el estructuralismo histórico al afirmar que el espacio regional está sujeto a transformación con­tinua por la acción de sus habitantes. En esta perspectiva, entonces, la región no es estática ni única para siempre.

La región no es un todo homogéneo en equilibrio. El autor la concibe como un espacio producto de diferencias ecológicas, econó­micas, históricas y sociales. Así

la región es definida por relaciones múltiples que son generadas por y

que a su vez reproducen la asimetría de los intercambios sociales

hacia adentro y hacia fuera de áreas geográficas y socioculturales,

cuyas diferencias tienden a ser hom ogeneizadas bajo la presión de

fuerzas económ icas o políticas dominantes.39

Las posibilidades del concepto región como instrumento de aná­lisis en Tapia Santamaría, permiten un acercamiento desde dos pun­tos de vista metodológicos: el primero de ellos se aproxima a la región desde la óptica “de la capacidad productiva y comercial de un conjunto social”, complementada por otra “de los factores ecológicos, demográficos y administrativos que lo(a) condicionan”.40 Este tipo de análisis se prestaría más a un estudio sincrónico, en el cual será indispensable la utilización de estadísticas.

El segundo consiste en un análisis histórico y etnográfico. Este sería un estudio diacrònico “de las modalidades socioeconómicas y políticas sobre las que un grupo humano ha basado su organización y en virtud de las cuales un espacio es socialmente incorporado a una formación social mayor.41 En este caso, el estudio se realiza con fuentes documentales de diversos archivos, y también con fuentes etnográficas, a las que se puede agregar el material estadístico de épocas pasadas disponible.

El objetivo sería lograr una visión de las prácticas sociales, eco­nómicas, políticas y culturales de los habitantes que llegaron a con­formar un espacio regional.

Las dos formas de abordar el estudio de la región no se exclu­yen; por el contrario, pueden complementarse si la periodización adoptada abarca épocas extensas; además, permiten el análisis com­parado de varias regiones. Jesús Tapia advierte que la principal dificultad metodológica del análisis histórico etnográfico es la arti­culación de los planos diacrònico y sincrónico, esto es, saber deter­minar con exactitud los “criterios” adecuados para establecer los “cortes analíticos en las relaciones sociales” y, a su vez, reconocer cuáles son los ejes generadores de las transformaciones y señalar las etapas cruciales de formación de una región.

Frente a esta situación, el autor propone un “método integral”, que una el análisis de los diversos factores que dan cuenta de cómo los hombres se organizan socialmente en sistemas de funcionamien­to para la producción, así como la metodología de estudio de “las interpretaciones por las que estos dotan a sus prácticas de significa­dos” .

Según el autor, en esta metodología no se puede hablar de continuum o de rupturas, sino de rupturas en la continuidad; esto, según entiendo, en el plano sincrónico una totalidad no es un continuum ni tampoco suma de compartimentos separados, sino totalidad relativa, y en el diacrònico, una etapa no está totalmente disgregada de la que le antecede o de la que le sigue. En el ámbito cultural también se debe partir de avances y retrocesos, de perma­nencias y rupturas, de “desniveles, transformaciones e impug­naciones”.42

La tarea metodológica del investigador es encontrar las “mar­cas” del desarrollo en la realidad objetiva, “en las condiciones reales de existencia social de un grupo humano” en un espacio determinado y establecer los vínculos que se dan entre los hechos, y la forma en que los hombres organizan la producción y las maneras como se representan las relaciones sociales establecidas entre ellos. Entonces, el cruce de los ejes sincrónicos y diacrónicos harán posi­bles los cortes analíticos y una periodización apropiada.

Así, “la comprensión integral de una región pasa por el análisis de las relaciones mediante las que los actores sociales transforman su medio, institucionalizan el dominio que ejercen entre sí y legiti­man las diferencias (económicas, étnicas, sociales, políticas y cultu­rales) que los separan”.43 En síntesis, tanto la periodización como la delimitación regional deben responder a ese “triple criterio”.

La propuesta metodológica del autor presenta el caso hipotético de una formación social (habrá que discutir si ésta es sinónimo de región, como al parecer es en el texto)44 en la que predomina el “mercadeo”. Aquí, el eje articulador estaría dado por el comercio; en torno a él se organizarían las relaciones sociales que a su vez

delimitarían el espacio regional. Asimismo, la articulación a la so­ciedad global —que no tiene por qué ser la nacional—, se daría a través de la especialización de uno o más productos básicos para aquélla. La otra alternativa de articulación podría ser “una adminis­tración burocrática fuerte”, léase Estado, que daría las pautas de organización económica y social y que podría constituirse en un factor de cambio social importante.

En los dos casos, los criterios clave para estudiar la evolución de un proceso regional son: “la aplicación de innovaciones tecnológi­cas”, las formas de circulación de productos y “la organización del control político sobre los recursos básicos de la producción”.

Entonces, para el autor, aparece como primordial detectar de qué sector económico proviene el “beneficio”, hacia dónde va, quién o qué lo distribuye y cuáles son los procedimientos legitimadores de la distribución.45

Finalmente, señala Jesús Tapia, en México todos los procesos de desarrollo regional se han gestado en el seno del capitalismo perifé­rico en el cual el país está inserto, lo que debe ser considerado para efectos del análisis de las modalidades de control político regional y de su articulación nacional; en este sentido, la importancia de la intervención estatal es decisiva.46

Antes de elaborar una propuesta, y, en cierta medida, de aplicar un modelo para Zamora en el porfiriato, habría que señalar que hay algunos rasgos comunes en las dos últimas proposiciones sobre la definición y delimitación regional. Uno de ellos es que la región se explica por el sistema de relaciones que los actores crean y desarro­llan en un espacio determinado.

En ambos autores está presente la idea de ámbitos; a su vez, los linderos de la región se hallan delineados por el control que los actores ejercen a través de la explotación de los recursos del lugar, de las instituciones que crearon y de las relaciones que forjaron, mediante las cuales tuvieron un dominio en dicho espacio.

Subyace también la idea de que los actores en una región interactúan bajo fuerzas centrípetas, esto es, que sus acciones se

realizan, principalmente, hacia el interior más que al exterior de la región. Otra idea presente en el pensamiento regional expuesto, es la existencia de un centro en el interior de la región, el cual influye y es afectado por el espacio adyacente. También está implícito el su­puesto de que en una región coexisten homogeneidad y heterogenei­dad en un maridaje no del todo armonioso, pero real. Por último, encontramos la idea de la historicidad de la región, es decir, que la región no es estática ni está en permanente equilibrio, sino más bien cambia a través del tiempo.

Región y fortunas familiares: una propuesta metodológica

De las concepciones sobre región expuestas y de las formas de llevar a cabo una correcta delimitación regional, considero que la de Jesús Tapia es apropiada para los fines de la investigación sobre fortunas.

Por un lado, el estudio de diez grandes fortunas zamoranas obli­ga —como decía antes— a definir y delimitar el espacio donde este grupo representativo de la élite zamorana actuó y se desarrolló, creó vínculos de propiedad y de crédito, y estableció relaciones mercanti­les, sociales y políticas. Por otro, las preguntas ineludibles son, entonces, ¿qué y cómo fue la región zamorana en la cual vivieron estas familias? y ¿hasta dónde se extendió la región que tuvo como centro a Zamora durante el porfiriato?

Antes de avanzar en la propuesta precisaré que el objeto de estudio de la investigación es el proceso de construcción histórica de diez fortunas familiares durante una época y espacio determinado y no la formación y desarrollo de una región; por lo tanto, su finalidad será demostrar que, al forjar sus fortunas estas familias intervinie­ron de manera decisiva en el proceso de conformación de la región en el porfiriato, se especializaron, mediaron en el proceso de articu­lación externa e interna, tejieron redes de parentesco y de relaciones a través del crédito entre familias, y contribuyeron a fraguar las formas de dominio y legitimación del sistema de poder.

Creo que desde la perspectiva metodológica habría que conside­rar el análisis histórico y etnográfico y aplicar los siguientes crite­rios en la definición y delimitación de la región zamorana.

En primer lugar, los rasgos característicos de la economía fue­ron: una agricultura predominante, una actividad comercial dinámi­ca, una industria básica de consumo final, una fuerte actividad crediticia privada e institucional y un activo mercado de tierras y bienes urbanos.47 En mi opinión, la economía de las familias de la élite se organizó y se inmiscuyó en dichos ámbitos económicos, y a través de ellos ejerció un control sobre parte importante del espacio regional; también con base en esas actividades se tejieron las rela­ciones de parentesco, amistad, mercantiles, financieras, sociales y políticas, y las familias se articularon a otros niveles más allá de la región, dentro del estado de Michoacán y fuera de él.

En segundo término, otro eje importante en la conformación re­gional de la cultura y la ideología fue la presencia activa de la Iglesia católica como institución y del catolicismo ferviente de toda la sociedad; por ende, se les considera elementos clave en la articu­lación regional y en la legitimación del orden social creado en dicha época. Las familias en estudio no fueron extrañas a las prácticas religiosas, por el contrario, actuaron como vivo ejemplo de católicos conservadores representativos de la élite zamorana.

Todas estas familias fueron actores sociales que tuvieron una casa familiar en Zamora48 en la cual vivieron; crearon y desarrolla­ron una red de relaciones en el área urbana y rural;49 poseyeron múltiples propiedades urbanas en la misma ciudad y las propiedades rurales ubicadas en el territorio contiguo a la ciudad. Hasta aquí lo dicho o sugerido tanto por Jesús Tapia S., como por Gustavo Verduzco I.

El aporte en la caracterización regional que intenta hacer el tra­bajo sobre fortunas es que, no obstante lo anterior, es necesario agregar que todas estas familias establecieron vínculos de propie­dad, relaciones de tipo mercantil y, en algunos casos, de tipo empre­sarial, en espacios relativamente distanciados del centro de la re­

gión, a saber, en La Piedad, en Colima, sur de Jalisco, Los Reyes, Apatzingán, Peribán y Aguililla.

Esto lleva a pensar, y a proponer como hipótesis, que estas familias y la élite en su conjunto ejercieron una influencia sobre un espacio territorial bastante mayor que el bajío zamorano, extendién­dose a parte de otros estados y a una fracción importante de la tierra caliente michoacana. Por el momento, podemos afirmar que las fortunas de Luis Verduzco López y familia, de los Méndez Padilla, y de Miguel Méndez Cano y sus descendientes, los Méndez Bernal, muestran que estas familias participaron forjando dichos tipos de vínculos y relaciones más allá de Zamora y su entorno, extendiéndo­se hasta los territorios arriba mencionados; estos hechos denotan, sin duda, un patrón o una estrategia seguida en la expansión de las fortunas familiares.

Al respecto, habría que traer a colación el intento separatista de la élite zamorana y ligar ese comportamiento con el impulso de este grupo a la idea de formar un estado aparte con La Piedad, Jiquilpan, Uruapan, Ario de Rosales, Apatzingán y Coalcomán en las prime­ras décadas del porfíriato.

Reitero que muchos integrantes de este segmento social desarro­llaron vínculos en dichos espacios geográficos, y también en Colima y sur de Jalisco, mediante el establecimiento en ellos de comercios y asociaciones mercantiles, y la compra y explotación de tierras para la agricultura y la ganadería. Estas relaciones generaron a la postre fuertes sentimientos de unidad, canalizados a través de las aspira­ciones hegemónicas de la élite zamorana que hicieron posible la postura separatista durante los años ochenta del siglo pasado.50

Las relaciones que estas familias crearon fueron de parentesco, mercantiles, empresariales y crediticias. Las actividades económicas desarrolladas las efectuaron en el campo dirigiendo las labores de agricultura, de explotación ganadera y de transformación de insumos agrícolas, pero también en la actividad artesanal y de pequeña in­dustria y, en forma no menos importante que lo anterior, coadyuvaron activamente con inversiones en la modernización de la ciudad.

La articulación regional y fuera de ella se dio a través del poder político,51 y, en el último decenio, con las instituciones de crédito regionales y nacionales, con las cuales estos grupos familiares en­traron en tratos de orden financiero.

En síntesis, la metodología a seguir será caracterizar la econo­mía regional y desarrollar la urdimbre de relaciones que coadyuvaron a dar vida y sentido a la región zamorana a través de la reconstruc­ción histórica de las fortunas familiares.

A manera de conclusión

1. La revisión bibliográfica de las diferentes opciones teórico- metodológicas sobre la noción región y la delimitación del espacio regional, indica que el estudio de los espacios intermedios entre lo nacional y lo mínimo local —grandes, medianos o pequeños—, es una excelente vía para mejorar el conocimiento de antiguos tópicos y problemas de la historiografía, siempre y cuando nos forcemos y los veamos desde otro lado que no sea el centro.

Por otra parte, una región no se define tanto por las característi­cas del paisaje o del mercado, sino, por las relaciones (de parentes­co, sociales, económicas, culturales, religiosas, políticas) que los actores sociales entretejen con los hilos de sus actividades, y me­diante las cuales dan forma, sentido y cohesión a un espacio territo­rial.

2. Si se comparan las propuestas de Claude Morin y de Eric Van Young, observamos que en el Centro-Occidente de México hubo dos grandes regiones durante el siglo xvm. Una, la de Guadalajara y su área de influencia, y otra, la diócesis de Michoacán con dos centros importantes, uno en Guanajuato y el otro en la antigua Valladolid. Estos dos últimos eran centros de atracción de diverso carácter, uno minero-agrícola-textil, y el otro, administrativo y, en menor grado, mercantil.

3. A pesar de la escasa división del trabajo interregional y de los límites a la circulación mercantil, desde la época colonial arranca un

proceso de diferenciación espacial que constituye las raíces lejanas de la conformación regional del Centro-Occidente de hoy.

4. El proceso de fragmentación política del país de la primera mitad del siglo xix propició el surgimiento y desarrollo regional en todo territorio, situación claramente observable en el Centro-Occi­dente. Esto hizo perder importancia al bajío y fortaleció a Guadalajara y a otros centros, como Morelia, Uruapan y Zamora.

5. La época porfiriana no opacó dichos centros regionales, no obstante el fuerte proceso de centralización política impulsado en todo el país; por el contrario, con la expansión comercial y la cons­trucción del ferrocarril, uno de ellos, Guadalajara y su entorno —aun­que perdió importancia a escala nacional—, pasó a constituirse en el espacio regional más relevante de la gran región Centro-Occiden­tal del siglo xix y comienzos del xx.

Notas

1. El objeto de estudio de mi investigación doctoral es el proceso de construc­ción histórica de diez fortunas familiares durante el porfiriato.

2. Sergio Boisier, “La articulación Estado-Región: clave del desarrollo regio­nal”, en: Desarrollo regional, nuevos desafíos, Revista de Economía Políti­ca, Pensamiento Iberoamericano, No. 10, México, D.F., julio-diciembre de 1986.

3. Claudio Lomnitz, Evolución de una sociedad rural, Ed. SEP/80, No. 27, México, D.F., 1982. El autor sostiene que la comunidad típica no existe (no pueden hacerse inferencias sobre el campesinado mexicano sobre el análisis de una comunidad). Es indispensable conocer la posición de la comunidad en la estructura social y temporal de la que es parte. Así, el estudio de una comunidad nos ayudará a entender casos que se encuentren en una posición estructural análoga, y nos revelará el funcionamiento del sistema como un todo visto desde la perspectiva de un caso específico.

4. Jorge Zepeda, ‘investigación marxista y región: aspectos metodológicos", en: Contribución, No. 1, Morelia, 1982. Juan José Palacios, “El concepto de región: la dimensión espacial de los procesos sociales”, en: Revista Interamericana de Planificación, vol. XVII, No. 66, junio, 1983.

5. Alejandro Boris Rofman, Dependencia, estructura de poder y formación regional en América Latina, México, Siglo xxi Editores, 1974. Alejandro Rofman, “Influencia del proceso histórico de dependencia externa en la

estructuración de las redes regionales y urbanas actuales”, en: Luis Unikel y Andrés Necochea (selec.), Desarrollo urbano y regional en América Lati­na, problemas y política, México, d .f ., 1975. (Lecturas del Fondo de Cultu­ra Económica, No. 15).

6. Aquí proporcionamos algunos títulos consultados: Mario Cerutti, Burguesía, capitales e industria en el norte de México. Monterrey y su ámbito regional (1850-1910), México D.F., Ed. Alianza/U. Autónoma de Nuevo León, 1992. Mario Cerutti, “Militares, terratenientes y empresarios en el Noreste. Los generales Treviño y Naranjo (1880-1910), en Monterrey, Nuevo León, el Noreste”, en: Siete estudios históricos, Mario Cerutti (Coord.), Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León, 1987. Mario Cerutti, Meno y Vellinga, Burguesías e industria en América Latina y Europa meridional, Madrid, Ed. Alianza/Quinto Centenario, 1989. Héctor Díaz Polanco, Formación re­gional y burguesía agraria en México, México, D.F., Ed. ERA, 1982. Andrés Fábregas, La formación histórica de una región: Los Altos de Jalisco, México, d .f ., Ediciones de la Casa Chata, 1986. Juan Carlos Garavaglia, Economía, sociedad y regiones, Buenos Aires, Ediciones La Flor, 1987. Bernardo García Martínez, Los pueblos de la sierra. El poder y el espacio entre los indios del norte de Puebla hasta 1700, México, D.F., El Colegio de México, 1987. Alejandra Moreno y Enrique Florescano, El sector externo y la organización espacial en México, Universidad de Puebla, 1977. Jaime Olveda, “El proceso formativo de la oligarquía en Guadalajara”, en: De los Borbones a la Revolución. Ocho estudios regionales, Mario Cerutti (Coord.). México, d .f ., COMECSO/G V Editores/U. Autónoma de Nuevo León, 1986. Rodolfo Pastor, “Desamortización, regionalización del poder y guerras de castas, 1822 a 1862: un ensayo de interpretación”, en: Jorge Padua y Alain Vanneph, Poder local, poder regional, México, D.F., El Colegio de México, 1986. Oriol Pi-Sunyer, Zamora: a regional economy in México, 1967, S.P.I.

Paul Singer, “Campo y ciudad en el contexto histórico latinoamericano”, en: Luis Unikel y Andrés Necochea (selec.), Desarrollo urbano y regional en América Latina, problemas y política, (Col. Lecturas del Fondo de Cul­tura Económica, No. 15), México, D.F., 1975. Gustavo Verduzco I., Una ciudad agrícola: Zamora. Del porfiriato a la agricultura de exportación), El Colegio de Michoacán/El Colegio de México, México, D.F.,/Zamora, 1992. Varios autores, Regiones y ciudades en América Latina, México, D.F., (Col. Sepsetentas, SEP, No. 111), México, d .f ., 1973. Eric Wolf, “El Bajío en el siglo xvm, un análisis de integración cultural”, en: David Barkin, (comp.), Los beneficiarios del desarrollo regional, México, D.F., (Col. Sepsetentas, SEP, No. 52), 1972.

7. Pedro Pérez Herrero (comp.), Región e historia en México. (1700-1850), México, d .f., Instituto Mora/UAM, 1991, p. 7.

8. Op. cit., pp. 8-14. Aquí hemos sintetizado las ventajas que presenta el análisis histórico regional para Pedro Pérez Herrero, opinión que comparti­mos plenamente.

9. Tomás Calvo, conferencia “La formación de la región: el caso de Guadalajara”, Seminario de Región del Programa de Doctorado en Ciencias Sociales, Universidad de Guadalajara/ciESAS, 15 de abril de 1994.

10. Al respecto, véase “La investigación sobre desarrollo regional y urbano en el Centro-Occidente de México” de Juan José Palacios, Tiempos de Cien­cia, 17, pp. 1-14.

11. Eric Van Young, “Haciendo historia regional: consideraciones metodológicas y teóricas” publicado en Región e historia en México. (1700-1850) de Pedro Pérez Herrero (Compilador), México, D.F., Instituto Mora/UAM, 1991,

pp. 99-122.12. Op. cit., pp. 99, 101 y 102.13. Ibid., p. 102.14. La tensión generalización/particularización como problema que puede ser

resuelto por los estudios regionales ha sido retomada por Pedro Pérez Herre­ro en la introducción del libro Región e historia (1700-1850), que comenta­mos antes.

15. Eric Van Young, op. cit., pp. 104-105.16. Ibid., pp. 107-108.17. Ibid., pp. 110-113.18. Claude Morin, Michoacán en la Nueva España del siglo XVIII. Crecimiento

y desigualdad en una economía colonial, México, D.F., FCE, 1979.19. Eric Van Young, op. cit., pp. 115-116.20. Claude Morin, op. cit., pp. 8-10.21. Op. cit., p. 15.22. Ibid., p. 18.23. Ibid., p. 18-20.24. En la actualidad esas circunscripciones corresponden más o menos a los

estados comprendidos en la antigua diócesis de Michoacán.25. De todos los espacios el que recibe mayor atención y desarrollo es el Mi­

choacán “pequeño”. Ya sea por dispersión o falta de datos estadísticos, los demás estados son tocados sólo tangencialmente, ibidem, p. 20.

26. Citado por Claude Morin de un habitante de Zapotlán op. cit., p. 20.27. Ibid., p. 21.28. Gerardo Sánchez, El Suroeste de Michoacán: economía y sociedad 1825-

1910, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1988.29. Gustavo Verduzco I., Una ciudad agrícola: Zamora. Del porfiriato a la

agricultura de exportación, El Colegio de México/El Colegio de Michoacán, 1992.

30. Op. cit., p. 20.31. Ibidem, p. 20.32. Ibidem, p. 20. Véase también: “Crecimiento urbano y desarrollo regional: el

caso de Zamora, Michoacán” de Gustavo Verduzco Igartúa, en la revista Relaciones V, 17, El Colegio de Michoacán, Zamora, 1984, y “Poder regio­nal, estratificación social y proceso de urbanización”, en: Poder local, p o ­der regional, Jorge Padua y Alain Vanneph (comps.), México, D.F., El Cole­gio de México/c em c a , 1986.

33. Jesús Tapia Santamaría, Campo religioso y evolución política en el Bajío Zamorano,. Zamora, El Colegio de Michoacán/ Gobierno del Estado de Michoacán, 1986.

34. Op. cit., p. 21.35. Ibidem, p. 12.36. Ib id., p. 13.37. Dicha caracterización responde en gran medida a las preguntas planteadas

más arriba, en el trabajo de Eric Van Young, sobre qué factores hacen surgir o perder importancia a una región.

38. Op. cit., p. 19.39. Ibidem, p. 20.40. Idem.41. Ibid., p. 21.42. Ibid., pp. 21-22.43. Ibid., p. 22.44. En mi opinión, el concepto formación social utilizado por el autor se enmarca

en el estructuralismo, en tanto sostiene que a través del texto la existencia de formaciones sociales pequeñas que serían el equivalente a regiones (en los ámbitos local y estatal), y más grandes, que podrían ser la economía internacional o la sociedad nacional; las primeras son parte de la segunda.

45. Ibidem, p. 23.46. Ibid., pp. 24-25.47. Puntualizar exhaustivamente la evolución de la economía regional durante

el porfíriato escapa a las posibilidades de esta investigación. Por una parte, tanto Jesús Tapia S. como Gustavo Verduzco I. han proporcionado sus características más importantes, y por otra, nuestra meta es sólo describir de manera general la economía de la región en la que se insertaron las opera­ciones económicas efectuadas por las diez familias. En este sentido, recurri­remos a cortes de carácter sincrónico para los cuales se posee información estadística de primera mano, y a la información bibliográfica disponible.

48. El Censo General de Michoacán del Distrito de Zamora de 1910 proporcio­na las listas de hogares, los nombres, el cuartel y la manzana donde vivían los miembros de las familias en estudio, y el número de habitantes por casa

que testimonia la ocupación de un espacio en la ciudad de Zamora. Archivo Histórico Municipal de Zamora, Ramo Fomento, exp. 131, 1910.

49. El Censo General de la República. 1900, proporciona las listas de los nom­bres de los jefes de sección, los ayudantes, los inspectores y los empadronadores por manzanas de las 51 secciones en las cuales fue dividido el Distrito de Zamora, y que fueron quienes llevaron a cabo el censo. Entre ellos se encuentran 55 miembros de las familias en estudio, que son eviden­cia del conocimiento y del interés que tuvieron estos grupos de la población de todo el distrito. Archivo Histórico Municipal de Zamora. Prefectura de Zamora, Ramo Fomento, exp. 11, leg. 1, 1900.

50. Alvaro Ochoa Serrano, Repertorio michoacano (1889-1926), El Colegio de Michoacán, 1995. En él se afirma, que entre los profesionistas, comercian­tes y propietarios rurales de la región que intentaron erigir una entidad aparte estaban: “Mariano Alcaraz, Lic. Hilario y Dr. José Ma. Alvarez, Manuel Arceo, Prisciliano Arias, Julián Barrios, Francisco Bustamante, Estanislao Cabrera, Francisco y Evaristo Cano, Lic. Nicolás Dávalos, José Ma. Dueñas, Pedro Espinosa, Octaviano García, Lic. Francisco C. García, Leónidas Garibay, Antonio Gontes, Filomeno Guerra, notario Indalecio Haro, Francisco Hurtado, José N. Izarrarás, Luis Jiménez, Vicente Madrigal, Marcelo Matos, Lic. Demetrio Méndez, Ramón Méndez Arceo, Perfecto Méndez Garibay, Antonio Méndez Padilla, Nicolás T. Mora, Arcadio H. Orozco; Jesús, Luis y Srita. Manuela Pacheco, Ramón Padilla, Lic. Luis Padilla Matos, Prisciliano Peguero, Mauro Pérez, Luis Planearte; Jesús, Lic. Juan Antonio y Nicanor del Río, Dr. Abraham Romero, Lic. Jesús Trujillo, Eudoxio Vaca, Porfirio Vargas, licenciados Diego y Ricardo Verduzco y Luis Verduzco López” (1889).

51. Miembros de las familias en estudio fueron diputados ante el Congreso del Estado de Michoacán y en el federal.