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Danza tradicional de Bolivia.
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Danza de la “Llamerada” o “Karwani”. El primer nombre es de origen quechua y el segundo de origen aymara
(Karwa). El baile representa a un conjunto de pastores o arrieros (según sea el caso), que conducen un hato familiar,
menos de 200 animales, o un “tren” de más de 1.000 de llamas. Cabe aclarar, sin embargo, que algunos
investigadores consideran que la ambos nombres son en realidad dos bailes diferentes1. La primera, sería
considerada como una expresión “urbana” y estaría vinculada con el calendario folclórico de las grandes fiestas (tal
como en el caso del Carnaval de Oruro; la Fiesta del Gran Poder y la Entrada Universitaria de La Paz); en tanto que la
segunda es considerada como rural y vinculada con las manifestaciones tradicionales de las comunidades de
pastores nómadas, que se ubican en diferentes regiones del altiplano (Lago Titikaka –especialmente la Provincia
Manko Kapaj y la Reserva Natural de Ulla Ulla; Rio Desaguadero; Pampas de Oruro y de La Paz y la región
denominada como “Norte de Potosí” `que incluye a las partes altas de los departamentos de Cochabamba, Potosí y
Tarija).
Esta distinción, según Eveline Sigl y David Mendoza S., 2012, trasuntarían, a su vez, los diferentes procesos de
desarrollo social, cultural y económico que caracterizaron a nuestro país desde su fundación. Así, esta danza, pasaría
por las siguientes fases:
“La primera dando una imagen “campesina” autóctona humilde (sic), la segunda evocando un aura de
prestigio y poder, y la tercera nuevamente regresando al retrato de los pintorescos “pastorcitos””2
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Ilustración 2 Escultura lítica de Wankarani. Oruro
Ilustración 3 Llamas o karwas floreadas
La danza de la Llamerada reflejaría, quizás una de las actividades que tuvo una mayor presencia en el tiempo y que
jugó un rol trascendente en el desarrollo de las principales culturas y civilizaciones de Bolivia, nos referimos sin duda
alguna a la domesticación de los camélidos americanos.
1 Sigl, Eveline y Mendoza Salazar, David No se baila así no más. Danzas autóctonas y folclóricas de Bolivia. Tomo II. La Paz, agosto de 2012, Pág. 194. 2 Ibídem, Pág. 192.
Una de las primeras culturas en la que se encuentran evidencia acerca de este primer gran peldaño para la
sedentarización, fue la cultura de Wankarani, hace unos 3.000 años de antigüedad. Esta se ubicaba, según Teresa
Gisbert (2001), en torno al Lago Poopo y se caracterizó por:
“Establecida en una región de puna no llegó a desarrollarse plenamente manteniendo su estado de tipo
aldeano hasta sucumbir al influjo de la expansión tiahuanacota. Su economía se basó en el pastoreo de
camélidos. Sus aldeas están situadas sobre montículos con casas de planta circular. No hay restos de
construcciones correspondientes a centros religiosos; tan sólo se han encontrado cabezas de llamas,
talladas en piedra, que responden a una concepción religiosa.”3
A partir de este primer esfuerzo, las grandes civilizaciones yacentes en territorio boliviano (Tiwanaku) habrían
adaptado este riquísimo recurso pecuario. Unos eran semiserriles, como la vicuña y el guanaco; y otros tal como la
llama y la alpaca fueron completamente domesticados. Su presencia, al igual que otros animales de carga de otras
latitudes en el mundo, transformaron las altas culturas andinas. Permitió crear un verdadero archipiélago de
complejas relaciones culturales, sociales y económicas entre las comunidades de los diferentes pisos ecológicos.
Tiwanaku, como otras civilizaciones similares en el tiempo, desarrollaría en un sistema vial único, en el que se
articularían los diferentes pueblos y colonias, a través de tambos, pascanas y mercados.
Sin duda alguna, dentro de esta compleja estructura de intercambio económico y social, los pueblos pastores
nómadas tendrían un rol trascendente y decisivo. La danza de la llamerada, en ese sentido, reflejaría el
reconocimiento del aporte esencial de los pastores altoandinos, en relación a la integración y vertebración del
espacio cultural de muchos como incontables pueblos asentados en las diferentes vertientes ecológicas de lo que
sería la Bolivia de hoy. El gran imperio del Tahuantinsuyu, a no dudarlo, no hubiera sido posible sin la presencia de
cada uno de estos grupos trashumantes.
La Llamerada es un homenaje, al hombre de la puna y a su insaciable sed de lo inconmensurable. La danza recoge, a
su vez, su intensa vitalidad y la fuerza de su autodeterminación. Corporal y gestualmente, nos entrega un mensaje
de libertad y, por sobre todo, de sobriedad y adustez. Gregorio Reynolds, en su poemario “El Cofre de Psiquis” de
1918, agrega el hermoso poema titulado “La Llama”:
Inalterable, por la tierra avara del altiplano, luce la mesura de su indolente paso y apostura, la sobria compañera del aymara
Parece, cuando lánguida se para y mira la aridez de la llanura, que en sus grandes pupilas la amargura del erial horizonte se estancara.
O erguida, la cerviz al sol que muere, y de hinojos, oyendo el miserere pavoroso del viento de la puna,
espera que el ara de la nieve el sacerdote inmaterial eleve la eucarística forma de la luna.
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En el pasado, cabe destacar, esta vestimenta era mucho más elaborada y se utilizaban elementos simbólicos de
poder, tales como chuspas, que llevaban cosidas en su exterior monedas de plata; mantillas de vicuña; y ropa
bordada con hilos de oro y plata.
SIGNIFICADO O CONNOTACIÓN DENTRO DE LA POBLACIÓN
La danza y la coreografía en el Ande, es una forma comunitaria y ritual de expresar su riquísima espiritualidad,
vinculada con la vida y la muerte. Entre estos dos extremos vitales, de acuerdo a su concepción animista, están la
fecundidad y la fertilidad de todos los seres (vivos o inertes) que la habitan y la pueblan.
Nuestro espacio vital, en la que predominan altiplanicies, valles, llanos, montañas, cerros, serranías y cordilleras, han
nutrido a sus habitantes, desde tiempos inmemoriales, de una riquísima como diversa cosmovisión telúrica. Tal vez,
un común denominador, entre todas ellas, sea el amor y el respeto por la naturaleza.
Así, los pastores altoandinos, domesticaron a los camélidos andinos sin la violencia, tan característica de la doma
occidental. El sacerdote Diego de Ocaña relata, en 1606, que las llamas no eran "manejadas por indios y no por
españoles", porque los primeros eran "flemáticos"; en tanto que los segundos, acostumbrados a la doma violenta,
no entendían la psicología del sometimiento amoroso y la natural rebeldía de las llamas o karwas. Relata el cronista,
que cuando alguna de ellas, después de haber cumplido sus cuatro leguas, se echaba a descansar, negándose a
caminar hasta que le quitaran su carga, el español reaccionaba frente a ello furibundamente y trataba de obligarla a
andar, con "palos y malos tratos". Muchas veces, la testarudez del noble animal, le costaba la vida5.
Los pastores altoandinos, como ya dijimos anteriormente, a través del esfuerzo de sus nobles animales de carga,
integraron su diverso como inconmensurable territorio. Su trajinar, reunía realidades dispares, acercaba
diversidades, mitigaba necesidades y requerimientos y satisfacía curiosidades.
Si las llamas podían acercar regiones distantes en el manqapacha (el aquí y el ahora), supusieron también, que
podrían comunicarse con el mundo del más allá (alajapacha) y contactarse y restañar la ausencia sentida de esa
comunidad etérea que albergaba a sus seres queridos, para ello sacrificaban un llama blanca, a la que le cargaban
simbólicamente con sus encomiendas o “irayas” y la enviaban al más allá. Igual efecto surtía cuando hacían una
ofrenda a la pachamama y quemaban el sullu o feto de algún camélido.
Por todo ello ‐y para finalizar‐ la danza de la llamerada, es una forma de recordar y retrotraer del olvido a este
importantísimo grupo humano, que hasta hace poco, deambulaba por todas la rutas y caminos prehispánicos o de
“herradura”, anunciando a lo lejos, a través del ulular de sus hondas, silbidos y el sonido ronco y apagado del paso
de sus animales, su llegada a comunidades, pueblos y ciudades que, poco a poco, se van desvaneciendo en el
tiempo.
Carlos Ostermann Stumpf, antropólogo
5 Ocaña, Diego de Un Viaje Fascinante por la América Hispana del Siglo XVI (1599 ‐ 1606). 1606. Edición Fray Arturo Álvarez. Madrid, STVDIUM, 1969. Págs. 205/206.