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Reseña Malintzin de las Maquilas, Carlos Fuentes
Alessandra Salazar
En Malintzin de las maquilas, la mujer cumple un rol esencial. Pues es ella quien a través
de su trabajo en las fábricas sustenta el hogar: “Pregunta en la fábrica. La mitad de las que
chambeamos allí mantenemos el hogar. Somos lo que se llama jefecitas de familia”. El rol
femenino, por lo tanto, está en constante desplazamiento, las mujeres viajan más de una
hora para llegar a sus trabajos, en este lugar encuentran todo hermoso:
“Marina dijo que ya entraban a la parte bonita y las tres miraron los cipreses alineados a ambos lados de la carretera sin hablarse más; esperando nomás la aparición bellísima que no dejaba de asombrarlas todos los días a pesar de la costumbre, la fábrica montadora de televisores a color, un espejismo de vidrio y acero brillante, como una burbuja de aire cristalino, era como trabajar rodeadas de pureza, de brillo, casi de fantasía, tan limpia y moderna la fábrica, el parque industrial como decían los managers”
La maquila contrasta con el escenario mexicano, el cual se caracteriza por el polvo, la
suciedad y las tradiciones que cada mujer carga en sus recuerdos, memorias que algunas
quisieran borrar por el dolor que guardan y otras que se aferran a ellas como único recurso
para vivir, a pesar del mal que esto conlleve:
“—No es cierto —dijo Dinorah—. Los recuerdos nomás duelen. —Pero es dolor del bueno —contestó la Candelaria. —Pues yo sólo conozco del malo —siguió Dinorah. —Es que no tienes con qué compararlo, no te das a ti misma el chance de almacenar tus buenos recuerdos del pasado”.
Por otra parte, la explotación a la que son sometidas las mujeres queda encubierta por los
empresarios a través del progreso, que supuestamente trae a México el empleo en las
maquilas, ya que estas:
“las liberaban del rancho, de la prostitución, incluso del machismo —sonrió ampliamente don Leonardo— pues la trabajadora se convertía rápidamente en la ganapán de la casa, la jefa de familia adquiría una dignidad y una fuerza que pues liberaban a la mujer, la independizaban, la modernizaban y eso también era democracia”.
La frontera se relata como una zona en la que se puede adquirir poder económico y en
donde “Se puede medir el progreso del país por el progreso de las maquiladoras”, sin
embargo, esa es solo una visión de la realidad de las mujeres, las cuales se ven sometidas a
constantes humillaciones, a la rotación en sus trabajos y al descuido de sus hogares, por
llevar el pan a sus familias. En cuanto a la relación con los hombres y el supuesto
empoderamiento que les otorga el trabajo, esto es opacado por la tradición machista que
cargan consigo, las mujeres enamoradas, la madre soltera que es mal mirada incluso por sus
colegas, el hombre que es de todas pero no importa porque también es de una, el hombre
que supuestamente da seguridad y cuida a los hijos, termina por negar la fuerza femenina.
La mujer es desplazada se su labor como maquiladora y de su rol como madre ya que debe
dejar al hijo amarrado como un perro para poder trabajar, al final la mujer es solo eso:
mano de obra barata para hacer crecer a un empresario que a su vez vende barato en el
mercado estadounidense, finalmente los únicos que ganan son los gringos, ya que tal como
señala el empresario buscan siempre el mejor postor: “—No me parece mal tener una
empresa nacional que le vende a un solo comprador asegurado. Eso no lo tenemos en los
Estados Unidos”. Los fronterizos son siempre desplazados por el mejor negocio:
“Lo que nos conviene es comprar los terrenos de la colonia Bellavista. Son un andurrial, puras chozas de mierda. En cinco años, valdrán mil veces más. Ted Murchinson estuvo de acuerdo en poner el dinero con Leonardo Barroso al frente, porque la constitución mexicana prohíbe a los gringos tener propiedades en las fronteras”.