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REVISTA EUROPEA. NDM.169 20 DE MAYO DE 1877. AÑO IV. LA HISTORIA VERDADERA DEL CONCILIO DEL VATICANO. m. * En lo dicho anteriormente vemos con cuánta cir- cunspección procedió Pío IX al llamará su consejo á los cardenales teólogos y canonistas de Roma. Después creyó oportuno agregarles canonistas y teólogos de otras naciones, á fin de que pudiesen elaborar, en un detenido examen, como más ade- lante veremos, el programa detallado de los asun- tos que habrían de someterse al Concilio del Vati- cano. Y ni aun esto fue considerado suficiente. El Papa, además, mandó dirigir una carta-circular á cierto número de obispos de los que en diferentes países se distinguían más por sus conocimientos es- peciales en teología y en derecho canónico, y por su experiencia particular del gobierno de la Iglesia. Pió IX llamó en su auxilio á los que el mismo Jesu- cristo instituyó como doctores encargados de for- mar la Iglesia de Dios. Todo obispo es, en virtud de su ministerio, un doctor de la fe. Poco importa la mayor ó menor extensión do su diócesis; poco im- porta que esta se halle situada donde exista la uni- dad católica ó in partibus injidelium, ni que tenga ó no un rebaño bajo su jurisdicción. El del más re- ducido territorio es igual al de la más vasta dióce- sis. Ha sido nombrado guardián de la fe por un man- dato divino, y su misión no es más ni menos impor- tante porque el pueblo que dirige sea más grande ó más pequeño. San Jerónimo dice que en este punto todos los obispos son iguales, y que el obispado de Roma no es mayor que el de Eugubium. Ya veremos el valor y la aplicación de este principio. La orden en cuestión fue dada en la audiencia con- cedida por Pió IX al secretario de la Congregación de dirección el 27 de Marzo de 186S. Las cartas fueron remitidas inmediatamente, con el carácter de reservadas, á los obispos que se había designa- do de los distintos puntos do Europa, encargándo- les que dieran á conocer por escrito los asuntos que, en su opinión, deberían someterse á las deli- beraciones del Concilio. El envío de esta circular, Véanse los números 165 y 161, págs. 503 y 545. TOMO IX. dirigida á 36 obispos, tuvo lugar el 40 de Abril. En el mismo sentido se pasó otra comunicación á cierto número de obispos de las iglesias orientales. Las contestaciones se hallaron todas reunidas en Roma á mediados de Agosto. Aunque la prescripción contenida en dicha circu- lar no se refería más que á la indicación de las ma- terias que se habían de tratar, los obispos, en sus contestaciones, no pudieron ocultar la alegría que les causaba el ver al Papa decidido á reunir un Con- cilio ecuménico. Estas contestaciones acreditan una admirable armonía de juicios. Difieren, sí, en cuanto al grado de concisión ó proligidad con que en ellas se examinan las cuestiones; pero en las que se pro- ponen para la deliberación todas convienen, ofre- cen la unanimidad que se deriva de la unidad del episcopado católico. Los obispos hacen constar que en nuestra época no existe ninguna heregía, nin- gún error nuevo ni especial, en cuestión de fe, sino más bien una perversión y confusión de las verda- des y de los principios primordiales que se oponen á los mismos fundamentos de la verdad y á los preámbulos de toda creencia. Esto quiere decir, que así como la duda ataca á la fe, el descreimiento venga á la fe destruyendo la duda. El hombre deja de dudar cuando se hace incrédulo y desecha todo escrúpulo. Se ha llegado á negar que la luz natural . y el testimonio de la creación prueben la existencia de DiQft. Se niega, pues, la existencia de Dios, la del alma, las prescripciones de la conciencia, las nociones del bien y dul mal; en una palabra, la ley moral. Para los que niegan la existencia de Dios, no puede haber legislador, porque su moral es in- dependiente de toda ley, existe en ella y por ella misma, ó más bien no tiene existencia sino subjeti- vamente en los individuos por consecuencia de una costumbre tradicional hija de los usos convenciona- les y de las prácticas mentales de la sociedad. Los obispos consideran muy generalizada ó extendida la negación de todo orden sobrenatural, y, por lo tanto, de la existencia de la fe; y desean que el Con- cilio declare que la existencia de Dios puede ser co- nocida con certeza por las luces naturales, y que defina la condición natural y sobrenatural del hom- bre, la redención, la gracia y la Iglesia. Quisieran especialmente que el Concilio tratase de la natura- leza y personalidad de Dios, de la Creación, de la Providencia, de la posibilidad y de la realidad de una revelación divina. Estos puntos parecerán tal 39

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REVISTA EUROPEA.N D M . 1 6 9 2 0 DE MAYO DE 1 8 7 7 . AÑO IV.

LA HISTORIA VERDADERA

DEL

CONCILIO DEL VATICANO.

m. *En lo dicho anteriormente vemos con cuánta cir-

cunspección procedió Pío IX al llamará su consejoá los cardenales teólogos y canonistas de Roma.Después creyó oportuno agregarles canonistas yteólogos de otras naciones, á fin de que pudiesenelaborar, en un detenido examen, como más ade-lante veremos, el programa detallado de los asun-tos que habrían de someterse al Concilio del Vati-cano. Y ni aun esto fue considerado suficiente. ElPapa, además, mandó dirigir una carta-circular ácierto número de obispos de los que en diferentespaíses se distinguían más por sus conocimientos es-peciales en teología y en derecho canónico, y porsu experiencia particular del gobierno de la Iglesia.Pió IX llamó en su auxilio á los que el mismo Jesu-cristo instituyó como doctores encargados de for-mar la Iglesia de Dios. Todo obispo es, en virtud desu ministerio, un doctor de la fe. Poco importa lamayor ó menor extensión do su diócesis; poco im-porta que esta se halle situada donde exista la uni-dad católica ó in partibus injidelium, ni que tengaó no un rebaño bajo su jurisdicción. El del más re-ducido territorio es igual al de la más vasta dióce-sis. Ha sido nombrado guardián de la fe por un man-dato divino, y su misión no es más ni menos impor-tante porque el pueblo que dirige sea más grande ómás pequeño.

San Jerónimo dice que en este punto todos losobispos son iguales, y que el obispado de Roma noes mayor que el de Eugubium. Ya veremos el valory la aplicación de este principio.

La orden en cuestión fue dada en la audiencia con-cedida por Pió IX al secretario de la Congregaciónde dirección el 27 de Marzo de 186S. Las cartasfueron remitidas inmediatamente, con el carácterde reservadas, á los obispos que se había designa-do de los distintos puntos do Europa, encargándo-les que dieran á conocer por escrito los asuntosque, en su opinión, deberían someterse á las deli-beraciones del Concilio. El envío de esta circular,

Véanse los números 165 y 161, págs. 503 y 545.TOMO IX.

dirigida á 36 obispos, tuvo lugar el 40 de Abril. Enel mismo sentido se pasó otra comunicación á ciertonúmero de obispos de las iglesias orientales. Lascontestaciones se hallaron todas reunidas en Romaá mediados de Agosto.

Aunque la prescripción contenida en dicha circu-lar no se refería más que á la indicación de las ma-terias que se habían de tratar, los obispos, en suscontestaciones, no pudieron ocultar la alegría queles causaba el ver al Papa decidido á reunir un Con-cilio ecuménico. Estas contestaciones acreditan unaadmirable armonía de juicios. Difieren, sí, en cuantoal grado de concisión ó proligidad con que en ellasse examinan las cuestiones; pero en las que se pro-ponen para la deliberación todas convienen, ofre-cen la unanimidad que se deriva de la unidad delepiscopado católico. Los obispos hacen constar queen nuestra época no existe ninguna heregía, nin-gún error nuevo ni especial, en cuestión de fe, sinomás bien una perversión y confusión de las verda-des y de los principios primordiales que se oponená los mismos fundamentos de la verdad y á lospreámbulos de toda creencia. Esto quiere decir, queasí como la duda ataca á la fe, el descreimientovenga á la fe destruyendo la duda. El hombre dejade dudar cuando se hace incrédulo y desecha todoescrúpulo. Se ha llegado á negar que la luz natural .y el testimonio de la creación prueben la existenciade DiQft. Se niega, pues, la existencia de Dios, ladel alma, las prescripciones de la conciencia, lasnociones del bien y dul mal; en una palabra, la leymoral. Para los que niegan la existencia de Dios,no puede haber legislador, porque su moral es in-dependiente de toda ley, existe en ella y por ellamisma, ó más bien no tiene existencia sino subjeti-vamente en los individuos por consecuencia de unacostumbre tradicional hija de los usos convenciona-les y de las prácticas mentales de la sociedad. Losobispos consideran muy generalizada ó extendidala negación de todo orden sobrenatural, y, por lotanto, de la existencia de la fe; y desean que el Con-cilio declare que la existencia de Dios puede ser co-nocida con certeza por las luces naturales, y quedefina la condición natural y sobrenatural del hom-bre, la redención, la gracia y la Iglesia. Quisieranespecialmente que el Concilio tratase de la natura-leza y personalidad de Dios, de la Creación, de laProvidencia, de la posibilidad y de la realidad deuna revelación divina. Estos puntos parecerán tal

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vez extraños á muchos de nuestros lectores; perolos que conozcan los sistemas filosóficos de Alema-nia y Francia, comprenderán fácilmente la oportu-nidad de tales pretensiones. Después indican másexplícitamente como asuntos que deberían figuraren el programa: la elevación del hombre por la gra-cia, después de la creación, á un orden natural su-perior, su caída, su restauración en Jesucristo, lainstitución divina de la Iglesia, la misión que le haconfiado su Divino Fundador, su organización, losprivilegios y derechos de que se halla dotada, laprimacía y la jurisdicción del Pontífice de Roma, suindependencia del poder civil y sus relaciones conéste; su autoridad en la enseñanza, y la necesidadactual de un poder temporal para la Santa Sede. Ci-tamos todos los puntos que se propusieron, parademostrar que el objeto con que se asegura que ha-bía de reunirse el Concilio, apenas se mencionó. Delos treinta y tantos obispos, muy pocos fueron losque hicieron alguna indicación respecto á la infali-bilidad del Jefe de la Iglesia; si bien es cierto queno se podría deliberar sobre su primacía sin ocu-parse de aquel asunto.

Muy pocos son, dice uno de los obispos, los quehoy combaten esta prerogativa del Pontífice de Ro-ma; y obran así, no por razones teológicas, sinocon el objeto de asegurar más la libertad de laciencia. Con tal propósito, sin duda, se ha creadoen Raviera, en Munich, una escuela de teólogos,que en sus escritos tienden principalmente á me-nospreciar, por medio disertaciones históricas, laautoridad de la Santa Sede Apostólica y su formade gobierno, arrojando sobre ella el descrédito, yatacando sobre todo la infalibilidad de Pedro, ense-ñando ex cathedra.

Pero la mayoría de los obispos se ocuparon delpanteísmo, del racionalismo, del naturalismo, delsocialismo, del comunismo, de la indiferencia enmateria de religión, del regalismo, de la libertad dela conciencia y de la prensa, del matrimonio civil,del espiritismo, del magnetismo, de las falsas teo-rías sobre la inspiración, sobre la autoridad de laEscritura y sobre su interpretación. Muchos citabanel Syllabus como el mejor programa que podíaadoptarse, y manifestaban deseos de que los erro-res condenados por este documento fuesen objetode una condenación por parte del Concilio non ulrnajorifirmitate, sed ut majori solemnitate proscri-bantur. Como es sabido, en el Syllabus no se tratala doctrina de la infalibilidad; sólo tiene por objetola condenación de ochenta errores, clasificados delsiguiente modo: 1.°, de la existencia de Dios; 2.°,de la revelación; 3.°, del indiferentismo; 4.°, delsocialismo; 5.°, de la Iglesia y sus derechos; 6.°, dela política y del Estado; 7.°, de la moral natural yde la moral cristiana; 8.°, del matrimonio cristiano;

9.°, del poder temporal del Pontífice de Roma, y 40,del liberalismo moderno. Copiamos este resumendel Syllabus, porque abrigamos la creencia de queentre los miles de personas que lo combaten haymuy pocas que lo hayan leido. Si sus adversariosquisieran tomarse el trabajo de leerlo, no se sor-prenderían poco en reconocer que, con ligeras ex-cepciones, cuanto se condena en el Syllabus lo con-denaría como erróneo todo cristiano sincero quecrea en la revelación cristiana.

«Las teorías del naturalismo, dice uno de losobispos, han introducido en la sociedad modernacostumbres sensuales y materiales, á la vez, muycontrarias á la vida cristiana.» Esperaba que el Con-cilio entraría en los detalles de práctica y que con-denaría los excesos de la lujuria, los recreos inmo-rales, el afán de enriquecerse por medio de especu-laciones de dudosa probidad , el abandono de lavida doméstica, la profanación del matrimonio, lafalta de observancia de los dias consagrados al ser-vicio de Dios, la negligencia en el culto divino ylas prácticas de usura. Pedían también un catechis-mus adpopulum por analogía con el catechisrnus adparrochos decretado por el Concilio de Trento. De-seaban, además, un nuevo Código ó digesto del de-recho canónico, en el que se excluyese todo lo queestuviera anticuado, y todo lo que por consecuenciade las trasformaciones de la sociedad moderna hu-biese perdido su oportunidad ó la posibilidad de cum-plimiento. Manifestaban al mismo tiempo el deseode que las relaciones entre la Iglesia y el Estado, esdecir, entre el poder espiritual y los poderes civiles,se definiesen claramente. Pedían la enunciación deextensos é inteligibles principios, de los que nofuese posible separarse al juzgar estas cuestionesmixtas, así como la definición por el Concilio de laconducta que deberían observar los obispos respec-to á la libertad civil de la prensa y de los cultos, yá la protección concedida al error por los gobier-nos. Proponían particularmente que el Concilio hi-ciera alguna declaración relativa al peligro inmi-nente de los gobiernos cristianos al caer en la tiraníade un cesarismo pagano que deifica al Estado, mo-nopolizando, en la esfera de un arbitrario poder,cuanto es objeto de un culto. Esperaban, por últi-mo, que el Concilio de clararía que el poder tempo-ral , del Pontífice no ofrecía obstáculo alguno alprogreso fundado en leyes del mundo cristiano; queel lamentable conflicto entre el poder civil y el po-der espiritual, que la cristiandad deplora, no ha sidoprovocado por ninguna agresión de la Iglesia, sinoque tiene por origen el abandono que hace la mo-derna civilización de la base cristiana de la socie-dad. El último error condenado en el Syllabus estáen la siguiente proposición: «El Pontífice de Romapuede y debe reconciliarse con el progreso, el libe-

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ralismo y la sociedad moderna.» La civilización cris-tiana, representada por el Pontífice, consiste en launidad de la fe, la unidad del culto, la unidad delmatrimonio y de la enseñanza cristiana. Ningunapersona sensata puede, por lo tanto, asombrarse deque Pío IX rehuse ponerse de acuerdo con el indi-ferentismo en materia de fe y de culto, con las ten-dencias de desunión y la secularización de las es-cuelas.

Resumamos ahora esta parte de nuestro tema,que se refiere al primer anuncio público de la in-tención de convocar el Concilio del Vaticano.

Hemos visto que la iniciativa se debió completa-mente á Pió IX. Él fue el primero en concebir estaidea y manifestarla á sus legítimos consejeros. Co-nocemos además las causas declaradas de tal pen-miento; no eran otras que las de hallar un remedioextraordinario á los extraordinarios males de lacristiandad. Hemos hecho constar también, que enlas contestaciones de los cardenales y obispos do-mina esa misma aspiración. Los males de nuestraépoca, sus confusiones teológicas, filosóficas, reli-giosas, sociales, domésticas y morales, preocupa-ron tanto el ánimo del Pontífice y sus consejeros,que el punto que se pretende presentar al mundocomo el motivo principal, ya que no el único, de lareunión del Concilio, apenas figuró para nada; ycuando á él se aludió fue en la enumeración deuna serie de doctrinas, lógicamente relacionadasentre sí, ó por indicación de los cardenales que sedeclararon resueltamente contrarios á la reunióndel Concilio.

El verdadero motivo del Concilio del Vaticano estrasparente para todo espíritu sereno y justo. Du-rante trescientos años no se había celebrado ningúnConcilio; y en ese tiempo el mundo no había cesa-do de estar expuesto á los mayores cambios queha sufrido desde su conversión al cristianismo. Elprimer periodo de la Iglesia realizó gradualmente launión del poder espiritual y del poder civil. Lostres últimos siglos los han separado y opuesto. Enel principio, la misión de los Apóstoles unía á loshombres de todas las naciones, y esto presagiabala unión de todas las naciones en una sola sociedadespiritual. Los acontecimientos de estos últimostiempos han arrancado á las naciones, como cuer-pos políticos, de la unidad de la fe. En el segundoperíodo, ó Edad Media del mundo cristiano, no obs-tante los frecuentes y profundos conflictos suscita-dos entre el poder espiritual y el poder civil, lavida pública, las leyes y la organización vital de lacristiandad, permanecieron cristianas. Príncipes,legislaciones y sociedades profesaban la fe católicay la sumisión espiritual al jefe de la Iglesia univer-sal. La cristiandad era una en su fe, una en su cul-to, bajo un pastor supremo; y su ley sobre el matri-

monio, y su enseñanza eran igualmente cristianas.Un escritor, que goza de grande autoridad en el

mundo literario de Inglaterra, ha dicho que la pri-mera revolución francesa fue el último acto de lareforma de Lutero. Tal vez quiso decir con esto quela individualidad del juicio privado en materia re-ligiosa pasó en 1789 al dominio político, y que elespíritu de critica que había disuelto la fe positi-va, destruyó también la autoridad gubernamental.Autores políticos nos dicen que los gobiernos de laEuropa occidental se han debilitado visiblemente,dándose el caso de parecer que han perdido la ha-bilidad ó el poder necesario para gobernar, y quese han convertido, á lo sumo, en indicador de loscambios de la voluntad popular, que se mueve ygira en el ciclo entoro de la brújula con la rapidezdel viento. Otra interpretación evidente de aquellaafirmación es que la primera destrucción nacionalde la unidad de la cristiandad se efectuó por Lutero.Los conflictos entre las naciones durante lo que sellama el Gran cisma de.Occidente, los antagonismosque por algún tiempo dividieron á los pueblos, sefundaban invariablemente en el principio de la uni-dad de la fe. Pero todos esos cismas fueron unidospor el Concilio de Constancia. Los del siglo XVI nofueron do la misma naturaleza que aquellos. Naci-dos de la deserción formal de las naciones de lafamilia universal de la cristiandad, se basaban eneste principio: la participación en la unidad de laIglesia católica no es de necesidad; cada nacióntiene en sí misma la fuente de fe y jurisdicción, esindependiente de toda autoridad externa colocadafuera de su seno, y se basta por consiguiente á ellapropia. De aquí resultaba lógicamente la tentacióndo trasferir al poder civil ó á la Corona la jurisdic-ción diéü jefe espiritual de la Iglesia de Jesucristo.Se ha dicho con mucha verdad que la supremacíareal es núcleo de negación. Niega la acción ejercidasobre el mundo eatero por la Iglesia católica, y laexcluye de todas las naciones á cuya cabeza sehalla un soberano, que es juez supremo en lo espi-ritual y en lo temporal. En Alemania, Suecia, Dina-marca é Inglaterra se ha establecido completamentela supremacía luterana de la Corona; el estado actualde sus dominios revela cuáles han sido los resulta-dos de esta reforma. Pero no fue en estos paísesdonde Pió IX fijó desde luego y principalmente susojos. Su mayor solicitud se encaminaba á los reinoscatólicos de Europa, que nunca han adoptado lareforma de Lutero. No obstante, el regalismo,que es la supremacía real llevada á los últimoslímites del cisma, ha prevalecido generalmente enesos reinos..En Francia, desde Luis XIV hasta unafecha reciente, en Austria desde José II, en Toscanadesde Leopoldo I, en España desde Carlos III, enÑapóles desde el principio de la monarquía Sicilia-

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na, el poder real ha oprimido y reducido á esclavi-tud la Iglesia católica en medio de una protecciónllamada paternal. Constantino se contentaba con lla-marse ¿itíuy.cnto!; tfijv s£io. Los soberanos católicosde los tres últimos siglos, por el contrario, se hanmezclado en todo, desde el nombramiento de losobispos hasta el número de velas que es permitidoencender en el altar. Federico de Prusia tenía cos-tumbre de llamar á José de Austria «mi hermano elsaeristan.« Las consecuencias de este desastrosopatronato fueron muchas y se dejaron sentir en todala organización de la Iglesia. Basta citar tres: pri-mero, el abatimiento y la secularización del episco-pado y del clero por el contacto con la corte y susambiciones; en segundo lugar, la suspensión de lalibertad espiritual de la Iglesia en su disciplina, sussínodos, sus tribunales; y, por último, la protecciónconcedida por los reyes á doctrinas heterodoxas,tales como, las de Van Espen y Honlheirn sobre elderecho canónico y sobre la teología, y las de losautores de los cuatro artículos patrocinados porLuis XIV. En este sentido no se puede menos dedecir que el movimiento luterano no ha dejado depenetrar en las regiones católicas. La exageracióndel regalismo ha producido, sin embargo, una reac-ción inevitable, y las revoluciones de este siglo hanneutralizado la supremacía real, estableciendo ladoctrina de que el Estado, como tal, no tiene re-ligión.

Puede considerarse, por consecuencia, cerradoel segundo período de la cristiandad. De treinta yseis soberanos, diez son todavía católicos, dos per-tenocen al cisma griego, y veinticuatro se llamanprotestantes. Los pueblos de muchos y poderosospaíses han permanecido siendo Heles y fervienteshijos de la Iglesia católica; pero la revolución, yaostensiblemente, ya en secreto, material ó moral-mente existe detrás del trono en todos los gobier-nos de la cristiandad. El derecho público de las na-'ciones cuyos individuos aún son católicos, ha de-jado de ser católico. La unidad de los pueblos en lafe y el culto, tal como los apóstoles la fundaron,parece estar hoy destruida. La unidad de la Iglesiaes más compacta y más sólida que nunca, pero elcristianismo ie los reinos cristianos no existe ya.Hemos entrado en un tercer período. La iglesia noha empezado con los reyes, sino con los pueblos, yá esos pueblos, probablemente, va á volver. Losprincipes y los gobiernos de este mundo fueroncontrarios á ella en un principio, y lo mismo suce-de hoy. Con la diferencia de que la hostilidad delsiglo XIX es más ardiente y más encarnizada que ladel primer siglo. Entonces el mundo no había creidojamás en el cristianismo, y ahora reniega de él. Perola Iglesia no ha cambiado y no puede renovar susrelaciones, cualquiera que sea la forma que a'

mundo le parezca oportuno adoptar para la vidacivil. Si, como la previsión política lo ha anunciado,todas las naciones siguen el camino de la democra-cia, la Iglesia sabrá cómo conducirse ante el nuevoy extraño aspecto que ofrezca el mundo. La políticade alta prudencia, con cuyo auxilio sostuvieron losPontífices la unión de las dinastías de la EdadMedia, sabrá sostener igualmente !a de los pueblosque han permanecido Heles á la fe. Tal era el mundoque se representaba Pió IX cuando concibió la ¡deade un Concilio ecuménico. Vio ai mundo que un diafue católico, todo él, agitado y fatigado por la rebe-lión de? su inteligencia contra la revelación de Diosy de su voluntad contra la ley santa del Señor; porla sublevación de la sociedad civil contra la sobe-ranía do Dios, y por el espíritu anti-cristiano quearrastra á los príncipes y á los gobiernos hacia lasrevoluciones anti-cristianas. Aquel á quien, segúnlas palabras de San Juan Crisóstomo, ha sido con-fiado el mundo, vio en el Concilio del Vaticano elúnico remedio adecuado á los males universales delsiglo XIX. Hagamos observar que los Consultores,al emitir su opinión favorable á la reunión del Con-cilio, no hicieron ninguna indicación respecto á lafecha en que podía ser convocado sin peligro. Elaspecto amenazador de la época era á propósito parahacerles dudar.

El 17 de Noviembre de 4865 se dirigieron cartasá los Nuncios apostólicos de Paris, Viena, Madrid,Munich y Bruselas, anunciándoles la intención dePió IX de reunir un Concilio ecuménico, y pregun-tándoles si juzgaban, dadas las circunstancias, queera prudente su convocación. Se les invitó ademásá que designasen dos teólogos ó canonistas de losque gozaran mayor reputación en sus respectivospaíses. Las contestaciones se recibieron á fines delsrfio 1865.

La Comisión de Dirección celebró su tercera se-sión el 24 de Mayo de 1866; pero desde, esta fechano volvió á reunirse hasta la mitad del año 1867.La suspensión de sus preparativos reconocía porcausa sucesos que conviene recordar ligeramente.La Europa entera esperaba con ansiedad el con-flicto entre Prusia y Austria, que no tardó en ocur-rir, y que pronto terminó en el campo de batalla deSadowa. El 17 de Junio de 1866 el rey de Prusiadeclaró la guerra al emperador, y tres dias después,el barón Ricasoli anunció á la Cámara y al Senadoque el rey Víctor Manuel, por su parte, tambiénhabía declarado la guerra al Austria. La Lombardíay Venecia fueron cedidas á Italia, y el 4 de No-viembre dijo Víctor Manuel en Turin «que la Italiaestaba formada, pero no completa.» El 15 de Se-tiembre de 1864 habían hecho un tratado el Empe-rador de los franceses y el rey de Italia, por el cualse comprometía esta nación á no atacar á los Esta-

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N.° .169 MENENDEZ PELAYO. TRADUCTORES CASTELLANOS DE HORACIO. 613

dos Pontificios, sino, por el contrario, á defender-los por la fuerza de toda agresión, y Francia soobligaba, en cambio, á retirar gradualmente, en eltérmino de dos años, sus tropas de Roma y de losEstados de la Iglesia. El 11 de Diciembre de Í866desapareció la bandera francesa del fuerte del SantoÁngel. Tres dias antes el general en jefe del ejér-cito francés de ocupación había sido recibido enaudiencia por Pió IX. Al contestar el Papa á susfrases de despedida, le dijo: «No nos hagamos ilu-siones; la revolución llegará hasta aquí. Ha procla-mado en voz alta su intención, y vos la habéis oido.»En Noel, el mismo año, dijo también Pió IX, des-pués de recibir las felicitaciones del Sagrado Cole-gio: «Difíciles y llenos de aflicción son los dias enque vivimos; pero por esto mismo debemos fortifi-carnos con la esperanza de un gran auxilio del To-dopoderoso, y cuando llegue no debemos asom-brarnos.» Hó aquí cómo se describía, por plumainglesa, el estado de Europa en 12 de Noviembrede 4866:

«Laconsecuencia inmediata de la última guerra(austríaco-prusiana) y de la paz que ¡e ha sucedido,ha sido romper la antigua alianza y perturbar losEstados europeos. La invasión de Dinamarca habíaconstituido el primer ataque á la moralidad pública,y la querella entre Prusia y Austria ha echado portierra la barrera del derecho internacional. Desdeentonces ya no existo ningún principio de políticageneral en Europa, y la ambición no reconoce lími-te alguno á la extensión de su propio poder. Cadahombre tiene la mano levantada contra su hermano,y sólo se necesita la defensa que pone freno.al deseodel ataque. Todas las naciones están en guardia; elorden no se conserva mas que porque cada uno des-confía de su vecino. La prensa continental nosmuestra á media Europa en armas contra la otramitad... La Europa entera se apresta... Franciaaumenta sus ejércitos. Rusia hace una recluta detrescientos mil hombres. Prusia organiza cuatronuevos cuerpos de ejército. Austria reforma los su-yos. Por todas partes se hacen armamentos; y entodas partes se proyectan nuevos sistemas militares.El arte de matar amenaza llegar á ser la única indus-tria en Europa.» (1).

Nada, pues, tiene de extraño que Pió IX y susconsejeros dudasen en fijar dia para la apertura delConcilio. El Papa, en ciertos momentos, pensó de-signar el 29 de Junio de 1867, por coincidir con eldécimo octavo centenario del martirio de San Pedro;pero la situación de Europa y las nubes que visible-mente se amontonaban sobre los muros de la ciudadeterna, le decidieron á esperar algún tiempo todavía.

El 8 de Diciembre de 1866 se dirigió una circular

(1) Times, 12 Noviembre 1866.

á todos los obispos católicos, invitándoles única-mente á que fuesen á Roma al año siguiente, paraasistir alas solemnidades del centenario, cuya im-portancia nadie podía prever en aquella época. Perode esto nos ocuparemos en otra ocasión.

HENRY EDWARD.

Cardenal-arzobispo de Westminster.(The Nineteenth Cenlury.J

TRADUCTORES CASTELLANOS DE HORACIO.

MONOGRAFÍA BIBLIOGRÁFICA COM NOTICIAS É INDICACIONES

ACERCA DE LOS PRINCIPALES COMENTADORES ESPAÑOLES

DE ESTE LÍRICO LATINO.

III. *

Si grande fuó el culto que á Horacio tributó laescuela salmantina, no fue menor el que le consa-gró la sevillana, con ser no tan amante de la pu-reza clásica y más inclinada á la pompa de dicción;y si aprecio y estima merecen los trabajos de FrayLuis de León, de Francisco Sánchez, de D. Juan deAlmeida y do D. Alonso de Espinosa, á igual distin-ción son acreedores los de Francisco de Medina,Diego Girón, Hernando de Herrera, Francisco deMedrano y algún otro, que también dedicaron sustareas á la interpretación del poeta de Venusa. Eldivino Herrera, que como humanista no era infe-rior al Brócense, y como poeta sólo cedía á FrayLuis de León, publicó en 1580 sus Anotaciones álas otras de Garcilaso, libro un tanto farragoso,pero de singular estudio, notable critica y muchadoctrina, que fue, digámoslo así, el código de : laescuefa*sevillana, en su segunda época de madurezy completo desarrollo. Apareció esta obra pocosaños después de haber dado á la estampa el Brócen-se sus breves notas á Garcilaso, y, como era de re-celar, encendióse la lucha entre hispalenses y sal-mantinos. Cual testimonio de ella han quedado lasObservaciones del Prete Jacopin, vecino de Burgos,en defensa del príncipe de los poetas castellanosGarcilaso de la Vega contra las anotaciones quehizo á sus obras Hernando de Berrera, poeta sevi-llano, opúsculo donoso y erudito de D. Juan Fer-nandez do Velasco, hijo del condestable D. Iñigo, yla réplica de Herrera enderezada al Prete Jacopin,secretario de las Musas (I).

En el libro, pues, de las Anotaciones á Garcilasoinsertó Herrera (á ejemplo del Brócense, que citavarias veces A Fr. Luis de León como divino) poe-

* Véase el número anterior, pág\ 577.(1) Ambos escritos, hasta entonces inéditos, aunque

muy conocidos en copias manuscritas, fueron impresosen 1867 por la Sociedad de Bibliófilos andaluces.

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614 REVISTA EUROPEA. 2 0 DE MAYO DE 1 8 7 7 . N.M69

sias originales y traducciones é imitaciones de clá-sicos, propias unas y trabajadas otras por Diego Gi-rón, Francisco de Medina, Fernando de Cangas,Juan Saez de Zurueta, Cristóbal Mosquera de Figue-roa, Gutierre de Cetina y otros ingenios sevillanos.

De Diego Girón es la siguiente traducción delBeatus Ule que compite, quizá ventajosamente, conla de Fr. Luis de León:

Dichoso el que alejado de negociosCual los dül tiempo antiguo,

Labra sus campos con los bueyes propios,Libre del logro ilícito.

Ni rompe el sueño á la arma en la milicia,Ni tiembla del mar túmido,

Huye la llena plaza y las soberbiasPuertas de grandes príncipes.

Ya con la vid crecida contentísimoCasa los altos álamos,

Y los ramos podando más estérilesSugiere otros más fértiles,

Y en el bosque abrigado ve en gran númeroSus vacas repastándose.

Coge al tiempo la miel en nuevos cántaros,Tresquila su grey lánguida.

Pues si su frente muestra hermosísima ,El otoño fructífero,

¡Cuan gozoso las peras coge en viéndolasY las uvas purpúreas,

Con que paga á Priapo sus primiciasY á tí, tutor del término!

Ya debajo la encina antigua extiéndese,Ya en el prado florido,

En tanto el agua corre en las acequias,Queréllanse los pájaros,

Las fuentes con sus linfas y murmuriosMueven un sueño plácido, etc. (1).

Del maestro Francisco de Medina cita Herrerauna feliz imitación del Carpe diem, quam minimecrédula posten, que comienza:

Mientras oro, grana y nieveOrnen vuestro.cuerpo tierno...

Sobre el mismo pensamiento había escrito FrayLuis de León la gallarda y lozanísima oda que conel título de Imitación de diversos aparece en todaslas ediciones:

(1) Obras de Garcilaso de la Veg-a con anotaciones deFernando de Herrera. Al illustríssimo y excelentíssimoSr. D. Antonio de Guzman, marqués de Ayamonte... Conlicencia de los SS. del Consejo Real. En Sevilla, porAlonso de la Barrera. Año de 1580. 51 pp. de prls., 691 detexto y 5 de Tabla. Cita y transcribe también la indicadatraducción del Beatus Ule el Sr. D. Ang-el Lasso de. laVeg-a y Arguelles en su Historia y juicio critico (sic) de laantigua escuela sevillana.

Vuestra tirana exenciónY ese vuestro cuello erguidoEstad cierta que CupidoPondrá en dura sujeccion, etc.

Es también el pensamiento de Ausonio en el últi-mo dístico del Idilio, á las flores:

Collige, virgo, rosas, dum flos novus et nova pubesEt rneinor esto aevum sic properare tuum.

Y no muy desemejante es el que desarrolló elmismo Horacio en la oda Oh crudelis nimiutn et Ye-neris nwmeritus potens (10.* del libro IV), tradu-cida por Herrera en el siguiente lindísimo soneto,escrito en competencia á otras tres imitaciones tos-canas, de Pedro Bembo, Dominico Veniero y TomásMocénigo. Dice así:

¡Oh soberbia y cruel en tu belleza!Cuando la no esperada edad forzosaDel oro que aura mueve deleitosaTrueque en la blanca plata la fineza,Y tina al rojo lustre con flaquezaEn la amarilla viola la rosa,Y el dulce resplandor de luz hermosaPierda la viva llama y su pureza,Dirás, mirando en el cristal lucienteOtra la imagen tuya: «Este deseo,¿Por qué no fue en la flor primera mia?¿Por qué, ya que conozco el mal presente,Con esta voluntad en que me veoNo torna la belleza que solía?»

El mismo Herrera tradujo con brillantez y anima-ción la oda 8." del libro I: Lydia, dieper omnes, y lacita en sus anotaciones á la Flor de Guido:

Díme, te ruego, Lidia,Di por todos los Dios, por qué á SíbarisQuieres perder amándole... (1)

En 1619 vio la pública luz en Palermo un poemitaintitulado Remedios del amor, imitación de Ovidio,hecha en armoniosas y fáciles sextinas por el sevi-llano Pedro Venegas de Saavedra. Al fin se encuen-tran las obras de Francisco de Medrano, eximiopoeta, como justamente le califica Nicolás Antonio,á pesar de lo cual y de los elogios de Velazquez yTicknor, permaneció casi olvidado hasta 18S4, enque D. Adolfo de Castro reimprimió por vez pri-mera sus poesías.

Aunque nacido en Sevilla Medrano, y contado en-tre los ingenios de la escuela hispalense por los

(1) Estas y otras poesías de Herrera insertas en lasAnotaciones á Garcilaso, no se hallan en las ediciones desus versos hechas en 1582 y 1619; pero si en las dos de Es-tala (D. Ramón Fernandez), 1786, y D. Adolfo de Castro(tomo XXXII de Autores Españole» de Rivadaneyra, 1854).

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MENENDEZ PELAYO. TRADUCTORES CASTELLANOS DE HORACIO. si aque de ella han escrito, sepárase casi del todo delas formas y estilo del mencionado grupo poético,acercándose á los de la escuela de Salamanca, en cu-yas aulas cursó y de cuyas tradiciones es continua-dor fidelísimo, pudiendo figurar dignamente al ladode Garcilaso, Fr. Luis de León y Francisco de laTorre entre los imitadores de la lírica horaciana. Lasobras de este poeta, de originalidad escasa, pero deacrisolado gusto, redúcense en su mayor número átraducciones ó paráfrasis de los cantos del favoritode Mecenas, alterados los nombres romanos que enellos suenan y sustituidos con los de amigos y fa-miliares del autor. A este género de traduccioneslibres ó imitaciones ajustadas pertenecen las odasque á continuación registramos, indicando cuidado-samente sus correspondencias con las de Horacio:

HORACIO.Libro I.

Oda 3.* Sic te Diva po-tens.

5.a Quis multa gracüis.

6." Scriberis vario for-tis.

9." Vides ut alta stetnive.

13.a Cum ti», Lydya, Te-lephi.

1S." Pastor cum trahe-rel.

22.a Integer vitce.

MEDRANO.

10." Voto por el oiaje deDon Alonso Santillán.Añade Medranp en estapoesía alusiones á Amé-rica, diestramente in-tercaladas, y sustituyeá Hércules con Adán ya Prometeo con Nem-brot.

15." Es traducción exac-ta.

8." A D. Juan de Urquijo-

5." A Luis Ferri, entra-do el invierno.

17.a A Amarilis (no haymás alteración que elnombre de la dama, yde Julio sustituido al deTelefo.

32.a Profecía del Tajoen la pérdida de Espa-ña. Tiene escasa rela-ción con la oda de frayLuis que lleva el mismotitulo. La de Medrano escasi una paráfrasis delVaticinio de Nereo, sus-tituyendo los nombresde Muza, Tarif, D. Ju-lián, Almanzor, etc., álos de Ayax, Ulíses,Néstor, Merion, Teucroy otros.

11." (Sustituyese el nom-bre de Sabino al de Fus-co, el de Flora al de Lá-

24.a Quis desiderio.

25.a Parciusjuncias.

29.a Icci, beatis nunc.

31.a Quid dedicatum.Libro II.

Oda 2." Nullus argento.

3.a JEquam memento.

•4.a Ne sit ancillw Ubiamor.

5.a Nondum subacla.7.a Oh tcepe meum tem-

pus.

8.a Ulla sijnris Ubi.10.a Reclius vives, li-

cint.\ 11.a Quid bellicosus can-

taber.

14.* Ekeu fugaces, Pos-thume.

15.a Jampaucaaratro.

16.a Otium Divos rogat.

lage, y supone Medranoque la aventura cantadapor Horacio le sucedióá él en su viaje á Roma.)

19.a A Francisco de Acos-ta en la muerte del pa-dre José de Acosta, suhermano.

22.° (Licisca sustituye áLidia.)

1.a A D. Alonso Santi-llán, alférez real de losgaleones (las riquezasde Arabia se conviertenen las de los Incas, losreyes de Sabá y los Par.tos pasan á ser ingleses

. y flamencos, y á la filo-sofía de Sócrates y Pa-necio sustituye la deAristóteles).

8.a (Es traducción libre.)

13." A D. Francisco E6-res, capellán, de los Re-yes Nuevos de Toledo.

2.a A Fr. Pedro Maldo-nado, por la constancia(es más breve qué laoda original).

20.a

27.a

31.a A D. Alonso Santi-llán, que venia de In-dias.

3." A Lamia.6.' Al licenciado Antonio

Rosel.33.a A Juan Antonio del

Alcázar, que le convi-daba á una casa de re-creación sobre el rio.

34.a A Fernando de So-ria Galvarro.

23.a A D. Juan de la Sal,obispo de Bona (alté-ranse los nombres: Há-mulo y Catón truécanseen Wamba y el Cid.)

24.a A D. Fernando Ni-ño de Gíuevara, arzo-bispo de Sevilla.

Libro III.Oda 10.a JStvtremum Ta- 9.a A Amaranta.

naim.

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646 REVISTA EUROPEA. 2 0 DE MAYO DE 4 8 7 7 . N.° 169

16." Inclusam Daneam.

23." Cwlo supinas.

11." A Juan Antonio delAlcázar, por la tem-planza.

26." A D. Alonso de Me-drana, hermano del au-tor.

18.a24.' lntactis opulentior.Litro IV.

Oda 7." Dif/ugere nives. 14."13." Audivere Di mea 29.'

vota.La oda 12." de Medrano es imitación, en parte,

de la 1.» del libro IV, de la 19." del I y de la 12.a

del II. En sus demás poesías se encuentran asimis-mo muchas reminiscencias de Horacio y otros poe-tas latinos. Tal acontece en el soneto 4.°, compues-to en la playa de Barcelona, volviendo de Boma,que es una paráfrasis de los primeros versos del li-bro II de Lucrecio:

Suave mari magno turbantibus cequora ventisE térra magnum alleriuspectore laborera...Sirva de ejemplo de las versiones de Medrano

una de las más felices del Hila si juris, hecha enel ritmo que pudiéramos llamar de Francisco de laTorre, apenas usado sino por él y por Medrano enel siglo de oro de nuestras letras, y renovado enlos comienzos del presente por Moratin el hijo y porCabanyes:

Si pena alguna, Lamia, te alcanzaraPor cada voto que perjura quiebras,Si al menos una de tus rubias hebras

En cana se trocara,Creyérate; mas luego que engañosaLa fe rompes debida al juramento,Tú de la juventud común tormento

Despiertas más hermosa.Falta, pues, Lamia bella, al siglo honradoDe tu difunta madre sin recelo,Falta á tu vida misma, falta al cielo

La fe que les has dado.Pues de ver cuánto número confíaDe mozos en tus juras, y que arteraBurlas al más atento que te espera,

Todo el cielo se rie.Mas ¿qué? la juventud para tí creceToda, crecente nuevos servidores,Y de los que hoy desprecias amadores

Ninguno te aborrece.De tí la madre teme á su queridoHijo, teme de tí el viejo avariento,Terne la esposa que tu dulce aliento

Detenga á su marido. (1)

(1) Véanse las poesías de Medrano en el tomo I de Líri-cos de los siglos XVíy XVII, coleccionadas por D. Adolfode Castro para la Biblioteca de Autores Españolea.

Sevillano, como los anteriores, fue Mateo Ale-mán, ingenioso y discreto novelista, autor de laAtalaya de la vida que los impresores apellidaronVida del picaro Quinan de Alfarache. Tradujo Ma-teo Alemán dos odas de Horacio y las dedicó á donDiego Fernandez de Córdoba, duque de Cardona yde Segorbe. Estas odas son la 10.a y la 14.* del li-bro II. La primera (Rectius vives) comienza así:

Muy más seguramentePodrás vivir, Licino,Cuando en el mundo menos te engolfares,Y al hilo de la gentePasares tu camino,Huyendo los peligros de altos mares,Donde aun la nave fuerteVa temerosa de contraria suerte...

Y la segunda (Eheu fugaces):

¡Ay Postumo, los años van huyendo,Viénese la vejez, y su dolenciaPoco á poco nos lleva consumiendo!Tu piedad no podrá hacer resistenciaAl brazo duro y fuerteDe la enemiga inevitable muerte.

Es muy rara la edición que de estas odas se hizoen un pliego suelto, en cuarto, y no sé que ningúnbibliógrafo, fuera de los adicionadores de Gallardo,la mencione.

Del festivo Baltasar de Alcázar es una traducciónincompleta y no muy feliz del bellísimo diálogo dela reconciliación, oda 9." del libro III de HoracioDoñee gratus eram Ubi. Está en redondillas, y porprimera vez fue impresa en el tomo II de Líricosde los siglos XVI y XVII(XLII de la Biblioteca deAutores Españoles).

A nombre de D. Juan de Arguijo apareció, añosatrás, en la Revista de Ciencias, Literatura y Ar-tes de Sevilla una traducción del Sic te Diva potensCypri (oda 3." del libro I de Horacio), tomada enconcepto de inédita de un manuscrito de la Biblio-teca colombina. Pero ni era inédita ni de Arguijo,puesto que desde 1618 andaba impresa en las rimasde su verdadero autor, D. Juan de Jáuregui. Diceasí la citada versión, sobrado parafrástica y desleí-da, pero no indigna en partes del incomparable tra-ductor del salmo Super ilumina y del Aminta:

Nave, que por entregaAl gran Virgilio debesFiado ya en tus gúmenas y antenas,Yo te amonesto y ruegoQue en salvo me le llevesY restituyas al confín de AtenasCon sosegada calma,Y me conserves la mitad del alma.

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N.° 169 MENENDEZ PELATO.—-TRADUCTORES CASTEÍXANOS DE HORACIO. 617

Así la blanca manoDe la espumosa hijaDel mar, y las estrellas radiantesDe Castor y su hermanoTe amparen, y te rijaEl padre de los vientos resonantes,De cuyo reino heladoSólo respire el céfiro templado.

De roble endurecidoY de redoble aceroTuvo ceñido en t.orno el pecho fiero,Quien al embravecidoMar entregó primeroDe frágil leño el cóncavo navio,Sin miedo al Austro acuosoQue pugna en contra al Aquilón rabioso.

Y de temor exentoVio la Pléyade tristeY el Noto, que del Adria en la marinaSólo este fiero vientoPredominando asiste,Ora con su borrasca repentinaBatir el golfo quiera,Ora tener en calma su ribera.

¿Cuál género de muerteTemió la frente osada,Que con enjutos ojos vio nadandoTanto linaje y suerteDe monstruos, y la airadaFuria del mar hinchado resonando,Y de Ceráunia horribleEl peligroso monte inaccesible?

En vano el providenteJovc distintas pusoLas tierras, interpuesto el Océano,Si el hombre inobedienteAl navegar dispusoDe leves troncos su bajel liviano,Y ya del extendidoGolfo atraviesa el reino prohibido.

Arrójase, en efecto,A todo atrevimientoNuestro linaje resoluto y ciego:Ya el hijo de Japeto,Con temerario intentoRobó al Tonante por engaño el fuego,Y eternizó su nombreDe etéreas llamas animando al hombre.

Mas luego á los mortalesPor el hurto alevoso

Cargó un enfermo estrago lastimosoDe pestilentes males,Y el término forzosoDe la lejana muerte que primeroLlegaba á paso lento,Voló después con raudo movimiento.

Ya Dédalo, atrevido,Con temerarias plumasSurcó del aire el término vacío,En alas sostenidoNunca del hombre usadas,Y Alcides, lleno de arrogante brío,Partió del emisferoNuestro á robar el infero Cerbero.

En fin, al hombre vanoNo hay difícil empresa,Que contra el cielo mismo acometemos:Ciego furor insanoQue como nunca cesaPor su malicia indómita, no vemosQue Júpiter, altivo,Deponga un punto el rayo vengativo.

También debemos á Jáuregui una imitación de laoda 1.a del mismo libro (1).

Muy bella es la que del Oíium Divos ofrece Riojaen la silva á la tranquilidad:

Ocio á los Dioses pidePálido con helada voz é incierta...

donde hay pensamientos tan gallardamente verti-dos como este:

*¿Sabes que los cuidados voladoressuben ligeros más que airado vientoA las naves mayores?...

Y no va en zaga á esta imitación la que del Ex-tremun Tonaim, si biberes hizo el mismo lírico se-villano en el soneto:

Aunque pisaras, Laida, la sedienta...

sin duda uno de los más hermosos que se han es-crito en lengua castellana (2).

Francisco Pacheco (el sobrino) cita en su Artede la pintura estos versos, traducidos por él de laEpístola de Horacio á ¿os Pisones, vulgarmente,llamada Arte poética:

(1) Rimas de D. Juan de Jáuregui, y traducción delAminta del Tasso. Sevilla, 1618.—Madrid, 1186, en el to-mo VI de la colección de D. Ramón Fernandez (Estala),págs. 36, 37 y 38, 44, 45 y 46.

(2) Poesías de Rioja (Madrid. 1191), y mejor en la ediciónpublicada por los Bibliófilos Españoles en 1861.

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Las cosas percebidasPor los oidos, mueven lentamente:Pero siendo ofrecidasA los fíeles ojos, luego sienteMás poderoso efetoPara moverse, el ánimo quieto (1).

De Antonio Ortiz Melgarejo, poéticamente llamadoFidelio, es este fragmento de traducción de la mis-ma epístola, inserto por Sedaño en el tomo VIII delParnaso Español:

Si al cuello de un caballo unir quisiereAlgún pintor una cabeza humana,Y de diversas plumas la cubrieraHaciendo el cuerpo en forma tan extrañaQue entre otros varios miembros remataseEn una cola de disforme pece,La faz acompañando de un semblanteDe dulce y hermosísima doncella,¿Podríades llamados á ver esto,Caros amigos, contener la risa...

Con el nombre bien impropio de madrigalete, pu-blicó el mismo Sedaño otra versión antigua de losprimeros versos de la Epístola ad Pisones. Es deautor incierto, y se lee en el tomo IX del Parnaso:

Si á la cabeza de una hermosa damaLe aplicase un pintor cuello de yegua,Y los miembros de varios animales,Aves y fieras, rematando todoEn pece horrible; al ver tal monstruo, amigos,Contuvierais la risa? Pues, Pisones,Creed que esta pintura es todo libroEn que, cual sueño de hombre delirante,Se fingon*mónstruos de conceptos vanosSin tener proporción, pies ni cabeza...

Ambos retazos merecieron, á pesar de su signifi-cación, la severa crítica de lriarte en el diálogoDonde las dan las toman. Es creíble que formasenparte de traducciones completas de la Poética ho-raciana, hoy perdidas.

La epístola XIV de Juan de la Cueva á D. Diegode Guevara, veinticuatro de Sevilla, por vez prime-ra impresa en el tomo II del Ensayo de una biblio-teca española de libros raros y curiosos, es una dis-creta imitación del Ibam forte via sacra (sátira IXdel libro I de Horacio). El mismo Cueva dice, porboca del poeta Samnio en el Viaje que lleva sunombre, que volvió en lengua vulgar

Todas las obras del divino Horacio,

No hay otra noticia de semejante trabajo.

(1) Poesías de Pacheco insertas al fln de su biografíapublicada en Sevilla, 1816, por D. José María Asensio deToledo.

En el códice M. 82 de la Biblioteca Nacional, fo-lio 252 vuelto, se lee una anómina imitación delEheu fugaces, así encabezada:

A la brevedad de la vida.

El tiempo pasa, y corre tan ligeraLa vida qne vivimos,Que aun casi no salimosAl mundo, y ya la muerte se ha llegado,La noche vuela, el dia no sentimos...

Y esto es cuanto conozco de trabajos poéticossobre Horacio debidos á la escuela sevillana.

IV.

Casi simultáneamente aparecieron en los últimosaños del siglo XVI dos traducciones en verso de laEpístola de Horacio á los Pisones. Imprimióse launa en Lisboa, 1592, obtuvo escaso éxito y ha lle-gado á hacerse rarísima.- Fue obra de D. Luis Zapa-ta, autor de un perverso poema Cario Famoso, queen las octavas más desaliñadas y prosaicas que pue-den leerse, refiere punto por punto las hazañas deCarlos V. Trabajada asimismo invita Minerva, porlo que de ella recordamos, en estilo pedestre y ma-lísimos versos está su versión horaciana, recomen-dable sólo para el bibliófilo por su antigüedad yrareza. lriarte no logró verla; Martínez de la Rosala encontró en la Imperial de Paris unida á un ejem-plar de las Flores, de Espinosa; D. Juan Tineo laincluyó en su manuscrito: Colección de traductoresdel venusino, y otros bibliófilos nuestros asimismola mencionan. Existe un ejemplar entre los librosde La Romana, hoy agregados á la Biblioteca Na-cional.

Mucho más conocida y apreciada es la traducciónque de la misma epístola hizo Vicente Espinel, be-neficiado de la iglesia de Ronda, autor de El Escu-dero Marcos de Obregon, y de algunas poesías líri-cas, que reunidas en un tomo, se dieron á la estampaen Madrid el año 1391, con aprobación de D. Alonsode Ercilla (1). En este volumen se halla la traduc-ción del Arle Poética, que fue reimpresa por Se-daño en el tomo I de su Parnaso Español (1768).Colmóla su segundo editor de elogios, llamándolaexcelente, perfecta y felizmente ajustada á su ori-ginal, añadiendo que nada hay en ella supérfeuo nivoluntariamente ingerido, que en el verso suelto seconserva el vigor y nativa gracia del original, queadquiere nueva fuerza y brío con la frase castella-

(1) Diversas rimas de Vicente Espinel, beneficiado de lasiglesias de Ronda, con el Arte Poética y algunas odas de Ho-racio, traducidas en verso castellano. Dirigidas á D. AntonioAlvarez de Yahamonde y Toledo, duque de Alba. Con privi-legio. En Madrid, por Luis Sánchez, ano 1591, 8.°, 166 fo-lios y 16 de principios. Prepara una extensa biografía deEspinel el Sr. D. Juan de Ctuzman.

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N.° 169 MENENDEZ PELAYO. TRADUCTORES CASTELLANOS DE HORACIO. 619

na, y finalmente, que la versificación es llena, /luiday sonora. Por el contrario, D. Tomás de Iriarte cen-suró acerbamente el trabajo de Espinel en el pró-logo de su versión impresa en 1777, y por más quesu crítica peque de excesivamente severa y aun deapasionada, no puede negársele la razón en la ma-yor parte de los defectos que señala. Otros son muydiscutibles, como iremos viendo.

«La traducción de Vicente Espinel (escribe el fa-bulista canario) está hecha en verso suelto sin con-sonante ni asonante, y por consiguiente sin aquellaarmonía que, deleitando el oido, da á los preceptosuna agradable cadencia que los encomienda á lamemoria, y sin disculpa que pueda indultar al autor,de cualquiera expresión violenta que haya usado,pues quitada la dificultad del consonante, ¿qué ex-cusa puede quedar al verso arrastrado, al duro, alflojo, al redundante, al diminuto ó al oscuro?»

Advertiré, antes de pasar adelante, que en estereparo no tiene razón el crítico. El verso suelto esel más clásico, generoso y adecuado par?, la inter-pretación de los autores de la antigüedad, y acertóEspinel en preferirle, así como erró Iriarte en adop-tar la silva, según más tarde notaremos. Por estaparte no se puede hacer cargo alguno al antiguotraductor, y antes es digno de alabanza. En lo quesí tiene razón Iriarte es en ponderar el esmero conque debe trabajarse el verso suelto. Espinel no lemanejó como debiera, y en esto merece censura.

«Los defectos capitales de Espinel (continúa Iriar-te) se reducen á dos clases: unos nacen de mala in-teligencia del texto latino, otros de poco aciertoen el uso de la versificación castellana. Y comen-zando por los primeros, apenas se reconózcalo queél tradujo y se coteje con el original, resultarán nopocos errores, de los cuales se anotarán aquí algu-nos de los más notables.

V. 42. Ordinis hcec virtus erit et venus, aut egofallor. Horacio dice que ó él se engañadla excelen-cia y gracia del método será, etc. Espinel traduce:

Esta del escribir es la excelenciaY la gracia se engaña ó yo me engaño

(Podrá ser errata, y tal vez deba leerse el segundoverso:

Y la gracia también, si no me engaño...Y la gracia será, si no me engaño...

porque me parece imposible que Espinel entendieseque el venus se refería á fallor). Sigue diciendoIriarte:

V. 251. Explicando Horacio lo que es el piéyambo, dice que tiene una sílaba larga después deuna breve. «Syllaba longa brevi subjecta vocatur-iambus.» Espinel traduce una sílaba larga ante oirábreve, sin advertir que el pié yambo no consta,

como el troqueo ó coreo, de silaba larga antes debreve, sino de breve antes de larga.

(Atendiendo al descuido con que se imprimió latraducción de Espinel, no sería aventurado suponeraquí otra errata y leer una sílaba breve ante otralarga: no son raros los quid pro quos tipográficosde esta especie.)

V. 301. Horacio hace mención de un célebrebarbero que había en Roma, llamado Licinio. Espi-nel traduce al barbero llano, sin que sea fácil com-prender qué razón pudo inducirle á semejanteyerro.

(No sería difícil que Espinel hubiese escrito, conabreviatura corriente en su tiempo, el nombre deLicinio así: Licno, que los impresores leyeron Llano.)

V. 345. Horacio dice que el libro que deleita éinstruye pasa el mar, pero no añade señaladamentecomo Espinel: y va á las Indias. Ni tampoco pudoHoracio nombrar las Indias en plural, cuando sólodebía conocer lo que propia y primitivamente sellamó India, y que desde el descubrimiento de Amé-rica distinguimos con el nombre de Oriental.

Otros defectos por el estilo señala Iriarte, algunosverdaderamente graves, como errores de interpre-tación, v. gr., el pertinaz por pernio;; otros que noson sino libertades, tal vez excesivas, en añadir óquitar algunas palabras, y dos ó tres, en fin, queson aciertos mal reprendidos por el crítico, v. gr, elfaber imus, que Espinel tradujo con exactitud «»muy bajo oficial; esto aparte de ciertas interpreta-ciones, á lo menos controvertibles, como la delScribendi redé, censurada por Iriarte tal vez conexcesiva ligereza. No pretendo por esto absolver áVicente Espinel de algunos evidentísimos dislates,como el traducir el Ídem facit accidenti de estamaner^:

Quien guarda al que no quiere ser guardadoGuarda también al que matarse quiere,Que es el uno ofensor y otro ofendido,

lo cual ni es traducción ni tiene sentido.Entra después Iriarte á censurar los defectos de

versificación en que incurre Espinel. Critica losversos esdrújulos, por ejemplo:

Cualquiera estilo al parecer del ánimo...Muy natural para tratar las fábulas...La Musa concedió á los versos líricos...

«Espinel usa de esta licencia con tan poca mode-ración, que de trece versos llegó á rematar en es-drújulos los siete, casi todos inmediatos. Notarásetambién alguna dureza en muchos versos, comoson, entre otros, los siguientes:

Que rio si rien, y si lloran llora...Extendíase en los versos y en la música...Por más dichoso que á la mísera arte..,.

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Ora la que fue ya estéril laguna...Que ninguno hiciera más poesías...Va ahuyentando al docto y al indocto...

Á esto se añaden por fin las insipidísimas repeti-ciones de una misma palabra, v. gr.:

El sacro Orfeo, de los sacros dioses...Al llano trato de oficiales llanos...»

Como se ve, Iriarte no pierde ripio, y echa manohasta de los más leves defectillos. Intentando sua-vizar un poco la aspereza de su censura, añadió,sin embargo: «En algunas de estas- imperfeccionescabe disculpa, pero todas ellas parecerán muy ex-trañas á quien haya leido las Églogas, Canciones yotras poesías en que el mismo autor supo explicarsecon bien distinta armonía, naturalidad y fluidez, desuerte que apenas podrá creerse que el que escribióaquella dulce y elegante égloga que empieza: ¡Ay,apacible y sosegada vida! haya versificado con tanarrastrado y lánguido estilo, como el que se echa dever en su versión del Arte Poética de Horacio. Perono todos los ingenios son igualmente dispuestospara toda clase de composiciones, y el licenciadoVicente Espinel, que por ser buen poeta original,lírico y bucólico, mereció los elogios con que lehonró Lope de Vega en su Laurel de Apolo, se ex-puso á una fundada censura cuando quiso escribircomo traductor y poeta didáctico.»

Contestó Sedaño al prólogo de Iriarte con hartaacritud y malas razones, en el tomo IX de su Par-naso, y sostuvo Iriarte su opinión en el opúsculointitulado Donde las dan, las toman, citando nuevosyerros de Espinel, algunos en verdad notables. Talsucede en el difícil verso que tanto ha dado que ha-cer á los comentadores de Horacio: &Nec circa vi-lem patulumque moraberis orbem,» que Espineltradujo muy mal

Si del vulgacho la opinión no sigues...

Vino en refuerzo de Iriarte, en la empeñada po-lémica con el Parnasista, el docto académico D. Vi-cente de los RÍOS asegurando que la traducción delpoeta rondeño era floja, lánguida, sin nenio -y sinarmonía, muy al contrario del original horaciano.fin muchos lugares no sólo no comprende el pensa-miento de este grande y venerable escritor de la anti-güedad, sino que dice unos disparates que dan lásti-ma: ni expresa la fuerza del original, ni su brío, nisu gracia, ni su versificación.

Prescindiendo de lo que influían en las juicios deldiscreto y erudito artillero cordobés sus personalesresentimientos con Sedaño, no há de negarse quela versión de Espinel adolece de sustanciales defec-tos, y no es para citada como modelo de exactitudni de elegancia. Grande fue, sin embargo, el servi-

cio que con ella prestó el ingenioso novelista á nues-tras letras, que carecían aún de una versión, á lo me-nos impresa, de la Epístola á los Pisonea;^ gratitudmerece siempre el que allana el camino y da en éllos primeros pasos. No merece en modo alguno elmaestro de Lope de Vega el desden con que le trataCándido Lusitano, que en 1785 publicó en Lisboauna medianísima traducción del Arte Poética, enverso portugués: « Vimos a traducao de Vicente Es-pinel (dice en su prólogo) e ainda a nao vimos pe-yor. He em verso sollo sumamente escabroso, semnelle imitar em algumaparle algums longues da ín-dole de Horacio. O peyor he que nao entendeo Mini-tos dos seus logares mais principaes, nem traduziomuilas expressoes sem as quaes ñca lánguido opoeta, e sem aquella gala que he propia do seu vivoestylo. Nao producimos exemplos para prava disto:em, qualquier pagina os achara fácilmente o leitor.»

Poseyó Iriarte, y es extraño que no le cite ni enel prólogo de su traducción ni en el opúsculo Don-de las dan, las toman, un manuscrito de 84 folios,letra de comienzos del siglo XVII, intitulado: Tra-ducción de la Arte Poética de Quinto Horacio Flaco,Príncipe de los poetas líricos, y de los tres Discursossobre el poema heroico de Torqualo Tasso, por donThomás Tamayo de Vargas, toledano. No llegó estemanuscrito á manos de D. Juan Tineo. Poseíale úl-timamente Salva, en cuyo catálogo aparece, y hoydebe estar catre los domas libros de su Bibliotecaque posee el opulento y afortunado bibliófilo señorD. Ricardo Heredia. Ignoro si esto manuscrito, úni-co hasta el presente conocido, es el mismo que donJuan Gualberto González dice haber visto en la li-brería del Consejero de Estado D. Fernando de laSerna. Es singular que no cite esta versión el mis-mo Tamayo en la Junta de libros, ni Ustarríz en elPanegírico sepulcral, ni Nicolás Antonio, ni ninguno(que yo sepa), de cuantos han tratado del infatiga-ble cronista toledano. Como no he visto su versión,ignoro si está en prosa ó en verso, aunque me in-clino más á lo segundo.

A D. Sebastian de Covarrubias Horozco, autordel Tesoro de la lengua castellana, atribuye el mis-mo Tamayo en la indicada Junta de libros (ms. dela Biblioteca nacional) un Horacio traducido enespañol. Nicolás Antonio dice haber visto tan sólola versión de ocho sátiras. Vanas han sido mis di-ligencias para indagar el paradero de semejantetrabajo.

A par de las versiones castellanas, impresas ymanuscritas, corrían por entonces entre nuestrosdoctos diversos comentarios y explanaciones lati-nas trabajadas por humanistas ibéricos. Ya he he-cho justa mención y elogio de los trabajos de Fran-cisco Sánchez de las Brozas. Contemporáneo suyofue el celebrado poeta latino D. Jaime Juan Falcó,

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N.° 469 MENENDEZ PELAYO. TBADÜCTORES CASTELLANOS DE HORACIO . 621

valenciano, lugarteniente general de la orden deMontesa, apellidado por Felipe II el hombre másdocto de sus reinos, y por el jesuíta Andrés Scotto,varón noble, poeta y matemático insigne. Fuó esteFalcó autor de un tratado De quadratura circuli, im-preso en Valencia (por la viuda de Pedro de Huette),año 1587, y en Anvers (por Juan Bellero), en 1594.Pensó haber logrado con este libro el insensato em-peño en que perdió gran parte de su vida y no pocoestudio, así como en poner en exámetros latinos laEtica de Aristóteles, tarea prolija y excusada, quetal vez le impidieron dejarnos más sazonados frutosde su ingenio. Sus poesías latinas fueron coleccio-nadas por el caballero portugués D. Manuel de Sou-sa Continho, ilustro más tarde en la república de lasletras, con el nombre de Fr. Luis de Sousa, que lasdio á la estampa en Madrid el año 1600. No he vistoesta edición, pero sí la segunda hecha en Barcelonapor Esteban Liberós, en 1624, al fin de la cual sehallan unos Escolios, breves, pero doctos y atina-dos, al Arte Poética de Horacio. Era Falcó grandeenemigo de los gramáticos de su tiempo, y encarni-zóse sobre todo con Lorenzo Palmireno, no acree-dor á tan áspera censura, llegando á decir en unasátira:

Válete, Muss, si potestis ampliúsAmo re Palmirenum (1),

A la categoría de los gramáticos (vulgarmentedómines) censurados por Palmireno, pertenecía el

(1) Lorenzo Palmireno, natural de Alcañiz, fue huma-nista docto y laborioso, aunque no muy sobrado de gustoni de crítica. En su obra titulada El latino de repente, im-presa en Barcelona, 1568, por Francisco Trizehet, insertael siguiente catálago de sus escritos: «Rhelorim, quaríaidilio, 1578. — Campi eloquenlia!, ubi de ratione declctmandi,oraliones, prcefaliones, epístola;, epigrammata el declamatio-nes Palmyreni continenlur, anno 1573.—Eloquenlia Juve-nilis, ubi elogia el exempla e-vtemporalis facundia? conlinen-tur, 1578.—Hypolyposes clarissimorum virorum el fabello?,1578.—Ludiera Palmyre <i,ubi lexicón nauticum, exerdlaliodialéctica!, etc.—Etimología! latinee, quinta editio.—Ortogra-phice, terlia editio.—Prosodice, quarta editio.—De compa-randa eloquenlia el vario usu epistolarum, M. Tullii.—Pftra-ses Ciceronis obscurioras in Hispanam Linguam converses,1574.— Vocabulario del humanista de aves, peces, yerbas,cuadrúpedos, metales y piedras preciosas, impreso en 1573.Reimpreso en Barcelona, 1575, añadidos Slromata el SelectaAnimalia.—Estudioso de la aldea, tercera edición, 1578.—Estudioso cortesano, 1573.—Camino de la Iglesia, 1576.—Ca-tecismo, traducido del francés.—Enchiridion linguce grcecce:Lugduni, 1578. — Orus Apollo grcecé cum Scholliis.—Des-canso de estudiosos ilustres, donde van adagios traducidos deromance en latín, empresas, blasones, moles y cifras, 1578.—Silva numtnaria, donde se trata de monedas y frases deComprar y vender, con el tratado De coloribus.—Segundaparle del Latino de repente.—Descuidos de los latinos de nues-tro tiempo, 1558.—Vocabulario de las parles mas principalesdel mundo, 1578.—Oratorio de enfermos, 1579.—Compendiode antiguitate romana, para entender a Cicerón, César y Vir-gilio.

Dr. Juan Villen de Biodma, autor del libro intituladoQuinto Horacio Flacco, poeta lyrico latino. Zas obrascon la declaración magistral en lengua castellana.Por el Dr. Villen de Biedma.—Granada, Sebastiando Mena, 1599, tomo que consta de 10 hs. prls., 130foliadas y 8 de índice.

Forma parte de este volumen una interpretacióncompleta en prosa de las obras del lírico de Venusa,hecha servil, rastrera y literalmente, como paraprincipiantes, de la cual dice Burgos (tal vez con ri-gor excesivo) que agregando las faltas contra lasin-taxis castellana á las cometidas en la inteligencia deltexto, se pueden contar por un cálculo moderado seiserrores en cada página. En cuanto al comentario 6declaración magistral, no merece tanto desprecio,pues, aunque abunda en pedanterías excusadas ygarrafales errores, no deja do mostrar en Biedmacopioso saber humanístico y buen conocimiento dela antigüedad latina, siendo en verdad'sensible quetales dotes estén mezcladas con una ausencia tal degusto y de crítica. Meritorio fuó. sin duda el librodel preceptor granadino, en cuanto contribuyó á ex-tender el conocimiento do Horacio á tal punto que,según refiere Lope de Vega, se le encontraba hastaen las caballerizas. ¡Cuánto han variado los tiempos!En el siglo XVII andaba Horacio por las caballeri-zas; hoy acaso falte en los estantes de muchos quepor sabios se tienen. El libro de Biedma no es muyraro, á pesar de haberse hecho de él una sola edi-ción, que sepamos.

Humanista, no á la manera de Diego López y Vi-llen do Biedma, sino digno sucesor de los Brocen-ses, Matamoros y Abriles, fuó el licenciado Fran-cisco de Cáscales, que en 1616 dio á la estampa enMurcia sus Tablas Poéticas, dedicadas á D. Fran-cisco de Castro, duque de Taurisano y virey de Si-cilia. "Divídese este tratado en diez tablas, versandolas cinco primeras sobre la poesía in genere, y lasrestantes acerca de la poesía in specie, y está ex-puesta la doctrina en forma de diálogo entre Casta-lio y Pierio, viniendo á reducirse el libro á una am-plia y erudita exposición de la doctrina de Horacioen la Epístola ad Pisones, confirmada y extendidacon los principios de Aristóteles, algo de JerónimoVida, y mucho de Mintorno, Robortello y el Pin-ciano, aparte de varias observaciones originales,algunas muy curiosas y dignas de notarse. Pero loque á nuestro propósito más directamente interesason estas palabras, puestas en boca de Castalio, enla página 5." (edición de Sancha): «Y para principiode ello, os aviso que esta propia Poética de Horaciola tengo traducida en castellano, y viene á cuentorespecto de ser lo que tratamos en nuestra maternalengua.»—Amo.—«Y no sólo por eso, sino por ha-ber en España muchos ignorantes de la latinidad,que si en ella lo tratárades, quedaran privados de

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este bien.»—Castalio.—«Soy contento de lo hacerasí, alegando de Horacio, cuando se ofreciere, losversos de mi traducción.» Cita, en efecto, no pocospasajes de su traducción, hecha generalmente confidelidad y elegancia, y de cierto muy superior á lasde Zapata y Espinel. Es lástima que no se hayan im-preso más que los fragmentos esparcidos en las Ta-blas Poéticas. Sirva de ejemplo el siguiente pasaje:

Podrás también hacer nuevos vocablosCon que argentar el ordinario estilo:Podrás discreta y muy escasamente,Si se ofreciere acaso alguna cosaOculta, de las viejas, refrescarla:Modesta libertad se da que puedaFingir palabras en su coyunturaDe los ceñidos Cétegos no oidasY serán admitidas y aprobadasSi de la fuente de los Griegos nacenEn nuestro idioma poco variadas.¿Por qué el Romano dio licencia en estoA Cecilio y á Plauto, y se la niegaA Virgilio y á Vario? Y si yo puedoAlgo innovar, conmigo se escrupula,Habiendo enriquecido Catón y EnnioCon su lengua el idioma de su patria,Y dado nuevos nombres á las cosas.Lícito fue, y será lícito siempreEl forjar y decir nuevos vocablosCon las armas del uso señalados.

Es muy singular la interpretación que da Cásca-les á algunos lugares de Horacio, en especial al

Mediocribus esse poeiisNon homines, non Di, non concessere columna.

«Este verso último (dice) no le han entendido losintérpretes Acron, Porfirio, Lambius, Sánchez Bró-cense, ni Sambuco, ni los demás que yo he visto;y quiere decir, que ni los Dioses, esto es, ni lospoetas líricos que celebran á los Dioses, ni loshombres, esto es, ni los poetas heroicos que cele-bran á los hombres ilustres, ni las columnas, estoes, ni los poetas trágicos y cómicos que repre-sentan sus obras en los theatros sostenidos por co-lumnas, les permiten que sean medianos, que estanto como decir que en todo género de poesía hande serlos poetas excelentes ó no escribir.»

Interpretación aventuradísima, violenta y traidapor los cabellos.

El maestro Pedro González de Sepúlveda, cate-drático de Retórica en Alcalá,, dirigió á Cáscales al-gunos eruditos y juiciosos reparos sobre las TablasPoéticas, dignos de recordarse aquí, porque en ellosinterpretó discretamente algunos pasajes de la Poé-tica de Horacio, y fue el primero en proponer la en-

mienda de maturis, después adoptada por RicardoBentley, en el verso

Mobilibusque decor naturis dandus et annis.

No satisfecho Cáscales con haber expuesto la doc-trina de Horacio en nuestra lengua, publicó en Va-lencia en 1639 un curioso, y aun pudiéramos decirextravagante opúsculo rotulado: Epístola HoratiiFlacci de arle poética in methodwm redacta versibushorátianis stanlibus, ex diversis lamen locis ad di-versa loca translatis. Autore Fransisco Cascalio,primario in urbe Murcia humanioris literaturas pro-fessore. Descaminado el profesor murciano por lamanía del método, se empeña en trastrocar y volverde abajo arriba la Epístola á los Pisones, ordenán-dola, ó sea poniendo en ella mano sacrilega, hastael punto de comenzar por el ergo fungar vice cotis,es decir, por un hemistiquio, dejando.suelto en otraparte el riil tanti est que le completa. Ilustró sutrabajo con una paráfrasis por el estilo de la delBrócense, clara y elegante, é insertó al fin XXIIobservaciones gramaticales en que combate diver-sos principios do Nebrija, de Alvarez y de FranciscoSánchez (1).

M. MENENDEZ PELAYO.(Continuará.)

LO VIVO Y LO PINTADO., APUNTES NOVELESCOS.

PRIMERA PARTE.

SUEÑOS.

I.

Los hombres y las mujeres pasamos la mitad dela vida en la dulce tarea de forjarnos ilusiones, y laotra mitad en-el cruel y doloroso empeño de des-vanecerlas.

Seamos justos. Si las mujeres y los hombres es-tudiamos despacio los más tristes accidentes denuestra vida íntima, hallaremos todos los juicios áque podemos demandará nuestros malhechores, re-ducidos á un extraño juicio verbal, á un desespe-rante monólogo, cuyo final inevitable será siemprela propia condenación con costas.

De cien casos de falsía, seducción, engaño ó es-

(1) Tablas poéticas del Licenciado Francisco Cáscales,Añádese en esta segunda impresión Epístola Q. Horatii Flac-ci in methodum redacta. ítem: NOV^E IN GKAMMATICAM OB- •SBRVATIONE3. ítem: Discurso de la ciudad de Cartagena, eonlicencia. En Madrid, por D. A. de Sancha, 1779.—Carlas Phi*Mágicas, esto es, de letras humanas, varia erudición, expli-caciones de lugares, lecciones Curiosas, documentos poéticos,observaciones, ritos y costumbres, y muchas sentencias exqui-sitas. Madrid, 1779. H.

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N.° 169 E. BÜSTILLO. LO VIVO Y LO PINTADO. 623

tafa de sentimientos de que queremos culpar al pró-jimo ó á la prójima, noventa y nueve y medio vienená arrojarnos al fin á la cara nueslra única y exclu-siva culpabilidad.

No; no nos engañamos unos á otros; generalmentenos deleitamos en engañarnos á nosotros mismos.

Si el fruto natural es el desengaño, ¿por qué noha de cosechar quien sembró con tal empeño y tantierna solicitud?...

II.

Corría el año de gracia de 1863.Era una de esas mañanas de Octubre, no excesi-

vamente frias, pero cuya humedad produce el efec-to desagradable de la lluvia menuda, empañando lavista del mismo modo que una espesa niebla.

El reloj de la estación del ferro-carril de Santan-der marcaba las siete menos cuarto.

En la sala de equipaje se facturaban bultos. Mu-chos viajeros se acercaban en tropel á la ventanilladel despacho de billetes.

—Uno de 1." á Barcena—dijeron casi al mismotiempo una señora y un caballero, cuyas señas par-ticulares apuntará el autor, porque cree que han deinteresar á los lectores de su novela, caso de quesu novela tenga lectores.

Al oir la voz agradable de la señora, el caballeroquiso examinar sus facciones; y á su vez la señoradirigió oon disimulo una mirada á las del caballero.

Creo, sin embargo (¡Dios me perdone la malicia!),que cuando él pensó en mirarla ya había sido vistoy revisto por ella, rápidamente; pero con ese finoy estudiado escrúpulo con que todo lo escudriña lamujer.

Era cuestión de curiosidad, y en este terreno lashijas de Eva aprendieron todas de su madre á aven-tajar á los pobres hijos de Adán.

La Eva de mi cuento pasó al salón de espera, ydesde allí á un coche de primera clase, en cuyosalmohadones se acomodó.

El Adán que había sido tentado por aquella com-pañera provisional de su vida, siguió sus pasos, en-tró en el mismo wagón y se sentó enfrente de ella.

Un mudo y recíproco saludo fue la sencillísimaintroducción del compañerismo de los dos únicospersonajes de estos apuntes novelescos.

III.

Aquel saludo, nada interesante significaba; pero,gracias á él, el autor no necesita romperse la cabe-za para buscar un medio de colocar en situación ásus personajes.

Ni el más atolondrado Lovelace se puede dispen-sar de ser hombre político, en el sentido social dela palabra.

El saludo, aunque sólo sea con una ligera incli-

nación de cabeza, precede siempre á la primerafrase de los enamorados.

La política viene á ser la introductora de los em-bajadores del amor, por mas que luego resulte al-guna mala embajada.

También lo es del desgraciado que se acerca alministro con alguna pretensión, siempre encabezadacon las frases de la más fina cortesía.

Y el amante de buena fe, ¿qué es más que un pre-tendiente que aspira á un gran destino?

La mujer amada no es más que un ministro confaldas, que se diferencia esencialmente del ministrode la Corona en que su corazón domina casi siem-pre á su cabeza.

Todo esto no quiere decir que nuestro viajeropretendiese nada al saludar á su joven compañera.

La saludó porque tenía muy buena educación, yfue contestado su saludo por razones del mismopeso.

Con un saludo exploramos muchas veces la dis-posición de ánimo de aquel á quien lo dirigimos.

No puedo asegurar si el viajero exploraba algo;pero lo que sí aseguro es que la viajera, al contes-tarle sonriente, manifestaba en su favor una dispo-sición de ánimo inmejorable.

IV.

Un airecillo húmedo entraba por la ventanilla delcarruaje, junto á la que se hallaban recostados nues-tros viajeros.

Ella tosió, haciendo un gracioso ademan de cu-brirse con su abrigo.

Él se sonrió, apresurándose á cerrar la venta-nilla.

—Gracias, caballero,—dijo ella.—No las merece,—contestó él, volviendo á sen-

tarse, o»La locomotora, que sin duda no gusiaba de cum-

plimientos, hizo oir un silbido prolongado, anun-ciando ruidosamente su partida, y el tren empezó ámarchar majestuosamente, oyéndose la respiraciónlenta pero vigorosa del monstruo de corazón defuego que ha inventado el siglo para devorar dis-tancias.

Aquella respiración adquirió una agitación pro-gresiva que llegó á ser febril cuando el monstruo,tocando casi con sus pies de hierro las aguas, delmar, vio retratado en los cristales de la hermosabahía de Santander su negro y ondeante penacho.

Parecía impulsado por el orgullo que le inspirabasu propia imagen.

Á borbotones lanzaba las bocanadas de humo queiba dejando detrás como una sutil y va/porosa burlaá la falta de actividad de los perezosos siglos pa-sados.

Nuestros viajeros admiraban absortos, pero á la

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624 REVISTA EUROPEA.—20 DE MAYO DE 1 8 7 7 . N.° 169

ligera forzosa., los variados cuadros que á su vistase presentaban.

Especiales razones tenía él para sentir que aque-lla bella perspectiva se le ofreciese tan ligeramente.

El autor Va á explicar estas razones, aprove-chando la distracción de los personajes para trazarcon tosco pincel los rasgos de su fisonomía física ymoral.

Creo haber dicho que nuestra viajera era joveny que estaba bien educada. Y viajando en wagónde primera clase, debe suponerse que,,si no á laclase aristocrática, pertenecía por lo menos á laclase media.

El lector escrupuloso que, rechazando la libertadde la doncella inglesa, se alarme viendo á una jo-ven sólita por esos caminos de Dios, espere y oiga.

Nuestra viajera, hija legítima de España, era in-dependiente de hecho y de derecho.

Era viuda.La viudez es el estado más libre de la mujer,

aunque también el más peligroso.La virtud es tanto más meritoria cuanto más peli-

gros la rodean.La viuda joven, hermosa, celebrada por el mundo

y que sobre el mundo se alce con el ifmpio escudode la virtud, puede aspirar con justicia al títulohonroso de mujer fuer te.

V.

No lo era, en verdad, de complexión nuestraviuda.

Delgada; esbelta y ligera de cuerpo; fina de fac-ciones; blanca, no tanto como el alabastro; conhermosísimo cabello, menos negro que el azabache;linda boca, pero cuyos labios no oompetían con elcoral y cuyos dientes hubieran tenido más preciosi hubieran sido perlas.

Lo más bello de sus bellos ojos era la expresión,siempre arrebatadora y elocuente; y en esto si queestoy seguro de que podía competir con Cicerón,Demóstenes y demás graneles oradores de la anti-güedad.

Bajo el imperio de aquella elocuencia persuasivanunca hubiera llegado Catilina á abusar de la pa-ciencia de la república romana.

Con todas esas dotes, sencilla elegancia en elvestir y la dulcísima voz que tanto llamó la aten-ción de su compañero, la viudita podría pasar poruna de esas mujeres á quienes han dado en llamarespirituales.

Espirituales, acaso porque su poderoso espírituilumina y embellece poéticamente sus formas.

La joven independiente, sai juris, era conocidaen la buena sociedad de Madrid y en la de Santan-der, adonde la llevaban sus amigas á pasar la tem-porada de baños, con el dulce nombre de Amelia.

vi.

Amelia se cansaba ya de sus triunfos de salón, yanhelaba volver á ser lo que había sido cuandoniña, porque niña era casi cuando perdió el marido,que más bien hizo el papel de padre mimoso y ju-guete de los caprichos infantiles de Amelia.

Feliz é independiente, como España cuando seabrió al cartaginés, la incauta viuda deseaba cono-cer el dulce yugo que no había tenido tiempo desentir.

Pero fatigada de los homenajes empalagosos dela escuela romántica y de los groseros de la positi-vista, esperaba un prudente y justo medio entreestas dos escuelas.

Era el compañero joven como de treinta años,de regular estatura, rubio, y sin ser sus faccionesmodelo de perfección, había en el conjunto ese nosequé agradable que constituye un rostro simpático.

En la expresión melancólica de su mirada se re-velaba algo del alma de los verdaderos artistas,que no se escapó al talento observador y prácticode la viuda.

Era un pintor excelente. Sus bellísimos paisajeshabían sido distinguidos en las exposiciones de Ma-drid y Paris, de donde venía después de haber he-cho una detenida excursión por Alemania, que ama-ba instintivamente, porque es el país clásico delarte, y, sobre todo, por el carácter espiritual y so-ñador de sus habitantes con que simpatizaba.

Pendía de sus hombros con finas cintas de cha-rol una cartera de forma cuadrada, donde llevabasu álbum y sus lápices para aprovechar cualquieraocasión oportuna en que poder trasladar al papel,aunque sólo en croquis fuese, los cuadros más be-llos que la naturaleza le presentase.

Ahora comprenderá el lector las razones que elpintor tenía para sentir lo acelerado de su viaje porun país en que tan bellas perspectivas se ofrecen ála inspiración del genio.

El pintor vivía por el arte, y sólo para el arte, ymiraba casi con indiferencia todo lo que con el arteno tuviese alguna relación.

Y no era el corazón del hombre lo que habíandespertado la voz y la belleza de Amelia.

Habían despertado las simpatías del corazón delartista.

Cuatro años antes, esto hubiera sido un hermosotriunfo para la joven viuda. Pero ya poco debía im-portarle inspirar al artista, si no era también objetode las aspiraciones del hombre.

VII.

Nuestros viajeros habían llegado hasta Renedocontemplando el país á través del cristal de la ven-tanilla.

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N.°169 E. BÜSTILLO. LO VIVO ¥ LO PINTADO. 625

—¡País delicioso!—había exclamado frecuente-mente el joven pintor.

—Mucho ama usted la naturaleza,—dijo por finAmelia.

—Es una madre bella y cariñosa que me ha dadocuanto soy y cuanto valgo.

—Es usted un hijo agradecido.—No siempre, señora: en mis obras he hecho á

su belleza algunos agravios que nunca podré per-donarme.

Amelia iba á preguntarle si era poeta, recordandoque también su hermosura había recibido algunosagravios, concertando con labios, en versos que, sino revelaban el amoroso sentimiento, mostrabanbien á las claras la falta de sentido común de susautores, inspirados á la luz do las bujías de los buf-fets aristocráticos.

Pero en aquel momento el tren se detuvo. El jo-ven se apresuró á abrir su cartera, sacó el álbum yen una hoja empezó á trazar precipitadamente losprincipales rasgos de un paisaje.

La locomotora silbó con impaciencia. Parecía que-rer manifestar al pintor que su reglamento particu-lar no le permitía conceder un minuto más ni á lasmismas lucubraciones del genio.

El tren marchaba.El pintor cerró resignado el álbum, mirando ha-

cia el cristal con el candoroso desconsuelo de unniño que ve apagar las linternas de un panoramacuando se halla más divertido ante los cuadros ma-ravillosos.

Amelia se sonrió deliciosamente observando alpintor.

En el carácter del joven, como en el de todo ar-tista de corazón, había mucho de infantil, y Amelia,como todas las mujeres, amaba á los niños con de-lirio.

El niño pintor tenía, pues, para Amelia en su fiso-nomía moral un rasgo encantador que no debía per-tenecer sino al justo medio que buscaba entre lasescuelas romántica-simple y grosera positivista áque pertenecían sus idólatras de antaño.

El pintor empezaba á interesar á la joven viuda.—¿Será el amor un juguete para el corazón infan-

til del artista?Fuera del terreno del arte, ¿se hará el niño dema-

siado hombre?VIII.

Ante la primera de las dos anteriores preguntasque se hizo á sí misma, la viuda se deseonsoló.

Ante la segunda empezó á alarmarse.La imaginación de la mujer desconsuela y alarma

á su corazón con mucha frecuencia.La imaginación incansable de la mujer hace á su

corazón en un minuto mil preguntas á que su razónno se toma el trabajo de contestar.

TOMO IX.

Amelia, á pesar de todo', creyó necesaria la con-testación á sus dos interesantes preguntas, y, nopudiendo exigirla á su razón, iba á buscarla enotra parte.

—Observo, compañera mia, que ha quedado ustedmuy preocupada,—dijo en aquel momento el pintor.

—Precisamente pensaba en las preocupaciones delos artistas.

—¿Alude usted, sin duda, á mi constante adora-ción hacia mi madre y maestra? Confieso que sufrocada vez que me ofrece pródigamente sus bellosrecuerdos y no puedo aceptarlos. Este prodigiosoinvento de la época que nos trae y nos lleva sin unmomento de reposo, no da lugar al alma para fijarsus afectos.

—¿Sus afectos... filiales, querrá usted decir?—Hablo en general, señora: el amor... la amis-

tad... En estos viajes nacen mil veces simpatías que,cuando empiezan á crecer, se desvanecen como lashuellas de humo que va dejando detrás de .sí lamáquina.

—No estoy enteramente conforme con usted, se-ñor artista.

—En este instante me parece que yo mismo re-niego de mi opinión en el asunto.

- ¿Y cómo puedo ser eso?—exclamó Amelia conun candor hipócrita adorable.

—Encontrando en la fisonomía de usted, en laexpresión de su mirada, en su voz, en sus maneras,algo que no pertenece al vulgo de las mujeres y queconstituye, mi bello ideal, mi tipo originalísimo.

—¡Ay, Dios mió! que se me sube á las regiones dela escuela tonta,—dijo para sí Amelia.

—Luego,—prosiguió el pintor,—veo en su mane-ra de viajar la independencia de usted, su animosadespreocupación, que le alejará, sin duda, de esasideas exageradas de la virtud...

—¡Caballero! — exclamó con dignidad la viuda,temiendo que su niño se pasase con armas y.bagajesá las filas déla otra escuela.

—Me explicaré, señora, me explicaré, para queno me tenga usted por grosero, aunque temo llegueá calificarme de loco. Soy pintor. Necesito viajar.Estoy cansado de viajar con los amigos, porque nohallo amigo que no me sobre ante los cuadros dela naturaleza; y, para trasladar á los míos la luz, elagua, las flores, el cielo y toda la magnificencia demi hermosa madre y modelo, quisiera tener a milado un alma hermana que sintiese y alentase miinspiración. Creo que el alma privilegiada que bus-co está en una mujer; pero esa mujer ha de ser,como ya he dicho, originalísima; ha de seguirmecon confianza, despreocupada y sin pensar, sin acor-darse de más lazos que los santos de la amistad ylos de pura inspiración del arte.

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626 REVISTA EUROPEA. 2 0 DE MAYO DE 1 8 7 7 . N.M69IX.

Amelia no encontró palabra con qué contestar albreve cuanto extraordinario discurso de su compa-ñero.

Aquel caso no estaba incluido en su diccionariohistórico de manifestaciones masculinas del amor.

El original hijo de Apeles sacó su reloj y fijó lavista en la esfera, como si quisiera marcar el tiem-po que debía durar el silencio de la viuda.

Volvió á guardarle á los dos minutos y miró áAmelia sonriendo de un modo indefinible.

Luego tomó el álbum y se puso á repasar las ho-jas, como si nada significasen las palabras que ha-bía pronunciado.

Amelia siguió sobrecogida de asombro los movi-mientos del pintor.

Al verle hojear tranquilamente el álbum, creyóque aquel loco tenía todavía bastante razón pararenunciar á una respuesta á sus indirectas y pere-grinas proposiciones.

Luego se reconcentró en sí misma y se puso ápensar, haciéndose preguntas como siempre, perosin dejar de mirar al joven, que parecía querer dis-traerse buscando con la memoria el colorido natu-ral de aquellos hermosos recuerdos bosquejadosmagistralmente con el lápiz.

—¿Es un niño que se divierte, ó un loco que seburla de sus propias locuras?

Amelia quiso darse cuenta de que podía ser am-bas cosas, puesto que los niños no suelen ser másque locos pequeños, y los locos, por lo general, sonniños grandes.

Pero los unos no han llegado todavía á poseer larazón, y los otros ya la han perdido.

Los niños gritan de impaciencia, y los locos dedesesperación.

Los niños se acercaná la luz y la luz huye de loslocos.

Los niños son alegres pobres de nacimiento queloquean causando risa.

Los locos son infelices pobres despojados que ni-ñean arrancando lágrimas.

La viuda debió comprender todo esto.Miró profundamente á su compañero y á un tiempo

asomaron la risa á sus labios y las lágrimas á susojos.

Aquellas lágrimas de compasión encerraban unmisterio hasta para la misma Amelia.

Sus adoradores nunca habían alcanzado más querisas burlonas.

Aquel era su primer llanto... de amor.

X.

Amelia llevó su pañuelo á los ojos, después dehaber contemplado al niño-loco por el cristal desus lágrimas.

Luego, como si su orgullo quisiera borrar lashuellas de su ternura, la joven viuda apoyó connegligencia la cabeza en el respaldo del carruaje,cerrólos ojos y se fingió dormida.

Cuando después de largo rato el pintor levantóla vista del álbum para mirar á Amelia, Amelia dor-mía realmente.

Las niñerías y locuras del pintor le inspiraban sinduda confianza.

El joven contempló su hermosura con el mismorespetuoso cariño con que admiraba los cuadros desu magnífico modelo.

¡Quién sabe si las imágenes del sueño de Ameliaestarían relacionadas con la dulce contemplacióndel artista!...

XI.

—¡Barcena!—gritó con voz destemplada un em-pleado de los más subalternos de la administracióndel ferro-carril de Isabel II.

— ¡Amelia! ¡Amelia!—gritaron casi al mismo tiem-po con voz alegre dos señoritas, asomando á lapuertecilla, ya abierta, del carruaje donde habíanviajado solos el pintor y la viuda.

Esta despertó y coriió á los brazos cariñosos deaquellas amigas que la esperaban con tal ansia ytal fuerza de egoísmo, que se la llevaron sin darletiempo más que para dirigir una triste mirada y con-testar con un saludo de despedida al entonces con-movido pintor.

Corría, como he dicho, el año de gracia de 1863.El pintor, que se dirigía á Madrid, contemplaba

ya en el andén la rápida marcha de la viuda, llevadaen volandas por sus amigas hacia una linda casa decampo que se alzaba en medio del frondoso valle.

El monstruo de corazón de fuego que le habíaarrastrado con Amelia por una suave pendiente deilusiones artístico-amorosas, lanzaba en la estaciónde Barcena un terrible silbido de desesperación,porque no acababan de vencerse los rudos obs-táculos que la naturaleza oponía á su paso á travésde los montes.

La sección del ferro-carril de Barcena á Reinosaera todavía un proyecto en acción, lleno de dificul-tades por los largos y costosísimos túneles.

¿Serían aquel dulce sueño de la viuda y aquellalarga y casta contemplación del artista los laborio-sos trabajos que pudieran conseguir—con permisode los ingenieros de caminos—un túnel moral pordonde al fin acaben de comprenderse y comunicar-se aquellos dos corazones?

Si una casualidad los ha hecho viajar juntos, ¿quéotra casualidad, y cuándo, y cómo y dónde podrávolver á reunirlos?

Esos sueños que forman época en la historia ínti-ma de dos corazones, ¿terminarán en realidades ri-

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N.° 4 69 EL HOMBRE Y EL ANIMAL. 6 2 7

sueñas, ó quedarán reducidos, por gracia de la pro-sa de la vida y debilidades de la naturaleza humana,á aquellos fantásticos sueños que tan maravillosa-mente nos pinta el genio más portentoso de la dra-mática española?

¡Ay! Los hombres y las mujeres pasamos la mitadde la vida en la dulce tarea de forjarnos ilusiones,y la otra mitad en el cruel y doloroso empeño dedesvanecerlas.

EDUARDO BUSTILLO.(Concluirá.)

EL HOMBRE Y EL ANIMAL.

El principio de esta obra revela claramente sustendencias. Defender, en la cuestión de las relacio-nes del hombre y el animal, las doctrinas aceptadas

por la antigua psicología; fortalecer el espiritualis-010 en uno de los puntos en que el ataque ha sidomás vigoroso y más acertadamente conducido porsus adversarios; en una palabra, confirmar, pormedio de una escrupulosa revisión de los datos deeste problema, la solución que lo han dado hacemucho tiempo los maestros clásicos y los doctoresde la Iglesia. Tal es el objeto de este libro; y porhaberse juzgado cumplidamente satisfecho, ha sidopremiado su autor.

Preciso es reconocer que nunca se ha hecho másbrillante defensa de semejante causa, desde que hatomado carta de naturaleza en Francia la escuelaespiritualista. Jamás la distancia que separa al hom-bre del animal ha sido determinada, y, en cuantoes posible, aumentada, con mayor riqueza de argu-mentos ingeniosos, ni con más completo conoci-miento de los hechos y del estado actual de lacuestión en la literatura filosófica. No cabe estarsin duda alguna, más al corriente de lo que el autorse halla de la controversia contemporánea y de susmil aspectos y peripecias.

Este es un notable progreso por el que debemosfelicitar á la escuela; entra cada vez más en el mo-vimiento científico. Ya pasó el tiempo en que unfilósofo eminente, traductor de Aristóteles, escribíasin asombrar á nadie estas palabras, casi increíbles:«Hacer de la psicología y de la fisiología dos cien-cias que se auxilien y complementen, esto os lo quese proponen otros fisiólogos... La psicología, en-cerrada en la observación de la conciencia... pre-tende no necesitar ningún apoyo... En nuestro tiem-po, ¿qué servicios reales ha prestado la fisiología á

(1) Psicología comparada. El hombre y el animal, por En-rique Joly, profesor de filosofía en la facultad de letras deDijon, obra premiada por la Academia de ciencias moralesy políticas.

la psicología? ¿En qué ha demostrado que le fuese,no digo ya necesaria, sino solamente úlíl?... La psi-cología no rechaza los auxilios que se le ofrecen;pero esos auxilios no han llegado todavía, y segúntodas las apariencias, no llegarán nunca.» Entoncesso designaba con el nombre de fisiología lo que hoyllamamos biología.

Al emprender su estudio M. Joly se propuso, se-guramente, ir tan lejos como le fuera posible envelcamino de las concesiones. Examina á sangre friael darwinismo; reconoce que una parte de la natu-raleza puede, en rigor, explicarse por los princi-pios de la evolución; tampoco niega los progresosde la explicación mecánica d<3 los fenómenos bioló-gicos; y repetidas veces declara que sentiría apa-recer en contradicción con los hechos comprobadosde la ciencia. Hasta se apoya en estos resultados ycon preferencia indica estos descubrimientos, sien*do sus argumentos favoritos las citas de los másilustres biólogos. De suerte, que su libro parecedestinado igualmente á los sabios cuyo esplritua-lismo se ha debilitado, que á los filósofos cuya con-vicción guarda la inmutabilidad de sus dogmas.

Por desgracia, es de temer que su lectura noalcance á los hombres de ciencia, que prefieren lasexposiciones ó relatos de hechos y creen general-mente, con razón ó sin ella, que una cuestión estáresuelta ó terminada cuando se han reunido y con-signado los hechos que á ella se refieren en unestado luminoso.

El método du M. Joly es muy distinto. Para él, lacuestión de la inteligencia de los animales «no esni puede ser más que una cuestión de razonamientoy de metafísica." De aquí se desprende una extrañaconsecuencia: el autor de la tesis sobre el Instinto,que desíSe hace mucho tiempo tenía á su disposiciónuna multitud de hechos extraídos de buenas fuentes,que conocía, sin duda alguna, los más importantestrabajos de estos últimos tiempos sobre las costum-bres de los animales, no ha utilizado estos ricosmateriales sino con mucha parsimonia, y ha dedi-cado casi las tres cuartas partes de su voluminosolibro más bien á disertar y razonar sobre los hechosque á exponerlos. Para tales consideraciones y ra-zonamientos se sirve necesariamente del lenguajeque les es propio, con el cual apenas se está fami-liarizado fuera de la escuela. Los biólogos so des-animan fácilmente al internarse en los espinosossenderos de la metafísica.

Será posible, por consiguiente, que el caminorecorrido por M. Joly, para reunir á los partidariosde la escuela experimental, no lo conduzca tan cercadel terreno que estos ocupan, como sería conve-niente para una común inteligencia. Sin embargo,una curiosa correspondencia del autor con M. Nau-din, de la Academia de ciencias, publicada como

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apéndice, hace suponer que acaso obtenga de sutentativa de conciliación algo más que la gloria dehaberla emprendido.

Por lo demás, un análisis tan exacto como esposible de su obra va á permitirnos conocer cuál essu verdadera opinión y hasta qué punto participa delcriterio de la filosofía evolucionista.

En dos partes esenciales so divide por el prontosu trabajo. En una de ellas se estudia más espe-cialmente al animal, y la otra está consagrada ex-clusivamente al hombre. En la primera, después deuna exposición del método, se hace un detenidoexamen de las condiciones de la vida intelectualinferior aún en el hombre, para que sirva de clave ósolución á los problemas de la conciencia animal.Esta explicación se desarrolla con el título de Natu-raleza del instinto, y comprendo dos capítulos: lavida animal en el hombre, y la vida animal en elanimal mismo; el primero destinado á ilustrar ó es-clarecer al segundo.

En la sagundt; parto, tomando como punto departida la sensación, se ve desarrollarse una seriede facultades propias del hombre, cada una de lascuales hace suponer la siguiente, y que todas van áencontrar su última explicación en la existencia deun principio supra-sensible: el alma. Vamos á pasarrevista al contenido de dichos capítulos.

1.° Déla vida animal en general.—La sensucionse diferencia de la impresión y do la irritación vita-les. No se puede apreciar por fuera; se apercibe,por decirlo así, interiormente, por el mismo ser; yaunque se halle localizada, es decir, siempre en de-terminado silio del cuerpo, es indudable que todoel ser se encuentra afectado. Esto lo conocemos ennosotros, y lo vemos do un modo manifiesto en losanimales, que experimentan dolor ó placer. La sen-sación es, pues, el punto de partida comun de lanaturaleza humana y de la naturaleza animal; es elprimer dato de la psicología comparada. Pero en olfondo, ¿es distinta de la excitación? Sólo alcanza ungrado más. Basta, para que tenga lugar, que el ór-gano á que se contrae esté dotado de espontanei-dad y participe de la unidad vital de un organismomás vasto; luego esta es la propiedad de todo orga-nismo animal.

Todo sentido, todo órgano se halla siempre dis-puesto á entrer en ejercicio, aun en ausencia delagente que de ordinario le provoca. Esto es lo quese llama un efecto de imaginación. Cuanto másfuerte ha sido la sensación primitiva y más frecuen-temente seguida de sensaciones análogas, más ten-dencia hay en ella á reproducirse. Pero esta sensa-ción sin objeto que espontáneamente suele ponerse,en cierto modo, á la cabeza de las que la presenciade nuevos objetos nos produce, modifica estas últi-mas completándolas ó corrigiéndolas. «Si un oido

ejercitado percibe sonidos acordes, imaginará in-mediatamente otros que concuerden con los queefectivamente ha percibido. Si se siente herido porsonidos discordantes, restablecerá la armonía. Lavista obra de igual modo...»Todos los órganos obrande una manera análoga cuando son excitados si-multáneamente; sus sensaciones se completan ycorrigen mutuamente. Pero ¿hay algo que sobrepujeal poder de la sensación? No. Estos hechos se ex-plican también en sus caracteres esenciales: activi-dad propia de cada órgano, y solidaridad de todosellos entre sí. Hasta los de la imaginación, tan va-riados é importantes, se explican lo mismo.

Aquí se hace un estudio muy detallado y muy in-teresante de los efectos de la imaginación en eldolor y en el placer; estudio cuya relación con elobjeto de este libro no es, en verdad, bastante di-recta. Desde luego se vislumbra el propósito delautor al verle servirse de los precedentes análisispara dar cuenta de los fenómenos que desempeñanun "gran papel en la vida animal, tanto en el hombrecomo por bajo de él, que son: la necesidad y el de-seo. La necesidad es la sensación dolorosa en esta-do naciente. Agregadlc la idea de lo que puede sa-tisfacerla, y tendréis el deseo. El deseo es, pues,para la imaginación lo que la necesidad para la sen-sación. En todo esto nada excede á la capacidad dela excitación vital y los movimientos que ella pro-duce en todo órgano sensible. La necesidad y el de-seo no son, como las representaciones que las moti-van, más que cambios de estado del organismo; esdecir, si no verdaderos fenómenos mecánicos, por lomenos fenómenos inseparables de los movimientos.Y, sin embargo, estos sencillos fenómenos bastan áexplicar una multitud do manifestaciones de la vidaanimal, lo mismo en el animal que en el hombre.Este capítulo se presta á muchas reflexiones. Reco-noce M. Joly que hay en nosotros una necesidad depensar, de amar y de practicar el bien; y con ma-yor razón, de los deseos correspondientes. ¿Cómose concilia esto con su doctrina general? Si todo de-seo es un movimiento, el deseo de lo mejor ¿noserá una modificación del organismo? ¿Qué es en-tonces de la espiritualidad del alma? Otra cuestión.La vida animal que pinta M. Joly es la del niño; élmismo lo declara. En parte, es también la del hom-bre adulto, puesto que nuestra conciencia nos pro-porciona en ella el modelo, á falta de la concienciaanimal inaccesible para nuestras investigacionespsicológicas. ¿Cómo, pues, ha podido decir que elhombre no tiene instintos? Siendo así, no podríamospenetrar por nuestra propia conciencia los fenóme-nos psíquicos del animal. Y en este caso, ¿cómo sedescubrirán y qué significa el anterior análisis?

2." De la vida animal en sus determinacionesparticulares.—Un conjunto de sensaciones y de imá-

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N.° 169 EL HOMBRE Y EL ANIMAL. 629genes ó ideas constituyendo un conjunto de nece-sidades y de deseos correspondientes; una reuniónde impulsos sentidos, resultantes de la estructura ydel juego de los órganos: tal es el instinto, segúnM. Joly. Es evidente que á pesar de la uniformidady la constancia de la forma orgánica en una especiedada, los cambios de circunstancias orgánicas ó ex-teriores que se produzcan y las diversas excitacio-nes que de esto so deriven, determinan como con-secuencia otros tantos cambios en las impulsionesinstintivas. Esto explica, no solamente los variadosinstintos de que cada especie se halla dotada, se-gún la variedad de su organización, sino tambiénlas modificaciones particulares de los instintos enlos individuos. Partiendo de este principio es comoel autor da cuenta do las aptitudes especiales decada especie: un órgano dominante, lugar de sen-saciones dominantes, amolda en cierto modo todoel organismo á lo que en cada animal llega á ser elmedio de servirse de este órgano lo más ventajosa-mente posible. Así se explica también el carácteren una infinidad de casos. Todo este capítulo estálleno de datos, y es verdaderamente instructivo; esel más científico de la obra.

Pero ¿de qué género es esta explicación do losefectos del instinto y del instinto mismo? No hayduda posible: es mecánica. Lo misino que en las má-quinas hay una pieza maestra ó principal que deter-mina la forma de las demás; por ejemplo, así comola máquina de vapor destinada á mover la hélice deuna nave, difiere do la máquina de vapor destinadaá arrastrar wagones sobre rails, así el animal delargas orejas se distingue por su disposición parahuir rápidamente y ofrece el carácter y las condi-ciones de un animal medroso ó tímido, mientras queel animal de uñas largas y de dientes revela ten-dencias ó aptitudes contrarias. Esto quiero decirque cuando la mayor parte de los naturalistas aspi-ran á explicar el órgano por la función, tropezamoscon un filósofo espiritualista que se complace enexplicar la función por el órgano, la actividadpsíquica por el mecanismo corporal; en el animal,por supuesto, no en el hombre.

M. Joly ha comprendido sin duda que tal sistemade explicación, que, según él, arroja una viva luzsobre las manifestaciones más delicadas, diferentesy complejas de la actividad animal, podría ser apli-cado por algunos á las manifestaciones de la activi-dad humana. Ha debido vacilar algo entre los doscaminos que hoy quedan abiertos al espirituaiismo;uno, en el que, según una fórmula do A. Comle,adoptada por M. Ravaisson, se explica en todas lascosas lo inferior por lo superior, el órgano por lafunción, la vida por la conciencia, el movimientopor la idea, ¿trueque de no hacer de la naturalezauna escala continua de pensamientos, cuyo más

elevado peldaño sería el pensamiento humano; yotro, en que, por asegurar al hombre, á toda costa,un lugar separado en la naturaleza, se divide á estaen dos fracciones, explicando aquí la concienciapor el mecanismo y allí el mecanismo por la con-ciencia. Al adoptar este último sistema, M. Joly hacomprendido seguramente los peligros que desper-taba, y no ha podido desconocer las apariencias iló-gicas que ofrece. Pero se lisonjea de haber evitadoestos inconvenientes y de establecer una barrerabastante elevada entre los dos dominios, pava quelos principios que aclaran ó ilustran al uno no inva-dan al otro. Veamos si lo ha conseguido al determi-nar las verdaderas leyes do la evolución psicológicaen el hombre.

La evolución psicológica.—Para llegar al fin pre-tendido por M. Joly, seria preciso, por el pronto,demostrar que lo que sucede en el animal no sucedeen el hombre, como lo que sucedo en el hombreno sucede, según él, en el animal; es decir, que elanimal no razona jamás, y que el hombre no obranunca por instinto. Seria necesario que la razón nose mezclase en los impulsos para trasformarlos, nilos impulsos en la razón para inmovilizarla; se debepoder decir respecto al hombre lo que se dice res-pecto al animal: «O es la inteligencia ó el instintoquien lo hace todo.» ¿Se apoya en los hechos M. Jolycuando hace tal afirmación? ¿Tiene derecho paradecir «que el instinto, si es que lo hay, queda siem-pre independiente en su esfera, extraño siempre á.la razón, que puede estudiarlo, á no dudar, comoun extraño mecanismo, pero que generalmente noobtiene de él más que lo que elh le da? Segura-mente, no; porque no hay ninguna de nuestras fa-cultades instintivas que no pueda ser dominada porla voluntad y profundamente modificada ó corregidapor ella. Los andarines, los buzos y los cantantes,¿no mctóifiean su respiración y la regulan de unamanera metódica? De sobra hay datos para refutarla afirmación de M. Joly, y es extraño que un hom-bre tan versado en la cuestión los haya descono-cido.

Hé aquí su argumento principal. Se desarrolla enun centenar de páginas, pero nosotros le condensa-remos aquí para su mejor comprensión.

Se presenta en forma de discusión con uno deesos sabios del dia que «fluctúan entre el materia-lismo y el positivismo, discípulos ó aliados de Dar-win,» contra los cuales se dirige todo el libro. Sa-bido es que el objeto de ellos es encontrar un paso,un tránsito, de la inteligencia animal á la inteligen-cia humana; se trata, pues, de cerrarles el caminocon una serie de barreras que se refuercen unas áotras.

Esos sabios creen hallar en el lenguaje una facul-tad intermediaria que facilita el paso. El lenguaje

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es, en efecto, el instrumento del análisis, y si elanimal fuera susceptible de lenguaje lo sería tam-bién del pensamiento analítico. En este caso, trescaracteres diferenciarían, según M. Joly, profunda-mente, el lenguaje humano del lenguaje animal.Aquel es desinteresado, es decir, tiene por objetola expresión de la idea y no la satisfacción de unanecesidad; es objetivo é impersonal; y se funda, enfin, en el empleo de términos y en la invención deconceptos generales. «Todo principio es el signode una concepción general» (Max-Müller). Luego,«lejos de ser el mecanismo el que por sí solo pro-duce el lenguaje, y por el lenguaje la inteligencia,más bien es la inteligencia la que produce el len-guaje, y, por el desarrollo gradual de éste, la ar-monía del mecanismo.» Como se ve, esta es la ex-plicación inversa de la que hace un momento nosdaba de los efectos del instinto en el animal. Perosupongámosla aceptada. No por eso dejará de po-der hacerse la objeción bajo otra forma. La inteli-gencia, manantial, fuente ú origen del lenguaje, ¿noes más que el resultado de experiencias acumula-das, un conjunto de habituales ideas perpetuadasen la raza por la trasmisión? ¿Corno responderá áesto M. Joly?

La trasmisión es el punto más decisivo de estaapología. M. Joly aborda de frente esta cuestión, yhe aquí cómo trata de esquivar tan formidable di-ficultad.

Se trasmiten en efecto, dice, las enfermedades,inclusas las mentales, y los vicios; se trasmiten tam-bién las aptitudes especiales que $e refieren á laestructura de uno de los sentidos; pero no se tras-mite la virtud ni el talento, y menos aún la santi-dad y el genio. «La trasmisión desempeña un pa-pel mucho más peligroso que bienhechor; rara vezproduce mejora; casi siempre aumenta y desarrollael mal; es una fuerza perturbadora.» Esta fuerzaperturbadora puede, sin embargo, proporcionar álos representantes de una familia, de generación engeneración, «organismos cada vez mejor equilibra-dos,-» pero no sabrá salir del tipo específico sin ex-poner á los organismos á graves alteraciones. Des-de el momento sn que una serie de individuos tien-de á diferir del tipo medio, lleva consigo la enfer-medad y la muerte. Acaso esto no sea verdad enlos animales que la Providencia ha dotado de su-ficiente elasticidad orgánica para que puedan do-blegarse á las exigencias del medio; pero la fijezadel tipo debe ser sostenida por el hombre, quegracias á su inteligencia, puede proporcionarse unsegundo medio, completamente artificial, paraejecutar alguna evolución sin trasformurse.

En cuanto á los que pretenden ó afirman que losmismos tipos son los efectos de la acción heredita-ria, los lleva M. Joly á la época en que la materia se

hallaba todavía en estado amorfo, los coloca frenteá frente del problema del origen del primer cristal,y como no pueden explicarle este punto, deduceque tampoco podrían explicarle ningún otro. Luego«la razón es en el hombre un carácter específico,necesario, indivisible, que no puede haber sidoproducido gradualmente por las desviaciones deun tipo inferior.» No añadiremos ningún comenta-rio á esta explicación que por sí misma se' defien-de ó se refuta, según los principios de método quese adopten.

El principio de la vida animal y del pensamiento.—Respecto á este capítulo, verdaderamente curioso,puesto que en él se ve á la escuela espiritualistamedir sus fuerzas por primera vez con el problemadel origen histórico de las ideas de la razón, nosdispensarán nuestros lectores de hacer un análisismás detallado. Volviendo M. Joly á la exposicióndirecta de sus doctrinas, presenta á los principiosfundamentales de la razón como derivados de laconciencia misma. Entra en la cuestión metafísica;y al concluir, para explicarla multiplicidad aparen-te de las almas en nosotros, se adhiere formalmen-te al monadismo leibnitziano, con arreglo al cual,y por su propia confesión, la diferencia entre elalma animal y el alma humana se reduce á los di-versos grados de concentración del organismo. Enambos hay armonía; pero en uno el director de or-questa es atendido, y en el otro no le hay. Segúnse ve, la diferencia entre el hombre y el animal sereduciría á poca cosa bajo el punto de vista meta-físico. A decir verdad, el único refugio de la es-cuela consiste en sostener que, históricamente, noha encontrado camino. Tal es la última palabra dela doctrina de M. Joly.

El libro lleva por primer título: Psicología com-parada. Pero intenciones nos dan de decir que másbien es un ensayo de psicología separada. La psi-cología comparada, ó por mejor decir, la biología,ha venido á formar una sola teoría de todas las for-mas y de todas las funciones de los órganos vitales;todo lo que existe y se reproduce es sometido porella al imperio de las mismas leyes. ¿A qué puedeaspirar la psicología comparada, sino á explicartambién todas las conciencias por idénticas leyes?¿Cuáles son estas leyes generales? No nos es dadoprejuzgarlas. Pero en nombre del método y de lalógica, rechazamos enérgicamente toda doctrinaque tienda á hacer del alma y de la psicología hu-mana una especie de república microscópica deSaint-Marin, en medio de una inmensa naturaleza yde una ciencia unificadas.

(Revue Scienlifique).

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N.° 169 A. PALACIO VALDÉS. LOS ORADORES DEL ATENEO. 631

LOS ORADORES DEL ATENEO.

DON JOSÉ CARVAJAL.

Aunque reconozca de buen grado mi insuficien-cia para dar colorido á estos bocetos, no es partepequeña á quitárselo la conformidad que guar-da mipobre entendimiento con las ideas profesadas porlos ilustres oradores que presento al público. Sébien que el elogio á que me inclina esta para mífeliz avenencia, no puede despertar interés. Tam-poco se me oculta que la más áspera censura y has-ta la crítica mordaz ó maldiciente, regocija á losperversos, y alguna vez hace también sonreír á losbenévolos. Porque asi es nuestra naturaleza. Elbrillo de los unos significa siempre la oscuridad delos otros. Mas yo no tengo ninguna culpa de que lamayoría de los oradores del Ateneo sean elocuen-tes y discretos. Si no lo fuesen tanto, quizá ganaranmis semblanzas en color y en dibujo. Pero ¿quéganaría con ello la cultura de la patria?

La historia del orador que ahora juzgamos nopuede ser más breve. Pertenece á esa clase de hom-bres cuya historia se resume por mucho tiempo enla historia de su pensamiento, que nutren lenta-mente allá en el silencio de sus soledades, cuandola borrasca de la tiranía azola con furia los cristalesdel retiro que les da albergue y se escucha apenasel sordo gemir de la patria que se dobla, se retuer-ce y cede á la violencia del huracán. Estos hombressalen llamados por las circunstancias á detener lamano airada de la demagogia cuando quiere perpe-trar el mayor de los crímenes, la ruina de la liber-tad. Aparecen en el ocaso de las revoluciones á pres-tarles un apoyo que por desdicha no alcanza á con-jurar la gran derrota.

El Sr. Carvajal no apareció en la vida pública sinoal llegar al apogeo de sus facultades intelectuales yal colmo de su experiencia. Desdeñó lo que aquí hadado en llamarse con no poco cinismo la carrerapolítica, y dedicó su claro talento á la dirección deempresas industriales ó financieras. La carrera po-lítica en España tiene todo el aspecto de una corre-ría, de una algarada á través do los fértiles camposdel presupuesto. Por gran desdicha, á mi juicio, haquerido aplicarse á la dirección de los negociospúblicos el principio económico de la división deltrabajo, y en nuestra patria á los jóvenes se lesdestina indistintamente á ingenieros, veterinarios ópolíticos desde sus primeros años. Convertida lapolítica en profesión, el que á ella se dedica pres-cinde casi en absoluto de la vida del ciudadano,desconoce las necesidades del país porque no lasha sentido, también su opinión porque siempre hamilitado en un partido que oscurece su pensamien-

to con torpes preocupaciones, y se aplica conahínco á conquistar puestos en el escalafón de loshombres de Estado. Confieso ingenuamente que enesta ocasión no veo la ventaja de la distribución detareas. Pienso que la política no debe ser un oficio,sino una de las indeclinables funciones del ciudada-no. Todos necesitamos ser políticos, y todos debe-mos consagrar parte del tiempo que nos dejan librenuestras ocupaciones profesionales á meditar sobrelos arduos problemas de la gobernación del Estadoy á gestionar activamente sus intereses, que sontambién los nuestros. La plaga de los políticos deprofesión es tanto más terrible, cuanto que invadenel campo de todos nuestros partidos. Como la floraterrestre nacen y se desarrollan así que encuentranen el suelo que pisan condiciones de existencia.Los enemigos más encarnizados de esta políticaprofesional han sido los partidos extremos, y cuandoel viento de la fortuna los echó á la playa delpoder, ¡ay! no dejaron de hallar bella ¡a profesión.Triste es reconocer que esto mismo ha podidoobservarse varias veces en el gobierno de los par-tidos avanzados. Se resuelven con sana intención ácortar todos los abusos, pero en algunos de ellosquedan cautivos. Recuerdan á aquel soldado quegritaba: «Mi teniente, acabo do hacer un prisione-ro!» Y cuando el teniente le mandaba que lo trajese,contestaba: «No puedo, porque me tiene sujeto.»

Bajo este sentido, la figura del Sr. Carvajal nopuede menos de aparecer simpática. Es un po-lítico de ayer, y acaso por esto le desdeñaran losque desde sus juveniles años han seguido la car-rera de ministro, empezando por concejales. Losseñores del escalafón deben sufrir con pacien-cia, no obstante, que el Sr. Carvajal haya comen-zado por el fin, porque si no ha intervenido de unmodo tangible en la administración del Erario mu-nicipaf antes de intervenir en el nacional, no ha de-jado por eso de preocuparse con ella y estudiarla.Ha sido siempre un concejal platónico.

Fuera para mí tarea más sabrosa el juzgar al se-ñar Carvajal como orador político que como aca-démico. El Parlamento fue el teatro de sus campa-ñas más brillantes. Como orador del Ateneo no he-mos tenido el gusto de conocerle hasta el presenteaño, y cualquiera comprenderá las dificultades conque he de luchar para hacer el juicio crítico de unorador que por vez primera levanta su voz en talesdebates. Esto no obstante, el Sr. Carvajal ha tenidotiempo para mostrar excelentes condiciones en estegénero do oratoria. Por el vigor de su pensamiento,siempre fino é intencionado, por la solidez de susconocimientos, y más que por esto, por la pasmosacorrección y sonoridad con que maneja el habla cas-tellana, puede y debe ser colocado este orador enprimera línea.

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Habla con cierta solemne entonación que no per-mite echemos en olvido al hombre, de Estado, é im-prime á su palabra una trascendencia que no es lacientífica, sino altamente personal y política. No seremonta jamás el Sr. Carvajal por encima de larealidad, ni se engolfa en apartadas disquisiciones;habla para el momento actual, razona sobre lo in-mediato y dice lo que ha querido decir; nada más,pero tampoco nada monos. La significación de ac-tualidad que el Sr. Carvajal presta á su palabra haceque se le escuche con profunda atención y con re-ligioso silencio, pero desnaturaliza un tanto el can-dor tradicional de los debates académicos. Bienclaramente nos revela esto que el Sr. Carvajal es,ante todo, un orador parlamentario. Otro hecho noslo acusa con mayor claridad aún. El Sr. Carvajal seha distinguido siempre en las contiendas parlamen-tarias por el empleo de la sátira, que- maneja conrara habilidad. Pues bien, este elemento, tan ca-racterístico de su oratoria, lo ha hecho desaparecerasí que levantó su voz en la cátedra del Ateneo,juzgando, y no sin razón, que en los severos mol-des del debate científico no cabe con holgura esareferencia continua á la persona, que se observa entoda lucha parlamentaria (1). La ausencia de esteelemento, á tal punto integrante en la oratoria delSr. Carvajal, esparce sobre ella un tinte de frialdadque la perjudica, porque no es ingénita, sino acci-dental. Quédale, sin embargo, esa serenidad ma-jestuosa y casi sacerdotal que, si no hiere viva-mente al sentimiento, avasalla y reduce á la inteli-gencia. Hay en su forma de expresión un tono tansoberano, que ayuda poderosamente al éxito de suelocuencia.

La energía de sus convicciones no se revela comoen la mayor parte de los oradores demócratas (sobretodo en los antiguos) por la exaltación y la intran-sigencia. Manifiéstase, al contrario, por el lógicoencadenamiento de sus ideas y por ciertas extrañasconcesiones hechas á los representantes de la tra-dición que no dejan de irritar al elemento más im-petuoso del partido extremo liberal. El Sr. Carvajal,al obrar así, prueba que tiene más seso y más amorá la libertad que los que á cada minuto la ponen ádos dedos del abismo con sus insensatos discursos,cuando no con sus locas empresas. En efecto, elSr. Carvajal no está vaciado en el mismo molde quelos oradores liberales del primer tercio de nuestrosiglo. Aquel era un período de destrucción, y con-venía á los fines de la idea democrática el que susdefensores en la prensa ó en la tribuna encendiesen

su palabra con la tea del exterminio, fuesen otrostantos arietes aplicados á la fortaleza del pasado.Mas hoy nuestra situación ha cambiado radical-mente. Hemos sembrado de ruinas el suelo de lavieja Europa, y á su vista sentimos la necesidad dealzar sobre robustas pilastras las bóvedas esplén-didas del alcázar del porvenir. Tregua, pues, á lapiqueta demoledora, y vengan á nosotros diestrosartífices para labrar con primor los colosales fustes.Si por acaso el brazo de los nuevos artífices no pre-senta formas tan atlóticas como el de los pasados,no nos importe: para destruir hacen falta principal-mente la decisión y la fuerza; para edificar son ne-cesarias la perseverancia y la idea.

Después de manifestar que el Sr. Carvajal no debeclasificarse en el género de aquellos oradores quehace algunos años podían llamarse miliciams y hoyreciben otro nombVe derivado de cierto combusti-ble de universal consumo, sólo nos resta fijar nues-tra atención sobre el elemento artístico de sus dis-cursos, sobre su forma. Y en verdad que, llegadosá este punto, no es fácil que acertemos á significarcuánto nos admira la palabra de este orador. Por-que esta palabra no es simplemente correcta: ofre-ce su corrección tal esmero, que hace recordar laslíneas de la estatuaria. Parece que el orador, cuan-do habla, tiene por lengua un buril que va escul-piendo sus frases. Al escuchar esta palabra siempretersa y armónica, el orgullo nacional se nos sube ála cabeza y prorumpimos en exclamaciones de en-tusiamo, porque abrigamos la ilusión de que lasdemás naciones nunca acertarán á producir orado-res como los nuestros. España es la patria de laelocuencia. Ningún otro país presentará en el diaoradores como Castelar, Moreno Nieto, Moret y Car-vajal. Porque no se limitan nuestros oradores á ex-presar su pensamiento claramente y con diccióncorrecta, sino que agotan en sus discursos los másricos tesoros de la poesía y los últimos recursosdel idioma. Más que oradores, son pintores y escul-tores de la palabra.

Tales son las impresiones, torpemente reproduci-das, que en mi ánimo ha dejado el discurso del se-ñor Carvajal. De hoy más, el Ateneo cuenta conotro orador elocuente; la libertad con otro campeóninsigne.

ARMANDO PALACIO VALDÉS.

(1) Advertiré de paso que no quiero recordar al lectorcon estas palabras las formas empleadas en el debate porel Padre Sánchez, á quien ya he tenido la honra de dedi-car ua artículo.

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N.° 469 3. M. PIERNAS. VOCABULARIO DE LA ECONOMÍA. 633

VOCABULARIO DE LA ECONOMÍA.*

PAUPERISMO.

Se emplea esta palabra para designar la exten-sión de la miseria á grandes masas de individuos, áclases enteras de la sociedad. Pobre es el que tie-ne poco; indigente el que no posee nada, y el pau-perismo es la existencia de colectividades muy nu-merosas que carecen de ios bienes económicos yaun de la posibilidad de adquirirlos, ó se hallan ácada paso expuestas á caer en esa situación.

El pauperismo no es un hecho peculiar de nues-tra época, ni una consecuencia del desarrollo de laindustria. Si así fuese, habría que renegar del pro-greso económico y declararle contradictorio. La ri-queza es hoy mayor que en ningún tiempo de lahistoria, y es imposible que haya crecido con ellala miseria. Cuando todos eran pobres, la indigenciatenía un carácter normal y permanente. En la EdadMedia hambres espantosas diezmaban con frecuen-cia las poblaciones, y no se hablaba, sin embargo,del pauperismo, porque hubiera sido inútil, no ha-biendo elementos para apreciarle, ni recursos queaplicar á su remedio. La civilización moderna hadado nuevas formas al pauperismo, le ha hechotransitorio y menos intenso; pero se preocupa conél y busca con empeño en la ciencia y en la vidalos medios de combartirlo.

La esclavitud, la servidumbre y el feudalismo es-tablecían entre los individuos de las antiguas socie-dades cierta comunidad por virtud de la que, aunsiendo muy precaria la condición de todos, se es-tremaban menos las diferencias y los contrastes. Ladesigualdad era entonces más Jurídica que econó-mica, porque el amo cuidaba de la manutencióndel esclavo, y el señor compartía con siervos yvasallos lo mismo las privaciones que la abundan-cia. Pero la emancipación de los trabajadores havenido á colocarlos más bien enfrente que al lado deaquellos bajo quienes antes vivían, y rotos todos loslazos, abandonado á su suerte cada cual, los unoshan subido hasta la opulencia, y los otros han en-contrado más dura su miseria. La igualdad ante laley ha hecho más sensibles las desigualdades antela riqueza, y por eso la cuestión social, que era enlos pasados tiempos una cuestión de derecho, eshoy en primer término una cuestión económica.Agregúese á esto la rapidez con que se han multi-plicado las clases trabajadoras, su aglomeración encentros determinados por el establecimiento de lasgrandes industrias, las crisis á que éstas se hallanexpuestas con la invención de las máquinas y nue-

* Véanse los números 161. 162, 163, 164, 165, 166, 161 y168, páginas 365. 398, 439, 500. 522 558 y 598.

vos procedimientos, y la inseguridad en que vivenpor efecto de la continua lucha que sostienen unascon otras en el mercado, y se tendrán las causasdel pauperismo moderno, caracterizado, como yahemos dicho, no por el aumento de la miseria, sinopor cierta agravación relativa, por la existencia dedolores y sufrimientos que afectan ó amagan siem-pre á grandes masas de la población, en .medio dellujo y la disipación en que vive el menor número.

Tres son las soluciones propuestas para atenderal pauperismo, ocasión de graves conflictos queamenaza constantemente el sosiego público, y cons-tituye la cuestión social bajo el aspecto económico:la libertad, que proclaman los individualistas; laintervención del Estado, que defiende el socialismo;la resignación del que sufre y la caridad del queposee, que predica la escuela católica (1).

La libertad está ensayada, pero sin fruto; bien esverdad que los mismos que la recomiendan no pre-tenden que haya de evitar el mal, sino reducirletodo lo posible, por donde vienen á concluir real-mente en que no hay solución para el problema.Precisamente los pueblos en que mayor amplitudtiene la libertad económica, son los que más pade-cen del pauperismo; y ¿cómo no, si los abusos de lalibertad, la imprevisión de los unos y la codicia delos otros son á menudo las causas que le producen?Muchas veces los indigentes son los vencidos enuna compotencia desastrosa. La libertad quiere de-cir supresión de trabas, alejamiento de obstáculos;es un principio puramente negativo, y no puede darpor sí solo el remedio que se busca.

La acción del Estado tampoco es cosa nueva nimás eficaz. Empleada como directora del movimientoeconómico, no ha creado, ni puede producir masque una organización industrial arbitraria y violen-ta, ataca la propiedad y la esfera en que debe mo-verse el individuo, y cuando quiere nivelar las for-tunas, no hace mas que quitar á unos sin dar á otros,poner obstáculos al bien y ocasionar nuevos majes.Ejercida por medio de la beneficencia la interven-ción del Estado, aparte de otros muchos inconve-nientes, más bien fomenta que disminuye las causasdel pauperismo, y no se dirige ya á evitarle sino áatenuar sus efectos.

La Iglesia, en este punto, se coloca en el lugarque la corresponde; no juzga las cuestiones econó-micas, y se limita á ofrecer la resignación y el amordel prójimo como bálsamos que mitiguen los dolo-res de la sociedad. Pero esto no es una solución,porque siendo muy bueno que se resigne el quesufre y sea caritativo el afortunado, lo mejor y loque se desea es que desaparezca el sufrimiento y nosea necesario socorrerle.

(1) Azoárate, Ssludios económicos y sociales.

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Resulta, pues, que en esta como en todas lascuestiones, los individualistas solo tienen razóncontra el socialismo y viceversa: aquellos dicenverdad al afirmar como necesarias la libertad y lapropiedad individuales, rechazando la opresión delos Gobiernos; y este se halla en lo cierto cuandodemuestra que la libertad no basta para concluir conel pauperismo, y sostiene que el Estado tiene algoque hacer en este asunto; pero ambos sistemas sonincompletos.

Siendo el pauperismo una cuestión económico-social, será necesario que contribuyan á resolverlatodos los elementos y fuerzas de la sociedad. Elindividuo, que con motivo pretendía y ha conseguidoser libre, salvas escasas excepciones, en el manejode los bienes materiales, debe hacer un recto usode su libertad, estableciendo la industria sobre ba-ses racionales de organización y armonía que haganimposibles las crisis, los conflictos y las alternativasviolentas en las fortunas, tomando como norma de suactividad el bien y no el egoísmo, valiéndose de lacompetencia como medio de progreso, no comoarma para el daño ajeno; si es capitalista y rico, hade ver en el trabajador, no un instrumento, sino unsocio, y en el indigente un hermano; si es simpleoperario y pobre, debe ser previsor, computandoal lado de sus necesidades del momento los riesgosdel porvenir, y ha de considerar al empresario comoá un tutor, cuya prosperidad le interesa. Es preciso,en suma, que las relaciones económicas se despojendel carácter exclusivista y de intransigencia perso-nal que hoy revisten, para inspirarse en un sentidomás amplio y más moral: en la idea del bien colec-tivo. Tanto como se ha aprovechado la actividadlibre para desarrollar la producción y multiplicar lariqueza, es necesario emplearla ahora para conse-guir una distribución equitativa y un reparto pro-porcionado de los bienes materiales. El Estado, á suvez, está en el caso de favorecer ese movimiento, sindirigirle, por medio del estímulo y la ayuda comple-mentaria á la acción individual. Y todas las otrasinstituciones sociales, la religión, la moral, laciencia, tienen su parte en la obra, han de contri-buir á ella poderosamente llevando á la vida econó-mica la saludable influencia de las ideas de Dios, dela verdad y del bien.

Entretanto que se consigue el resultado de esosesfuerzos, sólo la prudencia de ricos y pobres, másobligatoria para los primeros que para los segun-dos, puede evitar que el pauperismo sea origen degrandes catástrofes y una remora que detenga losprogresos de la Humanidad.

PESOS Y MEDIDAS.

Son los instrumentos que sirven para determinar,refiriéndolas á un tipo común, las proporciones enque se cambian los productos,

Las medidas han-de acomodarse á la naturalezade las cosas á que se aplican, y así unas son de ex-tensión superficial, otras de volumen, de peso, etc.;pero las de cada clase constituyen un sistema, por-que todas son múltiplos ó divisores de la unidadadoptada como base. La elección de esta es arbitra-ria, aunque debe consistir en alguna medida inva-riable de la naturaleza para que pueda rectificarseen todo caso, y luego se toma como medida usualpara cada género de transacciones el múltiplo ódivisor de aquella que más se aproxima á la exten-sión general de las necesidades.

La diversidad de las medidas usadas por cadapaís, y aun en las comarcas ó localidades de unamisma nación, es una grave dificultad para el cam-bio, porque las personas que se valen de sistemasdistintos, se hallan para este caso en situación muyanáloga á la de aquellos que hablan idiomas dife-rentes. El sistema decimal, formado para conseguirla uniformidad, es de creer qué llegue á realizarlalentamente á pesar de sus defectos.

P0BI.AG10N.

Económicamente representa el elemento trabajoy el término á que se dirige la riqueza; de aquí que,siendo á la vez origen de la producción y causa delconsumo, deba estudiarse la relación en que sehallan sus influencias bajo cada uno de esos aspec-tos. El célebre escritor inglés Tomas Malthus, es elque primero ha planteado esta cuestión importantí-sima, y su doctrina ha servido de fundamento átodas las consideraciones posteriores.

La población, decía Malthus, libre de todo obs-táculo, se duplica cada 25 años y crece siguiendouna progresión geométrica como los números 1, 2,4, 8, 46, etc.; mientras que los medios de existen-cia, en las condiciones más favorables de la indus-tria, no pueden aumentar más rápidamente que lostérminos de una progresión aritmética, es decir,como los números 1, 2, 3, 4, 5, etc. Consecuencia:hay un desequilibrio entre la facultad procreadora yla productiva del hombre; la población crece conmás rapidez que las subsistencias, y el exceso deaquella nace condenado á la privación y la muerte.El vicio y la miseria, engendrados el uno por elotro, obran como obstáculos preventivos del desar-rollo de la población, disminuyendo la virtud prolí-fica y, por consiguiente, el número de los na-cimientos, y hacen el oficio de obstáculos represivos,encargándose de ejecutar esa terrible sentenciaque priva de la vida al que nace fuera del límite pre-ciso. El único medio, añade Malthus, que el hombretiene para evitar la acción fatal de esos agentes, esla continencia, el uso prudente de su facultad repro-ductiva, «la virtud de no casarse y vivir, sin embar-go, castamente, cuando no se tiene con qué man-tener una familia.«

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Es indudable que-Maltlius no quiso dar un valorabsoluto á las dos proposiciones, que son la base desu teoría, y que se valió de los términos numéricossólo para hacer más enérgica la expresión de supensamiento. No se concibe que pretendiera encer-rar en fórmulas matemáticas y atribuir carácter defatalidad al desarrollo de hechos que, en gran parte,dependen de la voluntad humana. Pero ni aun comoprobabilidad ó tendencia puede admitirse que la po-blación haya de aumentar más de prisa que losmedios para sustentarla. La facultad procreadoradel hombre no es una cantidad fija y constante; sehalla influida por todas las condiciones físicas quele rodean y por la cultura del espíritu: así vemos,al lado de pueblos que se multiplican rápidamente,otros que se estacionan ó disminuyen; que el au-mento de la población no es igual en las comarcasó regiones de un mismo país, y que hasta para lasdiversas clases sociales que viven juntas son dife-rentes las proporciones del crecimiento. La Esta-dística demuestra cuan varia es la relación entre elnúmero de los nacimientos y el total de la pobla-ción, y la ley que resulta más comprobada es pre-cisamente contraria á la doctrina de Malthus, porquelos nacimientos disminuyen relativamente con ladensidad de la población, y la virtud prolífica pare-ce hallarse en razón inversa de la civilización y lacultura. Todavía siendo igual en todas las condicio-nes la facultad procreadora del hombre, no es con-secuencia necesaria la de que haya de reproducirseconstantemente de una manera uniforme: no bastaque la especie humana pueda desarrollarse en ciertosentido; es preciso, además, que quiera hacer siem-pre el mismo uso de sus facultades para que la leyse cumpla, por donde la libertad y todos los motivosque la determinan entran al cab.o como elementosque han de apreciarse en el hecho de la población.¿No reconoce Malthus esto mismo cuando declaraque la continencia, es decir, una resolución de lavoluntad, puede impedir el aumento progresivo dela especie, deteniéndole en el limite de las subsis-tencias? Su error está en que considera el acto dela reproducción como puramente instintivo ó pasio-nal, y la razón á modo de un obstáculo que sele opone. No: la razón no es cosa extraña ni opuestaá la facultad procreadora, y ese acto importantísimode la vida no es resultado de una fuerza aislada éindependiente de la voluntad; está sometido á ella ygobernado por la razón; es tan libre como cual-quiera otro humano, y rechaza ese carácter de nece-sidad que quiere atribuírsele.

Otro tanto podemos decir de la proposición rela-tiva al aumento de las subsistencias. Tampoco lacapacidad productiva del hombre puede represen-tarse por una cantidad fija, ni está sujeta en sudesarrollo á movimientos acompasados é inaltera-

bles. El trabajo es susceptible de aplicaciones inde-finidas y su eficacia crece en proporciones que noes dado prever. El descubrimiento de una utilidadantes desconocida, la invención de una máqtiinaque hace posible nuevas industrias, dan lugar á pro-gresos de la riqueza que no guardan relaciónalguna con su estado anterior, y aun los adelantosconseguidos en producciones ya establecidas, no.son meros sumandos, obran como factores que mul-tiplican los medios económicos. Malthus se fijóprincipalmente en la lentitud con que marcha laagricultura; mas si hubiera podido conocer la trans-formación que esa industria ha realizado en su paísen los últimos treinta años, renunciaría de seguroa los términos de su proposición.

Queda de cierto en la teoría de Malthus la posibi-lidad de que la población traspase el límite de lassubsistencias, y la acción que en este caso ejerce lamiseria, impropiamente llamada obstáculo, porquees la sanción económica, la forma de responsabili-dad que sigue en este orden al uso irracional quehace el hombre de cualquiera de sus facultades. Eldescubrimiento y la propagación de esas verdadesserán siempre un título de gloria para Tomás Mal-thus, porque pusieron término á la preocupación deconsiderar en absoluto el aumento de la poblacióncomo medio de prosperidad y de fuerza, y de esti-mular su desarrollo de un modo irreflexivo y alta-mente pernicioso.

La población da el trabajo; mas la riqueza no seproduce sin el concurso de otros dos elementos: losagentes naturales y el capital; de suerte que si elhombre no tiene á su alcance un agente naturalsobre que ejercitar sus facultades ó un capital deque hacer uso, no puede ser trabajador, y comoha de consumir forzosamente, habrá de sosteneruna vidl de tristes sufrimientos á expensas de losdemás. Las plazas ó retribuciones que ofrece laindustria en cada momento son en número determi-do; y los que excediendo de él pugnan por obtenercolocación, hacen bajar los salarios y causan laruina de los otros sin evitar su desgracia.

Toda la prudencia es poca tratándose de la repro-ducción de la especie humana. «No obraría cuerda-mente el que multiplicase los árboles en su campomás allá del número que puede mantener; nadiecria animales domésticos ó de labranza sin contarcon recursos para alimentarlos: ¿qué pensaremosentonces de aquellos que, hallándose en la miseria,engendran seres que vengan á disputarse el dere-cho de sufrir?» (i)

PRECIO.

Es la relación de dos productos en el cambio, lamedida de un valor en otro valor. Entre dos pro-

(1) Buret, De la muer* ám clases laborieuses.

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duelos que se cambian hay equivalencia, una rela-ción de igualdad y el uno es precio del otro.

Suele definirse el precio diciendo, que es elvalor expresado en dinero; pero esto es tan equi-vocado, como si dijéramos que el peso es la grave-dad expresada en kilogramos. La moneda sirve paramedir los valores, interviene en el mayor númerode los cambios y á ella se refiere ordinariamente elprecio; pero una cosa es la estimación relativa dedos productos, y otra el instrumento que se empleapara establecerla. ¿No han existido los precios antesque la moneda? ¿No hay acaso precio en la permuta?¿No tiene precio la moneda misma? Tanto es asi,que el precio en dinero es solamente nominal y de-pende de la cantidad de metales preciosos que cir-culan. El precio real de los productos es el esfuerzonecesario para obtenerlos.

También se oonfunde el precio con el valor.Sin embargo, se los distingue fácilmente teniendoen cuenta que si ambos expresan una relación delproducto, los términos son diferentes para cadauno de ellos: en el valor la relación es primera-mente con las necesidades, en el precio con otroproducto; el valor mide la utilidad; el precio es me-dida de los valores para el cambio. (V. Valor.)

El precio de cada producto consiste en la canti-dad de riqueza necesaria para compensar los gastoshechos en su formación y retribuir al productorcon el beneficio que le corresponde; pero como lasrelaciones del cambio se determinan en virtud deotros datos, hay, además de ese precio que se llamanatural ó remunerador, otro que se dice corriente, yes el valor que se ofrece por cada producto; enotros términos: precio natural es el que tiene elproducto al salir de lasiinanos del industrial, y cor-riente el que logra hacer efectivo en el mercado.Este último se fija por la acción de la oferta, y lademanda, baja si los productos abundan, y se elevacuando escasean.

El precio natural varía con todas las alteracionesque experimentan los gastos de la producción éinfluye en el precio corriente, porque el aumentode esos gastos significa una mayor dificultad paraproducir, que reducirá la oferta; y la disminución,al contrario, que facilita la industria, llevará mayornúmero de productos al mercado. De aquí que elprogreso económico dé lugar á la baja incesante delos precios.

El precio corriente puede ser igual y mayor ómenor que el natural; pero tiende siempre á nive-larse con éste. Cuando el precio corriente es mayorque el natural, el exceso de beneficio que obtienenlos productores atrae nuevos capitales y brazos á laindustria en que esto sucede, y aumentada la oferta,baja el precio del mercado; si el precio corrienteno alcanza á cubrir el natural, la reducción del be-

neficio ó la pérdida que sufre el productor le hacenabandonar la industria, y la restricción consiguientede la oferta da lugar á la subida del precio.

Esta es la ley que de hecho rige en el mercado, ypor ella se gobiernan los movimientos del cambio.¿Hasta qué punto, sin embargo, es satisfactoria esaley y puede ser sancionada por la ciencia? Despuésde reconocer que hay un precio natural, ¿es dadoadmitir otro fortuito, arbitrario, que no se fundaen las cualidades del producto ni en los esfuerzosdel productor? La situación del mercado, circuns-tancia posterior á la formación del producto, queno influye por consiguiente en el trabajo empleadopara obtenerle ni afecta tampoco a su utilidad, pa-rece que no debiera ser la llamada á determinarlosprecios; la escasez de un artículo no autoriza al in-.dustrial para elevar indefinidamente su precio áexpensas del consumidor, ni es razonable que ésteen los casos de abundancia reduzca el precio sinlimitación alguna, negando al productor la recom-pensa de su trabajo y el pago del servicio que lepresta. No satisface, pues, coir.o reguladora delcambio, la acción de la oferta y la demanda, que hade dar lugar á continuas injusticias; y así sucede, enefecto, porque diariamente oimos decir, hablandode algún precio, que no vale tanto ó vale más queel objeto á que se refiere.

Pero no basta decir que el precio natural es elúnico legítimo, porque ya hemos visto que éste secompone de dos elementos, los gastos de la pro-ducción y el beneficio; y si aquellos pueden com-putarse fácilmente, no sucede así con el segundo:el beneficio es, en último resultado, un precio, elprecio del trabajo, y mal puede darnos el principioque buscamos, cuando hay que empezar por apli-carle á él mismo.

La dificultad no está resuelta. La Economía se halimitado hasta aquí á explicar cómo se fijan los pre-cios, y ha creido, sin duda, innecesario investigarsi debieran formarse de otro modo, ó imposible desustituir el mecanismo de la oferta y la demanda.

PRESUPUESTO.

Es la determinación de un fin económico y de losmedios materiales necesarios para alcanzarle.

El presupuesto es antecedente indispensable paratoda actividad ordenada, lo mismo individual quecolectiva, ya como norma general de conducta, yacomo plan de algún acto determinado, estableci-miento de industria, consumo de riqueza, etc. Enel presupuesto se ha de considerar, primero el fincomo necesidad, como gastos, y luego los medioscomo ingresos ó recursos para obtenerlos.

J. M. PIEUNAS Y HURTADO.Catedrático de la Universidad de Zaragoza.

(Continuará.)

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N.° 169 E. SERRANO. ESTUDIOS SOBRE LA CELÓLA. 637

ESTUDIOS SOBRE LA CÉLULA.

DIFERENCIACIÓN FÍSICA.

La forma primera que acepta toda masa proto-plásmiea es, como antes indicamos, la más sencillade las de equilibrio de los líquidos sin gravedad.

La porción de aquella sustancia que se separa deun individuo anteriormente constituido, principiapor contornearse en una esfera. La segmentaciónde los vilellus, las divisiones de las células y hastala separación de diversos fragmentos de aquellas,son otros tantos y numerosos ejemplos que com-prueban el principio que acabamos de indicar.

Pero á medida que el protoplasma absorbe agua,y cuando mediante estas acciones se aumenta pocoá poco su volumen, tienen necesariamente que mo-dificarse sus primitivas condiciones. Su masa vasiendo algo más considerable, y la influencia de lagravedad de la tierra se hace ya sentir con algunamayor energía: la diferencia do densidad do lasdiversas porciones de los líquidos que a aquella ro-dean dan lugar á los mismos efectos que se mues-tran en los experimentos de Plateau; la condensa-ción do una cutícula epidérmica en su parte exteriory el desarrollo de la membrana, hacen aparecerun sólido de forma variable; puesto en relación ycontacto con la primera; y todo engendra el con-junto variadísimo de circunstancias que, según sa-bemos, son capaces de modificar hasta el infinito lasindicadas formas de equilibrio de los líquidos some-tidos á las llamadas fuerzas moleculares. ¿Mas esesto realmente lo que sucede?

Dos caminos han sido posibles para ejecutar lacomprobación do que tales principios se cumplendel mismo modo en el desarrollo de la célula, yambos han proporcionado algunos datos, bastanteseguros, para el establecimiento de la doctrina queestamos exponiendo.

Es el primero la observación directa, y el estudiocontinuado de todas las fases por que atraviesan lasmasas celulares.

Consiste el segundo en suprimir la influencia queadmitimos ha debido tomar parte en la separaciónque ha experimentado el protoplasma desde las for-mas primitivas, y ver si, como parece presumirse,so halla efectivamente obligado á regresar á ellas.

La investigación inmediata del desarrollo proto-plásmico, muestra que, cuanto más aumenta en vo-lumen una cualquiera de aquellas masas, más sesopara de la indicada forma fundamental. El proto-plasma absorbe agua de los líquidos que le rodean,esponjándose y ocupando cada vez mayor exten-sión, y á manera que esto se verifica, se deprimemás ó monos considerablemente, de igual maneraque se deprimen también las gotas de mercurio á

quienes se agregan nuevas porciones de la mismamateria. Tan enérgica es á veces esta acción, queel cuerpo no puede permanecer unido, y se segmen-ta redondeándose cada porción más de lo que sehallaba !a primitiva. Sólo en estas consideracionesvemos ya la indicación de una de las primeras cau-sas de la alteración de la forma de las diferentesagrupaciones de la sustancia á quien llamamos fun-damental.

En algunas otras células crece al mismo tiemporápidamente la envoltura epidérmica.

El estado de solidez en que ella se encuentra lapermite conservar una forma por sí misma, é iraceptando por la agregación de materia otras alar-gadas ó ii-regulares en mayor ó menor grado. Laadhesión que une á estas con el protoplasma, ar-rastra y dilata las diversas porciones del último.

Del mismo modo que las armaduras sólidas quePlatean (1) usa, obligan á los líquidos á moldearsecomo poliedros, lentes, cilindros, etc., etc., asítambién imprimo la membrana determinadas super-ficies y contornos al contenido celular, siendo lasusodicha otra influencia muy poderosa que ayudaá determinar las alteraciones que nos están ocu-pando.

En las células alargadas, el protoplasma, que hallegado á dejar considerables lagunas en su interior,se encuentra extendido á lo largo de la paredes ce-lulares, formando como un verdadero saco ó guar-nición interna de éstas. En otros elementos que nosufren tan exageradas dilataciones, pero que se pro-liferan segmentándose, tal como sucede, por ejem-plo, en los Sacaromices, llegan á realizarse igualeshechos por la pérdida de sustancia á que dan lugarestas generaciones.

Esto es lo que ha podido notarse directamente ymediante el auxilio del microscopio.

Suprimiendo el agua por el empleo de sustanciasdesecadoras; determinando la contracción del proto-plasma por otros recursos y de un modo más ó me-nos duradero, y consiguiendo á la vez por los pri-meros ó los segundos agentes la separación de aquel,desde las epidermis solificadas, es como se consi-gue poner en práctica el segundo de los procedi-mientos indicados.

Distingamos primeramente para su aplicación loselementos cuyo proloplasma llena toda la cavidadcelular de aquellos otros en que esto no sucede.

En algunas células madres de polen de diversasespecies del género Passiflora ha podido notar Hof-meister las mayores reducciones de volumen de lasmasas protoplásmicas que no contienenvacuolas(2).En ellas es elipsoidal la antera, y al contraerse el

(1) J. Plateau. Estática experimental y teórica de los lí-quidos sometidos únicamente á las fuerzas moleculares.

(2) Hofmeister. Doctrina de la célula vegetal (en alemán).

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protoplasma, se modela en una esfera cuyo diáme-tro es menor que el eje más pequeño de aquella. Di-cho botánico representa por 9 y 6 los citados ejes,y por f> el diámetro indicado. Mediante nuevo accesode agua, vuelve el protoplasma á ocupar todo el es-pacio anterior, y entonces su volumen aumenta deuna manera bien apreciable, al mismo tiempo queva pasando gradual, aunque rápidamente, á la for-ma que antes poseía.

Bajo el aspecto de esferas se encuentran tambiénlos contenidos protoplásmicos de las células de po-len de Pinus larix, contenidos que se separan delas epidermis celulares mediante la mayor dilata-ción experimentada por éstas cuando son colocadasen el agua.

Pasando luego á la exposición de los fenómenosque tienen lugar en los elementos dotados- de gran-d-es vacuolas, citaremos como ejemplo los que serealizan en los de los géneros Vedogonium y Spi-rogyra.

El tallo de los primeros consiste en una simpleserie de células que contienen un saco protoplásmi-co parietal lleno de granos de clorofila.

Los filamentos de los segundos constan de célu-las cilindricas, cuya altura es el triplo del diáme-tro y en las cuales se hallan las membranas de en-voltura guarnecidas por una capa protoplásmica.Toda su cavidad interior está llena de jugo celular,nadando en medio de este núcleo, rodeado simple-mente por una pequeña porción de la masa funda-mental á la que unen unas estrechas fajas al resto dela misma.

Si hacemos obrar sobre algunas de estas disolu-ciones de azúcar ó de carbonato de amoniaco, vere-mos contraerse á sus masas protoplásmicas en esfe-ras cuyo diámetro es inferior al del cilindro que lascontiene. Cuando la acción no ha sido muy prolon-gada, ó excesiva la concentración de las susodichasdisoluciones, es posible devolverlas el agua que an-tes poseían, y verlas extender poco á poco, hastaocupar el mismo volumen anterior; reproducir suprimitiva forma, volver á constituir la gran vacuolaque ocupaba su centro, y adherirse fuertemente álas paredes de la membrana, teniéndose en esta se-rie de operaciones una exacta reproducción delconjunto de los estados por que atravesaran aque-llan masas para pasar de su forma fundamental deequilibrio á aquella bajo la cual la observamos or-dinariamente.

Mas no se crea que para la producción de talescambios son necesarias ni la presencia de los líqui-dos ni la acción de los recursos extraordinarios.

Fenómenos de contracciones iguales á los indica-dos se presentan espontáneamente en Jas Spirogy-ras cuando llega el momento de la conjugación.

En todos los casos de diferenciación desde las es-

feras primitivas puede notarse siempre que basta áproducirla el simple acceso del agua.

Para la contracción del protoplasma y regreso álas condiciones que, según decimos, posee primiti-mente, basta sólo en una infinidad de casos que seconcentréis aquellos líquidos que rodean normal-mente á las células, y aumente, por lo tanto, la pro-porción de las sales y demás materias disueltasen ellos.

Ejemplos de esto hemos tenido ya en los prime-ros casos citados, y muchos nuevos podrían hallar-se en elementos histológicos del Iris pumilla, ffe-mero callis flava, y otras muchas especies de losgrupos más diferentes y separados.

Nótase, mediante lo que acabamos de indicar, queeste nuevo procedimiento nos conduce á los mismosresultados que el que hemos calificado de directo.

En nuestro Estudio físico del glóbulo sanguíneohemos demostrado que estos elementos se encuen-tran también sometidos á igual serie de modifica-ciones.

Los indicados cambios se muestran, por lo tanto,con idénticas condiciones en uno y otro reino.

Compréndese además, en virtud de todo lo dicho,que son conocidas las fuerzas que, componiéndosecon las moleculares, hacen pasar al protoplasmadesde la forma esférica á la elipsoidal, á la elipsoi-dal aplastada; á la cilindrica, y desde estas á lasmás irregulares.

Si mientras los protoblastos se encuentran en unprimer momento rodeados de líquidos que todavíano penetran en su interior, pueden conservaraquella especie de indiferenciacion en todas direc-ciones; desde el instante en que éstos van mezclán-dose con su masa, ó se condensan en su superficiepelículas sólidas que crecen por intussuscepcion,se hace completamente necesario que las condicio-nes de aquellos se modifiquen y sufran cambiosmás ó menos profundos en sus contornos exterio-res. Como la acción de las citadas influencias tieneque ser casi inmediata, la variación protoplásmicadebe producirse del mismo modo: de aquí el quesea tan difícil la observación de aquellas en su pri-mitivo estado de homogeneidad.

En todos estos cambios de forma se muestra almismo tiempo una nueva causa de diferenciación.

El agua que empapa al protoplasma divide á éste,por lo menos, en dos sustancias de densidades di-ferentes: á la menor dilatación de su masa dismi-nuye algo la resistencia en unos ú otros sitios, yentonces se acumulan en ellos las partes más fluidasbajo la forma de gotas redondeadas que constituyenlo que ordinariamente se denominan las vacuolas.

Estos espacios, cuya formación es una simpleconsecuencia mecánica de la imbibición protoplás-mica, se constituyen después en centros de corrien-

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tes osmóticas, y vienen á representar el importantepapel de nuevos y verdaderos órganos celulares.

Aquí nos fijaremos únicamente y de una manerarápida en las condiciones mecánicas de su- desarro-llo, dejando para otro artículo los demás génerosde consideraciones que sobre ellas pueden hacerse.

Masas protoplásmicas de una porción de especiesvegetales nos permiten el estudio directo de la ge-neración y crecimiento de las vacuolas (1). De entre

• ellas citaremos principalmente, primero los conte-nidos de las células madres de los esporangios dePoitia y Phascum; después las masas homogéneas•procedentes de células de Nitellas, Charas y Van-cherias, y últimamente los hilos de las semillas delos Heléchos, Equisetos y muchos otros. Puede de-cirse, además, en general, que todas aquellas masasque llegan al agua y no están adaptadas para lavida en este líquido, ofrecen inmediatamente lapresentación de los fenómenos de que nos estamosocupando.

Cuando una vacuola se encuentra ya formada, re-cibe agua por endosmosis al través del protoplasmaque la envuelve, y su volumen se va haciendo gra-dualmente mayor; la presión que ejerce entoncessobre el tabique de la última sustancia citada, dis-tiende á éste, adelgaza sus paredes y le rasga últi-mamente si la célula es desnuda, mezclándose ellíquido de la vacuola con el que so halla en el ex-terior: si la célula posee una membrana, le compri-me fuertemente contra ésta, haciéndole formarcomo una guarnición interna de ella.

En la producción de estas acciones se nota cons-tantemente que el saco protoplásmico no so adel-gaza por igual en todas direcciones: hay siempreuna determinada en la que el espesor es menosconsiderable, y.desde allí crece éste hasta los sitioscolocados en oposición á aquella, que son los quela presentan mayor: excusado parece el indicar quela ruptura final se verifica por el primer punto, quees donde es menor la resistencia.

La acumulación do las porciones más fluidas delprotoplasma se verifica á veces por separado endos ó más sitios de una misma célula, y entoncesposee ésta igual número de vacuolas.

Capas ó láminas más ó monos delgadas las sepa-ran á unas de otras, y cuando la tensión de aquellasaumenta, disminuyese proporcionalmente el espe-sor de los tabiques de separación, hasta que pu-diéndose romper éstos, se reúnen las primeras enuna sola masa. Al producirse estos hechos se notasiempre que la resistencia mecánica que presentanlas citadas láminas, cuando ya son muy delgadas, es

(1) No se crea que las vacuolas son presentadas única-mente por las células vegetales: véase, á propósito de estacuestión, lo expuesto por Lieberkünn en Los fenómenosdel moviniento de las células animales (en alemán).

mucho mayor de lo que podría creerse, y que haycomo necesidad de vencer una gran fuerza para quese confundan dos vacuolas que se encuentran yacasi en contacto. Esto hecho concuerda perfecta-mente con lo observado en todas las esférulas lí-quidas, sometidas únicamente á sus fuerzas propiasó moleculares que deben ser empujadas con fuerza,y hasta desgarradas en sus superficies cuando seencuentran casi juntas para que se engloben en unamisma masa (4).

Así se comprende por qué compleja serie de in-fluencias se van modificando las formas de las ma-sas que estamos estudiando.

Pero tales alteraciones no son las solas que estasexperimentan.

Diáfano el protoplasma al principio en muchos delos embriones del uno ó del otro reino epitelúrico,ofrece después casi ¡mediatamente el aspecto gra-nuloso y el color más oscuro que se nota en el deotras células, y llega así de modificación en modi-ficación hasta el verde que tienen en las que poseenclorofila, ó el rojo que presentan en los glóbulossanguíneos las sustancias que de él se han derivado.

Su estructura, primitivamente homogénea, ad-quiere con posterioridad un aspecto espumoso, comoel que ha observado Lieberkünn en los elementoshistológicos de la sustancia chondrógena de la cuer-da dorsal y en las esponjinas; muestra iuego lasalternativas de la fluidez á la viscosidad, y de laapariencia de mucílago á la de las gotas de grasa;encierra después la más complicada de los cor-púsculos de fécula, y comprende dentro de sí, últi-mamente, las formas regulares de los cristaloides ylas complejas de los granos de aleurona.

Estas múltiples alteraciones so encuentran, con-forme se encuentra todo, íntimamente relacionadasentre si y con los cambios antes expuestos.

Si el protoplasma se extiende en superficies dife-rentes de las que antes poseía, su estructura tieneque experimentar, por este mismo hecho, modifica-ciones muy profundas que llevarán consigo, segúnnos enseña la física, los cambios de algunas propie-dades ópticas, y sobre todo del color.

Mas por la misma razón que todo se halla estre-chamente encadenado, no puede decirse en abso-luto que las segundas dependan por entero de lasprimeras.

El cambio de coloración y'de estructura obedecetambién en alto grado á la constitución de nuevoscuerpos químicos (2). Así, cuando el protoplasmaaparece granuloso, casi puede asegurarse que se

(1) Véase á propósito de esto la obra de Plateau, que he-mos citado ya antes.

(2) La creencia general y el modo ordinario de exponeresto es decir que depende sólo de la formación de nuevosprincipios.

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encuentran en su masa partículas albuminosas coa-guladas; otros aspectos diferentes se deben indu-dablemente á la presencia de las grasas y de los gra-nos de almidón; la coloración verde de las célulasvegetales anuncia siempre la presencia de la cloro-fila; la coloración roja que van tomando las embrio-narias de los vertebrados al irse trasformando englóbulos sanguíneos, descubre de una manera se-gura el desarrollo de la hemoglobina. Hé aquí endónde se marca el punto de enlace con la diferen-ciación química, aun en la exposición de estas doc-trinas, bajo la forma en que nos vemos obligados áhacerla: forma de sucesión y abstracciones muyseparada de aquella con que se muestra en la reali-dad todo este inmenso conjunto do cambios.

Pasemos antes, sin embargo, al estudio de losmovimientos protoplúsmicos, que no son sino unamuestra más aparente de la misma diferenciaciónfísica.

ENRIQUE SERRANO FATIGATI,Catedrático del Instituto de Ciudad-Real.

(Continuará.)

MISCELÁNEA.

Una erupción submarina.

Curiosa es, en verdad, la declaración que ha he-cho el capitán de la corbeta dinamarquesa Liítter-feld, Mr. J. 0. Lunginers, del descubrimiento he-cho en el mes de Diciembre último cerca de la cos-ta de Tierra del Fuego, 140 millas distante delestrecho de Magallanes en la parte del Pacífico.

Navegando dicha corbeta por aquellas aguas condestino al puerto de Valparaíso, en los 65° 45' -10"latitud S. del meridiano de Gresnwich y 75° 42' -10"longitud 0. á las tres y cuarenta y cinco minutosde la madrugada del 40 de Diciembre, divisó el vi-gía por la proa del buque, como á distancia de uncable á barlovento, una porción de tierra que, ar-rancando de la superficie de las aguas, se elevabaen forma de una colina, treinta metros próxima-mente sobre su nivel.. Amenazados del peligro dechocar con aqaella desconocida mole, gritó al timo-nel para que orzara, salvando de esta manera albuque de la embestida. El capitán Mr. Lunginersse mantuvo á la capa mientras consultaba las car-tas geográficas y el derrotero de aquellas costas;ni en unas ni en el otro aparecía la tierra descu-bierta, cuya novedad hizo que el capitán citadoresolviera esperar que amaneciera para cerciorarsecon más exactitud de su descubrimiento.

A las cinco horas y cuarenta minutos de la ma-ñana, lo que parecía una inmensa isla se advertíaque había disminuido á la mitad de la elevación

con que había aparecido á la vista; mas como denoche los objetos suelen aparecer con distinta apa-riencia, esperó á que aclarara más el dia para en-viar un bote con el objeto de reconocerla. Se em-barcó, pues, en la canoa de á bordo con el pilotoy cuatro marineros en dirección á tierra. Esta, se-gún dicho del capitán, medía entonces una exten-sión de cien metros cuadrados; su figura era cóni-ca, formando una pendiente rápida, de plano incli-nado: al saltar uno de los marineros con el cabo de-proa de la canoa, tuvo que reembarcarse á conse-cuencia del fuego que depedía su suelo, aunque sinproducir humo. Pero comprendió que el abrasadorelemento hervía interiormente á juzgar por el es-tado de ebullición que se notaba en los extremosó costa que bañaba el mar.

El capitán dedujo desde luego que ésta era unaerupción submarina, poco conocida en aquella par-te de América, al menos á tanta distancia de lacosta continental. A las ocho de la mañana el islo-te había desaparecido y la corbeta Lutterfeld cruzóá travos del lugar que antes ocupaba aquel territo-torio misterioso.

Hace tiempo que estos fenómenos se han obser-vado frente á la costa de Sicilia en el Mediterráneo,y en otros puntos donde existen terrenos volcáni-cos, pero no hay ejemplo de la desaparición re-pentina del que acabamos de reseñar.

* * *

Necesidad del agua en las minas de carbónde piedra.

Según observaciones hechas por Mr. A. Riem-bault, en los obreros de las minas de carbón depiedra, en las que se trabaja sin encontrar agua,resulta que el polvo tenue é impalpable del carbónpenetra mezclado con el aire en los pulmones de losobreros, en donde se deposita, llegando al cabo decierto tiempo á rellenar sus cavidades. A los seisaños de permanecer continuamente en las minas,el color de los pulmones del minero se altera; á losdoce toma un tinte azulado; á los diez y seis es ne-gro completamente, y á los veinte tiene el color delcarbón de piedra. En este estado, empieza el des-arreglo de los órganos respiratorios en sus funcio-nes, declarándose el catarro y la emphysema, per-diendo la salud el obrero, y al poco tiempo la vida.

Millares de víctimas, según M. A. Riembault, su-cumben anualmente á causa del depósito de carbónen los pulmones, bastando para provenir tan perni-ciosos efectos, que continuamente caiga en las ga-lerías un chorro de agua.